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71 Por una gobernabilidad democrática para la expansión de la libertad JOAN PRATS CATALÁ* *Director del Instituto Internacional para la Gobernabilidad - PNUD, Barcelona. Destacado consultor internacional en materia de Reforma del Estado y Gobernanza Democrática para varios países de América Latina y el Caribe. Autor de importantes libros y ensayos. Licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Doctor en Derecho en la Antigua Universidad de La Sorbona en París, Premio Extraordinario Universidad Autónoma de Barcelona. Se ha desempeñado como consultor en administración, gerencia pública y desarrollo institucional de varios organismos internacionales: la OCDE, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la Unión Europea, y la Agencia Española de Cooperación Internacional y Gobierno de Cataluña, entre 1985 y 1998. También ha servido como asesor del Presidente del BID en materia de reforma del Estado entre 1995-1999. Ha publicado diversos artículos y libros en el campo de la administración pública, la gobernabilidad, y el desarrollo institucional. L El fantasma de la disolución social a gobernabilidad parece estar convirtiéndose en uno de los pro- blemas de nuestro tiempo. En 1975, Crozier, Huntington y Watanuki presentaron a la Comisión Trilateral un informe sobre «la gobernabilidad de las democracias» que produjo no poca polémica (1). La tesis más importante era que los problemas de gobernabilidad en Europa Occidental, en Japón y en Estados Unidos, procedían de la brecha creciente entre, por un lado, unas demandas sociales frag- mentadas y en expansión y, por otro, unos gobiernos cada vez más faltos de recursos financieros, de autoridad y de los marcos institucionales y las capacidades exigidas por el nuevo tipo de acción colectiva. Para conjurar los riesgos de ingobernabilidad se necesitaban cambios no sólo en las instituciones y en las capacidades de gobierno,

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Por una gobernabilidad democráticapara la expansión de la libertad

JOAN PRATS CATALÁ*

*Director del Instituto Internacional para la Gobernabilidad - PNUD,Barcelona. Destacado consultor internacional en materia de Reforma del Estadoy Gobernanza Democrática para varios países de América Latina y el Caribe.Autor de importantes libros y ensayos. Licenciado en Derecho por la Universidadde Valencia y Doctor en Derecho en la Antigua Universidad de La Sorbonaen París, Premio Extraordinario Universidad Autónoma de Barcelona. Se hadesempeñado como consultor en administración, gerencia pública y desarrolloinstitucional de varios organismos internacionales: la OCDE, el BancoMundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Programa de las NacionesUnidas para el Desarrollo, la Unión Europea, y la Agencia Española deCooperación Internacional y Gobierno de Cataluña, entre 1985 y 1998.También ha servido como asesor del Presidente del BID en materia de reformadel Estado entre 1995-1999. Ha publicado diversos artículos y libros en elcampo de la administración pública, la gobernabilidad, y el desarrolloinstitucional.

LEl fantasma de la disolución social

a gobernabilidad parece estar convirtiéndose en uno de los pro-blemas de nuestro tiempo. En 1975, Crozier, Huntington y

Watanuki presentaron a la Comisión Trilateral un informe sobre «lagobernabilidad de las democracias» que produjo no poca polémica(1). La tesis más importante era que los problemas de gobernabilidaden Europa Occidental, en Japón y en Estados Unidos, procedían dela brecha creciente entre, por un lado, unas demandas sociales frag-mentadas y en expansión y, por otro, unos gobiernos cada vez másfaltos de recursos financieros, de autoridad y de los marcosinstitucionales y las capacidades exigidas por el nuevo tipo de accióncolectiva. Para conjurar los riesgos de ingobernabilidad se necesitabancambios no sólo en las instituciones y en las capacidades de gobierno,

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sino también en la actitud de los ciudadanos. Dicho en lenguaje másactual, para fortalecer la gobernabilidad democrática había quereinventar, no sólo el gobierno, sino también la ciudadanía. En 1975se inició la crisis fiscal de las democracias avanzadas y, con ella, elcuestionamiento del Estado del Bienestar, es decir, del exitoso mode-lo de gobernabilidad nacido tras la Segunda Guerra Mundial.

En las conclusiones del Informe de 1975 puede leerse: “Lasdisfunciones de la democracia han producido tendencias que impidenahora ese mismo funcionamiento:

1. El funcionamiento exitoso de los gobiernos democráticos, las vir-tudes democráticas del individualismo y la igualdad han condu-cido a una deslegitimación general de la autoridad y a una pérdi-da de confianza en el liderazgo.

2. La expansión democrática de la participación y el involucramientopolítico han creado una sobrecarga en el gobierno y una expan-sión desequilibrada de las actividades gubernamentales, exacer-bando las tendencias inflacionarias en la economía.

3. Se ha intensificado la competencia política, que es esencial parala democracia, lo que ha llevado a una desagregación de los inte-reses y a un declive y fragmentación de los partidos políticos.

4. La receptividad de los gobiernos democráticos hacia el elec-torado y las presiones sociales han estimulado elparroquialismo nacionalista en el modo en que las sociedadesdemocráticas conducen sus relaciones internacionales.”(Crozier y otros: 1975, pág. 161).

Durante el último cuarto de siglo las democracias occidentales avan-zadas han protagonizado un drástico reajuste de sus economías, socieda-des, modos de gestión privado y público, mentalidades y relaciones depoder: todos estos procesos han llevado a formular la insuficiencia delgobierno o gobernación (“governing”) y la necesidad de la “gobernanza”(traducción propuesta de “governance” por la Real Academia Españolade la Lengua y por la Unión Europea) para asegurar la “gobernabilidad”de las democracias en nuestro tiempo. A todos estos procesos y concep-tualizaciones nos referimos más adelante.

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En los años 70 se inicia también la llamada Tercera Ola de Democra-tización con el derrocamiento de la dictadura portuguesa de Salazar me-diante un golpe militar. La ola comenzó en el sur de Europa a mediadosde los 70, alcanzó a los regímenes militares de América del Sur a finales delos 70 y comienzos de los 80, y llegó al Este, Sudeste y Sur de Asia a partirde mediados y fines de los 80. Durante el final de los 80 tuvo lugar unflorecimiento de transiciones de los antiguos regímenes comunistas delEste de Europa y la antigua Unión Soviética así como de Centroaméricahacia la democracia. La ola llegó a Africa en los 90, iniciándose allí preci-samente en febrero de 1990 con la liberación de Nelson Mandela y lalegalización del Congreso Nacional Africano (2).

En este contexto y particularmente en América Latina aparece unnuevo uso de la palabra “gobernabilidad”: se trata de que la transición a lademocracia y la democracia misma sean “gobernables”, tanto para evitarla regresión al autoritarismo como para avanzar y consolidar la democra-cia mejorando su desempeño económico, social y político. La inquietudpor la gobernabilidad subyace a toda la práctica política y a la reflexiónpolitológica sobre la transición a la democracia en América Latina. Laconciencia de las correlaciones de poder entre los actores estratégicos con-dicionaron, no sólo las estrategias de transición, sino la definición mismade democracia que se acabó adoptando.

“La experiencia de la salida forzada del régimen militar que go-bernaba la Argentina desde 1966, que culminó con la llegada al po-der de grupos opositores “maximalistas”, constituyó un hito en laliteratura sobre transiciones democráticas. Guillermo O’Donnell(1979) modeló el proceso de salida del régimen autoritario como unjuego de resultado incierto dependiendo de las acciones de los acto-res –por una parte los duros y los blandos del régimen y, por otra, laoposición maximalista y la moderada– de su capacidad para liderar ygobernar a los suyos y de sus márgenes de maniobra. Más aún, lalectura de dicha experiencia hecha por O’Donnell permitió vincularanalíticamente la modalidad de la salida del régimen militar con lasposibilidades de consolidación democrática. Por contraste a lo suce-dido en Argentina, para O’Donnell la ruta más prometedora para

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un exitoso proceso de transición y posterior consolidación democrá-tica es la de una alianza tácita o explícita entre los blandos del régi-men y la oposición moderada. Los términos de la negociación entrelos socios de esta empresa, agregaba Przeworski (1988) deberían sercapaces de perdurar en el nuevo régimen. Para ello, los demócratasdeberían dar garantías creíbles a los militares y sus aliados de claseque ciertos temas del pasado no serían revisados y que ciertos privile-gios perdurarían bajo el nuevo régimen. Por ello, este analista con-cluía en tono pesimista, que muy probablemente las democraciasdeberían pagar el precio de cierto conservadurismo por su existen-cia, retirando ciertos temas del dominio público y del brazo de lajusticia (…). Este tono cauteloso y moderado prevaleció también ala hora de adoptar una definición de democracia. En este sentido losanalistas dejaron de lado una posible definición que la identifica conresultados sustantivos, tanto sociales como económicos, y en su granmayoría adoptaron una que la identifica con procedimientos para lasolución de problemas políticos. La definición de poliarquía de Dahl(1971) se transformó en un punto focal de la discusión...” EduardoFeldman, La Reflexión de la Evolución Politológica sobre la Democra-tización en América Latina: del cambio de régimen a la gobernabilidady las instituciones, en Instituciones y Desarrollo, Número 8 y 9 extraor-dinario, 2001.

A lo largo de los 90 va diluyéndose el dogma anterior de la neutrali-dad política de la cooperación para el desarrollo. Crecientemente se acep-ta la democratización como un objetivo legítimo de desarrollo. Las agen-cias multilaterales y bilaterales van estableciendo programas de ayuda ocooperación a la democratización (3) . América Latina es un continenteprivilegiado en este sentido. Especialmente el PNUD América Latinaimpulsa proyectos de fortalecimiento de la gobernabilidad democrática.Otras Agencias preferirán adoptar como objetivo de su cooperación elconcepto más neutral de “governance”, aunque abriéndose progresiva-mente a los contenidos democráticos (4).

La gobernabilidad democrática es en gran parte una construcción dey para los procesos de democratización latinoamericanos, sin perjuicio deque resulte perfectamente generalizable. Las democratizaciones latinoa-

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mericanas se producen además en un tiempo en que está cambiando elentorno y el paradigma tecnoeconómico, en que se ha agotado el modelode desarrollo por sustitución de importaciones, con nula capacidad demaniobra fiscal por la carga de la deuda, crecientes retos sociales y escasascapacidades institucionales. La agudeza de los desafíos hará que vayandesmoronándose los regímenes autocráticos –ayudado el proceso en los90 por el fin de la Guerra Fría– pero también hará que las “viejas demo-cracias” latinoamericanas experimenten serias dificultades y formas deregresión neoautoritarias y que las nuevas democracias experimenten gravesproblemas de consolidación. Es en este sentido que se plantea en casitoda la región no sólo la transición a la democracia, sino el problema de lagobernabilidad democrática. Los mexicanos, más reticentes inicialmenteal uso de esta expresión, después de las elecciones de 2000 que han con-vertido el país en una verdadera poliarquía, son los que quizás la estánutilizando hoy más profusamente.

Sin embargo, carecemos de un marco conceptual y analítico quenos permita abordar con una mínima precisión el tema de lagobernabilidad democrática. En términos prácticos, cuando se tratade concretar qué hay que atender y hacer para que una democraciasea gobernable, las propuestas son tantas y tan diversas que la“gobernabilidad” parece el nuevo compendio de las ciencias sociales.Frente a la desconfianza inicial por la palabra, a partir de cierto mo-mento todo es gobernabilidad: asegurar mayorías parlamentarias a lospresidentes, construir consensos y coaliciones, fortalecer el sistemaelectoral y de partidos políticos, asegurar la suficiencia financiera delEstado, reordenar sus relaciones con los poderes descentralizados, re-formar la policía y el ejército, introducir la nueva gestión pública,fortalecer el Poder Judicial y el estado de derecho, garantizar los dere-chos humanos, prevenir y gestionar conflictos y desastres, proveerbienes públicos... La gobernabilidad deja incluso de tener una dimen-sión exclusivamente política y se pasa a hablar de gobernabilidad eco-nómica, social, medioambiental, educativa, urbana...

De una idea inicial meramente politológica, muy sencilla y acota-da, centrada en que las relaciones entre el presidente y el Legislativo

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(recuérdese el debate entre presidencialismo y parlamentarismo plan-teado desde la “gobernabilidad”) se articulen de modo tal que no sebloquee la toma de decisiones y se ponga en riesgo el proceso de de-mocratización, se ha pasado a un uso desbordado de la palabra que yaparece muy difícil de embridar conceptualmente.

La razón de este éxito, que ya desborda el ámbito latinoamericano,se encuentra quizás en que los grandes cambios registrados en el mundodurante los últimos 25 años plantean cuestiones que ya no puedencalificarse de mejor gobierno, administración o gestión pública. Loque está en juego en muchos países (y en muchos sistemas sociales)no es el buen gobierno, sino la gobernabilidad misma. El riesgo ya noes el mal gobierno sino la ingobernabilidad y la amenaza de anomia ydesintegración social que conlleva. El fantasma de la ingobernabilidadno evoca sólo la regresión autoritaria o la pérdida de eficacia y eficien-cia, sino el estado de naturaleza aludido en el Leviatán de Hobbes en1651, en el cual la vida humana sin un Estado efectivo capaz de pre-servar el orden es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”.

Los problemas de gobernabilidad ya no se dan, además, sólo aescala nacional: hoy son desafíos de naturaleza internacional plantea-dos por la problemática transición a la sociedad “info/global”. La cons-trucción de una economía que gracias a las nuevas tecnologías puedafuncionar en tiempo real y a escala planetaria, pero dejando ampliosterritorios marginados y profundizando las desigualdades, va a resul-tar forzosamente problemática. Tras la caída del Muro de Berlín en1989 la hegemonía por la conducción del proceso corresponde clara-mente a los Estados Unidos, que la ejercen a través de la alianzainstitucionalizada en el G-8. En realidad, el intento de universaliza-ción de la democracia liberal –junto con la liberalización del comerciointernacional, las desregulaciones y privatizaciones, la estabilidadmacroeconómica y el ajuste estructural– forman parte del paquete dereformas –a veces conocidas como “Consenso de Washington”– im-pulsadas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y,en general, los organismos multilaterales de cooperación, dirigidas areestructurar y acomodar a los países en desarrollo en el nuevo orden

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info/global. Pero si la economía se globaliza, no hay tendencia equi-valente en la política. Lo que determina la situación del globo en elnuevo milenio es la oposición entre globalidad económica y divisiónpolítica (Hobsbawm: 1999, 3) (5).

