Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    Primer Congreso Nacional de FilosofaMendoza Argentina 30 marzo / 9 abril 1949

    Conferencia del seor Presidente de la Nacin Juan Domingo Pern

    En diciembre de 1947 la Universidad Nacional de

    Cuyo (Mendoza, Argentina) convoc el Primer

    Congreso Argentino de Filosofa, con participa-

    cin de todos los pases hispanohablantes. Pero

    el 20 de abril de 1948 el Poder Ejecutivo decretla nacionalizacin del Congreso, otorgndole

    carcter nacional. El Presidente de la Nacin Ar-

    gentina, general Juan Domingo Pern (1895-

    1974), dispuso que el Congreso pasara a denomi-

    narse Primer Congreso Nacional de Filosofa, y el

    Estado puso a disposicin de los organizadores

    hasta trescientos mil pesos moneda nacional. El

    decreto de nacionalizacin, firmado por Pern,

    fue refrendado con su firma por el Ministro de

    Justicia (Belisario Gache Pirn) y por el Ministro

    de Educacin (Oscar Ivanissevich). El Congreso secelebr en Mendoza entre el mircoles 30 de

    marzo y el sbado 9 de abril de 1949. El propio

    Pern intervino con una larga conferencia pro-

    nunciada como cierre durante la sesin de clausura, ceremonia celebrada en el Teatro Inde-

    pendencia de Mendoza en la tarde del sbado 9 de abril de 1949, con la presencia de Mara

    Eva Duarte de Pern, todos los Ministros que integraban el Gabinete Nacional, los Rectores de

    las Universidades argentinas, otras autoridades y los congresistas. Pern ofreci en esa inter-

    vencin, plena de referencias histrico-filosficas, las principales posiciones ideolgicas del

    justicialismo. Este texto sera difundido profusamente durante los aos cincuenta en forma de

    un libro titulado La comunidad organizada.

    Sesin de Clausura

    La Sesin de clausura del Congreso tuvo lugar en el Teatro Independencia el 9 de abril de 1949,

    a las 18, contando con la presencia del Excmo. Seor Presidente de la Nacin General Juan D.

    Pern, su seora esposa Doa Mara Eva Duarte de Pern, el Excmo. Seor Vicepresidente de

    la Nacin, todos los Ministros que integran el Gabinete Nacional, los Seores Gobernadores de

    las Provincias de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis), Rectores de las Universidades Naciona-

    les, altas autoridades militares, eclesisticas y civiles,

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    Conferencia del seor Presidente de la Nacin Juan Domingo Pern

    Deseo, seores, que al pisar esta tierra os hayis sentido un poco argentinos y con ello nos

    habris hecho un gran honor y brindado una inmensa satisfaccin.

    Para el corazn argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero, si viene animado del deseo

    de sentirse hermano nuestro. Ese corazn y esa hermandad es lo que os ofrecemos como ms

    sincero y como ms precioso.

    Que os sintis en vuestra casa ser nuestro orgullo. En ella nadie os preguntar quin sois y os

    ofrecer, con el pan y la sal de la amistad, esta heredad de nuestros mayores, que queremos

    honrar como la honraron ellos.

    Seores Congresales:

    Alejandro, el ms grande general, tuvo por maestro a Aristteles. Siempre he pensado enton-

    ces que mi oficio tena algo que ver con la filosofa.

    El destino me ha convertido en hombre pblico. En este nuevo oficio, agradezco cuanto nos ha

    sido posible incursionar en el campo de la filosofa.

    Nuestra accin de gobierno no representa un partido poltico, sino un gran movimiento nacio-

    nal, con una doctrina propia, nueva en el campo poltico mundial.

    He querido entonces ofrecer a los seores que nos honran con su visita, una idea sinttica de

    base filosfica, sobre lo que representa sociolgicamente nuestra tercera posicin.

    No tendra jams la pretensin de hacer filosofa pura, frente a los maestros del mundo en tal

    disciplina cientfica. Pero, cuanto he de afirmar, se encuentra en la Repblica en plena realiza-

    cin. La dificultad del hombre de Estado responsable, consiste casualmente en que est obli-

    gado a realizar cuanto afirma.

    Por eso, seores, en mi disertacin no ataco a otros sistemas, sealo solamente opiniones

    propias hoy compartidas por una inmensa mayora de nuestro pueblo e incorporadas a la

    Constitucin de la Nacin Argentina.

    El movimiento nacional argentino, que llamamos justicialismo en su concepcin integral, tiene

    una doctrina nacional que encarna los grandes principios tericos de que os hablar en segui-

    da y constituye a la vez la escala de realizaciones, hoy ya felizmente cumplidas en la comuni-

    dad argentina.

    He querido exponer personalmente ante los seores congresales tales concepciones, en la

    seguridad de que las interpretarn como un esfuerzo personal de contribucin a este Congre-

    so, y en el deseo de expresar personalmente tambin a nuestros gratos huspedes toda nues-

    tra consideracin y todo nuestro afecto.

    ndice sumario

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    El hombre y la sociedad se enfrentan con la ms profunda crisis de valores que registra su evo-

    lucin

    Est en nuestro nimo la absoluta conciencia del momento trascendental que vivimos. Si la

    Historia de la humanidad es una limitada serie de instantes decisivos, no cabe duda de que,gran parte de lo que en el futuro se decida a ser, depender de los hechos que estamos pre-

    senciando. No puede existir a este respecto divorcio alguno entre el pensamiento y la accin,

    mientras la sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de valores ms profunda acaso de

    cuantas su evolucin ha registrado.

    Las conclusiones de los congresos ltimamente celebrados en el mundo prueban en cierto

    modo la universalidad de esta persuasin. El Congreso Internacional de Roma de 1946, el III

    Congreso de las Sociedades de Filosofa de Lengua Francesa de Bruselas en 1947, el de Edim-

    burgo de 1948 y el de Amsterdam, evidencian que la inquietud intelectual ha llegado a un

    momento activo.

    Es posible que la accin del pensamiento haya perdido en los ltimos tiempos contacto directo

    con las realidades de la vida de los pueblos. Tambin es posible que el cultivo de las grandes

    verdades, la persecucin infatigable de las razones ltimas, hayan convertido a una ciencia

    abstracta y docente por su naturaleza en un virtuosismo tcnico, con el consiguiente distan-

    ciamiento de las perspectivas en que el hombre suele desenvolverse.

    Acaso sobre el gran fondo filosfico que es la verdad, haya prevalecido una cuestin de ten-

    dencias, ajenas al ansia de conocimiento a cuya satisfaccin debera consagrarse toda fuerza

    creadora. En ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia debida, surgen

    las pequeas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto.

    El hombre puede desafiar cualquier mudanza si se halla armado de una slida verdad

    Los problemas sustantivos no han sido resueltos en el tiempo, tal vez porque existe un pro-

    blema y una verdad demostrable para cada generacin. Quiz, para cada generacin sean

    siempre los mismos tal problema y tal verdad.

    Los griegos de Scrates se formulaban grandes preguntas: el ser, el principio, la virtud, la belle-

    za, la finalidad, y trataron de formular debidamente sus tablas de Moral y sus principios de

    Etica. No es lcito dar tales problemas por juzgados para permitirnos despus extraviar al hom-

    breque ignora las viejas verdades centrales con nuevas verdades superficiales o con simples

    sofismas. El hombre est hoy tan necesitado de una explicacin como aquellos para quienes

    Scrates, tantos siglos atrs, forzaba sus problemas.

    A los pueblos han sido descubiertos hechos de asimilacin no enteramente sencilla. Se ha per-

    suadido al hombre de la conveniencia de saltar sin gradaciones de un idealismo riguroso a un

    materialismo utilitario; de la fe a la opinin, de la obediencia a la incondicin.

    La libertad, conquista mxima de las modernas edades, no se produjo acompaada de una

    previa reestructuracin de sus corolarios. Es posible que hubiese cierta improvisacin en tal

    victoria, porque siempre resulta difcil establecer el orden entre las tropas que se apoderan de

    una ciudad largamente asediada.

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    La edad del materialismo prctico, por otra parte, ha correspondido con un gigantesco progre-

    so econmico. Una de sus caractersticas ha sido la de reducir las perspectivas ntimas del

    hombre. Este no posee la misma medida de su personalidad a la sombra del olmo buclico que

    junto al podero estruendoso de la mquina. Debemos preguntarnos si, al sobrevenir las radi-

    cales modificaciones de la vida moderna, se produjeron las oportunas orientaciones llamadas aequilibrar al hombre conmovido por la violenta transicin al espritu colectivo.

    Preclaros cerebros han intentado advertir al mundo del peligro que supone que el hecho no

    haya tenido un prlogo ni una preparacin; de que no se haya adaptado previamente el espri-

    tu humano a lo que haba de sobrevenir. El hombre puede desafiar cualquier contingencia,

    cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad slida para toda la

    vida. Pero si sta no le ha sido descubierta al comps de los avances materiales, es de temer

    que no consiga establecer la debida relacin entre su yo, medida de todas las cosas, y el mun-

    do circundante, objeto de cambios fundamentales.

    En tal coyuntura la filosofa recupera el claro sentido de sus orgenes. Como misin pedaggicahalla su nobleza en la sntesis de la verdad, y su proyeccin consiste en un iluminar, en un

    llevar al campo visible formas y objetos antes inadvertidos; y, sobre todo, relaciones. Relacio-

    nes directas del hombre con su principio, con sus fines, con sus semejantes y con sus realida-

    des mediatas.

    De los elevados espacios donde las razones ltimas resplandecen, procede la norma que arti-

    cula al cuerpo social y corrige sus desviaciones.

    Si la crisis medieval condujo al Renacimiento, la de hoy, con el hombre ms libre y la concien-

    cia ms capaz, puede llevar a un renacer ms esplendoroso

    Entra en lo posible que las tradiciones muertas no resuciten. Si el pensamiento humano, con-

    siderado como tesoro de conceptos, se mira a travs del ritmo vertiginoso y febril de la vida

    actual, puede que aparezca como un campo desolado, escenario de patticas batallas. Es posi-

    ble tambin que muchas tradiciones cadas no sean adaptables al signo de la presente evolu-

    cin y que otras hayan perdido incluso su objeto. En cierto modo era ste el panorama de la

    humanidad en los albores de la Edad Media: se consideraban suficientemente definidas algu-

    nas verdades, pero aun stas aparecan cerradas y custodiadas, y el pueblo se alimentaba slo

    de fe. La verdad socrtica, la platnica y la aristotlica, no fueron textos prcticos para el me-

    dievo, que haban perdido, en el fragor de una terrible crisis, todo contacto con la continuidad

    intelectual del pasado. Es cierto que no resucitaron entonces muchas tradiciones, pero con los

    restos del naufragio, el pensamiento humano elabor, a la luz de la fe, que es indeclinable, una

    nueva mstica, con un nuevo contenido.

