Juegos de madrugada

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1982. Teatro. "Trilogía del juego III". Dos actrices.

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JORGE MARQUEZ

JUEGOS DE MADRUGADA

1982

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Dibujo de portada: Antonio González Montes

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«JUEGOS»

Un año m{s tarde, me es difícil entender por qué esta pequeña obra, escrita a trozos

y sin correcciones en tres semanas de un mes de Marzo, consiguió enseñarme tanto. A

diferencia de mis otras creaciones, teatrales o no, «Juegos» nació sin conocer su destino,

sus conceptos de tesis —que prescinden de unidades simplistas—, y menos aún su du-

ración y forma de desenlace. Empecé una obra como quien dibuja inconscientemente en el

dorso de un papel impreso; pero cuando meditaba sobre lo que mis personajes iban ha-

ciendo y diciendo (ejercicio siempre posterior a la literatura), me iba enamorando de ellos.

Hoy la tengo por uno de mis trabajos m{s sinceros. Su an{lisis, que a lo largo del tiempo

tuve oportunidad de ampliar por razones de montaje, fue revel{ndome una visión humo-

rísticamente crítica de todas las posturas humanas, incluida —claro est{— la postura

crítica humorística. El final mismo es como una amarga carcajada que parece continuarse

en el escepticismo lacónico del «bueno, ¿y qué?». Este es el resumen de todo. Hay hipó-

critas en el mundo, fantasmas, egoístas, idiotas, crueles, necios< ¿y qué? También los

hay que se quejan de esto. ¿Y qué? ¿Consiguen cambiarlo? Desde antes de la eternidad,

cuando una mujer pare a un necio, otra mujer est{ pariendo a un predicador, redentor,

sabio, filósofo< y una tercera deja escapar de su vientre al llamado a escuchar al primero

y al segundo, para terminar en una confusión sólo resuelta con mayor estulticia que la del

necio y la del juez. Pero esto es lo que hay; no podemos elegir.

Por esta razón, sin ninguna pretensión especial, Ana y Gala juegan a lo antagónico,

a lo crítico, a saborear toda la amargura goteada desde los m{s recónditos puntos del alma

humana; y por último, a ellas mismas, si es posible, una vez sometidas a la catarsis de la

basura reconocida y rechazada en los dem{s. Pero todo falla. Terminar{n reconociendo

que son como aquéllos a quienes decían odiar y de quienes gustaban burlarse. Así que lo

m{s prudente es utilizar el socorrido «mutis teatral» y, con el humor debido, pretender

que «todo es una gran mentira», que es tanto como alegar: «pero si era en broma», y

justificarse con algo tan glorioso y elegante que haga envidiar los ingeniosos recursos

infantiles, inventados para restar importancia a los propios errores: «¿Nosotras? ¿Quién,

nosotras? ¡No! ¡Pas{bamos por aquí!»

En todo caso, si aceptan que la vida no es precisamente un martes de carnaval, se

niegan, como advierte Beckett, a llorar< para nada, por no reír, hasta que poco a poco una

verdadera tristeza les llene. Quiz{ lo único cierto —también se me adelantó Samuel Be-

ckett, director intuitivo de mis «Juegos»— sea que no he sabido hacer otra cosa mejor que

la del «niño solitario que se divide en dos< para sentirse acompañado, y hablar acom-

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pañado, por la noche». Eso sí; con una ilimitada licencia para el humor agrio que suaviza

las sombras de los esperpentos a la luz de la madrugada.

J. M.

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A Berta, Gala

A Salor, Ana

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«El fin est{ en el principio y sin embargo uno continúa»

Samuel Becket, Final de Partida.

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JUEGOS DE MADRUGADA

(Un acto)

Personajes:

ANA

GALA

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ACTO ÚNICO

Exteriores. Un banco de madera delante de un muro. Al fondo, a

la derecha, bolsas de basura y botellas.

Ana est{ sentada en el banco.

ANA — (Silencio largo. Se alisa el pelo, se coloca los calcetines, se ajusta la falda.

Se levanta, se sacude la ropa suavemente. Se sienta con aires de elegancia. Simula que se

pinta las uñas. Agita las manos para secarse el esmalte. Se levanta. Se rasca, se peina, se

mira los talones. Simula que est{ pint{ndose los ojos frente a un espejo imaginario.)

¡Vamos, Abel! (Sorprendida, se ríe.) ¡Qué gracioso! ¡No me había dado cuenta de lo

gracioso que puede resultar tu nombre dicho con determinadas expresiones!

¡Vamos, Abel! (Ríe.) ¿Te das cuenta? ¡Pero si parezco un chino! (Estira las comisu-

ras de los p{rpados con los dedos.) ¡Vamos, Abel! (Ríe.) ¡Un chino ciego, para colmo!

(Aprieta los p{rpados con fuerza.) ¡Vamos, Abel! ¡No sé cómo, pero vamos, Abel!

(Ríe. Cediendo a la risa.) ¡Mira, cariño: los ricos, sin ir m{s lejos; los pobres, sin ir

m{s lejos…! (Se interrumpe. Silencio. Se pinta los ojos.) ¡Si yo tuviera que hacer eso

me moría! (Silencio.) ¡Vamos, cariño, no seas ingenuo! ¡Ya viste qué espect{culo!

(Simula que se pinta los labios.) ¡Si parecía que no hubiera comido en siete siglos!

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(Silencio.) ¡Un momento! ¡Yo no he dicho que odie a tu madre! ¡Eso son manías

tuyas! Lo que ocurre es que la pobrecita es ya muy mayor, y no coordina bien…

(Silencio.) ¡Y a mí; y a cualquiera! ¡Qué tontería! (Simula que se empolva el rostro.) O

no, según. Bien pensado… preferiría morirme antes de suponer un estorbo para

nadie. (Silencio.) Mira, cariño, también es mi madre, en cierta forma; pero hay

que ser realistas. El que yo y tú seamos personas distinguidas no quita para que

la gente no sepa perdonar los eructos (gesto) de mam{ en medio de una cena

elegante. Y la verdad, ¡se pasa una vergüenza! (Silencio. Simula que busca joyas, que

las elige, que se las pone.) ¡Oye, oye! ¡Si a mí me parece muy bien que tú no te

avergüences de tu madre! ¡Es lo correcto! Pero comprender{s que a los que no

nos corre por las venas… Adem{s, es que no es para menos. Tu hermano, sin ir

m{s lejos… ¡y es su propia madre! (Se interrumpe. Silencio.) ¡Pues a mí no me lo

parece! Se le nota un poco… un poco… ¿cómo diría?, ¡mis{ntropo! ¡Eso es: mi-

s{ntropo! (Silencio breve.) ¡No, hombre, no! ¡Tampoco es para tom{rselo de esa

forma! Algo mis{ntropo sí que es. Un poco mis{ntropo sí. Pero un cerdo descas-

tado… (Silencio.) ¡Bueno; también tiene grandes cualidades! Por ejemplo, con-

migo es un excelente marido. (Zalamera.) Aunque yo te prefiero a ti como aman-

te. Adem{s, tú no tienes nada de mis{ntropo. (Silencio. Desdeñosa.) ¡Hombre,

muy bonito! Pues no sé por qué habría de fingir yo contigo. A lo mejor lo hago

por dinero. (Silencio.) ¡Est{ bien! Perdóname… Comprendo que ha sido una

broma de mal gusto. (Silencio breve.) ¡Muchas gracias por el cumplido! (Silencio.)

¡Pues tenía toda la intención! (Silencio. Gesto. Enfadada.) ¡Suéltame! ¡Claro que me

enfado! ¡O te crees que soy como la estúpida de tu mujer! (Silencio.) Ni se te ocu-

rra… Emilia y yo nunca hemos tenido punto de comparación. (Silencio.) Sí que lo

has pretendido. Adem{s, sabes perfectamente que me molesta que me hables de

tu mujer… (Silencio.) ¡Pues aunque haya empezado yo! (Silencio. Sonríe.) ¡Déjame,

tonto! (Silencio.) ¡Ahora no, tonto! (Silencio.) ¡Tonto! (Silencio.) ¡Tonto! ¡Tontito!

¡Tontería con patas! ¡Tontería! (Amargada.) ¡Qué tontería!

Silencio.

