Juan Strassburguer | El secreto

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Juan Manuel Strassburger el secreto difusiona/ terna ediciones

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Juan ManuelStrassburger

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juan manuel strassburgerel secreto, buenos aires, 2013

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Juan Manuel Strassburger

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El secreto

dice dale, ¿venís?, y yo no sé si quiero, aunque en realidad sí quiero, por supuesto que quiero, me muero de ganas de ir, voy a hacer cualquier cosa por no perderme lo de esta noche, aunque me cueste buscarla y contarle todo, no guardarme más este se-creto, para olvidarlo, para matarlo, pero claro, primero hay que comprar una coca, o una sprite, pero mejor una coca que es lo que casi todos llevan, coca, no pepsi, las chicas se ocupan de las papas fritas o los chicitos y nosotros de las gaseosas, pero antes también llamarlo a matías, che al final voy, sí, me dieron ganas de golpe, tenés razón, sino me voy a preguntar toda la noche cómo habrá sido, quiénes fueron, qué vestido se puso ella, te paso a buscar tipo nueve, ¿sí?, bueno, dale, sí, quedamos así, y entonces lo paso a buscar y llegamos y es una casa vieja, de esas que ahora no sé si hay, con habitaciones grandes, sillas a los costados de la pared y canciones que suenan fuerte, todas divertidas, todas tontas, todas hermosas, un poco de rick astley, algo de madonna, los pericos, little respect de erasure, just can’t get enough de depeche mode, y también los cadillacs, mucho cadillacs, los diez temas del yo te avisé más algunos del ritmo mundial, casi todas rápidas, casi todas hablando a cada uno de nosotros, a nuestras

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aventuras de once y doce años, bailar sin saber, bailar con ver-güenza, desprolijos, bailar como tontos felices pero al final bai-lar contentos, tropezándonos, demasiado temerosos de nuestra propia torpeza como para fijarnos en la torpeza del otro y así se hacen las once, las doce, los vasitos de plástico ya están sucios, no queda nada de comer y entonces matías me llama a un rincón y me dice ¿y?, ¿para cuándo?, hoy se lo decís, ¿no?, ¿cómo que no sabés?, dale, es ahora o nunca, vienen los lentos, ella siempre deja que la saques, para mí que le gustás, y ahí ponen la canción, nuestra canción, the eternal flame, que tantas veces bailamos en silencio, cuando no te miraba a los ojos porque si lo hacía te enterabas del secreto y bailábamos despacio, en cada fiesta más cerca, la última vez más cerca que nunca, con miedo, con una alegría silenciosa, los ojos clavados en la pared porque prefería-mos mirarnos así, desde la pared, recordar desde ahí todas las charlas de los recreos, desde tercero en adelante, porque desde tercero que te conozco ¿y sabes qué?, desde esa época me gustás, sí, me encantó que entraras al grado, que fueras la más nueva, la más misteriosa, tan tímida vos, tan bonita, que justo la maestra te hiciera sentar adelante mío, eso fue lo que más me gustó, es-tabas tan cerca que para mí era como si ya fueses mi novia, en serio, ya desde el principio supe que nos llevaríamos bien, vos mi mejor amiga, yo tu mejor amigo, por eso ni me sorprendió que en ese primer recreo te acercaras despacio, que fueras vos la que se acercara, vos, la nueva, no yo, y me dijeras estoy triste, yo no quería cambiar de colegio, mis papás me obligaron, estoy muy triste, y estabas tan linda cuando me hablabas que no supe qué decir, solo te di la mano y te invité a jugar al poliladron, allá en el fondo del patio, sí, allá, ¿ves?, donde están todos, les va a

