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Jerusalén, año 30. María Magdalenaacude al sepulcro de José de Arimateaantes del amanecer, donde fuedepositado el cuerpo de Jesús tres díasantes, para ungirlo por la imposibilidadde hacerlo tras su crucifixión ante lallegada del Sabbat, día sagrado para losjudíos. Mientras, sus discípulos siguenocultos tras los últimos y dolorososacontecimientos.

Pero al llegar, María descubre que elcuerpo ha desaparecido. ¿Habráregresado realmente Jesús de entre losmuertos? ¿Qué ha ocurrido realmentecon él?

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Ante los misteriosos hechos, nadieparece tranquilo: el Sanedrín lo buscará;los romanos lo buscarán; sus seguidores,así como sus detractores, querránconocer la verdad, cada cual por unarazón diferente, y que intentaránocultarse unos a otros.

¿Cuál fue el verdadero mensaje delMaestro que nadie pareció entender?

La lluvia sobre la seda: una fascinanteaventura a través de maravillosospaisajes en los que sus protagonistasconocerán sus límites hasta hallar laverdadera razón de su existencia. Un

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viaje sin retorno por desconocidastierras en busca de la verdaderalibertad.

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La lluvia sobre la seda© Jose Tovar, 2017

© Fotografía del autor: Studio LucenaElchewww.fotolucena.com

Ediciones Letra de Palo, [email protected]

Diseño de portada: Letradepalo y JoseTovarMaquetación: Letradepalo

Edición electrónica:

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ISBN: 978-84-15794-43-1

Letradepalo apoya la protección delcopyright y la cultura sin restricciones.Por eso este ebook no lleva protecciónDRM. Por favor, no facilite su copia odistribución, de esta forma apoyaremostodos la libre creación de los autores.Gracias por comprar una ediciónautorizada de este libro.

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AGRADECIMIENTOS

unca llegué a imaginar cuandoempecé a escribir esta novela

hace ya tantos meses que nunca llegaríasa tenerla entre tus manos para darle tuaprobación. Los cafés que compartimosmientras me instruías sobre el contextohistórico en el que se desarrollasirvieron ante todo para disfrutar de tusenormes conocimientos sobre lascostumbres y normas del Imperio

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Romano, y su influencia en lasprovincias por las que extendía susdominios. Fueron, sin duda, momentosinolvidables e irrepetibles. A ti te debohaber podido integrar en una trama quete oculté desde el principio, algo queentendiste a la perfección, las complejasformas de desplazarse por el mundoconocido durante la época de Cristo,cómo se movían de un lado a otro susciudadanos, transportaban susmercancías o comerciaban con ellas. Meenseñaste a conocer un poco mejor ladifícil forma de vida en un periodo tancomplicado e inestable como aquel. Por

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eso, esta novela es principalmente parati, Manuel Vicente Segarra Berenguer.Espero estar a la altura de tusenseñanzas. Me avergonzaría de locontrario. Y aunque es obvio que nuncapodrás leer estas palabras, graciasdesde el fondo de mi alma.

No puedo dejar de dar las graciasa mi familia por soportar mis ausenciasmentales, que no físicas, cuando estoymetido de lleno en mis mundos defantasía: Emi, Ana, y por supuesto, a mipadre, un poco ausente de este mundoliterario pero siempre orgulloso.Tampoco me olvido de Jose Martínez

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sin tilde, que siempre está dispuesto aaguantar sin rechistar mis interminablesparrafadas sobre las historias querondan por mi cabeza y que acaban,muchas de ellas, plasmadas en misescritos. Tus consejos serán siempremuy bien recibidos. Susana, gracias portus imperativos. Espero haber aprendidola lección. Pedro, tu apellido me sirvióde inspiración.

Mis últimas palabras dereconocimiento y eterno agradecimiento,pero no por ello menos importantes, sonpara mi editor, Vicente Montesinos,parte indispensable de mi segundo

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proyecto. Gracias por tu pacienciaconmigo y por tu afán de querermejorarlo siempre todo. Estoy seguro deque con tus reflexiones hemos mejoradoel resultado final de La lluvia sobre laseda.

Y no quiero dejar de agradecer atodos y a cada uno de los que os habéisdecidido por mi novela entre la enormecantidad de títulos que diariamenteaparecen en las librerías de todo elmundo para pasar unas horas deentretenimiento. Significa tanto para unautor desconocido como yo… Deseo detodo corazón poder complaceros. Sin

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vosotros, personajes anónimos de estaaventura, sería imposible avanzar poreste océano de libros. Ahora empiezavuestra labor: juzgad, y si os satisface,recomendad a otros que también lohagan. Ese será, sin duda, el mejor delos agradecimientos.

Jose Tovar

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En tu memoria, Manuel

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Día 16 del mes de Nisán. Año 30.Primer día de la semana1.

aría, la de Magdala, aúntemerosa por los últimos

acontecimientos y oculta entre lassombras propiciadas por la hora nona,cruzaba con ligereza por los fértilescampos perlados por la escarcha,mientras miraba constantemente a sus

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espaldas. El miedo era patente entre losdiscípulos del Maestro. Jerusalén aún nohabía despertado, aunque unos tímidosprimeros destellos le daban un tonotrágico a la mañana. María recordabacómo esa misma tierra había tembladobajo sus pies apenas tres días antes,ruidosa, como queriendo ocultar elúltimo aliento de su esposo. Por sumente, aún confusa, pasabanconstantemente los hechos que tantodolor le habían causado. Seguía viendocómo José, tras obtener el permiso dePoncio Pilato y ayudado por el bueno deNicodemo, principal entre los judíos,

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descolgaba el cuerpo de Jesús y ellamisma, junto a María, la madredesconsolada, lo limpiaba con extremocuidado. Con enorme aflicción lo viodesaparecer del Gólgota, mientras eratrasladado a un sepulcro aún sin estrenarexcavado en la roca propiedad de lafamilia del primero. Solo tres días anteshabía asistido a la ejecución de suamado. Sin siquiera poder ungir sucuerpo ante la inminente llegada delSabbat, se disponía a hacerlo justoahora. Según la Ley judía, estabaprohibido dejar colgado en la cruz a unajusticiado durante su día sagrado. Por

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eso se vieron obligados a llevarse elcuerpo de Jesús tan rápidamente antesde la caída de la noche. El contacto conel cadáver les volvería impuros ydebían darse toda la prisa posible.

Necesitaba volver a verlo una vezmás, asimilar de una vez por todas supérdida, que su amado ya no era de estemundo y que ahora estaría junto alPadre. Si los soldados que debíanvigilar el sepulcro se lo permitíanarrastrarían la pesada piedra que cubríala entrada para completar el ritual judío.Apenas unos instantes en los que daríasu último adiós al Mesías. No podrían

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negarse. Nadie debería impedir a unaviuda ungir el cuerpo de su esposo. Nopodrían ser tan crueles. Ya habían tenidobastante con su tortura, flagelación ymuerte. Sí, ya habían tenido bastante.Ahora le tocaba a ella disponer de sucuerpo sin vida. Así lo exigiría.

A pocas brazas del sepulcro, yaunque la visibilidad era escasa, pudoapreciar que no había nadiecustodiándolo. Buscó con la mirada porlos alrededores sin encontrar a nadie.Regresó sobre sus pasos para tener unaperspectiva más amplia. Esperó unbreve espacio de tiempo que ella

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consideró suficiente e intentando llamarla atención de quienes debíanencontrarse allí por orden expresa dePilato fue caminando de nuevo hacia laentrada del sepulcro. Nadie, no habíanadie ni parecía que lo hubiera habidodurante toda la vigilia.

Con la tenue luz de los primerosinstantes de la mañana llegó a laentrada, dándose cuenta de que la piedraque debía cubrirla estaba descorrida,mostrando su oscuro interior. Con grantemor, y habituándose poco a poco a laoscuridad, fue avanzando por elsepulcro. Sus pies se enredaron con

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algo. Lanzó un suspiro y esperó quieta.Bajó la mirada y vio el lienzo con el quecubrieron al Maestro tras descolgarle dela cruz. Agachándose, lo cogió entre susmanos y suspirando aspiró su aroma.Pero estaba frío. Aparentemente allí noquedaba nada más de Jesús. Laslágrimas humedecieron el sudariomientras lentamente María seguíainternándose en el sepulcro. No habíarastro de su esposo. Su cuerpo no estabaen el lugar que le correspondía: la tumbade José de Arimatea. ¿Sería posible quese hubiera obrado el milagro? «Enverdad, en verdad os digo, que en tres

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días volveré a vosotros para completarmi tarea», repetía Jesús a susdiscípulos. No podía ser. Lo estabacomprobando pero no podía creerlo. Elsepulcro estaba vacío. ¿Qué podíaesperar? ¿Realmente había vuelto Jesúsde entre los muertos? ¿Dónde loencontraría ahora? Eran tantas las dudasque asaltaban su mente que no se percatóde que fuera había voces. La boca delsepulcro se oscureció con la silueta deun hombre. Su estruendosa voz retumbóentre sus paredes.

—¿Quién eres? ¿Qué haces? —gritó. De un sobresalto María se giró y

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se enfrentó a un soldado romano que seacercaba a ella—. Yo te conozco, te hevisto antes. ¡Sí, tú eres la esposa del reyde los judíos! ¿Qué habéis hecho con sucuerpo?

—Yo…yo… —empezó atartamudear, nerviosa—. Acabo dellegar, no sé… lo encontré vacío…

El soldado arrebató el lienzo delas manos de María y agarrándola laarrastró hacia la salida, donde esperabaun compañero. Forcejeando consiguiózafarse de su captor, y encarándose a élle chilló:

—¡Vosotros os lo habéis llevado!

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No estaba la piedra en la entrada cuandollegué. ¿Cómo iba a moverla yo sola?

—Cállate, loca —le interrumpióabofeteándola—. Ahora mismo vas adecirnos dónde se esconden susdiscípulos.

Y fue lo último que pudo decirle.María echó a correr hacia el cercanohuerto para intentar ocultarse de lossoldados, mientras uno de ellos selanzaba a perseguirla.

—Déjala —dijo el soldado quehasta el momento se había mantenido almargen—. Es una mujer. ¿Qué va asaber una mujer judía?

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Y aunque ella ya no pudo verlo, elsoldado se detuvo cuando vio acercarsepor un costado a un anciano. Esperó aque estuviera a su altura y enseguida loreconoció.

—Tú eres el propietario delsepulcro —le dijo—. Tú debes saberalgo.

—Soy José de Arimatea, miembrodel Sanedrín, y vengo a comprobar pormí mismo si se ha cumplido su palabra.

—El cuerpo del judío no está.¿Qué habéis hecho con él?

—Entonces era cierto —suspiró—.El Maestro ha resucitado…

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—Eso no es posible —leinterrumpió el soldado—. Alguien habráescondido su cuerpo. Y tú debes saberquién ha movido la piedra, estaba asícuando llegamos.

—Luego no estabais aquí cuandoha ocurrido —sonrió José—. Eso no leva a gustar nada a Caifás. Ni a Pilato.Habéis descuidado vuestra obligación.

—Te equivocas, sacerdote. Lasórdenes eran colocar una guardiaarmada en la puerta al día siguiente desu ejecución. Y eso es lo que hemoshecho. En la primera vigilia la guardiase ha retirado.

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—Pero el cuerpo ha desaparecido—insistió el de Arimatea—. Y ahoramismo correrá por todas partes el rumorque se quería evitar: que Jesús haresucitado. ¿Cómo se lo tomará elSanedrín?

Los soldados se miraron y el másdecidido se enfrentó de nuevo alsacerdote.

—Ese es tu problema. Es tusepulcro, es vuestro Consejo. Tellevaremos ante Caifás y tú se loexplicarás.

Autoritarios, empujaron al ancianopara llevarle ante el Sumo Sacerdote. La

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situación era incómoda para todos. Laamenaza que suponía que los discípulosrobaran su cuerpo parecía haberseconvertido en realidad. Y lasconsecuencias podrían ser desastrosaspara mantener el orden en una ciudadcomo Jerusalén.

El sol ya empezaba a elevarsesobre el horizonte, y aunque la mañanaera fría la vegetación se ibadesprendiendo poco a poco de esemanto acuoso con el que se cubredurante las horas más gélidas de lavigilia. Los tres hombres empezaron acaminar con paso decidido hacia el

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templo, donde seguramente seencontraría el Sumo Sacerdote. Elsilencio se apoderó de ellos y aunque nolo aparentase, en lo más profundo de sualma José de Arimatea temía enfrentarsea Caifás y que éste pudiera descubrir susverdaderos propósitos.

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a magdalena atravesó el pequeñohuerto en dirección a casa de

María, la madre de Jesús, aunque paraello tuviera que dar un pequeño rodeo.No debía correr ningún riesgo en casode que los soldados decidieran seguirla.Debía evitar a toda costa quedescubriesen dónde se ocultaban losdiscípulos del Maestro. Sus vidascorrían peligro, sobre todo después de

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descubrir que el cadáver habíadesaparecido. Con gran esfuerzo llegó acasa de María, pero no la encontró allí.Esperó impaciente con la esperanza deque volviera pronto. Tenía miedo de irella sola al encuentro de los discípulospara contarles la nueva, pero prontocomprobó que no tendría otro remedio.Así que se armó de valor y trasasegurarse que nadie le seguía tomó elcamino del cenáculo donde aún estabanlos once desde la crucifixión. Loocurrido les había sobrepasado. Elmiedo los hizo recluirse hasta quedecidieran qué hacer. La muerte de su

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líder los había desorientado, y larivalidad que siempre había existidoentre ellos se acentuó por encontrarlesustituto. Una rivalidad en la que noentraba Judas. El Iscariote siemprehabía tenido clara su misión: entregar aJesús para que su espíritu pudiera serliberado. Pero cuando los sacerdotes ledieron los treinta denarios con los quepretendían pagar lo que ellosconsideraban la traición de su tesorero,éste no pudo soportar la humillación, laconfusión y el dolor por la pérdida de suamado Maestro y, tras devolver lasmonedas, decidió poner fin a su vida.

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Sin duda, una gran pérdida para lacontinuidad de su mensaje.

Casi sin darse cuenta llegó a lacasa. Era una amplia construcción deladrillo y piedra, con un extraño aspectode caja cuadrada con un gran patiocentral. Pertenecía a un amigo de suesposo. Entró sin llamar y de inmediatose dirigió a la planta superior. Volvió aasegurarse de que nadie la seguía y entróen una de las salas. Enseguida comprobóque entre los discípulos se encontrabaMaría, que la miró triste como solopuede mirar una madre tras la muerte desu hijo. La mayoría estaban sentados en

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esteras sobre el piso, pero todos sealzaron de un salto por el susto de lainesperada entrada de la de Magdala.Juan el Zebedeo, el menor de todos, fueel único que le sostuvo la mirada. Frentea ella y junto a su hermano Juan,Santiago el Mayor, los hijos del trueno,«Bo-aner-ges», como el Mesías lesllamaba. A su izquierda Felipe,Bartolomé, Mateo Leví el publicano,Simón el Cananeo y Santiago, hijo deAlfeo, junto a su hermano Judas. En ellado opuesto, Simón llamado Pedro y suhermano Andrés. Solo echó de menos aTomás, que parecía no estar entre ellos.

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Aunque todos habían rehuido mirarlaavergonzados, María empezó a hablar:

—El cuerpo de Jesús hadesaparecido —a lo que siguió unmurmullo general. Tras una breve pausa,añadió—: A pesar de todas susenseñanzas, algunas de las cuales solocompartió conmigo, reconozco queignoro lo que ha podido pasar…

—¡Qué va a saber una mujer! —seinterpuso Pedro—. Seguro que hasvenido aquí para que salgamoscorriendo en su busca. ¡Y éste es elúnico lugar donde estamos a salvo!

—¿A salvo de qué? —gritó María

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—. ¿De los sacerdotes, de las patrullasromanas? ¿De vuestra insensatacobardía? ¿O acaso a salvo de vuestropropio Maestro, aquel que os amó porencima de todas las cosas y que así se loestáis reconociendo?

—¡No voy a consentir que unamujer venga aquí a insultarnos! —volvióa imponerse Pedro—. Habrá queasegurarse de que nos dices la verdad.

—La única verdad es que fuiste túquien le negó por tres veces mientras erainterrogado brutalmente —sentencióMaría.

—No creo que una marginada

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endemoniada pueda tener autoridadsobre los elegidos.

—Yo también fui elegida, ¿no lorecuerdas?

La situación era cada vez mástensa, aunque ninguno de los presentesse atrevió a hablar. En ese momentovolvió a abrirse la puerta del cenáculo yapareció Tomás, que traía algunosalimentos para el grupo. Al ver a laesposa y a la madre de Jesús no supoqué decir, no las esperaba.

—María dice que el cuerpo deJesús ha desaparecido —le soltó depronto Juan, hijo del trueno.

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—¿No pensaréis que haresucitado? Solo lo creeré cuando lovea ante mí —contestó Tomás,incrédulo.

—Cuando he llegado al sepulcroencontré la piedra movida y su interiorvacío —anunció María—. Solo estabael lienzo que lo cubrió tras su muerte,nada más. Un soldado que llegó en aquelmomento me lo arrebató. No me atreví aintentar recuperarlo por miedo a que mesiguieran y os descubrieran.

—Es posible que los sacerdotes lohayan escondido para acusarnos ante losromanos y acabar así con el movimiento

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iniciado por él —opinó Santiago elMayor.

—No lo creo —contestó de nuevoMaría—. Sin el cuerpo la teoría de laresurrección cobra fuerza y, aunque nosacusen de haberlo robado para alentarla,su ausencia no hace otra cosa que darnosla razón. Si a sus ojos Jesús estárealmente muerto, tarde o temprano lomostrarán para ridiculizarnos. Debemosorganizarnos, descubrir qué ha pasado yestar preparados para lo que venga.Vayamos de nuevo al sepulcro.

—¿Para qué? Que yo sepa nadie teha nombrado líder del grupo —protestó

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Simón Pedro—. No es buena idea,debemos permanecer aquí escondidos ala espera de que todo se calme.

—¿Y ese líder vas a ser tú? —preguntó María.

—¡Lo dijo Jesús! ¿Qué tarea teencomendó a ti, salvo parir a sus hijos?

Ante las duras palabras de Pedro,María posó sus manos sobre su vientre.Ya había tenido dos faltas y eso solohacía presagiar una cosa. Una lágrimaempezó a brotar pero antes de que nadiereparara en su gesto, Mateo arremetiócontra Pedro.

—Pedro, eres demasiado

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impulsivo. Te veo enfrentarte a estamujer como si fuera tu adversaria. Si elSalvador la hizo digna, ¿quién eres túpara rechazarla?

Las palabras de Mateo inundaronde un espeso silencio la sala, solo rotopor la madre de Jesús.

—María, yo iré contigo alsepulcro. Necesito saber qué ha pasadocon mi hijo.

Ante la atenta mirada de todos loscongregados, las dos Marías seacercaron a la puerta. Al abrirla,volvieron la vista atrás para comprobarsi alguien les acompañaría. El gesto fue

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igual para todos: bajando la cabezaavergonzados volvieron a sentarse ensus esteras, pero nadie se atrevió ahablar.

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osé de Arimatea, acompañado de losdos soldados, avanzaba a paso

rápido hasta el templo que dominaba laciudad. A Caifás no le agradaría enmodo alguno la nueva que iba a conoceren poco tiempo. Tan pronto llegaron altemplo buscaron al Sumo Sacerdote, queya parecía estar temiendo la noticia porel enorme enfado que mostraba. Elprimero en dirigirse a él fue el de

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Arimatea, que puso en un aprieto a lossoldados con sus palabras.

—Me temo que aquello que portodos los medios se quería evitarfinalmente ha ocurrido. El cuerpo deJesús ha desaparecido. Y a pesar de queno somos una orden militar sometida asus preceptos, los soldados han insistidoen traerme a tu presencia, temerosos sinduda de la reacción que pueda tenerPilato, a quien realmente deberían darleexplicaciones. Estoy convencido de quehan contravenido tus peticiones. De otromodo, ¿cómo habría podidodesaparecer?

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—¡Estúpidos ignorantesincompetentes! —empezó a gritar Caifás—. ¿Cómo habéis podido permitirlo?Ahora sus discípulos podrán decir queha resucitado, y será reconocido por elpueblo como el auténtico Mesías, eseSalvador que esperaban. Para ellos, sugrandeza no habrá hecho más queempezar.

Caifás, el Sumo Sacerdote, era ricoy poderoso. El más poderoso despuésdel rey. Por eso podía permitirse tratarasí a unos soldados. Era el soberbio jefede todos los judíos, administrador ypresidente del Gran Consejo, un cargo

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que nunca había sido vitalicio nihereditario. Como responsable principaldel templo era el único mortal que podíaentrar en su parte más sagrada, el SanctaSanctórum. Era saduceo, y como a todoslos saduceos, lo único que le interesabaera acumular riquezas y disfrutarlas enla tierra. Los soldados, que hasta elmomento habían permanecido callados,ofrecieron una versión distinta.

—Con todos nuestros respetos, sehan cumplido tajantemente las órdenesimpuestas. Se ha custodiado el sepulcroel tiempo ordenado. Seguramente susseguidores aprovecharon el final de la

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guardia para entrar y robar el cuerpo.Ningún hombre en su sano juicio puedepensar que el judío ha resucitado.

—¡Ellos sí lo creerán! —interrumpió el Sumo Sacerdote—. Hancreído hasta ahora todas las blasfemiasque han escupido sus labios y tambiéncreerán en la resurrección. ¡Tenemosque encontrar su cuerpo inmediatamente!

—Señor, si se me permite —añadió el soldado—, este hombre hasido reconocido como uno de susamigos. Él podría saber dónde hanescondido el cuerpo.

—También soy amigo de Pilato —

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explicó José—. Soy miembro de plenoderecho del Gran Consejo y no permitiréque saquéis conclusiones equivocadassobre mí. Por supuesto que se me havisto con él. Soy el hermano menor deJoaquín, su abuelo, y ese parentesco nome convierte en su discípulo.

—Puede que tengan algo de razón—señaló Caifás—. No me sorprenderíaque tuvieras algo que ver con sudesaparición. En su juicio te empeñasteen defenderle sobre todas las cosas,poniendo incluso en juego tu lealtad a laCorte Suprema de la ley judía. Llegué apensar que creías más en su doctrina que

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en la verdadera.—No puedo creer lo que estoy

oyendo. Las sucias palabras de estosdos están envenenando tu mente. Notenías pruebas para juzgarle y tampocolas tienes contra mí.

Dicho esto, José guardó silencioasombrado ante sus propias palabras.Quizá se hubiera precipitado. Caifás noperdió la oportunidad de arremetercontra él.

—¿Pones en duda mi autoridad?—En modo alguno, pero estáis

haciendo graves acusaciones contra mí.—Nadie te ha acusado de nada,

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aún... ¿Tan seguro estás de que podemoshacerlo que te pones a la defensiva?¿Qué ocultas, José?

—No tengo nada que ocultar. Nadade esto estaría pasando si no te hubierasempeñado en condenar a un inocente.

—¿Inocente? ¡Él mismo se declaróMesías, él mismo se condenó!

—Él mismo se condenó en unafarsa de juicio —interrumpió José—. Élsolo se proclamó Hijo del Hombre.

El Sumo Sacerdote se enfurecióaún más y balbuceando solo pudoañadir:

—Ahora mismo iremos todos a ver

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a Pilato. La situación está tomando unextraño cariz.

Todos se mostraron de acuerdo conCaifás. Aun por lo temprano del día ycorriendo el riesgo de no encontrardisponible al prefecto, la realidad era losuficientemente grave como parainformarle cuanto antes. Sin máspreámbulos, los cuatro hombres sedirigieron a la cercana fortalezaAntonia, llamada así en honor a MarcoAntonio. Aunque el prefecto residíageneralmente en Cesarea, durante laPascua éste acudía a Jerusalén y vivíaen esta ciudadela militar, edificada en el

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extremo oriental de la muralla de laciudad, junto al templo. Era un lugarestratégico desde donde se podíacontrolar fácilmente a la multitud que enesa época del año visitaba el templo.Edificada sobre una roca, toda laconstrucción ofrecía la forma de unatorre, aunque tenía otras cuatro almenasen sus respectivas esquinas, una de ellasde setenta codos de altura y las otrastres de cincuenta. La rodeaba un granfoso de unos veinte codos deprofundidad. La fortaleza Antoniaparecía una ciudad en sí misma y allíresidía permanentemente una cohorte de

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la guarnición romana de Jerusalén. Loshombres subieron una de las escalinatasque llevaban al pórtico para llegar a unode los amplios patios que ocupaba elejército, ahora deshabitado. Acontinuación pretendían dirigirse alpretorio, donde Pilato administraba suparticular justicia, pero se encontraroncon él mientras discutía acaloradamentecon Claudia Prócula, su esposa. Cuandoéste vio al grupo acercándose no dudóen gritarles haciendo groserosaspavientos.

—¿Dónde creéis que vais? ¿Noveis que estoy ocupado? ¿Es que no voy

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a poder librarme nunca de vosotros?Esperadme fuera, yo os buscaré cuandoacabe. ¡Vamos!

Los cuatro hombres dieron lavuelta inmediatamente, incapaces dereplicar. En silencio, obedecieron lasórdenes del prefecto. Poncio Pilato erasobradamente conocido por suinflexibilidad y dureza. Aunque era sufunción nombrar al Sumo Sacerdote, erafrío y hostil a los judíos, poco amigo desus absurdas tradiciones religiosas y sinninguna consideración hacia ellos. Sugobierno corrupto y despiadadoacumulaba ejecuciones sin juicio previo,

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robos, ofensas y brutalidades. Suviolencia y crueldad incesante noconocía límites.

No tardó el prefecto en reclamar lapresencia del Sumo Sacerdote en susdependencias. Si había algo que en losúltimos días le sacara de quicio más quela presencia demasiado frecuente deCaifás en la fortaleza Antonia, eran loscontinuos reproches de su esposarespecto al judío ejecutado. No parabade insistir que su muerte solo leacarrearía desgracias. Lo veíaconstantemente en sus sueños. Y aunqueprocuraba agradarla en cuanto podía,

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privilegio del que muy pocas personasgozaban, no permitía bajo ningúnconcepto que se inmiscuyera en susasuntos políticos. Nunca había aceptadosus consejos a menos que fueranconyugales.

Acababa de llegar al pretoriocuando Caifás, José y los soldados sepresentaron ante él. Llevaba una túnicablanca con el borde púrpura y coraza demetal. De no muy alta estatura, sucabello era corto y nunca llevaba barba.Todavía estaba en el mismo lugar elaguamanil de plata con que Pilato selavó las manos antes de pronunciar

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sentencia contra Jesús días atrás. Lossoldados se cuadraron ante él yempezaron a darle todo tipo deexplicaciones.

—El cuerpo del judío hadesaparecido de su sepulcro.Descubrimos la piedra movida haciendola ronda esta mañana y vimos merodearpor los alrededores a uno de esossacerdotes. Decidimos llevarle anteCaifás antes de tomar cualquierdecisión.

—¡Malditos judíos! ¡Tarde otemprano acabaré con vuestra Pascua!¡Siempre lo mismo! ¡Tengo que aguantar

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revueltas por culpa de vuestrascelebraciones! —montó en cólera elprefecto—. ¡Y si faltaba algo, ahora osroban a vuestro Mesías!

—No es nuestro Mesías, Pilato —rectificó Caifás—. Solo era alguien quevino a interpretar nuestras SagradasEscrituras y a intentar cambiar la Torá.Era un manipulador con una granhabilidad para engañar a los mediocres,a los pobres y a los tullidos. ¡Y tú lecondenaste a muerte!

—¡Tú me pediste su muerte! —gritó fuertemente Pilato—. ¡Y yo te ladi! ¡Tú me aseguraste que así aplacarías

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los ánimos de tu pueblo! ¡Y también túelegiste entre dos condenados a quiéndebía liberar! ¡Tuya fue la decisión ysolo tuya es la responsabilidad! ¿Yahora qué tengo? Un cadáverdesaparecido que vuelve a poner enpeligro la tranquilidad de mi gobierno.¡Un cadáver que se paseará por Judeareclamando el reino de Dios en la tierra!¿Y tú qué haces? Vienes arrastrándotehasta aquí a pedirme responsabilidades.¡A mí!

—Nada más lejos de mi intención,excelencia —se mostró más sosegado elSumo Sacerdote—. Estoy seguro de que

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sus discípulos tienen algo que ver enesto. Incluso José, pariente de Jesús ypropietario del sepulcro podría conocersu paradero.

—Aseveras con extremos que nopuedes demostrar, Caifás —replicó José—. Pedí permiso al prefecto parallevarme el cuerpo del Maestro antes dela caída de la noche, solo eso.

—¡Maestro! ¡Tú también le llamasMaestro! ¿Qué más pruebas necesitas deque es uno de los suyos?

—¡Ya basta, Caifás! —interrumpióPilato—. Manipulas las palabras detodo el mundo a tu conveniencia. ¿Qué

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pretendes sacar de todo esto?—Solo la verdad. Ni a ti ni a mí

nos interesa que nadie crea que Jesús haresucitado. Si se propaga la falacia deque ha vuelto de entre los muertos yotendré a todo mi pueblo acusándome decondenar por blasfemia a un inocente. Ytú tendrás a un mártir que deambulaentre los vivos con el claro propósito deinstaurar un nuevo reino con cientos,miles de seguidores que desequilibrarántu gobierno y el de Roma. ¿Qué van adecir tus superiores? ¿Que ejecutaste alhombre equivocado por consejo de unsacerdote judío? ¿Desde cuándo Roma

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obedece a sus sometidos?—¡Silencio, déjame pensar! —

volvió a gritar Pilato.—No hay tiempo para pensar. Hay

que actuar. Y hay que hacerlo ya.El prefecto repasó mentalmente los

últimos acontecimientos. Aunque no legustaba reconocerlo, el Sumo Sacerdotefue muy hábil para convencerle de algoque él realmente no quería hacer. Eldesorden del monte de los olivos fue yade por sí fastidioso. El país estabaintranquilo. La intolerancia de Pilatocon los judíos no hacía más que agravarla tensa situación. Las guarniciones

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romanas en Judea, formadas porsoldados sirios y griegos que losaborrecían, respaldaban las cruelesdecisiones de Pilato. Judea nuncaadmitiría las imposiciones delprocurador, y éste jamás seríacondescendiente con sus costumbres.Roma no quería reforzar lasguarniciones en Judea. Si estallara unainsurrección la silla de Pilato setambalearía. Ejecutar al galileo podríahaber sido lo más seguro. «Si lo pusieraen libertad, probablemente lo mataríanlos manifestantes. Jesús pareceinocente pero es culpable a los ojos de

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los sacerdotes. Una injusticia vale másque un desorden». El temor a unarevuelta y su delicada situación respectoa Roma le llevó a complacer suspeticiones. Vitelio, el gobernador deSiria y superior de Pilato lo perseguíadesde hacía tiempo convencido de queen algún momento incumpliría lasórdenes de Roma y conseguiría que lodestituyeran de su cargo. El emperadorTiberio le pidió que su política se fuerahaciendo favorable a las costumbresjudías, algo a lo que él se negaba. Encambio, introdujo en Jerusalénestandartes con la imagen del emperador

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provocando una notable resistencia. Loscargaba con impuestos cada vez másdesproporcionados y eso era algo queno agradaba a Vitelio, que esperaba elmomento propicio de hacérselo saber aTiberio. Por otra parte, estaban lossueños de su esposa. Aunque él noprestaba atención a esos detalles, lasimpatía de Claudia Prócula por Jesúsle provocaba visiones que presagiabangraves problemas si era ejecutado. Él,naturalmente, le quitaba importancia a loque denominaba tonterías de una loca.Pero ahora Jesús había desaparecido, yaunque ni por un momento se le pasaba

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por la cabeza la idea de la resurreccióndebía encontrar una solución para queno llegara a oídos de Roma este nuevocontratiempo en su gobierno. Y tenía quequitarse de encima a Caifás cuantoantes.

—Está claro que a Jesús lo hanenterrado en otro lugar. Tenemos queencontrarlo antes de que sus seguidoressaquen conclusiones equivocadas.Reuniré de inmediato una centuria parabuscarle por todas las sepulturas de laciudad. Hoy mismo lo encontraremos, ysi es necesario lo exhibiremos en eltemplo.

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—Me parece una gran idea, pero¿y si lo han sacado de la ciudad? —preguntó Caifás—. Puede estar oculto encualquier lugar. En Arimatea, porejemplo. José podría haberlo llevadoallí.

—No es probable. Trasladar uncadáver esa distancia requiere tiempo ysegún vuestras costumbres tocarlosdurante el Sabbat os hace impuros.

—Envía una patrulla a Arimatea.Quizá te sorprendas del resultado.

—Hazlo, por favor —pidió Josémás aliviado—. Así os convenceréis deque yo no tengo nada que ver en este

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asunto.—Haz llamar a Tigelino —pidió

Pilato a uno de los soldados—.Empezaremos la búsqueda de inmediato.

—¿Y qué haremos con José? —preguntó perverso el Sumo Sacerdote.

—Se quedará detenido en lafortaleza Antonia hasta quecomprobemos si tiene algo que ver entodo esto.

—¡Pero no podéis hacer eso! —sesorprendió el de Arimatea—. Soymiembro del Gran Consejo y no tenéisninguna prueba contra mí. Yo no ocultoningún cadáver.

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—Es mi última palabra —sentenció Pilato—. Te tendré informado,Caifás. ¡Vamos, quitádmelo de mi vista!¡Y que venga Tigelino de inmediato!

Los soldados desaparecieron conJosé de Arimatea para entregarlo a loscarceleros y fueron a avisar a Tigelinotal y como les ordenó el prefecto.Mientras tanto, en la soledad delpretorio, Pilato empezó a tramar suverdadero plan.

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ras abandonar el cenáculo, las dosMarías se dirigieron en silencio

hacia el sepulcro excavado en la roca yque aparentemente había abandonado elMesías. La hora quinta empezaba aexpirar y los campos ya se calentabanbajo el brillante sol que presagiaba unajornada que haría olvidar la húmeda yfría noche pasada. Las ovejas,agrupadas en pequeños rebaños,

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pastaban hambrientas bajo la atentamirada de los pastores. Al verlos sedieron cuenta de que aún no habíancomido nada desde la noche anteriorpero sumidas como estaban en labúsqueda de Jesús no le dieronimportancia. Ahora la prioridad eraencontrarlo, saber qué había pasado.Realmente ninguna sabía por qué sedirigían precisamente al sepulcro vacíoa buscar respuestas. La esposa, quizápara asegurarse de que no lo habíaimaginado. La madre, para comprobarcon sus propios ojos que su hijo noestaba muerto, que había resucitado. O

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al menos eso quería creer. Lonecesitaba. Para demostrarles a todosque estaban equivocados, que era elSalvador, que era el Hijo del Hombrehecho carne y ella lo había traído almundo para la liberación de todos loshombres.

Según avanzaban, las mujeresintercambiaban miradas deincertidumbre temerosas de lo quepudieran encontrar a su llegada.Inconscientemente aminoraban la marchaconforme se iban acercando a suobjetivo. Atravesaron de nuevo elcercano huerto y se enfrentaron

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directamente al sepulcro abierto. A laentrada yacía abandonado el sudario quecubrió el cuerpo del maestro olvidadopor los soldados. Su madre lo tomóentre las manos y lloró a su contacto.Despacio, tal y como hiciera lamagdalena esa misma mañana, entró alsepulcro y comprobó que estaba vacío.Sentándose en el suelo, se abrazó allienzo y se abandonó a su llanto. Pasóasí un tiempo que a la esposa delMaestro le pareció eterno. Desesperada,llegó hasta ella y la ayudó a alzarse, yamás sosegada. Lentamente, abandonaronla sepultura preguntándose qué harían

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ahora. Poco a poco fueronacostumbrando sus ojos a la claridad deldía, y de forma instintiva dirigieron suspasos a la casa de María. A pesar de lahora, no había nadie por losalrededores. Por eso pronto repararonen una presencia, una lejana figura quese acercaba. No le dieron importancia,sobre todo debido a la dificultad queparecía tener para caminar. Debíatratarse de algún tullido. Aunque noseguían el mismo camino, a la deMagdala le llamó poderosamente laatención su elevada estatura y decidióesperar unos instantes. Su extrema

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delgadez la confundió al principio, peroa medida que se acercaba sus dudas ibandesapareciendo. Y de pronto, loreconoció.

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ayo Calpurnio Tigelino era uno delos centuriones de máxima

confianza de Poncio Pilato. Hombrecurtido en innumerables batallas, ya noera el joven soldado aguerrido queimponía su voluntad a golpe de espada yfuerza, pero conservaba aún la suficientetemplanza como para hacerse obedecerpor cualquiera, sobre todo por sussoldados, que lo seguirían sin dudarlo

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hasta la misma muerte, sabedores de sugallardía y seguros de que nunca losabandonaría bajo ningún concepto.Aunque su fuerte temperamento se habíarelajado con los años, seguía siendo fiela su estilo de vida, siempre ligado alejército. De aspecto atractivo y siempremuy bien cuidado, había renunciado ennumerosas ocasiones al matrimonio,aunque no a las mujeres. Por eso Pilatolo quería siempre a su lado. Su fidelidadfuera de toda duda era lo que másapreciaba en él, consciente de losinstigadores, usurpadores y traicionerosamigos de interés que tenía siempre a su

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alrededor. Y a él le gustaba estar bajolas órdenes del prefecto. Exigente perodialogante, al menos con él. Siempre sehabía sentido justamente valorado porPilato, y eso le motivaba enormemente.Aunque siempre había cumplido sindiscusión las órdenes de su pilus prior,lo normal era recibir instruccionesdirectamente de Pilato, y eso también legustaba. No echaba de menos algúnmerecido ascenso porque se encontrabacómodo donde estaba, con menosresponsabilidades y siempre cerca delprefecto, lo que también satisfacía a susuperior pues de esa forma no lo veía

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como un competidor por su ambiciosacarrera militar. Así gozaba de latranquilidad necesaria para ejercer susfunciones correctamente en todomomento.

Pero en esta ocasión no acababa deentender las órdenes. O mejor, noterminaba de entender las razones deesas órdenes. Aunque eso no supondríaningún obstáculo para cumplirlas arajatabla. Así que mandó al optio de sucenturia que cogiera la mitad de ellapara rastrear Jerusalén en busca delgalileo, mientras él dispondría de la otramitad para llevar a cabo las

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instrucciones de Pilato. La fortalezaAntonia poseía una cohorte deguarnición permanente y no supondríaningún problema prescindir de algunoshombres durante un corto espacio detiempo. Dispuso todo lo necesario parapartir al día siguiente hacia Arimatea,primer objetivo de su misión, mientrasel optio con sus hombres iniciaba labúsqueda de Jesús.

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aría la de Magdala no podíacreerlo. Estaba allí, ante ellas.

Jesús, el Mesías: vivo. Aunque con unaspecto realmente demacrado. Su tez,siempre morena, se mostraba ahora máspálida de lo normal. Su corto pelorevuelto se asemejaba a una extrañamaraña sin sentido bajo la que aúnquedaban cicatrices de las recientestorturas recibidas, al igual que su rostro,

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lleno de cortes, arañazos oscurecidospor el paso del tiempo y algunosmoratones que querían desaparecer peroque aún eran visibles. Su barba corta ysiempre tan cuidada era ahora menospoblada, quizá debido a los golpes yaberraciones soportados días atrás. Susmanos, envueltas en gasas hasta lasmuñecas, intentaban cerrar las llagasproducidas por la crucifixión. Estabaextremadamente delgado y se le veíadébil y cansado, aunque sus penetrantesojos irradiaban la frescura y elresplandor que le caracterizaba. Vestíauna elegante túnica blanca de lino sin

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costura, pero sin nada que sujetara sucintura. Las sandalias de sus pies erancasi nuevas, levemente acariciadas porel polvo de los caminos. Parecíatemblar de frío. Y solo reaccionócuando observó cómo su madre seabalanzaba sobre él para abrazarlo.

—No, madre, no me toques —ledijo—. No podría soportarlo. Mishuesos parecen cristales. Aún no se hancerrado las incontables cicatrices de micuerpo, no así las de mi alma.

Mientras esto decía, las dosmujeres se llevaron sus manos a la caray llorando se postraron ante él.

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—Alzaos, mujeres, no os humilléisante mí. Soy el hijo que ha sobrevividoal martirio del hombre, a su escarnio y asu desprecio. No hay más verdad queésa, y así debéis decirlo a todos.

—Has vuelto de entre los muertos—suspiró su esposa—.Tu verbo se hacumplido.

—Mujer, yo no vengo del mundode los muertos. Nunca he dejado devivir. Mi misión en la tierra no haacabado y mi tiempo en ella me ha sidoprolongado.

—Pero yo te vi… tú, hijo mío…tú… —balbuceaba su madre—. Te

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bajaron sin vida de la cruz… te…—No es tiempo de explicaciones,

ya lo habrá. María —añadiódirigiéndose a su esposa—, ve aanunciar la buena nueva a misdiscípulos. Iba en su busca cuando osencontré. No temáis, id a decid a mishermanos que vayan a Galilea, que allíme verán. Solo allí les será revelada laúnica verdad. Y vosotras, reunirosconmigo en casa de Nicodemo en lahora undécima. Nadie más debe saberlo.Id, deprisa, y tened cuidado.

Las mujeres sin preguntar nadacorrieron a anunciar lo que les había

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dicho el Maestro, deseando que llegarael momento de reunirse de nuevo con él.Jesús, deshaciendo sus pasos, volvió acasa de Nicodemo lo más rápido que lepermitían sus temblorosas piernas,sospechando que ya estaría siendobuscado por todo Jerusalén.

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l optio designado por CayoCalpurnio Tigelino había ordenado

a sus hombres que rastrearan Jerusalén ybuscaran en todos los sepulcros algalileo. Las órdenes eran precisas:encontrarlo y comunicárseloinmediatamente al prefecto. Y si estabavivo, vigilarlo y tenerlo siemprecontrolado a la espera de nuevasinstrucciones. O en su defecto, encontrar

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a alguno de sus discípulos y obligarlepor cualquier método a que ofrecieraalguna pista sobre su paradero. Losmétodos para conseguirlo eran lo demenos. Todo estaba permitido. Así desencillo. Al menos eso parecía. Perodespués de varias horas barriendo laciudad aún no habían obtenido ningúnresultado. Y eso le ponía muy nervioso.Pilato no admitiría que volviera con lasmanos vacías. Así que debía intensificarla búsqueda y exprimirse la cabeza paraconseguir cualquier información que lellevara hasta Jesús. Pero nadie parecíasaber nada de él ni de sus discípulos.

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Fueron a casa de su madre, perotras derribar la puerta se dieron cuentade que allí no había nadie. Idénticoresultado con la de su esposa. Y susdiscípulos podrían haber huido aBetsaida tras la muerte de su maestropor lo que de ser así ya estarían fuera delos dominios de Judea. En ese casodeberían recurrir de nuevo al reyHerodes Antipas, que como era habitualen la celebración de la Pascua judíadejaba su residencia de Séforis paraalojarse en el antiguo palacio real de supadre, ya que no solía ser utilizado porlos romanos. Supersticioso, procuraba

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no entorpecer mucho las costumbres desus súbditos judíos. Ese era el principalmotivo de la mala relación existente conPilato. Así que no sería buena idea,pensó, volver a molestarle después de laburla de hacía solo tres días cuandodevolvió al acusado al prefecto tras noencontrar ningún indicio deculpabilidad, trasladándole de nuevo laresponsabilidad sobre el reo. Por otraparte, era bastante improbable quehuyeran con un cadáver, pues esohubiera retardado mucho la huida ydespertado sospechas. Así que el judíodebía encontrarse todavía en Jerusalén,

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o al menos en Judea. Y debíaencontrarlo.

Y entonces lo vio claro. La nocheen que fue detenido estuvieron reunidoscelebrando la cena pascual en una de lascasas más respetables de Jerusalén yposiblemente menos sospechosas deacoger al grupo de revolucionarios quemás tarde alterarían la tranquilidad de laciudad. Sin pensarlo dos veces, cogió avarios de sus hombres y se dirigió haciaella mientras el resto, dividido, seguiríabuscando por otros lugares.

No tardaron en llegar al cenáculo ysin llamar irrumpieron en su interior

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como era habitual. Rastrearon la plantade abajo y se encontraron de nuevo conél, con Juan llamado Marcos el joven.Ya lo vieron en el huerto de Getsemanícuando prendieron a Jesús. Eradiscípulo de Pedro y la casa era de supadre. Antes de que pudiera decir nadalo empujaron con violencia quitándoselode en medio mientras uno de losauxiliares le preguntaba dónde estaba elresto. Sin esperar respuesta sedirigieron impetuosos a la escalera casimolestándose entre ellos, deseosos cadauno de ser el primero en alcanzar lapuerta que había en el piso superior. Una

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vez arriba, uno de ellos propinó unafuerte patada que redujo a astillas lapuerta dejando al descubierto suinterior.

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as dos Marías volvieron alcenáculo lo más rápido que sus

pies les permitían, intentando pasar lomás desapercibidas posible. Lo quepoco antes parecía una ciudad tranquilase estaba convirtiendo en un bulliciosolugar con un gran tráfico de gente que semovía de un lado a otro sin ordenaparente, y ellas empezaban a atribuirlela razón a que a esas horas ya se habría

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propagado el rumor de que el cuerpo delMesías había desparecido de susepulcro. Y cuando vieron cómo algunossoldados inspeccionaban y rastreabanpor todas partes, sus sospechas seacentuaron. A malas penas pudieronocultarse de su vista, y desde esemomento decidieron que sería mejorrealizar el trayecto por separado. Quizállamara menos la atención de las tropasromanas una mujer sola y en caso de quealguna fuera detenida habría másposibilidades de que por lo menos unaconsiguiera su objetivo. Así, cada cualpor su lado, dando algunos rodeos,

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volvieron a encontrarse en la planta bajade la casa. En silencio, subieron al pisode arriba donde aún se encontraban losdiscípulos. Sorprendidos por elrepentino regreso de las mujeres,esperaron impacientes a que lesexplicaran qué sucedía.

—Jesús vive —empezó a hablar sumadre—. Lo hemos visto cerca delsepulcro. Nos envía a daros la buenanueva.

—Él tenía razón desde el principio—fue Juan quien habló—. Y nosotros nole creímos.

—Yo lo creeré cuando lo vea ante

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mí —insistía Tomás—. No es posible.—Lo es, la muerte no ha podido

con Jesús —dijo su esposa—. Elcrucificado está vivo. Os pide que osreunáis con él en Galilea, donde sedejará ver. Mientras tanto debéisdispersaros, es peligroso que sigáisjuntos.

—¿Por qué tenemos que seguirrecibiendo órdenes de una mujer? —alzó Pedro su voz—. Si está vivo, ¿porqué no nos habla él directamente?

—No son órdenes, Pedro,entiéndelo —se mostró comprensiva ypiadosa la madre del Maestro—. Ahora

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mismo la seguridad de todos nosotros eslo más importante. Separaos,dispersaos, salid de aquí. Si nosdescubren juntos nos detendrán a todos yno habremos conseguido nada.

—María tiene razón —habló elhijo del Trueno—. Saldremos de aquí,cogeremos caminos diferentes, yesperaremos a que el Maestro sepresente en Galilea. ¿Tú que dices,Pedro?

Se quedó pensativo unos instantes,y tras mirar uno a uno al resto de suscompañeros, en el brillo de sus ojosadivinó que todos deseaban reunirse de

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nuevo con Jesús. Él, como cabezavisible del grupo, debía darles lo queestaban esperando.

—Así se hará —respondió al fin—. Saldremos de aquí ahora mismo ynos pondremos en marcha sin demora.Nos ocultaremos por el día y viajaremospor la noche cuanto sea posible.Conseguiremos alimentos por el camino.Y en unos días volveremos a vernostodos en Galilea.

—Gracias, Pedro —señaló la deMagdala—. Nosotras iremos a casa deNicodemo donde se oculta mi esposohasta nuestra marcha. Es muy importante

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que mientras tanto no nos descubran.—Yo voy con vosotras —dijo

Tomás con autoridad.—Podría ser peligroso. Tal vez no

sea buena idea.—Yo caminaré con su madre y tú

seguirás un camino distinto. Tengo quetocar sus heridas, ver su hermoso rostro.Solo así lo creeré. Salgamos ya.Después podréis ir saliendo de uno enuno dejando un tiempo entre cada salida.

—Pues en marcha —dijo María—.Vámonos, Tomás, mi hijo espera.

Diciendo esto Tomás y Maríaabandonaron el cenáculo en dirección de

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casa de Nicodemo. Lentamente y conmucha precaución uno a uno fueronsaliendo de la casa mientras se ibandespidiendo del joven Juan. La últimaen salir fue la esposa de Jesús, cuandoya la tarde comenzaba a caer. Seguía sintomar ningún alimento y empezaba adesfallecer. Confiaba que en cuanto sereuniera con Jesús pudiera comer algo.Con ese pensamiento se puso en marcha,ocultándose como podía entre lassombras. Apenas había recorrido unasbrazas cuando escuchó bullicio a susespaldas. Se giró sigilosa esperando queno fuera con ella y observó

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impresionada cómo una patrulla romanairrumpía violentamente en la casa queacababa de abandonar. María corrió endirección contraria para aprovechar elmomento de incertidumbre de lossoldados y llegar cuanto antes a sudestino. Las cosas empezaban a ponersefeas, y esa misma noche deberían tomaruna determinación acerca de su futuromás inmediato.

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ra ya la hora undécima y no habíarastro del resucitado. La noche se

echaba encima y eso complicaría mucholas cosas para encontrar las pistasnecesarias que le llevaran a él. Susseguidores, sin ninguna duda, habríanescapado y seguramente ya estarían amuchas millas de Jerusalén. No eraposible que estuvieran escondidos, deser así habrían dado con ellos. Las

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patrullas romanas habían irrumpidoprácticamente en casi todas las casas dela ciudad a excepción de las de losgentiles, y habían buscado en todos lossepulcros. Nadie parecía saber nada delgrupo de seguidores del rabino. Tras losúltimos acontecimientos ya conocidospor todos en la ciudad era tal el miedo aconvertirse en cómplices o que alguienllegara a creerlo que no parecía posibleque nadie hubiera dado cobijo a losfugitivos. Las represalias tanto de losromanos como de los doctores de laiglesia podrían ser terribles. Ya contabacon ello el optio, pero eso no sería

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excusa para presentarse ante sussuperiores sin las respuestas adecuadas.En un último intento, volvieron a buscarpor los mismos sitios que ya habíanestado, en los huertos cercanos dondesolían cobijarse algunas veces y porúltimo el templo, un lugar improbable yaque estaba controlado por el Sanedrín.Sin nada que ofrecer y esperandorepresalias volvió a la fortaleza Antoniay se presentó ante Cayo CalpurnioTigelino sumiso y con las manos vacías.Dio novedades y se sorprendió de que elcenturión no estallara en gritos,improperios e insultos. Hizo claros

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comentarios sobre la ineptitud de lastropas y de su ineficacia pero no pasó amayores. Parecía estar preparado paraesas noticias. Las órdenes para el díasiguiente mientras él partía a Arimateaeran volver a hacer lo mismo que hoy ypresentarse en su nombre ante Caifáspara comunicarle que seguían sin darcon el galileo, y que el prisionero Joséde Arimatea había conseguido escapar.El optio no podía creerlo. ¡Nadie escapade la fortaleza Antonia! ¿Cómo lo hizoese sacerdote? Eran el mejor ejército, elmás disciplinado y el más despiadado.Si se presentaba con esos argumentos

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ante el Sumo Sacerdote se reiría de él.Las dudas le asaltaban y Tigelino se diocuenta de ello.

—No hagas más preguntas —ledijo—. Se sorprenderá y vendrá apedirle explicaciones el prefecto. Élsabrá qué decirle. Tu trabajo acabará enese momento, a menos que el pilus priorte indique personalmente lo contrario.No lo olvides. Solo él se dirigirá a ti encaso necesario, si no tu trabajo habráacabado mañana a esta misma hora.Darás descanso a los hombres y nadamás. Puedes retirarte.

Confuso pero sin discusión acató

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las órdenes de su superior. DespuésTigelino con idéntica actitud se retiró asus aposentos hasta que el día siguientele señalara que debía ponerse enmarcha.

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uando la esposa de Jesús llegó acasa de Nicodemo jadeante por el

esfuerzo ya le estaban esperando Tomásy la madre del Maestro acompañadosdel anfitrión. Nicodemo era un ricofariseo, principal entre los judíos. Eramaestro en Israel y ocupaba un puestoelevado y de confianza en el Sanedrín.Era un hombre sabio, honrado y muyeducado que sentía una gran simpatía

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por Jesús y sus enseñanzas. Pero nopodía buscarle abiertamente, si hubierallegado al conocimiento del Sanedrín lehabrían despreciado.

—Gracias, Nicodemo, porarriesgarte y dar cobijo a mi esposo.Debes saber que corres un gran peligro,las patrullas romanas nos buscan portoda la ciudad.

—No debes preocuparte, María.No sospecharán de mí —contestóNicodemo—. Si bien es sabido que enel falso juicio yo declaré a su favor,nadie me relaciona directamente con él.Nuestros pocos encuentros han sido

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siempre secretos. Por ahora, nosbeneficia que José esté detenido en lafortaleza Antonia.

—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó, conmovida por sus palabras.

—Tranquila, María —contestó denuevo—. Todo forma parte de un plan.Mientras José esté detenido no pensaránque otros miembros del Consejo puedanestar implicados en la desaparición delMaestro.

—La ayuda de José y Nicodemo hasido imprescindible —habló Jesús porprimera vez—. Gracias a sus esmeradoscuidados me estoy reponiendo

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rápidamente.—¿Pero qué ocurrió realmente

después de bajarte de la cruz, Maestro?–preguntó abiertamente Tomás.

—Amigo mío, tú creíste porqueviste —contestó Jesús—. Dudaste de lapalabra de mi madre y de mi esposa.¿Por qué iban a mentirte? Dichosos losque creen sin ver.

—Ninguno las creímos —contestóavergonzado—. Estábamos confusos,asustados. Pero tú, tú… Tú nos dijisteque al tercer día volverías… y lo hascumplido.

—No lo esperaba, pero ha

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sucedido.Todos se quedaron mirando al

Maestro sorprendidos. No entendían quéles quería decir. Al ver sus caras deasombro se levantó y les dijo:

—Yo siempre os he hablado enparábolas. He hablado en las calles, enlas sinagogas, en las plazas, en loscampos y hasta en el templo. Pero no mehabéis oído —hizo una pausa, sonrió ycontinuó—: Al entrar en Jerusalén vi elamor en los ojos de la gente. Recibí subienvenida, su calor, su esperanza…Pero también vi el odio, la envidia, elrechazo y la venganza. Repetí una y otra

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vez, pero cada cual tomó para sí elmensaje que le convenía. Quizá cuandoestemos todos juntos de nuevo loentendáis.

—Maestro, ¿pero qué ocurrióentonces? —volvió a preguntar Tomás.

En ese momento Jesús miró aNicodemo, volvió a sentarse ante losclaros síntomas de cansancio y les contólo que querían saber.

José de Arimatea, una vez obtenidoel permiso de Poncio Pilato para llevarel cuerpo de Jesús a un sepulcro de supropiedad, regresó al Gólgota dondehabía sido crucificado. Cuando vieron el

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recipiente con vinagre a los pies de lacruz supieron que era la oportunidad queestaban buscando. Como ambos ibanprovistos de abundantes hierbas yplantas embalsamadoras nadie sepercató de las que ocultaban para otrosfines. Se acercaba la celebración de laPascua, y todos tenían prisa por acabarcuanto antes. Cuando Jesús pidió agua,José de Arimatea impregnó la esponjadel cubo con una solución demandrágora, que se utilizaba comoanalgésico. La clavó en el pilum delsoldado y le dio de beber al Maestro.Los reos crucificados solían tardar más

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de un día en morir, y aunque Jesús yallegó bastante malherido a su ejecuciónno era probable que se produjera el fataldesenlace de inmediato. Solo llevabaseis horas en la cruz cuando decidieronprovocar la muerte rápida de losajusticiados antes de que se echaraencima el Sabbat. Los soldadosrompieron las piernas a Dimas y aGestas, lo que provocaba la asfixia casiinmediata al perder su apoyo y quedarliteralmente colgados de las muñecas.Pero cuando llegaron a Jesús creyeronque ya estaba muerto y no le quebraronlas piernas. El sedante había funcionado

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y a todos los efectos parecía muerto.Aunque se extrañaron de la rapidez desu muerte, lo achacaron a lo mucho quehabía sufrido y sangrado ese día.Querían acabar y desaparecer delGólgota. Más tarde, bajaron su cuerpo yuna vez en tierra su madre se abrazó a suhijo, desconsolada. Pero había queactuar con rapidez, así que José yNicodemo se apresuraron a envolver sucuerpo en un lienzo con aromas y lollevaron a toda prisa al sepulcropropiedad de José. Introdujeron en élgran cantidad de hierbas y nadie imaginóque la mayoría de ellas eran curativas.

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Con mucha sensibilidad, suplicaron a sumadre y a su esposa que los dejaranactuar a solas, con la promesa de quetras la Pascua volverían para ungir sucuerpo. Accedieron de mala gana yabandonaron el espacioso sepulcro. Unavez solos, se aseguraron de que Jesúsaún vivía.

Cuidadosamente, Nicodemo fueaplicando por todo el cuerpo de Jesúsun ungüento para curar heridas yfacilitar la libre circulación de la sangrellamado Marham-I-Rosul. Despuésutilizaron unos untos de daturastramonium, una pestilente y peligrosa

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planta usada normalmente como veneno,pero que en su empleo externo yaplicada convenientemente es unexcelente remedio para los dolores dehuesos.

Y ahora llegaba el momento másdelicado. Debían llevar a Jesús a casade Nicodemo. Nadie sospecharía de él.La distancia hasta Arimatea hacíaimposible trasladarlo hasta allí, y laconocida relación entre el Maestro yJosé hacía este traslado más inseguro.Entre los dos tendrían que arrastrar alrabino a lugar seguro. No faltaba muchopara que oscureciera y debían

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aprovechar ese momento para hacerlo.Con enorme esfuerzo y sigilo, sacaron aJesús de la tumba, dejaron el lienzo quelo había envuelto en su interior ycolocaron la enorme piedra cubriendo laentrada. Con la incierta tranquilidad queofrece la oscuridad lo llevaron a casa deNicodemo. Ello les supuso un buentiempo y puesto que prácticamente todala ciudad se encontraba recibiendo alSabbat no tuvieron encuentrosinesperados por el camino que lespusieran en aprietos.