Aunque tras la caída del comunismo por un momento parecióque la gobernabilidad global iba a ser más fácil debido al aparenteincontenible avance de la democracia liberal, estamos sin embargoante una situación muy inestable. Por varias razones:

1. Porque la mayoría de los Estados nominalmente democráticoscarecen todavía de bases sociales, institucionales y de cultura po-lítica para consolidar una democracia estable.

2. Porque la incapacidad de muchos Estados para generar desarro-llo en el nuevo paradigma tecno/global genera pérdidas graves delegitimidad que se traducen en desgobierno, fraccionamientos yconflictos internos, regresiones autoritarias, fundamentalismos,economía criminal y corrupción, violencia, inseguridad y ame-naza a las libertades, resentimiento antihegemónico, guerras debaja intensidad y terrorismo. (6)

3. Porque las potencias hegemónicas de la globalización no parecendispuestas a asumir los costes generados por éstas en los paísesque tienen menores capacidades para adaptarse a las nuevas exi-gencias del desarrollo, limitando los llamados “bienes públicosglobales” a asegurar las condiciones para el funcionamiento efi-caz del libre comercio, sin incluir cuestiones decisivas desostenibilidad del desarrollo, de reducción radical de la pobreza ylas desigualdades, de derechos humanos o de construcción dedemocracias de calidad (7) .

“Los fracasos de este siglo han sido tan patentes, sobre todo en laesfera política y social, que se está perdiendo la fe en que los hombresson capaces de solucionar sus problemas. La locura de la ideologíaneoliberal y el abandono del proyecto de cambiar el mundo por lamayoría de gobiernos de la izquierda actual, me parecen igualmentesíntomas de un notorio pesimismo intelectual. Esta abdicación antelos problemas del siglo XXI resulta sumamente peligrosa. Son pro-blemas abordables, insolubles sin decisiones humanas conscientes y

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colectivas. La más urgente tarea frente al milenio es que los hombresy las mujeres vuelvan a los grandes proyectos de edificar una socie-dad mejor, más justa y más viable. Sin la fe en que estamos empeña-dos en grandes tareas colectivas no se consigue nada... Y hay lugarpara la esperanza...” (Hobsbawm: 1999, 12).

Veinticinco años después del informe de Crozier, Huntington yWatanuki sobre la ingobernabilidad de las democracias, Pharr y Putnameditaban, también bajo el auspicio de la Trilateral, un nuevo libro titula-do “Disaffected Democracies. What’s Troubling The Trilateral Countries?(8) . Si en el informe de 1975 la variable independiente eran los cambiossocioeconómicos que planteaban problemas de gobernabilidad demo-crática, variable dependiente, ahora en el informe de 2000 la variableindependiente y el problema que se tematiza es la caída de la confianzageneral han las instituciones y los liderazgos políticos. En efecto, aunqueel compromiso con los valores democráticos es más firme que nunca, seobserva empíricamente que la confianza en las instituciones y en losliderazgos democráticos ha disminuido en estos 25 años. Salvo en Ho-landa y parcialmente en Noruega, la satisfacción y la confianza en lospartidos políticos, el Legislativo, la Administración y la confianza en laclase política en general en disminuido notoriamente. Esto se está tradu-ciendo a veces en demandas importantes de reformas políticas y electora-les, de reconstrucción de ciudadanía y del espacio democrático, de nue-vos cauces para la participación política. Pero en conjunto se registra unadesvinculación creciente de la ciudadanía respecto de la vida política.Tratando de explicar este fenómeno se establecen tres variables depen-dientes: la información disponible por los ciudadanos, los criterios deevaluación de los ciudadanos y el desempeño de las instituciones demo-cráticas. La conclusión del informe que reseñamos es contundente: lascausas de la pérdida de confianza en las instituciones democráticas no sehalla en factores socioeconómicos, sino en la propia política. (9)

Seguramente estamos ante una situación que podríamos des-cribir del modos siguiente: los ciudadanos creen más que nuncaen la democracia pero no creen que la democracia cristalizada enlas instituciones y liderazgos del presente sea capaz de hacer frente

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a los desafíos planteados por un tiempo histórico nuevo: la transi-ción hacia la sociedad global, de la información y del conocimien-to. No estamos, pues, ante una crisis de los valores democráticos,más firmes y universalizados que nunca, pero sí seguramente anteuna crisis de las formas y capacidades institucionales en que cris-talizaron estos valores en las sociedades industriales.

Del desbordamiento a la confusión conceptual:gobernabilidad y “governance”

Con la notable excepción del PNUD latinoamericano y algunaotra, la comunidad del desarrollo no ha utilizado la expresióngobernabilidad (“governability”), sino “governance”, (N. de R.:Carlos Fuentes afirma que la traducción correcta es gobernanza) aveces impropia y hasta conscientemente traducida al español comogobernabilidad. Adelantamos nuestra posición: gobernabilidad y“governance” son dos conceptos interrelacionados pero que es ne-cesario separar a efectos analíticos.

¿De dónde procede el éxito de la “governance” tanto en la acade-mia como en la comunidad del desarrollo y en general en la retóricapolítico-administrativa actual? El uso es reciente, corresponde a los90 y especialmente a su segunda mitad. Entre los 50 y los 70 la comu-nidad del desarrollo se aplicó a la reforma administrativa, entendidadesde la racionalidad instrumental y la neutralidad política. Durantelos 80 se introdujo la perspectiva de las políticas públicas y se teorizóel paso de la administración a la gestión o “management”público,manteniéndose la lógica de la racionalidad instrumental y la neutrali-dad política de la etapa anterior. Las políticas sintetizadas en el llama-do Consenso de Washington y los programas de reformas integralesdel sector público que las acompañaron (“public sector managementreform”) respondieron a esta misma lógica. En este contexto, por ejem-plo, el PNUD creó el MDD, “Management Development División”,que sólo entrados los 90 se convirtió en el MDGD, “ManagementDevelopment and Governance División”. A lo largo de esta década la

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palabra “governance” quedó incorporada al lenguaje de la comunidaddel desarrollo.

El aprendizaje reseñado también nos ha hecho cambiar nuestroconcepto de “governance” y tendrá que hacernos cambiar tambiénnuestra práctica de cooperación a la misma. Hasta hace muy pocotiempo por “governance” entendíamos “la forma en que el poder ola autoridad política, administrativa o social es ejercida en el manejode los recursos o asuntos que interesan al desarrollo” (PNUD: 1997,Banco Mundial: 1995). La “governance” se confundía así en granparte con el “public sector management” y la cooperación al desa-rrollo con una operación de asistencia técnica facilitadora de nuevasy mejoras “racionalidades instrumentales”. Se trataba, en suma, demejorar la eficacia y eficiencia de las organizaciones gubernamenta-les en la formulación y gestión de políticas públicas.

El PNUD maneja hoy un concepto de “governance” completa-mente diferente. En nuestro último informe sobre desarrollo huma-no, nuestro nuevo administrador, el Sr. Malloch Brown, señala queni los mercados, ni la política, ni la sociedad pueden funcionar sininstituciones y reglas y que éstas –la “governance”– ya no se refierensólo a las organizaciones gubernamentales porque enmarcan y entre-lazan una serie interdependiente de actores que comprende los go-biernos, los actores de la sociedad civil y el sector privado, y ellotanto a nivel local como nacional e internacional (p. V). Nuestroinforme enfatiza que “el desafío de la globalización no es detener laexpansión de los mercados globales, sino encontrar las reglas y lasinstituciones de una mejor “governance” –local, regional, nacional yglobal– para preservar las ventajas de los mercados y la competenciaglobal, pero también para proveer los recursos comunitarios ymedioambientales suficientes para asegurar que la globalización tra-baja para la gente y no sólo para los beneficios” (p. 2). En este con-texto, “governance” para el PNUD significa hoy “el marco de reglas,instituciones y prácticas establecidas que sientan los límites y los in-centivos para el comportamiento de los individuos, las organizacio-nes y las empresas” (p. 8). (Elena Martínez, directora del Buró deAmérica Latina y el Caribe del PNUD, México, octubre 1999).

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Este entendimiento de la “governance” como instituciones y re-glas que fijan los límites y los incentivos para la constitución y funcio-namiento de redes interdependientes de actores (gubernamentales,del sector privado y de la sociedad civil) así como la asunción de suimportancia para el desarrollo tiene su causa en diversos factores:

1. La formulación de la teoría de la “governance” para explicar lagobernabilidad de la Unión Europea como estructura de toma dedecisiones a través de redes de actores gubernamentales y no guber-namentales multinivel (10).

2. El reconocimiento desde la ciencia política más conectada al trabajopor el desarrollo de la necesidad de disponer de mejores marcos ana-líticos capaces de relacionar el régimen político con el desarrollo.

Desde una perspectiva politológica, Hyden ha desarrollado unconcepto de” governance” basado en el concepto de “régimen” quees una convención para designar “las normas explícitas e implícitasque definen quiénes son los actores políticos relevantes y a través dequé canales y con qué recursos se posicionan activa y políticamente”(definición debida a Guillermo O’Donnell). Un régimen no es unconjunto de actores políticos, sino más bien un conjunto de reglasfundamentales sobre la organización del espacio público. Esta no-ción de espacio público comprende tanto al Estado como a la socie-dad civil y traza la línea divisoria entre público y privado...

Sobre esta base, Hyden desarrolla un concepto de “governance”como la gestión consciente de las estructuras del régimen con la mi-rada puesta en el fortalecimiento de la legitimidad del espacio públi-co. En esta definición, régimen y estructura de “governance” signifi-can lo mismo, y las estructuras se hallan basadas en normas. La legi-timidad es la variable dependiente producida por una “governance”efectiva... “Governance” y políticas públicas son entidades concep-tuales diferentes, aunque en la práctica se afectan mutuamente.“Governance” se refiere a la “metapolítica” y concierne a la estructu-ra institucional de la acción política tanto del gobierno como de losactores de la sociedad civil. Una aproximación del tipo “governance”debe explorar el potencial creativo de estos actores, y especialmente

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la habilidad de los líderes de superar la estructura existente, de cam-biar las reglas del juego y de inspirar a otros para comprometerse enel esfuerzo de hacer avanzar la sociedad hacia nuevos y productivoscaminos. La “governance” concierne a la institucionalización de losvalores normativos que pueden motivar y proveer cohesión a losmiembros de una sociedad. Esto implica que es improbable que puedaemerger un Estado fuerte en ausencia de una sociedad civil vibrante.

De acuerdo con lo anterior, “governance” tiene dos dimensiones:(a) una dimensión estructural, que hace referencia a los arreglosinstitucionales existentes en una sociedad dada, y (b) una dimensióndinámica o de proceso, que se refiere a las acciones de los actores quepueden afectar a la dimensión estructural. Esto permite focalizar la“governance” desde una perspectiva tanto analítica como normati-va. Desde la primera, “governance” implica un marco conceptualpara captar los arreglos institucionales de la sociedad y la gestión delos mismos por los actores relevantes; desde la perspectiva normati-va, “governance” compromete el liderazgo moral de los actores paramejorar las estructuras institucionales existentes en aras de mejorarla capacidad de solucionar los problemas de acción colectiva” (JoanPrats, Some Strategic Foundations for Improving Management andGovernance in Sub-Saharan Africa, UNDP-MDGD, 1996).

3. El reconocimiento desde la teoría de la gestión pública de que ensociedades de alta complejidad, diversidad, dinamismo e interdepen-dencia, la eficacia y eficiencia de la gestión ya no dependen sólo de laacción de gobierno o gobernación (“governing”), sino de la capaci-dad para la creación y gestión de redes de actores (11) , de cuya cali-dad depende la gobernabilidad

La gestión pública, según Metcalfe, debe ser entendida como ges-tión a nivel “macro” relacionada con el cambio estructural a nivel derelaciones multiorganizacionales, mientras que la gestión privada fun-ciona a nivel “micro” centrándose en organizaciones específicas. Losproblemas emergen cuando los reformadores intentan implementartécnicas de gestión de nivel micro en un espacio multiorganizacional“donde no pueden suponerse ni el consenso en los fines ni la gestiónpor decisión de autoridad”. La gestión pública se refiere al cambio, no

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a nivel organizacional o micro –que la meta de la gestión del sectorpúblico y privado–, sino a nivel macro o estructural entendido comoorientando la transición hacia un nuevo marco institucional. Metcalfeopina que la diferencia entre los dos niveles de gestión es similar a laque existe entre las reglas del juego y las estrategias de los actores. Esfácil reconocer que cambiar las reglas del juego (la “governance” o laestructura institucional) es un cambio de naturaleza diferente al queimplica cambiar las estrategias de los actores individuales.

El profesor Kooiman ha desarrollado una interesante distinción con-ceptual entre “governing”, “governance” y “governability” que consideracomo fundamentos de una teoría sociopolítica de la “governance” in statunascenti. Su punto de partida es que como consecuencia de la compleji-dad, la diversidad y el dinamismo de las sociedades contemporáneas, losesfuerzos de gobernación (“governing”) son por definición procesos deinteracción entre actores públicos y los grupos de interés o individuosimplicados. Gobernar (“governing”) en el sentido de Kooiman equivale ala concepción de la gestión pública a nivel macro de Metcalfe. Consistefundamentalmente en coordinar, orientar, influir, equilibrar... lainteracción entre los actores políticos y sociales. Para concluir, Kooimanconsidera que la gobernación puede verse como intervenciones (orienta-das a metas) de actores políticos y sociales con la intención de crear unapauta de interacción más o menos estable y predecible dentro de unsistema sociopolítico que será tanto más posible cuanto más acorde seacon los deseos u objetivos de los actores intervinientes.