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parecer bien que vengas, dale, yo te invito, ¿sí?, bueno, sí, si vos me invitás sí, ¿cómo te llamas?, oliverio, ¿y

vos?, gimena, ¿jimena?, no, con jota no, con equis tampoco, gi-mena con ge, y desde entonces no hubo recreo en que no hablá-ramos por algo, por cualquier cosa, tonterías, cosas de chicos, los chicos más felices del mundo, no había nada que vos no me contaras, no había nada que yo no te contara salvo el secreto, y es que era tan lindo cuando hablabas, tan lindo cuando me contabas algo que yo me quedaba mudo, aprovechaba que tenías la mirada perdida en algún rincón del patio para quedarme con tus ojos para siempre, o cuando sonaba el timbre, ¿te acordás?, y nos encontrábamos en la fila del quiosco para hablar clandestina-mente entre el lío de los otros chicos apurados por no perderse el recreo, a nosotros no nos importaba tanto, esperábamos a un costado y después compartíamos nuestros diez minutos de alfa-jores jorgito, dulces mogul, y pastillas la yapa, ¿y si matías tiene razón?, ¿y si en realidad le gusto?, pasan the eternal flame, la que bailamos tantas veces, sus brazos sobre mis hombros, mis brazos en su espalda y la cintura, close your eyes, give me your hand, darling, do you feel this heart beating?, y ahí está, sentada en un rincón, como esperando, ¿por qué no me sacaste a bailar toda-vía?, parece enojada pero enseguida sonríe como sonríe siempre, ¿sabías que te extrañé mucho?, sí, yo también, y ahora sonreímos los dos, me acerco, me arrodillo y le digo al oído que antes de sacarla a bailar mejor le cuento un secreto, y no sé cómo es que por fin me animo pero este secreto va a ser hermoso cuando deje de serlo, ¿en serio?, ¿en serio me vas a contar un secreto?, y me mira sorprendida, yo también tengo un secreto, ¿sí?, y yo me sorprendo también ¿ves?, qué lindo, nos entendemos tanto

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que hasta nos contamos los secretos al mismo tiempo, ¿quién empieza?, vos, no vos, no, dale, vos, no, vos primera, es que no me animo, yo tampoco, ¿y si no decimos nada y listo?, no, no, empiezo yo entonces, bueno, vos primera, y hace silencio unos segundos, mira al suelo, tiene vergüenza, pero no tanta como yo y entonces sigue la canción, do you understand?, do you feel the same?, or i’m only dreaming? y ella dice oliverio... pero se detiene unos segundos, ¿sí?, vos que sos muy amigo de matías, ¿no sabés si gusta de alguien?, no..., no sé, creo que no, y de repente me siento débil, tengo frío, tengo miedo de lo que está por decir, no digas nada, no, por favor, no lo digas, es que matías me gusta, ¿sabés?, nunca me animé a decírselo, nunca se lo dije a nadie, por ahí podés hablarle, contarle de mí, ¿si?, y ahora me duele el estómago, tengo frío, tantas ganas de estar en mi casa, de no haber venido nunca que le digo sí, gimena, vas a ver que todo va a salir bien, si sos relinda, si sos la más linda de todas, no seas malo, decís eso porque sos mi mejor amigo, pero yo sé que en el grado hay chicas más lindas, lo dicen todos, sí, lo dicen todos, pienso, todos menos yo, ¿por qué es tan difícil mentir?, ¿por qué es tan fácil?, y cuando alguien nos avisa que vienen a buscarla, se levanta, me da un beso en la mejilla y dice al final no pudiste contarme tu secreto, me lo contás el domingo entonces, claro, como hacemos siempre, como todos los domingos que hablamos para ver qué tarea quedó para el lunes, chau, chau y se va hacia el auto de su papá, sola, sin su secreto, sin el mío, los ojos en el piso, la cabeza apoyada sin fuerza sobre el respaldo de la silla, no sé lo que digo, no sé lo que pienso, no sé qué siento hasta que viene matías y pregunta ¿y, oliverio?, ¿le contaste al final?, ¿le dijiste?, y yo me quedo callado, ¿y si no le digo nada? ¿y

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si le miento a él también?, pero al final le digo no, mejor que eso, mucho mejor que eso, no sabés lo que pasó, no sabés el secreto que tengo para contarte, mis palabras son emocionantes pero mi voz es triste, ¿ella un secreto? ¿cuál?, y me mira sorprendido, no entiende nada, no sabe nada, y pensándolo bien, yo tampoco sé nada porque necesito olvidarla, necesito olvidarme, matar el secreto que al final no le cuento en esa fiesta, ni en la siguiente, ni después cuando terminamos la primaria y dejamos de vernos, el mismo secreto que ahora me despierta y me hace débil, llorar contra la almohada, cada vez que te recuerdo, desde entonces, por siempre, jamás.