Exhaustos, introdujeron a Jesús enla casa y lo tumbaron sobre unos

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almohadones en esteras sobre el piso. Elmobiliario era sencillo, y lashabitaciones rodeaban el patio central.Eligieron la más alejada de la entrada.Prendieron varias lamparitas de aceitehechas con arcilla y encendieron unfuego de leña en un brasero para caldearel ambiente.

Llevaron a cabo la mismaoperación de los untos que realizaron enel sepulcro. Después cubrieron lasheridas más graves con tomillo ytaparon con vendas los agujeros dejadospor los clavos. Hicieron una infusión devaleriana que le ayudara a descansar y

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se la hicieron tomar en suseminconsciencia con gran celo. Hechoesto, le dejaron reposar hasta el díasiguiente.

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or la mañana Jesús despertódesorientado y tremendamente

dolorido. Sin darle ninguna explicaciónvolvieron a hacerle las mismas curasuna y otra vez como la noche anterior.Cubrieron sus muñecas y pies con pañoslimpios y una solución de aloe y trastomar otra infusión de valeriana volvió adormirse hasta la noche. Cuandodespertó tomó los primeros alimentos

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sólidos mientras José y Nicodemo leponían al corriente de todo lo ocurrido.Insistió en ponerse en pie para que seestiraran sus agarrotados músculos yninguno de los dos consiguió quitarle laidea de la cabeza. Paseó brevemente porla estancia y dijo sentirse encondiciones de ir a por sus discípulos.Ambos se opusieron totalmente y leconvencieron de que debía esperar.Volvió a comer, y tras el ritual de losuntos una vez más volvió a caer en unreparador sueño.

En la vigilia de medianoche losdos hombres volvieron al sepulcro. Los

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soldados ya habían acabado la guardiaordenada por Pilato, y sin nadie que losobservara movieron la piedra de laentrada y dejaron que la oscuridad de lanoche se fundiera con el negror delsepulcro. Con esto, sembrarían lasdudas cuando fuera descubierto yconseguirían ganar tiempo.

Volvieron a casa inmediatamente yesperaron despiertos la hora prima. Enese momento José volvió al sepulcro.Harían correr el rumor de que Jesúspodría haber resucitado hasta saber quépasos iban a seguir a partir de entonces.

Indudablemente se enfrentaban a un

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problema: cuando se descubriera elsepulcro vacío todos querrían saber quéhabía pasado con Jesús. Los romanos noconsentirían que se supiera que unhombre había sobrevivido a suejecución. Por otra parte, Jesúsamenazaba con instaurar su reino en latierra y eso suponía un pulso a Roma,aunque el Imperio sabía cómo acabarcon este tipo de desafíos. Y tambiénestaba el Sanedrín. Si realmente Jesúshabía resucitado se pondrían en sucontra todas las falsas pruebaspresentadas contra él para conseguir sucondena a muerte y eso favorecía a sus

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seguidores. Y si se le consideraba vivo,debían esconderlo de sus enemigos paraevitar que quisieran volver a eliminarlo.De una u otra forma, Jesús volvía a estarcondenado. Por lo tanto, tenían queocultarlo de todo el mundo hasta que elmismo Jesús diera nuevas instrucciones.José debía intentar hacer perder elmáximo tiempo posible a todas laspartes hasta que decidieran cómo actuar.Mientras, Nicodemo esperaría a que elMaestro despertara.

—Aquella noche se cometió con élla peor de las afrentas —empezó a decirNicodemo—. El Sanedrín se saltó todas

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las normas jurídicas por miedo a Jesús ysus discípulos. Tres veces se reunió eltribunal para juzgarle, y las tres sin supresencia, sin posibilidad dedefenderse. Los jueces manipularon lasleyes para infligirle la mayor de lasinjusticias. Un proceso sin crimen perocon castigo. Su delito: decirpúblicamente que era el Mesías.

—¿Alguien más conoce losucedido? —preguntó la madre.

—Aparte de vosotras y de losdiscípulos, nadie. Y así debe seguirsiendo, de momento.

—Todos deben seguir creyendo en

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la resurrección —confirmó Jesús—.Incluso mis hermanos y hermanas.Pronto hablaré a todos en Galilea, peroaún debo reponerme un poco más.

Santiago, el mayor de sushermanos, no había dudado en rechazarque Jesús fuera el Mesías. Ya desdeniño le había considerado un muchachoarrogante y caprichoso. Judá, José ySimeón le habían seguido, pero desde lamuerte de su padre la vida familiardependía mayormente de ellos. Encambio sus hermanas Máriam y Salomécaminaron junto a él por todo Judea yGalilea.

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—Será largo y peligroso —añadiósu madre—. ¿Cómo lo haremos?Todavía no entiendo tus planes hijo mío,pero te seguiré como te he seguido hastaahora.

—¿Y si nos descubren? —preguntósu esposa—. Puede que todo sea envano si dan con nosotros.

—Tomás, tú saldrás con mi madremañana mismo —ordenó Jesús—. Miesposa y yo, en cuanto recupere fuerzas.Si Nicodemo nos pudiera acompañar…

—Así se hará, Maestro —no tardóen contestar Nicodemo.

—Después volverás a tu vida

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normal. Es el último sacrificio que tepido. Descansemos una noche más.Madre, pasaréis aquí la noche, nadie osbuscará en casa de Nicodemo. Os iréismañana temprano.

—Hijo mío, aún no lo sabes, peroalguien faltará a tu encuentro.

María le relató entonces losucedido con Judas la noche de suprendimiento. Cómo lo encontraronmuerto al conocer la verdad sobre lacaptura de su amado Maestro. Jesúsescuchó en silencio, afligido, y ya novolvió a hablar aquella noche. Se apartódel grupo consternado, un poco más

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cansado, triste ante la ausencia de sudiscípulo.

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A

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Día 17 del mes de Nisán. Año 30.Segundo día de la semana. (Lunes, 10

de abril)

cababa de dar la hora prima. CayoCalpurnio Tigelino ya tenía todo

dispuesto con sus hombres para partirhacia Arimatea. Las órdenes eranconcisas y claras, aunque él no acabarade entenderlas. Pero lo que menos

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entendía era que tenía que custodiar aaquel hombre hasta su destino. Debíadejarlo allí sano y salvo pero ante tododebía evitar que nadie lo reconocierapor el camino. Nadie debía saber lo queiban a hacer con él. Cuando Pilato seempecinaba en algo era inútil averiguarel porqué. Se mostraba entonces máscerrado. Y otra cosa más: si descubríaalguna prueba de que Jesús vivía, solodebía observar y enviarle noticiascuanto antes. Con ese objetivo partieron.Arimatea distaba a una jornada acaballo de Jerusalén, por lo que si nosurgían inconvenientes estarían allí poco

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después de la puesta del sol. Salieron dela fortaleza Antonia cruzando la puertadel pescado dirección norte, pasando ala izquierda del Gólgota. Dejaron atrásla Ciudad Nueva y tomaron el camino deSamaria girando en dirección noroeste.Bordearon los montes de Modín y conlas primeras luces empezaron a admirarla belleza del paisaje. Campos eternossembrados de trigo espejeaban a esahora, mientras unos veteranos olivos losrecibían a lo lejos. Emaús de laMontaña los esperaba poco después, acasi sesenta estadios de Jerusalén dondepararon a descansar brevemente. No

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había mucho tiempo que perder. Pero enningún momento encontraron la mínimapista que pudiera llevarles hasta eljudío. Tras una efímera comidaabandonaron el lugar, cuando a escasadistancia salió a su paso Gabaón, unapequeña aldea situada sobre una colinade laderas pronunciadas. El final de sucometido quedaba cada vez más cerca, yantes de que se dieran cuenta divisaron alo lejos Arimatea.

Tigelino dio la orden de llevar a suinvitado a su casa y dejarle allí.Anochecía, y pese al frescor decidieronacampar al raso. Sortearon los turnos de

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las guardias y dispusieron para la cena.Tigelino repasó mentalmente loacontecido los dos últimos días. Nocomprendía nada. Al día siguienteabandonaría Arimatea, pero desconocíasus siguientes pasos. Quizá volviera aJerusalén con sus hombres yposiblemente dejaran allí bajo custodiaal judío que traían consigo. No entendíala diferencia entre retenerlo en un lugaro en otro, pero seguro que Pilato tendríasus razones. Con esos pensamientos elcansancio hizo presa de él y debiódormirse, porque el alba le cogió porsorpresa.

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–¿C

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ómo que José ha desaparecido?—fue lo primero que Caifás

escupió en la cara del prefecto—.¿Esfumado? No puedo creerlo. Laguardia permite que escape unprisionero y tú te quedas ahí, impasible.¡Sois unos inútiles, y tú el jefe de todoslos inútiles! ¿Y Jesús? ¿Qué sabes deJesús?

—¡Ya está bien, Caifás! ¡No voy a

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permitir que vengas aquí constantementea insultarme y a hostigarme! ¡Estoy hartode tu palabrería religiosa! Te diré algo,y será la última vez que lo haga —Pilatotomó aliento y le espetó—: Jesús estámuerto. Ayer encontramos su cadáver, yte puedo asegurar que era él.

—No me lo puedo creer. Tengo queverlo, tocarlo, oler su putrefacto cuerpo.¿Dónde está? ¡Quiero verlo!

—Para qué. ¿No crees que ya hastenido bastante?

Caifás destilaba odio por cadaporo de su cuerpo. Mirandodirectamente a los ojos del prefecto le

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exigió:—Necesito comprobar por mí

mismo que ese hombre ya no noscausará ningún problema. Es peligroso,y debo tener la certeza de que estámuerto. ¡Muéstramelo!

—Si te digo dónde está, ¿medejarás tranquilo de una vez y olvidaráseste asunto para siempre? Les dirás alos tuyos que no hubo resurrección nimilagro, que Jesús ha desaparecido parasiempre. ¡Diles lo que quieras, perodéjame en paz!

A pesar de la fama que arrastrabaPilato, Caifás nunca le había visto tan

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fuera de sí. Sosteniendo brevemente suenérgica mirada, el Sumo Sacerdoteconsintió con una leve afirmación con lacabeza.

—El cuerpo de Jesús está enArimatea. Como sabes allí tieneparientes —respondió Pilato—. Aunquees inútil que vayas. Seguro que en estosmomentos ya está ocupando algunasepultura. Debe estar irreconocible.

—No importa, quiero verlo.Enviaré a alguien para comprobarlo.Gracias, Pilato.

Con esas últimas palabras se giró ydesapareció. El prefecto respiró algo

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más aliviado. Había conseguido ganar eltiempo que necesitaba y se había quitadode encima al molesto sacerdote, almenos de momento. Ya tenía pensadossus próximos pasos e iba a ponerse enmarcha de inmediato. Debía actuar conrapidez, de lo contrario todo podríavolverse en su contra. Mientras Tigelinocumplía con su tarea en Arimatea, susinvestigaciones respecto a Jesús habíandado sus frutos. Debía mover los hiloscon sumo cuidado para que todos a sualrededor bailaran al son que élmarcara.

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Caifás abandonó la fortalezaAntonia con rapidez y enseguida seplantó en el templo. Reunió a la guardiaque estaba bajo sus órdenes y escogió ados de los hombres que participaron enel prendimiento del rabino. Armadosescasamente con espadas cortas en malestado desechadas por los romanos,recibieron órdenes de partir deinmediato a Arimatea en busca delcuerpo de Jesús. Debían identificarlo,reconocerlo, y tras estar seguros de quese trataba de él confirmar ante elSanedrín que su cadáver había sidoencontrado. Su estado no sería el más

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propicio para volver a trasladarlo hastaJerusalén, así que de momento seconformaría con eso. Los hombres,prestos, desaparecieron del templo ysiguieron el camino que esa mismamañana iniciara la tropa romana. Doshombres solos se moverían con másrapidez, y a pesar de que ya se habíacumplido la hora quinta no esperabanencontrarse con la noche antes de sullegada.

Zaqueo, el mayor de los dos, tomóel mando nada más conocer las órdenesdel Sumo Sacerdote. Cromacio,obediente, ya había tenido bastante con

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participar en la detención del supuestoMesías y no mostraba interés alguno enla misión. «Una jornada para llegar»,pensó, «buscaremos el cuerpo,oleremos su pestilente presencia yvolveremos a casa. Mañana estaremosde vuelta y nos someteremos de nuevo anuestra rutina. Es solo eso. No hay dequé preocuparse».

No se equivocaron mucho en suscálculos. Poco después de la primeravigilia llegaron a Arimatea. Dada lainoportuna hora decidieron buscarposada y pasar la noche. De nadaserviría iniciar en ese momento la

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búsqueda de Jesús. La ausencia de luzimpediría su reconocimiento y noadelantarían nada. Con la luz del sol ydescansados, todo sería más fácil yrápido. En pocas horas abandonarían ellugar y podrían volver a su tranquilavida en el templo. Pero los sueños deaquella noche serían los últimos serenosque disfrutarían. Su pesadilla no habíahecho más que empezar.

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Jesús le llevó un buen ratoprepararse para su marcha. Aún

sin recuperar, no había forma deconvencerlo de atrasar la salida. Laslesiones producidas por los clavos aúnestaban frescas y cualquier contratiempoen el camino no haría más que alargar sucicatrización. A pesar de los esmeradoscuidados de los sacerdotes su magulladocuerpo estaba repleto de llagas a medio

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curar, y las costillas rotas tras su crueltortura en los patios de la fortalezaAntonia aún no estaban soldadas. Lecostaba respirar, y el dolor se hacíavisible en su rostro cada vez que lohacía. En esas condiciones noavanzarían con rapidez, y posiblementeacabarían atrasándose más de lo debidosi se ponían en marchaprecipitadamente. Nicodemo, conenorme paciencia, volvió a aplicar losuntos sobre el cuerpo del Maestro y loconvenció de que lo mejor seríadirigirse a la cercana Betania con lasúltimas luces del día y hacer noche allí.

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Al día siguiente, más descansados,comenzarían su huida por la ruta delvalle del Jordán, algo más larga peromucho más segura. La parada eraarriesgada, pero también lo erapermanecer en Jerusalén. ExceptuandoBetania, era más improbable que lebuscaran por una ruta que no era muyusual entre los seguidores del rabino.Por eso y para evitar territoriosamaritano. El viaje por Samaria eramás rápido pero nunca se podíasospechar cómo podrían reaccionar susciudadanos. Desde hacía siglos sehabían instalado allí emigrantes asirios

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junto a otros israelitas, mezclándosediferentes doctrinas religiosas quedieron como fruto un pueblo multiétnico,y eso les convertía en impuros a los ojosde los judíos. Era un territorio hostilpara éstos tanto como a la dominaciónromana.

Ya por la tarde, Nicodemo leprestó a Jesús una sencilla túnica largaque le quedaba holgada y que sujetó porlos lados con una cinta anudada. Lacubrió con otra abierta por delante quele protegería del frío de la noche. En lacabeza, una mantilla, que intentabaocultarle el rostro y, finalmente, se calzó

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unas sandalias con tiras que permitíancambiar fácilmente los vendajes de suspies cuando fuera necesario. Su esposa,un jitón blanco con rayas beis y sobrelos brazos un chal anudado en el vientre.La cabeza, al igual que el Maestro,cubierta con un pañuelo blanco querealzaba su mirada limpia, modesta.

Nicodemo por su parte se cubriócon el típico himatión de los sacerdotes,un amplio manto de lana pero en estaocasión sin adornos ostentosos. En lospies, zapatos de cuero, ideales paraaguantar largas caminatas que ya no eranapropiadas para su edad.

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Prepararon algo de pan de cebada,un poco de leche y unos higos secos queles aportarían alimento durante elcamino. Nicodemo correría con todoslos gastos y proporcionaría al Maestrouna buena cantidad de dinero paraafrontar con garantías cualquierdesembolso que pudiera producirse. Seaprovisionó de los ungüentos y plantasmedicinales que tan útiles le fueron alMaestro los últimos días y abandonaronla casa para acometer la breve primeraetapa de su recorrido.

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Día 18 del mes de Nisán. Año 30.Tercer día de la semana.

(Martes, 11 de abril)

o primero que hizo Zaqueo aldespuntar el alba fue pegarle una

patada a Cromacio para que despertara.No soportaba que nadie holgazanearamientras él ya estaba dispuesto. Lareacción de su compañero sorprendió a

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Cromacio: desde que se había autoproclamado jefe no parecía el mismo.Se había crecido ante la confianzadepositada por el Sumo Sacerdote y semostraba frío y autoritario, como sifuera superior. La situación leincomodaba pero para lo poco que iba adurar aquello no tenía intención deiniciar una discusión que seguramenteharía aún más penosa la convivenciaentre ambos. Buscarían a Jesús, veríansu cuerpo en descomposición y se irían.Y ahí acabaría todo. ¿Para quécomplicarse con discusiones inútiles?Así que se alzó rápidamente y siguió a

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su compañero que ya estaba abonando alposadero los servicios prestados.

—Amigo, ¿dónde podemosencontrar la casa de José, el sacerdote?—preguntó Zaqueo.

—Es muy fácil —respondió—.Sigan el sendero que parte a la derechahasta llegar a unos cultivos de lentejasmuy bien cuidados. Está justo detrás, ados brazas. Pero no encontrarán a nadieallí.

—¿Cómo lo sabe?—Todo el mundo lo sabe —dijo el

posadero—. Es Pascua, están todos enJerusalén.

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Zaqueo comprendió su torpeza yabandonó el lugar sin despedirse.Cromacio cruzó una sonrisa cómplicecon el posadero y lo siguió.

Tomaron el camino indicado yenseguida encontraron los cultivos queseñalara el posadero. Vieron la casa trasellos y desviaron sus pasos hacia allí.Llegando a la entrada principal llamarona la puerta y sin esperar respuesta laempujaron sin que ofreciera resistencia.No era lógico que el dueño de la casafuera tan descuidado como para dejarlaasí si se había marchado durante variosdías. Entraron confiados buscando a su

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propietario en el interior.Desconcertados e inexpertos no sabíancómo reaccionar. Pero una voz a susespaldas los sacó de su aturdimiento.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? —les dijo José mientras los dos hombresse giraban.

—José, ¿qué haces aquí? —leinterrogó Zaqueo—. ¿Cómo hasllegado? ¡Deberías estar preso en lafortaleza Antonia!

—Por lo que veo el Sanedrín ponesus ojos en todas partes.

—Buscamos el cuerpo de Jesús.Tú debes saber dónde está, lo enterraron

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en tu sepulcro.—Buscáis en el sitio equivocado.

¡Jesús vive! —se mostró feliz el deArimatea—. Evadió su propia muerte, ymientras vosotros escarbáis por lossepulcros él sigue difundiendo sumensaje.

—No te creo. ¿Cómo hasconseguido escapar?

—Él me ha liberado. Él tienepoder sobre todas las cosas. Me hatraído hasta aquí y me protege de vuestramaldad.

—Eso no es posible —gritóZaqueo—. Nadie ha escapado jamás de

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la fortaleza Antonia. Dinos dóndepodemos encontrar a Jesús, vivo omuerto, y no te meterás en problemas.

—¿Vosotros me amenazáis? Pobresinfelices. Sois ciegos, y ciegosseguiréis. Tenéis a Jesús ante vuestrasnarices y no lo veis. Jesús está aquí,entre vosotros. No tenéis que buscarlo.Se muestra ante todos sin excepción.Solo tenéis que buscar de la formaadecuada. Lo veréis en cada planta delcamino, en cada ave del cielo, en cadahombre que crea en su palabra. Está entodas partes y en ninguna. ¡Nuncapodréis detener su palabra!

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—Déjate de sermones yacompáñanos. Volverás con nosotros aJerusalén.

—Yo no voy a ningún sitio convosotros. Él me ha dejado aquí y de aquíno me moveré. ¿Con qué autoridad me lopedís? ¿De qué se me acusa?

—José, no hagas más difícil lasituación —Zaqueo se mostraba cadavez más nervioso, mientras Cromacioguardaba silencio—. Sabes que Caifásquiere comprobar que Jesús estárealmente muerto. Si no es así debemosencontrarle y volver a llevarle ante él.

—¿Le volveréis a detener por

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segunda vez? ¿Y cuál será su delitoahora? ¿No morir? ¿O le condenaréisdos veces por la misma causa? ¡Quéridículos! Volver a juzgar a uncondenado que se os escapó de entre losdedos. Si queréis ver a Jesús, ¡buscadlepor los caminos, entre la gente, entre supueblo, no entre los muertos!

Zaqueo, en su desesperación,desenvainó su espada y se enfrentó aJosé. No sabía muy bien qué hacer, peroesperaba atemorizarlo con su gesto yque se mostrara más sumiso.

—¿Volverás a utilizar tu armacontra un hombre indefenso? No os

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acompañaré a ningún sitio. ¿Memataréis? ¿Qué diréis a Caifás? ¿Que enlugar del cuerpo de Jesús le llevas elcadáver de un miembro de plenoderecho del Sanedrín?

—¡Estás ocultando a un fugitivo!¡Tú mismo eres un fugitivo! ¿No creesque es suficiente?

—¡Fuera de mi casa! Jesús vive,solo tenéis que buscarlo —Joséaumentaba su voz mientras se dirigíadespacio hacia donde se encontrabaZaqueo—. ¡Dile eso a tu SumoSacerdote!

—Tiene razón, Zaqueo —le dijo

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Cromacio mientras apoyaba su manosuavemente sobre el brazo que sosteníala espada—. Nuestras órdenes sonencontrar a Jesús, no matar a nadie.

—¡Cállate, Cromacio! —elsoldado se mostraba cada vez másnervioso. Dudaba. José cada vez estabamás cerca. Su compañero le insistía.

—Vámonos, Zaqueo, Caifás sabráqué hacer.

—¿Y mientras? —gritó Zaqueo—.Volveremos con las manos vacías,Caifás se reirá de nosotros.

—Decid a Caifás la única verdad—dijo José ya plantado frente a Zaqueo

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—. ¡Que Jesús vive! ¡Que salga él abuscarlo!

Zaqueo poco a poco iba perdiendola razón. Ya sentía el aliento delsacerdote en su cara. Tenía que haceralgo. Cromacio le rogaba que selargaran de allí. José le gritaba que sefuera. Caifás se reiría de ellos. ¡Jesúsvivo, qué tontería! José seguía gritando.Cromacio seguía suplicando. Zaqueoseguía con la espada en la mano. Sucabeza estaba hecha un lío. Reconocíaque no estaba hecho para esto. Oíalejano el zumbido de la voz de sucompañero que le rogaba que se fueran.

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Sentía más que oía las palabras de José.Todo ocurrió muy rápido. José,Cromacio, todo daba vueltas a sualrededor mientras se preguntaba quéhacer. Él no estaba allí para retirarse.Debía cumplir las órdenes de su jefe.No volvería con las manos vacías.Volvió a sentir la presión de la mano desu compañero sobre la suya intentandoque se calmara, los gritos de Joséllegaban a sus oídos distorsionados. Sucompañero le rogaba… Desorientado nose dio cuenta de lo que hacía. Levantó lamano que sostenía la espada, se giró y lahundió en el tórax de Cromacio. Éste,

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sorprendido, se llevó las manos alpecho y una bocanada de sangre cayósobre su asustado compañero. Mientrasun último suspiro escapaba de suslabios, se aferró a la espada que leatravesaba como el que se agarra a suúltima esperanza de vida. Pero ya eratarde. La muerte se lo llevó entre lassúplicas de José y la rabia de Zaqueo,que aún no entendía qué había pasado.El soldado reaccionó de pronto, movidopor su cobardía. Eso es lo que era: uncobarde que había matado a sucompañero empujado por la codicia dequerer cumplir unas órdenes que ahora

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le parecían absurdas. Miró a José, miróa Cromacio tendido en el suelo sobre supropia sangre, miró sus manos asesinasbañadas por esa misma sangre y echó acorrer, dejando tras de sí un rastro demuerte que nunca olvidaría. Corrió sindestino y sin ningún objetivo: solo el dehuir de allí. Pero nunca podría huir de supropio miedo, ni de su vergüenza. Nisiquiera de su miserable cobardía, quele perseguiría inmutable el resto de susdías. El de Arimatea, sobrecogido porlo ocurrido, observó preocupado cómoel soldado desaparecía y le dejaba allícon el hombre muerto, una víctima

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inocente de la sinrazón de una venganzaque iba más allá de toda lógica.

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ra temprano cuando Tigelino y sushombres abandonaron Arimatea.

Habían dejado a José en su casa comoordenara Pilato y se disponían a poneren marcha otra parte de su cometido.¿Qué motivos tendría el prefecto paradejar allí a José después de todo losucedido? Se encontraría solo eindefenso. ¿Y si alguien más lo buscaba?Si pretendía dejarlo a salvo, ¿no estaría

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así más desprotegido? ¿O sería eso?¿Querría dejarlo expuesto a cualquieramenaza para quitárselo de encima?Hubiera sido más sencillo dejarlo en lafortaleza Antonia.

No le correspondía a él sacarconclusiones. Solo debía obedecer, yeso es lo que había hecho. Y el siguientepaso era separarse. Puso al mandoprovisional a uno de sus hombres y leordenó que llevara al resto de la tropa aJerusalén. Allí acabarían la misión.Mientras tanto, él debía ir a Betel yesperar las nuevas órdenes de Pilato.Ignoraba de qué podía tratarse.

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Desconocía la estrategia del prefecto.Mientras sus hombres volvían aJerusalén, él debía dirigirse al norte yesperar a que alguien le señalara sussiguientes pasos.

No le llevaría más de una jornadallegar a Betel. Suponía que algún correole buscaría en la modesta ciudad paraentregarle las nuevas órdenes. Eso ledaría al menos dos jornadas de margenpara llegar dado que sus hombres aúndebían volver a la fortaleza Antonia. Viocomo desaparecían de su vista mientrasse quedaba solo pensando en quéocuparía el tiempo hasta entonces.

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A pesar de que no tenía motivospara ello decidió regresar a casa deJosé. Quizá dialogar con él a solasconsiguiera despejar alguna duda,aunque no sabía muy bien para qué. Seencaminó sin prisa en su busca. ¿Quéexcusa le pondría para encontrarse conél sin despertar sospechas sobre losverdaderos planes de Pilato? Quétontería acababa de pasar por su cabeza.Ni siquiera él los conocía, no le seríadifícil improvisar sin mentir.

Disfrutó de la belleza del paisaje.Avanzó sin prisas como hacía tiempoque no podía, siempre bajo la presión de

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la disciplina del ejército, severa y cruel.Poco después llegaba ante la puerta dela casa de José. Se sorprendió al verlaabierta de par en par y se precipitó alinterior. En el suelo yacía un hombre alque no reconoció, y a su lado José lemiraba sin saber muy bien qué hacer.Cuando éste se percató de la presenciadel centurión fue hacia él en busca deayuda, relatándole rápidamente loacontecido hacía apenas unos segundos.Tras la explicación pensó que lo mejorsería dar sepultura a aquel soldado. Noveía otra solución. Ninguno estaba endisposición de trasladarlo a Jerusalén, y

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puesto que su propio compañero lohabía abandonado no encontraron unaalternativa mejor. Ya habría tiempo decomunicarlo si no lo hacía su propioasesino. Tigelino no debía desviarse desu camino, y a esa realidad debíaceñirse. A pesar de ello optó porhacerle compañía a José y pasar allí lanoche, ante el improbable caso de que elotro soldado volviera. Al día siguienteseguiría hasta Betel más descansado yseguramente aún llegaría antes que elmensajero con sus órdenes. Quizá en latranquilidad de la noche y en unambiente más relajado a pesar de los

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últimos acontecimientos pudiera llegar aconocer mejor a aquel hombre, y depaso, al que todos llamaban Mesías.

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Día 19 del mes de Nisán. Año 30.Cuarto día de la semana.(Miércoles, 12

de abril)

esús, Nicodemo y María partieronde Betania a la hora segunda tras una

descansada noche en casa de sus buenosamigos Lázaro, Marta y María. Volvían aencontrarse otra vez, y fueron advertidosde que una patrulla romana los andaba

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buscando por la pequeña aldea. Betaniase encontraba a solo quince estadios deJerusalén, en la falda este del monte delos olivos, y esa proximidad junto a laconocida amistad del Maestro conLázaro la convertía en lugar debúsqueda obligada por parte de lasautoridades. Pensaron que no tardaría enbuscarles el mismo Sanedrín, por lo queera conveniente poner tierra de pormedio cuanto antes. Si los romanos ya lehabían buscado allí era probable quecontinuaran su búsqueda en Judea ySamaria. Con ese pensamiento huyeronesperando no encontrar ninguna patrulla

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por el camino. Sería sin duda la etapamás peligrosa de su viaje ya quetambién eran conocidas por todos lasjornadas que Jesús dedicaba a predicaren Jericó, la ciudad más antigua deJudea. Era una ruta dura y solo seutilizaba como camino de ida. Distabaunas dieciséis millas de Betania, con unfuerte desnivel de casi cinco estadiosque aconsejaba no tomarlo de vuelta.Les llevaría todo el día, aunque en elestado de Jesús quizá tuvieran que hacernoche en alguna aldea del camino.

Poco después de su salida hicieronla primera parada en Ensemes. Debían

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evitar Qumrán a toda costa, otro de loslugares que seguramente sería registradotanto por las tropas romanas como por elSanedrín. Mientras descansabanhablaron de cosas intrascendentes, decómo acometerían todo el camino paraintentar pasar desapercibidos, de Joséde Arimatea… Y también hubo palabrasde recuerdo para los discípulos y María.¿Dónde se encontrarían? ¿Qué caminosseguirían? ¿Tomarían todas lasprecauciones para evitar cualquiermovimiento que pudiera alertar sobre suverdadero destino y propósito? Jesúsrecordó a su madre con nostalgia, sus

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atenciones siendo niño, sus locuras deadolescente, su juventud cuandoentendió que él no se sentía un hombrecorriente, y cómo le siguió y le apoyó ensus numerosos viajes de proclama. Ellacomo nadie entendió su palabra desde elprincipio y no puso reparos frente a lascontrariedades que supuso para él y sufamilia el hecho de interpretar la Ley deuna forma tan distinta a lo esperado. Yel sufrimiento por el desenlace final desus actos que acabó con la inevitabletortura y crucifixión. Allí seguía ella,fiel a su único hijo carnal, pues sushermanos eran fruto del anterior

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matrimonio de su esposo José. Falleciócuando él solo tenía dieciocho años. ¡Leechaba tanto de menos! Fue un varónjusto. En ningún momento le faltóprudencia y buen juicio. Cuando solocontaba con cinco años de edad, unagran lluvia cayó sobre la tierra unsábado. Jesús tomó el barro formado,modelándolo y dando forma a docepajaritos ante unos sacerdotes que leobservaban. Y éstos, destruyéndolos,fueron a José y le dijeron lo que habíahecho, violando los preceptos delSabbat. Su padre le preguntó por quéhabía hecho lo que no estaba permitido

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hacer en día sagrado. Mas él contestóque el mismo pecado había cometidocreándolos como ellos aplastándolos, alo que José lo apartó de las miradas deira de los sacerdotes ante sus palabras.Él le dio todas sus enseñanzas. Vivierondel trabajo de sus manos y aprendió eloficio al que se dedicó gran parte de suvida. «Oh, padre mío, raíz de todamisericordia y toda verdad». Lamentabatanto arrastrar a su madre por el tortuosocamino de la huida y la persecución. Suvida había sido una escapada continua.Seguiría siéndolo mientras noconsiguieran estar lo suficientemente

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alejados de aquellos que queríandestruir su verbo.

Ya habían descansado suficiente.Debían continuar. Todavía quedabanmuchas horas de camino y aunque seríadifícil debían apresurarse para llegar aJericó antes de la noche. Recogieron susescasos enseres y siguieron caminando,despacio. El siguiente tramo erarelativamente sencillo pero alcanzaríanel que más dificultad entrañaba cuandolas fuerzas empezaran a flaquear, casi alfinal de la jornada, por lo que no eraaconsejable hacer sobreesfuerzos queluego les impidiera alcanzar su meta en

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el tiempo previsto.La tarde los recibió con un viento

cálido del este procedente del desiertodel otro lado del Jordán.Afortunadamente era leve para esaépoca del año, de otra forma hubieradificultado la buena marcha que hastaahora habían mantenido. Después dealgunas paradas con sus oportunosdescansos y las obligadas atenciones deNicodemo y María con el impedido, porfin divisaron la amurallada ciudad.Jericó se presentaba frente a ellosesbelta, retadora, pero tambiénacogedora. Las fortificaciones de la

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ciudad a orillas del Jordán ofrecíanrefugio a los habitantes de los aledañosque vivían en los campos. Existía unagran colonia sacerdotal, por lo que aNicodemo no le supuso ningún esfuerzoconseguir cobijo y comida por unanoche garantizando una discreciónabsoluta. Tras unas curas más intensivas,Jesús, totalmente agotado, cayó en unprofundo sueño. Le siguió su esposa,mientras Nicodemo decidió visitarviejos conocidos para conseguir que subreve estancia en la ciudad fuera lo másserena posible.

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quel hombre corría desesperadopor las calles de Jerusalén.

Parecía que le perseguía el mismísimodiablo. Estaba como loco, y nadieparecía entender lo que ibabalbuceando. Dejó atrás la puerta delpescado, una de tantas por las que seaccedía a la ciudad y continuó corriendojunto a la muralla norte de la ciudadnueva hasta el viaducto. Se detuvo un

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momento, miró brevemente al estetotalmente desorientado y siguiócorriendo en esa dirección. Cuandollegó a los muros del templo buscó unacceso que por allí nunca encontraría.Dando vueltas sobre sí mismo tomódirección sur hasta que alcanzó lapequeña calle del Mercado, cuando sedio cuenta de que se había pasado.Dando de nuevo media vuelta volvió asubir la calle. Llegó a las Puertas deHulda y subió las escalinatas queconducían al templo. Llegó al Patio delos Gentiles y mirando a todos lados sinfijarse en ningún sitio en concreto siguió

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buscando insistentemente cada vez másdesesperado.

—Caifás, debo ver a Caifás —susurraba para sí mismo—. ¿Dónde estáCaifás?

Tropezando con cuanto encontrabaa su paso seguía avanzando hasta quealguien lo reconoció y lo detuvo por loshombros.

—¿Qué te pasa, Zaqueo, qué estásbuscando?

—Caifás… Lo he matado… Fue unaccidente, tienen que entenderlo…

—¿Has matado a Caifás? —preguntó sorprendido el desconocido.

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—Debo ver a Caifás… He matadoa mi compañero. Debía encontrar aJesús y en vez de eso le he quitado lavida. ¡He matado a Cromacio!

—Tranquilízate, amigo, buscaré aCaifás y te llevaré ante él. Pero debescalmarte, explícame qué ha ocurrido.

Y, al mirarle por primera vez a lacara, le reconoció. Era el jefe de laguardia del Sanedrín que, alarmado porel alboroto que se estaba organizando enel patio, acudió para comprobar cuál erala causa.

—Cuéntamelo todo desde elprincipio —le dijo animándolo,

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mientras lo acompañaba en busca delSumo Sacerdote—. Y procura queCaifás no te encuentre tan alterado.

Zaqueo le contó como pudo loocurrido cuando llegaron a Arimateamientras cruzaban el Patio de losGentiles en dirección al Patio de losSacerdotes, al otro lado del templo. Notardaron en encontrar a Caifás, que dioun bufido de sorpresa cuando vioaparecer a los dos soldados. El SumoSacerdote ya presagiaba que algo ibamal cuando miró a los ojos a Zaqueo,que intentaba esquivar su penetrantemirada llena de ira. Con toda la rapidez

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de la que fue capaz, intentando no omitirningún detalle, relató lo acontecidohoras antes, reconociendo su torpeza alescapársele de las manos una misión tansencilla y su fracaso ante ella. Sin duda,estaba en una situación muy difícil anteel Sanedrín, que había perdido untiempo valiosísimo en la búsqueda delcadáver. Caifás, lleno de cólera, dabagritos y repetía una y otra vez que estabarodeado de inútiles ineptos capaces deconvertir a Jesús en el mártir queprecisamente quería evitar. Sin cuerpocrecería el rumor de que el galileo habíaresucitado y todos aceptarían que era el

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verdadero Enviado. Pura blasfemia, deeso se trataba. Una blasfemia que sepropagaría como una plaga entre losjudíos y que pondría en peligro losfuertes pilares sobre los que sesustentaba la Torá, llenando de fantasíasla mente de un pueblo débil necesitadode respuestas y al que cada vez seríamás difícil controlar. Ya tenía bastantecon intentar que las fuerzas invasorasrespetaran sus costumbres religiosascomo para apagar una posible revueltaque ya debería tener controlada desde laejecución de Jesús.

Caifás daba vueltas por el patio

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llevándose las manos a la cabeza,desesperado, pensando en cómo podríacambiar el curso de los acontecimientos.Debía darle un giro radical. A pesar detratarse de su propio guardia carecía deautoridad para castigar a aquel inútilque había puesto en peligro latranquilidad de la región. Despidió a losdos hombres ordenándoles quevolvieran a reunirse con él al final de lahora quinta en ese mismo lugar.Necesitaba tiempo para pensar ypreparar una nueva estrategia que dieracon la aparición de aquel al quellamaban Mesías.

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El Sumo Sacerdote esperaba elregreso de Zaqueo con la salvedad deque ahora se pondría bajo las órdenesde Pacomio, un hombre duro y severo.Él dirigiría la búsqueda del galileo,pues tras los últimos contratiempostendrían que emplear cualquier métodopor duro que pareciera con tal de evitarun ridículo mayor en el seno de supropia iglesia. Le acompañarían Crispoy Miqueo, dos disciplinados yobedientes soldados que cumpliríancualquier orden que se les diera. Llevarcon ellos a Zaqueo era una forma dealejar de allí a aquel inútil, y la mejor

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que encontró para castigarle por suincompetencia. Estaría constantementevigilado y hostigado por los otroshombres y no se atrevería a hacerninguna tontería. Cuando apareció,Caifás indicó a cada uno de ellos cuálsería su papel exacto en aquellabúsqueda incesante. Esta vez no queríafallos. Estaba en juego la credibilidad yla posición social de El Gran Consejoque dirigía la vida religiosa de losjudíos. Otro traspié podría suponer lafractura de su pueblo dejándole bastantetocado. Coordinó los siguientesmovimientos de los soldados dándole

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poderes a Pacomio para reaccionar antecualquier imprevisto según su criterio,anteponiendo el éxito de la misión acualquier individualidad y autorizándolea usar los métodos que creyeraoportunos para conseguirlo. Dejó muyclara la importancia de sus próximosactos y cómo podría afectar a sus vidasa partir de ese momento. La tensión eramáxima, y los cuatro soldados aceptaronla responsabilidad recibida. Si fueranecesario, pagarían con su vida unnuevo error.

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o les llevó demasiado tiemporecorrer los quince estadios que

separaban Jerusalén de Betania.Inspeccionaron el terreno en busca decualquier detalle que arrojara algo deluz sobre el paradero del cuerpo deJesús. Sabían que allí vivían unosbuenos amigos del Maestro que habíanprotagonizado uno de esos milagrosossucesos que perturbaban la mente de los

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más débiles de espíritu y que leatribuían extraños poderes curativos yhasta de resurrección. Obras del diablo.Pero Jesús había nublado los ojos deaquellas gentes haciéndoles creer encosas que no existían. Pacomio localizóa Lázaro y a sus hermanas pero susinvestigaciones no dieron el frutoesperado: negaban una y otra vez habervisto a Jesús después de su crucifixión.Mientras, Crispo, Miqueo y Zaqueorastreaban por toda Betania con elmismo resultado. Si el cadáver de Jesúsestaba o había estado allí no habríaforma de averiguarlo con esas gentes

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que le habían seguido y que tanto lehabían querido en vida.

Sin las respuestas adecuadas,convencidos de que todavía teníanmuchas horas de luz por delantecontinuaron hasta la cercana Qumrán, supróximo destino. Jesús podría haberseocultado allí en caso de seguir vivo,aunque no creían encontrar allí sucadáver. No debían omitir ningúndetalle. ¿Y si realmente Jesús seguíavivo? Sin duda aquel podría tratarse dellugar ideal para esconderse. Qumrán eraun valle en el desierto, a una millaescasa de la costa occidental del mar

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Muerto. Allí vivía la comunidad judíade los esenios. Estos eran una secta quevivía aislada y que se había separadodel templo de Jerusalén. Los esenios seautodenominaron «Hijos de la Luz», yestaban en contra del Sanedrín y de lossacerdotes judíos, a los que acusaban decorrupción y de abandonar su fidelidada Dios. Afirmaban abiertamente que elMesías llegaría cuando el cetro de Israelya no se encontrara en manos de unjudío. Precisamente Herodes el Grandeera idumeo y algunos vieron en él laseñal esperada, reintegrándose a lasociedad judía. Pero Herodes los

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defraudó, y tras su muerte volvieron aldesierto bajo el mando del «Maestro dela Justicia».

Quien deseara hacerse miembro dela comunidad tenía que ser preparado ypasar una prueba de al menos dos añospara integrarse definitivamente. A partirde ese momento todos sus bienespasaban a ser comunitarios, y elresultado de su trabajo era repartidosegún las necesidades personales decada miembro de esa comunidad. Unaparte de su trabajo era destinado aayudar a pobres, huérfanos o a todoaquel que precisara ayuda. La

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comunidad debía ser autosostenible yestar sujeta a una seria disciplina y alcorrecto estudio de la Ley. Por lo tantono sería extraño que Jesús hubieratenido algún tipo de relación con losesenios en algún momento de su vida depredicación.

Sabían que no serían bienrecibidos en aquel lugar, así quedecidieron acampar a medio camino ydejar para el día siguiente la llegada aQumrán, pues aún sería más extraño queles dieran cobijo para pasar la noche.Con el nuevo día sería diferente, perodebían estar preparados para la

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hostilidad que posiblementeencontrarían.

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Día 20 del mes de Nisán. Año 30.Quinto día de la semana. (Jueves, 13 de

abril)

ericó ya era un bullicio desdeprimeras horas de la mañana.

Mientras Jesús seguía descansando,Nicodemo y María recorrieron susatestadas calles llenas de gentes queiban y venían, comerciantes que

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trapicheaban con sus mercancías,mercaderes de los más variadosproductos de todo el mundo… Serespiraba un ambiente fresco y limpio.Si por algo era reconocido Jericó,además de por sus sabrosos dátiles sincomparación, era por la fragancia de susrosaledas y por sus maravillososjardines. Numerosos canales de aguatransparente surcaban la ciudad, lo queañadía más frescura al entorno. Muchosde ellos confluían en el estanquecircular en que acababa el jardíncentral, rematado con una hermosaescalinata que daba paso a uno de los

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torreones que vigilaban la ciudad.Después de dar un corto paseo por losalrededores y refrescarse en una de susfuentes, adquirieron algunos productosbásicos para el camino. Debían hacerlode manera pausada, sin levantarsospechas, repartiendo las comprasnecesarias entre los diversos comercios.Más tarde se abastecerían de abundanteagua para el viaje y dejarían todo listopara emprender la salida cuanto antes.Lo aconsejable sería permanecer todo eldía en Jericó para partir lo másdescansados posible a Galilea. Pero alvolver a encontrarse con Jesús éste no

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pareció estar totalmente de acuerdo conNicodemo.

—El tiempo corre en nuestracontra —opinó Jesús—. Nos esperan enGalilea y serán muchos los que allí nosbusquen.

—Sí, Maestro —contestóNicodemo—, pero coincidirás conmigoque en tu estado avanzamos máslentamente. Si te repones un poco más,solo un día, probablemente hagamos mássencillo el camino.

—Mientras estés aquí oculto nocorremos peligro —dijo María—. Fuerate pueden reconocer.

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—Viajaremos de noche —dispusoJesús—. Evitaremos el calor demediodía y seremos invisibles a los ojosde otros caminantes.

—Avanzaríamos más despacio —respondió Nicodemo—, pero puede seruna buena idea. Nos mantendremosocultos durante el día y transitaremoslos caminos bajo las estrellas…

—Pero no podríamos dormir alraso. Deberemos buscar posada cadadía —dijo María preocupada—. Nosomos muchos para turnarnos paravigilar.

—No nos llevará más de tres días

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llegar a Galilea, mujer. Lo intentaremos.—Está bien, rabino, así se hará.

Ahora, veamos esas heridas.Jesús empezó a despojarse de sus

vendajes bajo la atenta mirada deNicodemo. Presentaban buen aspecto ylos esmerados cuidados recibidosempezaban a tener su efecto. Las heridascicatrizaban a buen ritmo pero lo quemás preocupaba a Nicodemo era lafatiga que pudiera causar en Jesús lapresión de sus maltrechas costillas aúnsin soldar. Esa era la razón primordialde guardar reposo. Esa, y el dolor quedebía suponer dar cada paso por

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aquellos tortuosos caminos, pues lasheridas de los pies eran las que másdificultades entrañaban a la hora deavanzar a buen ritmo. Y aunque elMaestro no se quejaba debía seragotador moverse en ese estado. Laexcelente constitución física quesiempre había mantenido era lo que másle ayudaba en este obligado lance.

Tras las curas pertinentes ydespués de haber comido, Jesús volvióal cómodo catre y Nicodemo salió a porel agua. Mientras, María haría lasúltimas compras necesarias para el viajey después los tres descansarían para

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acometer la nueva etapa.Al llegar la noche y sin que María

y Nicodemo hubieran reposado loestrictamente necesario terminaron lospreparativos y repartieron los escasosbultos que llevarían consigo. En laprimera vigilia abandonaron laagradable estancia que les habíaacogido durante las últimas horas y conlas primeras estrellas alumbrando sucamino cruzaron el Jordán, abandonandopara siempre la ciudad donde existíanlas cosas más bellas.

Al llegar la mañana los hombres

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del Sanedrín se apresuraron a llegarcuanto antes a Qumrán donde noesperaban ser bienvenidos. Muy pocotiempo después de emprender la marchaempezaron a divisar las primeras cuevasque rodeaban la pequeña fortaleza deQumrán. Gran parte de su poblaciónvivía fuera de sus muros formandopequeños campamentos cercanos dondese practicaban la mayoría de las laboresagrícolas de la comunidad. Los ganadosse dispersaban libres por losalrededores, mirando sin ningún interésa los cuatro hombres que avanzabanrápidamente hacia la maciza torre que

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protegía la entrada. Al llegar a ella,Pacomio solicitó ver de inmediato alMaestro de Justicia no con muy buenosmodos, lo que molestó notablemente alcustodio de la única puerta que servíade acceso a la ciudadela. Con pocasganas le invitó a pasar y lo mandóllamar. Mientras esperaban fueronacomodados en un amplio salón conbancos junto a las paredes. De éstesalían varios pasillos que se dirigían adistintas habitaciones. Por uno de ellosaparecieron dos hombres, uno de loscuales se presentó como el Maestro deJusticia. Dirigiéndose cortésmente a los

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cuatro les ordenó que antes de llevar acabo cualquier tipo de contacto, aunquefuera verbal, debían purificarse. Eljoven que le acompañaba les pidió quele siguieran para dar paso a la ablución.Tras tomar uno de los pasillos les rogóque se despojaran de sus ropas y suspertenencias antes de introducirse en lamikvé. El agua corriente que la llenabaprocedía de una de las numerosascisternas circulares de abastecimientoque existían en el recinto. Éstas eranalimentadas por una corriente de aguasnaturales que discurría cerca y que erallevada mediante túneles y canales hasta

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ellas. Un complejo sistema que permitíatener agua limpia todas las estaciones.Al introducirse en la mikvé,comprobaron con satisfacción que elagua estaba templada, dándoles unasensación de plenitud con la que noesperaban encontrarse. Con el aguacubriéndoles hasta por debajo de loshombros, comenzaron con el ritual de lapurificación. Al concluir, y sin ningúntipo de armas, fueron llevados a otradependencia donde les esperaba elMaestro de Justicia.

Enseguida lo pusieron al corrientesobre su búsqueda, más relajados al

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comprobar la hospitalidad con quefueron recibidos. Pero la alegría inicialse tornó decepción cuando el Maestro senegó rotundamente a darles cualquierexplicación sobre Jesús. Soloconsiguieron saber que el rabinocompartió con ellos algunas de susenseñanzas mientras oraba en eldesierto. En Qumrán conocían ladoctrina de Jesús, y también cómo elSanedrín había conseguido quitárselo deen medio. Les enfurecía que Jesúsalentara a la gente a pensar por símisma, a que tomara sus propiasdecisiones espirituales. Temían que les

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enseñara a no dejarse manipular ennombre de Dios, y acabara empujando alas masas a una rebelión contra sus jefesreligiosos. Y no contentos con eso, aundespués de muerto querían seguirhumillándolo. No lo permitiría. Y menosen su propio pueblo. Así quebruscamente les pidió que abandonaranla ciudad, que se olvidaran para siemprede ella y que dirigieran sus pasos a otrolugar lejos de allí. Violentamente lesobligó a abandonar la estanciaempujándolos a la salida, ayudado porotros hombres. Desde la otra parte de lamuralla vieron cómo arrojaban a sus

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pies sus posesiones, expulsando deQumrán para siempre a aquellosdespreciables representantes delSanedrín.

Totalmente desconcertados con loque había pasado, no sabían muy biencómo reaccionar. Llegados a ese punto,tendrían que elegir qué camino seguir.Lo único que sabían era que no podíanvolver a Jerusalén con las manos vacías.El cuerpo de Jesús no debía estar muylejos y aún estaban a tiempo de dar conél si acertaban con los pasos a seguir.Judea contaba con más posibilidades deacoger los restos del Maestro. Si no

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estaba en Jerusalén y ya le habíanbuscado en Belén, Betania y Qumránquedaban pocos lugares que reunieranlas condiciones para esconder sucadáver. Si bien era cierto que cualquierlugar podía ser bueno para ocultarlotemporalmente, lo más sensato erabuscarle en un sitio de fácil acceso ylocalización, donde sus fielesseguidores pudieran venerarle. Pilatoestaba concentrando su búsqueda enJudea, y Samaria quedaba prácticamentedescartada. Llegaron a la conclusión deque lo mejor sería rastrear a fondoGalilea, y eso les daba cierta ventaja.

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Trasladar un cadáver hasta allí suponíaun gran esfuerzo y, aunque lo hicieran enalgún tipo de carreta, ellos viajaríanmás deprisa y podrían llegar con ciertaantelación.

—Primero iremos hasta Jericó y lebuscaremos allí —indicó Pacomio—. Sino lo hayamos, viajaremos a Galilea yrastrearemos el camino codo a codo. Nocreo que se atrevan a esconder elcadáver al otro lado del Jordán, perotomaremos esa ruta por si nos lleva aalguna pista.

—Si salimos ahora, llegaremos aJericó esta misma noche —sugirió

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Miqueo—. No debemos perder tiempo.—Pues en marcha —ordenó

Pacomio—. Presiento que estamos muycerca de dar con él.

Tras descansar un buen rato a lasombra de una palmera, Tigelinocontinuó su marcha hasta la modestaBetel. Pronto empezó a divisar losprimeros almendros, verdes y cuajadosde pequeños frutos que acompañaban alcaminante hasta la ciudad. Hacía muchossiglos que Betel había dejado de ser unoratorio para convertirse en unapequeña ciudad. Antes de ser un lugar

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de culto a Yahveh era un santuariocananeo, hasta que los israelitas loconquistaron. Pero los asirios lodestruyeron y quedó abandonado por untiempo. Posteriormente el culto a Diosse restableció, junto a otras divinidadesasirias, hasta que el rey Yosías ocupó elrecinto sagrado y lo demolió porcompleto. Ahora solo era una pobreciudad que comerciaba con los frutosque le ofrecía la tierra y el magníficoaceite que de ella obtenían.

No fue fácil conseguir albergue enla única posada del lugar. Tuvo queimponerse al dueño por su condición de

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militar para conseguir una cochambrosahabitación para él solo, sin tener quecompartirla con los sucios viajeros quellegaban allí. La higiene ya era otracosa; simplemente era inexistente, yrogó por salir de allí cuanto antes.Encontró bichos de todos los tamañosque desconocía que existieran y lasuciedad acompañaba cada rincón deaquel asqueroso lugar. Ni se le ocurriríapedir nada para comer. Ordenó que sehicieran cargo de su montura y esperósus nuevas órdenes por los alrededoresdel alojamiento intentando evitar aquellapocilga. Al cabo descubrió lo pequeña

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que era la ciudad, así que no sería muycomplicado que dieran con él cuandollegaran a buscarle.

Fue casi al ocaso cuando vioaparecer al soldado montado a caballo.Se dirigió a él con paso decidido,ansioso por entrar de nuevo en acción.La aburrida espera en aquel lugar estabaacabando con su ánimo. El soldado seacercó y descabalgó, al tiempo quedirigía un saludo a su superior. Leentregó una carta con las nuevas órdenesde Pilato. Su encuentro fue breve y, sinesperar a que el centurión leyera elmensaje, se despidió de él.

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Tigelino volvió a la posada y seentregó a la lectura de la carta en latranquilidad de su malolientealojamiento. Leyó y releyó aquelmensaje hasta que se aprendió palabrapor palabra su trabajo para el futuro.Pilato tenía muy claro cuál era su papelen aquel asunto y así se lo transmitió aTigelino. Solo le quedaba llevar a cabolas órdenes del prefecto.

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Día 21 del mes de Nisán. Año 30. Sextodía de la semana. (Viernes, 14 de abril)

igelino madrugó mucho aquellamañana. Más que por comenzar

cuanto antes su cometido por salir deaquella podredumbre en la que estabainstalado. Agradeció al posadero suhospitalidad y abandonó Betel a lomosdel noble animal. Cabalgando al paso,

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pronto estaría en el desfiladero entre losmontes Ebal y Gerizim, en las montañasde Efraím, que le llevaría directamente aSiquem, ya en territorio samaritano.Paso obligado de las caravanas decomerciantes procedentes de Egipto,solo se entretendría para refrescarse ydar de beber al caballo y, sin detenerse,continuar hasta Sanar donde pasaría lanoche. Al día siguiente emprendería elcamino hacia la llanura de Dotain para,bajando la cuesta de Gur, alcanzar enlínea recta la llanura de Esdrelón. Muycerca ya de su objetivo solo le quedaríallegar a orillas del lago Tiberíades

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donde durante mucho tiempo Jesús y susdiscípulos predicaron sus enseñanzas yconsiguieron arrastrar a cientos deseguidores por Galilea, anunciando sincansancio un nuevo reino en la tierra. Unreino que podría estar a punto dederrumbarse incluso antes de haberseinstaurado. Lo que ocurriera en laspróximas jornadas, dependiendo delparadero de los discípulos y de lo quehubieran podido hacer con el cuerpo deJesús, significaría el fracaso o el éxitode la misión que el prefecto de Judeahabía puesto en las manos de un Tigelinoque empezaba a comprender las

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verdaderas razones de las acciones desu superior.

Orientados por las estrellas y conla referencia del Jordán a su izquierda,Jesús, Nicodemo y María seintrodujeron en la región de Perea, unade las zonas más fértiles bañadas por elJordán. Sus aguas eran a menudo suciasy amarillentas, lo que concedía aportesde nutrientes a sus dos riberas y daba ala tierra que bañaba magníficaspropiedades para el cultivo.

Tal vez no fuera la mejor ideahacer el camino de noche. Aunque

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parecía que avanzaban a buen paso asalvo de miradas inoportunas, la escasavisibilidad dificultaba notablemente lospasos de Jesús. Hicieron un obligadodescanso y prosiguieron de inmediatopara intentar llegar a Sucot con lasprimeras luces del día.

El relente de la mañana ayudaba arefrescar un ambiente que se habíaapelmazado durante la noche. Elesfuerzo del trayecto empezaba a hacermella en los cansados pies del Maestro,y se apresuraron a buscar refugio enSucot. La población eran apenas cuatrocasas desperdigadas sin ningún orden.

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Buscaron por los alrededores esperandoencontrar a alguien que les indicara sipodrían conseguir algún tipo dealojamiento, pero sus habitantes yadebían encontrarse en sus labores depastoreo o faenando en el campo. En lacasa más alejada encontraron unaanciana tejiendo en su puerta y cuandovio aparecer a los tres caminantes lesdedicó una amplia sonrisa.

—Deben andar perdidos parapararse en un sitio como éste —les dijola mujer—. No suele pasar mucha gentepor este apartado lugar.

—Buena señora, buscamos un sitio

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donde descansar —saludó Nicodemo—.¿Sabría de alguien que quisiera darcobijo a tres viajeros agotados hastallegar la noche?

—No les será fácil encontrar anadie que quiera ayudarles. Es éste unlugar olvidado y nadie suele detenerseaquí. Vemos mucha gente pasar de aquípara allá pero nadie se detiene. ¿Qué lesha traído hasta aquí?

—Vamos camino de Arbela avisitar a unos parientes —mintióNicodemo—. Hemos andado toda lanoche.

—Nadie viaja de noche, y menos

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en su estado —dijo recelosa la mujermirando a María, sin que nadie repararaen el gesto—. Deben tener muchas ganasde ver a esos parientes suyos.

—Es cierto. Nos gustaría llegarcuanto antes, pero no podremos hacerlosin descansar.

—Quizá tengan suerte. Vuelvan pordonde han venido. La segunda casa conla que se encontraron al llegar hasta aquíera de un viudo que fue a vivir con sushijos… lejos de aquí. La reconoceránsin dificultad porque un tronco muertode palmera descansa tras ella. Sueleestar ocupada por vagabundos o

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fugitivos… Si se dan prisa es posibleque la encuentren vacía. Es lo único quepodrán encontrar.

—Gracias, señora, que Diosbendiga su infinita bondad.

—Adiós. Y tengan cuidado loscuatro. Estos caminos no son de fiar.

¿Cuatro? El sol de la mañana debíahacer a la mujer tener visiones. Sucomentario no le importó a nadie, pero aMaría aquella mujer le lanzó un rayo deesperanza del que nadie parecíasospechar.

Deshaciendo sus pasos, prontoencontraron la casa indicada por la

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anciana. Era una casa de adobe de unasola planta que no ofreció resistenciacuando empujaron su puerta yaccedieron a su interior. Con cuidado,inspeccionaron la estancia por si seencontraba ocupada. Las paredesdesconchadas les dieron la bienvenida yse sintieron dichosos por tener un lugardonde descansar. El piso era de tierraapisonada, y un techo semiderruidofiltraba unos tenues rayos de sol que secolaban entre el barro que poco a pocoiba desapareciendo de la estructura. Unapequeña abertura que hacía de ventanaera todo lo que ofrecía aquella pequeña

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cámara. Se acomodaron para pasaraquel día lo más desapercibidosposible. Nicodemo aguardó un rato antesde retirarse a descansar, y como paradespedirse echó un último vistazo por lapequeña ventana.

