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Loca por la ciencia

Franny K. SteinEl ataque del Cupido giganteJim BentonIlustraciones del autor

FRANNY ATAQUE DEL CUPIDO GIGANTE.indd 5 24/08/16 16:11

Para Summer y Griffiny para mis sobrinos Mark, Sean, Brad, Laura, Tommy, Lauren, Jessi, Robert, Allyson, Dan,

Kristen, Rob, Scott, Evan, Laura, Elissa, Eric, Brooke, Joe, Mike, Lisa, Ashley, Abbey y Tess.


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capítulo uno

LA CASA DE FRANNY

La familia Stein vivía en una preciosa ca sita rosada al final de la calle de Los Nar cisos. Las contraventanas es ta ban pintadas de color mora-do y todo era cla ro y alegre. Bueno, todo me nos la ha bitación del ático, la de la ventana redonda.


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Ésa era la habitación de Franny, y ella la amaba más que cualquier otro lugar del mundo entero, porque era ahí donde maquinaba las ideas más fascinantes para la ciencia loca.

Pero, como suele sucederles a los científicos locos, era imposible lograr que sus amigos y su familia tomaran en serio su trabajo.


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Como cuando Franny le presentó a su papá su más reciente y perfeccionada Vaca Personal.

—¡Mira, papá! Modifiqué genéticamente una vaca de verdad para que tenga la porta- bilidad que necesita un bebé hoy en día. ¿Ves? Leche fresca dondequiera que vayas.

—Qué bien, Franny —dijo su papá, sin si- quiera levantar la vista de su periódico.

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O cuando Franny trató de enseñarle su Agigantador recién mejorado a su hermanito, Freddy.

—Un disparo de este aparato puede hacer las cosas cientos de veces más grandes —dijo Franny con orgullo.

—¿Lo puedes usar en reversa y hacer tu boca más pequeña? —preguntó Freddy.

—No tiene la función de reversa. Sólo hace las cosas más grandes, pero no es una mala idea… —contestó Franny, pero antes de que pudiera terminar, él saltó sobre su patineta y de un solo impulso desapareció de su vista.


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O cuando Franny llamó a Percy, uno de sus nuevos amigos de la escuela, para contarle de su nuevo Manifestador.

—Pones una foto de algo frente a él, mueves el interruptor y ¡zas!, crea una reproducción real de la imagen en tercera dimensión.

—¿Alguna vez has puesto cátsup y totopos? —preguntó Percy tontamente.


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Franny parpadeó, perpleja.—¿Cátsup y totopos? ¿Escuchaste alguna

palabra de lo que dije, Percy? El Manifestador puede crear cosas reales a partir de fotografías y fotografías a partir de cosas reales. Es una absoluta locura.

—Me gustan los totopos —dijo Percy, y Franny colgó el teléfono.


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La mamá de Franny la había estado obser-vando y se sintió mal por ella.

Quizá no habría elegido tener una científica loca por hija, pero eso era Franny. Y como eso es lo que era, su mamá había invertido mucho tiempo en tratar de aprender sobre cientí- ficos locos.


Una de las cosas que había aprendido era que los científicos locos necesitan asistentes a quienes puedan mostrarles sus vacas en mi- niatura, sus aparatos extraños y sus chiflados artilugios; asistentes que siempre estén fasci-nados y que siempre escuchen.


Una tarde, la mamá de Franny se asomó con cuidado a su habitación. Cuando uno se asoma al cuarto de un científico loco, siempre es me-jor hacerlo con cuidado.

—Franny, cariño, quisiera presentarte a alguien.

—Estoy un poco ocupada, mamá. Estoy tra-bajando en una máquina que hará que los cal-cetines sucios huelan peor.

—¿Para qué querrías eso? —preguntó la mamá de Franny.

capítulo dos

PULGAS Y GRACIAS


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Franny se quedó callada un momento y luego dijo:

—Supongo que tú no lo querrías, mamá. Pero así es como funciona la ciencia loca.

—Está bien, pero pensé que tal vez querrías conocer a tu nuevo asistente de laboratorio.

—¿Un asistente de laboratorio de verdad? —dijo Franny, olvidándose por completo de su experimento de los calcetines. Más que nada en el mundo, ella siempre había querido un asistente de laboratorio.


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—Bueno… —dijo su mamá— no es un asis-tente “de verdad”. Es una mezcla de caniche, lobo, chihuahua, perro pastor y de una especie de comadreja, así que tampoco es del todo un perro.


Franny se le quedó viendo a la cosa que su mamá traía con una correa.

—Pero siempre estará interesado y fasci-nado por tus proyectos, preciosa, y le puedes enseñar a ser tu asistente. Se llama Igor.


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Igor tosió y ladeó la cabeza. Algunas pul-gas saltaron entre su pelaje. Le bastó con verla para saber que Franny le agradaba, y esperaba gustarle también.

—Oh. Es un perro —dijo Franny sin emo-ción, mirando a Igor como si fuera un vaso medio vacío—. Creí que te referías a…


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Franny estaba a punto de decirle a su mamá que se llevara a Igor, pero al ver su cara son- riente se dio cuenta de que en verdad había pensado que Igor iba a ser la sensación.

Y no tuvo el valor de desilusionarla.—Es perfecto, mamá —mintió Franny—.

Gracias.


—¡Sabía que te iba a encantar! —dijo su mamá con voz cantarina, y le entregó a Franny la correa.

Franny jaló a Igor para que entrara en su cuarto.


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—Siéntate aquí —le dijo—. Yo te aviso si nece-sito que me asistas en algo.

Igor se sentó y trató de poner la sonrisa más amigable que puede poner un perro con la boca llena de dientes puntiagudos y chuecos.

Más que nada en el mundo, Igor quería ser asistente de un científico loco. Especialmente si ese científico loco era Franny.


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