El concepto de gobernación se encuentra fuertemente vinculadoal de “governance”. La governance puede verse como la pauta o es-tructura que emerge en un sistema sociopolítico como el resultadoconjunto de los esfuerzos de interacción de todos los actoresintervinientes. Esta pauta emergente conforma las reglas del juego enun sistema específico o, en otras palabras, el medio a través del cuallos actores pueden actuar e intentar utilizar estas reglas de acuerdocon sus propios intereses y objetivos. El concepto de “governance” esbásicamente una herramienta analítica y descriptiva. Pero en la medi-da en que una pauta de “governance” puede verse como el resultado

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de las intervenciones de los actores, también tiene una dimensiónnormativa. Es posible preguntarse qué pauta de interacción resultadeseable (por ejemplo, en términos de incentivar el desarrollo), quéactores deben jugar un rol en la reforma institucional y quéconstricciones deben tenerse en cuenta.

“Por gobernabilidad Kooiman entiende la cualidad conjunta de unsistema sociopolítico para gobernarse a sí mismo en el contexto de otrossistemas más amplios de los que forma parte. Esta cualidad depende delajuste efectivo y legítimo entre las necesidades y las capacidades de go-bernación. Este concepto de gobernabilidad no contempla las necesi-dades como algo perteneciente a la sociedad y las capacidades comoalgo perteneciente al gobierno. En las sociedades interdependientes con-temporáneas las necesidades y capacidades deben verse también comointerdependientes y por tanto a la vez como políticas y sociales, públi-cas y privadas, referentes al estado y a la sociedad. La capacidad degobernar de un sistema está claramente conectada a sus procesos de“governance” y de gobernación. Sin un ajuste efectivo y legítimo entrelas necesidades y las capacidades no puede existir gobernabilidad. Peroeste ajuste depende de las estructuras de “governance” y de los actoresde gobernación (“governing actors”). Las necesidades y las capacidadesse construyen socialmente y el resultado final depende de la estructurainstitucional o fábrica social y de los actores”. Joan Prats, Some StrategicFoundations for Improving Management and Governance in Sub-saharianAfrica, Paper, 1996

4. El creciente reconocimiento, desde diversas y hasta opuestas aproxi-maciones académicas, de la importancia de las instituciones para eldesarrollo. Tanto desde la historia económica neoinstitucionalista deNorth como desde el neoinstitucionalismo de la “elección racional”de Mancur Olson , y la perspectiva no institucionalista de AmartyaSen, así como desde la gran diversidad de estudios empíricos desa-rrollados, existe un consenso cada vez mayor sobre la correlaciónfundamental entre instituciones y desarrollo

“Los individuos vivimos y operamos en un mundo de institucio-nes, de las que no somos siempre conscientes, muchas de las cuales

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transcienden hoy las fronteras nacionales. Nuestras oportunidades yperspectivas dependen en gran medida de las instituciones que exis-ten y de cómo funcionan. Las instituciones no sólo contribuyen anuestras libertades, sino que deben ser evaluadas en función de sucontribución a nuestras libertades. Así lo exige el contemplar el de-sarrollo humano como libertad. Amartya Sen (2000), El Desarrollocomo Libertad, Barcelona, Paidós).

El uso creciente de la palabra “governance” como distinta de“governability” ha llevado a la Real Academia Española y a la UniónEuropea, que sepamos al menos, a proponer su traducción por“gobernanza” un galicismo medieval en desuso (12) . Cualquiera quesea la suerte de la traducción propuesta, lo que se quiere significar esla diferencia conceptual entre “gobernanza” y “gobernabilidad” a pe-sar de la reconocida imprecisión del campo semántico de ambas.

En un trabajo reciente, Renate Mayntz recuerda que la propia pa-labra “governance” está experimentando una interesante evoluciónsemántica: inicialmente “governance” se utilizó como sinónimo de“governing” (que proponemos traducir por gobernación) o procesode gobernar a través de las organizaciones de gobernación (“governingorganizations”). Pero –advierte– el campo semántico de la palabra seha ampliado con dos nuevas acepciones: (1) hoy se recurre a“governance”, en primer lugar, para indicar “un nuevo estilo de go-bierno, distinto del modelo de control jerárquico y caracterizado porun mayor grado de cooperación y por la interacción entre el Estado ylos actores no estatales al interior de redes decisionales mixtas entre lopúblico y lo privado”; (2) pero, en segundo lugar, se está recurriendoa “governance” para indicar algo mucho más amplio: inicialmentedesde la economía de los costes de transacción, pero con mayor gene-ralidad después, se descubrieron formas de coordinación social dife-rentes no sólo de la jerarquía sino de los mercados, recurriéndoseentonces a la expresión “governance” para designar toda forma decoordinación de las acciones de los individuos y las organizacionesentendidas como formas primarias de la construcción del orden so-cial. Esta segunda acepción amplía de modo tal el campo semántico

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que la “governance” pierde pie en la teoría política para convertirse enuna teoría general de las dinámicas sociales (13) . En tal caso la pre-gunta es si la gobernanza como paradigma emergente puede aportaralgo que no aporte una perspectiva institucionalista de la política.

La gobernabilidad pura y pura:su relación problemática con el desarrollo

La gobernabilidad es una cualidad que proponemos para de las socie-dades o sistemas sociales, no para sus gobiernos. Hablamos de lagobernabilidad de un país o de una ciudad, no de sus gobiernos, aun-que obviamente las cualidades y calidades de éstos son un factorimportantísimo de la gobernabilidad.

Un sistema social es gobernable cuando está estructuradosociopolíticamente de modo tal que todos los actores estratégicosse interrelacionan para tomar decisiones colectivas y resolver susconflictos conforme a un sistema de reglas y de procedimientosformales o informales –que pueden registrar diversos niveles deinstitucionalización– dentro del cual formulan sus expectativas yestrategias. Esta es una caracterización inicial de la gobernabilidadmuy inspirada en la formulada por Coppedge (14), que nos pare-ce válida como punto de partida, aunque para llegar a una caracte-rización final que creemos bastante diferente y ya relevante a losefectos del desarrollo.

La formulación más elaborada de este concepto inicial exige: 1.desarrollar el concepto de actor estratégico. 2. desarrollar el conceptode reglas y procedimientos de ejercicio de autoridad. 3. considerar siel orden público debe incluirse como un elemento del concepto degobernabilidad 4. finalmente, considerar si el concepto degobernabilidad es un concepto meramente positivo o puede abordar-se también desde una perspectiva normativa.

Consideremos, en primer lugar, el concepto de actor estratégico.Por tal entendemos a todo individuo, organización o grupo con re-cursos de poder suficientes como para impedir o perturbar el funcio-

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namiento de las reglas o procedimientos de toma de decisiones y desolución de conflictos colectivos.

Sin recursos de poder suficientes para socavar la gobernabilidadno hay actor estratégico. Los recursos de poder pueden proceder delcontrol de determinados cargos o funciones públicas (ejército, legisla-tivo, presidencia, política económico-financiera, sistema judicial, go-biernos estaduales o municipales claves...) o del control de factores deproducción (capital, trabajo, materias primas, tecnología...) o del con-trol de la información y las ideas (medios de comunicación socialprincipalmente...) o de la posibilidad de producir movilizaciones so-ciales desestabilizadoras (grupos de activistas...) o de la autoridad moral(iglesias).

“Cada recurso tiene un grupo prototipo asociado a él: el gobier-no y la burocracia con los altos cargos públicos, los tecnócratas y losmedios de comunicación con las ideas y la información, las empresascon los factores de producción, el ejército y la policía con la fuerzaviolenta, los partidos políticos con los activistas, y la autoridad mo-ral con la Iglesia. Sin embargo, algunos grupos derivan su poder demás de un recurso: los partidos cuentan con activistas, ideas, autori-dad moral (cuando son respetados) y los cargos públicos (cuandoestán en el gobierno); el gobierno cuenta con todos los recursos po-sibles en un momento o en otro. Cualquier grupo que controle unoo más de estos recursos es potencialmente un actor estratégico. Perosu poder también depende de la solidez del grupo, o del grado en elcual los miembros individuales o los subgrupos que los componen secomportan como un bloque sólido. La solidez depende de la organi-zación, la unidad y el objetivo del grupo. La organización cuentaporque los grupos latentes tienen poco poder, mientras que los gru-pos pequeños que pueden hacer demandas concertadas, y proseguir-las, ejercen un poder desproporcionado a sus recursos. La unidadimporta porque un grupo que trabaja por un objetivo común es máspoderoso que un grupo dividido trabajando por objetivos contra-rios. Finalmente, el ejercicio efectivo del poder depende del grado enel que el grupo tienen un claro objetivo, ya que incluso un grupobien organizado, dotado y unido tiene poco poder si carece de un

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“proyecto” que promover. Los actores estratégicos típicos en Améri-ca Latina son el gobierno (los líderes políticos en la Administración),el ejército, la burocracia y las empresas estatales, las cuales son cono-cidas colectivamente como el Estado; las asociaciones de empresa-rios, los sindicatos y confederaciones de trabajadores, las organiza-ciones de agricultores, la Iglesia y otros grupos de interés, a los que seconoce colectivamente como la sociedad; y los partidos políticos queintentan ser un mediador entre el Estado y la sociedad”.

Michael Coppedge (1996), 93

Todo análisis de gobernabilidad comienza con el establecimientodel mapa de los actores estratégicos. Para ello hay que superar elsimplismo del tipo relaciones “Estado-sector privado-sociedad civil”para intentar captar la complejidad y diversidad de los actores, susexpectativas y conflictos, las reglas de interacción explícita o implíci-tamente adoptadas, y la adecuación de todo ello a los desafíos que elsistema sociopolítico tiene planteados.

El análisis tiene que comenzar identificando en un momento his-tórico dado los actores estratégicos –internos o internacionales–, losrecursos de poder que controlan, su solidez interna, sus expectativas,sus mapas mentales, su capacidad para representar o para agregar losintereses que dicen representar o expresar, el tipo de alianzas estraté-gicas –internas o internacionales– y los conflictos en los que estánenvueltos. El análisis no se conforma con abstracciones excesivamen-te simples del tipo “el Estado”, “el sector privado” o las “organizacio-nes de la sociedad civil”. Hay que descender al nivel de organizacio-nes, grupos y personas. Por ejemplo, al Estado es conveniente verlocomo una suma de partidos políticos, presidente, burocracia, ejérci-to, empresas estatales, Poder Judicial, grupos parlamentarios estraté-gicos... Al sector privado debe vérselo como asociaciones empresaria-les generales y de sector o empresas clave, nacionales o transnacionales,sindicatos... La sociedad civil debe especificarse en asociaciones pode-rosas, organizaciones no gubernamentales, iglesias y otros grupos es-tratégicos...

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En segundo lugar, debemos desarrollar el concepto de “reglas yprocedimientos” a través de los que se toman decisiones de autoridady los actores estratégicos resuelven sus conflictos. Coppedge llama“fórmulas” a estas reglas y procedimientos. En realidad, estas reglas,procedimientos o fórmulas –formales o informales– constituyen elverdadero régimen político de un país.

Las reglas y procedimientos son fundamentales porque decidencómo se toman e implementan las decisiones de autoridad y, al hacer-lo, definen quiénes son los actores estratégicos, cómo puede llegar aaccederse a esta categoría dentro del sistema de gobernabilidad esta-blecido, qué relaciones de simetría o asimetría de poder se dan entrelos actores, cómo se resuelven los conflictos entre los mismos, cómoprotege cada uno los beneficios conquistados en el seno de una “coa-lición distributiva”...

Estas reglas y procedimientos determinan el tipo de relaciones quese establecen entre el poder político, por un lado, y la esfera económi-ca y social, por otro. Pueden estar más o menos institucionalizadas,entendiendo por tal, el grado en el que su acatamiento es más o me-nos el fruto del acatamiento a una voluntad personal o a unas reglas yprocedimientos abstractos que se acatan por encima e independiente-mente de las personas. La institucionalización así entendida es lo queRousseau llamaba el “salto civilizatorio” o paso del gobierno de laspersonas al gobierno de las leyes. El grado mínimo de institu-cionalización vendría representado por la sujeción de todos los acto-res estratégicos, incapaces de darse un mínimo orden contractual olegal de interacción, a un autócrata que garantizaría con su voluntaddiscrecional el orden y la paz social. La gobernabilidad será tanto mayorcuanto mayor sea el horizonte de duración de las reglas y procedi-mientos, es decir, su institucionalización. Cuando la gobernabilidades procurada por el arbitrio de un caudillismo personalista que des-cuida la formación de instituciones duraderas que lo hagan prescindi-ble, estaremos ante una gobernabilidad falente, ocasional, no sosteni-ble, independientemente de que el caudillo haya conquistado el po-der electoralmente o por la fuerza. Napoleón reconoció esta elemen-

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tal verdad cuando dijo que “los hombres no pueden fijar la historia.Sólo las instituciones pueden hacerlo”.

Las reglas y procedimientos de la gobernabilidad serán tanto más du-raderas cuanto mayor grado de conflicto entre los actores estratégicossean capaces de contener y procesar pacíficamente. La crisis degobernabilidad sólo se produce en realidad cuando el conflicto entre losactores tradicionales por su poder relativo o el conflicto con nuevos acto-res emergentes ponen en cuestión, no una regla, procedimiento o fórmu-la específicos, sino la misma matriz institucional que expresaba la estabi-lidad o equilibrio del sistema sociopolítico. Hay muchos conflictos quelejos de poner en crisis la gobernabilidad, mediante su solución positivacontribuyen a la adaptabilidad y fortalecimiento de las fórmulas degobernabilidad existentes. En este sentido cabría hablar de eficienciaadaptativa para designar aquella cualidad de las fórmulas que posibilita elreconocimiento y solución positiva de los conflictos mediante la adapta-ción de las fórmulas a los nuevos equilibrios entre los actores estratégicos.

