Jonathan no tiene tatuajes. Crónicas de jóvenes centroamericanos en la encrucijada

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Los jóvenes de estas historias mueren rápido. Tan rápido que algunos de los cronistas invitados a reportearlas y escribirlas no alcanzaron a publicar antes de que a los jóvenes que entrevistaron los mataran. La muerte se repite en estas historias tanto que hubo que hacer malabares para no nombrarla en cada título, en un intento de negarle protagonismo y dejar que fluyera el vitalismo extremo que se vive en la pandilla, en el barrio, en la cárcel y en la frontera. La muerte acecha, previsible pero silenciosa, como un insecto que se acerca inofensivo con su aguijón listo para ser clavado en un segundo, sin ceremonias previas. Y luego se queda quieta otra vez, en el silencio de los que la sobreviven. Para alcanzar el corazón de las historias en las que la muerte danza escondida es necesario valerse de las armas del periodismo, que no llevan pólvora, que no matan, que dan vida.

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Jonathan no tiene tatuajesCrnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada..

Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil, CCPVJEditor: Cristian AlarcnJulio 2010

Jonathan no tiene tatuajes Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada. Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil. CCPVJ www.ccpvj.com EDITOR: Cristian Alarcn PERIODISTAS Jos Luis Sanz Roberto Valencia Daniel Valencia Carlos Salinas Oscar Martnez. FOTOPERIODISTAS Donna DeCessare Toni Arnau Orlando Valenzuela Loanny Picado DISEO DE PORTADA Virginia Giannoni FOTO DE PORTADA Toni Arnau MANEJO DE CONTENIDO Eugenia Folgar DISEO Y DIAGRAMACIN Delmy Alvarenga. REVISIN Y CORRECCIN Vernica Reyna Ivonne Menjvar

Queda prohibida, salvo excepcin prevista por la ley, la reproduccin electrnica, qumica, mecnica, ptica, de grabacin o de fotocopia, distribucin, comunicacin pblica y transformacin de cualquier parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta sin la previa autorizacin escrita de los titulares de la propiedad intelectual y los autores. El anlisis y recomendaciones polticas de este documento no reflejan necesariamente las opiniones de CORDAID.

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Jonathan no tiene tatuajes: crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada / Jos Luis Sanz Rodrguez, Daniel Valencia, Oscar Enrique Martnez, Roberto Valencia Lpez, Carlos Jos Salinas Maldonado; fot. DeCessare Donna, Orlando Valenzuela, Toni Arnau, Loanny Picado; ed. Cristian Alarcn. --1a. ed.-- San Salvador, El Salv. : Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil, 2010. 221p. : il. fot.; 21 cm ISBN 978-99923-937-0-3 (espaol) 1. Pandillas - Amrica Central -- Aspectos Sociales. 2. Pandillas-Amrica Central-- Aspectos Polticos. 3. Pandillas-Mxico-Aspectos sociales. 4. Violencia juvenil. 5. Delincuencia juvenil. I. Titulo

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JONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

CONTENIDOPresentacinJeannette Aguilar

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IntroduccinJvenes Centroamericanos en la encrucijada. El ejercicio de narrar sus violencias cotidianas Roxana Martel.

PrlogoLa vida leve: Narrativas tejidas con violencia. Rossana Reguillo.

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Nota del EditorCristian Alarcn.

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El Salvador: El Silencio entra en Sierra AltaJos Luis Sanz.

Guatemala: Jonathan no tiene tatuajesRoberto Valencia.

Honduras: Una granada en el reino de los pesetasDaniel Valencia.

Nicaragua: Los Cancheros y los Cholos del Reparto SchickCarlos Salinas Maldonado.

Mxico: En el caminoscar Martnez.

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PRESENTACIN

Presentacin

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as pandillas juveniles han estado presentes en las sociedades centroamericanas durante los ltimos 20 aos. Des-

de hace algn tiempo, stos son considerados importantes actores de la violencia que experimenta la regin, particularmente de la que ocurre en los pases del llamado tringulo norte de Centroamrica. La visibilidad que caracteriz a las pandillas en aos anteriores asociada a su peculiar esttica y el uso de simbolismos; a su dinmica violenta y, el discurso oficial dominante sobre estas agrupaciones, particularmente el que ha prevalecido entre los gobiernos del tringulo norte, los ha convertido en el emblema de la violencia, en los protagonistas de la nota roja. Las narrativas sobre las pandillas que se configuraron desde los medios masivos de comunicacin, como un componente de las estrategias de manodurismo y cero tolerancia impulsadas en Guatemala, Honduras y El Salvador a inicios y mediados de esta dcada, contribuy de forma importante a su mayor criminalizacin y estigmatizacin, a su legitimizacin como actores ilegales y a la deshumanizacin de aquel que presumiblemente fuera pandillero.

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PRESENTACIN

En este contexto, y con la finalidad de contribuir a una comprensin ms amplia de las dinmicas que subyacen a las pandillas centroamericanas, que supere las generalizaciones simplistas que han caracterizado el tratamiento periodstico sobre el tema, la Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil (CCPVJ), plataforma regional conformada por 16 organizaciones de la sociedad civil centroamericana y comprometida con un abordaje integral y comprehensivo sobre las pandillas, reuni en mayo de 2009, en un taller celebrado en la Universidad Centroamericana Jos Simen Caas, de San Salvador, a seis periodistas de medios escritos y a varios miembros de sus organizaciones, para definir una estrategia de aproximacin e inmersin a la dinmica de las pandillas, que permitiera construir una lectura de las subjetividades de los jvenes y sus comunidades, a travs de la herramienta de la crnica periodstica.

Como resultado de este esfuerzo y luego de varios meses de trabajo y de intensa inmersin en los territorios y en las vidas y subjetividades de los pandilleros, sus familias, en la deplorable institucionalidad carcelaria y en las lgicas que marcan la violencia que aqueja a la juventud centroamericana, estos avezados periodistas bajo la coordinacin del cronista Cristian Alarcn han producido 5 fascinantes crnicas que se ponen a disposicin del pblico con esta publicacin.

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PRESENTACIN

La pretensin de este proyecto fue la de utilizar el periodismo investigativo para coadyuvar a superar la simplificacin del fenmeno, poniendo la mirada en la dimensin sociopoltica de la violencia que atraviesa a las pandillas, y con ello dejar en evidencia la contribucin que a la misma ofrecen otros factores sociales y polticos, entre ellos, el debilitado entramado institucional que predomina en las sociedades centroamericanas.

De forma particular, dos de las crnicas desnudan el deshumanizante mundo de las prisiones que alberga a miembros de las pandillas y la corrupcin que ha perneado histricamente la dis-funcionalidad del sistema penitenciario, haciendo cada vez ms distante el punto de retorno a la rehabilitacin y reinsercin social.

Esperamos que este esfuerzo de periodismo investigativo sobre el mundo de las pandillas y la violencia, considerado pionero en la regin, permita plantear nuevos desafos en torno a la manera de hacer periodismo en Centroamrica, especialmente sobre la forma de narrar las violencias que aquejan a las juventudes de estas frgiles sociedades. A su vez, que el estudio ofrezca un marco de anlisis de la violencia, que contribuya a deconstruir las tradicionales conceptualizaciones polares que predominan en la definicin de las pandillas y la violencia juvenil y apunte a la urgente necesidad de atender los factores de

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PRESENTACIN

orden social e institucional que siguen estando a la base de la existencia y evolucin de estas agrupaciones y de las espirales de violencias que caracterizan a nuestros pases.

Jeannette Aguilar Directora del Instituto Universitario de Opinin Pblica (IUDOP) San Salvador, febrero 2010

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INTRODUCCIN

INTRODUCCIN

Jvenes centroamericanos en la encrucijada. El ejercicio de narrar sus violencias cotidianasRoxana Martel Profesora Investigadora Departamento de Letras, UCA

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os medios de comunicacin nos informan diariamente de algunas de las formas ms expresivas y graves de las vio-

lencias en Centroamrica. Sin embargo, la realidad desborda la posibilidad de ir ms all de los reportes judiciales. Estos se convierten en datos fatales y desesperanzadores de un futuro posible. Este libro tiene sus orgenes en esta preocupacin compartida y tiene nombres propios.

La Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil (CCPVJ) le propuso a Jos Luis Sanz1 la realizacin de un proyecto sobre crnicas periodsticas de violencia y juventud. Para el desarrollo de las crnicas se convoc, adems, a los periodistas Daniel Valencia2, Carlos Salinas Maldonado3, scar Martnez4, y Roberto Valencia5, quien coordin y dio seguimiento a todo el proyecto. Gracias al apoyo de la agencia holandesa de cooperacin, CORDAID, a travs de Rosa Vargas, esta iniciativa pudo concretarse y realizarse entre julio y septiembre de 2009.1. Periodista espaol independiente, con una dcada de residencia permanente en El Salvador 2. Periodista salvadoreo que labora para el peridico digital El Faro. 3. Periodista nicaragense que labora para el diario La Prensa de Nicaragua. 4. Periodista salvadoreo independiente que realiz el proyecto periodstico En el camino, crnicas sobre el fenmeno migratorio publicadas en el peridico digital El Faro. 5. Periodista vasco independiente con ocho aos de residencia permanente en El Salvador.

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La propuesta original del proyecto fue el dilogo. Que periodistas y organizaciones de sociedad civil pensaran temas que mostraran la complejidad de las violencias vividas por los jvenes en la regin. A partir de all, generar un conocimiento ms denso y con mayores matices de lo que est pasando en los territorios. El producto de esa discusin son las crnicas que contiene este libro.

El proyecto busc generar condiciones para un ejercicio periodstico que fuera ms all de contabilizar y ubicar en territorios especficos las violencias. Recuperar el drama, las encrucijadas humanas que viven los jvenes. Es all donde inician y terminan los hechos violentos. Tanto a periodistas como a quienes forman parte de las organizaciones les interesaba dar cuenta de las mltiples rupturas y silencios con una violencia que parece expandirse sin retorno.