    El Renacimiento prueba que el camino es un factor asequible al hombre en todo momento. No

    es el rigor de nuestra crisis el que debieron arrostrar las islas pensantes de la Edad Media: el

    nuestro es, simplemente, un rigor de otra clase. No tiene ante s, o no cree tenerlo, un infinito.

    No da la sensacin de producirse para el tiempo, sino para el momento.

    Se dira de algunos, que les preocupan menos las verdades que las apariencias, y menos la

    visin de lo ltimo y lo general que lo inmediato y personal. La marcha fatigosa y rpida de la

    evolucin social, como de la econmica, han trastornado los habituales paisajes de la concien-

    cia.

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    lo inmediato de la accin de crear asequible a nuestros sentidos, y ms tarde su representa-

    cin ltima en la Omnipotencia.

    Quin es Dios para que le ofrezcamos sacrificios?, pregunta el Rig-Veda. Padre del Universo,

    Prajapati llama a este ser, al que todo parece subordinado. Idntica preocupacin se nos for-mula en el lgo griego, la palabra primera, la primera voz, fuerza que encabeza posteriormente

    el Antiguo Testamento. Era necesario ese verbo para diferenciar a su luz el bien del mal,

    como era necesario Prajapati para reconocer luego en su poder el atman hind, el alma, el yo

    mismo.

    Cuando Platn afirma que Dios es la medida de todas las cosas, cobra altura el hombre medida

    de todas las cosas de Protgoras, porque entre ellas se hallan muchas a las que el hombre no

    halla en la Naturaleza una explicacin razonable. Muchos siglos despus, un ilustre cerebro

    haba de explicar con admirable sencillez el proceso de esa inquietud. No tena necesidad por

    cierto de apoyarse Vctor Hugo en la teora de los druidas, dos mil aos antes de Jesucristo,

    segn los cuales las almas pasan la eternidad recorriendo la inmensidad para preguntar,sobre la necesidad de un orden supremo, lo siguiente: Y no hay Dios? Cmo el hombre, pe-

    recedero, enfermo y vil, tendra lo que le falta al universo? La criatura llena de miserias tendr-

    a ms ventajas que la creacin llena de soles! Tendramos un alma y el mundo no! El hombre

    sera un ojo abierto en medio del universo ciego. El nico ojo abierto! Y para ver qu? La

    nada!

    No es imposible distinguir en esas frases la enunciacin feliz del problema del pensamiento

    antiguo.

    La formacin del espritu americano y las bases de la evolucin ideolgica universal

    Cuando el Renacimiento lucha por levantar de las ruinas los valores sustantivos, no se apoya

    slo en la Revelacin ni en la disposicin religiosa congnita del hombre. El camino abierto por

    los griegos ser mtodo para los escolsticos y punto de referencia para la reaccin posterior.

    El credo ut intelligam de Santo Toms informa toda una Edad humana.

    Centra sobre un fin la esencia y el existir; condiciona una tica y una moral y, acaso, por prime-

    ra vez, se relacione con sta, en jerarqua de necesidad, el libre albedro, la libertad de la vo-

    luntad, como requisito de la Moral. La tomstica, cualquiera sea el curso ulterior del pensa-

    miento, centr al hombre en un momento decisivo ante un [141] panorama hasta entonces

    confuso. Lo centr con poder suficiente para negar los propios principios de que esta situacin

    proceda. En cierto modo, los adversarios del tomismo, por lo que a la definicin de los valores

    humanos respecta, son fruto suyo. Cuando el romanticismo de Spinoza califica a lo Supremo

    de sustancia del Universo, se halla estructurado ya un mundo de valores, que servir a la

    humanidad para lanzarse a uno de sus ms tremendos y eficaces esfuerzos. Lo planteado

    habr sido la crisis del espritu europeo, la formacin del espritu americano y la evolucin

    ideolgica universal posterior. A travs de las ideas religiosas del Renacimiento y de principios

    de la Edad Moderna el hombre recibe del pensamiento helnico, como Israel desde el Sina,

    una tabla de valores. Pero observemos que el resultado indirecto de tales valores, al situar al

    ser humano ante Dios, fue definir la jerarqua del hombre.

    Poco despus, Descartes habr desviado el ancho y ambicioso cauce con sentido vertical, para

    ofrendar a una ciencia naciente y progresista la preocupacin inicial del mundo antiguo. El

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    pienso, luego existo, dar como supuesto previo un orden, una naturaleza establecida, un

    hombre. Y ser indiferente a esta enunciacin la pertinaz pregunta ltima del hombre.

    La filosofa empezar a fragmentarse; aparecer una alta especulacin cientfica, consumada

    en especialidades, dorada por los profundos intentos del racionalismo kantiano, y otra de ma-tices ms prcticos, ms directos, pero de contenido inferior. En adelante, las preocupaciones

    sern inmediatas o especficas.

    No existe punto ninguno de contacto entre los problemas de Scrates y los de Voltaire. La ten-

    dencia ha cambiado de direccin. Lo que era movimiento vertical es ahora traslacin horizon-

    tal.

    Comte verifica un hbil escamoteo de objetivos: sustituye el culto de Dios por el culto de la

    humanidad. Ser, rigurosamente, el principio de una edad distinta, pero, entendmonos, de

    una mutacin histricamente necesaria y til.

    Se opera una revolucin total, grandiosa en sus aspectos materiales, pero tal vez mal acompa-

    ada de una visin correcta de las perspectivas de fondo. Estas empiezan a esfumarse de las

    operaciones intelectuales y con ellas se esfuma insensible y progresivamente tambin la medi-

    da del hombre; la que ste posea de su situacin y de las cosas, a travs de s, como reflejo de

    fuerzas superiores. El progreso se acenta en la tcnica y en el movimiento social, pero no se

    puede decir que vigorice por s solo parcelas ntimas antao regadas por la intuicin de las

    magnitudes csmicas.

    El reconocimiento de las esencias de la persona humana como base de la dignificacin y del

    bienestar del hombre

    Cuando llegamos a Darwin y a sus conexiones con la filosofa, advertimos de pronto que esta-

    mos ya muy lejos del mundo de Scrates y sus figuras pensantes. La evolucin se nos ofrece

    como una teora biolgica que no desease sostener trato de ninguna especie con otro linaje de

    cuestiones. Y por debajo del mundo cientfico, se plantea el problema de si el alma humana

    puede digerir la sustitucin de su culto elemental y tradicional, por una exgesis puramente

    cientfica.

    En ltimo trmino esta orientacin no nos produce resultados positivos en orden a la organi-

    zacin de la vida comn. No podemos deducir de ella el clima de una nueva Etica y mucho

    menos el de una nueva Moral. Es un problema biolgico lo preferido; un suceso de orden fsi-

    co, del que es ms difcil extraer consecuencias para la vida espiritual de los pueblos. No es

    posible fundar sobre una ley tcnica, desconectada de las razones ltimas, una ley positiva, ni

    siquiera un tratado de buenas costumbres.

    Elevada una explicacin semejante a lo general, el hombre, la sociedad o el Estado, se ven

    obligados a inventar de pronto una escala nueva de valores, una nueva Moral. En el apogeo de

    una edad de ambiciones materiales, despus de un largo espacio, casi siglo y medio, de des-

    echar todo razonamiento metafsico, el pensamiento no sabe permanecer indefinidamente

    refugiado en criterios marginales, ni gusta de trasladar sus cultos para proveerse de los mis-

    mos resultados.

    Desde una esfera rectora, al considerar la posibilidad de proveer a los pueblos de buenas con-

    diciones materiales de vida, el problema deja de ser abstracto para convertirse en una necesi-

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    dad apremiante. El hombre que ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bien-

    estar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias. [143]

    La realizacin perfecta de la vida

    Entendemos en la virtud socrtica la realizacin perfecta de la vida. Esto es: comprensin de la

    propia personalidad y del medio circundante que define sus relaciones y sus obligaciones pri-

    vadas y pblicas.

    Cuando Leibniz nos dice: Quien lo hubiera contemplado todo, lo lejano y lo cercano, lo propio

    y lo extrao, lo pasado y lo futuro, con la misma claridad y distincin, con lo cual por supuesto

    desaparecera la diferencia de cercano y lejano, propio y extrao, pasado y futuro, ese tal, libre

    de pecado, slo querra y realizara el bien, alude al arquetipo de virtud que puede producir el

    desdn ante lo perecedero.

    No sera una actitud, sino una escptica o una apostlica inhibicin. La virtud socrtica eraactuante, tan batalladora como haba de ser despus la cristiana; contemplaba el mundo

    prctico y lo saba lleno de tentaciones y dificultades.

    Virtuoso para Scrates era el obrero que entiende en su trabajo, por oposicin al demagogo o

    a la masa inconsciente. Virtuoso era el sabedor de que el trabajo jams deshonra, frente al

    ocioso y al politiquero.

    En el Eutifrn nos dice Platn que no hay una virtud especfica, un ideal especfico para cada

    cual, sino un ideal del hombre que no es acaso ms que una disposicin para resolver las ecua-

    ciones vitales con arreglo a una estimativa tica.

    Los valores morales han de compensar las euforias de las luchas y las conquistas y oponer un

    muro infranqueable al desorden

    El bien y el mal obran sobre el hombre como sobre la sociedad. De lo individual a lo colectivo

    sus momentos oscilan entre arrebatos msticos y paroxismos pavorosos. Una postura moral

    procedente de un fondo religioso slido o de una refinada educacin tica intenta [144] esti-

    pular los lmites entre posibles y tentadores extremos. El hombre, en la desgracia, tiende a la

    introversin como tiende la extraversin en la prepotencia. La duda y la soberbia, son los ex-

    tremos mximos de esa oscilacin, producida en ausencia de medidas suficientes.