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–¡R

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ápido, debemos irnos! —gritóPacomio antes de que

amaneciera—. ¡Vamos, vamos, en pie!Quizá tengamos una pista.

—¿Qué pasa, Pacomio? —preguntó Crispo aún con legañas en losojos—. ¿Dónde quieres que vayamos tantemprano?

—Mientras dormíais he estadoindagando. Acaban de pasar por Jericó

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un sacerdote y un hombre herido. Lesacompañaba una mujer, y algo me diceque si damos con ellos habremos dadocon la solución.

—¿Por qué te preocupas tanto portres individuos? —quiso saber Miqueo—. Podría tratarse de cualquier viajero.

—¿Pero es que no lo veis? Unsacerdote, una mujer que bien podría serla madre o la esposa del galileo, y lomás importante: un hombre herido.Quizá estemos equivocados y noestemos buscando un cadáver.

—No tiene sentido, Pacomio —dijo Crispo desperezándose—. ¿Cuánta

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gente así podremos encontrar por elcamino?

—Viajan de noche, ocultos. Llevanprovisiones para pocos días. Y elhombre camina despacio, con las dosmanos vendadas.

—Vamos, quizá tengas razón —dijo Miqueo más animado—. Noperdamos tiempo.

Los cuatro hombres se pusieron enmarcha de inmediato. Un Zaqueocabizbajo y sin ningún interés siguióinstintivamente al grupo que salía a todaprisa de Jericó sin tiempo para prepararun viaje que podría ser muy largo hasta

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dar con sus fugitivos. Caminaban a pasorápido, deteniéndose tan solo con lagente que se encontraban y a los queinterrogaban por si hubieran cruzado suspasos con Jesús, pero sin obtenerresultado. No era muy probable queviajando de noche encontraran a nadiepor los caminos. A la hora décima y trasrecorrer la zona desértica del lado estedel río Jordán, divisaron las primerasviviendas de lo que debía ser Sucot.Registrarían casa por casa si eranecesario. La primera que encontraronestaba habitada por un joven matrimoniocon una cría de pocos años. Acababan

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de terminar sus faenas en el campo, y nopudieron contestar a ninguna de laspreguntas que aquellos hombres leformulaban de muy malos modos. Sinrespuestas adecuadas y crecidos ante eltemor de aquellas buenas gentes, noquisieron irse de vacío. Arrebatándolesun pan que no era del día y seguramenteel único alimento que tendrían para esanoche, salieron a toda prisa en direccióna la siguiente casa, de la que lesseparaba algo más de un estadio. Alacercarse comprobaron que más que unacasa parecía un cobertizo bastantedescuidado al que hacía compañía un

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viejo tronco retorcido que yacía bajo suúnica ventana. Cuando Pacomio sedisponía a abatir la puerta, una viejaasomó por una de las esquinas de lacasa y se acercó a él.

—¿Qué buscáis? —preguntó—. Nosois de aquí, ¿verdad?

—Buscamos a un sacerdote. Leacompañan un hombre herido y unamujer judía –preguntó Pacomio—. ¿Loshas visto?

—Déjame pensar… No es muynormal ver viajeros por aquí. Pero hoydebe ser un día especial. No sois losúnicos que habéis llegado hoy.

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—¡Respóndeme, vieja! —dijoPacomio zarandeándola—. ¿Eran ellos?¿Dónde los has visto?

—Serénate y quizá puedacontestarte —y librándose del acoso delsoldado añadió—: Esta misma mañanahan estado aquí. Llevaban mucha prisa.Querían llegar cuanto antes a Arbela yapenas han parado a hablar conmigo.

—Quítate de en medio, vieja,debemos dar con ellos cuanto antes.

—No os será fácil. Pronto caerá lanoche. ¿No preferís esperar hastamañana?

Pero los hombres ya no le

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escuchaban. Impacientes, aunque sinsaber muy bien cómo llegar a Arbela,corrieron hacia el este comoperseguidos por el demonio temiendoque se les echara la noche encima antesde interceptarlos. Ellos viajaban másdeprisa y pronto los alcanzarían. Peroera preciso moverse con premura yadelantarse a cualquier movimiento.Contaban con la ventaja de quedesconocían que les seguían de cerca ydeberían aprovecharse de ello almáximo. Pronto los atraparían y el SumoSacerdote se mostraría tan agradecidoque no tendría más remedio que

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obsequiarles con un buen puñado demonedas a cada uno.

Los hombres del Sanedrín yaestaban lo suficientemente lejos cuandoNicodemo salió de la casa y se dirigiócariñosamente a la anciana.

—¿Cómo podremos agradeceros?—le dijo posando un cálido beso en lafrente de la mujer—. No sé qué habríapasado sin tu ayuda. ¿Qué podemoshacer por ti?

—No volver a mentir —contestóamablemente la mujer—. No eranecesario. Y no está bien para un

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sacerdote.Nicodemo bajó la mirada

ruborizado, sin saber qué decir.Simplemente añadió:

—Gracias.—Yo le conozco —dijo la mujer

con brillo en los ojos—. Él es a quienllaman el Mesías. Ha hecho tanto bien…Cada uno puede abrir la boca a suvoluntad y decir cosas buenas o malas.De la suya solo han salido cosashermosas. No hubiera soportado queunos desgraciados se la cerraran.

—Uno nunca sabe qué le depararáel destino. Aprendo humildemente la

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lección y espero que entiendas lasrazones.

—Debéis iros cuanto antes. Prontose darán cuenta del engaño. Despídemedel Maestro.

Dando la vuelta, la mujer se alejóde su vista para siempre. Qué dichahaber cruzado su camino con ella, pensóNicodemo, mientras sus compañeros deviaje, ajenos a lo ocurrido, empezaban adar muestras de que su descanso estaballegando a su fin.

Otra vez vuelta a empezar. Una vezmás tendrían que sufrir los rigores de

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una noche que no se aliaría con ellospara facilitarles el camino. Un cieloencapotado que impedía ver conclaridad el suelo que pisaban lesacompañó buena parte del recorrido. Almenos lo llano del desierto acomodabasus pasos y mitigaba la fatiga quehubiera retrasado aún más la marcha.

A las pocas horas de abandonarSucot y siguiendo dirección norteentraron en la Decápolis para solo unamilla después volver a cruzar el Jordány llegar a Enón. Salín, algo más allá,recordaba al Maestro que aquellastierras de abundantes aguas fueron las

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elegidas por su primo Juan para impartirel bautismo.

El camino empezaba a endurecersea medida que se acercaban a los MontesGelboé, al oeste del río Jordán. Más alnorte, Bet-San les ofrecería el reposoque necesitaban. Aún no habíaamanecido pero la importante ciudad enla depresión del Jordán ya presentabalos primeros síntomas de la actividadque en breve formaría parte de suscalles y de sus habitantes. No tardaronmucho en encontrar dónde alojarse. Noera habitual que los huéspedessolicitaran refugio durante el día, pero

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el posadero no quiso preguntar. A élsolo le interesaba que sus clientespagaran por adelantado. Y si además selos quitaba de en medio esa mismanoche podría sacarle unas monedasextras a la estancia.

Una vez alcanzado un acuerdo porlos servicios y cuando el roñosoposadero se prestaba a indicarles cómollegar a sus aposentos, María empezó asentirse indispuesta y salió a tomar elfresco de la calle. Al salir giró en elrecodo. Notándose más agotada de loque creía se apoyó en la pared y con unligero mareo su estómago expulsó

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violentamente su contenido. Las náuseaspodían empezar a hacerse másfrecuentes, pero bajo ningún conceptoquería que se convirtieran en unobstáculo para lograr la libertad quetanto deseaba junto a su esposo. Nosabía cuánto tiempo podría mantenerloen secreto, pero intentaría por todos losmedios que fuera el máximo posible.

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H

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Día 22 del mes de Nisán. Año 30.Sabbat. (Sábado, 15 de abril)

abían corrido todo lo que podíanpero se les echó el Sabbat encima.

Pacomio solo tenía una explicación paralo ocurrido: aquella vieja les habíamentido. ¿Cómo había podido ser taningenuo? Había quedado ante los demáscomo un inepto. Y si a eso le añadía que

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al llegar por la noche a la pequeñapoblación les fue imposible encontraralojamiento, ya que todos sus habitantesse hallaban recogidos celebrando lallegada del día de descanso, pasar lanoche al raso no hacía más que añadircongoja a la situación.

A la mañana siguiente se le sumóun dilema. La Ley de Moisés lesobligaba a guardar el día de reposohasta la aparición de tres estrellas en elcielo por la noche. Estaban convencidosde que hacerles llegar hasta allí no eramás que una excusa para alejarles delparadero real de Jesús. Eso les

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convencía de que sus suposiciones noeran equivocadas. Si Jesús estabamuerto su cuerpo no debía estar lejos, ysi por algún misterioso motivo aún vivíaprobablemente estarían más cerca de élde lo que pensaban. Seguramente seríaayudado por allí por donde pasara. Esoexplicaría el comportamiento de lavieja. Pero si observaban rigurosamentela Ley perderían un tiempo muyimportante que podría hacerles perdersu rastro. Dedicaron buena parte de lamañana a discutir sobre la convenienciade olvidarse de los ritos por una causatan justificada. El único dispuesto a no

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respetar el día sagrado aceptando susconsecuencias fue Zaqueo, desesperadopor salir cuanto antes de aquella trampa.Pacomio repasó detenidamente lasopciones que tenían. Él sabríaconvencer al Sumo Sacerdote de que eranecesario transgredir el precepto Divinopor el bien de la comunidad en caso deque llegara a enterarse. Con el apoyo deZaqueo se vio autorizado para iniciar deinmediato el camino de vuelta sinimportarle demasiado la opinión deCrispo y Miqueo, que protestarontemerosos por las consecuencias. Fueinútil. Pacomio estaba decidido a

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arriesgarse y arrastrar consigo a quienhiciera falta con tal de conseguir suobjetivo. De nada sirvieron las quejas.A la hora quinta y cuando el solempezaba a calentar, tomaron rumbo a laribera del Jordán donde esperabanreanudar la búsqueda del galileo. Peroaunque el grupo volvía a caminar unido,había surgido entre ellos una fisura quecon el paso de los días sería cada vezmás irreparable.

Nicodemo tuvo que trabajarse afondo al posadero para que lespermitiera quedarse también esa noche.

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Ya había apalabrado el aposento a otrosviandantes, y éstos no se lo tomaron muya buenas cuando tuvieron que buscarotro sitio donde pasar la noche. El hechode tratarse de un sacerdote y la generosapropina que depositó en sus bolsillosfueron motivos suficientes paraconvencerlo.

Haber caminado de noche losúltimos días había debilitado las fuerzasde Jesús. María se encontraba máscansada de lo que imaginó en unprincipio y el propio Nicodemoreconocía haber sobrepasado suslímites. El último día no habían

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descansado adecuadamente con laaparición de los hombres del templo,precipitando su huida a tierras másseguras. Pronto se darían cuenta delengaño, y no debían pasar por alto quetal vez en poco tiempo pudieran volver acruzarse sus caminos. Viajar de día lessupondría menor esfuerzo, pero unamayor exposición a otros peligros. Estopodría acarrearles algunos problemas,como no poder reunirse con susdiscípulos en Galilea. Debían aumentarlas precauciones, ocultándoseconvenientemente para llegar cuantoantes a su destino.

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Entregados al reposado sueño, lanoche pasó ligera y de nuevo se lanzarona los caminos cuando aún faltaba paraque amaneciera. Dejaron atrás Megidopara entrar directamente a la llanura deEsdrelón, más al norte, que marca loslímites entre Samaria y Galilea. Jezrael,abundante en viñas y olivares, dominabatodo el valle desde su colina.Amparados a la sombra de uno de loscentenarios árboles, dieron cuenta de losvíveres que aún conservaban y quealiviaron notablemente el cansancioacumulado. Alejados de los caminos,Jesús procedió a desinfectar sus heridas

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que ya mostraban mejor aspecto. Aunquelas curas le restaban un valioso tiempo,eran tan necesarias como mantenerseocultos. Los cuidados que le ofrecierantanto José como Nicodemo, y ahora suesposa, le permitieron afrontar conalgunas garantías el peligroso viaje y seroptimista sobre su éxito. Jesús, muy a supesar, no tuvo más remedio quedespertar a María para continuar eltrayecto. La vio cansada y demacrada,aunque lo atribuyó al prolongadoesfuerzo realizado. Desde el este vieronacercarse lentamente un pequeño rebañopastoreado por un hombre que no

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pareció mostrar ningún interés por ellos.No obstante, lo mejor sería largarsecuanto antes y no entablar contacto connadie. Así, se pusieron en marcha con laesperanza de que esa misma nochedescansarían en Séforis.

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P

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Día 23 del mes de Nisán. Año 30.Primer día de la semana. (Domingo, 16

de abril)

acomio y sus hombres atravesaronde nuevo el Jordán dispuestos a

acometer una nueva etapa en subúsqueda del cuerpo de Jesús. El tiempoperdido corría en su contra por lo que siquerían recuperarlo era imprescindible

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que esa misma noche llegaran a Bet-San.Si lo conseguían tendrían muchasopciones de entrar en territorio galileoal día siguiente, convencidos de que eseera el destino elegido para ocultar sucuerpo. Y si seguía vivo, el lugar idóneopara reunir de nuevo a sus discípulos.

Con los calores de la hora séptimay a pesar de que habían conseguido ungran avance, los ánimos iban decayendo.Las esperanzas de encontrar un rastroválido se diluían entre el grupo como lahumedad que flotaba en el aire. Perocuando llegaron a Bet-San mucho mástarde todo pareció cambiar.

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—Se marcharon de aquí estamañana muy temprano —les explicóaquel hombre de rostro quemado por elsol—. Al parecer, viajaban de nochepero algún problema les impidió hacerloayer.

—¿Qué problema? —leinterrumpió Pacomio nervioso.

—Aunque no llegué a verlo,viajaban con un hombre herido en manosy pies. Creo que eso les retuvo. Por suculpa no pudimos pasar la noche comoacordamos con el posadero. Vamos aJerusalén, ¿sabe? Queríamos partir hoydescansados. Pero tuvimos que

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contentarnos con los establos.—¿Cuántos eran en total?—Si no me equivoco, un sacerdote

y una mujer judía. Al herido no llegué averlo. ¿Son peligrosos?

—Más de lo que pueda parecer —exageró Pacomio—. Nos ha sido de granayuda. Sin duda son los fugitivos quebuscamos.

—Que tengan suerte. Estoscaminos se vuelven cada día másinhóspitos.

Pacomio dejó al hombre con lapalabra en la boca. Dirigiéndose algrupo, arremetió contra los hombres

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exigiéndoles un mayor esfuerzo. Estabana punto de dar con Jesús, y ahoraestaban convencidos de que seguía vivo.

—¡Vamos, inútiles! Os lo dije.Estaba seguro de que vivía —afirmóPacomio—. No sé cómo lo ha hecho,pero ha sobrevivido. Y nos estamosacercando a él, lo tenemos a menos deuna jornada. Pasaremos la noche aquí ymañana muy temprano saldremos haciaGalilea.

Los hombres se miraron sin sabermuy bien qué decir. Lo mejor era estarcallados y, bien pensado, les vendríabien un descanso. Seguirían las órdenes

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de aquel supuesto líder y dormirían unbuen rato. Mañana seguro que verían lascosas de otra manera. Pero cuandopidieron alojamiento en aquel antro seencontraron con que estaba completo.Con gran pesar aceptaron pasar la nocheen los establos. Al menos estarían acubierto. Pero lo que más les sorprendiófue que al preguntar al posadero por elsacerdote, la mujer judía y el herido quehabían pasado allí la noche aseguró queno tenía la menor idea de lo quehablaban, y si seguían haciendo tantaspreguntas tendrían que buscarse otrositio para dormir. Dándose cuenta de

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que nunca conseguirían información deaquel tipo, se quedaron a la espera deuna amanecida que les llevara a conocerlas respuestas que buscaban.

Establecida sobre pequeñascolinas, Séforis se abría ante ellosimponente, y aunque la escasa luz nopermitía contemplarla en su plenitudtodos recordaban lo hermosa que era.Según sus previsiones y totalmenteagotados, entraron en la más importanteciudad de Galilea, la que viera nacer aAna, la abuela de Jesús. Y también a sumadre.

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Administrativamente ya nopertenecía a Judea desde que HerodesAntipas, tetrarca de Galilea, convirtieraSéforis en su capital. La ciudad, concasi treinta mil habitantes, ofrecía aJesús la seguridad que necesitaba. Cadavez más cerca de su objetivo, ya se veíalejos de las garras del Sanedrín, aunqueera probable que la ambición y la ira delSumo Sacerdote no se detuvieran ni enterritorio galileo. Pero ahora lo másimportante era encontrar donde dormir.Debido a la capacidad de la ciudad y elhecho de haber dejado atrás lacelebración de la Pascua no les fue nada

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difícil conseguirlo.La posada era modesta, pero sin

ninguna duda la mejor que habíanencontrado desde que salieran deJerusalén. Pagaron por adelantado ypidieron una sencilla cena; un estofadode lentejas que acompañaron de un vinoligeramente tibio que parecía pronto aagriarse. Acabaron con unas excelentesgranadas deliciosamente dulces. Seretiraron pronto y Nicodemo, comosiempre, procedió a limpiar y curar lasheridas del Maestro, que empezaban acicatrizar lentamente.

El cansancio acumulado hizo mella

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en el grupo que, como si estuviera deacuerdo en todo, tardó en dormirse másde lo acostumbrado. Los nervios porsentirse perseguidos afloraron de golpe,y por primera vez fueron conscientes deque sentían algo parecido al miedo.

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Día 24 del mes de Nisán. Año 30.Segundo día de la semana. (Lunes, 17

de abril)

esús despertó con la primera luz deldía. No veía el momento de ponerse

en marcha otra vez, a pesar de susdificultades para desenvolverse connormalidad. Con un beso despertó a suesposa, que parecía más agotada que él

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mismo. Nicodemo abrió los ojos en elmismo instante que Jesús se inclinabapara mecerle suavemente.

—Maestro, me sorprende que yaestés en pie —dijo Nicodemo—. Es muytemprano. ¿No vas a descansar más?

—Ahora no, amigo. Estamos tancerca de nuestro destino que no debemosdescuidarnos. Vamos, limpiemos lasheridas y partamos cuanto antes.

—Como quieras, Maestro.—Despierta, María, debemos

ponernos en marcha. Esta nochepodremos descansar mejor.

Con mala gana y con aspecto de no

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haber pasado muy buena noche seincorporó lentamente del lecho yempezó a disponer para el último tramodel camino, mientras Nicodemopreparaba los ungüentos para atender lasheridas de Jesús. Parecía increíble queuna semana antes aquel hombre fueratorturado y crucificado. Sin duda algunasu fortaleza y buen estado físico le habíaayudado a mantenerse con vida. Y porsupuesto, los esmerados cuidados que elsacerdote le había proporcionadodurante todos esos días. Aparte de lasheridas de los pies que le impedíanandar con ligereza, lo que más le

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fatigaba era el dolor en las costillas, queaprisionaba sus pulmones y ledificultaba enormemente la respiración.Pero cuando llegaran a Cafarnaúm todossus esfuerzos se verían recompensados.Se reencontraría con sus discípulos, consus amigos, con sus hermanos… Lesabriría una vez más su corazón, con laesperanza de que de una vez por todasentendieran. Descansaría, se repondríade sus heridas, y podría afrontar sumisión.

A la hora segunda abandonaron susaposentos, y con el ánimo exaltadopusieron rumbo a Magdala. Al dejar

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atrás Séforis contemplaron la belleza deGalilea en primavera. La vida brotabapor cada uno de sus poros. Lirios, rosassilvestres o delfinios se arremolinabanpor los recodos de los caminos. Losnarcisos espejeaban bajo un sol que seempezaba a animar. Palomas, gorrionesy todo tipo de aves encontraban susustento fácilmente, queriendo olvidar ladura estación que poco tiempo atráshabía puesto a prueba su supervivencia.

Hacia la hora séptima llegaban aMagdala de los peces, a orillas del marde Galilea. María echó en falta poderentrar de nuevo a la ciudad que la vio

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nacer, conversar con sus vecinos, visitara sus familiares… Pero entendió que noera lo más prudente. Magdala era unapequeña y próspera ciudad. Teníabarrios de pescadores, de tintoreros, yse había especializado en la lana fría,contando en la actualidad con cerca deochenta tiendas. Bordeando la ciudadalcanzaron el impresionante acantiladode Arbel y tomaron el valle de lasPalomas para dirigirse a Cafarnaúm.

Más al norte hicieron un levedescanso para comer en la llanura deGenesaret, a orillas del Lago deTiberíades, nombre por el que también

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era conocido el mar de Galilea. Elintenso calor húmedo que a esas horashacía junto al lago hizo que se animarana seguir caminando. Precisamente esecalor hacía que en esta época del año sedesencadenaran bruscas tempestadescon tal rapidez que llegaba a sorprendera los pescadores que faenaban en ellago. Su agua dulce y su profundidadproporcionaban pesca abundante a lazona, más que suficiente para rechazarlos peces sin escamas o sin aletas,parecidos a las serpientes y prohibidospor la Ley.

El insuficiente descanso y el

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sofocante calor les hizo aminorar elpaso, y ya era casi la hora undécimacuando llegaban a Cafarnaúm. Unasensación de júbilo les inundó, y laalegría por haber conseguido lo que lespareció tan difícil hacía unos días lescausó la mayor alegría que hubieranimaginado nunca.

Les ocupó toda la jornada alcanzarNazaret. Pacomio no daba con ningúnrastro fiable que le llevara al paraderoexacto de Jesús. Por mucho que indagaranadie parecía haberle visto en losúltimos días. La aldea, de unos

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doscientos habitantes, presentaba suaspecto árido y agreste de siempre.Encerrada entre dos colinas, sus casasse distribuían en una ligera pendientesobre el zócalo del valle. Zaqueo yaempezaba a estar harto de todo aquello yde la absurda obsesión que Pacomiotenía en aquella misión. Crispo yMiqueo iban contagiándose de surebeldía y a Pacomio cada vez lecostaba más mantener el orden en elgrupo.

—Nunca encontraremos a Jesúsaquí —dijo Zaqueo—. ¡Nadie nos diránada de él!

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—Tiene que estar escondido enalgún lugar —contestó Pacomio—.Registraremos casa por casa, loencontraremos.

—No haremos tal cosa —sesorprendió Miqueo a sí mismo cuandose enfrentó a Pacomio—. Estamos hartosde esta locura. Jesús conoce como nadieestas tierras. Las ha recorrido desdeniño. ¿Cómo pretendes encontrarle? Seestá burlando de nosotros y tú lo estástolerando.

—¡No estoy dispuesto a que mehables así! —le interrumpió Pacomio—.¡Haréis lo que yo os ordene!

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—De ningún modo. Te diré lo queharemos. Nos quedaremos aquí estanoche a descansar y mañanadecidiremos nuestros próximosmovimientos.

—¿Quieres ser el nuevo jefe?Adelante, no duraréis ni un solo día eneste miserable desierto.

—Nadie quiere ser jefe de nadie—saltó Crispo—. Pero Miqueo tienerazón. Debemos descansar y mañanaveremos con más claridad qué direccióntomar. El día ha sido muy duro, estamosdestrozados, y así solo conseguiremospelear entre nosotros.

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El silencio se apoderó del grupo.Durante unos instantes nadie quisoañadir nada más. Con resignación yentendiendo que podía tener problemassi no cedía, Pacomio asintió y permitiópasar la noche allí.

En el valle, a los pies de la aldea,acamparon al raso arropados por lasestrellas. Las mismas que Jesús debíaestar contemplando desde algún puntode aquellas tierras galileas.

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Día 25 del mes de Nisán. Año 30.Tercer día de la semana. (Martes, 18 de

abril)

os hombres del Sanedrín sepusieron en marcha con los

primeros destellos de la mañanadirigiéndose a la cercana Tiberíades, laciudad fundada por Herodes Antipas enla orilla occidental del mar de Galilea.

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La fama de las fuentes termales deJammat le precedía, y tenían intenciónde reponerse en ese lugar. La poblaciónno era precisamente de lo más deseable.La ciudad fue edificada sobre un antiguocementerio, y Herodes tuvo queemplearse a fondo para conseguirpobladores permanentes porque seconsideraba impura por los sepulcros.Así que prometió tierras y casas aaquellos que tomaran residencia enTiberíades, reuniendo un buen númerode griegos, aventureros, mendigos yalgunos judíos de Galilea.

Finalmente la parada fue tan breve

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que no pudieron conocer por sí mismosla fuerte industria del vidrio que existíaen Tiberíades. Sus copas eransobradamente conocidas en todo elterritorio a ambos lados del Jordán. Allímismo decidieron que su próximaparada debía ser en Cafarnaúm, la aldearústica de gentes humildes dedicadas ala pesca donde Jesús reunió a alguno desus discípulos y donde prácticamentecomenzó sus enseñanzas. Quizá allídescubrieran qué había pasado con él, eincluso volver a encontrarle predicandoen las orillas del lago. A buen ritmo,antes de la hora décima podrían estar

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allí y sorprender al grupo del Maestro sise hallaba en la ciudad marítima.

Jesús no esperaba encontrar enCafarnaúm a José de Arimatea.Refugiados en casa de Mateo Leví, elpublicano, pensaron que sería el lugaridóneo para intentar pasardesapercibidos al menos por algúntiempo. La casa del antiguo recaudadorde impuestos seguía siendo un lugaresquivado por muchos, y eso demomento mantendría a la gente alejadapermitiendo cierta intimidad al Maestroy a su esposa.

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—Bendito sea el cielo que havuelto a unir nuestros caminos —dijoJesús, abrazándose a José—. ¿Qué hasido de ti los últimos días?

—Aún no entiendo qué ha podidopasar —contestó abrumado—. Fuiliberado sin ninguna explicación yconducido por un centurión hastaArimatea. Allí aparecieron dos soldadosde la guardia del templo y conseguíescapar. Pensé que lo mejor sería llegarhasta aquí donde quizá pudieraencontrarte.

José relató detalladamente todo loocurrido la última semana; le contó que

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el centurión romano le seguía por ordende Pilato, y posiblemente el Sanedrínestaría haciendo lo mismo. Reconocíano entender nada, pero no le cabía dudade que la mano de Dios guiaba cada unode sus pasos, de otra manera, ¿cómohabía conseguido llegar allí en suestado?

—El Padre tiene un plan para cadauno de nosotros —respondió Jesús—.Solo tenemos que descubrir cuál es.

—Pero corres peligro, ¿no lo ves?—le contestó José—. Debes seguirhuyendo o te encontrarán tarde otemprano.

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—Ahora no es el momento.Todavía no me han encontrado, ¿no escierto? Antes tengo que abrir vuestroscorazones para que podamos ser libres.Y ha de ser pronto.

—¿Cuándo, Maestro?—Mañana temprano. A la vista de

todos. Os mostraré el camino. Debe sermañana. En las orillas del lago, dondetantas veces he predicado.

—¿No será peligroso?—¿Acaso no hemos superado

peligros mayores? José, aquellos quemás peligros pondrán en nuestras vidasaún están por llegar y es cometido

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nuestro salir victoriosos como hastaahora. No temas al mañana. No vivas enel ayer. Confía en ti y en lo mucho quetienes hoy, y que ahora, en este precisoinstante, nadie te arrebatará.

José pensó en las palabras deJesús, en sus parábolas, en las palabrasde esperanza que siempre salían por suboca, y ya no dijo nada más. Ahoradebían ponerse en marcha para reunir acuantos discípulos se encontraran enCafarnaúm, ocultos, temerosos,esperando noticias de su Maestro. Jesús,como adivinando sus pensamientos, lepidió:

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—José, ¿harías algo por mí? SimónPedro y su hermano Andrés deberánestar en Betsaida. Búscalos y dales lanueva. Y que ellos a su vez se la den aJuan y a Santiago. Y a Felipe, no oscostará encontrarle. No te llevará muchotiempo. Mi madre y Tomás vendrán abuscarme. Bartolomé y Simón podríanestar en Caná. Enviaré a buscarles.Puede que lleguen a tiempo. Santiago yJudas quizá estén aquí. Nicodemo lesencontrará. Debemos ser prudentes. Idcon cuidado.

Dicho esto, cada cual fue a sucometido. Mateo le sugirió que él mismo

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iría a Caná. Jesús consintió y seincorporó para ir a ver a su esposa, queaún descansaba. Para no interrumpir susueño Jesús preparó un ligero desayunoconfiando en que María despertaríapronto. Cuando Jesús se acercó a ellacon un cuenco de leche en la mano lecostó más de lo esperado conseguirlo.Lentamente María se alzó del lecho,pero cuando percibió el aroma de laleche caliente su cuerpo reaccionóhaciéndole sentir repugnancia y vomitósobre su esposo lo que parecíaimposible que antes hubiera podidoestar en su estómago. Jesús se alarmó,

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retiró el cuenco de leche y se reclinósobre María, que parecía no tenersuficiente con lo que había arrojado porsu boca. Le cogió las manos, las besócon dulzura, e instintivamente las posósobre su vientre. Le sonrió, y María loabrazó con todas sus fuerzas sinacordarse de los restos de vómitos quele cubrían, haciendo que los pútridosrestos se esparcieran entre sus ropas y elcatre que ocupaba. El resultado no pudoser más repulsivo, pero la pareja reíacomo si fuera lo último que harían en lavida.

—¿Desde cuándo lo sabes? —le

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preguntó María.—No lo sabía. Lo intuía. Tu cuerpo

insinuaba lo que tú intentabas disimular,y hoy, al tocarte, la he sentido porprimera vez. Porque estoy seguro de queserá una preciosa niña. Debistedecírmelo. Me siento culpable dehaberte arrastrado tras de mí.

—Tenía que hacerlo. Te hanapresado, te han torturado, te hancrucificado. ¿Cómo hubiera sido sitambién hubieras sabido lo que estabaengendrando en mi interior? Y despuésla huida. Tenías que desaparecer. ¿Quéclase de esposa sería si te hubieras visto

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obligado a cuidar de mí? Debía liberartede esa carga, era mi obligación. Quizáfui una egoísta, pero no soportaba vertesufrir más. Perdóname si he obrado mal,esposo mío, pero bien sabe Dios quesolo lo hice por ti.

—Chss, tranquila, cálmate, elegoísta he sido yo. Hasta ahora solo hepensado en mí. Sé que hiciste lo que temandó el corazón y no debesatormentarte por ello. Ahora, descansa.Pero antes, vamos a lavarnos, nos hemospuesto perdidos —dijo Jesús sonriendomientras se separaba de María, sin darsecuenta de que tras él su madre había

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sido testigo de la conversación.

Cafarnaúm se extendía a lo largode la ribera del mar de Galilea. Era unaaldea muy modesta, de no más de milhabitantes, donde se mezclabanagricultores, comerciantes, artesanos enla fabricación de utensilios de piedra,arcilla y vidrio, pero sobre todopescadores, de donde provenía lamayoría de los recursos económicos.Desprovista de murallas, una ampliacalle la cruzaba de norte a sur, de la quesurgían a ambos lados pequeños barriossurcados por numerosas calles

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transversales sin ningún tipo de orden.Las viviendas se disponían en torno agrandes patios interiores y no existíanpavimentos de piedra ni agua corriente.Había una pequeña guarnición militardestinada a tener controlada aquellapoblación que reunía tantas etniasdiferentes.

Pacomio llegó a la ciudad cuandoya se extinguían las últimas luces deldía. Estaban convencidos de que allíencontrarían a aquel que consiguióeludir a la muerte y que perseguíandesde Judea. La ciudad, acostumbrada arecibir comerciantes procedentes de

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cualquier parte, era pródiga enalojamientos para atender a los viajeros,pero debían procurarse uno cuanto antes.Se apresuraron en alcanzar un acuerdocon el posadero para librarse cuantoantes de los tediosos trámites y poderechar un primer vistazo por la aldea.Quedaba muy poco para la noche y nohabía tiempo que perder. Como sin darleimportancia, le pidieron que les indicaradónde podrían encontrar a alguno de losseguidores del que hasta hacía tan pocopredicaba por las orillas del lago.«Creo que Jesús era su nombre», ledijeron.

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—Preguntad en casa de Mateo —contestó el posadero—. Era recaudadorde impuestos hasta que conoció a sumaestro. No tiene muchos amigos poraquí. Se le ha vuelto a ver por losalrededores.

—¿Cómo daremos con ella? —preguntó Pacomio.

—Es fácil, es una de las pocascasas pudientes de la ciudad. No sé siaún la conserva, pero seguramente allíos dirán algo. La encontraréis apartadade los barrios pobres, muy cerca dellago. Debéis pasar la sinagoga y girar ala izquierda en el primer cruce de

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caminos. Daréis con ella a unos treintacodos.

—Gracias, amigo. Cenaremos algoa la vuelta —añadió Pacomio rudamente—. Vamos, tenemos que encontrar a eseMateo.

Las claras indicaciones lesllevaron a su destino sin ningunadificultad. Pero una vez más, la casaestaba vacía. Sin ningún miramientodestrozaron la puerta y se colaron en suinterior. Había señales de que la casahabía estado ocupada hasta hacía muypoco. Probablemente sus ocupantesvolvieran esa misma noche. Echaron a

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suertes quien se quedaría de guardiahasta que apareciera Mateo o cualquieraque pudiera facilitarles información.Miqueo, con desgana, se plantó ante lacasa deseando que la espera fuera lomás breve posible. Le fastidiaba tenerque permanecer allí hasta que alguiendecidiera aparecer.

—Nosotros buscaremos por laciudad —le tranquilizó Pacomio—. Siantes de la primera vigilia no haaparecido nadie, vuelve a la posada.

—No pienso hacerme de rogar —contestó Miqueo—. No voy a quedarmeaquí toda la noche.

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—Utiliza tu espada si fueranecesario. Son hombres peligrosos.

—Vamos, largaos ya, tenemos queacabar con esto cuanto antes.

Los tres hombres se dieron lavuelta para volver a internarse en laaldea. Después de girar en la sinagogaperdieron totalmente de vista a Miqueo.Éste, que no estaba dispuesto a aguantarmucho tiempo en aquella situación, sesentó sobre un cachopo de palmera queestaba tirado junto a la casa, sin advertirque alguien le observaba desde lacreciente oscuridad.

No tardó demasiado en cansarse de

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estar sentado y decidió dar unos pasospor la entrada de la casa. La noche seiba cerrando, y él ya estaba pensando enel momento de largarse de allí.Seguramente ese tal Mateo o cualquieraque allí viviera no volvería esa noche.Era una tontería permanecer más tiempoesperando para nada. Mentalmente ibaconvenciéndose de que no adelantaríanada quedándose más tiempo a pesar delas órdenes de Pacomio. ¿Y quién eraPacomio para darle órdenes a él? ¡Élmismo se creyó con poder suficientecomo para mandar sobre el resto! Y lohabía dejado allí solo mientras a él lo

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acompañaban dos hombres. ¡Un cobardees lo que era! Y los otros unos tontospor hacer caso de sus caprichos. Lotenía decidido. Se iría de allí cuantoantes para refugiarse en la tranquilidadde la posada junto a sus compañeros.Pero, ¿haría bien? Tenían una misión,debían encontrar al galileo. No podíaabandonar su puesto. Su cabeza le decíaque debía cumplir con su obligación,por eso el Sanedrín había confiado enellos, y aquel absurdo cometido nofracasaría por su culpa. Pero en sucorazón había miedo. Miedo a aquellasoledad que le invadía, a la oscuridad

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que se cernía sobre él, y sobre todo aaquellos hombres que harían lo quefuera necesario para proteger a suMaestro. O al menos eso era lo que lesdecía Pacomio.

Absorto en sus pensamientos, lasombra que le observaba fueacercándose lentamente protegida por laoscuridad que cada vez era másimpenetrable. El leve susurro de unospasos a sus espaldas le hizo girarse enel mismo momento en que la hoja deafilado acero le separaba la cabeza deltronco. Lo último que vieron susaterrados ojos fue el rostro de la muerte

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y el viscoso fluido escarlata que loinundaba todo cuando dejó de respirar.

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L

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os soldados del Sanedrín seadentraron de nuevo entre las

callejuelas de Cafarnaúm. Buscaríancasa por casa a los seguidores de Jesús.Dejando atrás la pequeña sinagoga,enfilaron por la segunda calle que lessalió al paso, más ancha que la primera.Giraron a la izquierda y multitud depequeñas arterias partían a ambos ladosde ésta. Volvieron a girar a la derecha

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por la primera callejuela escasamentealumbrada por las tenues lucesprocedentes de las lamparitas de aceitedel interior de las casas, cuyas ventanasbajas no permitían ver su interior. Trasrecorrer no más de veinte codostorcieron a la izquierda, buscando algúnacceso a cualquiera de las viviendas. Enese instante tropezó con ellos un hombrede tez pálida que les miró el tiemposuficiente como para temerles.Rápidamente giró sobre sus pasos yhuyó a toda prisa. Sorprendido, Pacomiono reaccionó de inmediato, pero cuandolo hizo se lanzó a la carrera tras él.

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El hombre, sin mirar atrás, corríadesesperado por los callejones. Girópor uno de ellos hacia la derechaaumentando la distancia con susperseguidores. Pacomio corría tras élgritándole que se detuviera, pero cadavez lo tenía más lejos. Conocía aquelloscallejones mejor que ellos y eso le dabacierta ventaja. Volvió a girar a laderecha para tomar ágilmente el callejónque aparecía a su izquierda. Aquí laoscuridad era total, y los soldados yaestaban desorientados.

—¡Detente! ¡No te servirá de nadacorrer! —seguía gritándole Pacomio—.

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¡Tarde o temprano os atraparemos,acabaremos con vosotros!

Los tres hombres, bañados por laoscuridad, perseguían a una sombracada vez más lejana. Cuando giró denuevo a la derecha se encontraron contantas ramificaciones de callejuelastransversales que se abrían en todasdirecciones sin ningún orden establecidoque se vieron definitivamente perdidos.Ni rastro del perseguido. Podría habertomado cualquier dirección, y en esepunto ni siquiera sabían exactamente enqué parte de la ciudad se encontraban.

—Nos separaremos —ordenó

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Pacomio—. Zaqueo, sigue recto. Crispo,toma el callejón de la derecha. Yoseguiré por la izquierda. Atrapadlo,haced lo que sea necesario para que nosdiga donde está su Maestro. Utilizadcualquier método, y después matadlo.Esta noche debemos dar con él. Siconseguimos salir de aquí nosencontraremos en la posada. ¡Rápido, nohay tiempo que perder!

Inmediatamente cada cual tomó sucamino corriendo como poseídos.Pacomio, sin ver más allá de un palmode su nariz, redujo la marcha a casi unpaseo. Temeroso, desenvainó su

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pequeña espada y la agarró fuertementesintiéndose así más seguro. Avanzó porel callejón hasta que a unos veinte codoscomprobó que no tenía salida.Acostumbrando sus ojos a la oscuridad,dio media vuelta para volver atrás y surostro tropezó con una cara que leresultó familiar aun con las dificultadesque le ocasionaba la cerrada oscuridadque lo envolvía.

Allí estaba. Plantado ante él. Notardó en reconocerlo. Pero más quealegrarse se vio asaltado por un pánicoatroz. El pánico que le ocasionó sentircómo una poderosa espada le atravesaba

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el corazón y se lo partía en dos. Y si eldolor inundó todo su ser cuando aquelarma entró en su cuerpo, fue aún másdoloroso sentir cómo salía mientrasgiraba sobre sí misma. Entonces dejó desentir. Su vida se escapó junto alreguero de sangre que su cuerpo ibasoltando cuando cayó pesadamente atierra.

La vida no era nada lujosa enCafarnaúm. Las casas privadas estabanconstruidas con bloques de basalto quese reforzaban con piedra y barro. Aunasí, los muros no eran suficientemente

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resistentes como para soportar el pesode otro piso, aunque sí un tejado. Unespeso lecho de juncos era soportadopor vigas de madera que se cubría conbarro apisonado proporcionandoaislamiento y evitando la humedad. Eranoscuras y con suelos desnivelados. Lasventanas eran bajas, y las habitacionesse distribuían alrededor de un gran patiocomunitario donde estaban los hornos ylas piedras de moler el grano. En estepatio abierto había peldaños de maderaque se incrustaban en las paredes parasubir a la terraza, que servía desecadero de pescados o frutas y a veces

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incluso como zona para jugar los niños.La sencilla cocina solía estar

repleta de cazuelas, pucheros o cántarospara el agua, y jarras, tazas y cuencoshechos a mano. En la habitación central,un hoyo en el suelo que hacía de braserodonde se quemaba carbón a leña, era lapobre iluminación del interior. A sualrededor, Jesús junto a su esposa y sumadre, acompañados de Mateo,Nicodemo y los hijos del Zebedeo sedisponían a dar cuenta del corderoespeciado que con tanto cariño la madrehabía preparado cuando alguienirrumpió bruscamente en la pequeña

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estancia.—Nos han encontrado, Maestro —

fue lo primero que pudo decir Felipecasi sin aliento—. Soldados delSanedrín. Me he encontrado con ellos.Les he despistado por los pasadizospero no tardarán en dar con nosotros.

Sobresaltados, se alzaron alunísono y Jesús se dirigió al discípuloposando suavemente la mano sobre suhombro.

—No tienes de qué preocuparteesta noche, amigo. Después de todo loocurrido, ¿a quién se le ocurrirábuscarnos en casa de un zelota?

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—Pero mañana estarás expuesto ala vista de todos —le recordó Felipe.

—No temas por lo que aún no haocurrido. Hazme caso y siéntate connosotros.

La casa, desocupada hasta esamisma noche, pertenecía a un zelotaamigo de Jesús que seguía escondido enalgún lugar de Siria desde que consiguióescapar de los romanos tras lasnumerosas rebeliones que habíaprotagonizado junto a otros insurgentes.Se había convertido para Jesús en unlugar de recogimiento que muy pocosconocían.

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El reducido grupo acabó ladeliciosa cena y mientras las mujeresrecogían los restos, Nicodemo continuócon sus habituales curas de las heridasde Jesús, que cicatrizaban con rapidez yque cada vez presentaban mejor aspecto.

Uno a uno fueron retirándose adescansar, esperando el final de unanoche que concluiría con el reencuentrode amigos, discípulos y conocidos quedeberían tomar decisiones que lesafectaría para el resto de sus días.

Zaqueo no sabía dónde seencontraba. La oscuridad impenetrable

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de las callejuelas hacía inútil cualquierintento de dar con aquel hombre. Inclusosalir de aquella enmarañada encrucijadase hacía cada vez más complejo.Perdida totalmente la noción del tiempoy del espacio, luchaba por encontrar unasalida del laberinto en que se habíaconvertido aquella maldita ciudad. Lassombras dibujaban misteriosas siluetasimaginarias que le perseguían y de lasque no conseguía escapar. Ladesesperación por salir de allí se ibaconvirtiendo en locura que, a medidaque pasaba el tiempo, se convertía enterror. Consciente de que no era una de

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sus virtudes, el escaso valor que poseíase escapaba por cada uno de los porosde su piel. Según avanzaba la noche sustemores iban creciendo, y la seguridadde que no lograría encontrar la salidahasta la llegada del nuevo día leenloquecía cada vez más. Derrotado, sedejó caer en el suelo esperando que losprimeros brotes de pajiza luz desgastarauna noche que se estaba haciendo eterna.

Al girar a la derecha, Crispocomprobó que el callejón que habíatomado se curvaba y avanzaba endiagonal hasta la siguiente bifurcación.

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Al llegar a ésta, optó por seguir rectosiguiendo una tenue luz que casi a rasdel suelo le sugería que por allíencontraría vida. No había andado másde dos codos cuando ésta se apagó. Alllegar a su altura se dio cuenta de que setrataba del respiradero en la antecámaradonde se amontonaba el ganado en unade las casas, y que el propietario seacababa de acomodar para pasar lanoche. A tres palmos, una calle másancha irrumpió ante él, y sin dudarlo seadentró en ella. Siguió la frágil luz quele llegaba del fondo, mientras la callejase iba ensanchando a cada paso. Al

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final, la calle se abrió a un espaciodonde se alzaba la pequeña sinagoga.Después de tantas vueltas, estaba otravez al principio. Ese nuevo imprevistolo descolocó, pero pensó que lo mejorsería acercarse de nuevo a la casa deMateo para hacer compañía a Miqueo.

Al llegar a ella le pareció que todoestaba demasiado tranquilo.Familiarizándose otra vez con laoscuridad como tantas veces habíahecho esa noche, buscó por losalrededores de la casa cualquier indiciode que pudiese estar ocupada. A pocospasos vio un bulto tendido en el suelo, y

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pensó que su compañero se habíaquedado dormido. Se acercó extrañadopor la incómoda posición que habíaadoptado, pero al zarandearlo paradespertarlo descubrió espantado queaquel cuerpo inerte había perdido sucabeza, aunque no cabía duda de que setrataba de Miqueo. Fuera de sí, huyó deaquel lugar temeroso de que el culpablede aquel horror se encontrara todavíapor las inmediaciones y repitiera con élsu macabra hazaña. Corrió como norecordaba haberlo hecho en su vida, sinmirar atrás, tropezando con todo lo quele salía al paso, luchando contra la

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negrura que lo ocupaba todo, con laúnica obsesión de alcanzar cuanto antesla tranquilidad de su albergue sin pensarqué suerte habrían podido correr el restode sus compañeros.

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C

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Día 26 del mes de Nisán. Año 30.Cuarto día de la semana. (Miércoles,

19 de abril)

uando amaneció, Jesús ya seencontraba en las orillas del mar

de Galilea. Le seguía gustandolevantarse muy temprano para orar. Anteél los pescadores recorrían el mismocamino que todos los días les llevaba a

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faenar en busca de los frutos que desdetiempos inmemoriales ese mar lesofrecía. Los primeros rayos de sol sedesperezaban abriéndose aún tímidos,posando suaves gotas de pálido ámbarque pestañeaban sobre el espejo deagua, sereno y tranquilo, comoconcediendo permiso a aquelloshombres a que arrancaran de susentrañas las diversas criaturas con lasque tantas familias agradecidascomerciaban y obtenían su sustento.

La calidez de la mañana empezabaa ocupar ahora el frescor de una nocheya desaparecida, que junto a la humedad

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procedente del lago se iría convirtiendopoco a poco en el bochorno que desdeesa época del año iba a ser constante enCafarnaúm.

Jesús no se dio cuenta de que Joséde Arimatea había llegado y se sentaba asu lado, no queriendo molestarle en susoraciones. Cuando notó su presencia,abrió los ojos y esperó a que le hablara.

—Maestro, vengo a despedirme —le dijo suavemente.

Jesús esperó un leve instante antesde contestarle.

—¿A dónde piensas ir?—Cruzaré el Gran Mar2. Enseñaré

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tu palabra a los francos. Todavíaconservo algunos familiares allí.

—Es colonia romana —le recordóJesús.

—Temo más a la Ley que ata a loshombres que a los romanos. No seguirésiendo cómplice. Y aquí me buscan, nopermitiré que esa sea una carga para ti.

—Aprecio tus palabras en lo quevalen. Siempre estaré en deuda contigo—y haciendo una pausa, añadió—:¿Cuándo piensas marcharte?

—No antes de escucharte porúltima vez. Me despido de ti ahora. Tedeseo lo mejor, Maestro.

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Y levantándose ambos,permanecieron abrazados largo rato.José se retiró lentamente mientras seacercaban la madre y la esposa deJesús. Unos pasos por detrás llegabaTomás, precediendo a Felipe que seaproximaba con los hijos del Zebedeo.

Los pescadores, que ya trajinabanen sus asuntos, veían cómo al pequeñogrupo que se estaba formando no muylejos de ellos se iban sumando másmiembros. Alguno, al fijarse mejor yreconocer allí al rabino, se acercó. Losjornaleros que acudían a su cita diariacon sus tierras se paraban al comprobar

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que Jesús había vuelto. Dos esclavosjudíos, uno con una sencilla telaenrollada alrededor del cuerpo y una desus puntas doblada por encima delhombro, y el otro simplemente con untaparrabos, también se acercaronanimados por su amo.

Poco después aparecieron SimónPedro y su hermano Andrés. Un pastorcon sombrero de paja se unió a ellosmovido por la curiosidad. No tardaronen incorporarse Santiago y su hermanoJudas. Ya había tanta gente congregadaalrededor del Maestro como dedicada asus quehaceres cotidianos.

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La luz del sol ya llenaba cadarecoveco de la caldeada tierra queempezaba a arder bajo los pies de lamultitud cuando llegó Bartolomé ySimón el cananeo que, al igual que losdemás, abrazaron y besaron al Maestro.Incluso se presentaron los hermanos deJesús, y hasta Máriam y Salomé, que nopodían faltar llenas de júbilo alreencuentro con su hermano. Nicodemofue de los últimos en llegar, y seacomodó juntó a José de Arimatea, algomás alejados del grupo. Un henchidoregocijo acompañaba a la muchedumbre,que nunca hubieran esperado volver a

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reunirse de nuevo con el Maestro.

Apenas despuntó el alba, Zaqueose movió entre los callejones para salircuanto antes de allí. La luz delamanecer, aunque débil, era suficientepara que después de varios intentos yequivocaciones lograra abandonar suencierro. Consiguió dejar atrás lamaraña de entrelazadas calles y corrióhasta la posada. Solo encontró a Crispoque, nervioso, no conseguía hacerseentender. Estaba horrorizado y por másque intentaba calmarlo era imposible.No le encontraba sentido a lo que decía,

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y Zaqueo se mostró preocupado al nover al resto de compañeros. Totalmenteabatido, Crispo relató lo vivido la nocheanterior y cómo había huido sin tenerninguna noticia de Pacomio. Ahora másque nunca sabían que sus vidas corríanpeligro, y debían ser muy prudentes a lahora de dar los siguientes pasos. Loprimero que debían hacer era encontrara Pacomio, pero en la encrucijada deaquella ciudad les iba a resultartremendamente difícil.

Más calmados, salieron de suaposento dispuestos a retirar el cuerpode Miqueo. Recorrieron el camino

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conocido hasta la pequeña sinagoga ytorcieron hacia la casa de Mateo. Nopodían creerlo. Allí donde reposara elcadáver de su compañero no había nada.Ni rastro del crimen cometido. ¿Quéestaba pasando en aquel maldito lugar?Los muertos desaparecían y acababandeambulando entre los vivos. Quienfuera que hubiese acabado con la vidade Miqueo se había cuidado de hacerlodesaparecer, siendo muy meticulosoincluso con la limpieza de la sangre,borrando todo rastro que pudieracomprometerle.

Era inútil seguir buscándolo en

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aquel lugar, ya nada podían hacer por él.Pero sí por Pacomio. Debían encontrarleantes de que fuera demasiado tarde.Sería mejor permanecer juntos;separados se lo pondrían más fácil aquienes les perseguían. Proseguiríanjuntos y buscarían bajo cada piedra deaquella tierra empeñada en destruirles.Buscaron por casi todos los rincones.Preguntaron, entraron en casas,volvieron a la posada, sin resultado. Selo había tragado la tierra. Pacomio habíadesaparecido como desapareció elcuerpo de Miqueo.

Aunque no era el momento idóneo,

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repararon en que no habían probadobocado desde el día anterior. Estaban enel lugar donde mejor pescado se podíaconseguir, por lo que optaron por daruna vuelta por el lago y comprobar porsí mismos la fama de que gozaba aquelmanjar que sus aguas proporcionaban.

La actividad a esa hora de lamañana en los alrededores del lago eraextraordinaria, pero les llamópoderosamente la atención el bullicio degente que se arremolinaba hacia la partenorte del mar y que tomaban asientoformando un semicírculo en torno aalguien al que no distinguían. Se

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acercaron, curiosos, imaginando que setrataría de algún afortunado a quien se lehabía dado bien la mañana. Hasta quecomprobaron que aquel lugar no dejaríade sorprenderles cuando confirmaronqué era lo que captaba el interés de tantagente.

José y Nicodemo, desde suposición tras la última fila que rodeabaal Maestro, vieron acercarse a dossoldados del templo. Después delcuidado y las precauciones que habíantomado durante los largos días detrayecto, al final los habían encontrado.

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Pero eso no parecía importarle a Jesús,de otra forma no se habría expuesto alpúblico tan descaradamente. Jesús nuncadejaba de sorprenderlos. ¿Qué pretendíaahora? Con su actitud seguíaprovocando recelos, y aquellos que yalo intentaron una vez no pararían hastaque consiguieran matarle. ¡Pero él semostraba tan tranquilo!

Una pequeña patrulla romana seacercaba por otro extremo. Los hombresdel Sanedrín parecían dudar ante lapróxima presencia de los romanos, perofinalmente se acercaron a ellos. Demomento los sacerdotes habían pasado

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desapercibidos, pero la cosa se estabaponiendo fea. De alguna forma quisieronavisar al Maestro de lo que acontecía, ypoco a poco fueron integrándose en elgrupo con la intención de quedar máscerca de él. Desde su posición, másocultos que antes, observaron cómoconversaban la patrulla romana y laguardia del Sanedrín, dirigiendo fierasmiradas en la dirección en la que seencontraba Jesús. En un momento dadose separaron y los dos hombres seacercaron más a la congregación,mientras la patrulla romana quedabaalejada, observando, sin la menor

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intención de actuar. José y Nicodemoquedaron de momento más tranquilos,aunque no dejaban de reparar en losmovimientos de unos y otros. Desde ahítenían más cerca a Jesús y su posiciónles permitía ver sin ser vistos. Jesús,sentado junto a su esposa y su madre,era observado atentamente por sus másfieles discípulos, aquellos quepredicaron junto a él por todo Galilea,los que le siguieron hasta Jerusalén apesar de sus ruegos de que no eraseguro, los que vieron horrorizadoscómo su Maestro era torturado, losmismos que se asustaron y se

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escondieron cuando fue crucificado.Más atrás, gentes de toda condición yoficio, judíos, gentiles, tullidos, gentessencillas que tantas veces acompañarona Jesús en sus enseñanzas ydisertaciones y que una vez másdeseaban con toda su alma que sedirigiera a ellos.

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nos pasos más atrás de losdiscípulos, un mercader que se

encontraba en el lago se abría paso entrela animada multitud, quedando muycerca de Jesús. Se observaronbrevemente, y cuando aquél bajó lamirada, el galileo se alzó y comenzó ahablar.

—Quizá a alguno de vosotros ossorprenda verme de nuevo. Tal vez

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muchos no lo esperaban. Otros quizá seaflijan por ello. Y hasta es posible quelos haya que lo esperaran y desearan.Pero hoy estoy aquí por unos y porotros. Porque el reino de Dios está aquíy ahora, entre todos nosotros. Pero sureino no es de este mundo, porque noocupa superficie sobre la tierra ni sepuede medir. Su reino es el del Amor, yestá en el interior de cada uno devosotros, forma parte de todos, entra porvuestra piel y vuelve a salir paracontagiaros de su amor eterno eincondicional. Y su único mandamientoes que os améis unos a otros, como yo

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os amo. Tantas veces habéis oído sinescuchar a este manso y humilde decorazón y hoy entenderéis lo que vuestrojuicio se ha negado a admitir. Hoy osdespojaréis del disfraz que los sigloshan tejido sobre vuestra piel y que caeráa vuestros pies para que de una vez portodas os sintáis libres. Benditosaquellos que me llamasteis bueno, masdebo rechazar tal halago, pues solo elPadre es bueno. Solo el padre que ama asus criaturas y es cuidadoso con ellaspuede ser llamado bueno. Noentendisteis mi mensaje de amor, deverdad, de justicia y de paz. Murió

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envenenado por aquellos que temen quesus licencias se extingan y veanmermadas sus inmoralidades, adulterios,robos, perversidades, ofensas, injurias,fraudes, codicias y hasta homicidiosperpetrados en nombre de Dios, al quedicen honrar con sus palabras pero nocon sus actos, y al que sus semejantesimpiden buscar. Hoy ese mensaje serátan real en vuestros corazones que oshará más fuertes de lo que hayáisimaginado nunca.

—¡Los romanos nos oprimen consus impuestos! —gritó alguien entre elgentío.

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—¡Y con sus hostilidades! —añadió otro.

—Hay quienes imponen cargas máspesadas —explicó Jesús—. Guardaosdel fermento de los fariseos y saduceos.Nuestros jefes religiosos nos desasisteny nos arrojan a la impotencia, a ladesesperanza y también a la pobreza.Los que se llaman nuestros pastores noson más que ladrones y bandidosasalariados carentes de amor. Noreconozco a los intrusos de un imperioque imponen sus reglas a golpe deespada, pero tampoco a los queirrumpen en nuestros corazones a golpe

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de desprecio. No es su cometidosometernos como lo hacen los romanos,sino librarnos de su yugo. Pero estánciegos de codicia y no atienden más quea los intereses de sus prominentesbarrigas. Y a eso he venido yo. ¡Aquitaros la esclavitud de la Ley! Alibrarnos de la Torá que se aferra y nossigue más allá de la muerte. El esclavosolo aspira a ser libre sin envidiar lapropiedad del amo. Pero el hijo seasigna a sí mismo la herencia del padre.

—Pero Maestro —interrumpióFelipe—, ¿qué vamos a heredar de estemundo?

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—¡La soberanía del amor! —contestó Jesús de inmediato.

—¿Es semejante a la soberanía deDios? —quiso saber Felipe.

—¡Es sumamente mejor, y almismo tiempo parte de ella! —Felipe lemiró confundido—. Es como la semillade mostaza, la más pequeña de todas lassemillas. Pero si cae en tierra fértilproduce una gran planta que da refugio alos pájaros del cielo. Solo el amorgeneroso romperá las cadenas. Ama a tuhermano como a tu alma, protégelocomo las pupilas de tus ojos. Y así losmansos heredarán la tierra.

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—¿Pretendes que también amemosa los que nos oprimen? —preguntóextrañado Tomás.

—¿Qué hay de malo? —lepreguntó a su vez Jesús—. Lo mássencillo es amar a quien noscorresponde, pero todo sacrificioobtiene su recompensa. La luz con laoscuridad, la vida con la muerte, laderecha con la izquierda… Soninseparables. Por lo tanto, ni es bueno lobueno ni son malos los malos, como lavida no es vida sin la muerte. No esnecesario que pongas la otra mejilla,basta con apartarte la próxima vez.

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Estad en armonía con la naturaleza, y susabiduría será bálsamo para el espíritu.De las cadenas de los romanos nosocuparemos cuando estemos preparados.No cometeremos los mismos errores.Los corregiremos y aprenderemos deellos.

