Jaime Ignacio del Burgo designando presidente del Consejo de Ministros al general Narváez. El...

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  • Jaime Ignacio del Burgo

    CÁNOVAS Y LOS CONCIERTOSECONÓMICOS

    Agonía, muerte y resurrección de los fuerosvascos

    Pamplona2018

  • Propietario de los Derechos: Fundación Popular de Estudios Vascos

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    Maquetación e impresión: FPEV

    Colabora:

  • INDICE

    VIDA Y OBRA DE CÁNOVAS DEL CASTILLOUna época de guerras civiles y graves convulsiones políticasLa hora de Cánovas: la RestauraciónFin de la tercera guerra carlistaLa obra de CánovasEl sistema canovista: los partidos turnantes

    LOS FUEROS VASCOSAntecedentes históricosÁlavaGuipúzcoaVizcayaAlgunas consideraciones

    LOS FUEROS Y LA REVOLUCIÓN LIBERALLa Constitución de 1812El “premio” de la ConstituciónEl régimen constitucionalFueros y Constitución

    LA LEY DE CONFIRMACIÓN DE FUEROS DE 1839Historia de una doble traición: el Convenio de VergaraDebate en el Congreso de los DiputadosDebate en el SenadoLa aplicación de la Ley de 25 de octubre de 1839Navarra se aparta de las VascongadasLa Revolución de septiembre de 1840 y los fuerosLa Ley Paccionada de 1841Fracaso de las conversaciones con los comisionados vascongadosCaída de Espartero y restauración de los fuerosFortalecimiento del régimen foralLa cuestión religiosa y el carlismoLos fueros y la Revolución de septiembre de 1868

  • LA ABOLICIÓN DE LOS FUEROS VASCOSEl pensamiento de Cánovas sobre los fueros vascongadosLa derrota del carlismoLa desazón de los liberales vascongadosSed de venganzaUn gran desliz de Cánovas: la fuerza es el derechoCánovas pacta con NavarraUn debate rabiosamente antifueristaIntransigencia vascongadaEl proyecto de ley de CánovasEl último lamento de las Diputaciones foralesEl Senado abre fuego contra los fuerosSesión del 19 de junio de 1876Sesión del 20 de junio de 1876Sesión del 21 de junio de 1876Debate en el Congreso de los diputadosSesión de 12 de julio de 1876Sesión de 13 de julio de 1876Sesión de 15 de julio de 1876Sesión de 17 de julio de 1876Sesión de 18 de julio de 1876Sesión de 19 de julio de 1876

    EL FIN DEL RÉGIMEN FORALLa aplicación de la Ley de 21 de julio de 1876primeros pasos hacia el abismoLa conferencia de VitoriaEl conflicto del panEntrevista “dramática” con CánovasUna de cal: las Instrucciones generales de CánovasY otra de arena: las “bases de Quesada”Cánovas deja las cosas clarasLas críticas de la oposición

  • Álava y Guipúzcoa dispuestas a transigirVizcaya en rebeldía. Disolución de las Juntas Generales

    LOS CONCIERTOS ECONÓMICOSEPILOGO

    BIBLIOGRAFÍA

  • VIDA Y OBRA DE CÁNOVASDEL CASTILLO

    UNA ÉPOCA DE GUERRAS CIVILES Y GRAVESCONVULSIONES POLÍTICAS

    Antonio Cánovas del Castillo nació en Málaga el 8 de febrero de1828, catorce años después del fin de la guerra de la independencia,que supuso para España una auténtica sangría, amén de la pérdidade la casi totalidad de nuestro Imperio ultramarino, salvo Cuba,Puerto Rico, las Islas Filipinas y alguna que otra isla perdida en elOcéano Pacífico como las Carolinas. Vio la luz cinco años despuésde la primera guerra civil del siglo XIX, la guerra realista, que acabócuando Francia se dignó enviarnos, esta vez para ayudar a FernandoVII a recuperar sus poderes absolutos, la expedición de los “cien milhijos de San Luis”.

    Cuando Cánovas estaba a punto de tener uso de razón, estalló

    la primera guerra carlista (1833-1840) a causa de la disputa por lasucesión del trono entre Isabel II, la niña nacida in extremis delmatrimonio entre Fernando VII y la reina María Cristina, y su tíoCarlos, que alegaba que la Ley de Sucesión de Felipe V estabavigente a la muerte de su hermano. El pleito dinástico partió en dosmitades a los españoles, convirtiéndose al final en una lucha entre elAntiguo Régimen, representado por los carlistas, y la Revoluciónliberal, encarnada por los isabelinos. La guerra, cruenta y destructiva,duró siete años. En el norte la contienda terminó un año antes, el 31de agosto de 1839, cuando el general isabelino Espartero selló con elgeneral carlista Maroto –que traicionó a su rey– el célebre Conveniode Vergara. Por fortuna para Cánovas, Málaga se libró de ser teatrode operaciones militares, aunque el general Gómez

    1, que protagonizó

  • una valerosa expedición recorriendo España de norte a sur con unpar de batallones, llegó hasta el campo de Gibraltar donde hizodesfilar a sus tropas ante el Peñón en poder de la pérfida Albióndesde otra guerra de sucesión, la que enfrentó a la muerte de CarlosII, a Felipe V con el archiduque Carlos de Austria entre 1700 y 1715.

    Cánovas tenía veinte años cuando los carlistas, en 1848,

    volvieron a la carga. Esta segunda guerra legitimista fue rápidamentesofocada por las tropas del Gobierno. Por aquel entonces, Cánovas,que había quedado huérfano de padre a los catorce años, estaba enMadrid, bajo la tutela de un primo de su madre, y estudiaba la carrerade Derecho. Obtuvo la licenciatura en 1851.

    En aquella época, Cánovas inició su afición por la Historia. En

    1852 publica su novela La Campana de Huesca. Después escribiráuna serie de obras de historia entre las que destacan: Historia de laDecadencia de España, Bosquejo histórico de la Casa de Austria enEspaña y Estudios del reinado de Felipe IV. A ellas hay que añadirotras como: Problemas contemporáneos, La dominación de losespañoles en Italia, Roma y España a mediados del siglo XVI, De lamejor manera de escribir la Historia. Esta ingente producción literariale valió en 1860 el ingreso en la Real Academia de la Historia. Mástarde sería elegido académico de la Lengua, de la de CienciasMorales y Políticas y de la de Jurisprudencia y Legislación.

    A partir de entonces la suerte acompañó a nuestro joven

    malagueño en una etapa de graves convulsiones políticas en la que elEjército fue protagonista de numerosos “pronunciamientos”, tanto designo conservador como progresista, que producirían tal inestabilidaden el país que se llevarían por delante finalmente el trono de Isabel IIen 1868.

    El azar quiso que se convirtiera en un gran colaborador de uno

    de los personajes más influyentes de la situación, el general LeopoldoO’Donnell, que lo contrató para organizar el archivo de la época enque había desempeñado la capitanía general de Cuba (1844-1848)

    2.

  • En 1854 estalló una revolución protagonizada por O’Donnell y unbuen número de generales progresistas. Cánovas se sumó a ella. EnVicálvaro hubo un encontronazo entre las tropas leales al Gobierno ylas de O’Donnell, que quedó en tablas. La intervención de la reinaIsabel consiguió que la sangre no llegara al río y las tropas de ambosmandos quedaron a la espera de acontecimientos. Fue entoncescuando Cánovas redactó para O’Donnell el Manifiesto deManzanares, que se publicó el 7 de julio de 1854

    3. Los sublevados

    comenzaron a reunir importantes adhesiones en el seno del ejército.El presidente del Consejo de Ministros, Luis José Sartorius, conde deSan Luis, se vio obligado a dimitir y la Reina llamó al generalEspartero, también sublevado en Zaragoza, para que pusiera fin aldesorden. El duque de la Victoria hizo su entrada triunfal en Madrid el28 de julio de 1854.

    El espíritu progresista de Cánovas duró muy poco, hasta el

    punto de que más tarde se arrepentiría de haber apoyado la“Vicalvarada”, pues Espartero se demostró según él como ungobernante incapaz de llevar a cabo el proyecto de Manzanares. Supensamiento evolucionó hacia posiciones esencialmenteconservadoras hasta el punto de declarar: “Soy tradicionalista, y estapalabra significa para mí Religión y Monarquía”

    4. Antes de caerse del

    caballo de la Revolución, colaboró con ella. En 1854 fue elegidodiputado por Málaga en las Cortes constituyentes convocadas paraelaborar una nueva Constitución de signo “progresista”, que sepromulgó en 1856

    5.

    Pero el gobierno lo apartó de Madrid enviándolo a Roma, en

    agosto de 1855, como encargado de la Agencia de Preces, remedode representación del Reino de España ante los Estados Pontificios,pues las relaciones diplomáticas con la Santa Sede se habían roto elmes anterior. El Concordato de 1851 había puesto fin al conflictoprovocado por la desamortización de los bienes de la Iglesia en 1834decretada por el ministro Mendizábal. Pero el ministro de Hacienda,

  • Pascual Madoz6, había conseguido la aprobación de una nueva ley

    desamortizadora que se promulgó el 1 de mayo de 1855, lo queprovocó la ruptura de relaciones. De su estancia en Italia, que durópoco más de un año, dejó constancia Cánovas en su obra tituladaRoma y España a mediados del siglo XVI, que publicó en 1868.

    A su regreso de Roma, Cánovas desempeña el cargo de

    gobernador civil de Cádiz. En 1858, el partido en el que militabaCánovas, la Unión Liberal, accede al poder y O’Donnell se convierteen presidente del Consejo de Ministros. Cánovas ocupa el cargo dedirector general de la Administración Local y vuelve a ser elegidodiputado por Málaga el 1 de diciembre del mismo año.

    En 1860 Cánovas es nombrado subsecretario del ministerio de

    la Gobernación, cargo del que dimite en 18637. Tras su dimisión se

    convierte en el líder de un pequeño grupo de diputados distanciadosde la Unión Liberal. Poco después, entre febrero y septiembre de1864, ocupa por vez primera un sillón en el Consejo de Ministros, alser nombrado ministro de Gobernación en el gobierno presidido porAlejandro Mon

    8.

    La experiencia ministerial de Cánovas reveló su condición de

    hombre de Estado. En el gabinete de Mon –comenta Carlos Dardé– elpapel de Cánovas “parece que excedió al de un simple ministro,teniendo que suplir frecuentemente en sus funciones al abúlicopresidente. Fruto de su iniciativa fueron el restablecimiento en suintegridad de la Constitución de 1845 y nuevas leyes de reunión,imprenta, delitos electorales y de incompatibilidades”

    9.