La idea de ensayar formas distintas de narrar la violencia cont con la complicidad y el apoyo genuino de la antroploga mexicana Rossana Reguillo6 quien junto con otros colegas en la regin hemos venido discutiendo la urgencia de este ejercicio necesario. Gracias a esa red que se va tejiendo a partir de las preocupaciones compartidas, el periodista argentino Cristian Alarcn7 acept participar en este proyecto colectivo como6 Instituto Tecnolgico de Estudios Superiores de Occidente, ITESO. 7 Profesor de la Fundacin Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y periodista del peridico La Crtica, de Argentina.

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tallerista y editor de las cinco crnicas producidas. Adems, se unieron, la fotoperiodista Donna DeCessare8, quien realiz las fotografas de Guatemala, El Salvador y Honduras. Toni Arnau9, aport su mirada con las fotografas en Mxico. Las fotografas para la crnica de Nicaragua fueron realizadas por Orlando Valenzuela y Loanny Picado10.

En definitiva, este es un proyecto colectivo. El proceso fue, ante todo, de aprendizaje y de replantear certezas sobre los lmites y las posibilidades de un ejercicio periodstico necesario Cmo contar los silencios, los miedos que se meten en los cuerpos, las ilusiones de los desahuciados, el futuro de los que no lo ven? Esas fueron algunas de las preguntas que la produccin de estas crnicas nos gener a todos los que nos involucramos en el proyecto.

De qu periodismo hablamos: periodismo narrativo. Por qu la crnica.arrar la violencia es un ejercicio delicado y fundamental en las frgiles democracias centroamericanas. El autori-

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tarismo y la tolerancia a reiteradas violaciones de los derechos humanos parecen ser las respuestas ms fciles a las mltiples formas y consecuencias de una violencia que parece inexplica8 Profesora de la Universidad de Texas. 9 Fotoperiodista miembro de la Asociacin Ruido Photo http://www.ruidophoto.com/wordpress/ 10 Fotoperiodistas nicaragenses.

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ble. Esta situacin tambin pone en crisis las maneras de hacer un periodismo que desde su campo contribuya a fortalecer esas democracias.

El inters desde el principio fue recuperar el relato, es decir, hacer una inmersin en los territorios para escuchar a los protagonistas, caminar con ellos, desde el conocimiento denso de los lugares y los actores. Para ello, se opt por trabajar desde el periodismo narrativo. La aplicacin de este enfoque en la investigacin buscaba acercarse de manera etnogrfica al lado menos visible de la violencia. De esta manera, poner luz con las historias sobre lo que han hecho o dejado de hacer las instituciones responsables y la sociedad en su conjunto.

La herramienta elegida fue la crnica. Este relato capaz de poner en relacin una serie de hechos a los que se llega a travs del conocimiento profundo de territorios y personajes. La crnica aspira a entender el movimiento, el flujo permanente. Se escapa de los lugares tradicionales y hace visible la multiplicidad. A partir de ello, la crnica busca prefigurar un nuevo orden que tiene como punto de partida el conflicto (Reguillo, 2000).

La crnica es un producto hbrido y marginal. Permite cruzar disciplinas, gneros, voces, escenas, tiempos. Los relatos hablan desde el testimonio, las poticas, la biografa, las narrativas, etc. Con esa diversidad de recursos es posible acercarse de una

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manera ms fina a las mltiples dimensiones de una violencia parece haberse convertido en escenario, actor y parlamento de realidades cada vez ms confusas.

En el ejercicio que emprendimos en este proyecto, los cronistas fueron nmadas en los territorios de violencia en los que convivieron. Su reto fue percibir mientras se movan. En ese movimiento fueron capaces de romper el monopolio de la autoridad discursiva, valores y smbolos a los que estamos habituados en el periodismo judicial diario. Los protagonistas no son, solo, las autoridades policiales o institucionales. Desde las crnicas se escucha la voz del joven, las familias, los amigos. Pero no solo la voz, tambin los silencios, las reservas, los miedos.

Estas crnicas son documentos que analizan la realidad social. Su produccin y difusin las convierte en un instrumento de reflexividad. Si bien lo que se presenta en este libro son las crnicas finales, estas han sido producto de un ejercicio de dilogo y construccin reflexiva en el que todos los involucrados hemos sido afectados de alguna manera. Mientras la informacin pretende saciar la curiosidad del lector y as tranquilizarle, la crnica intenta despertar su inters e inquietarlo, deca Martn Caparrs11 al hablar de la crnica. Es, precisamente, ese efecto el que hemos vivido a lo largo de la realizacin de este proyecto.11 Feria del Libro de Madrid, junio de 2008.

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Inmersin en los territorios: El dilogo entre periodistas y sociedad civil.l periodismo narrativo no es posible sin el dilogo con quienes conocen y trabajan en los territorios, es decir,

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con organizaciones de sociedad civil y lderes comunitarios. Es desde ellos que se puede acceder a las comunidades. En esa actitud nmada de los cronistas, el acompaamiento de un gua o lenguaraz12 es vital.

Este dilogo, en la prctica periodstica cotidiana se ve limitado, cuando se da, a una relacin fuente-periodista muchas veces prejuiciado de ambos lados. Por esta razn, el trabajo de produccin de las crnicas se inici con un taller sobre Periodismo y Narracin en El Salvador, dirigido por Cristian Alarcn. En l participaron los periodistas involucrados en el proyecto y miembros de organizaciones de sociedad civil13.

En el taller salieron a la luz debates como los lmites de las formas actuales de contar la violencia. Cmo sortear un habla incierta, precavida y temerosa llena de desconfianza por quienes viven todos los das en la frontera de la vida y la muerte. Cmo captar las temporalidades mltiples que se instauran en los espacios habitados por los jvenes y sus mundos que se encuen12 Adjetivo que dio Cristian Alarcn en el taller para caracterizar a las personas que permiten la entrada a los territorios. 13 El taller se realiz entre el 6 y el 8 de junio en la Universidad Centroamericana Jos Simen Caas, UCA. Las organizaciones que participaron fueron representantes de las 16 organizaciones de la Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil, CCPVJ. Adems se invit a profesores del Departamento de Letras y Comunicaciones de la UCA.

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tran siempre al lmite. Cmo salir de la trampa vctima-victimario. Es decir: cmo mostrar la complejidad de los conflictos y los actores que viven en las comunidades, en los espacios pblicos, privados e institucionales.

En el taller se lleg a distintos puntos de acuerdo sobre estos dilemas. En primer lugar, la certeza de que solo es posible salirse de las trampas de la simplificacin escuchando y haciendo visibles las mltiples voces en los territorios. Sobre todo, ofrecer el estatuto protagnico a los que sistemticamente han sido excluidos y marginados en las coberturas informativas. En este sentido, el compromiso adquirido fue el de romper con el silencio de personas, situaciones y espacios condenados a la oscuridad.

Un segundo acuerdo, con el que se inici este proceso de produccin, fue asumir que la crnica que se hace cargo de las violencias que viven los jvenes, debe hacerse cargo tambin de la vulnerabilidad de los sujetos con los que trabaja. Uno de los reclamos de las organizaciones de sociedad civil fue la prctica, desde la nota judicial descontextualizada, de criminalizar sujetos y lugares. Frente a esta tendencia, el compromiso de los cronistas fue abrir la mirada hasta el punto de dejarse afectar por lo que no es posible captar en una primera vista. Narrar las historias con la descripcin hecha desde dentro.

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El tercer acuerdo fue establecer una relacin franca y honesta con todos los que participaran en el ejercicio de inmersin de los cronistas. Este ejercicio exige una actualizacin permanente de las relaciones entre el cronista y los sujetos desde los que conoce los territorios. Centroamrica es objeto de inters noticioso internacional. Periodistas, tanto de la regin como fuera de ella, llegan y salen de los territorios con distintos materiales informativos. No todos los que se acercan han cumplido los compromisos asumidos con las instituciones, las comunidades y las personas. Esta situacin ha generado una doble desconfianza al momento de establecer las relaciones entre los cronistas y los actores sociales. De all la importancia del tercer acuerdo para la realizacin de este proyecto

Fueron tres das intensos de debate, desacuerdos y acuerdos que lograron desmontar las desconfianzas mutuas iniciales y asumir el compromiso de realizar los temas acordados para las crnicas. El eje central que domina este libro es la violencia asociada a los jvenes que tienen alguna relacin con las pandillas en la regin centroamericana. Si bien esta no es la nica condicin bajo la cual se reproduce la violencia que viven los jvenes, s es cierto que las pandillas han sido los actores en los que se han centrado las polticas de seguridad de los gobiernos. Tambin, en los medios de comunicacin, aparecen como los actores ms visibles de la violencia. Pese a esto, los relatos dominantes se construyen desde las voces institucionales y con ejercicios de inmersin casi inexistente.

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El inters al que llegamos en la discusin de esos tres das fue captar temticas que, si bien estn vinculadas a las pandillas, no se estn contando en los medios tradicionales. Asociado a ello, se definieron cinco temas. Cuatro de ellos ambientados en cada uno de los pases de la regin (Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua). El quinto tema abord el fenmeno de la violencia juvenil desde una de sus consecuencias: la migracin forzada hacia Estados Unidos y el paso obligado por Mxico.

El ejercicio de investigacin de campo y de escritura se hizo en tres meses. Al finalizar, en octubre, se realiz un segundo taller. Coordinados por Cristian Alarcn, los cronistas y el equipo tcnico de la CCPVJ realizamos un proceso de lectura y edicin colectiva de los textos. Durante estos tres das intensos de lectura, escucha, asombro y un tremendo ejercicio de humildad, quienes participamos en el taller pudimos dialogar y debatir sobre las propuestas narrativas de los cronistas. Adems de las crnicas, en ese espacio se compartieron las preguntas, las dificultades y los afectos generados en el terreno que de alguna manera dan sentido a los conflictos desentraados en los textos.

El itinerario de este libroespus de un cuidadoso proceso de edicin de las crnicas finales hecho por Cristian Alarcn, tenemos las cin-

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co crnicas que conforman este libro. La primera de ellas es la crnica del periodista Jos Luis Sanz. Esta nos narra los silencios

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y las desconfianzas en uno de los barrios de Mejicanos, municipio del rea Metropolitana de San Salvador. A partir de un doble homicidio, se inicia un recorrido por el mapa imaginario del barrio. En l se descubren las marcas liminares de la vida y la muerte que caminan errticas determinando reglas, desplazamientos y formas de convivencia asentadas en la sospecha y el miedo. La crnica nos permite tambin ser testigos del recuerdo pico y la presencia simblica de las pandillas de finales de la dcada de 1980 y sus protagonistas.