Se sienta nuevamente. Gala entra.

GALA — ¡Muy bien, Ana, fant{stico!

ANA — Gala, ¿eres tú?

GALA — ¡Estupendo, majestuoso, sublime, apocalíptico!

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ANA — ¡Anda, no seas tonta!

GALA — ¡Magnífico, colosal, estupendo, abominable< perínclito y re<

refulgurante!

ANA — (Sonriendo.) ¿Eso es todo lo que has aprendido?

GALA — ¿Y qué m{s quieres? ¡A ver qué has aprendido tú!

ANA — Poca cosa: mis{ntropo.

GALA — ¡Ah! ¿Y qué es?

ANA — No lo sé exactamente. Algo así como< antip{tico, aburrido< No

sé.

GALA — Pues no es mucho.

ANA — No, desde luego. Así nunca llegaremos a ser distinguidas.

GALA — (Gesto.) No. (Se sienta.) Has estado soñando otra vez, Ana.

ANA — Sí. Ya ves< Estaba aburrida y<

GALA — Y has estado soñando otra vez.

ANA — Bueno, no es malo.

GALA — Sí, sí lo es< ¡y tú lo sabes!

ANA — Me da igual. Estoy aburrida y cuesta tan poco…

GALA — Pero vale mucho. (Gesto de Ana. Silencio.) Ana.

ANA — Dime.

GALA — Nada, déjalo.

Silencio.

GALA — Podíamos jugar<

ANA — ¿A qué?

GALA — (Piensa.) ¡<A cuatro esquinas!

ANA — Bueno.

GALA — ¿Sí? ¿De verdad que quieres jugar a cuatro esquinas?

ANA — Si tú quieres<

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GALA — Pero el caso es que sólo somos dos.

ANA — Sí, claro; no podemos.

GALA — (Silencio.) ¡Sí que podemos! Mira: faltan tres, ¿no?

ANA — ¡Y las cuatro esquinas!

GALA — Bueno, podemos jugar a una esquina.

ANA — Pues no sé cómo.

GALA — Porque<

ANA — Tiene que haber dos esquinas y tres personas al menos.

GALA — ¡Vaya! No lo entiendo. Si para jugar a cuatro esquinas se necesi-

tan cinco personas, ¿por qué no podemos jugar dos a una esquina? Es lo mismo,

¿no?

ANA — (Piensa.) ¡Ya sé!

GALA — ¿El qué?

ANA — Jugaremos como tú dices. Una de nosotras se pondr{ en una es-

quina y la otra fuera. Entonces, la que no tenga esquina tendr{ que conseguir

que la que est{ dentro salga para poder entrar ella.

GALA — ¿Y cómo?

ANA — Ven. (Se levanta.) Tú te pones ahí, ¿eh? Y ahora yo te digo: Ana,

¿has visto a Carlos?

GALA — ¿Quién es Carlos?

ANA — ¡Carlos! Ese del que te enamoras cada vez que lo ves y te desena-

moras cuando dejas de verlo< ¿No quieres enamorarte ahora?

GALA — ¡Carlos! ¿Dónde?

ANA — Por allí, lejos; perdiéndose< perdiéndose<

GALA — (Acerc{ndose a Ana.) ¿Dónde?

ANA — Por allí, mira. Aún puedes verlo si te pones m{s hacia este lado.

GALA — (Acerc{ndose m{s a Ana.) ¿Dónde? Yo no veo a nadie.

ANA — (Sigilosa hacia la imaginaria esquina.) Continúa mirando. ¿Lo ves?

GALA — No. ¿Dónde?

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ANA — (Riendo.) En tu imaginación. ¿Ves cómo no es difícil? ¡Ay! Tendr{s

que aprender que no siempre se puede confiar en los dem{s.

GALA — (Ignorando a Ana.) Ana, ¿dónde est{ Carlos? Yo no veo a nadie.

ANA — ¡Vamos, Gala! ¡Que es mentira!

GALA — ¿Dónde est{?

ANA — Pero Gala, si te he dicho que te asomaras era para quitarte la es-

quina.

GALA — (Compungida.) ¿Dónde est{ Carlos, Ana? Yo quiero verlo< Yo

quiero ver a Carlos< (Angustiada.) ¡Carlos! ¿Dónde est{ Carlos? (Gimiendo.)

¡Carlos! ¿Dónde est{s?

ANA — ¡Gala!

GALA — Yo quiero verlo< Quiero ver a Carlos.

ANA — (Se acerca a Gala y la coge por los hombros.) Pero Gala, ¿qué te pasa?

Es una broma. ¡Estamos jugando!

GALA — ¿Dónde est{? Se ha ido, ¿verdad? Se ha ido. No quiere saber nada

de mí< Me odia; sé que me odia<

ANA — ¡Vamos, Gala! ¡Es mentira! Carlos no ha venido< y te quiere. Es-

toy segura.

GALA — ¡Est{s mintiéndome! (Se separa con violencia.) Él no me quiere. Le

doy asco.

ANA — ¡Gala! Pero ¿qué te pasa?

GALA — (Silencio. Se dirige hacia la imaginaria esquina. Se detiene, mira a Ana y

empieza a reír.) Lo único que me pasa es que tengo una amiga que es tonta. (Ríe.)

¡Tenías razón! No es difícil.

Silencio.

ANA — (Sent{ndose en el banco.) No deberías hacerlo, Gala.

GALA — Pero ¿por qué? (Seria ahora.) ¿No estamos jugando?

ANA — Nunca se puede confiar en nadie.

GALA — ¿Y ahora qué?

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ANA — Ya no quiero jugar m{s.

GALA — ¿Por qué? ¿Te has enfadado?

ANA — No. Es sólo que no sirve de nada guardar una esquina que no

existe, una esquina que ni siquiera existe y que nunca existir{. (Silencio.) ¡Qué

gracioso! Estamos perdiendo el tiempo con una ambición estúpida< por algo

que no existe. Somos capaces de engañarnos por conseguir algo que no existe.

GALA — Pero sólo est{bamos jugando.

ANA — Sí, claro, jugando. Como todos< ricos, pobres< Todos jugamos.

GALA — Pero<

ANA — (Interrumpiendo.) ¡Qué no!

GALA — (Enfadada.) ¡Exactamente!

ANA — No sé si exactamente o no. Creo que no sirve y ya est{. No quisiera

parecerme a ellos. Empiezan jugando, jugando< y de pronto se preguntan: Oye,

¿tú crees que lo que estamos haciendo es malo?

GALA — ¡Y a mí qué me importa? ¿Por qué no usas tu imaginación?

ANA — Porque tampoco sirve para eso, exactamente.

GALA — ¿Como que no?

ANA — ¡Como que no! Hace falta sentir la pared en la espalda, apoyarte,

hundirte en el cemento< hundirte hasta que tengas que adelantar los brazos

porque no te quepan<

GALA — ¡Ya! ¡Ya sé!

ANA — ¿Sí? ¿Sabes? ¿Sabes lo que es sentirse dueña y a la vez protegida

por un trozo de algo? Así es como vale jugar a las esquinas.

GALA — ¿De otra forma no sirve?

ANA — No.

GALA — ¿No?

ANA — No.

GALA — ¿Entonces?

ANA — Entonces, nada.

GALA — ¿Nada? ¿Así, por las buenas?

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ANA — ¡No se puede! ¡Yo qué quisiera!

GALA — ¿Que tú qué quisieras?

ANA — Bueno, es una forma de hablar<

GALA — Ser{. Pero yo sé bien qué es lo que tú quisieras.

ANA — ¿El qué? ¿A Abel?

GALA — No. Los cañonazos, el estruendo de las bombas. Abel es sólo un

sueño, pero donde est{ la guerra est{ él, y eso es lo que tú quisieras. ¡Si no fueras

tan egoísta!

ANA — ¡Ah! ¿Sí? ¿El amor es egoísmo? (Silencio breve.) Yo amo la guerra de

hoy porque hoy él est{ en la guerra, porque él es la guerra de hoy. (Triste.) Ma-

ñana estar{ muerto, quiz{s.

GALA — ¡Vamos, Ana! ¡Est{s soñando por las dos! Despierta ya. Déjame

que yo también tenga mis ilusiones, mis fantasías. Igual que tú.

ANA — ¡Los cañonazos! ¡Los eternos cañonazos a lo lejos!

