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8/2/2019 JUAN GOYTISOLO El 98 Que Se Nos Viene Encima 270597 http://slidepdf.com/reader/full/juan-goytisolo-el-98-que-se-nos-viene-encima-270597 1/6 Pág. 1 JUAN GOYTISOLO El 98 que se nos viene encima 27/05/1997 La historia amenaza con repetirse. Hace cinco años, las fiestas y conmemoraciones me- diáticas del Quinto Centenario, acogidas con un aplauso casi general y el silencio cómplice de una intelectualidad amnésica o anestesiada, se esfumaron sin pena ni gloria y sin haber sido objeto de la indispensable revisión crítica que algunos en España y mu- chos en Iberoamérica deseábamos: el engarce de quienes denunciaron en solitario su anacronía y omisión de los atropellos sufridos por los nativos -Sánchez Ferlosio, Eduar- do Subirats- con la denuncia de algunos cronistas de Indias o la protesta solemne y casi imprecatoria de Las Casas, a quien con su habitual cinismo la Iglesia pretende ahora  beatificar, incurría sin duda en un delito de leso antipatriotismo y fue acallada por las albórbolas de la prensa y el griterío de los regidores del saber y su clerecía devota. Lo que leemos hoy como ayer en libros, manuales y artículos sobre el grupo dispar agavi- llado por los profesionales del ramo en el atado generacional o marca registrada del No- venta y Ocho no presagia en verdad nada bueno. Mezclar capachos con berzas y exten- derse en comentarios hueros sobre dicha nómina de escritores como entidad unitaria es, más que disparate, falacia. Ninguna individualidad literaria puede ser reducida a ese  brumoso pero cómodo concepto, o por mejor decir comodín, de "generación". ¿A quién sé le ocurriría el dislate de incluir a San Juan de la Cruz en una "generación de 1580" o considerar a Cervantes como miembro eminente de "la del 1600"? Pues idéntico respeto al empeño creador de un gran artista como Valle Inclán debería vedar su absurda co- nexión con otros que nacieron o comenzaron a escribir en las mismas fechas que él: ¿qué tiene que ver en verdad un novelista y dramaturgo de su temple con la gavilla de doloridos por España y enemigos pugnaces de la endeble pero real tradición liberal y racionalista del siglo XIX? Convendría releer, por ejemplo, lo escrito por Cernuda acerca del autor gallego o los  Estudios sobre poesía española contemporánea del primero y aquilatar la dureza de sus  juicios en lo tocante a "aquel grupo de traidores y apóstatas (excepción hecha en el mismo, claro está, de Antonio Machado)" en contraposición al ejemplar itinerario humano y literario del creador de Divinas palabras. La libertad de pluma de Cernuda, forjada en el lento aprendizaje de su insularidad de exiliado, rompe saludablemente el consenso que ahora, como siempre, asfixia la vida intelectual de España: continuismo éste, no ya esencialista, como el predicado por Ganivet y Unamuno, sino impuesto por "fiero sufragio universal" o "a cristazo limpio", según el aire de los tiempos o el acomo- do gruñón a las circunstancias. Pero cedamos la palabra al autor de La realidad y el deseo, a quien actualmente tanto se cita, a menudo sin leerlo. "Bastante más de siglo y medio ha pasado desde la publica- ción de los libros primeros del susodicho grupo de escritores", observaba en la década de los cincuenta, "y entre él y la sociedad española se abrió el mar de sangre y de barba- rie de la última (por ahora) guerra civil, y es posible considerar con trágica perspectiva, respecto de aquel grupo, el significado de su obra y su valor, tal como aparecían aquél y éste antes de la guerra civil y después de ella. Cosa rarísima entre los españoles: dicha obra colectiva no ha suscitado ni suscita sino elogios admirativos, bastante temerarios  por cierto" o "aún no se ha tomado [tocante a los autores del Noventa y Ocho], a pesar 