La segunda crnica nos desplaza al espacio y las relaciones familiares de un pandillero en Guatemala. Roberto Valencia narra la vida cotidiana, las preocupaciones y las ilusiones de una familia instalada en esa zona gris que desde fuera se ve con sospecha, pero desde dentro sortea el da a da de la sobrevivencia. Junto a este retrato familiar vemos puntos en los que las instituciones pblicas tocan tangenciales las urgencias y demandas personales. Las instituciones y las vidas humanas van corriendo paralelas, sin lograr ofrecer garantas a quienes desde los mrgenes van resolviendo en condiciones precarias.

En Honduras, de la mano de Daniel Valencia, entramos al mundo de los disidentes: los retirados de la vida pandillera. En un mundo con cuentas pendientes, los retirados hacen nuevas alianzas para defenderse, acuerparse y reinventar esa otra vida fuera de las pandillas. El recorrido nos lleva desde dentro ha-

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cia afuera a la vida de los retirados de la Penitenciara Nacional Marco Aurelio Soto de Tegucigalpa. En este movimiento, vemos cmo las reglas se siguen sorteando en los lmites que dictan la fuerza, la corrupcin y la lucha por el poder en el contexto penitenciario.

En un contrapunto, nos desplazamos al interior de uno de los barrios populares de Managua, Nicaragua. Carlos Salinas nos muestra cmo las pandillas nicaragenses se han consolidado de una manera distinta a los otros tres pases centroamericanos. En Managua, las pandillas son pequeos grupos de vecinos y amigos asociados a los barrios. Ha habido un fuerte trabajo comunitario que, sin embargo, con el creciente trfico ilegal de armas enfrentan una amenaza cada vez ms visible en los territorios.

Finalmente, scar Martnez nos atrapa en una crnica de viaje desarrollada en Mxico, en la que sus protagonistas huyen del miedo, de la impotencia, del mejor-vyanse que les sentencia annima una serie de muertes cercanas. Tres jvenes se unen a la fuga de centroamericanos expulsados por no ver en su propia regin espacio para un futuro posible.

En un dilogo de dos tiempos con el cronista, los jvenes dan cuenta en un primer tiempo (el actual) de las angustias, temores y la necesidad de creer en el final esperado de su dispora. En el segundo tiempo (el de su pasado) el relato nos muestra lo difu-

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sos que son los lmites entre lo seguro y lo impredecible; entre vctimas y victimarios; entre el azar y las venganzas planificadas.

Temas diversos a los que llegamos desde la voz de los distintos actores y donde los cronistas entraron para recrear los matices de las violencias, ajenos a los que desde fuera solo alcanzamos a ver sus efectos ms visibles. La apuesta en estas crnicas ha sido ensayar un corredor de espejos donde como sociedades podamos vernos con ms precisin.

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A manera de cierre: Hacia un periodismo ms complejol finalizar este proyecto y contar con las crnicas que ahora se entregan a los lectores, tenemos la certeza que narrar

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la violencia que viven los jvenes en Centroamrica implica un compromiso por ir ms all de la nota diaria en la que los reportes policiales cuentan una parte limitada de los conflictos.

En ella se deja de lado una serie de elementos, problemas y actores que entran en juego en las distintas violencias. Desde Centroamrica, esta fue una primera experiencia en la que periodistas y organizaciones encontraron el inters comn: salir de las trampas que impone el ritmo acelerado de la nota diaria, para mostrar lo que no se dice de las violencias que se han vuelto cotidianas.

La esperanza es que con una mirada ms profunda, ms compleja de las violencias, sea mucho ms pertinente la manera en que desde las instituciones nos comprometemos a abordar los problemas que las generan. En definitiva, no es la violencia el tema, sino la impunidad, que es una manera de declarar que la desigualdad es para siempre. En palabras de Carlos Monsivis, la crnica puede ser un gnero de la solidaridad -a veces desde la impotencia- que le permite a los lectores enterarse de lo que est pasando sin caer en la desesperanza14.14 Feria del Libro de Madrid, junio de 2008.JONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

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La esperanza nace de la certeza que hay responsabilidades claras en las comunidades, en las instituciones pblicas, en las organizaciones de sociedad civil, en los medios de comunicacin. Hasta ahora ha predominado la gestin individual y aislada de los actores que viven de cerca (con la piel) los conflictos actuales. La tarea es, pues, recuperar el proyecto colectivo. S hay un futuro posible y con este texto queremos contribuir a l.

Casselberry, Florida, Enero 2010

BibliografaAlarcn, Cristian (2009) Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, Buenos Aires: Kapelusz Editora, Norma. Reguillo, Rossana (2000 ) Textos fronterizos. La crnica, una escritura a la intemperie. En revista Dilogos de la Comunicacin N. 58, FELAFACS, Per. Monsivis, Carlos (1996) Los rituales del caos, Mxico: Era.

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PRLOGO

PRLOGO

La vida leve: Narrativas tejidas con violenciaRossana Reguillo Profesora-investigadora Departamento de Estudios Socioculturales ITESO

Mentends?

pregunta uno de los jvenes pro-

tagonistas de estas crnicas, cada vez que se desliza por los recuerdos que va deshilvanando frente a su atento interlocutor. Ms que estrategia retrica o estribillo inconsciente, la pregunta parece interrogar los propios recuerdos del narrador, como si con cada mentends?, se acercara un poco ms a una mnima auto comprensin de su historia de plomo y sangre; explicarse a s mismo ese da, esas horas, ese momento, esa permanente contingencia, que marcara, definitivamente, su futuro. Y es que la historia, la biografa de estos jvenes, envueltos en las violencias cotidianas de sus barrios, sus ciudades, sus pases, se juega siempre as: en un da, en un momento, en un cierto encuentro a la vuelta de la esquina, en un rato en que la vida parece transcurrir sin sobresaltos y se baja la guardia. Lo contingente define los trayectos; lo aparentemente anecdtico, lo imprevisible o justamente, lo predecible, sella el destino sin concesiones, ni miramientos. Eso se sabe, lo saben bien los jvenes que se encuentran atrapados en una espiral de violencia que no cesa. La

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vida es apenas un tramo de suspiros entrecortados que sucede entre los verdaderos das que definen, en serio, la propia biografa: huir o atacar; quedarse o migrar; recibir un balazo, gatillar un arma; ser encarcelado o escapar; morir o no morir, eso es lo que cuenta, de esos verbos se va tejiendo el relato que se narran y que narran.

El futuro es un lujo que no pueden permitirse, mientras su presente se alarga, se dilata sin ofrecer descanso. El reloj de la urgencia comanda cada accin, cada gesto, cada palabra dicha y no dicha.

Mientras, entre promesas y amenazas de los discursos oficiales y oficiosos, la violencia, la negacin de la vida otra y de la propia, el gesto urgente, que ms que rebelde y anmalo es una respuesta aprendida en la que se sabe que se juega la vida, se instauran con naturalidad en esa vida cotidiana hecha de interrupciones, de estruendos o silencios.

Este libro tiene una historia compleja, intensa, continental y difcil, pero necesaria. Aunque es Centroamrica la regin que se narra en estas desnudas, crudas, violentas pero estupendamente contadas historias, su factura proviene de conversaciones hemisfricas, de complicidades intelectuales y afectivas, de preocupaciones compartidas y de un solo afn: develar para entender, narrar para transformar. Narrar es una manera de ilu-

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minar las zonas ciegas de una sociedad que se niega o tema ver, porque mirar es comprender, porque comprender es un acto poltico sin marcha atrs.

Las crnicas que constituyen este libro, son el producto de muchos afanes, bsquedas, dificultades, conversaciones desveladas, encuentros en San Salvador, Guadalajara, Buenos Aires, Ciudad de Mxico. Y hoy finalmente, gracias al esfuerzo e idea original de Roxana Martel, al compromiso asumido por Adilio Carrillo, al trabajo de taller y de edicin de Cristin Alarcn y de manera especial, al intenso trabajo de cinco autores, jvenes cronistas/periodistas, pensadores de lo contemporneo y viajeros temerarios y nunca temerosos por los territorios de la violencia, tenemos un libro que cambiar de muchos modos, las maneras de entender las violencias juveniles en la Centroamrica contempornea, sacudida por diferentes urgencias pero interpelada de las mismas maneras por una globalizacin capitalista que no da tregua.

Los discursos del poder, paralizados por su incapacidad de ofertar futuros, certezas, condiciones para que numerosos o atrincherados en la certeza militarista o policiaca, siguen apelando a la coartada de que millones de jvenes en Amrica Latina y el Caribe, puedan optar por hacer de la violencia cotidiana algo prescindible o, dicho menos ambiciosamente, una opcin entre otras muchas; sin embargo, este libro muestra de mltiples

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maneras los modos no arbitrarios- en que los protagonistas entienden y definen su mundo, los cdigos de vida o muerte, los arreglos cotidianos, el viaje en sentidos diversos, como el que va del paseo nervioso desde la silla de ruedas, la excursin carcelaria o los caminos indmitos de las mltiples fronteras que existen entre el sur y el norte. La violencia no es una opcin en estas biografas. Este es un libro que se lee rpido, con avidez, urgentemente, pero es un libro que deja preguntas que no se responden fcilmente.

No hay una secuencia o lgica particular que organice los relatos que el lector tiene en sus manos; no hay, y eso es importante, lecciones morales ni juicios sumarios a los jvenes pandilleros o a la sociedad, ni siquiera se condena de manera abierta a las autoridades o a los dinosaurios que hacen de los jvenes un botn codiciado; no hay en estos textos, la bsqueda infatigable, que parece perseguir a muchos medios y discursos oficiosos, del verdugo perfecto o de la vctima ejemplar.

El valor y la dureza de este libro radican, justamente, en su capacidad para suspender el juicio moral, el veredicto, el afn vengador y justiciero. Se narra la vida de estos jvenes lanzados al trampoln inagotable de una vida fraguada al borde del abismo, donde una bala, un camino polvoriento, un encuentro, un rumor, constituyen el hilo que sostiene, entrecortadamente, como un hipo inoportuno, el precario tejido que articula la existencia.

