Jacqueline Gilbert - Hombre o Mito (1)

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U U n n H H o o m m b b r r e e D D i i v v i i n n o o ¿ ¿ H H o o m m b b r r e e o o M M i i t t o o ? ? Jacqueline Gilbert Un Hombre Divino (1987) En Harmex: ¿Hombre o Mito? Título Original: Capricorn Man (1987) Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Jazmín 536 Género: Contemporáneo Protagonistas: Michael Dalmain y Nicola Redford Argumento: Nicola no podía creer la divertida situación. Michael, su adversario de la infancia, necesitaba una secretaria que lo ayudara en su despacho de abogados y en el cuidado de sus hermanos más chicos, quienes eran demasiado inquietos, inclusive para él. Michael, desde muy joven, tuvo excesivas responsabilidades, y Nicola fue una de ellas. Aun siendo niña le causó infinidad de problemas por su tendencia a desafiar el peligro. Según la opinión de Michael, Nicola siempre se encontraba en dificultades y así sería incluso en el amor.

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Novela Romantica

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UUnn HHoommbbrree DDiivviinnoo ¿¿HHoommbbrree oo MMiittoo??

Jacqueline Gilbert

Un Hombre Divino (1987) En Harmex: ¿Hombre o Mito? Título Original: Capricorn Man (1987) Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Jazmín 536 Género: Contemporáneo Protagonistas: Michael Dalmain y Nicola Redford

Argumento: Nicola no podía creer la divertida situación. Michael, su adversario de la infancia, necesitaba una secretaria que lo ayudara en su despacho de abogados y en el cuidado de sus hermanos más chicos, quienes eran demasiado inquietos, inclusive para él. Michael, desde muy joven, tuvo excesivas responsabilidades, y Nicola fue una de ellas. Aun siendo niña le causó infinidad de problemas por su tendencia a desafiar el peligro. Según la opinión de Michael, Nicola siempre se encontraba en dificultades y así sería incluso en el amor.

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Capítulo 1 La Sinfonía de Brahms llegó a su final y por encima de los aplausos que

cesaban, se oyó la voz del locutor, informando a los oyentes, que habían escuchado una repetición de un concierto dado el año anterior en el Royal Albert Hall por la Orquesta Sinfónica de Nueva York, dirigida por Cornelius Webber.

¡Neil! Nicola Redford dio un salto, agradablemente sorprendida e hizo a un lado la página del manuscrito que corregía. ¡Qué coincidencia! Sonriendo recordaba al Neil que había visto hacía sólo dos días con el brazo sobre el hombro de su madre diciéndole adiós en el aeropuerto Kennedy.

Nicola se estiró, se reclinó sobre las almohadas y pensó en todo lo que había sucedido el año anterior… desde el momento que Neil irrumpió en sus vidas. Tenía casi sesenta años, el cabello grueso, gris plateado y el rostro un poco huraño, pero su reputación como director y músico excluía el paso de los años. Como se lo había dicho Neil, los directores nunca se retiran, ¡los sacan del podio protestando!…

"De su padrastro, los pensamientos de la joven se dirigieron a su madre, Adele. Abandonada por su esposo cuando Nicola era un bebé y viuda algunos años más tarde, Adele Redford luchó para ganarse la vida como músico, yendo a donde había trabajo. Ella y su hija vivían con la maleta en la mano en cuartos de hoteles polvorientos y baratos. Al final, Adele se dio cuenta de que Nicola necesitaba una educación más estable y con la ayuda financiera de su cuñado, la envió a un internado, aunque Nicola pasaba los fines de semana en Bredon House, en casa de su tiíta Joan. Esos años dieron a Nicola un fuerte espíritu independiente y al progresar Adele en el mundo musical, la vida de Nicola se dividió en tres canales bien diferentes. Sufría la escuela porque tenía que hacerlo y sus aventuras y travesuras le traían problemas constantes, pero era brillante y prestaba atención a aquellas materias que le gustaban. Bredon House resultaba un ejemplo de lo que era la vida en familia a la que ella tanto deseaba pertenecer. Pero sus visitas a Adele eran los elementos sobresalientes y al salir de la niñez se reforzó la gran lealtad que profesaba a su madre, al darse cuenta de lo juiciosa y calmada que era. El lograr un carácter tal constituía su objetivo. Nicola era impulsiva y distaba mucho de ser calmada y además, con facilidad se metía en dificultades. Tenía un espíritu inquieto, una mente inquisitiva y odiaba atarse a un solo trabajo. Cuando Cornelius Webber entró en la vida de su madre, Nicola fue feliz.

"Habían invitado a Neil a ser director huésped de la orquesta sinfónica de la cual Adele era guía. Estaba en Inglaterra para dar una serie de conciertos en todo el país. Según Adele, era como un oso durante los ensayos, exigente pero brillante e inspirador. Más tarde, cuando la sorprendió invitándola a cenar, comprendió que no era tan oso como parecía y, antes que se diera cuenta, Adele estaba casada y viajando hacia América. Era el segundo matrimonio para los dos. La primera esposa y el hijo de Neil habían muerto en un accidente automovilístico después de tres años y él se había enfrascado en su trabajo, sin considerar nunca volver a casarse hasta que se fijó en esa atractiva primera violinista. En lo que respecta a Adele, hacía mucho pensaba que una cosa como un romance de mediana edad no era para ella.

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"Nicola observó el cortejeo desde lejos y al final, animó a su madre a casarse, al darse cuenta de que estaba comprometido el corazón de Adele. Un año después persuadieron a Nicola a que los visitara en Nueva Inglaterra y estuvo con ellos durante tres meses. Neil trató de animarla a que permaneciera indefinidamente, fascinado con esta hija que le había caído del cielo y fue de lo más persuasivo.

"—Tu madre sería muy feliz si decidieras establecerte aquí. Te alquilaríamos un lindo apartamento en Manhattan en donde podrías dedicarte a escribir, la inspiración no está confinada a Inglaterra. Piénsalo, Nickie, la has pasado bien aquí, ¿no es verdad?

"Nicola respondió con rapidez:

"—Neil, sabes que lo he hecho.

"—Entonces, ¿por qué no te quedas? ¿Hay alguien especial en Inglaterra? Adele piensa que no, pero no sería la primera vez que un padre estuviera en la ignorancia.

"—No, nadie en especial. Algunas veces dudo que me casaré.

"—Respondes con mucho dramatismo, sobre todo para alguien de tu edad. La vida apenas comienza a ponerse interesante y tienes demasiado camino por delante de tus veintiocho años. ¡No puedo creer que nunca te lo hayan pedido!

"—Gracias por el cumplido, Neil. De hecho, me lo han pedido varias veces, probablemente sea melindrosa.

"—Dulzura, cuando te encuentres con el hombre adecuado seguro que lo sabrás. Te dejaremos ir, si prometes visitarnos con regularidad y si alguna vez tienes un problema, aquí estamos.

"La charla con Adele se desarrolló con el buen sentido y la calma característicos de su madre.

"—Me entristece que te vayas, pero lo comprendo —caminaban a lo largo de la costa de Long Island South, el último día de la estancia de la joven—. Nicola, me preocupa que no encuentres vacío el apartamento.

"—Eso no es problema, le daré a los inquilinos la oportunidad de buscar algo y permaneceré con Jennie y Bill Lambert durante ese tiempo.

"—¿Irás a Bredon House a visitarlos? Si lo haces, salúdalos de mi parte —frunció el ceño—. Tenemos muy poca familia en Inglaterra, pero si necesitas ayuda o consejo Michael te los dará.

"—¿Aún te escribe, madre?

"—Sí, tan sólo para mantenernos en contacto.

"—Mejor se los pido a Kit. Michael y yo hemos hecho una tregua, pero aun así, mejor me dirijo a Kit.

"—Mis simpatías están con Michael. Cuando eras pequeña acostumbrabas hacerle recordar su triste suerte. ¿Les has hablado a los niños de tu libro?

"Nicola sonrió al pensar que a los primos Dalmain se les llamara "niños" y negó con la cabeza.

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"—Rara vez veo a Michael, en cuanto a Kit, esperaré a que los Dalmain acepten mi siguiente libro antes de darme a conocer. Me muero por ver la cara que pondrá Kit cuando sepa quién es el nuevo autor —rió y se volvió hacia su madre—. ¡Casi ni yo puedo creerlo!

"—Querida, yo puedo. Siempre has tenido inventiva y te ha gustado garrapatear cuentos, desde niña. No me sorprende que escribas un libro y estoy muy orgullosa de ti, lo mismo que Neil.

"Nicola pasó el brazo por los hombros de su diminuta madre.

"—Les enviaré una copia debidamente firmada —prometió, sonriendo.

"—Espero que lo hagas, querida —Adele se detuvo—. Hemos caminado lo suficiente, ¿no te parece? —se volvieron y los ojos de Adele buscaron a su esposo, quien venía en su bote hacia la playa y descansaba en el joven que lo ayudaba—. Tenemos que invitar a comer a este joven, ¿no crees Nickie?

"Nicola sonrió entre dientes, observando cómo la lancha entraba suavemente en el puerto.

"—Pienso que sí. Este joven no es un esposo en potencia como todos los que Neil hace desfilar ante mí cuando estoy aquí. ¡Pobre Neil! Todos sus planes de casamentero se han ido al diablo. No, pasaremos la última tarde solos, únicamente los tres…"

El teléfono sonó con insistencia e hizo que Nicola volviera con prontitud desde Westport, Connecticut, hasta Bredon House, Ashwell, Surrey. Apagó la radio y con la mano levantó el auricular. Estaba a punto de hablar cuando una voz en el otro extremo de la línea dijo:

—Señorita Golding, he vuelto. La invito a tomar el té —y antes que pudiera hablar se interrumpió la comunicación.

Michael Dalmain. No había cambiado mucho, pensó Nicola. ¡Aún seguía dando órdenes disfrazadas de pedidos y esperando que se cumplieran! Sus labios se curvaron en una jubilosa sonrisa. ¡He aquí que apenas llegaba a Inglaterra cuando, al contrario de lo predicho por su madre, ya estaba ayudando a Michael!

Nicola hizo a un lado las sábanas, saltó de la cama y se puso un kimono. Se miró en el espejo y examinó su cara con crítica, no había heredado la belleza de su madre, ni el cabello castaño oscuro ni sus brillantes ojos verdes. Lo que en realidad la apesadumbraba era que no tenía nada del talento musical de Adele. De su padre había heredado la altura y el temperamento, que más o menos pudo controlar durante su vida adulta. ¿De quién había heredado el gusto por escribir?

Cuando hacía el té recordó la ocasión en que trataba de describir la familia Dalmain a Neil, al preguntarle éste sobre sus parientes en Inglaterra.

"—Es un poco complicado. La hermana más joven de mamá, Joan, se casó con un viudo, John, cuya primera esposa había muerto al dar a luz a un hijo, Michael, quien tenía trece años cuando tuvo lugar el segundo matrimonio, finalmente nacieron Noel y Cassandra, que son mis verdaderos primos. El tío John era socio en la editorial de los Dalmain, Dalmain Publishing, posteriormente él y la tía Joan

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tuvieron que abordar una pequeña avioneta piloteada por un amigo para ir a una feria de libros en Edimburgo. El avión chocó en la niebla y no hubo sobrevivientes.

"Neil gruñó con simpatía y Nicola prosiguió:

"—Michael tenía veintiséis años cuando sucedió esto, estaba capacitándose para llegar a ser abogado. Noel tenía… déjame pensar… diez años y Cassie seis. Michael quedó como su tutor y Bredon House es su base, pero tiene un apartamento en Londres y pasa parte de su tiempo ahí y otra parte en Ashwell, a una hora por tren de la ciudad —miró con tristeza—. Yo acababa de cumplir veintiuno cuando murieron y no lo podía creer. Estaban mucho más cercanos a mí de lo que normalmente lo están un tío y una tía.

"—¿Qué edad tienen ahora los niños? —preguntó Neil. Nicola lo pensó un momento.

"—Noel va a cumplir dieciocho y Cassandra tiene catorce. Michael ha sido en extremo bueno con ellos, el organizar su vida alrededor de ellos no fue fácil.

"—¿Está casado?

"—No. Ninguno de ellos lo está. Parece que los Dalmain no se casan jóvenes.

"—¿Ellos? —Neil frunció el ceño.

"—Lo siento, quise decir Michael y su primo Kit. El tío John era socio de su hermano Rupert y Kit es hijo de éste. Trabaja en el negocio junto al tío Rupert y acaban de aceptar mi libro.

"—De manera que no estás totalmente sin familia en Inglaterra.

"—Sólo Noel y Cassandra son en realidad mis familiares, pero los Dalmain han permitido que los adopte a todos. He pasado unos días maravillosos en Bredon House. Es un lugar adorable, en las afueras de Ashwell, sientes como si vivieras en el campo, un lugar maravilloso para que crezcan los niños. Tuvimos muchas aventuras, Michael, Kit y yo. En realidad ellos no deseaban que los acompañara, pero no tenían elección y yo los seguía.

"Cuando se conocieron ella era alta para sus ocho años, delgada y huesuda, con el cabello rojizo, recogido, sobre el cual llevaba un gorro de marinero. Vestía una camisa de cuadros, pantalones vaqueros y una cazadora de algodón, calzaba zapatos tenis. Vista desde atrás parecía un muchacho y tal era su intención, pero al volverse, no podía negar su verdadero sexo. Las facciones eran tan delicadas que era imposible que fuera otra cosa si no mujer. No era bonita, pero se veía algo en ella que auguraba buen futuro: los ojos garzos punteados de dorado, la curva de la mejilla y la boca ancha y sensual.

"—¿Quién es? —preguntó con curiosidad el muchacho rubio y el otro moreno miraba ceñudamente y decía:

"—La sobrina de Joan.

"La niña miraba al otro niño, le guiñaba el ojo y respondía:

"—Soy Nickie. ¿Cómo te llamas?

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"—Kit, soy primo de Michael.

"Yo también soy prima de Michael, replicaba orgullosamente la niña. El ceño del muchacho moreno se hacía más profundo y manifestaba con brusquedad: "No, no lo eres, no tenemos relación". Se volvía y comenzaba a alejarse. El niño Kit reía y corría a alcanzar a su primo. Pocos segundos después, Nicola apretaba las mandíbulas e introducía en sus bolsillos los puños cerrados y determinada, los seguía. Al recordarlo sonreía. Kit era tranquilo, sereno, aún lo es y no le importaba mucho, pero hacía enfurecer a Michael y quedábamos como enemigos mortales. Yo odiaba ser niña y solamente me gustaban las aventuras que solían ser peligrosas y Michael pasaba mucho trabajo para sacarme de ellas…"

Nicola sonreía con estos recuerdos mientras llevaba la bandeja del té a lo largo del corredor hasta la habitación que Michael utilizaba como oficina. Llamó a la puerta y entró con la bandeja, cerrando la puerta con el pie.

Esperó un momento en tanto acostumbraba sus ojos a la semioscuridad. Michael estaba sentado en su escritorio leyendo una carta, una lámpara solitaria le daba la suficiente luz para el trabajo. Murmuró, sin levantar la vista:

—Gracias, señorita Golding.

Por su apariencia había estado en alguna función importante, ya que vestía un traje de etiqueta, ahora tenía floja la corbata, desabotonado el botón superior de la camisa blanca y la chaqueta colgada en el respaldo de la silla.

Nicola observó a este hombre con curiosidad. Debe tener treinta y tres años, pensó, e hizo un rápido cálculo mental. Poseía la amplia frente de los Dalmain y la larga nariz recta, unos hoyuelos se le formaban en las mejillas, la mandíbula fuerte, más bien cuadrada, y una hendidura en medio. Abajo de las cejas rectas había unos ojos azules de mirada fría, el cabello abundante y oscuro y la boca con el labio superior delgado, completaba lo que era una cara llamativa, más bien que hermosa. Como abogado, su atractiva cara, bastante alto y su voz que podía, cuando era necesario, utilizar como la de un actor, le daban una ventaja considerable en los tribunales y lo más importante, era de mente ágil. Cuando Michael Dalmain era más encantador y persuasivo en el tribunal, había que temerle. Hablando en general, era una persona muy reservada con un tremendo autocontrol. Nicola recordó que, una vez dejada la niñez se conducían entre sí con bastante ecuanimidad. Incluso ahora sentía la urgencia de probar ese autocontrol hasta el límite, pero se debía porque consideró como furiosa a la enigmática e inescrutable mirada que lanzó sobre ella. Sabía que detrás de la máscara relajada y cortés, había una fuerza que debía tener en cuenta, habiendo en el pasado soportado el embate de ataques tanto físicos como verbales. Ciertamente su cortesía y una poca tolerancia divertida hacia ella, eran armas difíciles de derrotar.

Tal vez fuera éste el momento de determinar lo que hacía que Michael fuera tan sermoneador y hacer a un lado los garrotes. Si él aceptaba su ayuda, tendrían que trabajar y vivir juntos muy de cerca. Si él aceptaba su ayuda, ¡había muchas probabilidades de que la rechazara!

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Al poner la taza sobre el escritorio Nicola se dio cuenta de que su percepción parecía ser más aguda, más consciente. La madurez había dado a Michael profundidad a sus rasgos y ella comprendió, de mala gana, que podía creer con facilidad las historias que Kit contaba y en las que se describía a Michael como un tenorio… si bien Kit era alguien que también daba que hablar. Pero sus amores eran un torbellino abierto y notorio.

Puso la taza sobre el escritorio notando la pequeña cicatriz que tenía sobre su ojo derecho y que le había causado Nicola en un accidente de juego.

Al oír el sonido de la porcelana, Michael parpadeó y dijo de nuevo:

—Gracias… —y continuó con la carta agregando—. ¿hay algo nuevo? —fue entonces cuando se dio cuenta y levantó la cabeza. Sus ojos se oscurecieron por la sorpresa y una mancha de color le enrojeció las mejillas, luego volvió su frialdad y continuó—: Hola, Red… ¿a qué debo este honor? Temo lo peor.

Nunca pudo conseguir que la dejara de llamar "Red", abreviatura de Redford, pues era peculiar de los muchachos el utilizar sobrenombres. Todo había comenzado al usar ella una tintura para el cabello para imitar el de su madre, el experimento no resultó y durante días anduvo con bandas de un color magenta brillante en el cabello. Tuvo que luchar contra cualquiera que se burlara de ella y en ocasiones tenía que ser rescatada por Michael, que terminaba peleando con el oponente de ella. Al pasar de una niña huesuda a una quinceañera delgada y atractiva, los chicos estaban menos inclinados a burlarse de ella, pues deseaban sus favores más que sus puños… todos excepto Michael, quien insistía en llamarla Red.

—¡Qué injusto! —replicó Nicola con calma—. ¡Hola, Michael! No recuerdo si tomas azúcar —y puso la azucarera junto a la taza.

Michael se echó hacia atrás, se levantó y dio vuelta al escritorio encendiendo otra lámpara. Por un momento Nicola creyó que la iba a besar pero tan sólo puso las manos sobre sus hombros y la acercó al círculo luminoso.

—Te veo muy bien Red —retiró las manos de los hombros de Nicola—. Pensé que estabas en los Estados Unidos.

—Volví hace un par de días. Soy un ángel de la guarda —siguió su impulso y lo besó levemente en la mejilla. Lo sintió congelarse y retirarse un poco. ¿Qué había esperado? Roma no se construyó en un día.

—A veces he pensado de ti muchas cosas, Red, pero no puedo recordar haberte visto con una aureola celestial —Michael se recostó en el escritorio mirándola.

—Siempre hay una primera vez —se dirigió a la bandeja, tomó su propia taza, se sentó en una silla cercana y preguntó—: ¿Nunca pensaste que era un ángel de la guarda cuando corrí tres kilómetros a casa para ayudarte cuando te rompiste la pierna en Worrel Caves?

—Por supuesto que no. Fue culpa tuya haberte perdido en las condenadas cuevas… si lo recuerdas.

—Pude haber sido la causa de que te encontraras en ese lugar, en ese momento en particular, pero no recuerdo haberte empujado por el peñasco.

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—¡Nunca sabré por qué no te asesiné cuando éramos niños! ¿Qué haces aquí Red? ¿En dónde está la señorita Golding?

—¿No estás contento de verme?

—El placer de tu compañía se ve oscurecido un poco por los recuerdos de los destrozos que normalmente la siguen.

—Oh. ¡Vamos, Michael! Hace años de eso. ¿No puedes considerarme como una muchacha mundana, responsable, de veintiocho años de edad? ¡Otras personas lo hacen!

—¿Por qué volviste de los Estados Unidos? —no pareció impresionado al examinar sus ojos.

—¿Deseas indagar mis razones personales, o me preguntas en realidad, por qué estoy aquí? —juzgó que había ido demasiado lejos. Un brillo de advertencia parpadeaba en esos fríos ojos azules. Ella continuó—. Cassandra me telefoneó.

Michael la miró con fijeza, le dio la espalda, se dirigió al escritorio y se sentó.

—¿Y qué ha hecho Cassandra ahora?

—No mucho, según lo que pude ver. Sin embargo, no tienes una secretaria-ama de llaves-compañía, o lo que la señorita Golding guste llamarse.

El silencio fue la respuesta. Michael, sin inmutarse pasó los dedos por sus cabellos y contestó:

—La señorita Golding es mi secretaria, y se le paga para que viva aquí y que haya otra mujer en la casa, por el bien de Cassandra.

—Ya veo… La señorita Golding ya no está aquí. Creo que la adquisición por parte de Cassandra de un bebé murciélago influyó en su decisión.

Otro silencio mientras Michael asimilaba esta información.

—Explícamelo, por favor.

—Sí, pero bebe tu té. Estoy segura de que no te gustará frío, y no me parece bien levantarme a la media noche, sudar ante una tetera caliente y ver luego cómo se desperdicia mi trabajo.

Michael tomó la taza y añadió una cucharada de azúcar antes de beber el contenido. Irritado contestó:

—No creo que sea la media noche. Si veía encendida la luz de la señorita Golding, se lo pedía y nunca se quejó por ello.

—Apuesto que no —murmuró con sequedad—. Tengo una carta de la estimable señorita Golding en la que, sin duda, dirá que su madre está enferma. Incluso tal vez mencione al murciélago —sacó la carta del bolsillo de su kimono y la hizo ondear en el aire.

Michael se levantó y la tomó, abriéndola en tanto Nicola observaba con interés mal disimulado. Leyó el contenido y la puso sobre el escritorio, tomó la taza y se sirvió más té.

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Nicola esperó durante un segundo o dos y luego se quejó.

—¡Espero que comentes lo que dice! ¿Menciona al murciélago?

—Entre otras cosas: un ratón blanco, una coneja y una serpiente, lo último subrayado.

—Tú sabes cómo siente Cassandra respeto por todas las criaturas, sean grandes o pequeñas pero, aun así, no la dejas tener un perro.

—No es que no quiera, sólo que no es práctico. No se puede esperar que una secretaria se ocupe de un perro cuando todos estamos fuera la mayor parte del día y Víctor tiene suficiente quehacer cuidando la casa. Además…

—…la señorita Golding no soporta los animales.

—¡Condenada mujer! Era una buena secretaria, pero… —dejó la taza en la bandeja.

—…no soportaba a los adolescentes.

—Al principio todo parecía ir muy bien.

—Hasta que se dio cuenta de que la posibilidad de volverse la señora de la casa era remota.

—¿Te dijo Cassandra eso, ¿Red?

—No, Michael, fue Noel —ignoró el tono acusador.

—La mujer tenía cuarenta y cinco años.

—Mi querido Michael. ¿Cuál es la diferencia? Era tan romántica la idea de un abogado solitario, que lucha por la justicia y que llega a su casa agotado después de ganar un caso y encuentra en ella el confort bajo la forma de una jarrita de té y de una mano cariñosa que le acaricia la frente.

Michael hizo una mueca.

—Difícilmente se puede decir que estoy solo, olvidas a Cassandra y a Noel. Y a Víctor también hay que considerarlo.

—¿Volverá ella? ¿La señorita Golding? —inquirió la joven, él negó con la cabeza y Nicola cruzó sus dedos mentalmente—. Bien… ¿Qué dices de mí?

—¿Qué es exactamente lo que quieres decir?

—Quiero darte a entender lo que dije. ¿Qué dices de mí? —Michael no se esforzó en replicar y Nicola agregó—: En este momento estoy sin trabajo. Puedo mecanografiar, tomar taquigrafía y si bien sé que tienes poco respeto por mis capacidades en general, puedo administrar un hogar, en especial con la ayuda de Víctor. Soy muy cortés en el teléfono y confiable en tomar los recados. Limpio mis zapatos en la estera y cuelgo las toallas en su lugar. No soy una secreta bebedora de ginebra… Disfruto de la compañía de los quinceañeros y los ratones blancos —sonrió animada.

—Posiblemente desees trabajar para mí y… bien sabes que tu habitación está disponible siempre que lo quieras.

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Nicola se sonrojó. ¡Con qué corrección se escabullía!

—No estoy desamparada, Michael, ¿por qué no desearía trabajar para ti?

—¿Por qué no permaneciste en América? Sé que Adele lo esperaba.

—No permanecí en América porque no quiero y un trabajo es un trabajo. Me permitirá desahogarme un poco y a los chicos, tener a alguien conocido con ellos. Sé que no objetarías si voy al pueblo ocasionalmente. ¿O lo harías? Necesito hablar a la oficina y firmar cheques… Y puedo tener alguno que otro trabajo de mecanografía, pero procuraré que el tuyo se haga primero —sintió que se sonrojaba de nuevo y siguió con ligereza—: ¡Por el cielo, Michael, si la idea no te agrada, dilo! Estoy segura de que te puedo encontrar a alguien tan competente como la señorita Golding y a quien le gusten los animales y los quinceañeros.

—No llegues a conclusiones, Red. Si eres seria, tu idea me parece admirable, pero debemos hacer las cosas a un nivel profesional, recuerda.

—Naturalmente, será más fácil despedirme cuando te hartes de mí.

—No era eso lo que quería decir —replicó con brusquedad—. Si no aceptas alojamiento y comida gratis, entonces no quiero una secretaria gratis —apretó las mandíbulas—. Estás en el límite, Red.