    La ciencia puede resolver en la abstraccin los problemas, partiendo de premisas igualmente

    abstractas, pero en la vida de las comunidades los efectos de esas oscilaciones suelen ser muy

    otros. Cuando un pueblo se aproxima a un momento grave, sus cerebros de primera fila se

    preguntan si el nimo estar debidamente preparado para las horas que se avecinan.

    Pues bien; es forzoso plantearse la misma pregunta cuando se trata de llevar a la humanidad a

    una edad mejor. Incumbe a la poltica ganar derechos, ganar justicia y elevar los niveles de la

    existencia, pero es menester de otras fuerzas. Es preciso que los valores morales creen un cli-

    ma de virtud humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debi-

    do. En ese aspecto la virtud reafirma su sentido de eficacia. No ser slo el herosmo continuo

    de las prescripciones litrgicas; es un estilo de vida que nos permite decir de un hombre que

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    ha cumplido virilmente los imperativos personales y pblicos: dio quien estaba obligado a dar y

    poda hacerlo, y cumpli el que estaba obligado a cumplir.

    Esa virtud no ciega los caminos de la lucha, no obstaculiza el avance del progreso, no condena

    las sagradas rebeldas, pero opone un muro infranqueable al desorden.

    El amor entre los hombres habra conseguido mejores frutos en menos tiempo del que ha cos-

    tado a la humanidad la siembra del rencor

    Necesariamente ha debido ser larga la poca de la revolucin social, a la que caracteriz un

    adusto ceo. Todava no puede considerrsela realizada, pero es preciso que aquella interpre-

    tacin de la virtud socrtica esparza, junto a la conciencia de la dignidad humana, otra clase de

    valores. Junto al imperativo categrico kantiano se ofrece al mundo un campo ilimitado. Obra

    en todo momento como si las mximas de tu conducta particular debieran convertirse en leyes

    generales. Kant proclam ante la expectacin de la humanidad un credo que slo podra hallarprecedentes en los principios cristianos del amor mutuo, con la diferencia de que en este caso

    la enunciacin afecta el rigor de la disciplina.

    El trasladar a lo colectivo lo que se desea en lo ntimo, es insinuar la superacin de cuanto

    hubo de aislamiento y desdn en una poca de gloriosos intentos.

    Leemos en Empdocles que las alternativas en el predominio del amor y del odio engendran

    los diversos perodos en el mundo. Puede muy bien ser cierto, aunque Empdocles no buscase

    la misma conclusin, porque la humanidad ha conocido entre pocas de odio otras de un vivir

    con los brazos abiertos hacia todas las posibilidades de la humana naturaleza. Bajo ese imperio

    de msticos frutos se vislumbran mundos nuevos, se educan nacientes nacionalidades, se des-truyen las barreras.

    Pero es sintomtico que tales resultados se hayan obtenido slo ante la presencia de un ene-

    migo comn y de un modo poco duradero: una desolada experiencia arm la tesis del pesi-

    mismo.

    Algo falla en la naturaleza cuando es posible concebir, como Hobbes en el Leviathan, al homo

    hominis lupus, el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia co-

    mo un palenque donde la hombra puede identificarse con las proezas del ave rapaz. Hobbes

    pertenece a ese momento en que las luces socrticas y la esperanza evanglica empiezan a

    desvanecerse ante los fros resplandores de la Razn, que a su vez no tardar en abrazar al

    materialismo. Cuando Marx nos dice que de las relaciones econmicas depende la estructura

    social y su divisin en clases y que por consiguiente la Historia de la humanidad es tan slo

    historia de las luchas de clases, empezamos a divisar con claridad, en sus efectos, el panorama

    del Leviathan.

    No existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual, donde se proclama

    el estado de necesidad de esa lucha que, es por esencia, abierta disociacin de los elementos

    naturales de la comunidad. Al pensamiento le toca definir que existe, eso s, diferencia de in-

    tereses y diferencia de necesidades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente,

    persuadiendo a ceder a quienes pueden hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados

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    Pero esa operacinen la que la sociedad lleva ocupada con dolorosas vicisitudes ms de un

    siglo no necesita del grito ronco y de la amenaza y mucho menos de la sangre, para rendir los

    apetecidos resultados. El amor entre los hombres habra conseguido mejores frutos en menos

    tiempo, y si hall cerradas las puertas del egosmo, se debi a que no fue tan intensa la educa-

    cin moral para desvanecer estos defectos, cuanto lo fue la siembra de rencores.

    El grado tico alcanzado por un pueblo imprime rumbo al progreso,crea el orden y asegura el

    uso feliz de la libertad

    Esa virtud nos sita de plano en el campo de lo tico. La actitud se enfrenta con el mundo ex-

    terior. Se trata de ver hasta qu punto es susceptible de perfeccionar los mdulos de la propia

    existencia.

    Aristteles nos dice: El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo

    no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo super-individual del Estado; la tica culmina en la poltica. El proceso aristotlico nos lleva un punto

    ms lejos del proyectado. Deseamos referirnos slo a la imposicin de la convivencia sobre las

    proyecciones de la actitud individual. Nuestra virtud no ser perfecta hasta ser completada por

    esa tica, que mide los valores personales.

    La vida de relacin aparece como una eficaz medida para la honestidad con que cada hombre

    acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida, que en parte muy importante proceder

    de la educacin recibida y del clima imperante en la comunidad, depende la suerte de la co-

    munidad misma.

    Habr pueblos con sentido tico y pueblos desprovistos de l; polticas civilizadas y salvajes;proyeccin de progreso ordenado o delirantes irrupciones de masas. La diferencia que media

    entre extraer provechosos resultados de una victoria social o anegarla en el desorden, corres-

    ponde a las dosis de tica posedas.

    Tales dosis caracterizan los diversos perodos de la Historia. Hacen glorioso el triunfo y sopor-

    table el fracaso; atenan las calamidades; prestan fuerzas de reserva.

    El progreso est, por lo dems, en absoluta relacin de dependencia con el grado tico alcan-

    zado: establece la moral de las leyes y puede interpretarlas sabiamente. Para la vida pblica

    esto significa el orden, la accin y el uso feliz de la libertad.

    Permtaseme decir que la libertad posee carta de naturaleza en los pueblos que poseen una

    tica, y es transente ocasional donde esa tica falta. Santo Toms dice: La libertad de la vo-

    luntad es un supuesto de toda moral; solamente las acciones libres, derivadas de una reflexin

    racional, son morales. Es cierto que slo esas acciones pueden alcanzar el calificativo de mora-

    les cuando se han producido con arreglo a ciertos requisitos.

    La libertad fue primariamente sustancia del contenido tico de la vida. Pero, por lo mismo, nos

    es imposible imaginar una vida libre sin principios ticos, como tampoco pueden darse por

    supuestas acciones morales en un rgimen de irreflexin o de inconsciencia.

    El sentido ltimo de la tica consiste en la correccin del egosmo

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

    11/28

    Spencer nos dice que el sentido ltimo de la Etica consiste en la correccin del egosmo.

    El egosmo, que forj la lucha de clases e inspir los ms encendidos anatemas del materialis-

    mo, es al mismo tiempo sujeto ltimo del proceder tico. Corresponde seguramente una acti-tud ante esa disposicin cerrada que produce la sobrestimacin de los intereses propios. La

    enunciacin de tal cosa corresponde en la Historia a una sangrienta y dura evolucin, cuyo fin

    no podemos decir que se haya alcanzado an.

    Si la felicidad es el objetivo mximo, y su maximacin una de las finalidades centrales del afn

    general, se hace visible que unos han hallado medios y recursos para procurrsela y que otros

    no la han posedo nunca. Aqullos han tratado de retener indefinidamente esa condicin privi-

    legiada, y ello ha conducido al desquiciamiento motivado por la accin reivindicativa, no siem-

    pre pacfica, de los peor dotados. El egosmo estaba destinado, acaso por designio providen-

    cial, a transformarse en motor de una agitada edad humana. Pero el egosmo es, antes que

    otra cosa, un valor-negacin, es la ausencia de otros valores; es como el fro, que nada significasino ausencia de todo calor. Combatir el egosmo no supone una actitud armada frente al vicio,

    sino ms bien una actitud positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias; a sustituirlo

    por una amplia y generosa visin tica.

    Difundir la virtud inherente a la justicia y alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del

    bienestar, sino por la difusin de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez

    mayores de la humanidad: he aqu el camino.

    La humanidad y el yo. Las inquietudes de la masa

    Cuando Eurpides pone junto al yo clamante la masa que, desde el coro, expone las inquietu-des y pareceres colectivos, extiende junto al yo la dilatada llanura de la humanidad. Descubre

    en ella un elemento perfecto de medicin. El ser individual halla su proporcin vertical y hori-

    zontalmente.

    Al exponer Humboldt el ideal de humanidad, se gesta, en el campo histrico, el ideal del hom-

    bre universal, erigido en representante supremo de la civilizacin. Comte lo ciment al afirmar

    que la Sociologa es la base necesaria de la Poltica. Hegel llev a sus ltimas consecuencias

    filosficas esa certera intuicin. Afirm del espritu, que existe por s mismo, que slo podr

    llegar el pleno ser en s en la medida en que el yo se eleve al nosotros o, con sus palabras, al yo

    de la humanidad. El racionalismo postkantiano haba trasladado asimismo su campo visual

    desde el individuo a la sociedad, desde el hombre a la humanidad.

    Los chispazos de una revolucin poltico-econmica, con la ereccin del industrialismo y el

    capitalismo, generados por el Progreso en las entraas de la Revolucin liberal, provocaron la

    expansin de los valores individuales hacia los contornos pblicos, o mejor dicho, el contorno

    filosfico del ser empez a apreciarse mejor en su dintorno.

    El individuo se hace interesante en funcin de su participacin en el movimiento social, y son

    las caractersticas evolutivas de ste las que reclaman atencin preferente. Para derribar las

    defectuosas concepciones de la etapa de los privilegios fue necesario un implacable desdo-

    blamiento de la fortaleza-unidad del individuo. Pero apresurmonos a reconocer que tal muta-

    cin debe considerarse precedida de una larga etapa terica. La prctica corresponde a nues-

    tro siglo y est en sus comienzos.