    En septiembre de 1864, cae Mon y es sustituido por el general

    Narváez, jefe del partido Moderado10

    . La Hacienda española, comosolía ser habitual, sufría una grave crisis. La reina Isabel decidióentonces ceder a la nación parte de los bienes patrimoniales de laCorona. Pero este acontecimiento, calificado en el Congreso porNarváez de “grande, extraordinario y sublime”, no sirvió para reforzar

  • el prestigio de Isabel II, pues la prensa radical, y muy especialmente,Emilio Castelar, denunció que en realidad los bienes cedidos ya erande la nación desde tiempos de Fernando VII. Se produjeron entoncesgraves incidentes como consecuencia de la pretensión del ministro deFomento –que se encargaba de la instrucción pública– de modificar lanormativa educativa para facultar al gobierno a expulsar de laUniversidad a los catedráticos que atacasen a las institucionesvigentes. En los incidentes murieron nueve estudiantes y resultaronheridos más de cien. Alcalá Galiano murió de un infarto al conocer lostrágicos sucesos.

    La incapacidad de Narváez para dominar la situación provocó la

    vuelta de O’Donnell al poder, en junio de 1865. Cánovas fue llamadoa desempeñar la cartera de Ultramar, a pesar de la oposición deIsabel II. O’Donnell hubo de enfrentarse a un intento revolucionarioprotagonizado por Prim, cuyo fracaso se saldó con el fusilamiento desesenta y seis sargentos, cabos y soldados de artillería. Pero el sabor de su victoria le duró poco, pues la reina lo destituirá el 10 de julio de 1866, designando presidente del Consejo de Ministros al general Narváez.

    El gobierno decide entonces aplicar una dura política represiva.

    Cánovas se manifiesta radicalmente en contra de Narváez y esdesterrado, primero a Palencia y después a Carrión de los Condes.Pero consigue ser elegido diputado el 1 de diciembre de 1865 yvuelve al Congreso, donde pronunciará dos brillantes discursos, paradespués apartarse de la corte

    11.

    Entre tanto, los problemas de España seguían sin resolverse. El

    descontento contra Isabel II crece sin cesar. El 18 de septiembre de 1868, el almirante Topete y el general Prim se sublevan en Cádiz. La Reina se encuentra en San Sebastián. Las tropas leales derrotaron a los sublevados en el puente de Alcolea, sobre el Guadalquivir, a 12 kilómetros de Córdoba. Isabel II estaba acabada. El 29 de septiembre la reina anunció la suspensión de su reinado y al día siguiente se exilió a Francia, donde residió hasta que la sorprendió la muerte el 9

  • de abril de 1904. Se cumplían treinta y cinco años desde que el 29 de septiembre de 1833 había accedido al trono, siendo una niña. Su proclamación había sido el detonante de la primera guerra carlista.

    La renuncia al trono de Isabel II sumirá a España en una grave

    crisis nacional. Fue entonces cuando un político liberal, FranciscoRomero Robledo –gran especialista en manipular las eleccionesdesde el ministerio de la Gobernación–, sentenció: “Cayó parasiempre la raza espuria de los Borbones”

    12. Pero su autor no tardaría

    mucho tiempo en olvidarse de ella, pues poco después lo veremos enel Partido Conservador de Cánovas, que lo llevaría al gobierno en tresocasiones al frente del ministerio encargado de “organizar” laselecciones

    13.

    Convocadas Cortes constituyentes, por sufragio universal

    masculino, Cánovas es elegido diputado por el distrito de Lorca(Murcia) en enero de 1869. Lo veremos en el Congreso votando encontra de la nueva Constitución, impulsada por el general Prim. LaConstitución consagraba una monarquía constitucional, por lo quePrim se pone a la búsqueda de un rey. Se barajaron numerososcandidatos, como el duque de la Victoria (general Espartero); el príncipe Leopoldo deHohenzollern-Sigmaringen; el príncipe Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, hijode Luis Felipe y de la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II; Fernando de Coburgo,viudo de la reina María de la Gloria de Portugal y padre del rey Luis, a la sazón reinante en elpaís vecino; el príncipe Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II, en quien la reina había abdicadoel 25 de junio de 1870 y, por último, Amadeo de Saboya, duque de Aosta, hijo segundo deVíctor Manuel II, rey de Italia, al que ni Francia ni Alemania ponían la proa. Después deintensas gestiones, Prim se inclinó al fin por el duque de Aosta, que resultó elegido por lasCortes el 19 de noviembre de 1870. En esta ocasión, Cánovas –quemás tarde sería el paladín de la Restauración monárquica en la

    persona de Alfonso XII– votó en blanco14. Amadeo de Saboya hizo su entrada en Madrid el 2 de enero de

    1871, seis días después del asesinato del general Prim, presidentedel Gobierno, ocurrido el 27 de diciembre de 1870 en la calle delTurco (hoy Marqués de Cubas) cuando regresaba a su residenciadespués de una sesión del Congreso. Se detuvo a varias personas

  • pero al final el procedimiento fue sobreseído en 1877, por lo que losautores del magnicidio quedaron impunes

    15.

    El asesinato de Prim privó al nuevo monarca de la única

    personalidad de prestigio que podía consolidarle en el trono. EnMadrid todos conspirarán contra el de Saboya. Los republicanos semostraban especialmente activos. En los salones aristocráticos deMadrid se soñaba con el futuro Alfonso XII y buena parte de lanobleza daba la espalda al monarca italiano. También lo hacían loscarlistas. El 1 de octubre de 1871 se abrieron las nuevas Cortes,donde se oyeron gritos de ¡Viva el Rey! mezclados con los de ¡Viva laRepública!

    El 14 de abril de 1872, Carlos VII, después de ordenar la retirada

    del Congreso de los diputados carlistas, dio la orden de alzamiento entodo el país al grito de “¡Abajo el extranjero! ¡Viva España!”.Comenzaba la tercera guerra carlista.

    El ejército se mostró incapaz de contener la sublevación del

    joven e impetuoso monarca carlista. Hubo intentonas republicanas enEl Ferrol y Málaga. Al final, Amadeo de Saboya, harto de losespañoles, abdicó el 10 de febrero de 1873. Al día siguiente, lasCortes, reunidas las dos cámaras en sesión conjunta, proclamaron laI República española.

    En tan sólo once meses hubo cuatro presidentes del llamado

    “Poder Ejecutivo” de la República: Estanislao Figueras, Francisco Pi yMargall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. La división de losrepublicanos sería funesta para la pervivencia de la República. Unos,como Pi y Margall, defendían la República federal; otros, comoCastelar, pretendían una República conservadora; había quienes,como Salmerón, aspiraban a una República radical y unionista y, paracomplicar aún más las cosas, no faltaba quien apostaba por unadictadura militar republicana.

    Tras la disolución de la Asamblea Nacional en la primavera de

    1873, se convocaron elecciones a las Cortes constituyentes, que se

  • reunieron el 22 de marzo de 1873. Predominó la corriente federalista.Para elaborar el proyecto de la futura Constitución federal se eligióuna Comisión de 25 diputados, integrada por representantes de los“Estados regionales” o cantones que integrarían la Federaciónespañola, entre los que no figuraba Navarra porque la intención delGobierno era integrarla en un solo estado o cantón con las ProvinciasVascongadas. El diputado republicano navarro Serafín Olave,defensor a ultranza del federalismo, consiguió que se aceptara laconfiguración de Navarra como estado propio, abandonando la ideadel cantón vasco-navarro

    16.

    Pero la República fue incapaz de consolidarse. El gobierno

    republicano se enfrentaba a graves problemas internos –la guerracarlista, la sublevación cantonal de Cartagena, además de numerososdesórdenes públicos– y también coloniales, a causa de la sublevaciónde Cuba, iniciada en 1868 que desangraba a la metrópoli y le privabade importantes fuerzas militares y recursos económicos

    17.

    El golpe de Estado del general Manuel Pavía puso fin a la

    anarquía. El presidente del Poder Ejecutivo, Emilio Castelar, deideología conservadora, nombrado el 7 de septiembre de 1873 parasustituir a Salmerón, trató de restablecer el orden pero fue objeto deuna gran contestación por parte de los propios republicanos. LasCortes estaban convocadas para el día 3 de enero de 1874, donde sepreveía que Salmerón y Pi y Margall iban a combatir la políticaconservadora de Castelar. Fue entonces cuando intervino el generalManuel Pavía, capitán general de Madrid. El día anterior habíapropuesto al presidente que aplazara la apertura del Congreso porentender que la guerra carlista y el movimiento cantonal obligaban aadoptar esta medida excepcional. Castelar se negó a ello. Nada másreunirse las Cortes, el gobierno se sintió censurado por la Cámara alrechazar por 120 votos contra 100 un “voto de gracias” propuesto porel diputado Martín de Olías. Castelar presentó la dimisión y fuesustituido por el diputado Eduardo Palanca. Todo esto ocurrió el 3 deenero. Pavía decidió entonces pasar a la acción. Envió al Congreso

  • una dotación de guardias civiles, que entraron en el hemiciclo yrealizaron algunos disparos al aire. Se produjo la desbandada generalde los diputados y, así, sin pena ni gloria, feneció la República federalpara instaurarse una dictadura militar, aunque bajo la banderarepublicana.

    Tras el golpe de Estado, Pavía y un grupo de capitanes

    generales residentes en Madrid, disolvieron las Cortes y suspendieronlas garantías constitucionales. A la presidencia del Poder Ejecutivo dela República se elevó al general Francisco Serrano, duque de laTorre. Éste nombró presidente del Consejo de ministros al generalZavala, cuya primera providencia fue combatir a los cantonales, cuyarebelión concluyó el 13 de enero de 1844 con la entrada de las tropasgubernamentales en Cartagena. Después concentró sus esfuerzos encombatir a los carlistas, dueños de la casi totalidad del territorio de lasVascongadas y de Navarra, donde habían constituido un verdaderoEstado, y de amplias zonas de Cataluña, Valencia y Aragón.

    La suerte de las tropas republicanas fue desigual. Los carlistas

    pusieron sitio a Bilbao en los primeros días de febrero de 1874. Elejército republicano, bajo el mando del general Moriones, intentóliberar a la villa bilbaína, convertida en el último bastión de losliberales vizcaínos, pero fue derrotado el 25 de febrero en la batallade Somorrostro

    18. Serrano tomó entonces personalmente el mando

    de las tropas republicanas. La suerte le acompañó porque el 29 demarzo, mientras el general Elío, jefe del ejército carlista, descansabaen una cañada en las proximidades de San Pedro Abanto junto a lomás granado de los generales de Carlos VII, una batería republicanaabrió fuego y cayó en medio del grupo. A consecuencia de las heridasrecibidas, los generales Ollo y Radica fallecieron a las pocas horas.La muerte de los dos generales quebrantó la moral de los carlistas, aligual que ocurriera en la primera guerra carlista, cuando una balaperdida acabó con la vida del general Zumalacárregui el 24 de juniode 1835. El general Concha al frente de un ejército de 18.000hombres acudió en apoyo de las tropas de Serrano, que regresó aMadrid. Elío se sintió sin fuerzas para oponerse a Concha y Don

  • Carlos ordenó el levantamiento del sitio. El 2 de mayo de 1874 lastropas republicanas desfilaron en triunfo por las calles de Bilbao.