—Michael, siempre lo he estado en lo que respecta a ti —replicó Nicola con jovialidad—, no seas tan quisquilloso, me juzgas mal. Tan sólo digo que cuando ya no puedas verme más, cuando el límite llegue al punto de ruptura, tienes permiso para despedirme. Y digo lo mismo con respecto a mí. Te diré con prontitud cuando esté harta. Pero por el momento nos acomoda a los dos —hizo una pausa y añadió maliciosa—, prometo portarme bien.

—¡El cielo me libre! —sonrió—. En cuanto a que nos acomode a los dos, incluyendo a Noel y a Cassandra en el trato, pienso que obtengo la mejor parte.

—¿Cómo están? —preguntó sonriente—. Sólo los vi brevemente.

—Viviendo la imagen del quinceañero. Existiendo en su propio mundo y saliendo a la superficie cuando desean algo. Noel está resultando difícil en particular. No parece capaz de hacer o decir nada correcto cuando está preocupado. Con Cassandra se puede vivir, si no se tienen en cuenta los animales extraviados y expósitos que recoge. El asunto del murciélago fue lo último.

—Michael, tengo entendido que lo encontró lesionado y no pienso que lo conserve —trataba de tranquilizarlo—, y además tiene la intención de estudiar para veterinaria, ¿qué cosa más natural que tener una colección de animales?

—Pienso que la parte que tomó Cass en lo que respecta a deshacerse de la señorita Golding no fue pequeña. Estará encantada cuando sepa que vas a tomar su lugar.

Nicola creyó conveniente cambiar de tema.

—Michael, tu reputación crece y los niños me han contado tus éxitos. Si alguna vez me encuentro en problemas te pediré que me defiendas.

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—Dudo que me necesitaras, creo que despistarías al juez con facilidad.

—Cass me dijo que hoy estuviste en el Tribunal. ¿Ganaste el caso?

—Sí, mas no creo que mi cliente lo merezca.

—¡Michael! —exclamó Nicola horrorizada—. ¿Quieres decir que defiendes a tu cliente aun cuando sospechas que es culpable?

—El trabajo es el trabajo y no olvides al jurado. Cambiando de tema, ¿cómo están Adele y Neil?

—Muy bien y muy felices. Es adorable verlos tan juntos, ya que ninguno de ellos es expresivo, parecen sorprendidos de que les haya sucedido en esa época de sus vidas.

—¡Que bueno! ¿Trabaja Adele?

—Ha dado algunos recitales, pero pienso que disfruta con ser esposa. La casa que tienen en Fairfield County, Connecticut, es linda, antigua y colonial, pero necesita el toque de una mujer y éste es el elemento de mi madre. Neil le da vía libre. Estoy feliz de saber que la necesita. Su vida no ha sido fácil, pero nunca se quejó y Neil está decidido a hacerla feliz.

—Tu madre es una mujer de recursos y talentosa. La admiro.

—¿Es cierto eso, Michael? —Nicola sonrió con timidez—. El sentimiento es mutuo. Me lo dijo con bastante frecuencia.

—¡Pobre Red, qué difícil debió haber sido para ti!

—Así es —Nicola quedó pensativa—. Resulta difícil imaginársela enamorándose de alguien como mi padre. Según me han dicho, un hombre encantador pero… inestable.

—El amor es una enfermedad que les da incluso a las parejas más desiguales —observó Michael con cinismo.

—Ten cuidado, Michael, dicen que da más fuerte a los cínicos —se levantó y recogió la azucarera del escritorio, clavando los ojos en el traje de etiqueta de él—, parece como si hubieras ido a una comida.

—Una aburrida comida en honor de un juez que se retira. ¿Trajiste de Japón lo que llevas puesto?

Nicola asintió, levantando los brazos y permitiendo que viera los bordados del kimono.

—Tuvieron que hacerlo especialmente para mí, soy mucho más alta que la mujer japonesa promedio.

—¿Se recuperó la Embajada de tu período de trabajo con ellos?

—¡Eres un vil, Michael! ¡Permíteme hacerte saber que salí por mi propia voluntad después de dos años de servicio ejemplar, incluso me rogaron para que no me fuera!

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—Esa es la razón por la que no comprendo por qué deseas quedarte aquí —Michael la miró considerándola—. Deja eso, yo lo llevaré —dijo cuando ella tomó la bandeja. Caminó hasta la puerta y la abrió indicándole a Nicola que pasara—. Buenas noches y gracias por venir. Aprecio tu gesto.

Ella se rió con suavidad al dirigirse hacia él dándose cuenta de que Michael era uno de los pocos hombres a los que tenía que mirar físicamente hacia arriba.

—¡Ah, tus modales son impecables! Por lo que respecta a ti soy un cartucho de dinamita sin encender.

—En esta ocasión me interpretas mal. Soy muy sincero. Sé que no haces esto por mí y te lo agradezco a nombre de los niños, quienes te admitirán con rapidez pero deseo hacer constar que yo no.

Nicola le sonrió, indecisa, al dirigirse a la escalera y subir al primer escalón.

—¿Has sabido algo de Kit últimamente? —preguntó Michael—. Escribió algunas veces, pero conoces a Kit, es un corresponsal terrible.

—Ahora que he regresado tendré que agitarlo un poco —miró a su alrededor con aprobación y puso su mano sobre la brillante barandilla de madera—, adoro esta casa. Siempre me gustó, es tan sólida y durable —le dirigió una cálida sonrisa y despidiéndose con la mano dijo—. Buenas noches Michael —y subió, inundada su mente de recuerdos. Al doblar por el pasillo miró hacia atrás.

El aún permanecía en el marco de la puerta.

—Que duermas bien, Red —y se quedó sin moverse hasta que ella desapareció.

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Capítulo 2 Nicola abrió la puerta de la cocina y exclamó:

—Mmm… ¡Huele muy bien! ¡Buenos días, Víctor!

Víctor Rudd, un cincuentón pequeño y delgado, con una cara lúgubre, era el pivote sobre el cual giraba la casa de los Dalmain. Al oírla, miró sobre su hombro y devolvió su atención al pan que humeaba en el horno.

—Siempre suceden cosas cuando salgo. ¿Qué haces aquí, Nicola? Pensé que estabas familiarizándote con los norteamericanos.

—Estaba, estimado Víctor, pero ahora estoy aquí y se me hace agua la boca al ver ese tocino.

—Te daré algo tan pronto como haya dado el suyo al patrón. Tiene que estar temprano en el Tribunal del Condado.

—¿Desayuna Michael en la cama?

—¡Por supuesto que no! Lo toma en su despacho. Le he dicho que arruinará su digestión si trabaja y come al mismo tiempo —indicó con la cabeza la jarrita de café—. Sírvete.

—Gracias. La señorita Golding fue a visitar a su madre enferma y no volverá.

—¡Gracias al buen Dios por eso! —puso un huevo sobre el pan.

—Voy a tomar su lugar.

—¿De veras? Cualquier persona será mejor que esa mujer.

—Gracias. El patrón aceptó mi ayuda.

—El hombre que se ahoga se agarra a una paja —comentó Víctor al levantar la bandeja y salir, dejando a Nicola sonriente. El adoraba los proverbios y dichos. La mayoría de las personas sospechaba que Michael lo había ayudado en alguna forma, pero los sondeos inquisitivos no daban resultado. Sea lo que fuere, había demostrado una gran lealtad a Michael y su familia.

La puerta se abrió y entró Cassandra, desperezándose.

—¿Por qué tiene preferencia Michael? Me muero de hambre.

—Porque paga las facturas. Buenos días Cass.

—¡Hola, Nickie! —Cassandra besó a su prima al pasar—. ¿Crees que estoy engordando?

Al recordar lo que significó para ella tener catorce años y ser la chica más alta de la escuela, Nicola le dio a su pregunta la consideración que merecía.

—No, pero no te hará ningún daño tener cuidado con lo que comes. ¿Quién te dijo gorda? ¿Café o té? Hay de los dos.

—Té, por favor. Fue Noel. Algunas veces los hermanos son unos cerdos.

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—Noel no suele ser tan insensible. Además, aún estás creciendo.

—¡Y cómo! ¡Ya mido cinco pies con cinco pulgadas! —Cassandra se detuvo y miró apesadumbrada a Nicola —¡Oh, Señor! Nickie querida, no quise decir…

—No te preocupes, niña. Los genes que me hicieron alta no están en ti.

—Te sienta bien, Nickie y eres atractiva y delgada… hasta has trabajado de modelo alguna vez… me gusta tu vestido, es encantador.

—Gracias, Cass, eres muy amable.

—No. Realmente me gusta —suspiró profundo—. ¡Me siento feliz de que hayas venido! Necesito con desesperación ropa nueva. La tía Margaret iba a llevarme al pueblo y su sentido del estilo es arcaico. Ahora podrás llevarme tú —sonrió. La madre de Kit era muy dominante.

—Sólo si la tía Margaret conviene en ello —replicó Nicola.

Cassandra se dejó caer sobre una silla y abrió un libro de texto murmurando.

—¡Estos fastidiosos verbos franceses!

—Si deseas ser veterinario tendrás que pasar los exámenes.

—¡Oh, no puedo imaginar por qué necesito el francés para curar una vaca! —exclamó Cassandra con la cabeza baja y Nicola sonrió mirando afectuosa a su prima, quien resultaba llamativa, con el cabello color mermelada, la piel pecosa y un gran par de anteojos oscuros que le daban aspecto de lechuza. Noel, que en esos momentos entraba, era quien había heredado el cabello rojizo oscuro. Tenía buena apariencia, y sus rasgos, normalmente plácidos, estaban contraídos en una expresión hosca. Saludó con poco entusiasmo y se dejó caer en una silla acercándose a la mesa y tomando el libro de ejercicios.

Víctor entró y al ver a los hermanos comentó:

—Llegarán tarde si no se apresuran —y comenzó a recoger los platos—. Ya es tiempo de que el patrón se case y tal vez su esposa pueda hacer que se despierten temprano y coman los alimentos con propiedad.

Cassandra levantó la cabeza y lo miró horrorizada.

—¿Michael? ¿Una esposa? ¡Estás bromeando Víctor! no es… no tiene… —le faltaron las palabras.

—¿Hay alguna candidata, Víctor? —inquirió sorprendida Nicola.

—Tan sólo digo que ya es tiempo de que se consiga una —respondió Víctor con un poco de petulancia.

—¡Has estado leyéndole la palma de su mano! —acusó Cassandra y Víctor la miró apesadumbrado.

—Tú sabes que el patrón nunca me permitirá leerle el futuro…

—Puedes ver el futuro, Víctor aunque no lo digas —insistió Cassandra.

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—Tal vez sí, tal vez no, pero seguro que alguna vez tendrá una esposa, ¿no es cierto? Un hombre como él no va a permanecer soltero para siempre, ¿o sí? —Víctor les dirigió a todos una mirada lastimera—. Nada permanece siempre siendo lo mismo, piensen un poco en eso.

—Si lo hemos hecho, lo olvidamos —reconoció Noel—. Supongo que en uno de estos días sucederá. Esa abogada rubia que comparte su sala, su padre es un juez, pienso que le ha echado el ojo.

—¿Quieres decir la espantosa? ¡Espero que escoja a alguien mejor! —gruñó Cass.

—No tomarás parte en el asunto —respondió Víctor—, y fíjate en la parada del camión o lo perderás.

—Tal vez sería más fácil vivir con Michael si tuviera una esposa —agregó Noel, poniendo un pedazo de tocino sobre su plato.

—¿Qué quieres decir, Noel? —preguntó Nicola quedamente, incapaz de dejar pasar esto sin hacer comentario. Noel se encogió de hombros y Cassandra replicó.

—Michael está bien. No es tan rígido como los padres de algunos de mis amigos.

—Tal vez no para ti —gruñó Noel—. Pero puede ser muy riguroso conmigo.

—¡Ah! ¡Vamos, Noel! ¡Eso no es justo! —protestó la hermana—. No puedes culparlo porque no te permita manejar el Cabriolet, en especial después que chocaste el Ford.

—A cualquiera le pudo suceder —se sonrojó Noel y mientras argumentaban se abrió la puerta y entró Michael. Llevaba un traje gris con corbata a rayas. Nicola decidió que su figura alta y garbosa, era un marco perfecto para un buen sastre, si bien no parecía consciente de la ropa que llevaba.

—¡Buenos días, todos! —saludó con voz tranquila—: Es un bello día de septiembre ¿No deberían ustedes dos haber salido ya? —y miró a sus medios hermanos, que al verlo entrar suspendieron la discusión—. La señorita Golding no volverá, Nicola ocupará su lugar por un tiempo.

Cassandra dio un gritito de júbilo y abrazó primero a Nicola, después a su medio hermano, y la cara de Noel se alegró.

—¿Qué harás con el murciélago? —preguntó Michael.

—Todo está arreglado —proclamó la jovencita con tono dolido—. El señor Harlow se hará cargo de él.

—Mmm —Michael miró con dureza a su hermana y decidió no llevar el asunto más lejos. Se volvió hacia su hermano—. Noel, te prestaré el Ford esta noche si vas a ir al Squash Club —el joven dio las gracias con un murmullo, recogió sus libros y salió de la cocina, sin mirar a nadie.

Cassandra tomó un pedazo de pan tostado y lo siguió de prisa, volviéndose en la puerta para decir:

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—El anuncio está de nuevo en la televisión, Nickie ¡el del globo! Todos mis amigos lo han visto —y se alejó.

—No pudimos encontrar a otra, todas tenían miedo a la altura —confesó Nicola—, encontramos una chica que dijo que estaba todo bien pero se arrepintió en el último minuto.

—La altura nunca te incomodó —añadió Michael y Nicola comenzó a sonreír, al recordar sus numerosas aventuras de naturaleza alpinista.

—¿Piensas que el estudio agobia a Noel?

—Lo dudo mucho… la mayoría del tiempo es muy apático. Tiene cerebro, pero no está motivado para usarlo.

—¿Cuál es el problema, Michael?

—Estoy acostumbrándome a la idea de tu presencia aquí y tratar de recordar en dónde estabas la última vez.

—Eso puede ser difícil para ti. Cuando los visitaba con frecuencia, tu ausencia era notable ¿Resultaba intencional?

—Sabes que divido mi tiempo entre este lugar y Londres y tú has estado fuera del país mucho tiempo. ¿No es así? Japón, India y últimamente América —con las manos en los bolsillos, Michael se inclinó hacía atrás y se recostó contra un armario galés—. No era raro que no me encontraras.

—Me gusta practicar la palabra cortante y el comentario afilado y tú eres un buen oponente.

—¡Qué lástima que hayas prometido portarte bien!

—¡No tengo por qué convenir en todo lo que digas! No es bueno para ti —su recompensa fue una cautivadora sonrisa y de pronto Nicola se halló sonriendo a su vez.

—¿De manera que ahora estás en los grandes negocios?

—Espero que al final de cuentas sea grande, corre el rumor de que somos personas de fiar. Me asocié con Jennie Lambert, nos conocimos en la India. Llegó allí junto con un grupo de estudiantes que viajaron en una camioneta que se descompuso y yo perdía el único autobús de esa semana. Comenzamos a hablar y desde entonces no hemos parado de hacerlo. Se casó con uno de los estudiantes, Bill Lambert, ella y yo decidimos fundar una Agencia, Angeles, Angeles de la Merced. Encontramos cosas para la gente y personas para las personas. El empleo es relativamente fácil, mas la búsqueda puede ser complicada, pero divertida. Por fortuna logramos buenos contactos en televisión y nuestra reputación crece. Jennie tiene su base de trabajo en la oficina y es la que lo organiza, lo que me deja tiempo disponible —miró distraída su taza con café—… para buscar negocios —llevó la taza al fregadero—. ¿Tienes hoy mucho trabajo para mí? Me gustaría ir al pueblo para arreglar algunas cosas.

—No hay nada urgente. Alrededor de las once y media me iré y puedes venir conmigo. Casi siempre manejo hasta la estación y ahí tomo el tren, pero si vas a traer equipaje mejor será que lleve el automóvil —Michael miró su reloj—. ¿Puedes

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reunirte conmigo en las afueras del Tribunal del Condado a esa hora? En la entrada de atrás, por el estacionamiento —quedó silencioso algunos segundos—. Mientras estés aquí, Red, ¿podrías averiguar qué sucede con Noel? El te lo contará —se dirigió hacía la puerta e hizo una pausa para decir por encima del hombro—. Me gusta el vestido —luego se fue.

Pensativa, se sentó con la cara entre las palmas de las manos.

—Algunas personas no tienen nada que hacer —comentó Víctor al entrar—. Tengo que dar de desayunar a Kate y a Sidney, así que te agradeceré si les dejas lugar —miró hacia la puerta.

—En un minuto —prometió Nicola, a quien gustaba el delicioso pastel de riñón y carne que hacía Víctor—. ¿Aún viene a hacer la limpieza la señora Vesty?

—Así es, pero no se mete en mi cocina.

—Si Michael tiene una secretaria en Chambers, como debe ser —murmuró Nicola—, sólo se hace aquí el trabajo, que trae a casa…

—Tiene mucha clientela en el Condado —la interrumpió Víctor.

—… y además vigilar a los chicos, lo que no puede ser difícil ahora que han crecido. No se puede decir que es un trabajo arduo, ¿verdad? ¡Vamos Víctor, dime! ¿Por qué sus secretarias no permanecen en el trabajo?

Víctor comenzó a poner los platos en el fregadero.

—Hay varias razones. Estamos algo aislados, nos encontramos en la ruta de camiones pero éstos son pocos, aunque el patrón trata de que todo sea ordenado. Algunas se ilusionan con él, desean ser niñeras tanto de Michael como de los niños, esto lo enfada como podrás imaginarte y otras…

—Se enamoran de él —sugirió Nicola y Víctor asintió.

—Como dije, él debería casarse y eso solucionaría las cosas, al menos creo que lo haría.

—¿Hay alguien, Víctor?

—No sé lo que sucede en Londres, pero no le faltan faldas, que yo sepa, no al patrón; pero él mantiene su vida privada para sí, aunque ya está en edad de casarse y le iría mejor en su carrera —se acercó a recoger más platos sucios de la mesa—. Hará como le plazca, como siempre lo ha hecho y mientras permanezcan fuera de mi cocina.

—Me voy —se estiró despacio y Víctor la miró.

—¿Qué hay acerca de ti, Nicola? ¿Cuándo te casas?

—¿Casarme? —le hizo eco, imitándolo—. ¡Oh, un marido! El matrimonio no está de moda en estos días.

—¿Me dejarás leerte la mano pronto?

—Sí, mientras mantengas tus profecías para ti —echó su silla hacia atrás al levantarse—. ¿Aún tienes sesiones, Víctor?

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—Sólo por invitación, al patrón no le importa. Mientras tenga al "futuro" lejos de la familia.

—Lo creo correcto —agregó Nicola, y se estremeció. Palmas de las manos, hojas de té o tarot, Víctor hacía de todo cuando estaba de humor—. El patrón me llevará al pueblo. ¿Podrías acompañarme al Tribunal del Condado? — llegó a la puerta e hizo una pausa para esperar la respuesta. Víctor asintió.

El traje de Nicola era de color en verde limón y manzana. Ella le envió un beso y salió riendo. Aún sonreía al llamar a los Dalmain y pedir que la comunicaran con el señor Christopher Dalmain, dando su nombre. Luego de unos segundos se oyó la voz de Kit, en el otro extremo.

—¡Buen Dios! ¿Eres realmente tú, Nick?

—Sí, soy yo realmente, he vuelto.

—¿Por qué no me dijiste que vendrías? Hubiera ido a recibirte.

—Quería darte una sorpresa. Estoy en Bredon House, te explicaré cuando nos veamos. Hoy iré al pueblo con Michael, ¿tendrás oportunidad de comer conmigo?

—Espera un minuto, veré —la voz de Kit se alejó y luego agregó—: Sí, puedo. A la una de la tarde, Ziegfelds, trae a Michael también, conmigo estará una persona que les interesará conocer.

—¡Oh Kit! ¿No podríamos?… —Nicola se encontraba acorralada entre la exasperación y la diversión—. Kit, ¿Quién?…

—No, deseo sorprenderlos, procura llegar a la una —colgó el auricular antes qué Nicola pudiera protestar. La primera reunión con Kit, después de tanto tiempo, iba a echarse a perder. Nicola tenía algunas historias divertidas que contar, a tono con el sentido del humor de Kit. Se encogió de hombros filosóficamente. Kit, a la edad de treinta y dos años, aún tenía la misma capacidad para divertirse que a los trece, su frase favorita era: "¡Oye! ¿Te gustaría recibir una sorpresa?" No había cambiado.

El portero del Tribunal del Condado le informó que el señor Dalmain ya iba a salir y le pidió lo esperara en el automóvil, ya que éste no estaba cerrado. Nicola le dio las gracias y se dirigió al Jaguar Cabriolet. Cuando Michael estuvo en el asiento del conductor, Nicola dijo:

—Siempre has tenido buen gusto para los automóviles, Michael —y recorrió el coche con la vista.

—Tu sombrero también es atractivo —observó Michael—. Has subido un peldaño en la escala de estimación del portero.

—¿Sólo uno? —bromeó Nicola, complacida. Los cumplidos de Michael eran una novedad y en consecuencia significaban más. Se quitó el sombrero y lo puso en el asiento de atrás.

Al recordar la conversación que tuvieron en el desayuno, Nicola exclamó de súbito:

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—¡Por piedad, Michael! No esperará Noel que le permitas manejar esto.

—Pronto lo desanimé —condujo algunos kilómetros en silencio y luego preguntó—: ¿Sucedió algo que deba saber?

Nicola fue enumerando los asuntos con sus dedos enguantados.

—Dos mensajes telefónicos, se anotaron los nombres y números, la señora Vesty llegó para hacer el aseo, el señor Vesty se llevó un susto, su Jean está embarazada, espera gemelos y no es todo, Jack ha tenido problemas con la policía y pienso que el señor Dalmain le dirá qué hacer. Se entregaron los troncos. Dejé el murciélago con el veterinario por instrucciones de Cass, el señor Harlow piensa que probablemente muera, pero no se lo diré a Cassandra.

—Si ella desea especializarse en animales, entonces tendrá que encararse con la realidad.

—Pero podría vivir. ¡Oh, me olvidé! ¿Qué tienes planeado para la comida?

—Comer contigo, espero.

—¡Qué buena idea! Gracias, pero Kit se te adelantó, desea que comamos juntos. A la una en Ziegfelds, alguien lo acompañará.

—Entonces a Ziegfelds —Nicola se volvió ligeramente en su asiento y clavó los ojos en el rostro de Michael.

—Alguien que nos sorprenderá encontrar. ¿Tienes alguna idea de quién pueda ser?

—¿Cómo podría saberlo, Red? ¿Nos sorprenderemos, humm?…

El jefe de camareros los recibió en Ziegfelds con mucha deferencia.

—Señor Dalmain, es un placer verlo. El señor Christopher está en aquella esquina. Señorita Redford, hace meses que no la vemos, bienvenida.

—Gracias —replicó Nicola sonriente y cuando les mostró su mesa murmuró—: ¡Qué memoria tiene ese hombre!

—Kit debió decirle a quién esperaba —replicó Michael.

—¡Eres un cínico! —vio a Kit que venía hacia ellos para recibirlos. Echó sus brazos al cuello de Nicola con entusiasmo y la besó.

—¡Nick, estás maravillosa! ¡Me alegra volver a verte! —la miró de arriba abajo con aprobación—. Llevas un bonito sombrero. ¿No crees Michael? —se volvió hacia su primo y le estrechó la mano con calor. A primera vista no parecían primos, uno pelirrubio y ojos color café, el otro con el cabello negro y ojos azules. Michael era ligeramente más alto y delgado que Kit, pero luego de un momento, estas diferencias eran menos notables. Entre los dos hombres existía un fuerte vínculo, además de compartir la misma sangre y ambiente. El saludo de Kit, como de costumbre, fue entusiasta. El de Michael más sereno, pero sus ojos brillaron y la sonrisa que mostró al extrovertido primo fue afectuosa.

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Terminando el saludo, Kit se volvió hacia la persona que se sentaba en la esquina de la mesa y exclamó:

—¡Ahora! ¿Quién creen que es esta persona?

Antes que pudieran responder, la mujer protestó:

—En realidad, Kit, eres de lo más injusto. Nos hemos conocido durante años y espero no haber cambiado mucho desde la niñez.

Michael le ahorró a Nicola el desasosiego de admitir su ignorancia, al adelantarse un paso.

—¡Hola, Hester!… Oí que habías vuelto, así que tengo ventajas sobre Nicola —miró por encima de su hombro—. ¿Recuerdas a Hester Keynes, Red?

Nicola parpadeó y rió.

—¡Hester! ¡Vaya! Ha pasado mucho tiempo. ¡Hester Keynes! —¿de dónde la habría sacado Kit? Las dos mujeres se estrecharon la mano y Nicola aceptó el asiento que Kit le ofrecía. Al sentarse los hombres, Hester sonrió divertida. Se volvió hacia Nicola.

—Te reconocí inmediatamente, Nicola, si bien te esperaba como cuando eras niña muy alta y delgada…

—No tan delgada ahora —interrumpió Kit, guiñándole el ojo a Nicola.

—… Debes tener seis pies de alto. ¿Me equivoco?

—Cinco pies con diez pulgadas —rectificó Nicola y sonrió, poniéndose en guardia. Ciertamente Hester Keynes no había cambiado, era aún tan amistosa como una serpiente.

—¿Qué te trajo a Inglaterra, Hester? —preguntó Michael, pasando el menú a Nicola.

Mientras Nicola lo examinaba, Hester agregó:

—Mi papito decidió abrir Tadwel este invierno y recibir algunos huéspedes y me necesita para que los atienda. Habrá algunas fiestas divertidas, y están invitados. He oído a papi elogiarte mucho, Michael.

—Chapman es muy amable —respondió Michael con agrado—. ¿Ordenamos?

Durante la comida, la conversación fue general y Nicola desempeñó un papel secundario. Se dedicó a observar a Hester al ver que ésta hacía las preguntas correctas.

