Joan Miró i Ferrà - Cultura Catalana II: Barcelona...

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Joan Miró i Ferrà oan Miró i Ferrà (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983) fue una de las figuras más relevantes del arte del siglo XX. Creó un lenguaje singular que ha influido decisivamente en otros creadores. Además de pintar, cultivó la escultura y el grabado, así como la cerámica mural, el tapiz, las artes escénicas e incluso la poesía. A pesar de su proyección internacional, siempre reconoció los vínculos con Cataluña, que identificaba con el paisaje de Mont-roig, en el Camp de Tarragona. J Hijo de una familia de artesanos, Miró tuvo que compaginar los estudios de comercio con los de arte en la Llotja. Mientras se recuperaba de unes fiebres tifoideas, descubrió en 1911 en Mont-roig el paisaje que se convertiría en el primer estímulo de su pintura. Incluso cuando en el futuro prescindió de la observación directa de la naturaleza, continuó yendo a aquel lugar. La luz y la atmosfera de Mont-roig le transmitían la energía que necesitaba para pintar. Después de un primer momento caracterizado por la pincelada gruesa y el color exuberante, Miró pasó a preocuparse por los problemas constructivos y compositivos. Depuró la forma y moderó los excesos cromáticos como se pudo observar en su primera exposición individual en Barcelona, organizada en 1918 por el galerista Josep Dalmau. Pero el ambiente artístico de Cataluña no era el más idóneo para un pintor ambicioso y a principios de 1920 se trasladó a París. Por medio del cubismo todavía templó más su paleta. También recibió la influencia de las tendencias clasicistas del ‘regreso al orden’. Los cambios se reflejaron en la primera

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Joan Miró i Ferràoan Miró i Ferrà (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983) fue una de las figuras más relevantes del arte del siglo XX. Creó un lenguaje singular que ha influido decisivamente en otros

creadores. Además de pintar, cultivó la escultura y el grabado, así como la cerámica mural, el tapiz, las artes escénicas e incluso la poesía. A pesar de su proyección internacional, siempre reconoció los vínculos con Cataluña, que identificaba con el paisaje de Mont-roig, en el Camp de Tarragona.

J

Hijo de una familia de artesanos, Miró tuvo que compaginar los estudios de comercio con los de arte en la Llotja. Mientras se recuperaba de unes fiebres tifoideas, descubrió en 1911 en Mont-roig el paisaje que se convertiría en el primer estímulo de su pintura. Incluso cuando en el futuro prescindió de la observación directa de la naturaleza, continuó yendo a aquel lugar. La luz y la atmosfera de Mont-roig le transmitían la energía que necesitaba para pintar.

Después de un primer momento caracterizado por la pincelada gruesa y el color exuberante, Miró pasó a preocuparse por los problemas constructivos y compositivos. Depuró la forma y moderó los excesos cromáticos como se pudo observar en su primera exposición individual en Barcelona, organizada en 1918 por el galerista Josep Dalmau. Pero el ambiente artístico de Cataluña no era el más idóneo para un pintor ambicioso y a principios de 1920 se trasladó a París. Por medio del cubismo todavía templó más su paleta. También recibió la influencia de las tendencias clasicistas del ‘regreso al orden’. Los cambios se reflejaron en la primera exposición individual realizada en París la primavera de 1921, en la galería La Licorne. Con ‘La masía’ (1921-22), cuadro de detallismo casi espectral, culminó una época de observación directa de la realidad.

Instalado en París, entró en contacto con el grupo de poetas que rodeaban al pintor André Masson. El encuentro fue decisivo para el progreso de su obra. Del realismo de ‘La masía’ pasó a la fantasía desbordante de ‘Carnaval del Arlequín’ (1924-25), lleno de figuras y símbolos. Cuando sus amigos se afiliaron al grupo surrealista, Miró se situó muy cerca, pero sin llegar

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a formar parte. Con todo, a partir de 1925 colgaba obras en la mayoría de exposiciones del grupo.

