John Maynard Keynes- Las Consecuencias Economicas de la Paz

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Enviado a Francia para participar en los preparativos del tratado de Versalles, Keynes se mostró en desacuerdo con lo que se pretendía hacer, porque pensaba que lo importante no era exigir reparaciones a los alemanes, sino reconstruir la economía europea. El mejor libro de Keynes según sus biógrafos.

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  • 2JOHN MAYNARD KEYNES

    LAS CONSECUENCIASECONMICAS DE LA PAZ

    1919

    NDICEPREFACIO........................................................................................................................3Captulo I INTRODUCCIN............................................................................................4Captulo II. EUROPA ANTES DE LA GUERRA.............................................................6

    I. Poblacin..............................................................................................................7II. Organizacin........................................................................................................8III. La psicologa de la sociedad..............................................................................9IV. La relacin del Viejo Mundo con el Nuevo......................................................10

    Captulo III. LA CONFERENCIA..................................................................................12Captulo IV. EL TRATADO.............................................................................................21

    I..............................................................................................................................24II.............................................................................................................................29III............................................................................................................................36

    Captulo V. REPARACIONES........................................................................................41I. Compromisos adquiridos antes de las negociaciones de la Paz..........................41II. La Conferencia y las condiciones del Tratado...................................................48III. Capacidad de Alemania para pagar..................................................................60

    1. Riqueza inmediatamente transmisible......................................................602. Propiedad de los territorios cedidos o entregados por el Armisticio........643. Pagos anuales distribuidos en varios aos................................................66

    IV. La Comisin de reparaciones...........................................................................74V. Las contraposiciones alemanas..........................................................................78

    Captulo VI. EUROPA DESPUS DEL TRATADO.......................................................81Captulo VII. LOS REMEDIOS......................................................................................90

    I. La revisin del Tratado.......................................................................................91Reparaciones.................................................................................................93Carbn y hierro.............................................................................................93Aranceles......................................................................................................94

    II. Arreglo de las deudas entre aliados...................................................................96III. Un emprstito internacional...........................................................................100IV. Las relaciones de la Europa central con Rusia...............................................102

  • 3PREFACIO

    El autor de este libro, agregado temporalmente al Tesoro britnico durante la guerra, fue surepresentante oficial en la Conferencio de la Paz, de Pars, hasta el 7 de junio de 1919; tambin tuvoasiento, como mandatario del ministro de Hacienda, en el Consejo Supremo Econmico. Dimiti deestos puestos cuando se hizo evidente que no se poda mantener por ms tiempo la esperanza de unamodificacin substancial en los trminos de la paz proyectados. Los fundamentos de esta oposicinal Tratado, o ms bien a toda la poltica de la Conferencia respecto de los problemas econmicos deEuropa, aparecern en los captulos siguientes. Son por completo de carcter pblico, y estnbasados en hechos conocidos del mundo entero.

    J. M. Keynes

    King's College, CambridgeNoviembre de 1919

  • 4Captulo IINTRODUCCIN

    La facultad de adaptacin es caracterstica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen cargode la condicin desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la organizacineconmica en que ha vivido la Europa occidental durante el ltimo medio siglo. Tomamos pornaturales, permanentes y de inexcusable subordinacin algunos de nuestros ltimos adelantos msparticulares y circunstanciales, y, segn ellos, trazamos nuestros planes. Sobre esta cimentacinfalsa y movediza proyectamos la mejora social; levantamos nuestras plataformas polticas;perseguimos nuestras animosidades y nuestras ambiciones personales, y nos sentimos con mediossuficientes para atizar, en vez de calmar, el conflicto civil en la familia europea. Movido por ilusininsana y egosmo sin aprensin, el pueblo alemn subvirti los cimientos sobre los que todosvivamos y edificbamos. Pero los voceros de los pueblos francs e ingls han corrido el riesgo decompletar la ruina que Alemania inici, por una paz que, si se lleva a efecto, destrozar para losucesivo pudiendo haberla restaurado la delicada y complicada organizacin ya alterada yrota por la guerra, nica mediante la cual podran los pueblos europeos servir su destino y vivir.

    El aspecto externo de la vida en Inglaterra no nos deja ver todava ni apreciar en lo msmnimo que ha terminado una poca. Nos afanamos para reanudar los hilos de nuestra vida dondelos dejamos; con la nica diferencia de que algunos de nosotros parecen bastante ms ricos que eranantes. Si antes de la guerra gastbamos millones, ahora hemos aprendido que podemos gastar, sindetrimento aparente, cientos de millones; evidentemente, no habamos explotado hasta lo ltimo lasposibilidades de nuestra vida econmica. Aspiramos, desde luego, no slo a volver a disfrutar delbienestar de 1914, sino a su mayor ampliacin e intensificacin. As, trazan sus planes de modosemejante todas las clases: el rico, para gastar ms y ahorrar menos, y el pobre, para gastar ms ytrabajar menos.

    Pero acaso tan slo en Inglaterra (y en Amrica) es posible ser tan inconsciente. En la Europacontinental, la tierra se levanta, pero nadie est atento a sus ruidos. El problema no es deextravagancias o de turbulencias del trabajo; es una cuestin de vida o muerte, de agotamiento ode existencia: se trata de las pavorosas convulsiones de una civilizacin agonizante.

    Para el que estaba pasando en Pars la mayor parte de los seis meses que sucedieron alArmisticio, una visita ocasional a Londres constitua una extraa experiencia. Inglaterra siguesiempre fuera de Europa. Los quejidos apagados de Europa no llegan a ella. Europa es cosa aparte.Inglaterra no es carne de su carne, ni cuerpo de su cuerpo. Pero Europa forma un todo slido.Francia, Alemania, Italia, Austria y Holanda, Rusia y Rumana y Polonia palpitan a una, y suestructura y su civilizacin son, en esencia, una. Florecieron juntas, se han conmovido juntas en unaguerra, en la que nosotros, a pesar de nuestro tributo y nuestros sacrificios enormes (como Amricaen menor grado), quedamos econmicamente aparte. Ellas pueden hundirse juntas. De esto arrancala significacin destructora de la Paz de Pars. Si la guerra civil europea ha de acabar en que Franciae Italia abusen de su poder, momentneamente victorioso, para destruir a Alemania y Austria-Hungra, ahora postradas, provocarn su propia destruccin; tan profunda e inextricable es lacompenetracin con sus vctimas por los ms ocultos lazos psquicos y econmicos. El ingls quetom parte en la Conferencia de Pars y fue durante aquellos meses miembro del Consejo SupremoEconmico de las Potencias Aliadas, obligadamente tena que convertirse (experimento nuevo paral) en un europeo, en sus inquietudes y en su visin. All, en el centro nervioso del sistema europeo,tenan que desaparecer, en gran parte, sus preocupaciones britnicas, y deba verse acosado porotros y ms terrorficos espectros. Pars era una pesadilla, y todo all era algo morboso. Se cernasobre la escena la sensacin de una catstrofe inminente: insignificancia y pequeez del hombre

  • 5ante los grandes acontecimientos que afrontaba; sentido confuso e irrealidad de las decisiones;ligereza, ceguera, insolencia, gritos confusos de fuera all se daban todos los elementos de laantigua tragedia. Sentado en medio de la teatral decoracin de los salones oficiales franceses, semaravillaba uno pensando si los extraordinarios rostros de Wilson y Clemenceau, con su tezinalterable y sus rasgos inmutables, eran realmente caras y no mscaras tragicmicas de algnextrao drama o de una exhibicin de muecos.

    Toda la actuacin de Pars tena el aire de algo de extraordinaria importancia y deinsignificante a la par. Las decisiones parecan preadas de consecuencias para el porvenir de lasociedad humana, y, no obstante, murmuraba el viento que las palabras no se hacan carne, que eranftiles, insignificantes, de ningn efecto, disociadas de los acontecimientos; y senta uno, con elmayor rigor, aquella impresin descrita por Tolstoi en Guerra y Paz, o por Hardy en Los Dinastas,de los acontecimientos marchando hacia un trmino fatal, extrao e indiferente a las cavilaciones delos estadistas en Consejo:

    El Espritu de los TiemposObserva que toda visin amplia y dominio de s mismasHan desertado de estas multitudes, ahora dadas a los demoniosPor el Abandono Inmanente. Nada quedaMs que venganza aqu, entre los fuertes,Y all, entre los dbiles, rabia impotente.

    El Espritu de la PiedadPor qu impulsa la Voluntad una accin tan insensata?

    El Espritu de los TiemposTe he dicho que trabaja inconscientemente,Como un posedo, no juzgando.

    En Pars, los que estaban en relacin con el Consejo Supremo Econmico reciban casi cadahora informes de la miseria, del desorden y de la ruina de la organizacin de toda la Europa centraly oriental, aliada y enemiga, al mismo tiempo que conocan, de labios de los representantesfinancieros de Alemania y de Austria, las pruebas incontestables del terrible agotamiento de suspases. La visita ocasional a la sala caliente y seca de la residencia del presidente, donde los Cuatrocumplan su misin en intriga rida y vaca, no haca ms que aumentar la sensacin de la pesadilla.No obstante, all, en Pars, los problemas de Europa se ofrecan terribles y clamorosos, y era de unefecto desconcertante volver la vista hacia la inmensa incomprensin de Londres.

    Para Londres, estos asuntos eran cuestiones muy lejanas, y all slo preocupaban nuestrospropios problemas ms insignificantes. Londres crea que Pars estaba causando una gran confusinen sus asuntos; pero continuaba indiferente. Con este espritu, recibi el pueblo britnico el Tratado,sin leerlo. Pero este libro no se ha escrito bajo la influencia de Londres, sino bajo la influencia dePars, por alguien que, aun siendo ingls, se siente tambin europeo, y que por razn de una recienteexperiencia, demasiado viva, no puede desinteresarse del ulterior desarrollo del gran dramahistrico de estos das que ha de destruir grandes instituciones, pero que tambin puede crear unnuevo mundo.

  • 6Captulo II.EUROPA ANTES DE LA GUERRA

    Antes de 1870, diferentes partes del pequeo continente europeo se haban especializado ensus productos propios; pero, considerada en conjunto, Europa, substancialmente, se bastaba a smisma. Y su poblacin estaba acomodada a tal estado de cosas.