—¡No pienso compartir mi amorcon los romanos! —y la multitud rio anteaquella afirmación.

—Lo que es nacido de la carne,carne es; lo que es nacido del espíritu,espíritu es. ¿Aún no lo entendéis?Desprendeos primero de las atadurasdel espíritu, y las cadenas de la carne

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caerán después. Un burro caminó cienmillas alrededor de una piedra. Cuandose desató se encontró a sí mismo en elmismo lugar. Del mismo modo que haypersonas que andan y andan pero nollegan a ninguna parte. Al anochecer, nodivisan ni ciudad ni pueblo ni creación.¡Se han esforzado en vano losdesdichados!

—¿Quieres decir que no podremosser libres hasta que nuestros corazonessean puros? —preguntó Juan.

—Tú lo has dicho —afirmó elMaestro—. En nuestros corazones solodebe haber sitio para el amor. Y el amor

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empieza por uno mismo. Ese es el únicomodo de amar a tu hermano, a tu vecino,y hasta a tu adversario.

—Pero acabas de despreciar anuestros jefes religiosos —intervinoSimón llamado Pedro—. ¿Cómo sepuede ofender y amar al mismo tiempo?

—Yo no ofendo a nuestros líderes,mas su falta de amor al prójimo nosempuja a la indiferencia y a la desidia.¿Acaso no son inmorales, perversos,codiciosos y bandidos? ¿En ningúnmomento habéis pensado esto que osdigo? El odio engendra odio, y el amorlleva al amor. Y esto es lo que debemos

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cambiar, empezando por uno mismo. Nopretendáis que alguien os estime si eldesprecio asoma a vuestros ojos.

—Es muy difícil la tarea que nosencomiendas —dijo Tomás—. ¿Pordónde empezaremos? ¿Quién nosguiará?

—Si un ciego guía a un ciego, losdos caen juntos en un hoyo —contestóJesús—. La respuesta la encontraréis envuestro interior. Nadie llega a la verdadsino a través del amor. Y para eso hevenido al mundo: para dar testimonio dela verdad. El que oye mi palabra, laverdad escucha.

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—Maestro, dinos cómo se hará tuvoluntad —quiso saber Santiago elmayor.

—Para conocer el fin hay quedescubrir el origen. Pues en el lugardonde existe el origen, allí existirá elfin. Vosotros ya conocéis el origen.Salid y difundid el fin. Y cuando oréis,no seáis como los hipócritas, porque aellos les gusta ponerse en pie y orar enlas sinagogas, o en las esquinas de lascalles, para ser vistos por los hombres.Orad en secreto en cada rincón delmundo conocido. Entrad en cualquierterritorio a compartir vuestro mensaje,

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viajad por las regiones. Y donde osreciban, comed lo que os pongan frente avosotros, y cuidad de los enfermos entreellos. Aunque sea en sábado. No porello violaréis la Ley de nuestros padres.¿O negaréis la ayuda a un necesitadosolo por guardar el día de reposo? Loque salga por vuestra boca es lo que osprofanará. Este es mi único mensaje:amaos los unos a los otros como yo oshe amado. Y decid sin temor que yo hedicho delante de todos que en esoconocerán que sois mis discípulos: si ostenéis amor unos a otros.

Jesús volvió a sentarse, como

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queriendo demostrar que ya había dichotodo lo que tenía que decir. La multitudmurmuraba sin terminar de entender deltodo qué quiso expresar el Maestro.Poco a poco fueron alejándose. Unos seacercaban a Jesús a hablarle, apedirle… Otros volvían a susquehaceres cotidianos, conmovidos porla reaparición del Maestro y susenigmáticas palabras. Detrás del todoJosé, confundido entre la gente, miródesde lejos al Maestro por última vezmientras desaparecía en el horizonte.Nicodemo, más confiado, se acercó aJesús que seguía envuelto por sus más

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leales discípulos. La patrulla romanapermanecía vigilante, inerte en el mismolugar. Los hombres del Sanedrínesperaban impacientes cualquieracontecimiento, pero se manteníanpasivos hasta ahora. Y entre todos, unafigura desconocida se fue aproximandohasta quedar junto al Maestro.

—La admiración que causas entretus seguidores sobrepasa todo lo quehabía escuchado sobre ti —le dijo—.Pero, ¿realmente crees que estánpreparados para tus palabras?

—Lo estarán, si saben diferenciarlas palabras del corazón en lo que valen

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de las de sus estómagos —le contestó.—Perdóname, Maestro, yo te

conozco, en cambio tú a mí no. Soy DionCoceyo, un humilde mercader sirio alque le gustaría conocerte mejor.

—Esta noche serás bienvenido ami mesa. Dime, ¿dónde podremosencontrarte para que nos acompañes?

—Me honra tu invitación y no ladesprecio —le contestó el mercader—.Me encontraréis a la puesta del sol eneste mismo lugar.

—Que así sea. Alguien vendrá abuscarte para llevarte conmigo.

Tras la breve despedida, Pedro se

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acercó a Jesús y le susurró al oído:—No le conoces. Puede ser

peligroso. ¿Por qué le has invitado?—Tus palabras vuelven a estar

llenas de dureza para con tu prójimo —le censuró Jesús—. He escapado de lamuerte. Estoy a la vista de todos; mehabéis escuchado y me habéis hablado.Será lo que tenga que ser en el precisoinstante en que ocurra. Dime, amigoPedro, en verdad, ¿a qué más debotemer?

Pedro calló no muy convencido,pero no deseaba volver a llevarle lacontraria a aquel hombre que había sido

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llevado a la muerte sin que ninguno deellos moviera un dedo por ayudarlo. Ledebía todo, y se prometió no volver aser un estorbo en sus propósitos.

Dicho esto, el grupo se fuedispersando por los alrededores dellago, cada uno a lo suyo. La patrullaromana, al comprobar que todo habíaacabado sin incidencias desapareció.Tan solo quedaron Crispo y Zaqueo, queseguían preguntándose si la muerte deMiqueo y la desaparición de Pacomiotendría algo que ver con la reapariciónpública del judío y el reencuentro consus seguidores. Dispuestos a

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averiguarlo, caminaron tras Jesús a pocadistancia, quien iba acompañado por suesposa, su madre y uno de susdiscípulos.

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ion Coceyo llegó acompañado deJuan y Felipe cuando ya el resto

de amigos se encontraban con Jesús. Nofaltó nadie a la cita: los discípulos, lamadre y la esposa del Maestro, sushermanos y hermanas, Nicodemo y aquelmercader al que acababa de conocer yque la mayoría de ellos no veía con muybuenos ojos que se hubiera sumado a lareunión. Todos recordaban cómo hacía

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tan poco, tras la celebración de laPascua, Jesús era detenido, juzgado,torturado y condenado a la Ius Gladii3

injustamente en una noche que todosquerían olvidar. Y ahora, pocos díasdespués, casi recuperándose de susheridas de cuerpo y espíritu invitaba aun desconocido a la mesa sin saber quétipo de problemas les podría acarrear,no solo a Jesús sino al resto del grupo.Pero él seguía siendo el hombremisericordioso que abría su corazón atodo el mundo sin importarle lasconsecuencias, y tan seguro de sí mismoque aún seguía desconcertando a quienes

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tanto lo conocían. Pero ya lo habíadejado claro, con sus actos y con suspalabras: todos eran bienvenidos bajosu techo.

Hacía un buen rato que habíaanochecido, y las mujeres tenían todopreparado para compartir una noche máslos humildes alimentos de quedisponían. El grupo, esparcido por laestancia, fue acercándose al brasero, ymientras Jesús servía vino, fueronrecostándose uno por uno en las esterassobre el suelo alrededor del fuego.Fuera, la temperatura había descendidodrásticamente como era habitual en esa

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época del año, y el ambiente en la casaera muy cálido. Se fueron repartiendo ysirviéndose entre ellos las carnes y lasverduras que compartirían como tantasotras veces. El pan de cebada, tratadocon el respeto que entre los judíos erahabitual, pasaba de mano en mano comosímbolo de unión entre ellos,saboreándolo como el mejor de losmanjares. Cuando Jesús entregó el pan aDion Coceyo aprovechó parapreguntarle:

—Y dime, amigo Dion, ¿quénegocio te ha traído hasta nuestrahermosa tierra?

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—Verás, Maestro… ¿Puedollamarte así?

—Gustoso te contestaré si así lohaces.

—Soy un mercader en gruesoexperto en trueques. Ante todo, vendovino y compro especias para llevar aEgipto, principalmente canela de Ceilány pimienta de las Indias. Para evitarprecios excesivos, yo mismo viajo a porellas. Casi siempre voy allí dondesobran mercancías para poder comprarmás barato, y allí donde faltan, las llevo.

—¿Sueles viajar armado? —preguntó Pedro.

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—Siempre —contestó Dion alvuelo—. Los caminos son peligrosos, yaunque a veces llevo criados en estaocasión viajo solo. Pienso coger unacaravana hacia Oriente para hacer mispróximas transacciones.

—¿Dispones de almacenes para lasmercancías? —se interesó Jesús.

—Raramente las almaceno —contestó, mientras hacía una pausa parasaborear el vino—. Para ello dispongode pequeños intermediarios. A veces seañade un elevado riesgo a lastransacciones debido a los robos,asaltos, pérdidas e incluso intento de

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quedarse con las mercancías que másescasean, pero los años dedicados a mioficio me han hecho confiar en muypocas personas para esa tarea. Haymucho desaprensivo que intentaaprovecharse de tu trabajo sin mover undedo, y hay que estar muy atento.

—Quizá me puedas servir de ayuda—le dijo Jesús—. ¿Tienes pensadocuándo partirás?

—Mañana prepararé una acémilapara mi viaje —contestó—. En pocosdías llegará la caravana procedente delpaso de Meguido, la última fortalezapara defender la ruta comercial desde

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Egipto. Llegaré hasta Damasco, y desdeallí viajaré en dirección este, aunqueaún no tengo pensado qué ruta cogeré.Probablemente en Mosul me cruce conmi contacto, y ambos emprenderemosnuestros respectivos caminos de vuelta.

—Debo coger esa caravana —ycon sus palabras, todos enmudecieron.

—¿Hemos oído bien, Maestro? —preguntó Juan rompiendo el silencio.

—Ese es el verdadero propósitode que hoy estemos aquí —empezó adecir Jesús—. Hoy es el día de nuestradespedida, y para eso os he reunido.Para que cada uno tomemos nuestro

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camino. El definitivo.El silencio volvió a apoderarse del

grupo. Todos miraban al Maestro concara de sorpresa, convencidos de quepronto los sacaría de su desconcierto.

—Todos tenemos una misión quecumplir, y la vamos a llevar a cabo sinvacilaciones —explicó Jesús—. Cuandome prendieron no pensé que se escapabami última oportunidad. Pero al verme enla cruz, al borde de la muerte, entendíque no podía abandonar este mundo sinterminar mi obra y sin que vosotrosempezarais la vuestra. Por eso las cosashan ocurrido así. Mostraréis mis

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enseñanzas en todos los rincones delmundo conocido. Guiaréis los corazonesde quienes os quieran escuchar y losadoctrinaréis en el amor, tal como os heenseñado estos años y esta mismamañana os he vuelto a orientar en lahermosa tarea que os encomiendo. Yoiniciaré un largo camino para buscar lasdispersadas tribus perdidas con elpropósito de reunirlas de nuevo, yacabar entre todos con la esclavitud dela Ley. Quizá así logremos liberarnos delos que oprimen nuestras almas ynuestros cuerpos.

Un leve murmullo se ahogó en la

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estancia, atentos a las palabras delMaestro que dejó a todos sorprendidos.Cuchicheaban entre ellos lo primero queles pasaba por la cabeza, pero nadieosaba ser el primero en decir en voz altalo que podrían significar exactamentelas palabras de Jesús. Tardaban enreaccionar, y el primero en hacerlo fuePedro, que interrogó al Maestro sobresus verdaderas intenciones.

—Hace casi 700 años que lastribus se diseminaron. ¿Cómo piensasencontrarlas?

—Cuando el rey asirio4 nosinvadió expulsó a la población hacia

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otras tierras. La mayoría huyó al este, yesas caravanas son la oportunidad parallegar a ellas. Cuando siendo niño lasveía pasar sabía que algún día yo iría enuna de ellas. A medida que los grandesconquistadores iban expandiendo susdominios, fueron llegando a orillas delrío Sindhu5. Si nos quedamos aquí, tardeo temprano acabarán con nosotros, y nopodremos terminar nuestra labor. Siconsiguiera reagruparlas de nuevo en unmismo territorio, podríamos tener másfuerza para convencer a nuestros líderesreligiosos de que den un giro a susrigurosas interpretaciones de la Ley y a

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sus anticuadas doctrinas. Si no, losforzaremos a que abandonen suprivilegiada posición, tan inútil comoinnecesaria, y los sustituiremos porverdaderos defensores de la fe y delamor, y no de sus ostentosas vidas. Poreso quiero ir en busca de esas tribus.

—Las rutas terrestres que siguenlas caravanas son muy duras —explicóDion—. Sobre todo si no sabes cuál estu destino exacto. Las rutas navales estánplagadas de romanos y no es el mejorcamino a tomar para conseguir tusobjetivos. Además de que existen todotipo de condicionantes que pueden

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alargar o incluso arruinar tus planes:guerras, sequías, bandidos…

—Por eso es muy importanteprepararnos cuanto antes —leinterrumpió Jesús—. Hay que organizarun largo viaje para una mujerembarazada y para mi madre.

—¿No será muy peligroso paranosotras? —dijo María, que hasta elmomento había permanecido en silencio—. Sobre todo por el estado de tuesposa. Seremos una carga para ti.

—No pienso dejaros aquí —añadió Jesús—. Probablemente sea unviaje de varios años y debemos

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permanecer unidos. Será más fácil si nosayudamos entre nosotros y cuidamosunos de otros; cueste lo que cueste loconseguiremos juntos.

—Maestro, yo iré con vosotros —dijo Tomás—. Quiero contar a todosallá donde vayamos lo que nos hasenseñado. Trabajaremos para ganar elsustento, y todo el mundo conocerá lagracia de tu mensaje.

—Que así sea —confirmó Jesús—.Tú, que creíste porque viste, repetirásmis palabras y prepararás a los hombresy mujeres para el reino que vendrá anosotros.

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—Mi señor, cruzaré el Gran Marpara llevar por todo el imperio tuspalabras —se ofreció Santiago alescuchar a su compañero Tomás.

—Creo que hablo en nombre demis hermanos si te digo, Maestro, quellegaremos hasta el último rincón de latierra para predicar según tu palabra —dijo Pedro, mientras todos asentíanponiéndose en pie.

Jesús, imitando su gesto, se alzó yelevó las manos al cielo dando gracias.

—Desde el principio supe que nome abandonaríais —se sinceró Jesús—.Por eso fuisteis mis elegidos. A pesar de

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todas las dificultades que hemos pasadojuntos, de vuestros temores, de vuestrasdudas, esta noche os habéis mostradogenerosos. En la tarea que en breveacometeréis serán muchos los problemasque os asalten. Vuestras vidas llegarán aestar en peligro, seréis acosados,perseguidos, y a veces estaréis tentadosde abandonar. Mas aquí y ahora os digoque cuando llegue ese momento yoestaré con vosotros, así como vosotrosme acompañaréis por el resto de misdías. Pero cuando veáis en los rostrosde los hombres la dicha por laenseñanza recibida sabréis que todo

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habrá valido la pena.El regocijo era evidente en todos

los presentes. Si bien reconocían que suvida junto al Maestro tocaba a su fin, sesentían felices por ese nuevo propósitoque iban a comenzar. Entre buenosrecuerdos, risas, y algún que otrolamento por los que quedaron por elcamino fue transcurriendo la agradablenoche, mientras sus mentes empezaban aanticiparse al largo viaje que tenían pordelante.

La oscuridad era total. Ya noquedaban muchas luces encendidas en

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las pequeñas casas de Cafarnaúm.Crispo y Zaqueo habían dedicado el díay gran parte de la noche a preparar suvenganza. Desde que observaran cómoJesús se refugiaba en esa casa junto atodos sus seguidores no hicieron otracosa que trazar el plan que estaban apunto de llevar a cabo. Cuandoestuvieron seguros de que seencontraban cenando, empezaron aamontonar la leña seca que habíanacumulado y escondido cerca. Larepartieron por todos lados, silenciosos;junto a las paredes, en la puerta, cercade las ventanas, con sumo cuidado,

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seguros de que la oscuridad y el bulliciodel interior de la casa se aliarían con sumalvado propósito. En el momentooportuno y cuando los ocupantes de lascasas colindantes ya estarían vencidospor el sueño, prendieron fuego a la leñapor tantos sitios a la vez querápidamente el fuego se propagó y rodeócompletamente la vivienda. Zaqueo seocupó de lanzar ascuas encendidassobre el techo de juncos que no tardaronen convertirse en pasto de las llamas. Elbarro, cediendo por el calor, ibadejando las endebles vigas de madera aldescubierto, que a su vez se contagiaban

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del creciente fuego. Todo ocurrió tanrápido que los ocupantes de la casadescubrieron a un tiempo el fuego quelos envolvía mientras la débil techumbreempezaba a dar muestras de que prontose derrumbaría. El humo se colaba porlas rendijas que el fuego dejaba a supaso, haciendo irrespirable el ambiente.Sorprendidos por el rápido avance delas llamas y sin saber qué las habíaprovocado, el caos fue adueñándose dela pequeña habitación. Dion Coceyo fueel primero en reaccionar y golpeófuertemente la puerta derribándola haciael exterior, mientras una gran lengua de

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fuego se abría paso por la estancia. Elaire que entró por la puerta abiertaavivó el fuego e hizo que parte del techocayera al interior. Inconscientementefueron arrinconándose para protegerse,mientras el fuego se iba apoderandopoco a poco de todo.

—¡Rápido, debemos salir de aquíantes de que caiga todo el techo! —gritóDion Coceyo—. ¡Cubríos con vuestrohimatión y saltar al exterior por laapertura de la puerta mientras todavíahaya tiempo!

Diciendo esto, cogió a la madre deJesús entre sus brazos, se cubrió con una

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capa y de un salto cruzó al otro lado.Uno por uno lo fueron imitando,mientras veían cómo las llamas erancada vez más poderosas. Según ibansaliendo comprobaban si los dañossufridos eran graves, pero hasta elmomento todo eran pequeñasmagulladuras sin importancia. La callese fue llenando de vecinos alertados porel olor a humo y por las escandalosasllamas que ya rodeaban por completo lacasa. El estruendo del resto del techocayendo alarmó a todos cuando sedieron cuenta de que aún faltaba porsalir Jesús y su esposa. Cada vez eran

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más los vecinos que se acercaban aintentar ayudar, y las llamas ibanadquiriendo un aspecto voraz capaz deacabar con todo cuanto se pusiera pordelante.

Aprovechando un inesperado girode las llamas debido a la leve brisa dela noche, Jesús cruzó entre lasllamaradas abrazado a la de Magdala,cubiertos por sus tules, que enseguidaprendieron al contacto con el fuego.Desprendiéndose de ellos rápidamente,quedaron al raso expuestos al frío de lanoche todavía extenuados por losterribles sucesos. Solo Jesús sufrió

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pequeñas quemaduras en las manos,abriendo de nuevo las recientes heridasde días pasados.

Cada vez estaban más convencidosde que aquél no era un lugar seguro paraellos. El silencio que ahora les unía erala prueba de que todos estaban pensandoen lo mismo: salir al mundo en busca denuevas esperanzas con las que contagiaral prójimo y también a sí mismos.

Dion Coceyo regresó de una inútilbúsqueda por los alrededores de losposibles causantes de aquel desastre, sinéxito. En ese momento lo que quedabade la humilde vivienda se vino abajo

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por completo, reduciendo a un montónde escombros llameantes lo que fue elúltimo punto de reunión de aquel grupode amigos que durante los últimos tresaños caminaron juntos y se unieron hastalímites insospechados.

Algunos vecinos se acercaban conremedios caseros para aliviar las levesquemaduras, otros con agua para calmarla ansiedad o para limpiar los restos deceniza y humo de la piel. Y allí, bajo lasfrías estrellas que lejanas contemplabanla miseria de los hombres, se dieroncuenta de que aquello marcaba el iniciode su nueva vida. Una vida incierta que

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recibían orgullosos y convencidos,donde el grupo daba paso al individuo,donde a partir de ahora cada uno velaríapor él mismo, sin el apoyo delcompañero. Un nuevo camino se abríaante ellos, y ya no había fiesta sinoenorme aflicción. La inminentedespedida ya era un hecho, aunque todosintentaban retrasar el momento degirarse y dejar atrás al otro, al queseguramente ya no volvería a ver jamás.Tristes por los últimos incidentes, llenosde dolor, pero alegres por tener próximoun nuevo día que colmaría de gozo susalmas, mantenían la vista fija en

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aquellos humeantes restos quesimbolizaban la separación definitivadel grupo.

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Día 1 del mes de Iyar. Año 30. Segundodía de la semana. (Lunes, 24 de abril)

rispo llegó al templo nada másamanecer. Había caminado sin

cesar hasta Jerusalén para contarle alSumo Sacerdote lo acontecido hastaahora. Las noticias que traía desdeGalilea no eran alentadoras para elSanedrín y mucho menos para Caifás,

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que había puesto todo su empeño enacabar con aquel Mesías que habíarevolucionado los cimientos de suiglesia.

Se dirigió al sur para acceder altemplo por las puertas de Hulda.Atravesó la puerta de tres vanos sinhacer caso de los baños públicos quedebía usar todo el mundo parapurificarse. Recorrió los pasillosdecorados con bellos dibujosgeométricos, flores típicas de Judea yracimos de uvas. Subió las escalerasque le llevarían directamente a laexplanada del templo, nervioso por el

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próximo encuentro con Caifás.El enorme patio estaba cercado por

una arrogante columnata. En el PórticoRegio las esbeltas pilastras de estilocorintio eran desmesuradamente anchasy estaban cubiertas por un artesonado demadera de cedro del Líbano. Pero lo queen otras circunstancias hubiera sido undeleite la contemplación de talesmaravillas, para Crispo no eran más queobstáculos para encontrar al SumoSacerdote. Lo encontró junto a una delas columnas conversando con alguien,pero en cuanto reconoció a Crispo ledejó y se dirigió hacia él.

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—Vuelves solo, espero que tusnoticias sean mejores que lo que turostro refleja —le dijo Caifás comosaludo.

—No pueden ser peores —contestó avergonzado el soldado, queempezó a relatarle detalladamente todolo ocurrido desde que salieran deJerusalén.

—¡Lo sabía! ¡El galileo vive! —gritó Caifás—. No debisteis separaros.No solo has puesto en peligro a Zaqueoy a ti mismo, sino también a la misión.¡Esos hombres son peligrosos!

—Ya lo hemos comprobado.

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Aunque no podamos asegurar que seanlos culpables de la muerte ydesaparición de los demás, es casiseguro que alguien los está protegiendo.

—¿Sospecháis de alguien?—Todavía no. Quizá Zaqueo haya

descubierto algo. Esperaba conseguiraquí refuerzos para atraparlos.

—No es tan fácil como crees —dijo molesto Caifás—. No haysuficientes hombres para destinar otrapartida a Galilea. Además,administrativamente pertenecen aHerodes Antipas y no colaborará si nose lo pide Pilato.

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—Se lo exigiremos.—Pilato ya ha vuelto a Cesarea —

contestó rápidamente el Sumo Sacerdote—. No nos volverá a recibir por lomismo.

—¿Quieres que vuelva aCafarnaúm?

—Espera. Quizá aún nos quede unaesperanza —y dando media vuelta legritó mientras se iba—: ¡Reúneteconmigo en este mismo lugar hacia lahora quinta!

Caifás se encaminó rápidamentehacia la pared oeste y cruzó por elpuente levadizo que llevaba

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directamente a la base de la torresuroccidental de la fortaleza Antonia.Atravesó el gran portón hasta el patio ysubió la escalinata de mármol blancoque arrancaba de una de sus esquinashacia las plantas superiores. Según seiba cruzando con los estandartes delemperador y sus águilas imperiales losánimos del Sumo Sacerdote se ibanacalorando. En la segunda planta teníansus dependencias el prefecto y losoficiales, y cuando llegó solicitóreunirse con el pilus prior. Caifás notuvo que esperar mucho para serrecibido por el oficial al mando.

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—¿Deseáis hablar conmigo,Caifás? —preguntó el pilus prior.

—Preferiría hacerlo con Pilato,pero me lo impide una incómodadiferencia geográfica.

El oficial percibió la hostilidadsiempre presente en las palabras delSumo Sacerdote, pero prefirió nohacerles caso por el momento.

—Pues empieza, no tengo todo eldía.

—Verás, necesitamos vuestraayuda para atrapar y detener a Jesús, elgalileo…

—¿Me estás hablando del mismo

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galileo que crucificamos hace unosdías? —le interrumpió bruscamente.

—Del mismo. Tenemos pruebas deque está vivo.

—¿Tú también crees que haresucitado?

—No, no lo creo. Pero por algunamisteriosa razón no está muerto.

—Para nosotros sí —se mostrótajante el pilus prior—. Pilato fue muyclaro en ese aspecto: no ha habidoresurrección. El galileo sigue en elsepulcro en el que lo metieron, enArimatea.

—¡Pero debemos detenerle! —

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insistía Caifás—. No sabemos qué tipode atrocidades puede estar haciendo ennombre de Dios. ¡Y es el mismísimodiablo el que habla por su boca!

—Vosotros exigisteis justicia y osla dimos. No podemos juzgar y condenardos veces al mismo hombre por undelito que solo tú pareces ver.Suponiendo que ande por ahí comoquieres hacerme creer.

—Tú sabes que es verdad.Tenemos un problema con ese hombre.Volverá a incitar a sus seguidores a unarevuelta, y vosotros se lo vais apermitir. ¿Qué pensará de ello vuestro

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César?—¡Estamos hartos de tus

provocaciones! —gritó el oficial—. Tútienes un problema con un judíodescontrolado que ni siquiera sabesdónde está. Cuando vea a un hombre porlas calles de Jerusalén que suponga unaamenaza para Roma, sea quien sea y sellame como se llame acabaré con él.Mientras tanto, resuelve tus propiosasuntos. Busca a ese hombre,encuéntralo, y después haz con él lo quequieras. ¡Es tu problema y me trae sincuidado cómo lo soluciones!

—Buscaré a Pilato, hablaré con

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Herodes —replicó furioso Caifás.—Haz lo que quieras. Pilato te dirá

lo mismo que yo. Y no creo queabandones Judea para que Herodesvuelva a remitirte a Pilato. ¿Es que yano lo recuerdas? Estás en el mismopunto de partida que en la Pascua, peroahora ni siquiera tienes a tu hombre. ¿Aquién pretendes engañar? Ahora, si medisculpas, tengo cosas más importantesque hacer.

Así se quedó solo Caifás en laestancia, sin poder rebatir sus razonesante el oficial que se negaba aescucharle. Debía actuar por su cuenta, y

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rápido. De lo contrario, Jesús se levolvería a escapar de las manosponiéndolo en una situación complicada.Sopesó las escasas alternativas quetenía y decidió volver sin prisa altemplo. Tenía que pensar, y sin duda unpaseo hasta el templo lo ayudaría. Bajóhasta la planta inferior y salió de lafortaleza Antonia por el foso norte,bordeándola por el oeste. Descendió porla calle que arrancaba junto al muro yllegó a la puerta del arco de la Basílica.La dejó atrás hasta alcanzar la PuertaReal para acceder al atrio occidental. Alcruzar, dejó a su izquierda el Santuario y

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enfiló la calle que se dirigía al Atrio deSalomón, en el lado opuesto. Allí estuvoun buen rato hasta que volvió alencuentro de Crispo. Volviendo sobresus pasos, llegó hasta las escalinatasadosadas a las paredes del muro por lasque se subía a la explanada. Allíencontró a Crispo y fue hacia él condeterminación. Sin más formalismoscomo era habitual en él, le ordenó que lesiguiera hasta un rincón apartado.

—Crispo, la situación requieremedidas especiales, espero que meentiendas —le dijo.

—¿Qué debo hacer?

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—Regresa de inmediato junto aZaqueo y encontrad al galileo. Noquiero saber ni dónde ni cómo ni elmedio, pero debe desaparecer. Y estavez para siempre.

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Día 2 del mes de Iyar. Año 30. Tercerdía de la semana.(Martes, 25 de abril)

ronto llegarían las caravanas aCafarnaúm. Jesús había dedicado

los últimos días a preparar el viajeayudado por Dion Coceyo, conocedorde las rutas comerciales y suscostumbres. Sus discípulos habíanpartido hacia sus distintos destinos, de

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forma que la carga preparada para suesposa, la más delicada, su madre,Tomás y para él mismo era bastanteligera. Básicamente se reducía a unabuena cantidad de agua, comida seca ysalazones. Todo lo que necesitaran loencontrarían por el camino. De esaforma evitarían cargas inútiles quepodrían ralentizar el ritmo de la marcha,pero sobre todo, perder grandescantidades de mercancías en caso deencontrarse con bandidos y ladrones, tanhabituales en estos recorridosconocedores del enorme potencialexistente. Dion ya les había advertido de

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lo tremendamente peligrosos que eranlos caminos.

Pero el mayor problema loentrañaba el dinero, pues en caso deproducirse altercados corrían el riesgode perderlo todo y les obligaría aconcluir el viaje. Por eso era habitualcontratar legionarios licenciados que seofrecían como escolta para proteger lascaravanas a cambio de unos buenosdenarios que cada viajero pagabaproporcionalmente en función deltrayecto recorrido.

Las caravanas solían ser másgrandes en los meses secos, que era

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cuando la mayoría aprovechaba paradesplazarse. Y precisamente por esacircunstancia otro de los problemas alque se enfrentaban las caravanas eraconseguir forraje para los ganados, silos había, y para las acémilas que seutilizaban para el transporte de lasmercancías. Los trayectos se hacíangeneralmente a pie, y podían llegar ahacerse agotadores.

Querían partir cuanto antes. Laciudad estaba expectante ante lainminente llegada de la caravana a laque se sumaban individuosdesesperados e incluso familias enteras

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en busca de sueños casi imposibles, denuevos negocios o trabajos quedisimularan sus miserias y mejoraran lopoco que tenían.

Una de esas familias era la deEutico y su esposa Abigea. Partirían consu hija Zahel, una niña debilucha deunos once años que aparentaba menosedad, cuya pálida y demacrada tezacentuaba su delgadez. La niña apenashablaba, pero en cuanto vio a Jesús lesonrió. Se encontraron en el punto desalida de la caravana, y cuando loreconocieron le pidieron que la curarade su extraño mal. Él les prometió que

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se encargaría de ella a lo largo delviaje. Jesús tenía una gran reputacióncomo curandero, al igual que susdiscípulos. En sus frecuentes viajes porGalilea asistían a los enfermos, a losque la mayoría de las veces curabanayudados simplemente por su fe,ganándose la vida con ello.

Allí mismo recapacitó sobre aqueltipo sospechoso que parecía observarlecauteloso y que intentaba acercarse a élcuando creía que no se daba cuenta,disimulando torpemente su conducta.Dion le dijo que no debía preocuparse,seguramente se trataría de algún ladrón

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que acechaba esperando un descuidopara robarle. Lo había visto en algunaocasión entrar y salir de la sinagoga, yeso parecía tranquilizar a Jesús. En esemomento el hombre sospechó queestaban hablando de él y desapareció desu vista.

Zaqueo llevaba vigilando losmovimientos de Jesús desde que Crispose fue, buscando su oportunidad. Pero lepreocupaba ese mercader que no seseparaba de él. Parecía que entre elloshabía nacido una buena amistad. Se diocuenta de que las mujeres, divididas

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entre las casas vecinas que lasacogieron, casi no salían, dejando aTomás y a Jesús los preparativos delviaje. En varias ocasiones habíaacudido a la sinagoga hasta queconsiguió ser recibido por sus notables.Presentándose ante ellos, les explicóquién era y lo que quería, reclamandoayuda para detener a Jesús. Al principiolo creyeron, incluso llegaron aconvencerse, pero acabaron negándolesu ayuda alegando que aquella erajurisdicción de Herodes y no queríantener ningún tipo de problema con elTetrarca. Ante la incómoda insistencia

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de Zaqueo, dejaron de recibirle. Desdeese momento Zaqueo se dio cuenta deque estaba solo. Debía tomardecisiones. Puesto que sus discípulos sehabían marchado de Cafarnaúmaprovecharía el momento oportuno paraacabar con Jesús. Debía ser prudente ymuy paciente, y esperar que en algúnmomento aquel maldito comerciantedejara solo al Maestro.

Esa misma mañana llegó laoportunidad que esperaba. Las gentes seconcentraban en el inicio norte de laancha calle que daba comienzo a lapoblación a la espera de la llegada de la

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caravana. Zaqueo se sintió observado ydisimuladamente se escurrió hacia losbarrios internándose por los callejonesque ya empezaba a diferenciar. Jesús sedio cuenta y le siguió. Cuando Zaqueogiró por la primera calleja a la derechasintió que alguien iba tras él. Aminoró elpaso esperando que su perseguidor seacercara más. De pronto se paró y se diola vuelta inesperadamente dándose defrente con Jesús que enseguida le habló:

—¿Quién eres? ¿Por qué mevigilas?

—¿Aún no lo sabes? —contestóZaqueo desafiante—. Eres una amenaza

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para Judea, para Galilea y para toda lacomunidad. Yo represento al Sanedrín, ytarde o temprano acabaremos contigo.

—¿Por qué motivo? —preguntóJesús—. ¿Qué pretexto utilizaréis estavez? Solo muestro la verdad, una verdadque el pueblo debe escuchar.

—¡Tú llenas sus huecas cabezas debobadas sin sentido! ¡Te veneran, teaman, y dejan de seguir la Ley denuestros padres!

—Una Ley que les atenaza y lesoprime, y los une a un Dios vengativoque ellos han inventado. ¿No loentiendes? Dios es solo amor, como el

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amor de un padre hacia sus hijos. ¿Quéclase de padres no querrían lo mejorpara sus hijos? Yo solo abro sus mentespara que piensen por sí mismos yreaccionen antes las injusticias que lesrodean, procedan de donde procedan.

—¿Estás queriendo decir que noshan estado mintiendo todo este tiempo?¿Hasta ahora?

—Tú lo estás diciendo —contestóJesús sonriendo—. Tú estás hablandopor ti mismo. Tú hablas de mentiras, yohablo de misericordia.

—Manipulas las palabras de todoel mundo, pero a mí no me engañas. El

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diablo habla por tu boca, el mismo quete ha permitido seguir con vida.

—Ahora tienes la oportunidad dequitármela —dijo Jesús, abriendo susbrazos ante Zaqueo—. Estamos solos.Nadie nos observa. Queréis acabarconmigo, ¿no es así? ¿Quién sospecharáde ti? Nadie sabrá lo ocurrido. Solo tú yyo. No tienes nada que temer. Acabarcon un hombre desarmado es sencillo.Lo difícil será detener el mensaje y lapalabra que ya se esparce por todo elmundo. ¿Qué haréis? ¿Nos eliminareis atodos? ¿Cómo detendréis el viento sobrelos pastos que propagará el amor por los

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valles, por las altas cumbres y entre losárboles? Tenéis mucho que hacer paracallar tantas voces, que se iránmultiplicando como las criaturas de latierra.

Zaqueo guardó silencio. Se sintióasustado ante las palabras de Jesús.Dudaba. Y de pronto se enfureció y seenfrentó al galileo.

—¿Crees que me intimidas? ¿Metomas por un idiota?

—Pareces asustado. ¿Qué es lo quetemes? ¿Quizá a ti mismo? Ya no estásseguro de nada, dudas…

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—Lo haremos —aseguró Zaqueo—. El día menos pensado te verás denuevo crucificado, y ya no podrásescapar.

Diciendo esto, Zaqueo se esfumódejando al Maestro viendo desaparecera aquel hombre de su vista. A pesar deque reconocía que su vida podía estar enpeligro permaneció tranquilo y no le diomayor importancia. Ya sabía a qué seenfrentaba, pocas semanas antes lo habíacomprobado, pero confiaba en que alabandonar Galilea desistieran de susintenciones.

Tranquilamente se dirigió de nuevo

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al punto de encuentro de la caravana,donde lo esperaban su madre, su esposay su discípulo Tomás. En el horizonte sedivisaban lejanos los primeros viajerosde la caravana que llevaría a Jesús y sufamilia a una nueva vida.

Zaqueo se alejó pensando en laspalabras del galileo. En algo teníarazón: lo temía. Lo tenía allí, frente a él.Y huyó como un cobarde. ¿Qué diríaCaifás si lo viera? Podría haberleeliminado y acabar con el problema.Pero no lo hizo, y eso lo atormentaba.Cuál fue la razón por la que tomó ladecisión equivocada, dejarlo con vida.

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No sabía el motivo, pero lo hizo.Caminaba entre las callejuelaspreguntándose qué le había ocurrido,deambulando con ese únicopensamiento. Obra de Dios o del diablo,pero le fue imposible cumplir con sucometido, con lo que se esperaba de él.Se lo seguía preguntando en el momentoque aquel hombre al que creyóreconocer apareció ante él tanrepentinamente que no pudo evitar queintrodujera la afilada hoja de acero ensu barriga, recreándose, removiendo ensu interior como si disfrutara con ello, aligual que se preguntaba qué hacer con

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las tripas que resbalaban entre susmanos cuando el arma asesina salió desu cuerpo. Aún se lo preguntaba cuandoel hombre, tan silencioso como habíallegado, lo abandonaba agonizante ydesaparecía para siempre de su vistallevándose consigo lo más valioso queposeía: su vida.

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l guía de la caravana detuvo lacomitiva al entrar en Cafarnaúm.

La parada sería breve: el tiemponecesario para cobrar los tributos de losviajeros y colocarlos al final de lacolumna humana que se desvanecía enese momento de descanso. Nicodemoacordó el pago correspondiente conaquel hombre por la familia de Jesús.Debía volver cuanto antes a Jerusalén,

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ya había demorado demasiado suregreso y seguramente algunos seestarían preguntando por su paradero.Probablemente tendría problemas a suvuelta, pero lo más importante era haberconseguido poner a salvo a Jesús.Nicodemo sufragaría los gastos de suviaje con una importante suma dedinero, que le fue entregada a Tomáscomo nuevo responsable de los fondosdel grupo. Se despidieron como solo lohacen las personas que se quieren y serespetan por encima de todas las cosas,y cada cual pasó a ocupar su puesto enla caravana cuando el sacerdote se

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alejaba sin mirar atrás.Eutico hizo lo propio con su

familia y su hija Zahel corrió haciaJesús alargándole la mano, que él tomógustoso. La niña tuvo que soportar unapequeña riña de su madre por sucomportamiento, pero enseguida Jesúszanjó la cuestión atribuyéndoselo a losnervios por la inminente salida. Ya casiestaban iniciando la marcha cuandoapareció corriendo Dion Coceyo con suacémila, que había abandonado el grupomomentáneamente. Pagó lo acordado yse disculpó con el guía por el pequeñoretraso.

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La caravana se puso en marcha y lafamilia de Eutico y la de Jesús hicieronun grupo al que se sumó el mercader.

—Me he retrasado con unosasuntos que requerían mi intervención—se disculpó de nuevo Dion Coceyo—.Casi no llego a tiempo. ¿Cómo seencuentra la futura madre?

—Un poco temerosa por lo quepueda depararnos el camino —dijo lamagdalena—. Pero muy feliz porcomenzar este viaje que significa tantopara mi esposo.

—Pero lo más importante serásiempre su bienestar —dijo Jesús,

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dirigiéndose al comerciante—. Si fuerapreciso abandonar o aplazar el viajepara su conveniencia no dudaríamos enhacerlo.

—Dime, amigo —preguntó Tomásdirigiéndose a Eutico—. ¿Qué os muevea vosotros salir de Cafarnaúm?

—Como ya os dije, nuestra hijaestá aquejada de un extraño mal. Noshan recomendado que busquemos unlugar menos cálido que le ayude asuperarlo.

—¿Qué le ocurre exactamente? —preguntó Jesús.

—No sabría expresarlo con

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claridad… —empezó a hablar Abigea—.

—Está… ¡está siempre comoaislada! —interrumpió bruscamente sumarido—. Muestra escaso interés pornada. Casi no habla, no se relaciona conotros niños de su edad. Se sientecomo… como poseída. Hay noches quese las pasa llorando, y al día siguientepasa la jornada durmiendo, agotada…

—¿Colabora en las tareas de lacasa? —preguntó la esposa de Jesús—.Quizá estar ocupada la estimule.

—Raramente –añadió Abigea.—La verdad es que nos evita

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bastante —volvió a interrumpir elmarido—. Aunque nunca sale de casasola, no suele estar mucho tiempo juntoa nosotros. Pensamos que coger estacaravana y viajar a otro lugar nos uniríay quizá le favoreciera. Tú podríasayudarnos, Maestro.

—Haré todo lo que esté en mimano, os lo aseguro.

La niña, sonriendo, apretó confuerza la mano de Jesús y continuócaminando a su lado. La caravana aúnno era muy numerosa, y eso la hacíaavanzar con relativa ligereza. Habíaalgún egipcio, un par de samaritanos que

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se alejaron del grupo de Jesús en cuantotuvieron ocasión, algunos idumeos, tresnabateos y un griego que pronto seacercó a ellos para presentarse.

Dejaron atrás Cafarnaúm, subiendocon el Jordán siempre a su derecha yfueron avanzando hasta la cercanaCorazaim. Al cruzar el pequeño pobladose desviaron levemente a la izquierda.Pronto llegaría la hora de parar adescansar y pasar la noche al raso, comoera habitual en esa época del año, entreotras cosas para reducir en todo loposible los costes de losdesplazamientos.

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Se detuvieron en un pequeño huertode palmeras que les ofrecería protecciónhasta la mañana siguiente. Loslicenciados encargados de la proteccióndel grupo se repartieron los turnos devigilancia para la noche y se dispusierona montar guardia mientras loscaminantes se preparaban paradescansar.

María se encargó de limpiarcuidadosamente las cada vez máscicatrizadas heridas de Jesús, mientrasla madre y Tomás escogieron el gruesotronco de una palmera para dormir juntoa él. Zahel, que miraba con atención lo

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que hacía María, no se despegaba de lapareja. Cuando Jesús la cogió parallevarla junto a sus padres, le habló porprimera vez, temblorosa.

—Pero yo quiero quedarmecontigo.

—Debes ir con tus padres. Teestarán buscando –le contestó Jesús,dándose cuenta de que se habíandesentendido de ella.

—Yo quiero quedarme contigo —repitió la niña—. Tengo miedo.

—No tienes nada que temer —lerespondió cariñosamente—. Mañanavolveré a cuidar de ti y me podrás

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contar qué te ocurre, ¿de acuerdo?Pero cuando Jesús se inclinó hacia

la niña para posar un beso en su frente,se retiró bruscamente, lo miró conterrible pena y dando media vuelta sedirigió hasta donde estaban sus padres.Su extraño comportamiento alertó alMaestro y a su esposa, que se miraronextrañados sin saber qué decir.

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Día 3 del mes de Iyar. Año 30. Cuartodía de la semana.(Miércoles, 26 de

abril)

an pronto como el primer rayo desol iluminó el campamento

empezaron a desperezarse los másmadrugadores, que ya se empleaban afondo para afrontar la nueva jornada.Los vómitos volvían a acompañar a

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María, cuyo estómago a esa hora de lamañana no admitía la ingestión deningún alimento. Un poco de agua pararebajar el amargor fue lo único que pudosoportar. Tésalo, el griego que el díaanterior se presentó a la familia, ofreciósu ayuda para que el viaje les resultaralo más llevadero posible.

—Si lo desean, caminaremosjuntos —indicó en perfecto arameo conun moderado acento griego—. Viajosolo. Ustedes me harán compañía y yoles brindaré mis servicios cuando losprecisen.

—Es muy amable por tu parte —

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contestó Jesús—. Será muy agradablecompartir el camino contigo. Si loprefieres, también puedes hablarnos enhebreo.

—Así estará bien. Llevo tantotiempo en Jerusalén que casi es miprimera lengua.

—¿Qué os ha hecho abandonarla?—preguntó María mientras terminabacon sus preparativos—. La ciudad, digo.

—Me dirijo a Beroea —contestóTésalo—. Creo que vosotros laconocéis como Khalpe6.

—Has dado un gran rodeo para irallí —observó Jesús—.

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—Dejé Patras hace dos años paraconocer nuevas culturas. Recalé enJerusalén donde me gané la vida comocurtidor hasta que reuní lo suficientepara hacer este viaje. Pretendocomerciar con el excelente mármolblanco de Khalpe. Creo que en mi paíslo aceptarán de buen grado.

—Parece una buena idea —añadióTomás, aproximándose al grupo que yaempezaba a avanzar.

—En lo primero que debes pensares en asegurar la mercancía —se sumóDion Coceyo a la conversación—. Haymucho desaprensivo que intentará

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robártela después de venderla.—Quizá tú puedas instruirme en la

materia —contestó Tésalo—. Esta serámi primera experiencia con el comercio.

Mientras hablaban Jesús se separódel grupo y esperó la llegada de Eutico,que caminaba algo atrasado. Se acercó ala familia y le susurró a la niña:

—¿Pasaste bien la noche? ¿Tegustaría subir en la acémila de miamigo?

Zahel miró de reojo a sus padres yse acercó más al Maestro, que ya letendía la mano. Dudó, pero al final laaceptó tímidamente.

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Avanzaron de nuevo y le pidiópermiso a Dion para alzar a la niña alanimal, que no le importó añadir algomás de peso a su carga. Cuando Jesúsiba a posarla sobre su lomo la niña seretorció inquieta, mostrando unapequeña molestia al sentarse. Jesús seextrañó pero rápidamente trató deentretener a la pequeña.

—¿Te gusta hacer este viaje? Esposible que hasta hagas nuevos amigos.¿Tienes muchos amigos en Cafarnaúm?

—No tengo amigos —contestótristemente la niña—. Nadie quiere jugarconmigo.

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—Pero tú eres una niña muysimpática. ¿Qué ocurre?

—No lo sé… Dicen que estoymaldita.

—¿Quién? ¿Quién te ha dicho eso?—Sobre todo mi mamá —dijo la

niña—. Cuando mi papá se acerca a mí.Nadie quiere hablar conmigo. Mi mamálos aleja.

—¿A quiénes? —preguntóintrigado Jesús.

—A mis amigos… Hace tiempo,cuando los tenía —señalaba la niña,cada vez más incómoda.

—¿Te gustaría tener una hermanita?

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—¡Sí, sería genial! —se alegróZahel, aunque pronto su leve sonrisadesapareció de su rostro—. Yo lacuidaría. No dejaría que le ocurrieranada. Yo la protegería.

—¿De qué la protegerías?—Déjame, ya no quiero hablar

más. Tengo miedo.La chiquilla, dando muestras de

temor mientras empezaba a sollozar hizogestos de querer bajarse del animal,pero se contuvo cuando Jesús se prestóa ayudarla, rechazando el ofrecimiento.Al darse cuenta, el Maestro le dijo:

—Está bien, Zahel, no hablaremos

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más si no quieres, ¿de acuerdo? Nodebes preocuparte, no te quiero molestar—tras una breve pausa, añadió—.¿Quieres que te lleve con tus papás?

—No, déjame. Quiero quedarmeaquí. Sola.

Jesús se desconcertó con elsorprendente cambio de la niña, tandulce en un primer momento, quemostraba un temperamento hasta ahoraoculto. Sin decir nada, Jesús retrocedióunos pasos e indicó a Dion que hicieralo mismo, manteniendo sujeto al animalque continuaba su paso pausado con laniña en su grupa.

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Cuando se dieron cuenta estabanrebasando Sefet que quedó a la derechadel camino que llevaba la caravana. Ensilencio, siguieron caminando agrupadoscomo hasta ahora, mientras Jesúspensaba en las palabras de la pequeñaZahel. Cuando el sol alcanzó su máximaaltitud atravesaron los muros de la bellaGiscala, donde harían un pequeñodescanso para tomar algunos alimentos ycontinuar la marcha en breve. EnGiscala se producía un aceite fino demuchísima calidad y muy cotizado queera enviado a todos los territorios aambos lados del río Jordán. También era

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un punto importante para el comercio dela seda, pues así se había establecidodesde antiguo debido a la confluencia decaminos y culturas que se daban en loslímites de Galilea. Pronto abandonaríanterritorio galileo y afrontarían la últimaetapa de su viaje antes de llegar aDamasco.

A la hora de comer Jesús intentóllevar a Zahel con sus padres pero éstase negó. Indicándole a María que seencargara de ella, el Maestro aprovechópara ir a charlar con ellos.

—¿Me permitís compartir misalimentos con vosotros? —preguntó

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solícito—. No son muy abundantes, peroseguro que habrá para todos.

—Será un honor, Maestro —contestó Eutico—. Siéntate con nosotrosy también compartiremos los nuestros.

Dando gracias, se repartieron unpoco de carne seca, algo de queso deoveja y unas granadas. Hecho esto,Jesús les habló con toda claridad. Lapregunta les pilló desprevenidos.

—Vuestra hija os quiere, no cabeduda, del mismo modo que os teme y aveces hasta os rechaza. ¿A qué puede serdebido?

—La niña tiene todo nuestro

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cariño… —empezó a decir Abigea, queenseguida fue interrumpida por elmarido.

—Es hija única, no compartenuestro amor con nadie más, pero noparece suficiente.

—¿No han pensado nunca envolver a ser padres? Quizá…

—¡No, eso no! —cortótajantemente la mujer, con gesto deenorme preocupación.

—No nos lo podríamos permitir —salió al paso Eutico inmediatamente—.Somos pobres, apenas tenemos para lostres. Quizá este viaje consiga cambiar

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las cosas.—Os pido disculpas por mi

atrevimiento —opinó Jesús—. No debíentrometerme.

—No las merecemos, Maestro.Seguro que algo bueno saldrá de todoesto.

—Así lo espero, amigos míos —dijo Jesús, disimulando la contrariedadque le suponía esa conversación—, asílo espero.

El resto de la comidapermanecieron en silencio, hasta que laesposa del galileo reclamó su atención.Disculpándose, Jesús acudió junto a

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ella.—Zahel me parece una niña muy

inteligente, quizá hasta avanzada, perodemuestra un extraño miedo a todo loque le rodea —le dijo a su esposo—.Me sorprende su actitud, siemprerecelosa y desconfiada.

—Lo sé, María, lo sé. Debemostener paciencia con ella. Cuando estépreparada, nos abrirá su corazón.

Diciendo esto, volvieron aagruparse como al principio y seprepararon para iniciar de nuevo lamarcha. Dion dispuso a su animal,Tomás se aproximó a la madre de Jesús

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que observaba todo sin intervenir.Mientras, Tésalo renovó su ofrecimientoa Jesús y María, y todos juntosreanudaron el camino. Zahel, ensilencio, volvió a coger la mano delMaestro, más confiada, dispuesta acaminar junto a él. El silencio los volvióa acompañar el resto de la jornada, a laespera de que fuera la niña la queiniciara algún tipo de diálogo. Pero ésteno se produjo, y Jesús no quiso insistirpor el momento.

Al caer la tarde y empezar aoscurecer, mientras la caravana sedetenía para pasar la noche, la niña

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pareció dudar entre seguir con Jesús ovolver con sus padres, que así debíanestar muy cómodos. Cuando Abigeaacudió a por su hija, ésta parecíadecantarse por permanecer junto a Jesúsy María, pero su gesto desaprobatoriohizo que Zahel regresara con sus padres,aunque para ello tuviera que llevársela arastras. Zahel, con lágrimas en los ojospero en completo silencio, se despidióde ellos con una mirada tan triste y llenade rabia al mismo tiempo que Jesúsempezó a convencerse de la verdaderanaturaleza de su problema.

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C

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Día 4 del mes de Iyar. Año 30. Quintodía de la semana.(Jueves, 27 de abril)

omo ya venía siendo habitual,cuando el cielo aún no empezaba a

mostrar su cara anaranjada, el guía de lacaravana indicaba que ya era hora delevantar el campamento.Desperezándose y mostrando sudesagrado, uno a uno fueron

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incorporándose y preparándose paraotro cansado día de viaje. No habríapausa hasta llegar a Damasco, y lasmillas recorridas a falta de costumbreempezaban a cansar las piernas. A pesarde ello, los pies de Jesús mejorabancontinuamente y su opresión en el pechodisminuía facilitando su respiración. Loscuidados de Nicodemo antes, y los de suesposa ahora estaban dando sus frutos.Se reunió el grupo de siempre, aunqueen esta ocasión echaron de menos lapresencia de Zahel, muy alejada de suposición, como si sus padres quisieranevitar el contacto con Jesús.

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Cuando llegaron a la altura deCesarea de Filipo cruzaron el Jordán ycontinuaron la marcha en su margencontraria. Dejando atrás la ciudadconstruida sobre una terraza natural seacercaron a un tranquilo remanso del ríoen cuyas aguas crecían grandescañaverales. Cercano a su nacimiento alos pies del monte Hermón, era el lugarindicado para descansar, momento queincluso algunos aprovecharon pararefrescarse en sus tranquilas aguas. Anteellos se alzaban, majestuosas, las trescumbres de impresionante belleza entrelas que destacaba el Hermón, coronado

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por las estacionales nieves prontas adesaparecer.

Recuperado el ritmo de la marchatras el merecido descanso, avanzaronbordeando los hermosos viñedos hastaalcanzar un pequeño robledal querefrescaba el ambiente. Pero al poco, lasnubes se acumularon en torno a los altospicos, ennegreciendo el cielo y dandopaso a una lluvia que se tornó torrencial.La comitiva se dispersó rápidamentebuscando refugio en los alrededores,pero lo único que encontraron fue ungrupo de verdes álamos que regios sealzaban ante los ojos de los

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desesperados caminantes. El lecho queocupaban fue convirtiéndose en barrizal,que poco a poco iba encharcándosehaciendo imposible encontrar cobijo enese lugar. Hombres y animales corríanhacia la base de la montaña bajo laincesante lluvia que no daba treguaalguna.

Bordeando la montaña, poco apoco fueron acurrucándose entre lossalientes y las rocas desprendidas de laslejanas cumbres, agrupándose ycubriéndose entre todos con lo queencontraban a mano. Los animales,calados, aguantaban el chaparrón

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tumbados en torno a sus propietarios,deseando que despejara para secar suspelajes bajo el cálido sol. Las horaspasaban, y el aguacero, lejos deamainar, continuaba con su rítmicacantinela.

La plena oscuridad iba rellenandolos escasos huecos que la luz filtrada através de las espesas nubes resistía antela invasión de las sombras. La negruraera tal que a la hora undécima todos seresignaron a pasar la larga noche aremojo en aquel inhóspito lugar.

En la primera vigilia se formarontorrenteras que caían por las laderas y

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que acababan por inundar el terreno.Con el agua por las rodillas y con elinminente peligro que suponíapermanecer en aquel lugar, el guíaobligó a moverse a toda la expedición.A tientas fueron abandonando suposición y, ladeando de nuevo lamontaña, avanzaron totalmente a oscurashasta que consiguieron ir dejándolaatrás, y con ella la inundación que habíaprovocado el agua. La situación era muypeligrosa, pero aún lo era más quedarseallí. Los animales, tercos ydesobedientes, se negaban a avanzar yeran necesarias varias personas para

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conseguir moverlos. Los pies seclavaban en el fango y cada paso que sedaba suponía tal esfuerzo que eranfrecuentes las caídas ante laimposibilidad de avanzar. Con grandificultad consiguieron ir dejando atrásla montaña y también la lluvia, que pocoa poco iba aminorando. Mucho mástarde, las nubes fueron abriéndose dandopaso a un cielo seco y estrellado.Adaptándose a la escasa luz que el cieloles ofrecía empezaron a hacerse unaidea de la realidad en la que seencontraban. Algunos animales,exhaustos, yacían atrapados en el barro,

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inmóviles. La esponjosa tierra fuetragando parte del caudal que corría porlos campos, ahora inertes, aunque no losuficiente. Con la vigilia de la mañanavolvió la esperanza al grupo, y solocuando la tenue luz del amanecerempezó a cubrir la tierra inundadafueron capaces de conocer la magnitudde la tormenta pasada.

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Día 5 del mes de Iyar. Año 30. Sexto díade la semana.(Viernes, 28 de abril)

l sol ya calentaba lo suficientecomo para secar los campos,

aunque pasaría mucho más tiempo hastaconseguirlo. El nivel del agua fuebajando lentamente, y la expedición tuvoque detenerse para evaluar los daños yponer a secar sus ropas y sus

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pertenencias. Ciertas mercancías, comolas sedas de variadas tonalidades,quedaron dañadas por el agua y tuvieronque ser desechadas. Algunas vasijas devino se estrellaron contra el suelo,quebrándose y derramando su contenidocuando los animales que las portabaniban cayendo. Algún que otro alimentoacabó enmohecido, pero en general laspérdidas no fueron excesivamentegraves, a excepción de algún animalmoribundo que luchaba por mantenersecon vida. Se dieron algunos casos decansancio extremo y otros dedificultades en la respiración, debido

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ante todo a los bruscos cambios detemperatura sufridos y el agua tragadamientras se luchaba por avanzar. Una delas afectadas fue María, la compañerade Jesús, lo que hizo dedicarle toda suatención. Mientras, Tomás se ocupó delos más afectados, proporcionando enmuchos casos la ayuda necesaria parareponer sus males.

Jesús, entre la gran variedad dehierbas medicinales que siempre leacompañaban, contaba con la flor de lafárfara, con la que preparó grandescantidades de infusión para aliviar la tosde su esposa y de cuantos lo necesitaron.

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Combinada con regaliz y tomillo era unpoderoso remedio contra los catarros,los problemas respiratorios y lasenfermedades del pecho.

En segundo lugar fueron atendidoslos animales que, con dificultad, ya seiban recuperando. A excepción de laacémila de Dion Coceyo. Despojadatotalmente de su carga, el pobre animalpermanecía inmóvil tirado en el suelo,con las patas clavadas en el barro enextraña posición. Una de ellas estabadestrozada, provocándole un enormedolor. Pero con toda la confusión no sedieron cuenta de que al caer al suelo

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debió hacerlo sobre algún trozo decerámica, clavándoselo sobre el costadoque permanecía oculto y sobre el queestaba apoyada. Al darse cuenta, DionCoceyo pidió ayuda a Tésalo paraextraerle la cuña y eso no hizo más queempeorarlo todo. La herida, al perder lapresión, soltó de golpe toda la sangrecontenida agravando el sufrimiento de laacémila. Se debatía entre la vida y lamuerte, y nadie parecía tener soluciónpara ella. En un último esfuerzoenderezó la cabeza y escupió la sangrecasi coagulada que se acumulaba en suspulmones junto al último aliento de vida.