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

    12/28

    Ello tiene una explicacin hasta cierto punto sencilla. Cuando decimos que el trnsito efectua-

    do deriv del viejo estado histrico de necesidad al moderno de libertad, pensando mejor en

    el individuo que en la comunidad, enunciamos una visin oblicua de la evolucin. La etapa

    preparatoria, o terica de realizacin del yo en el nosotros, fue, cabalmente, una fase aptapara permitir la cesin de los principios rectores que, sin caer todava sobre la masa, facilitaba

    a los nuevos grupos dirigentes al suspirado desplazamiento del poder.

    La libertad entonces proclamada precisa un esclarecimiento si ha de considerarse su vigencia.

    Si por sentido de libertad entendemos el acervo palpitante de la humanidad, frente al estado

    de necesidad dictado por el imperio indiscutido de una fraccin electoral, deberemos plante-

    arnos inmediatamente su problema mximo: su incondicin, y, sobre todo, su posibilidad de

    opcin.

    Libre no es un obrar segn la propia gana, sino una eleccin entre varias posibilidades profun-

    damente conocidas. Y tal vez, en consecuencia, observaremos que la promulgacin jubilosa deese estado de libertad no fue precedida por el dispositivo social, que no disminuy las des-

    igualdades sociales en los medios de lucha y defensa ni, mucho menos, por la accin cultural

    necesaria para que las posibilidades selectivas inherentes a todo acto verdaderamente libre

    pudiesen ser objeto de conciencia. El fondo consciente que presta contenido a la libertad, la

    autodeterminacin popular, sobreviene a muy larga distancia en el tiempo del prlogo poltico

    de la cuestin. Cuando el ideal de humanidad empieza a abrirse paso, cuando las crisis de los

    hechos produce la revolucin de las ideas, advertimos que los antiguos enunciados no ensam-

    blan de un modo perfecto con el signo de la evolucin. Son esbozos, o reflejos imperfectsi-

    mos, de un ideal mucho ms antiguo: el griego.

    Superacin de la lucha de clases por la colaboracin social y la dignificacin humana

    La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda espe-

    ranza de fraternidad humana. En el mundo, sin llegar a soluciones de violencia, gana terreno la

    persuasin de que la colaboracin social y la dignificacin de la humanidad constituyen

    hechos, no tanto deseables cuanto inexorables. La llamada lucha de clases, como tal, se en-

    cuentra en trance de superacin. Esto en parte era un hecho presumible. La situacin de lucha

    es inestable, vive de su propio calor, consumindose hasta obtener una decisin. Las llamadas

    clases dirigentes de pocas anteriores no podan sustraerse al hecho poco dudoso de sus crisis.

    La humanidad tena que evolucionar forzosamente hacia nuevas convenciones vitales y lo ha

    hecho. La subsistencia de mviles de violenta induccin ofrece el espectculo de un avance

    hacia la descomposicin por el desgaste o hacia la adopcin de frmulas estriles. La aspira-

    cin de progreso social ni tiene que ver con su bulliciosa explotacin proselitista, ni puede

    producirse rebajando o envileciendo los tipos humanos. La humanidad necesita fe en sus des-

    tinos y accin, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el trnsito del yo al noso-

    tros, no se opera metericamente como un exterminio de las individualidades, sino como una

    reafirmacin de stas en su funcin colectiva. El fenmeno, as, es ordenado y lo sita en el

    tiempo una evolucin necesaria que tiene ms fisonoma de Edad que de Motn. La confirma-

    cin hegeliana del yo en la humanidad es, a este respecto, de una aplastante evidencia.

    Revisin de las jerarquas

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    Importa, seguramente, no perder de vista al hombre en esta nueva contemplacin revisionista

    de las jerarquas. No es perfectamente imposible disociar el todo de las partes o acentuar ex-

    clusivamente sobre lo colectivo, como si fuese por entero diferente a la condicin de los ele-

    mentos formativos. La sublimizacin de la humanidad no depende de su consideracin prefe-

    rente como del hecho de que el individuo que la integra alcance un grado que la justifique. Lasenda hegeliana condujo a ciertos grupos al desvaro de subordinar tan por entero la individua-

    lidad a la organizacin ideal, que automticamente el concepto de humanidad quedaba redu-

    cido a una palabra vaca: la omnipotencia del Estado sobre una infinita suma de ceros.

    Como podemos entender al hombre, o divisarle mejor, en el marco de esa humanidad que lo

    realiza, ser, en su jerarqua propia, atento a sus propios fines y consciente de su participacin

    en lo general.

    Slo as podremos hablar del problema de la redencin como de una perfeccin realizable por

    elevacin, en la vida en comn.

    Puede que DAlembert acertase al pronosticar la subordinacin del pensamiento -luz a la tcni-

    ca y hemos visto que los problemas inmediatos, sociales, polticos y econmicos, produjeron

    un grado de obnubilacin suficiente para desvanecer en la zozobra colectiva los sagrados fines

    del individuo.

    En el seno de la humanidad que soamos, el hombre es una dignidad en continuo forcejeo y

    una vocacin indeclinable hacia formas superiores de vida. Tales factores no operan, por cier-

    to, en una consideracin simplemente masiva de la biologa social. De su ignorancia o de su

    sojuzgamiento depende precisamente el xito de nuestra poca.

    Slo en ese punto podemos examinar con mejores garantas de acierto la gran posibilidad deese ideal de humanidad. Si no lo buscamos a travs de esta misma, como una expresin de

    bloque con necesidades de bloque, sino a travs del individuo, hallaremos enseguida sus dos

    caractersticas esenciales: humanidad como crisol de la dignidad y como atmsfera de libertad.

    Si recordamos a Antstenes, veremos que su ideal de libertad no era en absoluto compatible

    con ningn ideal razonado de humanidad. Hay una libertad irrespetuosa ante el inters

    comn, enemiga natural del bien social. No vigoriza al yo sino en la medida que niega al noso-

    tros, y ni siquiera se es til a s misma para proyectar sobre su actividad una noble calificacin.

    Kant insina cul podr ser el alto sentido de la libertad al situarla en el campo de la ley moral

    y en el espacio del destino. Nada nos impide considerar como destino no slo la finalidad indi-

    vidual, o la suma de sus probabilidades, sino la suma de las probabilidades generales. La misma

    ley moral no ser considerada como ente aislado, como principio personal, sino como visin

    mxima del ideal de conducta universal. Con arreglo a ambas fuerzas presupone Kant la capa-

    cidad de autodeterminacin y la llama casualidad libre. La existencia de esa personalidad es un

    postulado de la razn prctica. Pero Fichte va ms lejos todava: El grado supremo slo llega a

    lograrsenos dice cuando sobre ese ciego deseo de poder y sobre la arbitrariedad del indivi-

    duo se sobrepone en uno la voluntad de libertad, de soberana del hombre, la voluntad racio-

    nal. El hombre no es una personalidad libre hasta que aprende a respetar al prjimo.

    La conclusin de que slo en el dilatado marco de la convivencia puede producirse la persona-

    lidad libre, y no en el aislamiento, puede ser el agregado indispensable al ideal filosfico de

    sociologa, cuya expresin ms simple sera la de que nos es grato llegar a la humanidad por el

    individuo y a ste por la dignificacin y acentuacin de sus valores permanentes.

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    Espritu y materia: dos polos de la filosofa

    Desde los primeros tiempos el tema magno de las tareas filosficas fue una cuestin de acen-tuacin. Su campo ofreca las distintas y aun opuestas probabilidades segn que el acento, la

    visin preferente, recayese sobre el espritu o sobre la materia. La disociacin se caracteriz

    por un conflicto con la esencia religiosa, paladn de la inmortalidad del alma y consecuente-

    mente de su primaca. El problema de los valores individuales y de los sociales dependi en

    todo momento de esa acentuacin, no debida, por cierto, a caprichosas veleidades.

    En la larga y laboriosa investigacin en que el pensamiento mundial ha consumido sus mejores

    energas, se han producido, como chispazos inesperados, revelaciones que sostienen hoy el

    eterno templo del saber. Pero en el orden de sus consecuencias importa sobremanera com-

    prender que del hecho de subrayar, quiero decir, del lado en que decidamos situarnos para

    contemplar las cuestiones propuestas, depende nuestra calificacin ulterior de lo vital.

    Inclinarse hacia lo espiritual o hacia lo material pudo ser una actividad selectiva de ndole pen-

    sante o de gnesis cientfica cuando apareca pura en un grado anterior de la evolucin. No es

    sa la situacin del mundo actual, ciertamente. Los problemas presentes, la superpoblacin, la

    presencia de las masas en la vida pblica, la traduccin poltica de las doctrinas, confieren agu-

    da responsabilidad al hecho, en apariencia intrascendente, de tomar partido en la suprema

    disputa.

    Cuerpo y alma: el cosmos del hombre

    Acaso corresponda el mrito de su iniciacin al pensamiento oriental. Cuando hallamos en losVedas la severa afirmacin de que, con carcter sustancial, se hallan en abierta oposicin alma

    y cuerpo o, dicho con propiedad, espritu y naturaleza, experimentamos la sensacin de haber

    chocado con una duda larvada desde el Gnesis. La pugna por reprimir la rebelda de la mate-

    ria y subordinarla por entero al espritu que supone la prctica del Yoga, y su tendencia por

    liberar el alma de la apetencias y dolores del cuerpo, nos advierte que la cuestin haba sido

    enrgicamente planteada en los albores mismos de la civilizacin.

    Para Aristteles el universo constituye una serie, en uno de cuyos extremos se encuentra la

    pura materia y en otro la pura forma. Claro est que en su pensamiento la forma, la causa

    formal del ser, su contenido, no era otro que el alma. Pero esa polaridad enuncia con la nece-

    saria evidencia el carcter distinto de ambas fuerzas. Importa no perder de vista la visin aris-

    totlica, sobre la que descansa en lo sucesivo la visin espiritualista mundial que ha de suce-

    derle.

    Para Platn, el problema consiste en el vencimiento por el alma de las potencias inferiores. El

    cristianismo agrega a la visin helnica la fe. El temor a la disociacin, en el supuesto de la

    inmortalidad, desaparece en l por la purificacin.

    En la escuela tomista se opera la fusin del pensamiento cristiano con la dualidad aristotlica.

    Descartes, primero en encaminar a la filosofa por una senda nueva, ignorada hasta entonces,

    parte tambin de las bases tradicionales. Su exposicin del proceso partiendo de la ] existencia

    de Dios, el cuerpo y el alma, constituye el prlogo de una posterior explicacin mecnica del

    universo. Fue sta y no su prlogo lo que la disputa general recogi. Slo en Pitgoras podra-

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    mos hallar una preocupacin, o una tendencia, de parecido carcter, pero la influencia carte-

    siana gravit con enormes fuerzas en el desarrollo de las investigaciones.