En sociedades dinámicas, complejas, diversas y volis nolis impactadaspor la internacionalización, los actores estratégicos viven permanen-temente oportunidades y amenazas para aumentar o disminuir supoder relativo. Además, muchos grupos de interés pugnan por per-manecer o por acceder a la condición de actor estratégico. Cada cam-bio tecnológico, económico, social o del entorno genera un nuevoescenario de amenazas y oportunidades para el conjunto de actoresestratégicos. La apertura del proceso privatizador puede ser una exce-lente oportunidad para algunas élites económicas y políticas localesaliadas a capitales transnacionales, pero es una amenaza para los sin-dicatos que habían hecho de la patrimonialización parcial de estasempresas uno de sus recursos de poder más importantes. La pérdidapor las Fuerzas Armadas de los sectores empresariales que aún con-trolan en algunos países latinoamericanos es una pérdida de un recur-so de poder de éstas, pero puede ser una oportunidad para los sectoresempresariales privados. El intento de creación de un servicio civilmeritocrático será visto como una oportunidad por los servidores ci-viles profesionales y por los aspirantes cualificados para serlo, pero

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será vivido como una amenaza por los partidos políticos que toman laclientelización del servicio civil como un recurso de poder. La garan-tía internacional del respeto a los derechos humanos puede vivirsecomo una pérdida de poder por los organismos represores tradiciona-les, pero como una oportunidad para devenir actor estratégico porparte de grupos tradicionalmente reprimidos.

El grupo que quiere proteger o incrementar su poder relativo puedeutilizar diferentes tácticas: fortalecer sus recursos de poder y efectividad,buscar nuevas alianzas, socavar el poder de los otros grupos, conseguirrecursos de poder diferentes de los que le son característicos (sindicatosque consiguen propiedad de empresas; iglesias que crean o influyen enpartidos políticos; empresarios que controlan medios de comunicación...),ordenar sus recursos con más eficacia mediante el fortalecimientoorganizativo. (Coppedge: 67). El grupo que quiere ser reconocido comoactor estratégico puede pretender encontrar su espacio dentro de la ma-triz institucional mediante la modificación de alguna fórmula específicade la misma: caso de los zapatistas en México y de algunos otros movi-mientos indígenas emergentes, o, por el contrario, puede plantear uncambio fundamental de la matriz institucional como sucede con algunosmovimientos guerrilleros y algunos planteamientos indígenas. Las tácti-cas que utilizarán son completamente diferentes: desde el cambio en lacoalición gobernante, la provocación de la crisis ministerial, la votaciónde no confianza, la moción de censura, la reforma constitucional o legis-lativa, etc... hasta la subversión, la guerra, la violencia, el terrorismo, lamovilización social, la agitación ideológica, la búsqueda de alianzas inter-nas e internacionales. En Venezuela, el actual presidente Chávez utilizódiversas tácticas y recursos de poder para provocar una alteración radicalde la matriz institucional de la Cuarta República plasmada en las fórmu-las aún en gestación de la gobernabilidad incierta característica de la QuintaRepública.

El concepto de gobernabilidad asume, pues, el conflicto entre ac-tores como una dimensión fundamental sin la que no sería posibleinterpretar la dinámica de las reglas, procedimientos o fórmulas lla-madas a asegurar la gobernabilidad en un momento y un sistema

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sociopolítico dados. A mayor eficiencia adaptativa de las fórmulas,mayor será el grado de procesamiento de los conflictos, mejor el apren-dizaje colectivo y el desarrollo incremental de nuevas fórmulas y, endefinitiva, mayor la calidad de la gobernabilidad existente.

En tercer lugar, debemos debatir si la gobernabilidad exige sólo laaceptación de las reglas y procedimientos por los poderosos o exige,además, un grado de cumplimiento –voluntario o por la fuerza– mí-nimo y generalizado de las decisiones de autoridad también por partetambién de los actores no estratégicos y de la gente en general. Enpalabras más tradicionales, se trata de saber si la gobernabilidad exigeel orden público general. La cuestión es importante en algunos con-textos nacionales y urbanos latinoamericanos en los que los actoresestratégicos han conseguido dirimir electoralmente sus conflictos –bajo mayor o menor tutela internacional– y establecer algún sistemade frenos y contrapesos –con fuertes rasgos informales– en susinterrelaciones, pero sin llegar a generar un ordenamiento universalde las interacciones. Fuertes bolsas de informalidad o exclusión vivenal margen del orden generado por y para los actores estratégicos. Elhorror de la sociedad al vacío hace que en estos agujeros deinstitucionalidad formal se desarrollen estructuras informales quepueden llegar a ser culturales e institucionalizadas y que en generalconviven con fuertes dosis de anomia, desintegración social, pobreza,economía de supervivencia y emprendimientos criminales. El debategira sobre si la desestructuración social con todas sus graves conse-cuencias significa ingobernabilidad cuando los actores poderosos soncapaces de impedir el nacimiento de nuevos actores que produzcanconflictos que las reglas y procedimientos vigentes no son capaces deresolver. La respuesta a este debate exige, creemos, considerar las rela-ciones entre gobernabilidad y desarrollo.

La pregunta es ¿gobernabilidad para qué? Si la gobernabilidad escompatible con las dictaduras, la represión feroz, los caudillismospersonalistas que abortan el desarrollo institucional, losfundamentalismos, las coaliciones distributivas que bloquean los pro-cesos de reforma, las hambrunas, la destrucción medioambiental etc.,

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¿de qué y a quién sirve la gobernabilidad así entendida? La respuestade todos los conservadores del mundo es siempre la misma: lagobernabilidad existente es la única posible, el pueblo no está prepa-rado, no hay alternativa positiva posible, o el orden existente o el caosentendido como vuelta al estado de naturaleza –al margen de quemucha gente pueda ya estar viviendo en tal estado– (como en el viejocuento, el dictador arenga a la población diciéndole “o yo o el caos”.La población grita “¡el caos, el caos!”, y él contesta impasible: “noimporta yo también soy el caos”).

Finalmente, consideremos las relaciones entre gobernabilidad ydesarrollo. Si la gobernabilidad fuera un fin en sí misma, tendríamosque medirla y ordenar los países en más o menos gobernables, enfunción de la capacidad del régimen político para integrar a los acto-res estratégicos y asegurar la eficacia del ejercicio de la autoridad. Lagobernabilidad vendría a coincidir con el grado de “ley y orden” exis-tente, independientemente de la naturaleza y calidad de la ley y de lasconsecuencias económicas y sociales del tipo de orden vigente. Lagobernabilidad así planteada, como institucionalidad socio-políticacapaz de generar orden o al menos de impedir la descohesión social,es ajena a la idea de desarrollo. Así considerada, no tenemos argu-mentos para negar que la gobernabilidad de una dictadurafundamentalista es menor que la de Holanda, por ejemplo. Parececlaro que desde la lógica de la cooperación al desarrollo esta aproxi-mación a la gobernabilidad no resulta relevante.

Cuando pasamos a reconocer que existen unas formas degobernabilidad capaces de producir desarrollo y otras que no, la aproxi-mación a la gobernabilidad cambia necesariamente. Si axiológicamenteasumimos que la gobernabilidad tiene que ser evaluada en función desu capacidad para producir desarrollo o bienestar en la gente, enton-ces resulta que:

1. Aunque el desarrollo exige gobernabilidad, no toda forma degobernabilidad es capaz de producir desarrollo, por lo que resultafundamental especificar qué formas de gobernabilidad son capacesde generar desarrollo y cuáles no.

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2. La misma ambivalencia se percibe entre la gobernabilidad y el con-flicto antisistémico. La gobernabilidad no productora de desarrolloes compatible sólo con los conflictos resolubles dentro del marco dereglas y procedimientos que la definen. Cuando un viejo actor disi-dente u otro nuevo emergente tienen recursos de poder suficientespara replantear el cambio radical del marco institucional de lagobernabilidad existente (alterando así los equilibrios de poder y losintereses representados en la toma de decisiones) el conflicto resultaincompatible con la gobernabilidad existente, pero puede –no nece-sariamente– ser generativo de una nueva gobernabilidad másincentivadora del desarrollo. En tales casos, la lógica de la coopera-ción al desarrollo obliga a reconocer respetuosamente al conflicto yapoyar su desenlace positivo. La cooperación a la gobernabilidad noes la negación o anulación sino el reconocimiento y discernimientodel conflicto así como la capacidad para actuar para su resolución enformas de gobernabilidad superiores en tanto que más capaces deproducir desarrollo. El análisis y el apoyo a la superación positiva delconflicto pasan a ser así temas claves de la cooperación a lagobernabilidad y el desarrollo.

Que el desarrollo humano implique –como razonamos después–democracia y gobernabilidad democrática no significa que todagobernabilidad democrática produzca desarrollo humano. En reali-dad, democracia y autocracia son categorías politológicas no cons-truidas para significar potencialidades de desarrollo. Pero el debate seha producido y sigue vivo y en buena parte abierto. Nuestra posiciónes que no podemos hablar de desarrollo humano –por las razones quedespués se exponen– sin lucha por o progreso en la democracia y sugobernabilidad. Pero si adoptamos una concepción menos exigentede desarrollo y lo conceptualizamos como crecimiento y hasta comodesarrollo económico y social, entonces tendremos que reconocer quetal desarrollo, según resulta de los estudios histórico-empíricos, no hadependido de la naturaleza democrática o autocrática del régimenpolítico, sino de la forma o tipo de gobernabilidad en que se hanconcretado.

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Mancur Olson y el neoinstitucionalismo en general han avanzadomucho en el relevamiento de los rasgos institucionales que posibili-tan que en una autocracia y en una democracia se desarrollen políti-cas públicas y comportamientos privados que generan crecimiento.Cuando los actores estratégicos –democráticos o autocráticos– con-vienen en un marco institucional duradero que, a través de frenos ycontrapesos productores de seguridad jurídica, define y protege efi-cazmente los derechos de propiedad, la libertad de empresa y la ga-rantía de cumplimiento de los contratos para el conjunto de la pobla-ción, en tales condiciones el sistema político protegerá la autonomía yla libertad económica del sector privado integrador potencialmentede toda la población y un tipo de ordenamiento y acción del sectorpúblico respetuosos y protectores de las misma: con horizonte a largoplazo, este sistema institucional producirá crecimiento sostenido quebeneficiará al conjunto de la población. La clave para la producciónde crecimiento no está, pues, en la naturaleza del régimen político,sino en la base institucional y, más concretamente, en lainstitucionalidad económica y de las garantías de protección y apoyode la autonomía de ésta por la autoridad política. No basta, pues, contener autocracia para producir desarrollo; tampoco con celebrar elec-ciones para que la democracia produzca crecimiento. La clave está engenerar las instituciones económicas y políticas del crecimiento decalidad, y aunque sabemos bastante de cuáles son éstas, sabemos muchomenos de cómo construirlas15 .

La gobernabilidad pura y dura –la que se contempla como predi-cado del régimen político y no como atributo del desarrollo– es sinó-nimo de estabilidad política. Ésta es compatible con el conflicto siempreque se trate de un tipo de conflicto capaz de resolverse dentro de lasreglas y procedimientos convenidos y cumplidos por los actores es-tratégicos. En entornos muy estables y aislados, los actores, las reglasy los procedimientos tenderán a ser rígidos. Tenderá a dificultarse lasemergencia de nuevos actores, se propenderá a ningunear los intere-ses y las valoraciones que no puedan ser asimilados por los actoresestratégicos asentados. Las autocracias y las partidocracias con escasa

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capacidad de agregación de intereses y valoraciones sufren de esta rigi-dez institucional. Son capaces de procesar los conflictos entre actoresestratégicos sólo cuando no cuestionan las reglas del juego. El precioa pagar es la marginación o la exclusión de muchos intereses y valora-ciones presentes en el cuerpo social, que quedará sometido entonces aun fuerte riesgo de desestructuración: la ciudadanía se resentirá nece-sariamente por la coacción física y moral que será necesario utilizarpara garantizar un orden público que estará, no obstante, siempreamenazado. La gobernalidad falente se mantendrá de todos modosmientras los intereses excluidos o marginados no vean la oportunidad–a través de un análisis costo beneficio intuitivo– de invertir en lageneración de nuevos actores que a través del conflicto –acusado deantisistémico por los instalados– replanteen las reglas y procedimien-tos de acceso y ejercicio del poder.

En entornos más complejos, dinámicos e interdependientes, comolos actuales, las reglas y procedimientos aseguradores de lagobernabilidad deberán tener flexibilidad para acomodar a nuevosactores y para reacomodar a los actores estratégicos preexistentes.Cuando las reglas y procedimientos amparan “coaliciones distributivas”renuentes a incorporar nuevos actores, intereses y valoraciones, si sedan las condiciones para que éstos emerjan en la arena política, elconflicto se hace inevitable y la estabilidad política padece. Esto en síno es nada bueno ni malo: el conflicto puede resolverse –positiva-mente– en nuevas reglas de juego que incentiven el desarrollo me-diante los cambios institucionales necesarios o –negativamente– me-diante la ampliación de la coalición distributiva a los nuevos actores,sin alterar la institucionalidad –patrimonialista, populista, clientelar,caudillista, mercantilista, corporativa...– que bloquea el desarrollo.En América Latina tenemos ejemplos de todo ello.

Así entendidas, las crisis de gobernabilidad pueden proceder:

1. De la incapacidad de las reglas y procedimientos para resolver losproblemas de interacción (acción colectiva) de los actores poderosos,especialmente cuando los equilibrios de poder cambian y las reglasprecedentes ya no valen (sería la situación de gobernabilidad en el

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México de Fox, quien para construir la gobernabilidad democráticanecesita proceder a una alteración de las fórmulas institucionalespreexistentes).

2. De la débil o la inadecuada institucionalización de las reglas y proce-dimientos (como sucede con regímenes políticos cuyas reglas, a lavista de la conformación socio-política históricamente construida,llevan ínsitas el riesgo de ingobernabilidad al dificultar la formaciónde las coaliciones necesarias para gobernar efectivamente. Es el casode Ecuador y Paraguay.

3. De la emergencia de nuevos actores estratégicos que plantean uncambio radical de las fórmulas (caso de Colombia y otros paísesandinos)

4. Del cambio estratégico de actores poderosos que replantean la fór-mula hasta entonces aceptada (autonomismo de Guayaquil y otrosterritorios latinoamericanos).