    Desde 1870 se desarroll en gran escala una situacin sin precedente, y la condicineconmica de Europa lleg a ser, durante los cincuenta aos siguientes, insegura y extraa. Larelacin entre la exigencia de alimentos y la poblacin, equilibrada ya gracias a la facilidad delaprovisionamiento desde Amrica, se alter por completo por primera vez en la Historia. Conformeaumentaban las cifras de la poblacin, era ms fcil asegurarle el alimento. Una escala creciente dela produccin daba rendimientos proporcionalmente mayores en la agricultura as como en laindustria. Con el aumento de la poblacin europea hubo, de un lado, ms emigrantes para labrar elsuelo de los nuevos pases, y de otro, ms obreros utilizables en Europa para preparar los productosindustriales y las mercancas esenciales para mantener la poblacin emigrante y construir losferrocarriles y barcos que haban de traer a Europa alimentos y productos en bruto de distanteprocedencia. Hasta 1900 aproximadamente, la unidad de trabajo aplicada a la industria produca deao en ao un poder adquisitivo de una cantidad creciente de alimentos. Acaso hacia el ao 1900empez a trastornarse esta marcha, y se inici de nuevo un proceso decreciente en la compensacinde la Naturaleza al esfuerzo del hombre. Pero la tendencia de los cereales a elevar su coste real fuecontrapesada por otras mejoras, y, entre otras muchas novedades, empezaron entonces a utilizarsepor primera vez en gran escala los recursos del frica tropical, y un gran trfico en semillasoleaginosas empez a traer a la mesa de Europa, en forma nueva y ms barata, una de lassubstancias alimenticias esenciales para la Humanidad. Muchos de nosotros alcanzamos esteEldorado econmico, esta utopa econmica, que hubieran imaginado los primeros economistas.

    Aquella poca feliz perdi de vista un aspecto del mundo que llen de profunda melancola alos fundadores de nuestra economa poltica. Antes del siglo XVIII, la Humanidad no mantenafalsas esperanzas. Para echar por tierra ilusiones que se haban hecho populares a fines de aquellapoca, Malthus solt un diablo. Durante medio siglo todos los escritos serios de economacolocaban aquel diablo a la vista. En la siguiente segunda mitad del siglo se le encaden, se leocult. Acaso ahora lo hemos vuelto a soltar.

    Qu episodio tan extraordinario ha sido, en el progreso econmico del hombre, la edad queacab en agosto de 1914! Es verdad que la mayor parte de la poblacin trabajaba mucho y viva enlas peores condiciones; pero, sin embargo, estaba, a juzgar por todas las apariencias, sensatamenteconforme con su suerte. Todo hombre de capacidad o carcter que sobresaliera de la mediana tenaabierto el paso a las clases medias y superiores, para las que la vida ofreca, a poca costa y con lamenor molestia, conveniencias, comodidades y amenidades iguales a las de los ms ricos ypoderosos monarcas de otras pocas. El habitante de Londres poda pedir por telfono, al tomar enla cama el t de la maana, los variados productos de toda la tierra, en la cantidad que le satisficiera,y esperar que se los llevara a su puerta; poda, en el mismo momento y por los mismos medios,invertir su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas de cualquier parte del mundo, yparticipar, sin esfuerzo ni aun molestia, en sus frutos y ventajas prometidos, o poda optar por unirla suerte de su fortuna a la buena fe de los vecinos de cualquier municipio importante, de cualquiercontinente que el capricho o la informacin le sugirieran. Poda obtener, si los deseaba, medios paratrasladarse a cualquier pas o clima, baratos y cmodos, sin pasaporte ni ninguna formalidad; podaenviar a su criado al despacho o al Banco ms prximo para proveerse de los metales preciosos quele pareciera conveniente, y poda despus salir para tierras extranjeras, sin conocer su religin, su

  • 7lengua o sus costumbres, llevando encima riqueza acuada, y se hubiera considerado ofendido ysorprendido ante cualquier intervencin. Pero lo ms importante de todo es que l consideraba talestado de cosas como normal, cierto y permanente, a no ser para mejorar an ms, y toda desviacinde l, como aberracin, escndalo y caso intolerable. Los propsitos y la poltica de militarismo eimperialismo, las rivalidades de razas y de cultura, los monopolios, las restricciones y losprivilegios que haban de hacer el papel de serpiente de este paraso, eran poco ms que elentretenimiento de sus peridicos, y pareca que apenas ejercan influencia ninguna en el cursoordinario de la vida social y econmica, cuya internacionalizacin era casi completa en la prctica.

    Nos ayudar a apreciar el carcter y consecuencias de la Paz que hemos impuesto a nuestrosenemigos el poner un poco ms en claro algunos de los principales elementos alterables de la vidaeconmica de Europa, ya existentes cuando estall la guerra.

    I. Poblacin

    En 1870, Alemania tena una poblacin de unos 40 millones de habitantes. Hacia 1892, estacifra subi a 56 millones, y en 30 de junio de 1914, a 68 millones. En los aos que precedieroninmediatamente a la guerra, el aumento anual fue de unos 850.000, de los cuales emigr unainsignificante proporcin1. Este gran aumento slo pudo hacerlo posible una transformacin demucho alcance de la estructura econmica del pas.

    Alemania, que era agrcola y que en todo lo esencial se sostena a s misma, se transform enuna vasta y complicada mquina industrial, que dependa para su trabajo de la combinacin demuchos factores, tanto de fuera de Alemania como de dentro. El funcionamiento de esta mquina,continuo y a toda marcha, era indispensable para que encontrara ocupacin en casa su crecientepoblacin, y para que lograra los medios de adquirir sus subsistencias del exterior. La mquinaalemana era como un pen que, para mantener su equilibrio, tiene que marchar mas y mas de prisa.

    En el Imperio austro-hngaro, que haba aumentado desde unos 40 millones de habitantes en1890 a por lo menos 50 millones al estallar, la guerra, se mostr la misma tendencia, aunque enmenor grado; siendo el exceso anual de nacimientos sobre las muertes de medio milln,aproximadamente, a pesar de que haba una emigracin anual de un cuarto de milln.

    Para comprender la situacin presente, tenemos que penetrarnos de lo extraordinario que esel centro de poblacin en que se ha convertido la Europa central por el desarrollo del sistemaalemn. Antes de la guerra, la poblacin de Alemania y de Austria-Hungra juntas no slo excedarealmente a la de los Estados Unidos, sino que era casi igual a la de toda la Amrica del Norte. En lareunin de tales cifras dentro de un territorio unido descansa la fuerza militar de las Potenciascentrales. Pero estas mismas cifras de poblacin, que la guerra no ha disminuido de modoapreciable2, sin medios de vida, implican un grave peligro para el orden de Europa.

    La Rusia europea aument su poblacin en proporciones an mayores que Alemania: demenos de 100 millones en 1890, lleg a unos 150 millones al estallar la guerra 3; y en los aos queprecedieron inmediatamente a 1914, el exceso de nacimientos sobre las muertes en Rusia lleg enconjunto a la prodigiosa proporcin de 2 millones por ao. Este desordenado crecimiento de lapoblacin de Rusia, que no se ha apreciado debidamente en Inglaterra, ha sido, sin embargo, uno delos hechos de ms significacin de estos aos recientes.

    Los grandes acontecimientos de la Historia son debidos frecuentemente a cambios secularesen el crecimiento de la poblacin y a otras causas econmicas fundamentales, que, escapando, porsu carcter gradual, al conocimiento de los observadores contemporneos, se atribuyen a las locurasde los hombres de Estado o al fanatismo de los ateos. As, los acontecimientos extraordinarios de

    1 En 1913 hubo 25.843 emigrantes de Alemania, de los que 19.124 se fueron a los Estados Unidos.2 El decrecimiento neto de la poblacin alemana a fines de 1918, por disminucin de nacimientos y exceso de

    muertes, comparado con el principio de 1914, se calcula en 2.700.000.3 Incluyendo Polonia y Finlandia; pero excluyendo Siberia, Asia Central y el Cucaso.

  • 8los aos pasados en Rusia, esa inmensa remocin social que ha trastornado lo que pareca msestable la religin, las bases de la propiedad, el dominio de la tierra, as como las formas degobierno y la jerarqua de clases puede ser debida ms a las profundas influencias del crecimientode los primeros que a Lenin o a Nicols; y al poder demoledor de la fecundidad nacional excesivapuede haberle cabido parte mayor en la rotura de ligaduras de todo lo convencional, que al poder dela idea o los errores de la autocracia.

    II. Organizacin

    La delicada organizacin en que vivan estos pueblos dependa, en parte, de factores internosdel sistema.

    El inconveniente de las fronteras y de las aduanas se redujo a un mnimo, y casi unos 300millones de hombres vivan dentro de los tres Imperios de Rusia, Alemania y Austria-Hungra. Losvarios sistemas de circulacin, fundados todos sobre una base estable en relacin al oro, y unos enotros, facilitaban el curso fcil del capital y del comercio en tal extensin, que slo ahora, queestamos privados de sus ventajas, apreciamos todo su valor. Sobre toda esta extensa rea, lapropiedad y las personas gozaban de una seguridad casi absoluta.

    Estos factores de orden, seguridad y uniformidad, que hasta ahora no haba disfrutado Europaen tan amplio y poblado territorio, ni por un perodo tan largo, preparaban el camino para laorganizacin de aquel vasto mecanismo de transportes, distribucin de carbn y comercio exterior,que hacan posible una organizacin industrial de la vida en los densos centros urbanos depoblacin nueva. Esto es demasiado conocido para requerir explicacin detallada con cifras. Peropuede ilustrarse con las relativas al carbn, que ha sido la llave del crecimiento industrial de laEuropa central poco menos que del de Inglaterra; la extraccin de carbn alemn aument de 30millones de toneladas en 1871 a 70 en 1890; 110 millones en 1900, y 190 en 1913.

    Alrededor de Alemania, como eje central, se agrup el resto del sistema econmico europeo;y de la prosperidad y empresas alemanas dependa principalmente la prosperidad del resto delcontinente. El desarrollo creciente de Alemania daba a sus vecinos un mercado para sus productos,a cambio de los cuales la iniciativa del comerciante alemn satisfaca a bajo precio sus principalespedidos.

    La estadstica de la interdependencia econmica de Alemania y sus vecinos es abrumadora.Alemania era el mejor cliente de Rusia, Noruega, Blgica, Suiza, Italia y Austria-Hungra; era elsegundo cliente de Gran Bretaa, Suecia y Dinamarca, y el tercero de Francia. Era la mayor fuentede aprovisionamiento para Rusia, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Suiza, Italia, Austria-Hungra, Rumana y Bulgaria, y la segunda de Gran Bretaa, Blgica y Francia.

    En cuanto a Inglaterra, exportbamos ms a Alemania que a ningn otro pas del mundo,excepto la India, y le comprbamos ms que a ningn pas del mundo, salvo los Estados Unidos.

    No haba pas europeo, excepto los del occidente de Alemania, que no hiciera con ella ms dela cuarta parte de su comercio total, y en cuanto a Rusia, Austria-Hungra y Holanda, la proporcinera mucho mayor.

