Juan Pablo II, Salmo 50

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JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 8 de mayo de 2002 Conciencia del pecado como ofensa de Dios 1. El viernes de cada semana en la liturgia de las Laudes se reza el salmo 50, el Miserere, el salmo penitencial más amado, cantado y meditado; se trata de un himno al Dios misericordioso, compuesto por un pecador arrepentido. En una catequesis anterior ya hemos presentado el marco general de esta gran plegaria. Ante todo se entra en la región tenebrosa del pecado para infundirle la luz del arrepentimiento humano y del perdón divino (cf. vv. 3- 11). Luego se pasa a exaltar el don de la gracia divina, que transforma y renueva el espíritu y el corazón del pecador arrepentido: es una región luminosa, llena de esperanza y confianza (cf. vv. 12-21). En esta catequesis haremos algunas consideraciones sobre la primera parte del salmo 50, profundizando en algunos aspectos. Sin embargo, al inicio quisiéramos proponer la estupenda proclamación divina del Sinaí, que es casi el retrato del Dios cantado por el Miserere: "Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34, 6-7). 2. La invocación inicial se eleva a Dios para obtener el don de la purificación que vuelva -como decía el profeta Isaías- "blancos como la nieve" y "como la lana" los pecados, en sí mismos "como la grana", "rojos como la púrpura" (cf. Is 1, 18). El salmista confiesa su pecado de modo neto y sin vacilar: "Reconozco mi culpa (...). Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces" (Sal 50, 5-6). Así pues, entra en escena la conciencia personal del

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El Papa II explica el salmo 50

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JUAN PABLO IIAUDIENCIA GENERAL

Mircoles 8 de mayo de 2002Conciencia del pecadocomo ofensa de Dios1.El viernes de cada semana en laliturgia de las Laudesse reza el salmo 50, elMiserere, el salmo penitencial ms amado, cantado y meditado; se trata de un himno al Dios misericordioso, compuesto por un pecador arrepentido. En una catequesis anterior ya hemos presentado el marco general de esta gran plegaria. Ante todo se entra en la regin tenebrosa del pecado para infundirle la luz del arrepentimiento humano y del perdn divino (cf. vv. 3-11). Luego se pasa a exaltar el don de la gracia divina, que transforma y renueva el espritu y el corazn del pecador arrepentido: es una regin luminosa, llena de esperanza y confianza (cf. vv. 12-21).

En esta catequesis haremos algunas consideraciones sobre la primera parte del salmo 50, profundizando en algunos aspectos. Sin embargo, al inicio quisiramos proponer la estupenda proclamacin divina del Sina, que es casi el retrato del Dios cantado por elMiserere: "Seor, Seor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la clera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelda y el pecado" (Ex34, 6-7).2.La invocacin inicial se eleva a Dios para obtener el don de la purificacin que vuelva -como deca el profeta Isaas- "blancos como la nieve" y "como la lana" los pecados, en s mismos "como la grana", "rojos como la prpura" (cf.Is1, 18). El salmista confiesa su pecado de modo neto y sin vacilar: "Reconozco mi culpa (...). Contra ti, contra ti solo pequ; comet la maldad que aborreces" (Sal50, 5-6).

As pues, entra en escena la conciencia personal del pecador, dispuesto a percibir claramente el mal cometido. Es una experiencia que implica libertad y responsabilidad, y lo lleva a admitir que rompi un vnculo para construir una opcin de vida alternativa respecto de la palabra de Dios. De ah se sigue una decisin radical de cambio. Todo esto se halla incluido en aquel "reconocer", un verbo que en hebreo no slo entraa una adhesin intelectual, sino tambin una opcin vital.

Es lo que, por desgracia, muchos no realizan, como nos advierte Orgenes: "Hay algunos que, despus de pecar, se quedan totalmente tranquilos, no se preocupan para nada de su pecado y no toman conciencia de haber obrado mal, sino que viven como si no hubieran hecho nada malo.Estos no pueden decir: "Tengo siempre presente mi pecado". En cambio, una persona que, despus de pecar, se consume y aflige por su pecado, le remuerde la conciencia, y se entabla en su interior una lucha continua, puede decir con razn: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados" (Sal37, 4)... As, cuando ponemos ante los ojos de nuestro corazn los pecados que hemos cometido, los repasamos uno a uno, los reconocemos, nos avergonzamos y arrepentimos de ellos, entonces desconcertados y aterrados podemos decir con razn: "no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados"" (Homila sobre el Salmo 37). Por consiguiente, el reconocimiento y la conciencia del pecado son fruto de una sensibilidad adquirida gracias a la luz de la palabra de Dios.

