Joyce james ulises

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James Joyce Ulises ÍNDICE Episodio 1. «Telémaco» Episodio 2. «Néstor» Episodio 3. «Proteo» Episodio 4. «Calipso» Episodio 5. «Lotófagos» Episodio 6. «Hades» Episodio 7. «Eolo» Episodio 8. «Lestrigones»» Episodio 9. «Escila y Caribdis»» Episodio 10. «Las Rocas Errantes» Episodio 11. «Las Sirenas» Episodio 12. «El cíclope» Episodio 13. «Nausica» Episodio 14. «Los Bueyes del Sol»» Episodio 15. «Circe»» Episodio 16. «Eumeo»» Episodio 17. «Ítaca» Episodio 18. «Penélope»» 1 MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondula- ba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó: -Introibo ad altare Dei. Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: -¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita! Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y ben- dijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fría- mente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido. Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente. -¡Al cuartel! dijo severamente. Añadió con tono de predicador: -Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos. Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos mo- mentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contestaron en la calma. -Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente ¿quieres?

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  • 1. James Joyce UlisesNDICEEpisodio 1. TelmacoEpisodio 2. NstorEpisodio 3. ProteoEpisodio 4. CalipsoEpisodio 5. LotfagosEpisodio 6. HadesEpisodio 7. EoloEpisodio 8. LestrigonesEpisodio 9. Escila y CaribdisEpisodio 10. Las Rocas ErrantesEpisodio 11. Las SirenasEpisodio 12. El cclopeEpisodio 13. NausicaEpisodio 14. Los Bueyes del SolEpisodio 15. CirceEpisodio 16. EumeoEpisodio 17. tacaEpisodio 18. Penlope1 MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan lleg por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno deespuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batn amarillo, desatado, se ondula-ba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la maana. Elev el cuenco y enton: -Introibo ad altare Dei. Se detuvo, escudri la escalera oscura, sinuosa y llam rudamente: -Sube, Kinch! Sube, desgraciado jesuita! Solemnemente dio unos pasos al frente y se mont sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y ben-dijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montaas que amanecan. Luego, al darsecuenta de Stephen Dedalus, se inclin hacia l y traz rpidas cruces en el aire, barbotando y agitando lacabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoy los brazos en el remate de la escalera y mir fra-mente la cara agitada barbotante que lo bendeca, equina en extensin, y el pelo claro intonso, veteado ytintado como roble plido. Buck Mulligan fisg un instante debajo del espejo y luego cubri el cuenco esmeradamente. -Al cuartel! dijo severamente. Aadi con tono de predicador: -Porque esto, Oh amadsimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Msicalenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeo contratiempo con los corpsculosblancos. Silencio, todos. Escudri de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atencin, luego qued absorto unos mo-mentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsstomo. Dos fuertes silbidospenetrantes contestaron en la calma. -Gracias, amigo, exclam animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente quieres?

2. Salt de la explanada y mir gravemente a su avizorador, recogindose alrededor de las piernas los plie-gues sueltos del batn. La cara oronda sombreada y la adusta mandbula ovalada recordaban a un prelado,protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despunt quedamente en sus labios. -Menuda farsa! dijo alborozadamente. Tu absurdo nombre, griego antiguo! Seal con el dedo en chanza amistosa y se dirigi al parapeto, rindose para s. Stephen Dedalus subi,le sigui desganadamente unos pasos y se sent en el borde de la explanada, fijndose cmo reclinaba elespejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello. La voz alborozada de Buck Mulligan prosigui: -Mi nombre es absurdo tambin: Malachi Mulligan, dos dctilos. Pero suena helnico no? gil y fogosocomo el mismsimo buco. Tenemos que ir a Atenas. Vendrs si consigo que la ta suelte veinte libras? Dej la brocha a un lado y, rindose a gusto, exclam: -Vendr? El jesuita enjuto! Contenindose, empez a afeitarse con cuidado. -Dime, Mulligan, dijo Stephen quedamente. -S, querido? -Cunto tiempo va a quedarse Haines en la torre? Buck Mulligan mostr un cachete afeitado por encima del hombro derecho. -Dios! No es horrendo? dijo francamente. Un sajn pesado. No te considera un seor. Dios, estos jodi-dos ingleses! Reventando de dinero e indigestiones. Todo porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, t sque tienes el aire de Oxford. No se aclara contigo. Ah, el nombre que yo te doy es el mejor: Kinch, el cu-chillas. Afeit cautelosamente la barbilla. -Estuvo desvariando toda la noche con una pantera negra, dijo Stephen. Dnde tiene la pistolera? -Lamentable luntico! dijo Mulligan. Te entr canguelo? -S, afirm Stephen con energa y temor creciente. Aqu lejos en la oscuridad con un hombre que no co-nozco desvariando y gimoteando que va a disparar a una pantera negra. T has salvado a gente de ahogarse.Yo, sin embargo, no soy un hroe. Si l se queda yo me largo. Buck Mulligan puso mala cara a la espuma en la navaja. Brinc de su encaramadura y empez a hurgarseen los bolsillos del pantaln precipitadamente. -A la mierda! exclam espesamente. Se acerc a la explanada y, metiendo la mano en el bolsillo superior de Stephen, dijo: -Permteme el prstamo de tu moquero para limpiar la navaja. Stephen aguant que le sacara y mostrara por un pico un sucio pauelo arrugado. Buck Mulligan limpila hoja de la navaja meticulosamente. Luego, reparando en el pauelo, dijo: -El moquero del bardo! Un color de vanguardia para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se pa-ladea verdad? Se mont de nuevo sobre el parapeto y extendi la vista por la baha de Dubln, el pelo rubio robleplidomecindose imperceptiblemente. -Dios! dijo quedamente. No es el mar como lo llama Algy: una inmensa dulce madre? El mar verde-moco. El mar acojonante. Epi oinopa ponton. Ah, Dedalus, los griegos! Tengo que ensearte. Tienes queleerlos en el original. Thalatta! Thalatta! Es nuestra inmensa dulce madre. Ven a ver. Stephen se levant y fue hacia el parapeto. Apoyndose en l, mir abajo al agua y al barco correo quepasaba por la bocana de Kingstown. -Nuestra poderosa madre! dijo Buck Mulligan. Desvi los ojos grises escrutantes abruptamente del mar a la cara de Stephen. -La ta piensa que mataste a tu madre, dijo. Por eso no me deja que tenga nada que ver contigo. -Alguien la mat, dijo Stephen sombramente. -Te podas haber arrodillado, maldita sea, Kinch, cuando tu madre moribunda te lo pidi, dijo Buck Mu-lligan. Soy tan hiperbreo como t. Pero pensar en tu madre rogndote en su ltimo aliento que te arrodilla-ras y rezaras por ella. Y te negaste. Hay algo siniestro en ti .... Se interrumpi y se enjabon de nuevo ligeramente el otro cachete. Una sonrisa tolerante le arque loslabios. -Pero un retorcido encantador! murmur para s. iKinch, el retorcido ms encantador del mundo! Se afeitaba uniformemente y con cuidado, en silencio, se) riamente. Stephen, un codo recostado en el granito rugoso, apoy la palma de la mano en la frente y repar en elborde rado de la manga de su americana negra deslucida. Una pena, que an no era pena de amor, le car- 3. coma el corazn. Silenciosamente, en sueos se le haba aparecido despus de su muerte, el cuerpo con-sumido en una mortaja holgada marrn, despidiendo olor a cera y palo de rosa, su aliento, que se haba po-sado sobre l, mudo, acusador, un tenue olor a cenizas moladas. Ms all del borde del puo deshilachadovea el mar al que aclamaba como inmensa dulce madre la bienalimentada voz a su lado. El anillo de labaha y el horizonte retenan una masa de lquido verde apagado. Un cuenco de loza blanca colocado juntoa su lecho de muerte reteniendo la bilis verde inerte que haba arrancado de su hgado podrido con vmitosespasmdicos quejumbrosos. Buck Mulligan limpi de nuevo la hoja de la navaja. -Ay, pobre e infeliz chucho apaleado! dijo con voz amable. Tengo que darte una camisa y unos cuantosmoqueros. Qu tal los calzones de segunda mano? -No me quedan mal, contest Stephen. Buck Mulligan la emprendi con el hoyo bajo el labio. -Menuda farsa, dijo guasonamente. Tendran que ser de segunda pierna. Sabe Dios qu sifilitigandumbaslos solt. Tengo un par que son un encanto a rayas finas, grises. Estars chulo con ellos. No bromeo, Kinch.Ests imponente cuando te arreglas. -Gracias, dijo Stephen. No mulos voy a poner si son grises. -No se los va a poner, dijo Buck Mulligan a su cara en el espejo. Etiqueta ante todo. Mata a su madre pe-ro no se va a poner unos pantalones grises. Cerr la navaja meticulosamente y con ligeros masajes de los dedos se palp la piel suave. Stephen desvi la mirada del mar a la cara oronda de ojos inquietos azulhumo. -Ese tipo con el que estuve anoche en el Ship, dijo Buck Mulligan, dice que tienes p.g.i. Est viviendo enVillachiflados con Conolly Norman. Parlisis general de insania. Hizo una barrida con el espejo en semicrculo en el aire para difundir la nueva en los contornos del solradiante en este momento sobre el mar. Los arqueados labios afeitados rean y el borde de los blancos dien-tes destellantes. La risa atrap por completo su torso robusto bien formado. -Mrate, dijo, bardo horrendo! Stephen se inclin hacia delante y escudri el espejo que sostenan frente a l, partido por una raja tor-cida. El pelo de punta. Como l y otros me ven. Quin eligi esta cara por m? Este infeliz chucho apalea-do al que hay que espulgar. Tambin me lo pregunta. -Lo trinqu del cuarto de la chacha, dijo Buck Mulligan. Le est bien merecido. La ta siempre coge sir-vientas fechas para Malachi. No le dejes caer en la tentacin. Y se llama Ursula. Riendo de nuevo, apart el espejo de los ojos escudriantes de Stephen. -La rabia de Calibn por no verse la cara en el espejo, dijo. Si Wilde viviera para verte! Retrocedi y, sealando, dijo con amargura Stephen: -Todo un smbolo del arte irlands. El espejo rajado de una sirvienta. Buck Mulligan repentinamente se cogi del brazo de Stephen y pase con l por la torre, la navaja y elespejo zurriando en el bolsillo donde los haba metido. -No est bien que me meta as contigo verdad, Kinch? dijo amablemente. Sabe Dios que tienes ms va-lor que cualquiera de ellos. Otro quite. Teme la lanceta de mi arte como yo temo la suya. La pluma acerada y fra. -El espejo rajado de una sirvienta! Cuntaselo al cabestro de abajo y scale una guinea. Apesta a dineroy no te considera un seor. Su viejo se forr vendiendo jalapa a los zules o con cualquier otro timo demierda. Dios, Kinch, si t y yo al menos trabajramos juntos podramos hacer algo por esta isla. Helenizar-la. El brazo de Cranly. Su brazo. -Y pensar que tengas que mendigar de estos puercos. Soy el nico que sabe lo que eres. Por qu no con-fas ms en m? Qu es lo que te encabrita contra m? Se trata de Haines? Si va a dar la lata me traigo aSeymour y le armamos una peor que la que le armaron a Clive Kempthorpe. Gritos juveniles de voces adineradas en las habitaciones de Clive Kempthorpe. Rostrosplidos: se dester-nillan de risa, agarrndose unos a otros. Ay, que voy a fallecer! Dale la noticia con tacto, Aubrey! Que lapalmo! Los jirones de la camisa azotando el aire, brinca y bota alrededor de la mesa, los pantalones cados,perseguido por Ades del Magdalen con las tijeras de sastre. Cara de temero asustado dorada con mer-melada. No me bajis los pantalones! Que no me toreis! Gritos desde la ventana abierta turban el atardecer del patio. Un jardinero sordo, con mandil, enmascara-do con la cara de Matthew Amold, empuja el cortacsped por la hierba umbra observando atentamente lasbriznas danzarinas de los brotes de csped. 