Hester nunca había sido muy amiga de Nicola cuando eran niñas y los recuerdos que ésta tenía eran en su mayoría de una niña pequeña, linda, muy femenina, que siempre quedaba bien con los adultos, debido a su buen comportamiento y obediencia, pero cuyas lágrimas petulantes y hábitos chismosos la alejaban del resto de las niñas del vecindario. A Nicola le desagradaba, ya que era cariñosa y desvalida cuando estaba en la compañía de Kit y Michael. Con frecuencia la metía en dificultades debido a sus aparentemente inocentes observaciones dirigidas a la tía Margaret, quien a su vez se quejaba a su cuñada de que Nicola era

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indisciplinada y una mala influencia. La tía Joan la regañaba, si bien con poca sinceridad, pero el tío John la animaba, diciendo a su esposa que si Nicola deseaba ser uno de los chicos, la dejara… que cuando el tiempo llegara crecería bastante pronto y se transformaría en una chica.

Los caminos de las dos muchachas divergieron en los primeros años de la adolescencia y al mirarla ahora convertida en una bella mujer, segura de sí, Nicola estuvo dispuesta a concederle el beneficio de la duda, si bien no tenía mucha esperanza de que Hester hubiera cambiado mucho. Toda su vida había sido mimada y aún lo era, al parecer, la única hija de Chapman Keynes, un rico industrial. Su madre había muerto diez años antes y Chapman construyó un nuevo pabellón en el hospital Ashwell General, en honor de Vera Chapman.

No, no había cambiado mucho, pensó Nicola observando cómo hacía revolotear sus pestañas, y no tenía nada de tonta. ¿Cómo podría ser de otra forma, si era hija de Chapman Keynes? Sus fríos ojos grises se posaban en Nicola una y otra vez, y aunque su boca roja sonreía y su voz era amistosa, Nicola no se dejó engañar. Estaba interesada en las reacciones de los hombres. Michael, con su cortesía acostumbrada, ayudaba a que siguiera la conversación, en tanto que Kit disfrutaba, llenaba su vaso de vino con regularidad y decía chistes que hacían reír a todos.

—Ahora que has vuelto, Nick, podrás ir al aniversario de las bodas de rubí de mis padres —dijo Kit.

—¿Cómo están? —preguntó Nicola.

—Bien, pero mi madre está alborotada por ello, tú sabes cómo es —levantó los ojos expresivamente y Nicola rió.

Al salir del restaurante, Hester comentó:

—Kit me dijo que estarás en Bredon House por una temporada… como en los viejos tiempos.

Nicola replicó sin comprometerse y después arregló con Michael que lo vería en Chambers con su equipaje, les dijo adiós y caminó hasta la oficina de Angels. Era una hermosa tarde de septiembre, pensó, y comenzó a recordar, con un sentimiento de tristeza. De súbito se sintió cansada de luchar y el figurarse una temporada de hibernación en Bredon House le resultó calmante. Había escrito Code Name Fox durante su estancia en Japón y su nueva novela, Fox on the Rocks, tenía como marco Nueva York, ciudad a la que había explorado con avidez durante su estancia con Adele y Neil. Iba a la mitad y no pudo resistir el atractivo de la solicitud de ayuda de Cassandra. También era extraño que le resultara seductor hacerle un favor a Michael. Recordó la conversación que tuvieron en el desayuno, la pretensión de Víctor de que Michael debía casarse, e imaginó cómo sería la muchacha.

—¿… decidió aceptar tu oferta?

Nicola sólo oyó la parte final de la pregunta de Jennie y se dio cuenta de que había terminado de hablar por teléfono. Parecía apesadumbrada.

—Perdona Jennie ¿Qué decías?

—¿Decidió tu primo aceptar tu oferta? —repitió Jennie con paciencia.

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—¡Michael no es mi primo! Sí, la aceptó. Por un tiempo.

—No hablas de Michael con tanta frecuencia como de Kit —respondió la amiga y Nicola se encogió de hombros.

—Michael me desaprueba el noventa y nueve por ciento del tiempo. Piensa que soy irresponsable y estrafalaria.

—¡Vaya… parece ser un latoso!

—En realidad no, es que tuvo muchas responsabilidades demasiado pronto y piensa que yo soy una de ellas. De hecho, cuando éramos niños se lanzaba a las más disparatadas aventuras con el fin de mantenerme alejada —hizo una mueca—. No obtenía éxito con frecuencia. En la actualidad, tiene muy buena reputación en la profesión legal y es buen compañero cuando quiere. Su ingenio es cáustico y en extremo seco. Nos miramos con suspicacia.

—¿Son bien parecidos Kit y Michael? Si recuerdas, he visto a Kit brevemente.

—Un poco en la cara, pero Michael tiene el cabello oscuro y los ojos azules. Los dos tienen cerebro y son muy trabajadores —con el dedo retiró un mechón de cabellos de su frente, se echó hacia atrás recostándose en la silla y continuó pensativa—: Kit es expresivo y chistoso, resulta fácil llevarse con él, es un hombre que gusta a las damas. Michael es mucho más complejo, temeroso de mostrar sus sentimientos, cínico, es probable que sea más responsable que Kit, pero mantiene su vida privada exactamente así, privada. Si cree que es necesario, puede ser despiadado —frunció el entrecejo—. Kit puede serlo también.

—Humm… estos Dalmain parecen interesantes —se abrió la puerta y entró la recepcionista con el té. Jennie se alegró y le dio las gracias.

—Sin duda lo son —contestó Nicola.

—¿Les hablaste de tus escritos?

—Aún no se ha presentado la oportunidad.

—¿Podrás seguir escribiendo mientras permanezcas en Surrey?

—Lo haré. Estuve a punto de desenmascararme esta mañana, con Michael, pero pude detenerme a tiempo —miró su reloj—. Mejor me voy. Gracias por traer mis maletas hasta aquí, Jennie —recogió su sombrero y la bolsa—. Me siento apesadumbrada contigo, sobre el negocio. Casi no estoy aquí.

Jennie dio la vuelta al escritorio y la abrazó.

—No seas tonta. Nos levantamos juntas y ahora que escribes es mejor que te concentres en ello. Pronto contrataremos quién nos ayude, lo que me permitirá administrar. De hecho, todo funciona muy bien.

—Mantente en contacto conmigo, ya sabes el número y abrazos para Bill.

Jennie asintió y cuando Nicola se fue se sentó en su escritorio y caviló si convendría presentar a Nicola al nuevo chico del departamento de Bill, sin que pareciera una casamentera.

Mientras viajaban por la carretera, camino a casa, Nicola preguntó a Michael:

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—¿Cómo encontró Kit a Hester Keynes?

—Creo que Chapman tuvo algo que ver y tú sabes que la tía Margaret invitaría a comer a cualquiera que hubiera visto en la primera página de The Times, aunque fuera un orangután del zoológico de Londres.

—Pobre tío Rupert.

—Rupert está bien, vive en un mundo de libros.

Michael hizo una pausa y tomó la curva para Ashwell antes de añadir:

—¿Qué piensas de la sorpresa de Kit?

—No mucho. Ella era un verdadero dolor de cabeza cuando éramos niños, dudo que haya cambiado.

Michael la miró receloso y no hizo comentario.

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Capítulo 3 La rutina diaria comenzó a tomar forma. Antes que terminara la semana, Nicola

sentía como si nunca hubiera estado lejos, por lo fácil que le fue adaptarse a la vida en Bredon House. Nicola miró por la ventana de su cuarto y recorrió la vista por el jardín. El pequeño huerto que se encontraba en la esquina de la cocina era de Víctor, quien lo cuidaba celosamente, no así el resto, que resultaba una mescolanza atractiva de matorrales, setos y árboles, con un cercado burdo y el pasto cortado, todo matizado en ese momento por los colores de fines de verano. Había caléndulas, margaritas, dientes de león y cubriendo la pared atrás de la ventana, una bella clemátide blanca-cremosa.

Nicola siempre se había llevado bien con sus primos más jóvenes, Noel y Cassandra. Ahora se daba cuenta por qué Michael estaba preocupado por Noel. Cierto que era el más tranquilo de los dos hermanos, parecía más introvertido y rápido en ofenderse. Trató con gentileza de averiguar la razón, mas no forzó el asunto. Si deseaba hablar lo haría a su debido tiempo.

Cassandra era una delicia, feliz porque Nicola estuviera allí lo decía constantemente y al manifestar un ávido interés en su ropa y maquillaje. Nick animó a Cassandra a que se cortara su fino cabello e hizo que se manicurara las uñas para impedir que se las comiera.

Sin embargo, fue Michael la mayor revelación. Desde que era adulta, Nicola nunca había permanecido mucho tiempo en su compañía excepto con la familia reunida, cuando de ordinario tendía más a escuchar que a hablar, algo que le desagradaba y mostraba su humor en su expresión irónica. Al pasar las semanas de septiembre y octubre se confirmó lo que siempre había sospechado, que atrás del tranquilo exterior había profundidades desconocidas, que esperaban a que las descubrieran. Encontró interesante su trabajo y lo realizó con facilidad, una vez que se acostumbró al vocabulario legal. En ocasiones ganaba algún punto en sus discusiones y no ocultaba su alegría, lo que hacía sonreír a Michael, con una de sus sonrisas burlonas y le resultaba algo sorprendente lo mucho que le gustaba hacerlo sonreír.

Nicola hacía todo el trabajo de Michael antes que el de ella. Había comentado a sus primos que solía mecanografiar algo para Ángel, su agencia, con el fin de explicar por qué trabajaba por la tarde, pero se aseguró de no hacerlo si Michael estaba en casa. Podría mostrar interés y Nicola no deseaba dar muchas evasivas.

Comenzó a reconocer las voces por el teléfono. Henry, el jefe de la oficina en Chambers que tenía un pequeño dejo occidental. El señor Ralston, un pasante, con un atractivo acento escocés y Geraldine Forest, una colega, cuya voz era agradable y amistosa.

Nicola conoció también a algunos de los clientes de Michael, quien organizaba su semana de manera de que pasara dos días tratando casos que requerían su presencia fuera del pueblo.

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Cuando se entra a formar parte de un hogar que ya tiene su rutina, es necesario hacer ciertos ajustes. Una mañana, Nicola se dirigió al baño, esperando hallarlo vacío, ya que Michael y Noel solían utilizar la regadera del baño de abajo y había oído a Cassandra bajar por la escalera. Fue entonces cuando vio a Michael en el lavabo, con una toalla alrededor del cuello, en calzoncillos cortos, rasurándose frente al espejo.

Nicola al verlo, saltó sorprendida, se disculpó y dio la vuelta para retirarse.

Michael habló con calma:

—Espera, casi he terminado —y con un par de pasadas más concluyó de rasurarse. Comenzó a guardar la navaja—. Es mi culpa. Noel me ganó el baño de abajo y éste estaba libre…

—Gracias —ocultó un bostezo—, temo que dormí demasiado —había trabajado hasta tarde en su nueva novela y ahora pagaba por ello. Al observarlo, pensó lo engañoso que resultan los cuerpos cuando están vestidos. Al mirarle la espalda y los miembros desnudos, pudo ver que bajo las ropas costosas y la imagen controlada, casi indolente, había un hombre apto—. Tienes un bronceado muy bonito, Michael.

—Visité a unos amigos en Francia a mediados del verano —limpió el jabón restante de la oreja y dejó la navaja, la brocha y el jabón en el estuche—. La Dordogne… ¿la conoces?

—He oído que es muy bonita, poco explotada.

—Es mejor fuera de la estación, como en todas partes —se pasó la mano por la barbilla y satisfecho se volvió.

—¡Michael! ¿Cómo te hiciste eso? —por el espejo ella vio la cicatriz que tenía sobre una de las costillas, e inclinándose hacia ella con mirada burlona explicó.

—Eso, mi querida Nicola, fue el resultado de un memorable paseo en bicicleta cuando tenía diecisiete años. En Coplow Hill, ¿recuerdas?

—Por supuesto que sí, no sabía que habías quedado con una cicatriz de por vida —y levantando la manga de su kimono reveló una cicatriz semejante que le corría por el brazo—. Recuerdo que caí y te arrastré conmigo. Estaba más preocupada y molesta por mi bicicleta que por los daños que hubiera recibido. ¡Pobre de ti! —frunció el ceño al sonreír—. Me pregunto el porqué Kit siempre parecía resultar sin daño.

—Tal vez porque permanecía alejado de ti. Siento no haber cerrado la puerta y dañar tu modestia de doncella —sonrió burlón y se volvió después de peinarse.

—Ya saliste de la niñez y el cabello de tu pecho se ha multiplicado, no olvides que te he visto en situaciones críticas algunas veces —¿qué pensaba él que había estado haciendo ella durante los pasados diez años? ¿Viviendo en un convento?

Al oírla, Michael sé detuvo en la puerta y se volvió con lentitud, la miró con frialdad de arriba abajo y comentó:

—Red, has mejorado mucho —y se fue.

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Nicola se contuvo unos momentos, haciendo pucheros. Se lo había buscado. Se miró en el espejo críticamente. Resultaba aparente que no llevaba nada abajo del kimono, que se le pegaba como una segunda piel, pero no esperaba encontrarse con Michael, quien había fijado sus ojos en la firme turgencia de los senos y las bien formadas curvas. Ella sonrió ¿Se las había arreglado para que Michael la viera como mujer? ¡Nunca acabarían las maravillas! Se miró en el espejo y sus ojos parpadearon acusadoramente, se sacó la lengua y cerró la puerta.

Rupert y Margaret Dalmain vivían casi un kilómetro más lejos, en Holly Lodge, y Kit, que tenía casa en Londres, hacía viajes regulares a Ashwell y visitaba con frecuencia Bredon House en esas ocasiones. Era el favorito de sus jóvenes primos y solía llegar inesperadamente. Le preguntó a Nicola sobre su estancia en los Estados Unidos, ya que conocía Nueva York muy bien, y ella casi estuvo a punto de decirle que ella era N.A. Merchant, pero algo la detuvo y decidió mantener su intención original de ver cómo era recibido Code Name Fox. Pensó la sorpresa, cuando al final se lo dijera, e imaginó el asombro de Kit, mas no preveía la reacción de Michael, era difícil de concebir. En su oficina este último tenía los estantes repletos de libros de leyes y en su habitación había un enorme librero que contenía la mayoría de los clásicos y algunos escritores modernos. Claro que a ella no se le podía comparar con Hemingway, Fouster, Bates o Lee, pero se daba la mano con Tom Sherpe y Dick Francis, de manera que abrigaba esperanzas.

La relación entre Nicola y Kit era fácil, agradable y cada uno disfrutaba de la compañía del otro. Una tarde en que volvían de Londres, Kit interrumpió juguetonamente el silencio.

—¿Has tenido alguna gresca reciente con Mike?

—Michael y yo —proclamó Nicola con suavidad—, nos comportamos lo mejor que podemos.

—¿De verdad? No lo creo —sonrió.

—Es cierto. ¡Hace casi ocho semanas que no hemos tenido una querella!

—¡Ah, bien! A Mike le conviene tenerte en Bredon ¿No es así? Y por eso hace un esfuerzo. ¿No será demasiado para el pobre muchacho?

Con un dejo de duda, Nicola miró a Kit. ¿Era esa la razón por la que se llevaba tan bien con Michael? ¿Era una política deliberada de su parte? El pensamiento la entristeció un poco.

—La conveniencia es mutua, él también me hace un favor y nunca sabrás lo que piensa Michael, ¿no es así? El no dice mucho.

Kit asintió con la cabeza y condujo el Mustang expertamente por la sinuosa carretera.

—¿Recuerdas cuando Mike se pasó a leyes y no le dijo a nadie sino una vez hecho? —preguntó Kit—. Sólo esperó con paciencia hasta que el furor disminuyó. El tío John estaba furioso y debo aceptar que yo también. Pensaba que Mike se me uniría cuando se retiraran los viejos —los faros delanteros iluminaron la señal para

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Ashwell y Kit dio la vuelta en esa dirección, pronto quedaron a la vista los paisajes familiares y disminuyó la marcha hasta detenerse en la entrada del garaje.

—¿Quieres un café? —preguntó Nicola y Kit negó con la cabeza, mirando el reloj del tablero. Salieron del coche.

—No. Debo resistir la tentación —pasó su brazo por los hombros de Nicola y caminaron hasta la entrada.

—Gracias por hacerme pasar una tarde muy agradable, Kit, disfruté mucho —miró a las estrellas y pensó que ya estaba en puerta el invierno, el aire era fresco y tembló ligeramente.

—Yo también disfruté —Kit debió sentir el escalofrío. Se detuvo, se volvió para mirarle la cara a la luz de la luna y la acercó más a él—. ¡Qué bueno que estés de vuelta Nick! —y antes que pudiera replicar la besó. Fue un beso largo y tenía una extraña urgencia.

Al recuperar el aliento Nicola rió un poco y murmuró:

—Me alegra que me hayas extrañado —lo miró a la cara, de pronto se sintió insegura de su humor y observó con ligereza—. ¿Por una razón en particular? —Nicola dudó—. ¿Sucede algo malo Kit?

—¡Oh Dios, no! —sonrió, bailándole sus dientes blancos y la atrajo hacia sí—. ¿Debería tener alguna razón? —demandó con cariño y miró hacia la casa, a los rayos de luz que escapaban de las cortinas en una de las ventanas de la planta baja—. No estoy seguro de que me guste la tregua con Mike, no seas demasiado amistosa con él, ¿quieres?

—¡Kit! —protestó Nicola, quien sintió que el color invadía sus mejillas—. ¡No seas tonto! ¡Nadie tomará tu lugar, lo sabes bien! No escatimes a Michael un poco de urbanidad y cooperación—lo miró a la cara, inquieta.

—Debo estar celoso —pasó Kit un dedo por la ceja de Nicola—. Creo que me acostumbré a que ustedes dos fueran los rijosos y yo el mediador.

—Me voy, ya es tarde —tiritó de nuevo.

—Mejor vete —la besó en la punta de la nariz—. Ten cuidado Nick, te llamaré luego.

Nicola hizo una pausa en el marco de la puerta y pensativa, lo observó alejarse. Más sorprendente que el comportamiento de Kit, era el darse cuenta de que no deseaba que terminara la tregua con Michael. Había bromeado con Kit debido a que eso era lo que esperaba él, pero se estaba acostumbrando a esta nueva clase de amistad con Michael y resentía cualquier amenaza a ella. Al cerrar la puerta vio que Michael estaba en la sala de estar.

—¿Quieres tomar una taza de café con nosotros, Nicola? —se hizo a un lado para dejarla entrar—. Te presento a Geraldine Forest, una colega. Geraldine, ¿recuerdas que te mencioné a Nicola Redford, mi prima, quien se hizo cargo de los asuntos aquí?

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Nicola sonrió y le estrechó la mano a la mujer. Esta era de unos 35 años, de buena figura, con cabello rubio que enmarcaba a una cara inteligente, zapatos finos y elegantes, la veía muy femenina.

—¿Cómo está señorita Redford?

Nicola dio la respuesta apropiada y aceptó la taza de café que le tendía Michael.

El había usado la palabra "prima" y eso la hacía pensar. Michael nunca había pretendido ser su primo. ¿Por que ahora sí? La única respuesta en la que pudo pensar era que trataba de tranquilizar a Geraldine, las primas no son una amenaza.

Nicola se fue tan pronto como pudo, Geraldine permanecería allí esa noche. Al pasar Nicola por la habitación de los huéspedes conjeturó si Geraldine la ocuparía sola, luego se encogió de hombros y subió hasta su dormitorio… Después de todo, ¿qué le importaba?

Por la mañana, Nicola permitió que Geraldine usara primero el baño de arriba. Cuando bajó se encontró que Cassandra hacía a la invitada la "prueba del ratón blanco". Al parecer Geraldine la pasaba con altas calificaciones e incluso animaba a uno de los ratones a trepar por su brazo. Nicola se mordió los labios para no reírse ante la desilusión que mostraba el rostro de Cassandra. Sirvieron el desayuno en el comedor.

Víctor comentó:

—Es la tercera vez que viene. Debe ser una favorita.

Fox on the Rocks, la segunda aventura de Fox, progresaba. Nicola ordenó su horario de manera que pudiera pasar algún tiempo trabajando en el manuscrito. Ese día le llegaron dos cartas, una de su madre, quien en el párrafo final le preguntaba si era feliz. Nicola se asomó por la ventana de su habitación, con la carta en la mano y la mirada perdida. Sí, estaba bien… y claro que feliz, pero muy en su interior, tenía el extraño presentimiento de que no estaba segura ni de ella ni de su futuro.

La otra carta, que le había dado Jennie, era de los Dalmain, informándole que la novela Code Name Fox de N.A. Merchant, estaría a la venta en las librerías a partir del dos de diciembre. Un escalofrío la recorrió, al imaginar su libro en los escaparates de las tiendas.

Con el fin de transportarse con independencia, Nicola compró un VW Beetle usado, de color naranja brillante, con el que se dirigió a Ashwell para comprar más papel. En el camino vio a Cassandra que la llamaba desde un seto, a medio kilómetro de Bredon House. Se detuvo para ver qué quería y Cassandra le comentó:

—Alguien arrojó un costal en el río, Nickie, ayúdame a sacarlo… tal vez tenga algo de valor —su cara ansiosa atisbo a través de la ventanilla.

—¡Cass, no trates de sacarlo tú! —Nicola salió del automóvil y masculló una interjección cuando vio que las piernas de Cassandra estaban cubiertas de barro. Su prima negó con la cabeza.

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—¡No, Nickie, de verdad que no! Bien, vamos. —Nicola apagó el motor, cerró la puerta y se dirigió con Cass hacía el río.

—Michael te reñirá si sabe que te acercaste al río.

—De verdad, Nickie, tan sólo fui a investigar, pero con la lluvia el terreno está húmedo y me enlodé. Verás, acababa de bajar del transporte de la escuela y me dirigía a casa a través del campo, porque quería ver la antigua casa de los hornos para secar. El señor Harlow piensa que tal vez habiten allí los murciélagos y no está lejos de donde encontré al mío. Acababa de subir los escalones del portillo cuando vi al chico tirar el saco en el río y correr. No podía dejarlo pasar, ¿o sí? —y Cassandra la miró indignada.

—Siendo quien eres, Cass, no, por supuesto que no. ¿En dónde está?

—Ahí —señaló Cassandra hacia el puente. Con la lluvia las aguas corrían veloces y salían a la superficie los desechos usuales. Algunos de ellos quedaban atascados en el punto en donde el pilar del puente dividía al río. El saco estaba hundido hasta la mitad en el agua y había quedado atrapado en la rama rota de un árbol.

Nicola comentó:

—Es probable que sólo sea basura, Cass —y tiró del saco, de cuyas profundidades salió un quejido.

—¡Es un animal! —murmuró Cassandra, horrorizada—. ¡Oh, Nickie, sácalo! —y dio un par de pasos hacia adelante, pero Nicola la detuvo por el brazo.

—¡No hagas una tontería! Detén mi abrigo.

—¿Qué vas a hacer? —Cassandra tomó el abrigo y miró a su prima con ansiedad, su preocupación pasó con rapidez desde el saco a Nicola.

—De niña escalaba este puente cuando íbamos a pescar. Veremos si todavía puedo hacerlo —conforme hablaba se dirigía al centro del puente.

—Comienza a lloviznar. Estará un poco resbaloso —advirtió Cassandra, impresionada por la actitud de su prima y por la manera como se descolgó por el parapeto. Asomándose, vio que Nicola llegaba a la base del puente y permanecía parada en un estrecho borde de concreto—. ¿Puedes alcanzarlo?

—Hay en la mampostería un aro para botes —gritó Nicola—, podré colgarme de él.

—¡Ten cuidado! —corrió y observó ansiosa cómo probaba Nicola su peso en la rama, colgándose con una mano del aro para botes—. ¡Oh, no te caigas Nickie! —y casi se congeló al oír gritar a Nicola.

—¡Ahí voy! —tomó el saco y con un esfuerzo superhumano lo subió arañándose un poco al tratar de equilibrarse. Exclamó triunfante—: ¡Hecho! —se asomó con precaución por el borde y gritó—: es muy pesado, Cass, dudo poder transportarlo sin ayuda.

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—Espera un segundo, lo haremos juntas —un momento más tarde, Cassandra ató sus cinturones de tela y Nicola amarró con rapidez el extremo del saco.

—Ahora toma el extremo, cuando lo tire, pero no lo dejes caer —subió por el parapeto con dificultad, con la respiración agitada y murmuró—: Me estoy volviendo vieja para esta clase de cosas —Cassandra asió el saco, y lo cortó con su navaja, mientras Nicola se frotaba las manos y rodillas con un pañuelo.

—¡Es un cachorro! —exclamó Cassandra y extrajo del interior del saco un enlodado bulto—. ¿Está muerto?

Nicola palpó el pecho del animal.

—No, pero no está lejos de ello. Cuanto más pronto se saque y lo caliente, mejor.

Víctor protestó ruidosamente cuando entraron y Cassandra agregó malhumorada:

—No seas tonto, no podíamos permitir que la cosa se ahogara —y al ver la mirada de horror de Víctor, al advertir el estado de Nicola, añadió dudosa—: No fue peligroso, ¿no es así, Nickie? ¿Qué dirá Michael?

—Mucho —contestó Víctor con melancolía.

—Sé bueno, dame una caja y una sábana para este miserable cachorro, ya que eres un ángel —urgió Nicola—, y tú Cass, mejor será que llames al señor Harlow y le pidas que venga. No creo que al animal le haga daño la leche caliente.

Cassandra se dirigió al teléfono.

—Tiene las patas grandes… es probable que sea un cruce de lobo y sabueso —murmuró Víctor.

Nicola hizo una mueca y frotó al animal con una toalla.

—Acéptalo, Víctor, no puedes luchar contra la suerte de Cassandra.

—Ya sabía que algo malo iba a suceder cuando leía las hojas de té esta mañana —replicó Víctor—. No quisiera estar por los alrededores cuando lo vea el patrón.