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Dion, impotente, contempló a la bestiacon pena por última vez y se dispuso adistribuir de la mejor forma posible sucarga. No había tiempo para lamentarse.Tanto Tésalo como el resto del grupo seofrecieron de inmediato para repartirselo más imprescindible hasta llegar aDamasco, donde podrían conseguir otroanimal de carga. Si nada lo impedía, aldía siguiente llegarían a la ciudad ytendrían tiempo suficiente pararecuperar las fuerzas de las que todoscarecían. Estaban extenuados, pero yahabían perdido demasiado tiempo.

Nada más empezar la marcha se

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encontraron con otro contratiempo. Unamanada de perros salvajes hambrientos,sin duda atraídos por el olor a sangre, seaproximaba peligrosamente a lacaravana. Los animales, desesperados,mostraban sus fauces mientras parecíanorganizarse para atacar. Eran al menosocho y nadie sabía cómo reaccionar. Siechaban a correr provocarían a losperros. No tardarían en alcanzarlos, yaunque podrían defenderse, su ataquepodría provocar alguna víctima. Optaronpor permanecer totalmente inmóviles ala espera de conocer los movimientos delos perros. Lentamente éstos fueron

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dispersándose como para rodear algrupo de personas, aunque debierondarse cuenta de que eran demasiadospara atacarles con éxito. Los perrosmiraban a todos lados tanteando susposibilidades, mientras la caravana ibaagrupándose muy despacio paraprotegerse. Los guardianes rodearon algrupo, pero inesperadamente Zahelabandonó a sus padres y echó a correrhasta Jesús, al que se abrazó muerta demiedo. Eso alertó a los perros, y uno deellos no dudó en lanzarse a la carrerahacia la que parecía la presa más fácil.Pronto superaría la distancia que los

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separaba, y el miedo se apoderó de lafamilia de Jesús. Éste agarró deinmediato a la niña protegiéndola entresus brazos, mientras el perro manteníasu incesante carrera hacia ellos. El restose mantenía a distancia, pero tambiéncomenzaba a avanzar. El pánico seadueñó del ganado, que se rebelabacontra sus dueños para alejarse de lainminente embestida. En ese momento lacaravana se convirtió en un caos,mientras el único perro que se habíalanzado al ataque seguía acercándose atoda velocidad. La madre de Jesúsretrocedía instintivamente, mientras el

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perro corría en su dirección preparadopara lanzarse contra ellos.Repentinamente Jesús se desentendió dela niña, y con un rápido movimiento quedesconcertó a todos, le arrebató laespada a Dion Coceyo. Cuando estaba aunos seis o siete codos, el perro saltósobre ellos y el Maestro aprovechó esemomento para rebanar de un tajo elcuello del salvaje animal, que cayópesadamente a sus pies, sin vida. Elgrupo, totalmente descontrolado, seseparó y empezó a correr en direccióncontraria a los perros. Los que quedabanseguían observando nerviosos sin saber

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muy bien qué hacer y empezaron adividirse. Algunos de ellos se acercarona la acémila muerta y empezaron adevorar el cadáver, desentendiéndosepor completo de la aventura de atacar aseres vivos teniendo todo ese montón decarne a su disposición. Otros, algo másapartados, avanzaron hasta sucompañero muerto y tras comprobar queno daba señales de vida decidieron a suvez disfrutar de su carne fresca. Lacaravana aún se hallaba a escasadistancia, pero los perros se olvidaronde ellos ante el manjar que se lespresentaba. Lentamente la caravana fue

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avanzando y recuperando su normalidad,mientras los guardianes la ibanparapetando por la retaguardia.

Jesús fue en busca de Eutico yAbigea con la niña, que cada vez semostraban más despreocupados de ella.Al llegar junto a ellos, Zahel se acurrucóen el regazo del Maestro, deteniendo supaso y negándose a avanzar.

—Pensé que estarían preocupadospor su hija —les dijo Jesús.

—Parece estar muy a gusto envuestra compañía —respondiórápidamente Eutico—. Confiamos que lacuidarías como lo hubiéramos hecho

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nosotros mismos. Y así lo habéisdemostrado con vuestro coraje. Gracias.

—No nos importa encargarnos deella, al contrario. Pero me duele vercómo os desprendéis de ella con tantafacilidad.

—Maestro, no creas que noechamos de menos viajar con ella —intervino Abigea tímidamente—. Es soloque creímos que tu influencia podríaayudarla a mejorar su comportamiento.No pretendíamos molestar…

—Zahel no molesta nunca —cortósecamente Jesús—. Seguiráacompañándonos, si ese es su deseo.

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La niña miró a Jesús, confirmandocon un leve movimiento de cabeza quequería continuar junto a él. De esemodo, despidiéndose de sus padres,dieron media vuelta y volvieron junto asus compañeros. Al llegar junto a María,Jesús le pidió que se atrasara con aellos y empezaron a caminar tras sumadre y Tomás a un paso más lento.Cuando la distancia fue suficiente comopara que nadie escuchara laconversación, Jesús empezó a sonsacara la niña.

—¿Te han dicho tus padres por quéos habéis marchado de Cafarnaúm?

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—Mi padre dice que la gente deallí no nos quiere —contestó Zahel—,que estaríamos mejor en otro sitio.

—¿Y a ti? ¿Te gustaba estar allí?La niña se encogió de hombros, sin

saber qué contestar.—¿Por qué crees que la gente no

os quería? —insistió Jesús.—No lo sé…—¿Y tus amigos? ¿No tenías

ninguno?—Al principio sí… Después se

fueron.—¿Qué pasó? ¿Por qué se fueron?

—quiso saber el galileo.

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—Mi madre no los quería. Teníamiedo como yo. Dicen que cuandoenfermé dejaron de ir.

—¿Cuándo enfermaste? ¿De qué?—No me acuerdo. Solo recuerdo

que tenía miedo —dudó la niña, queempezaba a mostrarse nerviosa.

—¿A qué tienes miedo?Zahel, cada vez más inquieta, se

apretó más fuerte a Jesús. Éste, haciendouna pausa, le siguió hablandocariñosamente.

—¿Por qué prefieres estar connosotros que con tus padres? ¿Es que nolos quieres?

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—Sí, no es eso —respondióhuidiza.

—Ellos te quieren mucho, ¿no esasí? —intervino María con delicadeza.

—No lo sé… a veces…—¿A veces? ¿Solo te quieren a

veces? —insistió María.Zahel iba intensificando su

nerviosismo a cada pregunta, hasta queno pudo más y empezó a sollozar.

—No siempre. No cuando se poneoscuro.

—¿Qué pasa cuando se poneoscuro? —quiso saber la de Magdala.

—Mi papá viene hasta mí y me

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abraza…—¿Tu papá te abraza por la noche?

¿Cómo yo ahora?Diciendo esto, Jesús se detuvo, se

agachó y abrazó a Zahel fuertementecontra su pecho, calmándola ycolmándole de cariño, mientras rompíaa llorar sin consuelo.

—No… Él se sube encima de mí yme abraza… me aplasta… me hacedaño… Después me besa como a mamá,aquí —dijo señalándose la boca—. Nome gustaba, yo gritaba pero él seguía…

Zahel acrecentaba su angustiosollanto con cada palabra que arrancaba

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de su garganta, arrojándolas comoinmundicias imposibles de digerir y quedurante tanto tiempo había guardado sinatreverse a lanzarlas al aire, aexpulsarlas de su interior infantil, avomitarlas fuera de su cuerpo menudoque había sido obligado a crecerprematuramente amargando suexistencia, destruyendo su esencia,arruinando su realidad y convirtiendo suniñez en la peor pesadilla que nadiepudiera tener. Sacando fuerzas que nisiquiera ella creía poseer, continuó consu dolorosa declaración.

—Yo no quería pero él seguía…

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Después, me hacía pis en la cara. Yoescupía. Y entonces me pegaba donde nose viera. Me decía que no se lo dijera anadie si no, si no… —hizo una pausapara restregarse el dorso de la mano porla nariz—. Pero después se ponía allorar y me decía que lo perdonara, queno volvería a ocurrir, y me dejaba sola.Entonces yo no podía dormir y pasaba lanoche aterrada por si volvía. Perotardaba dos o tres noches en volver. Ytodo volvía a empezar.

—¿Tu madre sabía lo que ocurría?—quiso saber María.

—Al principio no… Pero después

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sí… Empezaron a discutir. Se chillaban.Y mi madre tenía miedo, como yo. Peronunca me preguntó. Después empezó aapartarme de los pocos amigos que teníahasta que me quedé sin nadie.

—¿Desde cuándo pasa esto? —lepreguntó Jesús con cariño.

—No lo sé, no estoy segura…Desde hace dos Pascuas, quizá más.

El sol resplandecía en todo lo altomientras la caravana seguía su paso,alejándose despacio de Jesús y deMaría que permanecían quietos junto aZahel. Pronto volverían a parar, peroJesús no estaba dispuesto a esperar para

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enfrentarse a Eutico. Avanzó con largospasos hasta donde estaba junto a Abigeamientras María y Zahel lo observabansorprendidos. Su rostro reflejaba la iraque le habían causado las palabras de lachiquilla, y eso debió confundir a Euticoque no esperaba la reacción delMaestro.

—¡Cómo pudiste, miserable! —fuelo primero que le soltó al llegar a sualtura, mientras le propinaba un fuerteempujón que casi da con él en el suelo.

—¿Qué te ocurre, Jesús? —fuetodo lo que pudo decir Eutico, tanextrañado como su esposa ante su

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comportamiento.—¡No intentes engañarme! ¡Me

negaba a creerlo, pero ahora lo sé! ¡Losé todo!

—Maestro, te ruego que bajes lavoz, no creo…

—¡Tú no vas a creer nada, canalla!—le cortó bruscamente Jesús—. ¡Essolo una niña! ¿Cómo has podido haceralgo así?

—Eso es asunto mío. Solo mío —acertó a decir contrariado Eutico—.Nadie va a decirme cómo he de cuidarde mi familia.

—¡Tú no cuidas a tu familia! ¡La

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destruyes! Y tú, mujer, sabías lo queocurría y lo consentiste —dijo Jesúsdirigiéndose acusador a Abigea, que ibaponiéndose pálida por momentos—.Sois unos monstruos.

—¿Qué padre podrá decir quequiere a sus hijos como yo? —se quejóEutico.

—Eso no es amor. ¿No lo ves,insensato? Eso es lujuria, va contranatura. ¡Es repugnante!

—Para mí es solo otra forma dedemostrar cariño. Un cariño más íntimodel que otros puedan profesar.

—Un amor impuro. ¿Pensabas

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aparearte con tu propia hija? —preguntóJesús.

—La mujer pertenece a su dueño:al padre si es soltera, al marido si escasada, y al cuñado si es viuda sin hijos.Abigea y Zahel me pertenecen.

—El apareamiento en este mundoes el varón encima de la mujer, el lugarde la fuerza sobre la debilidad. Pero tú,al elevar tu fuerza más allá de lopermitido sobre la pureza y la inocenciahas excedido todos los límites de latolerancia y el respeto. Pero donde hayimpulsos desmedidos, también hayquienes son más valiosos que la propia

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fuerza.Las gentes que caminaban junto a

ellos empezaban a murmurar, curiososante las voces que hasta ahora aqueltranquilo galileo lanzaba al matrimonio.La discusión crecía por momentos, hastaque Abigea se derrumbó y suplicóllorando a Jesús:

—Por favor, Maestro, perdónanos—sollozaba la mujer, cogiendo entre susmanos las de Jesús mientras se lasbesaba con dulzura—. Sabía quellegaría este momento. Lo sabía… Él meamenazaba con repudiarme. Tuvemiedo…

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—¡Cállate, mujer! —gritó Eutico.—No, ya no pienso callarme —

replicó Abigea—. No pienso hacerlo.Empecé a sospechar, hasta que vi sangreen su lecho. Aún era muy joven para quesangrara, así que me alarmé. Entonces losupe: mi marido la visitaba a medianoche para gozar con ella. Sabía que esono era natural y le pedí que lo dejara.Pero él insistía, y decía que si no queríadestrozar la familia debía callarme.Pensé en coger a mi hija y marcharme.Pero, ¿a dónde iba a ir? Temía queacabara por encontrarme. Podría tenerproblemas. Empecé a tener miedo y al

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final pensé que lo mejor seríaresignarme y esperar. Quizá se cansara ylo dejara. Quise protegerla, y empecé aalejarla de sus pocos amigos por si enalgún momento contaba algo. El resto lopuedes imaginar. Huimos para que nonos descubran. Lo demás, son excusas.

—Todo iba bien hasta que teentrometiste —acusó Eutico a su esposa—. Todo empezó como un juego decaricias. Le hice creer que eso era loque hacían todos los padres con sushijos. En realidad, ella lo veía como unamuestra más de cariño. La falta deresistencia supuso un mayor deseo de

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contacto que se fue apoderando de mí.Con el tiempo empezó a rechazarme, ytuve que emplearme a fondo paraconseguir mis propósitos. Acabépegándole para dominarla, teniendomucho cuidado de no dejar marcas ensitios visibles. Ella se volvió másdesconfiada ante todo, y eso me sirvióde protección. Nadie sabría nunca nada.Hasta que empezó a confiar en ti.

—Estás totalmente confundido yenfermo —acusó Jesús, cada vez másenojado—. No volverás a ver a tu hija.En Damasco dejarás a Zahel a cargo detu esposa. Tú seguirás camino con la

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caravana, no me importa donde vayassiempre que sea lejos de ellas.Trabajarán para ganarse el sustento y túlas olvidarás.

—Esa decisión me correspondeúnicamente a mí —protestó Eutico,enfrentándose descaradamente alMaestro—. Antes vendería a mi hijacomo esclava. Solo yo tengo potestadsobre ella.

—Te lo ruego, Maestro —suplicóAbigea—. No nos separes. No quierosentir el deshonroso desprecio de loshombres. ¿Qué sería de nosotras?

—Tu esposo es duro de corazón,

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pero tú no tienes por qué sufrir sudesprecio ni el de nadie. Ante Dios eresigual que él, no hay diferencia. Mañanallegaremos a la ciudad. Te ayudaremos aestablecerte allí. Te puedo asegurar,Abigea, que llegado el momento yomismo haré de acusador si fueranecesario. Pero debes rehacer tu vida,por tu bien y, sobre todo, por el de laniña.

—¡No lo permitiré! —siguióprotestando Eutico.

—De ti depende, mujer —insistióJesús—. Rebélate ante esta repugnanteposesión tan despreciable a los ojos de

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Dios y de los hombres.—Quizá mañana veamos las cosas

de otra forma. Quizá no sea necesario talprocedimiento —añadió Abigea—. Telo ruego, Maestro, déjanos ahora solos,tenemos mucho de qué hablar. Cuida demi niña, sé que la cuidarás mejor quenosotros.

Jesús miró resignado a la mujer y,sin hablar, enfurecido y dolido por sudecisión, volvió hasta donde seencontraba María con la niña, queesperaba ansiosa que su esposo lepusiera al corriente de lo ocurrido.

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Día 6 del mes de Iyar. Año 30. Sabbat.(Sábado, 29 de abril)

esde que diera comienzo el Sabbatfueron muchas las voces que se

elevaron en contra de continuar elcamino hasta Damasco. Los judíos queviajaban en la caravana querían esperarociosos la caída de la tarde paracontinuar y así honrar el día sagrado; en

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cambio, los gentiles se negaban adetener la marcha, por lo que unos yotros se enzarzaron en una agriadiscusión. Jesús tuvo que intervenir paraconvencer a los más ortodoxos de quetrasladarse de un lugar a otro noquebrantaba la Ley, a lo que éstosobjetaban que mover un objeto que seusara para un trabajo prohibido tambiénera pecaminoso. Y la caravana estaballena de ese tipo de utensilios. Violar elSabbat llevaba consigo el castigodivino, y debían abstenerse deprovocarlo. Finalmente, optaron poravanzar siempre y cuando fueran los

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animales los que cargaran con losbártulos. Hechos los respectivosrepartos y con alguna que otra protestala caravana pudo continuar su lentocaminar. Ahora que un manto doradocubría los campos y se acercaban a lasmontañas bajo cuya sombra se guarecíala ciudad antigua, el gozo de alcanzar lameta y concederse el merecido descansohizo que se desvanecieran todas laspenalidades que habían arrastradoconsigo. El ambiente estaba reseco,aunque no hacía calor. Pronto estarían enDamasco. El enorme oasis convertía laamplia llanura en uno de los principales

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núcleos operativos del que partían lasmás importantes y estratégicas rutascomerciales del mundo.

Entraron en la ciudad por laimponente puerta oriental de tres arcosde los romanos, de la que partía la víaRecta. Abrazada por grandes pórticos decolumnas, la regia avenida de más desesenta codos de anchura y una milla delarga atravesaba la ciudad, mientras elrío Barada la recorría con sus sietebrazos, derramando entre sus calles elsusurrante latido que la hizo tan fértil,rica y próspera.

Jesús caminaba despacio junto a su

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esposa, cada vez más alejados de Euticoy Abigea. Su madre, a la que Tomásnunca dejaba sola, se arrastraba más quecaminaba tras su hijo. Encontrar un lugardonde descansar era la prioridad de lafamilia. Zahel, que parecía haberseolvidado de sus padres, era feliz con sucompañía. Ella parecía soñar con laposibilidad de permanecer junto a ellosy esperar a que la familia creciera conla llegada del bebé de María, al que sinduda acogería como a un hermano. Noes que no quisiera a sus padres, sobretodo a su madre. Solo que Jesús y Maríale habían entregado un amor

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desconocido hasta ahora. Sí, se dabacuenta de que era feliz.

Dion Coceyo charlaba alegrementecon Tésalo unos pasos más atrás.Estaban ansiosos por establecerse en laciudad y descansar. Permanecerían enDamasco dos días. Tendrían tiempo másque suficiente para conocer la bellaciudad y adquirir las provisionesnecesarias para continuar el viaje.

El guía de la caravana detuvo lamarcha a los pocos pasos de cruzar lapuerta de los romanos. Dejó a la escoltala ingrata tarea de proteger al grupomientras se ocupaba del alojamiento. La

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ciudad estaba muy agitada, lo queapresuró al guía a encontrar la forma dealojarlos cuanto antes. Algunosacabarían allí su viaje, pero nuevostranseúntes se irían incorporandoprogresivamente.

No había pasado mucho tiempocuando se acercó al grupo una patrullade soldados judíos del Sanedrínarmados y bastante hostiles. Alacercarse amenazantes la guardia de lacaravana se puso en prevencióndispuestos a enfrentarse. El que parecíael superior se adelantó y se dirigió aellos en voz alta:

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—Buscamos a Jesús, conocidocomo el galileo o Maestro. Solo lequeremos a él.

—Yo soy por quien preguntas —dijo Jesús—. ¿Qué queréis de mí?

—Tú y los que te acompañandesde Galilea debéis acompañarnos.¡Ahora mismo!

—Si algo queréis de mí osacompañaré —contestó Jesús—, perono es necesario que metáis a mi familiaen esto.

—¡He dicho todos! —gritó aqueltipo—. ¡Vendréis con nosotrosvoluntariamente o a la fuerza! ¿Quiénes

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viajan con él?El silencio fue la respuesta. Nadie

se acusó ni habló. El hombre repitió:—¡Los que hayan venido con Jesús

deben acompañarme! ¡No volveré arepetirlo!

En ese momento el resto desoldados se abalanzó contra Jesús,mientras los escoltas de la caravanarodeaban al grupo para protegerles de lainminente ofensiva. Cuando las armas yaestaban dispuestas para el ataque Maríagritó entre el alboroto:

—Yo viajo con mi hijo.Y enseguida se sumó su esposa.

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—Yo soy su compañera. No lodejaré.

—Iré donde vaya mi Maestro —añadió Tomás—. No volveré aabandonarle.

—Será mejor que dejéis que noslos llevemos —volvió a decir elportavoz del Sanedrín—. No esnecesaria una lucha inútil. Lo haremosde todas formas. Solo los queremos aellos. No es necesario derramar sangre.Acceded y nadie resultará herido.

Ante el revuelo, el guía de laexpedición regresó y tras gravesmomentos de tensión acabó aceptando lo

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que le exigían los soldados, siempre queno se produjera ningún altercado más.Aseguró que comprobaría qué ocurriríacon aquella familia, y que eso noquedaría así.

Cuando los soldados se disponíana retener a la familia, Zahel se aferrócomo solía hacerlo a las piernas deJesús, asustada. Uno de los soldadoscogió a la niña del pelo y, tirando deella, la obligó a soltarse, derribándolacontra el suelo. Sin pensarlo, Tomás seabalanzó sobre él y empezó a golpearle.Enseguida se unieron más soldados yJesús se lanzó contra el que luchaba por

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separarse de Tomás. El guía se interpusoen medio de la disputa recibiendo algúnque otro golpe, lo que obligó a losescoltas a actuar. La madre de Zahelcorrió en su ayuda, alzándola ycolmándola de besos. La brega erainevitable, hasta que una poderosa vozse alzó entre el tumulto.

—¡Ya basta! —ordenó Jesús—.¿No os conformáis con capturarnos quetenéis que hacer daño a criaturasinocentes? ¿Es ésta la iglesia queensalzáis? ¿Ésta es la forma que tenéisde amparar vuestras mentiras? ¡Falsoshipócritas, hijos de Satanás! ¡Volvéis a

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actuar como lo que verdaderamente sois,gente despiadada y violenta con los queos contradicen, separáis en lugar de unir,y matáis todo cuanto teméis para tener elpoder sobre todas las cosas, sobre loshombres y sobre Dios! ¡Matadnos atodos y seremos libres, y vosotros osconvertiréis en prisioneros de vuestrapropia farsa!

La reyerta se detuvo en el acto.Unos, avergonzados por las palabras deJesús; otros, por aprovechar la calmapara cumplir con su cometido. Así, lossoldados del Sanedrín les ataron lasmanos a Jesús y a Tomás para evitarse

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dificultades. Esto provocó de nuevo laira del grupo; abucheos, chillidos einsultos despidieron a la comitivamientras Zahel, contenida por su madre,lloraba desconsolada con los brazosextendidos hacia Jesús, presagiando quenada bueno resultaría de todo ello.

Crispo había corrido mucho parallegar a Damasco tras descubrir que elgalileo viajaba en la caravana con esedestino. Había buscado infructuosamentea Zaqueo, el único compañero que dejócon vida antes de regresar a Jerusalén.Lo imaginó con idéntico final, muerto,

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abandonado en cualquier rincón, y esolo irritaba. Pagarían por ello. Todos loharían.

La judería de Damasco estabasujeta al Gran Consejo de Jerusalén. Losbrazos del Sanedrín traspasaban lasfronteras de Judea para asegurar lacorrecta observación de la Ley. Crispoadvirtió a los notables que un fugitivoviajaba en una caravana con destino aDamasco, un fugitivo que habíaconseguido eludir la muerte y que yahabía sido condenado, entre otras cosas,por blasfemia. Poncio Pilato se negaba aadmitir que siguiera vivo, y no iba a

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ofrecer ningún tipo de ayuda al SumoSacerdote para encontrarlo y detenerlo.Aún no sabían cómo, pero aquel hombrehabía conseguido escaparmisteriosamente de las garras delSanedrín probablemente malherido, ypara vergüenza de todos no había sidoposible atraparlo todavía. Alguien leestaría ofreciendo una importantísimaayuda, y no lograban descubrir quién nipor qué. Pero lo averiguarían y le daríansu merecido.

Los soldados ya llevaban recorridoun buen trecho de la vía Recta con losarrestados cuando giraron para

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adentrarse en una callejuela angostaperpendicular a ésta. A medida queavanzaban comprobaban que aquellaspobres calles escondían entre las viejascasas lujosas mansiones quecontrastaban intensamente con el aspectotan humilde de las demás. Torcieron a laderecha hacia un callejón ciego queacababa en una modesta casa con unportal cerrado. Los soldados abrieron lapesada puerta sin llamar, e introdujerona la fuerza a la familia en la sinagoga.Jesús se golpeó la cabeza contra elvano, demasiado bajo para su estatura.Tuvieron que habituar la vista a la tenue

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luz que desprendía la única menorá7 quehabía en uno de los laterales de lapequeña sala. En el centro se erguía labimah8 tras la que, quien debía ser elnotable, esperaba a que todos llegaranjunto a él. Al fondo, el arca de dospuertas donde se guardaban los rollos dela Torá. Antes de que lo alcanzaran, elsacerdote se giró sin decir palabra yavanzó hasta el arca seguido de losdemás. La escasa luz disimulaba lapequeña puerta situada justo a su ladopor la que entró el notable. El resto loimitó y se encontraron en otra sala dedimensiones parecidas pero mejor

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iluminada. Al verles llegar, otros dosnotables, que debían ser losadministradores dependientes del GranSanedrín, se alzaron de sus respectivosasientos. Junto a ellos, un guardia de laCorte Suprema los recibió hostilmente.

—Llevamos mucho tiempo detrásde ti, galileo. Soy Crispo, de la guardiapersonal de los Sumos Sacerdotes deJerusalén. Me envía el mismísimoCaifás. Nos has dado mucho trabajoúltimamente…

—No debisteis buscarme en ellugar adecuado —le interrumpió Jesús—. Los caminos están llenos de gentes

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que me han buscado y me hanencontrado.

—Te crees muy listo, ¿verdad? —habló por primera vez uno de losnotables—. Crispo nos ha puesto alcorriente. Tergiversas las palabras y noeres tú quien habla sino el diablo.

Aquellos hombres caminabanalrededor de Jesús y su familia,observándolos en silencio. Los miraban,los escrudiñaban, pero no sabían muybien qué hacer con ellos.

—Caifás está muy disgustadocontigo y con Pilato —añadió Crispo—.Pero sobre todo contigo. Hasta ahora

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nadie había escapado a una crucifixión.Y eso, de momento, solo nos lleva a unpunto: ¿quién te está protegiendo?

—Solo la sabiduría me protege —exclamó Jesús—, algo de lo quevosotros carecéis.

—La resurrección no entra en losplanes del Sumo Sacerdote —añadióCrispo—. Y tu arrogancia terminará porarruinarte. ¿Quién te ha traído hastaaquí?

—¿Sabes qué nos diferencia? —preguntó Jesús—. Mi arrogancia, comotú la llamas, me mantiene vivo. Encambio vosotros, como muertos en vida,

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arrastráis vuestros pies prisioneros deuna existencia vacía con la que queréiscorrompernos, sin atreveros a reconocerque por vuestras tripas corren losmismos desechos.

—¡Tú eres quien contaminas contus… tus extrañas palabras! —gritó elnotable.

—Las palabras que nacen delcorazón no manchan al hombre, sinoaquellas que proceden de los malospensamientos, de la codicia, de lamaldad, de la envidia y de la insensatez.El que tenga oídos para oír, que oiga.

—Tu elocuente astucia no te

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servirá de nada aquí —Crispo hizo unapausa y continuó—. Te llevaremos aCesarea para que Pilato acabe de unavez lo que empezó.

—Puede que a Pilato no le gusteque le digan que no hace bien su trabajo—les desafió Jesús—. Se acabó laPascua, esta vez no tendrá tanto interésen apaciguaros con otro escarmientopopular.

—Está bien —cedió Crispo—. Loresolveremos aquí.

—Mi familia no tiene nada que veren todo esto.

—Tu familia es parte importante en

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todo esto —rectificó el notable—. Elloste han ayudado, no lo habrías logradosolo.

—¡No te atreverás a tocarlos!—¿Y quién lo impedirá? —añadió

—. ¿Tú, o tus amigos?No hubo tiempo para más. La

familia al completo fue empujada fuerade la sala por un estrecho pasillo que seencontraba en una de las esquinas. A tresbrazas descendían unas escaleras queenseguida giraban a la izquierda ycontinuaban bajando formando un arco.Un rellano de tres por tres codosacababa en una vieja puerta con aspecto

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de no haberse usado en mucho tiempo.El notable sacó un manojo de llaves ytanteó hasta que encontró la quenecesitaba. El chirriante ruido de la hojadeslizándose les advirtió de la realidada la que se enfrentaban.

—Esperaréis aquí hasta queencontremos la mejor forma de acabarcon vosotros —les dijo Crispo,empujándolos uno a uno al interior.

—¡Mi mujer está encinta! —sequejó Jesús, resistiéndose a Crispo—.Ni ella ni el bebé son ninguna amenazapara nadie. ¿Qué clase de misericordiaguarda tu alma?

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—Esta noche podréis comer algo—fue su única respuesta mientras seguíaempujándolos violentamente hacia lafría estancia donde depositó unapequeña menorá que les serviría deescasa iluminación—. ¿No tienesbastante con eso?

Fue lo último que oyeron. Lapuerta se cerró pesadamente con granestruendo y dejó en el más completosilencio aquella cárcel improvisada.Dos pequeños catres en el suelo eratodo lo que había. Ninguna abertura alexterior, y el olor rancio que alprincipio casi no se distinguía empezaba

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a hacerse más presente. La pesadumbreempezó a adueñarse de ellos, mientrasMaría rompía a llorar abrazándose a suhijo.

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C

38

Día 7 del mes de Iyar. Año 30. Primerdía de la semana.

(Domingo, 30 de abril)

–¿erramos el trato entonces? —volvió a preguntar Eutico, cada

vez más impaciente—. Noventa denarioses un buen precio. Es obediente ycallada, te servirá bien. Te aseguro queno te dará problemas.

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—No parece muy espabilada —contestó aquel judío, mientras volvía aexaminar a la niña.

—Entiéndelo, está desorientada.Llevamos varios días viajando y todavíano comprende que ha de separarse denosotros.

—No entiendo tu prisa —se quejóde nuevo.

—Ya te lo he explicado. Mañanavolvemos a partir con la caravana. Nosdirigimos a Edesa —mintió.

—¿Por qué no la llevas contigo?—Ya es cansado para nosotros.

Imagínate para una cría. Además, aquí

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puede instruirse en un oficio.—¡Deberías pagarme tú a mí por

ello!—Te servirá durante seis años —

replicó Eutico—. ¿Qué más quieres?Zahel miraba preocupada a ambos

hombres. No entendía de qué hablaban,pero lo que sí sabía era que su futuroestaba en juego. No le gustaba cómo latrataban sus padres, pero no pensaba quepasar los próximos años con aqueldesconocido fuera una buena alternativa.Si sus propios padres la habían tratadoasí, ¿cómo llegaría a hacerlo aqueldesaprensivo que la miraba como a un

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objeto, que le inspeccionaba los dientescon sus gruesos y sucios dedos y que noparaba de manosearla? Quizá noentendiera muy bien de qué hablaban,pero sabía que eso le perseguiría elresto de su vida.

—¿Cuándo volverás a por ella? —preguntó el comprador.

—Cuando expire el contrato, comohemos acordado. Será tu sierva lospróximos años, haz con ella lo quequieras. Tienes el poder de desposarlacon quien desees, si crees que es unbuen negocio. Si no lo haces, volveré apor ella antes de la época de lluvias.

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—¿Y su madre? —preguntódesconfiado.

—Preparando nuestra marcha —volvió a mentir Eutico, pues ésta eraajena a lo que tramaba su marido.

—Está bien, te pagaré lo acordado.—Haces una gran adquisición, no

lo dudes.Eutico metió en su bolsa lo que le

ofrecía aquel rico judío sin molestarseen contarlo. Tenía prisa por desaparecer.Aún no sabía qué le diría a Abigea.Pero, ¿por qué iba a preocuparse porella? Acataría su decisión, comosiempre. El dinero les vendría muy bien

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para empezar una nueva vida lejos deallí. No tenía intención de viajar aEdesa, aunque todavía no sabía a dóndeirían. Naturalmente, nunca volvería apor su hija. Cuando llegara el momentoél estaría muy lejos y su mujer ya sehabría olvidado de la niña. No lepreocupaba en absoluto lo que fuera deella o de su nuevo dueño. Tal vez leencontrara un buen marido. Sí, eso es.No debía preocuparse de nada. Habíahecho un buen negocio con su hija y nocabía ningún remordimiento. Se irían deallí de inmediato. Nunca volverían aDamasco. Le tenía sin cuidado lo que

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ocurriera a partir de ese momento. Sologiró la cabeza una sola vez mientras selargaba viendo cómo aquel rico judíoarrastraba a Zahel llorando, pataleando,y gritando a su padre que volviera a porella, que no la abandonara, que ya no sequejaría y se portaría como debía. Perosu padre ya no la escuchaba. Ya hacíamucho que ni la oía ni la veía. Solo teníaoídos para el avaricioso tintineo de lasmonedas en su bolsa, las que leproporcionarían una vida mejor lejos desu pasado.

Dion Coceyo no iba a abandonar

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Damasco sin Jesús y su familia. Junto aTésalo había recorrido algunas de lasnumerosas sinagogas que poblaban laciudad hurgando por cualquier rincón enel que pudieran estar ocultos, sinencontrar ningún rastro que les llevara aellos. Era casi imposible buscar entodas sin levantar sospechas. Y ahora,que empezaba a caer la noche, lasprobabilidades de encontrarlos sereducían.

No veía a Eutico desde el díaanterior, aunque eso no le preocupaba.Quedaba poco tiempo para la partida dela caravana, y parecía inevitable que lo

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hiciera sin ellos.La antigua ciudad se iba sumiendo

en la oscuridad y la actividad que hastahacía tan poco agitaba sus calles se ibaapaciguando. Solo las vías principalesquedaban adornadas por bellasantorchas que esparcían su juguetóncentelleo, robándoles espacio a lanegrura que ya se deslizaba por todoslos rincones.

Tésalo acabó por dejar solo a DionCoceyo, que no cejaba en su empeño dedar con el galileo. Pronto se enfrentaríaa otra larga y agotadora jornada de viajeque no vendría sola, y aunque le dolía

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abandonar a sus compañeros tampoco sepodía permitir perder la oportunidad decontinuar su camino. Un escueto losencontraré sirvió para despedir algriego al que deseó de corazón la mejorde las suertes. En un último esfuerzo,Dion Coceyo decidió recorrer de nuevola vía Recta desde el principio,esperando tener la suerte que antes lefaltó. No le sirvió de nada. Ladesesperación empezó a recorrerle elcuerpo, las prisas por encontrarlos leoprimían el entendimiento. Siguiódeambulando por la ciudad sin rumbofijo hasta darse cuenta de que empezaba

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a despuntar el nuevo día. Dudaba sobresu paradero, cuando escuchó a unhombre que gritaba algo no lejos de allí.Siguió la voz hasta un amplísimo patioque parecía en obras, ahora sin peones.Su interior, que tenía una aberturacentral que permitía recoger el agua delluvia en un estanque, daba acceso a laconstrucción. Junto a ésta, un pequeñoatrio interior incluía un pequeñomercado, en cuya puerta un hombrecillovendía una deliciosa leche caliente en unenorme recipiente. Dion Coceyo,hambriento, se decidió por un cacillodel humeante líquido.

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El mercado, casi desierto, tenía asu lado un pequeño jardín desde el quellegaba el sonido de los pasos de unasmujeres que se acercaban. Fue solo uninstante, pero fugazmente vio pasar trasellas a un hombre ataviado con eluniforme de la guardia del templo deJerusalén. Abandonó su escudilla deleche para seguirlo a toda prisa, peropronto desapareció de su vista. Yentonces, cayó en la cuenta de lo quedebía hacer.

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E

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Día 8 del mes de Iyar. Año 30. Segundodía de la semana.

(Lunes, 1 de mayo)

l oscuro cuarto se había convertidoen un apestoso espacio donde la

mugre se acumulaba y las inmundiciasde sus cuatro ocupantes sobrepasaban lohumanamente tolerable. Empezaban aperder la noción del tiempo y nadie les

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prestaba la mínima atención salvo parallevarles agua de cuando en cuando yesas galletas amargas que constituíantodo su alimento desde que losencerraran en aquel lugar. El polvo delangosta se amasaba con harina y conello se elaboraban unas galletas nadasabrosas pero muy apreciadas por sualto valor nutritivo. El aire, que solo serenovaba vagamente cuando les servíanel alimento, era cada vez másirrespirable. María, más necesitada yafectada que los demás, yacía medioadormilada en un rincón mientras Jesústrataba por todos los medios que

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acabara con los restos de galletasobrante de la noche anterior.Necesitaba alimentarse y alimentar a lacriatura que portaba en su vientre, peroya no podía soportar más aquellainsípida pasta que se endurecía pormomentos.

Tomás y María se despertaron conel chirrido de los cerrojosdescorriéndose y el posterior estruendode la puerta al abrirse. Crispo fue elprimero en entrar, pero el hedoracumulado le revolvió las tripas y tuvoque retirarse para llenar sus pulmonesde aire limpio. El notable que lo

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acompañaba, tras esperar un breveinstante a que el aire viciado fuerasaliendo y renovándose, entró a lacámara pidiendo a todos que losiguieran. No tuvo que repetirlo. Loscuatro se abalanzaron hacia el espacioque dejaba la puerta entreabierta,desesperados por abandonar aquelcuchitril que estaba acabando con ellos.

Subieron por las mismas escalerasque pisaran dos jornadas atrás seguidospor Crispo, y volvieron a atravesar elestrecho pasillo que les llevaba a lasinagoga donde ya esperaban los otrosnotables. Sin mediar palabra, los

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empujaron hasta la calle. Jesús seagachó ante el vano de la puerta. La luzde la mañana, aún escasa, irritó los ojosde los prisioneros, acostumbrados a ladura oscuridad de aquella improvisadacelda.

—¿A dónde nos lleváis? —preguntó Jesús.

Nadie pareció oírlo, porque soloobtuvo el silencio por respuesta.

—¿A dónde nos vais a llevar? —volvió a preguntar—. Mi esposa estádébil, necesita ayuda. Os imploro que nola mezcléis en esto.

—Dentro de poco podrá

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descansar… para siempre —contestóCrispo—. ¡Ya basta de charlas, noquiero volver a oíros!

De inmediato los notables y Crisporodearon a la familia, agrupándolos enel centro de ellos, obligándolos acaminar muy pegados entre sí. MientrasJesús seguía protestando, salieron delcallejón de la sinagoga y giraron a laderecha. Las calles, aún vacías, eranajenas a lo que ocurría. Debían darseprisa para evitar testigos. Siguieronavanzando entre lujosas casas yenseguida torcieron a la izquierda entredos grandes mansiones. En el primer

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recodo volvieron a girar a la derechaparándose frente a una casa construidacon piedras labradas que debíapertenecer a algún pudiente, aunque lasjuntas se presentaban anchas eirregulares como en las casas de lospobres. Los notables sacaron unaenorme llave que introdujeron en unabella puerta de cedro que se abrió sinesfuerzo. Fueron pasando a un zaguánque impedía ver el interior de la casadesde el exterior. Avanzaron por él hastallegar a un patio central abierto al cielorodeado de tres piezas sin terminar deconstruir. Se dirigieron a una de ellas,

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en la que fueron introducidos por lafuerza. Parecía la única con unrudimentario techado por el que sefiltraban los rayos de sol que empezabana asomar. No era muy amplia, y tampocotenía aperturas al exterior. El suelo, unamixtura de cal y lodo que el tiempohabía secado y endurecido, parecíalimpio. Al menos no olía mal. Su nuevaprisión no presentaba ningún mueble, aexcepción de una alta lámpara de pie debronce que estaba sobre el piso.

—No estaréis aquí mucho tiempo—señaló Crispo—. Antes de la caídadel sol habremos acabado con vosotros.

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Dedicar vuestras últimas horas de vida aorar.

Dicho esto, cerró la puerta y la fijófuertemente con un gran maderotransversal que sujetó en sus extremoscon unos grilletes anclados a amboslados de la puerta sobre la pared, sujetocon unos pernos reforzados con cadenas.No querían correr ningún riesgo. Esamisma noche, tras asegurarse que nadiesupiera de su paradero y sin testigos, élmismo acabaría con sus vidas. Losejecutaría y no volvería a dejar lasolución de sus problemas a los inútilesde los romanos. Él sabía lo que debía

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hacer. Ningún Mesías destruiría susprivilegios. Terminaría con él y Caifássabría agradecérselo.

A Sofonio Pisón le costó trabajoconvencerse de qué era lo mejor.Damasco era demasiado tranquila comopara pensar en problemas. Pero conestos judíos nunca se sabía. Elasentamiento romano permanente en laciudad era más administrativo que otracosa. Pero la llegada de las caravanassiempre alteraba la rutina yconvulsionaba la ciudad, y ya teníaconocimiento de que a su llegada un

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galileo había sido retenido junto a sufamilia por los largos brazos delSanedrín, que se extendían y propagabanpor todo su territorio con elconsentimiento de sus superiores.Alertado ante un posible ajusticiamientosegún sus averiguaciones, no parecíaimprobable que pudiera cometerse algúntipo de altercado en breve. Aunqueaquella no era jurisdicción directa dePoncio Pilato, podría tener problemas sino detenía cualquier conato de rebeldíaantes de que llegara a convertirse enalgo más grave. Pero ¿y si lainformación proporcionada por aquel

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hombre no era del todo correcta? Susituación ante los poderosos de laiglesia podría debilitarse y quedar enentredicho, poniendo en peligro sucómoda posición en Damasco. Aunqueel centurión era joven y no había tenidooportunidad de participar en grandesbatallas ni en conquistas para elImperio, estaba sobradamente preparadopara dirigir aquella guarnición yesperaba seguir haciéndolo durantemucho tiempo, sin descartar laposibilidad de continuar ascendiendo derango.

Sofonio Pisón aborrecía a los

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judíos y sus costumbres, pero debíavalorar correctamente los próximospasos a seguir y no cometer errores. Ydebía hacerlo rápido. Asignó a un optiola tarea de formar una pequeña patrullacon seis legionarios para rastrear entrelos numerosos edificios religiosos de laciudad. Registrar una por una cadasinagoga de Damasco no sería una tareafácil y les llevaría demasiado tiempo,aunque eso tampoco garantizaba el éxito.Debían elegir bien por dónde empezar ytomar todas las precauciones posiblespara no enfrentarse irremediablementecon los sacerdotes. Y esperar que la

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información obtenida fuera la correcta.Recorrieron las principales

sinagogas de la vía Recta una por una,sin encontrar rastro de los detenidos.Buscaron en plazas, mercados,mansiones de ricos sacerdotes con elmismo resultado. Nadie sabía nada ypocos estaban dispuestos a colaborar.Sofonio Pisón les había ordenado entraren cada edificio oficial bajo control dela iglesia violentamente, e inclusodetener a los que se resistían a abrir laspuertas a la patrulla. Entraron en viejasprisiones, antiguas dependenciasmilitares ahora en desuso, pero

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continuaban sin encontrar pistas sobre suparadero. Hacia la hora nonainterrogaron a tres notables del GranConsejo en una pequeña sinagoga alfinal de un callejón. Registraron cadarincón, descendieron hasta una viejacámara en el piso inferior y, aunquelimpio, el aire viciado parecíaindicarles que aquel lugar estabadesatendido desde hacía bastantetiempo. Pero antes de abandonar la casa,un hombre con uniforme de la guardiadel Sanedrín les salió al paso, y elcenturión receló. Aunque no eranhabituales estos soldados en Damasco,

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estuvo a punto de irse sin más cuandoadvirtió la nerviosa reacción de losnotables que reflejaban en sus rostros loinoportuno de aquel fatídico encuentro.Una fría despedida fue todo lo queSofonio Pisón obtuvo de ellos. En lacalle, el centurión ordenó al optiomontar guardia con tres legionarios.Ocultos en distintas posiciones,vigilarían el más leve movimiento de losocupantes de la casa. Mientras, el restoseguiría barriendo Damasco hasta quedieran con lo que buscaban.

A la hora duodécima la sinagogaseguía sin actividad. No pasó mucho

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tiempo más cuando los notables salierona la calle, y después de mirar a todoslados se dirigieron hacia la vía Recta.El optio ordenó a dos de los legionariosseguirles extremando todas lasprecauciones. Poco después salió elsoldado del Sanedrín que tomó ladirección contraria. El optio mantuvo ensu lugar a un único legionario y élmismo siguió al hombre, muy atento a loque claramente era una maniobra dedistracción. A distancia vio cómo girabaa la izquierda entre dos mansiones.Rápidamente fue tras él mientras éstetorcía a la derecha mirando a todas

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partes muy nervioso. Intentó mantener lamínima distancia con él para noperderlo de vista, pero no pudo evitarque se le escapara delante de susnarices.

Sentados sobre el suelo desnudo,Jesús abrazaba a su esposa mientrasTomás hacía lo propio con María,dándose calor en aquel frío cotarro bajounos hilos de sol que se filtraban porentre los huecos que el paso del tiempohabía abierto en el derrotado techado deramas y tierra sobre el que crecía lahierba.

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Esparcidas por los rincones habíaparvas de espigas que alguien habíaamontonado no hacía mucho.Probablemente habría pasado ya la horaséptima. Con más calor acumulado ensus cuerpos se las repartieron, yrestregándolas con las manos fueronsacando el grano y comiéndolo crudo.Con ese escaso sustento se sintieroncada vez más desalentados. A vecesgolpeaban la puerta gritando que lesdejaran salir, pero la lejana voz deCrispo les repetía incansable que secallaran.

Ya hacía varios días que Jesús no

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trataba sus heridas como debía y temíaque todos sus progresos hubieran sidovanos. Su madre, vencida, gemíapidiendo misericordia. María necesitabaalimentarse adecuadamente y descansarcomo es debido o su embarazo podríacorrer peligro. Tomás parecía el mássosegado e intentaba contagiar a losdemás su temple, pero el tiempo pasabatan tímidamente que le acababaderrotando. Al final de la tarde lespareció que Crispo les había dejadosolos. Cuando el sol estaba tan bajo quela claridad escaseaba volvieron a oírruido en el exterior. Alguien estaba

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abriendo la puerta. Escucharon ruido degrilletes y cadenas, seguido del secogolpe de un madero cayendo al suelo.Dos de los notables se precipitaron alinterior y sin mediar palabra golpearona Jesús y a Tomás. María intentódefender a su esposo, pero de un fuerteempujón se la quitaron de encimalanzándola contra la pared. Jesús seechó contra el notable peroinmediatamente fue derribado de unpuñetazo.

—Es mejor que no alborotéis —dijo éste—. Así será más rápido y todossaldremos ganando.

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—¡Ya basta de tormentos sinsentido! —exigió Tomás mientrasatendía a María— ¡No es necesariotanto daño!

De un golpe lo apartaron de lamujer y seguidamente le ataron lasmanos a la espalda. Juntándole laspiernas lo ataron por los tobillos.Continuaron con Jesús, que seguíaaturdido, para acabar haciendo lo mismocon las mujeres.

No, no era muy lícito lo queestaban haciendo, pero después de todolo ocurrido no podían dejarles con vida.Era un acto indecoroso, sucio y hasta

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repugnante, pero Jesús lo habíaprovocado desafiando a su propiaiglesia, cuestionando sus costumbres,sus privilegios y hasta la Ley. No podíanpermitirlo. Los dejaron allí arrodilladosy abandonaron la cámara. Al rato entróCrispo, que entrecerró la puerta. Seacercó a los humillados empuñando suespada y Jesús levantó la frentedirigiéndose a él.

—Lo que tengas que hacer, hazloya —le dijo, mientras pugnaba porliberarse de sus ataduras—. Pero solo amí. Y si te sobra cobardía para actuarcomo lo haces quizá no escasee tu

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compasión por el ser que late en elvientre de mi compañera.

Crispo lo miró con saña y alzó sumano armada confirmando el odioextremo que sentía por él.

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l optio, decepcionado consigomismo, buscaba furioso al hombre

que había desaparecido delante de él.Subía corriendo por las calles, se girabauna y otra vez buscándole, volvía abajar, pero ni rastro. ¿Cómo era posibleque lo hubiese perdido? Debió ocultarseen alguna de las casas pero ¿en cuál? Nohabía tiempo para buscar en todas,podría ser demasiado tarde. Hasta que

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se dio de frente con uno de loslegionarios que había seguido a losnotables.

—Han entrado en esa casa —ledijo—. Primero llegaron los notables.Después el hombre del Sanedrín.

—Bien, derribemos la puerta,rápido —contestó el optio—. Dentroencontraremos lo que estamos buscando.

Lo intentaron primero aempellones, pero la puerta era bastantepesada. Siguieron a golpe de espada, apesar de que el estruendo podría estaralertando a los de dentro. Con un pocode esfuerzo entre envites de espada,

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empujones y patadas, consiguieronfinalmente abatirla. Cruzaron el granzaguán hasta el patio donde encontrarona los notables ante la entrada a una delas piezas de la casa. Al versesorprendidos intentaron reaccionar paraadvertir al otro, pero los legionarios selo impidieron rápidamente. Entre tanto,el optio ya estaba empujando la puerta ycolándose en el interior.

Encontró a cuatro personastendidas y atadas. El hombre delSanedrín se giró aún con la espada en lamano, interrumpido por el romano. Fuelo último que hizo. La espada del optio

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atravesó su cuello apareciendo teñida deescarlata por el otro lado. Entreestertores, abrió desmesuradamente losojos y quiso decir algo, pero se ahogabaen su propia sangre. Cuando el optio tiróhacia sí para recuperar el arma elhombre cayó de bruces contra el suelo,ya sin vida. De inmediato, soltó a losprisioneros salpicados con la sangre desu carcelero, abrazándose con gozo alverse al fin liberados. Jesús se acercó alcuerpo yacente del hombre que hacía tansolo un momento había intentadomatarlos, lamentando el desenlace final.

Mientras mantenían vigilados a los

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notables, el optio envió a uno de loslegionarios en busca de Sofonio Pisón.Buscaron agua por todas partes parareconfortar a los prisioneros, mas nohallaron en toda la casa. Ante lasinsistentes preguntas de los legionarios,los notables fueron dando explicacionesacerca de los cuatro detenidos,aclarando que intentaban acabar eltrabajo que comenzara el SumoSacerdote y que haberlo impedido lesacarrearía graves consecuencias.

—Os equivocáis totalmente —puntualizó el optio—. Os hemosdescubierto intentando ajusticiar por

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vuestra cuenta a una familia entera, sinel conocimiento ni el asentimiento de laley romana. Os aseguro que seréisjuzgados severamente y seremosinflexibles en el cumplimiento de lapena que se os imponga.

Los recién rescatados tenían unaspecto desnutrido, estaban muy sucios yolían mal. Pero allí no había nada conqué atenderles adecuadamente; debíansacarlos de allí cuanto antes. Al tanto,llegó Sofonio Pisón con caballos. Traspresentarse, cedió un animal a cada unode los liberados indicando a uno de loslegionarios que lo siguiera. Ordenó al

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optio que se encargara de los sacerdotesy del cadáver, mientras él se ocuparía dela familia de Jesús.

—Os ruego descanséis comopodáis —les dijo el centurión—. Seráalgo incómodo, pero éste será el últimoesfuerzo que os pida. Dentro de pocollegaremos a un destino seguro. Allíestaréis a salvo.

—Mi única voluntad en estemomento es que mi esposa y mi semillaestén protegidas —contestó Jesús,cansado—. Y en su nombre os loagradezco.

Llegaron a la puerta oriental de los

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romanos y salieron de Damasco bajo elpequeño arco que permanecía vigilado,enfrentándose a la noche. La compañerade Jesús apenas podía mantenerse sobreel caballo. Por seguridad, Sofonio Pisóndescabalgó de su montura y frenó alanimal con una mano, y con la otrasujetó al palafrén de María por el ronzalcuidando que ambos anduvieran al paso.Tomás imitó al centurión haciéndosecargo de la madre de Jesús, quedandosolo éste montado a caballo. SofonioPisón, como adivinando lo que rondabapor sus cabezas, los tranquilizó.

—No os preocupéis. No

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tardaremos mucho. El lugar al quevamos está a unas dos millas. Allí osesconderemos. Pararemos cuanto seanecesario.

Se incorporaron a un camino muybien definido y fueron avanzandolentamente bajo las estrellas. A unos tresestadios lo abandonaron para desviarsea la derecha hacia un huerto queatravesaron con precaución. SofonioPisón debía conocer el terrenoperfectamente, porque a partir de ahíviajaron campo a través. El tránsito sehizo lento al no haber senda que seguir,pero con la primera vigilia llegaron a

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una pequeña aldea que el legionariollamó Maqam-I-Isa, bastantedeshabitada por su dificultad para llegara ella si no se conocía su situaciónexacta. Algo más apartada del grupo decasas había una de barro cocido conalgunas ventanas altas que abrían a lacalle, y se dirigieron a ella. Alalcanzarla se dieron cuenta de que erade una planta y algo más grande de loque les había parecido en un principio.Entusiasmados por tener al fin un refugiodonde cobijarse, tras acomodarprovisionalmente a los caballos,abrieron la vieja puerta de madera. El

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interior estaba dividido en dos piezas.La primera de ellas, con el suelo depiedra resquebrajada unida con cal yalgo más alto que en la segunda, tenía unfogón encendido en el centro. La otrapieza de suelo de tierra aplanada conaspecto consistente era muy amplia yestaba iluminada por varios candiles.Tenía un arca de madera y varias esteraspara dormir. En un rincón descansaba unhombre tendido sobre unos almohadonesen el suelo. Rápidamente se alzó y segiró hacia los recién llegados. Jesús sealegró enormemente al reconocer a DionCoceyo, pero al avanzar para abrazarlo

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se detuvo desconcertado por suvestimenta. La sorpresa aumentó cuandoSofonio Pisón se dirigió a éloficialmente:

—Cayo Calpurnio Tigelino —ehizo una leve inclinación con la cabeza—. Llevabas razón, todo era tal y comotú dijiste. Os entrego al galileo y a sufamilia. La misión ha concluido conéxito.

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Día 9 del mes de Iyar. Año 30. Tercerdía de la semana.

(Martes, 2 de mayo)

ebía ser al menos la hora quinta.Habían dormido hasta que el sol

ya estaba tan alto que traspasaba con sufuerza las altas ventanas con barrotes demadera. Lo necesitaban. Habíanconsumido todas sus energías los

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pasados días y tenían que recuperarse.Jesús se levantó de su estera sindespertar a las mujeres y comprobó queTomás se había ido. Salió a la calle ycuando acostumbró su visión al excesode luz vio a Tomás descansando bajouna de las higueras que había junto a lacasa. Cuando éste vio a Jesús seaproximó y se saludaron. Entonces viola escalera adosada que llevaba hasta eltecho y subió para comprobar suestabilidad. Estaba bien construida ypodría servir para subir el grano odormir a la fresca en verano. Mientras,Jesús dio la vuelta a la casa que le

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pareció muy bonita. Como no existíapatio en el interior, había pegado almuro oriental de la casa lo que parecíaun cobertizo con un gran hueco paraentrar a él. Era una leñera repleta dearbustos espinosos y estiércol seco queserviría de combustible para el fogón.Pero aún quedaba espacio para guardarel grano si fuera necesario. En el centro,una cisterna familiar que recogía el aguaque era conducida desde el techo pormedio de canales durante la estación delluvias. Una cubeta de piel asegurada auna rueda por medio de una cuerda seprestaba a sacar el agua. Allí también

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estaba el lugar del baño. Tomás sereunió con el Maestro y entraron juntos ala casa, que parecía muy acogedora ydisponía de todos los utensiliosnecesarios.

Y entonces cayeron en la cuenta deque estaban los cuatro solos. Cuandollegaron la noche anterior Dion…, CayoCalpurnio Tigelino los ayudó a asearseligeramente vaciando agua él mismosobre las manos y los pies de todos.Tenía preparada una cena ligeraconsistente en un potaje de lentejas concebolla, y pan que debía ser del díaanterior pero que igualmente sumergían

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en sus escudillas doblando una parte conla que se llevaban la comida a la boca.Comieron desesperados, hambrientos,como si fuera imposible saciar suapetito. Tigelino les aconsejó quedescansaran tras todo lo padecido y queal otro día daría cuantas explicacionesfueran necesarias. Le hicieron caso sindudarlo un instante, aún no repuestos dela sorpresa. Abrió el arca de madera dedonde sacó ropa de cama y se despidiódiciendo que él descansaría en otraparte de la casa. Era muy agradablevolver a descansar en condiciones, peroestaban tan agotados que no conseguían

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conciliar el sueño.Junto al fogón había una vasija con

leche y se sirvieron dejando dosmedidas para las mujeres. Al fondohabía una pequeña despensa dondeencontraron miel, legumbres, dátiles,cebollas y algunas lechugas. En el suelo,dos ánforas de vino.

En la pieza contigua de la casaempezó a haber actividad. Las mujeresestaban ya en pie, y la esposa de Jesússe dirigía hacia él. La vio másrecuperada que la noche anterior y comosolía hacer, puso la mano sobre suvientre sintiendo la vida que había en su

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interior. Después de tomar la leche queles habían dejado, insistieron en volvera practicarle las curas a Jesús, perohabían perdido todas las hierbas yplantas medicinales. Tendrían queposponerlo hasta que fueran capaces deconseguir más.

Les pareció que se acercabaalguien a la casa. Se asomaron a lapuerta y vieron al romano que seaproximaba a caballo y, atado tras él, unasno que portaba en su lomo un saco deharina y un par de panes de cebada. Lossaludó con la mano y descabalgó. Dejólos animales a la sombra de las higueras

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y se dirigió a la casa con el pan y laharina.

—Espero que hayáis descansadobien —les dijo—. Salí temprano a portodo esto y no quise molestaros. SofonioPisón ha vuelto a Damasco parainformar de lo ocurrido. Me rogó que lodespidiera de vosotros. ¡Qué gran tipoese Pisón!

—Os lo agradecemos —dijo Jesús—, pero no entendemos…

—Todo a su debido tiempo —lointerrumpió Tigelino, dejando junto alfogón el pan recién hecho—. Ahoradebéis indicarme qué es lo

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imprescindible para los siguientes días.Especias, salazones, verduras… Os hetraído un asno joven, algo testarudo peromuy fuerte. Os vendrá bien para ir aMaqam-I-Isa. ¿Tenéis dinero?

—Muy poco —contestó Tomás—.Lo poco que pudimos esconder ennuestra ropa interior cuando nosdetuvieron.

—No importa —dijo el centurión,arrancando con la mano un trozo de pany llevándoselo a la boca—. Yo os daréalgo. No es mucho, pero suficiente paraaguantar un tiempo hasta que consigáisvuestros propios recursos.

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—¿Viviremos aquí? —preguntóTomás.