    Alemania no slo provea a estos pases con el comercio, sino que a algunos de ellos lesproporcionaba una gran parte del capital que necesitaban para su propio desarrollo. De lasinversiones de Alemania en el extranjero antes de la guerra, que ascendan en total a 1.250 millonesde libras aproximadamente, no menos de 500 millones de libras se invertan en Rusia, Austria-Hungra, Bulgaria, Rumana y Turqua. Y por el sistema de la penetracin pacfica, daba a estospases no slo capital, sino algo que necesitaban tanto como el capital: organizacin. Toda la Europadel este del Rin cay as en la rbita industrial alemana, y su vida econmica se ajust a ello.

    Pero estos factores internos no hubieran sido suficientes para poner a la poblacin encondiciones de sostenerse a s misma si no hubiera existido la cooperacin de factores externos y deciertas disposiciones generales comunes a toda Europa. Muchas de las circunstancias ya expuestas

  • 9eran ciertas respecto de Europa toda, y no peculiares de los Imperios centrales; pero, en cambio,todo lo que sigue era comn al sistema europeo en conjunto.

    III. La psicologa de la sociedad

    Europa estaba, pues, organizada social y econmicamente para asegurar la mximaacumulacin de capital. Aunque haba cierta mejora continuada en las condiciones de la vidacorriente de la masa de la poblacin, la sociedad estaba montada en forma que la mayor parte delaumento de los ingresos iba a parar a disposicin de la clase menos dispuesta probablemente aconsumirla. Los ricos nuevos del siglo XIX no estaban hechos a grandes gastos, y preferan el poderque les proporcionaba la colocacin de su dinero a los placeres de su gasto inmediato. Precisamentela desigualdad de la distribucin de la riqueza era la que haca posibles de hecho aquellas vastasacumulaciones de riqueza fija y de aumentos de capital que distinguan esta poca de todas lasdems. Aqu descansa, en realidad, la justificacin fundamental del sistema capitalista. Si los ricoshubieran gastado su nueva riqueza en sus propios goces, hace mucho tiempo que el mundo hubieraencontrado tal rgimen intolerable. Pero, como las abejas, ahorraban y acumulaban, con no menosventaja para toda la comunidad, aunque a ello los guiaran fines mezquinos.

    Las inmensas acumulaciones de capital fijo que con gran beneficio de la Humanidad seconstituyeron durante el medio siglo anterior a la guerra, no hubieran podido nunca llegar aformarse en una sociedad en la que la riqueza se hubiera dividido equitativamente. Los ferrocarrilesdel mundo, que esa poca construy como un monumento a la posteridad, fueron, no menos que laspirmides de Egipto, la obra de un trabajo que no tena libertad para poder consumir en gocesinmediatos la remuneracin total de sus esfuerzos.

    As, este notable sistema dependa en su desarrollo de un doble bluff o engao. De un lado, lasclases trabajadoras aceptaban por ignorancia o impotencia, o se las obligaba a aceptar, persuadidaso engaadas por la costumbre, los convencionalismos, la autoridad y el orden bien sentado de lasociedad, una situacin en la que slo podan llamar suyo una parte muy escasa del bizcocho queellos, la Naturaleza y los capitalistas contribuan a producir. Y en cambio se permita a las clasescapitalistas llevarse la mejor parte del bizcocho, y adems, en principio, eran libres para consumirlo,con la tcita condicin, establecida, de que en la prctica consuman muy poco de l. El deber deahorrar constituy las nueve dcimas partes de la virtud, y el aumento del bizcocho fue objeto deverdadera religin. De la privacin del pastel surgieron todos aquellos instintos de puritanismo queen otras edades se apartaban del mundo y abandonaban las artes de la produccin y las del goce. Yas creci el pastel; pero sin que se apreciara claramente con qu fin. Se exhort al individuo notanto a abstenerse en absoluto como a aplazar y a cultivar los placeres de la seguridad y laprevisin. Se ahorraba para la vejez o para los hijos; pero slo en teora, la virtud del pastelconsista en que no sera consumido nunca, ni por vosotros, ni por vuestros hijos despus devosotros.

    Decir esto no significa rebajar las prcticas de esa generacin. En la recndita inconscienciade su ser, la sociedad saba lo que haba acerca de ello. El pastel era realmente muy pequeo enrelacin con el apetito de consumo, y si se diera participacin a todo el mundo, nadie mejorara grancosa con su pedazo. La sociedad trabaja no por el logro de los pequeos placeres de hoy, sino por laseguridad futura y por el mejoramiento de la raza; esto es, por el progreso. Si no se repartiera elpastel y se le dejara crecer en la proporcin geomtrica predicha por Malthus para la poblacin, yno menos cierta para el inters compuesto, acaso llegara un da en el que bastara con sentarse adescansar y que la posteridad entrara en el disfrute de nuestros trabajos. Ese da acabaran el excesode trabajo y de aglomeracin, y la escasez de alimentacin, y los hombres, cubiertas susnecesidades y sus comodidades corporales, podran dedicarse a los ms nobles ejercicios de susfacultades. Una proporcin geomtrica puede contrapesar otra, y as, el siglo XIX, en la

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    contemplacin de las virtudes mareantes del inters compuesto, fue capaz de olvidar la fecundidadde las especies.

    Esta expectativa ofreca dos inconvenientes: nuestra abnegacin no puede producir felicidadmientras la poblacin sobrepase la acumulacin, mientras, al fin y al cabo, el pastel hubiera deconsumirse prematuramente en la guerra, consumidora de todas aquellas esperanzas.

    Pero estas ideas me llevan demasiado lejos de mi propsito. Trato tan slo de hacer ver que elprincipio de la acumulacin, basado en la desigualdad, era una parte vital del orden de la sociedaden la preguerra y del progreso como nosotros lo entendimos entonces, y de hacer resaltar que esteprincipio dependa de condiciones psicolgicas inestables que es imposible reproducir. No eranatural que una poblacin en la que eran tan pocos los que gozaban de las comodidades de la vida,hiciera tan enormes acumulaciones. La guerra ha revelado a todos la posibilidad del consumo, y amuchos, la inutilidad de la abstinencia. As queda al descubierto la farsa; las clases trabajadoraspueden no querer seguir ms tiempo en tan amplia renuncia, y las clases capitalistas, perdida laconfianza en el porvenir, pueden tener la pretensin de gozar ms plenamente de sus facilidadespara consumir mientras ellas duren, y de este modo precipitar la hora de su confiscacin.

    IV. La relacin del Viejo Mundo con el Nuevo

    Los hbitos de ahorro de Europa, antes de la guerra, eran la condicin precisa del mayor delos factores externos que sostenan el equilibrio europeo.

    Del excedente de capital en forma de mercancas, acumulado por Europa, se export una granparte al extranjero, donde su aplicacin haca posible el desarrollo de nuevos recursos en alimentos,materia-, les y transportes, y al mismo tiempo pona en condiciones al Viejo Mundo de reclamar,fundadamente, su parte en la riqueza natural y en la productividad virgen del Nuevo. Este ltimofactor lleg a ser de la mayor importancia. El Viejo Mundo emple, con inmensa prudencia, eltributo anual que tuvo as ttulos para obtener. Es cierto que se disfrutaba y no se aplazaba eldisfrute de los beneficios de los aprovisionamientos baratos y abundantes, resultado del nuevodesarrollo que el exceso de capital haca posible. Pero la mayor parte del inters del dinero,acrecentando estas inversiones extranjeras, era invertida nuevamente y se dejaba que se acumulara,como una reserva (as se esperaba entonces), para el da menos feliz en que el trabajo industrial deEuropa no pudiera seguir adquiriendo, en condiciones tan fciles, los productos de otroscontinentes, y para cuando corriera peligro el conveniente equilibrio entre su civilizacin histrica ylas razas pujantes de otros climas y otros pases. As, todas las razas europeas tendan a beneficiarsetambin del crecimiento de los nuevos recursos, ya persiguiendo su cultivo en el pas, yaaventurndose en el extranjero.

    De todas suertes, aun antes de la guerra, estaba amenazado el equilibrio as establecido entrelas viejas civilizaciones y los nuevos recursos. La prosperidad de Europa se basaba en el hecho deque, debido al gran excedente de provisiones alimenticias en Amrica, poda adquirir sus alimentosa un precio que resultaba barato, apreciado en relacin con el trabajo requerido para producir susproductos exportables, y que, a consecuencia de la inversin previa de su capital, tena derecho paraadquirir una suma importante anualmente, sin compensacin alguna. El segundo de estos factorespareca, pues, libre de peligro; pero como resultado del crecimiento de la poblacin en ultramar,principalmente en los Estados Unidos, no estaba tan seguro el primero.

    Cuando por primera vez se pusieron en produccin las tierras vrgenes de Amrica, laproporcin de la poblacin de estos mismos continentes, y, por consiguiente, de sus propiasexigencias locales, eran muy pequeas comparadas con las de Europa. Hasta 1890, Europa tuvo unapoblacin tres veces mayor que la de Amrica del Norte y la del Sur juntas. Pero hacia 1914, lademanda interior de trigo de los Estados Unidos se aproximaba a su produccin, y estaba,evidentemente, cercana la fecha en que no habra sobreproduccin exportable ms que en los aosde cosecha excepcionalmente favorable. La demanda interior actual de los Estados Unidos se

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    estima, en efecto, en ms del 90 por 100 de la produccin media de los cinco aos de 1909-1913.4No obstante, en aquella poca se mostraba la tendencia a la restriccin, no tanto por la falta deabundancia como por el aumento constante del coste real. Es decir, tomando el mundo en conjunto,no faltaba trigo; pero para proveerse de lo suficiente era necesario ofrecer un precio efectivo msalto. El factor ms favorable de esta situacin haba que encontrarlo en la extensin en que laEuropa central y occidental haba de ser alimentada, mediante los sobrantes exportables de Rusia yRumana.

    En resumen: la demanda de Europa de recursos al Nuevo Mundo se haca precaria; la ley delos rendimientos decrecientes volva al fin a reafirmarse, y se iba haciendo necesario para Europaofrecer cada ao una cantidad mayor de otros productos para obtener la misma cantidad de pan; nopudiendo Europa, por consiguiente, de ningn modo soportar la desorganizacin de ninguna de susprincipales fuentes de aprovisionamiento.

    Se podra decir mucho ms en un intento de describir las particularidades econmicas de laEuropa de 1914. He escogido como caractersticos los tres o cuatro factores ms importantes deinestabilidad: la inestabilidad de una poblacin excesiva, dependiente para su subsistencia de unaorganizacin complicada y artificial; la inestabilidad psicolgica de las clases trabajadoras ycapitalistas, y la inestabilidad de las exigencias europeas, acompaada de su total dependencia parasu aprovisionamiento de subsistencias del Nuevo Mundo.