    Aunque formalmente España era una República, de hecho era

    una dictadura militar, con la que colaboraron no obstante algunosrepublicanos progresistas como Práxedes Mateo Sagasta, a quienSerrano nombró presidente del Consejo de Ministros en septiembrede 1874.

    LA HORA DE CÁNOVAS: LA RESTAURACIÓNMientras todo esto ocurría en España, ¿qué había sido de

    Cánovas? Lo hemos visto por última vez en el Congreso, donde votóen blanco en la votación de la elección de Amadeo de Saboya comorey de España. No volverá a ser diputado hasta las eleccionescelebradas en enero de 1876.

    Mas su retirada del Congreso no supondrá su apartamiento de la

    vida política española sino todo lo contrario. En 1872 Cánovas rompedefinitivamente con la Unión Liberal de O’Donnell para dirigir larestauración de la monarquía en la persona de Don Alfonso deBorbón, titular de los derechos al trono de la rama liberal después dela abdicación llevada a cabo por su madre Isabel II el 25 de junio de1870, convencida de que era imprescindible para facilitar larestauración de su dinastía

    19.

    El 4 de agosto de 1873, Isabel II llama a Cánovas y le

    encomienda la tarea de dirigir al partido alfonsino. Su nombramientoes recibido con desagrado por el pequeño grupo de militarescomprometidos, entre los que destacaba Arsenio Martínez Campos.

    En el verano de 1872 la reina había dispuesto que su hijo

    recibiera instrucción militar en Inglaterra. Sus instructores fueron elcoronel del Estado Mayor, Juan de Velasco, y el conde de Mirasol,comandante de Artillería. Se decidió el ingreso del príncipe en el RealColegio de Infantería y Caballería de Sandhurst (Londres). Fue allí

  • donde Alfonso de Borbón recibió la visita del mítico caudillo carlistaRamón Cabrera, que había rechazado el ofrecimiento de Carlos VIIpara que se pusiera al frente de las tropas carlistas

    20.

    Ya vimos cómo el golpe del general Pavía no significó, al menos

    formalmente, el fin de la República, pero la suerte del régimen estabaechada a pesar de los triunfos militares conseguidos por el generalSerrano. En abril de 1874, Cánovas escribe a la reina Isabel una cartaen la que le dice: “Lo que hay que hacer es preparar la opiniónampliamente y luego aguardar con paciencia y previsión unasorpresa, un estallido de la opinión misma, un golpe quizá impensado,que habrá que aprovechar prontamente para que no se malogre. Lapresencia súbita de D. Alfonso puede servir en ciertas circunstanciaspara facilitar un abrazo entre los dos ejércitos beligerantes, puedeservir en otras para que el ejército que invoque su nombre, colocadoentre carlistas y republicanos, no desmaye y permanezca unido y seimponga a todos sus enemigos”

    21.

    El 1 de diciembre de 1874, Cánovas pone a la firma del príncipeAlfonso el llamado “Manifiesto de Sandhurst”. Se redactó con elpretexto de contestar a las felicitaciones recibidas al cumplir diecisieteaños. En él se daba a conocer el nuevo sistema político que se queríaimplantar, una monarquía constitucional, de tipo conservador ycatólico, que defendiera el orden social pero que garantizara elfuncionamiento del sistema político liberal que hacía del Parlamentoel centro de la vida pública. El manifiesto acababa proclamando laslíneas fundamentales que habían de regir el reinado de Alfonso XII:“La monarquía hereditaria y constitucional posee en sus principios lanecesaria flexibilidad y cuantas condiciones de acierto hacen faltapara que todos los problemas que traiga consigo su restablecimientosean resueltos de conformidad con los votos y la conveniencia de lanación. No hay que esperar que decida yo nada de plano yarbitrariamente. Sin Cortes no decidían los negocios arduos lospríncipes españoles allá en los antiguos tiempos de la Monarquía; yesta justísima regla de conducta no he de olvidarla yo en mi condiciónpresente y cuando los españoles están ya habituados a los

  • procedimientos parlamentarios. Llegado el caso, fácil será que seentiendan y concierten, sobre todas las cuestiones por resolver, unpríncipe leal y un pueblo libre... Sea cualquiera mi suerte, no dejaréde ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico,ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal”.

    Se ha dicho que Cánovas era contrario, en principio, a que la

    restauración monárquica se produjera mediante un nuevo golpemilitar, aunque esto último no estuvo nada claro

    22. Lo cierto es que

    los generales que formaban parte del directorio del partido alfonsinocreado por la reina Isabel II estaban dispuestos a imponer al rey conla fuerza de las armas. Desde el otoño de 1874 los militaresconspiraban para un nuevo pronunciamiento y es imposible queCánovas no conociera sus intenciones. El hecho de que el día delpronunciamiento de Sagunto estuviera en Madrid así pareceatestiguarlo

    23.

    “Como ninguno de aquellos generales tenía mando –escriben

    Pedro Aguado y Cayetano Alcázar– era necesario buscar alguno quese adhiriera al frente de algunas fuerzas, y se encontró a Dabán, quemandaba una brigada en el ejército de operaciones del Centro y sehallaba alrededor de Valencia. Dabán previno a Martínez Campos elpeligro de que los nuevos jefes que vinieran a ponerse al frente de losregimientos, por estar próximos al ascenso de los coroneles, no seprestaran al acto, y en vista de la advertencia se decidió adelantarlo.Se presentaba una nueva dificultad: el Gobierno había acordado eldestierro de Martínez Campos, pero lo levantó porque el capitángeneral de Madrid, Don Fernando Primo de Rivera, salió fiador de sulealtad. Martínez Campos, fingiendo retirarse a Ávila y renunciar atodo trabajo por la causa alfonsina, salió para Sagunto (27 dediciembre), y en las afueras de la población, a las nueve de lamañana del 29 de diciembre de 1874, arengó a la brigada de Dabán yaclamó a Don Alfonso XII, rey de España. Inmediatamente telegrafióa Don Joaquín Jovellar, jefe del ejército del Centro, dándole cuentadel acto realizado, y al presidente del Consejo, Sagasta, y al ministro

  • de la Guerra, Serrano Bedoya, invitándoles a aceptar laproclamación.”

    24

    Jovellar secundó el golpe de Estado, pero el gobierno

    republicano se dispuso a resistir. El 30 de diciembre de 1874, elConsejo de Ministros del Poder Ejecutivo de la República,encabezado por Sagasta, publicó en la Gaceta de Madrid unllamamiento a la nación donde denunciaba la intentona militar

    25.

    Sagasta detuvo a Cánovas, que llegó a decir que el golpe le

    parecía “descabellado”. Sin embargo, el capitán general de Madrid,general Primo de Rivera, anunció al día siguiente, 31 de diciembre,que no haría armas contra sus compañeros y, horas después, decidióadherirse a la sublevación. El gobierno se derrumbó y Primo deRivera liberó a Cánovas que cambió de parecer. Ese mismo día, elpresidente del Poder Ejecutivo, el general Serrano, pasó a Francia. LaGaceta de Madrid, previo acuerdo entre Cánovas y Primo de Rivera,publicaba la constitución del llamado “Ministerio-Regencia”, que habíade gobernar el Reino hasta la llegada a Madrid del rey Alfonso XII

    26.

    Al conocer lo ocurrido en Sagunto y la constitución del

    Ministerio-Regencia en Madrid, Alfonso XII salió de París el 6 deenero de 1875. Se dirigió a Marsella, donde embarcó en la fragataNavas de Tolosa, que le condujo primero a Barcelona y después aValencia. El 14 de enero el pueblo de Madrid –que en aquel tiempo secaracterizaba por vitorear siempre al vencedor– se echó a la callepara recibirle. Su primera decisión fue confirmar como presidente delConsejo de Ministros a Cánovas.

    La Restauración había sido todo un éxito. Y Cánovas se atribuyó

    el mérito indiscutible. Él mismo así lo proclamaría en el Congreso delos Diputados en el debate que tuvo lugar los días 11 y 12 de marzo1880: “¿Es serio –se preguntó–, cuando se trata de un hecho tangrande como la Restauración de una Monarquía, pretender que todose ha hecho al levantar dos batallones, sin disparar un solo tiro, y

  • negar la cooperación de grandes elementos, de inmensas fuerzas,cuando estaba casi todo hecho, cuando había, por una parte, elderecho de la dinastía, del Rey, que imperaba y se imponía sobremuchas conciencias, y cuando concurría hasta el desengaño del paísque buscaba casi unánimemente, en la proclamación del Monarca, lapaz, la tranquilidad y la seguridad que ha conseguido después...?¿Quién puede arrogarse el derecho de decir que ha hecho laRestauración? (...) Los movimientos del país, que le condujeron aaquella solución salvadora, necesitaron, en un instante dado, dedirección. Que ellos existían, que nosotros no los creamos de ningunamanera, es verdad; pero hubo un instante en que necesitaba unaorganización. Pues bien, esa organización, confiada a mí por SuMajestad la Reina madre y por su augusto hijo..., esa organización lahice yo y la llevé tan adelante, que ya en el punto a que la llevé,cualquiera, en cualquier momento y en cualquier circunstancia, la

    habría realizado”27

    .

    FIN DE LA TERCERA GUERRA CARLISTAEn el Cuartel General de Carlos VII la noticia de la proclamación

    de Alfonso XII cayó como un jarro de agua fría. El monarca carlistafirmó en Deva, el 6 de enero de 1875, un manifiesto a la Nación deprotesta por la proclamación de su primo Alfonso. “La Revolución –decía–, que vive de la mentira, al proclamar Rey de España a unPríncipe de mi familia, pretende absurdas reconciliaciones con laMonarquía y la Legitimidad. La Legitimidad soy yo; yo soy elrepresentante de la Monarquía en España... Jefe de la augusta familiade Borbón en España

    28, contemplo con honda pena la actitud de mi

    primo Alfonso, que, en la inexperiencia propia de su edad, consienteser instrumento de aquellos mismos que, a la vez que a su madre, learrojaron de su Patria entre la befa y el escarnio... porque no en vanose hallan armados mis invencibles voluntarios, porque los quesupieron vencer en Eraúl, y Alpensa, y Montejurra, y en Castellfulit y en Somorrostro, y han sabido vencer en Abárzuza, y en Castellón, en

  • Cardona y en Urnieta, sabrán evitar una nueva vergüenza a lamagnánima España y un nuevo escándalo a la Europa civilizada.”