    Berkeley y DAlembert parecen situados, aunque la imagen no sea perfecta, en los dos extr e-

    mos de esa serie aristotlica. La vigorosa acentuacin se convertir en un hecho de hondasrepercusiones. Descartes dej abandonada, como al azar sobre el tapete, su teora de la casua-

    lidad y sta, en otras manos, prolifer la conversin de las jerarquas espirituales en extraas

    opacidades.

    Parece incomprensible que la indiferencia de un hombre dotado de tan grave desprecio hacia

    la masa como Voltaire, ejerciese tan demoledora influencia sobre los principios en que aqulla

    podra sustentar su lnea de valores.

    La disciplina cientfica nos aleja ya de la visin de las esencias centrales. Kant nos situar ante

    los conceptos, el espacio y el tiempo, que Bergson convertir en materia y memoria. Para el

    romanticismo de Schelling la serie aristotlica se sostiene en el dualismo, pero sobre el pen-samiento alemn gravita ya la poca. Esas fuerzas, adems, se hallan en permanente tensin.

    El marxismo convertir en materia poltica la discusin filosfica y har de ella una bandera

    para la interpretacin materialista de la Historia.

    Hemos pasado de la comunin de materia y espritu al imperio pleno del alma, a su disociacin

    y a su anulacin final. Ciertamente, pese al flujo y reflujo de las teoras, el hombre, compuesto

    de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas, necesidades y tendencias, sigue siendo el mis-

    mo. Lo que ha variado es el sentido de su existencia, sujeta a corrientes superiores.

    Esa acentuacin oscilante lo mismo puede someterle como ente explotable al despotismo de

    individualidades egostas, que condenarle a la extincin progresiva de su personalidad en unamasa gobernada en bloque.

    En los hegelianos existi una derecha y una izquierda. Tan pronto como esa escuela se reflej

    en el poder asistimos a la formacin de sociedades de ndole diversa: el hombre apareci anu-

    lado en unas, frente a los imperativos estatales, o con vagas posibilidades de redencin en

    otras, condicionadas por el equilibrio entre el inters comn y la jerarqua individual. En ambos

    casos no nos est permitido dudar de la trascendencia de Hegel en la liquidacin de la disputa.

    Si la derecha hegeliana puede derivar hacia un tesmo conservador, la izquierda se desliza ne-

    cesariamente a un materialismo no filosfico y, me atrevera a sostenerlo, no humano. Por

    distintos caminos, se alcanza la pendiente marxista.

    Cuando este forcejeo por la interpretacin de la verdad produjo un estado de hecho, ocasio-

    nando la crisis de los valores sociales, surge una nueva explicacin. Acaso resulte prudente

    considerarla. En Heidegger y en Kierkegaard observamos un cierto esfuerzo por retomar la va

    de la antigua comunin. Obligados a sacrificar algunos principios para caracterizarla, intentan

    sin embargo la rectificacin. Cuando Heidegger expone la necesidad de que ste llegue a reali-

    zarse, a lograr una plenitud, establece su divorcio con la corriente que bajo la arquitectura del

    bloque amenazaba aniquilar al hombre. Kierkegaard proporcion un sentido igualmente ele-

    vado a la exposicin de tales ideas restituyendo a la controversia su sentido vertical, al relacio-

    nar nuevamente espritu y alma con su causa y su finalidad.

    Keyserling haba observado el fondo del problema atentamente al decir que el esfuerzo de los

    siglos XVIII y XIX fue unilateral, pues haban dejado el alma al margen del progreso. Klages lleg

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    a decir que bajo la influencia destructora del espritu llegara a su ocaso, en un da no lejano, la

    vida terrenal oponindole en su esencia el alma. En semejantes tiempos ya no resultaba popu-

    lar el hombre de Vico, un conocer, un querer y un poder que tiende al infinito. Vctor Hugo,

    otra vez, el genial pensador francs, lanzar en la plaza pblica, frente al monumento de Se-

    tiembre unas frases imperecederas: ...Si no hay en el hombre algo ms que en la bestia pro-nunciad sin rer estas palabras: Derechos del hombre y del ciudadano, derecho del buey, dere-

    cho del asno, derecho de la ostra: producirn el mismo sonido. Reducir el hombre al tamao

    de la bestia, disminuirle en toda la altura del alma que se le ha quitado, hacer de l una cosa

    como otra cualquiera; eso suprime de un golpe muchas declaraciones acerca de la dignidad

    humana, de la libertad humana, de la inviolabilidad humana, del espritu humano y convierte

    todo ese montn de materia en cosa manejable. La autoridad de abajo, la falsa, gana todo

    cuanto pierde la autoridad de arriba, la verdadera. Sin infinito no hay ideal, sin ideal no hay

    [156] progreso; sin progreso no hay movimiento; inmovilidad, pues, statu quo, estancamiento:

    Este es el orden. Hay putrefaccin en ese orden. Preguntad a la jaula lo que piensa del ala. Os

    contestar: el ala es la rebelin...

    Semejante desafo no est dirigido a la conciencia filosfica, sino al mundo poltico, pero esta-

    mos lejos de permitirnos afirmar que en estos momentos, de tan fina sensibilidad, resulta fac-

    tible una slida disciplina intelectual sin repercusiones en el desarrollo de la vida social... No

    debemos, acaso, formularnos el problema, con ambicin de eficacia, de si esa acentuacin no

    deber ser objeto de una cuidadosa definicin antes de referirla a los fines comunes? Un pen-

    sador moderno ha escrito lo siguiente: Hay un trabajo sin alegra, un placer sin risa, una virtud

    sin gracia, una juventud sin suavidad, un amor sin misterio, un arte sin irradiacin... por

    qu?...

    Esa pregunta terrible acaso est todava pendiente sobre la vida actual. Pero puede gravitar

    sobre nuestro futuro si no llegamos a relacionar y defender debidamente las categoras y valo-res de ese sujeto de la vida toda, de nuestras preocupaciones y nuestros desvelos, que es el

    Hombre.

    Sin el Hombre no podemos comprender en modo alguno los fines de la naturaleza, el concepto

    de la humanidad ni la eficacia del pensamiento...

    La felicidad que el hombre anhela pertenecer al reino de lo material o lograrn las aspiracio-

    nes anmicas del hombre el camino de perfeccin?

    De que importa activar la gnesis de un pensamiento susceptible de contemplar la futura evo-

    lucin humana da pruebas el sentido de la vida actual.

    Existe una laboriosa tarea en pleno desarrollo, encaminada a modificar sustancialmente las

    condiciones de vida en pro de la felicidad general. Es importante saber si esta felicidad perte-

    nece al reino de lo material, o si cabe pensar que se trata de realizar las aspiraciones anmicas

    del hombre y el camino de perfeccin para el cuerpo social. Pero cuando volvemos a pregun-

    tarnos si la direccin de ese pensamiento [157] ha de ser ejercida en un sentido horizontal, o si

    cabr imprimirle al mismo tiempo verticalidad, debemos antes examinar, siquiera en busca de

    indicios, el panorama que se ofrece a nuestros ojos.

    Advertimos en seguida un sntoma inquietante en el campo universal. Voces de alerta sealan

    con frecuencia el peligro de que el progreso tcnico no vaya seguido por un proporcional ade-

    lanto en la educacin de los pueblos. La complejidad del avance tcnico requiere pupilas sen-

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    sibles y recio temperamento. Si tomamos como smbolo de la vida moderna el rascacielos o el

    transatlntico, deberemos enseguida prefigurarnos la estatura espiritual del ser que ha de

    morar o viajar en ellos. Ante esta cuestin no caben retricas de fuga, porque lo que en ella se

    ventila es, ni ms ni menos, la escala de magnitudes con arreglo a la cual puede el hombre

    rectificar adecuadamente su propia proporcin ante el bullicio creciente de lo circundante.

    La vida que se acumula en las grandes ciudades nos ofrece con desoladora frecuencia el es-

    pectculo de ese peligro al que unos cerebros despiertos han dado el terrorfico nombre de

    insectificacin. Es cierto que lo fsico no mengua ni aumenta la proporcin intima, porque

    sta consiste justamente en la estimacin de s mismo que el hombre posee; pero puede suce-

    der que, en ausencia de categoras morales, acontezca en su nimo una progresiva prdida de

    confianza y un progreso paulatino del sentimiento de inferioridad ante el gigante exterior.

    Frente a un complejo semejanteque en ltimo trmino es un problema de cultura y de espri-

    tu, son contados los medios de autodefensa. La civilizacin tiende a complicarse y no parece

    que por el camino de lo exterior pueda resolverse esta incgnita ntima.

    El materialismo intransigente contaba sin duda con el signo mecnico e implacable del progre-

    so, sospechando que privado de su sombra csmica el hombre acabara por sentirse minsculo

    y vctima de la monstruosa trepidacin vital. Seguro de ello, provey a su individuo de un susti-

    tutivo de la proporcin espiritual: el resentimiento. Previamente haba sustituido tambin las

    tendencias supremas por fuerzas inferiores, por es gana que ayer integraba el cuerpo de una

    teora sumamente interesante y que hoy, defraudada y desencantada, han convertido sus

    discpulos en la nausea. Nausea ante la moral, ante la herencia de la vida en comn, nausea

    ante las leyes y los procesos inexorables de la Historia, nausea biolgica.

    Es hasta cierto punto poco comprensible que hayamos pasado con tan peligrosa brevedadintelectual de la decepcin del ser insectificado a esa nusea con que, a espaldas de sagradas

    leyes, se pretende orientar la comprensin de la existencia colectiva. Lo sintomtico de ese

    modo de pensar est en que no es una abstraccin, como tampoco lo era, pongo por ejemplo,

    el marxismo. Este operaba sobre un descontento social. La nusea como entelequia opera

    sobre el desencanto individual. Es la angustia abstracta de Heidegger en el terreno prctico:

    corresponde a una sociedad desmoralizada que ni siquiera busca una certidumbre para recli-

    nar la cabeza. No es por tanto la teora lo deplorable, sino la realidad, la deformacin postrera

    de aquella insectificacin, slo que esta vez el individuo insectificado ha querido aislarse de

    la catstrofe con una mueca cnica.