5. De la incapacidad de los actores estratégicos para mantener nivelesbásicos de ley y orden (caso de Nicaragua, El Salvador y otros paísesy ciudades).

Si la gobernabilidad no es un fin en sí misma, sino una condiciónnecesaria y no suficiente para la producción de desarrollo, podemossostener un concepto normativo de gobernabilidad desde el cual po-der, no sólo evaluar, sino orientar políticas. En efecto, la investigaciónsobre gobernabilidad deberá focalizarse en las reglas, procedimientoso fórmulas –marco institucional formal e informal– y en si los mis-mos son o no capaces, y en qué grado, de producir desarrollo. Elanálisis institucional y su insistencia en vincular en una matriz analí-tica unitaria las instituciones económicas y las instituciones políticaspuede resultar de gran utilidad al respecto.

“El sistema legal confiere y garantiza derechos legales. Estos dere-chos protegen intereses económicos y se definen a través del procesopolítico. El sistema legal formal de una autoridad soberana juega un roleconómico mayor pues fija y garantiza las reglas básicas que gobiernanel intercambio incluyendo tanto los derechos económicos como aque-llos derechos políticos básicos que son prerrequisito para el ejercicio de

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los derechos económicos. Sin embargo, otros sistemas legales (informa-les) resultan también importantes para crear y garantizar derechos. Losderechos legales (formales) no vienen definidos en abstracto sino a tra-vés del proceso político y sus actores. El comportamiento de los gruposde interés que compiten por derechos (ventajas económicas) particula-res de acuerdo con las reglas de las instituciones políticas establecidasdefinen el sistema político. Las decisiones políticas, ya se refieran aldiseño o a la implementación, son transformadas en políticas y accionespor el sistema administrativo mediante una jerarquía de agentes ac-tuando en nombre de sus principales (ciudadanos, políticos yformuladores de políticas). La gobernanza pública se caracteriza, pues,por estructuras de agencia. Los actores políticos entran en conflicto consus agentes los cuales tienen ventaja en términos de la información o lasacciones concernientes a las operaciones del gobierno.” (J.J. Dethier,Governance and Economic Performance: A Survey. Zef. DiscusiónPapers on Development Policy. Bonn. April, 1999).

“Según análisis econométricos que se presentan en este informe,más de la mitad de las diferencias en los niveles de ingreso entre lospaíses desarrollados y los latinoamericanos se encuentran asociadas a lasdeficiencias en las instituciones de estos últimos. La falta de respeto porla ley, la corrupción y la ineficacia de los gobiernos para proveer losservicios públicos esenciales son problemas que en mayor o menormedida padecen los países latinoamericanos, incluso más que otras re-giones del mundo en desarrollo... La asociación entre calidad de lasinstituciones y desarrollo económico, humano y social es especialmenteestrecha, en parte porque las instituciones están influidas por el mismoproceso de desarrollo... La pregunta que aún no se ha respondido enforma satisfactoria es ¿cómo se cambian las instituciones? Desde unpunto de vista analítico es necesario entender primero qué determina lacalidad de las instituciones para poder abordar luego el problema decómo cambiarlas. Las instituciones públicas son, por naturaleza, la ex-presión de fuerzas políticas a través de las cuales las sociedades intentanresolver sus problemas colectivos. Por consiguiente, la calidad delas ins-tituciones debe estar influida, necesariamente, por reglas y prácticas delsistema político. No obstante, las relaciones entre la política y la calidadde las instituciones han sido objeto de muy pocos estudios, incluso

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entre los organismos internacionales, a pesar de las importantesimplicaciones para sus actividades. En este informe hemos decididoincursionar, con cierto temor, en el difícil terreno de las ciencias políti-cas. La calidad de las instituciones públicas constituye el puente queune el desarrollo con las reglas y prácticas del sistema político. El desa-rrollo depende en buena parte de las instituciones públicas, pero éstas asu vez se crean y transforman en el contexto generado por el sistemapolítico. Por consiguiente, no es aventurado afirmar que el desarrolloeconómico, humano y social depende de la existencia de institucionespolíticas que faciliten una representación efectiva y permitan el controlpúblico de políticos y gobernantes... La mayor parte de las democraciaslatinoamericanas se encuentra actualmente en una coyuntura decisiva.El entusiasmo inicial que acompañó la ola de democratización que sepropagó en América Latina hace más de una década ha comenzado aerosionarse y, en muchos casos, ha sido reemplazado por la insatisfac-ción y el cinismo. Además, existe un creciente consenso de que se re-quieren reformas institucionales de amplio alcance para estimular laeficiencia económica y la equidad social. Pero a diferencia de muchas delas reformas anteriores, que en su mayoría involucraron aspectos técni-cos, estas reformas no pueden concebirse por fuera de la política. Enpocas palabras, cualquier intento por poner en práctica las llamadas“reformas de segunda generación” estará destinado al fracaso si no tieneen cuenta la política. Así pues, la política y las instituciones políticashabrán de adquirir preeminente importancia en los años venideros”.(Bid, Desarrollo Más Allá de la Política, 2000)

Gobernabilidad democrática: ideal y realidad empírica

¿Cuándo pasamos de la simple gobernabilidad a la gobernabilidaddemocrática? ¿Qué características determinan que la gobernabilidadde un sistema social pueda calificarse de democrática? ¿Qué factoresdeterminan la transición a la gobernabilidad democrática? ¿Qué de-termina el avance, el retroceso o la caída de la misma? ¿Qué relacionesexisten entre gobernabilidad democrática y desarrollo humano?

La gobernabilidad democrática presupone la existencia de democra-cia, pero ésta no es condición suficiente para que exista gobernabilidad

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democrática. La gobernabilidad democrática se dará sólo cuando la tomade decisiones de autoridad y la resolución de conflictos entre los actoresestratégicos se produzcan conforme a un sistema de reglas y fórmulas quepodamos calificar de democracia. No podemos avanzar, pues, en el con-cepto de gobernabilidad democrática sin precisar el concepto de demo-cracia. ¿Cuáles son los elementos mínimos de un sistema sociopolíticoque permiten calificaro de democrático?

La democracia es un ideal y a la vez una realidad empírica. Aquídejamos de lado la importantísima reflexión y discusión sobre losideales democráticos. Necesitamos un marco conceptual que nos per-mita reconocer la realidad de un gobierno dado como democrático. Ysi mantenemos de la democracia un concepto amplio incluyente dediversas categorías, necesitamos saber a qué categoría específica pode-mos referir cada gobierno considerado.

La tarea no es sencilla, pues no existe consenso académico al res-pecto. Collier y Levitsky han identificado más de 550 subtipos dedemocracia en una revisión de 150 trabajos recientes (16).

Muchos siguen un concepto minimalista de democracia que pode-mos calificar de “democracia electoral”, derivado de la definición de de-mocracia de Shumpeter como “un sistema para llegar a la toma dedecisiones políticas en el que los individuos adquieren el poder de decidirpor medio de un esfuerzo competitivo por conquistar el voto popular”.Hungtington, Przeworski y muchos otros enfatizan este aspecto de laselecciones competitivas como medio para alcanzar el poder como el rasgodefinidor de la democracia. Se trata de una concepción minimalista queaunque ofrece interesantes ventajas de medición, ignora hasta qué puntolas elecciones multipartidistas pueden encubrir la discriminación o la noparticipación de sectores significativos de la población en la competenciaelectoral o la defensa de intereses, o el dominio por actores poderosos derecursos de poder no sujetos a las autoridades electas, o, sencillamente, laviolación contumaz de derechos humanos fundamentales (17).

La elaboración seminal para un concepto empírico de democraciamás exigente y fundado en la realización del valor de la igualdad polí-tica se encuentra en el concepto de poliarquía de Dahl. Siguiendo a

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Dahl (1998: 38 y 92), la democracia ha de satisfacer, de modo generalaunque no pleno, los siguientes estándares: participación efectiva; laigualdad de voto; la posibilidad de un entendimiento informado; elejercicio del control final sobre la agenda y la inclusión de adultos. Asu vez, la satisfacción de estos estándares exige un sistema institucionala cargo de representantes electos, que garantice elecciones libres, lim-pias y frecuentes; que garantice la libertad de expresión, que proveainformación alternativa, que permita la libertad y la autonomíaasociativa y que incluya en la ciudadanía a la totalidad de los adultos.

Para Dahl todos estos estándares y requerimientos institucionalesson necesarios porque sin ellos es imposible la “igualdad política”, esdecir, la capacidad de los ciudadanos de influir en igualdad de condi-ciones en las políticas del Estado (18).

Sobre esta base Diamond ha elaborado un concepto de “democra-cia liberal” que añade a los elementos de la democracia electoral lossiguientes:

• El control del Estado y de sus decisiones y asignaciones clave reside,de hecho y de derecho, en las autoridades electas y no en poderesextranjeros o en actores no sujetos a responsabilización; en particu-lar, los militares y la policía están subordinados a las autoridadesciviles representativas.

• El Poder Ejecutivo está limitado, de hecho y de derecho, por otrasinstituciones autónomas estatales, como un Poder Judicial indepen-diente, el Parlamento y otros mecanismos de responsabilización ho-rizontal.

• No sólo son inciertos los resultados electorales, con voto significati-vo para la oposición y la presunción de alternancia de partidos en elgobierno, sino que ningún grupo que se adhiere a los principios cons-titucionales ve negado su derecho a formar un partido y a contenderen las elecciones.

• Las minorías culturales, étnicas y religiosas tienen reconocido el de-recho efectivo de expresar sus intereses en el proceso político, hablarsu lengua y desarrollar su cultura.

• Además de a través de los partidos políticos y las elecciones, los ciu-dadanos cuentan con múltiples y dinámicos canales de expresión y

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representación de sus intereses y valores, incluyendo diversos movi-mientos y asociaciones independientes que tienen el derecho de creary de formar parte.

• Existen fuentes alternativas de información (incluyendo los mediosde comunicación independientes) a los que los ciudadanos tienenlibre acceso.

• Los ciudadanos tienen una libertad substancial de conciencia, opi-nión, discusión, expresión, publicación, reunión, manifestación ypetición.

• Los ciudadanos son políticamente iguales ante la ley, aunque resul-ten desiguales los recursos políticos con que cuentan.

• Las libertades de los individuos y de los grupos se encuentran efecti-vamente protegidas por un Poder Judicial independiente y nodiscriminador, cuyas decisiones son garantizadas y respetadas por losotros centros de poder.

• El Estado de derecho protege a los ciudadanos frente al riesgo dedetención injustificada, exilio, terror, tortura e interferencia indebi-da en sus vidas personales tanto cuando procede del Estado como deotras fuerzas organizadas no estatales o antiestatales.

• Todo lo cual tiene como requisito institucional la existencia de unaconstitución ordenadora y a la que se sujetan todos los ciudadanos ylos poderes del Estado (19).

Por debajo de las democracias liberales y de las meramente electo-rales están las que algunos autores han llamado “pseudodemocracias”y “no democracias”. Se trata de categorías de regímenes políticos quese encuentran entre la democracia electoral minimalista y los sistemasgenuinamente autoritarios. Linz y Lypset llaman “pseudodemocracias”a los regímenes en que la existencia de instituciones políticas formal-mente democráticas, tales como la competencia electoralmultipartidaria, enmascara (a menudo para legitimar) la realidad deuna dominación autoritaria. Un tipo de pseudodemocracia es el régi-men de partido político hegemónico en el que el partido gobernanteusa extensivamente la coerción, el patronazgo, el control de los me-dios y otros recursos que en conjunto niegan a los partidos de la opo-sición la oportunidad real de competir por el poder, lo que se traduce

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en el control masivo por el partido hegemónico del Ejecutivo, el Le-gislativo, los gobiernos subnacionales así como la sumisión del PoderJudicial (México hasta 1988). La pseudodemocracia abraza tambiénaquellos regímenes de competencia electoral multipartidaria en losque el proceso electoral ofrece alguna oportunidad a la oposición perose encuentra falseado por el abuso de recursos de poder que realiza elpartido o la coalición en el gobierno, con lo que la oposición no tienechance real de acceder más que a posiciones de poder subalterno(México hasta el septenato de Zedillo). Lo que distingue a laspseudodemocracias de otros regímenes no democráticos es su tole-rancia legal de los partidos políticos de oposición –lo que no impideque, de hecho, se niegue a éstos los posibilidad de acceder al gobier-no), tolerancia que viene generalmente acompañada de la aceptaciónen la sociedad de mayores espacios para el pluralismo organizativo ylas actividades de disenso que los que son característicos de los regí-menes genuinamente autoritarios (20).

Considerando las categorías anteriormente expuestas, ¿dónde se en-cuentran ubicadas las “democracias” latinoamericanas?, ¿qué tipo degobernabilidad las caracteriza?, ¿podemos calificar de democrática a lagobernabilidad característica de muchas democracias latinoamericanas?,¿cuándo no, en qué consiste y cómo avanzar hacia la gobernabilidad de-mocrática? Creemos que la definición de O’Donnell sobre muchas de-mocracias latinoamericanas como “democracias delegativas” aporta res-puestas interesantes a estas cuestiones.

La mayoría de los observadores internacionales coincide en señalarque el gran avance de la democracia en América Latina hace ya tiempoque se encuentra estancado y con serias amenazas de retroceso en algunospaíses, quizás no hacia formas autoritarias pero sí hacia nuevas formassemidemocráticas. “Durante la última década, los notables avances enlibertad experimentados en la región han sido compensados por las pér-didas. Nueve de los 22 principales países de la región tenían mayoresniveles de libertad en 1997 que en 1987, y otros nueve tenían menoresniveles. Mientras cinco países hicieron transiciones a la democracia for-mal (Chile, Nicaragua, Haití, Panamá y Paraguay) durante esta década,

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sólo Chile alcanzó la condición de “libre”, y cinco otros perdieron estaconsideración por el deterioro de sus condiciones democráticas. Inclusoen Argentina, Jamaica y Venezuela, Freedom House ha observado unatendencia al deterioro en los últimos años. Hacia fines de 1997, sólo 11de los 22 principales países de la región eran considerados “libres” com-parados con los trece de 1987. La recesión del autoritarismo fue seguidade una cierta recesión de la democracia liberal en la medida en que laregión converge hacia formas más mixtas de regímenes semidemocráticos”(Diamond: ob.cit., 32). Todo esto parece corresponderse con la naturale-za “delegativa” de las democracias latinoamericanas, con la preocupante yhasta creciente violación de los derechos humanos (21) y con la debilidado baja intensidad institucional formal de las democracias latinoamerica-nas. Es lo que O’Donnell ha llamado “democracias delegativas”.

