Jon Sobrino La resurrección de Jesús desde las victimas

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259 JON SOBRINO LA RESURRECCIÓN DE JESÚS DESDE LAS VÍCTIMAS El tema de las víctimas coincide, en el fondo, con el tema de los «pobres». La referencia esencial de Jesús al mundo de los pobres constituye también el punto de referencia instituible para toda cristo- logía. Así nos lo decía Jon Sobrino en un artículo anterior (ST 150, 1999, 160-168) en el que, a propósito de las víctimas afirmaba: «Hace medio siglo Auschwitz fue la vergüenza de la humanidad. Pero desde entonces ¿cuántos Auschwitz ha habido? (...). Auschwitz no es cosa sólo del pasado. Seguimos en Auschwitz». El tema de las víctimas sigue vivo en teología y por la resurrección de Jesús queda todo él transido de esperanza, libertad y gozo. Vivir como resucitados: la resurrección de Jesús desde las víctimas, Utopías 7 (1999) 15-17. La referencia de Jesús hacia el mundo de los pobres adquiere nuevas dimensiones con la resu- rrección. Con ella comienza un proceso de universalización: el Cristo cósmico va más allá de Je- sús de Nazaret (por Cristo fue creado todo, Cristo es cabeza de la creación...). Pero la resurrección no hace olvidar a «Jesús y los pobres». La resurrección de Jesús es descrita en los discursos programáticos de los Hechos como un drama en dos actos. Primer acto: «Voso- tros matasteis al inocente, al jus- to». Segundo acto: «Pero Dios lo resucitó de entre los muertos». Dios no resucita a un cadáver, sino a una víctima. No muestra en primer término su poder, sino su justicia. La resurrección hace, pues, referencia esencial a las víctimas, al pobre por antonomasia. Dios es y hace en la resurrección lo que Jesús fue e hizo en vida. Des- de aquí es desde donde quere- mos reflexionar sobre cómo po- demos vivir ya como resucitados en la historia. Ante todo hay que decir que no se trata de vivir en condiciones lo más inmateriales posibles, sino de vivir el segui- miento de Jesús con el mayor amor posible: «hay que bajar de la cruz a los pueblos crucifica- dos». Pero hay que preguntarse qué añade la resurrección, como triunfo, al seguimiento de Jesús, en nuestra vida histórica. Y esto, en mi opinión, son estas tres co- sas: esperanza, libertad y gozo. La esperanza de las víctimas Aquél para quien su propia muerte sea el escándolo funda- mental y la esperanza de supervi- vencia su mayor problema -por razonable que sea- no tendrá una esperanza específicamente cris- tiana ni nacida de la resurrección de Jesús, sino una esperanza ego-

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JON SOBRINO

LA RESURRECCIÓN DE JESÚSDESDE LAS VÍCTIMAS

El tema de las víctimas coincide, en el fondo, con el tema de los«pobres». La referencia esencial de Jesús al mundo de los pobresconstituye también el punto de referencia instituible para toda cristo-logía. Así nos lo decía Jon Sobrino en un artículo anterior (ST 150,1999, 160-168) en el que, a propósito de las víctimas afirmaba:«Hace medio siglo Auschwitz fue la vergüenza de la humanidad. Perodesde entonces ¿cuántos Auschwitz ha habido? (...). Auschwitz no escosa sólo del pasado. Seguimos en Auschwitz». El tema de las víctimassigue vivo en teología y por la resurrección de Jesús queda todo éltransido de esperanza, libertad y gozo.

Vivir como resucitados: la resurrección de Jesús desde las víctimas,Utopías 7 (1999) 15-17.

La referencia de Jesús hacia elmundo de los pobres adquierenuevas dimensiones con la resu-rrección. Con ella comienza unproceso de universalización: elCristo cósmico va más allá de Je-sús de Nazaret (por Cristo fuecreado todo, Cristo es cabeza dela creación...).

Pero la resurrección no haceolvidar a «Jesús y los pobres». Laresurrección de Jesús es descritaen los discursos programáticosde los Hechos como un dramaen dos actos. Primer acto: «Voso-tros matasteis al inocente, al jus-to». Segundo acto: «Pero Dios loresucitó de entre los muertos».Dios no resucita a un cadáver,sino a una víctima. No muestraen primer término su poder, sinosu justicia.