    El primer objetivo de Alfonso XII fue acabar con la guerra

    carlista. El 18 de enero el joven rey salió de Madrid y se dirigió aPeralta (Navarra), donde pasó revista al ejército con el que pensabaaplastar a los carlistas. Llevaba sesenta batallones con noventacañones. La caballería la componían tres mil jinetes. En frente de tanimpresionante ejército, los carlistas opusieron diez batallonesnavarros, cinco alaveses, cuatro castellanos, un riojano, un aragonés,el de Guías del Rey y siete baterías, con un total de cuarenta y doscañones, y dos regimientos de caballería. Ambos ejércitos chocaronen las proximidades de Lácar, pueblo ocupado por los alfonsinossituado en las cercanías de Estella. El propio Carlos VII asumiópersonalmente el mando del ejército. La victoria fue para los carlistas.Una división alfonsina quedó destruida y los carlistas se hicieron connumerosas piezas de artillería y una gran cantidad de fusiles ymunición de todo tipo. Alfonso XII estuvo a punto de ser cogidoprisionero y hubo de huir del combate a uña de caballo, regresando aMadrid no sin muchas dificultades

    29.

    Durante el año 1875 el dominio carlista sobre el País Vasco y

    Navarra se mantiene prácticamente intacto. Hubo inactividad porambas partes, dedicándose los liberales a consolidar sus posicionesmediante obras de fortificación, entre otras las de la línea del río Arga.Esta inactividad resultó a la larga beneficiosa para las armasalfonsinas.

    El 3 de julio Carlos VII jura los Fueros de Vizcaya so el árbol de

    Guernica, con el ceremonial acostumbrado. Cuatro días después, el 7de julio, jura los Fueros de Guipúzcoa en Villafranca

    30. Fue la última

    vez en la historia que un monarca español prestaría el viejo juramentoforal.

    Mientras tanto, el gobierno decidió acabar con los focos rebeldes

    de Cataluña y Levante para concentrar después todo su poderío

  • contra el ejército carlista del Norte. Liquidada la resistencia carlista, lagran ofensiva en el País Vasco y Navarra tendría lugar a primeros delaño 1876.

    Carlos VII contaba en ese momento con cuarenta y ocho

    batallones de infantería, algunos tercios de milicias voluntarias, diezpartidas sueltas o guerrillas, tres regimientos de caballería, dosbatallones de ingenieros, un tren de sitio, seis baterías y una secciónde montaña y tres baterías de batalla, sumando todas estas unidadesun total de treinta y cinco mil hombres, mil doscientos caballos, treintay nueve cañones de montaña, dieciséis de batalla, cuatro morteros yveintiséis cañones de plaza, sitio y posición.

    Por su parte, el ejército de Alfonso XII disponía de ciento treinta

    y un batallones de infantería, once regimientos y ocho escuadronesde caballería, tres regimientos de artillería de batalla, otros tres deartillería de montaña, otros tantos de artillería de a pie, y cientosetenta y cuatro cañones, sin contar los que artillaban las plazasfuertes y los puestos fortificados; dos regimientos y cuatro compañíasde ingenieros, además de otras fuerzas menores, con un total deunos ciento setenta mil hombres. Hay que tener en cuenta ademásque los liberales tenían el gran apoyo que suponía estar en posesiónde Pamplona y de las tres capitales vascas. La desproporción defuerzas acabará por doblegar a don Carlos.

    A primeros de enero de 1876, los liberales inician su ofensiva en

    todos los frentes. Uno tras otro fueron cayendo en su poder losprincipales bastiones carlistas. Martínez Campos conseguirá el 31 deenero entrar en Elizondo y dominar el Valle de Baztán. Por su parte,Primo de Rivera, el 19 de febrero, después de acabar con la heroicaresistencia de la fortaleza de Montejurra, entró en Estella, cuyapoblación le recibió en medio de un silencio sepulcral. Tres díasantes, el ejército alfonsino llegaba a las proximidades de Tolosa,donde se encontraba Carlos VII.

    Ante tales reveses, el rey carlista reunió a sus generales en lalocalidad guipuzcoana de Beasáin el 17 de febrero de 1876. Su

  • ejército, desmoralizado, comenzaba a descomponerse. Todavía el 20de febrero, en una nueva reunión en Leiza, los generales reunidos enconsejo acordaron unánimemente morir en el campo de batalla antesde rendirse al enemigo. Pero don Carlos comprendió que todo estabaperdido. Desde Leiza marchó a Santesteban, Olagüe, Zubiri, Erro yEspinal. El 25 de febrero por la noche llegaba a Burguete y en lamañana del 27 atravesó el puerto de Ibañeta y llegó a Valcarlos,localidad situada al otro lado de los Pirineos. Ese mismo día, lastropas que le habían acompañado, pertenecientes en su mayoría alos batallones castellanos, formaron para escuchar la alocución dedon Carlos en la que les anunciaba su decisión de suspender la luchapara que no se vertiera “inútilmente” ni una gota de la sangre de sussoldados. Al día siguiente, 28 de febrero, cruzó la frontera por elpuente de Arnéguy. Antes, tuvo fuerzas para volverse hacia los suyosy exclamar con voz firme: “¡Volveré!”. Varios miles de voluntarios leacompañaron al destierro, mientras el resto del ejército se deshizo enpocos días. Don Carlos no pudo cumplir su promesa. Murió el 18 dejulio de 1909 en la localidad de Varese (Italia). Sus restos mortalesdescansan en la catedral de Trieste.

    Don Alfonso había seguido desde Madrid el desarrollo de las

    operaciones militares. En enero se celebraron nuevas elecciones. Elgobierno de Cánovas obtuvo un amplio respaldo. El 16 de febrero, enel solemne acto de apertura de las Cortes, el Rey anunció supropósito de regresar al norte para ponerse al frente de sus soldados.El 28 de febrero hizo su entrada en Pamplona, donde recibió la noticiadel paso a Francia del monarca carlista. En la capital de Navarra,principal reducto del liberalismo navarro, permaneció cuatro días,donde recibió muestras de adhesión y apoyo que se prodigaron,según las crónicas de la época

    31, a su paso por Navarra y las

    Provincias Vascongadas, antes de regresar a Madrid para celebrar sutriunfo

    32.

    Esta vez la derrota del carlismo fue definitiva y total. No hubo

    final negociado, como ocurriera en la primera guerra cuando

  • Espartero y Maroto sellaron el convenio de Vergara. Esto tendríaimportantes consecuencias en la cuestión de los Fueros, comoveremos más adelante. Recordaremos que el 25 de octubre de 1839,para dar cumplimiento a lo pactado por los generales convenidos, sepromulgó la llamada Ley de confirmación de Fueros. En esta ocasiónel resultado de la que fue la última contienda carlista sería lapromulgación de la Ley de 21 de julio de 1876, tenida por abolitoria delos Fueros vascongados. Una ley que casi cien años después seríaderogada por la Constitución de 1978.

    LA OBRA DE CÁNOVASDurante los seis primeros años de la Restauración, Cánovas se

    mantuvo en el poder casi ininterrumpidamente. Su primer éxito fueevitar que los militares responsables del golpe de Estado de Saguntose convirtieran en dueños de la situación, como había ocurridodurante el reinado de Isabel II. Ni Martínez Campos ni Jovellarformarían parte del gobierno. Cánovas contaba con la plena confianzade Alfonso XII, a quien la opinión pública atribuía el éxito de la victoriasobre los carlistas. La era de los caudillos militares árbitros de la vidapolítica nacional como Espartero, O’Donnell, Narváez, Prim o Serranohabía pasado. La sublevación de Cuba fue un buen pretexto paraenviar allí a los generales que podían tener la tentación depatrimonializar la Restauración, como era el caso de los generales delgolpe de Sagunto.

    Sin duda fue un gran logro de Cánovas que el ejército aceptara

    recluirse en sus cuarteles y someterse al poder civil33

    . Eso le permitió concentrarse en la tarea de sofocar la sublevación que desde 1868 ensangrentaba la isla cubana. También en este asunto crucial Cánovas se apuntó otro gran éxito. Logró evitar que los Estados Unidos apoyaran militarmente a los insurgentes cubanos. Nombró capitán general de Cuba al general Martínez Campos, que el 12 de febrero de 1878 firmó con los rebeldes el convenio de Zanjón, que devolvió la paz a la isla. Pero la cuestión cubana estaba muy

  • lejos de resolverse, pues las ansias de independencia habían prendido con fuerza en ciertos sectores de la población cubana y notardarían en producirse nuevas intentonas por parte de los rebeldes.

    En el terreno partidista, Cánovas liquidó la Unión Liberal y en

    1876 fundó el Partido Conservador, integrado por gentes procedentesdel antiguo partido moderado, de los unionistas e, incluso, de algunosprogresistas desencantados

    34. Cuatro años más tarde, Práxedes

    Mateo Sagasta fundaría el Partido Liberal, sobre la base del PartidoFusionista, por él constituido en 1880 mediante la “fusión” del antiguoPartido Constitucional de los tiempos de Amadeo I de Saboya conpersonalidades procedentes de la derecha conservadora. En el nuevoPartido Liberal se integraron asimismo personalidades de la corrientedenominada “Izquierda dinástica”. Al Partido Liberal se adscribiríaasimismo el general Martínez Campos, que mantenía seriasdesavenencias de carácter personal con Cánovas

    35.

    Desde el punto de vista político, el gran legado de Cánovas será

    la Constitución de 1876. En enero de 1876 se celebraron eleccionesconstituyentes por sufragio universal masculino, bajo la batuta delministro Romero Robledo, especialista en asuntos electorales.Cánovas consiguió el respaldo de 333 diputados sobre 391. Laoposición la componían distintos grupos (constitucionales, radicales,demócratas) y otros 13 de adscripciones ideológicas diversas.Conforme a la Constitución de 1869, formalmente vigente, laselecciones fueron por sufragio universal masculino, aunque la purezadel proceso electoral sería puesta en cuestión, como venía ocurriendodesde que hubo elecciones parlamentarias en España tras la muertede Fernando VII y así seguiría siendo mientras duró el régimen de laRestauración. Ni los carlistas ni los republicanos (a excepción deCastelar) participaron en los comicios y se produjo, tal vez por ello,una gran abstención.