Las pinturas que ejecutaba entonces representaban un corte radical con respecto a las obras anteriores. Hasta aquel momento había sido la realidad física, sobre todo el paisaje, lo que había puesto en marcha la imaginación creativa de Miró. A partir de ‘Carnaval del Arlequín’ serían los estados mentales, como las alucinaciones, los que servirían de desencadenantes de la forma pictórica. Las obras ejecutadas entre 1925 y 1927, conocidas como ‘pinturas de sueños’ y ‘paisajes imaginarios’, ofrecían unos fondos monocromos extremadamente planos con trazos de signos casi jeroglíficos. A veces se podían leer inscripciones que parecían pequeños poemas automáticos. Fueron unos años de gran generosidad creativa, que culminaron, con notable éxito de crítica y de ventas, en la exposición individual de mayo de 1928 en la galería Georges Bernheim de París.

Con la exposición en la Bernheim, se acababa una etapa en la trayectoria de Miró. Viajó a los Países Bajos e inició la serie de ‘interiores holandeses’, inspirada en los maestros del pasado. Acto seguido dedicó muchos esfuerzos al collage, casi siempre utilizando materiales pobres. También pintaba algunas obras, como por ejemplo ‘La reina Luisa de Prusia’ (1929), tomando como inspiración anuncios de diarios (un método que repetirá en 1933, cuando realiza una serie de pinturas a partir de unos collages basados en recortes de prensa). Durante estos años, Miró hablaba de ‘asesinar la pintura’ y de ‘alejarse de ella’. Fue un periodo de radicalización que coincidía con algunos acontecimientos biográficos importantes: en octubre de 1929 se casó con Pilar Juncosa en Palma de Mallorca; en julio de 1930 nació su hija, Maria Dolors; y a inicio de 1932 cerró el piso de París y volvió a vivir en Barcelona a causa de la crisis económica provocada por el crack de la bolsa de Nueva York en 1929.

A lo largo de los años treinta, Miró continuó revisando su obra mediante el uso de nuevos materiales. Recurrió al pastel sobre papel, pero también pintaba sobre cartón, cobre, ‘masonite’, arpillera o papel de lija. Las figuras a menudo eran grotescas, de una gran agresividad formal; los colores, saturados e hirientes, podían hacer pensar incluso en un rebuscado mal gusto. El collage no desapareció sino que se incrementaba con construcciones que eran ensamblajes hechos a partir de objetos encontrados.

En el momento de la Guerra Civil, el artista se puso del lado de la República. Colaboró con un gran mural, ‘El segador’ (hoy desaparecido), en el pabellón español de la Exposición Universal (París, 1937). Coincidiendo con estos acontecimientos se produjo otro gran cambio en su pintura. Como anunció a Pierre Matisse, su

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marchante en Nueva York, quería llevar a cabo obras muy realistas. El resultado fue la impresionante ‘Naturaleza muerta con zapatón’ (1937), que pintó en París, donde se había instalado de nuevo en otoño de 1936. No se trataba de un realismo de superficie, sino que, como sucedería también con el no menos impresionante ‘Autorretrato I’ (1937-38), suponía un intento de ‘llegar a la esencia profunda y poética de las cosas’.

En enero de 1940, una vez finalizada la Guerra Civil española y con Hitler habiendo invadido Polonia, el pintor empezaba en Varengeville (costa normanda, Francia) una serie de pequeñas composiciones sobre papel, que llamó ‘Constelaciones’. Este conjunto de veintitrés aguadas, que continuó en Palma de Mallorca y acabó en Mont-roig en septiembre de 1941, formaba un grupo de obras cerrado en sí mismo de una gran importancia en su trayectoria. Iniciadas para huir del horror del entorno, el pintor reflejaba la nueva inspiración encontrada en la noche, las estrellas y la música. De una gran complejidad técnica, realizadas de una manera extremadamente minuciosa y elaborada, las ‘Constelaciones’ pusieron las bases de un lenguaje diferente, más estilizado y abstracto, que exploraba sin concesiones las posibilidades del plano del cuadro.