—Sois libres para hacer lo quequeráis —sugirió Tigelino—, pero osrecomiendo que lo hagáis al menosdurante un tiempo. Aquí estaréis a salvo.El lugar es poco conocido y bastanteaislado. Por aquí no suele venir gente deotros lugares. No estamos en ningúncamino conocido, pasaréis bastantedesapercibidos. No hay vecinos cerca,nadie vendrá a preguntar. Me quedaréunos días aquí, después cuidaréis devosotros mismos.

—Trabajaremos por nuestro

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sustento —afirmó Jesús.—Tú eres carpintero, ¿verdad? —

preguntó Tigelino que no esperórespuesta—. Puedes construirte unamesa de trabajo. Conseguiremosherramientas, por aquí no hay nadie contu oficio. Quizá puedas fabricar arados,yugos, llaves, puertas, baúles… qué séyo. Con el tiempo podrías tener una grandemanda.

—Yo podría cultivar legumbres ymelones —dijo Tomás—. Hay muchashigueras, venderemos sus frutos. Quizáno consigamos ahorrar, perosubsistiremos con nuestras propias

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cosechas.—Permaneceréis aquí ocultos al

menos hasta después de la próximaépoca de lluvias —aclaró Tigelino—. Oincluso algo más. Relacionaos solo congente de la zona. Estaréis bastanteaislados, pero será necesario. De otraforma no podré protegeros.

—¿Por qué quieres protegernos?—preguntó muy serio Jesús, mientrastomaba unos dátiles—. ¿De qué? ¿Dequién? ¿Por qué hemos pasado desentenciados a protegidos de Roma? Yohe venido a servir, no ha ser servido. Mimisión no ha concluido.

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—Amigos míos —suspiró Tigelinomientras reunía a los cuatro en torno alfogón y repartía almohadones para quese acomodaran—. Creo que ha llegadoel momento de que os cuente la verdad.

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i verdadero nombre es CayoCalpurnio Tigelino, Centurión

de la cohorte de Cesarea, y sirvodirectamente bajo las órdenes dePoncio Pilato. Es su gusto saltarse lajerarquía para darme él mismo susórdenes, con el beneplácito de mi PilusPrior. Lleva haciéndolo desde que esprefecto. Pilato es un hombre inflexibley muy exigente, con un duro carácter,

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pero dialogante con sus personas deconfianza. Sí, yo me considero de suconfianza porque así me lo hademostrado en numerosas ocasiones.Seguiría a Pilato hasta donde mepidiera, aunque a veces no llegue aentender sus extrañas decisiones.

Pero si hay alguien a quien Pilatorespete por encima de todo es a suesposa Claudia Prócula. Ella le aportala templanza que precisa para realizarsu trabajo. Pero Prócula, desde haceun tiempo, tiene sueños y unas rarasvisiones donde se le revela que sumarido entraría en desgracia si te

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condenaba. Pilato no deseaba tumuerte: pero el Sanedrín te declaró unrebelde obsesionado por imponertecomo rey. Por supuesto, él no lo creía.Pero Caifás le amenazó advirtiéndoleque quien permitiera dejarte libre seconvertiría en desleal al césar. APilato, enemistado ya con Herodes, nole convenía de ningún modo hacerlotambién con el césar, y no podíajugarse su posición. Él nunca quisocondenarte, y trató de evitarlo portodos los medios. Porque en el fondo, ypor extraño que pueda parecer, teníamiedo de los presagios de su esposa.

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Solo le quedaba una opción, muy cruely arriesgada pero necesaria:ajusticiarte intentando no acabar contu vida y que estuvieras aparentementemuerto. Así que retrasó tu crucifixióntodo lo que pudo y la ordenó pocashoras antes de la puesta del sol. Segúnlas leyes judías, tu cadáver no podríapermanecer en la cruz al comienzo deldía de reposo.

Y aconteció que apareció José, elde Arimatea, persona notable, amigo dePilato y pariente tuyo, que pidióllevarse tu cuerpo a su sepulcro, elúnico lugar que los sacerdotes

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respetarían. A Pilato le iban cuadrandolas cosas, aunque José desconocía losplanes del prefecto: ocultarte para noreconocer que habías sobrevivido a lacrucifixión, haciendo caso de ese modoa las palabras de Prócula. De otraforma, Caifás podría seguiramenazándolo con irle al césar con lahistoria. Así enmendaría su error antelo que consideraba un juicio totalmenteinjusto, quizá el único gesto generosoque haya mostrado en su vida, oculto alos ojos de todos excepto a los de suesposa.

Pilato llegó a temer en algún

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momento por tu vida, aunque no leresultó extraño a la vista de la torturapadecida. Sin saberlo, José y Nicodemose aliaron con él al bajarte de la cruzsupuestamente muerto. Puso soldadosvigilando el sepulcro sin que éstossupieran que no estabas en su interiory ordenó que nadie hablara deresurrección. A partir de ahí suobjetivo sería protegerte en tu huidacontando con mi ayuda y con todos losmedios a su alcance. Por eso tuve quehacerme pasar por mercader, parapoder estar cerca de ti sin levantarsospechas.

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Pilato aseguró ante Caifás queestabas muerto, ofreciéndole garantíasde que encontrarían tu cadáver enArimatea. Por eso custodié a Joséhasta allí. No proporcionaría ningunaotra ayuda y si esta llegaba arealizarse debía parecer que era parahacerte desaparecer. Mas su propósitoera otro: salvarte la vida a toda costa yque los sacerdotes del templo no sesalieran con la suya. Protegiéndote a tise protegía a sí mismo: generoso yegoísta a partes iguales. Además, estáconvencido de que con su proceder tupueblo acabará cediendo, y él será

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finalmente reconocido como eltriunfador que os sometió. Su eficientetrabajo será algún día recompensadopor sus superiores, y podrá por finocupar el destino que realmente semerece.

—Estos son los auténticos motivosque me han traído hasta aquí —concluyóTigelino—. Mi misión casi haconcluido. Ahora empieza la vuestra.

—Te agradezco tu ayuda en lo quevale —contestó Jesús—, pero se hanpuesto en peligro inútilmente muchasvidas por mi culpa. Entre ellas las de mi

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familia. No me lo perdonaré nunca.—No te atormentes por ello —lo

tranquilizó Tigelino—. Era inevitable.Lo importante es que estáis a salvo, y elSumo Sacerdote nunca conocerá vuestroparadero. Debéis ser pacientes ypermanecer aquí un tiempo. Mañanavolveremos a Maqam-I-Isa paraconseguir todo lo necesario paracomenzar vuestra nueva vida aquí:compraremos quesos, miel, salazones…Os vendrá bien alguna cabra y ovejaspara obtener leche fresca diaria. Yoregresaré desde allí a Jerusalén. Si todova bien, volveré cuando finalice la

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próxima época de lluvias. Sinecesitarais ayuda, Sofonio Pisón os laofrecerá y me alertará rápidamente.

—Gracias de nuevo, amigo —sesinceró la esposa de Jesús—. Sin tuayuda no lo hubiéramos conseguido.Nuestra familia tiene un futuro gracias agente como tú. Exprésale misagradecimientos al prefecto; a pesar detodo, sus decisiones nos han permitidoseguir con vida.

—Todos estamos agradecidos —continuó Tomás—. El mensaje de miMaestro tendrá continuidad a lo largo delos nuevos caminos que recorreremos.

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—Vuestras palabras mereconfortan —reconoció Tigelino—.Esperaréis aquí hasta mi regreso. Apartir de ahora dependeréis de vosotrosmismos. Os deseo la mayor de lassuertes.

—Pero hay algo que me atormenta—insistió Jesús—: Zahel. ¿Qué ha sidode ella? ¿Seguirá con sus padres en esacaravana? ¡Debo librarla de ellos!

—Estábamos concentrados en tubúsqueda —se excusó Tigelino—. Eraprioritario.

—Debo dar con ella antes de quesea demasiado tarde.

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—Yo me ocuparé —contestóTigelino, mientras María mostraba sualivio—. Investigaré, pero tú noabandones la seguridad de este refugio.Volverías a ponerte en peligro. Ytambién a tu familia.

—Si no la traes aquí en dos mesesyo mismo iré a buscarla —sentenció elMaestro.

Tigelino asintió, mientras el díacontinuó apacible, entre bromas, risas ycon un ligero toque melancólico ante lapróxima despedida del que había sido elguardián de las vidas de aquella familiadurante tantas jornadas, oculto, en las

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sombras, pero siempre atento velandopor su seguridad, mientras lospensamientos de Jesús ya viajaban enbusca de Zahel.

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Día 13 del mes de Iyar. Año 30. Sabbat.(Sábado, 6 de mayo)

as noticias que llegaban deDamasco no eran buenas para el

Sumo Sacerdote. La celebración del díasagrado se estaba viendo empañada porel fracaso en el que había concluido labúsqueda de Jesús después de haberlotenido tan cerca. No sirvió de nada

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poner todo su empeño para hacerlodesaparecer definitivamente. Se le habíaescapado de entre las manos. El galileoseguía con vida, oculto en algún lugarque él desconocía, sin dejar rastro y sinque nadie pudiera facilitarle suparadero, ayudado por aquellos que lehabían estado protegiendo todo estetiempo.

Pero Caifás no se resignaba asentirse vencido. Alguien debía pagarpor la desaparición de sus soldados, porla detención de los notables deDamasco, por la decepción en la que sehabía sumido, por la ira que le corría

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por dentro… Recurriría de nuevo aHerodes si fuera necesario. Ya noconfiaba en Pilato. Probablementeestaría implicado en la huida de Jesús.Se tragaría su orgullo y pediríacolaboración al tetrarca con tal deaplastar de una vez a ese maldito Jesús.Recorrería cada rincón de la tierraconocida para dar con él. Nadie salíaimpune de un enfrentamiento con él, y elgalileo no iba a ser el primero.Encontraría el modo. Daría con él o concualquiera de sus seguidores y losaplastaría. Acabaría con la propagaciónde su falso mensaje y lo eliminaría

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completamente.Pero primero debía calmarse, tener

la mente fría. Tenía que encontrar lamejor solución para no volver a fracasaren su intento de destruir la doctrina deJesús que tanto le perjudicaba.Empezaría de nuevo. Y esta vez nofallaría.

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Día 7 del mes de Siván. Año 31. Quintodía de la semana.

(Jueves, 7 de junio, un año después)

ra tan de mañana que la luz soloalcanzaba para ver algo más de un

par de palmos ante él. Cabalgaba alpaso, esperando que los primerosdestellos del día iluminaran su camino.Éste se presagiaba caluroso pues a pesar

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de la hora ya había cierta calima en elambiente. Hacía muy poco que habíasalido de Damasco y temía llegardemasiado pronto. Se detuvo un instantey bajó de su montura para contemplar elpaisaje bajo los primeros fulgores delnuevo día. Decidió recorrer a pie laescasa distancia que le separaba deMaqam-I-Isa. A lo lejos creyó adivinarla silueta de la casa donde encontraría aJesús y su familia. En ese momento sellenó de impaciencia y aceleró el paso,mientras unos tímidos rayos de solempezaban a bañarla suavemente.

A menos de un estadio reconoció la

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silueta de Jesús en el dintel de la puerta,donde la claridad era mayor. Estabaatareado en su mesa de trabajo y no sedio cuenta de su llegada. Sostenía unaregla con la mano izquierda mientrascon la derecha hacía las marcasnecesarias con el almagre9, dándoleforma a lo que parecía una ventana.Junto a él, yugos, arcas de madera y unamesa a medio acabar permanecíaninertes a la espera de ser entregadas.

Sobre la cabeza lucía un turbanteblanco asegurado por un cordón bajo elmentón, cayendo por los lados sobre sushombros desnudos. María salía de la

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casa con un cántaro de agua en suhombro, y al ver acercarse al hombre secubrió el rostro con el velo para noofender las buenas costumbres. Jesús sedio cuenta del gesto y levantó la miradaal frente. Se cubrió el torso y se deshizodel turbante. Tenía el cabello largo y subarba estaba sin rasurar. El hombresiguió avanzando confiado mientrasJesús y María lo observaban silenciososy preocupados. Solo cuando estuvo máscerca se relajaron al reconocerlo.

Cayo Calpurnio Tigelino llegóhasta ellos y se fundió en un fuerteabrazo con Jesús. María saludó

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cortésmente al soldado mientras todoshablaban al mismo tiempo haciendocomplicado entenderse.

—No esperábamos verte por aquítan pronto —señaló Jesús mientras loinvitaba a seguirlo al interior de la casa—. ¿Cómo ha ido el viaje?

—Nos alegramos tanto de verte denuevo —interrumpió María llena deagradecimiento—. Estarás cansado,pasa a refrescarte a la que siempre serátu casa.

—Os agradezco la hospitalidad —contestó el romano—. La verdad es queno me vendría mal acomodarme un rato.

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—Tomás está sacando las ovejasdel redil para llevarlas a los pastos quehay detrás de la casa —explicó elgalileo—. No tardará en volver. Encuanto lo haga le pediremos que traigaalgo de leche recién ordeñada.

—Yo lo haré —contestó Maríavolviendo a salir.

—No es necesario, esperaré —respondió Tigelino, pero María ya no leoía—. Decidme, amigos, ¿qué tal os va?

—La verdad, nunca me hubieraimaginado anclado a un mismo lugartanto tiempo. Yo, que pedí a los hombresque se despojaran de sus posesiones

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más valiosas, que lo abandonaran todopor seguirme, no he sido fiel a lo que lespedí. Yo, que jamás tuve ningún temorante nada, ni ante mi propia muerte, heexperimentado el peor sentimiento quepuede albergar el alma: el miedo. Sí,miedo a perder lo que más quiero enesta vida y que supera todo el amorconocido. Miedo a perder a mi familia,a mi hija a la que debo proteger porencima de todo y por la que entregaríami vida cuantas veces hiciera falta. Yaunque sigo creyendo firmemente entodo cuanto dije e hice, he conocido mislimitaciones. Creo como nunca en la

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generosidad del prójimo, en sugrandeza, y durante el resto de mi vidaagradeceré a hombres como tú, comoJosé, Nicodemo…, incluso Pilato, quese me haya permitido conocer a mi hija.

Como presintiendo que se estabahablando de ella, de la estancia contiguaempezaron a llegar unos leves sollozosreclamando la atención que merecía.Jesús acudió a su amparo y enseguidaregresó con la pequeña entre sus brazosenredada de manos y pies con bandas depañales convertida en un pequeño bultodesvalido. Tendiéndosela a Tigelino, ledijo:

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—Amigo, ella es mi hija Sara.Antes de que llegara a tomarla, vio

aparecer por detrás del Maestro unadelgada niña que se restregaba los ojoscon los puños mientras se desperezaba.Aunque su aspecto había mejoradonotablemente y había crecido, lareconoció al instante.

—¡Zahel! —se alegró Tigelino,acercándose a ella con Sara en susbrazos, y acariciándole tiernamente lamejilla. Su timidez no le impidió sonreírante el cariñoso gesto del soldado, alque la muchacha no terminaba dereconocer, confundida—. ¡La has

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encontrado! Ahora soy yo quien está endeuda contigo.

Sin tiempo para asimilar tantassorpresas, entró Tomás precipitadamenteseguido por María, que traía un cuencode leche aún caliente. Éste no dudó enabrazar a Tigelino con el afecto de unverdadero hermano.

—La dicha de tu presencia llena degozo mi corazón —se sinceró Tomás—.No te esperaba tan pronto.

Éste, dudando entre estrechar ensus brazos a la pequeña o beberse laleche que le ofrecía María, no quisomostrarse descortés con nadie y con

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gran pericia acunó a Sara en su enormebrazo izquierdo mientras daba buenacuenta del delicioso líquido blanco. Laniña debió sentirse reconfortada, puesno tardó en dormirse de nuevo. María,dándose cuenta de la situación quisohacerse cargo de la chiquilla, peroTigelino con un elegante ademán declinóla ayuda y le devolvió el cuenco vacío,sentándose con la niña en su regazo.

—Tenemos tantas cosas quecontarnos… Os traigo nuevas que nodeben hacerse esperar, no sé por dóndeempezar —dijo el romano, señalando ala muchacha—. ¿Cómo la has

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encontrado? Yo no pude dar con ella, encambio tú…

—No dejaba de pensar en lo quepodría estar sufriendo —contestó Jesúsmientras la rodeaba con sus brazos—.Noche y día la imaginaba lastimada porsu padre mientras su madre lo consentía.Tenía que hacer algo por ella. No dejépasar el tiempo que te prometí y salí abuscarla. Gracias al cielo que lo hice.

—Perdóname, Jesús. Pensé que teolvidarías de ella —se disculpóTigelino, avergonzado—. No pude hacermás. Espero que lo entiendas.

—Era mi obligación, no la tuya —

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contestó el Maestro—. Así que noesperé. Dejé a mi familia al cuidado delbueno de Tomás y salí a los caminos,arriesgándome a ser descubierto.

—Tomó la decisión adecuada —confirmó la madre de Jesús,acercándose a Tigelino—. En elmomento justo.

—¿Qué ocurrió? —quiso saberTigelino.

—Averigüé que la caravana partiósin sus padres —siguió explicándose elMaestro—, pero no conseguí saber nadade Zahel. Probablemente aún seencontrara en Damasco, pero adentrarme

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de nuevo en la ciudad no era lo másprudente. Entonces conocí a un tratantede esclavos que se dirigía hacia el sur yque, entre otras cosas, me contó cómohabía perdido una gran oportunidad deadquirir como criada a una niñadelgaducha y sana. Su actual propietarioparecía muy interesado en desposarla y,a pesar de la enorme cantidad de dineroque le ofreció, no pudo convencerle delo contrario. Su descripción coincidíacon Zahel, y me propuse encontrarla.

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iajaban en dirección noroeste. Siquería alcanzarles debía darme

prisa. Pero a pie nunca lo conseguiría.Un asno no era la forma más rápida deviajar, pero no tenía otra cosa. Quizáasí pudiera recuperar el tiempoperdido. Pero ¿qué haría cuando laencontrara? Si el dinero no convencióantes a su propietario, ¿cómo lo haríayo? No podía demorarme, ya sabría de

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qué forma actuar llegado el momento.Una vez más la suerte se alió

conmigo. A solo siete millas de aquí seencuentra Bartaya, un bonito puebloconstruido en arcilla bordeado porolivos, de cuyo aprovechamientodependían muchas de sus familias.Durante aquellos días se celebraba ungran mercado de ganado, verduras yvinos. De no haber sido por eso no leshabría alcanzado. Allí, entre susatestadas calles, la encontré. Y alhacerlo se me rompió el corazón. Teníaun aspecto deplorable, y conservabaseñales de evidente maltrato. Iba

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cargada con dos grandes tinajas devino que la aplastaban. El que debíaser su amo caminaba a su ladototalmente despreocupado, y cada vezque la niña hacía un amago dedescansar éste le obligaba a seguir conun fuerte empujón. Casi sin aliento, lacría arrastraba su pesada carga hastaque tropezó rendida y las tinajas seestrellaron contra el suelo derramandosu contenido. El hombre, fuera de sí, lalevantó como un fardo decidido agolpearla, pero yo sujeté fuertementesu brazo por detrás para impedírselo.

—No puedes obligar a una niña a

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hacer un trabajo para el que ni tú estáspreparado —le dije, mientras memiraba con rabia. Zahel, tirada denuevo en el suelo, quiso alzarse alreconocerme, pero con un gesto le di aentender que no lo hiciera—. Si eres lobastante hombre para lastimar a estacriatura también debes serlo paratransportar tu solo…

—¿Quién eres? —me interrumpiófurioso y notablemente ofendido,resistiéndose a la presión de mi mano—. ¿Quién ha pedido tu opinión?

—¿Qué importa quién soy? Lo queimporta es que no dañes a esa niña.

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—¿Tú me lo ordenas?—El buen juicio te lo ordena. Si la

lastimas, ¿cómo hará su trabajo?¿Cómo piensas desposarla llena demoratones?

—¿Qué sabes tú de…? —empezó adecir mientras se liberaba de mí,observándome con sorpresa.

La gente comenzaba aaglomerarse a nuestro alrededormientras discutíamos. El bullicioaumentaba y la confusión dominaba lasituación. La muchedumbre nosrodeaba cada vez más agitadaempezando a aprisionarnos, y cuando

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dirigimos nuestras miradas haciadonde se encontraba la muchacha, éstahabía desaparecido. El hombre,colérico, gritaba y corría en subúsqueda y yo le imité. Debíalocalizarla antes que él, y el gentío, sinningún orden, nos siguió con idénticaintención. Íbamos abriéndonos paso aempujones, avanzando por las repletascallejuelas hasta que el alborotoformado llamó la atención de unapatrulla que se dirigía hacia nosotros,momento que yo aproveché para tomarotra dirección. Para encontrarla antesque ellos debía pensar como una niña.

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¿Dónde se escondería una cría de suedad? No le supondría demasiadoesfuerzo escabullirse entre la multitudy llegar a..., ¿a dónde? ¿Qué haría unainocente muchacha para escapar delhorror en que se había convertido suvida? Mientras me alejaba observécómo se organizaban grupos y sedividían para seguir sus pasos. Sidaban con ella antes que yo, lasposibilidades de recuperarla sedesvanecerían como el humo, y su amodemostraría que era de su propiedad.¿Pero cómo una persona podía llegar aser propiedad de otra, arrebatándole la

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libertad en beneficio de individuos sinescrúpulos? Debía parar la injusticiaque se estaba cometiendo con ella, ypara eso tenía que pensar y actuar másrápido que los demás.

A pesar de lo ocurrido con suspadres, era probable que corriera trasellos. Quizá se dirigiera a Damasco, ellugar donde los vio por última vez.Quizá pretendiera seguir el rastro de lacaravana, aunque su ventaja fueraprácticamente insalvable. Pero si yocreía en esa posibilidad, también loharían sus perseguidores. Volver aDamasco suponía volver a ponerme en

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peligro, pero tenía que intentarlo.La tarde se tornaba pálida por

momentos y mis esperanzas deencontrarla se diluían con la mismarapidez que la nitidez del día. Entoncesreparé en mi torpeza. ¿Y si Zahel no sehabía movido de su sitio, solo se habíaocultado mientras nos dispersábamospor el pequeño pueblo? Era una remotaposibilidad y debía elegir entrecontinuar a campo abierto o regresar aBartaya. Hiciera lo que hiciera nohabía margen de error, pero algo medecía que hacía lo correcto. Amparadopor el oscuro manto que empezaba a

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cubrirlo todo corrí de regreso alpoblado. Ocultándome como pude delas vigilantes miradas con las queseguramente me cruzaría regresé alpunto de partida. El mercado estabaprácticamente desierto, con escasoscomerciantes rezagados queterminaban de desmontar sus puestos.Busqué por los alrededores, nerviosopor si había tomado la elecciónequivocada. Mi desolación iba enaumento pero no me daría por vencido.Algo frustrado, dirigí la mirada alsuelo pensando en las distintasposibilidades. A mi derecha detecté

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movimiento y alcé la vista en esadirección. Se trataba de unos pastoresque se esforzaban en acabar cuantoantes con sus tareas. Tras ellos, másalejada y casi oculta bajo la crecienteoscuridad, una tienda de basta tela depelo de cabra de Cilicia con formaalargada de no muy grandesdimensiones. Uno de sus lados estabalevantado y sus extremos, estirados concuerdas, estaban atados a sendospostes hincados en la tierra formandoun toldo. La tela estaba muy curvada,como si soportara un peso que no lecorrespondía, y los postes se

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inclinaban hacia el interior.Disimuladamente me acerqué a latienda por la parte trasera. Aún estabadesocupada, pero sus moradoresempezaban a aproximarse. Con rapidezme coloqué debajo de la tela y empujécon todas mis fuerzas el bulto que lacurvaba. Zahel saltó asustada cayendohacia un lado mientras yo la atrapabay le tapaba la boca con la mano,echando a correr con ella en direccióncontraria a la de los pastores mientrasla noche nos tragaba. Al darse cuentade lo que estaba ocurriendo, lachiquilla rompió a llorar aferrada a mi

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cuello, descargando todo el pánico alentender que sus miserias podían haberllegado a su fin. Ocultos esperamos aque la agitación por la búsqueda de lapequeña se apaciguara, y después de lavigilia de media noche recuperé el asnoy abandonamos Bartaya para siempre.Desde entonces hemos mantenido a laniña oculta, alejada de inoportunasmiradas que pudieran ocasionarnosproblemas. Creo que ha llegado elmomento de que su vida mejore.

—Puede que ese momento lleguepronto —comenzó a explicar Tigelino—. Caifás no acaba de darse por

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vencido y sabe que sigues vivo. Haempezado a indagar a partir de una pistaque cree que le llevará hasta ti. Hallegado a su conocimiento que el rey deNísibis te anda buscando. Ha contraídouna grave enfermedad y está convencidode que tú eres el único que puedeayudarlo. Piensa que si te busca esporque sabe dónde encontrarte. Estádispuesto a enviar a alguien a Nísibispara atraparte.

—Nísibis no está tan lejos —añadió Jesús rápidamente—. Si el reyme necesita, no debo abandonarlo, comoél no me abandonó a mí.

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—Piénsalo, quizá no sea el mejormomento de ir. Aunque tampocodeberías permanecer mucho más tiempoaquí, podría llegar a ser peligroso.

—No sería prudente marcharseprecipitadamente. Antes debería acabarmi trabajo —reflexionó Jesús. Tras unabreve pausa, añadió—: Esto es lo queharemos. Tomás, tú te adelantarás yanunciarás al rey de Nísibis que enbreve lo visitaré. Quizá tú puedasayudarlo antes de mi llegada. Nosotrospartiremos antes de las próximas lluviaspara intentar no levantar sospechas.

—Maestro, así se hará si es tu

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deseo —contestó Tomás sumiso.—Os ayudaré a prepararlo todo —

se ofreció Tigelino, devolviéndole laniña a su madre—. Tomás, yo viajarécontigo unas millas para que no tengasque hacerlo solo. Ya sabes que loscaminos son peligrosos. Jesús, túdeberías esperar otra caravana.

—Lo haremos más adelante —dijoJesús buscando con la mirada laconformidad de su esposa—. Mi madre,Sara y Zahel viajarán en el asno; Maríay yo, a pie. Ya sabes que no necesitamosmucho para viajar.

—¿No será peligroso? —se mostró

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preocupado Tigelino.—Intentaremos acompañarnos de

otros caminantes. Nos lo tomaremos concalma y estaremos ocultos la mayorparte del tiempo aunque se haga máslargo el trayecto.

—Ahora no debes preocuparte pornosotros —intervino María mientras sealejaba para amamantar a Sara que denuevo empezaba a dar muestras deactividad—. Ocúpate de que Tomáspueda partir cuanto antes.

—Podría hacerlo mañana mismo,Maestro —aseguró Tomás.

—Pues no hay tiempo que perder

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—contestó Tigelino—. Tenemos muchopor hacer, empecemos cuanto antes.

A pesar de las prisas del soldado,realmente no era tan complicadopreparar la marcha de un solo hombre.No sería mucho lo que tendría quellevar: las hierbas y plantas medicinalesque siempre los acompañaban,salazones, algo de carne seca, un pocode pan y queso… El resto, comosiempre, lo iría consiguiendo por elcamino. De esa forma dedicaron el restodel día a descansar al fresco de lashigueras mientras platicaban sobre todolo acontecido desde la última vez que

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estuvieron juntos. Aunque en estaocasión, sabían que la despedida podríaser definitiva.

Al caer la tarde Tigelino acompañóa Tomás a por el ganado, que esperabacon el estómago lleno el regreso delpastor. Llamándolas a todas por sunombre, una a una le fueron siguiendohasta el sencillo redil donde pasaban lanoche. A partir del día siguiente nadasería igual. Otro sería quien las guiara,las alimentara y las ordeñara. El pastorde hombres también sería ahora el suyo.Y en esa noche de despedidas, la alegríay el temor por las nuevas vidas que les

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esperaba se fundieron en un mismosentimiento, en una única emoción quesus corazones ya unidos para siemprecompartieron como uno solo.

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B

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Día 8 del mes de Siván. Año 31. Sextodía de la semana.

(Viernes, 8 de junio)

ajo la serenidad amparada por laúltima vigilia, Tomás abandonó la

seguridad de su refugio para adentrarseen lo desconocido, para iniciar un viajesin retorno que le llevaría a descubrirnuevos mundos, tierras desconocidas en

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las que no sabía cómo iba a serrecibido, en las que intentaría difundirsus enseñanzas y ofrecer su ayuda aaquel que lo necesitara. Vestía unasencilla túnica de algodón con un cintode cuero y unas cómodas sandalias.Apoyado en una vara de madera deencino, a su lado caminaba Tigelino consu vestimenta de oficial sujetando sumontura, orientados por las escasasestrellas que aún iluminaban bajo elmanto celeste. Nadie salió adespedirles. Así debía ser. Se acabó eltiempo del sosiego que daba paso a laincertidumbre. Imaginó a su Maestro

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recolectando las últimas cosechas bajoel fuerte calor, vendiendo los madurosfrutos de las vides para costear losgastos de los viajes venideros. Losdulces higos quedarían abandonadosante la imposibilidad de acarrear conellos. Los dátiles caerían y servirían denutriente alimento a las agradecidasbestias. El ganado proporcionaría lechey carne a las aldeas cercanas; el taller,abandonado, podría ser aprovechadopor algún habilidoso vecino que seguiríadando servicio a la comunidad.

Probablemente nunca volverían aese lugar que tanto bien proporcionó a

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sus vidas. Tomás se recreaba una y otravez en todos esos asuntos sin darsecuenta de que ya había amanecido y nohabía intercambiado ni una palabra consu compañero de viaje.

—Perdona por mi silencio, amigo—se disculpó Tomás—. Te habréparecido un desagradecido, peropensaba en todo lo que dejamos atrás yen lo que ha de venir.

—Oh, no tiene importancia.Disfrutaba del paisaje. No suelo tenermucho tiempo para dedicarme a esaagradable ocupación.

—No será necesario que me

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acompañes más allá de tus obligaciones,ya has hecho suficiente por nosotros.

—Te dejaré antes de llegar aKhalpe —sonrió Tigelino—. Podríanacusarme de hostilidad si traspaso mislímites.

—Lo sé, lo sé… Siempreexpandiendo fronteras, ¿eh?

—La ambición del césar esinagotable —rio Tigelino—. Pero no tepreocupes, procuraré no meterme enningún lío.

Las horas fueron pasandoinexorables, arrastrándose entre elpolvo de los caminos y el sofocante

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calor que ya era casi insoportable. Noquedaba más remedio que parar adescansar hasta que el sol apaciguara sucastigo y fuera suavizando las altastemperaturas del día.

Paso a paso, milla a milla, ibanadentrándose en tierras ignotas quesalían a su paso inertes, baldías,exponiendo orgullosas sus entrañas atodo el que las recorriera, tragándosesus huellas para devolverles resentidasla fatiga que se acumulaba por elatrevimiento de atravesarlas. En silencioculminaron la primera etapa de su viaje,entregados a un destino que se les

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antojaba lejano.

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L

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Día 16 del mes de Siván. Año 31.Sabbat.

(Sábado, 15 de junio)

levaba una jornada de viaje ensoledad. Tal como le avisó

Tigelino, éste le dejó muchas millasantes de llegar a Khalpe. Roma no habíaimpuesto allí su organizaciónadministrativa y no era recomendable

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cruzar sus fronteras si no eraestrictamente necesario. Antes de irse,prometió visitar a Jesús de regreso aJerusalén.

El Sabbat estaba a punto deexpirar, por lo que durante las últimashoras fueron escasas las ocasiones enque cruzara sus pasos con otraspersonas. Tomás, siguiendo lasenseñanzas de su Maestro, no temíaviolar el día sagrado solo por caminarde un lugar a otro.

La tarde era muy seca. Las ochocolinas que circundaban la ciudad laprotegían tanto de los frescos vientos

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del oeste como del frío norte, acogiendoen su seno extensos cultivos de olivosque le recordaban a su bella tierra.Estaba rodeada por un profundo surco yprotegida con nueve puertas por las quese podía acceder desde casi cualquierpunto de llegada. No le seríacomplicado encontrar dónde pasar lanoche. La importante población judíaafincada en Khalpe le aseguraría unbuen lugar para descansar y adquirirprovisiones.

No obstante, no pretendíademorarse demasiado. Se tomaría eltiempo justo para adquirir lo necesario

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para afrontar la siguiente etapa de suviaje y no hacer esperar al rey deNísibis más de lo necesario. Así que loprimero que hizo al cruzar las puertas deKhalpe fue buscar en la comunidad judíaunos baños donde poder purificarsedespués de tantos días de travesía, y depaso obtener información sobre algúnhospedaje para la noche.

Antes del ocaso encontró unpequeño albergue casi en las afueras dela ciudad que no tenía nada que ver conlos que acostumbraban frecuentar porlos caminos entre Galilea y Judea. Ellugar era limpio y acogedor, y los

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huéspedes no tenían que amontonarse enel suelo mezclándose unos con otros,sino que cada uno tenía su propioespacio cerrado para él solo. No habíamuebles, pero tampoco los necesitaba.Después de negociar el precio con elpropietario, un simpático viejo al que lefaltaban todos los dientes de arriba, loque le daba un aspecto cómico cada vezque sonreía, abonó lo acordado y seretiró a descansar con la intención departir al día siguiente lo más tempranoposible. Aún tenía por delante muchasmillas que a medida que las consumierase harían cada vez más pesadas y lentas.

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Todo lo que avanzara antes de que susfuerzas se gastaran suponía adelantarseal final de su viaje, y debía aprovecharel tiempo mientras tuviera las suficientespara conseguir su objetivo.

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H

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Día 22 del mes de Siván. Año 31. Sextodía de la semana.

(Viernes, 21 de junio)

acía ya más de tres días que sehabía enfrentado al desierto.

Completamente solo. Un paisaje rocosoy seco que se extendía hasta dondealcanzaba la vista, eterno, tan plano yyermo como nunca había conocido.

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Acompañado únicamente por unospensamientos que siempre se dirigían asu Maestro, por el que rogaba cadasegundo de su lento caminar para quevolvieran a encontrarse muy pronto ypoder demostrarle que había hecho bienconfiando en él, que no volvería adefraudarle y daría por bueno todocuanto saliera de su boca.

La aridez del terreno poco a pocofue dando paso a un ligero tapiz vegetalinterrumpido de cuando en cuando porzonas baldías que se resistían a retirarsedefinitivamente. Hasta que cruzó el río10.Entonces todo cambió. Ante él se

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desplegó un fértil manto de frescospastos y extensos cultivos querefrescaban el bochornoso ambiente quele perseguía. Y ahora, más cansado de loque hubiera pensado al iniciar suandadura había entrado a Edesa11, unaextensa llanura tan calurosa y seca comoel desierto que abandonó días antes. Enbondadosa actitud, dio gracias porhabérsele permitido alcanzar un nuevoobjetivo y sentirse un poco más cerca desu destino final.

Tomás recorrió tranquilamente lasestrechas calles de Edesa. A uno y otrolado se abrían extensos patios a cuyo

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alrededor se apiñaban las viviendas. Dealguna forma le recordaba a Galilea, yempezó a gustarle aquella ciudad. Pensóque era un buen lugar para establecersetemporalmente y transmitir el mensajede Jesús entre los hombres y mujeres debuena voluntad. Y de paso, su maltrechocuerpo agradecería el descanso dealgunos días sin viajar.

Alquiló una habitación en unmodesto barrio de alfareros con los quepronto entabló amistad. Y predicó: enlas calles, en las plazas, en las casas delos pobres, de los modestos y hasta delos ricos. Predicaba allí donde fuera

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aceptado. Incluso por lugares donde noera bien recibido dispersaba la semilladel amor. Se hizo cargo de algunosenfermos, muchos de los cualesmejoraron gracias a sus cuidados. Deesa forma, fue haciéndose muy conocidoen Edesa.

Y aconteció que encontrándosedescansando una tarde apareció uncriado y así le dijo:

—Deduzco que no es la horaapropiada, pero debes escucharme, porfavor —y, sin esperar respuesta,prosiguió—: Mi amo, por su avaricia yostentosidad aumentó

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desproporcionadamente el caudal de lasfuentes que rodean su casa, trayendo másagua procedente del río con tan malafortuna que una noche su fuerza rompiólos muros y el agua acabó corriendo portodos lados, inundando la casa. Arrastrópuertas y llenó pórticos, y estas aguas semezclaron con las aguas insalubres ypestilentes, pudriendo todo cuantotocaban. Esto no contaminó a losseñores al tomar precauciones, pero síha afectado a los criados que vivendebajo al alcanzar las inmundicias susaposentos, llegando a contraerenfermedades. He tenido que suplicar a

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mi señor sin obtener resultado hasta queuno de ellos ha muerto esta mañana.Ahora teme el contagio y ha aceptadorecibir ayuda. Todo el mundo aquí sabesobre tus curaciones y que devuelves lasalud a los impedidos por largasenfermedades. Por ello, en su nombre, teruego hagas todo lo posible porayudarnos. Mi amo es inmensamenterico y te aseguro que serásrecompensado.

—No hay tiempo que perder —yretirándose brevemente para hacerse concuanto pudiera serle útil, Tomás volvióante el criado cerrando la puerta a sus

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espaldas—. No necesito el reclamo desu dinero para intentar sanaros. Llévameante ellos ahora mismo.

—Os agradezco vuestro esfuerzo—aseguró el criado—. Te guiaré hastami amo.

—Primero, los enfermos —sentenció Tomás.

—Como mandéis —y sin volver acruzar palabra aquel criado delgado yde piel quemada acompañó a Tomáshasta la casa del avaro.

Ésta se encontraba al otro lado dela ciudad, en una zona algo apartadadonde frecuentaban las grandes

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mansiones entre las que destacaba la queandaban buscando. Debido a lasintempestivas horas a las que llegaron,Tomás se fue directamente a atender alos enfermos. La mayoría presentabaninfecciones relacionadas conintoxicaciones leves, aunque uno deellos tenía unas fiebres tan altas que enun primer momento temió por su vida.Sin perder un instante, cociópolypodium vulgare con abundante agua,un helecho que limpiaba eficazmente lastripas sin irritarlas. A partir de esemomento no debían ingerir ningúnalimento más, al menos en un par de

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días. Inmediatamente procedió a intentarbajar la fiebre del más afectado. Por elmomento parecía suficiente, peroprefirió quedarse con ellos el tiemponecesario hasta que estuvieranrestablecidos, sobre todo a la vista delposible empeoramiento de aqueldesgraciado.

Al día siguiente la fiebre habíadisminuido considerablemente, por loque Tomás empezó a administrarle elmismo tratamiento que al resto. Durantelos dos días siguientes, los quepresentaban mejorías importantes fueronturnándose para llevar a cabo todas las

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tareas propias de la casa sin que senotara la ausencia de nadie. Fueronmomentos duros, pues a la falta depersonal se le sumaba la debilidad quearrastraban, pero la mejoría era tanimportante que a nadie le importó elesfuerzo.

Al tercer día, con todos fuera depeligro y prácticamente recuperados,tomaron los primeros alimentos sólidosaunque en pequeñas cantidades hastaacostumbrarse de nuevo a la digestión.Era el momento de ver al patrón ydespedirse. Su trabajo en la casa habíaconcluido.

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Pero al contrario de lo que pensaraTomás en un principio, el amo se negó arecibirlo alegando que lo habíainsultado al presentarse en primer lugarante los criados en vez de dirigirsedirectamente a él. Se sintiómenospreciado y ordenó que lo echarande allí recomendándole que abandonaracuanto antes la ciudad, de lo contrario loacusaría de ejercer prácticas curativas einfluir sobre el destino de las personascon la ayuda del demonio que actuaba ensu nombre y lo denunciaría. El criadoque reclamó la ayuda de Tomás díasantes, avergonzado ante el

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comportamiento de su señor, no teníapalabras para expresar lo que sentía, ycon gran esfuerzo reunió un puñado demonedas entre sus compañeros parapagarle por sus esmeros.

—De ninguna manera lo aceptaré—se negó Tomás—. Me sientototalmente pagado con vuestra gratitud yhospitalidad. Aunque… quizá podáishacer algo por mí —y tras una brevepausa añadió—: Aún debo adquiriralgunas provisiones y recoger misescasas pertenencias antes de partir.Decidme dónde podría esconderme estanoche. Hacerlo en mi casa puede ser

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peligroso.—Yo te acompañaré a recoger tus

cosas —le dijo el siervo—. Después teocultarás en un viejo molinoabandonado que hay un par de millashacia el este. Dime qué necesitas ymañana muy temprano lo tendrás. Podrásmarcharte antes de la salida del sol.

—Así lo haré, mi buen amigo. Teagradezco todo lo que haces por mí, tucasa será bendita para siempre.

Y tras decirse esto, el criadoacompañó a Tomás a sus aposentos ydespués le indicó cómo llegar al molino.Al día siguiente, tal como prometió, le

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proporcionó todo lo solicitado y sedespidieron como dos viejos amigos quenunca más volverían a verse. AbandonóEdesa en la oscuridad con el corazónpletórico porque una vez más la noblezade los hombres había prevalecido sobreel desprecio, la ofensa y el rencor hacialos demás.

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Día 12 del mes de Tamuz. Año 31.Quinto día de la semana. (Jueves, 11 de

julio)

omás lo había vuelto a conseguir.Después de haber tenido que huir

precipitadamente de Edesa consiguióalcanzar con éxito su nuevo destino:Nísibis. Su primer objetivo traspurificarse sería conseguir audiencia

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con el rey Abgaro, al que le comunicaríaque su Maestro no tardaría en llegar.Mientras tanto, y como discípulo suyo,se pondría a su disposición paraayudarlo a aliviar sus males, que aúndesconocía de qué se trataban, o paracuanto necesitara. Suponía que, tras eltiempo empleado para llegar a laciudad, al rey no le importaría esperaralgunas horas más hasta que se repusieradel cansancio acumulado. Así que tomósu tiempo para descansar y presentarseante él con el mejor aspecto posible.Esa misma tarde acudiría al palacio.

No le fue nada difícil encontrar su

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residencia. Lo fue más hacerle entendera la guardia que el rey lo estabaesperando y debían llevarlo ante él.Cuando los soldados escucharon Abgarose pusieron a la defensiva mientrasencontraban a alguien que entendiera suidioma. A partir de ese momento lossoldados empezaron a actuar con tantaviolencia y hostilidad que no entendíaqué estaba ocurriendo. Ordenaron alintérprete que se largara mientras Tomásera inmovilizado por tres soldados yarrastrado al interior del palacio. Todose transformó en confusión y extrañeza.Se habían deshecho del único que podía

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hacerle entender a aquellos hombres quelo único que quería era ayudar al rey ypor mucho que gritara nadie le prestabala mínima atención. Tomás seguíaresistiéndose, pero cada vez que serevolvía para exigir que alguien leexplicara qué estaba ocurriendo lossoldados aumentaban su violencia.Tomás gritaba mientras era arrastradopor esas bestias por largos pasillos quepoco a poco iban adquiriendo unaspecto más tétrico.

Ante la resistencia que ofrecía eljudío se fueron sumando más soldados,como si tres hombres no fueran

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suficientes para dominar a otroclaramente indefenso. Hasta que alguienque se aproximó y al que no consiguióverle la cara le golpeó tan fuertementeque, antes de que se diera cuenta, laoscuridad más profunda se apoderó deél haciéndole rodar por el suelo ya sinsentido. Fue lo último de lo que Tomástuvo conciencia aquel aciago día.

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E

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Día 18 del mes de Elul. Año 31. Tercerdía de la semana.

(Martes, 17 de septiembre)

l valle se impregnó de una ligerabrisa húmeda que arrastraba

consigo verdes aromas de sutilesfragancias nutriendo a los sentidos dehermosos sentimientos de los que uno noquisiera nunca desprenderse. Era la hora

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cuarta y lo tenían todo listo para partir.Jesús, recuperado de su martirio, vestíauna larga túnica con mangas con un cintocomo una mano de ancho que le rodeabala cintura. Por encima, un manto azuladosuelto y unas sandalias con suelas demadera aseguradas a sus pies concorreas de cuero. Llevaba el pelo y labarba cortos, y se cubría con un turbantede lino para protegerse del sol. Comosiempre, viajaría sin adornos ydesarmado, con un bastón en la mano. Subuen amigo Tigelino siempre lerecriminaba ese extremo, considerandolos peligros que acechaban por el

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camino. Atrás quedaban los tiempos enque contaban con su protección. Ahoradebían valerse por sí mismos, sin ayuda,anteponiendo la seguridad de una niñade once meses y de una muchachaacogida, a cualquier otra circunstancia.Eso era lo que más importaba:proporcionarles un hogar seguro yestable, y esperaba encontrarlo en eseúltimo viaje. Las mujeres, con vestidosbien acabados y con capas más largas,portaban el velo echado tras sus cabezase iban adornadas con brazaletes devidrio de colores. Jesús ayudó a sumadre a subir al asno, que ya estaba

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cargado de alimentos para el camino.Después le entregó a la pequeña Sarapara que se ocupara de ella durante eltrayecto. María y Zahel irían a pie, y élacarrearía con el liviano equipaje quedispusieron.

Escasas eran las millas recorridascuando les llegó el sonido de un shofar12

desde la cercana Maqam-I-Isa. Perotristemente no debían desviarse de susiguiente objetivo: alcanzar Nísibis paraauxiliar en su desconocida enfermedadal rey, donde esperaban reunirse denuevo con Tomás, seguros de que éste yale habría proporcionado toda la ayuda

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que estuviera en su mano. Con granpesar, el viento cesó en su empeño dedispersar el eco del shofar hasta que nofue más que un susurro que se filtrabaentre los sembrados, y con su bellorecuerdo siguieron avanzando a buenpaso.

A media tarde, cuando aún nohabían alcanzado la hora décima lessorprendió una leve lluvia que lesrecordaba que pronto llegaría laestación húmeda. Por lo tanto, debíanaprovechar el tiempo mientras éstasfueran suaves para aproximarse todo loposible a su destino. La suave cortina de

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agua seguía cubriendo a la familia,aunque la seca tierra sedienta absorbíacada gota hasta hacerla desaparecer porcompleto. Convencidos de que prontopasaría la tormenta, se empeñaron encontinuar hasta que se dieron cuenta deque iban empapados. No tuvieron otroremedio que guarecerse bajo unaspalmeras que custodiaban el camino,momento que aprovechó la esposa deJesús para amamantar a Sara mientras sumadre las cubría con su manto paraprotegerlas de la lluvia. El agua, que nisiquiera había encharcado los campos,dejó de caer en el mismo instante que la

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niña quedó saciada, permitiéndoloscontinuar con el cometido que ellosmismos se habían encomendado.

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C

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Día 27 del mes de Elul. Año 31. Quintodía de la semana.

(Jueves, 26 de septiembre)

aminaron casi sin descanso duranteagotadoras jornadas hasta llegar a

Ain-ul-Arus para visitar la tumba deShem13. Además, aquí se habíanestablecido muchos miembros dealgunas de las tribus perdidas que tanto

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deseaba encontrar el galileo, por lo quevalía la pena desviarse unas cuantasmillas del camino establecido paraconocerlos. Aquella tarde, cuando el solya empezaba a ocultarse a sus espaldas,oraron ante los restos de Shem ypidieron refugio para pasar allí algúndía más.

De nada sirvió hablar con casitodos los miembros de la pequeñacomunidad; no sirvió de nada intentarconvencerlos de que debía haber unapoderosa razón por la que Jesús habíasobrevivido a su condena, tortura yejecución y no era otra que volver a

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reunir de nuevo a las tribus perdidas;tampoco sirvió de nada hablarles de lafractura que se había abierto en lacultura semítica por la equivocadainterpretación de la Ley que lospoderosos hipócritas estaban haciendode ella; hablarles del amor infinito delPadre les conmovió, pero no parecía sermotivo suficiente para ir en busca deotros clanes. Estaban convencidos deque en aquel lugar, última morada en latierra del hijo de Noé, en el quellevaban miles de años, les esperaba unamisión sagrada y no pensabanabandonarlo mientras no les fuera

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revelada. No existía una causa máspoderosa que ésa para permanecer allí.Generación tras generación habíancustodiado y venerado la sepultura deShem y seguirían haciéndolo por el restode sus días.

Dos días después Jesús abandonóAin-ul-Arus derrotado, sin conseguirque nadie le siguiera en su misión.

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N

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Día 9 del mes de Tishrei. Año 31.Primer día de la semana.(Domingo, 8 de octubre)

ísibis los recibió fría, con unaligera capa gris sobre sus cabezas,

que fue desapareciendo a medida queavanzaba el día. Jesús sospechaba queallí podría encontrar alguna de lasTribus perdidas, aunque no sabía muy

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bien por dónde empezar en esa granciudad. Primero debían encontrar dóndehospedarse. Puede que tuvieran quepasar mucho tiempo en ella, ynecesitaban un lugar amplio, sencillo ycómodo para las mujeres y ante todo nodemasiado caro. Su madre ya empezabaa acusar el esfuerzo, y el cansancio detantos días con sus noches al raso seacumulaba en sus huesos y se negaba aabandonarla.

Lo mejor sería separarse. Mientrasellas buscaban dónde refugiarse, élintentaría ser recibido por el reyAbgaro, donde también esperaba

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encontrar a Tomás. Abgaro14 era un reybondadoso, tolerante e inteligente, y conla mente abierta a toda creenciareligiosa. Aún desconocía quéenfermedad le aquejaba, pero pronto lodescubriría. Después, seguramente, elmismo rey podría servirle de ayuda paradar con los clanes que buscaba.

Cada cual por su lado, Jesúsrecorrió las calles de Nísibis hasta queencontró el palacio un buen ratodespués. Tres soldados protegían laúnica entrada, indiferentes ante elhombre que se aproximaba. Al llegarfrente a ellos comprobó que no

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entendían su lengua e intentó hacerseentender como pudo en griego,suponiendo que alguno de ellosconociera el idioma.

—He recibido notificación de quevuestro rey está aquejado hace untiempo de una rara enfermedad que lomartiriza —les dijo—. Soy Jesús, yvengo desde Galilea para sanarle. Élquiso que viniera, si bien no ha sidoposible hacerlo antes.

Al oír aquel nombre, uno de lossoldados se puso tenso y alertó a losotros para que lo retuvieran por lafuerza hasta que él volviera. Lo hizo

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poco después con el que parecía almando de la guardia y ordenó que lollevaran con él extremando lasprecauciones. Los soldados agarraronfuertemente a Jesús por los brazosobligándole a llevarlos a su espalda, ymientras lo sujetaban sin ningún tipo demiramientos lo llevaron a empujonestras el jefe de la guardia. Jesús,completamente extrañado por esecomportamiento, lo siguió obligado poraquellos hombres en completo silencio.

Caminando tan deprisa como lopermitía su penosa postura, fuearrastrado por amplios y lujosos

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salones, por largos pasillos que iban deuna dependencia a otra abriendo ycerrando puertas que daban acceso aestancias aún más ostentosas que lasanteriores, hasta que se pararon ante laque presumía de ser la más imponentede todas. Llamaron y esperaron a quedesde el otro lado alguien abriera.

—Majestad, ha aparecido —dijoel capitán de la guardia sin cruzar eldintel—. Tal y como vaticinasteis.

—¡Dejadme solo con él! —ordenóaquel hombre que de ningún modo setrataba de Abgaro—. Adelante, galileo,te estaba esperando. Sabía que vendrías.

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Pero no te quedes ahí, ven ante mí —dijo suavizando su voz grave—.¡Vosotros, largaos también! ¿No mehabéis oído? —gritó a su guardiapersonal que permanecía al otro lado dela puerta abierta. Jesús, atónito por loque estaba sucediendo, hizo caso y,cerrando la puerta a sus espaldas,avanzó despacio hasta situarse a pocoscodos de aquel que llamaban majestad—. ¿Por qué te sorprendes? No temereces tal bienvenida, en cambio teestoy recibiendo como a un rey.Deberías agradecerme mi recibimientoen vez de poner esa cara de imbécil. Sé

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que has sido perseguido. Y que lo siguessiendo.

—¿Y Abgaro? —preguntó Jesús.—Abgaro es mi hermano. Yo soy

Ma’hanu IV, y algunos me acusan dereemplazarlo por la fuerza. Yo solo digoque su momento acabó y ahora empiezael mío. ¿Y tú, qué dices tú?

—Hasta mí llegó la nueva de queestaba aquejado de una extrañaenfermedad. Vengo a curarlo.

—Me temo que eso no va a serposible.

—¿Qué le ha sucedido? —preguntópreocupado Jesús.

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—Tranquilo —contestó relajadoMa’hanu—. Está a buen recaudo. Vivo.Hasta que decida qué hacer con él. Aligual que contigo.

—¿Y mi discípulo? Estoy segurode que llegó antes que yo.

—¿Era tu discípulo? Entonces másme alegro de haberme deshecho de él.

—¿Qué le has hecho, miserable?—gritó Jesús encarándose al rey cadavez más enfadado—. ¡Dime dónde está!

—¡Haces demasiadas preguntas!¡Mírate, judío! —gritó el rey—. Vienesa mí, te recibo educadamente y tú, ¿quéhaces? ¡Me fastidias con preguntas

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absurdas, me exiges! ¡Me agotas! ¡A mí,al único rey! ¿Qué pretendes tú, al queni siquiera tu pueblo te quiere?

—Ya te lo he dicho, pero parecesno querer oír. Solo ayudar a un amigo.

—Si Abgaro es tu amigo eso teconvierte en mi enemigo.

—No tiene por qué ser así.—Yo diré cómo han de ser las

cosas.—¡No puedes dejar morir a tu

propio hermano!—¿Y qué si lo hago? ¿Quién me lo

impedirá? —Y, suavizando de nuevo suvoz, con gestos de querer tranquilizar a

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Jesús añadió—: No te preocupes, no vaa morir. Su enfermedad no es mortal.

—¿Cómo lo sabes?—Lleva con ella mucho tiempo. Si

lo fuera, ya estaría muerto.—¿Dónde puedo encontrarlo? —

preguntó Jesús más calmado.—No vas a encontrarlo. Ni

siquiera lo buscarás. Esto será lo queharás: te largarás tan rápido que norecordarás haber estado aquí nunca y novolveré a saber de ti. Te marcharás conuna condición: no volverás jamás aquípase lo que pase, aunque te lo pidiera mihermano.

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—¿Por qué?—Quiero que Abgaro pase el resto

de sus días solo, sin amigos, sin nadie asu lado. Quiero que sienta la soledadcomo la he sentido yo. Quiero verloabandonado y olvidado por todos. Queno vuelva a ser feliz nunca más. Con esoserá suficiente.

—Sabes que no voy a prometerteeso.

—No será necesario. Si quieressalvar tu vida y la de tu familia, meharás caso. Podría aceptar dinero por tucabeza pero no lo haré. Si permito quete vayas es porque tengo tanto desprecio

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por ti como por aquellos que tepersiguen. —Y, haciendo una pausa,escupió a los pies del Maestro—.¡Judíos! ¡Sois basura, bastardos sinalma, pura escoria! ¡Eso es lo que sois!Debes darte prisa. Mientras hablamos yahabrán capturado a tu familia y estaráretenida esperando tu regreso. Tereunirás con ella en la puerta oriental.Mi guardia personal se asegurará de queos vayáis. Si os vuelvo a ver a menos detrescientas millas de aquí, os mataré. ¡Atodos! ¡Y a tu hija, la primera! ¡Vamos,lárgate! ¡Y da gracias a tu Dios de quehoy solo quiero divertirme! Es tan

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aburrido gobernar. ¡Fuera, desaparecede mi vista, o tu hembra será prontosustento para las bestias!

Pero Jesús ya no escuchaba, ya nooía las palabras de Ma’hanu. Solocorría. Corría aterrorizado para huir deallí cuanto antes. Corría con todas susfuerzas para alejarse de aquel loco quese había apropiado por la fuerza de untrono que no le pertenecía. Corríaderribando todo lo que encontraba a supaso, desesperado por llegar al lugarindicado por el rey. Totalmentedesorientado preguntaba a todos cómollegar, pero nadie parecía entenderle. Y

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su desesperación llegó al límite cuandoencontró la puerta oriental y allí no leesperaba nadie. Totalmente abatidocorría y buscaba por los alrededores porsi se hubiera confundido. Preguntaba yvolvía a correr de un lado a otro sinsentido, mientras impotente empezaba apensar en lo peor convencido de quehabía sido engañado por aquel sermalvado. Hundido en los mástenebrosos pensamientos no se enteró deque se acercaban unos soldados hastaque estuvieron pegados a él. Soloreaccionó cuando sintió el intensoabrazo de su esposa y los besos de su

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madre sobre su rostro, con una pequeñaen los brazos que sin entender quéestaba ocurriendo reclamó la atenciónde su padre en cuanto lo vio. La pequeñaZahel se abrazó a la cintura de Jesúsrogándole que no volviera a dejarlas. Elllanto por el reencuentro dio paso a unaalegría desmedida, y ésta a laprecaución de escapar de allí cuantoantes mientras hubiera tiempo. Lossoldados, riendo y burlándose de ellosya les empujaban a las afueras de laciudad, mientras deslizaban amenazantesel pulgar de un extremo a otro de suscuellos haciéndoles saber

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expresivamente lo que les ocurriría sivolvían. Huyeron lo más rápido que susfuerzas les permitían, dejando atrás todala insensatez de la que fueron testigos,pero la tarde ya acechaba y prontocaería la noche abrazándoles con laincertidumbre de no saber a dónde ir.Habían perdido su jumento, y por si esofuera poco una fina lluvia empezaba amanar de las espesas nubes queoscurecían a toda prisa el cielo.

A menos de un estadio de donde seencontraban cruzaba un caminoperpendicular por el que avanzabalentamente un carro tirado por dos

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enormes bueyes, guiados por un hombremenudo que no parecía sentir lahumedad sobre su cuerpo. Al verlo,Jesús corrió hacia él haciendo señaspara que se detuviera, pero éstepermanecía ajeno a todo cuanto lerodeaba. Pocos codos antes dealcanzarlo el hombre giró la cabezahacia el Maestro y dándose cuenta desus intenciones detuvo el carro.

—Que Dios te bendiga, hermano—le dijo Jesús sin saber aún si conocíasu idioma—. Hemos abandonadoNísibis precipitadamente y nos hasorprendido la lluvia. Me preguntaba si

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serías tan amable de cobijar a mifamilia.

—¿Problemas con el rey? —preguntó algo desconfiado, pero tras unabreve pausa añadió más tranquilo—:Vamos, subid. Soy Artapanes. Pensabahacer noche en la siguiente aldea. —Y,dirigiéndose a las mujeres que yallegaban tras Jesús, continuó—: Soy unpequeño comerciante que se busca lavida por los caminos. Me haréiscompañía.