    La guerra estremeci este sistema hasta poner en peligro la vida de Europa. Una gran parte delcontinente estaba enferma y moribunda; su poblacin exceda en mucho el nmero para el cual eraposible la vida; su organizacin estaba destruida; su sistema de transportes, trastornado, y susabastecimientos, terriblemente disminuidos.

    Era misin de la Conferencia de la Paz honrar sus compromisos y satisfacer a la justicia, y nomenos restablecer la vida y cicatrizar las heridas. Estos deberes eran dictados tanto por la prudenciacomo por aquella magnanimidad que la sabidura de la antigedad aplicaba a los vencedores. En loscaptulos siguientes examinaremos el carcter efectivo de la Paz.

    4 Aun desde 1914, la poblacin de los Estados Unidos ha aumentado en siete u ocho millones. Como su consumoanual de trigo, por cabeza, no es menor de seis bushels (36,34 litros aproximadamente, un tercio menor que lafanega espaola), la escala de produccin de antes de la guerra en los Estados Unidos mostrar solamente un excesonotable sobre la demanda interior actual un ao de cada cinco. Hemos sido salvados de momento por las grandescosechas de 1918 y 1919, que han sido acaparadas, gracias al precio de garanta, por Mr. Hoover. Pero no se puedeesperar que los Estados Unidos continen indefinidamente elevando el coste de la vida en una cifra importante ensu propio pas para proveer a Europa de un trigo que sta no puede pagar.

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    Captulo III.LA CONFERENCIA

    En los captulos IV y V estudiar con algn detalle las disposiciones econmicas y financierasdel Tratado de Paz con Alemania. Pero ser ms fcil apreciar el verdadero origen de muchas deestas condiciones si examinamos aqu algunos de los factores personales que influyeron en supreparacin. Al acometer esta empresa, toco inevitablemente cuestiones de motivacin, en las que elespectador est sujeto a error y carece de ttulos para echar sobre s las responsabilidades de unjuicio definitivo. Si en este captulo parece que me tomo a veces libertades permitidas al historiador,que generalmente no nos atrevemos a usar al tratar de los contemporneos, a pesar del mayorconocimiento de causa con que hablamos de ellos, excseme el lector recordando cun grande es lanecesidad que el mundo tiene, si ha de comprender su destino, de iluminar, aun cuando sea parcial einciertamente, la compleja lucha, an no acabada, de la voluntad y de la decisin humanas, que,concentrada en las cuatro individualidades en forma nunca igualada, hizo de ellas, en los primerosmeses de 1919, el microcosmos de la Humanidad.

    En las partes del Tratado a que aqu me refiero, los franceses tomaron la direccin, en cuantoellos iniciaron generalmente las proposiciones ms definidas y ms extremas. Esto fue, en ciertomodo, cuestin de tctica. Cuando se espera que el resultado final sea una transaccin, lo msprudente es partir de una posicin extrema; y los franceses previeron desde el principio, como otrasmuchas gentes, un doble juego de transacciones, primero para atender a las ideas de sus aliados yasociados, y despus, en el curso de la Conferencia de la Paz propiamente, para con los mismosalemanes. Lo sucedido ha justificado esta tctica. Clemenceau gan con sus colegas del Consejouna reputacin de moderacin, por abandonar algunas veces, con aire de inteligente imparcialidad,las proposiciones ms extremas de sus ministros; y otras muchas pasaron porque los crticosamericanos e ingleses desconocan, como era natural, el verdadero punto a discusin o porque lacrtica demasiado persistente de Francia por los aliados colocaba a stos en una situacin que loshaca parecer como envidiosos y como ponindose de parte del enemigo y defendiendo su causa.As es que, cuando los intereses ingleses y americanos no resultaban seriamente afectados, su crticaera dbil y pasaban algunas decisiones que los mismos franceses no hubieran tomado muy en serio,y para las cuales luego no caba remedio por la clusula de la undcima hora, que no permitadiscusin con los alemanes.

    Pero adems de la tctica, los franceses tenan una poltica. Aunque Clemenceau abandonaralas pretensiones de un Klotz o de un Loucheur, o cerrara sus ojos con aire de fatiga cuando losintereses franceses no estaban ya en litigio, conoca los puntos vitales para Francia, y en stos cedapoco. En cuanto a las principales lneas econmicas del Tratado, responden a una idea razonada:esta idea es la de Francia y la de Clemenceau.

    Clemenceau era, con mucho, el miembro ms eminente del Consejo de los Cuatro, y se habadado cuenta del valor de sus colegas. Era el nico capaz de tener una idea y, al mismo tiempo, depoder hacerse cargo de todas sus consecuencias. Su edad, su carcter, su ingenio y su porte, sesumaban para darle relieve y un perfil definido en un fondo confuso. No se le poda despreciar nidejar de amarle. Lo nico que poda hacerse era tener ideas diferentes acerca de la naturaleza delhombre civilizado, o por lo menos entregarse a otras esperanzas que las suyas.

    La cara y el porte de Clemenceau son universalmente familiares. En el Consejo de los Cuatrollevaba una chaqueta de bordes cuadrados, de una tela muy buena, negra, y en sus manos, nuncadesnudas, guantes de Suecia, grises; sus botas eran de cuero negro, fuerte, muy bueno, pero de tiporstico, y algunas veces cerradas cuidadosamente por delante con una hebilla en vez de cordones.Su sitio en la sala de la casa presidencial, donde se celebraban las reuniones ordinarias del Consejo

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    de los Cuatro (a diferencia de las Conferencias privadas e inesperadas, que se celebraban en uncuarto ms pequeo, abajo), era un silln cuadrado, de brocatel, colocado en medio del semicrculo,frente a la chimenea, con Orlando a su izquierda, el presidente prximo al fuego, y el primerministro Lloyd George, enfrente, al otro lado de la chimenea, a su derecha. No llevaba papeles nicartera, y no le acompaaba ningn secretario particular, aunque varios ministros y funcionariosfranceses, indicados segn la materia especial de que se tratara, estaban presentes, alrededor de l.Su porte, su mano y su voz no carecan de vigor; pero, no obstante, especialmente despus delatentado cometido contra l, ofreca el aspecto de un hombre muy viejo que ahorraba sus fuerzaspara las ocasiones graves. Hablaba poco, dejando la exposicin inicial de la causa francesa a susministros o funcionarios; con frecuencia, cerraba sus ojos y se arrellanaba en su silln, con una caraimpasible de pergamino, y sus manos, enguantadas, cruzadas delante. Generalmente, le bastaba unafrase breve, incisiva o cnica, una pregunta, la desaprobacin, no fundada, a sus ministros, singuardar siquiera las apariencias, o un despliegue de terquedad reforzado por unas cuantas palabrasen un ingls pronunciado con viveza5. Pero nunca le faltaba elocuencia ni pasin cuando lasnecesitaba, ni la rauda expresin de palabra, con frecuencia seguida de una tos profunda de pecho,que produca impresin ms por el vigor y la sorpresa que por la persuasin.

    Frecuentemente, Mr. Lloyd George, despus de hacer un discurso en ingls, mientras setraduca al francs cruzaba la alfombra hasta el presidente para reforzar su causa con algnargumento ad hominem, en una conversacin privada, o para sondear el terreno para unainteligencia; y sta era, algunas veces, la seal para la agitacin y el desorden general. Losconsejeros del presidente le rodeaban; un momento despus, los tcnicos ingleses cruzaban parasaber el resultado, o ver si todo iba bien, y en seguida llegaban los franceses, un poco recelosos deque los otros pudieran estar arreglando algo a sus espaldas, hasta que toda la sala acababa por estaren pie y la conversacin se haca general en ambos idiomas. Mi impresin ltima y ms viva es deuna escena semejante: el presidente y el primer ministro, en el centro de una multitud agitada y deuna babel de sonidos; una mezcolanza de compromisos ansiosos e imprevistos y decontracompromisos; ruidos y furias sin significacin sobre cualquier cuestin sin realidad, yolvidados y abandonados los grandes enunciados de la reunin de la maana... y Clemenceau,silencioso y alejado mientras no estaba en litigio nada que afectara a la seguridad de Francia,dominando, como en un trono, con sus guantes grises, en un silln de brocatel, con el alma seca yvaca de esperanzas, muy viejo y cansado, pero vigilando la escena con un aire cnico, casidesdeoso y malicioso; y cuando, al fin, se restableca el silencio, y cada cual volva a su sitio,resultaba que l haba desaparecido.

    Senta, respecto de Francia, lo que Pericles de Atenas: lo nico que vala la pena estaba enella; lo dems no tena ningn inters; pero su teora poltica era la de Bismarck. Tena una ilusin:Francia; y una desilusin: la Humanidad, incluyendo los franceses, y no menos sus colegas. Susprincipios, en cuanto a la Paz, pueden expresarse sencillamente. En primer lugar, era un creyentedecidido en aquel concepto de la psicologa alemana, segn el cual el alemn no comprende nipuede comprender nada ms que la intimidacin; que no tiene generosidad ni remordimiento en lostratos; que no hay ventaja que no sea capaz de utilizar, y que por su provecho se rebajar a todo; queno tiene honor, orgullo ni piedad. Por tanto, no se debe tratar nunca con un alemn, ni conciliarsecon l; se le debe mandar. De otro modo no os respetar, ni impediris que os engae. Pero es difcilsaber hasta qu punto pensaba l que estas caractersticas eran exclusivas de Alemania, o si sucandorosa opinin de algunas otras naciones era, en esencia, diferente. En su filosofa no caba elsentimentalismo en las relaciones internacionales. Las naciones son cosas reales, de las cuales seama a una, y por las dems se siente indiferencia u odio. La gloria de la nacin que se ama es un findeseable; pero generalmente hay que obtenerlo a costa del vecino. La poltica de la fuerza es

    5 Era el nico que entre los Cuatro poda hablar y comprender ambas lenguas. Orlando saba slo francs, y el primerministro y el presidente, slo ingls; siendo de importancia histrica notar que Orlando y el presidente no tuvieronmedio directo de comunicacin.

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    inevitable, y no hay que esperar nada muy nuevo de esta guerra ni del fin por que se luchaba;Inglaterra haba destruido, como en el siglo precedente, a un rival comercial, y se ha cerrado uncaptulo importante en la lucha secular de la gloria alemana y la gloria francesa. La prudencia exigaque en cierta medida se sirviera de palabra los ideales de los tontos americanos y de los hipcritasingleses; pero sera estpido creer que hay lugar en el mundo, tal y como ste es en realidad, paraasuntos tales como la Sociedad de Naciones, ni que tiene algn sentido el principio deautodeterminacin, a no ser como frmula ingeniosa para empujar la balanza de la fuerza del ladode nuestro inters propio.

