Josep Baques Quesada; La Ilustración Escocesa

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LA ILUSTRACIÓN ESCOCESA: ¿UN DEPOSITO DE INTUICIONES PARA EL NEOCONSERVADURISMO? Por JOSEP BAQUES QUESADA SUMARIO INTRODUCCIÓN.— 1) El. VALOR DEL ESCEPTICISMO EN LA POLÍTICA.—2) L A FORMACIÓN DE LAS REOLAS DE COMPORTAMIENTO. 3 ) E L ORIGEN DE LA SOCIEDAD Y DEL GOBIERNO. 4) FUNCIONES DE LOS PODERES PÚBLICOS ¡.MÁS ALLÁ DEL «LAISSEZ PAIRE» 1 .—5) CONCLU- SIONES.— 6) BIBLIOGRAFÍA El moderno conservadurismo ha tenido un enorme peso específico como soporte de distintos gobiernos en los últimos tiempos, especialmente desde los años ochenta. Suele decirse que sus raíces teóricas deben buscarse en la obra de intelectuales de la talla de Burke, en el contexto de la reacción con- tra los ideales de la revolución francesa. Sin negar su influjo, creo que pue- de y debe irse más lejos. La hipótesis que aquí se sostiene es que, en reali- dad, la mayor parte de sus inquietudes y propuestas están presentes en la obra del conjunto de pensadores que componen la Ilustración escocesa. INTRODUCCIÓN En las lineas que siguen, trataré de ofrecer una perspectiva de conjunto de las inquietudes y de las conclusiones a las que llegan los pensadores esco- ceses. Para ello me centraré en tres de los autores más significativos de la es- cuela, a saber, David Hume, Adam Ferguson y Adam Smith. Debe tenerse en cuenta que el primero de los citados, además de habernos legado una obra especialmente matizada y compleja desde un punto de vista filosófico, pu- blica alguno de sus textos más conocidos antes de que los otros dos alcancen su madurez intelectual. Por tanto, de alguna manera sus reflexiones deben 143 ffivírtíi de Esuulim PaliiUvs (Nueva Época) Núm. IIX. Ocuibrc-Dicicmbrc 2002

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  • LA ILUSTRACIN ESCOCESA: UN DEPOSITO DEINTUICIONES PARA EL NEOCONSERVADURISMO?

    Por JOSEP BAQUES QUESADA

    SUMARIO

    INTRODUCCIN. 1) El. VALOR DEL ESCEPTICISMO EN LA POLTICA.2) LA FORMACIN DELAS REOLAS DE COMPORTAMIENTO. 3 ) E L ORIGEN DE LA SOCIEDAD Y DEL GOBIERNO.4) FUNCIONES DE LOS PODERES PBLICOS .MS ALL DEL LAISSEZ PAIRE1.5) CONCLU-

    SIONES. 6) BIBLIOGRAFA

    El moderno conservadurismo ha tenido un enorme peso especfico comosoporte de distintos gobiernos en los ltimos tiempos, especialmente desdelos aos ochenta. Suele decirse que sus races tericas deben buscarse en laobra de intelectuales de la talla de Burke, en el contexto de la reaccin con-tra los ideales de la revolucin francesa. Sin negar su influjo, creo que pue-de y debe irse ms lejos. La hiptesis que aqu se sostiene es que, en reali-dad, la mayor parte de sus inquietudes y propuestas estn presentes en laobra del conjunto de pensadores que componen la Ilustracin escocesa.

    INTRODUCCIN

    En las lineas que siguen, tratar de ofrecer una perspectiva de conjuntode las inquietudes y de las conclusiones a las que llegan los pensadores esco-ceses. Para ello me centrar en tres de los autores ms significativos de la es-cuela, a saber, David Hume, Adam Ferguson y Adam Smith. Debe tenerseen cuenta que el primero de los citados, adems de habernos legado una obraespecialmente matizada y compleja desde un punto de vista filosfico, pu-blica alguno de sus textos ms conocidos antes de que los otros dos alcancensu madurez intelectual. Por tanto, de alguna manera sus reflexiones deben

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    constituir el marco sobre el que luego pueden operar los matices o hasta losrasgos peculiares de la obra de Ferguson y Smith. En cualquier caso, cual-quiera de ellos, aunque sea perceptible la presencia de temas compartidos yde soluciones afines, posee la suficiente entidad como para merecer un lugarpropio en la historia de la filosofa moderna.

    De hecho, puede afirmarse que sus escritos, con mayor o menor intencio-nalidad inicial, tienen mucho de legitimadores del orden socio-econmicodesde entonces dominante en el mundo occidental y, sobre todo, tratan deconvencer al lector acerca de su inevitabilidad (no slo de su bondad), ascomo de la futilidad y/o peligrosidad de tratar de cambiar el rumbo del pro-greso por medio del instrumental poltico, en teora cada vez ms capaz,puesto a disposicin de la ciudadana. Por ello, creo interesante destacar elhecho de que, pasados los aos, los argumentos que constituyen el ncleoduro de su teora han vuelto a cobrar actualidad, debidamente rescatados portericos del neoconservadurismo especialmente, por Hayek y Kristol.Por lo dems, si bien la forma de recuperar esas intuiciones ha sido siempreparcial, alegando argumentos de uno u otro componente de la ilustracin es-cocesa, generalmente como apoyo singular para reforzar algn planteamien-to no menos especfico que cada autor necesitara recalcar, creo que detrs deesta conexin hay algo ms que la necesidad de resolver hipotticas caren-cias puntuales del discurso. Probablemente estemos ante el corazn mismode la mentalidad y hasta de las polticas caractersticas de esa sntesis libe-ral-conservadora que en los ltimos aos del siglo xx y hasta hoy mismo hatenido y sigue teniendo tanta relevancia.

    En efecto, a lo largo de la segunda mitad del siglo xvm los filsofos de lallamada ilustracin escocesa van a llevar a cabo una ingente tarea cuyo fin esredefinir los principios sobre los que se asientan nuestros valores, nuestrasleyes y, en ltima instancia, nuestra sociedad. No es casual que desarrollensus planteamientos en el momento en que comienza su andar la revolucinindustrial. De hecho, de algunos de ellos se ha escrito que su objetivo finalno fue otro que dotar de filosofa moral a una sociedad comercial (Hamp-sher-Monk, 1996: 164) o, ms especficamente, superar la tensin existenteentre la tradicin del humanismo cvico hasta entonces vigente y los requisi-tos de la nueva sociedad liberal basada en el mercado, por medio de algntipo de sntesis que, en todo caso, debera ser adecuada a las necesidades dela nueva economa (Kalyvas y Katznelson, 1998: 175-176).

    El reto que se plantea no es otro que el de integrar los postulados de laprimera generacin de la escuela escocesa, liderada por Lord Shaftesbury, ylos requisitos morales, econmicos y polticos de una sociedad que en eltranscurso de pocos aos cambia por completo su fisionoma. Por tanto, noshallamos ante un grupo de intelectuales a quienes les toca vivir un momento

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    de transicin en un doble sentido: estructural, en la medida que se da el pasode una sociedad agraria y rural a otra industrial y urbana, pero tambin ideo-lgica, desde el momento en que las tesis de Shaftesbury o de Hutcheson,relativas a la primaca de la benevolencia desinteresada como virtud cardinaldel ser humano, puedan tener difcil acomodo en la nueva dinmica capi-talista.

    Por lo dems, aunque la historia de Gran Bretaa o del lugar que en suseno ocupa el movimiento aqu estudiado no forme parte de esta exgesis, screo que es de inters recordar, para mejor ubicar a esta importante corrientede pensamiento, que sus proceres trataron de buscar un equilibrio entre lavieja monarqua absoluta, a la que siempre criticaron por no dejar los sufi-cientes espacios de libertad y autonoma individuales, y las nuevas tentacio-nes democratizadoras, a las que siempre vieron como un factor socialmentedesestabilizador. Por tanto, por encima de cualquier otra consideracin, setrata de buenos defensores del modelo impuesto en las Islas tras la Revolu-cin de 1688.

    Son liberales, desde luego, si se los compara con los aclitos del poder re-gio ilimitado. Pero, al mismo tiempo, su tremendo escepticismo les aleja delas propuestas de los levellers (a quienes con frecuencia critican) y hasta lesinvita a adoptar, en lo individual, una postura ambigua y, desde luego, pococomprometida con los incipientes partidos polticos del momento. Aunquelos ilustrados escoceses estaban ms cerca de los Whigs, con frecuenciafueron acusados de defender las posturas de los Tories. En realidad, siempretuvieron en buena estima a los planteamientos ms moderados de ambas doc-trinas. En el fondo, pues, si bien el orden que est madurando a lo largo del si-glo XVIII se les antoja perfectible en los trminos que iremos viendo enningn caso lo consideran reemplazable por un proyecto poltico nuevo y al-ternativo. En este sentido, su obra tambin puede ser vista como un enormedique capaz de sostener los embates de las propuestas que ponen el acento enun incremento del poder popular o de las atribuciones del Estado.

    En lo que a este anlisis se refiere he llevado a cabo, en primer lugar, unaaproximacin selectiva a aquellos rasgos de la filosofa de la ciencia deHume que, segn creo, pueden servir para mejor comprender algunos de susms importantes postulados en el terreno estrictamente poltico (o, si se pre-fiere, de la teora poltica). Seguidamente, paso a trabajar las explicacionesque los tres autores citados dieron para justificar los grandes temas del mo-mento, tales como la existencia de unas determinadas pautas morales, la apa-ricin y el ulterior progreso del modelo de sociedad comercial/industrial quepor entonces vena a suplantar definitivamente a las viejas formas de organi-zacin agraria e, incluso, el rol que atribuyen a las instituciones polticas enaras a tutelar o, en su caso, modificar la realidad que les subyace.

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    Por tanto, de cara a obtener una cierta disciplina expositiva, he subdividi-do el tema en cuatro bloques, aproximadamente equivalentes a esos grandesncleos de reflexin, esto es, 1) el escepticismo ilustrado; 2) la formacin delas reglas de comportamiento; 3) el origen de la sociedad y del gobierno y, fi-nalmente, 4) funciones de los poderes pblicos en relacin con los dos mbi-tos anteriores. A su vez, en cada uno de esos bloques he tratado de establecerel modo como las tesis ilustradas han venido influyendo en el moderno con-servadurismo. A tales efectos he recuperado algunos de los planteamientosque en el transcurso de las ltimas dcadas han elaborado los intelectualesms relevantes del liberal-conservadurismo y del neoconservadurismo cuandohan reflexionado sobre esos mismos temas. Como podr apreciarse a lo largode este anlisis, los paralelismos, en muchos casos, son sorprendentes.

    1) EL VALOR DEL ESCEPTICISMO EN LA POLTICA

    1.a) La otra ilustracin: luces y sombras de la nueva filosofa

    Si bien el siglo de las luces recibe este apelativo por referencia a laprimaca de la razn en todos los mbitos de la vida humana, los ilustradosescoceses, con Hume a la cabeza, van a empearse en demostrar que se esta-ba generando un exceso de expectativas al respecto. Pero, lejos de confor-marse con una admonicin respecto a la injerencia de la razn en la polticaaunque ste sea, claro est, un lugar preferente de su crtica, su objetivoes el de poner de relieve que la razn, de hecho, no slo no es capaz de apor-tarnos ninguna regla para la accin, ni ningn conocimiento acerca del mun-do que nos rodea sino que, por el contrario, se somete a otros atributos apa-rentemente menos nobles. De ah la clebre mxima segn la cual la raznes, y slo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficioque el de servirlas y obedecerlas (Hume, 1984, II: 617).