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Nuestro escondite secreto

Era casi siempre igual, Damián lo mandaba a contar a Nico y con Rocío nos escondíamos detrás de la chimenea. Como casi nunca nos podían encontrar jugábamos hasta que se hacía de no-che o hasta que los grandes nos llamaban para volver. La pasába-mos bien y nos divertíamos un montón. Pero desde la semana pasada, cuando Nico le dijo que no a Damián, las cosas ya no son como antes. Seguimos jugando y todo, pero ahora, cuando nos acercamos y le preguntamos a Rocío ¿venís? ¿no querés jugar?, ella mira a un costado y no dice nada. Dale, Ro, como antes, le digo. Pero se sienta a un costado y dice hoy no, Martín, por ahí mañana.

Siempre empezábamos a eso de las siete, siete y media, cuan-do los grandes volvían de remar y se sentaban en el quincho a tomar mate. Damián nos llamaba a todos y cantaba las reglas: no vale contar en seguida, ni de dos en dos, se pica en la chimenea, y sólo el último puede picar para todos. Como la mayoría ya había salido para volver a casa, no había mucha gente en el club. Pero por suerte Papá y los otros decían que era mejor quedarse un rato más tomando mate y recién salir cuando ya no hubiera tan-tos coches en la Panamericana. Solo nos quedaba elegir dónde

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escondernos de acuerdo a quién contara, porque era casi siem-pre Nico, pero no siempre. O sea: entre los autos, debajo del puentecito de madera o detrás del galpón, porque hay lugares que el que cuenta todavía no conoce.

Siempre fue así. Hasta la semana pasada, que los demás ya se estaban escondiendo, yo tenía elegido el lugar y todo, pero Nico nos paró y dijo: yo no cuento. Despacito y mirando para abajo, la espalda contra la chimenea, pero lo dijo. Yo no cuento, Damián, que cuente otro. Todos nos reímos. Era la primera vez que Nico se negaba a algo que le ordenaban. Por eso, segura-mente, Damián fue hasta la chimenea y lo agarró del cuello: ¿qué dijiste? ¿cómo que no vas a contar? Ahora, por hacerte el idiota, vas a contar tres veces seguidas, ¿me entendiste?, y volvió con nosotros. Pero Nico insistió: no cuento, que cuente otro, repitió. Y ahí sí, Damián lo agarró del abrazo, lo tiró al piso y le empezó a gritar. Todos nos quedamos quietos, callados, hasta que Rocío lo frenó a Damián y le pidió que lo dejara tranquilo, que así no era divertido jugar. Rocío tiene razón, agregué yo, no vale que Nico cuente siempre, hoy te toca a vos. En ese momento todos me miraron y yo pensé: ¡por qué dije esto! ¡por qué me metí! Pero después pensé: por ahí porque es aburrido que Nico cuente siempre. Por ahí por Rocío.

Lo que resolvió Damián, igual, nos sorprendió a todos: está bien, cuento yo, aceptó. Pero si los llego a encontrar, ustedes dos no juegan más. Y ahí sí, sin decir y pensar más, salimos di-recto a escondernos. Por más que sabíamos bien que Damián conocía todos los lugares y que era imposible ganarle. Por eso, mientras Damián todavía contaba, aproveché para decirle a Ro-cío: yo sé dónde no nos van a encontrar nunca, vení conmigo.

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¿En serio? ¿dónde?, me preguntó, los ojos grandes. En el muelle de La Punta, le contesté, y le agarré la mano y fuimos.