4. Para nosotros .... un nuevo paganismo .... omphalos. -Que se quede, dijo Stephen. No se porta mal menos por la noche. -Entonces qu pasa? pregunt Buck Mulligan impacientemente. Desembchalo. Yo soy franco contigo.Qu tienes contra m ahora? Se detuvieron, mirando hacia el cabo despuntado del Promontorio del Rebuzno que yaca sobre el aguacomo el hocico de una ballena dormida. Stephen se solt del brazo silenciosamente. -Deseas de verdad que te lo diga? pregunt. -S qu pasa? contest Buck Mulligan. Yo no me acuerdo de nada. Mir a Stephen a la cara mientras hablaba. Una ligera brisa le roz la frente, abanicndole suavemente elpelo rubio despeinado y despertando centelleos plateados de ansiedad en sus ojos. Stephen, abatido por su propia voz, dijo: -Te acuerdas el primer da que fui a tu casa despus de la muerte de mi madre? Buck Mulligan frunci el ceo de pronto y dijo: -Qu? Dnde? No me acuerdo de nada. Me acuerdo slo de ideas y sensaciones. Por qu? Qu pas,por Dios santo? -Estabas preparando el t, dijo Stephen, y pasaste por el descansillo para coger ms agua caliente. Tumadre y una visita salan del saln. Te pregunt quin estaba en tu cuarto. -S? dijo Buck Mulligan. Qu dije? Lo he olvidado. -Dijiste, contest Stephen, Ah, no es ms que Dedalus al que se le ha muerto la madre bestialmente. Un rubor que le hizo parecer ms joven y atractivo le subi a las mejillas a Buck Mulligan. -Eso dije? pregunt. S? Y qu hay de malo en eso? Se deshizo de la tirantez nerviosamente. -Y qu es la muerte, pregunt, la de tu madre o la tuya o la ma? T has visto morir slo a tu madre. Yolos veo diarla a diario en el Mater y el Richmond y con las tipas fuera en la sala de diseccin. Es algo bes-tial y nada ms. Simplemente no importa. T no quisiste arrodillarte a rezar por tu madre cuando te lo pidien su lecho de muerte. Por qu? Porque tienes esa condenada vena jesutica, slo que inyectada al revs.Para m todo es una farsa bestial. Sus lbulos cerebrales dejan de funcionar. Llama al mdico Sir PeterTeazle y coge margaritas de la colcha. Sguele la corriente hasta que todo se acabe. La contrariaste en sultima voluntad y en cambio te molestas conmigo porque no lloriqueo como una plaidera cualquiera decasa Lalouette. Qu absurdo! Supongo que lo dira. No quise ofender la memoria de tu madre. Segn hablaba haba ido cobrando confianza. Stephen, escudando las heridas abiertas que las palabrashaban dejado en su corazn, dijo muy framente: -No estoy pensando en la ofensa a mi madre. -En qu, entonces? pregunt Buck Mulligan. -En la ofensa a m, contest Stephen. Buck Mulligan gir sobre sus talones. -Ay, eres insufrible! prorrumpi. Ech a andar apresuradamente a lo largo del parapeto. Stephen se qued en su puesto, mirando ms alldel mar en calma el promontorio. El mar y el promontorio en este momento se ensombrecieron. Tena pal-pitaciones en los ojos, nublndole la vista, y sinti la fiebre en las mejillas. Una voz dentro de la torre llam fuertemente: -Ests ah arriba, Mulligan? -Ya voy, contest Buck Mulligan. Se volvi hacia Stephen y dijo: -Mira el mar. Qu le importan las ofensas? Planta a Loyola, Kinch, y baja ya. El sajn quiere sus lon-chas maaneras. Su cabeza se detuvo de nuevo por un momento a la altura del remate de la escalera, a niveldel techo: -No andes dndole vueltas a eso todo el da, dijo. Soy un inconsecuente. Djate de mustias cavilaciones. La cabeza desapareci pero el zureo de su voz descendente tron por el hueco de la escalera: -Y no te apartesy le des vueltas al misterio del amor amargo, porque Fergus gua de bronce los carros. Sombras de espesura flotaban silenciosamente por la paz de la maana desde el hueco de la escalerahacia el mar al que miraba. En la orilla y ms adentro el espejo del agua blanqueca, hollado por pisadaslivianas de pies apresurados. Blanco seno del mar ensombrecido. Golpes ligados, dos por dos. Una manopunteando las cuerdas del arpa, combinando acordes ligados. Palabras enlazadas de blancoola fulgurandoen la marea ensombrecida. 5. Una nube empez a tapar el sol lentamente, completamente, sombreando la baha en un verde ms pro-fundo. Yaca a sus pies, cuenco de aguas amargas. La cancin de Fergus: la cantaba a solas en casa, mante-niendo los largos acordes oscuros. La puerta de ella abierta: quera escuchar mi msica. Silencioso de te-mor y pesar me acerqu a su cabecera. Lloraba en su cama miserable. Por aquellas palabras, Stephen: elmisterio del amor amargo.Dnde ahora?Sus secretos: viejos abanicos de plumas, carns de baile con borlas, empolvados con almizcle, un dije decuentas de mbar en su cajn acerrojado. Una jaula colgaba de la ventana soleada de su casa cuando erania. Oy cantar al viejo Royce en la pantomima Turco el terrible y ri con los dems cuando l cantaba:Yo soy el rapazque puedegozarinvisibilidad.Regocijo fantasmal, guardado: almizcleperfumado.Y no te apartes y le des vueltas. Guardado en el recuerdo de la naturaleza con sus juguetes de nia. Los recuerdos asedian su mente cavi-lante. El vaso de agua del grifo de la cocina cuando hubo recibido el sacramento. Una manzana descaroza-da, rellena de azcar moreno, asndose para ella en la hornilla en un apagado atardecer otoal. Las uasperfectas enrojecidas con la sangre de piojos aplastados de las camisas de los nios. En sueos, silenciosamente, se le haba aparecido, el cuerpo consumido en una mortaja holgada, despi-diendo olor a cera y palo de rosa, su aliento, posado sobre l con palabras mudas enigmticas, un tenue olora cenizas mojadas. Sus ojos vidriosos, mirando desde la muerte, para conmover y doblegarme el alma. Clavados en m slo.Vela espectro para alumbrar su agona. Luz espectral en su cara atormentada. Ronca respiracin recia enestertores de horror, mientras todos rezaban de rodillas. Sus ojos en m para fulminarme. Liliata rutilantiumte confessorum turma circumdet: iubilantium te virginum chorus excipiat. Necrfago! Devorador de cadveres! No, madre! Djame ser y djame vivir. -Eh, Kinch! La voz de Buck Mulligan cantaba desde dentro de la torre. Se acercaba escaleras arriba, llamando denuevo. Stephen, an temblando por el lamento de su alma, oy una clida luz de sol deslizante y en el aire asu espalda palabras amigas. -Dedalus, baja, pnfilo. El desayuno est listo. Haines pide disculpas por despertarnos anoche. No pasanada. -Ya voy, dijo Stephen, volvindose. -Venga, por el amor de Dios, dijo Buck Mulligan. Por el amor mo y por todos los amores. Su cabeza desapareci y reapareci. -Le cont lo de tu smbolo del arte irlands. Dice que es muy agudo. Scale una libra; anda. Una guinea,mejor dicho. -Me pagan esta maana, dijo Stephen. -La escuela de putas? dijo Buck Mulligan. Cunto? Cuatro libras? Djame una. -Si la necesitas, dijo Stephen. -Cuatro relucientes soberanos, exclam Buck Mulligan a gusto. Agarraremos una gloriosa borrachera queasombre a los drudicos druidas. Cuatro omnipotentes soberanos. Alz las manos y pate escaleras de piedra abajo, desafinando una tonadilla con acento chulapo londi-nense: -Ay, lo pasaremos muy divertido, bebiendo gisqui, ceruezay vino! El da de la coronacin, de la coronacin! Ay, lo pasaremos muy divertido el da de la coronacin! Clida luz de sol jugueteando sobre el mar. El cuenco de afeitar niquelado reluca, olvidado, en el para-peto. Por qu habra de bajarlo yo? O dejarlo donde est todo el da, amistad olvidada? 6. Se acerc hasta el cuenco, lo sostuvo en las manos durante un tiempo sintiendo su frescor, aspirando elespumajo aguanoso de la espuma donde la brocha estaba hundida. Del mismo modo llev la naveta conincienso entonces en Clongowes. Soy otro ahora y sin embargo el mismo. Sirviente tambin. Servidor deun sirviente. En la sombra estancia abovedada de la torre la silueta en batn de Buck Mulligan se mova animadamen-te de un lado para otro alrededor del fogn, tapando y revelando el fulgor amarillo. Dos haces de suave luzcruzaban el suelo embaldosado desde lo alto de las saeteras: y en la unin de los rayos una nube de humode carbn y humaradas de grasa frita flotaba, girando. -Nos vamos a asfixiar, dijo Buck Mulligan. Haines, abre la puerta, anda. Stephen puso el cuenco de afeitar en el armario. Una figura alta se levant de la hamaca donde haba es-tado sentada, se dirigi a la entrada y abri de un tirn la contrapuerta. -Tienes la llave? pregunt una voz. -Dedalus la tiene, dijo Buck Mulligan. La madre que ... que me asfixio! Berre sin quitar la vista del fuego: -Kinch! -Est en la cerradura, dijo Stephen, avanzando. La llave chirri en crculo speramente dos veces y, cuando el portn hubo quedado entreabierto, una luzanhelada y aire brillante penetraron. Haines estaba en la entrada mirando hacia fuera. Stephen arrastr sumaleta puesta de pie hasta la mesa y se sent y esper. Buck Mulligan ech la fritada en la fuente que habajunto a l. Despus llev la fuente y una gran tetera a la mesa, las plant pesadamente sobre la misma ysuspir con alivio. -Me derrito, dijo, como apunt la vela al .... Pero chis! Ni una palabra ms sobre ese asunto! iKinch,despierta! Pan, mantequilla, miel. Haines, ven. El rancho est listo. Bendice, Seor, estos alimentos. Dn-de est el azcar? Ay, pardiez, no hay leche! Stephen fue por la hogaza y el tarro de miel y la mantequera al armario. Buck Mulligan se sent con malhumor repentino. -Qu casa de putas es sta? dijo. Le avis que viniera pasadas las ocho. -Podemos tomarlo solo, dijo Stephen sediento. Hay un limn en el armario. -Maldito seas t y tus gustos parisinos! dijo Buck Mulligan. Yo lo que quiero es leche de Sandycove. Haines vino desde la entrada y dijo tranquilamente: -Esa mujer sube ya con la leche. -La bendicin de Dios sea contigo! exclam Buck Mulligan, levantndose de golpe de la silla. Sintate.Echa el t ah ya. El azcar est en la bolsa. Toma, que no voy a seguir dndole a esos malditos huevos. Troce la fritada en la fuente y la ech a paletadas en tres platos, diciendo: -In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Haines se sent para echar el t. -Os pongo dos terrones a cada uno, dijo. Pero, digo, Mulligan, pues s que haces t el t fuerte no? Buck Mulligan, cortando gruesas rebanadas de la hogaza, ijo con voz de vieja marrullera: -Cuando hago t, hago t, como deca la vieja ta Grogan. Y cuando hago aguas, hago aguas. -Por Jpiter, esto s que es t, dilo Haines. Buck Mulligan sigui cortando y marrullando: -Eso es lo queyo hago, Mrs. Cahill, dice ella. Jess, seora, dice Mrs. Cahill, no permita Dios que hagausted las dos cosas en el mismo cacharro. Embisti a sus compaeros de mesa por turno con una gruesa rebanada de pan, empalada en el cuchillo. -se es el pueblo, dijo muy formalmente, para tu libro, ao Hanes. Cinco lneas de texto y diez pginas denotas sobre lo popular y los diosespeces de Dundrum. Impreso por las hermanas brujas en el ao del granvendaval. Se volvi hacia Stephen y le pregunt con exquisita voz insidiosa, arqueando las cejas: -Recuerdas, hermano, si se habla del cacharro para el t y las aguas de la ta Grogan en el Mabinogion oes en los Upanishads? -Lo dudo, dijo Stephen gravemente. -De verdad? dijo Buck Mulligan con el mismo tono. o Podras dar razones, si te place? -Me imagino, dijo Stephen al tiempo que coma, que no existi ni dentro ni fuera del Mabinogion. La taGrogan era, se supone, parienta de Mary Ann. La cara de Buck Mulligan sonri a gusto. -Delicioso! dijo con dulce voz remilgada, mostrando los dientes blancos y parpadeando placenteramen-te. .Crees que s? Qu delicioso! 