    A su entender, en efecto, el ser humano es un cmulo de percepcionesla suya es una filosofa empirista. Su mente est constituida por lasimpresiones e ideas captadas por los sentidos (siendo las segundas im-genes de las primeras). Ambas pueden combinarse e incluso queda un mar-gen para la imaginacin. Pero en ningn caso la confunde con la razn puesla imaginacin, en realidad, no es ms que una idea ms distante, tenue ylnguida de una previa impresin (Hume, 1984,1: 96). Por otro lado, conce-de una gran importancia a la memoria, ya que nos permite almacenar las ex-periencias pasadas para su ulterior aprovechamiento.

    Incluso las pasiones a las que Hume hace alusin en los trminos vistosson, a su vez, un tipo cualificado de impresin. As, por ejemplo, de la

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    percepcin del placer o del dolor surgen, respectivamente, una pasin de de-seo/esperanza o de aversin/temor. En estos casos, la razn slo puede en-cargarse de guiarnos hacia una u otra. Intil es que trate de superarlas o deconstruir un mundo mejor al margen de las mismas. Porque, en verdad, nocree que ni siquiera debamos a la razn nuestra mnima capacidad de predic-cin. Sin ir ms lejos, las relaciones de causa a efecto, convertidas en focode su atencin, seran dilucidadas, de acuerdo con esta tesis, en base a la me-moria, pero no a la reflexin ya que, apunta, la razn no puede nunca con-vencernos de que la existencia de un objeto deba implicar la de otro(Hume, 1984, I: 205). El hombre no parece estar capacitado para saber aciencia cierta que sea segura la existencia de esa relacin causal en la natu-raleza. Lo nico que se le antoja seguro a Hume es la propia sensacin decontigidad entre dos fenmenos insertada en la mente de quien los observa(Elvira, 1988: 45). El lgico corolario de epistemologa tan austera es, en ge-neral, el escepticismo. La duda permanente. En poltica, probablemente, ladesorientacin ms absoluta.

    Pero entonces, cmo podemos adaptarnos a las distintas situaciones quela vida nos depara? Y, sobre todo, cmo podemos interpretar el mundo, lasociedad o el papel de nuestras instituciones en relacin con ellos? stas sonlas cuestiones a las que Hume desea responder y de su respuesta nace la ma-triz, no slo de su filosofa de la ciencia, sino tambin, coherentemente, desu teora poltica.

    Al respecto hay que decir que Hume sabe compensar las posibles conse-cuencias de esta aproximacin inicial con una cierta concesin a la estabili-dad de las cosas, de las instituciones y de las normas. Ya que la razn desem-pea un rol secundario y gregario de las pasiones, debe buscar algo ms pro-saico, pero igualmente capaz de llevar a cabo esa importante funcinconsistente en dar confianza a las gentes, en asegurar que todo tiene un sen-tido que nada es arbitrario y hasta en generar ciertas convicciones, yasea entre la comunidad cientfica, ya sea a nivel popular. De qu echa manoel de Edimburgo? El elemento que constituye la clave de bveda de su edifi-cio filosfico es la costumbre. Slo ella nos permite apreciar la existencia deuna relacin causal. Slo ella nos permite transformar nuestras impresionese ideas en verdaderas creencias. Slo ella, en definitiva, nos ofrece algo a loque adherirnos sin temor a la duda.

    La costumbre llena un vaco que ni las (hipotticas) ideas innatas ni larazn fueron capaces de cubrir. El hombre se acoge a ella porque le aportaseguridad. Esto disminuye en gran medida el escepticismo de Hume, al me-nos en cuanto a su trascendencia prctica se refiere. De hecho, vistas as lascosas, lo que se abandona es tan slo el intento dogmtico de demostrar laverdad de las creencias (Noxon, 1987: 27). Pero que nada se sepa de su ri-

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    gor cientfico no obsta a que se reconozca su funcin en aras a dotar de inte-ligibilidad al mundo que nos rodea. Son cosas distintas. As, una vez la filo-sofa de Hume ha puesto en evidencia los lmites de la razn, pasa a recono-cer la necesidad de operar dentro de sus mrgenes.

    El paso definitivo es ms sencillo. La experiencia y el hbito, a fuerza derepeticin, acaban forjando las reglas generales y, una vez disponemos deellas, en la mente del hombre aparecen los prejuicios concepto sin ningu-na connotacin negativa en este contexto, como es notorio. La ventaja deque se llegue a este estadio, segn el autor, es que el prejuicio est tan arrai-gado en la mente de cada cual o en la cultura poltica del conjunto, en sucaso que posee una elevada capacidad de resistencia frente a una expe-riencia presente que incluya percepciones disconformes con su contenido(Hume, 1984, I: 269). Qu trascendencia tiene esta teora en el rea queaqu nos concierne, la de la poltica? Bien, la posee en varias direcciones, alfinal convergentes.

    Por un lado, la razn fracasa a la hora de mostrarnos lo que es o no efi-caz. Slo la experiencia nos lo puede indicar. La gente se acoge a la segunday rechaza las aventuras improbables que la primera esboza. Esto fomentauna orientacin hacia la prudencia a la hora de afrontar posibles reformas delo existente. Por otro lado, aunque cayeran en la tentacin racionalista, seencontraran con que tanto la mente como la sociedad estn imbuidos por uncomportamiento necesario, casi fatal. Efectivamente, si la razn no ha in-tervenido en su progresin previa, no es de recibo suponer que luego puedacoger las riendas de la evolucin social. Si, en definitiva, se discute que pue-da comprender el mundo, afortiori, cmo va a dirigirlo? En tercer lugar, enfin, aun suponiendo que las dos tesis anteriores fuesen falaces y la razn tu-viera mayor peso especfico que el que le concede Hume, l mismo nos ad-vierte que la costumbre puede generar su propia tirana. En particular, suelesegregar dos consecuencias contra las que es muy difcil luchar, a saber, lafacilidad para realizar una accin o concebir un objeto as como, especial-mente, la tendencia o inclinacin hacia esas acciones u objetos (Hume,1984, II: 627).

    1 .b) La denuncia de los limites de la razn en el modernoconservadurismo

    En ltima instancia, pues, puede decirse que la tarea de Hume comoilustrado consisti en desenmascarar y destruir las superestructuras ilegti-mamente construidas por la razn, a fin de desvelar lo originario, lo vital, lonatural y lo espontneo que hay tanto en cada individuo como en la vida so-

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    cial y que, de hecho, constituira el verdadero motor de la civilizacin (Ne-gro, 1982: XXXVIII-XXXIX). Con ello, en realidad, se sientan las bases dela teora poltica neoconservadora relativa a los lmites de la razn. En efec-to, con Hayek y Oakeshott a la cabeza, dicho planteamiento aspira a redefi-nir la poltica lase el papel del ciudadano en la esfera pblica as como elde las mismas instituciones en las que aqul se integra a partir del previoreconocimiento de la precariedad gnoseolgica del ser humano, con todaslas consecuencias prcticas que de ello quepa derivar.

    Resulta especialmente significativa, en este sentido, la crtica a la inge-niera constitucional o a las diversas tentativas de abordar polticas de pla-nificacin pblica de la economa. En ambos casos suele denunciarse el ex-cesivo atrevimiento de las lites implicadas. A su vez, ello tendra su origenen una sobrevaloracin de su presunto potencial, ya sea a la hora de interpre-tar el mundo ya sea, posteriormente, para actuar con eficacia sobre l. Enparticular, Hayek apunta que casi siempre tenemos problemas difciles desoslayar hasta cuando, simplemente, tratamos de comprender el sentido yel objeto de nuestras propias instituciones. Entonces, lgicamente, resultatodava ms difcil de creer que se pueda producir una intervencin adecua-da sobre las mismas. Se impone, como ya ocurriera en la obra de los ilustra-dos escoceses, la moderacin. Ser prcticos equivale a ser circunspectos, es-pecialmente en el terreno de las reformas sociales. Lo contrario es vistocomo una temeridad.

    Hayek desconfa de la Razn y de la teora social que enarbola su ban-dera. El verdadero conocimiento, a su entender, es el que surge de la activi-dad cotidiana de la multitud de sujetos libres que cotidianamente interactanen el mercado y en otros espacios generados por la sociedad civil. Se trata deun conocimiento prctico sin mayores pretensiones (Terrn, 1997: 213).Un conocimiento que se desarrolla al margen del poder y de los sabios ofi-ciales. Un conocimiento, en definitiva, que no slo no pretende transformarel mundo sino que, en verdad, se limita a permitir un mejor aprovechamientode lo ya existente y, a lo sumo, pequeos avances sobre esa base. Ni que de-cir tiene que Hayek refuerza el papel de la tradicin, de los hbitos adquiri-dos y de la experiencia acumulada precisamente porque constituyen el sedi-mento del conocimiento acumulado a lo lago de muchos aos a partir de esteproceder. En esta lnea, se ha podido comentar que los textos del austracoresponden a un inters, nada disimulado dicho sea de paso, por enfatizar lafalibilidad de la razn y por ensayar, pese a todo, distintas frmulas que per-mitan dotar de cierta consistencia terica al proceso de evolucin social (DeLa Nuez, 1994: 85-86).

    Pero no se trata de un caso aislado entre los liberal-conservadores denuestros das. La obra de Michael Oakeshott, aunque ms matizada que la de

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    Hayek en este punto, tambin est orientada a rebajar el optimismo raciona-lista y a compensarlo a travs de una relecrura (crtica) de las virtudes que sele han atribuido en los ltimos trescientos aos. Su crtica se ceba en quienesconfan en que el poder del hombre, convenientemente apoyado en las insti-tuciones gubernativas, es capaz de dirigir la transformacin del mundo enuna dinmica de creciente perfeccin, o hasta de dominarlo a su antojo(Oakeshott, 1996: 50 a 54 y 86, respectivamente). Todo ello porque el racio-nalista es enemigo, dice, de la autoridad, del prejuicio, de lo meramente tra-dicional, consuetudinario o habitual (Oakeshott, 2000: 21). No sin ciertasdosis de irona califica a esta tesis como poltica de la fe.

    Por su parte, entiende que en los tiempos que corren es imprescindibleequilibrar estas tentaciones con un mayor respeto a la tradicin. Se apoya enMontaigne para alabar la fuerza de la costumbre, capaz de repartir tranqui-lidad y reglas a las que obedecer. Critica el mero quietismo poltico,por supuesto, pero reivindica al unsono la necesidad de apostar sin ambagespor renovar la vitalidad del escepticismo poltico para que este polo puedaejercer otra vez su atraccin. Por ello puede afirmarse, con algunos de susexegetas, que against such belief in social engineering, which become veryfashionable after World War II in political circles of left, right, and center,Oakeshott pleaded for the sovereignty of practical knowledge, which turnsout to be largely traditional knowledge (Cranston, 1991: 325; en la mismadireccin Oliet, 1994: 222-223). Es el momento, pues, de analizar algunasde las aplicaciones prcticas de esta filosofa, empezando por la gnesis dela moral.