Por la tarde vino el señor Harlow, el veterinario y examinó al cachorro, que tenía cerca de seis meses y estaba mal nutrido. Cuando les preguntó si pensaban conservarlo, Noel, que había llegado del colegio, replicó:

—Temo que eso depende de mi hermano.

A la hora de la comida, Cassandra anunció que el perro se llamaría Hamlet, estudiaba esa obra en particular para los niveles "O".

—Ser o no ser —bromeó Noel.

Pasaron a ver televisión y esperaron con impaciencia a que llegara Michael. Sonó el teléfono, Víctor respondió y dijo que Michael iba a llegar tarde. Cassandra se dirigió desconsolada a la cocina y le dio a Hamlet un plato de avena.

—Esperaré a Michael y le diré lo de Hamlet —observó Nicola.

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La cara de Cassandra se iluminó.

—¿Lo harás Nickie? —y miró el plato vacío—. ¡Vaya, qué pronto comió! Ahora lo veo mejor.

Nicola se bañó, se puso su pijama y una bata, se preparó una bebida caliente y se sentó en la sala de estar a ver la última película. Se despertó cuando Michael puso otro tronco en la chimenea y apagó la televisión. Miró soñolienta el reloj y vio que faltaba un cuarto para la una.

—Hola, Michael —le sonrió y recordó que lo esperaba, se echó hacia atrás el cabello y se frotó los ojos.

—Debo decirte que ya encontré al animal en la cocina, alguno de tus perros callejeros, ¿O fue Cass, Red?

—Cass lo encontró pero temo que yo también tuve algo que ver. Su nombre es Hamlet. ¿Deseas una bebida?

—Gracias, pero ya tomé algo un poco más fuerte. Tuve el presentimiento de que lo iba a necesitar —sorbió el líquido de su vaso—. Mejor dime qué sucedió.

Conforme contaba la historia resultó aparente que Michael no iba a apaciguarse por el humor con que Nicola lo narraba, cambió de táctica, enumerándole nada más los hechos. Durante unos momentos, Michael permaneció en silencio antes de decir con calma:

—¿Te das cuenta de lo peligroso que fue? El río está crecido, y ya se ha ahogado un par de niños. Si te hubieras caído habrías llegado a la orilla con dificultad y… ¿Qué hubiera hecho Cassandra? ¡Ir tras de ti, sin duda y tal vez se hubieran ahogado las dos! Pensé que podía confiar en ti y que impedirías que Cassandra se metiera en problemas, ¡y encuentro que eres tú quien se mete en ellos!

—¡Oh, no seas tan exagerado! No era tan peligroso.

—Me pongo gris cuando las recuerdo —replicó fríamente Michael—. Toda tu vida te has metido en líos, esperaba que con los años hubieras adquirido algo de sentido común. ¡Parece que me equivoqué!

Nicola había previsto la posible impaciencia, tal vez enfado, de Michael, pero no con esta furia, con su afilada lengua y expresión altiva. Tuvo una sensación desagradable en el estómago, y se dejó llevar por la ira.

—¡No seas tan emocional, Michael! ¿Nunca dejaré de ser niña para ti? ¡Eres demasiado injusto, nada de lo que hago está bien! ¿Piensas que no me di cuenta cuál era el riesgo? Juzgué la situación y decidí hacerlo. ¿Pensaste en lo que hubiera sucedido si no actúo así? ¡Es más que probable que Cass lo hubiera intentado! —contuvo el aliento y agregó con amargura—: Pensé que nos habíamos comprendido mejor, parece que me equivoqué —se levantó con violencia, se echó el pelo hacia atrás y le dirigió una mirada furiosa—. Mejor me voy, si eso es lo que piensas de mí. Encontraré a alguien que ocupe mi lugar y luego me iré —dio un par de pasos pero Michael la tomó del brazo e impidió que avanzara. El había palidecido y sus ojos, medio ocultos, oscurecidos.

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—¡Déjame ir! No tenemos nada más que decirnos.

—Pienso que sí. Huir no es la respuesta, cálmate y siéntate.

—¿Cálmate? —le hizo eco con furia, forcejeando para librarse—. ¡Es así como tú eres, Michael! ¡Haces comentarios insultantes, hirientes, de una manera tan fría, tan glacial, como si fueras un juez y luego me dices que me calme! ¡Déjame ir, maldita sea! ¡Me haces daño!

—Entonces no te resistas —la retenía, su brazo parecía una barra de acero. El kimono había caído de sus hombros y uno de los tirantes del camisón se le desligaba sobre el brazo al forcejear con él—. No deseo hacer un melodrama.

Nicola quedó inmóvil mirándolo a los ojos, Michael la liberó, se volvió, tomó su vaso y bebió de él. Nicola respondió mordaz:

—Gracias —y se frotó la muñeca.

—Eres una persona inteligente Red, debes saber que no es fácil ser tutor de una niña que crece y se desarrolla. Me ha producido tantos dolores de cabeza como tú solías hacerlo.

—¿Yo? ¡Nunca fui tu responsabilidad! —Michael se balanceó y rió. Su risa no tenía ni un vestigio de diversión y su cara enrojeció.

—No seas más provocativa de lo que has sido, yo era el mayor y tú vivías con mi familia. ¿Qué se suponía que debía hacer, ignorarte?

—Trataste de hacerlo muchas veces.

—Tienes razón, traté de hacerlo, pero eras tan autodestructiva que me vi forzado a hacer algo por ti. En Cassandra hay mucho de ti, diluido, tal vez, pero lo suficiente para que su corazón gobierne a la cabeza…

—Supongo que a ti nunca te ha sucedido eso, eres demasiado calculador. Debías agradecer que Cass tenga sangre roja en sus venas y no hielo…

—…La conducen a situaciones difíciles —se detuvo, al comprender el significado de las palabras de Nicola. Su cara palideció y la joven sintió remordimiento, pero al recordar el sarcasmo al decir que Cassandra se parecía mucho a ella, la indignación superó al remordimiento.

—Cass sabe que tiene prohibido acercarse al río, a menos que vaya con un adulto. ¿Por qué ustedes dos no pudieron?…

—Siento haberte desilusionado, pero nunca has tenido un gran concepto de mí y soy un adulto, ¡Condenación! ¿A qué edad debo llegar antes que dejes de tratarme como a una niña?

Hubo un profundo silencio, interrumpido por el tictac del reloj de la pared y el chisporroteo ocasional de un tronco en la chimenea. Al mirar Nicola la cara de Michael, vio que ésta cambiaba desde desesperación hasta un humor cáustico.

—¡Oh, creo que ya no eres una niña! —y antes que Nicola supiera lo que iba a suceder y que pudiera murmurar una palabra de protesta, las manos de Michael la tomaron por los hombros, la atrajo con rudeza hacia sí y la besó.

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La bofetada resonó con fuerza en el silencio. Fue una acción refleja por parte de Nicola, que lamentó al minuto. Pudo haber lloriqueado mortificada, mas siempre creyó una tontería hacerlo en este caso le daría mucha más importancia de la debida a una típica acción de macho que demuestra su dominio, o al menos trata de hacerlo. Ya nada tenía sentido.

Con una mueca burlona, Michael musitó:

—¡Eres deliciosamente femenina, Red. Has demostrado admirablemente mi observación!

Estremecida más por el hecho de que la hubiera besado que por el beso mismo, Nicola exclamó:

—¡Maldita sea, Michael! ¿Por qué hiciste eso?

—Parecías tener dudas acerca de cómo te veía. Confío en haberlas disipado —la recorrió con la mirada—. Nadie que te vea, Red, puede cometer el error de considerarte otra cosa que no sea una mujer —dio la vuelta alejándose de ella, y se quedó mirando con tristeza al fuego. Nicola permaneció de pie atontada, confusa y sonrojada; se arregló el kimono y se abrochó el cinturón con los dedos temblorosos. Michael continuó con un dejo de impaciencia en su voz—: Hablaremos mañana cuando estemos calmados —hizo una pausa—. Si deseas abandonarnos, Red, es tu decisión.

¿Irse? ¡Por supuesto que ella no quería irse! ¿De qué hablaba ese idiota?

Permaneció irresoluta y buscó las palabras correctas, pero Michael dijo con sequedad:

—Buenas noches, Red.

Nicola se fue sin responder.

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Capítulo 4 —¿Perdieron todos la lengua? —preguntó Víctor a la mañana siguiente al traer

la bandeja de Michael—. El patrón desea verte —señaló con la cabeza a Cassandra, que le dirigió a Hamlet una mirada triste y se fue arrastrando los pies.

Diez minutos más tarde se presentó una Cassandra cabizbaja, con la cara roja y la apariencia de haber llorado. Cruzó la cocina y se dirigió a la caja de Hamlet, al llegar lo acarició.

—¿Qué dijo? —preguntaron al unísono Noel y Nicola, que pensó indignada que si Michael había sido horrible iría y pelearía con él.

Cassandra dijo con voz trémula:

—Michael dice que puedo conservarlo, ¿no es maravilloso? —y besó los rizos de la cabeza de Hamlet.

—Espero que sepas lo que haces, ¿cómo convenciste al patrón? —comentó Víctor.

—No hice nada, tan sólo me preguntó que había sucedido ayer y se lo dije y si deseaba conservar a Hamlet y yo respondí que sí. Me contestó que podía hacerlo, puso algunas condiciones, muy razonables, y luego comencé a llorar.

Después de algunos minutos, los hermanos tomaron los paquetes de sus almuerzos, las mochilas y los impermeables y se fueron. Nicola, sentada y pensativa, terminó la taza de té que bebía. Víctor le dirigió una mirada y preguntó:

—¿Tuvieron una pelea?

—¡Cállate Víctor! —replicó Nicola con sequedad. De repente la casa le pareció opresiva y respondió—: Me voy —el aire estaba frío y se subió el cuello del abrigo. Caminó rápido y al final de la senda se encontró con la señora Vesty.

—¡Sale temprano hoy, señorita Redford! ¿Puedo hacer el aseo de la oficina del señor Dalmain?

—Temo que el señor Dalmain estará en casa hoy, podrá hacer la oficina mañana.

—Muy bien.

Cada una de ellas siguió su camino.

Al fin Nicola había escapado de la casa y de Michael, para poner en orden sus confusos pensamientos. Apreciaba el punto de vista de Michael, no era fácil educar a los dos niños. Si Cassandra era el tipo de niña que con frecuencia se metía en problemas, entonces era comprensible que fuera extrasensible hacia ella.

Nicola se dirigió al antiguo pabellón, allí se sentó en el duro banco de madera y sus ojos vagaron por los alrededores.

Un ruido, un guijarro al rodar, una hoja al caer, o algo, o quizá un sexto sentido que todos tenemos en ciertas circunstancias, hizo que Nicola desviara la vista.

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Michael estaba parado cerca de ella observándola, con expresión enigmática. El trató de iniciar la conversación.

—Víctor me dijo hacia dónde te dirigías y la señora Vesty lo confirmó, pensé que estabas aquí —rió con suavidad—, nuestros antiguos cuarteles —se sentó dejando un espacio entre ellos.

—A veces pienso si los niños de hoy en día lo usarán para el mismo propósito —comentó Nicola.

—Lo dudo, en la actualidad son mucho más sutiles. No pareces haber dormido mucho.

—Siento haberte pegado —Nicola lo miró cautelosa.

—Eso fue lo que pensé, pero deseaba que me lo confirmaras. Dos disculpas siempre son mejores que una.

—¡Qué taimado eres, Michael!, renuncio a una, si no es que a ambas.

—No puedes, no se permite. Una vez que se da la evidencia… —sus ojos se posaron, meditabundos, en la cara de Nicola—. Siento lo del beso. Fue una forma más bien… drástica de demostrar mi punto de vista y no del todo satisfactoria. Las cosas que se hacen en un momento de furia, rara vez lo son —se quitó un guante, tocó la mejilla de Nicola y con suavidad frotó sus labios contra los de ella.

Las pestañas de Nicola aletearon, un delicado rosa tiñó sus mejillas y enmudeció de súbito. Michael hizo una mueca maliciosa.

—Me parece recordar que ya una vez te besé cuando tenía alrededor de 14 años, durante una fiesta de la familia. Y si mi memoria no me engaña, también esa vez me abofeteaste, debí recordarlo y no besarte.

La risa explotó en la garganta de Nicola y alivió la tensión.

—Supongo que debo agradecer que no me hayas pateado las espinillas, otro delicioso hábito tuyo —continuó Michael con sequedad—. Víctor me dijo que no desayunaste. Hay un paquete que debo recoger en la oficina del correo, así que sugiero que nos retiremos de este asiento tan incómodo antes que nos congelemos. El automóvil está estacionado atrás de la colina. Nos detendremos en Moffat y de regreso recogeremos el paquete —Michael se levantó y la ayudó a hacerlo, caminaron colina abajo.

A ella le alegraba apoyarse sobre el brazo de él. La noche pasada había estado dando vueltas en la cama, maldiciendo su temperamento, regañándose primero y luego a Michael por las cosas que los dos habían dicho. Ahora, todo estaba bien de nuevo.

Moffat estaba en High Street y era una tienda en donde vendían pasteles y pan hechos en casa y que tenía una sala atrás, en la que servían desayuno en la mañana y té por la tarde. El interior era cálido y agradable y el olor de la panadería despertaba el apetito. Al entrar Michael y Nicola, había unos cuantos clientes. Eligieron una mesa cerca de la ventana, pidieron té y pan con mantequilla y quedaron en silencio mientras comían.

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O por lo menos, Nicola comía, Michael tan sólo la observaba conforme bebía el té. Ella se sirvió la segunda taza y comentó:

—Fuiste muy bueno al permitir que Cassandra conservara a Hamlet. Supongo que le habrás pedido permiso a Víctor.

Michael sonrió, pero no lo negó y ella continuó:

—Víctor piensa que te convendría una esposa —tomó un sorbo de su taza y pensó qué tan lejos podría llegar—. Me inclino a convenir con él.

—¡Qué considerados son! Debían juntarse con la tía Margaret, estaría feliz de tenerlos a su lado.

—Eso solucionaría algunos problemas, ¿no crees?

—Esa no es una razón. Cuando decida casarme, se les informará a todos. Hasta entonces, les agradeceré que conserven sus deseos para sí.

Nicola parpadeó y tomó otro pan tostado. La mirada de Michael se posó sobre su muñeca.

—¿Te hice eso? —tomó la mano de Nicola y la frotó en las marcas—. ¡Que bruto soy!

—Me magullo con mucha facilidad, siempre he sido así —respondió con rapidez, y dio un salto en la silla al oír una voz cerca de ellos que decía:

—¡Michael! ¡Nicola! ¡No pensé encontrarlos aquí!

Sin prisa, Michael soltó la mano de Nicola y se levantó con lentitud.

—¡Tía Margaret, qué sorpresa! ¿Te unirás a nosotros? Como ves, casi hemos terminado, pero podemos pedir algo más, si lo deseas.

Margaret Dalmain era una mujer bien conservada. Su cabello era blanco y ondulado, la figura garbosa. Había censura en su mirada, observaba a Nicola con desagrado.

Nicola conocía ese desagrado, desde niña y aprendió a mantenerse lejos del camino de Margaret Dalmain, tanto como fuera posible.

La tía rechazó la oferta del té y sus ojos recorrieron la mesa, volviendo a su sobrino en demanda de una explicación. Michael que no se intimidaba con facilidad no ofreció ninguna y la acompañó de regreso a su mesa, en donde le presentó una amiga.

Al volver, Nicola había terminado el pan y bebido su té. Michael permaneció de pie junto a su silla, inclinado hacia delante.

—¿Nos vamos? Terminaré mientras te despides de la tía —le sonrió con malicia. Nicola estuvo consciente de la mirada de águila de Margaret y con renuencia fue a despedirse. La presentó a la amiga como "sobrina de la pobre Joan". Nicola quiso reír, pero se controló.

A continuación hicieron a Nicola mil preguntas, a las que respondió con la mayor brevedad. Después de las preguntas vinieron los comentarios… Que

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Cassandra era indisciplinada y Noel insolente, que le había contestado mal el otro día, etc. Ya era tiempo de que Michael se casara con la encantadora Geraldine Forest, cuyo padre era tan espléndido y podría influenciar en la carrera de Michael, cosa que no debía verse a la ligera.

Sin embargo, Margaret no preguntó a Nicola el porqué ella y Michael estaban en Moffat, por lo que Nicola le quedó agradecida, ya que no pudo pensar en una sola explicación que le pareciera factible.

Cuando al fin Nicola se unió a Michael, éste le preguntó burlón:

—¿Saliste bien? —levantó el brazo para despedirse de su tía.

—Así, así —admitió Nicola y se preguntó si Margaret no tenía razón sobre Geraldine Forest. La tía poseía el hábito de ser la primera en enterarse de los asuntos de los demás.

—Puedes ir a recoger tu paquete mientras voy al automóvil. Estamos muy cerca del límite de estacionamiento.

—¿Mi paquete? —inquirió sorprendida. En la oficina del correo le entregaron un paquete color café, cuya dirección venía con letra de Jennie.

¡Code Name Fox al fin estaba en su poder! En la seguridad de su habitación desenrolló el paquete y sacó las copias del libro. La cubierta era roja, brillante y se hacía notar, con caracteres japoneses negros, en diagonal que formaban la silueta de una daga. Nicola pasó suavemente sus manos sobre él y comenzó a volver las páginas.

¡Lo que sentía era increíble, casi como si otra persona lo hubiera escrito!

Devolvió las copias del ejemplar al paquete y las escondió en el fondo del guardarropa.

Llegó diciembre, el tiempo empeoró y comenzó a nevar.

Noel y Cassandra estaban conscientes de los peligros de los charcos helados y habían oído cómo Kit y Michael estuvieron casi a punto de perder sus vidas en cierta ocasión, al romperse el hielo.

—¿Estabas con ellos, Nickie? —preguntó Noel cuando le relataron la historia, y Nicola negó con la cabeza.

—Sucedió un invierno antes que yo viniera —miró divertida a Noel—. No fui responsable, no estuve en toda travesura que sucedió en el pasado.

—¡Oh! ¿No estabas? —respondió Noel. Kit, sentado en el asiento del frente con Michael, que conducía el coche, rió divertido y se inclinó hacia atrás apretando la mano de Nicola.

—¡Es la reputación que tienes, Nick!

Fue una tarde de recuerdos, en que Nicola sintió de nuevo que tenía dieciséis años.

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Fox on the Rocks comenzó a tomar forma y cuando Michael viajó a Amsterdam para unos negocios, Nicola tuvo tres días para trabajar en ella.

Noel actuó en una obra de teatro presentada por su escuela. Nicola y Cassandra fueron a verlo. Noel tenía uno de los papeles principales y después de la representación, al hablar Nicola con el director de la obra pudo decir con sinceridad, lo buena que le había parecido y que en particular Noel la había sorprendido.

—Gracias, ¡qué bueno que la disfrutó! Todos ellos trabajaron duro y lo hicieron muy bien, en especial Noel. Su primo tiene talento. Creo que desea actuar profesionalmente, ¿no es así? —habló el director.

—¿Actuar profesionalmente? —le hizo eco Nicola—. ¿Es cierto eso?

—Sí, o al menos así me lo dijo la semana pasada —la expresión del director era candida—. ¿Dije algo que no debía?

—Pienso que sí, es la primera vez que oigo que Noel desea actuar.

—Su familia tiene una casa editora, ¿o no?

—Una rama de ella y esperamos que Noel se una a la empresa familiar —explicó Nicola pensativa—. El hermano mayor de Noel es abogado.

—Puede ser un capricho pasajero pero conozco a Noel y lo dudo. Aquí viene. Mejor me disculpo por hablar demasiado —saludó a Noel, felicitándolo por su actuación y luego agregó—: Temo que he mencionado tu interés en el teatro profesional, Noel. Lo siento.

—No me importa que mi prima lo sepa.

—Entonces no hice ningún daño. Ahora, si me disculpan, parece que me buscan —y más aliviado, el director se despidió.

—Ahora lo sabes —Noel miró receloso a Nicola.

—¿Es ésa la razón por la que has estado tan meditabundo las semanas pasadas, Noel?

—No deseo desilusionar a Michael —Noel sonrió con timidez.

—Estoy segura de que él no deseará que sigas una carrera que no te agrada. Ya sabe lo que significa eso. El tomó una decisión semejante. Es una lástima que no te haya visto esta noche, le hubiera parecido bien, tu actuación fue excelente.

—Gracias —Noel enrojeció, complacido. Se encogió de hombros.

—En cuanto a Michael, hice una solicitud para entrar en enero en la escuela de Drama y si me aceptan, entonces le informaré, ya que no tendría caso si no ingreso. ¿Verdad que no le dirás nada, Nickie?

—Sólo si me prometes mejorar tu conducta en lo que concierne a Michael. No es su culpa que estés confuso y te sientas culpable, no puede ayudarte si no se lo dices.

—Estoy contento de que lo sepas, Nickie —Noel rió.

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A la tarde siguiente, Cassandra levantó su cabeza de los libros y preguntó:

—¿Michael estará en casa mañana?

—Mmm… Debería estar —respondió Nicola, chupándose el dedo, que se había pinchado con la aguja, cosía un botón a una de sus blusas. Algo que notó en la voz de Cassandra le hizo preguntar—: ¿Lo extrañas?

—No me gusta que esté lejos, pero no se lo digas —y sonrió—. Estoy muy contenta de tenerte aquí, Nickie, mas no puede durar ¿verdad? —y volvió a sus libros.

¡Qué vulnerables eran las personas a los catorce años! pensó Nicola. Era una edad intermedia en que no se era niño ni tampoco adulto, una época en que se fluctuaba entre brotes de inseguridad y la lucha por la independencia. ¿Habría hecho mal en venir a Bredon House?

—El primer día libre que tengamos, iremos al pueblo y compraremos tu nuevo vestido para la fiesta de la tía y del tío —y Cassandra convino en ello feliz.

Nicola dejó el VW en la estación de Ashwell. Al dirigirse a casa, recordó que Michael volvería hoy y estuvo de acuerdo con Cassandra. Podría ser desesperante a veces, pero su presencia era reconfortante.

Lo descubrió sentado en un sillón ante la chimenea, leyendo, con Hamlet a sus pies. Nicola preparó una jarrita de té y los dos observaron un documental sobre el Japón, que Nicola no deseaba perderse. Luego lo puso al día con las noticias de la casa.

Al tomar la taza de Michael para volverla a llenar, accidentalmente tiró el libro que éste leía y al recogerlo, interrumpió a la mitad sus disculpas al ver la tapa, que Michael había colocado hacia abajo.

Michael interpretó mal su sorpresa tomándola por curiosidad y ella explicó:

—Es uno de los nuevos libros. Kit me lo pasó para que lo leyera, un primer intento, según tengo entendido.

Nicola le tendió de nuevo el libro y se ocupo con el té. Le preguntó como por casualidad:

—¿Te gusta? —y esperó la respuesta con ansiedad.

—No he leído más que la mitad —hizo una pausa para considerar la pregunta—. Por cierto que no es una historia de espías común y corriente. Los caracteres tienen alguna profundidad y posee un buen estilo —tomó la taza que le ofrecía Nicola—. Sí… lo disfruto.

—No pensé que te gustara esa clase de libros, Michael —se sentía complacida.

—Algunas veces es la única clase de libros que puedo leer cuando he tenido un día pesado. Mi gusto varía. Sólo pido que el libro esté bien escrito y éste lo está. Te lo prestaré, si deseas.

—Gracias, me gustaría —fue todo lo que pudo responder.

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—Kit llama al autor su hombre misterioso. N.A. Merchant se niega a ir a la oficina y se mantiene en contacto por carta. Kit piensa que probablemente sea algún burócrata que desea permanecer anónimo por miedo a estremecer al "Establishment" y que nuestro hombre misterioso encontró la forma de escribir una historia de espías, legible tanto para hombres como para mujeres.

El cambió la conversación para preguntarle si había visto a los tíos o a Kit esa semana.

—Comí con Kit el miércoles, tenía prisa por llegar a una cita —puso su taza vacía sobre una mesa cercana—. ¿Tuviste alguna razón para hacer la pregunta? Creo que todos están bien.

—Mmm… no… Kit me recogió en el aeropuerto y tomamos una copa juntos. Iba a encontrarse con sus padres para comer con los Keynes, o al menos eso me dijo —sus ojos se posaron en ella con gravedad.

—A últimas fechas parece ver mucho a los Keynes. Más a ellos que a ti —bromeó Nicola, levantándose y bostezando. Hamlet saltó y movió la cola.

—Sacaré al perro —ofreció Michael y Nicola se inclinó para acariciar los rizos de la cabeza del animal.

—¿Lo harás? Gracias. Temo que tendrá que aprender. Aún no sabe el significado de la palabra obediencia.

—El parece que tiene preferencia por mis pantuflas.

—Lo sé, es inteligente.

—¿De verdad? Me sorprendes y por favor dile a quien esté tratando de enseñarle a traerme el periódico que no lo haga. No me agrada encontrar sobre la mesa el papel destrozado.

Nicola rió.

—Espera hasta que tome algo tuyo —advirtió Michael, y sus ojos la siguieron hasta la puerta—. Red…

Nicola se detuvo y se volvió con una expresión inquisitiva.

—No tiene importancia… buenas noches —sus ojos permanecieron fijos en ella durante unos segundos antes de volver a la lectura.

—Buenas noches, Michael —Nicola echó una última mirada a la cabeza inclinada sobre el libro, al fuego de la chimenea y a los ojos brillantes de Hamlet y grabó la escena en su memoria para recordarla más tarde.

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Capítulo 5 La caldera de la calefacción de la escuela de Cassandra se descompuso y

cerraron el edificio durante tres días.

—Iremos al pueblo a comprar tu vestido —dijo Nicola a su prima al oír lo anterior. Michael ofreció llevarlas.

Durante el viaje, Cassandra preguntó:

—¿Irás al tribunal hoy, Michael? —cuando éste lo afirmó continuó—: ¿podemos ir? No lo he visitado desde hace mucho tiempo y no nos llevará mucho comprar el vestido, ¿verdad, Nickie? ¿Te gustaría ver a Michael en el Tribunal?

—Sí, siempre he deseado saber cómo luce con peluca y toga.