GALA — ¡Ah! ¡Los cañonazos! All{, a lo lejos< ¡Ah! ¡Así cualquiera!

ANA — A lo lejos, Gala, a lo lejos< y tan cerca de él. Como quien ve llover

sin mojarse.

GALA — ¡Eso; como siempre!

ANA — (Reaccionando.) Como siempre, no; pero hay cosas que me valen.

GALA — ¡Eso! ¡Que te valen; como siempre; como todo<! ¡Como la pól-

vora!

ANA — ¡Ay! ¡La pólvora!

GALA — (Sarc{stica.) ¡Ay, eso: la pólvora! ¡Qué mal huele la pólvora!

ANA — La pólvora huele como mis recuerdos.

GALA — Tus recuerdos huelen a pólvora, que no es lo mismo.

ANA — ¿Jugamos?

GALA — ¿Ahora?

ANA — Sí.

GALA — ¿A qué?

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ANA — A soldados< ¡No, no, no, no! ¡A mujeres de soldados!

GALA — No.

ANA — ¿Por qué?

GALA — (Piensa.) Porque< (Medita.)

Silencio.

ANA — Pero, Gala, ¿qué haces?

GALA — (Reaccionando.) Sólo estoy recordando<

ANA — ¿Recordando? ¡Oh, Gala, juguemos!

GALA — ¿A qué?

ANA — Pues a mujeres de soldados.

GALA — No.

ANA — ¿Por qué?

GALA — Porque no me apetece. No me gusta la pólvora.

ANA — ¡Qué sabr{s tú!

GALA — (Silencio.) Oye, Ana.

ANA — ¿Qué?

GALA — ¿La pólvora es ese polvo negruzco?

ANA — Sí.

GALA — ¿Que arde y explota?

ANA — Exactamente.

GALA — No estaba segura.

ANA — Créeme, Gala, eso se llama ignorancia.

GALA — Pero no me gusta. Sobre todo ahora que sé lo que es. Ahora me-

nos. Nunca me opongo por sistema.

ANA — Entonces, ¿qué quieres?

GALA — (Infantil.) Quiero, quiero, quiero< Que la pólvora no explote, ni

arda, ni sirva para matar, ni tenga ese color tan feo como de< como de< como

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de pólvora. Eso quiero. Y< ¡Bueno, me da igual que sea polvo o pasta o líquido!

(Pausa.) ¡Ah! Y adem{s quiero jugar a los ahorcados.

ANA — ¿A los ahorcados?

GALA — A los ahorcados, ya sabes< (Gesto.)

ANA — ¡Tonterías!

GALA — ¿Por qué tonterías?

ANA — Porque los ahorcados est{n muertos.

GALA — ¿Todos?

ANA — Sí, todos.

GALA — ¿Y por qué?

ANA — No lo sé muy bien. Creo que los parten por la mitad. (Piensa.) ¡Bah,

tonterías! ¿Es tarde?

GALA — Según para qué.

ANA — Para< para< ¡por saberlo! ¡Déjame en paz!

GALA — ¡Y yo qué sé! ¡Déjame en paz!

ANA — Pues pregúntalo y déjame en paz.

GALA — ¿Yo?

ANA — Tú, claro.

GALA — (Resignada.) ¡Est{ bien! (Silencio.) ¡Mira! (Se levanta. Se dirige a un

transeúnte imaginario.) ¿Lleva hora? Oiga, por favor, ¿puede decirme la hora que

es? (Silencio.)

ANA — ¿No te contesta?

GALA — (Volviendo desilusionada.) Ha creído que quería robarle.

ANA — ¡Anda, ya! Lo que pasa es que no hay nadie.

GALA — ¿Qué?

ANA — Que no hablabas con nadie; que fingías.

GALA — ¿No me estar{s llamando mentirosa?

ANA — Exactamente.

GALA — Eres injusta conmigo, muy injusta.

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ANA — Es la verdad.

GALA — ¿Y qué? No se puede ser tan realista. ¿Por qué no usas tu imagi-

nación?

ANA — Porque yo no tengo.

Silencio.

GALA — Podíamos jugar al ajedrez.

ANA — ¿Al ajedrez?

GALA — ¡Claro! ¡Es bonito y difícil! ¡Seremos distinguidas!

ANA — ¿Distinguidas?

GALA — Sí.

ANA — ¿Distinguidas por jugar al ajedrez?

GALA — Desde luego.

ANA — ¿Est{s segura?

GALA — ¡Hombres<!

ANA — ¿Cu{ntos?

GALA — Varios, que son m{s que uno. Es cuestión de énfasis.

ANA — ¿Y dónde has aprendido eso?

GALA — Hombres, eso no se estudia; se sabe.

ANA — Bueno.

GALA — ¿Jugamos?

ANA — Vale.

GALA — (Levant{ndose se fija en el suelo de un salto.) ¡Yo, aquí!

ANA — (Lo mismo.) ¡Aquí!

GALA — (Cambiando de un salto.) ¡Aquí!

ANA — (Lo mismo.) ¡Aquí!

GALA — (Lo mismo.) ¡Jaque!

ANA — ¿Al rey?

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GALA — O a la reina; me da igual.

ANA — (Lo mismo.) ¡Mate!

GALA — ¿Mate de qué?

ANA — Que te he matado al rey.

GALA — Pero si ni siquiera me has avisado<

ANA — Eso no tiene nada que ver.

GALA — ¿Cómo que no?

ANA — Como que no. Nunca se avisa a un rey cuando se le va a matar.

GALA — Pero en el ajedrez<

ANA — ¿En el ajedrez hay que avisar al rey cuando se le va a matar?

GALA — ¡Claro!

ANA — ¡Qué tontería! ¿Y éste es el juego m{s inteligente del mundo?

GALA — Pues< sí.

ANA — ¿Y con esto vamos a hacernos distinguidas?

GALA — ¡Por supuesto!

ANA — No creo.

GALA — Es que< ten en cuenta que un juego no es lo mismo que la vida.

ANA — (Mir{ndola.) ¡Ah, qué f{cil me lo pones!

GALA — ¿El qué?

ANA — Eso< ¿cómo se dice? (Piensa.) ¡Filo< filoso< fear!

GALA — Hacer filosofía.

ANA — ¡Eso! ¿Cómo se dice?

GALA — (Convencida y convincente.) ¡Filosofear! ¿Vas a hacerlo?

ANA — ¿Yo? (Grave.) ¿Yo? ¿Acaso intuyes que he de servirme de tan fútiles

razones para con ellas< para apoyar mis< para respaldar mis elevados pensa-

mientos majestuosos y profundos como un abismo< abismal?

GALA — ¿Qué pensamientos?

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ANA — Estos, que me fluyen o manan de mi< (palabra esdrújula, pretencio-

sa e incomprensible) inteligencia.

GALA — ¿Mi inteligencia?

ANA — Ciertamente< esto< resulta arduo y difícil< eh< penetrar tales

axiomas en tu prosaica masa encef{lica. Sí, eso.

GALA — ¿Por quién me tomas?

ANA — Por lo que eres, no por lo que no eres. Ten en cuenta que yo no me

suelo siempre casi nunca por lo general equivocar.

GALA — ¡Qué bien hablas!

ANA — ¿Verdad?

GALA — Sí.

ANA — Hay muchas otras cosas que hago bien.

GALA — ¿Sí? ¿Como cu{les?

ANA — (Piensa.) Eh< fumar en pipa, reírme< pagar con dinero<

GALA — ¿A ver?

ANA — (Sac{ndose una imaginaria pipa de entre las ropas.) ¿Me da fuego, por

favor?

GALA — (Grave.) Lo siento, cómprese un encendedor.

ANA — Gracias. (Chupando de la imaginaria pipa.) Gracias. (Ríe a carcajadas.)

GALA — ¿De qué se ríe?

ANA — No sé. (Seria.) No tengo ni idea< De nada, supongo.

GALA — ¿Entonces?

ANA — Tengo que reírme, ¿entiende?

GALA — No. ¿Por qué tiene que reírse?

ANA — Bueno, ver{. Forma parte de mi posición. He de parecer simp{tico

y alegre, sí. (Preocupada.) Y también preocupado, también preocupado.

GALA — ¿Est{ usted preocupado?