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JUAN GOYTISOLO

El 98 que se nos viene encima

27/05/1997

La historia amenaza con repetirse. Hace cinco años, las fiestas y conmemoraciones me-diáticas del Quinto Centenario, acogidas con un aplauso casi general y el silenciocómplice de una intelectualidad amnésica o anestesiada, se esfumaron sin pena ni gloriay sin haber sido objeto de la indispensable revisión crítica que algunos en España y mu-chos en Iberoamérica deseábamos: el engarce de quienes denunciaron en solitario suanacronía y omisión de los atropellos sufridos por los nativos -Sánchez Ferlosio, Eduar-do Subirats- con la denuncia de algunos cronistas de Indias o la protesta solemne y casiimprecatoria de Las Casas, a quien con su habitual cinismo la Iglesia pretende ahora

 beatificar, incurría sin duda en un delito de leso antipatriotismo y fue acallada por lasalbórbolas de la prensa y el griterío de los regidores del saber y su clerecía devota. Loque leemos hoy como ayer en libros, manuales y artículos sobre el grupo dispar agavi-llado por los profesionales del ramo en el atado generacional o marca registrada del No-venta y Ocho no presagia en verdad nada bueno. Mezclar capachos con berzas y exten-derse en comentarios hueros sobre dicha nómina de escritores como entidad unitaria es,más que disparate, falacia. Ninguna individualidad literaria puede ser reducida a ese

 brumoso pero cómodo concepto, o por mejor decir comodín, de "generación". ¿A quiénsé le ocurriría el dislate de incluir a San Juan de la Cruz en una "generación de 1580" oconsiderar a Cervantes como miembro eminente de "la del 1600"? Pues idéntico respetoal empeño creador de un gran artista como Valle Inclán debería vedar su absurda co-

nexión con otros que nacieron o comenzaron a escribir en las mismas fechas que él:¿qué tiene que ver en verdad un novelista y dramaturgo de su temple con la gavilla dedoloridos por España y enemigos pugnaces de la endeble pero real tradición liberal yracionalista del siglo XIX?

Convendría releer, por ejemplo, lo escrito por Cernuda acerca del autor gallego o los Estudios sobre poesía española contemporánea del primero y aquilatar la dureza de sus juicios en lo tocante a "aquel grupo de traidores y apóstatas (excepción hecha en elmismo, claro está, de Antonio Machado)" en contraposición al ejemplar itinerariohumano y literario del creador de Divinas palabras. La libertad de pluma de Cernuda,forjada en el lento aprendizaje de su insularidad de exiliado, rompe saludablemente el

consenso que ahora, como siempre, asfixia la vida intelectual de España: continuismoéste, no ya esencialista, como el predicado por Ganivet y Unamuno, sino impuesto por "fiero sufragio universal" o "a cristazo limpio", según el aire de los tiempos o el acomo-do gruñón a las circunstancias.

Pero cedamos la palabra al autor de La realidad y el deseo, a quien actualmente tanto secita, a menudo sin leerlo. "Bastante más de siglo y medio ha pasado desde la publica-ción de los libros primeros del susodicho grupo de escritores", observaba en la décadade los cincuenta, "y entre él y la sociedad española se abrió el mar de sangre y de barba-rie de la última (por ahora) guerra civil, y es posible considerar con trágica perspectiva,respecto de aquel grupo, el significado de su obra y su valor, tal como aparecían aquél yéste antes de la guerra civil y después de ella. Cosa rarísima entre los españoles: dichaobra colectiva no ha suscitado ni suscita sino elogios admirativos, bastante temerarios

 por cierto" o "aún no se ha tomado [tocante a los autores del Noventa y Ocho], a pesar 

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de que el tiempo y la muerte los distanciaron, una actitud crítica, sino que subsiste la panegírica, y eso que los acontecimientos nacionales en los últimos años han puesto uncomentario terrible a muchas de las páginas que escribieron con irresponsabilidad ex-traña".

Vista de modo retrospectivo en vísperas del Primer Centenario, la percepción cernudia-na del coro de alabanzas de la intelectualidad oficial o prudentemente conformista delos años 50 resulta con todo mucho menos sorprendente que la de hoy, tras veinte añosde democracia: los valores anacrónicos, ya defendidos de manera explícita en la obra deGanivet, Unamuno o Azorín, ya presentes implícitamente en ella, eran los de otros auto-res no hacinados con dicha etiqueta noventayochista como Menéndez Pidal, García Mo-rente o Ramiro de Maeztu, más próximos a la dictadura y asimilados por ella a través desus sectores aperturistas y dialogantes. Los pecados de juventud de Azorín o Baroja, losagónicos zigzags de Unamuno habían sido compensados con su adhesión más o menossincera o desgarrada al presunto Movimiento Salvador y permitían su recuperación por los antedichos sectores, esto es, su integración en el patrimonio nacional con el que se

arropaba el poder y el gremio estipendiado de sus intelectuales orgánicos. La doble lec-tura de muchos. pasajes de Ortega y su apropiación sectaria por José Antonio Primo deRivera, Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma actuaban en el mismo sentido. La comu-nidad de valores que unía a las grandes figuras del Noventa y Ocho con sus hijos y nie-tos de cuño nacional-católico o falangista aclara así el concurso de loas y admiracionesdecretadas de la España oficial y sus instituciones culturales que tanto chocaba a Cernu-da.