    Sin embargo, esto son generalidades. Al trazar los detalles prcticos de la Paz que l creanecesarios para el poder y seguridad de Francia, tenemos que retroceder a las causas histricas quehan actuado durante su vida. Antes de la guerra franco-alemana, la poblacin de Francia y deAlemania eran iguales, aproximadamente; pero el carbn, el hierro y la marina de Alemania estabanen su infancia, y la riqueza de Francia era muy superior. Aun despus de la prdida de Alsacia-Lorena no haba gran diferencia entre los recursos efectivos de los dos pases; pero en el perodosiguiente, la posicin relativa haba cambiado por completo. Hacia 1914, la poblacin de Alemaniaexceda en un 70 por 100 la de Francia; haba llegado a ser una de las primeras naciones del mundoen industria y comercio; su habilidad tcnica y sus medios de produccin de futura riqueza notenan igual. Francia, en cambio, tena una poblacin estacionaria o decreciente, y haba quedadoseriamente por debajo en riqueza y en poder para producirla.

    A pesar, sin embargo, de que Francia ha salido victoriosa de la lucha presente (con la ayuda,esta vez, de Inglaterra y Amrica), su posicin futura sigue siendo precaria a los ojos del queconsidere que la guerra civil europea ha de mirarse como cosa normal, o al menos como un estadode cosas que se ha de repetir en el porvenir, y que la misma clase de conflictos entre las grandespotencias organizadas que han llenado los cien aos pasados se reproducir en los venideros. Segnesta visin del porvenir, la historia europea consiste en una lucha perpetua, en la que Francia haganado esta partida, que no ser ciertamente la ltima. La poltica de Francia y de Clemenceau sonconsecuencia lgica de la creencia de que el viejo orden de cosas no cambia esencialmente: estbasado en la naturaleza humana, que es siempre la misma, y por consiguiente se sigue elescepticismo hacia toda la doctrina defensora de la Sociedad de Naciones. Una Paz magnnima, ode trato noble y equitativo, basada en la ideologa de los Catorce puntos del presidente, no poda darms resultado que acortar el perodo de la convalecencia alemana y precipitar el da en que volvieraa arrojar sobre Francia sus masas mayores, sus recursos superiores y su habilidad tcnica. De aqu lanecesidad de las garantas; y cada garanta que se tomaba, aumentando la irritacin, y, por tanto, laprobabilidad de la subsiguiente revancha de Alemania, haca necesarias nuevas precauciones paraaplastarla. As es que, adoptando esta idea del mundo, y desechando la otra, es consecuenciaineludible que se ha de pedir una paz cartaginesa, con nimo de imponerla con toda la fuerza delpoder actual. Clemenceau no hizo ninguna demostracin de que se considerara obligado por losCatorce puntos, y dej a los otros el cuidado de preparar las frmulas que de vez en cuando erannecesarias para salvar los escrpulos del presidente.

    Consista, pues, la poltica de Francia, hasta donde fuera posible, en parar el reloj y deshacerlo que desde 1870 se haba logrado por el progreso de Alemania. Haba que disminuir su poblacinpor la prdida del territorio y otros medios; pero principalmente haba que destruir su sistemaeconmico, del que dependa su nueva fuerza; su vasta organizacin, fundada sobre el hierro, elcarbn y los transportes. Si Francia poda adquirir, aunque slo fuera en parte, lo que Alemania sevea obligada a abandonar, el desequilibrio de fuerzas entre los dos rivales para el logro de lahegemona europea poda remediarse durante muchas generaciones.

    De aqu surgen las mltiples decisiones que tienden a la destruccin de su vida econmica,tan superiormente organizada, que examinaremos en el prximo captulo.

    sta es la poltica de un viejo cuyas sensaciones y cuyas imgenes ms vivas pertenecen alpasado y no al porvenir. l no ve esta empresa ms que en cuanto afecta a Francia y Alemania, no

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    en cuanto afecta a la Humanidad y a la civilizacin europea, en lucha por un nuevo orden de cosas.La guerra ha mordido en su conciencia en forma diferente que en la nuestra: l no se apercibe, nidesea, que estemos en el dintel de una nueva era.

    Pero ocurre, adems, que la cuestin que est sobre el tapete no es una cuestin puramenteideal. Tengo el propsito de demostrar en este libro que la paz cartaginesa no es prcticamente justani posible. Aunque la escuela doctrinal de que proviene se preocupa del factor econmico,prescinde, sin embargo, de las tendencias econmicas ms profundas que han de regir en elporvenir. El reloj no puede pararse. No se puede restaurar la Europa central de 1870, sin causar talesdesgarraduras en la estructura europea y sin dar suelta a tales fuerzas humanas y espirituales, que,pasando sobre razas y fronteras, no slo os arrollarn a vosotros, sino a todo lo que constituyenuestras garantas, y a vuestras instituciones y a todo el orden existente de vuestra sociedad.

    Por qu arte de prestidigitacin fueron sustituidos los Catorce puntos por esta poltica, ycmo lleg el presidente a aceptarla? La contestacin a esta pregunta es difcil, y se basa encircunstancias de carcter, en elementos psicolgicos y en sutiles influencias del medio, difciles dedescubrir y ms difciles todava de escribir. Pero si alguna vez la accin de un solo individuo puedecontar para algo, la defeccin del presidente ha sido uno de los acontecimientos morales decisivosen la Historia; tengo que tratar de explicarlo. Qu lugar ocupaba el presidente en el corazn y enlas esperanzas del mundo cuando embarc en el George Washington! Qu gran hombre vino aEuropa en los primeros das de nuestra victoria!

    En noviembre de 1918, los ejrcitos de Foch y las palabras de Wilson nos haban arrancado derepente de aquella vorgine que se tragaba todo lo que ms nos importaba. Las condiciones parecanms favorables de lo que se esperaba. La victoria fue tan completa, que el temor no jugaba ningnpapel en el Convenio. El enemigo haba entregado las armas confiando en una solemne inteligenciaen cuanto al carcter general de la Paz, cuyos trminos parecan asegurar una solucin de justicia yde magnanimidad, y una esperanza leal para la restauracin de la interrumpida corriente de la vida.Para hacer de la probabilidad certeza el presidente mismo haba venido para poner el sello a su obra.

    Cuando el presidente Wilson sali de Washington, gozaba de un prestigio y de una influenciamoral en todo el mundo no igualados en la Historia. Sus palabras firmes y mesuradas llegaban a lospueblos de Europa por encima de las voces de sus propios polticos. Los pueblos enemigosconfiaban en l para llevar adelante el compromiso con ellos pactado, y los pueblos aliados leacataban no slo como vencedor, sino casi como un profeta. Adems de esta influencia moral, tenaen sus manos la realidad del poder. Los ejrcitos americanos estaban en el apogeo por el nmero, ladisciplina y el avituallamiento. Europa dependa completamente de las provisiones de alimentosenviadas por los Estados Unidos, y an estaba ms absolutamente a su merced en aspectosfinancieros. No slo deba a los Estados Unidos ms de lo que poda pagar, sino que necesitaba unauxilio eficaz posterior para salvarse del hambre y de la bancarrota. Jams un filsofo ha posedoarmas semejantes para someter a los prncipes de este mundo. Cmo se apiaban las multitudes delas capitales europeas alrededor del carruaje del presidente! Con qu curiosidad, con qu ansiedady con qu esperanza tratbamos de ver los rasgos y el porte del hombre del destino, que, venido deOccidente, vena a traer alivio para las heridas de la vieja madre de su civilizacin y a echar loscimientos de nuestro porvenir!

    La desilusin fue tan completa, que los que ms confiaron apenas se atrevan a hablar de ello.Poda ser cierto?, preguntaban a los que volvan a Pars. Era el Tratado realmente tan malo comopareca? Qu le haba pasado al presidente? Qu debilidad o qu desgracia haba llevado a tanextraordinaria, tan imprevista traicin?

    Sin embargo, las causas eran muy vulgares y muy humanas. El presidente no era ni un hroeni un profeta; no era ni siquiera un filsofo; no era ms que un hombre de intencin generosa, conmuchas debilidades de los dems seres humanos y carente de aquella preparacin intelectualdominadora que hubiera sido necesaria para luchar frente a frente en el Consejo con los magos,sutiles y peligrosos, a quienes una tremenda colisin de fuerzas y personas ha llevado a la cspide,

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    como maestros triunfantes en el rpido juega del toma y daca, juego en que l careca de todaexperiencia.

    Tenamos realmente una idea completamente equivocada del presidente. Sabamos que era unsolitario retrado; le creamos de gran fuerza de voluntad y obstinado. No nos lo figurbamos comohombre de detalles; pero creamos que la claridad con que se haba apropiado de ciertas ideassubstanciales en combinacin con su tenacidad, le hara capaz de apartar toda clase de telas dearaa. Adems de estas cualidades, deba de tener la objetividad, la cultura y el conocimientoamplio de un hombre de estudio. Lo selecto del lenguaje que se apreciaba en sus famosas notas,pareca indicar un hombre de imaginacin elevada y poderosa. Sus retratos le mostraban unahermosa presencia y expresin imperativa. Y, por aadidura, haba alcanzado y ostentado conautoridad creciente la primera magistratura de un pas en el que no se menosprecian las artes delpoltico. Todo lo cual, sin esperar lo imposible, pareca una hermosa combinacin de cualidadespara el caso de que se trata.

    La primera impresin que produca de cerca Mr. Wilson rebajaba algunas, pero no todas estasilusiones. Su cabeza y sus rasgos estaban finamente trazados, exactamente como en sus fotografas,y su cuello y el porte de su cabeza eran distinguidos. Pero, como Ulises, el presidente pareca msgrave cuando estaba sentado, y sus manos, aunque hbiles y bastante fuertes, carecan desensibilidad y de delicadeza. La primera mirada al presidente no slo sugera que, fuera lo , quefuera, su temperamento no era substancialmente el de un sabio o de un hombre de estudio, sino queno tena siquiera aquel conocimiento del mundo que distingue a M. Clemenceau y a Mr. Balfour,como caballeros tan exquisitamente cultivados de su clase y generacin. Pero, lo que es an msgrave, no slo era insensible al medio externo, sino que era totalmente insensible a su squito. Quventaja podra tener un hombre as, frente a la sensibilidad infalible, casi de un mdium, para todolo que inmediatamente le rodeaba, de Mr. Lloyd George? Viendo al primer ministro britnicovigilando a los presentes, con seis o siete sentidos, que no tienen los hombres vulgares, juzgando elcarcter, los motivos, el impulso subconsciente, penetrando en lo que cada uno est pensando yhasta en lo que cada uno va a decir, y ordenando, con instinto teleptico, el argumento o laexcitacin ms adecuada a la vanidad, la debilidad o el egosmo de su auditor, se comprobaba que elpobre presidente iba a jugar en esta partida el papel del ciego. No hubiera podido salir a plazavctima ms perfecta y predestinada para las perfectas artes del primer ministro.