ANA — ¡Oh, no; en absoluto! Pero tengo que hacer que la gente lo crea,

¿sabe?

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GALA — ¿Por qué?

ANA — Bueno< Un hombre de mi posición, de mi< clase, no puede estar

sin preocupaciones.

GALA — ¡Ya! ¡Lo entiendo!

ANA — (Sonriendo.) ¿Lo entiende? (Riendo.) ¿De veras que lo entiende?

Brindo por eso, muchacho.

GALA — (Silencio.) ¿Es usted feliz?

ANA — ¿Feliz?

GALA — Sí, feliz.

ANA — Déjeme pensar<

GALA — ¿Tiene que pensarlo?

ANA — ¡Oh, claro! Yo siempre lo pienso todo. Espere un momento<

GALA — (Silencio.) ¿Ya?

ANA — ¿Eh?

GALA — Que si lo ha pensado ya.

ANA — ¿Pensado? ¿El qué?

GALA — (Paciente.) Si es usted feliz.

ANA — ¡Oh, sí, claro! Yo soy exactamente lo feliz que quiero, ¿sabe?

GALA — ¿Sí? ¿Ni m{s ni menos?

ANA — Naturalmente. Eso se compra también.

GALA — ¿La felicidad? ¿Comprarse la felicidad?

ANA — Por supuesto.

GALA — No lo creo.

ANA — ¿Ah, no? ¿Entonces qué cree que es la felicidad?

GALA — Pues< no sé. El amor, la amistad, la libertad, la salud, creo<

ANA — ¿Y bien?

GALA — Usted no puede comprar nada de eso.

ANA — (Preocupada.) ¿No?

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GALA — No.

ANA — ¿De veras? (Gesto de Gala.) Entonces< ¿yo no soy feliz?

GALA — ¿No lo sabe?

ANA — Pues< no exactamente.

GALA — ¡Ay, Dios!

ANA — ¿Lo hay?

GALA — ¿El qué?

ANA — Dios, ¿lo hay?

GALA — No lo sé. Era una expresión.

ANA — ¡Ah!

GALA — Lo que quiero decir<

ANA — ¡Dígalo, dígalo!

GALA — Lo que quiero decir< es que si tiene usted el amor de una mujer;

una mujer que viva por usted<

ANA — ¿Por mí? ¿Quiere decir gracias a mí?

GALA — (Gesto.) M{s o menos<

ANA — Sí, naturalmente. Una vez tuvo alguien una hija mía. Creo que es

ya una mujer, pero no me ama demasiado.

GALA — ¿Y qué?

ANA — Bueno< Vive gracias a mí, ¿no?

GALA — Usted no lo entiende.

ANA — ¿Piensa eso?

GALA — Estoy segura. ¿Ama usted a alguien?

ANA — ¡Ah, es eso! (Pausa breve.) Pues no. Aparte de a mí mismo, no. No

tengo tiempo, ¿sabe?

GALA — Sé. ¿Y la libertad? ¿Es usted libre?

ANA — Sí, por descontado. Dentro de un horario, soy realmente libre.

GALA — Y salud, ¿tiene?

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ANA — Bueno, cuando me deja la conciencia<

GALA — ¿Y< amistad?

ANA — (Ríe.) ¡Qué gran cosa es esa! ¿Cu{nto tengo que pagar por ella?

GALA — (Silencio. Triste.) Nada. No tiene que pagar nada. No puede pagar

nada.

ANA — ¡Ah! ¿Entonces es gratis?

GALA — No, pero el dinero no sirve.

ANA — ¿No?

GALA — ¡Qué pena me da! Es usted verdaderamente desgraciado.

ANA — (Perpleja.) ¿Exactamente?

GALA — Sí.

ANA — (Silencio. Triste.) Entonces< Ahora que ha conseguido que no

sonría m{s, que me he dado cuenta de que no soy feliz, ¿sabe qué voy a hacer?

GALA — No, no lo sé.

ANA — Voy a hacer mi maleta< Una maleta vieja que hay en mi desv{n<

Una maleta vieja y pobre.

GALA — ¿Por qué? ¿Se va?

ANA — Sí. Meteré en ella lo que no tengo y me iré.

GALA — ¿Adónde?

ANA — No lo sé. Por ahí. A buscar un sitio donde puedan llen{rmela de

salud, de amor, de amistad y de libertad<

GALA — ¡Pobre! Pero si no hay<

ANA — ¿No?

GALA — Apenas queda.

ANA — ¿Entonces?

GALA — No sé. No se me ocurre nada.

ANA — Lo entiendo. No se preocupe. Usted no tiene por qué ayudarme.

GALA — Bueno< Tal vez<

ANA — (Ilusionada.) ¿Qué?

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GALA — Yo podría darle un trozo de mi amor y de mi amistad.

ANA — ¿De verdad? ¿Lo dice en serio?

GALA — ¡Sí! ¿Por qué no? A mí me queda mucho aún.

ANA — Gracias, muchas gracias. No sabe lo feliz que me hace.

GALA — ¡Oh, no! No lo crea. Todavía falta.

ANA — Sí, claro. La libertad<

GALA — Bueno< Por la libertad tampoco se preocupe. Eso sí que no se

acaba jam{s.

ANA — ¿No? ¿Y dónde est{?

GALA — Pues., ¡aquí! En la noche; en la calle solitaria<

ANA — (Incrédula.) ¿Aquí?

GALA — Entre usted y yo. En mis pensamientos, en mis sentimientos< ¡y

en los suyos< y en el aire que est{ respirando!

ANA — (Maravillada. Respira hondo.) ¡Qué bien huele! (Respira profunda-

mente otra vez.) Y< ¿Y unos padres? ¿Puede prestarme unos padres?

GALA — (Triste.) No, no tengo. También ellos se mueren<

ANA — ¡Qué pena!

GALA — (Anim{ndola.) ¡Pero puede creer en Dios!

ANA — ¿En Dios?

GALA — Sí.

ANA — ¿Para qué?

GALA — Pues para tener salud y no morir nunca.

ANA — ¿Creer en Dios para tener salud?

GALA — ¡Claro!

ANA — (Silencio. Preocupada.) ¿De veras piensas que si creo no moriré ja-

m{s? ¿Si creo, volveré a estar sana?

GALA — (Silencio. Triste.) No lo sé. Pero tienes que intentarlo con todas tus

fuerzas; tienes que desearlo con toda tu alma.

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ANA — (Silencio largo. Con l{grimas en los ojos.) Gala, ¿es verdad que si creo

en Dios con todas mis fuerzas viviré un poco m{s?

GALA — (Se le acerca. Silencio. Lo mismo.) No lo sé, Ana< (Apagado.) No lo

sé. (La acaricia.)

ANA — (Lo mismo.) No estés triste, Gala. Te prometo que sanaré, porque

creo en Dios y rezaré día y noche, sin parar.

GALA — Sí< (La abraza con fuerza.)

ANA — (Lo mismo.) ¡Bendita seas, Gala! (La besa.) ¡Bendita seas!

GALA — ¡Ana! Te quiero.

ANA — ¡Dios mío, Gala, no llores! Quiero vivir mis últimos días contigo,

con la Gala feliz y alegre que conozco. Quiero morirme abrazada por tu son-

risa< porque creo en ti, Gala< ¡creo en ti!

GALA — (Se levanta m{s tranquila. Silencio.) Reza, Ana, reza.

ANA — (Arrodillada. Narradora, ceremoniosa.) Y pasaron las horas mientras

Ana rezaba y hablaba con Dios<

GALA — (Lo mismo.) Y Dios dijo sí.

ANA — Y Ana no murió.

GALA — Sino que curó de su terrible mal.

ANA — Y un rayo de esperanza nueva iluminó su espíritu.

GALA — Y su cuerpo enfermo sano.

ANA — Y en el cielo se oyó un canto.

GALA — Un canto de aleluya<

ANA — Interpretado por los {ngeles querubines de primer curso de canto

y solfeo.

Ríen las dos.

GALA — [ngeles querubines. ¿Te imaginas?

ANA — (Seria de pronto.) Yo no tengo de eso.

Silencio.

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GALA — ¿Y ahora?

ANA — Algo vendr{. Tranquila.

GALA — ¿Sí? ¿Tú crees que vendr{ algo mejor?