    2) LA FORMACIN DE LAS REGLAS DE COMPORTAMIENTO

    2.a) Del utilitarismo de Hume a la moral inductiva de Adam Smith

    All donde existen dos o ms individuos es preciso que surjan algunasreglas para facilitar la convivencia. Puede haber un margen para la improvi-sacin; las reglas pueden ser ms o menos estrictas. Seguramente, no es pre-ciso que la mayora de ellas estn escritas. Pero han de ser conocidas.

    Muchas son las opciones que se han barajado para explicar la gnesis detales principios: su origen trascendente, revelado en algn momento de lahistoria a los hombres beneficiarios de los mismos; el ejercicio de la volun-tad basado en la aplicacin de las (presuntas) capacidades racionales de esosmismos hombres, debidamente emancipados de toda tutela divina, como ex-presin de sus inquietudes y/o deseos en un momento dado; la existencia deun derecho natural que, simplemente, debe ser descubierto (se suele enfa-

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    tizar esta categora por oposicin a lo creado) pero que ira ms all de laopinin coyuntural de cada colectivo y estara formado por normas objeti-vas, universales y, potencialmente al menos, invariables...

    De hecho, podra pensarse que este listado de posibilidades prcticamen-te agota todas las habidas y por haber. Pero esa visin de las cosas sera pocorigurosa. En realidad, los pensadores de la ilustracin escocesa escogieronun camino distinto para justificar, primero, la existencia de reglas y, despus,la presencia de las que poseemos en vez de cualesquiera otras alternativas.Como veremos, su exposicin tiene un aire de familia con la tercera de laslgicas aqu expuestas a veces, adems, inadecuadamente inflado por lafalta de rigor semntico (1) pero, en puridad de conceptos, constituye unainterpretacin propia y peculiar de la materia ahora analizada.

    Para empezar, Hume considera que el criterio que mejor puede ayudar-nos a entender la presencia de reglas morales es el de la supervivencia delgrupo. Si las poseemos es porque resultan ser absolutamente necesariaspara la existencia de la sociedad, advierte (Hume, 1992: 98-99). Ahorabien, el semblante de esas reglas puede variar y de hecho vara en cada so-ciedad. Algunas, muy bsicas, s pueden ser comunes suele citar el amor alos hijos, la gratitud hacia nuestros benefactores y la compasin hacia losdesgraciados. Pero en otros casos, las normas y hasta las instituciones sondiversas en cuanto a contenido y efectos. No en vano, sabe que el formato detales normas est en relacin directa con las costumbres, el clima, la reli-gin, el comercio y, en general, la situacin de cada sociedad (Hume, 1991:63). Por eso relativiza la posible crtica a prcticas como la ateniense segnla cual los padres daban muerte a sus hijos al nacer por causa de la pobrezaporque, en el fondo, dice, no sera ms que la paradjica forma de expre-sar ese amor al que antes haca alusin, en unas circunstancias difciles ola cuestin del punto preciso en el cual hemos de detenernos cuando juzga-mos la inconveniencia de las relaciones sexuales entre parientes (Hume,1982: 220). Por tanto, sin negar que existan unos mnimos morales de carc-

    (I) Hume siempre le quit hierro a la cuestin de si las reglas que l propugna pertene-cen o no al campo del derecho natural, por considerar la disputa en torno al particular comovana, al tiempo que reconoca que la palabra natural suele tomarse en muchos senti-dos. l mismo, en alguna ocasin, califica de leyes fundamentales de la naturaleza a losderechos que considera ms bsicos y, por ende, susceptibles de especial proteccin (Vid.,p.e., HUME, 1984,111: 760). Ello no obstante, sus textos son especialmente contundentes cuan-do se trata de desmentir que algn derecho sea fruto de la razn o instinto natural (p.e. enHUME, 1982: 44-45). Por tanto, creo que, en el mejor de los casos, lo natural en la obra deHume podra equipararse a lo no-inslito, a lo normal o, mejor, a lo normalizado por la fuerzade la costumbre lo cual, claro est, no puede compendiarse con un uso estricto de los concep-tos del iusnaturalismo.

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    ter innato, ello no es visto como suficiente para determinar las conductasque sern censurables o elogiadas en una poca y sociedad concretas. Enesta lnea, puede decirse que la moral humeana es una moral social, estoes, circunscrita a un marco temporal-espacial, fuera del cual deja de tenersentido (Negro, 1976: 49; Elvira, 1988: 52).

    Qu es, entonces, lo que configura con mayor precisin la moral de cual-quier colectivo? La respuesta es tajante: la utilidad pblica. En qu trminos?Sencillamente, las reglas merecen la aprobacin del grupo cuando desde stese percibe que son funcionales para su sostn y su progreso. As, el bien de lasociedad pasa a ser la vara de medir de las reglas de comportamiento (Hume,1984, III: 824) (2). Las reglas mismas, por tanto, son volubles: un cambio re-pentino en el clima o cualquier otra circunstancia de difcil control puede mo-dificarlas. Sin embargo, en todo caso seguiran respondiendo a esta lgica msprofunda. Por otro lado, es evidente que no se adecan a ninguna filosofa mo-ral basada en un hipottico derecho divino o natural porque, de hecho, la nor-ma cede y se adapta hasta el punto de poder llegar a ser abominable desde laperspectiva de un iusnaturalista. Tampoco son dictados de la razn. Ya he co-mentado la escasa atencin que sta merece a ojos de Hume. En el caso quenos ocupa, como esclava de las pasiones que es, debe limitarse a sancionar expostfactum lo que la interaccin constante entre la naturaleza y las necesida-des del hombre vayan determinando como justo. Es la actividad del hombre laque conforma la regla moral y no al revs.

    De qu manera?, podramos plantearnos. Pero para ello es preciso retro-traerse a la filosofa de la ciencia antevista. En efecto, las reglas surgen a tra-vs de la costumbre. Aparecen de modo gradual y no explcita porque ese esel tenor de la experiencia de su utilidad (Hampsher-Monk, 1996: 165 y 166).Las mejores continan, depositadas en el erario moral de la colectividad.Otras, se van reciclando o desaparecen ante su escasa idoneidad. A Hume legusta poner ejemplos sencillos. En ocasiones alude a los cocheros o a los ca-rreteros, quienes poseen principios para ceder el paso y no estorbarse, princi-pios surgidos de algo tan simple como la comodidad y la conveniencia.

    (2) En cualquier caso, no se trata del tpico argumento esgrimido por los utilitaristasposthumeanos, basado en la posibilidad de trazar ex ante las metas que habrn de ser perse-guidas para lograr la mxima felicidad del grupo, sino que ms bien estamos ante una sensa-cin de utilidad que surge inercialmente, ex post, sin la precedencia de ningn gnero declculo racional del tipo coste-beneficio. Eso ha llevado a algunos autores a afirmar que, es-trictamente hablando, la propuesta de Hume no es utilitarista (RAWLS, 1995: 51). Una suge-rencia interesante para salvar la situacin la ofrece Paloma De La Nuez, que califica la teorahumeana como utilitarismo indirecto (DE LA NUEZ, 1994: 194), no basado en la previsin,ni en la razn, sino ms bien en el sentido comn as como en la consiguiente integracin delo que parece ser ms funcional para el grupo.

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    Pero tambin se refiere a algunas cuestiones ms polmicas al menos ensu poca cual es el caso de los frutos del trabajo. Qu justifica que seasignen al propietario del bien sobre el que es aportado ese trabajo? Acasoun derecho natural a la propiedad privada? Quiz es la razn o la concien-cia la que nos compele a obrar as? Para el escocs basta y sobra con la cons-tatacin de que la regla puesta en duda estimula unos hbitos y talentosde utilidad demostrada (Hume, 1991: 61).

    Uno de los puntos de la moral humeana que mayor debate ha suscitadoes, precisamente, la plausibilidad misma de inferir juicios morales a partir deconstataciones fcticas (o sea, se ha acusado a Hume de incurrir en la llama-da falacia naturalista). Y algo hay de cierto en ello. Pero no debe olvidarseque se trata de una transicin mediada por un principio, el de simpatamuy caracterstico de la ilustracin escocesa en su conjunto que obligaa matizar este tipo de crtica. Porque si bien es cierto que el inters est en labase de la moral y las reglas morales se van perfilando lentamente, a partirde la observacin de la experiencia cotidiana, Hume aade un dato determi-nante. Cona en la predisposicin de cada uno a ponerse en el lugar de losdems en el momento de juzgar la mayor o menor bondad de una accin.Entonces, la simpata se convierte en la fuente de aprobacin moral (Mac-kie, 1987: 120). De hecho, para constatar la existencia de una virtud es pre-ciso que la conducta que presuntamente la contiene sea aceptable, incluso,por un espectador imparcial capaz de situarse ms all del inters particularde cada cual. En tales casos, la experiencia est en condiciones de ser objetodel consenso social (Hampsher-Monk, 1996: 161) y ese mecanismo, al im-plicar una cierta intervencin del colectivo, evita al menos la versin msmecanicista de la falacia antedicha (3).

    El parecer de Adam Smith al respecto es similar, que no idntico. Gene-ralmente se tiende a pensar que ste concede menos importancia que Hume

    (3) En las pgs. 689-690 de la edicin de su obra magna citada en la bibliografa se pue-de leer el clebre pasaje is-ought. En ese caso, Hume explcita su acuerdo con la tesis bsi-ca segn la cual no puede establecerse ningn cdigo deontolgico a partir de aserciones fac-tuales. Pero lo cierto es que el autor, a lo largo de ste y otros textos, insiste en que de la utili-dad nace la aprobacin moral y de ella una verdadera obligacin moral. Incurre Hume encontradicciones? Debemos suponer que no. Ocurre, simplemente, que al negar esa implica-cin demuestra que era consciente de que su moral poda abrazar, a lo sumo, unas reglas civi-les que garantizaran unos mnimos para la convivencia colectiva pero en ningn caso un idealacerca de lo que debe ser justo en dicha sociedad ya que, al fin y al cabo, lo que debe ser que-da fuera de las posibilidades de nuestra experiencia y su integracin en el edificio terico hu-meano s casara mal con los presupuestos ms elementales de su filosofa de la ciencia. Plan-teado de otra forma, Hume no cree que a partir de la mera experiencia se puedan deducir lasnormas de una supuesta moral objetiva, pero ello no es bice para que se asuman, intersubje-tivamente, unas reglas que puedan hacer factible la vida en comn.

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    al principio de utilidad y mucha ms, en cambio, a la moralidad intrnseca delas pautas de conducta (Rodrguez Braun, 1997: 29). Sin embargo, una aten-ta lectura de sus textos demuestra que en la base de su teora moral sigueapareciendo el primero. Lo que ocurre es que, a diferencia de su amigo ymentor, da un paso ms y, efectivamente, acaba postulando que los indivi-duos siguen unas conductas y no otras a causa de su correccin, sin refle-xionar siquiera acerca de sus consecuencias (lo que l define como el mri-to de las acciones). El inconveniente que conllevara a los efectos de esteanlisis el conformarnos con esta explicacin es que, si bien nos da una bue-na imagen de lo que Smith cree que ocurre cuando las reglas morales ya es-tn consolidadas, omite el proceso que, a su entender, suele seguirse paralograr el nacimiento de cualquiera de tales reglas.