—Yo soy Yuz Asaf —mintió Jesús,sintiéndose extraño ante aquel gestoespontáneo—. Me acompañan mi esposa

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Míriam, mis hijas y mi madre.—Detrás hay sitio para todos —

señaló Artapanes.La de Magdala miró a su esposo

extrañada por su comportamiento peroguardó silencio. Sabía que debía teneruna razón poderosa para actuar así.Acurrucados en un rincón deldestartalado carro, se cubrieron con susmantos teniendo la precaución deproteger a la pequeña de una lluvia quese hacía cada vez más persistente. YuzAsaf tomó asiento junto a Artapanes, queparecía satisfecho de no tener que hacerel trayecto solo con ese tiempo. Era un

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hombre entrado en años, grueso y deescasa estatura, con un pelo cortochafado sobre su cabeza y unos ojosdiminutos que desprendían gran dulzura.

—Es extraño ver viajeros en estaépoca del año —les dijo.

—El rey Ma’hanu es un hombredifícil —contestó el Maestro—.Contrariarle supondría perder a mifamilia y eso es algo que evitaré contodas mis fuerzas.

—Si remiten las lluvias en unasemana podríais estar en Mepsila15. Lospartos son conocidos por su tolerancia acualquier cultura.

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—Ése era nuestro destino, mas noen este momento. Pero todo hacambiado. Estaremos más seguroscuanto más nos acerquemos.

—No tendréis problemas paraestableceros en la ciudad. Allíencontraréis a otros judíos. Y estaréis asalvo de ese loco. ¿Qué estabaishaciendo aquí?

—Tú lo has dicho, amigo mío —suspiró el Maestro mientras se cubría lacabeza por la molesta lluvia—.Encontrar a otros judíos es lo que memueve a hacer este viaje.

—Hay judíos dispersos por todos

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los territorios de Partia, hasta suslímites y más allá de Persia.

—¿Conoces bien la región?—No demasiado —se sinceró el

comerciante—. Pero por mi trabajosuelo hablar con viajeros como tú y conotros comerciantes que van de un sitio aotro y recorren lejanas tierras en buscade riquezas.

—La riqueza que yo busco es deotra naturaleza.

El comerciante, que no terminabade creer en lo que Yuz Asaf le decía,hizo una pausa y le preguntódirectamente:

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—¿Por qué os estáis ocultando?—Ya te lo he dicho, Artapanes.

Ma’hanu me expulsó de la ciudadamenazando con matar a mi familia sivolvía.

—¿Por qué? ¿Qué le hiciste?—Soy un viejo amigo de su

hermano Abgaro.—¿Y antes? ¿De qué huías antes?—No te entiendo —se extrañó el

Maestro.—Está bien, amigo. No creas que

desconfío de ti. No es necesario quedigas nada. Simplemente, es muyarriesgado adentrarte en estas tierras

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cuando se aproxima la estación fría.Solo eso.

Un espeso silencio se interpusoentre ambos, roto solamente por lasrítmicas pisadas de las bestias y elrodamiento de la carreta sobre la tierraembarrada. Hasta que dejó de llover.Una sonrisa cómplice se dibujó en losrostros de los dos hombres, borrandocualquier rastro de duda. La luz eraescasa, pero en el horizonte ya sedistinguían las primeras casas delcercano poblado.

—Aquí no será fácil encontrarrefugio para pasar la noche —señaló

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Artapanes—. Yo suelo hacerlo en elcarro. Las mujeres pueden quedarse enél. Tú y yo descansaremos entre losanimales. Son bonachones y nomolestarán. Mañana podréis continuarvuestro camino.

—Os agradezco vuestro desvelo,querido amigo —le dijo Míriam desdela parte trasera del carro—. No sé quéhabríamos hecho sin tu ayuda.

—No tiene importancia, mujer —respondió Artapanes—. Cualquierahubiera hecho lo mismo.

El silencio volvió a acompañar algrupo hasta que se adentraron en el

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pequeño poblado. Apenas seis o sietecasas desperdigadas que a esas horas yaestaban abandonadas al reparadordescanso. Artapanes se aproximó a unasarruinadas caballerizas que había apocos codos del camino cuando alguienles gritó.

—¡Ehhh! ¿Quién anda ahí?—Queremos pasar la noche aquí

—contestó Artapanes—. ¿Queda sitiopara una humilde familia y un honradocomerciante?

—Perdona, amigo —contestó otravoz que pronto se hizo visible—. Nossorprendió la lluvia y decidimos parar

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aquí. Hay sitio para todos.Artapanes bajó despacio del carro

desconfiado por la presencia deaquellos individuos, y enseguidacomprobó que se trataba de dosdesaliñados vagabundos armados congrandes cuchillos que colgaban de suscinturas. La desconfianza creció ante esavisión y los hombres, dándose cuentadel rechazo que habían levantado, seacercaron pacíficamente y sepresentaron.

—Podéis estar tranquilos —dijouno de ellos aproximándose al carro—.Soy Hananel, y este es mi hermano

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Amenio.—Dios les bendiga por su

compañía —añadió Amenioacercándose al grupo—. Viajamos hastaMepsila en busca de trabajo. Venimosdesde Séforis.

A Yuz Asaf le dio un vuelco elcorazón al escuchar que aquellos dosextraños personajes también erangalileos, pero prefirió omitir suverdadera identidad. Uno a uno fueronpresentándose mientras se ibanpreparando para pasar la noche.

—Habéis hecho un largo viaje paraencontrar trabajo —sugirió Artapanes

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que no les quitaba ojo de encima—. Haygrandes ciudades hasta aquí.

—No hemos tenido suerte hastaahora, pero estamos seguros de que esocambiará —dijo Hananel y, dándosecuenta de que el comerciante señalabasus armas, añadió—: Oh, esto. Verás,los caminos son muy peligrosos. Esconveniente ser precavidos.

—Quizá sea ése el problema paraconseguir lo que necesitáis —indicó elMaestro—. Vuestro aspecto no es el másadecuado.

Los hermanos, que eran altos yfornidos, vestían ruinosamente. Sus

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ropas desgastadas contrastabanforzosamente con la calidad de susarmas. Hananel exhibía una largacabellera negra a juego con sus ojos yuna poblada barba que le cubría toda lacara. Amenio, pelirrojo de ojos claros,lucía una corta barba del mismo colormuy poco cuidada. El parecido entreambos era inexistente por lo que todosdudaban que realmente fueran hermanos.

—Somos algo descuidados —sedefendió Amenio—. Lo arreglaremoscuando lleguemos a Mepsila.

Intentando mostrar normalidad, YuzAsaf compartió con sus nuevos

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acompañantes un poco de carne seca yalgo de pan sobrante del día anterior,que empezaba a enmohecerse pero que atodos les supo a gloria. Tras la escasacena, las mujeres se acomodaron en loalto del carro para pasar la noche,mientras que Hananel y Amenio seretiraban a las caballerizas. Yuz Asaf yArtapanes, recelosos, se instalaron alabrigo de los bueyes y establecieronturnos de vigilancia ante la inesperadasituación. Pese a todo, la nochetranscurrió en la más absolutanormalidad, pareciendo que sudesconfianza era totalmente infundada.

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E

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Día 10 del mes de Tishrei. Año 31.Segundo día de la semana. (Lunes, 9 de

octubre)

l día amaneció tan despejado queapenas había rastro de la lluvia

pasada. Aunque hacía frío, el sol ya seestaba encargando de calentar loscampos y terminar de secar los escasoscharcos que aún espejeaban en las zonas

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más umbrías. Era temprano, pero habíaque ponerse en marcha. Ayudándoseentre ellas, las mujeres abandonaron elcarro y quisieron agradecer a Artapaneslo que había hecho por ellos, mientraséste volvía a amarrar los bueyes almismo. Yuz Asaf, como era sucostumbre, abrazó al comerciantedeseándole la mejor de las suertes.Hananel y Amenio, desganados,preguntaron al Maestro por susintenciones.

—Si pensáis avanzar hastaMepsila podemos hacerlo juntos —dijoel pelirrojo—. Cuantos más seamos,

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más seguros iremos.—No parece mala idea —

respondió Yuz Asaf sin muchoconvencimiento, buscando la aprobaciónde su esposa con la mirada. Aunque, silo pensaba bien, no les vendría mal iracompañados de dos hombres curtidospor los desiertos caminos que tantogustaban a bandidos, asaltadores yladrones—. ¡Está bien, caminaremosjuntos!

—Pongámonos en marcha —añadió Hananel—. El viaje es largo.

Tras la breve despedida, asintieronacarreando cada cual con su carga a

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excepción de los hermanos que carecíande ella. El galileo cedió la delanteraaminorando el paso a instancias de suesposa, dejando una breve distancia queles permitiera hablar sin ser escuchados.

—¿Por qué has ocultado nuestrosverdaderos nombres a ese buen hombre?No se merece que le hayas mentido.

—Era necesario, mujer. Debemosacostumbrarnos a nuestra nuevaidentidad. Hay que ser muy cuidadosos.Desconocemos con quién podemoscruzarnos. Nuestra seguridad, inclusonuestras vidas pueden depender de ello.No nos pondremos en peligro

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innecesariamente. No me gustaría queme relacionaran con el condenado quesalió de Jerusalén. Y además ahorahemos incomodado a un rey loco. Fíjateen esos dos, ¿crees que son de fiar?

—¿Y cómo piensas ocultar tuscicatrices?

Yuz Asaf, confuso ante laocurrencia de su esposa no supo quécontestar. Guardando silencio volvió lavista atrás y vio cómo se aproximaba aArtapanes un enorme hombre de pieltostada con una larga melena y sinbarba. Llevaba las piernas desnudas y, apesar de la distancia que les separaba,

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le pareció que iba fuertemente armado.Una enorme cicatriz le cruzaba de arribaabajo el lado derecho de la cara y nomostró ningún pudor al hablar con elcomerciante mientras dirigía su mirada ysus gestos hacia donde él se encontraba,sin disimulo. El Maestro pidió a suesposa que mirara directamente para quecomprobara por ella misma cómo sehabían convertido en el centro de laconversación. El hombre de la cicatrizse giró completamente hacia ellos conlos brazos en jarras y las piernasseparadas, mirándolos fijamente.Míriam y Yuz Asaf, sorprendidos,

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volvieron sus caras y continuaron sucamino cada vez más desconfiados. Poralgún motivo, Artapanes los habíadescubierto y probablemente ya estabadando algún tipo de aviso, pensaron.Cuando volvieron a girar la cara, elgigante había desaparecido, mientrasArtapanes ya guiaba a sus bueyes endirección contraria. Yuz Asaf aceleró elpaso para aproximarse más a Hananel yAmenio sin tener nada claro de quiénpodía fiarse. Comprendió que estabanatrapados entre dos desconocidos queno parecían ser quienes decían y unsospechoso comerciante que podía

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haberlos puesto en peligro si los habíadelatado. No tenían más remedio queseguir avanzando. Volver atrás erainviable; solo les quedaba continuar suviaje confiando en que aquellos dosindividuos no supusieran un peligro parasus vidas.

Habían avanzado algo más de unpar de millas cuando Hananel se detuvoy preguntó a la familia:

—Perdonad, ¿no llevaréis un pocode agua?

—¿Viajáis sin provisiones? —preguntó extrañado Yuz Asaf—. Me

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parece una temeridad.—Verás, lo perdimos todo en

Nísibis —respondió de forma pococonvincente.

—Debemos encontrar agua por elcamino —dijo Míriam, viendo que suesposo sería incapaz de negársela—. Notendremos suficiente para todos.

—Estoy seguro de queencontraremos algún mesón —intervinoAmenio—. Los viajeros son abundantespor estos caminos.

—No en esta época del año —yhaciendo una pausa, el Maestro lesacercó su cuero—. Sed comedidos y no

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gastad más de lo que necesitéis. Tomad,comed estos higos secos.

Los hermanos se turnaron parabeber el líquido que les ofrecía que,prudentemente, tragaron despacio y enescasa cantidad. Después dieron cuentade los exquisitos frutos.

—¿Tenéis esposa e hijos? —preguntó por vez primera la madre deYuz Asaf.

—Se quedaron en Séforis —respondió Hananel, y la respuesta noconvenció a nadie—. Esperan quevolvamos con algo de fortuna. Yo tengodos hijos pequeños, el mayor, un varón.

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—Gracias por vuestra ayuda.Sabremos recompensaros —se sinceróAmenio. Suspiró y añadió—: ¿Yvosotros? ¿Qué os obliga a viajar conuna criatura tan pequeña?

—Vamos al encuentro de nuestrafamilia a Mepsila —mintió avergonzadoel Maestro—. No creímos quetardaríamos tanto.

—En pocos días estaremos allí —señaló Hananel—. ¿Os quedaréis muchotiempo?

—Aún no lo hemos decidido —cortó secamente Míriam, haciéndolesver que no querían hablar del tema.

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De esa forma, con conversacionesesporádicas y sin mucho sentido fuerontranscurriendo las horas hasta que la luzno fue más que un recuerdo y no tuvieronmás remedio que parar a descansar.Hacía frío, y dormir al raso no era lamejor opción, pero no había otra. Lasdos mujeres acurrucaron a las pequeñasentre ellas y se cubrieron con sus mantospara no disipar el calor corporal,mientras Yuz Asaf observaba sin elegirningún lugar. Solo cuando los hermanosse tendieron más alejados y parecieronacomodarse se sentó junto a ellasvigilante. Esperó hasta que los creyó

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dormidos para tumbarse, no muyconvencido de que fuera buena idea.Pero debía reponerse, de otra forma nopodría afrontar otra agotadora jornadade viaje. Así que oró y pidió con todassus fuerzas hasta que el sueño le venció,convencido de que estaba siendoobservado.

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Día 11 del mes de Tishrei. Año 31.Tercer día de la semana.(Martes, 10 de octubre)

uz Asaf se despertó sobresaltadosintiéndose culpable por haberse

dormido. Se incorporó de un salto ycomprobó que todo estaba en su sitio.Era muy temprano, aunque el encapotadocielo dejaba pequeños resquicios por

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los que se filtraban asustadizas lasprimeras luces. No quiso despertar aúna las mujeres, pero sí a los hermanos.Aunque tenían poco que preparar, lemolestaba que holgazanearan con todolo que tenían por caminar.

El Maestro besó a las chicascariñosamente para despertarlas. Debíanponerse en marcha cuanto antes por si elplomizo cielo decidía descargar, ydesconocían si llegarían a encontraralgún tipo de refugio. A regañadientestodos entendieron que lo mejor eraavanzar mientras el tiempo lopermitiera. Como siempre, Yuz Asaf

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cargó con lo más pesado mientrasMíriam y su madre se turnaban parallevar a la niña y los escasos víverescon los que contaban. Zahel no seseparaba del galileo, al que adoraba y alque ya se había acostumbrado a llamarabbá16. Unos dátiles fueron suficientespara saciar el apetito que les arañabalas entrañas, pero debían racionar siquerían tener algo que llevarse a la bocaen caso de no encontrar suministros. Ensilencio, iniciaron la jornada mientras elsol se negaba a aparecer.

De nuevo el Maestro tuvo laextraña sensación de ser observado,

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pero cuando giraba la cabezarápidamente para descubrir a su posibleperseguidor no veía nada. Debotranquilizarme, se dijo a sí mismo paraconvencerse de que todo era productode su imaginación.

Por el camino, los hermanosinsistieron en querer saber cosas sobreYuz Asaf: familia, clanes, trabajo…Pero siempre respondían con evasivas.Al igual que ellos cuando eranpreguntados. Nadie parecía fiarse denadie, aunque intentaban que lacordialidad estuviera siempre presenteentre ellos.

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Cuando se dieron cuenta ya erahora de comer, sin que el sol hubieradespertado completamente. Míriamrepartió algo de comida hasta que letocó el turno a Sara que, glotona, seaferraba a los pechos de su madre. Trasun descanso más prolongado de lohabitual continuaron camino mientrasYuz Asaf, preocupado, seguía al restounos pasos por detrás.

Debía ser la hora duodécimacuando distinguieron junto a una cercanacolina un pequeño grupo de casas. Alllegar junto a ellas comprobaron queestaban deshabitadas, incluso alguna de

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ellas amenazaba con derrumbarse. Noobstante a pocas brazas de éstas vierona un hombrecillo de aspecto cansadoque les miraba parado ante la entrada deuna cueva. Se acercaron y comprobaronque se trataba de un gran huecoexcavado en la roca y que servía deentrada a una espaciosa posada que seadentraba en la montaña. El encargadosaludó cortésmente dirigiéndose a ellosen griego, confiando en que leentendieran.

—Deben ser los últimos viajerosque nos visiten —les dijo—. Loscaminos ya empiezan a estar desiertos.

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¿Qué se les ofrece?—Nos dirigimos a Mepsila —

contestó Yuz Asaf—. Necesitamosalgunas provisiones. Y agua suficientepara llegar.

—Mepsila queda a unos cuatro díasde aquí si no hay contratiempos —añadió—. Yo soy el huésped encargadoesta temporada. Nos turnamos hasta queacaba el verano. Pronto cerraremos.Este lugar sirve de puente entre las dosgrandes ciudades. ¿Pasarán aquí lanoche?

—Nos gustaría —se alegró elMaestro por el ofrecimiento.

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—En esta época es fácil encontrar unhueco. Nadie quiere viajar cuando laslluvias se aproximan. En cambio,cuando el tiempo es bueno hasta esasdecrépitas casas sirven de refugio.Vengan conmigo, estarán sedientos.

El mesonero se alejó de la puertabordeando el risco por el exterior hastallegar a una hermosa cisterna excavadaen la propia roca que surtía unadeliciosa agua fresca.

—Este pozo está siempre abiertoaunque aquí no haya nadie —les explicó—. Pero es probable que en unos mesesesté congelado.

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No tardaron en lanzarse a por eltransparente manjar y aprovecharon parallenar sus cueros. Satisfechos,regresaron al refugio para acordar lascondiciones y pasar la noche. Prontoalcanzaron un acuerdo que fue delagrado de todos, y el posadero aceptóno cobrar por adelantado.

Mientras cada cual se acomodaba ensus aposentos, el mesonero fuepreparando la cena. Aunque pequeños,eran muy limpios y cuidados, y biendispuestos para albergar con todacomodidad las pertenencias de susocupantes. Una amplia despensa con

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todo tipo de género a disposición dehuéspedes y viajeros completaba lasinstalaciones de aquella modesta peroacertada posada.

Tras la exquisita cena que renovó elespíritu y los estómagos de lospresentes, se retiraron a entregarse a undescanso que se les resistiría hasta quellegaran a Mepsila. Hasta el interior dela cueva llegaba mitigado el rítmico yacompasado sonido del agua. Yuz Asafdio gracias por ese regalo, mientras lalluvia velaba por ellos y los consolababajo la calidez del refugio hablándolesde libertad y de amor. Y así, en paz, se

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quedó dormido escuchando sonidos quesolo él entendía.

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Día 12 del mes de Tishrei. Año 31.Cuarto día de la semana.(Miércoles, 11 de octubre)

or la mañana la lluvia seguíacayendo sin dar tregua. Todos

contemplaban el cielo con la esperanzade que diera un respiro para poderseguir camino. Pero la lluvia,implacable, cada vez caía con más

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fuerza. Sería inútil abandonar el refugio,no había forma de avanzar con esetemporal. Hacia la hora quinta la lluviaarreció, y lo que empezó como unasuave lluvia temprana se fueconvirtiendo en torrencial, amenazandoincluso con entrar sin permiso en lacueva. Al tanto adquirió tal violenciaque arrastraba la tierra de los suelos. Eltiempo empeoraba a cada instante yempezaba a notarse el frío. La lluviacaía con tanta fuerza que las vecinascasas de adobe parecían fundirse bajosu presión. Hasta que una de ellas, lamás vieja, no aguantó más el poderoso

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peso de la naturaleza y se vino abajocon un estruendo que hizo estallar a Saraen un amargo llanto, completamenteasustada.

Llovía. Llovía sobre los caminos,sobre la tierra henchida, sobre losárboles, sobre las montañas… Lo hacíaimpetuosamente, desencadenando la iradel viento que luchaba por demostrarque su fuerza era la más poderosadominando los elementos. Y llovíasobre los abatidos ánimos de Yuz Asaf ysu familia que, impotentes, no tenían másremedio que admitir que debíanpermanecer bajo la seguridad de la

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posada hasta que el tiempo lesconcediera su aprobación paracontinuar.

Estaban a punto de cerrar laspuertas para acomodarse en la cuevacuando lo vieron. La silueta de unhombre se acercaba bajo la espesacortina de agua, en silencio, caminandotan despacio contra la tempestad quecasi parecía un espectro. Se cubría lacabeza con un pequeño velo que el aguatraspasaba haciéndolo innecesario. Alllegar junto a ellos se descubrió y YuzAsaf lo reconoció: era el hombre de lacicatriz que vio hablando con Artapanes.

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El Maestro se sobresaltó. ¿Qué hacíaallí? Ahora estaba seguro, no eraimaginación suya. Ahora sabía queestaba en lo cierto cuando se sentíaobservado. Aquel hombre los estabasiguiendo. Pero ¿por qué? El individuo,haciendo caso omiso de los presentes sedirigió al posadero rogándole que lepermitiera pasar allí la noche hasta quela lluvia cesara. Pagaría por adelantado,pero reclamaba ocupar ya sus aposentosy que nadie lo molestara. El posaderoaceptó y lo guio a sus dependenciasdonde se encerró y ya no volvieron averlo.

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Como si nada hubiera ocurrido, elresto siguió con su rutina e hicierontiempo hasta la hora de comer. En esascircunstancias no había otra cosa quehacer, así que, tras la comida,adquirieron las provisiones quenecesitaban para unos pocos días y asípoder partir en cuanto el tiempo se lopermitiera. Míriam compró pan, granotostado, higos secos y dátiles. Aún lesquedaba algo de carne seca y pensaronque sería suficiente. Los hermanos sehicieron con unas olivas secas, algo depan, dátiles, frutas variadas y unossalazones. El mesonero les recomendó

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que se llevaran algunas mantas;posiblemente haría frío por las noches yles servirían para protegerse sinecesitaban dormir al raso. Loshermanos sacaron una gran bolsa repletade monedas y pagaron su cuenta. YuzAsaf se quedó sorprendido de queviajaran sin nada y en cambio portarantal cantidad de dinero. No quiso darlemás vueltas al asunto, pero sus receloshacia ellos cada vez eran mayores.

Por la mañana el sol desprendía unbrillo tan nítido y puro que pronto hizoolvidar los estragos del día anterior. Nohabía rastro de nubes y la temperatura

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era bastante agradable. Tampoco habíarastro del hombre de la cicatriz. Debiómarcharse mientras aún dormían.Aunque aún se notaban los efectos deltemporal, debían aprovechar la treguaconcedida para llegar a Mepsila.Cumplieron lo acordado con elposadero, llenaron sus cueros de agua yse despidieron amigablemente,lanzándose de nuevo al camino conconfianza y con el afán de que la ciudadlos recibiera afable y acogedora,proporcionándoles la protección quenecesitaban para pasar allí la estaciónfría. Lo necesitaban, pues de ninguna

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manera Sara, Zahel, y sobre todo Maríasoportarían sus rigores ni podríansuperar la dureza de los caminos en esasfrías tierras.

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Día 15 del mes de Tishrei. Año 31.Sabbat.

(Sábado, 14 de octubre)

na jornada menos. Era lo únicoque rondaba por la cabeza de Yuz

Asaf nada más levantarse. Ya nosoportaba viajar con Hananel y Amenio.Estaba deseando apartarse de ellos.Eran groseros y desagradables. Lo que

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más le molestaba eran esos continuosintentos por saber de sus vidas,hostigándoles con más y más preguntas alas que el Maestro seguía contestandocon evasivas. Aunque reconocía que notenía graves motivos a excepción de eseacoso y sus nulos modales, cada vezdesconfiaba más de ellos. Y mientrastanto, seguía teniendo esa extrañasensación de que los observaban denuevo, pero lo ocultó para no preocuparquizá innecesariamente a su familia.

Por suerte ya no volvió a llover,aunque las noches empezaban a serbastante frías. ¡Cómo agradecían a aquel

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mesonero que les hubiera provisto demantas!

Como cada mañana, Yuz Asafdespertó cariñosamente a las mujerespara volver a empezar. Cuando tuvierontodo dispuesto los hermanos aún no sehabían levantado. Esperó un tiempoprudencial y al ver que no reaccionabanlos llamó.

—Amenio, Hananel, vamos, enmarcha, ya es muy tarde.

—¿Qué pretendes hacer? —preguntó Amenio.

—Proseguir viaje, naturalmente —contestó el Maestro.

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—Hoy es día de reposo. No vamosa ningún lado.

—Caminando no ofenderéis aDios.

—Ya dije que hoy es día de reposoy no nos moveremos de aquí —dijo denuevo incorporándose de un saltomientras lo imitaba su compañero.

—Está bien, continuaremosnosotros —dijo Yuz Asaf, alegrándosede que por fin se libraría de ellos.

—Creo que no has entendido —dijo Hananel elevando la voz—. Nadieirá a ningún sitio.

La familia al completo se

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sobresaltó con la inesperada reacción deHananel. Yuz Asaf, intentando mantenerla calma, se dirigió a ellos conamabilidad.

—Entiendo que queráis respetar elSabbat, pero nosotros también loharemos mientras solo sigamoscaminando. ¿O qué hombre no lo haríapara ayudar a su prójimo si estuviera enpeligro?

—¿Qué estarías dispuesto a hacerpor tu familia? —preguntó Hananel.

—Cualquier cosa —contestó YuzAsaf, empezando a mostrarse nervioso.

—¿Hasta matar?

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—Matando sí que ofendes a Dios.Estoy seguro de que hay otras solucionesantes que ésa.

—¿Y si alguien les hiciera daño?—dijo Amenio, que rápidamente y sinque nadie pudiera impedirlo se lanzócontra Míriam arrebatándole a Sara delos brazos mientras al mismo tiemposacaba su cuchillo, con el queamenazaba cortar el cuello de lapequeña.

Ésta, asustada, rompió a llorar yYuz Asaf corrió instintivamente haciaZahel para intentar protegerla, peroHananel se lo impidió con su espada

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mientras la agarraba. La tensión crecíapor momentos y las mujeres se tiraron alsuelo suplicando a aquellos salvajes queno les hicieran daño a las niñas.

—Matar no entra en tusenseñanzas, pero sí llenar las cabezas depobres infelices con falsas ideas yfantasías para hacerles incumplir la Leyde nuestros padres, ¿verdad, Jesús? —dijo Hananel mientras apoyaba la puntade la espada sobre su pecho.

Yuz Asaf, confuso y pilladodesprevenido no podía articular palabra.Con gran esfuerzo consiguió farfullar:

—Esto es solo cosa nuestra —les

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dijo adivinando de dónde procedíanesos hombres y las órdenes quecumplían—. Soltad a las mujeres e irécon vosotros. ¡Ellas son inocentes!

—¿Creías que ibas a poderengañarnos durante tanto tiempo? —dijoAmenio—. Te hemos estado buscandohasta que dimos contigo por casualidaden Nísibis. Teníamos dudas. Era tufigura, pero algo en ti había cambiado:tu pelo, tu cara…

—Ignorábamos que tuvieras unahija, y esta cría nos confundió —añadióHananel, señalando a Zahel—.Echábamos de menos a tu discípulo.

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Pero tus cicatrices te delataron, a pesarde todos tus esfuerzos por ocultarlas.

—Hemos esperado mucho tiempoeste momento. Ahora estamos seguros.Caifás obtendrá lo que quería y sabráagradecérnoslo.

—Teníamos que estar en medio dela nada para hacerlo. Sin testigos. ¿Pordónde quieres que empecemos? ¿Por tuhija? ¿Por tu esposa?

—¡Empieza por mí, cobardemiserable! —gritó la madre del Maestroarrojándose contra Hananel—. ¿O tefalta valor para matar a una vieja? ¡Nisiquiera para eso sirves!

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Hananel imprudente se olvidó porun instante de Yuz Asaf, que aprovechóla confusión para lanzarse contra él,derribándolo y apoderándose de Zahel.Amenio contemplaba atónito cuantoocurría, y empezó a dar pequeños pasoshacia atrás para alejarse con la niña.Sara no dejaba de llorar alzando losbrazos hacia sus padres suplicandoprotección. Cualquier ligero movimientoinvoluntario podía provocar unatragedia. El cuchillo resbalaba por elfrágil cuello de la cría y en cualquiermomento podría rebanárselo.

Todo ocurrió tan rápido que nadie

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supo de dónde apareció. Un hombregigantesco sorprendió por la espalda aAmenio y mientras le clavaba unaespada que brotó por su parte delanteracon gran destreza le arrebató a lachiquilla con seguridad sin que sufrieraningún daño. Hananel vio desde el sueloal hombre con una gran cicatriz que lecruzaba la cara con la niña en el brazoizquierdo y una pesada espada quegoteaba sangre humedeciendo la tierra asus pies, mientras su compañero dejabaeste mundo con gran agonía. Pensandoque aquel individuo podía tener menosposibilidades al tener a la niña en

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brazos se levantó rápidamente y seprecipitó con rabia contra él, pero loúnico que consiguió fue que por segundavez aquella espada volviera a teñirse deescarlata a costa de su vida.

El gigante de la cicatriz, dejando aHananel tirado con el arma todavíahundida en su cuerpo, se acercó aMíriam que lloraba desesperada y leentregó a su hija, a la que abrazó ycolmó de besos hasta que consiguió quedejara de llorar.

Yuz Asaf, aún aturdido, abrazó a lapequeña Zahel mientras hincaba en elsuelo sus rodillas, y los dos se pusieron

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a llorar.—Lo siento, no he podido hacer

otra cosa —dijo el hombre de la cicatrizcon una voz poderosa—. Quizá noapruebes mis métodos pero no pudeelegir. Podrían haberos matado a todos.

—¿Quién eres? —preguntó elMaestro—. ¿Quién te envía?

—¿Recuerdas a Artapanes, elmercader? Debiste causarle buenaimpresión. Él también era gran amigodel rey Abgaro, como tú. Por esoentendió a la perfección la situación a laque te enfrentabas.

—Parecía un buen hombre.

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—Artapanes fue un importantecomerciante de la comarca que, comotantos otros, contaba con el respeto y laaprobación de Abgaro —continuóexplicando el gigante—. Su influencia yconocimiento de las distintas rutas decomercio proporcionaron buenosnegocios para el reino y naturalmentegrandes beneficios para todos. Perocuando Ma’hanu IV se apropió deltrono, extorsionó a varios comerciantespara aprovecharse despreciablemente desu trabajo. Estos no quisieron sometersea las presiones del rey lo que provocóque fueran expulsados de la ciudad; se

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apoderaron de sus ganancias, de susbienes, y en algunos casos eliminaron asus familias.

—Cuánto horror por culpa deldinero —opinó el judío.

—Mucha gente como Artapanes fuecondenada a sobrevivir recorriendo loscaminos entre las pequeñas aldeas delos alrededores para mal ganarse lavida. Aun así, él fue afortunado: al notener familia no tuvo que lamentar supérdida, y al menos su trabajo le da paravivir.

—Qué lamentable es comportarseasí entre hermanos.

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—Artapanes entendió por lo queestabas pasando y se apiadó de ti. Sucorazón rebosa generosidad.Casualmente nuestros caminos secruzaron cuando te ibas y me puso alcorriente. Me rogó que te siguiera hastaMepsila sin ser visto y que te protegierasi fuese necesario. Desde el principio nole gustaron esos dos, y parece queacertó.

—Debéis ser grandes amigos paraarriesgar tu vida por unos desconocidos.

—Yo solo soy un mercenario…mala gente —se sinceró el hombre de lacicatriz—. Pero él siempre me ayudó.

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Me daba trabajo cada vez quenecesitaba proteger su cargamento o unamercancía valiosa. Incluso caravanas.Intentaba evitar que me metiera en líosaceptando trabajos deshonrosos. Comoéste. Haría por él cualquier cosa que mepidiera.

—Deberíamos dar sepultura a esosdos —recordó el Maestro mirando loscuerpos sin vida de los hombres delSanedrín—. Es lo menos que podemoshacer por ellos.

—Eso es cosa mía. Vosotrosdebéis marcharos, yo me encargaré.

—Pero me gustaría ayudarte, hacer

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algo por ti…—Marchaos. Si alguien os viera

podríais volver a poneros en peligro. Idtranquilos y no miréis atrás; yo os estaréobservando.

—Ni siquiera sabemos tu nombre—dijo Míriam acercándose a él.

—Mejor así. Cuanto menos sepáisde mí, mejor para todos. Yo tampoco sénada de ti, ni lo pretendo —dijo elhombre dirigiéndose a Yuz Asaf—. Perouna cosa sí sé: sin duda eres un hombreque merece la pena para que Artapaneshaga algo así por ti. Cuida de tu familia.Volveremos a vernos.

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María, intentando recuperarsedespués de lo sucedido se acercó alhombre que les había salvado la vidacon ojos vidriosos y sin pronunciarpalabra posó su mano sobre la cicatriz yla besó con dulzura. Se separó y bajandola mirada se lanzó de nuevo al camino.

Como despedida, el Maestrocolocó cariñosamente su mano sobre elhombro de aquel individuo de ferozaspecto pero tierno y sensible en elfondo, mientras le susurraba: «sí,volveremos a vernos».

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Día 17 del mes de Tishrei. Año 31.Segundo día de la semana. (Lunes, 16

de octubre)

uz Asaf no podía olvidarsefácilmente de lo ocurrido entre los

soldados del Sanedrín y el hombre de lacicatriz, del que lo ignoraban todo.Aunque no era la primera vez quesucedía, no lograba comprender ciertos

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comportamientos que no eran propios dehumanos y, mucho menos, justificarlos.Aunque en el fondo de su alma sabíaperdonarlos. Y esa tarde, al llegar porfin a Mepsila, solo deseaba que se lespermitiera quedarse en la ciudad hastaque desaparecieran los fríos vientos ylas duras lluvias dejaran de azotarlos.No aguantarían ahí fuera, el tiempo seríadespiadado con ellos y no losoportarían. Éste será nuestro hogardurante los próximos meses, pensóconfiando en que ésa sería la únicarealidad.

Mepsila era un importante centro

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de comercio, cruce de culturas donde sellevaban a cabo todo tipo de negocios yen el que nadie parecía extranjero.Corazón del imperio parto, su estructuraestaba principalmente constituida porlos nobles que establecieron condadosdinásticos. Aunque estaban organizadospor el rey y los miembros directos de sufamilia éste tenía escasa influenciasobre la nobleza, lo que provocaba unaconstante inestabilidad política eimportantes disputas internas. Otroeslabón de la cadena era el sacerdocio,al que le seguían la clase mercantil y losfuncionarios de rango menor, auténticos

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motores de la economía. La base sobrela que se sustentaban estos pilaresestaba compuesta por granjeros yganaderos que, con su esfuerzo ytrabajo, permitían a las clasesacomodadas mantener sus privilegios.

Un ambiente más templado al delos días pasados sumía a la ciudad enuna agradable sensación de bienestarque poco a poco se iba adueñando deellos. La comunidad judía en Mepsilaera bastante significativa, conimportantes prestamistas que en más deuna ocasión habían sufragado lasinvasiones bélicas de algunos reyes en

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otros dominios. No tardaron en dar conellos y conseguir una humilde viviendade una sola planta bastante económica,propiedad de un viejo ebanista del queYuz Asaf aceptó convertirse en sujornalero.

Todo parecía haber comenzadobien en aquella ciudad que, de momento,no les exigía nada a cambio de poderintegrarse en ella como cualquierciudadano, donde se ganarían la vidacomo tantos otros y a la que con eltiempo abandonarían.

Ya hacía una semana que habían

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llegado a Mepsila y la seguridad que lesofrecía les devolvió la felicidad. Habíanconseguido integrarse totalmente en lasociedad judía en muy poco tiempo yYuz Asaf ya empezaba a combinar susfunciones de carpintero con sucapacidad para sanar. Por las noches, alcalor de la lumbre, hablaba a sus nuevosamigos de esperanza y libertad. Aunqueen muchas ocasiones no parecíanentenderle muy bien, disfrutabanenormemente de la belleza de suspalabras, que los trasladaba a mundosdesconocidos de paz infinita. Su madre,recuperada del cansancio, empezaba a

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sonreír de nuevo y atendía sencillaslabores de la casa. Míriam se encargabaante todo del abastecimiento del hogar,mientras que Zahel era quien más seocupaba de Sara, naciendo entre ellas unverdadero vínculo de hermanas. Lamuchacha empezaba a dejar atrás susdesgarradores traumas de tiempos queya parecían lejanos con la ayuda de YuzAsaf y Míriam y su infinito cariño,convirtiéndose definitivamente en unnuevo miembro de la familia.

Y esa mañana, alrededor de la horaquinta, desde la intimidad de su taller lellamó la atención un hombre que lo

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observaba muy quieto en la lejanía. Sefijó mejor en él y a pesar de la distanciareconoció al hombre de la cicatriz. YuzAsaf le sonrió y quiso ir tras él peroéste, negando casi imperceptiblementecon la cabeza se dio la vuelta ydesapareció, dedicándole una dulcemirada que parecía significar «hastasiempre, hermano». Una lágrimaresbaló por el rostro del Maestrohumedeciendo sus labios, dejándole unsabor tan amargo como la brevedespedida que había protagonizado conaquel hombre al que seguramente novolvería a ver jamás.

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Día 3 del mes de Jeshvan. Año 31.Cuarto día de la semana.

(Miércoles, 1 de noviembre)

ada vez se encontraban máscómodos en Mepsila. La pericia

que Yuz Asaf mostraba en su trabajoproporcionaba nuevos clientes a supatrón aumentando la confianzadepositada en él. Diariamente entraban

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nuevos encargos y a ese pasoconseguirían unos buenos ahorros parapoder continuar su viaje cuando acabarala época de lluvias. También empezabaa ser más conocido entre la comunidadjudía por su habilidad para ayudar a losenfermos y pronto esa fama corrió portoda la ciudad. Los gentiles másrecelosos desconfiaban al tratarse de unjudío, pero pronto pudieron comprobarque no era como los demás. Nuncaaceptaba nada a cambio de curar a lagente, ni siquiera regalos. Para vivirtenía suficiente con su trabajo. Y, sialguna vez se veía muy comprometido,

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los tomaba para dárselos a los máspobres.

Pero había algo que empezaba apreocuparlo: no había vuelto a sabernada de su discípulo Tomás. Y eso loatormentaba. Por mucho que indagabanadie era capaz de ofrecerle ningún datosobre él. Seguiría insistiendo hasta queencontrara algún indicio de lo quehubiera podido ocurrir con él.

Aprovechó su popularidad parahablar más en público, para orientarespiritualmente a judíos y gentiles yhablarles de igualdad y amor al prójimo.Por su extraña y original forma de

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expresarse no siempre conseguía atraera todo el mundo pero se sentía orgullosoal comprobar que sus seguidores ibanaumentando.

Averiguó que muchos componentesde las tribus perdidas fuerondesplazándose hacia el este según losgrandes conquistadores ibanexpandiendo sus dominios. Allí no habíaviejos clanes. Solo individuos dispersosque iban y venían a pesar de que muchosde ellos acabaron estableciéndosedefinitivamente en Mepsila. Si queríasaber algo más acerca de esas tribusdebía seguir desplazándose más hacia el

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este, lejos de allí, más de lo que habíapensado cuando salió de Jerusalén.

Pero no había tiempo para eso.Ahora era feliz divulgando su mensajede amor entre aquellos que lo habíanrecibido con los brazos abiertos.

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Día 22 del mes de Jeshvan. Año 31.Segundo día de la semana. (Lunes, 20

de noviembre)

ara comenzaba a dar sus primerospasos con la ayuda de Zahel. La

felicidad no podía ser más completa.Estaban consiguiendo iniciar a lasmuchachas en la doctrina del amor en elambiente adecuado con la

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imprescindible ayuda de María, lasolícita abuela que disfrutaba comonadie con cada nueva carantoña que lededicaba la niña, llenando de gozo suvida.

El frío se había instaladodefinitivamente en la región y obligaba alos hombres a guarecerse. Los pastoresvolvían del campo abierto paraprotegerse de las frecuentes lluvias. Loscaminos anegados ya eran imposibles detransitar y pronto las primeras nieves loscondenarían a una oscura y largasoledad. Era tiempo de acompañarse dearomáticos vinos y contundentes asados

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que enardecieran cuerpo y espíritu.Y aconteció que el rey de Partia

decidió inesperadamente pasar laestación fría en Mepsila. Llegó hacíaunos días sin previo aviso, como a él legustaba hacer, con todo su séquitoprocedente de cruentas batallas de lasque no siempre salía victorioso, parainstalarse hasta que el tiempo mejorase.Pronto se incorporarían familiares yamigos íntimos que engordaríangroseramente a costa de la interesadahospitalidad del rey.

Artabano II era hijo de unaprincesa arsácida y gobernaba desde

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hacía veintiún años tras una guerra largay dudosa contra Vonones I, apoyado porlos nobles que no reconocían lasoberanía de su antecesor.

Muy interesado por lo que lecontaron sus más fieles consejerosacerca de un individuo recién llegadoque ayudaba a los más necesitados,quitaba enfermedades antes incurables yhablaba de un nuevo reino de amor en latierra, esa mañana pensó que sería unbuen momento para conocerlo y mandóbuscarlo para interrogarlo, y saber porél mismo cuáles eran las verdaderasintenciones de ese nuevo judío que

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agitaba las calles de Mepsila.Cuando fueron a por él al taller,

Yuz Asaf se temió lo peor y su patrón, ensilencio, parecía resignado a perder elmejor jornalero que había encontrado enaños. A pesar de que no estaba siendodetenido, sus pensamientos volaronimaginándose de nuevo desterrado a unacruel intemperie que irremediablementeacabaría con sus vidas. Rogaba al Padreque al menos su familia quedara libre dela cólera que parecía desatar allí adonde iba, solo por mostrar su mensajede amor.

Escoltado por dos nobles de la

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confianza del rey fue recibido en unamplio salón en cuyo centro había unasencilla mesa de madera repleta con losmás delicados manjares que había vistonunca. Acompañado de su esposa, el reyse presentó al Maestro y lo invitó a quese sirviera lo que le apeteciera. Losnobles, sin dudarlo un instante, seabalanzaron con avaricia sobre lasviandas para sonrojo de Artabano.

—Así que tú eres ese Yuz Asaf quese pasea por mi ciudad socorriendo amoribundos y sanando a agonizantes —dijo el rey acercándose más a él—.Cuando me hablaron de ti me imaginé a

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un decrépito anciano. Eres muy joven ybien parecido. Dime, ¿por qué lo haces?

—¿Por qué no habría de hacerlo?—Dicen que, más que sanaciones,

haces milagros.—No creas todo lo que dicen —

contestó secamente Yuz Asaf, sin sabertodavía a qué atenerse.

—¿Por qué has venido aquí?—Viajamos hacia el este, pero nos

sorprendieron las lluvias. Nos parecióuna buena opción esperar aquí a quepasaran.

—También me han dicho que eresun gran artesano con la madera —siguió

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preguntando el rey.—Aprendí el oficio de mi padre.—Eres parco en palabras, ¿eh? —

suspiró el rey—. Eres mi invitado, notienes nada que temer. ¡Por favor, comelo que te apetezca! Yo ya tengo hambre—le rogó mientras metía la mano a unode los platos.

—Confío en que seas un hombrejusto y sepas perdonar mi descortesía.

—Tienes mi aprobación para quesigas haciendo lo que quiera que hagas.Te honras a ti mismo y con ello honras atus vecinos y también a mí. Me sientoorgulloso de que hayas elegido esta

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ciudad para quedarte. Espero que estésaquí mucho tiempo.

—Agradezco tus palabras en loque valen —dijo Yuz Asaf sintiéndosealiviado—. Renuevan mi fuerza y miesperanza en el ser humano. Mi esposase alegrará de saberlo.

—Oh, qué desconsiderado soy.¿Qué pensarás de mí? —se disculpó elrey—. Te diré lo que haremos: vendrásalgún día a comer con tu familia. Quizápueda aprender algo de ti. Estoytremendamente ocupado, te mandaréaviso para que estés preparado. Seráalgo sencillo, solo vosotros y mi esposa.

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La mujer, que no había abierto laboca, aceptó gustosa con una leveafirmación con la cabeza ofreciéndole alMaestro una bonita sonrisa.

—Eres muy generoso —respondióel judío—. Os lo sabremos agradecercomo merecéis.

—Si lo deseas puedes irte. Oquedarte a comer, como gustes. Encualquier caso, hazlo libremente.

—Debería regresar con mi esposa.No sé qué deciros por vuestrasatenciones.

—No digas nada. Te espero. Misrespetos a tu esposa —dijo el rey

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despidiéndose.Con una inclinación de cabeza,

algo inusual en él ante nobles o reyes,Yuz Asaf se retiró y volvió a casa arelatarle a su familia todo lo acontecido,aún sorprendido por aquella aprobaciónreal. Esa tarde trabajó más animado quenunca, y por primera vez en muchotiempo pudo gozar del sosiego que tantonecesitaba.

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Día 8 del mes de Quisleu. Año 31.Cuarto día de la semana.

(Miércoles, 6 de diciembre)

abía transcurrido algún tiempodesde que Yuz Asaf hablara con el

rey. Seguramente una persona tanocupada como él ya se habría olvidadode lo prometido a un vulgar ciudadano.No se lo recriminaba: casi se alegraba.

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No es que despreciara su hospitalidad,es que no quería que cualquiermalentendido pudiera acabarperjudicando su permanencia en laciudad.

El Maestro lucía una media melenaque tapaba sus hombros y su barbaperfectamente perfilada no era tanabundante como en otros tiempos,dedicándole su cuidado diario. Supenetrante mirada resultaba irresistible,que junto a su elevada estatura y figuraestilizada le confería un atractivoaspecto. Después de todos los cuidadosrecibidos y la estabilidad que le

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proporcionaba Mepsila estaba tanrecuperado que había desaparecido todorastro de sufrimiento, borrando porcompleto la humillación sufrida durantetanto tiempo. Lo último que esperabaaquella fría mañana era que uno de loscriados de Artabano II reclamara supresencia y la de su familia para comercon él. Yuz Asaf pidió permiso a supatrón y éste, orgulloso de su pupilo ledio libre el resto de la jornada. Elsirviente lo acompañó a su casa para darla nueva, y de paso poder cambiar susvestiduras por otras más adecuadas.

El rey los esperaba en el mismo

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salón que la primera vez, aunque en estaocasión solo estaba ocupado por él y suesposa. Artabano abrazó a Yuz Asaf y seinclinó respetuoso ante las mujeres. Encambio su mujer las besó y estrechó lamano del Maestro entre las suyas,mientras Sara corría alegremente por laestancia perseguida por Zahel.

El rey ofreció una copa de vinoespeciado a Yuz Asaf y brindaron por loque debía convertirse en una buenaamistad. El vino, delicioso y a unatemperatura agradable, se deslizó por lagarganta del Maestro tiñendo su rostrode un delator tono carmesí. Todos rieron

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ante el rápido cambio de matiz de lacara de Yuz Asaf, haciendo desaparecerpor completo la timidez inicial. De esaforma, se sentaron a la mesa y loscriados empezaron a traer grandesbandejas con humeantes asados yverduras que desprendían un exquisitoaroma. Sara, sentada en el regazo de suabuela, chupaba un buen trozo de carnemientras la sustancia que desprendíaresbalaba desde sus manos por losbrazos, pringando de grasa cuanto teníaa su alrededor. Las risas de losanfitriones llenaron el salón ante elespectáculo de la chiquilla, mientras la

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agradable conversación transcurríacomo si se conocieran desde siempre.

A los postres, y con la alegría queproporciona el sabroso fruto de la vid,Yuz Asaf se atrevió a preguntarle al reypor su discípulo Tomás. Le contó cómoéste partió con antelación paraencontrarse con el rey Abgaro y cómohabía desaparecido sin dejar rastro.Artabano, que no supo darle ningunaexplicación, le prometió intentaraveriguar cuanto pudiera. Yuz Asaf leagradeció su ofrecimiento y continuaroncharlando alegremente hasta que Sara sequedó dormida. La reina hizo llamar a

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sus asistentas para que llevaran a la niñaa una cámara donde pudiera descansartranquilamente. Y aunque su abuela laacompañó, el Maestro se sintióintranquilo pero no lo demostró.

El momento fue aprovechado porArtabano para preguntar a Zahel sobresu procedencia, que con gran prudenciale resumió sin entrar en muchos detalles.

—Mi padre me vendió y mi madrenunca se interesó por saber qué habíasido de mí. Pero Yuz Asaf no seconformó y vino en mi ayuda cuandomás lo necesitaba. Ahora sé que ellosson los mejores padres que podría tener

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—concluyó la muchacha, alzando sumirada hacia Míriam. Ésta, agradecida,le acarició la cabeza mientras el reyseguía preguntando.

—¿Volverías con ellos si te lopropusieran? Con los verdaderos,quiero decir.

—No, señor —contestórápidamente con gran dulzura—. Ellosson ahora mi familia. No los dejaríajamás.

—Ella sería libre de hacer lo quequisiera —intervino el Maestro—. Perolucharíamos con todo lo que tenemospara que siguiera con nosotros.

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Zahel le sonrió, mientras el reycontemplaba orgulloso a sus invitados.La charla se prolongó más de loesperado hasta que anocheció. Míriampensó que era el momento de recuperara su hija y fue la misma reina quien laacompañó a por ella. Yuz Asafreconoció que había pasado un díaestupendo, como hacía tiempo norecordaba, cuando compartía mesa consus discípulos. Artabano, repitiendo lasreverencias de antes les confesó:

—He dado las órdenes oportunaspara que tengas acceso directo a mícuando y para lo que desees. Tu familia

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es ahora mi familia, y la mía tuya. Serásbienvenido a mi humilde moradasiempre que quieras honrarme con tupresencia.

—«A los suyos acudió y no lorecibieron» —contestó el Maestro—.En cambio tú, hasta hace tan poco undesconocido, abres tu casa y tu corazóna mi familia sin pedir nada a cambio.Eres tú quien honras a los hombres contus hechos.

—Ahora eres mi protegido —sentenció el rey. Y fundiéndose en uncariñoso abrazo, se despidieron alegrespor la recién nacida amistad.

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Finales del mes de Adar. Año 32.(Mediados del mes de marzo, un año

después)

na vez más el gozo y la alegría porla culminación de otro ciclo anual

regocijaba los corazones de lacomunidad judía en Mepsila. Era lasegunda vez que Yuz Asaf lo pasaba allí,pero esta vez sería la última. Optaron

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por quedarse una temporada más parareunir mayores ahorros con los queafrontar la que podía ser la última etapade su viaje. Y esta vez lo harían denuevo con la seguridad de una caravana.

Casi extinguido el período delluvias, los braceros se afanaban enreparar los pequeños desperfectos queéstas hubieran ocasionado en calles,plazas o fuentes. Del mismo modo, loscaminos de las distintas rutascomerciales que unían entre sí lejanosterritorios irían mejorando según fuerantransitadas de nuevo por mercaderes,peregrinos y caravanas. El mes

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duodécimo, que es el mes de Adar, finalde tiempos oscuros que daban de nuevopaso a la luz y a renovadas intenciones.Un año que significó la demostracióndel cariño que suscitó entre judíos ygentiles, en el que se convirtió en aliadoindispensable de un viejo taller deebanistería y en el que disfrutó de vercrecer a su hija, lo que le hacíainmensamente feliz.

Y no podía olvidarlo. Un año en elque obtuvo la gracia y reconocimientode un rey como Artabano II, lo últimoque hubiera esperado en una ciudadcomo aquella. Aún recordaba apenado

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su despedida. Ocurrió en el mes deSebat17 del año anterior. El rey debíacruzar Partia hacia el sur, y aunque aúnhacía mucho frío era el mejor momentopara hacerlo. Los caminos estabanaislados, algunos incluso seríaninaccesibles. Protegidoconvenientemente por su ejército nohabía nada que temer. El trayecto seharía más largo pero más seguro, ycuando llegara el buen tiempo él yaestaría libre de peligros en su destino.

Lo que más le dolió a Artabano fueno poder ayudar a Yuz Asaf a encontrara su discípulo Tomás. Por más que lo

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buscaron no pudieron encontrarlo.Debían prepararse para lo peor. Unlargo abrazo que deseaban que noacabara nunca fue su último recuerdo.Ambos sabían que no volverían a verse.

Ahora era su turno. En pocassemanas empezarían a llegar lasprimeras caravanas. Esta vez volveríana encomendarse a su seguridad yevitarían exponerse a los peligrosinnecesarios bajo su protección.

¡Había tanto por hacer! En primerlugar debería entregar todos susencargos, no podía dejar a nadiedesatendido. Tenía muchos de los que

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despedirse. Dejaría atrás tantos amigosque le dolía enormemente tener que irse.Pero tenía que hacerlo. Allí no habíaencontrado lo que realmente buscabacon todo su empeño, y debía seguirintentándolo.

Y por último, abastecerse de todolo necesario para el camino. Y en elfondo de su corazón deseaba que fuerala última vez que tuviera que hacerlo.

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Mediados del mes de Tamuz. Año 33.(Principios del mes de julio)

ulo Servilio Polión lo dejó muyclaro desde el principio: no

permitiría que nadie disminuyera elritmo de su caravana. Debían avanzardiariamente al menos quince millas paracumplir con el plan previsto y si alguienlo impedía o no resistía sería castigado

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abandonándolo en el primer lugarhabitado que encontraran por el caminosin derecho a devolución alguna de loshonorarios estipulados. Por eso nuncacobraba por adelantado todo el trayecto.Solo exigía el abono correspondiente acada etapa de cada cuarenta díasaproximadamente. Era lo más justo.Tampoco iba a permitir ningún tipo derebelión, y para eso se ayudaba de unaturma18 que mantenía la vigilancia de lalarga caravana, que tenía una longitud decasi tres estadios. Solo a caballo eraposible recorrer diariamente variasveces esa distancia. Pero a cambio él

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proporcionaba la seguridad quenecesitaban en las largas travesíasgarantizando que nadie sufriera ningúndaño, ni personal ni en sus bienes.

Aulo Servilio Polión era unexperimentado exmilitar romano. Peroen Enna comandó un ejército que cayóen una emboscada y pereció. Todosmenos él, lo que pareció muysospechoso a los ojos de Roma. Fuecesado inmediatamente de su puesto yexiliado. Consiguió reunir a algunoshombres de plena confianza y desdeentonces se ganaba la vida como guía decaravanas en la ruta comercial que

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atravesaba oriente.Cada día se detenían un buen rato

antes de la caída del sol para tenertiempo suficiente de acampar ydescansar hasta el día siguiente,volviendo a empezar con los primerosdestellos de la mañana. Solo él poníalas normas. Solo él establecía los turnosde vigilancia de la turma. Y solo éldecidía dónde se detendrían por untiempo más prolongado, qué ciudadelegirían para abastecerse y cuántoduraría ese alto en el camino. A lo largode los años había conseguido concertaresas pausas donde obtenía pequeñas

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comisiones por las compras de losviajeros. Todo un negocio queproporcionaba importantes beneficios,pero que no siempre eran fáciles deconseguir. En más de una ocasión tuvoque enfrentarse a mesnadas de bandidos,a ladrones organizados expertos enesquilmar caravanas, no saliendo muybien parado. Pero siempre pudogarantizar la seguridad del grupo ynunca se produjo ni una sola baja entrelos viajeros, ganándose así su célebrereputación.

Yuz Asaf y su familia se unieron ala caravana hacia finales del mes de

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Iyar, abonando sin regateos la cantidadestipulada por Polión. Pronto deberíahacer frente al segundo pago si no queríaacabar ahí su viaje.

Llegaron a Saddarvazeh19 en elcentro del día. Era una ciudad real paralos partos con miles de habitantes. Teníacasi cien puertas porque era uno de losprincipales puntos de encuentro demultitud de caminos provenientes de lasdistintas rutas comerciales. El ambienteera seco pero no hacía excesivo calordebido a su cercanía al océanoHircanio20 y estar situada en la laderasur de los montes Elburz, que proveía a

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la gran ciudad de numerosos pozos deagua fresca todo el año. Sara yacaminaba a ratos largas distancias,aunque la mayoría del tiempo viajabasobre una acémila que su padre alquilóal guía de la caravana y que, sobre todo,servía para ayudarles a transportar suspertenencias. Aquella tardedescansarían en la imponente ciudad ydispondrían de otros dos días librespara hacer lo que quisieran. Al terceropartirían de nuevo, y Polión no esperaríaa nadie.

Al día siguiente corrió la voz deque Yuz Asaf, el protegido de Artabano

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II, estaba en la ciudad. Fuehonorablemente recibido por lacomunidad judía y todo el mundo queríasaber si era cierto todo lo que se decíade él. El rey se había encargado deproliferar por todo el reino su amistadcon el Maestro y lo que hacía por losmás desfavorecidos. A él se fueronacercando algunos enfermos, tullidos ydesahuciados. Unos para ser sanados.Otros, solo por ver qué provecho podíansacar de aquel desconocido. Pero YuzAsaf no podía ayudar a todos aunquequisiera e intentó acercarse a los másnecesitados. Solo estaría allí dos días y

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no tendría más remedio queproporcionar a los casos más sencillostratamientos que ellos mismos tendríanque aplicarse. Algunos se marchabandecepcionados esperando algo más deaquel curandero, pero él les prometióestar con todos ellos al atardecer del díasiguiente para hablarles y ayudarles.Pero el ingrediente principal paracurarse siempre estaría en ellos mismos,y era desear hacerlo con toda su alma.

Saddarvazeh era un gran centro deljudaísmo y Yuz Asaf pensó que al finhabía encontrado el rastro de las Tribusperdidas. Algunos de sus líderes

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reconocieron que allí se establecieronmuchos descendientes directos de esosclanes cuando se dispersaron. Pero otrosmuchos siguieron desplazándose máshacia el este, y con algunos de ellosseguían manteniendo contacto, sobretodo comercial. Perdieron su identidad ynunca regresaron a su tierra. Pero ahorasu tierra era aquella. Generación trasgeneración fueron contribuyendo alcrecimiento y expansión de la ciudad yaunque todos eran devotos judíos noiban a abandonar sus hogares paraperseguir su hermoso sueño. No seenfrentarían a un nuevo éxodo. Le dirían

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cómo encontrar esos clanes, pero ésasería toda la ayuda que podían ofrecerle.Yuz Asaf se sintió abatido y por primeravez empezó a comprender la verdaderamagnitud de lo que pretendía. Pero losentendía a la perfección. Él solo era otrodesahuciado más como a los queintentaba ayudar y no podía pretenderarrastrar consigo a familias enteras queya estaban plenamente integradas en unasociedad que los acogió y en la quehabían echado raíces. Visiblementeafectado se retiró pensando que cadavez se sentía más solo en sus propósitos,dando gracias al Padre por concederle

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una familia como la suya.