La Punta queda al fondo del club. Es la parte que bordea el río, a la salida del canal que la gente usa para amarrar sus barcos, del otro lado de donde jugamos siempre, pasando el galpón, el estacionamiento y la cancha de fútbol. De día los grandes van a tomar sol en una playita artificial que mandaron a hacer. Papá a veces vuelve de remar y en vez de ir directo a devolver el bote, entra a la playita y se queda un rato charlando con sus amigos. Eso pasa de día, porque después los grandes dicen que se hizo tarde y se van al quincho a tomar mate. Por eso la vez que Nico le dijo a Damián que no, le propuse a Rocío de ir para allá.

¿Habías venido acá a la noche?, le pregunté cuando llegamos. No, nunca, dijo ella, y nos sentamos en la escalera del muelle, uno al lado del otro, en los últimos escalones antes de tocar el agua, mirando hacia una casa de madera que hay enfrente, del otro lado del río.

Nosotros siempre usamos el muelle para tirarnos. Hacemos fila detrás de Damián, tomamos impulso y saltamos. A la mamá de Nico no le gusta nada que juguemos a eso. Pasan muchas lanchas colectivas, dice, un día vamos a tener un accidente, y así Nico es el único que no se tira. Después, cuando baja un poco el sol, vamos a jugar al fútbol, aunque de las chicas la única que jue-ga es Rocío. Damián dice que la deja porque en el club no somos muchos y a mí me encanta que juegue para mi equipo, porque no juega mal y porque de todas las chicas es la que más me gusta. No es que sea muy linda ni nada, pero me gusta porque a veces nos entendemos sin hablar, como cuando los grandes hicieron una fiesta en el quincho y nosotros nos quedamos mirando en el

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costado cómo bailaban, y yo fui y le dije al disc-jockey que pusie-ra una canción que antes pasaban en la radio. Al rato vino Rocío y me dijo qué bueno que pediste esta canción, hace un montón que la quería escuchar, y nos reímos. A veces, cuando volvemos de jugar al fútbol o a la escondida y nos sentábamos cerca de la chimenea a tomar algo, Rocío es de las que más habla. Por ahí las otras chicas se quedan calladas cuando comentamos el partido, pero ella siempre dice cosas que nos divierten a todos.

Esa noche que fuimos para La Punta, estuvimos mucho rato callados. Rocío estaba seria y yo pensé que por ahí se había arre-pentido de defenderlo a Nico o de habernos escondido ahí. No pasaba ninguna lancha colectiva y solo se sentían los grillos y el ruido de las olas al llegar a la playita. Estábamos sentados miran-do el río y desde ahí podíamos ver la casa de madera. Nos habían dicho que ahí vivía gente, pero nosotros nunca veíamos a nadie. ¿Estás mirando la casa?, le pregunté. Sí, dijo. Un día tenemos que cruzar a ver si es verdad que está abandonada, le dije. Alquilamos un bote y listo. ¿Nos dejarán?, preguntó. No sé, pero si ya nos animamos a venir acá de noche, podemos, ¿no? Ella me miró y sonrió, pero enseguida se puso seria otra vez.

Martín, ¿te puedo preguntar una cosa?, dijo, mientras miraba para abajo y con la punta de la zapatilla tocaba el agua. ¿Cómo hacen tus papás para llevarse bien? Porque acá en el club se van a remar juntos y nunca discuten por nada ¿en tu casa también? Ahí no supe qué decirle, Papá me había comentado que los padres de Rocío estaban por separarse, pero nunca habíamos hablado de eso.

No, dije, a veces discuten. Y le conté que los días como ese día, que volvemos tarde del club, Papá protesta porque en casa no hay nada de comer. Para qué gastamos tanto en el supermer-

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cado, le dice a Mamá, si después no se puede cocinar nada. Mamá se enoja y dice que vayamos a comer afuera, yo les digo que no importa, que no tengo hambre, pero Papá me dice que lo acom-pañe. Vamos a comprar comida hecha, dice, y vamos.