    Ciertamente, si bien Smith opina que las doctrinas consecuencialistas nohacen ms que enfatizar una irregularidad de la naturaleza humana, tam-bin reconoce que en la prctica, ms all de toda teora moral con preten-siones de perfectibilidad, esto es, capaz de juzgar las conductas por sus in-tenciones y no por los hechos que generan, todos tendemos a ir reajustandonuestros sentimientos a la secuela feliz o ruinosa de una accin (Smith,1997: 218). Por tanto, no parece que pueda existir una moral a priori a lacual adaptemos nuestro proceder. Y, aunque existiera, de los argumentos deSmith se desprende que probablemente sera modificada y hasta subverti-da por consideraciones de orden funcional, ligados a la actividad cotidia-na del hombre en sociedad. As las cosas, como ya sucediera con Hume, noslo cree que se pueden llegar a establecer reglas generales comnmenteaceptadas y conocidas, capaces de operar a modo de gua moral del colecti-vo, sino que, al igual que l, deduce que esas reglas se formulan a partir dela experiencia que hemos tenido acerca de los efectos que las acciones de di-versa clase producen naturalmente en nosotros (Smith, 1997: 292-293; elnfasis es mo). A su vez, es consciente de que esto, sin ms, podra incluirun sesgo inaceptable para cualquier cdigo tico que se precie, en la medidaque un exceso de amor propio pudiera dificultar la formacin de reglas.Por lo tanto, tambin echa mano del criterio de la simpata, entendidacomo contrapunto del autointers.

    Ahora bien, por su parte destaca que dicha simpata opera, normalmen-te, en la direccin de generar en cada persona una tendencia a moldear susconductas hasta hacerlas compatibles con los designios del espectador al queen ocasiones define, significativamente, como el ilustre recluso del pecho ocomo un juez interioro (p.e. en Smith, 1997: 257). En otras palabras, mien-tras el individuo de Hume basa su moral en el escrutinio de las conductas aje-nas, sin olvidar nunca el criterio de utilidad, el de Smith, en cambio, se sientel mismo examinado por un espectador que, lejos de seguir siendo una herra-

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    mienta analtica puesta a su disposicin, acaba convirtindose en su dueo yseor. Por ello, Smith tiene mayor facilidad que Hume para lograr que la con-ciencia borre toda consideracin de utilidad, hasta llegar a dotar de cierta auto-noma axiolgica a la norma en abstracto. Ni que decir tiene que lo virtuosoes, como en el caso de Hume, lo que ha demostrado largamente su provechoen favor del conjunto social. Pero una vez identificadas las conductas que en-cierran la virtud, stas pasan a ser un fin en s mismas. En todo caso, est claroque slo disponemos de una regla moral cuando una determinada accin o,mejor dicho, una repeticin de acciones semejantes es aprobada por losmiembros de una comunidad as como que lo es en base a su eficacia. Eso s,una vez interiorizadas esas normas aparece, con mucha ms claridad en lostextos de Smith que en los de Hume, un sentido del deber apoyado antes en lacorreccin que en el mrito de las conductas.

    Slo entonces puede afirmarse, como hace Smith, que en el da a dacada uno de nosotros puede llegar a actuar atendiendo a la regla y prescin-diendo de los motivos que la generaron. As, dice, un examen atento proba-r que la utilidad de cualquier disposicin de nimo es rara vez el primerfundamento de nuestra aprobacin moral, y que el sentimiento de aproba-cin siempre involucra un sentido de correccin muy diferente de la percep-cin de la utilidad (Smith, 1997: 339). Es el caso de los delitos. Hoy la esta-fa, el hurto o el homicidio merecen la acritud social de modo irreflexivo,cuando en su da fueron penalizados moralmente y despus slo des-pus jurdicamente, en atencin a lo contraproducentes que eran para laconvivencia del grupo. Pero eso no implica que la moral sea hija de algunaprescripcin divina, de la razn abstracta o de un hipottico derecho naturalahistrico (4). Todo lo contrario. Sigue sindolo de la necesidad y de lo quecada colectivo considere ms adecuado a sus intereses... y sigue surgiendoespontneamente, a travs de la interaccin y la costumbre, al margen de losdictados del legislador que, a lo sumo, podra positivizar lo ya existente.

    2.b) La seleccin natural de las reglas morales en elneoconservadurismo

    Sin duda, entre los intelectuales de nuestro tiempo, quien ms nfasis hapuesto en divulgar este planteamiento es Hayek. Aunque esta forma de en-

    (4) Sin ir ms lejos, apunta, respecto al papel de las religiones en la configuracin de lamoral, que su funcin fue la de sancionar las reglas ya operativas (SMITH, 1997: 300), dadoque los hombres sentan la necesidad de atribuir a los dioses sus propias nociones de lo justo yde lo injusto.

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    tender el origen de la moral colectiva permea todas sus obras, en algunos en-sayos especficamente dedicados a tratar esta cuestin elabora una teoraconsistente en la cual destacan los siguientes argumentos: a) que se produceuna seleccin de reglas de conducta en funcin del grado mayor o menor deeficacia que de ellas resulta para el grupo; b) que esto acaba generando unorden completo de reglas cuyo valor extrapola el de la suma de conductas in-dividuales que lo han hecho posible; c) que dicha seleccin se produce enbuena parte de forma natural, pero sin que eso signifique que detrs de ta-les reglas exista un objetivo o una intencin predefinidos y, en fin, d)que la aparicin de tales reglas tiene una doble vertiente positiva, a saber,mientras que en la prctica ofrece caminos seguros para la supervivencia delgrupo, psicolgicamente la fidelidad a los procedimientos y criterios esta-blecidos aportan tranquilidad y hasta cierta predictibilidad. Por el contrario,su abandono, de acuerdo con esta perspectiva, dejara al hombre sin norte,desnudo frente al vaco (Hayek, 1978b: 6, 9, 16 y 19-20, respectivamente).

    La teora vertida en estas lneas muestra cmo lo til y lo bueno se con-funden y, sobre todo, cmo las supuestas capacidades de los individuos paraconfigurar su propia moral y para dotar de sentido al mundo se reducen a sumnima expresin. De hecho, puede decirse que si el hombre sigue las nor-mas es porque la razn no le permite saberlo todo, porque su informacinsobre el mundo es imperfecta (Lemieux, 1991: 57). Esto es ciertamentecoherente con la nocin ms general, tambin expresada por el austraco, se-gn la cual ms que dedicada a elaborar normas, es la mente misma la queest integrada por un conjunto de reglas que no ha establecido y que, sin em-bargo, han llegado a regir el comportamiento individual por haberse com-probado que los actos que a ellas se acomodan logran, para el correspon-diente grupo humano, un mayor xito relativo (Hayek, 1978c, I: 35-36).Esto, adems, resume magistralmente la transicin entre los criterios de m-rito y correccin de las conductas que Hume y, sobre todo, Smith, trataronde explicar.

    Con todo, si bien Hayek es deudor de las tesis de aqullos, su plantea-miento es todava ms reduccionista, al sustituir la simpata por la mera imi-tacin y al convertir a la razn en hija del instinto, as como de la costumbrey la tradicin. Esto queda especialmente claro en su ltima gran obra (Ha-yek, 1997: 210 y 213, respectivamente). Dada su parquedad, se ha cuestio-nado incluso que sea verdaderamente moral una teora determinista, prc-ticamente negadora de las libertades de juicio y de accin personal (Argan-doa, 1991: 44). En este sentido, lo significativo ya no es slo niprincipalmente que utilidad y bondad vayan de la mano, sino la deducibleincapacidad (e ilegitimidad) del hombre para redefinir el valor de la primeraen funcin de una teora autnoma de la segunda. Por lo dems, ya he co-

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    mentado en otro lugar que la aproximacin hayekiana al origen de las nor-mas de conducta no puede por menos que favorecer la presencia de elevadasdosis de relativismo moral (Baques, 2000: 40 y 65). Como ya sucediera conla propia moral humeana: hayla por doquier, pero con distinto contenido.Todo va a depender de las condiciones ambientales en las que se opere.

    Pero no se trata de la nica aproximacin a la gnesis de la moral equipa-rable a los esquemas humanos que ha tenido lugar en los ltimos aos entrelos tericos del neoconservadurismo. Novak, por ejemplo, emplea la teorade la simpata aunque de modo implcito para justificar las conductasque merecen aprobacin o desaprobacin moral (Novak, 1983: 97). Oakes-hott, por su parte, destaca que los principios morales y polticos son abre-viaturas de las maneras tradicionales de comportamiento, maneras que vanmejorando lenta e imperceptiblemente al modo como lo hace, por ejemplo,el propio lenguaje, de forma que el derecho que finalmente los ampara esvisto como una mera expresin de lo que es y no de lo que debera ser, sinperjuicio de que pueda llegar a poseer toda la fuerza de conviccin que se lequiera atribuir en trminos morales (Oakeshott, 2000: 76 y 139-140).

    En conjunto, se trata de posicionamientos que ponderan sobremanera elfruto de la interaccin basada en consideraciones de orden pragmtico y locontraponen a los ideales morales construidos artificialmente tanto como aun derecho natural pretendidamente universal. Con ello impiden que algunaidea fuerte de virtud, ya sea propuesta desde alguna ideologa alternativa, yasea fundada en la autoridad de algn credo religioso, pueda trastocar el con-creto modelo de relaciones socio-econmicas y de progreso que se escondedetrs de esta forma de concebir las reglas de comportamiento.

    3) EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD Y DEL GOBIERNO

    3.a) Contra el contrato social: el orden espontneo entre losilustrados escoceses

    Para los pensadores de la ilustracin escocesa la sociedad es el refugiodel individuo. El marco en el cual puede salvar sus carencias como especiey, mediante la cooperacin, alcanzar unos estndares de vida dignos. Podra-mos decir, siendo recurrentes, que la sociedad tambin trae causa de la nece-sidad. Eso es cierto, desde luego. Pero en realidad el problema es todavams bsico: su origen debe buscarse en la debilidad del ser humano, ascomo en la inusitada dependencia de sus semejantes, perceptible incluso enedad adulta, a diferencia de lo que ocurre con la mayor parte de especies ani-males (Hume, 1984, III: 709; Smith, 1994: 45). Portante, por contraposicin

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    a otras teoras acerca de la naturaleza humana, en sta se rehuyen por iguallos postulados del miedo hobbesiano y de la piedad rousseauniana como aci-cates de lo social. El ser humano no es ni bueno ni malo por naturaleza. Loshombres se acercan entre s, simplemente, para maximizar sus oportunida-des y potenciar sus facultades (Ferguson, 1974: 24). Todo se reduce, pues, auna cuestin de simbiosis, bien que intraespecfica.