—Muy distinguido —declaró con orgullo Cassandra.

—Me adulan, pero no puedo garantizar que haya una sesión muy dramática. Es un caso de fraude, podrían hallarlo tedioso.

—¿No hablarás tú? —preguntó Cassandra, desilusionada.

—Tendré mi parte —replicó Michael.

—Por eso queremos ir. ¿No es cierto Nickie? —agregó Cassandra alegremente.

Tedioso o no, el tribunal estaba lleno y el caso era mucho más interesante de lo que Michael les había hecho creer. Al entrar él, miró hacia arriba y les sonrió. Cassandra se volvió hacia Nicola y musitó:

—Todas mis amigas están enamoradas de Michael, piensan que es maravilloso.

La fila de pelucas y togas, y la entrada del juez, vestido de rojo, daba un elemento dramático a los procedimientos, pensó Nicola, dirigiendo sus ojos a Michael.

El les había dicho que en este caso tenía que demostrar que su cliente era una víctima inocente, que no sabía que ayudaba a sus socios en el fraude. Las dos primas esperaron con ansiedad hasta que Michael se levantó para interrogar a los otros dos hombres involucrados. Lo observaron con sus maneras tranquilas y confiadas hasta que al final los acusados cayeron en la trampa que Michael les había tendido. Al alejarse, satisfecho, miró hacia arriba y les guiñó el ojo izquierdo, antes de inclinar la cabeza para hablar con un colega.

Se reunieron cuando se levantó la sesión para la comida, según habían planeado. El vestíbulo del edificio del tribunal estaba lleno de gente. Al dirigirse Michael hacia ellas, con papeles bajo el brazo, explicó apesadumbrado:

—Lo siento, esperaba comer con ustedes, pero debo atender algo antes que vuelva el tribunal —sus ojos se dirigieron a un punto más allá de ellas, asintió con la cabeza y dijo—: En un momento —tanto Cassandra como Nicola se volvieron automáticamente y vieron a Geraldine Forest, con toga y peluca, que sostenía un expediente, y que les sonrió mientras esperaba que Michael se le uniera.

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—Lo comprendemos —respondió Nicola. Hicieron arreglos para encontrarse más tarde en la oficina de Michael en Chambers y se fueron.

Cuando Cassandra y Noel bajaron la tarde de la fiesta que celebraban las bodas de rubí, Nicola los miró y decidió con orgullo de prima que los veía atractivos y elegantes. La jovencita le pareció adorable.

—¿Bien? —preguntó Cassandra a Michael, quien sin que se diera cuenta Nicola había salido del estudio y estaba parado fuera de su línea de visión—. ¿Me ven atractiva?

—Ciertamente, los dos —respondió Michael con calor y añadió—: Se renueva mi esperanza de que algún día llegarán a la madurez y ya no seré su tutor.

—Así será en año nuevo —anunció Noel.

Cassandra agregó impaciente.

—No has dicho nada de Nicola, Michael. ¿No crees que está fantástica? ¡Su vestido es de la Quinta Avenida de Nueva York!

—A la tía Margaret le gustará —murmuró Michael recorriendo con la punta de su dedo la espina dorsal desnuda de Nicola—. Muy elegante y llamativo —la miraba como aprobándola.

—Gracias —respondió Nicola—, y no fue a tía Margaret a quien tenía en mente cuando lo compré.

—Pienso que no —Michael sonrió y caminó a su alrededor, con las cejas levantadas—. ¿Te dejó sin saldo en el banco, Red?

—Madre y Neil lo compraron para mí —replicó y se sintió ridícula, como una chica que sale para su primer baile, no le gustó el sentimiento. El vestido era sencillo, negro y se adaptaba muy bien a su figura alta y delgada.

—Creo que reservaré ahora mismo la pieza principal contigo —anunció Michael, sosteniéndole el abrigo para que pudiera ponérselo. La fría seda tocó su piel y se sintió vulnerable ante la presencia de él, que permanecía detrás de ella, y las manos sobre sus hombros al ponerle el abrigo. Todo ocurrió en unos segundos, lo suficiente para parecerle que sólo ella y Michael vivían y respiraban.

La ilusión la interrumpió Cassandra al comentar:

—Es un sueño de vestido, Nickie —y volviéndose hacia su hermano mayor añadió—. ¡Oh, Michael, qué bueno que Nickie esta aquí, con nosotros! ¡Qué mal me sentiré cuando se vaya!

—Convengo en ello, Cass, mi amor —replicó Michael que dejó a Nicola y ayudó a Cassandra con el abrigo—, no podemos esperar que ella permanezca para siempre, ya sabes que tiene el alma inquieta.

"¡Pero he cambiado!'' Pensó Nicola por un momento y a punto estuvo de decirlo con voz alta. Se sintió etérea, veía a una mujer vestida de negro con un abrigo de

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pieles y al hombre con traje de noche como extraños, conscientes uno del otro, como si fuera su primera reunión.

—Pienso que no debemos hacer esperar a la tía Margaret —observó Michael, después de recorrerlos con la vista a los tres.

—¡Pobre tía, nunca está segura de nosotros! —sonrió Noel.

—Por buenas razones algunas veces —declaró Michael con sequedad—. Esta noche es importante para ella, de manera que nos comportaremos lo mejor que podamos. ¿Sí?

—¡Cuarenta años de casados! —murmuró Cassandra asombrada—. ¡Pobre tío Rupert! —y al ver la cara de su hermano mayor, puso la mano sobre la boca y murmuró arrepentida—: Lo siento.

—Vamos, jóvenes —ordenó Michael muy serio.

El Ford estaba listo, el camino que conducía a él no tenía nieve y Michael preguntó:

—¿Te gustaría manejar, Noel? —y arrojó las llaves a su hermano quien las tomó, como sin darle importancia.

Nicola se sentó en el asiento de atrás con Cassandra, medio escuchando la conversación. Se sentía rara, un poco tensa, como si esta noche fuera importante. Sonrió con timidez en la semioscuridad, al darse cuenta de que se le había contagiado un poco la excitación de Cassandra al vestirse para una ocasión especial, si bien tenía sentimientos ambivalentes sobre las fiestas de "rubí". Rupert y Kit la habían considerado como un miembro de la familia Dalmain, pero Margaret siempre le hacía notar su tenue relación.

Nicola fijó sus ojos en Michael, que se sentó en el asiento del frente. Hablaba con Noel, con la voz relajada, aunque se notaba que parte de su atención estaba puesta en la carretera y en la forma que manejaba Noel.

Michael miró por encima de su hombro y preguntó:

—¿Va todo bien, Red? Están muy tranquilas.

A través de los árboles se vieron las luces del hotel y hacia allá se dirigió Noel.

Margaret y Rupert Dalmain daban la bienvenida a sus invitados a la entrada de un gran salón de baile que habían alquilado para su fiesta de aniversario. Al quitarse los abrigos, vieron que Rupert se dirigía hacia ellos y que su cara irradiaba contento. Se inclinó para besar a las chicas.

—Nicola, Cassandra, queridas, ¡qué bueno que han venido! —Rupert era un hombre alto de cabello gris y ojos color café que brillaban en una cara delgada. Les estrechó las manos a sus sobrinos—. Noel, Michael —volvió su cabeza y exclamó—: ¡Margaret! ¡Aquí está la familia!

La señora, que hablaba con otro invitado, se unió a su esposo. Permitió que la besaran en la mejilla, agradeció a Michael su regalo y sus ojos se posaron en Nicola.

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Nunca le había simpatizado, tal vez debido a que percibía en ella su fuerza de carácter y terquedad.

En su juventud consideraba a su sobrina política como una mala influencia para Kit y durante un tiempo creyó que Nicola pudiera llegar a ser su nuera. Gracias a Dios, Kit recobró el buen sentido y nada había sucedido.

—¿No crees que la tía se sobrepasó un poco con la iluminación? —susurró Cassandra, cuando entraron en el salón de baile—. Puso una decoración que sería buena para un árbol de navidad.

—Compórtate —ordenó Nicola y controló el impulso de reír.

—¡No puede ser… sí, sí es! ¡La señorita Cassandra Dalmain en persona! —con voz llena de admiración Kit hizo que su prima diera una vuelta y exclamó—. ¡Muy bonito… muy bonito! —Cassandra enrojeció de placer—. Bailaré la primera pieza contigo, Cass, mi amor, o de lo contrario sufriré mucho —sus ojos se posaron en Nicola y silbó con suavidad—. La veo maravillosa, señorita Redford.

Nicola inclinó con coquetería la cabeza y replicó:

—Gracias, señor Dalmain, también a usted lo veo bien —y sonrieron uno a otro.

Cassandra se excusó y fue a reunirse con unas amigas. Kit, serio por un momento, agregó:

—Deseo hablar contigo, Nickie. Aparta la pieza después de la cena, ¿quieres? —y antes que Nicola pudiera hacer otra cosa más que convenir en ello, llegó Hester Keynes, que llevaba un hermoso vestido azul y se mostraba en extremo bella, pasó su brazo por el de Kit y sonrió.

—Hola, Nicola, gusto de verte… Kit, ven. Deseo que conozcas… —y se alejó con él, sonriendo.

Una mano cerró los dedos de Nicola alrededor del pie de una copa, luego la tomó del brazo y la condujo a una mesa al borde de la pista de baile.

—Bebe —ordenó Michael, que llevó su propia copa hasta los labios, al tiempo que sus ojos examinaban el salón—. Creo que necesitamos fortificarnos. Acabo de ver a la gran tía Maud y, ¡por Dios! ése no puede ser el tío Wallace —ignoró la risita de Nicola y continuó observando lo que sucedía a su alrededor—. Muy bonita reunión social, prestigio y riqueza mezclados con relaciones, cosa que sólo se encuentra en los funerales y en las bodas.

En el extremo más lejano del salón, una pequeña orquesta comenzó a tocar una canción popular, Noel se acercó y pidió a Nicola que bailaran.

—Me calentaré primero contigo, Nickie, para practicar —dijo sonriendo—, y mientras, echaré un ojo a las posibilidades.

—Me honras —replicó Nicola, dirigiéndose a la pista, sin darse cuenta del interés que despertaba en los invitados masculinos—. Pero no te muevas demasiado, no deseo caer en desgracia para siempre ante los ojos de la tía Margaret, ni agitarme tanto que se me caiga el vestido.

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Las piezas fueron una mezcla de música antigua y moderna, en consideración a la extensa gama de edades presentes. Noel y Cassandra pronto se encontraron con otros jóvenes y parientes y al parecer se divertían muchísimo. Nicola conocía a muchas personas y vagó por los alrededores, hablando, oyendo las noticias y siendo solicitada para bailar casi constantemente. Veía a Kit en todas partes atendiendo a los invitados. Durante una de las piezas antiguas él pasó junto a ella y susurró:

—¡La pieza después de la cena! —y se fue, Nicola devolvió su atención a la persona con quien bailaba.

Vio a Michael vagar por el salón conversando y luego bailar una movida pieza con Cassandra, los jóvenes lo vitorearon.

Hester coqueteaba, tanto con Kit como con Michael, nunca parecía estar sin un compañero. Estaba de un humor vivaz y todo parecía sonreírle. Para sorpresa de Nicola, Champman Keynes la acorraló y le impuso con rudeza un interrogatorio que Nicola encontró difícil de detener. Se alegró cuando Michael se les unió y la conversación se hizo más general. Se divertía al observar la habilidad con que su primo manejaba a otros hombres, por supuesto, manejar a las personas y a las palabras era la forma como él se ganaba el sustento.

Se sirvió la cena, Cassandra y Noel volvieron a la mesa familiar, y la comida se desarrolló entre risas y chistes. Al terminar la cena, volvió la orquesta y tocó un vals. Nicola recordó la solicitud de Kit de que le reservara la pieza después de la cena y miró alrededor buscándolo; luego de unos momentos, lo vio acompañado de una muchacha cuya cabeza estaba muy cercana de la de él, era Hester. Nicola se encogió de hombros, terminó su copa y la volvió a llenar con el contenido de la botella que estaba sobre la mesa. Antes que pudiera llevarla a los labios, Michael se acercó y le dijo con firmeza:

—No podemos dejar que pase la noche sin bailar juntos, ¿no crees, Red? El ritmo de esta canción se adapta más a mi edad —y la miró directo a los ojos—. Me parece recordar ciertos dedos magullados en aquel tiempo que aprendías a bailar.

—Si es así eres muy valiente al pedirme que bailemos.

—Te he estado observando durante la tarde y encuentro que has mejorado mucho.

—¡Bestia! Debería negarme a bailar.

—Pero no lo harás.

No, por supuesto que no se negaría a bailar con él. Había estado esperando durante toda la noche a que se lo pidiera. Inconsciente de la música y del ruido de las otras parejas que se dirigían a la pista Nicola permaneció parada junto a este hombre, maravillada de la increíble sensación que la invadía.

—No te negarás ¿verdad? —la pregunta quedó sin respuesta, Michael la atrajo y la llevó a la pista.

Comenzaron a bailar, él llevaba el control y su cuerpo se movía y giraba arrastrándola.

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¡Michael! ¡Con seguridad que no sería tan tonta! ¡Después de todos estos años, no podía ser Michael! Cerró los ojos, y trató de aclarar sus sentimientos. ¿Por qué bebió esta última copa de vino?

Nicola aspiró el olor de la piel masculina, sintió la textura del traje en la palma de su mano, el aliento cálido sobre la mejilla y ese cuerpo apretándose contra el de ella.

Los pasos de baile se acoplaron conforme aumentó el número de personas en la pista. ¿Imaginaba ella este asombroso sentimiento de pertenencia? Volvió su cabeza con precaución y miró la cara de Michael. Este se dio cuenta del movimiento y le sonrió con ligereza. Nicola le devolvió la sonrisa, le clavó los ojos en la boca y pensó en lo fácil que sería oprimir esos labios contra los de ella…

Apartó los ojos y se quedó en silencio, apretando los dientes.

¿Por qué tenía que ser Michael, entre toda la gente? Michael, a quien ella le había desagradado durante años… Y luchó contra la risa que amenazaba con brotar de sus labios. ¡Qué tonta era! ¡Qué ciega y necia!

Después le fue difícil dar un orden a lo que siguió, o más bien, a lo que obviamente comenzó antes que ella se diera cuenta. La música disminuyó y al final cesó y al detenerse Michael la liberó. Nicola respiró con un suspiro de alivio. Los huesos le dolían por el esfuerzo que había hecho al tratar de relajarse y mirarlo con propiedad, pero no pudo. Oyó un aplauso apagado, trató de mantener la compostura y exclamó con voz brillante:

—Gracias, Michael —le dirigió una mirada casual y obtuvo como respuesta una mirada aguda, interrogadora. Nicola imaginó su aspecto para que él la mirara de esa manera y desesperada dirigió la vista a otra parte.

Algo que había estado sucediendo incluso antes que terminara la música, fue anunciado por algunos vivas en una parte de la pista, los bailarines se hicieron a un lado y dejaron ver a Hester y a Kit que se dirigían a la plataforma.

Nicola oyó que Michael emitía una exclamación y comenzaba, llevándola con él, a abrirse paso a través de los bailarines, que miraban ahora hacia el lugar donde ocurría el suceso, y mirando por encima del hombro de él pudo ver que Kit, al darse cuenta que habían llamado la atención de los invitados levantaba las manos pidiendo silencio.

Se detuvo, al ordenarle Michael que se pusiera a su lado y aún así Nicola no comprendía. ¿Por qué ella?… A Nicola le acababa de ocurrir una cosa mucho más importante y casi no podía darse cuenta de lo que sucedía.

Kit se subió a la plataforma y ayudó a Hester a seguirlo, luego dijo algo al director de la orquesta, que sonrió y se dirigió al micrófono.

—Damas y caballeros —comenzó Kit—, amigos, familiares, pienso que ya han conjeturado lo que voy a decir…

Se oyeron algunas risas y Kit sonrió a Hester. Nicola pensaba:

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Ahora sí que tendré que irme de Bredon House, no puedo seguir viviendo allí, ver a Michael todos los días, tratar de conducirme de la manera acostumbrada. Nada volverá a ser normal de nuevo…

—No pensábamos decirlo esta noche —decía Kit—, pues sentíamos que era el día de papá y mamá, pero ellos nos dieron sus bendiciones y rodeados por todos ustedes que nos desean bien, no podemos retenerlo más.

Siguieron más risas y vivas. Michael tomó a Nicola con firmeza por el brazo y caminó con ella unos pocos pasos hasta su mesa, casi forzándola a sentarse en una silla. Nicola obedeció a la presión de esa mano y lo miró curiosa.

—Como se habrán imaginado —continuó Kit—, Hester me ha hecho el honor de prometerme ser mi esposa —se volvió a la radiante mujer que se encontraba a su lado y llevó su mano hasta los labios. En medio de los aplausos, hurras y felicitaciones, Chapman Keynes se levantó, con su figura ancha y poderosa, acompañado por los padres de Kit. Rupert sonreía y Margaret lo hacía triunfante.

Chapman besó a su hija y estrechó la mano de Kit antes de dirigirse a los invitados y comunicar:

—Ya tuve el honor de hacer un brindis para Margaret y Rupert y ahora siento el mayor placer al hacer otro para mi hija Hester y Christopher, el hijo de ellos… Una alianza entre nuestras dos familias que testificamos con agrado. Estoy seguro que se nos unirán al desearles a Hester y Christopher toda la felicidad en su futuro juntos.

Michael puso una copa en la mano de Nicola y ella brindó obediente.

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Capítulo 6 —¡Vaya! ¡Hester y Kit! ¡Quién lo hubiera pensado! —exclamó Cassandra

cuando se dirigían a casa—. ¿Sabías lo que sucedía, Michael?

—Tenía alguna idea, nada oficial —sus ojos se posaron en el espejo y Nicola, al encontrarlos, miró hacia otro lado.

Noel respondió:

—Una cosa rápida, ¿verdad?

—Algunas personas se deciden en minutos —contestó Michael, divertido.

—¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó Cassandra, reprochándolo.

—Mi querida niña, ¿que había que decir? Tan sólo que Kit parecía ver a Hester mucho durante las pasadas semanas y que tu tío y tía recibían a los Keynes con más frecuencia de lo que ameritaba una relación más bien casual.

—¿Por qué Christopher? —demandó Cassandra irritada—. El ha sido siempre Kit y ella va a hacer que todo el mundo lo llame siempre Christopher, ¿no crees?

—No tengo idea —respondió Michael con calma—, pero lo dudo. Esta noche tendieron algo hacia la formalidad, de cualquier manera, él siempre será Kit para nosotros.

—Lo será. No fue una mala fiesta —bostezó Noel.

—La cena fue buena —convino Cassandra, que se contagió con el bostezo e inclinó su cabeza con comodidad sobre el hombro de Nicola—. ¿Te divertiste, Nickie? —preguntó medio adormilada.

—Sí. No te duermas Cass, te sentirás mal y casi estamos en casa.

En casa… pero no por mucho tiempo, pensó Nicola anhelante. Sus ojos volvieron a Michael, sentado detrás del volante, en silencio y mirando la carretera. Durante el resto de la noche había sido bondadosamente protector y con dificultad la dejaba. No fue sino hasta que la gran tía Maud dijo:

—Dejaste a Kit irse de entre tus manos, ¿eh, niña tonta? No puedes tenerlos esperando para siempre ¿sabes? —fue entonces que Nicola se dio cuenta del porqué Michael se comportaba así.

El destino había sido duro, dándole dos golpes con poco tiempo entre uno y otro. Ya era bastante malo darse cuenta que estaba enamorada de Michael sin esperanza y ahora se le privaba de su único aliado, Kit, ya nada volvería a ser lo mismo. Pese a toda su angustia por Michael, se sentía un poco lastimada de que Kit no se lo hubiera dicho… Michael la había acompañado a felicitarlos. En ese momento Nicola tomó dos copas más de vino y su humor se había agudizado, pero después del revelador comentario de Maud, fue necesario aparentar no estar interesada. Kit, riéndose, había aceptado su beso de felicitaciones en la mejilla y Hester lo hizo con placer.

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La tía Margaret estaba que reventaba de orgullo, se olvidó de sí, hasta el punto de besar a Nicola con calor cuando se despidieron.

—¡Despierta, Nickie! —susurró Cassandra. Nicola abrió los ojos cuando los faros del automóvil alumbraron el arco de entrada a la casa.

—No estaba dormida —replicó Nicola. Michael abrió la puerta del frente y se apartó para dejarlos pasar.

—¡Oh, señor! Estoy cansada —bostezó Cassandra al subir por la escalera. En lo alto se volvió e inclinándose sobre la barandilla dijo—: Gracias por haberme escogido este vestido tan lindo, Nickie… todo el mundo me felicitó por él. Buenas noches —y se dirigió a su habitación.

—Víctor dejó una nota, sacó a Hamlet —anunció Noel siguiéndola—. Buenas noches.

—¿Deseas beber algo, Red? —preguntó Michael al entrar en la sala de estar, se quitó el abrigo y la corbata. Fue hacia el gabinete de las bebidas y se sirvió un brandy.

—No, gracias —y caminó hacia la chimenea, que aún tenía ardiendo un tronco. Se arrodilló en la alfombra, se quitó los zapatos y movió los dedos. Observó cómo Michael se dirigía hacia las cintas, seleccionaba una y la deslizaba en el tocacintas. Cuando comenzó la música, apartó con rapidez la vista, para que él no se diera cuenta de que lo contemplaba.

De repente comprendió la inquietud de Michael y al levantar la cabeza, observó que la miraba muy serio.

—Michael, ¿por qué no me dijiste lo de Hester y Kit?

Michael bebió de su vaso, se acomodó en una silla y quitó el cojín para tener más espacio.

—Creí que se los había explicado en el automóvil.

Nicola, que se había quitado las peinetas, las dejó caer en su bolsa. Su cabello le cayó sobre la frente y lo hizo hacia atrás con impaciencia, lo miró con tristeza al decir:

—Explicaste el porqué no se lo habías dicho a Noel y a Cassandra, yo soy diferente.

Se hizo el silencio, Michael apretó los labios y dijo por fin:

—Es tarde, Red. ¿Por qué no vas a la cama y duermes? Mañana…

—Mañana no cambiará nada y no podría dormir. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Pensé que si alguien debía decírtelo era Kit.

—Bien, por supuesto que debió —respondió impaciente—, pero así es Kit. Estoy segura de que tenía la intención de decírnoslo, luego se vio envuelto en la danza. Eso explica su actitud, pero no la tuya. Te guardaste tus sospechas y creíste innecesario comunicárselo a los demás. ¡Gracias de todas maneras!

Al ver que él no replicaba, Nicola enrojeció de pronto.

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—¿No es cierto, Michael?

—¿Importa algo? —respondió con voz cansada.

—¡Por supuesto que importa! No hay nada tan irritante como las miradas piadosas sin fundamento, como esta noche. Todo el mundo parecía pensar…

—No todo el mundo, con seguridad.

—… Que Kit me había… —y al buscar Nicola la palabra y no encontrarla se rió—… dado calabazas, supongo. Bien, no fue así.

—Red, ¿por qué me dices todo esto?

—¿Qué?

—No tienes que justificarte ante mí. ¿Qué te contraría?

Nicola tragó y dijo no muy convencida:

—No deseo que sientas pena por mí —su rubor se profundizó—, y no lo niegues.

—Admito que estaba preocupado pero si eso te tranquiliza, acepto tu palabra —y cruzó las piernas e inclinó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se dispuso a escuchar cómo John Williams interpretaba un pasaje muy difícil con su habilidad acostumbrada.

—Pero la evidencia en contra es concluyente —Nicola apretó los labios y luego inquirió—: ¿No confías en nadie alguna vez, Michael? ¿No puedes dejar de ser abogado, tan sólo por un momento?

—Encuentro difícil ignorar los hechos.

—¿Qué hechos?

—Para alguien con tan poco interés, tu reacción al anuncio del compromiso fue más bien drástica.

—Sí, pero yo… —Nicola se detuvo—. Después de todo, me tomaré esa copa —y se levantó dirigiéndose al gabinete, con la conciencia de que Michael la observaba. Ahí estaba el meollo del asunto, la dificultad que impedía aclararlo. ¿Cómo iba a decirle: Sí, estaba conmocionada, pero no por Kit, ni Hester, sino porque acababa de darme cuenta de que te amo, que te he amado durante mucho tiempo sin saberlo, y que he necesitado las pasadas semanas, viviendo cerca de ti, sin la niñez que cubra mis ojos, para revelármelo? No…no podía decirle eso.

—Te vendría mejor un café negro —murmuró Michael.

—Me sentía rara. Estuve bebiendo el vino añejo sin darme cuenta y nuestro vals me mareó.

—Lo bebiste con rapidez y en gran cantidad.

—¿De qué otra forma podía aparentar que no tenía nada que ver con Kit y Hester? Acepto que al oír la noticia, me sentí un poco dolida porque Kit no tuvo confianza en mí, a él le gusta dar sorpresas.

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—No puedes, en un momento, decir que nos lo dijera y al siguiente que le gustan las sorpresas, Red.

—Sí, puedo, porque los dos argumentos son válidos.

—¿Crees que te gustaría que cualquier chica saliera con Kit?

—En otras palabras, ¿estoy celosa? ¡Ah, vamos, Michael! Admito que no me gusta Hester, nunca me agradó.

—Ella siempre habla muy bien de ti.

—Estoy segura que lo hace —sonrió con malicia.

—Kit la eligió. Nunca resulta inteligente conjeturar el porqué una persona se ve atraída por otra.

—Pero puedes tener dudas, ¿no es verdad? Comprendo por qué Kit se sintió atraído por ella. Hester es hermosa, tiene clase, es lista y rica. Lo siento si crees que soy un poco mal intencionada, pero trato de ser honesta. Si hay cualidades más profundas en ella me sorprenderá. Sus valores son totalmente opuestos a los míos y creo que corromperá a Kit, en forma materialista, quiero decir.

—Kit no es débil —respondió con lentitud.