7. Luego, ensombrecindosele repentinamente la cara, gru con enronquecida voz carrasposa mientras se-gua cortando vigorosamente la hogaza: -Porque a la vieja Mary Ann todo le importa un carajo. Pero, en levantndose el refajo.... Se atiborr la boca de fritada y mastic y zure. La puerta se oscureci con una silueta que entraba. -La leche, seor! -Adelante, seora, dijo Mulligan. Kinch, trae la jarra. Una vieja avanz y se puso junto a Stephen. -Hace una maana muy buena, seor, dijo ella. Alabemos al Seor. -A quin? dijo Mulligan, mirndola. Ah, s, desde luego! Stephen se ech para atrs y cogi la jarra dela leche del armario. -Los isleos, dijo Mulligan a Haines despreocupadamente, hablan frecuentemente del recaudador de pre-pucios. -Cunta, seor? pregunt la vieja. -Un cuarto de galn, dijo Stephen. Se fij en cmo verta en la medida y de ah en la jarra la cremosa leche blanca, no de ella. Viejas tetassecas. Verti de nuevo hasta arriba una medida y la chorrada. Vieja y arcana haba entrado desde un mundomatutino, tal vez mensajera. Alababa la sustancia de la leche, mientras la echaba. Agazapada junto a unapaciente vaca al despuntar el da en el campo exuberante, como bruja en su seta quitasol, dedos rugososgiles en las ubres chorreantes. Muga a su alrededor a la que conoca, el ganado rocosedoso. Seda del hatoy pobre vieja, nombres que le dieron en tiempos de antao. Arpa errante, vil criatura inmortal que sirve alconquistador y al seductor desleal, la consentida de ambos, mensajera de la maana arcana. Para servir opara reprender, no sabra decir: pero desdeaba pedirle sus favores. -S, sin lugar a dudas, seora, dijo Buck Mulligan, echando la leche en las tazas. -Prubela, seor, dijo ella. Bebi siguiendo su ruego. -Si pudiramos vivir de alimentos sanos como ste, le dijo en tono algo fuerte, no tendramos el pas lle-no de dientes podridos y de tripas podridas. Vivimos en una cinaga, comemos bazofia y las calles soladascon polvo, moigos y escupitajos de tsico. -Es usted estudiante de medicina, seor? pregunt la vieja. -Lo soy, seora, contest Buck Mulligan. -Ande, fijese, dijo. Stephen escuchaba en silencio desdeoso. Inclina la vieja cabeza ante la voz que le habla fuertemente,ante su ensalmador, su curandero: a m me desprecia. Ante la voz que confesar y ungir para la sepultura atodo lo que de ella quede salvo sus lomos impuros de mujer, de la carne del hombre no hecha a semejanzade Dios, la presa de la serpiente. Y ante la voz fuerte que ahora la manda callar con mirada inquieta perple-ja. -Entiende lo que le dice? le pregunt Stephen. -Est usted hablando francs, seor? le dijo la vieja a Haines. Haines volvi a dirigirse a ella con una perorata an ms larga, confiadamente. -Irlands, dijo Buck Mulligan. Comprende algo el galico? -Pens que era irlands, dijo ella, por cmo sonaba. Es so usted del oeste, seor? Yo soy ingls, contest Haines. -Es ingls, dijo Buck Mulligan, y piensa que deberamos hablar irlands en Irlanda. -Claro que s, dijo la vieja, y me avergenzo de no hablar yo la lengua. Dicen que es una hermosa lengualos que saben. -Hermosa no es el trmino adecuado, dijo Buck Mulligan. Completamente maravillosa. chanos ms t,Kinch. Le apetece una taza, seora? -No, gracias, seor, dijo la vieja, deslizando el asa de la cntara por el antebrazo a punto de marcharse. Haines le dijo: -Tiene la cuenta? Deberamos pagarle, Mulligan no te parece? Stephen llen de nuevo las tres tazas. 8. -La cuenta, seor? dijo, detenindose. Bueno, son siete maanas una pinta a dos peniques hacen dos sie-tes lo que hace un cheln y dos peniques por un lado y estas tres maanas un cuarto a cuatro peniques hacentres cuartos lo que hace un cheln. Eso hace un cheln y uno con dos eso es dos con dos, seor. Buck Mulligan suspir y, habindose llenado la boca con un trozo de pan abundantemente untado demantequilla por los dos lados, estir las piernas y empez a hurgarse en los bolsillos del pantaln. -Paga y alegra esa cara, le dijo Haines, sonriendo. Stephen llen por tercera vez, una cucharada de t coloreando tenuemente la espesa leche cremosa. BuckMulligan sac un florn, le dio vueltas entre los dedos y exclam: -Milagro! Lo pas por encima de la mesa hacia la vieja, diciendo: -No pidas ms de m, colibr: Todo lo que tengo te di. Stephen puso la moneda en la mano indiferente de ella. -Le quedamos a deber dos peniques, dijo. -Hay tiempo de sobra, seor, dijo, cogiendo la moneda. Hay tiempo de sobra. Buenos das, seor. Salud con una reverencia y sali, seguida por la salmodia cariosa de Buck Mulligan: -Vida de mi vida, si ms hubiera, ms a tus pies uno pusiera. Se volvi a Stephen y dijo: -En serio, Dedalus. Estoy tieso. Aligera y vete a tu escuela de putas y trae algn dinero. Hoy los bardoshan de beber y solazarse. Irlanda espera que todo hombre en este da cumpla con su deber. -Eso me recuerda, dijo Haines, levantndose, que tengo que ir a vuestra biblioteca nacional hoy. -A nadar primero, dijo Buck Mulligan. Se volvi a Stephen y pregunt melosamente: -Te toca hoy el bao mensual, Kinch? Luego dijo a Haines: -El sucio bardo se emperra en baarse una vez al mes. -Irlanda entera est baada por la corriente del golfo, dijo Stephen mientras dejaba chorrear un hilo demiel sobre la rebanada de la hogaza. Haines desde el rincn donde se anudaba despaciosamente un pauelo alrededor del cuello suelto de sucamisa de tenis habl: -Me propongo recopilar tus dichos, si me dejas. Hablndome. Se baan y se remojan y se refriegan. Mordedura de la conciencia. Conciencia. Si bien aququeda una mancha. -Ese del espejo rajado de una sirvienta como smbolo del arte irlands es endiabladamente bueno. Buck Mulligan le dio con el pie a Stephen por debajo de la mesa y dijo en tono entusiasta: -Espera a orle hablar de Hamlet, Haines. -S, es a lo que voy, dijo Haines, hablndole an a Stephen. Estaba precisamente pensando en ello cuandoesa pobre vieja entr. -Sacara algn dinero con eso? pregunt Stephen. Haines se ri y, mientras coga el sombrero suave y gris del enganche de la hamaca, dijo: -No lo s, la verdad. Dio unos pasos para fuera hasta la salida. Buck Mulligan se inclin hacia Stephen y dijo con rudeza vi-vaz: -Acabas de meter la pezua. Por qu has tenido que decir eso? -Y bien? dijo Stephen. La cuestin es conseguir dinero. De quin? De la lechera o de l. Es un cara ocruz, creo. -He hecho que se sienta ufano de ti, dijo Buck Mulligan, y ahora me sales con tus miradas de idiota y tussombros sarcasmos de jesuita. -Espero poco, dijo Stephen, de ella o de l. Buck Mulligan suspir trgicamente y puso la mano en el brazo de Stephen. -Espera de m, Kinch, dijo. Con un tono repentinamente alterado aadi: -Para decir la pura verdad, creo que tienes razn. Para lo que valen, que se vayan al diablo. Por qu nolos tratas como yo lo hago? Que se vayan todos ellos al infierno. Vaymonos de esta casa de putas. Se levant, se solt gravemente el cinturn y se desprendi del batn, diciendo resignadamente: 9. -Mulligan es despojado de sus vestiduras. Vaci los bolsillos sobre la mesa. -Ah tienes el mocadero, dijo. Y ponindose el cuello duro y la corbata rebelde les habl, regandolos, y a la cadena colgante de su re-loj. Sus manos se hundieron y rebuscaron en el bal mientras peda un pauelo limpio. Dios, simplementetendremos que representar el papel. Quiero unos guantes buriel y unas botas verdes. Contradiccin. Mecontradigo? Muy bien, pues, me contradigo. Malachi mercurial. Un proyectil negro y lacio sali disparadode las manos que hablaban. -Y ah tienes tu sombrero de Barrio Latino, dijo. Stephen lo recogi y se lo puso. Haines los llam desdela entrada: -Vens, compaeros? -Estoy preparado, contest Buck Mulligan yendo hacia la puerta. Sal, Kinch. Te habrs comido todo loque dejamos, supongo. Resignado, sali afuera con graves palabras y porte, diciendo casi con pesadumbre: -Y sali cabizbundo y meditabajo. Stephen, cogiendo la vara de fresno del apoyadero, les sigui hasta fuera y, mientras ellos bajaban por laescalerilla, tir del pesado portn de hierro y lo cerr con la llave. Se guard la enorme llave en el bolsillointerior. Al pie de la escalerilla pregunt Buck Mulligan: -Traes la llave? -La tengo, dijo Stephen, adelantndolos. Sigui andando. Tras l oy a Buck Mulligan que golpeaba con la gruesa toalla de bao los altos tallosde los helechos o las hierbas. -Abajo, seor! Cmo se atreve, seor! Haines pregunt: -Pagis alquiler por la torre? -Doce libras, dijo Buck Mulligan. Al ministro de la guerra, aadi Stephen por encima del hombro. Se detuvieron mientras Haines examinaba la torre y deca al fin: -Ms bien inhspito en invierno, dira yo. Martello la llamis? -Billy Pitt las mand construir, dijo Buck Mulligan, cuando los franceses surcaban los mares. Pero lanuestra es el omphalos. -Qu piensas de Hamlet? pregunt Haines a Stephen. -No, no, grit Buck Mulligan con dolor. No estoy ahora para Toms de Aquino y las cincuentaicinco ra-zones que ha recopilado para apoyarlo. Espera a que me haya metido unas cuantas cervezas primero. Se volvi a Stephen, diciendo, mientras se estiraba meticulosamente las puntas de su chaleco lila: -No podras explicarlo con menos de tres cervezas verdad, Kinch? -Ha esperado tanto, dijo Stephen lnguidarnente, que puede esperar ms. -Me pica la curiosidad, dijo Haines amigablemente. Es alguna paradoja? -Bah! dijo Buck Mulligan. Hemos superado a Wilde y las paradojas. Es bastante sencillo. Demuestra porlgebra que el nieto de Hamlet es el abuelo de Shakespeare y que l mismo es el espectro de su propio pa-dre. -Qu? dijo Haines, empezando a sealar a Stephen. l mismo? Buck Mulligan se colg la toalla del cuello a modo de estola y, doblndose de risa, le dijo a Stephen alodo: -Oh, sombra de Kinch el viejo! Jafet en busca de un padre! -Uno est siempre cansado por la maana, dijo Stephen a Haines. Y es ms bien largo de contar. Buck Mulligan, avanzando de nuevo, alz las manos. -La sagrada cerveza slo puede soltarle la lengua a Dedalus, dijo. -Lo que quiero decir, explic Haines a Stephen mientras seguan, es que esta torre y estos acantilados merecuerdan de alguna manera a Elsinore. Que se adentra en el mar sobre su base no te parece? Buck Mulligan se volvi repentinamente por un instante hacia Stephen pero no habl. En ese instante si-lente e iluminador Stephen se vio a s mismo con su barata y mugrienta indumentaria de luto entre los ale-gres atuendos de ellos. -Es una historia maravillosa, dijo Haines, detenindolos de nuevo. 