JUAN XXIII Y JUAN PABLO II: RUEGUEN POR NOSOTROS · compromiso de servir a la iglesia. Ser obispo...

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Semanario fundado por Mons. José Fagnano el 19 de enero de 1908 Edición del 4 de mayo de 2014 Año 107 - N°6.167 Representante Legal y Director: Mons. Bernardo Bastres Florence Editor: Pbro. Fredy Subiabre Matiacha [email protected] Impresión: Patagónica Publicaciones S.A. Diseño: Diego Colleir E. www.iglesiademagallanes.cl 106 años JUAN XXIII Y JUAN PABLO II: RUEGUEN POR NOSOTROS Homilía del Papa Francisco en su canonización “E n el centro de este do- mingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las lla- gas gloriosas de Cristo resucitado. Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían vis- to al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y enton- ces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodi- lló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28). Las llagas de Jesús son un escán- dalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han cu- rado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5). San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las he- ridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bon- dad de Dios, de su misericordia. Fueron sacerdotes, obispos y pa- pas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María. En estos dos hombres contempla- tivos de las llagas de Cristo y testi- gos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo re- sucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pas- cual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el ex- tremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos pa- pas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconoci- miento eterno. Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comuni- dad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esen- cia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad. Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II cola- DOS SANTOS PONTÍFICES boraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia se- gún su fisonomía originaria, la fiso- nomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convoca- toria del Concilio, San Juan XXIII de- mostró una delicada docilidad al Espí- ritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu. En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la fa- milia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subra- yarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sos- tiene. Que estos dos nuevos santos pasto- res del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre es- pera, siempre perdona, porque siem- pre ama”.

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El Amigo de la Familia / Punta Arenas, domingo 20 de mayo de 2010 1

Semanario fundado por Mons. José Fagnano el 19 de enero de 1908

Edición del 4 de mayo de 2014 Año 107 - N°6.167Representante Legal y Director: Mons. Bernardo Bastres FlorenceEditor: Pbro. Fredy Subiabre [email protected]ón:Patagónica Publicaciones S.A.Diseño: Diego Colleir E.www.iglesiademagallanes.cl 106

años

JUAN XXIII Y JUAN PABLO II: RUEGUEN POR NOSOTROS

Homilía del Papa Francisco en su canonización

“En el centro de este do-mingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a

la Divina Misericordia, están las lla-gas gloriosas de Cristo resucitado.Él ya las enseñó la primera vez que

se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían vis-to al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y enton-ces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodi-lló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escán-dalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han cu-rado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).San Juan XXIII y San Juan Pablo

II tuvieron el valor de mirar las he-ridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bon-dad de Dios, de su misericordia.Fueron sacerdotes, obispos y pa-

pas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia

de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.En estos dos hombres contempla-

tivos de las llagas de Cristo y testi-gos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo re-sucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pas-cual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el ex-tremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos pa-pas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconoci-miento eterno.Esta esperanza y esta alegría se

respiraban en la primera comuni-dad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esen-cia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.Y ésta es la imagen de la Iglesia

que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II cola-

DOS SANTOS PONTÍFICES

boraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia se-gún su fisonomía originaria, la fiso-nomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.

No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convoca-toria del Concilio, San Juan XXIII de-mostró una delicada docilidad al Espí-ritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la fa-milia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subra-yarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sos-tiene.

Que estos dos nuevos santos pasto-res del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre es-pera, siempre perdona, porque siem-pre ama”.

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2 El Amigo de la Familia / Punta Arenas, domingo 4 de mayo 2014

INFORME DEL 1%

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3El Amigo de la Familia / Punta Arenas, domingo 4 de mayo 2014

TESTIMONIOS

CUARENTA AÑOS DE EPISCOPADO DEL PADRE OBISPO TOMAS GONZALEZ MORALES

PARA QUE TODOS SEAN UNOEl 25 de marzo de 1974 don Tomás González recibió una inesperada noticia: el Papa Pablo VI lo había

designado obispo de Punta Arenas. Tenía 38 años.El 3 de abril de 1974 la noticia se hizo pública y en su primer mensaje a los magallánicos pidió ser lla-

mado “padre obispo”: quería serlo de todos y para todos.El 27 de abril de 1974 recibió la ordenación episcopal en la Iglesia de la Gratitud Nacional en Santiago.

Presidió la solemne celebración el cardenal arzobispo de Santiago Raúl Silva Henríquez quien dijo ese día palabras que iluminarían su camino de pastor.

El 13 de mayo del mismo año llegó a Punta Arenas y uno de sus primeros encuentros fue con los jóvenes, en quienes depositó su fe, su confianza y su esperanza.

EL EPISCOPADOFue algo que le sorprendió. No lo es-

peraba ni deseaba. Su anhelo era tra-bajar con los jóvenes y enseñar. Para eso se había preparado. Pero estaba la promesa de obediencia al Papa y su compromiso de servir a la iglesia. Ser obispo de Punta Arenas era un servi-cio que le pedía el Señor y, desde los primeros meses de 1974, Tomás Gon-zález Morales se entregó por completo como pastor de una diócesis que vi-vía tiempos difíciles.Como pidió en su primer men-

saje a los magallánicos, apenas conocerse su designación, qui-so y quiere ser el padre obispo de todos pues cada uno de sus más fervientes anhelos era lo-grar la reconciliación y al elegir su lema episcopal dio prueba de ello: “Que sean uno”. Al respecto reflexiona: “Son estas palabras las que Cristo nos dejó como testimonio suyo y son muy nece-sarias sobre todo para lograr la reconciliación de todos los chile-nos… Que sean uno fue el lema que elegí para mi consagración episcopal y muestra el camino que uno desea seguir en el servi-cio que el Señor nos pide”. Antes de su consagración como