    Pero lo que realmente caracteriza a la ilustracin escocesa en el tema quenos ocupa no es tanto el motivo por el cual el individuo entra a formar partede la sociedad siendo como es distinto del ofrecido por tericos ms dadosa extrapolar ciertas pasiones en detrimento de otras, segn hemos recorda-do. Lo que de verdad configura su idiosincrasia es el rechazo de la teoradel contrato social y, a mi entender de modo muy especial, de la lgica sub-yacente a dicha teora. Todo ello, ntese, en un momento en que dichos pos-tulados gozaban de especial aceptacin entre la intelectualidad europea. Dehecho, entre la britnica no faltaban quienes se afanaban en legitimar elcambio de dinasta acaecido tras la Revolucin de 1688 en base a la teoradel contrato social. Por tanto, puede decirse que los postulados de los ilustra-dos escoceses avanzan contra corriente, lo cual no puede por menos que re-saltar el valor de sus crticas.

    El radicalismo anticontractual i sta es visible en varios apartados de lasprincipales obras de estos pensadores. Smith denuncia las veleidades lockea-nas aduciendo que nadie en sus cabales puede suponer que algo semejante alo que l teoriza haya acaecido nunca. Seguidamente, llevando su propia te-sis al extremo, apunta que el discurso del contrato no es ni siquiera aceptablecomo metfora de la sociedad o del papel de la teora del consentimientoen su seno. As, mientras que las versiones ms tenues del pacto social se-alan, cuanto menos, la presencia de un acuerdo tcito que une a los ciuda-danos conscientes y responsables, Smith niega lo que califica de falazporque tal planteamiento olvida que nadie escoge donde nace y que muy po-cos pueden cambiar de residencia sin grandes inconvenientes (Smith, 1995:361-363). Hume, por su parte, en uno de sus ms conocidos escritos polti-cos, ya haba dejado dicho que la teora del contrato original es engaosa.Que no hubo pacto voluntario menos todava, por tanto, pacto sinalagm-tico y que, puestos a ser sinceros, el origen de los gobiernos incluso deaquellos que gozan de cierto grado de aceptacin puede hallarse ms f-cilmente en la usurpacin o en la conquista, cuando no en una combina-cin de ambas (Hume, 1985: 124).

    No es que Hume aborrezca el principio del consentimiento como justacausa del gobierno. Al contrario, desde un punto de vista terico lo llega aelogiar. Pero eso, a su entender, no tiene mucho que ver con la existencia ono de un buen gobierno. De hecho, lo ms significativo es que los dos consi-

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    deran que, aun sin tal contrato, la sociedad puede cumplir y de hecho cumplesus funciones en beneficio de los individuos que la componen; que, an entales circunstancias, pueden segregarse mecanismos de sincera adhesin ha-cia el gobierno de esa sociedad y que, en definitiva, el discurso contractua-lista es perfectamente prescindible en trminos no slo tericos, sino tam-bin prcticos.

    Cul es, entonces, la explicacin ofrecida por su parte para dar cuentatanto del origen como de la legitimidad de la sociedad? Ante todo, que nohay solucin de continuidad entre las formas ms elementales de conviven-cia y las sociedades ms complejas, dotadas de las slidas instituciones degobierno a las que ya en la poca estaban acostumbrados.

    Segn la opinin de Hume, la unidad bsica de esa convivencia es la fa-milia. Es creada por la propia naturaleza y la sostiene su utilidad. Las peque-as sociedades familiares colman varias necesidades humanas, desde la re-produccin hasta la proteccin mutua. All se despliegan sentimientos comoel de benevolencia o generosidad con suma naturalidad. Ello no obstante, enalgn punto de su evolucin la sociedad se dota de un gobierno. Con elloquiere sealarse el momento en el que surgen rganos especializados en ve-lar por los intereses colectivos. Su aparicin es explicada en base al creci-miento de la comunidad, a la proliferacin de las familias y a la consustan-cial relajacin que no abandono de dichos atributos. Pero su funcin noincluye la facultad de hacer nuevas leyes, porque las necesarias ya estn he-chas son el producto de la cristalizacin de las reglas de comportamien-to. El papel de los hombres de Estado a la hora de definir el contenido delas reglas de justicia es, por tanto, muy secundario (Mackie, 1987: 85). Dehecho el gobierno, cabalmente, slo ha de preocuparse de administrar esajusticia en contra de quienes tengan un comportamiento desviado con res-pecto al marcado por tales normas (Hume, 1985: 44).

    En las sociedades avanzadas, como la europea, pueden identificarse las re-glas bsicas que habran surgido de forma casi imperceptible pero que, llega-dos a este punto, constituyen el principal objeto a proteger por los gobiernos.Hume seala tres reglas: la estabilidad en la propiedad, su transferencia porconsentimiento y el cumplimiento de las promesas. A su entender, como nopoda ser de otro modo, se trata del resultado genuino de las pasiones huma-nas. Como l mismo dice son tan slo una forma ms elaborada y refinada desatisfacerlas (Hume, 1984, III: 733 a 748; la ltima cita en pg. 760) (5). No

    (5) Cuestin distinta es que, una vez estas reglas han adquirido autoridad pueden ydeben dejar sentir su peso sobre las conductas individuales a modo de lmite de ciertos ins-tintos que podran llegar a poner en entredicho los avances alcanzados por la civilizacin(HAYKK, 1997: 228-229).

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    ha habido ningn contrato de por medio. Tampoco ha intervenido la razn,ms all de su rol natural, al servicio de dichas pasiones, certificando su valor.Eso es lo sustantivo. No, desde luego, la forma de gobierno. Es ms, aunqueun gobierno haya tenido como sola base la injusticia y la violencia, diceHume, se hace con el tiempo legtimo y obligatorio (Hume, 1984, III:809-810). Ello es posible porque en la visin humeana de la poltica lo que deveras permea la conciencia colectiva es una arraigada fidelidad y obedien-cia hacia ese orden social que precede al propio gobierno y lo que se preten-de a travs de su intervencin es, simplemente, preservarlo (Rawls, 1995: 51).As las cosas, la legitimidad del gobierno depender ms de cmo logre llevara cabo esta tarea que de su forma o del procedimiento de seleccin de suslites.

    Ferguson y Smith se encargan de llevar hasta sus ltimas consecuenciaseste planteamiento. El primero estudia los avatares de las tribus norteameri-canas en cuya organizacin cree adivinar la antesala de los gobiernos libera-les ms complejos del momento, caso del britnico. La sabidura de los an-cianos reunidos en consejo se le antoja como el preludio del Senado; la fuer-za, el vigor de los caudillos es tomada como un referente no tan lejano delpoder ejecutivo y, en fin, la reunin de los adultos en situaciones de alarma,como la precursora de las asambleas populares. Divisin de poderes avantla lettre? No hay que exagerar. Los ilustrados escoceses no pretendieronnunca que la sociedad britnica del siglo xvm fuera igual que la existente enlas Islas mil aos ha. Hacerlo sera tanto como negar el concepto mismo deevolucin (por definicin), tan caro a su teora. Pero, desde luego, s creenhallar pruebas de que no se ha dado una ruptura entre las dos lgicas fala-ces a su entender del estado de naturaleza y la sociedad civil, y estn muylejos de pretender generar a travs de sus textos ilusin alguna al respecto.

    Esto conduce a Ferguson a afirmar que las instituciones de los hombres,como las de los dems animales, estn inspiradas en la naturaleza y son elresultado del instinto de manera que unas y otras surgen por avances suce-sivos, realizados sin ningn sentido de su efecto general, lo cual no impideque, como resultado de su actividad, puedan deducirse grandes logros. Perose trata de utilidades que no han sido proyectadas por la razn (Ferguson,1974: 229). Por tanto, la evolucin se produce por adaptacin al medio. Elhombre, al tratar de superar los inconvenientes que se encuentra en el cami-no puede alcanzar metas que difcilmente caban en su imaginacin y que,con toda seguridad, no haba planificado. La sociedad es una de ellas, quizla principal. Pero no es ms que eso.

    Por ello se muestra convencido de que no existen motivos para atribuirsu origen o el del gobierno ni a la filosofa ni a la especulacin de los legisla-dores. Poco romanticismo puede caber en este planteamiento. Ferguson nos

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    remite a un constante esfuerzo de acomodacin mutua en el que inicialmentehabrn de apreciarse intereses particulares contrapuestos y, slo al final, laafirmacin de ciertas componendas aceptables para el grupo. Adems, aun-que finalmente lo sean, eso no significa que el proceso seguido hasta llegar asu establecimiento haya estado exento de tensiones. Ferguson contempla elpluralismo social y las disputas que de l emanan como una de las fuentesprincipales del sistema legal (Hill, 1996: 216; Kalyvas y Katznelson, 1998:186). Lo decisivo es que, una vez consolidada una determinada forma de en-tender la sociedad, se vaya produciendo un cierto consenso entre sus miem-bros en aras a su sostenimiento.

    Adam Smith, por su parte, tambin seala que las instituciones y prcti-cas que conforman la sociedad surgen a partir de un proceso gradual, lento, yno intencionado. Pensemos en uno de los principios bsicos de la organiza-cin social dentro de su teora econmica y poltica: la divisin del trabajo.Surge de forma inercial. Tanto es as que ni tan slo puede afirmarse que esamagnfica y provechosa intuicin sea un rasgo especficamente humano.Efectivamente, segn nos cuenta, en una cacera, los perros de la jauraacosan entre todos a la liebre y, de este modo, se ayudan unos a otros y se di-viden el trabajo, pero esto no surge de ningn contrato (Smith, 1995: 395).Probablemente antes se intent lo mismo de otras muchas formas distintas yse fracas. Por otro lado, seguramente nadie fue capaz de prever, en un pri-mer momento, los grandes beneficios que a todos reportara la extensin deuna tal regla (6). Lo mismo ocurre con la propiedad privada. Lejos de consti-tuir un derecho natural, Smith reconoce que su aparicin es, en trminos his-tricos, tarda, y que las ms de entre las sociedades agrcolas convivieronsin mayores problemas en un rgimen de propiedad comunal durante mu-chos aos. No fue tarea fcil que sus moradores se convencieran de las ven-tajas de la propiedad privada y, de hecho, la llegada a este estadio habra ve-nido precedida de importantes cambios en las necesidades de produccin(Smith, 1995: 54) (7).

    (6) Que ADAM SMITH haya pasado a la historia como uno de los grandes avaladores deeste principio no empece sus crticas a algunos de los efectos que su aplicacin produce entrelos miembros de la clase obrera. Por ejemplo, en el Libro V de su obra ms conocida alude alnegativo impacto psicolgico que suele producirles, al disminuir su creatividad natural. Vol-ver sobre esta aparente ambigedad de Smith en particular, y de la ilustracin escocesa engeneral, al final del ltimo apartado de este anlisis.

    (7) Pinsese que incluso el bien aparentemente ms preciado por esta escuela, cual es lalibertad individual, no sera un valor inmutable, ni siquiera un valor a priori, sino que consti-tuira un producto ms de la historia, algo, en definitiva, contingente. En el caso de Hume, sinir ms lejos, se ha apuntado que de la lectura de sus textos slo puede desprenderse que el li-bre albedrio es una entidad ficticia (NEGRO, 1976: 54).