    Reconozcamos que sta era la consecuencia necesaria y obligada del doloroso extravo de la

    escala de magnitudes. Armado con ella poda el hombre enfrentarse no slo con la spera y

    poco piadosa vicisitud de su existencia sino con la crisis que una evolucin tan terminante hab-

    a de suscitar en su intimidad. Saberse ligado a reinos superiores a las leyes materiales del con-

    torno, le facilitaban una generosa concentracin de fuerzas para entrar con biolgica alegra

    en un ciclo en que todos los fenmenos parecen desbordarse. En una clebre fbula de Go-

    ethe le acontece a un hombre desdichado verse compelido a una eleccin extraordinaria. Me-

    lusina, reina de pas de los enanos, le invita a reducir su tamao y compartir con ella su eleva-

    da jerarqua. Le ofrece amor, poder, riquezas, slo que en un grado inferior: ser rey, pero

    entre enanos. Trasladado al pas donde las briznas de hierbas son rboles gigantescos, este

    hombre, el ms msero de los mortales, aora su forma anterior. Y la aora, supongamos, por-

    que su escala de magnitudes le advierte que en la prosperidad o en el infortunio su estado

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    anterior era inimitable. En el hecho complejo del existir el hombre es, sin ms, una entidad

    superior.

    La fbula de Melusina puede ser igualmente trasladada a otros paisajes, y preferentemente a

    esos donde la desintegracin y la heterogeneidad de la vida moderna han reducido principiosabsolutos e ideales en provecho del esplendor material. Se ha producido el milagro de la fbu-

    la, pero a la inversa: al hombre no le ha sido dado elegir con arreglo a su proporcin, y aquel

    que no posea un grado de fe en sus valores espirituales, sustituy la altiva reaccin por la

    resignacin o por el descontento, la difuminacin gradual de las perspectivas que padece

    quien no posee una conciencia justa de su jerarqua, la insectificacin.

    Pero semejante desviacin no es consecuencia del auge de los ideales colectivos. Que el indi-

    viduo acepte pacficamente su eliminacin como un sacrificio en aras de la comunidad, no

    redunda en beneficio de sta. Una suma de ceros es cero siempre; una jerarquizacin estruc-

    turada sobre la abdicacin personal es productiva slo para aquellas formas de vida en que se

    producen asociados el materialismo ms intolerante, la deificacin del Estado, el Estado Mito yuna secreta e inconfesada vocacin de despotismo.

    Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el

    sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega

    desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposicin. Su diferencia es

    que as como una comunidad saludable, formada por el ascenso de las individualidades cons-

    cientes, posee hondas razones de supervivencia, las otras llevan en s el estigma de la provisio-

    nalidad, no son formas naturales de la evolucin, sino parntesis cuyo valor histrico es, jus-

    tamente, su cancelacin.

    En la consideracin de los supremos valores que dan forma a nuestra contemplacin del ideal,

    advertimos dos grandes posibilidades de adulteracin: una es el individualismo amoral, pre-

    dispuesto a la subversin, al egosmo, al retorno a estados inferiores de la evolucin de la es-

    pecie; otra reside en esa interpretacin de la vida que intenta despersonalizar al hombre en un

    colectivismo atomizador.

    En realidad operan las dos un escamoteo. Los factores negativos de la primera, han sido deri-

    vados, en la segunda, a una organizacin superior. El desdn aparatoso ante la razn ajena, la

    intolerancia, ha pasado solamente de unas manos a otras. Bajo una libertad no universal en

    sus medios ni en sus fines, sin tica ni moral, le es imposible al individuo realizar sus valores

    ltimos, por la presin de los egosmos potenciados de unas minoras. Del mismo modo, bajo

    el colectivismo materialista llevado a sus ltimas consecuencias, le es arrebatada esa probabi-

    lidadla gran probabilidad del existir, por una imposicin mecnica en continua expansin y

    siempre hipcritamente razonada.

    El idealismo hegeliano y el materialismo marxista, operando sobre necesidades y calamidades

    universales que han influido profundamente en el nimo general, constituyen direcciones cuya

    resultante ser prudente establecer. De la Historia, y aun de sus excesos, extraeremos precio-

    sas enseanzas ante las que en modo alguno podemos ni debemos permanecer insensibles.

    Mientras el pensamiento crea poder sostenerse en lo fundamental, en espacios puramente

    tericos, el mundo obraba por su cuenta; pero, si lo fundamental declin, la fijacin prctica

    de lo abstracto puede ejercer una influencia perniciosa en la existencia comn. Resulta enton-

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

    19/28

    ces necesario detenernos de nuevo a examinar nuestros absolutos y a limpiar de excrecencias

    y aadiduras superfluas un ideal apto para servir de polo al sentido lgico de la vida.

    El hombre como portador de valores mximos y clula del bien general

    En esta labor se nos antoja primordial la recuperacin de la escala de magnitudes, esto es,

    devolver al hombre su proporcin, para que posea plena conciencia de que, ante las formas

    tumultuosas del progreso, sigue siendo portador de valores mximos; pero para que sea

    humanamente, es decir: sin ignorancia.

    Slo as podremos partir de ese yo vertical, a un ideal de humanidad mejor, suma de indivi-

    dualidades con tendencia un continuo perfeccionamiento.

    Sugerir que la humanidad es imperfecta, que el individuo es un experimento fracasado, que la

    vida que nosotros comprendemos y tratamos de encauzar es, en s y en sus formas presentes,algo irremediablemente condenado a la frustracin, nos hace experimentar la dolorosa sensa-

    cin de que se ha perdido todo contacto con la realidad. Lo mismo tememos cuando se fa a la

    abdicacin de las individualidades en poderes extremos una imposible realizacin social.

    Si hay algo que ilumine nuestro pensamiento, que haga perseverar en nuestra alma la alegra

    de vivir y de actuar, es nuestra fe en los valores individuales como base de redencin y, al

    mismo tiempo, nuestra confianza de que no est lejano el da en que sea una persuasin vital

    el principio filosfico de que la plena realizacin del yo, el cumplimiento de sus fines ms

    sustantivos, se halla en el bien general.

    Hay que devolver al hombre la fe en su misin

    Hoy, cuando la angustia de Heidegger ha sido llevada al extremo de fundar la teora sobre la

    nusea y se ha llegado a situar al hombre en actitud de defenderse de la cosa, puede hacer-

    se de ello polmica simple, pero es conveniente repetir que no han sido teoras fundadas en

    sugestiones sino en un parcial relajamiento biolgico. Del desastre brota el herosmo, pero

    brota tambin la desesperacin, cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo

    que produce la nusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud comba-

    tiva es la fe en su misin, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo.

    Ahora bien: va anexo al sentido de norma el sentido de cultura. Nuestra norma, la que trata-

    mos de insinuar aqu, no es un cuadro de imposiciones jurdicas, sino una visin individual de la

    perfeccin propia, de la propia vida ideal... En ese aspecto no cabe duda de que su eficacia

    depende enormemente de nuestra comprensin del mundo circundante como de nuestra

    aceptacin de las obligaciones propias. El solo intento de trazar un cuadro comparativo entre

    las posibilidades culturales de la antigedad y las actuales resultara descabellado. El progreso,

    el incremento de relaciones, la complejidad de las costumbres, han ampliado el paisaje en

    trminos indescriptibles.

    Es lgico pensar, por consiguiente, que la dilatacin del panorama haya redundado en limita-

    cin proporcional de la conciencia de situacin. Cuando nuestro tiempo se plantea cuestiones

    de Moral o de Eticaacaso las ms sustantivas e inaplazables que debemos formularnos hoy,

    no ignora que en la confusin de muchos valores desempea un activo papel el signo vertigi-

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    noso de progreso. La evolucin humana se ha caracterizado, entre otras cosas, por lanzar al

    hombre fuera de s sin proveerle previamente de una conciencia plena de s mismo. A ese estar

    fuera de s puede atender mediante leyes la comunidad organizada polticamente, y tendre-

    mos entonces un aspecto de la norma tica. Pero para su reino interior y para el gobierno de

    su personalidad, no existe otra norma que aquella que se puede alcanzar por el conocimiento,por la educacin, que afirma en nosotros una actitud conforme a moral.

    De que esta norma llegue a constituir un sistema ordenado de lmites e inducciones depende

    absolutamente el porvenir de la sociedad. Ni siquiera nos es posible comprender ese porvenir

    como suma de libertad y de seguridad si no podemos prefigurar en l la existencia de normas.

    Y no somos de los que pensamos que es preferible resolver quirrgicamente el problema en-

    comendando la libertad irresponsable al imperio vigilante de la ley. Las colectividades que hoy

    deseen presentir el futuro, en las que la autodeterminacin y la plena conciencia de ser y de

    existir integren una vocacin de progreso, precisan, como requisito sustancial, el hallazgo de

    ese camino, de esa teora, que iluminen ante las pupilas humanas los parajes oscuros de su

    geografa.

    La comunidad organizada, sentido de la norma

    As como en el examen que nos est permitido aparece la voluntad transfigurada en su posibi-

    lidad de libertad, aparece el nosotros en su ordenacin suprema, la comunidad organizada.

    El pensamiento puesto al servicio de la Verdad, esparce una radiante luz, de la que, como en

    un manantial, beben las disciplinas de carcter prctico. Pero por otra parte nos es imposible

    comprender los motivos fundamentales de la evolucin filosfica prescindiendo de su circuns-

    tancia.

    Desde Platn a Hegel la civilizacin ha consumado su azarosa marcha por todos los caminos.Las circunstancias han variado sin tregua y, en ciertos dilatados plazos se dira que volvan y

    vuelven a producirse con desconcertante semejanza. La sustitucin de las viejas formas de vida

    por otras nuevas son factores sustanciales de las mutaciones, pero debemos preguntarnos si,

    en el fondo, la tendencia, el objetivo ltimo, no seguirn siendo los mismos, al menos en aque-

    llo que constituye nuestro objeto necesario: el Hombre y su Verdad.

