John Müller en la presentación del libro de Percival Manglano

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La gestión de nuestra libertad

(Intervención de John Müller en la presentación del libro de Percival Manglano, “Pisando Charcos” de la editorial La Esfera de los Libros)

Estoy triplemente feliz de estar aquí, apadrinando el libro de Percival Manglano. Mi alegría se debe a que es el libro de un liberal joven, a que yo recomendé su publicación a la editorial cuando apenas lo había empezado a escribir, y a que su lectura es enormemente refrescante en este momento histórico decadente que vivimos.

Lo suyo es que yo me refiriera hoy al liberalismo económico, porque para eso escribo de Economía.

Como soy español adoptivo, pero chileno de origen, y tengo algunas ideas liberales, me suelen tildar de Chicago boy, como si esto me resultara insultante porque los monetaristas de Chicago trabajaron asociados con el dictador Pinochet en la rehabilitación de la economía chilena.

Para mí sería un orgullo decir que he estudiado en la Universidad de Chicago, pero no es verdad. Yo me opuse con todas mis fuerzas a los Chicago boys en Chile porque n o podía entender que se impusiera por la fuerza un modelo, por muy liberal que fuera éste, que inicialmente provocó tanto dolor e injusticia. De hecho, no le creí a Milton Friedman cuando fue a Santiago y nos advirtió que la libertad económica acabaría imponiendo, tarde o temprano, la libertad política.

Pero al final, el viejo Friedman, y el viejo Arnold Harberger, otro gran economista de Chicago, tenían razón. Y los demócratas chilenos, en vez de renegar de esa economía liberal, que era la promesa de un futuro mejor, la limpiaron con bálsamos electorales y le otorgaron legitimidad institucional. Ese proceso ha hecho que un país insignificante de Sudamérica se convirtiera en una nación respetada en el presente, en la que muchos españoles hoy se están ganando la vida.

La lección fue que con libertad económica, puede haber distintos grados de libertad política. Pero sin libertad económica, seguro que no hay libertad política.

Pero ¡ojo!, su bienestar actual no fue el regalo de un dictador, sino el fruto del trabajo y el compromiso de millones de personas que decidieron hacer las cosas bien.

Es curioso que esto mismo que se dice hoy de Chile se podía predicar de España hasta hace cinco años. Pero la gran diferencia es que en el sistema chileno, el Estado, que es el ámbito de actuación de la política, es muy pequeño, gasta muy poco y, por lo tanto, su capacidad de condicionar a la sociedad no es a través de la economía, como en España, sino de la ley. Allí

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son los ciudadanos los que deben proporcionarse la salud, la educación y la jubilación. Y lo hacen no sin sacrificios, pero sus decisiones no dependen de la política.

Yo entiendo que una sociedad es más libre cuanto más libres y responsables son sus ciudadanos. Por eso para mí el tamaño y la extensión del Estado me inquieta, porque siento que a través del Estado la decisión política usurpa parte de la libertad del ciudadano.

Pienso mucho en esta relación entre la libertad económica y la política cuando oigo hoy a los españoles, normalmente de izquierdas, decir que si se acaba el Estado de Bienestar se acaba la democracia. Detesto esa afirmación. ¿O sea que si no hay Sanidad pública, hay que cerrar el Congreso? ¿Y si la Universidad no es mayormente gratuita, no volveremos a votar? Esta es la moderna fórmula de gritar ¡Vivan las caenas!

Todo aquel que ha vivido sin libertad sabe que ésta es muchísimo más importante que el paternalismo de un Estado de Bienestar que al final sólo garantiza el bienestar del Estado. Como dice el autor en un pasaje del libro: “Los derechos no son una exigencia para que los demás te den sino para que no te quiten”.

Percival Manglano ha tenido el acierto de centrar su libro en la regeneración de la política española, o sea en el problema de la gestión de nuestra libertad. “Querer reformar España sin reformar los partidos políticos es como pretender saltar un abismo dando dos brincos”, dice.

Y es un acierto porque se equivocan quienes creen que el fallo multisistémico que padecemos hoy se debe a un problema sólo económico. La duración de esta crisis no sólo ha desmentido a los que creían que era pasajera, sino que está desafiando a los que pensábamos que tenía una salida. El problema es esencialmente político porque tiene que ver con la libertad de los ciudadanos que ha sido agostada por un diseño institucional altamente disfuncional.

Por eso como dice Manglano, la salida dependerá “de que se introduzcan los incentivos correctos en la vida política española”. Para eso no es necesario que todos rememos para el mismo lado. De hecho, como el apunta tan sagazmente, “de tanto pedir que todos rememos en la misma dirección, el PSOE ha dejado de remar y de saber hacia dónde remar”.

Lo mejor de este libro, donde el autor demuestra la solidez de su formación en el campo de la Filosofía y de las Ideas, es que nos llena de esperanza descubrir que hay una generación de políticos en España que ven las cosas de otra forma.

No me resisto a finalizar con una anécdota. Cuando Esperanza Aguirre nombró a Percival Manglano consejero de Economía de su Gobierno, él era un

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desconocido. Lo primero que se me ocurrió es que Esperanza, con su admiración por la cultura inglesa, había comenzado a formar su propia Mesa Redonda de la leyenda artúrica eligiendo a un Percival. Así que la llamé y le pregunté quién era Percival. Como ella advirtió el retintín de mi pregunta me dijo: “¡Menos cachondeo, es una persona muy preparada para el puesto!”.

Esa advertencia suya me liberó de mis prejuicios y aunque no traté muy intensamente con Percival mientras fue consejero de Economía y Hacienda, he sido muy consciente de sus logros. Por ejemplo, tuvo que asumir esa desviación de 1.000 millones de euros en el déficit de la Comunidad de Madrid en 2011 que sorprendió a todos y que correspondía a un Presupuesto que no era de su responsabilidad. Por el contrario, las magníficas cifras de déficit presentadas en 2012, sí que lo son y nadie se lo ha reconocido. Y ahí está, además, la decisión que él mismo califica como su gran acierto: la liberalización del comercio madrileño y la supresión de licencias.

Pero la gran lección de esta anécdota es que la mayor virtud de un liberal consiste en que, con su actitud ante la vida, pueda evitar que un prejuicio ciegue a un semejante.