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    Pues bien, la aparicin de una organizacin social ms compleja, necesita-da de gobierno, slo seria el ltimo eslabn de esta cadena evolutiva. ComoHume, opina que su principal misin es la tutela de la propiedad. En realidad,se hace conveniente cada vez que surgen importantes diferencias de renta en-tre los componentes de esa sociedad, para as asegurar la propiedad de los ri-cos de las incursiones de los pobres quienes, de otro modo, la violaran conti-nuamente. Pero el gobierno sigue sin ser otra cosa que una ulterior adapta-cin del progreso natural que hacen los hombres en sociedad (Smith,1995:245-246 y 244, respectivamente). Qu es, a falta de contrato, lo que leconfiere autoridad a dichos gobiernos? Sencillamente, que todo el mundo veque los magistrados dan seguridad a la propiedad y fuerza a las leyes, y que,sin ellos, todo caera en la confusin (Smith, 1995: 368).

    3.b) La crtica conservadora a la ingeniera constitucional

    En los textos de los pensadores neoconservadores tambin pueden ha-llarse frecuentes alegatos contra la teora del contrato social as como contrasus presupuestos relativos a la intervencin deliberada del hombre en la es-cena poltica. Sin ir ms lejos, Hayek desvela en qu estaba pensando cuan-do dio ttulo a la obra que puede ser considerada como su testamento polticoal referirse al contrato social roussoniano como la raz principal de la fatalarrogancia del moderno racionalismo intelectual (al que l mismo suelealudir ms a menudo como constructivismo) (8).

    (8) Es interesante observar que mientras ADAM SMITH carga explcitamente contra elcontrato de LOCKE y HUME hace lo propio, de modo ms general, con el contractualismo an-glosajn del siglo XVII, los liberal-conservadores y neoconservadores de hoy son bastante mscautos a la hora de juzgar la validez de las teoras lockeanas. Estn a la izquierda de susprecursores, los ilustrados escoceses? No lo creo. Ms bien lo que ha ocurrido es que las exi-gencias del discurso poltico en aras a su posible empleo prctico tienden a rebajar o al me-nos, a supeditar el rigor terico de algunas afirmaciones. En este sentido, el de LOCKE apa-rece como un contrato bastante conservador en funcin del tipo de instituciones que convali-da, y yo dira que hasta de su propia mecnica, en cuyo engranaje las tareas del poder poltico,en teora constituido a travs de la libre voluntad de todos los ciudadanos, se limitan a garan-tizar la vigencia de los derechos y las instituciones ya existentes en el Estado de Naturaleza,pero sin poder alterar su contenido ni mucho menos su esencia ltima. En definitiva, el pro-ducto final de la teora poltica de LOCKE es valorado positivamente por cuanto puede consti-tuir otro punto de apoyo a la hora de legitimar el orden establecido. Pero, en un nivel ms pro-fundo de anlisis, sigue considerndose inconveniente el camino seguido para llegar a esasconclusiones. Con KRISTOL, podra decirse que se trata de un autor respetado entre los neo-conservadores cosa que, desde luego, no ocurre con ROUSSEAU, pero en ningn caso loconvierten en uno de sus adalides.

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    El problema, a su entender, es que con esa teora se pretende poner en labase de toda sociedad, as como de sus instituciones polticas, a una volun-tad general que por su parte es considerada como ficticia (Hayek, 1997:249). Adems, esto genera un exceso de confianza en las capacidades huma-nas y contribuye a impulsar la toma de decisiones centralizadas (desde lospoderes pblicos) en contra de la propia lgica de la evolucin social. Portanto, el discurso contractualista es visto a la vez como histricamente falazy potencialmente peligroso para el devenir del orden extenso (9) que l sepropone salvaguardar. De hecho, su interpretacin de la historia incluye laconviccin acerca de que Europa debe su extraordinaria expansin a laanarqua reinante en la Edad Media y que otras civilizaciones, como laChina, dilapidaron su enorme potencial de creatividad cuando sus gobernan-tes insistieron en controlarlo todo de manera tan exhaustiva que quedabortada toda posible evolucin (ibidem, 240-242).

    Pero la crtica al discurso racional-constructivista en poltica no es slouna constante en el pensamiento de Hayek. En realidad, es un elemento quecontribuye a cohesionar las distintas corrientes del neoconservadurismo,desde las ms influidas por el liberalismo hasta las ms tradicionalistas. Elpropio Hayek es un buen embajador de las primeras. Pero tambin se puedentraer a colacin, por ejemplo, las aseveraciones de Oakeshott acerca de lalocura postrenacentista consistente en pretender la fundacin de la socie-dad sobre la base de una declaracin de los derechos del hombre presunta-mente negociada y pactada (Oakeshott, 2000: 37 y 26); el ataque de Novakcontra los fundamentos de la filosofa poltica de cierto liberalismo que des-de Kant hasta Rawls pretende hacernos creer, dice, que los individuos vie-nen primero y los ordenamientos sociales despus, con lo cual se estaramarginando intencionada e interesadamente el peso especfico de la herenciasocial que sera la que en verdad hace a los individuos y determina sus mo-dos de convivencia en cada momento (Novak, 1983: 63); o, en fin, el cues-tionamiento que Bell lleva a cabo tanto del utopismo socialista como delliberalismo clsico por haber incurrido en el comn error de creer que encada nueva generacin, y con un nuevo contrato social, los hombres podrancomenzar de nuevo, descartar el pasado y remodelar las instituciones a suantojo (Bell, 1994: 264).

    No es posible porque nunca se habra posedo la capacidad para disearsociedades y gobiernos. Los defensores de una tal presuncin, de acuerdocon esta teora, se estaran autoengaando acerca de las aptitudes del hom-

    (9) Es el nombre con el cual HAYEK se refiere en su ltimo libro a la sociedad en tantoque producto de la evolucin espontnea de las normas e instituciones, para distinguirla de lassociedades que se crean en funcin de la consecucin de un objetivo predeterminado.

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    bre. Ninguna de nuestras instituciones sera fruto de la actuacin deliberadade algn individuo, asamblea o gobierno. Esa visin de las cosas es equipa-rada a un espejismo. En cambio, los modernos avaladores del contrato socialo del constructivismo poltico no habran sabido comprender adecuadamenteel modo como han ido apareciendo nuestras sociedades quiz porque se tra-ta, como apuntaran los ilustrados escoceses, de un proceso cuyos orgenes sepierden en la noche de los tiempos y cuyos hitos principales, en vez de surgira golpe de decreto, nacen de forma casi imperceptible, en medio del fragorde la constante lucha por la superacin de las condiciones de vida individua-les y colectivas.

    Hayek, como Adam Smith, no tiene ningn recato a la hora de desmitifi-car incluso la aparicin de los derechos que constituyen la columna vertebraldel pensamiento neoconservador porque lo son tambin del modelo de so-ciedad que se considera ms adecuado, por otra parte. Es el caso del depropiedad privada o plural (l prefiere emplear este ltimo trmino). Ensu opinin, probablemente los primeros artculos no fungibles personal-mente elaborados quedaran ligados a sus creadores simplemente por el he-cho de ser ellos los nicos capaces de utilizarlos (Hayek, 1997: 223) (10).Se trata, creo, de una explicacin prosaica en grado sumo, pero me ha pare-cido oportuno traerla hasta este texto porque es un buen exponente de lamentalidad de Hayek y porque muestra a travs de un ejemplo tan clarocomo sencillo el paralelismo existente entre el pensador vienes y los ilustra-dos escoceses en este punto. Por lo dems, Hayek entiende que de ah brotanel comercio, las urbes y los gobiernos, con los matices que seguidamente in-dicar respecto a stos ltimos y, en lnea de coherencia con su teora de laevolucin espontnea, agrega que la extensin y el refinamiento del dere-cho de propiedad prosigue, de manera inadvertida, no habindose alcan-zado an hoy sus estadios finales.

    Es indudable que la exposicin alternativa al contractualismo que Hayeknos ofrece es la ms completa de las que se pueden encontrar en la bibliogra-fa neoconservadora. Pero, como ya ocurriera en otros tantos temas de inte-rs para este anlisis, no escasean otras hiptesis o intuiciones semejantesentre los ms comprometidos defensores del capitalismo. Es particularmenteinteresante la metfora oakeshottiana de la poltica como conversacinentre la tradicin preexistente y las insinuaciones que van emanando delas prcticas e instituciones en cada momento, como tambin constatar quel contrapone esta conversacin a toda tentativa de argumentacin ba-sada en conceptos ideales, generales y abstractos (Oakeshott, 2000: 66-67).

    (10) La propiedad privada o plural sobre los fungibles surgira mucho ms tarde, por su-puesto.

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    Por su parte, otros aluden a la doctrina de las consecuencias indeseadas,promovidas por la actuacin en libertad del ciudadano, pero al margen detoda planificacin colectiva, de modo que la ausencia de promocin cons-ciente no implica la de un orden social inteligible y consistente (Novak,1983: 92-93 y 122), al tiempo que se suceden los ejemplos de institucionesque brotan de la mera experiencia, alejadas de los resortes del Estado (Sel-don, 1994: 325) y se enfatiza que, de hecho, esta dinmica es autosuficientepara garantizar, por s misma, una progresin gradual en todos los mbitossociales (Kristol, 1986: 165).

    Como en la teora poltica de Hume o en la de Adam Smith, los gobier-nos hallan su razn de ser en la proteccin de una sociedad que no han con-tribuido a configurar. De hecho, Hayek opina que, conceptualmente hablan-do, es concebible que el orden espontneo conocido por sociedad puedafuncionar sin necesidad de gobierno. Sin embargo, es realista, todos losciudadanos van a comprender que del respeto de dicho orden surgir un be-neficio para el colectivo? todos, aun asumindolo, van a observar escrupu-losamente sus reglas? No hay garanta alguna de que esto sea as. Los efec-tos beneficiosos del orden espontneo pueden tardar en extenderse. Inclusoalgunos de ellos pueden parecer nocivos en algn momento. Por tanto, aligual que han ido apareciendo la familia, la propiedad, el mercado, la socie-dad misma con sus primigenias instituciones, al final del camino surge el go-bierno tal y como hoy en da se lo entiende. Porque el orden espontneo ne-cesita un guardin. Pero no se trata de un cuerpo extrao sino que, de acuer-do con esta exgesis, sera su ltima secrecin (Hayek, 1978c, I: 80-81).

    4) FUNCIONES DE LOS PODERES PBLICOS. MS ALL DEL LAISSEZ FAIRE?

    4.a) El arte de la poltica en los albores de la sociedad industrial

    De lo escrito hasta ahora puede deducirse que las tareas a desarrollar porlos poderes pblicos en relacin con el orden espontneo de la evolucin so-cial no pueden ser demasiado relevantes. En efecto, los autores aqu analiza-dos no cejan en su empeo de cuestionar aquellas intervenciones que a causade un exceso de audacia puedan ser contraproducentes para facilitar el pro-greso social, tal y como ste ha quedado definido en los prrafos prece-dentes.

    En este sentido, tanto Smith como Hume se enfrentan a la arrogancia delestadista que pretende resolver los problemas sociales a partir de una ideadoctrinal. Consideran que no hay ingenio humano capaz de salir airoso deuna tal empresa. Y eso con independencia de que el gobierno sea monrqui-

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    co o republicano. La crtica de Hume suele extenderse a los partidos polti-cos del momento. Es lgico: si las leyes surgen por s mismas y si, adems,no forma parte de nuestras posibilidades el trocarlas por mor del capricho deningn gobernante, la pugna entre los distintos partidos no puede hacer msque confundir y perturbar la buena marcha de la sociedad (Hume, 1985:64, 61 y 75).