10. Ojos, plidos como el mar que el viento hubiera refrescado, ms plidos, seguros y prudentes. Soberanode los mares, extendi la vista al sur por la baha, vaca salvo por el penacho de humo del barco correo di-fuso en el horizonte brillante y por una vela cambiante cerca de los Muglins. -Le una interpretacin teolgica de la misma en algn sitio, dijo absorto. La idea del Padre y del Hijo. ElHijo intentando reconciliarse con el Padre. Buck Mulligan en seguida puso una cara despreocupada de amplia sonrisa. Los mir, la boca bien perfi-lada abierta felizmente, los ojos, de los que haba borrado repentinamente todo rastro de sagacidad, parpa-deando locos de contento. Movi una cabeza de mueco adelante y atrs, agitndosele el ala del panam, yempez a salmodiar con tranquila voz feliz y necia: Jams habris visto un joven tan raro, mi madre juda, padre un pajarraco. Con jos el fijador bien no me llevo. Por los discpulosy el Calvario brindemos. Levant un ndice en seal de aviso: -Si alguien pensara que no soy divino no beber gratis mientras hago el vino, sino agua, y ojal sea una clara cuando el vino otra vez agua se haga. Dio un tirn velozmente de la vara de fresno de Stephen a modo de despedida y, corriendo hacia unaproyeccin en el acantilado, aleteando las manos a los costados como si fueran aletas o alas de alguien apunto de levitar, salmodi: -Adis, digo, adis! Escribid lo que he dicho y contada todo quisque que resucit de entre los nichos. La querencia no falla, y volar por Dios! Sopla brisa en Olivete - Adis, digo, adis! Descendi corcoveando ante ellos hacia el agujero de cuarenta pies, aleteando con manos aladas, dandosaltos resueltamente, el sombrero de Mercurio agitndose en el aire fresco que les devolva sus dulces ybreves gorjeos. Haines, que se haba estado riendo precavidamente, sigui su camino al lado de Stephen y dijo: -No deberamos remos, supongo. Es ms bien blasfemo. No es que yo sea creyente, tengo que decir.Aun as su alborozo borra la ofensa de alguna manera no crees? Cmo lo llam? Jos el fijador? -La balada de Jess jacarero, contest Stephen. -Ah, dijo Haines. La has odo antes no? -Tres veces al da, despus de las comidas, dijo Stephen secamente. -T no eres creyente verdad? pregunt Haines. Mejor dicho, creyente en el ms puro sentido de la pala-bra. La creacin de la nada y milagros y un Dios personal. -Slo tiene un sentido esa palabra, me parece a m, dijo Stephen. Haines se par y sac una pitillera plana de plata en la que cintilaba una piedra verde. La abri de golpecon el pulgar y la ofreci. -Gracias, dijo Stephen, cogiendo un cigarrillo. Haines tom uno y cerr la pitillera con un chasquido. La volvi a guardar en el bolsillo lateral y sac delbolsillo del chaleco un yesquero de nquel, lo abri de golpe tambin y, una vez encendido su cigarrillo,ofreci la yesca encendida a Stephen en el hueco de las manos. -S, desde luego, dijo, mientras proseguan. O se cree o no se cree no es as? Personalmente yo no podratragarme la idea esa de un Dios personal. T no defiendes eso, supongo. -Ests contemplando, dijo Stephen con marcado malestar, un horrible ejemplar de libre pensador. Prosigui andando, esperando que le volvieran a hablar, tirando de la vara de fresno a su lado. El regatnle segua ligeramente por el sendero, rechinando a sus talones. Mi familiar, tras de m, llamando Steeee-eeeeeeeephen! Una raya vacilante en el sendero. Por la noche la pisarn, cuando vengan en la oscuridad. lquiere esa llave. Es ma. Yo pagu el alquiler. Ahora como su pan. Dale la llave tambin. Todo. Lo pedir.Se le notaba en los ojos. -Despus de todo, empez Haines .... Stephen se volvi y vio que la mirada fra que lo midiera de arriba abajo no era del todo desagradable. -Despus de todo, supongo que te puedes liberar. Uno es su propio dueo, me parece a m. -Soy el sirviente de dos amos, dijo Stephen, el uno ingls y el otro italiano. -Italiano? dijo Haines. 11. Una reina loca, vieja y celosa. Arrodllate ante m. -Y un tercero, dijo Stephen, hay que me quiere para chapuzas. -Italiano? dijo Haines de nuevo. Qu quieres decir? -El estado imperial britnico, contest Stephen subindole el color, y la santa iglesia de Roma catlica yapostlica. Haines se quit del labio inferior unas hebras de tabaco antes de hablar. -Lo comprendo muy bien, dijo sosegadamente. Un irlands tiene que pensar as, debo decir. Nosotros sa-bemos en Inglaterra que os hemos tratado ms bien injustamente. Parece ser que la historia tiene la culpa. Los orgullosos y potentes ttulos taeron en la memoria de Stephen el triunfo del bronce estridente: etunam sanctam catholicam et apostolicam ecclesiam: el lento desarrollo y cambio de ritos y dogmas comosus propios y excepcionales pensamientos, un misterioso proceso estelar. Smbolo de los apstoles en lamisa por el papa Marcelo, las voces en armona, cantando al unsono, fuerte, afirmando: y tras la salmodiael vigilante ngel de la iglesia militante desarmaba y amenazaba a sus heresiarcas. Una horda de herejas endesbandada con las mitras al sesgo: Fotino y la camada de farsantes entre los que se encontraba Mulligan, yArrio, luchando de por vida a causa de la consustancialidad del Hijo con el Padre, y Valentn, profanando elcuerpo terrenal de Cristo, y el sutil heresiarca africano Sabelio que mantena que el Padre era l mismo Supropio Hijo. Palabras que Mulligan haba pronunciado momentos antes en pura farsa ante el extrao. Farsa ociosa. El vaco aguarda ciertamente a todos aquellos que urden patraas: amenaza, desarme y vapuleo amanos de los ngeles batalladores de la Iglesia, de la hueste de Miguel, que la defienden por siempre en lahora del combate con lanzas y escudos. Bien dicho, bien dicho! Aplauso prolongado. Zut! Nom de Dieu! -Desde luego que soy britnico, dijo la voz de Haines, y me siento como tal. No quisiera tampoco ver ami pas en manos de judos alemanes. se es nuestro problema nacional, me temo, en estos momentos. Haba dos hombres de pie al borde del acantilado, observando: comerciante, barquero. -Se dirige al muelle de Bullock. El barquero seal con la cabeza hacia el norte de la baha con algo de desdn. -Hay cinco brazas ah adentro, dijo. Lo arrastrar hacia all cuando suba la marea a eso de la una. Hoyhace nueve das. El hombre que se ahog. Una vela que vira en la baha solitaria esperando que un henchido fardo surja,que vuelva hacia el sol una cara tumefacta, blanca de sal. Aqu me tenis. Siguieron el sinuoso sendero que descenda hasta la ensenada. Buck Mulligan de pie sobre una piedra, enmangas de camisa, con la corbata suelta ondeando por encima del hombro. Un joven, sujetndose a un pun-tal rocoso cercano, mova lentamente como una rana las piernas verdes en la profundidad gelatinosa de lasaguas. -Est contigo el hermano, Malachi? -En Westmeath. Con los Bannon. -An all? He recibido una tarjeta de Bannon. Dice que ha encontrado una linda jovencita all. La chicade fotos la llama. -Instantnea eh? De corta exposicin. Buck Mulligan se sent y se desat las botas. Un hombre mayor sac de repente cerca del saliente rocosouna cara colorada y jadeante. Trep con esfuerzo por las piedras, el agua resplandecindole en la mollera yen su guirlanda de cabellos grises, el agua escurrindole por el pecho y la panza y cayndole a chorros delas negras calzonas colganderas. Buck Mulligan se apart para que trepara y pasara y, mirando a Haines y a Stephen, se persigno piado-samente con la ua del pulgar en la frente, en los labios y en el esternn. -Seymour est de vuelta en la ciudad, dijo el joven sujetndose de nuevo al saliente rocoso. Ha plantadola medicina y se va al ejrcito. -Bah! No jodas! dijo Buck Mulligan. -Empieza la semana que viene a pringar. Conoces a esa pelirroja Carlisle, Lily? -S. -Andaba besuquendose con l anoche en el rompeolas. El padre est podrido de dinero. -Ha saltado la barrera? -Mejor que le preguntes a Seymour. -Seymour un cabrn oficial! dilo Buck Mulligan. Asinti con la cabeza para s mientras se quitaba los pantalones y se pona de pie, repitiendo el dichovulgar: 12. -Las pelirrojas retozonas como cabras.Se interrumpi alarmado, y se palpaba el costado bajo la camisa que se agitaba con el viento.-Me falta la duodcima costilla, exclam. Soy el bermensch. Kinch el desdentado y yo, los superhom-bres. Se quit con dificultad la camisa y la ech detrs hacia donde tena la ropa.-Te metes, Malachi?-S. Haz sitio en la cama.El joven dio un impulso para dentro en el agua y lleg al centro de la ensenada en dos largas y limpiasbrazadas. Haines se sent en una piedra, fumando.-No te metes? pregunt Buck Mulligan.-Luego, dijo Haines. No con el desayuno en la boca.Stephen se volvi dispuesto a marcharse.-Me voy, Mulligan, dijo.-Djanos la llave, Kinch, dijo Buck Mulligan, para que no se vuele la camisola.Stephen le alarg la llave. Buck Mulligan la puso sobre el montn de ropa.-Y dos peniques, dijo, para una cerveza. Tralos ah.Stephen tir dos peniques en el blando montn. Vistindose, desvistindose. Buck Mulligan erguido, conlas manos juntas delante, dijo solemnemente:-Aquel que roba al pobre le presta al Seor. As habl Zaratustra.Su cuerpo orondo se zambull.-Hasta la vista, dijo Haines volvindose al tiempo que Stephen suba por el sendero, y sonrindose del ir-lands salvaje.Cuerno de toro, casco de caballo, sonrisa de sajn.-En el Ship, grit Buck Mulligan. Doce y media.-Bien, dijo Stephen.Camin por el sendero que ascenda ondulante. Liliata rutilantium. Turna circumdet. Iubilantium te virginum.El nimbo gris del sacerdote en un hueco donde se vesta discretamente. No dormir aqu esta noche. Acasa tampoco puedo ir.Una voz de tono dulce y prolongada le llam desde el mar. Al doblar la curva dijo adis con la mano.Llam de nuevo. Una cabeza parda y lustrosa, la de una foca, all adentro en el agua, redonda.Usurpador.2 -USTED, Cochrane qu ciudad mand a buscarlo? -Tarento, seor. -Muy bien. Y qu? -Hubo una batalla, seor. -Muy bien. Dnde? La cara en blanco del chico pregunt a la ventana en blanco. Fabulada por las hijas de la memoria. Y, sin embargo, fue de alguna manera, si no tal como la memorialo fabulara. Una frase, pues, de impaciencia, ruido sordo de alas de exuberancia de Blake. Oigo la devasta-cin del espacio, cristal destrozado y desplome de mampostera, y el tiempo una lvida flama final. Qunos queda entonces? -He olvidado el lugar, seor. En el ao 279 a. de C. scoli, dijo Stephen, echando una ojeada al nombrey la fecha en el libro desvencijado. -S, seor. Y dijo: Otra victoria como say estamos perdidos. Esa frase el mundo la haba recordado. Obtusa seguridad de conciencia. Desde una colina que dominauna explanada sembrada de cadveres un general arenga a sus oficiales, apoyado en su lanza. Cualquiergeneral a cualquier grupo de oficiales. Ellos le prestan atencin. -Usted, Armstrong, dijo Stephen. Cmo termin Pirro? -Cmo termin Pirro, seor? -Yo lo s, seor. Pregnteme a m, seor, dijo Comyn. 