ANA — No lo sé. Esperaremos.

GALA — Después de jugar a moribundos<

ANA — Y a creyentes.

GALA — ¿Qué m{s se nos puede ocurrir?

ANA — (Sarc{stica.) Y un rayo de esperanza nueva iluminó su empobre-

cido espíritu< (Ríen.) No te preocupes, algo vendr{.

GALA — Sí.

ANA — (Silencio.) ¿Qué hora es?

GALA — No lo sé.

ANA — Ser{ tarde<

GALA — Todavía no ha amanecido. Tenemos mucho tiempo.

Silencio.

ANA — Estoy pensando<

GALA — ¿Qué?

ANA — En ti y en mí. En la calle solitaria< En esos edificios gigantes, en

esta noche<

GALA — ¿No eres feliz?

ANA — Sí, sí lo soy. Pero me apena saber que todo esto acabar{, y los

dormidos pronto empezar{n a levantarse.

GALA — Cuando apunte el alba, Ana. Queda mucho aún.

ANA — No lo creas, sólo lo parece, pero es mentira.

GALA — Es temprano todavía.

ANA — ¿Sí? ¿Las cuatro, las cuatro y media, quiz{s? El tiempo pasa de-

prisa. Siempre pasa demasiado deprisa< corriendo.

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GALA — Pero Ana, si desperdiciamos nuestros minutos, nuestras pocas

horas en llorar el paso del tiempo, el alba nos sorprender{ llorando.

ANA — Sí, tienes razón.

GALA — Y por llorar el tiempo perdido no lograremos hacerlo volver

atr{s.

ANA — No, ni siquiera evitaremos que siga avanzando.

GALA — Se nos escapan los segundos, los minutos< La noche entera se

nos escapa<

ANA — Se nos est{n escapando.

GALA — ¡Calla! ¡Escucha!

ANA — ¿Qué?

GALA — ¿No oyes roncar? (Ríen las dos. Ana afirma con la cabeza.) ¿Quién

ser{?

ANA — ¡Un hombre! ¡Un hombre gordo< gordo< tan gordo como un

elefante! ¡Un monstruo con la piel grasienta y sudorosa!

GALA — Una mole de carne con la nariz torcida y los ojos saltones y gran-

des como huevos.

ANA — Un funcionario viejo y despeinado, con cara de estúpido, jefe de

algo y los pelos revueltos.

GALA — Y un pijama ridículo. Un pijama ajustado, de seda, por donde le

rebosan las carnes.

ANA — ¡Habr{ que verlo mañana, llegando a su despacho, tan peinado!

GALA — ¡Pobre!

ANA — Si lo vieran ahora la secretaria que le teme y el administrativo que

no levanta la cara de la mesa, comprimido todo el cuerpo, asustado, temblan-

do<

GALA — El subordinado que lo admira, que le envidia, que pierde el habla

y traga saliva cuando lo llama a su despacho< (Remedando.) ¡La imagen, señor

mío, la imagen! Si no hay trabajo, usted tiene que dar la impresión de que las

obligaciones le ahogan. Hay que dar imagen. ¡Qué dir{ la gente!

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ANA — ¡Que sea la última vez que le sorprendo leyendo ese libro en horas

de oficina! ¡Escriba, practique, disimule, pero no lea!

GALA — Y el pobre funcionario se fue con su libro de Kafka maldiciendo:

¡Tiene razón, el jefe tiene razón; no leo m{s que guarrerías. A la mierda!

ANA — Y tiró el libro a la papelera y se puso a escribir tan pegado a la

m{quina que se daba con las manos en los ojos cada vez que las levantaba del

teclado, mientras repetía: ¡Pero qué burro soy, pero qué burro!

GALA — (A voces.) ¡Señor jefe de nada! ¡Si le vieran ahora sus empleados,

los que le adoran, los que le envidian, los que le admiran!

ANA — ¡Los que recortan y enmarcan el trozo de su traje donde puso us-

ted su santa mano! ¡Los que le lloran un puesto de fregadora para su cuñada

viuda!

GALA — ¡Si le vieran ahora, tan gordo, tan ridículo, tan poca cosa, tan pa-

yaso!

ANA — (Seria.) ¡Porque, aunque usted no lo crea, hay momentos en los que

todos somos iguales. Todos menos Kafka, por ejemplo! ¿Lo entiende? (Ríe a car-

cajadas. También Gala.)

GALA — (Después de un momento.) Oye, ¿Quién es Kafka?

ANA — (Despectiva.) ¡Y yo qué sé!

GALA — ¿Y si el que ronca fuera ese niño de veintitantos años, de pelo mo-

jado y peinado hacia atr{s que tanto les gusta a Encarna y a Pura<?

ANA — O el que dice ser libre y tiene m{s prejuicios que nadie. Eso sí; ima-

gen, mucha imagen< ¡Cuidado con los que se llaman intelectuales! Se ponen

ellos mismos el nombre, ¿sabe?

GALA — Y cuidado con la niña bonita del barrio. Que no le laven la cara<

ANA — Sin contar con el caballero estrecho del cuarto izquierda, que con-

suela su viudez al verla pasar y sueña esc{ndalos de intimidad en la noche lar-

ga<

GALA — ¡Orgías y yo qué sé!

ANA — No somos nadie.

GALA — No, casi nada.

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Silencio.

GALA — Tiene gracia, ¿verdad?

ANA — No, ninguna. Es muy triste.

GALA — ¿El qué?

ANA — (Piensa.) Nada. ¿Ves esa estrella?

GALA — ¿Cu{l?

ANA — Aquélla, la m{s pequeña de todas.

GALA — ¿La que est{ al lado de la grande?

ANA — Sí, esa que apenas se ve. (Silencio.) Es curioso. Si la miras mucho

rato, no ver{s m{s que a esa estrella. El resto del cielo se vuelve oscuro.

GALA — (Lo hace.) ¡Es cierto! ¿Por qué?

ANA — Porque esa estrella es mi madre. Est{ ahí desde que murió.

GALA — ¡Qué hermosa es!

ANA — ¡Tan pequeña!

GALA — (Silencio.) Ana, ¿cómo era tu madre?

ANA — Así, muy pequeña, muy discreta y muy callada. Tenías que fijarte

mucho en ella para darte cuenta de que estaba allí, detr{s de una cama conforta-

ble y limpia, de un desayuno caliente, recién hecho. Tenías que mirarla durante

mucho tiempo para comprender que lucía m{s que todas las otras, como esa

estrella.

GALA — ¿Y tu padre?

ANA — También murió.

GALA — ¿Y qué estrella es?

ANA — Bueno; no es una estrella exactamente.

GALA — ¿Entonces?

ANA — Es un cometa. Aparece, surca el cielo causando sensación y desa-

parece. Nunca se sabía cu{ndo se le podría ver otra vez.

GALA — ¡Ya!

ANA — (Silencio.) ¿Y los tuyos?

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GALA — ¿Mis qué?

ANA — Tus padres.

GALA — Yo no tengo de eso. No sé lo que es.

ANA — ¡Pobrecita!

GALA — (Tremenda.) Yo soy como una hoja caída de un {rbol en otoño.

ANA — (Igual.) Barrida.

GALA — Pisoteada.

ANA — Traída y llevada por el viento.

GALA — Al antojo del viento.

ANA — Mojada por la lluvia.

GALA — Helada por la nieve.

ANA — Fr{gil y temblorosa.

GALA — Como un gato recién nacido.

ANA — Abandonada y sucia.

GALA — Como un perro callejero.

ANA — Despreciada y despreciable.

GALA — Como una huérfana de padres.

ANA — Eso.

GALA — Como eso.

ANA — Aunque la beneficencia y la pública caridad digan lo contrario.

GALA — Aunque se esfuercen en demostrar a la sociedad que soy normal.

ANA — Que tienes padres.

GALA — Que no, que no los tengo. Que son ellos.

ANA — Aunque la verdad es que no los tienes.

GALA — Que no sé qué es el amor de una familia.

ANA — Que la noche va pasando.

GALA — (Asustada.) ¡Que llega el día!

ANA — El nuevo día.

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GALA — El amanecer.

ANA — Mirar{n tu cama.

GALA — Ver{n que no he dormido allí.

ANA — Y te buscar{n, Gala.