A la hora indicada, Yuz Asaf orabajunto al pozo de la plaza del mercado delegumbres y verduras que ya seencontraba cerrado. Poco a poco fuecongregándose gente a su alrededor que,al verlo en esa actitud, empezó asentarse en silencio. Portaba un petaterepleto de hierbas, untos y bálsamos quedescansaba a su lado. A medida que laplaza se iba llenando, un leve murmulloempezó a circular entre la muchedumbrehasta que el Maestro abrió los ojos y lagente estalló de júbilo. Tímidamente

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fueron acercándose contando susdolencias y sus males y él, callado, lesproporcionaba lo que necesitaban.Algunos colaboraban con pequeñasdonaciones, que siempre rechazaba. Depronto entre el gentío se alzó una vozque clamó:

—Háblanos, Maestro. Dicen que tureino no es de este mundo. Si no está enla tierra, ¿cómo lo encontraremos?

—¿Nos ayudará la fe? —exclamóotro—. Yo ya la perdí.

—¿Por qué he de amardesinteresadamente? —añadió untercero—. Estoy a punto de morir de

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viejo y no conozco mujer. ¿Puedesayudarme en eso?

La gente rio la ocurrencia delhombre y, sonriendo, Yuz Asaf empezó ahablar.

—Hay que amar al prójimo porencima de todo.

—¿Más que a Dios? —preguntóalguien.

—Amar al Padre y al hermano; alhijo, a la esposa, tiene el mismo valor—explicó Yuz Asaf—. Pero el auténticovalor lo tiene amar a tu enemigo. Eseserá el más generoso gesto de amor quepodamos tener.

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—¿Y qué obtendré a cambio? —volvió a preguntar.

—No será un gesto altruista siesperas algo a cambio. No esperesrecibir para dar. No esperes nada. Larecompensa vendrá por sí sola. Perdonaa tu adversario y el amor entrará en ti.

—¿Y cómo nos daremos cuenta?—insistió el que estaba a su lado.

—Olvidaos de los falsos ídolos.No hay un Dios del Bien y un Dios delMal. No existe ningún Dios del mal. Elmal está instalado en nosotros y hay queliberarlo, expulsarlo. Es el Padre quienhabla en la tormenta y quien respira en

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el viento; el que bendice en la lluvia omuestra su enfado en la sequíamanifestando su gloria. Pues no estálimitado por el día o la noche.

—¿Quieres que de prontorenunciemos a nuestras creencias, anuestros dioses? —preguntó unsacerdote que acababa de llegar y al quese acercaban algunos más.

—A vuestras creencias paganas sí—contestó Yuz Asaf.

—¡¿Por qué?!—Porque el Padre es Amor, y eso

es algo único. Libérate de tus cadenas.Libera a tu esclavo. Ese es el verdadero

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reino del amor, que está en todas partesal mismo tiempo.

La multitud empezó a murmurar,unos a favor de las palabras delMaestro, otros confusos, y otros que seposicionaron claramente en contragritándole:

—¡Vete con tu amor a otra parte!—Ese hombre ha ayudado a mucha

gente sin pedir nada a cambio —protestó otro—. ¿Tú puedes decir lomismo?

—Yo no quiero ayudar a nadiegratis —le contestó.

—Ese hombre ha venido a

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perturbar la ciudad —gritó el sacerdote—. ¿No os dais cuenta?

—Vengo a perturbar vuestroscorazones —contestó Yuz Asaf—. Apreñarlos de amor. Solo con amor osconvertiréis en personas mejores.

—Los hombres no deben seriguales —dijo otro de los sacerdotes—.La jerarquía debe seguir existiendo.Cada uno en su sitio, solo así se sustentauna nación, los unos sobre los otros.

—Los unos junto a los otros —rectificó el Maestro—. Cada uno en susitio pero todos iguales. El amorprevalecerá sobre todas las cosas.

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—¿Y la justicia? —preguntó otrode los sacerdotes—. ¿Cómo piensasadministrarla en tu reino de amor?

—¿Acaso un padre juzgará a sushijos por sus actos? —respondió YuzAsaf con otra pregunta.

—¡El Maestro tiene razón! —opinóotro ciudadano—. ¿Por qué no somos unpoco más generosos los unos con losotros?

—¿Estás dispuesto a dejarlo todopor amor? —le preguntó Yuz Asaf.

—No sé —le contestó—. Dependede qué tenga que dejar. Jamásabandonaría a mi familia. No hay amor

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más grande que el de tu propia familia.—Sí que lo hay —dijo Yuz Asaf—.

Tu corazón ha hablado pero aún no lohas escuchado.

—¡Está loco! —gritó uno de lossacerdotes—. ¡Os incita a abandonar avuestras familias y aún le escucháis!

—¡Hipócrita mentiroso! No hayfalsedad más grande que la que escupetu lengua. ¡Escucháis pero vuestrosoídos siguen sordos!

La muchedumbre, cada vez másexcitada, alzaba sus voces para hacerseoír por encima de los demás, haciendomuy complicado entenderse.

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—¡Pero no te entiendo, Maestro!—volvió a preguntar el gentil—. ¿Aquién debo amar más que a mi familia?

—¡Todo el amor del mundo está enti! —le respondió—. Solo tienes quederramarlo por igual entre los demás yvolverá a ti infinitamente multiplicado,para que pueda volver a salirfortalecido.

—¡Ya basta! —gritó uno de lossacerdotes mientras se abría paso aempellones a través de la multitudseguido por sus compañeros—. ¡Podrásser protegido del rey o de tu Dios, perono vamos a consentir que nos ofendas

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ante nuestro pueblo!Fuera de sí por las palabras de

aquel provocador, el grupo desacerdotes agarró al Maestro ante lasquejas y los insultos que les dirigíanjudíos y gentiles y lo sacaron de la plazaa rastras.

—¡No entendéis nada! —chillabaYuz Asaf mientras se resistía de laagresión—. ¡Ni oís ni dejáis oír! Noadmitís nada que incomode vuestralujosa posición. Pisotearíais a vuestrapropia madre por mantener vuestralujosa existencia.

—¡Tú te largas de aquí! —gritaban

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los sacerdotes.—¡A ver a quién le hablas ahora!Los sacerdotes, rodeados por la

gente que defendía al Maestro, pugnabanpor mantener controlada a la chusmamientras seguían arrastrándolo fuera deSaddarvazeh. Con grandísimo esfuerzoconsiguieron arrojarlo fuera de lasmurallas y allí lo abandonaron,formando un parapeto ante él para evitarque la gente se acercara. Cuando la luzempezó a escasear también lo hicieronlos curiosos que, resignados,emprendieron el regreso a sus hogares,dejándolo desamparado hasta que al día

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siguiente lo recogiera la caravana.Qué poco tardó la gente en

olvidarse de él, de sus palabras, de suayuda desinteresada… Mientras,Míriam, desesperada, escudriñaba laciudad en busca de su esposo hasta quela espesa noche se tragó la últimaoportunidad de encontrarlo. Derrotada ysin saber a dónde ir, un rostro conocidose acercó a ella y le susurró las palabrasque tanto deseaba escuchar. Uno de loslíderes judíos confesó medroso dóndepodía encontrarle.

Yuz Asaf se negaba a que su esposa

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se quedara acompañándolo a laintemperie. Aunque la suave nochepermitía perfectamente pasarla al rasoera inútil que se quedaran allí los dos. Yalguien debía encargarse de laspequeñas. Se sentía inútil al no poderayudarla en ese asunto, pero no podíaarriesgarse a entrar de nuevo en laciudad poniendo en peligro la seguridadde su familia. Míriam le dejó su manto yse retiró antes de que la guardia cerraradefinitivamente las puertas. Acordaronque ella misma pagaría al guía de lacaravana sus honorarios y lo recogeríanpor la mañana, esperando que Polión

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fuera comprensivo con lo ocurrido.Tenía una larga noche por delante, peromás largo era el camino que debíarecorrer en pocas horas, así que no ledio más vueltas y se recostó sobre elmanto de su esposa pensando en loacontecido los dos últimos días.

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Finales del mes de Av. Año 33.(Mediados del mes de agosto)

olión entendió las explicaciones dela mujer. Mientras pagaran lo

demás carecía de importancia. Ya estabaacostumbrado a fugitivos, perseguidos ytoda clase de calaña, así que no lesorprendió lo ocurrido con Yuz Asaf. Loúnico que no soportaba era a los

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perezosos. Pero Yuz Asaf era diferente atodos cuantos había conocido. No seajaba ante nada. Se prestaba a todo ysiempre estaba dispuesto a ayudar. Seocupaba de las pequeñas lesiones de losviajeros, de sus enfermedades más levesy siempre tenía palabras de ánimo paraquien las necesitara. Y ahora queestaban acercándose a su próximodestino empezó a crearse entre ellos unacierta complicidad, casi una amistad.Aunque Aulo Servilio Polión presumíade no tener amigos, ese hombre merecíatodo su respeto y aprobación.

Además, Sara ya se había

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convertido en el juguete de la caravana.Era la única niña de su edad y parecíasentirse a gusto entre tantos adultos.Siempre andaba de mano en manodespertando las risas con sus inocentestravesuras, consiguiendo el cariño detodos.

Todo lo contrario que su abuelaMaría. Cada vez se sentía más cansada yle costaba más avanzar. Aunque Poliónera comprensivo por tratarse de lamadre de Yuz Asaf, y cada vez quepodía le ofrecía su ayudadisimuladamente para no levantarenvidias en el resto. Pero pronto debería

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tomar una decisión: o se adaptaba alritmo del camino o tendría queabandonar la caravana. Eso supondríaun gran atraso en su viaje y, sobre todo,una importante variación en sueconomía, pues no entraba en sus planestener que esperar el paso de otracaravana. Pero lo único que importabaera la salud de María. Volveré atrabajar para subsistir, pensó, y yaretornarían al camino cuando fuerapropicio. De momento, debían aguantarun día más y luego, ya verían.

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Principios del mes de Elul. Año 33.(Finales del mes de agosto)

l calor era sofocante. El asfixiantesol de la hora séptima caía sin

compasión sobre Bactra21 y losextenuados caminantes ya se imaginabanrefrescándose en sus pozos de agua. Enunas tierras tan montañosas comoaquellas, el agua sobrante de los

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períodos más fríos se almacenabadurante todo el año en las numerosascisternas que abastecían la ciudaddurante la época más seca. No obstante,la región bactriana era tremendamentefértil, destacando sobre todo por suscultivos de trigo y cebada. Suspobladores la llamaron desde antiguo lamadre de las ciudades por ser pasoforzoso del intenso tráfico comercial ypunto inevitable de conexión entreoriente y la cuenca del Gran Mar.

La ciudad estaba construida enarcilla y seis puertas horadaban susimponentes murallas que tanto tiempo la

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habían protegido del pillaje y laagresión. El guía de la caravana seencargó de buscar hospedaje para todosen el mismo lugar que año tras año teníaconcertado. Pero en esta ocasión lacaravana era tan nutrida que eladministrador tuvo verdaderosproblemas para ubicarlos a todos,viéndose en el aprieto de tener quecolocar a más de una familia en elmismo aposento. Pero sería algotemporal. Él mismo se comprometió aalojarles en mejores condiciones al díasiguiente a cambio de un interesantedescuento.

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Polión dio el resto del día libre algrupo indicándoles que a la mañanasiguiente daría instrucciones de cómo ycuándo proseguirían el viaje, una vezque todos se hubieran repuesto de lasagotadoras jornadas pasadas.

María ni siquiera quisorefrescarse. Afectada por una terribletos enseguida se recogió en su lechomientras su hijo iba a buscar agua paraella. Una vez instaladosprovisionalmente, Míriam le preparóuna infusión de tomillo y regalizsiguiendo las instrucciones de suesposo, mientras él quemaba unas hojas

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de tusilago y le hacía aspirar el humo.Enseguida se relajó y cayó en unprofundo sueño que no la abandonóhasta el día siguiente.

Nadie esperaba que la noche fueratan gélida. Pronto entendieron la utilidadde las mantas que el posadero les habíaofrecido y de las que tuvieron que echarmano ya en la primera vigilia. Con elfrío, el estado de María empeoró.Reubicados definitivamente, tuvieronque repetir varias veces todo el procesodel día anterior. Pero a medida que eldía avanzaba, el calor se ibaapoderando de la estancia y ese

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contraste no hacía más que entorpecer surecuperación. Yuz Asaf pensó que lomejor sería airear la pieza y dejarladescansar sola para hacer bajar elsofoco del interior. Así que junto aMíriam, Zahel y Sara, a pesar del calorque tiranizaba el ambiente, salieron acomprar y de paso conocer la ciudad.

Bactra, donde vivió el profetaZoroastro, contaba con numerosasstupas22 además de otros monumentosreligiosos. El más importante era elbihara, que contenía una estatua deBuda. Se trataba de una base cuadradaque, según las antiguas creencias,

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simbolizaba la tierra, sobre la quedescansaba una bóveda que cubría todoel edificio y que representaba el agua.La coronaba una punta cónica que seidentificaba a su vez con el fuego. YuzAsaf se quedó maravillado y quiso orarjunto a la imagen. Sara decidió queaquello era muy aburrido y que seríamucho más divertido trepar por aquellafigura que le incitaba a ello. Zahel fuetras ella inmediatamente y Míriam,ruborizada por la ocurrencia de su hija,la sacó inmediatamente de la cámarapara que su padre pudiera tener elsilencio que necesitaba.

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Al poco rato Yuz Asaf abandonó lameditación y salió en busca de sufamilia. Sara correteaba feliz por losalrededores mientras Míriam lacontemplaba embelesada sin darsecuenta de que se acercaba su esposo. Alverle, la niña se lanzó tras él y se colgóde su cuello llenándolo de besos. El solempezaba a bajar, así que emprendieronel regreso a sus aposentos.

Encontraron a María algomejorada, pero empezaba a admitir queen su estado sería imposible continuar,cuando Aulo Servilio Polión les notificóque dejarían Bactra al amanecer del día

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siguiente. Debían resignarse a pasar allímuchos días a la espera de la siguientecaravana, arriesgándose a que llegarademasiado tarde o incluso a que no lohiciera, obligándolos a pasar allí unatemporada más hasta que se abrieran denuevo las rutas comerciales.

Pero durante la última vigiliaempezó a llover. El suave martilleo delagua sobre los techados acariciaba lossentidos haciendo el sueño másplacentero. Al poco tiempo el agradablesonido se convirtió en estrepitoso ruidoy la caricia del agua en una batalla.

Antes del amanecer, la lluvia caía

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tan copiosamente que era difícilaventurarse a salir. Con las primerasluces Polión comprobó que seguíacayendo ferozmente y no tenía pinta deamainar. La realidad a la que seenfrentaba le aconsejaba que retrasara lasalida hasta que escampase. Mas no eraesa la intención de las espesas nubesque ya se habían acomodado sobreBactra y seguían precipitando sucontenido, embarrándolo todo. El aguacaía ya con tanta intensidad queempezaron a formarse escorrentíassobre el lecho que, rápidamente, se ibanconvirtiendo en violentas torrenteras que

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arrastraban todo a su paso. La situaciónobligaba a refugiarse y esperar. Laescasa luz se convirtió en penumbra yésta dio paso a la noche cerradamientras el tremendo aguacero seguíaanegando las calles de la ciudad.

El día siguiente no fue diferente.Aunque la lluvia no mantuvo la firmezade las últimas horas no concedió treguay siguió azotando a la castigada tierra.Por primera vez desde que comenzara suandadura, Yuz Asaf agradeció a lanaturaleza, que tantas veces los habíadesfavorecido, que en esta ocasión sealiase con ellos e impidiera a la

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caravana partir. La mejoría de su madreera evidente y, si tenían la suerte de quela tempestad se pusiera de su parte,seguramente María estaría pronto encondiciones de afrontar con esperanza laúltima etapa de su viaje.

Esa lluvia que otrora les causaratanto daño ahora los protegía como unafina seda manteniéndolos seguros y asalvo, otorgándoles la que podría ser laúltima oportunidad de finalizar su viaje.

Y por fin el sol regresó tímido unamañana. Las nubes se dispersaban perola tierra era incapaz de tragarse toda elagua acumulada durante tantos días.

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Aulo Servilio Polión envió una pequeñapatrulla para escudriñar los caminos ycomprobar si ya podían recorrerse. Alas pocas horas regresó con nefastosresultados: los caminos estabananegados y no se podía transitar porellos sin dificultad. Debían esperar aque el calor hiciera su trabajo y lossecara. Pero Polión no estaba dispuestoa retrasar más la travesía y ordenóprepararse para abandonar Bactra al díasiguiente. Los caminos seguiríanembarrados y ello dificultaría elmovimiento de la caravana, pero eramejor avanzar despacio que no hacerlo.

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Hubo voces en contra de su decisiónpero, a menos que volviera a llover, lascosas se harían a su modo. Si alguien noestaba de acuerdo podía quedarse allípero nada le haría cambiar de opinión.Yuz Asaf, contento por la completarecuperación de su madre, no veía elmomento de dejar la ciudad.

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Segundo día del mes de Tisri. Año 33.(Finales del mes de septiembre)

as últimas millas antes de alcanzarJalalabad desfilaban entre las

faldas de majestuosas montañas dondeconfluían pequeños ríos que se nutríanirregularmente del deshielo delHindukush23, ahora notablementeenflaquecidos. Los vientos del norte aún

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no soplaban fríos y todavía tardarían enhacerlo. Precisamente esas temperaturasmoderadas propiciaron que allí pudieraalzarse una ciudad, rodeada defrondosos huertos de naranjas,mandarinas, limones y pomelos queembellecían los valles. Yuz Asafdescubrió sus múltiples propiedadesmedicinales, hasta ahora desconocidaspara él, pasando a engrosar suscuantiosos conocimientos curativos.

Pero María se veía incapaz desoportar el ritmo de la caravana. Lointentaba disimular cada vez quecontemplaba el dulce rostro de su hijo

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irradiando una felicidad que no podíainterrumpir. Tenía que aguantar: por ella,por el Maestro y sobre todo por lasniñas, necesitadas de un hogar definitivodonde desarrollarse y echar raíces, peroque hasta ahora solo habían conocido lomás parecido a la huida que padecieronsus antepasados. Una noche de reposoen Jalalabad frenaría su agotamiento y ledaría aliento para algunos días más, lossuficientes para alcanzar sus propósitos.

Por la mañana parecía másdescansada aunque sabía que esoduraría poco. Polión, muy atento concuanto ocurría en aquella familia, le

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cedió un asno a cambio de que Yuz Asafatendiera las ampollas de algunosviajeros. A medida que abandonaban losvalles y se adentraban en los collados,la niebla empezaba a ser frecuentedificultando la visibilidad, dejándolosmás expuestos a las emboscadas y albandidaje. Conforme alcanzaban mayoraltitud atravesando los desfiladeros, losanimales salvajes mimetizados en suentorno aprovecharían cualquierdescuido para acechar, frenadosúnicamente por la horda de gente. Poreso debían viajar apiñados y asíintensificar la protección del grupo para

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evitar accidentes.La escarpada ruta profundizaba en

las montañas mientras las temperaturasseguían cayendo, avisándolos de que elverano tocaba a su fin.

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Mediados del mes de Tisri. Año 33.(Primeros días de octubre)

uando llegaron a Taxila aúnfaltaban algunas horas para la

puesta de sol. La parada sería breve.Una sola noche para descansar hasta lasiguiente ciudad importante a pocasjornadas de allí. Los viajeros eran libresde pasar la noche como quisieran: al

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raso o en alguna de las posadas de lapequeña población. Polión se aseguróde que Yuz Asaf encontrara un lugarapropiado para su madre, dándole señasdel hospedaje de un viejo conocido alque complació recibirlo en su nombre.

Taxila aún seguía exaltada pues,según conocieron por el mesonero, solodos días antes había sido testigo de unimportante acontecimiento que tardaríanen olvidar: la boda de un hijo de Gad,hermano del rey Gondofares24. Losfestejos habían sido grandiosos yduraron varios días. Han tenido suerte,les dijo. De haber venido antes hubiera

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sido imposible alojarles.Mientras acordaban los honorarios

con el propietario se fue acercando aellos una silueta a la que no prestaronatención pero, al reconocer su vozcansada, se giraron al unísono paradescubrir de quién se trataba.

—Maestro, mi boca escompletamente incapaz de expresarcómo eres.

—¡Tomás! —Yuz Asaf fue elprimero en reaccionar—. ¡Gracias alcielo que te hemos encontrado!

—¡Hijo mío! —gritó María,agarrando entre sus manos la cara del

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discípulo y besuqueándolo—. ¡Cuánto tehemos echado de menos!

Míriam se llevaba las manos a susojos vidriosos y Sara contemplabaembobada sin saber qué pasaba. Zaheltampoco pudo disimular su inmensaalegría. Todo era felicidad y dichainfinita. ¡Tenían tanto que contarse!Después de los interminables primerosabrazos, Yuz Asaf comprendió que todohabía cambiado y le dijo al posaderoque se quedarían más tiempo. Debíaencontrar cuanto antes a Polión paracomunicárselo. No pensaba marcharsede allí sin Tomás.

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El guía de la caravana recibiótriste la nueva aunque se sintió feliz porYuz Asaf. No podía seguir en lacaravana y dejar allí a su discípulodespués de todo el tiempo que habíatardado en encontrarlo. Desconocía loque haría en los próximos días, perosabía que más temprano que tardecontinuaría su camino. Ajustaron lossueldos despidiéndose alegres porhaberse conocido y por la mutuacolaboración alcanzada en una travesíaque nunca olvidarían. Rápidamentevolvió a sus aposentos donde Míriam yahabía advertido a Tomás acerca de su

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forzoso cambio de identidad paraintentar pasar más desapercibidos, algoque no siempre lograban dada supeculiar personalidad.

—Debéis estar fatigados —les dijoTomás preocupado—. Será mejor quedescanséis esta noche y mañana osrevelaré cómo ha sido mi vida desdeque nos separamos.

—Que así sea, amigo mío —aprobó el Maestro—. Está llegando elSabbat. Por una vez en mucho tiempo locelebraremos apropiadamente.

Tomás besó al Maestro, acarició lamejilla de María y se despidió de

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Míriam y de Zahel mientras arrullaba aSara, que ya se había ganado su corazón.

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uando llegué a Nísibis quisesaludar a Abgaro, pero fui

detenido por su hermano Ma’hanu IVal ir en su busca. Después de tenermevarios días encerrado en una apestosacelda con otros desgraciados me llevóal mercado de esclavos pensandoobtener algún beneficio por mí. Allí mecompró Habban, un enviado del reyGondofares que intercambiaba todo

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tipo de mercancías, incluida lahumana. Enseguida partimos encaravana hacia Himyar25, una ricaciudad fortificada que comerciaba conincienso y exportaba olíbano y mirra.Allí conocí a los humildes himyaritas,antiguas tribus nómadas de lasmontañas dedicadas al pastoreo y a lacría de aves, que habían formado unapoblación estable ocupada en eltrabajo de la tierra. Ahora levantabanfortalezas para defenderse de losataques de los moradores del desierto.Aunque allí trabajé como esclavo, leshablé de tu mensaje de amor y parecían

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recibirlo de buen grado. A las pocassemanas embarcamos hacia Barbarikonen un pequeño barco con velas guiadopor dos grandes paletas, una a cadalado de la popa. Navegábamos tancerca de la costa que casi cada nochebajábamos a tierra para dormir,volviendo a la embarcación por lamañana. De ese modo el maestre de lanave evitaba las tempestades ydisminuía el riesgo de abordajes. Unavez anclados en el puerto deBarbarikon transportamos las cargashasta la ciudad por el río.

Acabado allí nuestro trabajo,

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viajamos tierra adentro hastaKabura26, donde fui presentado al reyGondofares como noble trabajador.Durante mi estancia allí prediqué tudoctrina entre los nativos, y terminé deganarme la confianza del rey.

Ante la proximidad de lacelebración de la boda de su sobrinoaquí, en Taxila, decidió contratarmepara unas obras. Parecía no fiarse denadie. Debía asistir toda la ciudad:ricos y pobres; libres y esclavos. Siquedaba plenamente satisfecho meentregaría la libertad y una importantesuma de dinero. Si no, me azotaría

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hasta la muerte.Durante la ceremonia, asustado,

tomé asiento entre la multitud pero nocomí ni hablé. Permanecí con los ojosfijos en el piso. Gracias a Dios el rey lotomó como una muestra de respeto.Ayer mismo repartí ese dinero entre losmás pobres. Guardé lo imprescindiblepara marcharme de aquí.

—Y por fin nos encontramos —añadió el Maestro—. Cuánto tiempo hesoñado con este momento.

—Maestro, debemos marcharnoshacia el este —contestó Tomás—.Encontrarás los clanes que buscas, nos

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estableceremos, y predicaremos la únicaverdad.

—Pronto volverá el período delluvias —señaló Míriam—. Deberíamoshacerlo cuanto antes.

—Nos aprovisionaremos de todolo necesario hoy mismo —sugirió YuzAsaf—. Nos haremos con un asno ypartiremos mañana mismo.

—Yo me encargaré de él y del agua—dijo Tomás.

—Míriam y yo iremos al mercado—convino el Maestro—. Madre, tú tequedarás con las chicas.

Sara, presintiendo una tarde de

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juegos y diversión con su abuela y suhermana mayor, vitoreaba entusiasmadala decisión de sus padres. No habíatiempo que perder. Si querían irsetemprano y descansados debían ponersecada uno a su cometido, cada cual consus pensamientos puestos en los másbellos sueños por realizar.

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levaban dos días descendiendohacia el noroeste y las temperaturas

seguían bajando. El asno fue finalmenteadjudicado a María que, agotada, eraincapaz de enfrentarse a pie a las altasmontañas. Al cuarto día alcanzaronMurree en la ladera sur de la cordillera.El frío de la noche era casi extremo porlo que tendrían que buscar posada parapernoctar. La pequeña aldea no disponía

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de tipo alguno de hospedaje, y lo únicoque encontraron fue un pequeño almacénen desuso que les concedió un molinero.

Esa mañana no madrugaron.Esperaron a que el sol acariciara latierra y la despojara del frío manto conque la noche la adormeció. El molinero,que no entendía su idioma, no aceptópago por su cortesía y Yuz Asaf leabrazó agradeciéndole su desinteresadogesto.

Descendieron por el montículo deMurree dirección este, siguiendo laúnica ruta existente por entre aquellasmagnas montañas. Las naturales

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variaciones del relieve originabangrandes cambios en el tiempo,fusionando violentas rachas de vientocon intervalos de calma en los queaprovechaban la escasa acción del sol.Pero al rebasar el mediodía lastemperaturas empezaban a descenderentumeciendo rápidamente sus cuerpos.Ninguna aldea los cobijaba por lanoche, teniendo que apiñarse encualquier recoveco entre los riscos paradarse calor. Y, con las primeras luces,volvían al camino para llegar cuantoantes a cualquiera que fuera su destino.

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Finales del mes de Tisri. Año 33.(Mediados del mes de octubre)

fortunadamente las bajastemperaturas se fueron moderando

según descendían. Más abajo lesesperaba el valle de Yusmarg, mientrascruzaban sus pasos con algunosmercaderes que utilizaban esa ruta parasus intercambios comerciales.

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Encajonado entre las altas cumbres denieves eternas, daba vida a hermosospinares combinados con esbeltosejemplares de abetos con verdes copas.Más al sur, éste se iba abriendo a bellaspraderas que recibían generosas al vallede Cachemira, mucho más bajo y llanoque el anterior. Completamente rodeadode montañas, el fértil valle estabahenchido de todo tipo de especiesvegetales jamás vistas por el Maestro.Su singular belleza natural encandiló ala familia, que nunca hubiera imaginadollegar a contemplar un lugar máshermoso. Las temperaturas se habían

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tornado mucho más agradables desdeque empezara el día. Se notaba que hastaallí no llegaban las crueles heladas delas alturas. Y por fin en la lejaníadivisaron lo que debía ser Srinagar.

La hora escasa que les separaba sehizo eterna, deseosos de encontrarrefugio después de tantos díassoportando despiadadas temperaturas.En el corazón del valle, Srinagar crecíaa ambas orillas del río Jhelum, afluentedel poderoso Sindhu. La gente entraba ysalía libremente de la ciudad, y nadieparecía reparar en unos extranjeroscomo ellos.

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Se apresuraron en buscaralojamiento pero se dieron cuenta deque tenían un problema paracomunicarse. Con bastante esfuerzo sehicieron entender por un curtidor queapenas conocía el griego y queamablemente los llevó hasta una bonitaposada versada en huéspedesestacionales. Sus piezas espaciosasestaban cuidadosamente decoradas ydotadas de cuanto necesitaban parapasar allí una buena temporada. Nosabían cuánto tiempo se quedarían, peroprefirieron coger un cuarto para Tomás,otro para María y otro para ellos y las

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pequeñas. Ajustaron el precio, que alprincipio les pareció algo abultado, yagradecieron al curtidor su ayuda.

Empezaba a anochecer, pero ése nofue el único motivo para que se retirarana sus aposentos y pasar al fin una nochecómodamente relajados y felices porhaber encontrado aquella extraordinariaciudad.

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Una semana después

esde que llegaron a Srinagardedicaron todo su tiempo a

reponerse del extenuante viaje ydescansar, a compartir cada momentodel día, a dar largos paseos por losprados, a orar en completo silencio enarmonía con la naturaleza y, sobre todo,a celebrar el tercer año de vida de la

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pequeña Sara. La niña se sentía dichosaen aquel lugar. A su edad no teníaninguna dificultad en relacionarse conotros niños de la comunidad,encontrando cada día nuevoscompañeros de juegos con los quecorreteaba todo el día de acá para allábajo la atención de sus mayores. A ellotambién contribuyó Zahel que,convertida ya en toda una mujer, asumiódefinitivamente su papel de hermanamayor y protectora, proporcionándole elamor del que ella carecía a su edad.Todos eran felices en aquel maravillosolugar. Yuz Asaf ya pensaba en iniciar la

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búsqueda de otros clanes cercanos, puesaunque ya sabía que en la ciudad habíaotros judíos, éstos no se habíanorganizado y vivían mezclados entre lasmúltiples etnias que la habitaban.

Tomás era quien más tiempodedicaba a conocer el idioma,empezando a proclamar pequeñosmensajes entre sus convecinos. Lasmujeres, que ya comprobaban que allíno eran criticadas ni amenazadas derepudio como en la tierra que las vionacer por pararse a hablar a caradescubierta con desconocidos, estabancada vez más alentadas a integrarse en

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una sociedad en la que se lasconsideraba iguales sin distinción desexo, religión o color de piel,sintiéndose más libres de lo que nuncahubieran imaginado. ¿Sería posible querealmente existiera el paraíso en latierra?

Y aconteció que algunos díasdespués, mientras Yuz Asaf meditababajo el suave sol de la tarde en la faldade una montaña, se le acercó un hombrealto y fornido, de aspecto agradable y nomucho mayor que él y le habló. Como elMaestro aún no conocía lo suficiente su

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lengua, tras varios intentos pudieronentenderse en griego, el único idiomaque ambos compartían.

—Hace días que vengoobservándote y hoy me he atrevido asaludarte —le dijo—. ¿Quién eres?

—Yo soy Yuz Asaf, y vengo delejanas tierras donde ya no existe laverdad y el mal no conoce límites. Mehospedo en Srinagar con mi familiadesde hace casi dos semanas.

—¿Qué vienes a buscar aquí? —seinteresó.

—A otros como yo, pero sobretodo vengo a dar.

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—¿Qué puede ofrecernos unhombre como tú?

—Soy predicador del amor yseguidor de principios verdaderos. Juntoa mi discípulo Tomás quiero compartirmis enseñanzas con quien me quieraescuchar.

—Entonces eres bienvenido —lecontestó—. Soy Shalewahin, nieto deBikramajit, rajá de Cachemira.

—¿Y siendo rey nadie te preserva?—preguntó el Maestro sin alterarse.

—Veo que eres noble y hablas conel corazón. No te dejas impresionar porlas apariencias como muchos otros.

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—Ante Dios y ante los hombrestodos somos hermanos, y como taldebemos tratarnos —contestóamablemente Yuz Asaf.

—No quiero séquito a mialrededor que guíe mi vida ni escoltaque me diga lo que no puedo hacer.

—¡Qué gran sabiduría revelan tuspalabras!

—Tiempo ha, rechacé las hordasofensivas de los partos, los escitas y losbactrios. Derroté a los sakas, a lostártaros y a los bujarios que queríanimponernos su envidioso estilo de vida.Hoy somos un pueblo pacífico abierto al

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conocimiento y al desarrollo, perosabemos defendernos de quienes quieranquitarnos la libertad. La paz estáinstalada en mis dominios yabsolutamente todos disfrutamos de ella.

—Yo en cambio quise proclamarmi ministerio en cuantas naciones pisé yen algunas de ellas solo soportésufrimiento.

—¿Qué enseña tu doctrina? —quiso saber el rajá.

—Te puedo asegurar que por mítuvieron que padecer pecadores y gentesde bien, igual que yo sufrí en manos delos celosos guardianes de la rígida Ley

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de nuestros padres, por enseñar elverdadero amor y la pureza de corazón.Oriento a los hombres a servir a Diossin ataduras, que existirá siempre dentroy fuera de ellos.

—Desde ahora tienes en mí a unleal seguidor —le dijo Shalewahin—.Tienes que llevar tu mensaje a cadarincón de mi reino. Aprende mi idioma.Ven a verme pronto con tu discípulo.

De inmediato el rey le indicódónde encontrarlo y le rogó que notardara en visitarle. Tenían mucho dequé hablar. Una vez más, Yuz Asafencontró un amigo donde menos lo

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esperaba, confirmando que,inevitablemente, los hombres de buenavoluntad acaban atrayéndose sinremedio.

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Finales del mes de Jeshvan. Año 33.(Mediados del mes de noviembre)

pesar de lo avanzado de la estación,Srinagar continuaba con un clima

suave. Aunque por las noches lastemperaturas eran gélidas, durante el díaeran bastante agradables, con escasaslluvias que apenas aparecían en lasmontañas colindantes. Según sus

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pobladores, seguirían con escasasvariaciones hasta que volviera el veranocon sus días calurosos, los deshielosque llenarían de vida el valle y lasjornadas en las que el sol no lesabandonaba casi nunca.

Tanto Yuz Asaf como Tomás habíanmejorado el idioma y pensaron que seríaun buen momento para visitar aShalewahin. Las mujeres seguíanampliando sus amistades entre losvecinos, ante todo con los quecoincidían en los mercados.Afortunadamente, habían conseguidounas condiciones especiales con el

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posadero debido al tiempo que llevabanallí y ya se estaban planteando mudarsea algo más definitivo.

Siguiendo las indicaciones del rajáse encaminaron muy temprano en subúsqueda. Al llegar a su residencia a lasafueras de la ciudad no encontraronresistencia para introducirse en aquelcomplejo repleto de salones, cámaras yaposentos, deambulando desorientadosentre ellos. De pronto un sirviente lessalió al paso preguntándoles en quépodía ayudarlos. Amablemente lesindicó que el rajá aún no había vuelto desus paseos pero que no tardaría en

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hacerlo. Mientras tanto podrían esperaren el estanque y él mismo les daríaconocimiento de su regreso. El criadoles indicó el camino y cuando llegaronse quedaron maravillados. El jardín, conun enorme lago de cristalinas aguas en elcentro, verdeaba ligeramentehumedecido y tierno. En su orilladerecha se elevaban majestuosos losespigados juncos compitiendo por serlos primeros en recibir las caricias delsol. Algo más alejados, todo tipo deárboles frutales perfectamentesimétricos esparciendo al viento susperfumes. Al margen contrario, un

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florido y excelso prado tachonado detréboles y otras delicadas hierbas que semezclaban con los nuevos brotes quesurgían de la tierra.

Bellos pájaros canorosrevoloteaban recogiendo con sus picospequeñas florecillas del campo. En suextremo norte, algo más elevada, comopresidiendo el entorno, una majestuosafuente que manaba agua sin cesar y ladevolvía al marjal mediante inagotablescaudales en pendiente.

El tiempo pasó tan veloz paseandopor aquella maravilla natural que casilamentaron que les comunicaran que

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Shalewahin los recibiría de inmediato.El rey los esperaba en su sillón depedrería y oro pero al verles se levantópresuroso para abrazarlos. Hermosas ytransparentes sedas cubrían las ventanasdando una tonalidad cálida a la estancia.

—¡Yuz Asaf, cómo me alegra vertede nuevo! —y dirigiéndose a Tomás ledijo—: Este debe ser el discípulo delque me hablaste, ¿verdad?

—Así es, Excelencia —respondiócortés Tomás—. Mi Maestro ha dichograndes cosas sobre ti.

—Cosas sin importancia, espero—sonrió Shalewahin—. Comeréis

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conmigo, ¿verdad?Y sin esperar respuesta los llevó a

otra dependencia donde tomaron unexcelente vino blanco dulce de altagraduación procedente de la región deCampania, envejecido durante más desesenta años en ánforas de barro segúnel anfitrión27.

Mientras comían, Yuz Asaf relatóal rajá lo padecido hasta llegar aSrinagar y su sueño de volver a verjuntas a todas las tribus perdidas de supueblo. El Maestro se alegró al escucharlas explicaciones del rey.

—Has de saber, amigo mío, que a

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unas veinticinco millas al sur viven losyadu, una pequeña comunidadautosuficiente exclusivamente judía. Ymucho más al sur se establecieron losBene-Israel que, aunque mantienenrasgos propios, aún conservan lastradiciones menos estrictas. Ellosaseguran ser descendientes directos delos hebreos que escaparon de supersecución hace más de doscientosaños y que acabaron naufragando ennuestras costas. Mucho más lejos,dejando atrás esa misma costa ycruzando el océano, encontrarás a losfalashas, reconocidos como la tribu de

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Dan. En el nordeste de mi reinohallareis a los judíos de Assam,descendientes de la Tribu de Manasés. Ysi viajaras hacia oriente, a muchísimasmillas de aquí, la Tribu de Zabulón,pero no creo que tengas ganas de llegartan lejos después de lo que me hascontado.

—Debo conocerlos, hablarles —seexaltó Yuz Asaf—. He pasado los tresúltimos años de mi vida esperando esemomento.

—¿Cuándo piensas irte? —preguntó el rey.

—Mañana mismo —contestó

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rápidamente.—Maestro, no deberíamos

apresurarnos —opinó el discípulo—.Habrá que prepararse bien. ¿Quéharemos con las mujeres?

—Si aprecias mi consejo, deberíanquedarse aquí —opinó Shalewahin—.El viaje no os ocupará mucho tiempo,salvo el que decidáis pasar allí. En unpar de días podríais partir. Osacompañarán algunos de mis sirvientes.Ellos os protegerán de las fieras delcamino. Será lo único que debáis temer.Y os ayudarán en cuanto necesitéis.

—Oh, mi rey, lamento haberte

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metido en esto —dijo Yuz Asaf—. Yo noquería implicarte en algo que solo nosconcierne a nosotros…

—Quizá deberíamos pensarlo conmás calma —insistió Tomás—.Prepararlo bien, al menos.

—Tómate tu tiempo. Predica tumensaje a mi pueblo, en mi nombre y enel tuyo. Sé mi emisario. Disemina tusemilla de amor con la ayuda de tusiervo y regresa con el corazónpletórico tras unirte con losdescendientes de vuestros ancestros. Elcamino está salpicado de pequeñossantuarios que veneran lo mismo que tú.

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Los hallarás entre rocas y árboles, tansolo protegidos por hermosas barrerasnaturales. Acércate a ellos, aprenderéislos unos de los otros.

—No hay sentimiento mejorexpresado por boca humana. Mi almahenchida nunca te agradecerá losuficiente tu empeño —dijo Yuz Asaf—.A tu suerte nos encomendamos,Shalewahin. Te prometo que prontoconocerás nuestra decisión sobre estanueva misión.

Tras brindar deseándose lo mejor,fueron despedidos por el poderoso rajárogándoles que le mantuvieran

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puntualmente informado sobre el iniciode su peregrinación.

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a de vuelta en casa, Tomás, algocontrariado, señaló su desacuerdo

con Yuz Asaf sobre la prisa por partircuanto antes en busca de las tribusperdidas. Como ya le ocurriera añosatrás, a veces no compartía su punto devista.

—Maestro, humildementeconsidero que te has precipitado a lahora de dar tu palabra al rajá.

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—¿Aún no lo entiendes? —lerebatió—. Me ha sido concedida unasegunda oportunidad, y sé que ha sidopor ese motivo. Mi existencia no estarácompleta si no lo hago.

—¿Y después? ¿Qué harás cuandolas encuentres? ¿Las guiarás hasta aquí?—le inquirió el discípulo—. ¿Y si nolas encuentras? ¿Seguiráspersiguiéndolas indefinidamente?¿Volverás a arrastrar a tu familia trasellas?

—Te haces demasiadas preguntasantes de tiempo, amigo Tomás —lerespondió tranquilo el Maestro—.

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Sigues mostrando dudas antes de quesurjan.

—Mi esposo ha venido a estemundo para ese cometido, estoy segurade ello —intervino Míriam—. Solo a élle corresponde tomar esa decisión.

—Mi hijo siempre ha sido muyobstinado —aseguró su madre—. Noparará hasta que lo consiga. Nadie loconvencerá de lo contrario. Pero Tomástiene razón —añadió dirigiéndose a suhijo—. No deberías precipitarte.

—¿Lo ves, Maestro? A vecesmuestras poca sensatez. Disculpa miatrevimiento —se disgustó Tomás por su

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crudeza—, sé que lo haces con todo tuamor, pero esta familia se merece algomejor.

—¿Algo mejor? —elevó la vozYuz Asaf—. ¿A qué te refieres? ¿No soyadecuado para ellos?

—Por favor, no confundas mispalabras...

—Eres tú quien se ha expresado —le cortó el rabino—. No debe haberconfusión.

—¿Durante cuánto tiempo mástendrán que aguantar tu ausencia? —insistió Tomás.

—No hemos llegado hasta aquí

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para conformarnos —aseguró Míriam—.Todo camino tiene su propósito. Nohabrá merecido la pena tanto sacrificiosi no se intenta hasta el final.

—Ya ha merecido la pena —añadió Tomás—. ¿Os parece poco habersalvado vuestras vidas, la de Zahel,alcanzar estas tierras? ¡Este es un lugarmaravilloso para establecersedefinitivamente!

—Y aquí nos gustaría quedarnos,hijo —rogó su madre.

—Todos tenemos algo de razón enesta discusión. Pero tengo que hacerlo.Tengo que intentarlo, por última vez. Sé

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que entre todos daremos a la Ley lainterpretación adecuada.

—Pero no todo es malo en la Ley— sugirió el discípulo, intentandoconvencerlo—. Nos ha guiado hastaahora.

—Es una Ley corrompida, al igualque quienes la imponen a su modo —advirtió Yuz Asaf—. ¿De veras creesque el Padre querría atenazarnos así?Durante demasiados años hemos sidooprimidos por aquellos que aseguranque la suya es la única y verdaderaactitud ante la Ley, haciéndonos susesclavos. ¡El Padre nos quiere libres y

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que pensemos por nosotros mismos! Aveces creo que aún no has entendidonada.

—Esta vez no iré contigo —le dijotriste Tomás—. Pero no insistiré en queno lo hagas.

—Yo te acompañaré, abbá —dijoZahel por sorpresa.

—Gracias, mi cielo. Tus palabrassignifican tanto para mí... —contestó elMaestro—. Pero tu lugar está aquí, asalvo con nuestra familia. —Y tras uncorto silencio añadió—: Aprovecharé elofrecimiento de Shalewahin y meprepararé para partir el tercer amanecer

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a contar desde hoy. Y lo haré solo.Tomás, no lo lamentes. Pero concédemela gracia de un último ruego: quédatehasta mi regreso. Cuidarás de ellosmientras yo no esté.

—Veo que tu decisión es firme —dijo María—. Como todo lo queemprendes.

—¡Hazlo! —le animó su esposa—.Y no temas por nosotras.

—Me gustaría tanto irme contigo yver los maravillosos lugares quevisitarás... —dijo Zahel afligida,pensando en cuánto lo iba a extrañar ensu ausencia.

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—Os llevaré en mi corazón, y encada paso que dé sentiré vuestro alientoque me animará a dar el siguiente —declaró Yuz Asaf casi como unadespedida, apenado por la inmediataseparación pero con la certeza de queaún tenía mucho que aprender en eseúltimo viaje.

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Mes de Tebet. Año 33.(Entre diciembre y enero)

as cosas no iban lo bien quedeseara Pilato. Su intento de

romanizar Judea se le había ido de lasmanos y por mucho que se empeñó eneliminar las absurdas costumbres judías,atemorizándolos y castigándolos, nuncapudo hacerse con el control absoluto sin

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utilizar la violencia. Vitelio estaba hartode su indisciplina y su crueldad con losjudíos, y tras varios avisos de los quenunca hizo caso no tuvo más remedioque destituirlo de su cargo después dereprimir ferozmente una revuelta de lossamaritanos que acabó con la crucifixiónde los rebeldes. Vitelio mandó a Pilato aRoma para comparecer ante Tiberio porlas atrocidades cometidas y nombró aMarcelo su sucesor.

Pero él seguía pensando que esoera lo que tenía que hacer con aquellosmalditos fanáticos religiosos. Romanunca se impondría si no utilizaba su

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mano dura, lo único que entendíanaquellos dementes. Si lo hubierandejado los habría exterminado a todos yJudea sería la pacífica provincia con laque soñaban desde Roma. Los métodosblandengues no servían con aquellosinsurgentes que ponían a prueba lapaciencia de Roma y la suya propia. Nose arrepentía de nada pero le molestabaser un incomprendido.

Aunque no fue el único que cayó enaquella maraña sin sentido en que sehabía convertido la provincia de Judea.Y eso le hacía inmensamente feliz. Apesar de las buenas relaciones con la

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administración romana y su largapermanencia en el sumo sacerdociocomo jefe de todos los judíos,responsable principal del templo yadministrador del Gran Consejo, Caifástambién fue despojado de todos suscargos.

Pero ante todo hubo algo que lesatisfizo por encima de todo y que debíaagradecérselo a su esposa ClaudiaPrócula, de lo que se sentíaprofundamente orgulloso: ayudar a aquelgalileo al que condenó a muerte por lamaliciosa arrogancia de Caifás alrebelarse aquél contra sus líderes

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religiosos, a los que humilló y venciócon sus palabras, y al que noconsiguieron hacer callar; aquél quehuyó y rehízo su vida y al que nuncatomó como un usurpador; aquél queseguía propagando su mensaje por todala tierra conocida poniendo en dudatodas las creencias que hasta elmomento eran indiscutibles y que seacataban rigurosamente sin cuestionarsesu veracidad. Sí, estaba plenamentesatisfecho de haber ayudado a Jesús elgalileo, si con ello había tambaleado loscimientos del pueblo judío.

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Finales del mes de Sebat. Año 33.(Mediados del mes de febrero)

abía recorrido más de tres milmillas desde que emprendiera su

viaje hacía ya más de tres años, lamayoría de ellas acompañado de suextraordinaria familia; juntos habíanrecibido todo tipo de insultos, habíansido apresados, agredidos, golpeados y

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maltratados; habían escapado de reyesfarsantes, corrido graves peligrospagando por ellos un elevado precio;habían sembrado el camino tanto deamigos como de enemigos, pagado todassus deudas antes de salir, proveer paralos que de ellos pudieran depender,fueron misericordiosos con los animalesque emplearon… Y ahora, con tantoslances a sus espaldas, estaban juntos denuevo.

Sara se colgó del cuello de supadre sin querer soltarse, llenándolo debesos. Míriam lloraba de felicidad alvolver a ver a su esposo, como María,

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que volvía a tener a su hijo a su lado.Zahel se abrazaba a Yuz Asaf y no sedesprendía de él, como temiendo que lavolviera a abandonar. Tomás leestrechaba entre sus brazos como nuncaantes lo había hecho. ¡Le habían echadotanto de menos!

Estaba de nuevo en casa, enSrinagar, en esa maravillosa ciudad quelos acogió como si fuera su verdaderohogar. Ahora lo sabía. Se quedarían allídefinitivamente, donde lo habíanencontrado todo, alejados deinmoralidades, perversiones yamenazas, diseminando la verdadera

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simiente del amor. Y tendrían más hijospara instruirlos en esa misma sabiduría.

Ahora que conocían perfectamentela lengua pali buscarían trabajo y unabonita casa para vivir. Yuz Asaf fue bienrecibido por todo Cachemira y honradoallá donde llegó, abrazándolo yescuchándolo tanto con los oídos comocon el corazón.

Pero antes debía ver al rajá. Se lohabía prometido. Debía contarle que alfinal de su camino conoció a los yadu ysus costumbres, que habló con los Bene-Israel y éstos a su vez con los falashas,con quienes mantenían frecuentes

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relaciones comerciales desde hacíaalgunos años. O que conviviófugazmente con la tribu de Manasés. Yconfirmó la existencia real de losdescendientes de Zabulón por losintercambios comerciales a través de lasrutas terrestres y marítimas entre orientey occidente.

Pero sobre todo, su andadurasirvió para evidenciar la enormedependencia que tenía por su familia, suinconmensurable amor por su madre, suesposa y, sobre todo, por Sara y Zahel;la necesidad de volver a ellas de nuevo.Ningún cometido tenía sentido sin ellas.

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Por eso se apresuró en su regreso.Y lo más importante: se había

convertido en un hombre plenamenteliberado, como nunca antes lo habíasido. Jesús el Galileo, llamado YuzAsaf, no pudo establecer su particularreino en la tierra porque ya existía enCachemira. No pudo reunir a todas lasTribus perdidas en un mismo lugarporque cada cual había construido suhogar en una nación que los abrazócomo a hijos propios, pero síconocerlos y hablarles de susenseñanzas mientras contemplaban lasmismas estrellas, y eso fue lo más cerca

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que estuvo de conseguirlo, alegrándosepor ello.

***

Llegué, prediqué, y en algunoscasos fui casi derrotado, pero novencido. Quizá fracasé en mi idea devolver a ver juntos a todos los clanesde la tierra de Israel, pero entendí queno quisieran abandonar el lugar dondehabían echado raíces y eran felices.Pero no fracasé en mi mensaje de amorentre los hombres. Mi misión ha

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concluido. Tan solo anhelo con toda mialma que lo que tanto nos ha costado amis discípulos y a mí se cimente, ygeneraciones venideras lo fortalezcany propaguen sin desnaturalizar nideformar. Por los siglos de los siglos.

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ACLARACIONESY ALGUNA QUE

OTRA«MENTIRA»HISTÓRICA

ara desarrollar la historia que acabáis

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P de leer me decidí por iniciarla enel año 30 d. C. porque pudo ser una

fecha bastante aproximada de lapresunta muerte de Jesús. Si Herodes elGrande, rey de Judea (73 a. C. – 4 a. C.)fue quien ordenó matar a los niñosmenores de dos años, Jesús no pudohaber nacido en el supuesto año 0porque si no Herodes ya no existiría.Jesús podría haber tenido hasta dos añosdurante la matanza de los inocentes, loque nos indica que pudo nacer entre el 4y el 6 a. C.

Pero si nos atenemos a lasEscrituras, de ellas se deduce que Juan

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el Bautista nació en abril del año 2 a. C.Como Juan y Jesús se llevaban cincomeses, quizá su nacimiento ocurriera enseptiembre de ese mismo año.

Por no inclinarme en uno u otrosentido y no descartar ninguna de las dosposibilidades completamenterazonables, opté por elegir un añointermedio situando el nacimiento deJesús en el año 3 a. C. Si fue crucificadoa la edad de treinta y tres años, esto nosdaría el año 30 d. C. como punto departida de la novela, durante lacelebración de la Pascua.

Pero para dar más consistencia y

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coherencia a la historia, se hanmodificado a nuestra convenienciaalgunos hechos históricos reales quesucedieron en fechas distintas a las queaquí se indican.

En primer lugar, el rey Abgarogobernó entre el 4 a. C. y el 7 d. C. yposteriormente entre el 13 y el 50 d. C.Es cierto que su hermano usurpó elpoder, pero no en la fecha que apareceen el capítulo 52 de esta novela. Esposible que su enfermedad incurablefuera la gota.

En segundo lugar, Pilato fuerealmente destituido por Vitelio, su

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superior inmediato y gobernador deSiria en el año 36. Pero camino deRoma muere Tiberio. Pilato esdesterrado en el año 37 a Vienne, en lasGalias. Aunque no se sabe con certeza,posiblemente se suicidara al no soportarla humillación. Junto a él también fuecesado Caifás, el sacerdote que durantemás tiempo se mantuvo al frente delGran Consejo del Sanedrín y que veía enJesús a un peligroso agitador de masas.Tras el cese se retiró a su granja deGalilea. Aunque ocurrieronprácticamente de forma consecutiva, enel capítulo 73 unimos y adelantamos

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ambos hechos para entrelazar entre sílos destinos de los personajes.

Y por último señalar que, según latradición, María, la madre de Jesús,murió en el pequeño poblado de Murree,llamado así hasta 1875 en su memoria.El lugar en el que dicen que estáenterrada es conocido como Pindi Point,y su sepultura Mai Mari Asthan («lugarde descanso de la Madre María»). Sumuerte está supuestamente fechadaalrededor del año 48 a la edad de 70años. En la novela se pasa por alto estehecho, pues teóricamente acontecióquince años después de lo que se relata

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en el capítulo 68.

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NOTAS

1. Domingo, 9 de abril. Elhebreo es un calendariolunisolar distinto algregoriano (solar) y almusulmán (lunar).Exceptuando el sábado,los días de la semanacarecían de nombrespropios y se les llamabapor el número ordinal.

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Partiendo del díasiguiente al Sabbat, sedecía primer, segundodía, etc., de la semana. Eldía se contaba de salidaa salida del sol, aunquesus horas se dividían dedistinta forma. La nochese dividía en primeravigilia, vigilia demedianoche y últimavigilia. No obstante,hemos mantenido lanumeración de los añossegún nuestro calendario

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actual para hacer mássencillo su seguimiento.

2. El Gran Mar, se trata delactual mar Mediterráneo.

3. La Ius Gladii era laaplicación de la penacapital durante elmandato de Pilato.

4. El rey Sargón II reinó enAsiria entre el 722 y el705 a. C. Invadió Israel ydispersó a la poblaciónpor otras zonas de su

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imperio.

5. Nombre por el que seconocía el río Indo.

6. Alepo.

7. Menorá. Candelabro olámpara de aceite desiete brazos, es elsímbolo más antiguo dela religión judía. Fueoriginalmente diseñadapara alumbrar el LugarSanto en el Tabernáculomientras los israelitas

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vagaban por el desierto.

8. Bimah. Plataformaelevada en las sinagogasdesde donde se lee laTorá y se ofrecen losservicios religiosos.

9. Almagre. Pigmentovariedad del ocre rojoutilizado antiguamentepara hacer marcas yseñales, como si fuera unlápiz.

10. Se trata del Éufrates,

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conocido entonces como«el río».

11. Actualmente Sanliurfa,ciudad situada en laregión de Anatolia enTurquía.

12. El shofar es uninstrumento litúrgicofabricado con el cuernode un animal puro (comoel carnero o la cabra)que se tocabadiariamente, exceptuandolos sábados, acompañado

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de textos sagrados con elpropósito de incitar a lareflexión y elarrepentimiento. Seusaba desde primeros delmes de elul hasta el yomkipur, el Día de laExpiación en el mes detishrei.

13. Las Escrituras no aclaransi Shem, hijo de Noé, fueel hermano mayor omenor de Cam y Jafet.Vivió hasta losseiscientos años y fue

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enterrado aquí.

14. Probablemente Abgarofuera uno de los tresReyes Magos queveneraron a Jesús enBelén, con quienposteriormente entablóuna gran amistad,seguramente durante susaños perdidos.

15. Mepsila, ciudad del nortede Irak al este del ríoTigris, es actualmenteMosul, ocupada por

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«Estado Islámico».

16. Abbá. Expresióninformal pero respetuosautilizada en hebreo yarameo por los niñosentre los siglos III a. C. yIII d. C. para dirigirse asus padres. Era una delas primeras palabrasque aprendían a decir, ypodría tomarse como unamezcla de «papá» y«padre».

17. Mes undécimo que

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comenzaba con la lunanueva.

18. Escuadrón de caballeríadel ejército romano bajola orden de un decurión,o de un centurión en laslegiones.

19. Actual Qumis, en laprovincia de Semnan,Irán.

20. Mar Caspio.

21. Actual Balj,

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posiblemente la ciudadmás antigua deAfganistán.

22. Se trata de un tipo dearquitectura budistacreado por el emperadorAshoka en el siglo III a.C., y que procedeposiblemente de losantiguos túmulosfunerarios.

23. Hindú Kush, macizomontañoso entreAfganistán y Pakistán.

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24. Primer rey del reinoIndo-Parto (años 21-47d. C.). Su nombre fuetraducido comoGastaphar, que aloccidentalizarsetransmutó en Gaspar.Según los textosapócrifos podría tratarsedel mismo que formaraparte de los ReyesMagos que adoraron aJesús en su nacimiento.

25. Actual Yemen, entoncesel estado dominante de la

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actual Arabia.

26. Kabul.

27. Se dice que laconsiderada mejorcosecha de la historiaprocede de una pequeñafranja de terrenoalrededor del monteFalerno al sur de laciudad de Nápoles: elfalerno opimiano,llamado así en honor alcónsul de Roma Opinio,del año 121 a. C., que se

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dejaba envejecer durantedécadas.

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Sobre el autor

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La vida profesional de JOSETOVAR ha transcurrido muy ligada almundo de los medios de comunicación.

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En la desaparecida Radio CadenaEspañola adquirió la mayor parte de susconocimientos sobre ellos. Ha pasado,entre otras, por Onda Cero Alicante,Radiotelevisión de Elche o CadenaCOPE. En 2009 fundó su propiaDistribuidora de Medios. Ha producidodiversos programas de televisión, haredactado discursos, y siempre hasentido gran pasión por el mundo de lacultura.

En mayo de 2016 publicó suprimera novela, Dios está devacaciones, una dramática novela negracon trazos de denuncia social, y ahora

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presenta La lluvia sobre la seda, unaapasionante novela histórica llena deaventuras que te seducirá desde susprimeras líneas.