13. -Espere. Usted, Armstrong. Sabe algo sobre Pirro? Un cartucho de panecillos de higos se encontraba bien guardado en la cartera de Armstrong. Los enrolla-ba entre las palmas a ratos y los tragaba suavemente. Migajas pegadas en el rojo de sus labios. Aliento dul-zn de nio. Gente bien, orgullosa de tener al hijo mayor en la marina. Vico Road, Dalkey. --Pirro, seor? Pirro, pirrarse. Todos rieron. Risotada triste maliciosa. Armstrong mir a su alrededor a los compaeros, jbilo tonto deperfil. Dentro de un momento volvern a rer ms fuerte, sabiendo mi falta de autoridad y las mensualida-des que pagan sus paps. -Dgame, dijo Stephen, dndole al nio en el hombro con el libro qu es eso de pirrarse? -Pirrarse, seor, dijo Armstrong. Gustarte algo mucho. Me pirro por el espign de Kingstown, seor. Algunos rieron otra vez; tristemente, pero con intencin. Dos de la ltima banca cuchicheaban. S. Sab-an: ni haban aprendido ni jams haban sido inocentes. Todos. Con envidia observ las caras: Edith, Ethel,Gerty, Lily. Sus parecidos: sus alientos, tambin, dulzones por el t y la mermelada, sus pulseras riendodisimuladamente en el forcejeo. -El espign de Kingstown, dijo Stephen. S, un puente frustrado. Las palabras turbaron sus miradas. -Cmo, seor? pregunt Comyn. Los puentes estn sobre los ros. Para el libro de dichos de Haines. Nadie aqu para orlo. Esta noche diestramente en la algaraba de copasy voces, horadar la pulida malla de su mente. Y entonces qu? Un bufn en la corte de su amo, mimado ydespreciado, ganndose la alabanza de un amo clemente. Por qu haban elegido todos ese papel? No eraprecisamente por la caricia suave. Tambin para ellos la historia era un cuento como cualquier otro ododemasiado a menudo, su tierra una casa de empeos. De no haber cado Pirro a manos de una buscona en Argos o no haber sido julio Csar apualado demuerte. No deben desterrarse del pensamiento. El tiempo los ha marcado y encadenados se alojan en lahabitacin de las posibilidades infinitas que ellos han desplazado. Pero son posibles aqullas sabiendo quenunca existieron? O fue slo posible aquello que lleg a ocurrir? Teje, tejedor del viento. -Cuntenos un cuento, seor. -S, s, seor! Un cuento de fantasmas. -Por dnde nos quedamos aqu? pregunt Stephen abriendo otro libro. -No lloris ms, dijo Comyn. -Contine pues, Talbot. -Y el cuento, seor? -Despus, dijo Stephen. Contine, Talbot. Un chico moreno abri un libro y lo reclin resueltamente contra la solapa de la cartera. Recit ristras deversos echando ojeadas furtivas al texto: -No lloris ms, tristes pastores, no lloris ms pues Licas, vuestro pesar, no est muerto, aunque hundido est bajo la piel de las ondas.... Debe ser un movimiento pues, una actualizacin de lo posible como posible. La frase de Aristteles tomforma en los versos chachareados y sali flotando adentrndose en el silencio aplicado de la biblioteca deSanta Genoveva donde haba ledo, cobijado contra el pecado de Pans, noche tras noche. A su lado, un de-licado siams memorizaba un manual de estrategia. Cerebros alimentados y alimentndose a mi alrededor:bajo lmparas incandescentes, empalados, con dbiles tentculos tentativos: y en la oscuridad de mi mente,indolencia del inframundo, recelosa, miedosa de la luz, mudando los pliegues escamosos de dragn. Pensares el pensar del pensar. Luz sosegada. El alma es de alguna manera todo lo que es: el alma es la forma delas formas. Sosiego repentino, vasto, candente: forma de las formas. Talbot repiti: -Por el poder amado de Aquel que camin sobre las olas, por el poder amado..... -Pase la pgina, dijo Stephen quedamente. No veo nada. -Cmo, seor? pregunt Talbot simplemente,inclinandose hacia delante. Su mano pas la pgina. Se ech hacia atrs y continu, habiendo recordado de pronto. De aquel que ca-min sobre las olas. Aqu tambin en estos corazones miserables se posa su sombra y en el corazn y loslabios del burln y en los mos. Se posa en las caras ansiosas de quienes le ofrecieron una moneda de tribu-to. A Csar lo que es del Csar, y a Dios lo que es de Dios. Una mirada larga de ojos oscuros, una fraseindescifrable para tejer y entretejer en los telares de la iglesia. S. 14. Acertijo, acertijo, intenta acertar.Mi padre me dio semillas para sembrar.Talbot desliz el libro cerrado dentro de la cartera.-Eso es todo? pregunt Stephen.-S, seor. Hockey a las diez, seor.-Media jornada, seor. Jueves.-Quin puede adivinar este acertijo? pregunt Stephen.Guardaron los libros, los lpices zurriando, las pginas crujiendo. Apelotonndose unos con otros, cin-charon las correas y abrocharon las hebillas de las carteras, chachareando todos alegremente:-Un acertijo, seor? Pregnteme a m, seor.-A m, seor.-Uno dificil, seor.-Ah va el acertijo, dijo Stephen:El gallo ha cantado,el cielo cobalto:campanas en las alturasdan las diezy una.Hora es que esta pobre almaascienda a las alturas. Qu es? -Qu, seor? -Otra vez, seor. No lo hemos odo. Los ojos se les agrandaban segn los versos se repetan. Despus de un silencio dijo Cochrane: -Qu es, seor? Nos damos por vencidos. Stephen, picndole la garganta, contest: -El zorro enterrando a su abuela bajo un acebo. Se levant y solt una carcajada nerviosa a la cual le hicieron eco las voces descorazonadas de los nios. Un palo peg en la puerta y en el corredor una voz llamaba: -Hockey! Se produjo una desbandada, ladendose para salir de entre las bancas, saltndolas. Apresuradamente des-aparecieron y del trastero lleg el traqueteo de los palos y el ruido confuso de botas y voces. Sargent, el nico que se haba rezagado, se acerc lentamente mostrando un cuaderno abierto. El cabellorecio y el cuello canijo evidenciaban su endeblez y a travs de sus gafas empaadas unos ojos insegurosmiraban suplicantes. En la mejilla, plida y exange, haba una tenue mancha de tinta, dactilada, reciente ylienta como la estela del caracol. Alarg el cuademo. La palabra Aritmtica estaba escrita en la cabecera. Debajo haba cifras tambaleantesy al pie una firma torcida con crculos floreados y un borrn. Cyril Sargent: su nombre y rbrica. -Mr. Deasy me dijo que los volviera a hacer de nuevo, dijo, y que se los enseara a usted, seor. Stephen toc los bordes del libro. Futilidad. -Sabe cmo se hacen ahora? pregunt. -Del once al quince, contest Sargent. Mr. Deasy dijo que los deba copiar de la pizarra, seor. -Los sabe usted hacer solo? pregunt Stephen. -No, seor. Feo y ftil: cuello delgado y cabello recio y una mancha de tinta, la estela del caracol. Y sin embargo al-guien lo haba amado, llevado en brazos y en el corazn. De no haber sido por ella, la raza humana lohubiera pisoteado, como caracol aplastado sin cascarn. Ella haba amado su dbil sangre acuosa drenadade la suya. Era eso entonces lo real? Lo nico verdadero en la vida? El cuerpo postrado de su madre queel ardiente Colombo con santo fervor mont. Ya no exista: el trmulo esqueleto de una ramilla quemadoen el fuego, un olor a palo de rosa y a cenizas mojadas. Ella lo haba salvado de ser pisoteado y se habaido, sin apenas haber existido. Una pobre alma que ascendi a las alturas: y en un brezal bajo estrellas par-padeantes un zorro, fetidez roja de rapia en su piel, con brillantes ojos despiadados, escarba en la tierra,escucha, escarba la tierra, escucha, escarba y escarba. 15. Sentado a su lado, Stephen resolva el problema. Demuestra por lgebra que el espectro de Shakespearees el abuelo de Hamlet. Sargent miraba de reojo a travs de sus gafas cadas. Los palos de hockey traque-teaban en el trastero: el golpe hueco de una pelota y voces en el campo. Por la pgina los smbolos se movan en una sombra danza moruna, en el retorcimiento de sus letras,llevando gorras estrambticas de cuadrados y cubos. Daos las manos, cruzaos, saludad a la pareja: as: tras-gos de fantasa de los moros. Se han ido tambin del mundo, Averroes y Moiss Maimonides, hombresoscuros de semblante y ademanes, difundiendo desde sus espejos burlones el alma turbia del mundo, oscu-ridad brillando en la claridad que la claridad no poda comprender. -Lo entiende ahora? Puede hacer el segundo usted solo? -S, seor. Con grandes y agitados trazos Sargent copi los datos. A la espera siempre de una palabra de ayuda sumano trasladaba fielmente los smbolos vacilantes, un leve tinte de vergenza tremolando tras la plidapiel. Amor matris: genitivo subjetivo y objetivo. Con su sangre dbil y leche seroagria le haba alimentadoy escondido de la vista de otros sus paales. Como l era yo, los hombros cados, sin atractivo. Mi niez se inclina a mi lado. Demasiado lejana parapoder encontrarla ni una vez ni ligeramente. La ma lejana y la suya enigmtica como nuestros ojos. Enig-mas, silenciosos, ptreos se aposentan en los oscuros palacios de nuestros dos corazones: enigmas hastiadosde su tirana: tiranos, dispuestos a ser destronados. La operacin aritmtica estaba hecha. -Es muy simple, dijo Stephen mientras se levantaba. -S, seor. Gracias, contest Sargent. Sec la pgina con una fina hoja de papel secante y llev el cuaderno de vuelta a su banca. -Ser mejor que coja el palo y salga con los dems, dijo Stephen mientras segua hacia la puerta a la figu-ra sin atractivo del nio. -S, seor. En el corredor se oy su nombre, que lo llamaban desde la cancha. -Sargent! -Corra, dijo Stephen. Mr. Deasy le llama. De pie en el soportal contempl al rezagado que aligeraba hacia el reducido campo donde voces agudasse enfrentaban. Los dividieron en equipos y Mr. Deasy se vino pisando matas de hierba con pies abotina-dos. Cuando hubo llegado al edificio del colegio de nuevo voces en altercado le llamaron. Volvi el enfa-dado bigote blanco. -Qu pasa ahora? exclamaba incesantemente sin escuchar. -Cochrane y Halliday estn en el mismo lado, seor, dijo Stephen. -Podra esperar en mi despacho un momento, dijo Mr. Deasy, hasta que ponga orden aqu. Y segn volva melindrosamente a cruzar el campo su voz de viejo exclam severamente: -Qu sucede? Qu pasa ahora? Las voces agudas gritaban a su alrededor por todos lados: sus figuras vanadas se apretujaron en torno al, el sol deslumbrante blanquendole la miel de la cabeza mal teida. Un aire rancio de humo flotaba en el despacho junto con el olor de cuero usado y rozado de las sillas.Como en el primer da que regate conmigo aqu. Como era en un principio, ahora. Sobre el aparador labandeja de monedas Estuardo, tesoro vil de un tremedal: y siempre lo ser. Y bien guardados en el cuberte-ro de velludillo prpura, descolorido, los doce apstoles habiendo predicado a todos los gentiles: por lossiglos de los siglos. Pasos precipitados en el soportal de piedra y en el corredor. Resoplndose el ralo bigote Mr. Deasy se de-tuvo junto a la mesa. -Primero, nuestro arreglito financiero, dijo. Sac de la americana una cartera sujeta con una correa de cuero. Se abri bien abierta y sac dos billetes,uno pegado por la mitad, y los coloc cuidadosamente en la mesa. -Dos, dijo, amarrando y guardando de nuevo la cartera. Y ahora la caja fuerte para el oro. La mano aza-rada de Stephen se movi por las conchas apiladas en el fro mortero de piedra: buccinos y cauns y conchasleopardo: y sta, en espiral como el turbante de un emir, y sta, la venera de Santiago. Riqueza acaparadapor un viejo peregrino, tesoro muerto, conchas vacas. Un soberano cay, nuevo y brillante, en la suave pelusa del tapete. 