En ese momento Rocío dejó de mirar el agua y me miró: ¿En serio? En serio, le dije yo. Y si no me creés, el domingo que vie-ne te volvés con nosotros y te invito a comer. Bueno, pero si tu mamá me llega a preguntar qué quiero, yo le digo que solamente comida hecha, ¿dale? Dale, dije. Y nos reímos los dos. Después hablamos de otras cosas y como hacía frío le pregunté si quería que le prestara el buzo que tenía puesto y me dijo que sí.

No sé cuánto tiempo estuvimos en el muelle pero fue mucho. Quedamos en que La Punta iba a ser nuestro escondite secreto, que podíamos ir todas las veces que quisiéramos, solo nosotros dos. La pasé muy bien, le dije antes de volver. Yo también, me contestó, nunca había hablado así con nadie.

A la vuelta, primero pasamos la cancha de fútbol y después el estacionamiento. Había pocos coches. Me fijé si estaba el de los padres de Damián, pero no lo vi. Estaba buscando el nuestro cuando Rocío me agarró del brazo. ¿Ese no es el papá de Nico?, me preguntó, y señaló uno de los barcos amarrados en el canal. Sí, dije, pero no sé por qué sale de tu barco, seguro que nos están buscando. Ay no, volvamos al quincho antes de que nos reten. Y eso estábamos por hacer cuando de repente vimos a su mamá salir del mismo barco y, enseguida, al papá de Nico, que la ayudaba a bajar a la costa y después la abrazaba. Nos quedamos un rato mirando mientras se iban y recién des-pués de un rato seguimos para el quincho.

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Cuando llegamos nadie nos retó ni nada, todavía todos toma-ban mate. La mamá de Rocío también ya había llegado y charlaba con Mamá sobre el colegio. El papá de Nico estaba en la otra punta de la mesa. Papá se levantó y dijo: vamos que ya es tarde. El papá de Rocío se rió: vos sí que tenés suerte, nosotros no nos vamos hasta que mi mujer no decide, ¿cierto, querida?, y miró hacia donde estaba la mamá de Rocío, que seguía hablando con Mamá. ¿Cierto querida?, repitió, pero sin que ella reaccionara. Mamá, intervino Rocío, ¡Papá te está hablando! ¿Cómo? ¿Qué pasa?, contestó al final, mientras Papá y Mamá ya recogían sus cosas y se despedían de todos. En cinco minutos te pasamos a buscar, me avisaron, y con Rocío aprovechamos para sentarnos en una de las mesas que está contra la ventana y esperarlos ahí.

En eso, Nico entró corriendo hasta donde estábamos noso-tros y nos dijo: ¡Ganaron, chicos! ¡Ganaron! ¡Damián se rindió! La noticia era increíble, pero vi que Rocío no se alegraba, sólo miraba para donde estaban sentados los grandes. Última ronda, decía en ese momento su papá mientras pasaba el mate.

¿Qué pasa?, le pregunté, ¿no te gusta que ganamos? Sí, no es eso, me contestó. Y nos quedamos callados. Estaba seria, con la misma cara triste que tenía un rato antes. Por ahí no nos convie-ne volver a jugar, ni volver a La Punta, me dijo, la voz bajita. Yo estaba por contestarle algo, pero entonces apareció Papá, que me hizo luces desde el coche. Ella se levantó y me devolvió el buzo: gracias por prestarme, de verdad. Me abrigo mucho. De nada, le dije yo, te lo presto cuando quieras. Pero ya se estaba yendo y no llegó a escucharme.

Desde entonces, las cosas ya no son como antes. Seguimos jugando a las escondidas y todo, pero ahora, cuando nos acerca-

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mos y le preguntamos ¿venís? ¿no querés jugar?, ella mira a un costado y no dice nada. Dale, Ro, como antes, le digo. Pero se sienta a un costado y dice hoy no, Martín, por ahí mañana.

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