    En todo caso, el Viejo Mundo era tenaz en su perversidad; su corazn de piedra poda mellarla hoja mejor afilada del ms bravo de los caballeros andantes. Pero este Don Quijote, ciego ysordo, entraba en una caverna donde el acero rpido y centelleante estaba en la mano del adversario.

    Mas, si el presidente no era el rey de los filsofos, qu era? Despus de todo, era un hombreque haba pasado gran parte de su vida en una Universidad. No era, en modo alguno, un hombre denegocios ni un poltico de partido vulgar, sino un hombre de fuerza, de personalidad y deimportancia. Cul era, pues, su temperamento?

    Una vez encontrada la explicacin, todo se aclara. El presidente era algo as como un ministrono conformista, acaso un presbiteriano. Su pensamiento y su temperamento eran esencialmenteteolgicos y no intelectuales, con toda la fuerza y toda la debilidad de tal manera de pensar, desentir y de expresarse. Es un tipo del que ya no quedan en Inglaterra ni en Escocia tan magnficosejemplares como antes; pero esta descripcin, sin duda, dar a un ingls la idea ms exacta delpresidente.

    Conservemos en nuestro espritu este retrato, y volvamos al curso de los acontecimientos. Elprograma que el presidente haba dado al mundo, presentado en sus discursos y en sus notas, habamostrado un espritu y unos propsitos tan admirables, que sus simpatizantes no se ocuparon enjuzgar los detalles; detalles que, segn ellos, se haban omitido con razn en el presente, pero sedaran a su debido tiempo. Se crea por la generalidad, al principio de la Conferencia de Pars, queel presidente haba pensado, auxiliado por sus consejeros, un plan que no slo abarcaba la vida delas naciones, sino la incorporacin de los Catorce puntos al Tratado de Paz actual. Pero el

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    presidente, en realidad, no haba trazado nada, y cuando lleg a la prctica, sus ideas eran nebulosase incompletas. No tena plan, ni proyecto, ni ideas constructivas para vestir con carne viva losmandamientos fulminados desde la Casa Blanca. Hubiera podido predicar un sermn sobrecualquiera de ellos, o dirigir una oracin levantada al Todopoderoso para su ejecucin; pero lo queno poda era encajar su aplicacin concreta al actual estado de Europa.

    No slo no traa proposiciones detalladas, sino que en muchos respectos estaba incluso malinformado de las circunstancias de Europa. Y no slo estaba mal informado, lo que tambin eracierto, de Mr. Lloyd George, sino que su espritu era tardo e inadaptable. La lentitud del presidenteentre los europeos era digna de notarse. No poda entender en un minuto lo que los dems estabandiciendo, abarcar la situacin con una mirada, ordenar una contestacin, ni evitar una pregunta porun rpido cambio de terreno, y estaba expuesto, por consiguiente, a la derrota tan slo por larapidez, facilidad de comprensin y agilidad de un Lloyd George. Pocas veces habr asistido unhombre de Estado de primera fila ms incompetente que el presidente a las agilidades de ladiscusin de un Consejo. Frecuentemente se presentaba un momento en el que se alcanzara unavictoria importante si, mediante una concesin aparente, se pudiera evitar la oposicin o se lapudiera conciliar reformando vuestra proposicin en modo favorable para los contrarios y sinperjudicarse a s mismo en nada esencial. El presidente no posea este arte sencillo y corriente. Suespritu era demasiado lento y falto de recursos para estar preparado a cualquier evento. Era capazde hincar sus talones y de no moverse, como hizo en lo de Fiume. Pero no tena ms defensa, y, porregla general, sus contradictores necesitaban hacer muy poco para impedir que las cosas llegaran atal estado antes de que fuera demasiado tarde. Con amabilidad y con apariencias de concesiones, sepoda sacar al presidente de su terreno y hacerle perder el momento de hincar sus talones, y cuandose enteraba de dnde le haban llevado, era ya demasiado tarde. Adems, es imposible clavar lostalones a cada momento cuando se est un mes y otro en ntima y ostensible amistad con asociadosntimos. La victoria no era posible ms que para el que tuviera en todo momento una percepcin losuficientemente viva de la situacin en conjunto, para reservar su pasin, para actuar de mododecisivo en los momentos precisos, y para esto el presidente era excesivamente tardo y vacilante.

    No remediaba estos defectos recurriendo a la ayuda de la sabidura colectiva de sus auxiliares.Tena a su alrededor, para las materias econmicas del Tratado, un grupo muy capaz de hombres denegocios; pero eran inexpertos en los asuntos pblicos, y saban (con una o dos excepciones) tanpoco de Europa como de l, y slo los llamaba cuando los necesitaba para un propsito particular.As mantuvo aquel aislamiento que en Washington haba sido eficaz, y la reserva anormal de sunaturaleza no admiti cerca de l a nadie que aspirara a la igualdad moral o al ejercicio continuo dela influencia. Sus plenipotenciarios eran mudos, y hasta el leal coronel House, con mucho msconocimiento de los hombres y de Europa que Wilson, gracias a cuya perspicacia haba ganadomucho la lentitud del presidente, qued relegado, andando el tiempo, a segundo lugar. Todo esto fuefomentado por sus colegas del Consejo de los Cuatro, que, por la disolucin del Consejo de losDiez, completaron el aislamiento iniciado por el propio temperamento del presidente. As, da trasda y semana tras semana, consinti en ser encerrado, abandonado, sin consejo y sin auxilio, conunos hombres mucho ms perspicaces que l, en situaciones de suprema dificultad, cuandoprecisamente necesitaba para el xito de toda clase de recursos, imaginacin y conocimiento. Sedej envenenar por su atmsfera; toler la discusin del fundamento de sus propsitos y de susprincipios, y se dej llevar a su terreno.

    stas y otras causas se combinaron para producir la siguiente situacin: El lector debe tenerpresente que el proceso que aqu se encierra en unas cuantas pginas tuvo lugar lenta, gradual einsidiosamente en un perodo de unos cinco meses.

    Como el presidente no haba preparado nada, el Consejo trabajaba generalmente sobre la basede un plan francs o ingls. El primero tena que tomar, por tanto, una actitud persistente deobstruccin, de crtica y de negacin, si el proyecto haba de ponerse en algn modo en lnea consus propias ideas y propsitos. Si en algunos puntos se le trataba con aparente generosidad (pues

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    siempre haba un margen seguro para ceder de proposiciones absurdas que nadie tomaba en serio),era difcil que l no lo compensara en otra forma. El compromiso era inevitable, y muy difcil nocomprometerse nunca en lo esencial. Adems, se le hizo aparecer en seguida como defensor de lacausa alemana, exponindose a la insinuacin (a la que era necia y desgraciadamente sensible) deestar por los alemanes.

    Despus de un alarde de principios y de dignidad en los primeros das del Consejo de losDiez, descubri que haba ciertos puntos muy importantes en el programa de sus colegas franceses,ingleses e italianos (segn el caso), cuya sumisin era incapaz de obtener por los mtodos de ladiplomacia secreta. Qu iba l a hacer, pues, en ltimo extremo? Poda dejar que la Conferencia searrastrara sin finalidad interponiendo su obstinacin. Poda interrumpirla y volverse a Amrica enun momento de rabia, sin arreglar nada. Poda intentar una llamada al mundo pasando por encimade los miembros de la Conferencia. Todas eran alternativas desdichadas, contra cada una de lascuales haba mucho que decidir. Eran adems muy arriesgadas, sobre todo para un poltico. Lapoltica equivocada del presidente en la eleccin del Congreso haba debilitado su posicin personalen su propio pas, y no era, en ningn modo, seguro que el pblico americano le hubiera sostenidoen una posicin intransigente. Significara ello una campaa cuyas consecuencias se anularan portoda clase de consideraciones personales y de partido, y quin podra decir que el Derechotriunfara en una lucha que no habra de decidirse, ciertamente, por sus mritos? Adems, cualquierruptura abierta con sus colegas atraera sobre su cabeza la pasin ciega de los antialemanes,sentimiento que todava inspiraba al pblico de todas las naciones aliadas. No oiran susargumentos. No tendran la suficiente frialdad para considerar su iniciativa como caso de moralidadinternacional o de buen gobierno para Europa. El grito sera, sencillamente, que por varias razonesaviesas y egostas, el presidente deseaba no dejar que se metieran con los hunos. Se podapronosticar cul sera la voz unnime de la prensa francesa e inglesa. As pues, si arrojaba el guantepblicamente, poda ser derrotado. Y si lo era, no sera la Paz definitiva mucho peor que si lestaba all sosteniendo su prestigio y tratando de hacerla todo lo buena que las limitadascondiciones de la poltica europea se lo permitieran? Pero, sobre todo, si era derrotado, no seperdera la Sociedad de Naciones? Y no era ste, despus de todo, y con mucho, el resultado msimportante para la futura felicidad del mundo? El Tratado poda alterarse y dulcificarse con eltiempo. Mucho que en l pareca ahora vital podra llegar a ser insignificante, y mucho que eraimpracticable, por esta misma razn no ocurrira nunca. Mientras que la Sociedad, aun en formaimperfecta, era permanente; era el comienzo de un nuevo principio de gobierno del mundo; laverdad y la justicia en las relaciones internacionales no podan establecerse en unos cuantos meses;deban nacer en su tiempo por la lenta aceptacin de la Sociedad. Clemenceau haba tenido bastantetalento para dejar ver que tragara la Sociedad a cierto precio.

    En este momento crtico de su suerte, el presidente era un hombre abandonado. Cogido en loslazos del Viejo Mundo, tena gran necesidad de simpata, de auxilio moral, de entusiasmo en lasmasas. Pero enterrado en la Conferencia, ahogado en la calurosa y envenenada atmsfera de Pars,no le llegaba ningn eco del mundo exterior, ni una palpitacin de pasin, simpata o aliento de sussilenciosos representados de todos los pases. Senta que la llama de popularidad que le habaovacionado a su llegada a Europa estaba ya debilitada; la prensa de Pars le escarnecaabiertamente; sus contrarios polticos, en su pas, se aprovechaban de su ausencia para crearatmsfera contra l; Inglaterra, fra, censora, no le contestaba. Haba constituido de tal modo suentourage, que no llegaba a l por conductos privados la corriente de confianza y de entusiasmo deque estn colmadas las fuentes populares. Necesitaba la fuerza acumulada de la fe colectiva; pero lefaltaba. El terror alemn pesaba an sobre nosotros, y el pblico simpatizante estaba an muyprevenido; el enemigo no deba ser alentado; nuestros amigos deban ser auxiliados; no era ste elmomento para discordias o agitaciones; haba que tener confianza en el presidente para que hicieralo que mejor pudiera. Y en esta aridez, la flor de la fe del presidente se marchit y se sec. Y lleg aocurrir que el presidente dio contraorden al George Washington, al que en un momento de clera,

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    harto motivada, haba ordenado que estuviera dispuesto para llevarle desde las traidoras estancias dePars a la sede de su autoridad, donde volviera a encontrarse consigo mismo nuevamente. Pero encuanto tomaba el camino de los compromisos, los defectos ya mencionados, de su temperamento yde su preparacin, aparecan fatalmente. Poda tomar un camino elevado; poda tener obstinacin;poda lanzar notas desde el Sina o desde el Olimpo; poda ser inabordable en la Casa Blanca o en elConsejo de los Diez, y estaba seguro. Pero si llegaba a descender a la ntima igualdad de los Cuatro,la partida estaba perdida.