—Lo sé. Su personalidad despreocupada, oculta una fuerte vena de testarudez, cuando lo decide se aferra a sus opiniones y no las cambia por nada, los dos sabemos eso, mas Hester apelará a la tía Margaret y el tío Rupert cederá. Pero como dices, es la vida de Kit, puede hacer con ella lo que quiera —le dirigió una mirada intensa, brillante—. Todo lo que deseo es que te convenzas de que no estoy celosa, no tengo el corazón destrozado. ¡Por Dios, Michael! ¿No crees que si hubiera deseado casarme con Kit, hace años que lo hubiera hecho? Suena arrogante, pero es la verdad —bebió otro poco y siguió con más lentitud—. Kit y yo jugamos a estar enamorados en los años finales de mi adolescencia, pero nada resultó pues yo… —se detuvo, frunció el ceño y continuó—: Si le hubiera dado a Kit el más ligero aliento, habría pasado del papel de amigo al de enamorado y encontré que… no podía —un movimiento de Michael la hizo decir—, ¿qué?

—Nada, continúa.

Nicola terminó su bebida, se sentó y añadió:

—Tuvimos suerte de poder proseguir nuestra antigua y despreocupada relación. ¿Crees que durante estos años he estado esperando pacientemente a que Kit se me declarara? La paciencia nunca ha sido una de mis virtudes y tengo algo de orgullo. Si amara a un hombre y supiera que no había esperanza, me alejaría de su camino —siguió hablando y de pronto se arrodilló cerca de la silla—. ¿Qué tengo que hacer, Michael, para convencerte de que no estoy involucrada emocionalmente con Kit? El es el hermano que nunca tuve.

—Tonterías.

—¡Oh! ¿Por qué me molesto? —se levantó y se dirigió a la puerta. Michael la siguió, la tomó de la mano y murmuró:

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—No creas que no te tengo simpatía, Red.

Nicola se soltó de la mano.

—No deseo tu simpatía, Michael, no la necesito. ¡Y sí tu confianza!

—La cual te daría si no fuera por una cosa.

—¿Eh? ¿Qué cosa?

—Con frecuencia Kit me decía que tú y él se casarían.

Nicola lo miró asombrada.

—¿Kit te dijo eso? ¿No bromeas?

Michael pensativo, le sostuvo la mirada y volvió a llenar su vaso, ofreció la botella a Nicola, que negó con la cabeza. Ella se sentó en el sofá, recostándose contra los cojines y preguntó con el ceño fruncido:

—¿Por qué diría Kit eso?

—Seguramente pensaba que sería cierto, hasta que Hester lo hizo cambiar de opinión —volvió a levantarse y la miró.

—No, debe haber otra razón —volvió la cabeza y rió—. Michael, Kit tenía cientos de amigas, todos lo sabíamos.

—Ninguna de ellas era asunto serio.

—¡Maldición! Yo tampoco he llevado la vida de una monja.

—Se suponía que Kit esperaba que te asentaras.

—¡Oh, Dios! La única razón por la que consideraría casarme con Kit sería para reemplazar a la tía Margaret, una razón lo suficientemente buena, ¿no crees?

—Lo dudo —la réplica fue mordaz.

—Kit no me dio calabazas, ni ha esperado por mí, ni nada por el estilo que pudiera pensar la familia. Michael, no tienes por qué preocuparte por mí.

—No podrás persuadir a la familia con tanta facilidad.

—¡Al diablo con la familia! Pueden pensar lo que quieran.

—Hay algo que debe decirse acerca de esas relaciones.

Nicola se levantó moviendo la cabeza.

—¡Oh, no, no lo haré! —se inclinó hacia él con una mirada acariciadora—. Siempre has manipulado a tu familia con destreza admirable —recogió sus zapatos preparándose para irse—. En cuanto a mí, el compromiso de Kit y mi sospechado corazón roto, pronto quedarán superados.

—¡Uh!… veremos si le podemos proporcionar algo en qué pensar.

Nicola se detuvo en la puerta y volvió la cabeza para mirarlo.

—Gracias Michael, por escuchar… ¡Oh, por todo! —y antes de decir algo tonto, se fue con rapidez.

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En la cama, Nicola estuvo dándole vueltas a la conversación, pensando si debió darle otro giro. Desechó la pretensión de Kit, Michael debió comprender mal a su primo. Luego pensó si en realidad lo había convencido de que no tenía el corazón roto. Quizá no, al menos no en su totalidad, pero le había dado algo en que pensar.

Se volvió con la cara hacia el colchón, abrazada a la almohada. Durante todos estos años estuvo esperando que llegara el hombre adecuado y la solicitara y durante todo ese tiempo él había estado ahí, ante sus ojos.

"Michael". En la quietud de su habitación murmuró el nombre con suavidad y cerró los párpados. Lo podía ver con claridad… los ojos azules, la hermosa boca, las cejas, nariz y mandíbulas bien delineadas. Se preguntaba cómo era que alguien, en un momento de revelación, se transformaba en la persona más importante de su vida. Se volvió sobre su espalda. Supuso que siempre quiso que Michael se enamorara de ella, muy atrás, siendo niña.

¡Con qué sutileza había llegado este descubrimiento hasta ella! Una acumulación gradual de autoconciencia, la impresión de un cambio de sentimientos que crecía con rapidez, rompía las barreras pasadas, quitaba las vendas de sus ojos y le permitía ver a Michael como en realidad era y no como ella creía. Esta noche, la venda final había caído, alejó el mito y reveló al hombre.

A punto de dormirse se dio cuenta de que de todo ello resultó algo positivo. Había comenzado a creer que nunca se enamoraría, que le faltaba algo. Y fue un alivio encontrar que, después de todo, era normal. ¡Lenta, ciega y tonta, pero normal!

Como era su costumbre, Víctor miró al interior de la taza de té, estudió el contenido durante unos segundos y apretó los labios. Dirigió su mirada a Nicola, que leía una carta que había recibido y exclamó:

—¡Vaya! —lo que hizo que Nicola lo mirara.

—¿Qué sucede, Víctor?

—Me gustaría que me permitieras leer tus manos, desde hace mucho tiempo que tengo puestos mis ojos en ellas.

—Ya lo sé —le sonrió y dobló la carta. Era de su madre y de Neil, en ella iba incluido un generoso cheque como regalo de Navidad—. Sé todo sobre mi pasado, muchas gracias, en cuanto al futuro prefiero ignorarlo.

—Tú sabes que nunca predigo el futuro como tal y que cualquier quiromántico que lo haga te engaña. EI destino y la libre voluntad tienen partes iguales y puedes elegir por cuál te dejarás llevar, pero no puedo decirte el futuro. No creo en la suerte… no es un don que algunos tienen y otros no. Nosotros hacemos nuestra propia suerte. Pienso que no seas la clase de persona que se preocupe por el futuro, Nicola.

—No lo soy, aunque tampoco una escéptica y creo que hay algo en la lectura de la mano, de las estrellas, etc.

—¿Un poco sobresaltada de que lea demasiado? Ya sé más de lo que piensas.

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—¿Oh, sí? —lo miró, recelosa.

—Por la forma de tus manos —sin pensarlo Nicola permitió que se las tomara—. Tienes lo que llamo una mano de forma analítica… la palma larga, rectangular, con el ángulo bueno en la parte de atrás del pulgar, ¿ves? Dedos con punta cónica. Eso significa que tienes una vena creadora. Superficialmente eres una persona segura de ti y capaz, pero bajo esa capa eres un poco insegura. Tienes buen sentido del tiempo y no te gusta llegar tarde por nada, eres buena organizadora y te gusta el cambio, un poco de excitación.

—Pudiste saber todo eso tan sólo por conocerme, y en cuanto a lo de un poco insegura, me imagino que alguien te lo dijo.

—Si fueras a consultar a cualquier quiromántico de reputación, que no te conociera, subrayaría mis palabras, te diría lo mismo. En cuanto a que estés interesada en las estrellas, la mano esta relacionada con ellas —volvió hacia arriba la palma de la mano de Nicola y pasó su dedo por cada sección conforme hablaba—. Este saliente en la base del pulgar, por ejemplo, es el monte de Venus. Es robusto, firme, hay mucha energía… el saliente que está precisamente abajo de tu dedo índice es Júpiter y bajo cada uno de los dedos siguientes tenemos a Saturno, el Sol y Mercurio. Todos ellos nos dicen algo diferente: Venus, calor, pasión, amor y odio. Júpiter, ambición, orgullo, liderazgo. Saturno, estabilidad, melancolía, Apolo, vena artística, prosperidad. Mercurio, sexualidad, viveza mental, capacidad para los negocios —Víctor echó su silla hacia adelante, adentrándose en el tema—. Este centro de la palma se llama la Llanura de Marte y nos habla de la energía, el entusiasmo y la capacidad para relajarse… todos tus recursos físicos. Luego, exactamente aquí abajo, cerca de la muñeca, está el monte de Neptuno, trata con la armonía y la comunicación.

—En cierta ocasión alguien me dijo que la mano izquierda es el pasado y la derecha el futuro.

—Es cierto —sostuvo Víctor—. Pero las manos evolucionan con el tiempo. Hay quien dice que la izquierda indica las características con las que naciste y la derecha las que tendrás. ¿Y qué sucede si una persona es zurda?

—No tengo la menor idea —admitió Nicola.

—Todos sabemos que es el lado derecho del cerebro el que controla al lado izquierdo del cuerpo y viceversa. Si no eres zurda, entonces llamamos a tu mano derecha la "principal", la mano activa… la mano de la razón y muestra cómo te comportarás en una crisis. La mano izquierda, o "menor", tiene igual importancia. Representa tus respuestas, tus instintos. Ahora invierte la mano principal y la menor y verás cómo todo el patrón se altera.

—Sí, supongo que sí.

Víctor, se concentró ahora en la mano derecha.

—Esto es interesante —murmuró, casi para sí. Acercó la palma a sus ojos—. ¿Ves estas pequeñas cruces, que forman como una estrella? Parece que llegarás a ser

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famosa o podría ser una relación amante, el matrimonio, tal vez. Sí, vale la pena una estrella sobre Júpiter, niña.

—¡Víctor prometiste no hacerlo! —rió aun cuando se sentía molesta. El parecía apesadumbrado y ella retiró la mano.

—¡Sé justa! Todo lo que te he dicho es lo que pudiera ser, depende de ti. ¿No es verdad? Si te sientas y no haces nada no conseguirás nada —echó hacia atrás la silla y se levantó—. Estarás muy bien, Nicola, una hija del sol, eso es lo que eres. Naciste bajo el signo de Leo y el patrón también es otro asunto delicado, él es Capricornio… Y tiene un par de manos interesantes, según he visto cuando me permite examinarlas.

—¿Es un creyente? —preguntó interesada.

—A decir verdad no sé, no me permite saberlo, pero te diré esto. Al correr de los años he llegado a creer que el trigésimo quinto año es con frecuencia una época importante en la vida de la persona y el patrón cumplirá treinta y cuatro el próximo enero. Esperaremos y veremos.

Dos días más tarde, Nicola recibió otra breve carta que decía: Viernes, comida, una de la tarde, Siegfelds. Kit. Nicola anotó la cita en su agenda y pensó: "No es demasiado pronto".

Nicola corrió a la oficina a firmar cheques y a dejar un regalo para Jennie. En el momento de salir dijo a su amiga:

—A propósito, ¿tienen planeado algo, Bill y tú, para la víspera de año nuevo? Tendremos una fiesta en Bredon House y nos agradaría que vinieran.

—¡Magnífico! Estoy ansiosa por conocer a esos Dalmain, iremos con mucho gusto.

—De las ocho y media en adelante —y dibujó un tosco mapa sobre un pedazo de papel, al tiempo que le daba las indicaciones para llegar a Bredon House.

Nicola se despidió deseándole feliz Navidad y se apresuró para llegar a su cita con Kit.

El jefe de camareros de Ziegfelds la condujo a través del comedor, Nicola recordó la primera vez, con Michael, cuando Kit los había vuelto a relacionar con Hester.

Kit estaba solo y la sonrisa que ya se formaba en sus labios se desvaneció cuando lo examinó. La expresión de Kit tenía un dejo de tristeza y en su frente se marcaban algunas arrugas. Al verla se levantó y le sonrió, tomándola de las manos al tiempo que le decía:

—¡Nickie, te veo adorable!

—Hola, Kit —Nicola sonrió y lo besó en la mejilla.

—Permíteme que te ayude a quitarte el abrigo. ¡Qué bueno que hayas venido! ¿Te dio permiso Michael?

—No tengo que pedirle permiso, Kit —la ayudó a sentarse—. ¿Y Hester?

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—Lo que ella no sepa no le preocupará —Nicola frunció el ceño.

—No hay una razón por la que Hester no deba saberlo, ¿o la hay Kit?

—Por supuesto que no, pero no tengo por qué decirle todo lo que haga.

—Te noto preocupado, ¿qué sucede?

—Siento no haberte dicho lo de Hester.

—No importa, Kit. Comprendo.

—Tenía intenciones de hablarte de ello antes del aniversario de rubí de la boda de mis padres y luego durante el baile, pero antes que supiera lo que sucedía me vi obligado a hacer el anuncio de esa noche.

Llegaron los alimentos y comenzaron a comer. Kit sirvió más vino.

—¿Te sorprendiste?

—Sí y no. Ya es tiempo de que te cases… sólo era cosa de saber con quién.

—¿No hizo algunas insinuaciones Michael? Creí que lo había advertido.

—No, ninguna. ¿Cuándo será la boda?

—En marzo. Deseo que asistas, no se te vaya ocurrir irte al otro lado del globo, por favor.

—No tengo pensado hacerlo, por el momento.

Durante el resto de la comida la conversación fue general, al terminar y salir Kit se detuvo, rió y exclamó:

—¡Mira quién está aquí, Nick!

Nicola se volvió y vio primero a Geraldine Forest y luego a Michael, que se levantó muy serio. Intercambiaron saludos, siguió una breve conversación y luego Kit y Nicola continuaron su camino.

—Me pregunto si Mike hará pronto un anuncio.

—No soy más confidente de Michael, que tuya.

Se separaron, Nicola vagó por las tiendas, ya que deseaba comprar algo de último minuto. Sabía que las cosas nunca volverían a ser las mismas entre Kit y ella, Hester haría que esto fuera más marcado.

Camino a casa, el dolor de su garganta se agudizó y la pesadumbre que había en su corazón aumentó cuando pensó en Michael y Geraldine.

Cuando llegó a casa, Cassandra estaba en el garaje y le notificó que no hallaba a Hamlet. Nicola estacionó el automóvil y se unió a la búsqueda, aunque esto le pareció ridículo, el animal podía estar en cualquier parte.

Cuando al fin renunció y volvió a la casa, al abrir la puerta de la cocina se encontró con Hamlet en su canasta y a Cassandra que lo acariciaba jubilosa.

—Estaba sentado en la escalera cuando regresé hace un cuarto de hora, Nickie, volvió solo a casa. ¿Verdad qué es lindo?

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Nicola asintió con la cabeza, complacida, demasiado agotada para otra cosa. De repente notó que la observaba una figura en el marco de la puerta. Michael comentó:

—Hamlet sabe lo que le conviene, no tenía caso buscarlo —miró a Cassandra, luego a Nicola—. ¡Qué par de irrazonables son ustedes! —y le dio un pequeño tirón al cabello de Cassandra.

—¡Qué lástima que yo no tenga una trenza que me halen! —exclamó Nicola agriamente y cruzó la cocina—. Crees que no debí buscarlo.

Cassandra agregó desconcertada:

—Michael lo buscó por los alrededores, Nickie —y al cruzar Nicola la puerta, continuó—: ¿Qué le pasa a Nickie, Michael? ¡Algunas veces no entiendo a las personas mayores!

Esa tarde adornaron el árbol de Navidad, Cassandra desenvolvió con cuidado las decoraciones y en una de ellas exclamó:

—¡Aquí está el petirrojo, lindo!

—Algunas de estas figuras deben tener más de veinte años —murmuró Nicola, desde la parte superior de una escalera—. Recuerdo que fui con tus padres a ver Cenicienta y al salir tu papá me regaló este coche y los caballos —los puso en el árbol.

—Supongo que era como un padre sustituto para ti, Nickie —dijo Noel.

—Sí, lo adoraba y también a la tía Joan, al crecer te das cuenta de muchas cosas que dabas por hechas cuando eras niño. Debió ser muy difícil para mi madre dejarme aquí, pero tu mamá se parecía mucho a la mía, tanto en apariencia como en carácter.

—La tía Adele es un panal de miel, ¿verdad, Noel? —sin esperar a que su hermano le replicara, Cassandra agregó—: Afortunadamente Michael se hizo cargo de nosotros. No quiero pensar en lo que sería vivir con la tía Margaret. ¡Pobre Michael! Debió resultarle desagradable hacerse cargo de nosotros. Iré a ver si los pasteles están listos, Víctor los hace —y salió de la habitación.

Nicola quedó en silencio y luego Noel comentó:

—Es como tú dices, Nickie, conforme creces aprecias las cosas cada vez más y Michael tuvo que cambiar algunas cuando se hizo cargo de nosotros.

—Sí, pero dudo que hubiera hecho algo diferente. ¿Por qué no se lo preguntas, si eso te preocupa?

—No me preocupa, pero sé que las cosas cambian.

Nicola tomó otro adorno, consciente de que su corazón había empezado a latir con más fuerza. Le resultaba doloroso tragar y pensó que quizás había enfermado de algo y que su estado de ánimo no se debía tan sólo a la profunda depresión causada por el amor.

—Estoy seguro de que piensa casarse pronto —afirmó Noel—. Limpiaba mis botas de "rugby", la puerta de la cocina estaba medio abierta y ellos no sabían que estaba allí. Michael y Víctor, quiero decir. Víctor le preguntó a Michael cuándo

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permitiría leerle la palma de la mano de nuevo —Noel dejó caer unas hojas en el cesto de basura—. Las palmas de la mano cambian, todo el tiempo, ¿lo sabías? Michael respondió, con voz burlona, que sabía exactamente lo que hacía y que no necesitaba que Víctor interfiriera, que lo había molestado lo suficiente y que tuviera paciencia hasta la boda de Kit. Así que hablaba de casarse, ¿no crees? No se lo he dicho a Cass. A ella no le gusta demasiado Geraldine y sospecho que es la elegida, ¿qué piensas Nickie?

Nicola asintió con la cabeza.

—Por supuesto, puede ser otra persona. Michael está lejos con bastante frecuencia, pero sólo ha invitado a casa a Geraldine. Habrá que esperar y ver. ¿Qué opinas?

—¿Qué? —Nicola dirigió la mirada hacia arriba y respondió con rapidez—. ¡Oh! Sí, lo veo muy bonito.

Nicola se sentó en silencio, como si nada sintiera. Tenía la Estrella de Belén en sus manos, cuando se abrió la puerta y Michael entró. Permaneció de pie, observándola, sin hablar.

—¿Crees que haces bien comiendo con Kit? —inquirió al fin.

—¿Porqué no? Tengo que comer.

—Sabes lo que quiero decir.

—Sí, lo sé y comeré con Kit cada vez que me lo pida.

Michael recogió un ángel de la caja y se lo dio.

—A Hester no le gustará. Estos escalones no son seguros.

—Hester puede irse al diablo. No voy a cambiar mi relación con Kit, no tengo nada que ocultar.

—Te estás metiendo en problemas, Red…

Se volvió hacia él furiosa.

—Aún no estás seguro de mí, gracias por tu confianza —la escalera se tambaleó de nuevo y al tratar de recuperar el equilibrio, Nicola se fue por un lado y la escalera por otro. Exclamó—: ¡Condenación!

—Te dije que estas cosas eran… —sin terminar la frase, Michael trató de impedir que ella cayera, enredándose en sus brazos y piernas, la fuerza del impacto lo echó hacia atrás. El árbol tembló un poco y se mantuvo quieto. La escalera quedó sobre el sofá.

Cayeron al suelo, primero Michael, que recibió el codo de Nicola en sus costillas, que lo dejó sin aire y Nicola lo siguió, amortiguando el impulso por el cuerpo de él, si bien el golpe de su mejilla contra el hombro masculino le dolió.

Aparte del gruñido de Michael al recibir de golpe el cuerpo de Nicola y el resignado ¡ah! de ella, nada más sé oyó durante unos minutos. Hubo un largo silencio mientras los dos recuperaban el aliento.

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Nick yacía sobre Michael, el cabello sobre la cara, las piernas enredadas en las de él. La joven gruñó y murmuró:

—Todo lo que tendré para Navidad es un ojo amoratado.

Lo oyó reír. El levantó el brazo para retirar el cabello de Nicola, y replicó burlón:

—Suponía que la Navidad era la época de la buena voluntad. ¿Qué te parece si me haces un favor y te pones de pie, Red?

—Los condenados escalones estaban perfectamente bien hasta que le echaste el mal de ojo —Nicola levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—¿Es esa la forma como le hablas a alguien que impidió que te golpearas sin pensar en su seguridad personal?

Nicola comenzó a reír, se levantó reteniendo el aliento y dejó escapar un ¡ay! al sentir dolor.

Se abrió la puerta y una voz dijo:

—Vine a preguntar si querían comer unos pastelitos, pero ya veo que están ocupados en otra cosa. Perdonen —y Víctor se fue cerrando la puerta.

—El sentido de humor de Víctor me mata —murmuró Michael y Nicola se sentó sobre la alfombra—. ¿No te pasó nada?

Ella negó con la cabeza y él continuó:

—Lo siento, pero déjame ayudarte —palpó en su bolsillo y sacó un pañuelo limpio con el que Nicola se limpió el irritado ojo.

—Le diré a todos que me golpeaste y que por eso me voy.

—¿Te vas? —la expresión y el tono de Michael eran suaves.

—Sí —se sentó e hizo una mueca al sentir la protesta de su cuerpo—. Así lo pienso. No es una buena idea que los niños se acostumbren a que esté aquí, ¿no crees?

Michael se levantó con lentitud y flexionó las piernas.

—Le pedí a Jennie que buscara a alguien que tomara mi lugar —mintió Nicola y pensó, presurosa, hacerlo al día siguiente—, una mujer local, si puede. Con eso te ahorraré la molestia.

—Gracias. Estoy agradecido que hayas permanecido durante tanto tiempo. ¿Tienes otro trabajo esperándote?

—Algo así… y mi apartamento quedará vacío después del año nuevo. No diré nada a Noel y a Cassandra hasta después de la Navidad.

—Buena idea —le tendió las manos y después de una duda momentánea, Nicola las tomó entre las suyas. Tan pronto como se levantó las retiró, maravillándose con desesperación de por qué una acción tan impersonal por parte de él era como un choque eléctrico para ella.

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—¿Te sientes bien, Red? —la miró de cerca.

—Estoy bien —replicó, mintiendo. Se sentía muy mal y si no se iba en un minuto comenzaría a llorar.

—Para mí que estás enferma —puso su mano sobre la frente de Nicola—. Estás ardiendo, es obvio que tienes fiebre. Vete a la cama, Red. Terminaré esto e iré a ver si te encuentras bien. ¡Anda, vete! —y le dio un empujoncito hacia la puerta.

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Capítulo 7 Según el doctor, Nicola tenía amigdalitis. Ello era, pensó la joven, para sí, una

forma más bien drástica de escapar de Michael. Drástica y sin éxito. El visitaba su habitación con frecuencia, comprobaba que tuviera el suficiente jugo de limón o que hubiera tomado sus medicamentos. En una ocasión miró alrededor de la habitación y dijo:

—Tengo la impresión de que eres como un espíritu inquieto, Red, siempre moviéndote. Incluso cuando eras niña nunca presumiste que dejarías tu señal en este cuarto y aún así era el tuyo.

No más, pensó ella lúgubremente, con su resistencia ya debilitada, no deseo irme, pero sería una locura permanecer aquí.

La víspera de Navidad, Nicola se sintió mejor, pero no lo suficiente como para asistir a la fiesta de los Keynes. Michael se unió a ella en la sala, antes de salir. Nicola posó sus ojos en él, velando sus sentimientos. Durante años había estado cerca de Michael, considerándolo como un amigo más y ahora no podía apartar los ojos de este hombre.

—¿Estás segura de que no quieres que permanezca contigo? —preguntó Michael y Nicola se rió, disfrutando el tono atractivo de esa voz.

—No te saldrás con la tuya tan fácilmente, la tía Margaret pensaría que había gato encerrado.

—¿Quieres decir que vería confirmadas sus sospechas? —él levantó la ceja y la estudió con fijeza. Nicola, que sabía que se había sonrojado, decidió que lo único que debía hacer era eludirlo.

—¡Pobre tía Margaret! Durante años estuvo convencida de que le había clavado las uñas a Kit y ahora que está seguro, comienza a preocuparse por ti. Esperaba que no hubieras notado su interés en nosotros.

—Al correr de los años me he hecho muy consciente de lo que piensa la tía Margaret. Pudiera no ser una mala idea animarla —murmuró Michael, con un dejo malicioso en la curva de su boca—. Necesitamos mantener a la familia ocupada en algo ¿Qué te parece un romance entre tú y yo, mmm?… —y la miró alentándola.

—Demasiado increíble —respondió con firmeza, sirviéndose un vaso de limonada y negando con la cabeza.

—¡Oh, no sé! Tal vez fuera divertido, sin embargo, creo que ya tenemos algo que será suficiente para mantenerlos entretenidos esta noche. La luz de las candilejas, si me perdonas la burla, caerá sobre Noel.

Nicola levantó la cabeza sorprendida y respiró profundo.

—¡Oh, te lo dijo! ¡Qué bueno, Michael!

—Anoche me confió sus ambiciones de llegar a ser actor y dejaremos que esa pequeña perla de información se deslice en la conversación familiar durante la tarde.

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Causará agitación, y permitirá que la imaginación de la tía Margaret descanse un poco de sus ridículas fantasías.

Nicola se rió con él, pero ello le dolió mucho. Así que eso le parecía, el amor entre ella y él. ¡Ridículo! bien, si así era…

—¿Cómo te sientes acerca de la idea de Noel?

—No estoy en posición de sermonear, le he dicho que lo apoyaré. No puedo pensar por qué él concibió tal cosa. He llegado a la conclusión de que yo lo atemorizaba.