obispo el padre Tomás hizo un retiro espiritual con los padres benedictinos, que recuerda: “En esos días pensé mucho en lo que significaba ser obispo de la igle-sia en Chile en un momento tan difícil, como era abril de 1974. Una de las cosas que veía más complejas era precisamente la división del pueblo chileno. Ha-bía mucho sufrimiento, me había tocado ver el asesinato del padre Gerardo Poblete, un hermano sacerdote al que quería mucho porque había sido su formador; había visto en los puentes del Río Mapocho cadáveres, a los cuales les di la santa unción. Había visto en la misma universidad donde hacía clases, tanta división entre jóvenes partidarios del régimen que se iniciaba y jóvenes que tenían grandes sufrimientos, ya sea porque habían sido concul-cados sus ideales o tenían fa-miliares desaparecidos, presos, torturados”.Sabía también que lo mandaban

de obispo a un lugar que era una fortaleza militar con muchos pre-sos políticos especialmente en la Isla Dawson. “Realmente pen-sé mucho, leí mucho la Palabra de Dios, pidiéndole al Señor me

inspirara un camino para lograr la unidad. Leí varias veces el ca-pítulo 17 de San Juan donde el Señor ofrece su vida al Padre precisamente para que sean uno. Sabía lo que significaba eso. Por una parte, había que ser todo para todos sin distinción pero sin claudicar la verdad, lo cual segu-ramente a pesar de mis buenas intenciones, iba a provocarme grandes problemas. El Señor Je-sús también me decía en algunos de los pasajes que meditaba que él había venido a poner la guerra y no la paz, que se iban a enfren-tar por las palabras suyas her-manos contra hermanos, padres contra hijos, hijos contra padres. Esto me recordaba que la Palabra del Señor produce situaciones de gran conflictividad. Asumí todo esto con plena conciencia e hice una especie de voto al Señor de no ser conflictivo sino de ser leal con él y con mis hermanos; tener una gran capacidad de perdón, buscar el encuentro entre todos, cosa que he tratado de hacer en mi vida de obispo”.

(Fuente: Pilar Espinosa Ribas, El camino de la Iglesia en Magalla-nes, Punta Arenas Julio de 1992).

Durante la consagración se impone al obispo el libro de los evangelios. El acólito que está a su lado el seminarista Bernardo Bastres, su sucesor en la diócesis.

8° ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN EPISCOPAL DEL PADRE OBISPO BERNARDO

El martes 22 de abril, el padre obispo Ber-nardo presidió la eucaristía en la que junto a toda la comunidad diocesana celebró el 8° aniversario de su ordenación episcopal en la Iglesia Catedral. En su homilía invitó a la comunidad a enfrentar cuatro desafíos como iglesia, a saber: Dar a conocer a Je-sús con alegría que nace del Evangelio; Darle vida y sentido de alegría a nuestras liturgias con gestos relevantes; Empezar a conocernos por nombre con los hermanos de la comunidad y preocuparnos por co-

nocer y entender el mundo y la cultura de los jóvenes para evangelizarlo. Al finalizar la celebración la sra. Miriam Rodríguez de la Comunidad Parroquial Nuestra Señora del Carmen de Puerto Williams entregó en nombre de todos una cruz pectoral talla-da en lenga con la imagen del Buen Pas-tor. El padre obispo aprovechó la ocasión para agradecer el servicio generoso como coordinadora de doña Miriam en la comu-nidad de Puerto Williams y que se traslada al norte del país.

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“Tradición familiar al servicio de Magallanes”

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¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

La fe no es algo que se puede vivir aparte de la vida. La fe es un encuentro con Cristo, que se produce en el camino cotidiano de nuestra existencia. El Señor nos ayuda a hacer de nuestros pasos una historia de salvación.Cristo murió, pero vive como nuestro Señor resucitado. Éste es el fundamento de nuestra fe (PRIMERA LECTURA). Dios es nuestro Padre; él envió a su hijo para salvarnos por su muerte y resurrección. Esto da sentido a nuestras vidas (SEGUNDA LECTURA). Este es el momento de abrir los ojos y reconocer a Cristo en nuestro camino (EVANGELIO).

Lecturas de La semana

AGENDA DEL PASTOR

PRIMERA LECTURA: Hechos 2,14.22-33El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los once, levantó la voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusa-lén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizan-do por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos co-nocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angus-tias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: ‘Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia’. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”.PALABRA DE DIOS

SALMO 15,1-2.5.7-11

R. SEÑOR, ME HARÁS CONOCER EL CAMINO DE LA VIDAProtégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Se-ñor, tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! R.

Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado,

nunca vacilaré. R.Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.

SEGUNDA LECTURA: 1 Pedro 1,17-21Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a aquél que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que “fueron rescatados” de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resuci-tado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.PALABRA DE DIOS

EVANGELIO: Lucas 24,13-35El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras con-versaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminan-do con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referen-te a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros su-mos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no

¿Dónde están nuestros albergues de Emaús dónde podemos compartir en verdad?

Lunes 05: Juan 6,22-29

Martes 06: Juan 6,30-35

Miércoles 07: Juan 6,35-40

Jueves 08: Juan 6,44-51

Viernes 09: Juan 6,51-59

Sábado 03: Juan 6,60-69

Lunes 05 – Viernes 09: Participa en la Asamblea Plenaria de Obispos en Punta de Tralca.

Sábado 10: Participa de la Ordenación episcopal de los obispos auxiliares de Santiago Mons. Fernando Ramos y Mons. Galo Fernández.

Lunes 12 - Jueves 15: Participa en Jornada de Comunicaciones para Conferencias Episcopales con Mons. Claudio María Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales en Buenos Aires.

hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían apa-recido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres ha-bían dicho. Pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

PALABRA DEL SEÑOR