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PRLOGO

Se es joven o viejo a los 21 aos?, los fragmentos narrativos que aqu se desgajan, aportan complejas evidencias en torno a nuestra moderna concepcin de los aos que se acumulan en clave biolgica. Nada en estos territorios bravos parece responder a los criterios clsicos de la modernidad. En estas geografas de la violencia, signadas sin abogado de por medio, la edad es un criterio irrelevante, una condicin casustica, aunque siempre presente. Lo que cuenta es la velocidad en la que se desarrolla y transcurre el camino hacia un cierto desenlace; en todas estas crnicas ronda como un pesado espectro la idea de conclusin.

Al leer este importante libro, el lector se percatar de un elemento fundamental: el presente y el pasado, adquieren su relevancia en funcin de los resultados, de los modos en que la trama se articula en un relato decible, que encuentra su explicacin en un siempre a posteriori. Es pues la lgica de los resultados: una invalidez, una muerte, un viaje, un encuentro fortuito pero fundamental, los que se convierten en claves ciertas y especficas para interpretar y dar sentido a esa vida leve que transcurre velozmente. La evidencia es por tanto el baco que suma y resta, que produce la ecuacin fatal, de la que no se puede huir, de la que no se puede o no se quiere escapar, porque es esta ecuacin la que dota de sentido al sobresalto permanente. Soy pandillero, mi destino es morir o matar; soy redundante, mi destino es morir o migrar, soy hombre, mi destino es matar

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o someterme; soy salvadoreo, guatemalteco, nicaragense, hondureo, mi destino es morir, matar y asumir mi destino.

Los destinos posibles, aunque Sony Entertainment o la esposa del Presidente en turno, o los organismos internacionales o locales, se empeen en producir relatos alternos, son claros: matar o morir; sufrir o hacer sufrir, contentarse siempre con el da despus, como bono: despertar en la crcel; amanecer en un bus que nos traslada hacia ningn lado mejor; festejar, aliviados, la muerte y desgracia del enemigo jurado; lamentar en soledad, la prdida momentnea o eterna de la jaina, de la madre, de la clika valedora y pese a todo seguir los ritmos de la vida como si nada pasara.

Este pequeo libro est plagado de guios, de gestos que en clave histrica y cultural, logran sacar de la lgica punitiva, espectacular y generalmente reductora, los paisajes de la violencia juvenil. Los autores se abstienen de convertir su narrativa en relato ejemplar, en fbula disciplinante, en pginas sinceramente consternadas por el destino de estas vidas al borde del precipicio. Logran, por el contrario, involucrar al lector y articular de una manera poderosa la esttica (del relato) con la tica (del narrador) y sin restar dramaticidad, no se deslizan hacia la victimizacin de los protagonistas. La mano de Cristian Alarcn, su perspectiva clave en los temas de las violencias latinoamericanas, imprime a este libro una velocidad vertiginosa, como la

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vida misma que se narra al ser vivida. Un gesto aqu, otro gesto all, marcan de maneras sutiles las diferentes bio-narrativas que el lector tiene en sus manos. Un instrumento cartogrfico para repensar el mundo.

Las distintas vietas, que se dibujan como paisajes de fondo en estos textos, conectan de maneras mltiples y fascinantes con el acervo cultural compartido: se alude a los contra estereotipos (salir de la crcel a los 21 aos, es ser demasiado viejo); se alude a lo invisible (en la crcel opera un sistema que establece con claridad quines son los chingones; hay ojos en los barrios que todo lo observan); se alude a la cultura popular y a una geopoltica precaria (el carro de las noticias, la tiendita, la calle); se habla de las contradicciones irresueltas (el joven campesino que intenta ser un joven urbano); se acuan frases insignias (vomitados centroamericanos); se intenta, vanamente, construir diferencias (por ejemplo, la que se establece entre migrar y escapar). Este no es un libro fcil, mentends?, es un libro que viaja a los territorios descarnados y poco metafricos en los que transcurre el devenir de ciudadanos maltrechos en un mundo que expulsa, que empuja hacia delante, hacia la violencia como lenguaje cotidiano.

Los textos que componen este libro avanzan con paso seguro y al mismo tiempo abierto a la incertidumbre. Oscar Martnez, Jos Luis Sanz, Roberto Valencia, Carlos Salinas Maldonado y

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Daniel Valencia, no se contentan con la construccin de un relato asptico, se juegan a fondo y en cada pgina de este intenso libro, se percibe el sudor, la adrenalina andando por los cuerpos, los olores a fritangas y a muerte. Estos cronistas no inventan el idiolecto (esa forma de hablar la vida y la violencia de cada uno de los protagonistas de estas historias), pero son capaces de dar cuenta, claramente, del sociolecto (los usos sociales del lenguaje mediados por la cultura de pertenencia), que por ello, imprime a cada relato un realismo que transita de la ternura a la brutalidad, del apego al odio. Hace ya varios aos Jos Ignacio Henao y Luz Stella Castaeda, profesores e investigadores de la Universidad de Antioquia en Medelln, desarrollaron una pionera y fundamental investigacin en torno al lenguaje de los jvenes de las comunas populares de Medelln. Conocido como parlache (que alude en una poderosa simbiosis al habla parlar-, y al parche, como se denomina en Colombia al grupo de amigos en el barrio), un habla hermtica (cerrada para los no iniciados) y un habla hermenutica (capaz de producir sentido y significados). Del parlache, siempre me han sorprendido dos expresiones: mueco y parcero. La primera, mueco, alude a alguien que ha sido asesinado, al cuerpo sin vida de un adversario; la segunda alude al amigo leal, al compaero. El lector, podr constatar a lo largo de estas crnicas, esta misma tensin (por llamarla de algn modo), entre jvenes que se debaten entre el cario y la fidelidad, al hommie, al amigo, al hermano y el desprecio o frialdad frente ante el enemigo.

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Muchos son los temas fundamentales que este libro aporta como pistas esenciales para una mejor comprensin de esas geografas escarpadas y contingentes que son las violencias juveniles. Destaco tres que me parecen claves: el papel de las mujeres en estos escenarios, la presencia de las Iglesias evanglicas y la fuerza del territorio. No me corresponde a m, en este prlogo una interpretacin o anlisis detallado de esos elementos, pero no he podido dejar de apuntarlos como caminos hacia una mejor inteleccin.

Concluyo estas pginas desde Guadalajara, con la noticia, terrible, de la masacre de 14 jvenes a manos de un comando armado, en Ciudad Jurez, Chihuahua, la ciudad de los feminicidios y la violencia descarnada. No hay claridad en torno al mvil, los jvenes eran en su mayora estudiantes de una escuela preparatoria que se encontraban celebrando el triunfo en un partido de ftbol.

A estas muertes, se suman la de otros 28 jvenes en la misma ciudad. Fueron masacrados en centros de rehabilitacin de adictos, en dos eventos ocurridos en un lapso de dos semanas en septiembre de 2009; en el primero fusilaron a 18 y en el segundo a diez. Y la cuenta sigue. Por ello, considero que este libro tiene un doble valor: uno de orden testimonial y otro, imaginativo. Quiero decir con esto, que lo que hacen estos jvenes cronistas y las historias que relatan, es lanzarnos el desafo de imaginar,

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inventar (in venire, hacer venir), los horizontes y escenarios que hagan posible otra narrativa, otro futuro, que hagan intil la opcin por la violencia.

Si, la literatura est hecha para que la protesta humana sobreviva al naufragio de los destinos individuales, como dijo Jean Paul Sartre, pienso que el periodismo narrativo, la crnica, estn hechos para que el naufragio de los destinos individuales, encuentre su verdadera dimensin humana y nos ayude a arribar a la otra orilla.

Guadalajara, Febrero 2010

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Jvenes centroamericanos en la encrucijada.El ejercicio de narrar sus violencias cotidianas

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NOTA DEL EDITOR

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Los jvenes de estas historias mueren rpido. Tan rpido que algunos de los cronistas invitados a reportearlas y escribirlas no alcanzaron a publicar antes de que a los jvenes que entrevistaron los mataran. La muerte se repite en estas historias tanto que hubo que hacer malabares para no nombrarla en cada ttulo, en un intento de negarle protagonismo y dejar que fluyera el vitalismo extremo que se vive en la pandilla, en el barrio, en la crcel y en la frontera. La muerte acecha, previsible pero silenciosa, como un insecto que se acerca inofensivo con su aguijn listo para ser clavado en un segundo, sin ceremonias previas. Y luego se queda quieta otra vez, en el silencio de los que la sobreviven. Para alcanzar el corazn de las historias en las que la muerte danza escondida es necesario valerse de las armas del periodismo, que no llevan plvora, que no matan, que dan vida:

Valor para observar y preguntar, acompaar y disentir, desprovistos de prejuicios. Compromiso con la palabra y el lenguaje para no sucumbir ante la tentacin del relato lacrimgeno sin dejar de comprender que el melodrama explica la violencia mejor que las estadsticas. Pasin por el otro, por su universo de sentido, por su mirada sobre el mundo que es tan importante como la del cronista. Compasin por el otro, en el sentido de ponerse

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en su lugar e intentar comprender la dimensin del dolor que siente el otro, y del dolor que produce el otro. Persistencia en el intento de traspasar los velos que cubren una historia de violencia. Persistencia al indagar y al indagarse. Persistencia al escribir y volver a escribir. Buen humor.

Amrica Latina en su complejidad creciente necesita de un nuevo periodismo ms nuevo que el nuevo periodismo de los maestros que innovaron en el gnero a partir de la dcada del sesenta. En las redacciones en las que las historias sobre jvenes como los que protagonizan este libro aparecen slo en breves reportes burocrticos habitan miles de periodistas que querran escribirlas y no logran ni el espacio, ni el tiempo, ni la paga para hacer lo que debera ser su trabajo. En cada pas hay nuevos cronistas con la inquietud necesaria para volver a mirar la realidad e intentar cambiarla.

Pero los medios de comunicacin y los peridicos en particular estn cada vez ms lejos de permitir la produccin de textos que sirvan para ese fin, sino todo lo contrario. Por eso la alianza entre organizaciones que trabajan metidas en el barro de los problemas que vive la gente y la crnica resulta de una potencialidad poltica extraordinaria. Hay que agradecer la valenta de la Coalicin Centroamericana para la Prevencin de la Violencia Juvenil, y sobre todo la de quien tuvo la idea de innovar de esta manera, la antroploga Roxana Martel, porque han abierto

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un surco nuevo, en el que muchos otros, organizaciones y cronistas, podrn atisbar para sembrar lo propio.