—Vamos Michael, no creerás en realidad eso, Noel te tiene un enorme respeto y no desea desilusionarte.

—¡Michael, estamos listos! —gritó Cassandra.

El permaneció quieto, considerando las palabras de Nicola, luego sonrió.

—Le daré tus saludos a la tía —se despidió y se fue.

Víctor vino un poco después con un ramo de rosas dispuestas artísticamente en un florero de cristal.

—Es un regalo para ti, del patrón.

Puso las flores en una mesita cerca de la silla.

—Son lindas; ¡qué amable! —Nicola se inclinó y las olió.

—Hum… le dije que no irías a la fiesta y pensó que necesitabas alegrarte. ¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor —tenía los ojos puestos en las rosas—. Víctor, ¿alguna vez has tenido la sensación de que estás en un tren rápido y no puedes bajarte?

—No podría decirlo, pero permanecería adentro, si yo fuera tú. Sería peligroso saltar —salió de la habitación, Nicola inclinó la cabeza hacia atrás, recostándola contra la silla y pensó sombríamente: "sería más peligroso permanecer aquí".

Adele llamó en Navidad. Una vez que le hubo asegurado que se sentía mucho mejor, Nicola le dijo que abandonaría Bredon House y volvería a su apartamento. Hubo una pausa y Nicola continuó:

—No puedo permanecer aquí indefinidamente, madre, no pienso que sea justo para Cass, se está acostumbrando demasiado a que esté aquí, no, no me he peleado con Michael, esa no es la razón.

—¡Querida, no seas quisquillosa! Estoy muy contenta de que te lleves mejor con Michael. Pienso que si te dieras la oportunidad, encontrarías que tienen mucho más cosas en común de las que piensas. Nicola, iremos a Europa en la primavera. Si se presenta la oportunidad de que nos reunamos, ¿vendrás a vernos?

—Sí, por supuesto —replicó al momento.

—¡Qué primor! Neil tiene un compromiso en Roma y trata de arreglar algo en Francia o en Alemania, te lo haremos saber. Ahora me voy. Ten cuidado, Nicola querida y feliz año nuevo. Saluda a todos los demás.

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La joven permaneció unos momentos ensimismada. Había sentido un fuerte impulso de confiarse en su madre, pero se resistió. Ahora ya no era ni el momento, ni el lugar. Levantó los ojos con mirada ausente y sin darse cuenta vio una fotografía en la pared. La tomaron un verano en el jardín, recordaba el día con claridad… en la fotografía, la tía Joan estaba sentada en un banco de madera y tenía sobre las piernas a Cassandra de tres años y Noel, de siete, se sentaba junto a sus rodillas. El tío John estaba sentado junto a su esposa y atrás de ellos, de pie, Michael, Nicola y Kit, vestidos para jugar tenis. Michael sostenía las raquetas y Kit tenía el brazo puesto sobre los hombros de Nicola. La cámara se había disparado en el momento que Nicola se volvía para reírse de algo que Kit dijo, así que lo miraba.

En esa época casi tenía dieciocho años, recordó Nicola y los jóvenes estaban en sus primeros veinte. ¡Qué tiempos aquellos! Recordaba con placer esta camaradería con Michael, que a los veintitrés años y siendo un estudiante de derecho, parecía haber crecido de repente.

Nicola levantó las manos y enderezó el retrato antes de retirarse. Se detuvo de repente al ver que Michael la observaba desde el marco de la puerta. Confusa, tartamudeó:

—Mi… mi… miraba la fotografía. Me trae recuerdos felices, ¿no crees?

—¿De verdad? No desperdicies tu vida viviendo en el pasado, Red, nunca funciona —y salió de la habitación. Nicola fijó la vista en el marco de la puerta, con la mirada perdida. No tenía intención de vivir en el pasado, el presente ya era bastante difícil.

La joven se animó la víspera de año nuevo. Pasó el día ayudando a Víctor y a primeras horas de la tarde llevó a Cassandra y a Noel a sus respectivas fiestas. Pasarían la noche con sus amigos. Parecía que Nicola no disfrutaría mucho de la excitación ni de la fiesta ni del año nuevo, ya que todo estaba relacionado con el alejamiento de Michael.

Jennie y Bill llegaron temprano y Nicola los presentó a Michael. Bill era agradable, pero tímido y Nicola ansiaba ver cómo se llevaría con Michael, deseaba que se agradaran uno a otro. Pronto los dos hombres estaban enfrascados en una discusión sobre el buceo, deporte del que ella había supuesto que ninguno sabía mucho, pero la conversación le demostró que estaba equivocada. Se alejó y vio que Jennie mostraba un profundo interés en su anfitrión.

La totalidad de la planta baja la dedicaron a la fiesta, y algunos de los asistentes eran invitados de Michael, otros de Kit y algunos más eran amigos mutuos. Nicola vagó de un lado a otro, vigilando las bebidas y cambiando la cinta cuando terminaba la música. Hester estaba allí, por supuesto, con Kit. Permanecía con un grupo de amigos, entre los cuales Nicola observó la rubia cabeza de Geraldine. Nicola hablaba con Tim Ralston, de atractivo acento escocés.

Cuando se abrió el comedor, todos entraron, regresando con platillos y cubiertos con deliciosos bocadillos de Víctor, Jennie tomó por el brazo a Nicola.

—No creo que pudiera elegir entre estos hombres Dalmain, pero quizá Michael sería el primero, me recuerda a tu héroe, Fox. La prometida de Kit, Hester, me dejó

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fría, no creo que me preocupara mucho por ella, muy sonriente, pero con los ojos critica todo lo que llevas puesto.

—¿Michael parecido a Fox? No seas tonta —sus ojos lo buscaron y al encontrarlo, se posaron en él durante unos momentos, al tiempo que pensaba con frenesí en Fox—. ¡Oh, señor! Creo que tienes razón, Jennie. ¿Cómo pudo suceder?

—¿Tiene la rubia derechos sobre Michael? —y señaló a Geraldine, que hablaba con él en tono confidencial.

—De verdad los tiene —replicó Nicola y Jennie puso cara de desencanto.

Al avanzar la noche todos se volvieron más amistosos y las risas fueron más frecuentes. El licor fluyó libremente y las corbatas y sacos se descartaron. Kit llevó a Nicola a la sala y comenzaron a bailar una pieza movida que atrajo a una audiencia y terminaron cuando quedaron demasiado cansados para seguir.

Tim le encontró un asiento a Nicola y en sus ojos brilló la admiración. Era muy atento y correcto, pero no era Michael y después de un rato Nicola se excusó y lo dejó, sintiéndose culpable.

Más tarde fue a la cocina y le dijo a Víctor, que ya casi no había vino. El gruñó y desapareció por la escalera del sótano.

Le pareció oír abrirse la puerta de la cocina y se sorprendió al ver que era Hester.

—¡Hola, Hester! ¿Puedo ayudarte en algo?

—No, gracias, deseo hablar contigo.

—¿Hablar sobre qué? —preguntó preocupada.

—De ti y de Kit. Creo que debes saber, que soy una mujer muy posesiva y que resiento cualquier cosa que tenga que ver con Kit y que no me involucre. Te advierto que soy un adversario muy rudo si no me salgo con la mía. De manera que toda esta familiaridad con Kit tiene que cesar, al igual que las reuniones secretas en Ziegfelds…

¿Michael o Geraldine? Pensó Nicola con furia.

—… o en cualquier otra parte. ¿Comprendes?

—Creo que sí, Hester —replicó Nicola con calor—. ¡Y resiento profundamente lo que infieres!

—¡Querida, lo que menos me importa es lo que sientas! Eres una persona totalmente sin importancia para mí. Tan sólo te estoy advirtiendo que te mantengas lejos de mi futuro esposo —sonrió con dureza—. No lo comparto.

Aunque era desperdiciar palabras, Nicola agregó:

—No deshagas una amistad que ha durado veinte años, Hester, eso es todo lo que hay entre nosotros. ¿No confías en Kit?

Hester, impaciente, se rió y levantó sus finas cejas.

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—No confío en ningún hombre y Kit no es una excepción, pero si no pudiste atraparlo después de veinte años, difícilmente eres una amenaza ahora.

—¿Entonces por qué te molestas en decírmelo?

—Ya te dije, no lo comparto —Hester se volvió para irse, e hizo una pausa—. ¿Disfrutas haciendo de anfitriona esta noche? Si yo fuera tú me aprovecharía lo más que pudiera, hablando con Michael, por supuesto —hizo una mueca burlona y se fue.

Víctor subió por la escalera del sótano y cerró la puerta de atrás.

—En menudo lío va a meterse Kit con esta mujer, te lo digo ahora, lo supe en el momento que vi sus manos —dirigió a Nicola una mirada compasiva—. Lo siento, pero no pude menos que oír. ¡Qué dama tan mal intencionada! Y acepta un consejo, mantente tan lejos de su camino como puedas, es peligrosa —puso la caja de botellas sobre la mesa—. ¡Oh, sí, ríete! Eres demasiado confiada. Ella tiene más odio en su dedo meñique que el que tú tienes en tu cuerpo entero. Ahora, ¿en dónde quiere el patrón que pongamos las botellas?

Nicola no permitió que Hester le echara a perder la fiesta y se reunió con Tim Ralston, que tenía amigos en Nueva York e intercambiaron recuerdos. Vio que Michael la miraba una y otra vez, pero no le importó. Le fastidiaban los hombres Dalmain, causaban más problemas de lo que valían.

—¿Puedo llamarte uno de estos días, Nicola? Iremos a comer o al teatro, espero no entremeterme en los planes de alguien. ¿En los de Michael?

—Ciertamente que no. ¿Por qué dices eso?

—Creo que tiene puestos los ojos en ti —se encogió de hombros.

—Michael tiene ese hábito desde que éramos niños y no puede deshacerse de él. No y dudo que sea por otra razón. Durante la siguiente semana estaré muy ocupada.

—No tan ocupada que no puedas salir a comer.

—Supongo que tienes razón —sonrió.

—Entonces, ¿puedo llamarte? —y cuando Nicola afirmó con la cabeza, se sintió satisfecho.

Llegó el año nuevo y al terminar los abrazos, apretones de manos y vivas, Víctor trajo el café y los invitados formaron grupos. Michael comenzó a tocar el piano suavemente y Nicola y Jennie se sentaron en la escalera. Nicola dijo con un poco de melancolía:

—¡Otro año que se va! —y sus ojos se clavaron en Michael.

Jennie respondió siguiendo con interés la dirección de la mirada de Nicola:

—Creo que encontré a alguien que se haga cargo de los asuntos aquí, es una viuda cincuentona con automóvil, que vive en Ashwell, no desea quedarse a vivir aquí, pero lo hará si es necesario. Sus referencias son buenas. Anoté su nombre y su número telefónico —sacó de su bolsa un pedazo de papel doblado—. Puedes ponerte en contacto con ella si lo deseas.

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—Gracias Jennie —tomó el papel con mirada ausente.

Los ojos de Jennie pasaron de Nicola a Michael y luego comentó:

—No deseas irte, ¿verdad Nickie?

—No puedo permanecer aquí para siempre.

—¿Es Michael? Deseaba tanto conocerlo y saber cómo era, que eso me ha hecho más consciente de tu reacción hacia él. Nickie, no creo que lo hayas mirado una sola vez durante toda la noche y hace un minuto que te permitiste ese placer y te observé cuando tus defensas estaban bajas. Querida, estoy segura que nadie más sospecha.

—Espero que tengas razón —respondió esperanzada.

—¿No hay esperanzas?

—El no me aprueba, Jennie, nunca lo ha hecho. Y además ahí esta Geraldine Forest… —se detuvo y se encogió de hombros.

—Todo lo que puedo decir es esto, si tú no lo has mirado en toda la noche, él te ha estado observando.

—Sí, entre nosotros hay una atracción física que se ha desarrollado recientemente. Quiero decir, creo que Michael se siente atraído físicamente por mí, si bien no me aprueba. También piensa que albergo una gran pasión por Kit y constantemente me sermonea por ello —rió con amargura.

En ese momento Kit, que se había unido a Michael al piano, la llamó:

—¡Hey, Nick, ven y acompáñanos!

Al terminar la canción en medio de los vivas de la concurrencia, Nicola se dio cuenta que había dos invitados que no estaban complacidos: Hester y Geraldine. Las dos mostraban sonrisas forzadas, lo que hizo que Nicola pensara que ya era tiempo de que se fuera.

Guando no quedaba ningún invitado, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Hacía mucho que Víctor se había ido a dormir, Nicola miró a su alrededor y observó los restos de la comida y de las bebidas dispersos por toda la planta baja. Tomó un plato que estaba sobre uno de los escalones de la escalera y lo llevó a la cocina. Cuando volvió, Michael permanecía de pie junto al piano, tocando una tonada con el dedo.

—Ya cuidé de Hamlet. Víctor dijo que dejáramos la limpieza para mañana. Fue una fiesta muy bonita —anunció Nick.

Michael asintió y clavó los ojos en Nicola.

—¿Por qué me miras así, Michael? —se ruborizó.

—Por que me gusta —respondió con gentileza.

Las mejillas de Nicola enrojecieron aún más, encontró que temblaba y respiró profundo para recuperar el aplomo.

—¡Gracias por el cumplido! ¿No pudiste decirme eso al principio de la fiesta?

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Michael dio un par de pasos hacia ella. Sin zapatos, Nicola se veía obligada a mirar hacia arriba para observarle la cara.

—Créeme, Red, con la apariencia que tienes ahora me dan muchas ganas de besarte. Con tu nariz brillante y sombras de cansancio bajo tus ojos. Y te diré que el amarillo hace que tus ojos parezcan topacios puros. Creo que no te he deseado un feliz año nuevo, Red.

—Quizá esperabas a que todo terminara —sugirió ella y Michael sonrió.

Separados por unas pulgadas, él le dijo con suavidad:

—¡Feliz año nuevo, Red! —y apretó sus labios contra los de ella con firmeza. Sus brazos la rodeaban. Y sus cuerpos se acoplaron.

Todas las defensas de Nicola se pusieron en guardia, pero impotentes contra la ola de placer y abandono que la invadió. Michael la había besado enfadado y por capricho, mas no estaba preparada para esto, su razón se derrumbó y le devolvió el beso. Esta era la materia de que estaban formados los sueños, la realidad era para mañana.

En ese beso, Nicola le dijo mucho más de lo que tenía intención. Al principio había pensado que podría contenerse, pero cuando sus labios la sedujeron con pequeños besos indulgentes, al sentir su aliento en la boca, sus labios tocándola ligera y provocativamente, en las esquinas escondidas, buscando la forma y explorando y barriendo las curvas con delicia, Nicola quedó totalmente perdida.

Al apartarse, Michael agregó sonriente:

—Ya ves que fue divertido.

Nicola pensó si le sería posible subir la escalera sin quedar como una tonta. ¿Cómo podía Michael encerrar tanto en un beso y permanecer allí parado, mirándola, sin quedar dañado? ¿Acaso se imaginó haber oído latir su corazón con rapidez? ¿O tal vez fuera el de ella que palpitaba por los dos?

Se dijo .con brusquedad: "¡Disimula, tonta!" Levantó una mano y colocó en su lugar el mechón de cabellos caídos sobre la frente. Después llevó los dedos a sus labios, los besó y los puso con gentileza sobre los labios de él.

—Buenas noches, Michael —y sonrió confiada. Se volvió hacia la escalera y subió.

El le permitió llegar hasta el tercer escalón antes de decir:

—Jennie me dijo que encontró una nueva secretaria.

Nicola se volvió, lo miró sin comprender y luego, al recuperar la compostura, respondió:

—¡Oh… sí, creo que encontró una!

—Esperemos que sea buena. Debes estar contenta de deshacerte de nosotros.

Ella lo miró con suspicacia. Parecía hablar en serio. ¿Cómo podía besarla en esa forma y luego comentar con calma de su partida?

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—Confío en que vendrás a visitarnos, no te volverás una reclusa. Los niños te extrañarán y desearán verte. De cualquier manera, nos reuniremos en la boda —hizo una pausa y luego añadió, como si pensara que ella había olvidado de qué boda se trataba—, la de Kit y Hester.

Era cómo un sueño que Nicola había tenido una vez, donde representaba un papel en una obra de teatro. No sabía su parte ni nada sobre el libreto y aun así, todos tenían confianza y su actuación fue perfecta con tres finales diferentes. Por el momento, ella estaba demasiado insegura del guión, como para hacer un buen papel.

—Sí, por supuesto, la boda —se volvió y subió por la escalera sin mirar para atrás. Con un breve movimiento de su mano respondió al "buenas noches, Red", de Michael.

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Capítulo 8 —¿Red? Soy Michael.

Los sentidos de Nicola se avivaron al oírlo y respondió calmada:

—¡Hola Michael! ¿Cómo estás?

—¿Irías conmigo al Barbican Hall el viernes?

—Espera un momento mientras veo mi agenda —no le favorecería dar a entender que haría cualquier cosa por tener la oportunidad de estar con él. Después de todo, tenía algo de orgullo—. Sí, el viernes lo tengo libre y estaré muy contenta de ir, Michael, gracias por invitarme. ¿Cuál es el programa?

—Hum… déjame ver: Grieg, Berlioz y Tchaikovsky. Temo que no tendré tiempo de pasar a recogerte, ¿no te importaría venir tú? Por supuesto, a la salida te llevaré a tu casa. Veamos, a las siete y cuarto en el bar de arriba, hasta el viernes, Red. Adiós.

Nicola permaneció de pie, mostrando una sonrisa tonta. ¡Oh viernes adorable! Marcó con rojo en el calendario "Michael" y volvió a la máquina de escribir, perdida en sus pensamientos. No intentó trabajar, puso los brazos en el carro y la barbilla sobre la palma de la mano. No había oído o visto a Michael desde la boda hacia tres semanas… Trajes y vestidos de etiqueta, ningún ahorro en los gastos. Chapman Keynes mostrándole al mundo cómo montar un espectáculo.

Michael estaba muy bien y al verlo parado cerca de Kit en la iglesia, volvieron a ella el anhelo y la inseguridad. A Hester la veía radiante al caminar por el pasillo del brazo de su padre. Ella y Kit dieron sus respuestas seguros y con claridad y el consenso general era que formaban una "magnífica pareja".

Durante la recepción, Michael se acercó a Nicola y casi sin saludar, inquirió con sequedad:

—¿En dónde estabas cuando tomaron las fotografías? Debiste permanecer con el grupo de la familia Dalmain.

—O estás ciego o eres tonto, Michael, si piensas que mi cara en cualquier fotografía le agradará a Hester.

El quedó en silencio durante unos momentos y luego agregó:

—Aquí está el fotógrafo, va a hacer algunas tomas informales. Deseo que estés en ellas. ¿Comprendes?

—Sí, Michael —respondió con docilidad.

—¿Cómo estás, Red?—preguntó con los labios apretados.

—Muy bien, Michael, gracias. ¿Es satisfactorio el trabajo de la señora Palmer?

—Parece que sí, a Cassandra le simpatiza y es una buena secretaria.

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—He visto tres miembros del parlamento, dos pares del reino y al menos un millonario, debe haber muchos más invitados distinguidos a los que no reconozco. Me siento como una relación sin importancia.

—No lo pareces.

—Vi a la tía Margaret perturbada cuando entré en la iglesia, estoy acostumbrada a su desaprobación.

La respuesta de Michael fue interrumpida por la llegada de Geraldine que le sonrió a Nicola y luego pasó su brazo por el de Michael.

—Kit desea saber si tienes las llaves del automóvil, Michael.

—Mejor voy. Discúlpame, Red —y permitió que Geraldine se lo llevara. Nicola los observó irse y el sentimiento de estar viva que había tenido durante sus breves palabras con Michael, comenzó a desvanecerse, ¿Era que sin él sólo vivía a medias? ¡Qué pronóstico para el futuro!

Llegó el viernes, lluvioso y con viento. Nicola salió del metro y se apresuró a llegar al Barbican Center. Una vez adentro, se quitó el impermeable, apartando un mechón de cabello húmedo de su mejilla. Michael se aproximó y ella lo saludó:

—Hola, Michael. ¡Qué noche! —y se dejó invadir por el placer de su compañía.

—Un poco borrascosa, permíteme tu abrigo. Te traje una bebida —y le dio un vaso.

—Gracias.

—¿Cómo estás, Red? No te hemos visto mucho últimamente. No nos abandonarás completamente, espero.

—Oh no, he estado ocupada —respondió aturdida.

—No tanto como para salir con Tim —le dio el brazo—. Vamos a sentarnos. ¿Tienes frío? Estás temblando.

—Sí, pero no tengo frío—sonrió y él le apretó la mano sin hablar.

La noche fue magia pura. Nicola permitió que la música la arrebatara y supo que parte de la magia se debía a tener a Michael a su lado. Era como si las palabras no fueran necesarias entre ellos.

Al terminar el concierto, salieron y corrieron al automóvil. Seguros en el seco refugio del Jaguar, Micheal le buscó la cara, se inclinó y la besó.

Ella casi quedó paralizada. Retirándose un poco, Michael murmuró:

—¡Hermosa y atormentadora Red! Durante toda la noche he deseado hacer esto. ¿Sabías que tienes una boca deliciosa? —le tocó los labios sin presionarlos.

Nicola se sentó de lado en el asiento para poder verlo mejor, un lujo increíble. Michael sabía que lo observaba y la miraba una y otra vez.

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El Jaguar serpenteó por las calles de Londres y cuando por fin llegaron al apartamento de Nicola, ésta entró con rapidez para encender la calefacción y las dos lámparas de la mesa. Se volvió y sintió de nuevo el vibrante lazo que los unía.

—¿A dónde vamos ahora, Michael?

El se quitó el abrigo, la ayudó a hacer lo mismo y añadió casi para sí:

—Eso depende de ti, Red.

—¿Eh?

Michael levantó las manos hasta el cabello femenino, lo hizo a un lado, se inclinó y le besó la nuca, movió la boca con suavidad hasta la curva del hombro y luego al cuello, en donde la punta de su lengua hacía círculos acariciándola.

Nicola levantó la mano derecha, la puso sobre el cuello de Michael y le enterró los dedos en el cuello, mojado por la lluvia.

—Quiza sería mejor permanecer aquí, si tú quieres.

Michael tenía la boca tan cerca de ella que podía sentir el calor de su aliento sobre la piel. Nicola le besó la palma de la mano derecha sosteniendo la mirada. Durante un momento él buscó en el rostro de ella signos de indecisión, después levantó las cejas e inquirió:

—¿Red?

Nicola le acarició la mandíbula, sintiendo que la tensión desaparecía.

Le deshizo el nudo de la corbata y comenzó a desabotonarle la camisa, al terminar, pasó las manos por los duros músculos de las costillas y el pecho, llegó a los hombros y le quitó la camisa.

La piel de él parecía quemarse. Nicola sintió latir el corazón masculino cuando Michael levantó los brazos y le acarició el cuello. Luego se alejó de él, quien se arrodilló en la alfombra y la descalzó. Equilibrándose con la mano sobre el hombro de Michael, Nicola levantó su falda y se quitó las medias, con una sonrisa tímida al mirarlo. El le quitó cuidadosamente las medias, deteniéndose para plantar un beso en cada rodilla cuando llegó a ellas. Nicola desabotonaba su vestido y éste cayó a sus pies siguiéndolo el fondo. Salió del círculo de ropas, Michael la atrajo hacía sí y exclamó:

—¡Oh Dios, Red hace tanto tiempo que deseaba tenerte así!

Ella le pasó los dedos por el cabello, apretándose contra él.

Por la noche se despertó, poco acostumbrada a compartir su lecho, y lo observó sin pensar en otra cosa más que en el asombroso hecho de que él estaba ahí. Movió la cabeza con cuidado y le tocó el hombro con los labios, probando la sal, sintiendo el calor de esa piel al acurrucarse junto al cuerpo tan querido.

Se habían amado con pasión, sintiendo con urgencia la necesidad de su unión, como un torrente que los arrastró de un extremo a otro. Ahora, Michael le dio el don de su amor y su cuerpo vibró exquisitamente a su toque, llevado a grandes alturas,

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en las que compartieron el placer con el placer, risa con lágrimas y la mente y el cuerpo recibieron ternura y caricias.

Más avanzada la mañana, cuando Nicola despertó, encontró a Michael ya vestido. Puso la taza de té sobre la mesita de noche. Se sentó en la cama y la besó con pasión.

—Lo siento, Red, tengo que irme —le apartó el cabello de la cara—. Hemos de hablar mucho, pero tendremos que esperar. ¿Puedo llamarte el lunes por la tarde? —le preguntó sonriente.

—Creí que lo había soñado todo —murmuró ella, sin estar todavía bien despierta y él le mostró una risa devastadora.

—¡Qué bueno que no fue así! —la besó de nuevo y se fue. Nicola se acurrucó feliz en la cama y entonces se dio cuenta que no había dicho a Michael que viajaría a Francia el siguiente martes para reunirse con su madre y Neil.

El domingo, Jennie la invitó a comer a Lambert y al notar su euforia, le preguntó con precaución:

—¿Sucedió algo?

—¡Oh, Jennie! ¿No es maravillosa la vida? —sonrió con los ojos brillantes.

—¿Michael? —preguntó casi sin creerlo y Nicola asintió con la cabeza, sonrojándose.

—No quisiera hablar sobre ello, Jennie, es demasiado pronto, pero me siento muy feliz.

Cuando el lunes por la mañana entró en la editorial Dalmains Publishing, Kit exclamó:

—¡Vaya, vaya, qué sorpresa, qué gusto verte! —y se levantó para recibirla, mostrando su alegría. Puso las manos sobre los hombros de Nicola—. ¿Te das cuenta, Nick, que no te he visto desde la boda? ¡Y eso es demasiado! De hecho, nadie parecía saber algo de ti últimamente —la besó ligeramente, la soltó y le trajo una silla—. ¿En dónde te escondiste?

—He estado ocupada —afirmó al sentarse. Puso el cartapacio sobre sus piernas—. ¿Cómo están todos?