Las democracias delegativas parecen tener las mismas característicasformales que las democracias liberales pero son institucionalmente hue-cas y frágiles. Los votantes son movilizados por vínculos clientelistas,populistas, personalistas (más que programáticos); los partidos y los gru-pos de interés son débiles y fragmentados. En lugar de producir un me-dio efectivo de representación de los intereses populares, las eleccionesdelegan una autoridad amplia y en gran parte irresponsable en quiengana las presidenciales. En muchos países, el presidente electo puede go-bernar por decreto o construir mayorías parlamentarias mediante la comprade congresistas en base a los enormes poderes de ingerencia discrecionalen la economía. Algunos presidentes, como Menem, Fujimori o Chávez,llegan al poder carismáticamente y aprovechando el vacío institucional.Pero en lugar de foretalecer el Poder Judicial, los partidos políticos, elCongreso y otras instituciones representativas, estos presidentes delegativostratan deliberadamente de debilitarlas, fragmentarlas y marginalizarlasaún más. El punto clave es que la democracia delegativa es no sólo unaestructura, sino también un proceso que con el tiempo tiende a acentuarla debilidad de las instituciones políticas y la personalización del poderpolítico.

Las democracias delegativas presentan serios problemas para la estabi-lidad y calidad de las democracias. Los sistemas verdaderamente repre-

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sentativos también delegan autoridad pero lo hacen más ampliamente enpoderes separados que rinden cuentas no vertical y ocasionalmente entiempo de elecciones, sino también horizontal y continuadamente me-diante el juego constitucional de frenos y contrapesos entre los poderesindependientes del Estado. En la medida en que se apoyan en institucio-nes políticas bien desarrolladas (partidos, legislativos, tribunales, buro-cracias, gobiernos locales) están más inclinadas a comprometer a las fuer-zas organizadas en la sociedad civil (y a proveer en consecuencia unarendición de cuentas vertical más continua), las democracias representa-tivas, no sólo son superiores en la limitación de los abusos del poder, sinomás propensas a producir políticas estables, sostenibles y ampliamenteaceptables (aunque quizás menos capaces de producir “milagros” en elcorto plazo). Son más capaces de evitar las crisis repetidas y de atenuar envez de acentuar el cinismo popular. Por todo lo cual las democraciastenderán a consolidarse y a funcionar más efectivamente cuanto másrepresentativa y menos delegativa resulte su naturaleza (22).

El grado de delegación y su impacto en las democracias latinoa-mericanas son muy distintos en cada país. Pero sus defectos funda-mentales –personalismo, concentración de poder, e institucionespolíticas débiles y poco responsables– han contribuido prominente-mente a la turbulencia y a la pobre calidad de la democracia, al cinis-mo político y a la apatía consiguiente que hoy impregna a las socie-dades latinoamericanas. Los bajos índices de confianza en las institu-ciones y la alarmante caída de los índices de confianza interpersonalasí parecen reflejarlo. Llevará muchos años reparar la degradacióninstitucional que provocaron los personalismos tipo Menem, Fujimorio Chávez. En especial las disfunciones características del sistema ju-dicial a lo largo y ancho de la región evidencian severos problemas decorrupción, ineficiencia, inaccesibilidad, falta de recursos, autono-mía, profesionalismo y, en suma, de profunda debilidad del Estadode derecho, con lo que sufre no sólo la democracia sino también lavitalidad y la reforma económica y social.

La gobernabilidad democrática supone que los actores estratégicos secomportarán conforme a las fórmulas al menos de una poliarquía. En

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consecuencia, la democracia añade exigencias muy estrictas degobernabilidad por lo que al comportamientos de los actores estratégicoso poderosos se refiere. La gobernabilidad democrática supone que losactores poderosos resuelven sus conflictos y acatan y cumplen las decisio-nes emanadas del Legislativo y del Ejecutivo procedentes ambos de unproceso electoral producido en un entorno de libertades políticas y dere-chos fundamentales, quedando prohibidas las fórmulas públicas o priva-das que violen los derechos fundamentales de los ciudadanos o las otrasgarantías constitucionales, todo garantizado en último término por unPoder Judicial independiente e imparcial.

Conviene reconocer una tensión inherente a la distinción entregobernabilidad y democracia. La esencia de la tensión es que lagobernabilidad requiere la representación de actores según su poder, mien-tras que la democracia ideal requiere la representación de actores según elnúmero. La clave está en que muchos actores poderosos en términos derecursos y de solidez pueden estar subrepresentados por las institucionesdemocráticas. Como la clave de la democracia es la igualdad política, amayor desigualdad en la distribución de la riqueza, la información, lasarmas y otros recursos políticos, mayor tensión entre la democracia y lagobernabilidad. De hecho, en estos casos la exigencia de gobernabilidadacabará debilitando o deteriorando las instituciones formales democráti-cas. Junto a éstas se introducirán prácticas y reglas informales quesobrerrepresenten a los actores poderosos, deteriorando la igualdad polí-tica y la democracia, pero asegurando la gobernabilidad. Buena parte dela debilidad y deterioro democrático de América Latina puede interpretarseen base a la escasa representatividad de los actores poderosos y de la inca-pacidad de los intereses excluidos para organizarse y constituirse en acto-res estratégicos. El populismo y el clientelismo son prácticas informalesque expresan la inexistencia de actores estratégicos representativos de losintereses populares.

No basta, pues, con la existencia de fórmulas, reglas o procedi-mientos formalmente democráticos. Para que exista gobernabilidaddemocrática es necesario que los actores estratégicos se constitu-yan y comporten efectivamente conforme a las fórmulas propias

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al menos de una poliarquía. Cuando los actores desarrollan infor-malmente prácticas o fórmulas que contradicen las fórmulas de-mocráticas (fraude electoral; barreras a la participación política;reconocimiento de ámbitos de poder no sujetos a las autoridadeselegidas; prebendarismo y clientelismo; corrupción, etc.) es posi-ble, aunque poco probable, que dichas fórmulas informales pro-curen gobernabilidad, pero en absoluto gobernabilidad democrá-tica. La exigencia de gobernabilidad democrática no se limita, pues,a constatar la existencia de una institucionalidad formalmentedemocrática, pues se plantea analizar el comportamiento de losactores estratégicos para verificar si éstos se comportan y resuel-ven sus conflictos efectivamente conforme a las fórmulas demo-cráticas formalmente establecidas.

Democracia y gobernabilidad son, pues, dos conceptos diferentes quepueden y deben sin embargo relacionarse. Puede existir gobernabilidadsin democracia, y también democracia sin o con escasa gobernabilidad.La gobernabilidad autocrática, cuanto cumple con determinados reque-rimientos institucionales puede producir crecimiento económico, comosucedió con el régimen franquista después de 1959 o con el pinochetistachileno o con las autocracias desarrollistas del Sudeste Asiático o con elrégimen chino después de Mao Tse Tung. Lo que es evidente es que nopuede haber crecimiento sin gobernabilidad. Igualmente cierto es quecuando del crecimiento pasamos al desarrollo humano como criterioevaluador último de la gobernabilidad, la exigencia entonces no es desimple gobernabilidad sino de gobernabilidad democrática. Para argu-mentar esta afirmación necesitamos exponer sintéticamente las relacio-nes entre democracia y crecimiento, crecimiento y desarrollo humano y,finalmente, desarrollo humano y democracia. Es lo que hacemos en elepígrafe siguiente.

El desarrollo humano como expansión de la libertad

Existe una ya larga literatura sobre las relaciones entre desarrollo ydemocracia. Lipset, uno de los iniciadores del tema llegó a la conclu-

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sión optimista de que “cuando más rico fuera un país en términoseconómicos mayores probabilidades tendría de sostener un gobiernodemocrático”, pues más se moderarían sus clases altas y bajas y más seampliarían sus clases medias surgiendo así el suelo socio-económicorequerido por una democracia sostenible (23). Este argumento coin-cidía con el sentido común derivado de las experiencias seguidas enOccidente y dió base a las llamadas teorías de la modernización. Peroéstas cayeron fuertemente en descrédito durante los años 70 y 80 alser contradichas tanto por las investigación como por el curso de losacontecimientos. Hannan y Carroll (1981) cruzaron datos cuantitati-vos de diversos países y llegaron a la conclusión de que el crecimientoeconómico sirve para mantener, e inclusive para reforzar, el régimenpolítico, del tipo que sea, que conduce al desarrollo. Y a la mismaconclusión llegaron Przeworski y Limongi en 1997 (24). Histórica-mente, el fuerte crecimiento experimentado por América Latina entiempos del desarrollo por sustitución de importaciones, no impidióque gran parte de la región cayera bajo el sistema que O’Donnellllamó autoritarismo burocrático. Este autor remarcó que en AméricaLatina tanto bajo como altos niveles de crecimiento pueden estar aso-ciados a sistemas políticos autocráticos y que la democracia resultaviable en niveles medios de modernización. Se ratificaba así la viejaverdad de que la política no puede ser comprendida como una meraproyección de la sociedad o como un epifenómeno sociológico y quela senda de la modernización puede pasar por regímenes políticosmuy diferentes. Al final son las organizaciones y las instituciones po-líticas vigentes las que dan significado a las formas sociales y moldeanidentidades e ideologías (25).

Pero pese a su pronto descrédito intelectual la teoría de la moderniza-ción ha sido constantemente invocada en la práctica para legitimar regí-menes autocráticos y situaciones sociales injustificables. De hecho, hastano hace mucho el crecimiento, la democracia y la equidad eran conside-radas metas de desarrollo incompatibles, al menos en los momentos ini-ciales o de “despegue”. Prevalecía un concepto “duro” del desarrollo, deltipo “sangre, sudor y lágrimas”, que concedía una importancia casi exclu-

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siva a la acumulación de capital y se inspiraba principalmente en la expe-riencia de la expansión capitalista clásica y en las experiencias supuesta-mente exitosas de la industrialización –identificada con desarrollo– en elentonces llamado “Segundo Mundo” o países del socialismo real. Estedesarrollo justificaba así tanto la represión, al menos temporal, de losderechos civiles y políticos como el sacrificio del bienestar de toda unageneración, incluidos el mantenimiento o el incremento transitorios dela desigualdad.

Afortunadamente, hoy sabemos que aunque algunas experienciaspositivas de desarrollo han respondido efectivamente a este patrón,existen muchas más que lo invocaron y fracasaron estrepitosamente.De hecho, no hay correlación causal necesaria, ni a nivel teórico niempírico o estadístico, entre acumulacion de capital, autoritarismo ydesigualdad. Es más, la inclusión del capital humano y del capitalsocial como factores determinantes del desarrollo sostenido, así comoel descubrimiento de la relevancia de la “eficiencia adaptativa” frente ala mera “eficiencia asignativa”, han producido una revalorización de laequidad y de la democracia como metas e instrumentos del desarrolloa la vez (Banco Mundial, 1997 y 1998; BID, 1999; North, 1991)(26).

La lucha entre concepciones y estrategias de desarrollo continua-rá, sin embargo, porque trasciende el debate meramente intelectual.Quienes visualizan el modelo “duro” como el camino a seguir tende-rán obviamente a conceder prioridad a los intereses empresariales parapoder ampliar radicalmente la potencia productiva de la nación y ad-vertirán contra todo intento de los “corazones blandos” que conduzcaal “error” (especialmente por la vía de incrementar la presión fiscal) deprestar demasiada atención a las preocupaciones distributivas y deequidad en las etapas tempranas del desarrollo. Como señala AmartyaSen (1996):

“El hecho de que el desarrollo social, por sí solo, no necesariamentepuede generar crecimiento económico es totalmente coherente con laposibilidad, actualmente comprobada a través de muchos ejemplos, deque facilita considerablemente un crecimiento económico rápido y

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participativo, cuando está combinado con políticas amigables a efectosde mercado que fomentan la expansión económica. El papel de la equi-dad económica también ha sido objeto de atención en este contexto, enrelación con los efectos adversos tanto de la desigualdad del ingresocomo de la distribución desigual de la tierra” (27).

Del mismo modo está cayendo por su base la creencia fuertemen-te enraizada y generalizada de que los derechos civiles y políticos obs-taculizan el crecimiento económico. Esta creencia se basa en el mane-jo de experiencias históricas muy limitadas y de información muyselectiva. Cuando se manejan estudios estadísticos sistemáticos queabarcan largas series temporales y un amplio espectro de países, laconclusión es mucho más matizada: no se corrobora la hipótesis deque existe un conflicto general entre derechos políticos y rendimien-to económico (Barro y Lee, 1994; Przeworski y Limongi, 1997) (28).Ese vínculo parece depender de muchas otras circunstancias, y mien-tras algunos observan una relación ligeramente negativa, otros en-cuentran una firmemente positiva. Lo que ciertamente no se demuestraa partir de las estadísticas internacionales sobre experiencias de creci-miento es que se justifique un estado de mano dura carente de tole-rancia en materia de derechos civiles y políticos. Por lo demás puedepensarse fundadamente que estos derechos se justifican por sí mis-mos no sólo en la medida en que amplían las capacidades de los indi-viduos para gobernar sus vidas, sino también porque, como se hademostrado suficientemente, especialmente a través de los estudiosde Sen sobre las hambrunas, los derechos civiles y políticos actúancomo incentivos democráticos protectores de la población contra lasconsecuencias innecesariamente graves de las catástrofes y calamida-des o de los errores políticos.