GALA — Sí, vendr{n a buscarme.

ANA — Te vestir{n de limpio.

GALA — No me dejar{n jugar m{s contigo.

ANA — ¡Claro que no!

GALA — No volveré a vivir la felicidad de una noche solitaria.

ANA — Todo ser{ amargura.

GALA — (Irritada.) ¡No quiero!

ANA — (Alarmada.) Gala, por favor<

GALA. — No quiero, Ana; no quiero.

ANA — ¡Gala!

GALA — No, no voy a callarme. ¡Que se enteren todos! Es su fuerza contra

mi libertad.

ANA — ¡C{llate, Gala!

GALA — ¡Es sólo un l{tigo contra mis sentimientos! ¿A quién le tengo

miedo? ¡Si ser{n estúpidos!

ANA — ¡Van a venir!

GALA — (Silencio.) ¿Quién?

ANA — No sé. Alguien va a venir.

GALA — ¿Alguien?

ANA — Sí, alguien que no querr{ dejarnos jugar.

GALA — Pero, ¿quién?

ANA — No lo sé. Pero si no te callas, van a venir.

GALA — ¡Por qué?

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ANA — Porque sí, Gala. Porque puedes pensar lo que quieras, pero que no

se enteren.

GALA — Pues no lo entiendo.

ANA — Porque no est{ bien, Gala. Así no llegaremos nunca a ser distin-

guidas.

GALA — ¿No?

ANA — No.

GALA — ¿Si gritamos lo que sentimos no seremos distinguidas?

ANA — Naturalmente que no. Hay que tener modales.

GALA — ¿Modales? A la mierda los modales. Esto es una cuestión de li-

bertad.

ANA — Est{ bien. Haz lo que quieras.

GALA — No hay quien te entienda. Mientras m{s grito, menos distinguida

soy pero m{s derecho tengo a decir lo que quiera. (Piensa.) ¡Qué cosas!

ANA — Adem{s, tienes que comprender que tus gritos no van a evitar que

vengan a buscarte los del reformatorio.

GALA — No es un reformatorio, es una casa de caridad.

ANA — (Perpleja.) Ah, ¿sí?

GALA — (Airada.) Ah, ¿no?

ANA — No lo sé.

GALA — (Piensa.) Yo tampoco, no me acuerdo.

ANA — Bueno, pues lo que sea. Gritando, no.

GALA — ¿No?

ANA — No.

GALA — ¿Entonces?

ANA — No sé. No se me ocurre nada.

GALA — Pues usa tu imaginación!

ANA — No tengo.

GALA — ¿Y qué hacemos?

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ANA — (Piensa.) ¡Ya sé! Nos haremos las muertas.

GALA — ¿Las muertas?

ANA — Sí.

GALA — ¿Y si no se lo creen?

ANA — Tienes razón. No había pensado en eso. (Silencio.) ¡Espera! (Busca

entre la basura. Coge una botella rota.) Nos mataremos. Así se lo creer{n.

GALA — ¡Genial!

ANA — Tú, primero. (Le ofrece la botella.)

GALA — ¿Yo?

ANA — ¡Claro!

GALA — Pues no lo veo tan claro.

ANA — Es a ti a quien buscan, ¿no?

GALA — (A regañadientes.) De acuerdo< Trae.

ANA — Toma. Yo no miro. (Mira al lado opuesto.)

GALA — (Estudia la botella rota. Silencio.) ¡Ana!

ANA — ¿Ya?

GALA — No.

ANA — ¿Y qué haces?

GALA — ¿Duele?

ANA — ¡Y yo qué sé!

GALA — (Resuelta.) Bueno, me da igual.

ANA — ¿Entonces?

GALA — Estoy rezando.

ANA — ¿Para qué?

GALA — No sé. Siempre se hace en estos casos, ¿no?

ANA — ¡Pero si tú no crees!

GALA — ¡Hombres! Así, en vivo, no. Pero ¿y si fuera verdad? Llego allí y

no sé qué decir.

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ANA — ¡Bah, pretextos!

GALA — (Ilusionada.) ¡No me estar{s llamando cobarde!

ANA — (Tajante.) ¡No!

GALA — Jo, entonces no me dejas nada a qué agarrarme. (Gesto de Ana, Si-

lencio.) Oye, Ana.

ANA — ¿Qué?

GALA — Estoy pensando una cosa.

ANA — Qué.

GALA — Es mejor que me des una botella entera, así me suicido m{s.

ANA — ¿Tú crees?

GALA — Claro. Con ésta, vieja y rota<

ANA — Lo mismo te infectas, ¿no?

GALA — ¡Eso!

ANA — Y si te infectas, lo mismo te mueres.

GALA — ¡Claro!

ANA — Y tú no quieres morirte.

GALA — No.

ANA — Sino suicidarte.

GALA — ¡Claro!

ANA — Bueno, ¿y qué diferencia hay?

GALA — Hombres, pues muy sencilla. Si me muero de una infección nadie

se entera.

ANA — ¿Y si te suicidas?

GALA — Saldré en los periódicos. Seré distinguida.

ANA — ¿Sabes qué pienso?

GALA — Qué.

ANA — Que sólo quieres llamar la atención.

GALA — ¡Claro! ¿Y qué te creías?

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ANA — Pensé que ya no querías vivir m{s.

GALA — ¿Yo? ¿Y de qué sirve suicidarse, si luego no puedes leer tu nom-

bre en los periódicos?

ANA — Tienes razón.

GALA — Desde luego que la tengo.

ANA — Adem{s, ¿por qué ibas a suicidarte?

GALA — ¡Eso! ¿Por qué?

ANA — Si no te matas por amor, por problemas financieros, por una des-

gracia, o porque te dé por ahí< Si nadie vendr{ a buscarte para encerrarte en un

hogar público< Si no eres huérfana<

GALA — ¿Para qué va a venir nadie a buscarme?

ANA — ¿Por qué vas a suicidarte?

GALA — ¡Por jugar!

ANA — ¡Eso! ¡Por jugar!

GALA — ¡Por jugar a matarme!

ANA — ¡Por jugar a los desesperados!

GALA — ¡Pobres!

ANA — Sí, pobres.

GALA — Sí.

Silencio.

ANA — Gala.

GALA — Dime.

ANA — Estoy pensando< ¿Cu{nta gente estar{ muriendo ahora? ¿Y an-

tes, mientras nosotras jug{bamos a morir?

GALA — No lo sé, ni me importa. Lo siento por los moribundos. Yo estoy

viva aún.

ANA — Sí, pero ¿cu{ntos?

GALA — No sé. Tres, diez< veinte, tal vez.

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ANA — ¿Qué hubieran dado ellos por jugar, sólo jugar, a que se morían?

GALA — ¿Y qué darías tú por no morir?

ANA — ¿Yo?

GALA — Sí, tú.

ANA — (Piensa.) Daría mi vida por ser inmortal. (Busca entre las botellas y

apura una casi acabada.)

GALA — ¿Tu vida por ser inmortal?

ANA — Es todo lo que tengo. (Bebe.) Empieza a refrescar, ¿quieres? (Le

ofrece la botella.)

GALA — No.

ANA — ¿Qué hora ser{?

GALA — No lo sé. Las cinco o un poco m{s. Quiz{ las cinco y media.

ANA — ¿Tan tarde ya?

GALA — (Gesto.) Se nos escapa la noche.

ANA — Bueno. Nada es eterno.

GALA — Ana, estoy triste<

ANA — ¿Por qué?

GALA — Porque esto se acaba.

ANA — No digas nunca eso, Gala. No digas nunca que la noche se acaba.

Es todo lo que tenemos.

GALA — Pero se acaba.

ANA — ¡C{llate, Gala! Aunque sea verdad, no lo digas.

GALA — Bueno, no lo digo. Pero se est{ acabando.

Silencio.

ANA — Oye, Gala.

GALA — ¿Qué?

ANA — ¿Tú crees que tengo presencia?

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GALA — ¿Presencia?

ANA — Sí.

GALA — ¿Buen aspecto, quieres decir?

ANA — Buen aspecto, buena figura<

GALA — Según para qué.

ANA — Para< para ser actriz, o cantante, o modelo<

GALA — (Silencio. La mira. Deja de mirarla. Niega con la cabeza.) ¡Sí!