    Un par de meses antes de las elecciones constituyentes,

    Cánovas abandonó momentáneamente el gobierno en manos delgeneral Jovellar, compañero de Martínez Campos en el golpe de

  • Estado de Sagunto, para dedicarse a la tarea de redactar elanteproyecto de nueva Constitución con el concurso de un grupo de“notables” encabezados por Alonso Martínez

    36. El proyecto de

    Constitución superará el trámite de las Cortes, sin apenasmodificaciones, no sin producirse antes debates muy apasionadossobre todo en torno a la cuestión de la libertad religiosa. Lacontroversia se suscitó porque el artículo 11 del proyecto deConstitución, aunque configuraba a España como un Estadoconfesional y la Nación se obligaba a mantener el culto y susministros, proclamaba además que nadie sería molestado por susopiniones públicas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo elrespeto debido a la moral cristiana. Y a pesar de talespronunciamientos y de que no se permitirían otras ceremonias nimanifestaciones públicas que las de la religión del Estado, votaron afavor de este artículo 221 diputados, frente a 83.

    No hay en la Constitución de 1876 un título preliminar donde se

    consagren los principios esenciales del régimen constitucional, quizásporque Cánovas no sentía gran aprecio por los constituyentesgaditanos. Por eso, a diferencia de la Constitución de 1812, no existeun pronunciamiento sobre la Nación española ni sobre la titularidadde la soberanía nacional. Comienza simplemente con un primer títulodedicado “a los españoles y sus derechos”, en línea –eso sí– con lostextos habituales de la tradición constitucionalista liberal.

    Por el contrario, llama la atención la fórmula utilizada para su

    promulgación: “Don Alfonso XII, por la gracia de Dios Reyconstitucional de España, a todos los que las presentes vieren yentendieren, sabed: que en unión y de acuerdo con las Cortes delreino actualmente reunidas, hemos venido en decretar y sancionar lasiguiente Constitución de la Monarquía Española”. El canovista es,por tanto, un régimen de soberanía compartida entre el Rey y el reino,lo que no deja de ser un retroceso con respecto a la Constitución de1812 y a la de 1869

    37.

    En esta concepción netamente conservadora –cuya justificación

  • que podría haber sido suscrita sin ningún problema por losdoctrinarios del carlismo– se fundamentaba la idea de Cánovas sobrela constitución interna de la nación, es decir, sobre los principiosjurídicos que, con independencia de tal o cual formulación escrita,constituyen la base del consenso social. Cánovas expondría mástarde su pensamiento en el curso de un debate parlamentario:“Invocando toda la historia de España, creí entonces, creo ahora, quedeshechas como estaban por los movimientos de fuerza sucesivos,todas nuestras Constituciones escritas, a la luz de la historia y a la luzde la realidad presente, sólo quedaban intactos en España dosprincipios: el principio monárquico, el principio hereditario profesadoprofunda, sinceramente a mi juicio por la inmensa mayoría de losespañoles, y de otra parte, la institución secular de las Cortes”.

    “¿Qué quería decir el líder de la Restauración? –se pregunta el

    profesor José Antonio Escudero–. Algo tan diáfano como discutible.Que existía una legitimidad suprema de algo, o de algunas cosas, queestaba por encima –y por tanto debía quedar al margen– de losocasionales plebiscitos y consultas que la nación pudiera plantearseen uno u otro momento. Una especie de legitimidad irreversible, y porlo mismo no cuestionable, que él hacía recaer en la instituciónmonárquica y en la representación del pueblo en Cortes. En el senode este hogar esencial, simbolizado por la Constitución, podríadesarrollarse de tejas abajo cualquier clase de política y allí entrar enjuego los diversos partidos. Esos dos principios son irrenunciables. Enlo demás cabe cualquier concesión. Y en este campo de lonegociable, Cánovas transige en lo que Sánchez Agesta llama ‘trespiezas de la arquitectura constitucional’: el sufragio universal, elrégimen de libertades y la cuestión religiosa.”

    38

    El título II se refiere a las Cortes y, en consecuencia con el

    carácter compartido de la soberanía, su artículo 18 dice literalmente:“La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey”. LasCortes son bicamerales. El Senado es una Cámara mixta, donde seintegran senadores por derecho propio, senadores vitaliciosnombrados por la Corona y senadores elegidos por las Corporaciones

  • del Estado y mayores contribuyentes en la forma que determine laley. En total el número de senadores no podría exceder de cientoochenta. Serían senadores por derecho propio, además de losGrandes de España, el Patriarca de las Indias, los arzobispos y loscapitanes generales del ejército y el almirante de la Armada, junto alos presidentes de las principales instituciones del Estado. Por otraparte, se restringe de modo significativo la posibilidad de ser senadoral circunscribirse exclusivamente a un reducido grupo depersonalidades relevantes.

    En cuanto al Congreso, a diferencia de la Constitución de 1869,

    que consideraba electores a todos los españoles (varones) que sehallaren en el pleno goce de sus derechos civiles (artículo 16), sedispone que los diputados serían elegidos “en la forma que determinela ley”. Se vierte así en la Constitución la aversión que sentíaCánovas por el sufragio universal. La ley electoral, promulgada el 21de julio de 1877, consagraría un sistema censitario restringido a loscontribuyentes que pagaran veinticinco pesetas de contribuciónterritorial o cincuenta de contribución industrial. Habría que esperar a1890 para que, bajo el gobierno de Sagasta, se estableciera elsufragio universal de los varones mayores de veinticinco años.

    En la Constitución de 1869 se establecía que en caso de

    discordancia entre lo aprobado por el Congreso y por el Senado,prevalecería la decisión de la Cámara de diputados. La de 1876, encambio, atribuye iguales facultades al Congreso y al Senado. El Reyejerce la función ejecutiva, que llevaba aparejada facultades tanimportantes como el mando efectivo del ejército y de la armada, lafacultad de declarar la guerra y hacer y ratificar la paz, dirigir lasrelaciones diplomáticas y, sobre todo, la libre designación y remociónde sus ministros. El papel del Rey en la Constitución de 1876 excedecon mucho del que se atribuye a la Corona en el constitucionalismoactual. El Rey reinaba y gobernaba, lo que a la larga seríacontraproducente para la pervivencia de la propia Monarquía.

    La organización del Estado seguía el esquema rígidamente

  • centralizador de la Constitución de Cádiz: uniformidad legislativa,unidad jurisdiccional y centralización administrativa. Frente alfederalismo anárquico de la República, Cánovas trata de construir unEstado fuerte que consideraba imprescindible para restaurar el ordeny promover el progreso de la nación.

    En cada provincia habría una diputación provincial cuya elección

    se llevaría a cabo conforme a lo dispuesto en la ley. El gobiernomunicipal correspondería a los Ayuntamientos, elegidos por losvecinos, a quienes la ley confiriera este derecho. Es otra prueba másde la instintiva aversión de Cánovas al sufragio universal. Losalcaldes podrían ser elegidos por el ayuntamiento, pero la redacciónde la Constitución no era obstáculo para que su nombramientocorrespondiera a la Corona si así lo disponía la ley. Al Rey se le dabala facultad de intervenir para impedir que las diputaciones provincialesy los ayuntamientos se extralimitasen de sus atribuciones “enperjuicio de los intereses generales y permanentes”. La fiscalidadlocal y provincial no podría hallarse nunca en oposición con el sistematributario del Estado.

    La Constitución facultaba a las Cortes para dictar leyes

    especiales para el gobierno de las “provincias de ultramar”, lo quepermitiría otorgárseles una amplísima autonomía, que llegaríademasiado tarde y que no sirvió para aplacar las aspiraciones de losindependentistas que, gracias a la intervención de los EstadosUnidos, conseguirían imponerse en 1898.

    Nada se decía sobre los Fueros. La de 1876, al igual que todas

    las Constituciones anteriores39

    , no hacía referencia alguna a losregímenes forales vascos y navarro, que por esta causa quedabaninermes frente a la invocación de la soberanía de las Cortes paradisponer libremente sobre su futuro. Claro es que si Cánovas hubieratratado de introducir una cláusula de salvaguarda de la foralidadhubiera tropezado con la frontal oposición de sus propioscorreligionarios. La participación mayoritaria de vascos y navarros enla guerra civil sosteniendo los derechos de don Carlos había irritado

  • de tal forma a la opinión pública liberal que había una auténtica sedde venganza traducida en peticiones constantes a las Cortes paraque se procediera a la supresión de los Fueros. El “heroísmo” de losliberales vascongados y navarros, tantas veces celebrado durante laguerra en las Cortes y en la prensa madrileña, no serviría de muro decontención para aplacar la furia jacobina de los vencedores en laguerra.

    Un artículo de la Constitución, el 3º, tendría directa repercusión

    en el desarrollo de los acontecimientos después de la derrota de los ejércitos carlistas. El artículo 3º establecía la obligación de “todo español” de “defender la patria con las armas, cuando sea llamado por la ley” y la de “contribuir, en proporción de sus haberes, para los gastos del Estado, de las provincias y del municipio”. El segundo párrafo del artículo precisaba que “nadie está obligado a pagar contribución que no esté votada por las Cortes o por las corporaciones legalmente autorizadas para imponerla”. El último inciso de este artículo podía utilizarse en cierto modo para dar cobertura constitucional a la foralidad navarra, pues conforme a la Ley Paccionada de 1841 correspondía a su Diputación la facultad de establecer los tributos y proceder a su exacción, sin perjuicio de contribuir a las cargas generales de la nación. No era éste el caso de las Provincias Vascongadas, que hasta el momento de la promulgación de la Constitución de 1876 eran provincias “exentas”, donde no regían los tributos del Estado sino las contribuciones y demás arbitrios establecidos por las Juntas Generales. Pero no adelantemos acontecimientos.

    Palacio Atard ha destacado que la principal característica que se

    ha señalado en la Constitución de 1876 es “la sobriedad en ladeclaración de principios, lo que permite una posible elasticidad en lainterpretación de los mismos; con lo cual las leyes orgánicas quehabían de desarrollarlos no quedaban rígidamente sujetas a losdogmas de un partido, sino adaptables a los diversos programas”

    40.

    Podría verse en esta cualidad de la Constitución un paralelismo

  • con la de 1978, pero se trataría de un espejismo. No hubo voluntadde consenso más que entre las facciones liberales alfonsinas,quedando fuera de él grandes sectores de la sociedad como loscarlistas y los republicanos, que fueron excluidos o se apartaronvoluntariamente del llamamiento a la reconciliación nacional. Noobstante, la Constitución fue un marco que fijó las reglas de juegobásicas en un intento de dar a España la estabilidad necesaria paratratar de afrontar –en mi opinión sin conseguirlo– los gravesproblemas que aquejaban al cuerpo nacional.

    EL SISTEMA CANOVISTA: LOS PARTIDOSTURNANTES

    Esa voluntad de integración política, garantizada en principio porla Constitución, es la que lleva a Cánovas a promover un pacto deEstado que asegurase la alternancia en el poder configurando dosgrandes partidos que pudieran turnarse en el poder. Al políticomalagueño le fascinaba el modelo británico, donde se alternaban enel poder dos grandes partidos –los tories (conservadores) y los whigs(liberales) – y quiso experimentarlo en España. Claro es que latradición liberal británica se basaba, entre otras cosas, en el sufragiouniversal y en un respeto escrupuloso a la voluntad de los electoressin fraudes ni manipulaciones. En España, en cambio, los ministrosde la Gobernación eran designados por sus “cualidades” en el manejode las elecciones. Además Cánovas, como ya he señalado, no era undemócrata en la medida que rechazaba el sufragio universal entreotras razones porque a su juicio las minorías “inteligentes” –que porpura casualidad, claro es, coincidían con los grandes propietarios–eran las que debían regir los destinos de los pueblos.