16. -Tres, dijo Mr. Deasy, dndole vueltas a su portamonedas en la mano. Esto siempre es prctico. Ve us-ted? Esto es para los soberanos. Esto para los chelines. Los seis peniques, las medias coronas. Y aqu lascoronas. Ve? Sac de la misma dos coronas y dos chelines. -Tres y doce, dijo. Comprobar que est exacta. -Gracias, seor, dijo Stephen, recogiendo el dinero con tmida prisa y metindolo todo en un bolsillo delpantaln. -Nada de gracias, dijo Mr. Deasy. Usted se lo ha ganado. La mano de Stephen, de nuevo libre, volvi a las conchas vacas. Smbolos tambin de belleza y poder.Un fajo en mi bolsillo: smbolos ensuciados por la codicia y la miseria. -No lo lleve as, dijo Mr. Deasy. Se lo sacar en algn lugar y lo perder. Cmprese uno de estos apara-tos. Lo encontrar muy prctico. Contesta algo. -El mo estara a menudo vaco, dijo Stephen. La misma habitacin y hora, la misma sabidura: y yo el mismo. Tres veces con sta. Tres lazos que meatan aqu. Y qu? Podra romperlos en este instante si quisiera. -Porque no ahorra, dijo Mr. Deasy, sealando con el dedo. Usted no sabe an lo que es el dinero. Dineroes poder. Cuando haya vivido tanto tiempo como yo. Lo s, lo s. Si al menos la juventud lo supiera. Peroqu dice Shakespeare? Echa dinero en tu bolsa. -lago, murmur Stephen. Levant los ojos de las inertes conchas a la mirada atenta del viejo. -l entenda de dinero, dijo Mr. Deasy. Hizo dinero. Un poeta, s, pero ingls tambin. Sabe cul es elorgullo de los ingleses? Sabe cul es la palabra ms orgullosa que escuchar jams de la boca de un in-gls? Soberano de los mares. Sus ojos fros como el mar miraron la baha vaca: parece ser que la historia tienela culpa: en m y en mis palabras, sin odio. -Que en su imperio, dijo Stephen, nunca se pone el sol. -Bah! exclam Mr. Deasy. Eso no es ingls. Un celta francs lo dijo. Tabale la caja de caudales con la ua del pulgar. -Le dir, dijo solemnemente, de lo que alardea con ms orgullo. Nadie me ha regalado nada. Buen hombre, buen hombre. -Nadie me ha regalado nada. Jams ped prestado un cheln en mi vida. Se siente usted as? No debonada. As? Mulligan, nueve libras, tres pares de calcetines, un par de botos, corbatas. Curran, diez guineas. McCann,una guinea. Fred Ryan, dos chelines. Temple, dos almuerzos. Russell, una guinea, Cousins, diez chelines,Bob Reynolds, media guinea, Koehler, tres guineas, Mrs. MacKernan, la comida de cinco semanas. El fajoque tengo no vale para nada. -Por el momento, no, contest Stephen. Mr. Deasy ri muy complacido, mientras colocaba en su sitio el portamonedas. -Ya saba que no, dijo gozosamente. Pero algn da debera sentirlo. Somos gente generosa pero tambindebemos ser justos. -Me asustan esas palabras tan grandes, dijo Stephen, que nos hacen infelices. Mr. Deasy clav severamente la mirada atenta durante unos momentos encima de la repisa de la chime-nea en la corpulencia proporcionada de un hombre con falda de tartn: Albert Edward, prncipe de Gales. -Me considera una antigualla y un viejo conservador, dijo su voz pensativa. He visto tres generacionesdesde los tiempos de OConnell. Recuerdo la hambruna del 46. Sabe usted que las logias de Orange sealzaron para que la unin se revocara veinte aos antes de que OConnell lo hiciera o antes de que los pre-lados de su creencia lo tacharan de demagogo? Ustedes los fenianos se olvidan de algunas cosas. Gloriosa, pa e inmortal memoria. La logia de Diamond en Annagh la esplndida engalanada por doquiercon cadveres de papistas. Roncos, enmascarados y armados, el pacto de los colonos. El negro norte y laBiblia azul verdadera. Rebeldes a tierra. Stephen perfil un breve gesto. -Yo tengo sangre rebelde en las venas tambin, dijo Mr. Deasy. Por parte del huso. Pero desciendo de SirJohn Blackwood que vot a favor de la unin. Somos todos irlandeses, todos hijos de reyes. -Ah! dijo Stephen. 17. -Per vias rectas, dijo Mr. Deasy firmemente, era su lema. Vot a favor y se calz las botas de montar pa-ra cabalgar hasta Dubln desde Ards of Down y hacerlo.Laril rilEl camino rocoso hacia Dubln.Un tosco caballero a caballo con lustrosas botas de montar. Da metido en agua, Sir John! Da metidoen agua, su seora! .... Da! .... Da! .... Dos botas de montar a paso de portantillo hacia Dubln. Lanl,ril. Laril, nlar.-Eso me trae algo a la memoria, dijo Mr. Deasy. Me puede usted hacer un favor, Mr. Dedalus, con algu-nos de sus amigos literarios. Tengo aqu una carta para la prensa. Sientese un momento. Slo me quedacopiar el final.Fue al escritorio cerca de la ventana, arrim la silla dos veces y ley unas palabras de la hoja que tena enel carro de la mquina de escribir.-Sintese. Perdone, dijo por encima del hombro, los dictados del sentido comn. Un momento.Mir fijamente por debajo de sus espesas cejas el manuscrito junto al codo y, mascullando, comenz aaporrear las rgidas teclas del teclado lentamente, a veces resoplando cuando haca girar el carro para borraralgn error.Stephen se sent silenciosamente ante la personalidad principesca. Enmarcadas a lo largo de las paredesimgenes de caballos desaparecidos rendan homenaje, sus mansas cabezas en elegante porte: Repulse deLord Hasting, Shotover del duque de Westminster, Ceylon, prix de Paris, 1866, del duque de Beaufort.Jinetes duendecillos los montaban, atentos a una seal. Vio sus marcas de velocidad, defendiendo los colo-res reales, y grit con los gritos de muchedumbres desaparecidas.-Punto, orden Mr. Deasy a las teclas. Pero una pronta conclusin a esta cuestin de suma importancia....Adonde Cranly me llev para enriquecer de pronto, a la caza de ganadores entre las vagonetas embarra-das, en medio del vocero de los corredores de apuestas en sus puestos y de las emanaciones de la cantina,por el lodo multicolor. Fair Rebel! Fair Rebel! A la par el favorito: diez a uno el resto. Por entre jugadoresde dados y tahres nos apresurbamos tras los cascos, las gorras y chaquetas rivales, dejando atrs a la mu-jer de cara amondongada, seora de camicero, que hocicaba sedientamente su gajo de naranja.Gritos penetrantes resonaron en la cancha de los nios y un silbante silbato.De nuevo: un tanto. Estoy entre ellos, entre sus cuerpos enzarzados en confuso enfrentamiento, la justade la vida. Quiere decir el mimadito de mam zambo y con cara de resaca? Justas. El tiempo golpeadorebota, golpe a golpe. Justas, lodazal y el estruendo de batallas, el glido vmito de muerte de los masacra-dos, un alarido de lanzadas espetadas con entraas ensangrentadas de hombres.-Vamos a ver, dijo Mr. Deasy, levantndose.Se acerc a la mesa, prendiendo las hojas con una pinza. Stephen se levant.-He reducido el asunto a unas pocas palabras, dijo Mr. Deasy. Se trata de la fiebre aftosa. chele un vis-tazo. No puede haber discrepancias sobre el asunto.Me permite abusar de su valioso espacio. Esa doctrina del laissezfaire que tan a menudo en nuestra histo-ria. Nuestro negocio de ganado. Al modo de toda nuestra vieja industria. Los maniobreros de Liverpool quefrustraron el proyecto del puerto de Galway. Conflagracin europea. Suministros de grano por las escasasaguas del canal. La imperturbabilidad pluscuamperfecta del ministerio de agricultura. Perdonada una alu-sin clsica. Casandra. Por una mujer que no era ms que una mujer. Concretando el tema.-No ando con rodeos verdad? pregunt Mr. Deasy mientras Stephen segua leyendo.Fiebre aftosa. Conocida como el preparado de Koch. Suero y virus. Porcentaje de caballos inmunizados.Peste bovina. Los caballos del emperador en Mrzsteg, Baja Austria. Veterinarios. Mr. Henry BlackwoodPrice. Amable ofrecimiento una oportunidad. Los dictados del sentido comn. Cuestin de suma importan-cia. En todos los sentidos de la palabra coger al toro por los cuernos. Dndole las gracias por la hospitalidadde su peridico.-Quiero que lo publiquen y lo lean, dijo Mr. Deasy. Ver cmo si hay otro brote ponen un embargo alganado irlands. Y puede curarse. Se cura. Mi primo, Blackwood Price, me ha escrito que en Austria losmdicos de ganado normalmente la tratan y curan. Se han ofrecido a venir aqu. Estoy intentando obteneralguna influencia. Ahora voy a intentar la publicidad. Estoy rodeado de dificultades, de .... intrigas de .....maniobras de pasillo .....Levant el dedo ndice y golpe al aire como los viejos antes de que su voz hablara. 18. -No olvide lo que le voy a decir, Mr. Dedalus, dijo. Inglaterra est en manos de los judos. En todos losaltos cargos: en las finanzas, en la prensa. Y eso son seales de una nacin en decadencia. Dondequiera quese renan, se comen la fuerza vital de la nacin. Lo he estado viendo venir todos estos aos. Tan cierto co-mo que estamos aqu, los mercaderes judos estn ya maquinando su plan de destruccin. La vieja Inglate-rra se muere. Se puso a andar con prontitud, cobrando sus ojos vida azul al atravesar un amplio rayo de sol. Dio mediavuelta y volvi de nuevo. -Se muere, dijo otra vez, si no est muerta ya.De calle en calle el grito de la rameratejer el sudario de la vieja Inglaterra. Sus ojos bien abiertos como en trance clavaron la mirada severamente a travs del rayo de sol donde sehaba detenido. -Un mercader, dijo Stephen, es alguien que compra barato y vende caro, sea judo o gentil no es as? -Pecaron contra la luz, dijo Mr. Deasy gravemente. Y puede verse la oscuridad en sus ojos. Y es por esoque van errantes por la tierra hasta ahora. En la escalinata de la Bolsa de Pars los hombres de piel dorada fijando precios en sus enjoyelados dedos.Chchara de gansos. En bandada clamorosa, torpes, por el templo, sus cabezas confabuladas bajo desmaa-dos sombreros de copa. No de ellos: esas ropas, esa habla, esos gestos. Sus ojos absortos y lentos desment-an las palabras, los gestos apremiantes e inofensivos, pero saban de los rencores que se amontonaban a sualrededor y saban que su celo era intil. Intil su paciencia en acaparar y atesorar. El tiempo seguramentelo dispersara todo. Riquezas acumuladas al lado del camino: saqueado y transferido. Sus ojos saban de losaos errantes y, pacientes, saban la deshonra de su carne. -Y quin no? dijo Stephen. -Qu quiere decir? pregunt Mr. Deasy. Dio un paso hacia delante y permaneci de pie al lado de la mesa. La mandibula inferior se abri de ladocon incertidumbre. Es esto sabidura de viejo? Espera que diga algo. -La historia, dijo Stephen, es una pesadilla de la que intento despertar. En la cancha los nios levantaron un gritero. Un silbante silbato: tanto. Y si esa pesadilla te aplastarapesadamente? -Los caminos del Creador no son nuestros caminos, dijo Mr. Deasy. Toda la historia humana se dirigehacia una gran meta, la manifestacin de Dios. Stephen sacudi el pulgar hacia la ventana, diciendo: -Eso es Dios. Hurra! Bien! Prrrri! -Cmo? dijo Mr. Deasy. -Un grito en la calle, dijo Stephen, encogindose de hombros. Mr. Deasy inclin la vista y se aprision durante un rato las aletas de la nariz con los dedos. Al levantarla vista de nuevo las dej en libertad. -Soy ms feliz que usted, dijo. Hemos cometido muchos errores y muchos pecados. La mujer introdujo elpecado en el mundo. Por una mujer que no era ms que una mujer, Helena, la esposa fugada de Menelao,durante diez aos los griegos hicieron la guerra a Troya. Una esposa infiel fue la primer en traer a extra-os a nuestras costas, la esposa de MacMurrough y su comblezo, ORourke, prncipe de Breffni. Una mujertambin hundi a Pamell. Muchos errores, muchos fracasos, pero no el pecado nico. Yo soy un luchadorya al final de mis das. Pero luchar por lo que creo justo hasta el fin.Pues Ulster luchary Ulster razn tendr.Stephen levant las hojas que tena en la mano.-Bueno, seor, empez .....-Presiento, dijo Mr. Deasy, que no permanecer usted aqu mucho tiempo en este trabajo. No naci ustedpara maestro, creo. Quiz est equivocado.-Para alumno ms bien, dijo Stephen.Y aqu qu ms puedes aprender? 