El común de los "críticos" acríticos e historiadores poltrones sostiene que el Noventa yOcho fue una oportuna reacción a la decadencia española simbolizada por la pérdida delos últimos restos de nuestro imperio colonial. ¡Extraña reacción, que atribuía al capita-lismo industrial, entonces portador del progreso, los males de una patria eterna e inalte-

rable; que rechazaba la europeización defendida por la maltrecha corriente liberal y pro- ponía, con maleado y espurio quijotismo, la españolización de Europa; que proclamabacon ciego heroísmo lo de "que inventen ellos", repitiendo al cabo de un siglo de tentati-vas reformistas fallidas lo de "lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir"! Loque combatía esa nebulosa de escritores era precisamente la modernidad por la queluchó la maltrecha corriente liberal: reacción, pues, si se me excusa la redundancia, polí-tica y culturalmente reaccionaria, embebida de anhelos trascendentes y aferrada a unosvalores castizos que serían después los de la España que se alzó en armas contra las ini-ciativas e innovaciones tardías de la Segunda República. Un cotejo de citas de Ganivet,Unamuno y Azorín con otras de los autores aglutinados en tomo a la "Cruzada" es, a nodudarlo, sumamente esclarecedor. Lo que en los primeros podía pasar por inocua exal-tación metafísica o adhesión a una supuesta identidad nacional abstracta se transmuta enlos segundos en una reafirmación agresiva de la "nueva" pero viejísima España, porta-dora de la divina misión de purgar y excluir de su seno a cuantos no comulguen con susrancias creencias. Tanto la Falange como el nacional-catolicismo que instigaron y pro-tagonizaron la sublevación del ejército en julio de 1936 se fundaban en el casticismocristiano viejo reelaborado por Menéndez Pelayo y Unamuno, en lo que Menéndez Pi-dal denominaba "estructura étnica perdurable", en la "intolerancia santa" con respecto alos contaminados por el virus de la anti-España, en una legitimidad. caudillista totalita-ria y dogmática. Añadiré, extendiendo el campo mítico al de otra tragedia más reciente,que los términos nación, raza, sangre, conjura internacional e invocación a la patria sa-

cra o celeste se repiten, con leves variantes sinfónicas, en el coro de intelectuales de laAcademia de Ciencias de Belgrado en los que se apoyó Milosevic para llevar a cabo su

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desastrosa empresa demoledora de la Federación Yugoslava. Las palabras, como sabe-mos, no son nunca inocentes, y las del mal agavillado equipo de escritores que vamos afestejar en un previsible concurso de palmas y requiebros contienen las semillas dañinasque germinaron en sus hijos y nietos. En plena guerra civil, el filósofo García Morente

 proclamaba en Buenos Aires: "España ha asumido estoicamente el papel de víctima

ejemplar en el laboratorio de la historia y ha dado en su propia sangre una inolvidablelección al mundo que, ojalá, no sea olvidada jamás"; y en 1940, cuando la victoria mili-tar del Eje parecía definitiva e inevitable, Menéndez Pidal, convencido, como le dijo aAmérico Castro, de que "los alemanes nos iban a regalar un imperio", sentenciaba congran aplauso en uno de sus frecuentes planeos históricos a vuelo de águila, que "estaimplantación de la unidad espiritual en el imperio [romano], con violenta supresión delos disidentes, tan celebrada por los Padres de la Iglesia, es actitud política igual a la delos maestros de Carlos V, los Reyes Católicos; éstos y Teodosio tienen que salvar unacrisis disidente, y la salvan buscando por idéntico procedimiento la absoluta unanimidadestatal que hoy [el subrayado es mío. J.G.], por otros caminos, buscan grandes pueblos

 para salvar otras crisis".