En el taller de crnicas que inaugur el proceso en el que construimos estas historias los cinco periodistas recibieron slo dos libros como material obligatorio de lectura luego cada uno hizo su propio camino bibliogrfico--: Operacin Masacre (1957), del escritor argentino Rodolfo Walsh y Los muchachos de la calle, de Pier Paolo Pasolini. En el primero Walsh, asesinado luego por los militares durante al ultima dictadura, reconstruye el fusilamiento de un grupo de militantes peronistas y lo hace no solo valindose de las tcnicas literarias sino de una comprensin de lo que podramos llamar coreografa de la violencia. Funda adems, nueve aos antes que Truman Capote con A sangre fra, la novela de no ficcin. En el segundo, la primera novela de Pasolini, publicada en 1955, el escritor mueve sus muchachos por una Roma en ruinas despus de la segunda guerra mundial.

Es entre la coreografa de la violencia de Walsh en su afn de buscar justicia ante un hecho violento e injusto, y la coreografa de la violencia de Pasolini cuyos jvenes romanos estn a la deriva en una ciudad perdida, sin futuro y sin certezas, que los cronistas de este libro se sitan y crecen. En cada uno de ellos la injusticia y la incerteza fueron el motor de sus bsquedas. Por eso han cumplido con todo lo necesario para llegar al corazn de sus relatos. Han sido dueos del necesario valor, se han sacado

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de encima los prejuicios, se han comprometido con el lenguaje, han sido persistentes y sobre todo han tenido un extraordinario humor y vitalidad. Los fotgrafos Donna de Cesare en Honduras, El Salvador y Guatemala; Toni Arnau del grupo Ruido Fotos en la frontera y Orlando Valenzuela y Loanny Picado en Nicaragua, reportearon hombro a hombro con los cronistas cada territorio y lo hicieron a pesar de transitar escenarios de profunda desconfianza y tensin sobre todo con la toma de imgenes.

Oscar Martnez en su odisea en la frontera al lado de tres hermanos que escapan a la muerte; Roberto Valencia en su convivencia y amistad con el fallecido Neck, del Barrio 18; Carlos Salinas, en su incursin al Reparto Schick de Managua donde supo temblar ante el can de un mortero hechizo; Daniel Valencia a la hora de poner el cuerpo en la crcel hondurea para reconstruir la explosin de una granada que mato a ex pandilleros del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha; y, Jos Luis Sanz, subiendo incansable, una y otra vez, a la comuna de Sierra Alta en San Salvador para romper el silencio tras una masacre atribuida a la MS. Todos han sido investigadores y narradores, cronistas de comienzo a fin. Todos han sabido caminar con el paso ambivalente pero respetuoso que exige el territorio encendido por la lgica de una juventud embarcada en la misin de sobrevivir a pesar de la incertidumbre y la inquietud.

Cristian Alarcn, Lima, febrero 2010.

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Cristian AlarcnLa Unin, Chile, 1970

Vive en la Argentina desde 1975. Autor del libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Por esa crnica sobre la vida de los pibes chorros en Buenos Aires recibi el premio Samuel Chavkin a la integridad periodstica en Amrica Latina, otorgado por NACLA (North American Congres of Latin America). Durante unos diez aos escribi sobre violencias, conflictos y tensiones de las ciudades en Sociedad y Cultura del diario Pgina/12. Luego continu sus investigaciones y crnicas en la revista TXT, Gatopardo, Rolling Stone, Soho, y en el diario Crtica de la Argentina, donde hoy escribe. Becario de la Fundacin Nuevo Periodismo Iberoamericano en el taller de Riszard Kapuszinsky; en 2009 fue nombrado maestro del taller de crnica sobre el carnaval de Barranquilla por la misma FNPI. Actualmente es el Director Acadmico del Proyecto de seminarios y talleres para periodistas Narcotrfico, ciudad y violencia en Amrica Latina que se realiza entre esa Fundacin presidida por el premio nobel Gabriel Garca Mrquez-- y el Open Society Institute y el coordinador de la primera Red de Periodismo Judicial de America Latina.

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El silencio entra en Sierra AltaJos Luis Sanz

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Jos Luis SanzValencia, Espaa, 1974.

Desde 1999 vive y hace periodismo en El Salvador. All ha sido reportero y editor jefe de las revistas Vrtice y Enfoques, ha hecho radio y televisin, y durante cuatro aos codirigi el peridico digital Elfaro.net. En 2009 abandon la jefatura de informacin de La Prensa Grfica, el principal peridico impreso del pas, porque ya no soportaba estar lejos de la calle. Desde entonces trabaja como periodista freelance, ha dirigido un largometraje documental sobre la llegada de la izquierda al poder en El Salvador y es colaborador habitual de varios medios espaoles y de la revista mexicana Proceso. Este es su primer acercamiento al gnero de la crnica.

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El silencio entra en Sierra AltaJos Luis SanzFotografas por Donna DeCesare

El Pasaje Tres de la Sierra Alta es un callejnsin salida. Sesenta metros de pendiente mal empedrada se desbarrancan en una vista imponente delvalle con el cerro de Guazapa al fondo: una vista privilegiada que miente como suelen mentir las apariencias. Aqu arriba no hay horizontes. Aqu arriba lo nico que se impone es un silencio profundo, enquistado, oculto como los miedos viejos bajo los ruidos y voces cotidianas.l Pasaje Tres son veinte fachadas descoloridas con puertas metlicas siempre entreabiertas y tejados irregulares. Un

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bloque de dos plantas a medio hacer con dinero que una mujer enva desde Estados Unidos, una antigua sede de Alcohlicos Annimos que bebe del sonido de los televisores ajenos, los paJONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

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Despus de la muerte de No y Michael hubo como seis meses de toque de queda sin que nadie lo decretara. Ningn nio o joven sala a la calle despus de las cinco. Aqu en el Pasaje Tres un ao despus, las mujeres todava caminan rpido para encerrarse en casa evitando un encuentro con las Maras. Donna DeCesare, 2009. Todos derechos reservados.

sos despistados de dos nios que buscan juego en la calle y el aburrimiento de un perro. Son cerca de las tres. Despus, como cada tarde, Nia Elena freir yuca o papas en la calle, frente a la tienda vendelotodo que desde hace aos administra en el parqueo de su casa. Los clientes son siempre sus vecinos. Abierto al cielo, con luz de da, la primera vez que estuve en el Pasaje Tres me pareci un lugar familiar, lleno de oxgeno, habitable.

Ahora, cuatro meses despus de aquella impresin, me detengo a la entrada del pasaje y s que justo ah, donde rueda una bolsa vaca de plstico, en 2005 balearon al joven Esdras y lo dejaron paraltico. S que a la izquierda, despus de la tienda, est la casa del taxista al que asesinaron el pasado julio en un

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barrio no muy lejano, mientras trabajaba. Y s que al fondo, a la derecha, est la pequea casa de dos cuartos en la que viva Jos No Snchez Ramrez con sus padres, su hermana, su abuela, su esposa, su hijo. Y un poco ms ac, veo la de Michael Douglas valos, el nio al que no le gustaba hacer mandados. Y aqu al inicio, la fachada amarilla y agujereada contra la que los mataron a ambos.

Y unos pasos detrs mo, al otro lado del camino principal, me siento amenazado por las dos pequeas mesas redondas de piedra donde se apostaron a vigilar el 3 de octubre de 2008 tres de sus asesinos, mientras los otros dos los acribillaban. En el barrio todos creen que los asesinos eran pandilleros de la Mara Salvatrucha (MS-13).

*

N

o crea que le haban perdonado la vida, pero no era as. En realidad nunca tuvo la certeza de estar condenado.

Por aos supo que tena razones de peso para temer. Se cuidaba con la serenidad de los que no se esconden porque se creen imbatibles. Caminaba como los guapos descarados que creen que todo depende de la suerte. Andaba con la prudencia de los que conocen las reglas del juego y saben que un as del mejor tahr puede perder la partida frente a una bala.

Mire, pap, uno no es que busque la muerte, uno ya tiene el da y la hora dijo una vez.JONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

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Se negaba a ir al terreno que la familia tiene al final de la calle Progreso porque deca que haba tenido problemas con los chicos de all. Bajito, armado con un par de ojos dormilones y sonrisa carnosa, aun casado No se destacaba entre sus amigos enamorando a las chicas con palabras de hombre y siendo el capitn del equipo de ftbol del barrio, pero ni l ni el resto jugaban nunca en la cercana cancha de la colonia Buenos Aires, porque no era suya, era de otros.

El da de la balacera No lleg a eso de las cinco y media de la tarde a casa. Yenson Amlcar, su hijo, cumpla cuatro aos pero no haba habido piata. Solo la hubo cuando el pequeo cumpli un ao y No se empe en gastar en una celebracin por todo lo alto lo que le acababan de pagar por despedirle de otro empleo. l, que deca que nunca haba tenido una fiesta de cumpleaos, cambiaba vidas y quera empezar por la de su hijo.

Esta vez vena de una entrevista de trabajo en la fbrica de aluminio FAVISA y le lata en el pecho una sensacin de futuro. A sus 21, despus de aos de ocupaciones temporales, de estudiar electricidad, de aprender costura con el tesn de los que no se rinden o de acompaar a su padre a vender queso y juegos de sbanas puerta por puerta, iba a tener un sueldo fijo, seguro social, plan de pensiones. En una colonia llena de jvenes desempleados, esa fbrica era una llave a una nueva vida que empezaba el lunes.

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Voy a ganar bien, ya no voy a andar de arriba para abajo dijo a su padre, Don Rigoberto, que regresaba de un mal da de negocio. No trae un dlar que me d?

Y con ese dlar se fue a jugar naipes a la calle. El cielo estaba cubierto de nubes. Su abuela Doa Jess andaba pensando en cubrir con telas los espejos, porque dice que atraen los rayos.