3.En la confesin delMisererese pone de relieve un aspecto muy importante: el pecado no se ve slo en su dimensin personal y "psicolgica", sino que se presenta sobre todo en su ndole teolgica. "Contra ti, contra ti solo pequ" (Sal50, 6), exclama el pecador, al que la tradicin ha identificado con David, consciente de su adulterio cometido con Betsab tras la denuncia del profeta Natn contra ese crimen y el del asesinato del marido de ella, Uras (cf. v. 2;2 Sm11-12).Por tanto, el pecado no es una mera cuestin psicolgica o social; es un acontecimiento que afecta a la relacin con Dios, violando su ley, rechazando su proyecto en la historia, alterando la escala de valores y "confundiendo las tinieblas con la luz y la luz con las tinieblas", es decir, "llamando bien al mal y mal al bien" (cf.Is5, 20). El pecado, antes de ser una posible injusticia contra el hombre, es una traicin a Dios. Son emblemticas las palabras que el hijo prdigo de bienes pronuncia ante su padre prdigo de amor: "Padre, he pecado contra el cielo -es decir, contra Dios- y contra ti" (Lc15, 21).

4.En este punto el salmista introduce otro aspecto, vinculado ms directamente con la realidad humana. Es una frase que ha suscitado muchas interpretaciones y que se ha relacionado tambin con la doctrina del pecado original: "Mira, en la culpa nac; pecador me concibi mi madre" (Sal50, 7). El orante quiere indicar la presencia del mal en todo nuestro ser, como es evidente por la mencin de la concepcin y del nacimiento, un modo de expresar toda la existencia partiendo de su fuente. Sin embargo, el salmista no vincula formalmente esta situacin al pecado de Adn y Eva, es decir, no habla de modo explcito de pecado original.

En cualquier caso, queda claro que, segn el texto del Salmo, el mal anida en el corazn mismo del hombre, es inherente a su realidad histrica y por esto es decisiva la peticin de la intervencin de la gracia divina. El poder del amor de Dios es superior al del pecado, el ro impetuoso del mal tiene menos fuerza que el agua fecunda del perdn. "Donde abund el pecado, sobreabund la gracia" (Rm5, 20).

5.Por este camino la teologa del pecado original y toda la visin bblica del hombre pecador son evocadas indirectamente con palabras que permiten vislumbrar al mismo tiempo la luz de la gracia y de la salvacin.

Como tendremos ocasin de descubrir ms adelante, al volver sobre este salmo y sobre los versculos sucesivos, la confesin de la culpa y la conciencia de la propia miseria no desembocan en el terror o en la pesadilla del juicio, sino en la esperanza de la purificacin, de la liberacin y de la nueva creacin.

En efecto, Dios nos salva "no por obras de justicia que hubisemos hecho nosotros, sino segn su misericordia, por medio del bao de regeneracin y de renovacin del Espritu Santo, que derram sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt3, 5-6).UDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO IIMircoles 4 de diciembre de 2002Misericordia, Dios mo!1. Todas las semanas, laliturgia de las Laudesnos propone nuevamente el salmo 50, el clebreMiserere. Ya lo hemos meditado otras veces en algunas de sus partes. Tambin ahora consideraremos en especial una seccin de esta grandiosa imploracin de perdn: los versculos 12-16.

Es significativo, ante todo, notar que, en el original hebreo, resuena tres veces la palabra "espritu", invocado de Dios como don y acogido por la criatura arrepentida de su pecado: "Renuvame por dentro con espritu firme; (...) no me quites tu santo espritu; (...) afinzame con espritu generoso" (vv. 12. 13. 14). En cierto sentido, utilizando un trmino litrgico, podramos hablar de una "epclesis", es decir, una triple invocacin del Espritu que, como en la creacin aleteaba por encima de las aguas (cf.Gn1, 2), ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva vida y elevndolo del reino del pecado al cielo de la gracia.

2. Los Padres de la Iglesia ven en el "espritu" invocado por el salmista la presencia eficaz del Espritu Santo. As, san Ambrosio est convencido de que se trata del nico Espritu Santo "que ardi con fervor en los profetas, fue insuflado (por Cristo) a los Apstoles, y se uni al Padre y al Hijo en el sacramento del bautismo" (El Espritu SantoI, 4, 55:SAEMO16, p. 95). Esa misma conviccin manifiestan otros Padres, como Ddimo el Ciego de Alejandra de Egipto y Basilio de Cesarea en sus respectivos tratados sobre el Espritu Santo (Ddimo el Ciego,Lo Spirito Santo,Roma 1990, p. 59; Basilio de Cesarea,Lo Spirito Santo,IX, 22, Roma 1993, p. 117 s).