19. Mr. Deasy mene la cabeza. -Quin sabe? dijo. Para aprender hay que ser humilde. Pero la vida es la gran maestra. Stephen hizo crujir las hojas de nuevo. -Con respecto a stas, empez ..... -S, dijo Mr. Deasy. Ah hay dos copias. Si puede usted hacer que se publiquen de inmediato. Telegraph. Insh Homestead. -Lo intentar, dijo Stephen, y se lo har saber maana. Conozco algo a dos directores. -Est bien, dijo Mr. Deasy animadamente. Anoche escrib a Mr. Field, Miembro del Parlamento. Hay unareunin de la asociacin de tratantes hoy en el Hotel City Arms. Le ped que sometiera el texto de mi cartaa la asamblea. Usted mire a ver si puede meterla en sus dos peridicos. Cules son? -El Evening Telegraph ..... -Est bien, dijo Mr. Deasy. No hay tiempo que perder. Ahora tengo que contestar esa carta de mi primo. -Buenos das, seor, dijo Stephen, metindose las hojas en el bolsillo. Gracias. -De nada, dijo Mr. Deasy mientras rebuscaba en los papeles de su escritorio. Me gusta cruzar la espadacon usted, a pesar de ser viejo. -Buenos das, seor, dijo Stephen de nuevo, haciendo una reverencia a la encorvada espalda. Sali por el soportal descubierto y baj por el sendero de gravilla bajo los rboles, escuchando el griteroy golpeteo de los palos en la cancha. Los leones acostados sobre las columnas al cruzar la cancela: terroresmoznados. Y sin embargo le ayudar en su lucha. Mulligan me investir con un nuevo nombre: el bardovaledor de bueyes. -Mr. Dedalus. Corre tras de m. Ms cartas no, espero. -Un momento. -S, seor, dijo Stephen, volvindose en la cancela. Mr. Deasy se detuvo, respirando fuerte y tragndose el aliento. -Slo quera decirle, dijo. Irlanda, se dice, tiene a honra ser el nico pas que no persigui nunca a los ju-dos. Sabe usted eso? No. Y sabe por qu? Puso mala cara severamente al aire brillante. -Por qu, seor? pregunt Stephen empezando a sonrer. -Porque nunca los dej entrar, dijo Mr. Deasy solemnemente. Un borbotn de risa le salt de la garganta arrastrando consigo una resonante cadena de flema. Se volviapresuradamente tosiendo, riendo, los brazos alzados saludando al aire. -No los dej nunca entrar, exclam de nuevo entre risas, mientras pateaba con pies abotinados por la gra-villa del sendero. Por eso. Sobre sus sabios hombros por el escaqueado de hojas el sol irradiaba lentejuelas, monedas danzarinas.3 INELUCTABLE modalidad de lo visible: al menos eso si no ms, pensado con los ojos. Marcas de todaslas cosas estoy aqu para leer, freza marina y ova marina, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa.Verdemoco, platiazulado, herrumbre: signos coloreados. Lmites de lo difano. Pero aade: en los cuerpos.Luego se percat de aquesos cuerpos antes que de aquesos coloreados. Cmo? Dndose coscorrones co-ntra ellos, seguro. Tranquilo. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. Lmite de lo difano en.Por qu en? Difano, adifano. Si puedes meter los cinco dedos es una cancela, si no una puerta. Cierra losojos y ve. Stephen cerr los ojos para or cmo las botas estrujaban la recrujiente ova y las conchas. Ests andandosobre esto tranquilamente en cualquier caso. Lo estoy, una zancada cada vez. Un espacio muy corto detiempo a travs de tiempos muy cortos de espacio. Cinco, seis: el Nacheinander. Exactamente: y sa es laineluctable modalidad de lo audible. Abre los ojos. No. Jess! Si cayera por un acantilado que se adentrasobre su base, cayera por el Nebeneinander ineluctablemente! Me voy acostumbrando bastante bien a laoscuridad. Mi espada de fresno cuelga a mi lado. Bordonea con ella: ellos lo hacen. Mis dos pies en susbotas en los extremos de sus piernas, nebeneinander. Suena slido: forjado por el mazo de Los demiurgos.Acaso voy andando hacia la eternidad por la playa de Sandymount? Estruja, recruje, rac, ric, rac. Dinerodel mar salvaje. Maese Deasy conyscelos bien.Vendras a Sandymount, 20. Madeline la mar? El ritmo empieza, lo ves. Lo oigo. Tetrmetro acatalctico de yambos marchando. No, al galope: delinela mar. Abre los ojos ahora. Lo har. Un momento. Se ha desvanecido todo desde entonces? Si abro y me en-cuentro para siempre en lo adifano negro. Basta! Ver si puedo ver. Mira ahora. Ah todo el tiempo sin ti: y siempre estar, por los siglos de los siglos. Descendieron por las escalinatas de Leahy Terrace prudentemente, Frauenzimmer. y por la inclinada ori-lla lnguidamente, sus pies planos hundindose en la arena sedimentada. Como yo, como Algy, descen-diendo a nuestra poderosa madre. La nmero uno balanceaba patosamente su bolso de matrona, el paragunde la otra hurgaba en la arena. Del barrio de Liberties, da de paseo. Mrs. Florence MacCabe, viuda delextinto Patk MacCabe, sinceramente llorado, de Bride Street. Una de su hermandad me sac guaiendo a lavida. Creacin desde la nada. Qu tiene en el bolso? Un engendro con el cordn umbilical arrastrando,amorrado en pao bermejo. El cordn de todos enlaza con el pasado, cable cabitrenzado de toda carne. Poreso los monjes msticos. Querrais ser como dioses? Miraos vuestro omphalos. Oiga! Aqu Kinch. Pn-game con Villaedn. Alef, alfa: cero, cero, uno. Esposa y compaera de Adn Kadmon: Heva, Eva desnuda. Ella no tena ombligo. Mirad. Vientre sinmcula, bien abombado, broquel de tensa vitela, no, grano blanquiamontonado naciente e inmortal, queexiste desde siempre y por siempre. Entraas de pecado. Entraado en la oscuridad pecaminosa estuve yo tambin, concebido no engendrado. Por ellos, el hombrecon mi voz y mis ojos y una mujer fantasmal de aliento a cenizas. Se ayuntaron y desjuntaron, cumplieronla voluntad del apareador. Desde antes de los tiempos l me dispuso y ahora no puede disponer lo contrarioni nunca. Una lex eterna Le atenaza. Es sa pues la divina sustancia en la que el Padre y el Hijo son con-sustanciales? Dnde est el pobre de Arrio para meterse dentro y ver qu pasa? Guerreando de por vidapor la contransmagnificandjudeogolpancialidad. Aciago heresiarca malogrado! En un excusado griegoexhal su ltimo suspiro: euthanasia. Con mitra de abalorios y con bculo, instalado en su trono, viudo deuna sede viuda, con omophonon envarado, con posaderas aglutinadas. Los vientos potreaban a su alrededor, vientos cortantes y apasionados. Llegan, las olas. Los hipocamposcrestiblancos, tascando, embridados en flgidos cfiros, los corceles de Mananaan. No debo olvidar su carta para la prensa. Y despus? El Ship, doce y media. Por cierto lleva cuidado conese dinero como buen joven imbcil. S, debo hacerlo. Afloj la marcha. Veamos. Voy a casa de ta Sara o no? La voz de mi padre consustancial. Te has to-pado ltimamente con tu hermano Stephen el artista? No? Seguro que no est en Strasburg Terrace consu ta Sally? Es que no sabe volar ms alto que eso, eh? Y y y y dime, Stephen cmo est el to Si? Ay,por Cristo bendito en lo que me he metido! Los zagales subidos en lo alto del pajar. Ese contable de pa-cotilla borracho y su hermano, el cometa. Muy respetables gondoleros! Y el bizco de Walter tratando deseor a su padre nada menos! Seor. S, seor. No, seor. Ay, Jess crucificado: no me extraa! PorCristo! Tiro de la campana resollante de la casita cerrada: y espero. Me toman por un cobrador, escudrian desdeun punto estratgico. -Es Stephen, seor. -Djalo entrar. Deja entrar a Stephen. Un cerrojo que se descorre y Walter me da la bienvenida. -Pensbamos que eras otra persona. En su cama ancha siyo Richie, almohadillado y envuelto en una manta, extiende sobre el montculo desus rodillas un antebrazo membrudo. El pecho limpio. Se ha lavado la parte de arriba. -Buenas, sobrino. Sintate y anda. Deja a un lado la bandeja donde garrapatea los costes para los ojos de don Dundo y de don ShaplandTandy, archivando poderes e investigaciones y un mandamiento de Duces Tecum. Un marco de aliso sobresu cabeza calva: el Requiescat de Wilde. El zureo de su silbido equvoco hace volver a Walter. -S, seor? -Gisqui de malta para Richie y Stephen, dselo a madre. Dnde est? -Baando a Crissie, seor. La compaerita de cama de pap. Cachito de amor. -No, to Richie .... -Llmame Richie. Maldita sea tu agua de litina. Te rebaja. Gisqui! 21. -To Richie, de verdad .... -Sintate o demontres que te tumbo. Walter se despestaa en vano buscando una silla. -No tiene dnde sentarse, seor. -No tiene dnde ponerlo, bobo. Trae la silla chippendale. Te gustara comer algo? Nada de tus malditosremilgos en esta casa. Una buena loncha de panceta frita con un arenque? De veras? Pues tanto mejor.No hay nada en la casa salvo pldoras para los dolores de espalda. Allerta! Zurea compases del aria di sortita de Ferrando. El nmero ms grandioso, Stephen, de toda la pera. Es-cucha. Su afinado silbido suena de nuevo, matizado delicadamente, con torrentes de aire, las manos tamborean-do en las rodillas acolchadas. Este viento es ms dulce. Casas de desolacin, la ma, la suya y todas. Le contaste a los hijos de pap de Clongowes que tenas unto juez y un to general en el ejrcito. Aprtate de ellos, Stephen. La belleza no est ah. Ni en la estancadanave central de la biblioteca Marsh donde leste las profecas olvidadas del abate Joaqun. Para quin? Laplebe centicfala del recinto catedralicio. Un aborrecedor de su especie se alej corriendo de ellos hacia elbosque de la locura, la melena espumante a la luna, los globos de los ojos estrellas. Houyhiihmn, caballo-llar. Las ovales caras equinas, Temple, Buck Mulligan, Astuto Campbell, Carichupados. Padre abate, denfurioso qu ofensa inflam sus cerebros? Plafl Descende, calve, ut ne amplius decalveris. Una guirlandade cabellos grises en su cabeza conminada contempladle a m bajando a gatas hacia la grada (descende),empuando una custodia, ojos de basilisco. Bjate, cholicalvo! Un coro devuelve las amenazas y el ecoasistiendo alrededor de los lados del altar, el latn grun de los clerigallas que se mueven corpulentos de-ntro de sus albas, tonsurados y ungidos y capados, gordos con la flor de los granos de trigo. Y en el mismo instante quiz un sacerdote a la vuelta de la esquina la est elevando. Tilintiln! Y dos ca-lles ms abajo otro la est guardando en una pxide. Tilantiln! Y en una capilla de Nuestra Seora otroest tomando la comunin l solo a dos carrillos. Tilintiln! Abajo, arriba, al frente, atrs. Dan Occam yapens en eso, doctor invencible. Una brumosa maana inglesa el trasgo hiposttico le hizo cosquillas en elcerebro. Al bajar la hostia y arrodillarse oy ligada con su segunda campana la primera campana del tran-septo (l est elevando la suya) y, al levantarse, oy (ahora yo estoy elevando) sus dos campanas (se arrodi-lla) en floreado diptongo. Primo Stephen, nunca sers un santo. Isla de santos. Eras tremendamente piadoso no? Le pedas a laVirgen Bendita para que no se te pusiera la nariz roja. Le rezabas al diablo en Serpentine Avenue para quela viuda rechoncha de enfrente se remangara las faldas an ms por la calle mojada. O si, certo! Vende tualma por eso, hazlo, harapos teidos prendidos sobre una guancha. Ms dime, ms an! En el segundo pisodel tranva de Howth solo gritndole a la lluvia: Mujeres desnudas! Mujeres desnudas! Qu te pareceeso, eh? Qu te parece qu? Para qu si no se inventaron? Conque leyendo dos pginas de siete libros distintos cada noche eh? Era joven. Te inclinabas ante ti de-lante del espejo, dando un paso al frente para recibir los aplausos formalmente, cara inslita. Viva el mal-dito idiota! Viva! Nadie lo vio: no se lo cuentes a nadie. Libros que ibas a escribir con letras por ttulo.Ha ledo usted su F? S, s, pero prefiero Q S, pero W es maravilloso. S, s. W. Recuerdas tus epifanasescritas en verdes hojas ovales, profundamente profundas, copias que habran de ser enviadas si murieras atodas las grandes bibliotecas del mundo, incluyendo la de Alejandra? Alguien habra de leerlas all pasadosunos cuantos miles de aos, un mahamanvantara. Como Pico della Mirandola. S, muy parecido a una ba-llena. Cuando uno lee estas extraas pginas de alguien que ha desaparecido hace tiempo uno siente queuno est con uno junto a uno que una vez ...... La arena granulosa haba desaparecido bajo sus pies. Sus botas pisaban de nuevo un hmedo recrujientesmago, conchas de navajas, guijarros rechinantes, que rompe contra los innmeros guijarros, madera tami-zada por la taraza, Armada perdida. Llanadas de arenas malsanas acechaban para tragarse sus pisadas, ex-halando un aliento pestilente, un fardo de algas se abrasaba con fuego marino bajo un muladar de cenizashumanas. Los borde, andando cautelosamente. Una botella de cerveza negra de pie, embarrancada hasta lacintura, en la pastosa masa de arena. Un centinela: isla de sed espantosa. Aros rotos en la playa; tierra aden-tro un laberinto de oscuras y tortuosas redes; ms all puertas traseras pintarrajeadas con tiza y en la partems alta de la playa un tendedero con dos camisas crucificadas. Ringsend: aduar de tostados timoneles ypatrones de barcos. Cscaras humanas. 