    Y entonces fue cuando lo que yo he llamado su temperamento teolgico o presbiteriano sehizo peligroso. Habiendo decidido que era inevitable hacer algunas concesiones, poda haberintentado, con firmeza y habilidad, utilizando el poder financiero de los Estados Unidos, asegurarcuanto hubiera podido del espritu, aun con cierto sacrificio de la letra. Pero el presidente eraincapaz de una transaccin tan clara consigo mismo como esto supona. Era demasiadoconcienzudo. Aunque las transacciones eran ahora necesarias, l segua siendo un hombre deprincipios, y los Catorce puntos un contrato que le ligaba en absoluto. No hubiera hecho nada queno fuera honorable, nada que no fuera justo ni recto, nada que fuera contrario a su gran profesin defe. As, sin perder nada de su verbal inspiracin, los Catorce puntos se convirtieron en undocumento de glosas e interpretaciones con todo el aparato intelectual de la propia decepcin, por elcual, me atrevo asegurar, los antepasados del presidente se haban persuadido a s mismos de que elcamino que crean necesario seguir dependa de cada slaba del Pentateuco.

    Entonces la actitud del presidente, frente a frente de sus colegas, lleg a ser la siguiente:Tengo que coincidir con vosotros en cuanto puedo; veo vuestras dificultades, y deseara ser capazde acceder a lo que proponis; pero yo no puedo hacer nada que no sea recto y justo, y vosotrostenis ante todo que mostrarme que lo que deseis cabe realmente dentro de las palabras de lasdeclaraciones que me obligan. Y entonces empez el tejer de aquella tela de exgesis y sofismajesutico que haba de acabar revistiendo de insinceridad el lenguaje y la substancia de todo elTratado. La palabra fue lanzada a los brujos de todo Pars:

    Fair is foul, and foul is fair,Hover through the fog and filthy air.6

    Los sofistas ms sutiles y los proyectistas ms hipcritas se pusieron a la obra y produjeronmuchos trabajos ingeniosos que hubieran engaado durante ms de una hora a un hombre msinteligente que el presidente.

    As, en lugar de decir que al Austria alemana se le prohbe unirse con Alemania, a no ser conla autorizacin de Francia (lo que no cabra dentro del principio de la libre determinacin), elTratado, con habilidad delicada, afirma que Alemania reconoce y respetar estrictamente laindependencia de Austria dentro de las fronteras que se fijarn en un Tratado entre aquel Estado ylas Potencias principales aliadas y asociadas; reconoce que esta independencia ser inalienable, a noser con el consentimiento del Consejo de la Sociedad de Naciones, lo cual suena completamentediferente y es lo mismo. Pero quin sabe que el presidente olvid que otra parte del Tratadodispone que para este propsito el Consejo de la Sociedad ha de decidir de forma unnime?

    En lugar de dar Dantzig a Polonia, el Tratado establece que sea ciudad libre; pero la incluyedentro de las fronteras aduaneras polacas, confiando a Polonia el control del sistema de ros yferrocarriles, y ordena que el Gobierno polaco dirigir las relaciones extranjeras de la ciudad librede Dantzig, as como la proteccin diplomtica de sus ciudadanos en el extranjero.

    Al colocar el sistema fluvial de Alemania bajo el control extranjero, el Tratado habla dedeclarar internacionales aquellos sistemas fluviales que sirven naturalmente a ms de un Estado deacceso al mar, con o sin trasbordo de uno a otro barco.

    Tales ejemplos pueden multiplicarse. El propsito honrado y comprensible de la poltica

    6 Lo bueno es malo, y lo malo bueno, / revoloteando a travs de la niebla y del aire impuro.

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    francesa, de limitar la poblacin de Alemania y debilitar su sistema econmico, se revisti, enobsequio del presidente, con el augusto lenguaje de la libertad y de la igualdad internacionales.

    Pero acaso el momento ms decisivo en la desintegracin de la situacin moral del presidentey del anublamiento de su espritu, fue cuando, al fin, con descorazonamiento de sus consejeros, sedej persuadir de que el gasto hecho por los gobiernos aliados para pensiones y compensaciones deinternados (?) poda considerarse justamente como dao causado a la poblacin civil de lasPotencias aliadas y asociadas por la agresin de Alemania por tierra, por mar y por aire, en unsentido en el que no podan considerarse los otros gastos de la guerra. Hubo una larga luchateolgica, en la cual, despus de desechar muchos argumentos diferentes, el presidente acab porcapitular ante la obra maestra del arte de los sofistas.

    Por fin se acab la obra, y la conciencia del presidente quedaba intacta. A pesar de todo, yocreo que su temperamento le permiti dejar Pars siendo realmente un hombre sincero, y esprobable que hoy est profundamente convencido de que el Tratado no contiene realmente nada endesacuerdo con sus primeras declaraciones.

    La obra era demasiado completa, y a esto fue debido el ltimo episodio trgico del drama. Larplica de Brockdorff-Rantzau no poda menos de tomar el argumento de que Alemania habadepuesto las armas sobre la base de ciertas garantas, y que el Tratado, en muchos particulares, noestaba de acuerdo con ellas. Pero esto era precisamente lo que el presidente no poda admitir; en lapenosa contemplacin solitaria, y con sus oraciones a Dios, no haba hecho nada que no fuera justoy bueno; admitir que la rplica alemana tena algn valor, significaba para el presidente destruir elrespeto de s mismo y romper el equilibrio interno de su alma, y todos los instintos de su naturalezaobstinada se levantaban en defensa propia. En trminos de psicologa mdica, sugerir al presidenteque el Tratado era un abandono de sus promesas, era tocar en lo vivo un complejo freudiano. No eramateria discutible, y los instintos subconscientes conspiraban todos para evitar nuevasexploraciones.

    Y as fue como Clemenceau logr el xito de la propuesta, que algunos meses antes habaparecido extraordinaria e imposible, de que los alemanes no fueran odos. Slo con que elpresidente no hubiera sido tan concienzudo; slo con que no se hubiera ocultado a s mismo supropia obra, aun en el ltimo momento hubiera estado en situacin de recobrar el terreno perdido ylograr un xito muy considerable. Pero el presidente estaba inmvil. Sus brazos y sus piernas habansido sujetados por los cirujanos en una postura fija, y antes se hubieran roto que movido. MsterLloyd George, deseando en el ltimo momento obrar con la mayor moderacin, descubrihorrorizado que en cinco das no podra persuadir al presidente de que era un error aquello quehaba tardado cinco meses en demostrarle que era justo y recto. Despus de todo, era ms difcilsacar del engao a este viejo presbiteriano que lo haba sido engaarlo, porque en su engao iba yaenvuelta su fe y el respeto de s mismo.

    As, en el ltimo acto, el presidente se mantuvo terco y rehus toda conciliacin.

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    Captulo IV.EL TRATADO

    Las ideas que he expuesto en el captulo II no estaban presentes en el espritu de laConferencia de Pars. No les interesaba la vida futura de Europa; no les inquietaban sus medios devida. Sus preocupaciones, buenas y malas, se referan a las fronteras y a las nacionalidades, alequilibrio de las Potencias, a los engrandecimientos imperiales, al logro del debilitamiento para elporvenir de un enemigo fuerte y peligroso, a la venganza, y a echar sobre las espaldas del vencido lacarga financiera insoportable de los vencedores.

    Dos proyectos rivales para la futura poltica del mundo se presentaban: los Catorce puntos delpresidente, y la paz cartaginesa de M. Clemenceau. Slo uno de ellos tena ttulos para prevalecer,porque el enemigo no se haba rendido incondicionalmente, sino en condiciones convenidas encuanto al carcter general de la Paz.

    No se puede pasar, desgraciadamente, sobre este aspecto de lo ocurrido sin decir algunapalabra, porque en el espritu de muchos ingleses, por lo menos, ha sido un asunto muy malcomprendido. Muchas personas creen que las clusulas del Armisticio constituan el primer contratoconcluido entre las Potencias aliadas y asociadas y el Gobierno alemn, y que entrbamos en laConferencia con nuestras manos libres, tan slo en aquello en que los trminos del Armisticio nopodan atarnos. No era ste el caso. Para simplificar la situacin, es necesario revisar brevemente lahistoria de las negociaciones, que empezaron con la nota alemana de 5 de octubre de 1918, , y queconcluyeron con la nota del presidente Wilson de 5 de noviembre de 1918. En 5 de octubre de 1918,el Gobierno alemn dirigi una nota breve al presidente aceptando los Catorce puntos y pidiendonegociaciones de paz. La contestacin del presidente, de 8 de octubre, preguntaba si debaentenderse de un modo terminante que el Gobierno alemn aceptaba los trminos fijados en losCatorce puntos y en sus mensajes subsiguientes, y que su objeto al entrar en discusin sera tanslo llegar a conformidad en los detalles prcticos de su aplicacin. Aada que la evacuacin delterritorio invadido tena que ser una condicin previa del Armisticio. El 14 de octubre, habiendorecibido esta contestacin afirmativa, el presidente dio una nueva comunicacin aclarando lospuntos: 1., que la determinacin de los detalles del Armisticio quedara a los consejeros militaresde los Estados Unidos y de los aliados, y que debera dar seguridad absoluta contra la posibilidad deque Alemania reanudara las hostilidades; 2., que para que continuaran estas conversaciones, habrade cesar la guerra submarina, y 3., que exiga nuevas garantas del carcter representativo delGobierno con quien tena que entenderse. El 20 de octubre, Alemania acept los puntos 1. y 2, eindic, en cuanto al 3., que tena una Constitucin y un Gobierno cuya autoridad dependa delReichstag. El 23 de octubre, el presidente anunci que,

    habiendo recibido del Gobierno alemn la solemne y explcita seguridad de que aceptaba sinreserva los trminos de la Paz fijados en su comunicacin al Congreso de los Estados Unidosen 8 de enero de 1918 (los Catorce puntos), y los principios de arreglo enunciados en susmensajes subsiguientes, particularmente en el mensaje de 27 de septiembre, y que estdispuesto a discutir los detalles de su aplicacin,

    ha comunicado la citada contestacin a los gobiernos de las Potencias aliadas, con la indicacin deque si estos gobiernos estaban dispuestos a llevar a cabo la Paz sobre los trminos y principiosindicados, deberan pedir a sus consejeros militares que formularan los trminos del Armisticio,con tal espritu, que aseguraran a los gobiernos asociados el poder ilimitado para salvaguardar yreforzar los detalles de la Paz, a los que ha prestado su conformidad el Gobierno alemn. Al final

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    de esta nota, el presidente aluda, ms claramente que en la de 14 de octubre, a la abdicacin delKiser. Esto completa las negociaciones preliminares, en las que slo era parte el presidente,actuando sin los gobiernos de las Potencias aliadas.