En conclusión, si la meta/valor final es el desarrollo entendidocomo simple crecimiento del PIB per cápita, la democracia no es unaexigencia ineludible del desarrollo, aunque tampoco tiene que serpostergada como derivado político casi necesario de una segunda faseo etapa del desarrollo/crecimiento. Ahora bien, si la meta/valor finalno es el crecimiento sino el desarrollo humano, la democracia es una

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exigencia irrenunciable de toda estrategia de desarrollo independien-temente del nivel y de las condiciones de partida. Llegados a estepunto, resulta imprescindible proceder a la exposición del conceptode desarrollo humano y a su debida diferenciación de la idea de creci-miento.

Para ello partiremos de la crítica realizada por Sen a la concepciónutilitarista del bienestar, de la que deduce un nuevo concepto de bien-estar, después conceptualizado internacionalmente como desarrollohumano, del que se deduce una forma diferente de valorar tanto eldesarrollo o bienestar como las instituciones sociales que lo produceno lo dificultan. (29)

La concepción utilitarista del bienestar, de la que deriva la medi-ción del desarrollo en términos de PIB per cápita, se basa en trespostulados: (1) Consecuencialismo: las instituciones y políticas socia-les deben juzgarse por la bondad de sus consecuencias. (2)Bienestarismo: esta bondad se juzga en función de la utilidad indivi-dual que aquellas instituciones y políticas proporcionan. (3) La únicamanera de obtener un juicio social objetivamente válido es mediantela ordenación por suma de tales utilidades individuales y su posteriormaximización. El estado social más justo será, así, el que mayor utili-dad global produzca.

Frente a esta concepción aún prevalente, Sen sostiene que el con-cepto de utilidad no es apropiado a la hora de tratar el bienestar yaque no valora en todas sus dimensiones un modo de vida.

Sen ve en el término “utilidad” dos conceptos entrelazados quereflejan dos formas diferentes de valorarla. El primero identifica a lautilidad como un estado mental (valoración de la utilidad por sí mis-ma) como puede ser el placer, la felicidad y la satisfacción. Sen consi-dera que sería enteramente engañoso reducir el bienestar al valor deesos estados mentales. Desde el momento en que observamos queuna persona de actitud vitalista puede ser enteramente feliz siendopobre, nos damos cuenta que desear o ser feliz es algo diferente avalorar un modo de vida. Así pues, cómo una persona esté dependeráde la evaluación que la propia persona haga del modo de vida que

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merece la pena vivir. El segundo concepto que, según Sen, envuelveel término “utilidad” es el de medida de valor de los objetos, quematemáticamente se representa mediante una relación binaria. Losutilitaristas piensan que la función de utilidad (o de elección) puederepresentarse como una relación binaria y que las elecciones de todaslas personas se realizan maximizando tal función. Desde este supues-to identifican la justicia social con la maximización de la suma agrega-da de las funciones de utilidad individuales. Sen critica tal argumen-tación considerando que la simplificación a una relación binaria delos motivos por los que una persona elige nos conduce a no valorar entodas sus dimensiones un determinado modo de vida, porque valorares un acto reflexivo diferente del deseo, la felicidad o la satisfacción.

Frente a estas limitaciones del utilitarismo, Sen propone redefinirel bienestar como la capacidad de una persona para escoger el modode vida que valore. Desde esta concepción, el bienestar viene definidopor el conjunto de oportunidades de elección, es decir, por las liberta-des de las que efectivamente dispone el individuo. Partiendo de estanueva idea, Sen propone una nueva forma de considerar la justiciasocial, de evaluar las instituciones y de tratar el desarrollo.

Algunos han visto en el PIB per cápita el indicador que mejor mide laposibilidad de una persona para lograr una serie de bienes necesarios.Pero Sen, siempre sin desmerecer estos razonamientos, considera a losbienes, no como fines, sino como instrumentos o medios para el logro deotras realizaciones, puesto que lo que le da valor real a algo es el uso que deeso podamos hacer o lo que con eso podamos lograr. Sen utilizará elconcepto de “entitlements” (30) para designar el conjunto de bienes delcual puede disponer una persona en una sociedad utilizando todos los dere-chos y oportunidades que estén a su alcance (31).

Sen considera que, pese a que centrarse en las realizaciones nosproporciona un indicador más complejo del modo en que está unapersona, poseer bienes no equivale automáticamente a poseer suspotenciales realizaciones. Entre los bienes y lo que se puede lograrcon ellos intermedian una multidud de factores personales y socialesque hacen que las realizaciones varíen de persona a persona. Así pues,

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Sen tampoco ve en las realizaciones el elemento necesario para el aná-lisis del bienestar, puesto que dos personas que hayan logrado lasmismas realizaciones pueden valorar su forma de vida de manera dife-rente dependiendo de las oportunidades y derechos que hayan tenidoa su alcance.

A su vez, dos personas que dispongan de una misma cantidad deun bien pueden lograr realizaciones diferentes, pues dependerá de lascaracterísticas personales y del entorno social de cada persona el queciertas realizaciones puedan ser logradas o no. El conjunto de dere-chos y oportunidades que determina la capacidad de elección de unindividuo es lo que Sen denomina “entitlements”. El valor que unapersona da a un modo de vida vendrá, pues, determinado por la capa-cidad de la persona para lograr las realizaciones que considere valio-sas. Así, pues, los elementos que un juicio social tendrá que evaluarserán el conjunto de oportunidades y derechos disponibles para lapersona y el subconjunto de realizaciones escogidas entre todas aque-llas que sus capacidades permitían.

Consiguientemente, a la hora de analizar las instituciones y laspolíticas sociales, se tendrán, pues, que evaluar sus efectos sobre elespacio de libertades de los individuos y no sobre su utilidad. Talmarco de análisis es más enriquecedor que el utilitarista, puesto quenos permite tener en cuenta aspectos sociales clave como la igualdady resaltar en mayor medida los problemas de la distribución de lariqueza. Es evidente que los habitantes de una sociedad que propor-cione derechos de acceso a recursos sociales –sanidad, educación, etc–o donde existan las estructuras más básicas de acceso a la propiedad –leyes sobre el intercambio de bienes, políticas laborales...– tendránmás oportunidades a su disposición y, por tanto, verán ampliado suespacio de libertades. Desde esta perspectiva se comprenden mejorlas cuestiones distributivas. La distribución será vista como la distri-bución equitativa de oportunidades y derechos y no sólo en el sentidomás limitado de la riqueza entendida como ingreso monetario.

La determinación de un “horizonte de libertades de bienestar” (deoportunidades reales de elección de modos de vida que una sociedad

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puede proporcionar) puede marcar objetivos precisos para la reformade las instituciones sociales. Sen entiende el desarrollo económico demanera diferente a la economía del desarrollo tradicional. Lo que Sencritica de la economía del desarrollo tradicional es que no nos condu-ce a un adecuado entendimiento del desarrollo económico. Las limi-taciones que la antigua concepción del desarrollo tiene no parten dela elección de los medios para lograr el crecimiento económico, sinodel insuficiente reconocimiento de que el crecimiento económico noes más que un medio para el logro de otros objetivos. Esto no quieredecir que el crecimiento no importe. Importa mucho, pero su impor-tancia recae sobre todo en los beneficios asociados al mismo. Sen con-sidera que quizás la deficiencia más importante de la economía tradi-cional del desarrollo es su concentración en el producto nacional, enel ingreso agregado y en la oferta de bienes concretos, más que en los“entitlements” de la gente y en las capacidades que éstos generan.Según él, el proceso de desarrollo económico tiene que centrarse en loque la gente puede o no puede hacer, por ejemplo, si pueden vivirlargo tiempo, nutrirse bien, ser capaces de leer y escribir, de participaren las decisiones de su comunidad o de formar parte de la comunidadcientífica o literaria mundial.

Para Sen el proceso de desarrollo económico debe verse como unproceso de expansión de capacidades y, dada la relación funcional exis-tente entre “entitlements” y capacidades, como un proceso de expan-sión de “entitlements”. Sen deja atrás la tradicional idea del bienestarcomo utilidad, es decir, como la obtención de placer y satisfacción.Sen propone valorar el modo de vida que una persona lleva (bienes-tar) en términos de “entitlements”, capacidades y libertades. Así, pues,el marco evaluativo de la estructura social propuesto por Sen parte dela consideración de que lo que es importante juzgar es que las perso-nas tengan la facultad de escoger aquel modo de vida que ellas juz-guen valioso. Para el análisis de tal juicio Sen parte de las oportunida-des y derechos (“entitlements”) a disponibilidad de las personas. Talesoportunidades y derechos permiten a la gente el desarrollo de ciertascapacidades para lograr realizaciones.

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“Es el espacio de libertad de las personas el que marcará el campode análisis de una teoría mejor fundada del desarrollo”.

Desde esta perspectiva teórica, la bondad de las instituciones ven-drá determinada por los efectos de las mismas sobre los “entitlements”de las personas, es decir, la institución más justa no será la que mayorutilidad global produzca, sino la que amplíe más las oportunidades ylos derechos a disposición de los ciudadanos y que, por tanto, lesatribuya la posibilidad de adquirir aquellas capacidades que les per-mitan llevar una vida que valoren. De igual modo, la desigualdad enla distribución, en esencia, vendrá determinada por las diferencias enel conjunto de derechos que tiene la gente y no sólo por las diferen-cias de ingreso. Esta consideración nos conduce a evaluar losindicadores y el desarrollo económico desde una perspectiva diferen-te: el crecimiento económico sólo será un componente más del proce-so de expansión de “entitlements” y capacidades, motores del verda-dero desarrollo o expansión del espacio de libertad humana.

La concepción del desarrollo como expansión de la libertad noslleva a una concepción integral u holística en la que las diferentesdimensiones del desarrollo (económica, social, política, jurídica,medioambiental, de género, cultural, etc.) no sólo deben considerar-se en su totalidad, sino que, además, se interrelacionen unas con otras.El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de priva-ción de libertad: las guerras y conflictos violentos, la pobreza y latiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones so-ciales sistemáticas, el abandono en que pueden encontrarse los servi-cios públicos... El problema del desarrollo es un problema de nega-ción de libertades que en ocasiones procede de la pobreza, en otras dela inexistencia de servicios básicos y en otras de la negación de liberta-des políticas o de la imposición de restricciones a la participaciónefectiva en la vida social, política y económica de la comunidad.

En la teoría del desarrollo humano la libertad no sólo es el criterioevaluativo de las instituciones, sino también el medio para su mejora-miento, el cual depende de la agencia humana libre. De este modo,las libertades no sólo son el fin principal del desarrollo, sino que se

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encuentran, además, entre sus principales medios. Existe una notablerelación empírica entre los diferentes tipos de libertades: las liberta-des políticas (en forma de libertad de expresión y elecciones libres)contribuyen a fomentar la seguridad económica; las oportunidadessociales (en forma de servicios educativos y sanitarios) facilitan la par-ticipación económica; los servicios económicos (en forma de oportu-nidades para participar en el comercio y la producción) pueden con-tribuir a generar riqueza personal general, así como recursos públicospara financiar servicios sociales.

De este modo, las libertades políticas concebidas en sentido am-plio (incluidos los derechos humanos) son elemento constitutivo delconcepto de desarrollo y medio para avanzar. Como señala Sen, taleslibertades expresan las oportunidades que tienen los individuos paradecidir quién los debe gobernar y con qué principios, la posibilidadde investigar y criticar a las autoridades, la libertad de expresión polí-tica y de prensa sin censura, la libertad para elegir entre diferentespartidos políticos, etc. Comprenden los derechos políticos que acom-pañan a las democracias en el sentido más amplio de la palabra (queengloban la posibilidad de dialogar, disentir y criticar en el terrenopolítico, así como el derecho de voto y de participación en la seleccióndel Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo) (32).

Amartya Sen no sólo considera que la democracia es valor cons-titutivo e instrumento del desarrollo humano, sino también unvalor universal (33). Pero el concepto de democracia que planteael desarrollo humano es un concepto exigente: “No debemos iden-tificar democracia con gobierno de la mayoría. La democracia plan-tea exigencias complejas que ciertamente incluyen las elecciones yel respeto de sus resultados, pero también incluyen el respeto porlos “entitlements” legales y la garantía de la libre discusión y ladistribución no censurada de noticias y comentarios. Las eleccio-nes pueden ser un mecanismo deficiente si se producen sin quelas diferentes partes puedan presentar sus pretensiones y argumen-taciones respectivas o sin que el electorado disfrute la libertad paraobtener información y considerar el posicionamiento de los pro-

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tagonistas en contienda. La democracia es un sistema exigente yno sólo una condición mecánica (como la regla mayoritaria) to-mada aisladamente”. (34) Las exigencias democráticas no sedetenienen sólo en la institucionalidad formal, sino que planteantambién la necesidad de desarrollar unas prácticas inspiradas envalores que contribuyen a sostener y perfeccionar lainstitucionalidad formal (35).

Sen distingue tres formas a través de las cuales la democraciacontribuye al enriquecimiento de la vida y las libertades de la gente,es decir, al desarrollo humano:

1. Primero, mediante la garantía de la libertad política, pues el ejer-cicio efectivo de los derechos civiles y políticos tiene un valorintrínseco para la vida y el bienestar de la gente; las restriccionesa la participación en la vida política equivalen a la privación de lalibertad y el desarrollo humano y han de considerarse en la medi-ción de éste.

2. En segundo lugar, la democracia tiene un importante valorinstrumental para conseguir atención política a las demandasde la gente (incluidas sus necesidades y demandas económi-cas).

3. Finalmente, la práctica de la democracia da a los ciudadanosla oportunidad de aprender los unos de los otros y ayuda a lasociedad a formar sus valores y prioridades. Incluso la idea de“necesidades”, incluidas las económicas”, requiere discusiónpública e intercambio de información, puntos de vista y aná-lisis. En este sentido, la democracia tiene importancia “cons-tructiva”, aparte de su valor intrínseco´, para la vida de losciudadanos y de su importancia instrumental en las decisio-nes políticas.

En conclusión, el desarrollo humano plantea la necesidad de desa-rrollar las instituciones democráticas y la gobernabilidad democráti-ca. Nos queda ahora por desarrollar qué diseños institucionales y quétipo de prácticas culturales contribuyen a la gobernabilidad democrá-tica.