ANA — ¡Ah, vaya! ¡De modo que no! (Gesto de Gala. Silencio. Tr{gica Ana.)

¡Oh! ¡Qué desgraciada soy! ¡Cu{nto desprecio hay en tu silencio! (Bebe.) ¡Cu{nta

ingenuidad en mis propósitos! ¡Cu{n poco me resta por hacer en esta!

GALA — ¿En esta?

ANA — Vida. Era por hacer un verso.

GALA — ¿Eres poeta?

ANA — ¡Claro! Todo el mundo es poeta. ¿Te apunto?

GALA — ¿Puedo?

ANA — ¡Claro!

GALA — ¿Y me llamar{n de la inmortalidad?

ANA — Sí, pero procura estar dispuesta. Ten en cuenta que la inmortali-

dad es limitada. Sólo caben los poetas y algún que otro literato. O sea, todo el

mundo. ¿Deduzco bien?

GALA — ¡Oh, eres maravillosa!

ANA — Ahora bien, si te interesa simplemente un lugar entre los satisfe-

chos...

GALA — ¡Sí!

ANA — Procura estar despierta, porque son muchos los llamados...

GALA — ¡Y pocos los elegidos!

ANA — Pocos los que no est{n sordos.

GALA — ¿Cómo que sordos?

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ANA — Sordos o borrachos... de fama, de vanidad. La vanidad, sobre todo,

emborracha y produce sordera... sordera humanitaria. Convierte a los hombres

en estatuas. La inmortalidad es un precioso jardín lleno de estatuas.

GALA — (Silencio. Preocupada.) Ana.

ANA — ¿Qué?

GALA — Tengo la impresión de que has bebido demasiado.

ANA — ¿Tú crees? Si hace m{s de media hora que empino esta botella y

est{ vacía desde el segundo trago. Aunque tienes razón. He bebido demasiado.

La vida me embriaga.

GALA — Ana.

ANA — ¿Qué?

GALA — ¿No tendr{s fiebre?

ANA — Sí. Me la producen el aburrimiento y el asco.

GALA — ¿Seguro que est{s bien?

ANA — Olvidada de Dios; pero bien, sí.

GALA — ¿Quieres que llame a un médico?

ANA — No, porque a estas horas lo mismo viene, ¿sabes?

GALA — Oye, Ana.

ANA — ¿Qué?

GALA — ¿Tú crees que llegaremos a ser distinguidas?

ANA — Me encantan los cambios de tema. (Silencio.) Me conformaría con

ser distinta, simplemente distinta.

GALA — Ya. (Silencio.) Ana.

ANA — (Estalla.) ¡Mierda, Gala, mierda!

GALA — (Con estruendo.) ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! (Aplaude.) ¡Muy bien!

¡Bravo!

ANA — (Con falsa modestia.) ¡Oh, no, por favor! ¡Ya es suficiente! ¡Ya vale!

¡Gracias, muchas gracias!

GALA — ¡Maravilloso! ¡Maravilloso! ¡Maravilloso! ¡Qué final! ¡Maravi-

lloso! ¿Cómo lo has conseguido?

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ANA — Bueno, mire usted, trabajando mucho, ante todo. Una buena... ac-

triz tiene que tener gancho, ¿entiende? Y esa frase, con la que he terminado,

realmente lo tiene.

GALA — ¿Sí?

ANA — Sí. Hoy la mierda es el final de casi todo. También de una obra de

teatro.

GALA — ¡Qué b{rbaro! ¡Qué genialidad! ¡Qué final! ¡Qué mierda!

ANA — ¿Lo ves?

GALA — Sí, ya veo. (Triste.) ¡Qué triste!

ANA — El mal gusto es agradecido, pero el verdadero arte es pobre.

GALA — Entiendo.

ANA — ¿De veras lo entiendes? Brindo por eso, muchacha. (Bebe.)

Silencio.

GALA — ¡Mira, un gato!

ANA — ¿Dónde?

GALA — ¡Ahí, en la basura!

ANA — ¡Ah! ya lo veo.

GALA — ¿Qué crees que estar{ haciendo?

ANA — Pero eso no es un gato, sino una comadreja.

GALA — ¿Y qué hace aquí una comadreja?

ANA — Bueno. Lo mismo que todas las comadrejas: averiguar, observar,

tomar nota y criticar después con las dem{s comadrejas.

GALA — ¿En la basura?

ANA — ¡Claro! Se puede saber mucho de la gente mirando su basura.

GALA — ¡Ah, sí; desde luego! ¡Mira! (Cotilla.) Un día est{bamos Rosa y yo

mirando en la basura por si encontr{bamos una< (Palabras ininteligibles y muy

seguidas. Tono.) Total, que miramos en una bolsa de basura y nos encontramos

unos zapatos como nuevos. ¡Una pena! Desde luego, hija, a la gente debe de

sobrarle el dinero, porque si no, no me lo explico. ¡Ya ves! Unos zapatos nuevi-

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tos. ¡Pues los habrían usado una vez o dos, pero como estaban pasados de mo-

da< pues hala, a tirarlos!

ANA — ¡Hija, por Dios! ¡Qué poca vergüenza! Habiendo tantos pobrecitos

necesitados por ahí. Desde luego, Dios le da a quien menos lo necesita<

GALA — Pues eso no es todo.

ANA — (Gesto exagerado de sorpresa.) ¿No?

GALA — (Chasquea la lengua.) Un día nos encontramos una caja vacía de

profil{cticos.

ANA — (Alarmada.) ¡Ay, Dios mío! ¡Qué esc{ndalo! ¡Una caja de profil{cti-

cos! ¡Anda, profil{cticos! Y< y eso< ¿qué es?, como una cosa de esas< de eso<

¡Vamos otra que se los habría puesto una vez, si acaso!

GALA — O algo peor, vete tú a saber.

ANA — (Cambiando.) ¿El qué?

GALA — ¿El qué, qué?

ANA — ¿Que el qué me voy a saber?

GALA — ¡Ah! Lo que hay en las bolsas restantes. A ver si encuentras m{s

vino.

ANA — Sigue refrescando, ¿eh? (Se levanta.)

GALA — Debe de faltar poco para que amanezca.

ANA — (Mirando al cielo.) Una hora m{s o menos. (Silencio.) Ya no hay m{s

vino. Todas las botellas est{n vacías.

GALA — ¿Ya no hay m{s vino, señora?

ANA — No, señora.

GALA — Ah, pero ¿lo ha habido alguna vez, señora?

ANA — Bueno, un resto.

GALA — ¡Un resto! ¡Qué miseria! Yo quiero vino en abundancia. Vino para

ti y para mí. ¿Lo hay?

ANA — No, sólo sobras.

GALA — ¡Entonces!

ANA — Nada, sólo sobras.

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GALA — ¡Sobras! ¡Ya! De alguna fiesta<

ANA — (Silencio. Suspicaz.) ¿A qué juegas, Gala?

GALA — A nada. A nada, Ana. Me importa muy poco el vino que se

guarda en botellas, ¿entiendes?

ANA — Pues< no.

GALA — Hablaba de ese licor que emborracha de alegría y de felicidad.

ANA — ¡Ah! La esperanza<

GALA — No, mucho m{s. La esperanza es anterior. Hablo de sentirte< Tú

lo has dicho antes< ¡Sentirte distinta!

ANA — ¿Poderosa?

GALA — Sin ambiciones o con ellas, pero poderosa.

ANA — ¿Emprendedora?

GALA — Sí, ese es el vino de que hablo. ¿Lo conoces?

ANA — Sí, pero es tan infrecuente<

GALA — Lo sé, lo sé. Pero ¿cómo se llama?

ANA — Dinero.

GALA — ¿Dinero?

ANA — Dinero. Lo dem{s es simple filosofía.

GALA — ¿Es cierto eso?

ANA — Eso sí; alguna vez, de vez en cuando. Lo otro se llama suerte, pero

no es un vino.

GALA — ¿No? ¿Entonces qué es?

ANA — Una esencia perfecta. Una perfecta coincidencia. Ver{s: un día es-

t{s sentada al lado de la estufa y llaman a la puerta, ¿y quién es?

GALA — El cobrador de la luz de la estufa. El romanticismo se rompe y<

ANA — ¡Claro! O la suerte; simplemente, la suerte.