    El éxito de la Restauración permitió a Cánovas convertir al

    Partido Conservador en una gran fuerza política. Además de unideario definido, que hacía honor a su nombre, contaba con unliderazgo indiscutible: el suyo. En el campo del progresismo las cosasno estaban tan claras.

  • Cánovas se mantiene en el gobierno durante los cuatro primeros

    años de la Restauración. Le sucede en marzo de 1879 el generalMartínez Campos con un gobierno de continuidad conservadora. Peroganar batallas en el campo de la milicia no es garantía de buengobierno y el 9 de diciembre Cánovas vuelve al poder.

    Entre tanto el liberalismo progresista había encontrado en

    Sagasta un líder prestigioso y experimentado. Sorprende la facilidadcon que los enemigos de ayer se convierten en miembros del mismopartido. El antiguo revolucionario

    41, en 1880 funda el Partido Liberal,

    donde se integran personalidades de muy diversa procedencia ideológica que renuncian a sus anteriores convicciones y se suman a la monarquía de Alfonso XII. La incorporación más chocante es la de Martínez Campos, que no era precisamente ningún ejemplo de progresismo liberal. Nace así la llamada “izquierda dinástica”, que cerrará el paso a las formaciones de la izquierda proletaria que comenzaba a dar señales de vida en España a consecuencia del proceso de industrialización que siguió a la última guerra carlista y que será caldo de cultivo para la penetración del anarquismo y del socialismo marxista de Pablo Iglesias.

    Sagasta mantenía serias diferencias ideológicas con Cánovas.

    Mientras éste era un detractor del sufragio universal y de la implantación del jurado, Sagasta era acérrimo partidario de su introducción en España Había otras divergencias muy profundas. Cánovas sostenía la unidad católica, mientras Sagasta era profundamente anticlerical. También se mostraba contrario a las restricciones a la libertad de expresión y de otras libertades individuales impuestas por el artífice de la Restauración.

    El nacimiento del partido de Sagasta permitirá a Cánovas llevar

    a cabo su proyecto de instaurar el bipartidismo. En 1881 cede elpoder a Sagasta, sin que mediara una derrota parlamentaria. Lo hizopor considerar que se trataba de un gesto imprescindible para sumara la monarquía a un sector muy notable de la población. El Rey

  • quedará prendado de su nuevo primer ministro, que mostrará hastasu muerte ocurrida en 1903 una sincera adhesión a la Corona.

    Sagasta pudo llevar a cabo algunas reformas progresistas en el

    terreno de las libertades, singularmente en la libertad de expresión yde cátedra. No le tembló el pulso, sin embargo, a la hora de firmar laejecución de las ciento setenta y tres penas de muerte dictadascontra los participantes en el pronunciamiento republicano deBadajoz, Santo Domingo de la Calzada y la Seo de Urgell. A pesar deello, el Rey decidió llamar de nuevo al gobierno a Cánovas, que semantendrá en el poder hasta la muerte de Alfonso XII el 25 denoviembre de 1885, suceso que conmovió a España.

    La víspera del fallecimiento del rey, Cánovas se reunió con

    Sagasta y formalizó con él el “convenio de El Pardo”. Acordaron darcumplimiento a la Constitución, de forma que recayera la Regencia enla viuda de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo, segunda esposadel rey moribundo, que estaba encinta y que alumbraría después alfuturo Alfonso XIII

    42. Pero lo más relevante fue que Cánovas acordó

    con Sagasta su renuncia a continuar al frente del gobierno. En efecto,el 25 de noviembre de 1885, a las pocas horas del fallecimiento delrey, Cánovas presentó su dimisión a doña María Cristina, que llamó aSagasta para formar gobierno.

    Comienza así el sistema de partidos turnantes. El juicio de los

    historiadores es muy dispar. Para unos demuestra el elevado sentidopatriótico de Cánovas y su excelsa condición de hombre de Estado.Para otros su renuncia estuvo motivada porque las cosas se le ibande las manos, el régimen se resquebrajaba y sólo con una sólidaalianza con los liberales podía garantizar la estabilidad aunque paraello fuera preciso llevarlos al gobierno. Lo peor de todo es lainstauración del caciquismo, que fue una verdadera lacra del régimende la Restauración.

    Lo cierto es que la decisión de Cánovas sentó como un jarro de

    agua fría en sus propias filas y la unidad del Partido Conservador se

  • resquebrajó. Francisco Romero Robledo se rebeló contra Cánovas yconcurrió a las elecciones que se celebraron en abril de 1886,disputando a su antiguo jefe de filas la presidencia del Congreso, sinconseguirlo

    43.

    Cánovas volvería a presidir el gobierno en 1895. Dos años

    después, el 8 de agosto de 1897, sería asesinado en el balneario deSanta Águeda, cerca de San Sebastián. El hecho de que quien hasido presentado como el principal verdugo de la foralidad vascaveraneara tranquilamente en Guipúzcoa, donde también lo hacía lafamilia real, demuestra que la animadversión contra él no habíaencontrado demasiado eco en las Provincias Vascongadas. Elasesinato no fue obra de ningún extremista vasco, sino de unanarquista italiano llamado Miguel Angiolillo. Era domingo y Cánovassalió del balneario para oír misa. De regreso se sentó en una galeríaque daba al jardín para leer la prensa. Fue allí donde el asesino loencontró y le disparó un tiro en la cabeza. Cánovas se incorporó y elanarquista le disparó un segundo tiro rematándolo después en elsuelo con un tercer disparo

    44.

    La desaparición de Cánovas fue un duro golpe para la

    monarquía de la Restauración. La interinidad de la Corona podía sermuy contraproducente. La suerte del país estaba en manos de unareina viuda, que apenas conocía los problemas de España, hasta quesu hijo Alfonso alcanzara la mayoría de edad

    45. La situación era pues

    extraordinariamente delicada y difícil. Para complicar aún más lascosas, España se hallaba en guerra con los Estados Unidos y a puntode perder los últimos restos de su antiguo Imperio, que provocará lagravísima crisis nacional del 98 que tanta influencia tendría en eldevenir de la nación española.

    Se ha escrito hasta la saciedad que la Restauración y la

    Constitución de 1876 dieron a España una larga etapa de estabilidadpolítica, que se apunta en el haber de Cánovas por haber sido suinspirador. Pero como en toda obra humana, hay luces y sombras. La

  • España de la Restauración no fue en modo alguno idílica. Fue unaetapa de grandes convulsiones políticas y sociales que, al noencontrar solución, conducirían a la gran tragedia de la guerra civil de1936. Los gobiernos de la Restauración no fueron capaces de darsolución a la cuestión cubana. El Parlamento era, sí, el centro de lavida política. En él se pronunciaron grandes discursos, pero surepresentatividad del cuerpo nacional era realmente escasa. El turnoentre los Partidos Conservador y Liberal configuró una oligarquíapolítica que detentó el poder al margen del pueblo español. En lanómina de los partidos turnantes aparecen siempre los mismos

    46. La

    industrialización trajo consigo grandes injusticias sociales, que daríanlugar al nacimiento sobre todo a partir de la crisis del 98 de unaizquierda marxista y revolucionaria. Para entonces, ya en el primertercio del siglo XX, habían desaparecido los dos pilares de laRestauración, Cánovas y Sagasta. Sus sucesores serían incapacesde encauzar la convulsa vida de la nación.

    En honor a la verdad, la tarea de Cánovas como gobernante fue

    realmente difícil. Impulsó la pacificación del país, teniendo a raya acarlistas y republicanos. García Escudero escribe que “entre las dosEspañas, Cánovas no optó”

    47. Pero al menos intentó que convivieran.

    Mientras Cánovas vivió –la frase es de García Escudero–, “laMonarquía sirvió eficazmente como eje de la convivencia entre lospartidos, y como elemento de estabilidad en una Restauración que alfin parecía haber encontrado su camino”.

    Cánovas –escribe Fraga Iribarne– “por supuesto cometió

    errores, quizás los mayores en política exterior. Su política deaislamiento, pese a su conciencia de que España no podía vivir sinEuropa; su intransigencia en Ultramar, oponiéndose a las reformasautonomistas; su excesiva espera en los temas de África. Criticabacon razón de Sagasta ‘su afán de dejarlo todo para el día siguiente’;pero él mismo se aferró al principio de que ‘el éxito del mañana exigela experiencia y la espera del ahora’. Más con todo, Cánovas logró suempresa fundamental: pacificar al país, darle una Constitución,

  • restaurar la Monarquía. Estableció un ajedrez político en el que sepodía jugar y en el cual todas las piezas cubrían al Rey. Cuandoalguien intentó volcar el tablero, como los anarquistas del 98, novaciló en emplear la mano dura, a pesar de la reacción europea. Y elesquema habría de sobrevivirle durante otra generación entera”

    48.

  • II

    LOS FUEROS VASCOS

    ANTECEDENTES HISTÓRICOSEs un hecho comúnmente admitido que los vascos hunden sus

    raíces en la Prehistoria, aunque se ignore en qué momento tomaronposesión del territorio ocupado actualmente por el País Vascoespañol. Sin embargo, nunca alumbraron instituciones políticascomunes hasta que en el Estatuto vasco, al calor de la Constituciónde 1978, se dio carta de naturaleza a la existencia del “pueblo vasco”o “Euskal Herria” que, al amparo de los derechos constitucionalesreconocidos en nuestra Ley fundamental, decide constituir unaComunidad Autónoma cuya base territorial son las antiguasProvincias Vascongadas –a las que se denomina “territorioshistóricos”– de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya

    49.

    Durante siglos, tales territorios fueron considerados en España

    como las “provincias por antonomasia”. Los intentos modernos desituar un “Estado vasco” en tiempos de Sancho el Mayor, titular delreino pamplonés (1004-1035), proclamándole rey de Euskal Herria ode “rey de los vascos” no deja de ser una falacia carente del menorrigor histórico.

    El reino de Navarra, nombre que adoptará a partir del reinado de

    Sancho el Mayor el primitivo reino de Pamplona, nace a la historia acomienzos del siglo IX, después de bascular entre francos y morosdurante el siglo VIII, y sin relación alguna con los territorios vasco-cantábricos, vinculados a la monarquía asturiana y que, por aquelentonces, carecían de personalidad política.