La resurrección hace, pues,referencia esencial a las víctimas,al pobre por antonomasia. Dioses y hace en la resurrección loque Jesús fue e hizo en vida. Des-

de aquí es desde donde quere-mos reflexionar sobre cómo po-demos vivir ya como resucitadosen la historia. Ante todo hay quedecir que no se trata de vivir encondiciones lo más inmaterialesposibles, sino de vivir el segui-miento de Jesús con el mayoramor posible: «hay que bajar dela cruz a los pueblos crucifica-dos». Pero hay que preguntarsequé añade la resurrección, comotriunfo, al seguimiento de Jesús,en nuestra vida histórica. Y esto,en mi opinión, son estas tres co-sas: esperanza, libertad y gozo.

La esperanza de las víctimas

Aquél para quien su propiamuerte sea el escándolo funda-mental y la esperanza de supervi-vencia su mayor problema -porrazonable que sea- no tendrá unaesperanza específicamente cris-tiana ni nacida de la resurrecciónde Jesús, sino una esperanza ego-

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céntrica.Lo que des-centra nuestra es-

peranza es la captación de lamuerte actual de los crucificadoscomo lo absolutamente escanda-loso, muerte con la que no sepuede pactar y de la que no sedebe hacer algo en último térmi-no secundario para la propia per-sona en virtud de la esperanza enla propia resurrección. A un Diosque va siendo descubierto comoamoroso y en favor de las vícti-mas se le puede correspondercon amor radical en favor deellas, y de ahí que se haga, tam-bién, más aguda la pregunta porel destino último de esas vícti-mas.

La esperanza de la que habla-mos es difícil, exige hacer nuestrala esperanza y, con ello, la reali-dad de las víctimas. Pero, contodo, es esperanza real. Es comoun don que nos hacen las mismasvíctimas. En la realidad de las víc-timas no sólo hay pecado y exi-gencia de erradicarlo, sino quehay también gracias y audaciapara la esperanza. Las víctimasnos ofrecen su esperanza.

Libertad como triunfo sobreel egocentrismo

La libertad refleja el «triunfo»del resucitado no porque nosaleja de nuestra realidad material,sino porque nos introduce en larealidad histórica para amar sinque nada de esa realidad sea obs-táculo para ello: ningún miedo nininguna prudencia paralizante.Dicho en lenguaje paradójico, lalibertad es atarse a la historiapara salvarla, pero -siguiendo la

metáfora- de tal manera quenada en la historia ate y esclavicepara poder amar.

Lo normal es que el amor alos pobres y las víctimas vayatambién acompañado de atadu-ras a otros amores –el partido, laorganización, la congregación re-ligiosa, la institución eclesial– locual casi siempre mitiga, condi-ciona o tergiversa el ejercicio delprimer amor a los pobres (y nadadigamos cuando se está atadopor la ambición de riqueza y po-der). Pero hay un amor como elde Mons. Romero, que amó a lospobres y no amó nada por enci-ma de ellos ni con la misma radi-calidad que a ellos, sin segundasintenciones, sin que los temores(persecución, destrucción de pla-taformas eclesiales, asesinatos desacerdotes, religiosas, agentes depastoral) o incluso otros amoreslegítimos le desviaran de eseamor fundamental, y sin que losriesgos que se corren por eseamor le aconsejaran prudencia.En este tipo de amor se hace pre-sente la libertad. Esta libertadnada tiene que ver con salirse dela historia, pero ni siquiera tieneque ver en primer término con elderecho a la propia libertad, aun-que ese derecho sea legítimo y suejercicio sea cada día más apre-miante dentro de la Iglesia. Con-siste en vivir en pobreza, «a la in-temperie», como Pablo, partici-pando en la cruz de Jesús y de lospobres.

El gozo como triunfo sobrela tristeza

La otra dimensión de lo que

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de triunfo hay en la resurrecciónes el gozo, y el gozo sólo es posi-ble cuando hay algo que celebrar.Vivir con gozo significa «celebrarla vida». Esto puede sonar suma-mente paradójico en situacionesde terrible sufrimiento como elde los pueblos crucificados, peroocurre. Los participantes en untaller sobre espiritualidad popu-lar decían: «Lo que se opone a laalegría... es la tristeza, no el sufri-miento».

El gozo de celebrar la vidaproviene de la honradez con lobueno de la realidad. Es la de Je-sús cuando se alegra de que lospequeños hubiesen entendidolos misterios del Reino, cuandocelebra la vida con los margina-dos o cuando invita a llamar aDios, Padre de todos. Hoy tam-bién ese gozo es posible. Es elgozo de comunidades que, a pe-sar de todo, se reúnen para can-tar y recitar poesías, para mos-trar que están contentos porqueestán juntos, para celebrar la eu-caristía. Es el gozo de Mons. Ro-mero, acosado por todos lados ypor todos los poderes, pero quese llenaba de gozo visitando a lascomunidades.