GALA — Así es.

ANA — La suerte te mira, te sonríe y añade: Me voy, ya he trabajado bas-

tante por aquí.

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GALA — Vuelven a llamar y<

ANA — Otra vez el cobrador, con cara de estúpido, pregunt{ndote: Per-

done, ¿ha visto usted a la suerte por aquí? Quisiera pedirle un favor.

GALA — ¡He aquí los primeros!

ANA — Al rato, el panadero, la portera, el vecino, el tío de tu padre que

nunca te visitó< Pero otros no son así.

GALA — No, en efecto; otros, no.

ANA — Se admiran, se alegran, te felicitan y esperan recibir una llamada

parecida. No obstante, aún te saludan en el rellano de la escalera.

GALA — He aquí los segundos. Un grupo reducido, sin ninguna duda.

ANA — Pero todos vuelven a sus casas y se sientan al lado de la estufa,

esperando. Pasan los años. Se mueren< He visto infinidad de cad{veres sen-

tados junto a la estufa. Siguen aguardando a la suerte< Est{n amarillos de en-

vidia y esperan que te arruines. Te maldicen.

GALA — He aquí el gran grupo. Ellos son los terceros; los primeros. Los

terceros pero los primeros, digo. Yo me entiendo.

ANA — ¡Qué asco de vida! Si no hubieras tenido suerte, aún te quedarían

amigos de verdad; amigos sin interés.

GALA — (Resignada.) Pero todo no puede ser< (Silencio.)

ANA — No, claro que no.

GALA — No puede ser casi nada.

ANA — Exactamente. Ni suerte, ni verdadera amistad. El talento, la for-

tuna, el saber< Raya; total: la envidia y punto.

GALA — ¡Qué tristeza!

ANA — (Silencio.) Sí, ¡qué vamos a hacerle!

GALA — ¡Qué vamos a hacerle, sí!

Silencio.

ANA — ¿Qué hora ser{?

GALA — No sé. Las seis, m{s o menos.

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ANA — ¿Est{ amaneciendo?

GALA — Empieza a clarear.

ANA — Ahí est{ el día, el eterno día. La noche se acaba. Empezamos a

morir una vez m{s, Gala.

Silencio.

GALA — Ana.

ANA — Dime.

GALA — ¿No quieres jugar por última vez?

ANA — ¿Aún te quedan fuerzas?

GALA — Apenas, pero lo necesito.

ANA — ¿Que lo necesitas? ¿Que necesitas jugar ahora?

GALA — Sí, ahora; por última vez.

ANA — Est{ bien. ¿A qué quieres jugar?

GALA — (Silencio.) A ti y a mí.

ANA — ¿A ti y a mí?

GALA — A nosotras; a nosotras de verdad, sinceramente.

ANA — Es demasiado difícil, Gala.

GALA — Ya lo sé. Pero intentémoslo, Ana, por favor; vamos a intentarlo.

ANA — Es tan tarde ya<

GALA — Ana, por favor.

ANA — No podemos, Gala, cariño, no podemos. La noche se muere. He-

mos perdido el tiempo en unos tontos juegos de madrugada.

GALA — ¡Sólo un minuto, Ana, sólo un minuto! ¡Sólo un instante para ti y

para mí! El único de la noche.

ANA — ¿Nadie nos ve?

GALA — No, nadie. Vamos, Ana; no perdamos ni un segundo.

ANA — (Silencio largo.) Sí. (Silencio largo.)

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GALA — Pero ¿qué haces?

ANA — Dejo perder los segundos.

GALA — Pero ¿por qué?

ANA — Porque tú me lo has pedido.

GALA — ¿Yo?

ANA — Sí, tú. Tú me has pedido tiempo para borrar el recuerdo de una no-

che; las idas y venidas, la verdad y la mentira. ¿Vienes conmigo?

GALA — Sí, Ana, sí. Voy contigo.

ANA — Porque tú querías tiempo para matar la presencia fugaz de Abel.

GALA — ¿Sí?

ANA — Y ahora ya no existe.

GALA — ¿Y su recuerdo?

ANA — Tampoco.

GALA — Gracias, Ana, gracias. Sigue, por favor.

ANA — Me pediste tiempo para gritar: (Grita.) ¡Carlos, no eres m{s que

gran mentira vestida de ridículo gal{n!

GALA — ¡Sigue, no te detengas!

ANA — Me suplicaste que desinflara el cuerpo grueso de un viejo funcio-

nario, jefe de algo, con ridículo pijama de seda, y ahora ya no existe, ni existe la

m{quina de escribir, ni Emilia, ni la comadreja<

GALA — ¡Todo es mentira! ¡Todo es una gran mentira, la m{s grande de

todas las mentiras que nadie haya inventado jam{s! No existe Carlos, ni la co-

madreja, ni< ni Abel, ni tu enfermedad<

ANA — Gala, me duele; me duele mucho. Cada vez m{s.

GALA — No, Ana, no; ahora no. Tu enfermedad no existe, ni tampoco

Dios, ni los {ngeles del aleluya<

ANA — (Se retuerce. Le cuesta respirar. Gime.) ¡Me duele, Gala; me duele

mucho! ¡Me cuesta respirar!

GALA — No, Ana, por favor. No tienes derecho, no puedes jugar con la

muerte.

Page 45: Juegos de madrugada

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ANA — No< no puedo, Gala< ¡déjame llorar! (Llora.)

GALA — (Angustiada.) Ana, no te mueras.

ANA — Sonríe, Gala, sonríe.

GALA — (Sonrisa forzada.) ¡Ya estoy, Ana! ¡Mírame!

ANA — (Tendida en el suelo, los ojos en blanco. Imperceptible.) No< no pue-

do< pero noto tu sonrisa. No puedo verte< pero la noto<

GALA — (Llorando.) ¡Ana, por Dios! ¡Usa tu imaginación!

ANA — Sí, ¡Sí! ¡Te veo! ¡Ahora te veo<! ¡Ahora< por fin< te veo, Gala!

Gala< Gala< (Repite el nombre de su compañera cada vez m{s débilmente. Muere.)

GALA — (Llora. Silencio.) Me alegro. (Gime.) Celebro que puedas verme. (Se

tranquiliza, se levanta, se limpia la nariz con un pañuelo pequeño.) Y ahora, dime: ¿te

gustan los crisantemos? (Silencio.) Entonces, ¿tal vez las dalias? (Silencio.) ¡Vaya!

¿Así que quieres una corona? (Silencio.) ¡Y encima una cinta con dedicatoria!

¿Sabes cu{nto puede costar eso, hija? ¡Tú qué vas a saber, si est{s en el limbo!

(Silencio.) O m{s, posiblemente m{s. Ten en cuenta que todo sube. (Silencio.) In-

cluida tu alma, tienes razón. Pero ¿sabes qué te digo? (Silencio.) Que deberías

esperar un poco. Total, sólo son m{s de las siete< (Silencio.) Bueno, pero com-

prender{s que aunque no tengamos nada que hacer, tampoco vamos a estar aquí

todo el día. (Silencio.) ¿No dices nada? (Silencio.) Pues, hija, yo me voy. (Se levanta.

Va a salir.) Siento que te hayas muerto; me gustaría hacerte una última pregunta.

En fin< (Se va.)

ANA — (Incorpor{ndose.) ¡Gala, espérame!

GALA — (Volviendo.) ¿Nos vamos ya?

ANA — Sí, claro; ya nos vamos. Llegaremos tarde a cualquier sitio.

GALA — A este paso<

ANA — Oye, Gala,

GALA — ¿Qué?

ANA — ¿Cu{l es esa última pregunta que querías hacerme?

GALA — Pues< Bueno, déjalo; no tiene importancia. Seguro que era al-

guna tontería. Ni me acuerdo, ya ves.

ANA — V{monos.

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GALA — Sí, v{monos.

Van a salir las dos por la derecha. Se detienen en un movimiento

interrumpido. Cambio de Luces a sepia, como si volvieran a una

fotografía antigua.

LA VOZ DE GALA — Oye, Ana. ¿Tú crees que lo que estamos haciendo es

malo?

LA VOZ DE ANA — Mujer, sólo estamos jugando, y no me parece que ju-

gar sea tan malo. ¿Y a ti?

OSCURO