 No entra en mis propósitos examinar ahora el valor literario de autores como Unamuno,Azorín o Baroja, que leí con devoción en mis anos mozos y de forma esporádica y oca-sional después. Sin regatearles de modo alguno la originalidad de sus poemas y nivolasni la elaboración de una prosa tersa y precisa al servicio de una visión inmóvil de Casti-lla ni la invención de una docena y pico de novelas a todas luces estimables conforme aldictamen de sus habituales panegiristas, con una generosidad que no extienden, por ejemplo, a la obra de Gabriel Miró -dotado no obstante de una fina sensibilidad de laque carece Azorín-, me limitaré a señalar un hecho advertido por Cernuda: la cicateraapreciación o envidioso rencor de dicho grupo respecto a las grandes figuras de la se-gunda mitad del siglo anterior, figuras que, contrariamente a aquél, entroncan con la

tradición crítica y liberal admirablemente estudiada por Vicente Llorens. Escasa comoes la obra literaria o ensayística a la altura de sus tiempos producida en España en elsiglo XIX, el ninguneo de sus autores y escamoteo de sus novelas por esa nebulosa deescritores bautizados de pie como del Noventa y Ocho, va más allá del parricidio ritualde los literatos jóvenes y ambiciosos: don Benito "el garbancero" cayó en un injusto y

 prolongado descrédito, Clarín dejó de editarse durante más de cincuenta años y otrosmirlos blancos, desde el ignorado Blanco White a Pí y Margall, permanecieron sumidosen la fosa que les excavó Menéndez Pelayo con un tesón digno de mejor causa. Ahora

 bien, ¿produjo la citada nebulosa de autores -de la que saco desde luego a Valle Inclán-una reflexión político-cultural acerca de la decadencia española o una crítica literaria

 perspicaz comparables a las de Blanco White? ¿Creó un mundo novelesco tan vasto y

atractivo, aun en sus desniveles, como el de Galdós? ¿Escribió una novela de la enjun-dia y perfección de La Regent a? La respuesta es obviamente negativa: el monopoliointelectual asumido por los noventayochistas a la sombra tutelar de don Marcelino -monopolio al que se enfrentó, entre otros, Manuel Azaña- aseguró el continuismo inte-lectual basado en la arbitraria y bizca visión de la España eterna tal como nos es presen-tada con tenacidad y talento en la Historia de los heterodoxos españoles. Que no se mediga que autores como Baudelaire, Flaubert y Zola sufrieron igualmente en su país ata-ques feroces y condenas morales. Ni unos ni otros consiguieron retirar sus obras de laslibrerías y casi borrarlas del recuerdo, como sucedió con La Regenta en España: unamuestra más de esa discontinuidad histórica de la corriente reformista finamente anali-zada por Castro y Llorens, tributo pagado al "continuismo" oficial y académico que, con

otros disfraces y oportunos retoques, se mantiene hasta hoy. Quebrada la frágil tradiciónliberal del XIX, la resistencia de Azaña y de los intelectuales de la Institución Libre de

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Enseñanza, sería extirpada con violencia durante la guerra civil y subsistiría, como enotras épocas, en la soledad del exilio. En un país de una endogamia pertinaz como elnuestro, el ensimismamiento noventayochista no podía sino robustecer una tradicióncultural de inmovilismo fundada precisamente en el rechazo de lo foráneo y una tristesucesión de descuajes y extrañamientos. El ejemplo opuesto de Valle Inclán, capaz de

situarse en la periferia de nuestra sociedad, de extraer de su estancia juvenil en Méxicola misma savia creadora que enriqueció en Argel a Cervantes y de congratularse del portazo académico del inmortal Cotarelo, es el de un creador que supo ver su cultura ala luz de otras culturas, inventar el esperpento como deformación burlesca del anacro-nismo de nuestra sociedad y distanciarse, en palabras de un joven intelectual de hoy, deesa "densidad de compadreo, ignorancia y odio que socavan como una termita envidiosacualquier esfuerzo intelectual". Todo en el cuadro nos resulta familiar. Cambian losnombres, pero la situación es idéntica.