    El 5 de noviembre de 1918, el presidente transmita a Alemania la contestacin que habarecibido de los gobiernos asociados, y aada que el mariscal Foch haba sido autorizado paracomunicar los trminos de un Armisticio a los representantes propiamente acreditados. En estacontestacin, los gobiernos aliados,

    atenindose a las condiciones que siguen, declaran su voluntad de hacer la Paz con elGobierno de Alemania, en los trminos establecidos en la comunicacin del presidente alCongreso, de 8 de enero de 1918, y segn los principios de arreglo enunciados en susmensajes posteriores.

    Las condiciones en cuestin eran dos. La primera, relativa a la libertad de los mares, en lacual se reservaban completa libertad. La segunda se refera a las reparaciones, y deca as:Adems, en las condiciones de paz fijadas en su mensaje al Congreso de 8 de enero de 1918, elpresidente declaraba que los territorios invadidos deban ser restaurados, evacuados y libertados.Los gobiernos aliados pensaban que no se poda permitir que existiera ninguna duda en cuanto a loque implica esta condicin. Entienden por ella que Alemania debe dar la compensacin por todoslos daos causados a la poblacin civil de los aliados, y a su propiedad, por la agresin de Alemaniapor tierra, por mar y por aire7.

    La naturaleza del contrato celebrado entre Alemania y los aliados, resultante de este cambiode documentos, es sencilla e inequvoca. Los trminos de la paz han de estar de acuerdo con losmensajes del presidente, y el propsito de la Conferencia de la Paz es discutir los detalles de suaplicacin. Las circunstancias del contrato tuvieron un carcter desusadamente solemne yobligado, porque una de sus condiciones era que Alemania deba conformarse con los trminos delArmisticio, que iban a ser tales, que iban a dejarla indefensa. Habiendo quedado Alemaniaindefensa por el contrato, el honor de los aliados estaba especialmente comprometido en cumplir suparte, y si haba ambigedades, en no usar de su posicin para aprovecharse de ellas.

    Cul era, pues, la substancia de este contrato a que los aliados se haban obligado? Unexamen de los documentos muestra que, aunque gran parte de los mensajes se haba tratado conhabilidad, con propsito y con intencin, y no con soluciones concretas, y que muchas cuestionesque requeran una solucin, en el Tratado de Paz no estn ni tocadas, sin embargo, algunascuestiones se resuelven definitivamente. Es verdad que dentro de ciertos amplios lmites los aliadostienen todava la mano libre. Adems, es difcil aplicar con la base de un compromiso cualquiera deaquellos pasajes tratados con habilidad e intencin; todo hombre debe juzgar por s mismo,tenindolos a la vista, si se ha puesto en prctica la mentira o la hipocresa. Pero quedan, como sever ms adelante, ciertas conclusiones importantes en las que el Convenio es inequvoco.

    Adems de los Catorce puntos de 8 de enero de 1918, los mensajes del presidente que formanparte de la materia del Convenio son cuatro: ante el Congreso el 11 de febrero, en Baltimore el 6 deabril, en Monte-Vernon el 4 de julio, y en Nueva York el 27 de septiembre, hacindose especialreferencia a estos ltimos en el Convenio. Me atrevo a entresacar de estos mensajes loscompromisos substanciales, evitando repeticiones, que son ms pertinentes al Tratado alemn. Loque omito confirma ms bien que desvirta lo que acoto; pero se refiere principalmente a laintencin, y es acaso demasiado vago y general para ser interpretado contractualmente.8

    Los Catorce puntos. 3. La eliminacin, en cuanto sea posible, de todas las barreras

    7 El valor exacto de esta reserva se discute en detalle en el captulo V.8 Omito tambin aquello que no hace especial referencia al arreglo alemn. El segundo de los Catorce puntos, que se

    refiere a la libertad de los mares, se omite porque los aliados no lo aceptan. La cursiva es ma.

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    econmicas, y el establecimiento de una igualdad de condiciones comerciales entre todas lasnaciones adheridas a la Paz y asociadas para su mantenimiento. 4. Garantas adecuadas, dadas yrecibidas, de que los armamentos nacionales se reducirn al mnimo que consienta la seguridadinterior. 5. Arreglo libre, hecho con un espritu abierto y absolutamente imparcial, de todas lasaspiraciones coloniales, teniendo presente los intereses de las poblaciones a que se refiere. 6, 7, 8 y11. La evacuacin y restauracin de todos los territorios invadidos, especialmente de Blgica. Aesto puede aadirse el conjunto de los aliados pidiendo compensacin por todo el dao causado alos civiles y a su propiedad por tierra, por mar y por aire (copiado por entero ms arriba). 8. Lareparacin del dao hecho a Francia por Prusia en 1871 con el asunto de Alsacia-Lorena. 13. UnaPolonia independiente, incluyendo los territorios habitados por poblaciones indiscutiblementepolacas, y asegurndoles un libre y seguro acceso al mar. 14. La Sociedad de Naciones.

    Ante el Congreso, 11 de febrero. No habr anexiones, ni contribuciones, ni indemnizacionespunitivas. ... La libre determinacin de los pueblos no es una mera frase. Es un principioimperativo de accin que los hombres de Estado slo podrn ignorar en adelante con peligro paraellos ... Todo arreglo territorial derivado de esta guerra debe hacerse en inters y en beneficio de laspoblaciones interesadas, y no como un mero trato o compromiso de aspiraciones entre Estadosrivales.

    Nueva York, 27 de septiembre. 1. La justicia imparcial aplicada no debe hacer distincionesentre aquellos con quienes queremos ser justos. 2. Ningn inters especial o aislado de ningunanacin sola, o de ningn grupo de naciones, puede servir de base a una parte del arreglo que no estconforme con el inters comn a todas. 3. No puede haber Ligas o alianzas o estipulacionesespeciales y compromisos dentro de la familia general y comn de la Sociedad de Naciones. 4.No puede haber combinaciones especiales econmicas egostas dentro de la Sociedad, niemplearse ninguna forma de boicot econmico o de exclusin, excepto la facultad, comopenalidad econmica, de excluir de los mercados del mundo, que puede establecerse en la Sociedadde Naciones misma como un medio de disciplina y de control. 5. Todos los acuerdosinternacionales y Tratados de toda especie deben ponerse, en su totalidad, en conocimiento del restodel mundo.

    Este programa, sabio y magnnimo para el mundo, se hizo el 5 de noviembre de 1918, en laregin del idealismo y de las aspiraciones, y se convirti en una parte de un contrato solemne, en elque todas las grandes potencias del mundo pusieron su firma. Pero, no obstante, en la cinaga dePars se perdi su espritu por completo; su letra en parte fue desconocida, y en parte deformada.

    Las observaciones alemanas sobre el proyecto de Tratado de Paz fueron, ante todo, unacomparacin entre los trminos de este acuerdo, en virtud del cual la nacin alemana se habaconformado con deponer las armas, y las decisiones posteriores del documento que se les puso a lafirma. No tenan gran dificultad los comentaristas alemanes para demostrar que el proyecto deTratado constitua una infraccin de los compromisos y de la moralidad internacionales, comparablecon la suya propia al invadir Blgica. Sin embargo, la rplica alemana no fue en todas sus partes undocumento completamente digno de la ocasin, porque, a pesar de la justicia y de la importancia degran parte de su contenido, carecan de aquella amplitud, alteza y dignidad de miras, y de aquellaforma sencilla, objetiva y desapasionada, que los profundos sentimientos del momento deban haberevocado. Los gobiernos aliados no le prestaron en ningn caso consideracin seria, y dudo que ladelegacin alemana pudiera haber dicho nada en aquella situacin que hubiera podido influir grancosa en el resultado.

    Las virtudes ms comunes de los individuos faltan, con frecuencia, en los representantes delas naciones. Un hombre de Estado que no se representa a s mismo, sino a su pas, puede aparecer,sin incurrir en una censura exagerada como se ve a menudo en la Historia, vengativo, prfido y

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    egosta. Estas cualidades son corrientes en los Tratados impuestos por los vencedores. Pero ladelegacin alemana no logr hacer resaltar, con palabras ardientes y profticas, la cualidad quedistingue fundamentalmente este Convenio de todos los precedentes en la Historia: la insinceridad.

    Este tema, sin embargo, debe quedar para otra pluma distinta de la ma. Yo me voy a referir,principalmente en lo que sigue, no a la justicia del Tratado, ni a la demanda de castigo para elenemigo, ni a la obligacin de justicia contractual para el vencedor, sino a la sensatez y a lasconsecuencias del Tratado.

    Me propongo, por tanto, en este captulo exponer desnudamente los principales preceptoseconmicos del Tratado, reservando para el siguiente mis comentarios sobre las reparaciones ysobre la capacidad de Alemania para hacer frente a los pagos que se le exigen.

    El sistema econmico alemn, tal y como exista antes de la guerra, dependa de tres factoresprincipales: 1. Comercio martimo, representado por su marina mercante, sus colonias, susinversiones en el extranjero, sus exportaciones y las relaciones martimas de sus comerciantes. 2La explotacin de su carbn y de su hierro, y las industrias en ellos basadas. 3. Sus transportes y susistema aduanero. De stos, el primero era ciertamente el ms vulnerable, aunque no el menosimportante. El Tratado aspira a la destruccin sistemtica de los tres; pero, sobre todo, de los dosprimeros.

    I

    1. Alemania ha cedido a sus aliados todos los barcos de su marina mercante que excedan de1.600 toneladas en bruto; la mitad de los barcos de entre 1.000 toneladas y 1.600, y una cuarta partede sus barcos de pesca con redes y otros botes de pesca.9 La cesin es amplia, incluyendo no slobarcos que enarbolen la