isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

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El camino hacia el poder 550 aniversario del nacimiento de Isabel la Católica DOSSIER Una reina decisiva Sebastián González Castilla, entre dos bandos José Luis Martín Lucha por la herencia Carmelo Luis López La cuna de la Reina Miguel Cortés Arrese Matrimonio de interés Josep M. Salrach Esplendor cultural Nicasio Salvador Miguel Isabel de Castilla es una de las figuras más señeras de nuestra Historia. Aquí se reconstruyen la extraordinaria peripecia de su camino hacia el trono cuando era tercera en la línea sucesoria; su matrimonio con Fernando de Aragón; el triunfo de su voluntad sobre la nobleza, el Rey y hasta el Papa... junto con las guerras civiles en Castilla y en Aragón. También, un recuerdo para su cuna, Madrigal de las Altas Torres y para el auge cultural de su época. Isabel de Castilla es una de las figuras más señeras de nuestra Historia. Aquí se reconstruyen la extraordinaria peripecia de su camino hacia el trono cuando era tercera en la línea sucesoria; su matrimonio con Fernando de Aragón; el triunfo de su voluntad sobre la nobleza, el Rey y hasta el Papa... junto con las guerras civiles en Castilla y en Aragón. También, un recuerdo para su cuna, Madrigal de las Altas Torres y para el auge cultural de su época. Isabel la Católica (por Luis Madrazo, siglo XIX, Madrid, Biblioteca Nacional).

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El camino haciael poder

550 aniversario del nacimiento de Isabel la Católica

D O S S I E R

Una reina decisivaSebastián González

Castilla, entre dos bandosJosé Luis Martín

Lucha por la herenciaCarmelo Luis López

La cuna de la ReinaMiguel Cortés Arrese

Matrimonio de interésJosep M. Salrach

Esplendor culturalNicasio Salvador Miguel

Isabel de Castilla es una de las figuras más señeras de nuestra Historia. Aquíse reconstruyen la extraordinaria peripecia de su camino hacia el tronocuando era tercera en la línea sucesoria; su matrimonio con Fernando deAragón; el triunfo de su voluntad sobre la nobleza, el Rey y hasta el Papa...junto con las guerras civiles en Castilla y en Aragón. También, un recuerdopara su cuna, Madrigal de las Altas Torres y para el auge cultural de su época.

Isabel de Castilla es una de las figuras más señeras de nuestra Historia. Aquíse reconstruyen la extraordinaria peripecia de su camino hacia el tronocuando era tercera en la línea sucesoria; su matrimonio con Fernando deAragón; el triunfo de su voluntad sobre la nobleza, el Rey y hasta el Papa...junto con las guerras civiles en Castilla y en Aragón. También, un recuerdopara su cuna, Madrigal de las Altas Torres y para el auge cultural de su época.

Isabel la Católica

(por Luis Madrazo,

siglo XIX, Madrid,

Biblioteca Nacional).

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Izquierda, Isabel la

Católica. Centro,

arriba, yugo, flechas

y granada, símbolos

de los Reyes

Católicos (miniatura

de la obra de

Marcuello); abajo,

pila bautismal de la

iglesia de San

Nicolás, donde fue

bautizada Isabel.

Derecha, Sala de

Cortes del Palacio

de Juan II, en

Madrigal de las

Altas Torres.

sucesoria, después de su hermanastro Enrique IV;se ve relegada en 1453 al nacer su hermano Al-fonso, preferido por varón; y es desplazada aún

más, como heredera, cuando en 1462 naceJuana, la hija del rey Enrique IV.La línea sucesoria se altera cuando una par-te de la nobleza castellana sublevada con-tra Enrique IV, le destrona en la Farsa deÁvila y ofrece el trono a Alfonso, herma-no de Isabel, que reinará desde 1465

hasta su muerte en Cardeñosa (Ávila) en

el año 1468. Ahora Isabel tiene más posibilidadesde ser reina de Castilla, si los nobles que siguen supartido se imponen a los que defienden los dere-chos de Juana. El triunfo de sus partidarios haráque Isabel sea nombrada princesa primera legítimaheredera de la Corona de Castilla en el Convenio oPacto celebrado en la Venta de los Toros de Gui-sando, término de El Tiemblo (Ávila).