    Esos valores hoy tan preciados por los defensores de la democracia, con-sistentes en potenciar la participacin del ciudadano en la arena poltica,quedan en las antpodas de la ilustracin escocesa. Nada podra ser ms dis-funcional que su intromisin en un terreno en relacin al cual, tanto elloscomo sus representantes, son profundamente ignorantes. Pero lo cierto esque hay partidos, profesionales de la poltica y soberanos deseosos de apli-car sus planes. Luego hay que lidiar con ellos. La receta ofrecida a unos yotros es tajante: lo mejor que pueden hacer es ser prudentes para no herir uninters que no pueden mejorar gran cosa y para no causar ms estragos queno pueden arreglar (Ferguson, 1974: 178). La circunspeccin frente a la po-ltica, en sentido lato, es llevada a su extremo. La supervivencia de la liber-tad y del progreso pasan a depender, de acuerdo con esta visin de las cosas,de la restriccin de la actividad poltica. Pero eso no significa que el gobier-no no deba preocuparse de nada. Si as fuese, no habra llegado a surgir. Portanto, es hora de ver, con mayor concrecin, qu se espera de l y qu le esvetado de modo ms explcito.

    Quiz la exposicin ms detallada de las funciones legtimas del gobier-no en una sociedad libre es la que expone Adam Smith. A su entender, laprincipal es la de mantener la justicia. Seguidamente, la de polica (en-tendida como el mantenimiento de la seguridad y la salubridad pblicas, ascomo el control de precios para asegurar la abundancia de mercancas), larecaudacin de rentas para el Estado y, por supuesto, la defensa exterior(Smith, 1995: 37 a 39). Como ya se ha indicado, existe una fuerte coinciden-cia entre los pensadores escoceses en el primero de los tems citados. Peropara mejor comprender el verdadero significado de un concepto tan dado ala confusin como es el de justicia es preciso escrutar con rigor sus textos.

    De ellos se infiere que su nocin de lo justo es puramente formal. Ah seincluye mantener el orden, castigar los atentados contra la propiedad... ypoco ms. No existe, por ejemplo, ningn atisbo de la justicia social. Porel contrario, siempre se procura distinguirla de lo que consideran como laverdadera justicia, precisamente para evitar cualquier confusin al respecto.Y, adems, como veremos, son capaces de justificar su opcin a partir de lalgica funcional que subyace a su ideologa. Por otro lado, es importantedestacar que esto no significa que prescindan, simple y llanamente, de laconveniencia de asistir a los desposedos. Algunos de los representantes de

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    esta escuela, en efecto, tratan de inducir a sus semejantes hacia dicho auxi-lio. Lo que ocurre es que, en todos los casos, no se considera que sta debaser una responsabilidad estatal.

    Su teora es, pues, compleja. Smith llega a afirmar que la benevolenciaconstituye la perfeccin de la naturaleza humana. Eso incluye una actituddesinteresada de ayuda mutua, de apoyo a los ms necesitados. Sin embargo,pone mucho inters en compensar esta afirmacin inicial con la distincin delos conceptos de justicia y caridad. No deben mezclarse. El gobierno, deacuerdo con esta interpretacin, slo ha de preocuparse por el mantenimien-to de la primera. Los particulares pueden abordar, desde luego, la mejora dela segunda. Es bueno que as sea. Pero el mendigo no puede pretender tenerderecho a el contenido de esa caridad. Ah existe una divisoria que no de-bera cruzarse. La caridad no es objeto de la legislacin. Por qu, podemospreguntarnos? Pues, sencillamente, porque la ley es hija de la necesidad y lonecesario para la supervivencia de la sociedad, segn su parecer, slo inclu-ye la defensa de la propiedad privada y del orden que pivota sobre ella(Smith, 1997: 186). La sociedad, dice, no puede subsistir sin justicia. S, encambio, sin benevolencia, aunque quiz con menos comodidad. Por tanto, eneste caso, la beneficencia, lejos de ser puesta en tela de juicio, es fomenta-da... pero en el terreno de lo voluntario, exonerando de toda obligacin apropios y extraos y, especficamente, a los poderes pblicos.

    Con todo, la cara ms radical de la ilustracin escocesa en este punto nosla ofrece Hume. Reconoce que la primera impresin que suscita el dar li-mosna a los mendigos es favorable. Tampoco descarta, a nivel conceptual, laliberalidad de los prncipes para con ellos. El verdadero problema apareceracuando estas prcticas se van consolidando y esto por dos motivos.

    En primer lugar, el gobernante acabar exigiendo parte de los bienes delos legtimos propietarios para satisfacer los anhelos de los ms pobres. Lue-go no estar en juego su patrimonio, sino el de los ciudadanos industriosos.Y ello es naturalmente perverso. Atendamos a la lgica ltima de la teorahumeana: no parece admisible que el gobierno, so pretexto de incidir en unams equitativa distribucin de la renta (realizando esa vaga nocin de justi-cia social) genere una quiebra de la verdadera justicia... que no es otra quepreservar los bienes que cada cual ha logrado acumular gracias a su propioesfuerzo.

    En segundo lugar esta vez en clave estrictamente pragmtica Humerepara en que la proliferacin de la caridad slo puede tener, a la larga, efec-tos perniciosos. Opina que en vez de estimular la laboriosidad de los pobres,los acomoda en una situacin de pereza y corrupcin, negativa paraellos mismos y, por supuesto, para la comunidad en la cual se integran(Hume, 1982: 17-18). De hecho, es frecuente entre los componentes de la

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    ilustracin escocesa el aludir a que el hombre languidece en las situacionesde comodidad. Por el contrario, sus mejores virtudes son exaltadas en losmomentos de mayores amenazas para su ser, de tal suerte que sera ms pro-vechoso mantenerlo en constante tensin, fomentar el ejercicio de su respon-sabilidad y alejarlo en lo posible de la benevolencia de terceros (Ferguson,1974: 56-57). Por tanto, en este caso, no slo no se encuentran buenos argu-mentos para poner en duda el tradicional abstencionismo estatal sino que,adems, el autor se cuida mucho de incentivar la prctica de la beneficenciaen el terreno estrictamente privado ya que, en su opinin, conlleva ms in-convenientes que ventajas.

    La escasa atencin que se asigna a las polticas sociales contribuye a cla-rificar el tenor del resto de funciones del Estado. Asi, permite minimizar lasantedichas funciones impositiva y de polica, al dejar a la iniciativa privadamuchas de las tareas que hoy son competencia del Welfare State. Smith,puestos a identificar los grandes peligros que debe sortear un sistema basadoen la libertad seala, fundamentalmente, los impuestos o tasas opresivos yla insolencia de los funcionarios, an ms insoportables que cualquier tasa(Smith, 1995: 391). Los primeros elevan el precio de las mercancas, dificul-tando su produccin y comercio. Con ello disminuyen la opulencia de lasnaciones. Al final, el riesgo estriba en que slo pueda repartirse la pobreza.Respecto a las dimensiones de la administracin pblica, debe tenerse encuenta que Smith es muy crtico, no slo con los subsidios, sino incluso conla educacin pblica. Siempre pens que la familia era la institucin que me-jor poda encargarse de la educacin de los menores y rechaz las propuestasestatales por razones que van ms all de las puramente econmicas.

    Pero eso no quiere decir que un buen gobierno deba conformarse con de-sarrollar las actividades citadas hasta ahora. Hay algo ms. Debe cuidar de lasalud del orden espontneo; de que las condiciones de libertad que lo han he-cho posible se mantengan de cara a garantizar su continuidad. El gobierno,por tanto, no puede limitarse a reprimir la injusticia. No es conveniente queacte slo coactivamente. sa puede ser una condicin necesaria, pero enningn caso suficiente, para asegurar el xito del proyecto ilustrado. La sufi-ciencia slo puede alcanzarse desde el momento en que se estimule con xi-to el aprecio social por las virtudes del modelo socio-econmico defendido.Porque, aunque haya que entender que si se ha llegado a l es debido a suutilidad, siempre cabe la posibilidad de que intereses particulares traten detrastocarlo. Adems, habr momentos de crisis que requieran un mayor celoen su defensa.

    Esto explica la opinin de Hume acerca de que el arte de los polticos,bien empleado, puede ser un factor coadyuvante de la consolidacin de lamoral colectiva. Puede contribuir a presentar todo intento de rebelin contra

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  • LA ILUSTRACIN ESCOCESA: UN DEPSITO DE INTUICIONES PARA EL NEOCONSERVADURISMO?

    el orden existente como algo criminal e infame, estigmatizando moral-mente a quienes osen discutirlo (Hume, 1984, III: 784). Visto en positivo, seha llegado a firmar que a ojos de Hume la poltica es pedagoga y que,adems, los gobiernos pueden asumir y asumen de hecho el liderazgode la accin colectiva (Negro, 1976: 64 y 75, respectivamente). El objetivoes hacer ms fcil la aceptacin de una forma de entender la sociedad que,en ltima instancia, debera favorecer a todos. Por su parte, Ferguson, trasnegar que la poltica pueda planificar cmo deben ser nuestras costumbres einstituciones, s le concede un papel protagonista en aras a conservarlas (Fer-guson, 1974: 169). As, adems de proporcionar seguridad, las instancias po-lticas han de asentar y publicitar los criterios que configuran los lmites queseparan lo legtimo de lo ilegtimo en cada sociedad (Kalyvas y Katznelson,1998: 188-189), definiendo el marco dentro del cual ser factible la continuamarcha de la evolucin social. Y no existe contradiccin con sus anterioresargumentos, por cuanto la poltica, en este caso, lejos de la fatua pretensinde liderar el progreso social, se somete a sus dictados.

    Pero no se trata tan slo de convencer a los crticos. Tambin se propug-na la vigilancia de la conducta de los beneficiarios del modelo. ste es un as-pecto fundamental de la teora poltica y sociolgica de los pensadores obje-to de anlisis. En los textos de los ilustrados escoceses se pueden percibir losprimeros trazos de una crisis cultural provocada por un creciente distancia-miento entre las dinmicas hedonistas generadas por el capitalismo y los re-quisitos indispensables para asegurar su propia reproduccin a largo plazo.Mediante esta intuicin anticipan, sorprendentemente, algunos de los tpi-cos ms comunes del actual neoconservadurismo.

    En efecto, uno de los rasgos ms caractersticos de la moderna sociedadcomercial radica en que es capaz de proveer de una gran cantidad y varie-dad de artculos de consumo a los individuos que la componen. Ms all,por lo dems, de lo indispensable para cubrir las necesidades mnimas desubsistencia. En este sentido, Smith se muestra convencido de que, hastaun cierto punto, la atraccin promovida por los bienes de lujo es positiva,por cuanto favorece la emulacin de los industriosos y, con ella, la genera-cin de riqueza. Pero tambin es consciente de que esta dinmica puededar pie, paradjicamente, a un modo de vida cada vez ms expuesto a laansiedad, el deseo y hasta a la enfermedad. En su mente aparece el temor auna sociedad desenfrenada, sin rumbo, vctima de su propia abundancia.Es verdad que pese a esta ambivalencia Smith an pone la rivalidad y lacompetencia en aras a la obtencin de riquezas por delante de los inconve-nientes que su prctica pueda suponer para la moral colectiva (Xenios,1987: 230-231). Es ms, aprecia algo perversamente til dentro de la vor-gine mercantil: los lujos de cada generacin llegan a ser las necesidades de

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    la siguiente... qu mejor garanta puede ofrecerse para asegurar muchosaos de xito a la sociedad comercial!