La visión metafísica y atemporal del nacionalcatolicismo de Menéndez Pelayo y de casitodos los mascarones de proa del Noventa y Ocho y su descendencia fue la de los artífi-

ces de la "Cruzada" y del régimen de Franco y lo es aún -tan firmes son sus pilares cor- porativos e institucionales- tras veinte años de democracia. No importa que gobierne laUCD, el PSOE o el PP: como la del ciprés, "la sombra del franquismo es alargada". Unaapostilla final. La postura de la susodicha nebulosa de escritores y sus seguidores inme-diatos enfrentados a los acontecimientos dramáticos de 1936 es en verdad patética. Sufuga "vergonzosa" (Cernuda dixit) del campo republicano y su posterior silencio ante el

 brutal alzamiento militar o, peor aún, su aplauso descarado de éste muestran ya su re-signación impotente a la guerra civil, ya su aprobación explícita o entusiasta del bandoresponsable de la matanza. Después de haber perorado durante décadas de su dolor deEspaña, ¿no tenían verdaderamente nada que decir sobre la violencia que ensangrentabasu suelo, como hizo Antonio Machado en sus memorables crónicas de La Vanguardia? 

Su retorno escalonado al redil, tras pagar, eso sí, los derechos de aduana, avala el juiciode Cernuda y su expresión lapidaria. Las loas al Generalísimo "iniciador del sacudi-miento que ha de salvar a Europa" de Azorín, el lauro poético ceñido a la frente delmismo por Manuel Machado (De tu soberbia campaña, / Caudillo noble y valiente, / ha

 surgido esplendente / Una y Grande y Libre España) o los requiebros del novelado Be-navente al ejército y sus acusaciones de "engaño" y "traición" a los defensores de lalegalidad republicana exponen la triste realidad cuartelera en la que desembocaba elculto a las esencias hispánicas y el moralismo pacato de los autores que con celebracio-nes verbeneras y pregón de grandeza nos preparamos a agasajar.

Las críticas nada imaginarias de Castro a la España alucinada de la Contrarreforma ysus secuelas recientes tropiezan, como las de Blanco White y Cernuda, con el apiña-miento y silencio de los misoneístas. Pese a su profunda huella en uno y otro lado delAtlántico, han sido enterradas por los regidores del saber en un hoyo más profundo queel panteón escurialense de los Habsburgo o comentadas de paso, casi de puntillas, comomateria reservada. Molestas en cuanto desarbolan mástiles de navegación dudosa y des-arraigan del suelo de la verdad histórica a infinidad de obras míticas pero consensuadas,obligan a tomar posición contra ellas con argumentos más trabados y sólidos que los delos panegiristas del Noventa y Ocho y su presunto valor actual y modélico. La pusila-nimidad de nuestros programadores culturales impide que sea así. No en vano, comodecía un buen conocedor de los usos de nuestra tribu, "el arte del saber es en España elde la ocultación del saber. 

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REPORTAJE Sobre 'El 98 que se nos viene encima'

Salomé de Unamuno. - Estrasburgo, Francia. - 27/06/1997

He leído con interés, y no mucha sorpresa, el extenso artículo de Juan Goytisolo El 98

que se nos viene encima, y creo necesario comentar algunos de sus puntos. Estando de

acuerdo (como muchos de los escritores aludidos) sobre la ambigüedad de la denomina-ción generación del 98, y en desacuerdo con las celebraciones, empezaré señalando quedicha expresión no fue acuñada por los especialistas del ramo, sino por el propioAzorín. Pero éste es un error menor. Mucho más sorprendente es el hecho de que pre-tendiendo denunciar el concepto de grupo agavillado, caiga a lo largo de toda su diatri-

 ba panfletaria en el mismo error de tratarlos como tal gavilla. Por razones personales,me referiré sobre todo a Unamuno, preguntando al señor Goytisolo qué entiende por recuperación por parte del Movimiento Salvador: ¿el ostracismo, la censura para publi-car, la prohibición de homenajes en su centenario, la persecución de que fue objeto sufamilia después de la victoria? ¿Dónde están el concurso de loas y admiraciones decre-

tadas por la España oficial? 

Un poco de seriedad, señor Goytisolo. No se deje cegar por odios inexplicables. ¿Sabeque el nacional-catolicismo, fundamentado según usted en Unamuno (entre otros), con-denó a éste poniendo sus obras en el inefable índice de libros prohibidos, y dedicándolefulminantes anatemas como la de Pildain, obispo de Canarias, o la carta pastoral delobispo de Bilbao en 1964?