22. Se detuvo. Me he pasado del camino de la casa de ta Sara. Es que no voy all? Parece que no. Nadie ami alrededor. Se volvi hacia el nordeste y cruz por la arena ms firme hacia el Pigeonhouse.-Qui vous a mis dans cette fichue position?-C st le pigeon, Joseph.Patrice, en casa de permiso, se relama con la leche clida conmigo en el bar MacMahon. Hijo del gansosalvaje, Kevin Egan de Pars. Padre un pajarraco, l se relama la dulce lait chaud con tiema lengua sonro-sada, cara oronda de conejillo. Lame, lapin. Espera ganar la gros lots. Sobre la naturaleza de la mujer leyen Michelet. Pero tiene que enviarme La Vie de Jsus de M. Lo Taxil. Prestada a su amigo.-Cest tordant, vous savez. Moi, je suis socialiste. Je ne crois pas en l existence de Dieu. Faut pas le dire mon pre.-Il croit?Mon pre, oui.Schluss. Se relame.Mi sombrero de Barrio Latino. Dios! Simplemente tenemos que representar el papel. Quiero unos guan-tes buriel. T eras estudiante no? De qu por todos los diablos? Peceene. PCN, ya sabes: physiques, chi-miques et naturelles. Aj. Comiendo tu racin de mou en civet, ollas de carne de Egipto, a codazos entrecocheros eructantes. Di slo con tono de lo ms natural: cuando estaba en Pars, boul Mich , lo haca. S,haca por llevar encima billetes picados para tener un alib por si te arrestaban por asesinato en algn sitio.justicia. La noche del diecisiete de febrero de 1904 vieron al prisionero dos testigos. Otro lo hizo: otro yo.Sombrero, corbata, abrigo, nariz. Lui, c est moi. Parece que te divertiste.Orgullosamente andando. A quin intentabas imitar andando? Lo olvido: un desposedo. Con el giro demadre, ocho chelines, la puerta batiente de la estafeta de correos con la que el ordenanza te da en las nari-ces. Dolor de muelas de hambre. Encore deux minutes. Mirar el reloj. Tengo que. Ferm Hijo de perra!Disprale hasta dejarlo hecho pizcas sangrientas con una escopeta pun, hombre pizcas crispi paredes todosbotones de latn. Pizcas todas kjmrklak vuelven a su sitio. No se ha hecho dao? Bueno, no pasa nada.Dale un apretn de manos. Ve lo que quera decir, lo ve? Bueno, no pasa nada. Aprieta un apretn. Bueno,no pasa absolutamente nada.Ibas a hacer maravillas no? Misionero en Europa como el ardiente Colombo. Fiacre y Scoto en sus ban-quetas de penitencia en el cielo derramaron de sus jarras de cerveza, fragorosolatinjocoso: Enge! Euge!Haciendo como que chapurreabas ingls mientras arrastrabas la maleta, tres peniques un mozo, por el en-fangado espign de Newhaven. Comment? Un rico botn trajiste de vuelta; Le Tutu, cinco nmeros pin-gajosos de Pantalon Blanc et Culotte Rouge, un telegrama azul francs, una curiosidad que ensear:-Nadie muere vuelve casa padre.La ta piensa que mataste a tu madre. Por eso no me deja.Brindemos por la ta de Mulligany os dir simplemente la razn.Siempre y siempre mantuvo ella el honorde la famili completa Hannigan. Sus pies marcharon a un repentino ritmo orgulloso por los surcos de arena, a lo largo de los cantizales delmuro sur. Los mir orgullosamente, apilados crneos de mamut petrificados. Luz dorada sobre mar, sobrearena, sobre cantizales. El sol est ah, los grciles rboles, las casas limn. Pars despierta en carne viva, luz de sol cruda en sus calles limn. Hmeda miga de los chuscos, el ajenjoverderrana, su incienso matinal, cortejan el aire. Belluomo abandona el lecho de la mujer del amante de sumujer, el ama de casa paoletada trajinando, con un platillo de cido actico en la mano. En casa Rodot,Yvonne y Madeleine rehacen su belleza desarreglada, destrozando con dientes de oro chaussons de hojal-dre, sus bocas amarillentas con el pus del flan breton. Caras de parisinos pasan, sus patillas complacidas,acaracolados conquistadores. El medioda sestea. Kevin Egan la cigarrillos de plvora con dedos embadurnados de tinta de imprenta,bebiendo a sorbos su alosna verde tal como Patrice hace con la suya blanca. A nuestro alrededor unos tra-gones cucharean alubias picantes al gaote. Un demi setier! Un cao de vapor de caf del pulido caldero.Ella me sirve a instancias de l. Il est irlandais. Hollandais? Non fromage. Deux irlandais, nou , Irlandevous savez? Ah oui! Pens que queras un queso hollandais. Tu postalmuerzo conoces esa palabra? Post-almuerzo. Haba un tipo que conoc en Barcelona, tipo raro, sola llamarlo su postalmuerzo. Bueno: slain-te! Por entre los veladores la maraa de alientos avinatados y gargantas quejumbrosas. El aliento suspendi- 23. do sobre nuestros platos salsimanchados, la alosna verde apuntando por los labios. De Irlanda, los Dalca-sianos, de esperanzas, conspiraciones, de Arthur Griffith ahora, A. E., poimandro, buen pastor de hombres.Para uncirme a su yunta, nuestros crmenes nuestra causa comn. Eres el hijo de tu padre. Conozco la voz.Su camisa de cotn, sanguifloreada, hace temblar los machos con los secretos de l. M. Drumont, periodistafamoso, Drumont sabes cmo llamaba a la reina Victoria? Vieja tarasca de dientes amarillos. Vieilleogresse con los dents jaunes. Maud Gonne, bella mujer, la Patrie, M. Millevoye, Flix Faure sabes cmomuri? Hombres licenciosos. La froeken, bonne tout faire, que frota la desnudez de hombre en el bao enUpsala. Moi faire, dijo ella, tous les messieurs. No a este monsieur, dije yo. Qu costumbre ms licenciosa.El bao algo de lo ms privado. No dejara a mi hermano, ni siquiera a mi propio hermano, algo de lo mslascivo. Ojos verdes, os veo. Alosna, te siento. Gente lasciva. La mecha azul se quema letalmente entre las manos y se quema hasta fundirse. Briznas de tabaco sueltasse prenden: una flama y el humo acre iluminan nuestro rincn. Cara esculida bajo el sombrero de chicoagitador. Cmo el cerebro escap, versin autntica. Se visti de novia, compadre, velo, azahar, sali encoche por la carretera de Malahide. Lo hizo, te lo juro. De lderes desaparecidos, los traicionados, fugassalvajes. Disfraces, prendidos, escapados, no aqu. Amante desdeado. Yo era un mocetn en aquel entonces, te digo. Te ensear un retrato mo algn da.Lo era, te lo juro. Amante, por el amor de ella patrull l con el coronel Richard Burke, sucesor del jefe desu clan, bajo las murallas de Clerkenwell y, agazapados, vieron cmo una flama de venganza los lanzabapor los aires en la niebla. Cristal destrozado y desplome de mampostera. En el bullicioso Par se esconde,Egan de Pars, no buscado por nadie salvo por m. Recorriendo su viacrucis diario, la cutre imprenta port-til, sus tres tabernas, el cubil en Montmartre donde duerme una noche corta, rue de la Goutte-dOr, damas-quinado con las caras en descomposicin de los que se han ido. Sin amor, sin patria, sin mujer. Ella estbien cmoda y a gusto sin su hombre proscrito, seora de la rue Git-le-Coeur, canario y dos huspedes tia-rrones. Mejillas de melocotn, falda de cebra, retozona como la de una jovencita. Desdeado y esperanza-do. Dile a Pat que me viste quieres? Una vez quise encontrarle un trabajo al bueno de Pat. Mon fils, solda-do de Francia. Le ense a cantar Los chicos de Kilkenny son recios jvenes bramantes. Conoces ese viejoromance? Se lo ense a Patrice. La vieja Kilkenny: San Canico, el castillo de Strongbow sobre el Nore.Dice as. Oh, Oh. Me coge, Napper Tandy, de la mano.Oh, Oh los chicosdeKilkenny.... Dbil mano macilenta sobre la ma. Han olvidado a Kevin Egan, no l a ellos. Recordndoos, Oh Sin. Se haba acercado a la orilla del mar y la arena mojada le azotaba las botas. El aire fresco le daba la bien-venida, pulsando cuerdas salvajes, viento de aire salvaje de semillas de claridad. Vaya, no me dirijo al bar-cofaro de Kish no es as? Se par repentinamente, los pies empezando a hundirse lentamente en la tierrapalpitante. Vuelve. Volvindose, pas la vista por la orilla al sur, los pies hundindose de nuevo lentamente en nuevoshoyos. La fra estancia abovedada de la torre espera. Por entre las saeteras los haces de luz se mueven porsiempre, lentamente por siempre mientras los pies se me hunden, arrastrndose hacia el anochecer por elsuelo esfrico. Oscurecer azul, cada de la noche, noche de azul profundo. En la oscuridad de la bvedaesperan, sus sillas ladeadas, mi maleta obelisco, junto a una mesa de platos abandonados. Quin la quita?l tiene la llave. No dormir all cuando llegue la noche. Puerta cerrada de una torre en silencio, que entie-rra sus cuerpos ciegos, el sahibpantera y su perro de muestra. Llama: nadie contesta. Sac los pies de lasuccin y se volvi por la mole de cantos. Toma todo, guarda todo. Mi alma camina conmigo, forma deformas. As pues en las vigilias de la medianoche de luna recorro el sendero sobre las rocas, en plateadooscuro, escuchando la incitadora pleamar de Elsinore. La pleamar me sigue. La veo subir desde aqu. Regresa entonces por el camino de Poolbeg hasta la playaall. Trep por los juncos y algas anguiformes y se sent sobre un poyete de roca, apoyando la vara de fres-no en una hendidura. El cadver hinchado de un perro yaca recostado en el fuco. Ante l la regala de una barca hundida en laarena. Un coche ensabl llamaba Louis Veuillot a la prosa de Gautier. Estas arenas pesadas son lenguajeque la marea y el viento han encenagado aqu. Y estos, los montones de piedra de constructores muertos, unconejar de comadrejas. Esconde oro ah. Intntalo. Algo tienes. Arenas y piedras. Pesadas del pasado. Losjuguetes de Sir Lout. Cuidado que no te den para el pelo. Soy el muy jodido gigante que arrastra todosaquesos jodidos cantizales, huesos para usarlos como mi pasadero. Jojoj. Juelo a carne de jirland. 24. Un punto, perro vivo, fue tomando forma a lo lejos corriendo a todo lo ancho de la arena. Dios me va aatacar? Respeta su libertad. No sers el dueo de otros ni tampoco su esclavo. Tengo el palo. Atento. Mslejos, andando hacia la playa desde la marea encrespada, figuras, dos. Las dos maras. Lo han escondidobien entre la anea. Cucu trs. Te veo. No, el perro. Vuelve corriendo hacia ellas. Quin? Las galeras de los Lochlanns se lanzaban aqu a varar, en busca de rapia, las sanguinolentas proas picu-das cabalgando la resaca sobre olas de peltre fundido. Daneses vilngos, torces de hachas relucientes sobreel pecho cuando Malachi ci el collar de oro. Un banco de balnidos embancados en el caluroso medioda,espurreando, renqueando en los bajos. Entonces desde la hambrienta ciudad alcahaz una horda de enanosen jubones, mi gente, con cuchillos para desollar, corriendo, descamando, troceando en pedazos la grasientacarne verde de ballena. Hambre, peste y mortandad. Su sangre la llevo en m, sus lujurias mis olas. Yo an-duve entre ellos en el helado Liffey, ese yo, un cambiado por otro, entre las fogatas de resina chispeantes.No habl con nadie: nadie me habl a m. El ladrido del perro corri hacia l, se par, corri de vuelta. Perro de mi enemigo. Simplemente me que-d de pie, plido, en silencio, acosado por los ladridos. Tenibilia meditans. Un jubn lila, sota de la fortuna,sonri al verme con miedo. Por eso suspiras, por el ladrido del aplauso de ellos? Aspirantes: vive sus vi-das. El hermano de The Bruce, Thomas Fitzgerald, sedoso caballero, Perkin Warbeck, falso vstago deYork, con calzones de seda marfil rosado, maravilla de un da,