No salgs le dijo Lissette, su esposa, mientras contestaba al telfono. Ands siempre afuera jugando. Dios no quiere eso. Ojal que Dios no me haga entender por las malas, porque eso no lo quiero respondi con una sonrisa cmplice. Me voy para afuera. Te apurs. S, solo voy a jugar un rato.

Pas llamando a Michael, el hijo de Doa Gladis, de 15 aos. Ambos se sentaron en unos pequeos escalones a la entrada del pasaje y abrieron la partida de pquer con apuestas de unos pocos centavos de dlar.

La descarga de disparos son en todas las casas de todos los que juran no haber visto nada. Lissette pens que era el ruido de algn cohete. El resto de vecinos supo que haban matado a alguien. Eran poco ms de las seis.

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*Hoy han matado a uno de los que se dio gusto con mi hijo me dijo Don Rigo la tarde en la que nos conocimos, en su casa, a finales de julio.

Ese mircoles, la clnica parroquial haba permanecido cerrada desde la maana y la ruta 2 de buses haba trasladado unas cuadras el fin de su trayecto, para evitar problemas. Era el velorio de un pandillero de la MS, Noel, al que alguien de su misma mara haba asesinado unas horas antes. Tena 17 aos y l tambin era un asesino.

Era el hijo de rika y tiene una hermana de 14 que acaba de quedar embarazada. Su mam la prostitua. Me cuenta Too, el padre Too, como lo llaman seorialmente los parroquianos. Era uno de los que mataron a No y Michael tanteo. S, eso dicen.

Pregunto a Too el apellido de Noel, y mientras rebusca en su memoria suelta las manos por la mesa en busca de su telfono celular, marca un nmero de su agenda y espera.

Hola, rika? Con quin hablo? No est rika? Soy el padre Too. No, no le diga nada, ya la llamar yo despus.

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Too es un cura joven, de esos incmodos para la jerarqua eclesial porque llaman por su nombre de pila a pandilleros y ladronas y porque marcan al telfono de la madre de un joven asesino muerto.

Es espaol aunque a veces disimula sin darse cuenta las zetas al hablar. Lleva diez aos en El Salvador y conoce las muertes de los jvenes de la zona oriental de Mejicanos. Tambin conoce sus vidas. A Noel lo conoci cuando tena 7 aos, porque los asesinos tambin tuvieron 7 aos y en este caso un abuelo bromista. Y conoce a rika, como la conocen todos en la zona. Porque en cada colonia todo el mundo conoce al que dispara y a su vctima, y la madre de la vctima a menudo conoce a la madre, padre y hermanos del que dispara o acuchilla.

En la Sierra Alta todos conocen a Zenaida, que es sobrina de Don Rigo, que se meti en una pandilla, la Barrio 18, con 14 aos, y que a los 16 tuvo que embarazarse porque se lo exigi su clica al completo. Se ha convertido en habitual que algunos pandilleros compartan como juguete sexual a las jainas, las mujeres pandilleras, y que la clica, el grupo que controla un barrio, acuerde cundo deben dar un hijo. Zenaida huy de la Sierra Alta, y abort ese nio que no saba seguro de quin era.

Los vecinos saben que los hijos de la nia Felcita, Toms y Alejandro, se hicieron de la MS y ahora estn muertos; y que

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la hermana que queda, una adolescente de sonrisa radiante y mirada pcara, a veces acompaa a Felcita a repartir sopa en el cntrico parque Libertad a los mendigos, pagada por un empresario de San Salvador.

A Noel lo mat otro pandillero, Jovel. Pero l antes, en noviembre del ao pasado, haba matado a otro, a Josu, Pintn, que tena 14 aos cuenta Too.

Un redoble de asesinados entre miembros de la misma clica. La MS de la Buenos Aires se autoextermina con la misma soltura con que marca los tiempos en la vida de los barrios y colonias que la rodean.

Hubo una poca en el que enormes grafittis de letras gticas sealaban los lmites del territorio controlado por cada pandilla. Hoy los miembros de la Salvatrucha y de la 18, las dos pandillas rivales que dominan la violencia juvenil en El Salvador, toda Centroamrica y parte de Mxico, no se tatan para no ser reconocidos con tanta facilidad por la Polica. Barrios enteros o pequeos municipios se sienten marcados sin necesidad de que sus paredes estn manchadas. Basta el asedio de enterarte cada maana en primera persona, en la panadera, de lo que el resto del pas solo sabe por los noticieros.

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Too recibe a menudo en su oficina recados annimos, mensajes en el celular, pedazos de papel o algn croquis que le indican dnde hay otro cadver:

Cuando encuentras un muerto, va a haber otro. El fin de semana pasada hubo cuatro en Mejicanos, y la semana que viene va a haber cinco.

Cada crimen es el comienzo de una venganza.

Estamos en su despacho a pocos metros de una iglesia. Abre su laptop y me muestra fotos brutales, obs-cenas en su crudeza a todo color. Fotografas sin un pice de caridad sacerdotal, como las que tomara un perito forense. Y me relata aquella bsqueda en diciembre del ao pasado, un camino de una hora a travs de campos y quebradas, hasta dar con una zona de olor nauseabundo que hizo vomitar a uno de los dos policas que le acompaaban. A mitad de camino, hastiados, se haban querido negar a seguirle hasta all. El cuerpo de Josu era un espantapjaros consumido y de piel curtida dentro de sus ropas de marca. Su crneo estaba a sus pies, a menos de un metro, en un riachuelo. Su madre lo haba buscado durante 25 das.

Josu, Pintn, haba salido de la crcel un mes antes, y dicen que en octubre haba participado en el doble asesinato del Pasaje Tres de la Sierra Alta. Too sabe toda la comunidad sabe

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que en un ao han muerto cuatro de los cinco pandilleros que supuestamente estuvieron all. Don Rigo y los jvenes de la Sierra Alta dicen no tener nada que ver, pero cuando lo oyes por primera vez cuesta no sospechar que alguien est saldando cuentas. El tiempo te hace cambiar de opinin. Una vez respiras la cadencia con que camina la muerte en este territorio empiezas a aceptar que la velocidad de cada de los cuerpos puede deberse a una simple razn fsica, porque el mundo de las maras tiene su propia ley de la gravedad.

*

V

estidos de negro, los dos pandilleros dieron el tiro de gracia a Michael primero y a No despus. Uno de ellos lle-

vaba la cabeza descubierta; el otro, tapada con una capucha. No tenan ms de 15 aos. Con sus pistolas descargadas apuntaron a las ventanas y puertas que quedaron abiertas. El silencio fue el s que esperaban. Nadie reconocera nunca haberles visto. Salie-ron corriendo hacia la senda que lleva a la Buenos Aires. Hay quien dice que se metieron en una vigilia. Hay quien insiste en que cuando la Polica lleg y lo supo no quiso ir a buscarlos.

Michael, que haba recibido los disparos por la espalda, trat de llegar a su casa. Apenas dio un par de pasos y cay, con los naipes al alcance de la mano. A No lo recogieron an con vida, derrumbado sobre la pared como una marioneta. Don Rigo pidi con desesperacin un carro pero solo encontr un muro de mira-

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das. A pocos metros haba un taxi pero el dueo pareca haberse esfumado. El resto de quienes en la colonia tenan vehculo se encerraron. En el otro pasaje, Carlos, el Garra, ya emprenda marcha cuando llegaron a pedirle el auto. Hizo bajarse a su familia, carg lo que quedaba de No y vol hacia el Hospital Zacamil. Por el camino, don Rigo iba pidiendo un milagro.

Seor, T me lo diste y si me lo quieres dejar, djamelo bueno y sano, y si te lo quieres llevar, llvatelo. Lzaro tena cuatro das de muerto y le diste vida; en tus manos te lo pongo.

En el carro iba tambin Zulma, una prima de No.

Arriba, en la comunidad, se haba desatado una lluvia tenaz y Doa Gladis, la madre de Michael, coloc una sombrilla negra sobre el cuerpo de su hijo, para que no se mojara. La Polica haba acordonado la zona pero Medicina Legal tard cerca de tres horas en aparecerse. Para cuando lo hicieron, ya casi todos los vecinos estaban en sus casas.

Cuando No lleg al hospital, los enfermeros no quisieron bajarlo del vehculo porque pensaban que ya estaba muerto, pero Zulma le habl entre lgrimas:

No nos dejs.

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Doa Gladis, madre adoptiva de Michael con la foto que Padre Too hizo para la misa funeraria de los dos amigos. Michael Douglas valos, 15 aos y Jos No Snchez 19 aos fueron asesinados juntos el 3 de Octubre de 2008. Donna DeCesare, 2009. Todos derechos reservados.

No alcanz a mover un brazo. Muri a los pocos minutos, en una camilla.

*

D

oa Gladis es una mujer pequea y vivaracha que esconde su energa detrs de un puesto del mercado de

Mejicanos y su dolor tras dos ojos achinados que se ren todo el tiempo. Diluye la ausencia de Michael en sus dos perros, en das llenos de prisa y preocupaciones rutinarias que ya lo eran hace un ao, pero que ahora se levantan como un parapeto para que el da a da le permita no pensar en el da a da. Falta ms de un mes y medio para que se cumpla un ao exacto del asesinato. Me pregunta si el padre Too ha dicho algo sobre las estampas

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de cartn impreso que Don Rigo y ella quieren entregar como recuerdo a quienes asistan a la misa de aniversario. Est impaciente por que me marche, pero me muestra un recorte de peridico de dos das despus del crimen. En l se dice que los dos jvenes eran ex pandilleros en rehabilitacin.

No es cierto dice.

No es cierto que fueran ex pandilleros en rehabilitacin, pero s lo es que No estuvo a punto de brincarse cuando estaba en noveno grado. El ao anterior lo haban expulsado de la escuela Francia. All haba conocido a Alexander, el Araa, un lder local de la MS, que le agarr cario pese a que tenan un par de aos de diferencia de edad.

No era vivo, descarado, inconforme, y buscaba opciones. Comparti horas muertas, tabaco y marihuana con el Araa y otros pandilleros. Vacil con la MS, como tantos otros hacen atrados por la violencia. El Araa le dijo que no se metiera, que era un camino difcil, y l le hizo caso. Al Araa lo mataron a finales de 2007.