    Cuando advertimos en Platn el Estado ideal, un Estado abstracto, comprendemos que su

    mundo, en relacin con el nuestro y en su apariencia poltica, era infinitamente apto para una

    abstraccin semejante. Las ideas puras y los absolutos podan fijarse en el panorama, apre-

    hender y configurar ste, cuando menos en su eficacia intelectual. Poda crearse un mundo en

    que valores ideales y representaciones prcticas eran susceptibles de producirse con cierta

    familiaridad. Platn afirmaba: el Bien es orden, armona, proporcin; de aqu que la virtud

    suprema sea la justicia. En tal virtud advertimos la primera norma de la antigedad convertida

    en disciplina poltica. Scrates haba tratado de definir al hombre, en quien Aristteles subra-

    yara una terminante vocacin poltica, es decir, segn el lenguaje de entonces, un sentido de

    orden en la vida comn. La idea platoniana de que el hombre y la colectividad a que pertenece

    se hallan en una integracin recproca irresistible se nos antoja fundamental. La ciudad griega,

    llevada en sus esencias al imperio por Roma, contena en fenmeno de larvacin todos los

    caminos evolutivos.

    Cuando los hechos se producan en fases simples y en estadios relativamente reducidos, era

    factible representarse la sociedad poltica como un cuerpo humano regido por las leyes inalte-

    rables de la armona: corazn, aparato digestivo, msculo, voluntad, cerebro, son en el smil de

  • 8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia

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    Platn, rganos felizmente trasladados por sus funciones y sus fines a la biologa colectiva: un

    Estado de justicia, en donde cada clase ejercita sus funciones en servicio del todo, se aplique a

    su virtud especial, sea educada de conformidad con su destino y sirva a la armona del todo. El

    Todo, con una proposicin central de justicia, con una ley de armona, la del cuerpo humano,

    predominando sobre las singularidades, aparece en el horizonte poltico helnico, que es tam-bin el primer horizonte poltico de nuestra civilizacin.

    Todava en el crepsculo de la mitologa pagana, no aparecen claros los fines ltimos del hom-

    bre. Se le concibe adscripto a la ciudad, y ms interesante quiz que su persona, es la virtud

    abstracta que es susceptible de representar. No existe, por cierto, un ideal de humanidad, aun

    para la clara visin de los filsofos.

    El Cefiso y el Eurotas no son lmites geogrficos o militares, sino tambin intelectuales. Al otro

    lado del Ponto existen la barbarie y las sombras que Alejandro rasgar aos despus. El sol es

    un globo de fuego un poco mayor que el Peloponeso.

    La certera inteligencia de Aristteles, que proporcionar el mtodo cuando los espacios nos

    hayan revelado gran parte de sus misterios, se desenvuelve tambin en esa concepcin de la

    jerarqua humana. Hay hombres libres y esclavos y no parece que todos se rijan por leyes idn-

    ticas. Hay mundos en luz y mundos en sombra.

    Nada de particular tiene que en tal situacin, la ciudad, objetivada y armnica, predomine con

    carcter irreductible sobre las desigualdades humanas, que son desigualdades sin vocacin

    reivindicativa. Ello nos permitir observar que cuando al hombre se le priva de su rango su-

    premo, o desconoce sus altos fines, el sacrificio se realiza siempre en beneficio de entidades

    superiores petrificadas. El hombre es un ser ordenado para la convivencia social leemos en

    Aristteles; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana,sino en el organismo superindividual del Estado; la Etica culmina en la Poltica.

    Los pensamientos citados definen con carcter suficiente la fisonoma del mundo helnico, y

    es preciso tener en cuenta que eran filsofos idealistas los que la haban trazado. Scrates

    intuy la inmortalidad, pero sobre ella no pudo fundar un sistema. Platn y Aristteles deban

    encargarse de situar a ese hombre, que divisaba con angustiada preocupacin el problema

    ltimo, ante la vida en comn.

    Naca el Estado, aunque la comunidad cuya vida trataba de organizar adoleca de una insufi-

    ciente revelacin de la trascendencia de los valores individuales. La idea griega necesitaba para

    ser completada una nueva contemplacin de la unidad humana desde un punto de vista ms

    elevado. Estaba reservada al cristianismo esa aportacin. El Estado griego alcanz en Roma su

    cspide. La ciudad, hecha imperio, convertida en mundo, transfigurada en forma de civiliza-

    cin, pudo cumplir histricamente todas las premisas filosficas. Se basaba en el principio de

    clases, en el servicio de un todo y, lgicamente, en la indiferencia o el desconocimiento

    helnicos de las razones ltimas del individuo.

    Una fuerza que clavase en la plaza pblica como una lanza de bronce las mximas de que no

    existe la desigualdad innata entre los seres humanos, que la esclavitud es una institucin

    oprobiosa y que emancipase a la mujer; una fuerza capaz de atribuir al hombre la posesin de

    un alma sujeta al cumplimiento de fines especficos superiores a la vida material, estaba lla-

    mada a revolucionar la existencia de la humanidad. El Cristianismo, que constituy la primera

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    gran revolucin, la primera liberacin humana, podra rectificar felizmente las concepciones

    griegas. Pero esa rectificacin se pareca mejor a una aportacin.

    Enriqueci la personalidad del hombre e hizo de la libertad, terica y limitada hasta entonces,

    una posibilidad universal. En evolucin ordenada, el pensamiento cristiano, que perfeccion lavisin genial de los griegos, podra ms tarde apoyar sus empresas filosficas en el mtodo de

    stos, y aceptar como propias muchas de sus disciplinas. Lo que le falt a Grecia para la defini-

    cin perfecta de la comunidad y del Estado fue precisamente lo aportado por el Cristianismo:

    su hombre vertical, eterno, imagen de Dios. De l pasa ya a la familia, al hogar; su unidad se

    convierte en plasma que a travs de los municipios integrar los estados, y sobre la que des-

    cansarn las modernas colectividades.

    Roma no era la Grecia cerrada, atenta slo al fenmeno exterior de la barbarie persa. Ha inte-

    grado en su existencia la de otros pueblos de costumbres, pensamientos y creencias distintas.

    Las necesidades de su comunidad fueron muy superiores tambin. Le fue sumamente difcil

    proporcionarse una idea abstracta sobre la concepcin del Estado, porque ste se haba torna-do proporcionalmente complejo. Su historia es un continuo proceso de crecimiento y asimila-

    cin que, cuando alcanza la cspide, se interrumpe por la violencia. Lega al mundo sus institu-

    ciones, su gloria, su civilizacin. Antes del ocaso, aade a esta herencia colosal la confirmacin

    de la dignidad humana.

    La libertad, expropiable por la fuerza antes de saberse el hombre poseedor de un alma libre e

    inmortal, no ser nunca ms susceptible de completa extincin. Los tiranos podrn reducirla o

    apagarla momentneamente, pero nunca ms se podr prescindir de ella: ser en el hombre

    una conciencia de la relacin profunda de su espritu con lo sobrehumano. Lo que fue privi-

    legio de la Repblica servida por los esclavos, ser ms adelante un carcter para la humani-

    dad, poseedora de una feliz revelacin.

    Al sobrevenir la crisis la civilizacin conoci siglos amargos. El derrumbamiento del imperio, sin

    parangn en la historia, devuelve el mundo a la oscuridad. Pero sta habra sido espantosa si el

    crepsculo romano no hubiese prendido en la noche siguiente la llama inextinguible de aquella

    revelacin. Lo que permitir que el hilo de oro del pensamiento contine a travs del abismo

    de hogueras y sangre, es el milagro magnfico de que el puente de las ideas religiosas no su-

    cumbiese al chocar el hierro de los brbaros con el agrietado mrmol de Roma.

    Las nuevas monarquas aparecidas al galope posean ciertamente una notable capacidad de

    asimilacin, pero su proyeccin cultural era sumamente reducida y el imperio de la fuerza en

    que deban apoyarse hizo todava ms limitada esa posibilidad. Europa se convirti en una

    necesidad armada: as como las zonas habitadas se polarizaban en torno a los puntos estrat-

    gicos y a los fosos de los castillos, la humanidad se distribuy en torno a jefes militares, caudi-

    llos y seores. Poco o nada subsistir de cuanto haba impreso su fisonoma a la existencia

    general. El principio de autoridad cae en manos de la fuerza, en razn de ese estado de nece-

    sidad aludido. Los mismos reyes ven menguar sus atribuciones y privilegios a medida que se

    ven obligados a recurrir al poder de sus ricos seores y a solicitar su alianza para sus empresas

    militares.

    El saber se refugia junto a los altares. En las abadas y en los conventos se conserva inextingui-

    ble la llama que ms tarde volver a iluminar al mundo. Y lo que preserva de la gigantesca cri-

    sis el acervo de los valores espirituales humanos es, con precisin, un sentido mstico: la direc-

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    cin vertical, hacia las alturas, que unos hombres de fe haban atribuido a todas las cosas, em-

    pezando por la naturaleza humana.

    La Edad Media es de Dios, se ha dicho, y en este hecho, en este paciente y laborioso mante-

    nerse al margen de sus tinieblas, debemos ver la lenta y difcil gestacin del Renacimiento. Fueuna Edad caracterizada por la violencia desmedida. No nos es posible hallar en ella las formas

    del Estado ni contemplar al hombre. Gracias slo al hecho de acentuar sus desgracias, y aun su

    brutalidad a veces, sobre fines e ideales remotos, pudo resultar factible la evolucin resolutiva.

    En el individuo, no es fcil diferenciar la conciencia de su proporcin en el ideal religioso de

    cuanto fue simplemente ignorancia o supersticin.

    La Edad Media produjo santos y demonios, pero en su desolacin, en su pobreza, con el hori-

    zonte teido siempre por los resplandores de los incendios, no le quedaban al hombre otro

    escape que poner sus ojos y su esperanza en mundos superiores y lejanos. La fe se vio fortale-

    cida por la desgracia.

    El Renacimiento hall diseminados los restos de una cultura y trat de reconstruir con ellos un

    nuevo clasicismo. Sobre las ruinas de los castillos feudales edificaron su trono las nuevas mo-

    narquas. A la idea de aventura sucedi la empresa. Cuando los primeros concejos acuden al

    servicio del rey con pendn al frente, y se distinguen en las batallas, se consuma en la prctica

    el final de un largo perodo histrico. El Estado tardar todava en sobrevenir, pero en torno a

    los monarcas, depositarios de un mandato ideal, representantes de lo que siglos despus ser

    el concepto de nacionalidad, empieza a gestarse la vida de los pueblos modernos. Los nobles

    ingleses arrancarn a un Juan Sin Tierra la Carta Magna, los castellanos harn jurar al trono en

    Santa Gadea, y los aragoneses arrancarn a su rey los Usajes, demostrativos de que la cons-

    titucin del Estado est en trance de ensayarse. Habr Cmaras, rudimentarias al principio, y

    los estamentos harn or en los concejos la voz de los gremios y de los municipios.