La nueva escritura se desplegó con gran potencia durante los años cuarenta y cincuenta. El lenguaje de entonces combinaba la línea negra –sinuosa o geométrica–, con formas coloreadas compactas –rojos, verdes, naranjas, azules– sobre un fondo monocromo de tonalidades cambiantes. Era una mezcla de elementos brutales y espontáneos con formas dibujadas con elegancia y precisión. Unas veces dominaba el gesto –impulsivo, rápido–, otras veces el trabajo –meticuloso, preciso–. Se trataba de un momento de gran libertad creativa, en el que el dinamismo de los signos y el ritmo compositivo marcaban la dimensión plástica de la obra, como se puede ver en ‘Mujer escuchando música’ o en ‘Corrida de toros’ (ambas de 1945).

Paralelamente Miró empezó a hacer cerámicas con Josep Llorenç Artigues (1944). De las piezas decorativas pasaba a las tridimensionales, que abrían el camino a la escultura. A partir de aquellas primeras experiencias realizó algunas terracotas y bronces. La dedicación al nuevo medio se intensificó al final de los años cincuenta cuando recibió un encargo de Aimé Maeght. El galerista, que pensaba abrir en Saint-Paul de Vence una fundación, pidió a Miró un grupo de piezas para decorar el jardín. El interés por la escultura coincidía con el traslado del artista a Palma de Mallorca, al estudio que le había construido su amigo Josep Lluís Sert (1956).

Se iniciaron entonces unos años de reconocimiento internacional, repletos de viajes e importantes encargos, como el gran mural de

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cerámica para la UNESCO (París, 1958). Los museos más prestigiosos le dedicaban retrospectivas: el MoMA de Nueva York (1959); el Musée d’Art Moderne de París (1962); la Tate Gallery de Londres (1964); etc. En 1962 se publicó la monumental monografía de Jacques Dupin sobre el pintor.

A pesar de los reconocimientos, Miró no dejaba de trabajar. Durante la década de los sesenta ejecutó diversas telas monocromas que recuerdan a algunas de las obras de los años veinte (pero ahora de enormes dimensiones, como ‘Azul I, II y III’, 1961). También acentuó la presencia del negro, en una especie de combate tenso con el color, como ‘Mensajes de amigo’ (1964). El reconocimiento público no le disminuía el espíritu combativo. En 1967 inició una original serie de esculturas que no son sino objetos encontrados fundidos en bronce y brillantemente coloreados. En 1969 destruyó, con gran escándalo, las pinturas realizadas con motivo del homenaje que le había dedicado el Colegio de Arquitectos de Barcelona. Nueve años después, colaboró en ‘Mori el Merma’ (1978), un innovador espectáculo teatral inspirado en el ‘Ubu roi’ de Alfred Jarry.

En 1975 se abrió en Barcelona la Fundació Joan Miró y en 1983, la Fundació Pilar i Joan Miró en Palma de Mallorca. Una de las esculturas más interesantes del artista, ‘Mujer y pájaro’, se inauguraba en su ciudad natal ese mismo año, en la plaza del Escorxador, después llamada plaza Joan Miró. Al cabo de pocos meses, el 25 de diciembre de 1983, el pintor moría en Palma a la edad de noventa años. Fue enterrado en Barcelona, en la montaña de Montjuïc, no muy lejos de la fundación que lleva su nombre.

Fuente: http://www20.gencat.cat/portal/site/culturacatalana?newLang=es_ES

Más información: http://www.fundaciomiro-bcn.org/http://www.arteespana.com/joanmiro.htmhttp://es.wikipedia.org/wiki/Joan_Mirohttp://www.tv3.cat/videos/185949339