Reflexiones finales

1. Lo que mantiene la origina-lidad del cristiano es la relaciónDios-pobres, relación que esbuena noticia. Cristológicamenteesto se concreta en que los po-bres son la referencia de Jesús,referencia que no desaparece,sino que cobra nuevas dimensio-nes con la resurrección.

2. Desde aquí se puede com-

prender la universalización de Je-sús y la proclamación del Cristocósmico (mayor que Jesús de Na-zaret). El fundamento de esa uni-versalización es que Jesús, paraser buena noticia, sólo necesita«ser humano», «tomar carne»,más exactamente, «hacerse sarx,lo débil de la condición humana».Jesús no es especial, según la fecristiana, por algún añadido a suhumanidad, sino por profundizaren ella. Dios asume la humanidadde Jesús para expresarse, y al ex-presarse crea esa humanidad.«Lo humano sin añadidos» es loque hace presente a Dios, no elpertenecer a una u otra tribu deIsrael, no el ser varón o mujer, noel ser judío, griego o maya. Pero,aunque no son necesarios los«añadidos», sí son necesarias lasconcreciones: misericordia, fideli-dad, entrega, solidaridad (comodice la Carta a los Hebreos).

3. En lo cósmico, entendidocomo lo universal de lo humano(y ensanchado más allá de lo hu-mano) puede participar cualquiervarón o mujer, miembro de cual-quier religión. En este sentido, eldiálogo interreligioso debiera serlo evidente. Pero sí hay algo espe-cífico en ese «Cristo cósmico»(si integra centralmente a Jesúsde Nazaret): su referencia esen-cial a los pobres y las concrecio-nes mencionadas. Universalidadsin parcialidad, cosmicidad sin re-ferencia a los pobres no puedellevarse a cabo en nombre de lafe cristiana (quizás sí en nombrede otras fes).

4. Para la evangelización todoesto supone, ante todo, la volun-tad de «ser real» en un mundo

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de pobres, de comprender y vivirla fe como buena noticia de Diospara ellos, de anunciar a Jesúscomo la alianza entre Dios y

ellos. Desde ahí, hay que abordarotras dimensiones de la evangeli-zación y, ciertamente, la incultu-ración.

Condensó: SILVESTRE FALGUERA

Personalmente, uno ha vivido, ha sufrido, ha soñado y, a su alcance,ha estropeado también, en cierta medida, las «varias» Iglesias de esasola Iglesia que han pasado, que siguen pasando por la vida de uno.

Primero fue la Iglesia de casa. La tradicional Iglesia católica de unafamilia y de un pueblecito de España, de Catalunya.

Después fue la Iglesia frente al mundo, de un obsesionado jovenmisionero que se lanzaba a destruir los molinos del mal viento detodos los pecados y a conquistar todas las almas.

Más tarde ya va siendo, cada vez más, la Iglesia del Reino. Laservidora del Reino. El sacramento cristiano del Reino.

Va siendo, pues, la Iglesia de Jesús. La única verdadera Iglesia quelos seguidores del Maestro vamos asumiendo, construyendo, destru-yendo, y soñando a través de estos varios modelos de Iglesia que lahistoria humana posibilita y condiciona; peor de lo que debería ser;siempre mejor de lo que aparece porque no le ha faltado nunca elEspíritu del Resucitado que es su alma. Tradicional, militante, en diálogo,ecuménica, evangelizadora, mi Iglesia, nuestra Iglesia, es esta Iglesia queuno ama.

La Iglesia aquella con sus ruinas, semper renovanda, siempre enfuturo que se hizo visión y vocación de Francisco de Asís y que deberíaser visión y vocación de todos los cristianos: «Restaura mi Iglesia,Francisco».

Yo creo en esta Iglesia. Mejor aún: creo la fe cristiana, dentro deesta Iglesia, siendo Iglesia también, haciendo Iglesia. (...).

Cada vez me parece de mayor actualidad y de más anchas po-sibilidades apostólicas la gran pregunta del Concilio Vaticano II: Iglesiade Cristo ¿qué dices de ti misma? Respondiendo a esta pregunta másque pertinente con nuestras vidas, con estructuras eclesiásticasrenovadas y con la gracia del Señor, que nunca faltará, vamos realizandola Misión mediadora de la Iglesia en la historia humana, dentro delcambiante mundo.

TEÓFILO CABESTRERO, El sueño de Galilea. Confesiones eclesialesde Pedro Casaldáliga, Madrid 1992, pág. 147.