    Ahora bien, Smith detecta, al menos, sus externalidades en el mbito delos valores. Y advierte que cuanto ms mercado, ms atencin habr que po-ner en el cuidado de los primeros. Por ello denuncia la locura de quienesconfundieron intencionadamente vicios y virtudes, fomentando por ejemploel noble pecado de la prodigalidad, al entender que se trata de una bendi-cin para la sociedad, para cuestionar al unsono la frugalidad, definindolacomo una pobre virtud hambrienta (Mandeville, 1982: 64 y 65). Por elcontrario, el de Kirkcaldy apuesta por limitar los hbitos de consumo desen-frenado que ya aprecia entre sus congneres y enfatiza en su lugar la necesi-dad del autocontrol, de cara a hacer factible el ahorro, la reinversin y, endefinitiva, la acumulacin constante de capitales (Smith, 1995: 445) (11).As, el deseo de riquezas slo es elogiable si est canalizado por la acepta-cin de estas reglas de conducta y lo importante es que la sociedad sepa ca-sar ambas realidades.

    En cualquier caso, ninguno de los miembros de la escuela escocesa llevatan lejos esta cuestin como Adam Ferguson. No es ajeno a este hecho quesea, de entre los ilustrados escoceses, quien ms se resiste a abandonar la tra-dicin republicana de humanismo cvico. Eso se nota hasta el punto de que,por momentos, en su obra es difcil hallar el punto de equilibrio entre el elo-gio del progreso promovido por el capitalismo y la crtica al espritu del co-merciante. Tal es su rechazo de este ltimo. En particular, es perceptible unaevidente animadversin hacia quienes miden el valor de las personas por susriquezas; hacia quienes slo buscan el lujo y la diversin. En su opinin, setrata de rasgos que convierten al rico en un ser dbil y mezquino. No faltan,adems, fervorosas crticas a la creciente opresin sufrida por la incipienteclase obrera, aumentada por la falta de sensibilidad de los poderosos. Tantoes as que algunos exegetas han credo ver en esta condena un anticipo de la

    (11) La literatura cientfica en general y la neoconservadora en particular han des-tacado el talante muchas veces negativo en base al cual ADAM SMITH afronta la cuestin deleihos burgus, puesto que en ocasiones manifiesta cierto desprecio hacia sus rasgos. Tanto esas que Gilder ha llegado a comentar que si Smith acudi a la metfora de la mano invisi-ble, desde luego un tanto impersonal, es porque nunca crey en los empresarios (GILDER,1986: 14-15). Pero los textos de GILDER rebosan optimismo respecto el futuro del capitalismo.En realidad, otros intelectuales vinculados al neoconservadurismo que no lo son tanto, se con-gratulan de la audacia de SMITH y de cuanto de aviso contienen sus referencias en claro-oscu-ro al ethos caracterstico de las economas de mercado. Pueden leerse elogios a su intuicinde que las causas de la prosperidad no son slo econmicas, sino sobre todo culturales(KRISTOL, 1986: 200; NOVAK, 1987: 9-10) e incluso reproches por no haber desarrollado almximo esa teora critica (NOVAK, 1983: 36).

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    teora de la explotacin de Marx, bien que ms sesgada hacia su nocin dealienacin que hacia el concepto de plusvala (Brewer, 1986: 469) (12).Otros, por el contrario, interpretan que Ferguson se limita a poner de relievecul es el precio de la modernidad, pero sin llegar a cuestionar los efectospositivos de la propia explotacin, sin la cual no existira el progreso. Deacuerdo con esta perspectiva, la teora poltica de Ferguson no slo avalarala sociedad de clases sino que ponderara muy positivamente, por ejempo, lacodicia, por ser la condicin de posibilidad de dicho progreso (Hill, 1996:220, 223 y 206-207).

    En mi opinin hay que huir de ambas interpretaciones, si bien las dos in-cluyen sugestivas intuiciones. En realidad, como ya ocurriera en el caso deSmith, Ferguson nunca niega las virtudes del modelo socio-econmico enciernes, por ms que pueda poner el acento en la denuncia de ciertos excesos(Hirschman, 1999: 127). Justo es reconocer su capacidad autocrtica, ascomo su visin de futuro. Lo que ocurre es que en sus textos no se atisbaninguna alternativa a esa sociedad comercial. Es lgico, porque sabe que sonlas dos caras de una misma moneda, dos aspectos contradictorios que apare-cen constantemente unidos. Es consciente, adems, de que el uno promuevea los otros. Como quiera que no desea negar las virtudes del primero, le esprcticamente imposible sacudir a su teora poltica de la nociva influenciade los segundos. Pero no desespera en su inters por mitigarla.

    En efecto, el problema estriba en que en la medida que se extienda estadinmica perversa fruto del xito del sistema de libertad y propiedad quel mismo acaba defendiendo teme que ya no se mantendr ningn com-promiso de naturaleza pblica, y as el inters privado y el placer animal seconvertirn en los objetos soberanos de atencin (Ferguson, 1974: 323).Frente a estas tendencias, reivindica el mantenimiento de las virtudes repu-blicanas. Se niega a aceptar que el individuo acabe subyugando al ciudada-no. Eso no significa que el inters privado deba ser suprimido de hecho,Ferguson no cree que pueda serlo pero s constituye una invitacin a com-pensarlo de algn modo, para lograr de esta forma un renovado apreciohacia lo pblico. De ah su llamada al fomento del patriotismo, de esas cua-lidades de fortaleza y amor por el pas, que pueden convertir los desvelos

    (12) El propio BREWER reconoce que FERGUSON no estaba tan preocupado por la relacinlaboral/salarial en s misma sino ms bien por el hecho de que un gran nmero de gente, al te-ner que trabajar muchas horas y en condiciones a veces difciles, perda oportunidades y,en ocasiones, hasta el inters por realizarse en otros mbitos, lase cultural, de ocio, comomiembros del tejido organizativo de la sociedad civl, etc., con la consiguiente prdida deenerga en el conjunto social (Ibidem: 470). Puede apreciarse, por tanto, que su pretendida an-ticipacin de la teora de la explotacin sera antes sociolgica que econmica.

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    individuales en algo noble y provechoso para la comunidad (Ferguson,1974: 224).

    Lo ms curioso es que ser esta circunstancia antes de ndole moralque estrictamente econmica la que le lleve a pergear cierto grado de in-tervencin estatal en la economa, incluso para distribuir rentas es, de losautores analizados, el ms abierto a esta posibilidad. Efectivamente, con-sidera que una de las ms urgentes labores del gobierno es la de acabar conla bsqueda de la suntuosidad por parte de los ciudadanos. En esta direccin,las polticas distributivas pueden ser tiles para debilitar el deseo de riqueza.Con ello, Ferguson se aleja un tanto de las propuestas tpicas de la ilustra-cin escocesa en este punto (13). Pero no debe olvidarse que, en realidad,sus dems compaeros de viaje tambin estaban preocupados ante las posi-bles desviaciones del ethos burgus y que, en el caso de Adam Smith, comohemos visto, se llega a conclusiones similares en el diagnstico, si bienmuestra menor audacia en lo que a la terapia respecta.

    4.b) De la negacin de la justicia social a la necesidad de reforzar elethos capitalista en las sociedades de nuestros das

    Cuando Hayek tiene que describir las funciones del gobierno, empieza pordestacar, emulando a Hume, una triloga de normas de recto comportamien-to (as es como l las define) que en ningn caso habran de ser puestas enriesgo, so pena de acabar con nuestro modelo de civilizacin. Alude, especfi-camente, a la libertad de contratacin, a la inviolabilidad de la propiedad y a laobligacin de compensar por los daos producidos (Hayek, 1978c, II: 71-72).Se tratara de esos principios de probada eficacia que, siendo anteriores al go-bierno, exigen del mismo su respeto y proteccin. Lgico es, por ende, queHayek compare las tareas estatales a las de un mero equipo de mantenimien-to de una fbrica cuya finalidad no es producir determinados servicios omercancas destinados al consumo, sino asegurar que el mecanismo producti-vo se mantenga en buen orden de funcionamiento (Hayek, 1978c, I: 81). Oa-keshott, por su parte, define la actividad del gobierno como creadora de unorden superficial que pudiendo actuar con contundencia all donde sea ne-

    (13) De sus coetneos, se entiende. Porque, por otro lado, esta opcin recuerda sobrema-nera la teora de LORD SHAFTESBURY segn la cual la adquisicin de riquezas slo es compati-ble con la virtud y beneficiosa para la sociedad cuando es moderada (se trata, dentro de estoslmites, de un afecto natural por la riqueza, segn la propia terminologa del precursor). Encambio, cuando el afn de lucro pasa a convertirse en una pasin, SHAFTESBURY alude a la pre-sencia de un afecto antinatural, de todo punto criticable.

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    cesario, debe sin embargo restringir al mximo su rea potencial de actividad(Oakeshott, 1996: 61). De acuerdo con esta perspectiva el Estado debe autoli-mitarse para permitir que la evolucin siga su curso: el mercado solucionarala mayora de los problemas que se pueden plantear y nada positivo cabra es-perar de la interferencia de los poderes pblicos al respecto.

    Pero no es ste un tema en el que me vaya a detener, por ser de sobracompartido entre los neoconservadores y conocido por los estudiosos. Encambio, s creo necesario detenerme en su visin acerca de dos de las cues-tiones en las que ms nfasis pusieron los ilustrados escoceses, a saber, eltratamiento que dar a las situaciones de desigualdad econmica ms graves yla percepcin o no de una crisis de valores motivada, por paradjico quepueda parecer a primera vista, por el propio modelo de sociedad defendido.

    Empecemos con la primera de ellas, esto es, con la cuestin de lo que ve-nimos catalogando como justicia social. Lo cierto es que se puede apre-ciar un sesgo entre los neoconservadores y los liberal-conservadores a lahora de afrontar esta delicada cuestin. Los primeros son ms proclives aaceptar cierto grado de intervencin estatal en la economa, aunque aten-diendo a importantes limitaciones tanto de ndole conceptual como prctica.Nunca se discute la primaca del mercado, pero s que deba dejarse a su soloveredicto la condicin de los ciudadanos. Podemos hallar muestras de talcompromiso sobre todo en las obras de Bell o de Kristol y, ms matizada-mente, en algunas reflexiones de Novak.

    Ello no obstante, lo que de verdad caracteriza los planteamientos de losintelectuales neoconservadores retomando esta expresin en su sentidoms lato, omnicomprensivo es el temor a los efectos que un exceso decelo pblico pudiera tener sobre los hbitos de sus tericos beneficiarios.Ms concretamente, en sus textos se aprecia una elevada circunspeccinante la posibilidad de que las polticas de ayuda a los ms desfavorecidosacaben produciendo un resultado perverso, en la medida que tiendan a dis-minuir su motivacin hacia el esfuerzo personal (Oakeshott, 1996: 137), agenerar una mayor dependencia de la que de por s muestra su situacin enel momento de aplicar las terapias pblicas co