Tambin san Ambrosio, observando que el salmista habla de la alegra que invade su alma una vez recibido el Espritu generoso y potente de Dios, comenta: "La alegra y el gozo son frutos del Espritu y nosotros nos fundamos sobre todo en el Espritu Soberano. Por eso, los que son renovados con el Espritu Soberano no estn sujetos a la esclavitud, no son esclavos del pecado, no son indecisos, no vagan de un lado a otro, no titubean en sus opciones, sino que, cimentados sobre roca, estn firmes y no vacilan" (Apologa del profeta David a Teodosio Augusto, 15, 72:SAEMO5, p. 129).

3. Con esta triple mencin del "espritu", el salmo 50, despus de describir en los versculos anteriores la prisin oscura de la culpa, se abre a la regin luminosa de la gracia. Es un gran cambio, comparable a una nueva creacin: del mismo modo que en los orgenes Dios insufl su espritu en la materia y dio origen a la persona humana (cf.Gn2, 7), as ahora el mismo Espritu divino crea de nuevo (cf.Sal50, 12), renueva, transfigura y transforma al pecador arrepentido, lo vuelve a abrazar (cf. v. 13) y lo hace partcipe de la alegra de la salvacin (cf. v. 14). El hombre, animado por el Espritu divino, se encamina ya por la senda de la justicia y del amor, como reza otro salmo: "Ensame a cumplir tu voluntad, ya que t eres mi Dios. Tu espritu, que es bueno, me gue por tierra llana" (Sal142, 10).

4. Despus de experimentar este nuevo nacimiento interior, el orante se transforma en testigo; promete a Dios "ensear a los malvados los caminos" del bien (cf.Sal50, 15), de forma que, como el hijo prdigo, puedan regresar a la casa del Padre. Del mismo modo, san Agustn, tras recorrer las sendas tenebrosas del pecado, haba sentido la necesidad de atestiguar en susConfesionesla libertad y la alegra de la salvacin.

Los que han experimentado el amor misericordioso de Dios se convierten en sus testigos ardientes, sobre todo con respecto a quienes an se hallan atrapados en las redes del pecado. Pensamos en la figura de san Pablo, que, deslumbrado por Cristo en el camino de Damasco, se transforma en un misionero incansable de la gracia divina.

5. Por ltima vez, el orante mira hacia su pasado oscuro y clama a Dios: "Lbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mo!" (v. 16). La "sangre", a la que alude, se interpreta de diversas formas en la Escritura. La alusin, puesta en boca del rey David, hace referencia al asesinato de Uras, el marido de Betsab, la mujer que haba sido objeto de la pasin del soberano. En sentido ms general, la invocacin indica el deseo de purificacin del mal, de la violencia, del odio, siempre presentes en el corazn humano con fuerza tenebrosa y malfica. Pero ahora los labios del fiel, purificados del pecado, cantan al Seor.