    Hablar de “pueblo vasco” en el momento de conformación de los

  • reinos cristianos peninsulares que resistieron al califato de Córdoba,carece de rigor histórico alguno. Conviene no olvidar que cuando, allápor el siglo I antes de Cristo, los romanos iniciaron la conquista ycolonización de la Península, en las estribaciones de los Pirineosoccidentales no hallaron huella alguna de semejante pueblo, sino queen el solar en el que se pretende edificar ahora la nacióneuskalherríaca descubrieron un grupo de pueblos –muy tribales ypoco evolucionados culturalmente– que no mantenían ningunavinculación entre sí. Y así llamaron “vascones” a los escasospobladores de un territorio que coincide más o menos con el de laactual Navarra, que incluía parte de la Rioja y de Aragón. Su origense pierde en la nebulosa de la historia, aunque bien podrían ser unode los pueblos iberos que poblaban gran parte de la Península

    50.

    En la parte occidental de la vertiente cantábrica, los romanos

    identificaron a otros pueblos –várdulos, caristios y autrigones–, que habitaban el actual país vasco-español, cuyos límites territoriales podrían aproximarse, con mucha imprecisión, a los actuales de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Podrían ser pueblos de origen celta

    51. Los

    vascones, en cambio, quizás habrían sido una tribu ibérica y suidioma el comúnmente hablado en las zonas peninsulares dominadaspor los iberos. Esto es, al menos, lo que aseguran las últimasinvestigaciones.

    Nadie ha explicado, de forma convincente, la razón por la que,

    andando el tiempo, los vascones hacen mutis por el foro y sonnominalmente sustituidos por los navarros, mientras que várdulos,caristios y autrigones, que también desaparecen de escena, serántenidos luego como vascongados. Este término induce a pensar enuna colonización vascona de los primitivos habitantes de Álava,Guipúzcoa y Vizcaya, de modo que las antiguas ProvinciasVascongadas, a las que hoy conocemos en España como PaísVasco, serían fruto de un primer mestizaje, mucho antes de que en elsiglo XIX y en el XX se produjeran las oleadas de inmigrantes deotros lugares de España atraídos por las oportunidades de trabajo

  • que ofrecía la poderosa industria vasca. Es hoy opinión dominante que la caída del Imperio romano (siglo

    V) hizo expansivos a los vascones, que en los siglos anterioreshabían sido agentes de la romanización, y que tuvieron un frenazo enseco en su proyección civilizadora hasta que el camino francés deSantiago, ya entrada la Edad Media, provocó nuevos mestizajes y conello una nueva dimensión cultural. Esta colonización vascona sería elorigen de los dialectos existentes, del mismo modo que ocurriera conel latín, que dio lugar a diversos idiomas romances en la propiaEspaña.

    La discusión sobre el origen de vascones –hoy navarros– y los

    vascongados –hoy vascos– hace la delicia de historiadores, filólogosy arqueólogos o cuando menos les trae de cabeza. Pero a los efectosque nos ocupa, lo único que interesa destacar es que hasta bienentrada la Edad Media no comenzamos a tener noticia de laexistencia de tres comunidades humanas diferenciadas, queacabaron por ser conocidas con el nombre de Álava, de Guipúzcoa yde Vizcaya

    52. Bien entendido que cada una de ellas tiene una historia

    diferente y un régimen jurídico distinto. Examinaremos primero la particular historia de cada territorio

    histórico del País Vasco y su foralidad respectiva antes de abordar lastransformaciones sufridas por la misma a lo largo del siglo XIX.

    Dejaremos constancia asimismo de que si existe ciertoparalelismo entre los fueros de los territorios vascos –las JuntasGenerales son la institución foral más relevante en todos ellos–, noexiste el menor paralelismo con las instituciones propias del reino deNavarra.

    Desharemos igualmente el mito de la existencia de un Estado

    vasco medieval, como el que últimamente parece haber surgido en elhorizonte por el mero hecho, como ya hemos señalado antes, de queen tiempos del rey de Navarra Sancho III el Mayor, que reinó entre losaños 1004 y 1035, los territorios vascongados quedaron sometidos a

  • su autoridad real. Pero quienes abogan por ello no quieren tener encuenta que Álava, Guipúzcoa y Vizcaya nunca formaron parte delterritorio del reino y que el monarca –al que en algunas partes delPaís Vasco se erigen monumentos como “rey de los vascos”– fracasóen su intento de configurar un poderoso reino navarro acrecentándolocon numerosos territorios, entre otras razones porque losvascongados no mostraron el menor interés en pertenecer a él.

    En realidad, la dependencia efectiva de las Provincias

    Vascongadas de la corona navarra se reduce a menos de un siglo, deforma desigual según el territorio de que se trate. He aquí elcómputo

    53:

    ÁLAVA De 1029 a 1076 = 47 añosDe 1123 a 1134 = 11 añosDe 1179 a 1200 = 21 añosTotal 79 años______________________ GUIPÚZCOA De 1014 a 1076 = 62 añosDe 1123 a 1134 = 11 añosDe 1179 a 1200 = 21 añosTotal 94 años______________________ VIZCAYA De 1029 a 1076 = 47 añosDe 1123 a 1134 = 11 años Total 58 años Guste o no guste, la única verdad inconcusa es que desde que

    las Vascongadas tuvieron uso de razón política su historia se

  • desenvuelve en Castilla o junto a Castilla, sin que se hubiera forjadoningún lazo que pudiera sugerir la existencia de una mínimaconciencia colectiva de pertenencia a un único pueblo. Habrá queesperar al siglo XIX para que comiencen a tejerse relaciones políticas–que no instituciones comunes– a causa, en primer lugar, de lasguerras carlistas, pues la necesidad de combatir a los ejércitosliberales obligó a compartir el esfuerzo bélico y, en segundo término,porque el centralismo y la uniformidad estatales se convirtieron enenemigos de la foralidad, lo que dio lugar a una cierta solidaridad, sinque en ningún momento vascos y navarros formaran un frente comúnpara defenderse de los ataques jacobinos.

    ÁLAVATras el derrumbamiento de la monarquía visigoda, en el norte

    peninsular se formaron núcleos de resistencia en una línea que ibadesde el condado de Urgel, seguía por los más abruptos de Pallars,Ribagorza, Sobrarbe, Aragón, Navarra, el país vascongado yAsturias. Hacia el sur los límites eran muy imprecisos. Los reyesasturianos tenían bajo su protección a los territorios vasco-cantábricos. Las expediciones musulmanas fueron frecuentes aunqueno llegaron a permanecer de forma estable.

    El nombre de Álava aparece en el siglo IX en diversos textos,

    entre otros, del arzobispo de Toledo, el navarro Rodrigo Jiménez deRada

    54. Los alaveses se regían por la Cofradía de Arriaga, cerca de

    la actual Vitoria. El primer documento que hace referencia a ella es de1258, aunque es de suponer que sus orígenes fueran más remotos.En las juntas de Arriaga, de carácter aristocrático, se resolvía todo lotocante a la administración pública y se elegía jefe militar o conde aquien se juzgara más idóneo para desempeñar la función de protegera los alaveses, y que podía no ser de la tierra.

    Más adelante veremos al conde Fernán González, titularse

    señor de Álava y de Castilla en el año 932. El matrimonio de Sancho

  • el Mayor, rey de Pamplona, con una hija del conde castellano leconvertirá en señor de Álava.

    Ya hemos dicho cómo Sancho III el Mayor, rey de Pamplona,

    (1004-1035) llegó a reinar sobre todos los reinos cristianospeninsulares y el ducado de Gascuña (Aquitania). No es cierto querepartiera los diversos reinos entre sus hijos, frustrando así la unidadnacional. A su primogénito, García el de Nájera, le dio en herencia el“regnum” en su integridad, atribuyendo a los restantes hijosdeterminados territorios en concepto de herederos regios, pudiendotransmitirlos a sus hijos, pero manteniendo la fidelidad a la ramaprimigenia. De acuerdo con este criterio, y para darle mayor autoridadSancho el Mayor acrecentó los dominios del reino de Pamplona(buena parte de Navarra estaba bajo dominio musulmán) con losterritorios de Álava (que incluía Vizcaya y Guipúzcoa), Nájera (LaRioja), las tierras de Tarazona y Soria, hoy Garray, antigua Numancia,la primitiva Castilla y las Asturias de Laredo.

    A Ramiro, que por no haber nacido dentro del matrimonio

    aunque fuera mayor que García no le fue reconocida la primogenitura,Sancho el Mayor le dio el condado de Aragón, que era una porcióndel reino de Pamplona. A Gonzalo se le asignaron las comarcas deSobrarbe y Ribagorza. Por último, Fernando, que había recibido envida el condado de Castilla, continuó al frente del mismo.

    Pero la ambición de los hermanos sin corona real sería la causa

    de serias desavenencias entre ellos. Al final hicieron caso omiso deltestamento de su padre y Fernando se proclamará rey de Castilla yRamiro hará lo propio en Aragón.

    En 1054, las armas navarras chocaron con las castellanas en

    Atapuerca, cerca de Burgos. García murió en la batalla. Le sucedió enel trono pamplonés su hijo Sancho IV el de Peñalén. Un día sushermanos Ramón y Ermesinda le invitaron a una cacería y cuando elrey estaba en lo alto de Peñalén, situado en las proximidades deFunes, para contemplar el extraordinario paisaje que se extendía alos pies del precipicio, lo empujaron al abismo. Esto ocurría en 1076.

  • Los hijos de Sancho IV eran menores de edad y la ocasión fueaprovechada por Alfonso VI de Castilla y Sancho Ramírez de Aragónpara repartirse el reino navarro. Álava, Guipúzcoa y Vizcaya así comoLa Rioja quedaron bajo el dominio castellano.

    Álava volvió a depender de la corona de Navarra en 1123,

    reinando Alfonso el Batallador, que también era rey de Aragón. Añosdespués, en 1181, el rey Sancho VI el Sabio de Navarra

    55 fundó la

    ciudad de Vitoria y otorgó fueros a diversas localidades alavesas.Pero la vinculación a Navarra será efímera, pues poco después Álavase separará definitivamente de la corona navarra.

    Diego López de Haro, señor de Álava, Nájera y Bureba, se

    rebeló contra Sancho VII el Fuerte de Navarra, puso sitio a Vitoria ysolicitó la ayuda del rey Alfonso VIII de Castilla. Después de unatenaz resistencia de la guarnición navarra que duró seis meses,Vitoria cayó en poder del rey castellano, que la incorporó a su Coronaasí como al condado de Treviño, que no formaban parte de laCofradía de Álava. Era el año 1200.