    Esta evolucin se produce bajo un signo idealista, cualquiera que sea su realizacin prctica o

    su signo poltico, y en la elevada temperatura de la Fe popular. El hombre tena fe en s, en sus

    destinos, y una fe inmarcesible en su subordinacin a lo Providencial. Tal fe justifica en parte

    las titnicas andanzas de la poca. Era necesaria para lanzarse a las sombras atlnticas y sacar

    las Amricas a la luz del sol romano, para detener la invasin trtara en las puertas de Europa y

    para levantar un mundo nuevo de la desolacin. Lo conquistado y descubierto en esa edad

    constituye un himno sonoro a la vocacin por el ideal. Pero es importante no perder de vista

    que, prescindiendo del rigor prctico de la organizacin poltica, el clima intelectual de la po-

    ca conserv el acento sobre los valores supremos del individuo. Cuando la escuela tomista nos

    dice que el fin del Estado es la educacin del hombre para una vida virtuosa, presentimos la

    enorme importancia que tuvo ese puente tendido sobre las sombras de la Edad Media. Ese

    hombre a cuyo servicio, el de su perfeccionamiento, estaba dedicado el Estado, no era por

    cierto el germen de un individualismo anrquico. Para que degenerase haba que trasladar el

    acento de sus valores espirituales a los materiales. El hombre era slo algo que deba perfec-

    cionarse, para Dios y para la comunidad. La virtud a que Santo Toms se refera no ser ente-

    ramente indiferente a la virtud griega, el patrn de valores ideales para la realizacin de la

    vida propia.

    Frente al humanismo, la inteligencia humana intenta divisar nuevos caminos y orientaciones.

    Maquiavelo cubrir la vida con el imperativo poltico, y sacrificar al poder real o a las necesi-

    dades del mundo cualquier otra ley, principio o valor.

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    Grocio llamar al Estado a erigirse en administrador supremo de la felicidad del hombre y

    abrir nuevos cauces al principio de autoridad.

    Los pueblos han vivido dcadas y siglos intensos, han proyectado sus fuerzas hacia espacios

    desconocidos, se han desdoblado, difundido en mundos nuevos, en empresas fantsticas ycostosas. Para que esto fuese posible se precisaba un poder enorme de los recursos espiritua-

    les. El apogeo de los absolutos iba a despertar, como consecuencia necesaria, el desprecio a

    los absolutos. La intensa espiritualidad de la obra gestaba, por reaccin, el desencanto y el

    materialismo que iban a producirse despus. En la evolucin, por primera vez acaso, se deri-

    vara de un extremo a otro, de un polo al opuesto, y el objetivo a suprimir era, inevitablemen-

    te, la temperatura ideal.

    Hobbes predica el absolutismo del Estado en la corriente armada de la poca, pero predica ya

    a un hombre desalentado. La unidad social no parece imaginada por l como el indestructible

    depsito de valores, sino como vctima. Fue el primero en definir al Estado como un contrato

    entre los individuos, pero importa observar que esos individuos eran lobos entre s, eran seresdesprovistos de virtud y, seguramente, de esperanzas supremas; la larga cabalgada les haba

    rendido.

    En la crisis de las monarquas absolutas, vierte su mordacidad el genio de Voltaire. Ciertamen-

    te no necesitaba ya la sociedad su corrosivo para fragmentarse bajo el trono. Montesquieu

    advirti a la monarqua que sera heredada en la Repblica y Rousseau coron el prtico de la

    naciente poca. Se caracteriz por el cambio radical del acento. Acentu sobre lo material, y

    esto se produjo indistintamente, lo mismo si el sujeto del pensamiento era el individuo, en

    cuyo caso se insinuaba la democracia liberal, que si lo era la comunidad, en cuyo caso se avis-

    taba el marxismo.

    Es muy posible que las edades Media y Moderna hayan verificado su eleccin con un exclusi-

    vismo parcial en beneficio del espritu, pero es innegable que el siglo XVIII y el XIX lo hicieron,

    con mayor parcialidad, a favor de la materia. El estado de la cultura en esos siglos pudo prever

    las consecuencias, pero debemos estimar necesario en toda evolucin lo mismo lo que nos

    parece dudoso que lo acertado. Rousseau cree en el individuo, hace de l una capacidad de

    virtud, [169] lo integra en una comunidad y suma su poder en el poder de todos para organi-

    zar, por la voluntad general, la existencia de las naciones. Para Kant, lo vital en lo poltico era el

    principio de libertad como hombre, el de dependencia como sbditos y el de igualdad

    como ciudadanos. Rousseau llamar pueblo al conjunto de hombres que mediante la con-

    ciencia de su condicin de ciudadanos y mediante las obligaciones derivadas de esta concien-

    cia, y provistos de las virtudes del verdadero ciudadano, acepten congregarse en una comuni-

    dad para cumplir sus fines.

    La Revolucin Francesa fue un estruendoso prlogo al libro, entonces en blanco, de la evolu-

    cin contempornea. Hallamos en Rousseau una evolucin constructiva de la comunidad y la

    identificacin del individuo en su seno, como base de la nueva estructuracin democrtica.

    Esta concepcin servir de punto de partida para la interpretacin prctica de los ideales en las

    nuevas democracias. Pero resulta hasta cierto punto conveniente examinar si en la concepcin

    originaria no se produjo, por la dinmica misma de la reaccin, la supresin innecesaria de

    toda una escala de valores. Podemos preguntarnos, por ejemplo, si fue decididamente impres-

    cindible para derivar el poder absoluto a la voluntad del ciudadano, cegar antes en sta toda

    posibilidad espiritual. En segundo lugar es preciso tener en cuenta el largo parntesis que el

    Imperio abri entre el prlogo y la continuacin del libro de la evolucin poltica.

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    La terrible anulacin del hombre por el Estado y el problema del pensamiento democrtico del

    futuro

    En ese parntesis, el ideal que el pensamiento haba abandonado a la intemperie, es rescatado

    del arroyo por fuerzas opuestas, que combatirn con extremada violencia en el futuro. No

    tratarn de fijar sus absolutos en la jerarqua del hombre, en sus valores ni en sus posibilidades

    de virtud; los fijaran en el Estado, o en organizaciones de un caracterstico materialismo.

    Todava Fichte crea un amplio espacio donde el individuo, subordinado al todo social, puede

    realizarse. Hegel convertir en Dios al [170] Estado. La vida ideal y el mundo espiritual que

    hall abandonados los recogi para sacrificarlos a la Providencia estatal, convertida en serie de

    absolutos. De esta concepcin filosfica derivar la traslacin posterior: el materialismo con-

    ducir al marxismo, y el idealismo, que ya no acenta sobre el hombre, ser en los sucesores y

    en los intrpretes de Hegel, la deificacin del Estado ideal con su consecuencia necesaria, lainsectificacin del individuo.

    El individuo est sometido en stos a un destino histrico a travs del Estado, al que pertene-

    ce. Los marxistas lo convertirn a su vez en una pieza, sin paisajes ni techo celeste, de una co-

    munidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo la mampostera. Lo que en ambas for-

    mas se hace patente es la anulacin del hombre como tal, su desaparicin progresiva frente al

    aparato externo del progreso, el Estado fustico o la comunidad mecanizada.

    El individuo hegeliano, que cree poseer fines propios, vive en estado de ilusin, pues slo sirve

    los fines del Estado. En los seguidores de Marx esos fines son ms oscuros todava, pues slo

    se vive para una esencia privilegiada de la comunidad y no en ella ni con ella. El individuomarxista es, por necesidad, una abdicacin.

    En medio se alza la fidelidad a los principios democrticos liberales que llena el siglo pasado y

    parte del presente. Pero con defectos sustanciales, porque no ha sido posible hermanar pun-

    tos de vista distintos, que condujeron a dos guerras mundiales y que an hoy someten la con-

    ciencia civilizada a dursimas presiones. El problema del pensamiento democrtico futuro est

    en resolvernos a dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la atencin de los valores

    supremos del individuo; acentuando sobre sus esencias espirituales, pero con las esperanzas

    puestas en el bien comn.

    En lo poltico parte muy importante de tal crisis de las ideas democrticas se debe al tiempo de

    su aparicin. La democracia como hecho trascendental estaba llamado a suceder ipso facto a

    los absolutismos. Sin embargo, sufri un largo comps de espera impuesto por la persistencia

    de monarquas templadas y repblicas estacionarias que, para subsistir, creyeron necesario

    aplicar en leves dosis principios propios de la democracia pura, preferentemente aquellos que

    podan ser adaptados sin peligro. Tal operacin dulcific la evolucin, pero sustrajo partes muy

    importantes de personalidad al nuevo orden de ideas, que a su advenimiento pleno hall, fren-

    te a colosales enemigos, muy disminuida su novedad. Sucedi as que los pueblos que pudie-

    ron establecerla en su momento han alcanzado con ella los caminos de perfeccin necesarios,

    y los que no lo consiguieron, han optado por el empleo de sustitutivos, los extremismos, con

    tal de hacer efectivo por cualquier va, el carcter trascendental.

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    La justicia no es un trmino insinuador de violencia, sino una persuasin general; y existe en-

    tonces un rgimen de alegra, porque donde lo democrtico puede robustecerse en la com-

    prensin universal de la libertad y el bien general, es donde, con precisin, puede el individuo

    realizarse a s mismo, hallar de un modo pleno su euforia espiritual y la justificacin de su exis-tencia.

    Sentido de proporcin. Anhelo de armona. Necesidad de equilibrio

    Para el mundo existe todava, y existir mientras al hombre le sea dado elegir, la posibilidad de

    alcanzar lo que la filosofa hind llama la mansin de la paz. En ella posee el hombre, frente a

    su Creador, la escala de magnitudes, es decir, su proporcin. Desde esa mansin es factible

    realizar el mundo de la cultura, el camino de perfeccin.

    De Rabindranath Tagore son estas frases: el mundo moderno empuja incesantemente a susvctimas, pero sin conducirlas a ninguna parte. Que la medida de la grandeza humana est en

    sus recursos materiales es un insulto al hombre.

    No nos est permitido dudar de la trascendencia de los momentos que aguardan a la humani-

    dad. El pensamiento noble, espoleado por su vocacin de