Y el pasaje del salmo 50 que hemos comentado hoy concluye precisamente con el compromiso de proclamar la "justicia" de Dios. El trmino "justicia" aqu, como a menudo en el lenguaje bblico, no designa propiamente la accin punitiva de Dios con respecto al mal; ms bien, indica la rehabilitacin del pecador, porque Dios manifiesta su justicia haciendo justos a los pecadores (cf.Rm3, 26). Dios no se complace en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva (cf.Ez18, 23).AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO IIMircoles 30 de julio de 2003Misericordia, Dios mo1. Esta es la cuarta vez que, durante nuestras reflexiones sobre laliturgia de Laudes, escuchamos la proclamacin del salmo 50, el clebreMiserere,puesse propone todos los viernes, para que se convierta en un oasis de meditacin, donde se pueda descubrir el mal que anida en la conciencia e implorar del Seor la purificacin y el perdn. En efecto, como confiesa el salmista en otra splica, "ningn hombre vivo es inocente frente a ti" (Sal142, 2). En ellibro de Jobse lee: "Cmo un hombre ser justo ante Dios?, cmo ser puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las estrellas son puras a sus ojos, cunto menos un hombre, esa gusanera, un hijo de hombre, ese gusano!" (Jb25, 4-6).Frases fuertes y dramticas, que quieren mostrar con toda su seriedad y gravedad el lmite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad perversa de sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo, el mensaje de esperanza delMiserere, que el Salterio pone en labios de David, pecador convertido, es este: Dios puede "borrar, lavar y limpiar" la culpa confesada con corazn contrito (cf.Sal50, 2-3). Dice el Seor por boca de Isaas: "Aunque fueren vuestros pecados como la grana, como la nieve blanquearn. Y aunque fueren rojos como la prpura, como la lana quedarn" (Is1, 18).2. Esta vez reflexionaremos brevemente en el final del salmo 50, un final lleno de esperanza, porque el orante es consciente de que ha sido perdonado por Dios (cf. vv. 17-21). Sus labios ya estn a punto de proclamar al mundo la alabanza del Seor, atestiguando de este modo la alegra que experimenta el alma purificada del mal y, por eso, liberada del remordimiento (cf. v. 17).El orante testimonia de modo claro otra conviccin, remitindose a la enseanza constante de los profetas (cf.Is1, 10-17;Am5, 21-25;Os6, 6): el sacrificio ms agradable que sube al Seor como perfume y suave fragancia (cf.Gn8, 21) no es el holocausto de novillos y corderos, sino, ms bien, el "corazn quebrantado y humillado" (Sal50, 19).LaImitacin de Cristo, libro tan apreciado por la tradicin espiritual cristiana, repite la misma afirmacin del salmista: "La humilde contricin de los pecados es para ti el sacrificio agradable, un perfume mucho ms suave que el humo del incienso... All se purifica y se lava toda iniquidad" (III, 52, 4).3. El salmo concluye de modo inesperado con una perspectiva completamente diversa, que parece incluso contradictoria (cf. vv. 20-21). De la ltima splica de un pecador, se pasa a una oracin por la reconstruccin de toda la ciudad de Jerusaln, lo cual nos hace remontarnos de la poca de David a la de la destruccin de la ciudad, varios siglos despus. Por otra parte, tras expresar en el versculo 18 que a Dios no le complacen las inmolaciones de animales, el salmo anuncia en el versculo 21 que el Seor aceptar esas inmolaciones.Es evidente que este pasaje final es una aadidura posterior, hecha en el tiempo del exilio, que, de alguna manera, quiere corregir o al menos completar la perspectiva del salmo davdico. Y lo hace en dos puntos: por una parte, no se quera que todo el salmo se limitara a una oracin individual; era necesario pensar tambin en la triste situacin de toda la ciudad. Por otra, se quera matizar el valor del rechazo divino de los sacrificios rituales; ese rechazo no poda ser ni completo ni definitivo, porque se trataba de un culto prescrito por Dios mismo en laTorah. Quien complet el salmo tuvo una intuicin acertada: comprendi la necesidad en que se encuentran los pecadores, la necesidad de una mediacin sacrificial. Los pecadores no pueden purificarse por s mismos; no bastan los buenos sentimientos. Hace falta una mediacin externa eficaz. ElNuevo Testamentorevelar el sentido pleno de esa intuicin, mostrando que, con la ofrenda de su vida, Cristo llev a cabo una mediacin sacrificial perfecta.4. En susHomilas sobre Ezequiel, san Gregorio Magno capt muy bien la diferencia de perspectiva que existe entre los versculos 19 y 21 delMiserere.Propone una interpretacin que tambin nosotros podemos aceptar, concluyendo as nuestra reflexin. San Gregorio aplica el versculo 19, que habla de espritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, y el versculo 21, que habla de holocausto, a la Iglesia en el cielo.He aqu las palabras de ese gran Pontfice: "La santa Iglesia tiene dos vidas: una que vive en el tiempo y la otra que recibe en la eternidad; una en la que sufre en la tierra y la otra que recibe como recompensa en el cielo; una con la que hace mritos y la otra en la que ya goza de los mritos obtenidos. Y en ambas vidas ofrece el sacrificio: aqu, el sacrificio de la compuncin, y en el cielo, el sacrificio de alabanza. Del primer sacrificio se dice: "Mi sacrificio es un espritu quebrantado" (Sal50, 19); del segundo est escrito: "Entonces aceptars los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos" (Sal50, 21). (...) En ambos se ofrece carne, porque aqu la oblacin de la carne es la mortificacin del cuerpo, mientras que en el cielo la oblacin de la carne es la gloria de la resurreccin en la alabanza a Dios. En el cielo se ofrecer la carne como en holocausto, cuando, transformada en la incorruptibilidad eterna, ya no habr ningn conflicto y nada mortal, porque perdurar ntegra, encendida de amor a l, en la alabanza sin fin" (Omelie su Ezechiele2, Roma 1993, p. 271).JUAN PABLO IIAUDIENCIA GENERAL