    Desde entonces y hasta el año 1332, los territorios sujetos a la

    Cofradía de Álava permanecieron independientes. El 2 de abril dedicho año, los alaveses enviaron procuradores a Burgos, donde sehallaba el rey Alfonso XI, ofreciéndole el señorío de aquella tierra “quehasta entonces era libre, acostumbrada a vivir con sus fueros yleyes”, según relata Juan de Mariana

    56. El historiador José María

    Angulo refiere lo ocurrido en la capital castellana: “Allí la libertad enque tantos siglos se mantuvieron inviolablemente, de su propia yespontánea voluntad la pusieron bajo de la confianza y señorío delrey, el cual les conservó sus privilegios antiguos, con que seconservan hasta hoy en un estado semejante al de libertad”

    57. El rey

    después pasó al campo de Arriaga, donde la Cofradía alavesa le hizoentrega de la provincia a cambio de conservar sus fueros, en concretoel fuero de Soportilla, mientras en lo demás se observaría el Fuero delas Leyes o Fuero Real: “Ahora el año de 1332 la Provincia de Álava

  • suplicó al Rey por sus Procuradores la recibiese a su obediencia. ElRey lo hizo en el campo de Arriaga, y la incorporó toda en la CoronaReal, y juró no enagenarla de ella, y le concedió muchas franquezas ylibertades: las quales le han confirmado y aumentado los Reyes quele han sucedido, y hecho muchas mercedes correspondientes a losgrandes servicios que Álava les ha hecho siempre con rarosexemplos de lealtad, y buenos testimonios de su antigua nobleza”

    58.

    La idea de la voluntaria entrega o adhesión de Álava a la Corona

    de Castilla permanecerá viva en la conciencia alavesa a lo largo del tiempo, si bien ya no se derivan de ella consecuencias políticas, entre otras cosas por haber renunciado en 1979 a la reintegración foral plena para formar parte, como un territorio histórico más de fuero reducido, a la Comunidad Autónoma del País Vasco.

    Algunos historiadores contemporáneos minimizan el alcance

    político del pacto de 1332, por entender que la Cofradía se entregó alrey castellano porque así lo requería la conservación de los privilegiosde los clanes nobiliarios de la provincia o el enfrentamiento quemantenían con los habitantes de las villas de fundación real y no enejercicio de una actuación soberana en términos políticos

    59. Para el

    fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, la incorporación deÁlava a la Corona de Castilla (al igual que la de Guipúzcoa y Vizcaya)no alteró la libertad de los alaveses para separarse del reinocastellano

    60.

    Pero no fue así, porque la incorporación a la corona se hizo a

    perpetuidad, dado que en lo sucesivo quienes fueran los sucesoresde Alfonso XI en sus reinos de Castilla y León, tendrían el señorío dela tierra de Álava. Es la misma fórmula que dos siglos más tarde seutilizará para afirmar la indisolubilidad de la incorporación del reino deNavarra a la Corona de Castilla en 1515.

    La foralidad alavesa, entendida como el conjunto de

    instituciones jurídico-políticas que regían la vida de la provincia, sin

  • perjuicio de las funciones inherentes al ejercicio del poder real, entorno al cual se construirá más adelante la concepción de lasoberanía, no nace en virtud del pacto de Arriaga.

    Durante algo más de un siglo, la nobleza alavesa, presente en la

    corte del monarca castellano, conseguirá retomar las posicionesperdidas. Se supone que los clanes nobiliarios llegaron a controlar el80 por ciento de su territorio. Esta situación provocó un grave conflictosocial que se tradujo en la creación de “Hermandades”, fenómenosemejante al que ocurrió también en Castilla.

    Habrá que esperar más de un siglo para asistir al alumbramiento

    de las Juntas Generales, que nada tienen que ver con la Cofradía y sícon la aparición de las Hermandades, institución castellana quetambién cristaliza en Álava. La Hermandad era una asociación dediversos municipios para defender a la población frente a losmalhechores.

    La primera Hermandad alavesa de la que se tiene noticia es la

    constituida por en 1417 por las villas de Vitoria, Salvatierra y Treviño.Intentaron agrupar al resto del territorio pero fracasaron en el intento.Fue la intervención del rey de Castilla, Enrique IV, la que condujo en1458 a la constitución de una Hermandad que agrupara a todo elterritorio. El rey era el primer interesado en pacificar un territorio delque percibía cuantiosas rentas procedentes del tráfico comercial,dando satisfacción a los elementos más dinámicos de la sociedadalavesa, que eran los vitorianos. La Hermandad consiguió atenuar lapresión señorial y obtuvo la abolición de las rentas y otrasprestaciones hasta entonces violentamente exigidas por los señoresnobiliarios. “Pero, sobre todo -escribe José Ramón Díaz de Durana-,la victoria de la Hermandad se produjo en el plano político, pues nosólo acabó imponiendo un modelo de organización administrativa quevertebró de nuevo políticamente el territorio alavés, sino que desplazópara siempre de los órganos de representación y decisión a losgrandes de la nobleza alavesa. La Hermandad alavesa, por tanto,nace en un contexto de grave conflictividad social y política, y su

  • definitiva creación resulta determinante en la resolución y en elresultado final de la misma, pero entre su inicio y este anunciadoprimer desarrollo se produce la formación territorial de lo que hoyconocemos como Álava y se despliega una organización político-administrativa que, en sus rasgos esenciales fue diseñada por lasOrdenanzas de 1463”

    61.

    Fue en este año de 1463 cuando el rey Enrique IV de Castilla

    promulgó unas nuevas Ordenanzas reguladoras del funcionamientode la Hermandad. No se trata de ninguna norma pactada con laHermandad, aunque en su redacción participaron dieciséisprocuradores designados por ella, bajo la presidencia de PedroAlonso de Valdivielso, jurista nombrado a tal efecto por el rey. Lasordenanzas constan de sesenta títulos y constituyeron, como haindicado G. Martínez Díez “el cuerpo fundamental de las leyes de laProvincia de Álava durante 400 años”

    62. Es en ellas donde se

    establece minuciosamente el funcionamiento de las JuntasGenerales

    63.

    Los Reyes Católicos ratificaron estas Ordenanzas en 1488 y Carlos V en Valladolid en 1535. Poco

    después, atendiendo a las quejas formuladas por los alcaldes de la Hermandad sobre los abusos de lajusticia ejercida por miembros de la nobleza, el emperador decretó su exención de la jurisdicción señorial eindicando por quiénes deberían ser juzgados en caso necesario: por el Diputado general, las JuntasGenerales o la Chancillería de Valladolid.

    En la provincia existían cincuenta y tres Hermandades, agrupadas en seis cuadrillas, con un

    número irregular de miembros en cada una de ellas. Las cabezas de cuadrilla eran Vitoria, Salvatierra,Laguardia, Ayala, Zuya y Mendoza. La representatividad de las Juntas estaba limitada por la exigencia de

    que para ser elegido procurador resultaba imprescindible poseer cuarenta mil maravedíes64

    . Las Juntas estaban compuestas por los representantes elegidos por las Hermandades, que

    enviaban uno o dos procuradores. Formaban además parte de ellas el Diputado general, el tesorero de laProvincia, dos escribanos y los alcaldes de Hermandad. Celebraban dos reuniones anuales, una en Vitoriay otra donde se decidiera por las Juntas, que no podían durar más de quince días cada una. Podíancelebrar sesiones extraordinarias.

    Las Ordenanzas dedicaban buena parte de sus normas a la tipificación de los delitos o “casos de

    Hermandad” (hurto, robo, incendio, allanamiento de morada y otros crímenes) y a las penas que habían deaplicarse en cada caso. Las “decisiones” de las Juntas, dictadas con posterioridad, irán formandojurisprudencia, pero no son en modo alguno una función legislativa como algunos modernos historiadoresentienden. Las Juntas no promulgan leyes. Se limitan a aplicar el derecho contenido en las Ordenanzas.Sus atribuciones son fundamentalmente administrativas y en este campo extraordinariamente amplias.

  • El rey, a diferencia de lo que ocurría en Vizcaya y Guipúzcoa, no designaba un corregidor que lorepresentase y asumiera la dirección del gobierno de la provincia. Su representación recaía en el Diputadogeneral o juez ejecutor, que desde 1534 sería elegido por seis electores, tres designados por las JuntasGenerales y los otros tres por la ciudad de Vitoria (el procurador general y los dos regidores). Fácil es decomprender que dado que las Juntas sólo se reunían un máximo de treinta días al año, la figura delDiputado general se convertirá en la institución clave de la foralidad alavesa.

    Si el Diputado general consideraba que había algún asunto urgente que requería solución

    inmediata, convocaba una Junta particular, integrada por dos comisarios nombrados por la ciudad de Vitoriay cuatro diputados elegidos en la segunda sesión ordinaria anual de las Juntas, que se celebraban en elmes de noviembre.

    Como ya hemos señalado, las Juntas nunca ejercieron funciones legislativas. Su función era aplicar

    el Derecho contenido en las Ordenanzas, para lo que dictaban “decisiones de Juntas”. No obstante, ante lasnuevas necesidades surgidas como consecuencia de la evolución de la sociedad o de los acontecimientoslas Juntas debían pronunciarse mediante nuevas decisiones.

    La principal función de las Juntas es el ejercicio de las funciones administrativas. Tenían facultades

    para organizar sus servicios y para hacer cumplir sus decisiones. Se ocupaban del orden público, delabastecimiento, de la regulación del comercio, de la vigilancia de los pesos y medidas. En la segunda mitaddel siglo XVIII comienzan a ejercer funciones en materia de educación y obras públicas.

    Álava contribuía a los gastos de la Corona mediante el otorgamiento por las Juntas Generales del

    servicio o “donativo gracioso”. Una vez determinada la cuantía del donativo y efectuada por las Juntas laderrama correspondiente sobre las Hermandades, eran éstas las que se ocupaban de la recaudaciónmediante repartimiento vecinal. Las Hermandades podían además satisfacer con cargo a sus propiosfondos las cantidades que les hubieran correspondido.

    La hidalguía universal, propia de Vizcaya y Guipúzcoa, donde no había distinción entre nobles y

    plebeyos, no tenía aplicación en Álava por el origen nobiliario de la Cofradía de Arriaga65

    . Esto suponíaque los labradores y collazos estaban obligados al pago de alcabalas, al igual que en Castilla.

    Los alaveses debían responsabilizarse de la defensa de su territorio. En teoría sus milicias no

    tenían obligación de salir del límite de la provincia. Pero no siempre fue así. Cuando Fernando el Católicoinvadió Navarra en 1512, los alaveses formaron parte de su ejército junto a guipuzcoanos y vizcaínos. Porotra parte, durante los siglos en que Francia disputó la hegemonía a España, el carácter fronterizo del PaísVasco obligó a las Provincias a movilizarse frente a los ejércitos franceses. Las Juntas Generalesdecretaban la movilización general o acordaban levantar alguna compañía para su integración en el ejércitoreal fu