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NOTAS

(1) La referencia exacta de la obra es Crozier, M.J., Hungtinton, S.P. y Watanuki, J. (1975),The Crisis of Democracy. Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Comi-sión. New York University Press. Veinticinco años más tarde, en el año 2000, la ComisiónTrilateral volvió a encargar un nuevo informe sobre la salud de las democracias capitalistasavanzadas cuya referencia es Pharr, S. Y Putnam, R. (2000), Dissafected Democracies. What’sTroubling the Trilateral Countries. Princeton: Princeton University Press. Un análisis compa-rativo de ambos informes es realizado por Feldman, E., (2000), “A propósito de la publi-cación de un nuevo informe a la Comisión Trilateral sobre la salud de las democraciasavanzadas: algunas reflexiones sobre una oportunidad perdida”, en Instituciones y Desarro-llo, 7, nov. 2000, 121-127. (puede consultarse este trabajo “on line” en la web del IIGwww.iigov.org buscando publicaciones y revista Instituciones y Desarrollo 7).

(2) Hungtinton define una ola de democratización como “un grupo de transicionesdemocráticas que se producen en un determinado periodo de tiempo y que son unaola simplemente porque son mucha más numerosas que las transiciones en sentidoopuesto registradas durante el mismo periodo”. Hungtinton identifica dos previasolas de democratización: una primera, larga en el tiempo, que va desde 1828 a1926; una segunda que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial y que va de1943 a 1964, y la que todavía estamos viviendo hoy y se describe en el texto. Las dosprimeras olas terminaron con crisis y retrocesos democráticos importantes (1922-1942 por obra del fascismo y del comunismo principalmente, y 1961-1975 porcausa principalmente de los golpes de estado y las dictaduras militares). Cada revésdemocrático disminuyó significativamente el número de democracias, pero siemprequedaron más democracias que las existentes en el momento de iniciarse la olademocratizadora (Hungtinton, S., 1991, The Third Wave: Democratization in theLate Twentieth Century (Norman: University of Oklahoma Press).

(3) Vid. Carothers, Aiding Democracy Abroad. The Learning Curve. Washington, D.C., CarnegieEndowment for International Peace, 1999.

(4) El concepto de “governance” y su interrelación con las instituciones empezó a popu-larizarse con anterioridad de la mano de las agencias internacionales. No obstante,su utilización está aún hoy día sujeta a peligrosas confusiones. En 1987 una publica-ción pionera del Banco Mundial identificaba desarrollo institucional con “el proce-so de incrementar la habilidad de las instituciones para hacer un uso efectivo de losrecursos financieros y humanos disponibles”. El campo del desarrollo institucionalse identificaba con el de la gestión pública e incluso con el de la administraciónpública. En 1989, otra publicación del Banco Mundial identificaba la crisis quevivía África como una crisis de “governance” refiriéndose con ello a la extensivapersonalización del poder, el incumplimiento de los derechos humanos fundamen-tales, la corrupción, y la prevalencia de gobiernos no electos y con graves déficits de“accountability”. En una publicación posterior de 1992, los autores reconocían que“a pesar de algunos éxitos alentadores de los préstamos para programas de ajuste ylas reformas del sector público, el entorno facilitador es todavía deficiente en mu-chos casos. La eficiencia de las inversiones y reformas políticas impulsadas por elBanco dependen entonces, en estos casos, en la mejora del marco institucional parala gestión del desarrollo”. Carlos Santiso (2001): El Misterio de las Pirámides: De-sarrollo Institucional y reformas d segunda generación en América Latina, en Ins-tituciones y Desarrollo, Nº 8 y 9 extraordinario, 2001.

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(5) Hobsbawm, Eric, El Mundo frente al Milenio, conferencia pronunciada el 25 de noviem-bre de 1998, en http://www.geocities.com

(6) Desde finales de los 80 los Estados Unidos han elaborado la doctrina que llaman de “conflic-tos de baja intensidad, que ya no supone la “gran guerra”, sino una intervención directa ensolitario o con los aliados. Las nuevas amenazas son las insurgencias, el terrorismo y elnarcotráfico, lo que significa, en palabras del Sr. R. Cheney cuando era Secretario de Defensa“confiar más que antes en fuerzas con alta movilidad, preparadas para la acción inmediata y –en la jerga del Pentágono– “with solid power-proving capabilities”, es decir, con capacidad deintervención militar decisiva a larga distancia. A este esquema han respondido las últimasintervenciones en la guerra del Golfo, Somalia, Bosnia, Afaganistán...

(7) Puede, por ejemplo, consultarse la importancia y la limitación a la vez de la agenda degobernabilidad global del G-8, vid. www.g7.utoronto.ca/g7

(8) Susan J. Pharr y Robert D. Putnam (2000), Dissafected Democracies. What’s Troubling TheTrilateral Countries, New Jersey: Princeton University Press. Puede verse un análisis compa-rativo entre el informe de 1975 y éste en E.Feldman, “A propósito de la publicación de unnuevo informe a la Comisión Trilateral sobre la salud de las democracias avanzadas: algunasreflexiones sobre una oportunidad perdida”, en Instituciones y Desarrollo, núm 7, noviembre2000, pág. 123, en www.iigov.org

(9) Para un estudio en profundidad de la desafección política señalando sus diferentes efectospara las democracias tradicionales y las nuevas democracias, vid. Mariano Torcal, “Ladesafección política en las nuevas democracias del Sur de Europa y Latinoamérica”, enInstituciones y Desarrollo, números 8 y 9, 2001, pág. 229 y ss.

(10)Vic. R. Mayntz, “Nuevos Desafíos de la Teoría de Governance”, en Instituciones y Desarro-llo, número 7, noviembre 2000, pp. 35-51.

(11)Osborne y Gaebler, dos reconocidos gurus de la “reinvención del gobierno”, en1992, expresaron gráficamente este proceso: “Pero nuestro problema fundamentalhoy día es que tenemos el tipo equivocado de gobierno. No necesitamos más omenos gobierno sino mejor gobierno. Para ser más precisos necesitamos mejor“governance”. “Governance” es el proceso mediante el que solucionamos colectiva-mente nuestros problemas y enfrentamos las necesidades de nuestra sociedad. Elgobierno es el instrumento que usamos. El instrumentos ha quedado anticuado y elproceso de reinvención ha empezado.– En los 80, los líderes del gobierno y de losnegocios cayeron en la cuenta de que nuestra economía sufriría a menos quemejorasemos nuestras escuelas, nuestros sistemas de formación y controlasemos loscostes del sistema de salud. Para hacer todo esto no debemos solamente reestructu-rar las instituciones y los mercados sino que debemos forzar el cambio en algunos delos grupos de interés más poderosos del país –profesores, altos directivos, sindica-tos, doctores, hospitales–... De repente hay menos dinero para el gobierno –para“hacer” cosas, proveer servicios–. Pero existe más demanda de “governance” –paraliderar la sociedad, convenciendo a los diversos grupos de interés para alcanzar ob-jetivos y estrategias comunes. Hay todavía otra razón por la que nuestros líderespúblicos se concentran más hoy en catalizar y facilitar el cambio que en proveerservicios. Se dedican a proveer menos gobierno pero más “governance” (Osborne yGaebler, 1992, Reinventing Government.How the Entreprenurial Spirit is Transformingthe Public Sector. M.A.: Addison Wesley).

(12)Los servicios de la Comisión Europea analizaron las diversas traducciones del térmi-no “governance” a las lenguas oficiales de la Unión Europea, sugiriendo el uso de lapalabra “gobernanza” en español, hasta el punto de titular “Libro Blanco sobre la

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Gobernanza Europea” a un interesante proyecto en deliberación que puede consultarseen este mismo número de Instituciones y Desarrollo. Poco más tarde la propia RealAcademia Española de la Lengua ha tratado de cerrar el debate, optando en noviem-bre del 2000 por la acepción “gobernanza” aunque admitiendo el uso como sinóni-mo de gobernabilidad (cfr. Departamento de Español al Día, RAE).

(13)“Puede suceder que al extender el paradigma politológico originario para absorber en elmismo plano todas las formas individuales de coordinación, o de orden social, esto setradujera en una excesiva extensión del paradigma mismo, que acabaría por allanar aquellaatención selectiva indispensable que –al menos para la mente humana– es un prerrequisitode la construcción teórica. En cualquier caso, no se trataría de una teoría de la “governance”política, sino de una teoría mucho más general de las dinámicas sociales, convirtiéndose,así, no en una simple extensión de la primera, sino en un paradigma completamentenuevo” (R. Mayntz, “Nuevos Desafíos de la Teoría de la Governance”, en Instituciones yDesarrollo, número 7, noviembre 2000, págs. 35-51).

(14)Michael Coppedege, “El concepto de gobernabilidad. Modelos positivos y negativos”. EnPNUD-CORDES (compiladores) Ecuador: Un Problema de Gobernabilidad, Quito,CORDES-Pnud: 1996.

(15)Una excelente exposición del estado del arte de las relaciones entre instituciones y desempeñoeconómico puede encontrarse en Jean-Jacques Dethier, Governance and Economic Perfor-mance. A Survey, ZEF Discusión Paper on Development Economics, Bonn, April 1999,en http://www.zef.deLa exposición más actual se encuentra en el Informe del Banco Mundial 2002 BuildingInstitutions for Markets (World Bank: Washington, 2001) que constituye un alegato afavor de la construcción o reforma de la institucionalidad económica “para que los pobrespuedan acceder a los beneficios del mercado” a la vez que una guía metodológica para lacooperación al desarrollo institucional en este ámbito.

(16)Collier, D. y Levitsky, S, “Democracy with Adjectives: Conceptual Innovation inComparative Research” World Politics 49 nº 3 (1997): 430-451

(17)Para una presentación y crítica del concepto de democracia electoral puede verse Diamond,L. (2000), Developing Democracy, Towards Consolidation, 7-10, The Johns HopkinsUniversity.

(18)Dahl, R.A. (1998) On Democracy, Yale University Press.(19)Esta caracterización de la democracia liberal se encuentra en Diamond (11-12). El mismo

autor señala que los expresados elementos de la democracia liberal componen la mayoríade los criterios a través de los cuales Freedom House anualmente gradúa los derechospolíticos y las libertades civiles.

(20)Diamond, L., 2000, Developing Democracies. Towards Consolidations. The Johns HopkinsUniversity Press, pp. 15-17.

(21)Desde orientaciones políticas diferentes Human Rights Watch y Freedom House llegan aconclusiones similares en sucesivos informes sobre la región. Por lo demás las víctimas delas violaciones de los derechos humanos se concentran muy mayoritariamente entre lasmujeres, los niños, los pobres, los sin tierra, sin poder y sin educación, además de en lascomunidades indígenas. Parte de las crisis de gobernabilidad vividas recién proceden de“democracias” donde se había construido un consensos entre élites excluyendo a todosestos sectores a los que no alcanzó o alcanzó escasamente la inclusión democrática. La crisisde legitimidad consiguiente ha producido que, cuando las circunstancias lo han permiti-do, estos sectores se hayan organizado generando nuevos movimientos que piden otro tipode democracia más inclusiva.

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(22)Guillermo O’Donnell, “Delegative Democracy”, Journal of Democracy, 5, 1 (1994): 55-69.

(23)Lipset, Seymour Martín (1959) “Some Social Requisites of Democracy: EconomicDevelopment and Political Legitimacy” en American Political Science Review, 53:69-105

(24)Hannan, M.T. y Carroll, G.R. (1981) “Dinamics of Formal Political Structure: An Event-History Análisis” en American Sociological Review, 46: 19-35. Przeworski, Adam y Limongi,Fernando (1997) “Modernization: Theories and Facts” en World Politics, 49: (2) 155-183.

(25)O’Donnell, Guillermo (1979) Modernization and Bureaucratic Authoritarianism. Berkeley:Institute of International Studies.

(26)BID, Reforma Institucional para el Desarrollo, borrador, División Estado y Sociedad Civil,Washington D.C., 1998. Banco Mundial, El Estado en un Mundo en Transformación,Washington D.C., Oxford University Press para el Banco Mundial, 1997. Banco Mun-dial, Más Allá del Consenso Washington: Las Instituciones Importan, Washington D.C.,Banco Mundial, 1998. North, D.D., Institutions, Institutional Change and Economic Per-formance, Cambridge, Cambridge University Press, 1991.

(27)Sen, A., Reflexiones acerca del Desarrollo a comienzos del Siglo XXI, paper presentado a la“Development Thinking and Practice Conference”, septiembre 3-5, 1996, WashingtonD.C., Bid.

(28)Barro, R. Y Lee, J-W., “Sources of Economic Growth”, Carnegie-Rochester Conference Se-ries on Public Policy, june 1994. Przeworski, Adam y Limongi, Fernando (1997)“Modernization: Theories and Facts” en World Politics, 49: (2) 155-183.

(29)Seguiremos para ello la exposición de Joan Oriol Prats Bienestar y Desarrollo en AmartyaSen publicado en www.iigov.org 1999, biblioteca de ideas, así como la exposición másdivulgativa y sintética del propio Sen en Amartya Sen (1999), Desarrollo y Libertad, Plane-ta: Barcelona.

(30)La traducción de este término que el propio Sen califica como amplio y abstracto haadoptado varias formas como son las de “espacio de libertades” y la de “estructura dederechos” . Se ha preferido en este texto mantener el término original por entender que serefiere a un mismo concepto y facilitar así su comprensión.

(31)Amartya Sen (1994), Resources Values and Development, Londres: Basil Blackswell.(32)Amartya Sen (1999), El Desarrollo como Libertad, Barcelona: Planeta, p. 57-58.(33)Amartya Sen (1999), “Democracy as a Universal Value”, en Journal of Democracy 10.3, 3-

17 también en http://muse.jhu.edu/demo/jod/10.3sen.html(34)Amartya Sen (1999), “Democracy as a Universal Value”, ob.cit., 4-5(35) El tema de la cultura cívica democrática está planteada por Amartya Sen (1999) en

Democracy and Social Justice, paper, www.worldbank.org