Mircoles 24 de octubre de 2001El pecado del hombre y el perdn de Dios1.Hemos escuchado elMiserere, una de las oraciones ms clebres del Salterio, el ms intenso y repetido salmo penitencial, el canto del pecado y del perdn, la ms profunda meditacin sobre la culpa y la gracia. LaLiturgia de las Horasnos lo hace repetir en lasLaudesde cada viernes. Desde hace muchos siglos sube al cielo desde innumerables corazones de fieles judos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso.

La tradicin juda puso este salmo en labios de David, impulsado a la penitencia por las severas palabras del profeta Natn (cf.Sal50, 1-2;2 S11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsab y el asesinato de su marido, Uras. Sin embargo, el Salmo se enriquece en los siglos sucesivos con la oracin de otros muchos pecadores, que recuperan los temas del "corazn nuevo" y del "Espritu" de Dios infundido en el hombre redimido, segn la enseanza de los profetas Jeremas y Ezequiel (cf.Sal50, 12;Jr31, 31-34;Ez11, 19; 36, 24-28).

2.Son dos los horizontes que traza el salmo 50. Est, ante todo, la regin tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde est situado el hombre desde el inicio de su existencia: "Mira, en la culpa nac, pecador me concibi mi madre" (v. 7). Aunque esta declaracin no se puede tomar como una formulacin explcita de la doctrina del pecado original tal como ha sido delineada por la teologa cristiana, no cabe duda de que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensin profunda de la debilidad moral innata del hombre. El Salmo, en esta primera parte, aparece como un anlisis del pecado, realizado ante Dios. Son tres los trminos hebreos utilizados para definir esta triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.

3.El primer vocablo,hatt, significa literalmente "no dar en el blanco": el pecado es una aberracin que nos lleva lejos de Dios -meta fundamental de nuestras relaciones- y, por consiguiente, tambin del prjimo.

El segundo trmino hebreo es'awn, que remite a la imagen de "torcer", "doblar". Por tanto, el pecado es una desviacin tortuosa del camino recto. Es la inversin, la distorsin, la deformacin del bien y del mal, en el sentido que le da Isaas: "Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!" (Is5, 20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversin se indica como un "regreso" (en hebreoshb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.

La tercera palabra con que el salmista habla del pecado espesh. Expresa la rebelin del sbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

4.Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvfica de Dios est dispuesta a purificarlo radicalmente. As se pasa a la segunda regin espiritual del Salmo, es decir, la regin luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a travs de la confesin de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Seor no acta slo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a travs de su Espritu vivificante: infunde en el hombre un "corazn" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe lmpida y de un culto agradable a Dios.

Orgenes habla, al respecto, de una terapia divina, que el Seor realiza a travs de su palabra y mediante la obra de curacin de Cristo: "Como para el cuerpo Dios prepar los remedios de las hierbas teraputicas sabiamente mezcladas, as tambin para el alma prepar medicinas con las palabras que infundi, esparcindolas en las divinas Escrituras. (...) Dios dio tambin otra actividad mdica, cuyo Mdico principal es el Salvador, el cual dice de s mismo: "No son los sanos los que tienen necesidad de mdico, sino los enfermos". l era el mdico por excelencia, capaz de curar cualquier debilidad, cualquier enfermedad" (Homilas sobre los Salmos, Florencia 1991, pp. 247-249).

5.La riqueza del salmo 50 merecera una exgesis esmerada de todas sus partes.Es lo que haremos cuando volver a aparecer en los diversos viernes de lasLaudes.La mirada de conjunto, que ahora hemos dirigido a esta gran splica bblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una espiritualidad que debe reflejarse en la existencia diaria de los fieles. Ante todo est un vivsimo sentido del pecado, percibido como una opcin libre, marcada negativamente a nivel moral y teologal: "Contra ti, contra ti solo pequ, comet la maldad que aborreces" (v. 6).

Luego se aprecia en el Salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversin: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicndole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).

Por ltimo, en elMiserere, encontramos una arraigada conviccin del perdn divino que "borra, lava y limpia" al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura que tiene espritu, lengua, labios y corazn transfigurados (cf. vv. 14-19). "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es ms fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazn... El resto lo har Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba". (M. Winowska,El icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina, Roma 1981, p.271).