Unos primos me lo han dicho. Incluso dicen que s se haba brincado confirma Zulma, que vive en la casa contigua a la de Don Rigo.

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Brincarse es cruzar la frontera difusa entre el dentro y el fuera de la pandilla. Y a la pandilla no le gustan las fronteras ni los que las frecuentan ni quienes tratan de regresar atrs despus de haberlas cruzado. No crey por un tiempo que la MS le haba perdonado la vida porque se haba calmado y tena un hijo, pero en los ltimos meses coment a un par de amigos y conocidos su miedo a la ira de la MS. Es difcil, aun as, estar seguro de por qu murieron No y Michael.

Fue la 18.

Moiss es, de los muchos primos de No, el que ms tiempo pasaba con l. Conoce sus andanzas y malandanzas. Y cuando dice que lo mat la 18 lo hace con la seguridad de los jvenes que creen haber vivido ms que sus mayores. Quince das despus del asesinato, se encontr al final del Pasaje Tres con Walter, el Peln, el lder de la MS que sucedi al Araa:

Es verdad que mataron a la Perra? pregunt usando el apodo que muchos amigos daban a No. S. Y todos dicen que fueron ustedes. En ningn momento. Yo no di orden ni autorizacin para que subieran a fregar aqu.

Y Moiss le cree, porque dice que Walter es el que lleva la palabra, quien decide quin vive y quin muere. Y porque otros

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vecinos le han dicho que la noche del 3 de octubre estaba entre los verdugos de negro un 18 al que todos conocen. Moiss cree que iban por otros, por dos vecinos que unas semanas antes, durante la noche del festival de la yuca, en las fiestas municipales de Mejicanos, haban acabado a golpes con unos Barrio 18 de la colonia Tazumal, por un empujn mal dado en mitad del baile.

Les confundieron, entonces? le pregunto. Ms fue como dejar un mensaje: no los encontramos, pero matamos a estos y volveremos. Y no ha quedado ah Por eso los mismos mareros siguen subiendo.

Siempre suben a la Sierra Alta. Pero nunca se quedan, porque aqu los jvenes presumen de no estar en maras, pero tambin de ser valientes y de haberse enfrentado con ellas a pedradas y cuchilladas hace aos, cuando las maras an no eran una rueda dentada de matar. Los que hace diez aos eran jvenes en la comunidad, Carlos el Garra, Caln y algn otro que roza la treintena, tenan tres chacas escopetas hechizas y baldes con piedras escondidos por si los pandilleros se acercaban. Carlos, que llev en su carro a No al hospital, tiene dos cicatrices de cuchillo y caus otras tantas. Eran tiempos de cierto t a t. Mandaba el cuerpo a cuerpo.

De aquella poca vienen extraos respetos que hacen que los de la Sierra Alta no puedan bajar a la colonia Montreal o la Bue-

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nos Aires, pero los de all o los de la Mnico tampoco pueden pasear por los pasajes de la Sierra Alta si no estn dispuestos a recibir o dar palos o tiros. En algunos jvenes de la Sierra Alta hay una inusual fuerza desafiante que podra parecer pica y que no se apaga con muertos.

Es mejor que no sepas. Mejor no preguntes.

Le dijeron a Elizabeth, que vive en el Pasaje Dos, una vez que pregunt a sus vecinos por qu la rivalidad entre los jvenes de la Sierra Alta y los pandilleros de la Buenos Aires. Le contaron que el problema es que la MS quiere, siempre ha querido, que los chicos de la Sierra Alta se hagan pandilleros. Le dijeron que amenazan con matar a quien no se les une. Pero no es del todo cierto.

La mara no recluta dice Too. La mara no presiona. Meterse es voluntario dice Moiss.

Lo que le ocultan a Elizabeth es que muchos jvenes de la Sierra Alta fueron aos atrs de la Mara Gallo, una de esa pequeas pandillas como la Mao Mao, como la Mara Chancleta, que nacieron a principios de los 90 para pelear por el control de unas pocas cuadras y acabaron sucumbiendo o siendo absorbidas unos aos despus por la violencia casi industrial de la MS

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y del Barrio 18. Ahora los mapas de municipios como Mejicanos se dividen entre zonas controladas por una u otra, y zonas en disputa. No hay ms. Como un GPS artesanal, el espacio se define respecto a la mara ms cercana.

Los de la Gallo ya no son nadie, pero en la Sierra Alta lograron que su colonia no la controlen otras pandillas. Los chicos ms jvenes del barrio ya no son Gallo, pero tienen inyectada cierta dignidad antigua y han heredado una frontera. Unos metros cuadrados que son suyos, al fin y al cabo.

Moiss pens incluso en meterse en la mara para vengar a su primo, pero no lo hizo. Se fue a vivir a Guatemala una temporada, por precaucin, hasta que se cans de estar lejos y regres. Ahora, sentado en una cafetera de Mejicanos, recin desayunado, me mira como de refiln y dice que no tiene miedo.

A m tambin me amenazaron, como a No, pero ya hace tiempo. Ahora estoy tranquilo. Pero si te encuentran en la calle... Ah, s, al que encuentran en la calle s lo van a matar.

*

E

sdras vive en una casa amplia que hace esquina, en la calle principal de la colonia, a escasos 20 metros del lugar

donde No y Michael jugaban cartas aquella noche. Como No, tambin conoci al Araa. Fue el Araa, con otros dos panJONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

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dilleros, quien en dos ocasiones trat de matarlo y lo dej por muerto tirado en la calle. La primera vez, en septiembre de 2004, estaba en una cantina cercana cuando le atacaron con machetes. Los mir a la cara, pero no estaba ni armado ni sobrio para reaccionar. Solo trat de defenderse del primer golpe, con el brazo derecho, y se lo cercenaron casi a la altura de codo. Se desmay, pero las cicatrices le sirven para saber qu pas despus. Tiene marcas en el crneo, la espalda y la mano izquierda. Apenas puede mover tres dedos. Otra cicatriz, horizontal, en la nuca, dice que quisieron decapitarlo.

Si se acuerda, aparecan muchos sin cabeza esos das.

Esdras, como muchos otros vecinos y buena parte de los cadveres del barrio en los ltimos aos, tiene nombre bblico: Esdras Gamadiel Ribera. Y como otros, fue pandillero. No lo oculta. Fue de la Mao Mao, que agrupaba a los estudiantes de los institutos tcnicos en esa poca en que las pandillas parecan solo peligrosas bandas de chicos inadaptados, que robaban a algn vecino y solo peleaban entre ellos. Pero ser de la Mao-Mao, con la MS y la 18 en las calles, era un pasaporte a perder sufriendo.

El segundo ataque fue ocho meses despus, el sbado 15 de junio de 2005.

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Lo recuerdo porque iba a ser el da del padre el 17, y haba ahorrado unos tres dlares para un regalo. Y me los robaron en el hospital- cuenta.

Haba pasado los meses anteriores en Honduras, en casa de una abuela, escondido y recuperndose de las heridas, pero crey que ya no lo buscaban y quiso volver a la Sierra Alta. Una tarde, como al mes de regresar, sali hacia una tienda cercana y no repar en que por la calle venan el Araa, Gasper y Nico, los mismos tres de la otra vez. Cuando los vio estaban a solo un par de metros. Esdras respir hondo y sigui andando. El primer balazo fue por la espalda y se qued en su columna. Lo dej paraltico. El segundo le dio en el hombro y se aloj en su pecho, aunque hoy esa bala se menea entre su piel y el msculo, y se desplaz hasta ser un pequeo bulto en su espalda que se mueve cuando lo toco con los dedos.

Supongo que se les encasquill el arma, por eso no me remataron- me dice.

En el hospital, la enfermera, se atrevi a bromearle:

Cuntas veces te vas a morir?

Desde su silla de ruedas, adornada con imgenes de superhroes, y con el mun cubierto por un armazn de plstico ata-

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do con correas a su espalda, Esdras ve pasar la rutina del barrio como un vigilante omnisciente y sin nada que perder. Los chicos y sus madres pasan y le saludan desde la calle. Algn camin de reparto le lanza una gaseosa de regalo. Con su enorme mirada preocupada, siempre fruncida, el pelo largo recogido en una cola rizada, y una barba rala de adolescente que le hace parecer ms frgil todava, Esdras despierta en aquel barrio de amenazas un tipo de simpata que solo merecen los dbiles.

A m ya ni me toman en cuenta- dice sobre la posibilidad de que la MS quiera terminar a la tercera lo que el Araa y los suyos comenzaron.

No sirvo ni para que me maten, parece querer decir desde una esquina del patio, bajo una techumbre de lmina colocada solo para darle sombra. Confiesa sin embargo que no se atreve a recorrer los 20 metros que le llevaran hasta la esquina del pasaje tres, o un poco ms all, hasta las mesas de piedra del fondo.

Hasta all? No hombre. Con que a mi primo que vive en esta esquina mi ta no le deja ya venir a visitarme, porque le da miedo que ande fuera. Antes vena Y cuntos aos tiene? Mi primo? 15.

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Michael y No estuvieron jugando naipes cuando los encapuchados llegaron a matarlos. Terminaron con los juegos de naipe por un tiempo. Pero ahora los jvenes comienzan otra vez a abrir partidas de pquer bajo las lmparas de la calle con apuestas de unos pocos centavos de dlar. Pero hoy siempre hay alguien vigilando en la direccin de Montreal y Buenos Aires. Donna DeCesare, 2009. Todos derechos reservados.

*

D

espus de la muerte de No y Michael hubo como seis meses de toque de queda sin que nadie lo decretara.

Ningn nio o joven sala a la calle despus de las cinco. Muchos se fueron a pasar una temporada a casa de algn familiar, lejos. Nia Elena no venda comida por las tardes. Dej de haber partidas nocturnas de cartas. Un ao despus, a un mes del aniversario, el temor ha cedido pero la Sierra Alta solo despierta a ratos.

Esto est peor. Estn subiendo ms a menudo; casi todos los das. Es insoportable.

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Al otro lado del telfono, Elizabeth es ms serena que sus palabras.

Das despus, en su casa, me cuenta que el viernes 14 robaron el celular a Edgardo, el Flaco, que vive en el Pasaje Cuatro, y le amenazaron con matarlo si volvan a verlo. Esa misma noche subi sus cosas al bal del carro de su hermano y se fue.