Pasemos ahora al envidioso rencor de dicho grupo respecto a las grandes figuras de lasegunda mitad del siglo XIX. Me parece un tanto frívolo dar como índice de tal rencor el apelativo jocoso, si no de muy buen gusto, de "garbancero" que aplicaron a Galdósalgunos escritores (que no grupo) de la época, y con especial fruición don Ramón Maríadel Valle-Inclán. Por otra parte, no ignora usted que el famoso estreno de Electra, de

Pérez Galdós, fue organizado por Maeztu. Y que las relaciones personales de Galdóscon los escritores llamados del 98 fueron buenas, como lo atestiguan multitud de hechosy de escritos.

Pero donde Goytisolo rebasa los límites es cuando habla del silencio ante el brutal al-

 zamiento militar. Porque es imposible que ignore que Unamuno fue el único intelectualque, con un valor escalofriante, se enfrentó en público a un general franquista en plenaguerra civil, enfrentamiento que pasa por alto para acusarle sólo de su error inicial en

 julio del 36.

Hace muchos años que conozco sus posiciones, respetables en algunos casos, insosteni- bles en otros, pero siempre excesivamente agrias. Ante su artículo, un lector ingenuo

 podría así culpar a la gavilla del 98 de los atropellos de los conquistadores o de loscrímenes de Milosevic.

Como ejemplo de nebulosa de ideas, que no de escritores, su artículo, señor Goytisolo,no tiene desperdicio. Le puedo confesar que leyéndole he cedido a su costumbre de lasextrapolaciones, y he pensado en el famosísimo libro del padre Ladrón de Guevara No-

velistas malos y buenos, que leíamos de jóvenes con gran regocijo los estudiantes de migeneración, que es también la suya.-

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Sobre Unamuno y el 98

Juan Goytisolo. - Marraquech (Marruecos). - 03/07/1997

La muy oportuna carta de Salomé de Unamuno (EL PAÍS de 27 de junio pasado) tocan-te a mi artículo sobre la próxima conmemoración del 98 requiere con todo algunas apos-

tillas: 1. El "error inicial" de Unamuno de sumarse al Movimiento Nacional del 18 de julio, fruto de su bien conocida aversión a Azaña y al Gobierno del Frente Popular, fuecompensado con creces al enfrentarse con un valor en verdad "escalofriante" a MillánAstray en presencia de Franco y toda la plana mayor de quienes dirigían la sangrientarepresión antirrepublicana. El posterior enclaustramiento e impuesta mudez del escritor,descritos en su semiclandestina entrevista con un corresponsal francés, revelan asimis-mo una entereza y autenticidad no exentas de patetismo: la asunción hasta el fin, enagónico debate consigo mismo, de su "sentimiento trágico de la vida".

2. La intención primordial de mi artículo consistía en indicar cómo las concepciones,ideas, lenguaje y valores de nuestro "esencialismo castizo" y su mitificación del paisajey del "ser" de Castilla expuestos en En torno al casticismo y el Idearium español deGanivet se transmitieron, con una expresión cada vez más aguerrida y partidista, por autores como Ramiro de Maeztu y García Morente hasta Onésimo Redondo, RamiroLedesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. Esta "cadena iniciática" es perfecta-mente demostrable con un simple cotejo de textos.

3. La ya larga extensión del artículo no me permitió incluir en él uno de mis principalesreproches a Unamuno, Azorín y a otros autores del 98: su lectura empobrecedora, na-cionalista y castiza de los clásicos. Como señaló en su día Carlos Peregrín Otero, la lec-tura del Quijote por Unamuno se sitúa en los antípodas de la que exige la gran creacióncervantina: el Quijote que hoy día leemos es el que nos fue restituido, por vías y enfo-ques distintos, por Américo Castro y Jorge Luis Borges. Considerar una novela de la

enjundia y complejidad de Guzmán de Alfarache "una sarta de sermones enfadosos y pedestres de la más ramplona filosofía", etcétera, como hace el autor de Niebla, cifra elefecto nocivo de esta perspectiva noventayochista en una apreciación real y más justa dela literatura del Siglo de Oro.

4. Alacridad no es acrimonia. Ni el punto de vista de Cernuda ni el que yo expongo enmi artículo pecan de "agrios". Independientemente del hecho de que susciten el acuerdoo el desacuerdo, tienen cuando menos el mérito de abrir un saludable debate -como

 prueba la digna y estimable carta de Salomé de Unamuno- y de sacudir así las aguasinmóviles del consenso "culturalmente correcto" que hoy, como ayer, elude la discusiónintelectual y la sustituye con hueras conmemoraciones mediáticas.-