Ella sabía cómo estaba Michael. Le había telefoneado esa mañana diciéndole que deseaba oír su voz y que tenía dos minutos libres, fueron tres minutos, tiempo suficiente como para recordar un viaje a Bordeaux, pero lo olvidó y sólo al colgar le vino a la mente.

—Todos estamos bien. Hester comenzó a poner Tadwell en forma. Recibimos invitados con regularidad y admito que ella es muy buena organizadora. Ahora que saliste de tu escondrijo debes venir a vernos, ven a comer o mejor aún, a pasar con nosotros el fin de semana. Telefonea a Hester y arregla una cita —Nicola sonrió,

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asintió vagamente con la cabeza y Kit continuó—: Creo que ya sabrás todas las noticias de Bredon House.

—Cassandra se mantiene en contacto conmigo —admitió Nicola y lo observó mirar su reloj.

—Lo siento, pero llegaste en un momento más bien difícil, Nick. De un momento a otro espero a una persona, pero podemos hablar hasta que llegue —hizo una pausa—. ¿Has visto a Mike recientemente?

—En tu boda —respondió Nicola sin desear hablar a Kit de Michael—. Cuéntame de Venecia.

Al recordar su luna de miel, Kit habló con entusiasmo. Después de un rato miró de nuevo el reloj y con un "discúlpame, Nick", oprimió el intercomunicador y preguntó irritado:

—¿No ha llegado, Mónica? —frunció el ceño al recibir la respuesta—. Hazme saber cuando llegue —miró a Nicola como tratando de disculparse.

—Pareces un gato sobre ladrillos calientes, Kit. ¿Esperas a una persona muy importante? ¿A alguien que yo conozca?

Kit se frotó la palma de la mano con el puño.

—¡Nadie lo conoce! Es el tipo autor de Code Name Fox, N. A. Merchant. Al fin he conseguido persuadirlo que nos reunamos, o al menos así lo pensé. Ya es tarde y no ha llegado —pasó los dedos por sus cabellos y exclamó con suavidad—: ¡Maldición con el hombre! —recuperó la compostura y preguntó—: ¿Es una visita social, Nick o puedo ayudarte en algo?

—Pienso que nos podemos ayudar uno al otro —levantó el cartapacio, lo abrió y sacó el manuscrito. Lo puso ante él, en el escritorio—. Creo que esperabas esto.

—¿Esperaba? —Kit la miró sin comprender, leyó el título, Fox on the Rocks, por N. A. Merchant, pero su cerebro se negaba a registrar el significado.

—¿De dónde sacaste esto Nick, lo conoces? —y cuando Nicola no replicó, pasando su expresión de gravedad a malicia, el exclamó incrédulo—. ¿Tú? ¡Tú eres Merchant! ¡No lo creo! —y se sentó—. ¡Vaya! —se echó a reír apoyándose en la silla con la mano sobre la frente y recuperó la serenidad—. ¡Por Dios! ¿Por qué no me lo dijiste, condenada muchacha?

—Por si acaso lo rechazaban —respondió con sencillez.

—¿Lo sabe alguien más?

—Mi madre, Neil, mi socia Jennie y su esposo.

—¿Mike?

Nicola negó con la cabeza con cierto remordimiento en el corazón y pensó: "debí decírselo antes que a Kit".

—¡Espera hasta que padre lo sepa! ¡Hester! —exclamó Kit—. ¡Nickie, mi niña, eres una maravilla —se levantó de la silla, fue hacía ella y la tomó de las manos—. ¿Te das cuenta de que la razón por la que deseaba conocer a este tipo Merchant era

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para discutir la publicación de su novela en América? Has comenzado muy bien y si esto —señaló al nuevo manuscrito—, es tan bueno como el primero, la hicimos.

—Bien. Kit, sólo una cosa, ¿podemos mantener el secreto de quién soy un poco más? ¿Por favor me lo prometes?

—Por supuesto, lo ha sido durante tanto tiempo que bien puede durar un poco más. ¿Puedo invitar a N. A. Merchant a comer?

—¿Por qué no? Siempre que pueda ir yo también.

Nicola preparaba sus maletas esa tarde cuando sonó el timbre de la puerta. Corrió hacia ella y la abrió. Kit dio un paso adelante y exclamó:

—Lo he leído, Nick y es bueno. ¡Lo has hecho de nuevo, maravillosa muchacha! —se sentó y dejó caer el manuscrito sobre la mesa—. Lo leí cuando regresé de la oficina, no pude detenerme. Este Fox hará que todas las mujeres se enamoren y que todos los hombres se identifiquen con él. De hecho, estoy un poco celoso de Fox.

—No bromees —y luego preguntó—: ¿A qué has venido? Estoy haciendo mi maleta.

—Hay una o dos cosas que quisiera discutir contigo ¿Puedes dedicarme media hora?

—¡Muy bien! ¿Deseas tomar algo? —fue a la cocina, preparó bebidas para los dos. Durante la siguiente hora discutieron varios puntos.

Cuando parecían haber terminado, Kit dijo con lentitud:

—Una observación más —abrió la página donde estaba la dedicatoria y la señaló con el dedo—. Esto puede ser un poco engorroso para Michael —pensativo, sus ojos se posaron en ella.

—¿Por qué? —preguntó con calma, sonrojándose.

—Es más bien una situación delicada, debes considerar eso —y cuando Nicola no replicó, trató de aclarar sus palabras—. Con seguridad has conjeturado lo de Mike y Geraldine.

Nicola bebió de su vaso.

—Comieron con nosotros la noche pasada y resulta muy evidente que hay algo entre ellos, durante meses se han estado viendo, de manera que Geraldine puede molestarse por tu dedicatoria a Michael.

Sería divertido, Michael había dicho… y había sucedido y continuaría hasta que pudiera sacarla de su vida.

—¿Quieres decir que Geraldine podría pensar que nuestra relación, la que existe entre Michael y yo, sería algo más que un título de prima más o menos nebuloso?

—Es ridículo, pero Geraldine podría no creerlo así —sonrió.

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—Code Name Fox on the Rocks, sería una forma conveniente de decirle "gracias" por permitirme refugiarme en Bredon House siempre que quiera él… Michael, me dijo que le gustaba mi estilo, si bien no sabía que hablaba de mí.

—Hum… bien, no sé, Nickie…

—¿Podemos dejarlo por ahora, Kit? De cualquier manera pediré permiso a Michael, pero debo pensarlo antes, ¿qué te parece? ¿Deseas tomar algo antes de irte?

—No, no tengo tiempo —puso el manuscrito en su cartapacio y se levantó. La tomó por las manos y dijo—: Estoy muy contento de que escribas. Siempre pensé que podrías hacer algo fuera de lo ordinario, estoy orgulloso de ti —la besó ligeramente en los labios, se alejó un poco y añadió con gravedad—: siempre has sido una persona especial para mí. ¿Lo sabes, verdad?

Nicola lo abrazó y ocultó la cara en el pecho de él. Querido Kit, siempre dispuesto a confortarla… y ahora lo necesitaba. Se sentía muy vulnerable. ¿Había sido tan tonta de olvidar a Geraldine?

—Siempre fuiste una persona emocional —comentó Kit y la besó de nuevo, ligeramente en los labios.

El beso comenzó con delicadeza pero pronto se volvió algo más serio. Nicola se separó de él y exclamó riendo.

—Detente, no estoy en la lista del premio Nobel de Literatura.

Al cerrar la puerta, Nicola pensó con extrañeza: ¿Qué le había ocurrido a Kit para besarla de esa manera? Fue a su habitación a terminar de empaquetar. Cuando de nuevo sonó el timbre dio un suspiro y fue a abrir. Sorprendida se sobresaltó.

—¡Michael! —sonrió, con los ojos brillantes—. ¡Qué bueno! Esperaba que llamaras, pero esto es mucho mejor —dejó de hablar y lo miró preocupada. Lo veía enfermo y le preguntó con rapidez—: ¿Sucede algo malo?

—Vi salir a Kit —dijo con lentitud y Nicola lo miró.

—Kit estuvo aquí un momento.

—¿Me dejarás entrar o dos Dalmain en una tarde son demasiado para ti? —el sarcasmo la volvió a la realidad y comprendió, se dio cuenta de que él estaba furioso, que casi perdía su gran autocontrol.

Se hizo un lado y lo dejó pasar.

—Deberías cerrar las cortinas antes de darle un apasionado abrazo a un hombre casado —se volvió sobre sus talones y cerró violentamente las cortinas.

El color de las mejillas de Nicola aumentó, en ese beso hubo lo suficiente para que Nicola se sintiera culpable, no por el beso en sí, sino porque juzgaba mal a Kit.

—No llegues a conclusiones, Michael.

—Soy abogado, Red, ¿recuerdas? ¿Niegas la evidencia en mis propios ojos? —se rió con amargura—. ¿Qué clase de tonto crees qué soy? Lo besaste como si tuvieras mucha práctica.

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—¿Y por qué no? —mintió con cuidado, ocultando la angustia—. Todo el tiempo han estado convencidos de que Kit y yo éramos amantes, de manera que no debió sorprenderte.

—¿Lo aceptas?

—¿Aceptar qué? ¿Que Kit me besó? Tú viste que lo hizo —se encogió de hombros. Jugaba con fuego pero no le importó, ya todo estaba arruinado—. ¿No le das a Geraldine el beso de las buenas noches?

Michael frunció las cejas y ella continuó con sorna.

—La noche pasada, cuando la llevaste a su casa. ¿No llegaría yo a algunas conclusiones si me dijeras que comieron juntos en Tadwell? En especial si de paso hubo algo de diversión.

—¡Por Dios, Red! ¡No era importante!

—Apuesto a que sí lo era para Geraldine.

—Traté de zafarme —hablaba con las mandíbulas apretadas—, pero no pude. Supongo que Kit no te dijo que también estaban el padre de Geraldine y Chapman, más un consejero de Queen y su esposa.

—¡Qué compañía tan distinguida! —se burló ella—. Todo a nombre del deber. ¡Qué bonito! Debes casarte con ella, Michael, sería un gran activo.

—Nunca tuve la intención de casarme con ella. ¡Condenación!

—¿Y supones que voy a creerte? ¿Soy yo la única que debe tener confianza? —la ira quebró su voz, tembló un poco y continuó—: Lo que nos lleva de nuevo a Kit. Puedes pensar lo que quieras sobre él, ¡no es nada que te importe!

En su interior ella lloraba "¡Oh, pero sí lo es, sí lo es, todo tiene que ver contigo!"

—¡Claro que me importa! —respondió airado, encarándose con ella—. ¡Si puedo, no te dejaré desperdiciar tu vida! Kit siempre toma lo que quiere y al infierno con las consecuencias, pero tratándose de ti… pensé que te respetabas más, parece que me equivoqué.

—¡Opino que los dos nos equivocamos! —declaró con los ojos brillantes por las lágrimas de furia y dolor, una voz en su cabeza gritaba. "¡Díselo, tonta, díselo!" pero su orgullo le respondía "no confía en mí. ¡Si realmente me amara no sería así!"—. ¿Es todo Michael?

Sus ojos se fijaron en los de ella y la atrajo con rudeza hacia sí, clavando los dedos en su carne.

—No, pero es suficiente —y aplastó sus labios contra los de ella. Cuando interrumpió el beso, se separó con una sonrisa burlona, que acentuaba el frío desprecio de su voz—. Siempre supe que debía mantenerme lejos de ti, Red, al principio fuiste mi bete noir. Debí confiar en mis instintos, pero eres linda… y soy humano —la dejó ir—. Envidio la buena fortuna de Kit, pero me niego a compartir tus favores.

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—Nadie te lo pidió —respondió con los dientes apretados—. ¡Fuera de mi vida, Michael!

El la miró con burla, se levantó y se fue, cerrando la puerta con violencia.

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Capítulo 9 Bordeaux era una ciudad encantadora y si Nicola hubiera estado de mejor

ánimo hubiese apreciado más sus encantos. Durante el vuelo, leyó la guía y se informó que el lugar estaba en los bancos del río Garonne, que era un centro vinícola importante, un puerto comercial y una buena base para aquellos viajeros que intentaban explorar la Gironda o cualquier otro de los distritos de Aquitania.

A su llegada, Adele la miró preocupada, pero no hizo ningún comentario sobre la cara pálida y las ojeras. Una vez instalados en las habitaciones que Neil había reservado en el Royal Medoc Hotel que daban al Monument des Girondines, Adele comentó:

—Neil tiene ensayo con la orquesta dentro de una hora. Este hotel es conveniente pues desde aquí se puede caminar hasta el teatro. Si deseas, más tarde pasearemos un poco. Vale la pena. ¿Quieres algo de comer Nicola?

—Nada más darme un baño y cambiarme de ropa, luego iremos —sonrió con alegría para calmar la mirada ansiosa de Adele.

El Gran Teatro de Bordeaux era un impresionante edificio blanco, cuya escalera interior, según les dijo el guía, fue imitada más adelante por la Opera de París. Cuando vieron lo más interesante, se sentaron en la parte de atrás de la sala de conciertos a esperar que terminara Neil su ensayo, Adele apretó la mano de Nicola y le dijo sonriendo:

—No esperábamos que vinieras al concierto de esta noche, Nicola, sería abusar de tu deber filial, parece que te recuperarás un poco con una buena noche de descanso. Reservé los asientos para mañana.

Al despertar Nicola al siguiente día, se sintió mucho mejor y agradeció a Adele y Neil que no le hubiesen hecho preguntas engorrosas a las que no le hubiera gustado responder. Durante el desayuno supo que el concierto había sido muy bien recibido por la audiencia de la primera noche y ella les contó la historia de su visita a los Dalmain y el asombro de Kit cuando le dio el manuscrito de su libro. Al servir el café, Adele le preguntó como por casualidad:

—¿Lo sabe Michael? —fue una pregunta que Nicola no previo y el rubor hizo que bajara la cabeza.

—No, nada más Kit —tartamudeó.

Esa tarde, al mirarse en el espejo, pensó si se confiaría a su madre con respecto a Michael, pero con un suspiro, desechó la idea. Sabía lo que diría Adele: "El orgullo es una cosa muy tonta, Nicola. Si hubieras explicado la razón de la visita de Kit, no estarías en el estado que te encuentras. ¿Cómo puedes esperar que Michael sea de naturaleza confiada cuando tiene que tratar con bribones y mentirosos, en su vida de trabajo?"

Cerró los ojos y recordó la escena, aún podía sentir el calor de la furia. Siempre había deseado romper la reserva de Michael y lo había hecho dos veces… una en el

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amor y otra en la furia. El resultado no debió sorprenderla. Sabía que bajo el exterior frío había mucho fuego y energía. Después de todo, ¿qué significaba entre amigos un corazón roto y algunas ofensas?

Al mirarse en el espejo se dijo con cinismo, que aparte de la palidez, no se sospecharía un corazón destrozado.

Oyó que Adele gritaba:

—Alguien toca a la puerta, Nicola, ¿puedes ir a ver? No estoy lista.

Al dirigirse a la puerta, pensó que el taxista había llegado temprano. Abrió la puerta.

—Hola, Red.

¡Michael! Se ruborizó, dio media vuelta y se dirigió a su habitación. El la siguió, la tomó de la muñeca y la detuvo. Nicola miró su mano y dijo fríamente:

—¿No te importa soltarme? Supongo que esto es obra de mamá.

—En parte. Deseaba verte, llamé anoche.

—¿Quién es, Nicola? —preguntó Adele.

—Ya veo. Por supuesto ella no me dijo nada, sabía que me iría en el momento que supiera que vendrías.

—Red…

Adele salió de su habitación y lo abrazó diciendo:

—Michael, pudiste venir, después de todo, ¡qué bueno! ¿No es una sorpresa muy agradable Nicola? —besó a Michael en ambas mejillas.

—No me dijiste que él venía madre.

—Porque no sabía si vendría o no, querida. ¿Te acomodaste en tu habitación, Michael?

El asintió con la cabeza.

—Está en el siguiente piso. ¿Se fue Neil?

—Hace una hora —Adele se dirigió a su habitación y dijo sobre su hombro—. Sírvele algo a Michael, Nicola, estoy segura que le agradará.

La joven sirvió las bebidas y le tendió una a Michael. Al tomar el vaso él le ofreció un ramillete de Camelias.

—No te pedí que vinieras, pero las aceptaré por el bien de mamá —y tomó las flores. Michael la estudió durante un momento.

—Incluso a un criminal se le permite defenderse, Red.

—Sin embargo, no tengo que escuchar —la sonrisa de Nicola mostró un poco de placer y volvió a su habitación. Permaneció allí durante un momento, temblando, respiró con profundidad y prendió una camelia en su vestido.

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En el concierto, durante el intermedio, mientras Michael iba por bebidas, Nicola dijo con acritud:

—Madre, ¿cuál es tu juego?

—¿Qué Michael esté aquí, querida? ¿Qué podía hacer? Telefoneó ayer por la tarde, cuando regresamos del teatro, me pidió hablar contigo, le informé que estabas en la cama y me preguntó cuánto tiempo permaneceríamos en Bordeaux. Naturalmente, se lo dije, no es un secreto y ahí quedó todo. Pensé que vendría, pero no estaba segura. Neil reservó una habitación para él provisionalmente y ordenó otro boleto para el concierto, no dije nada porque pensé que harías algo tonto, como irte, por ejemplo.

—Tenías razón, me hubiera ido.

Nicola estaba determinada a que no la dejaran sola con Michael, después del concierto, pero no fue necesario, al volver al Medoc, Michael anunció que pasaría antes de volver a su habitación. Dio las buenas noches a Adele y a Neil y cuando se dirigió a Nicola dijo:

—Felicitaciones por los libros, Red —miró a Adele—. Debe estar orgullosa de su hija.

—Lo estoy —se volvió hacia Nicola y añadió—: pensé que Michael no sabía.

—Kit me lo dijo —explicó Michael, con su mirada retadora sobre Nicola—. Gracias por la dedicatoria, Red, es un cumplido que me siento honrado de aceptar.

Al día siguiente, la conversación en el desayuno se desarrolló, en su mayoría entre Adele y Neil, con un poco de ayuda de Michael. Al final, Adele los miró y dijo:

—Espero que sean comprensivos y aclaren el malentendido que hay entre ustedes. Lo que haya sucedido no justifica un comportamiento tan tonto. No me gusta ver tu cara de jugador de poker, Michael y en cuanto a ti, Nicola, eres demasiado terca como para ver la madera de los árboles… y pareces estar enferma.

—Madre, por favor…—interrumpió la joven.

—Lo siento, no suelo interferir pero los he observado durante tanto tiempo, luchando uno contra otro, que ya es tiempo que se detengan. Y ahora Neil, deja de sonreír y pide que nos bajen las maletas.

En el aeropuerto, al despedirse, Adele murmuró:

—Nicola, querida, no permitas que tu orgullo se atraviese en el camino de tu felicidad. Michael te ha amado durante años… no, no, nunca lo ha dicho pero lo conozco demasiado bien. ¡Sé feliz! —y abrazó a su hija.

Neil dijo con gentileza:

—Adiós, dulzura, mantente en contacto —miró hacia donde estaba Michael y añadió—: ¿Por qué no le das una oportunidad al pobre muchacho, querida? Pero no cedas con demasiada facilidad, déjalo morder el freno un poco.

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Cuando Michael condujo el automóvil alejándolo de Bordeaux, Nicola le dirigió una mirada rápida y luego fijó la vista hacia delante. No hablaron, pues la capota bajada hacía la conversación difícil. Michael se dirigió hacia la costa. En Arés, salió de la carretera principal y tomó por otra, uno de cuyos lados estaba bordeada por bosques, kilómetros tras kilómetros y por el otro el océano Atlántico se perdía en la lejanía.

En abril, Grand Crohot estaba desierto. El solitario restaurante permanecía cerrado y el estacionamiento del frente vacío.

La brisa hacía ondear el cabello de Nicola. Era obvio que Michael la había traído allí para hablar y mientras una mitad de ella deseaba humillarlo, la otra quería olvidar las complicaciones y disfrutar la hermosa mañana.

—¿Hablamos? —inquirió él y Nicola asintió con la cabeza, corrió duna abajo, se quitó las medias y las sandalias y caminó con los pies desnudos por la arena.

Michael la siguió y se reunió con ella.

—Red, ¿por qué no quieres mirarme?

—¿Cómo puedes estar aquí, quiero decir, tu trabajo?

—Red, ¿quieres mirarme?

—No, porque si lo hago estoy perdida y tú lo sabes. Primero debemos hablar y aclarar algunas cosas.

Michael metió las manos en sus bolsillos y miró una gran piedra hundida en la arena. Puso el pie sobre ella y comentó:

—Había planeado unos días de vacaciones para esta semana, esperaba pedirte que los pasaras conmigo.

—¡Oh! —y vio los rasgos como una máscara, los ojos cansados, las marcadas líneas y de momento exclamó con furia—: Eres tonto, ¿sabes?

Michael le dirigió una débil sonrisa.

—La defensa descansa en ese mismo hecho —y al momento siguiente ella estaba en sus brazos, golpeándole con los puños los hombros, medio riendo y medio llorando.

—¿Cuántas veces he de decirte que Kit no significa nada para mí? ¡Tonto de capirote! —y le rodeó el cuello con los brazos. El musitó su nombre antes de besarla con furia.

Michael no cesaba de acariciarla.

—¿Tonto de capirote? ¡Seguro! Pero recuerda que soy un pobre tonto enamorado y cuando un hombre sucumbe a esa enfermedad debe tenérsele piedad y mimarlo porque está chiflado —enterró la cara en la suave curva del cuello femenino—. ¿Me perdonarás, Red, por dudar de ti?

Nicola rió y le rodeó el cuello con los brazos.

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—Tonto, por supuesto que te perdono. De todas maneras ya sabías exactamente lo que siento por ti, al menos, si no es así debías saberlo. ¿Por qué te habló Kit sobre mis libros? Me prometió guardar el secreto —sus manos tenían un efecto hipnótico sobre ella y cuando no replicó, volvió a preguntar—. ¿Por qué lo hizo? ¡Vamos, Michael, dímelo!

—Le pegué.

—¿Pero… le pegaste a Kit?

—No es la primera vez… no te preocupes querida, no fue una pelea y se llevó acabo en la intimidad de su estudio.

—¿En Todwell? ¿Ese lunes por la noche?

Michael asintió con la cabeza.

—¿Te he dicho lo hermosa que eres, Red?

—Gracias, me gustaría mucho oírte, será más tarde, pero ahora hablemos sobre el porqué fue necesario que tú y Kit llegaran a los golpes.

—¡Oh! ¡No llegamos a tanto! Para ser justo, tan sólo fui, le pregunté por qué había ido a verte, se rió, me dijo qué demonios me importaba y le demostré que sí. No sé quién se sorprendió más, si él o yo.

—¡Fue mi culpa! No deseo ser la responsable de que haya malentendidos entre Kit y tú.

Michael le acarició los brazos y agregó con brusquedad:

—Estás fría, ven, regresemos al hotel —y se levantó llevándola con él a su habitación—. No hay malentendidos Red, te lo aseguro. Kit no es tonto. Me mostró el manuscrito y no necesito decírtelo, quedé asombrado y furioso conmigo, amándote aún más.

—Michael, ¿qué dijo Kit cuando cayó al suelo?

—En realidad no cayó, sólo se movió un poco. Yo no soy James Bond.

—Pensé que lo eras.

—Me parezco más a tu héroe —sonrió.

—¡Veo que has hablado con Jennie! Ella está segura de que hay un Fox en ti y tal vez sea así, a menos en el subconsciente. ¿Qué dijo Kit?

—Nada. Se frotó la mandíbula y nos quedamos viendo como perros que defienden su territorio, luego sonrió me tendió la mano y dijo felicitaciones o algo así.

Sonó el teléfono y Michael fue a responder. Escuchó durante un momento y dijo:

—Sí. ¿Quieres leerlo, por favor? Gracias.

—¿Qué es, Michael? —preguntó un poco alarmada por la serenidad de él—. ¿Un telegrama?

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—Sí, de la oficina. Dejé el número del Medoc por si sucedía algo —sonrió con un poco de timidez—. Parece que me otorgaron la Toga de Seda.

—¿Toga de Seda? —Nicola frunció el ceño, asombrada y luego sonrió feliz—. ¡Toga de Seda! ¡Michael Dalmain, O. C.! —se quedó pensativa—. Creo que sería conveniente que mi héroe Fox entrara en la profesión legal.

—Me niego a compartir con Fox este momento.

Ya en Inglaterra, antes de llegar a casa pasaron por un pueblo y al ver una hermosa iglesia, Nicola exclamó:

—Michael, no deseo que nuestra boda sea en grande, ¿por qué no huimos?

—Estoy de acuerdo con una boda sencilla y rápida, pero huir es un poco drástico, ¿no crees? Si vemos al vicario tan pronto como sea posible y hacemos que se lean las amonestaciones el próximo domingo, sólo tendremos que esperar tres semanas y luego elegir cualquier día.

—Creo que tienes razón, de otra manera desilusionaríamos a mucha gente. Apuesto que a Cassandra le gustaría ser mi dama de honor.

—¿Puedes organizarte en un mes?

—Puedo organizarme en una semana si tengo que hacerlo. Enviaré un telegrama a mamá y a Neil y veré cuándo pueden venir, aún permanecen en Europa. ¡Mi madre estará encantada!

Al conducir Michael el Jaguar, por la curva de entrada, Nicola gritó:

—¡Oh, mira, florecieron las camelias! ¿No es hermoso? —exclamó y Michael apagó el motor y salieron del auto en silencio, mirando satisfechos la casa y el jardín—. Por supuesto —dijo ella al entrar en la cocina—, puedo vivir aquí, lo haría en una cabaña si fuera contigo.

—No tengo intención de que me lo demuestres —el beso que comenzó con ligereza cambió en intensidad, dejándolos sin aliento y temblorosos. Michael sonrió alegremente—. Una cosa es segura, Víctor será una perla como ayudante. ¿Le damos la noticia?

En ese momento se abrió la puerta de la cocina y apareció Víctor. Vio el abrazo, las mejillas sonrojadas de Nicola y las maneras relajadas de Michael. Gruñó, puso cara complacida y dijo con exasperación:

—¡Y la hora, también!

Fin