El da antes, el jueves 13, la madre de Elizabeth dorma en una hamaca en el patio de su casa y escuch a eso de las diez de la noche un tropel y voces juveniles.

Aqu pasan, aqu se renen esos hijos de la gran puta, aqu suelen estar como a estas horas!

Eran los de la MS de la colonia Montreal, pero esa noche no haba nadie. Los jueves, de vez en cuando, un grupo de jvenes de barrio se rene en la calle con un monitor de la parroquia, para hablar. Durante el ltimo ao han cambiado su rutina y no tienen ni da ni lugar fijo para esas reuniones. Por seguridad. Saben que para la mara cualquier concentracin de jvenes, cualquier grupo organizado, es un adversario. Ni siquiera dejan que los vecinos de la comunidad sepan con antelacin dnde y cundo ser la prxima cita. No se fan.

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Hay una vecina que todos dicen que llama por telfono a los mareros para avisar si los jvenes estn reunidos o dnde estn los chicos jugando cartas. Y hay un joven del Pasaje Tres del que se cree que anda de novio con una pandillera de la 18. Y hay otros que se juntan con los de la MS y viven en el Pasaje Ocho. En la colonia ya nadie sabe bien en quin confiar. Cada vecino est solo, y ninguno cree en la Polica.

Cuando te llamen, espera a la balacera y solo llegas a reconocer a las vctimas. As no te arriesgas. Si no, no vas a durar mucho en este trabajo.

Dice una vecina que instruyeron a un primo suyo, cuando ingres en la Polica Nacional Civil. Y confiesa que cuando quiere llamar para poner una denuncia cambia el chip del telfono para que la Polica no la identifique.

Los vecinos tambin tienen sus propias instrucciones, impuestas por la mara: Ver, or y callar, o vos segus. Y para cumplir es mejor ni siquiera mirar cuando alguna tarde pasan jvenes con una pistola en la mano, y es conveniente que nadie sospeche que hablas de lo que no debes.

Por eso Doa Gladis, la madre de Michael, apenas me habla y teme que los vecinos sepan que soy periodista.

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Don Rigoberto ha llegado al cementerio bien peinado, con una impecable camisa caf. Al sentarse sobre la tumba de su hijo Jos No Snchez se emociona con el dolor profundo que aun un ao despus no se lo quita. Donna DeCesare, 2009. Todos derechos reservados.

*

D

esde el Hospital Zacamil, Carlos el Garra regres al pasaje pero de inmediato se fue adonde un amigo a lavar

el carro.

Le tuvimos que meter el taladro al suelo del lado del copiloto para vaciar la sangre que se haba encharcado, porque no haba de otra manera. Hicimos cuatro agujeros con un taladro y dejamos que se vaciara. Todava estn ah los agujeros, debajo de la alfombrilla de mi carro.

La noche en que el Garra me cuenta esto a pocos metros de la esquina del crimen, Don Rigo, a mi lado, de pie en la

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calle, llora en silencio y mira hacia otro lado. No lleg al hospital casi sin sangre en las venas, con la mandbula y parte de la cara destrozada. Y su padre lo escucha, como si mi necesidad de averiguarlo le obligara a revivirlo.

La vela de No y Michael fue multitudinaria. Por la Funeraria Lpez desfil toda la comunidad, entre el dolor y la ira. A los jvenes de la Sierra Alta les prohibieron acudir en grupo y lo hicieron en relevos, acompaados de sus familias. Les dijeron que era ms seguro. Aun as, fue una noche de miedos. Corra el rumor de que iban buscando a otro ms de los muchachos para matarlo.

Decan que all mismo andaban los que dispararon a No.

Cuenta Lissette con un susurro casi mecnico, o tal vez habituado a arrastrar a velocidad constante el peso incmodo de las palabras. Me ha recibido con frialdad. No est de acuerdo con que se remueva lo sucedido. A su lado, Yenson juega en el suelo y al cabo de un rato se hace el muerto.

Lissette y el nio, aterrados, se fueron de la Sierra Alta a las dos semanas del funeral. Ahora estn con la madre de ella cerca de la frontera con Honduras en el departamento de Morazn o en el La Unin, no s bien, porque temo que ella me miente cuando me dice dnde est viviendo.

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La madre de No, Doris, tard unos meses ms en abandonar a su esposo. Lo hizo poco a poco, pasando cada vez ms tiempo fuera al principio, llegando tarde por las noches despus, hasta que un da ambos se encontraron en la calle y ella aprovech para decirle que no la esperara despierto, que no iba a regresar. No soport la soledad de no tener a No, el nico que la defenda en las disputas familiares. Dej a Don Rigo engrillado a una casa sin heredero, en la que hace un ao vivan siete personas y ahora son solo tres, y de la que Guadalupe, su hija, una figura silenciosa, voluntariamente marginal, una enfermera titulada que busca trabajo y no desafa a su padre, se ir tambin en cuanto pueda.

Como pretende hacer Zulma.

Lo que quiero es trabajar y marcharme de este sitio. No por m, sino porque mis hijos acaban siendo un factor de riesgo dice.

Tiene dos: uno de diez y otro de doce. Los sac de la escuela Francia, en la que estudi ella, en la que estudiaron No y Michael, y el Garra y Caln y Noel y Pintn. Y la mayora de los que han estado a uno de los dos lados de un can de pistola los ltimos aos en esta zona. Dice que all las pandillas estn ya hasta en las aulas de cuarto grado.

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Yo si hubiera tenido la conciencia social que tengo ahora no tendra hijos; me hubiera esterilizado. Y los amo, pero este pas no es apto para tener hijos.

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H

ugo Ramrez tiene nuevo despacho. Hubo cambio de mandos en la Polica hace unas semanas y el subcomisio-

nado Ramrez ha ascendido a subdirector nacional de Seguridad Pblica. Dicen de l que es uno de los que mejor conoce a las pandillas en El Salvador, desde sus aos de trabajo de campo en Mejicanos.

Me recibe cordial y comenta el ltimo parte policial que ha llegado a su mesa: pandilleros de la MS en un vehculo le arrebataron de los brazos a su hijo a una pandillera de la 18 que esperaba turno en una unidad de salud del barrio Concepcin, en el centro de San Salvador. El beb de 13 meses apareci al da siguiente en un predio baldo de Quezaltepeque, a 20 kilmetros de la capital. Lo haban degollado con una hoja de afeitar. Se hace un silencio y me ofrece caf. Dice que un amigo le ha trado un caf colombiano que es delicioso.

Hemos previsto recuperar el sistema de patrullajes porque se puede decir que hemos perdido control en el territorio.

Admite cuando le pregunto por la situacin actual del combate a las pandillas en el pas. Asegura que las polticas de los anterioJONATHAN NO TIENE TATUAJES Crnicas de jvenes centroamericanos en la encrucijada.

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res gobiernos hicieron menos eficiente a la Polica, pero dice que eso va a cambiar. Cree que la Polica ha estado separada de la comunidad, que hay una crisis de confianza y, cuando le pregunto por la muerte de No y Michael, busca en sus tablas y no encuentra nada. Ni siquiera los dos cadveres. Se quita las gafas.

Que raro uno en 2003, otro en 2005, en 2006 me aparecen dos un total de cuatro, pero despus no me aparecen ms homicidios en esa zona. Habra que revisar.

El subcomisionado se compromete a investigar y lo hace. Un par de semanas despus me llamar para confirmarme que la nica pesquisa que se hizo sobre el doble asesinato en la Sierra Alta fue una inspeccin ocular la lluviosa noche del 3 de octubre. Desde entonces, nada. Es uno de los miles de casos que nunca se resolvern en un pas que en 2009 promedi 13 homicidios diarios.

Qu papel tienen los vecinos en la lucha contra las pandillas?

Ramrez, con el pelo corto plagado de canas y bigote, casado y sin anillo, levanta la cabeza y mira al techo, no s bien si esperando que en su cerebro se decante la mejor respuesta o improvisando una para una pregunta que nunca se ha hecho. Un ayudante suyo, Wilfredo Preza, sale al paso.

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Es que habr que llamarlo lucha?

Le veo intenciones de lanzarse a una reflexin sobre la prevencin y el abordaje de la violencia desde las teoras del desarrollo humano sostenible. No le da tiempo.

En la prctica es una guerra, una guerra social, no poltica arranca por fin Ramrez, como callando al pupilo. La Polica nunca ha sido un objetivo para ellos en trminos de beligerancia Y qu ha sido la gente comn? Mientras no haya ms organizacin de las comunidades, fuerte estructuracin, presin social, ellos van a tener un papel intrascendente, de espectadores de vctimas.

El asesinato de No provoc la desintegracin de la familia. En una casa donde vivan 7 ahora slo viven tres. Don Rigo est entrando con las sbanas que no logr vender mientras su mam de 93 aos sale de la cocina para recoger ropa secando en el jardn. La hermana de No, Guadalupe no est presente y pronto va a mudarse tambin dejando a Don Rigo y su mam solos. Donna DeCesare, 2009. Todos derechos reservados.

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*

L

os compaeros de equipo de No y Michael no han venido a la misa del aniversario de su muerte. Dicen que tenan

partido, que no podan faltar. Supongo que alguno de ellos se habr dicho a s mismo que es lo que No y Michael hubieran querido. No han visto derrumbarse en la ltima fila de bancos de la Iglesia a Doa Gladis, deshecha en llanto, casi cargada sobre los hombros de su madre y de Elizabeth, ni la han visto reinventarse en risas en cuanto termin la ceremonia, hablando de su perrita que va a dar a luz, echndome en cara con gestos de madre que hace das que no voy a visitarla.

Don Rigo ha llegado del cementerio bien peinado, con una impecable camisa amarilla, y se ha sentado en un banco de adelante l solo, con la sonrisa de un da de fiesta, nervioso, despus de haber llorado lo necesario de rato en rato durante todo el da y anfitrin ahora de la conmemoracin del vaco alrededor del que gira su vida.

La iglesia est casi vaca. La madre de No no ha llegado, ni ha llamado en todo el da, ni existe ya en esa familia. El pequeo Yenson se ha dormido en brazos de Lissette, sentada en una de las ltimas filas. Han hecho un viaje de seis horas para estar aqu pero maana se van de nuevo.

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