Un factor decisivo para el triunfo de Isabel fuesu alianza con Aragón y el matrimonio en 1469con Fernando, heredero de dicha Corona. La co-munidad de intereses refuerza el matrimonio delos que conocemos como los Reyes Católicos, re-yes de Castilla a la muerte de Enrique IV en1474, y de Aragón en 1479. n

Sebastián González VázquezPresidente de la Diputación de Ávila

D O S S I E R

E L 22 DE ABRIL DE 1451 NACIÓ ENla villa abulense de Madrigal de lasAltas Torres, en el palacio de su pa-dre Juan II de Castilla, hoy monas-

terio de Nuestra Señora de Gracia, la quesería reina de Castilla desde 1474 hasta sumuerte, en Medina del Campo, el 16 de no-viembre de 1504. Conmemoramos este año el550 aniversario de su nacimiento y estamos pre-parando las actividades del V Centenario de sumuerte. Por ello, la Institución de Investigacionesy Estudios Abulenses Gran Duque de Alba, de-pendiente de la Diputación Provincial de Ávila,entendiendo que la Reina Católica es una de lasfiguras señeras de nuestro patrimonio humano,inicia una colaboración con la revista La Aven-tura de la Historia, a partir del presente año yhasta el año 2004, con el objeto de difundirel conocimiento de los hechos más importan-tes de su extraordinario reinado. En este pri-mer capítulo se incluye una serie de artícu-los que analizan el camino de Isabel a la ti-

tularidad del trono caste-llano.Hasta los dos años deedad, Isabel, hija delsegundo matrimoniodel rey castellano,

ocupa el primerlugar en la línea

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Hace 550 años nació Isabel laCatólica. Con ocasión de estaefemérides, la InstituciónGran Duque de Alba y LaAventura de la Historiainician una colaboracióncultural que culminará en2004, con el quintocentenario de lamuerte de la Reina

Una reinadecisiva

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buscando aventuras, fama y dinero, se indica cómose arma al caballero y cómo éste es degradado si novive conforme a los juramentos prestados en el mo-mento de recibir la orden, equiparada por muchosa un sacramento. Se refieren a esta ceremonia Al-fonso X en Castilla y Ramón Llull en Aragón y ladescribe con detalle, por los años que ahora co-mentamos, Joanot Martorell en su gran novela Ti-rant lo Blanc; con pequeños cambios sigue utili-zándose hasta hoy para degradar a los militares ca-ídos en desgracia, como cayó el infante Enrique deAragón, sobre cuya efigie se realizó el ritual paraprivarle del maestrazgo de la Orden de Santiago ydejarlo en manos de Álvaro de Luna. Los comenda-dores de la Orden, junto con el prior y el subpriorde Uclés, pusieron una estatua sobre la silla maes-tral, vestida con los atributos del maestre, capablanca, birrete, estoque ceñido, sello de la Orden ypendón del maestre. Hicieron leer las acusacionescontra el infante Enrique, al que acusaron de nohaber guardado los estatutos santiaguistas y lo de-pusieron de palabra y de obra. Un comendador qui-tó a la estatua el estoque, otros el sello, el pendón,el birrete, la capa y, finalmente, retiraron la estatuade la silla indignamente ocupada.

La ceremonia se repitió en 1465, pero el de-puesto no era un particular sino el monarca caste-llano. Los nobles conocían bien el ritual y cuandodecidieron hacer pública la destitución de EnriqueIV montaron en Ávila un gran escenario, cuyo cen-tro ocupaba una silla o trono en el que aparecíasentado un muñeco que representa al monarca,adornado con los símbolos reales: cetro, corona, es-pada, manto... Se leyeron las acusaciones y agra-vios que contra el rey tenían los castellanos, seacordó destituirle e, inmediatamente después, el

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D O S S I E R

Derecha, Juan II de

Castilla (de la serie

de retratos de los

Reyes de España del

Alcázar de Segovia,

Madrid, Museo del

Prado). Página

derecha, arriba,

representación

decimonónica de la

Farsa de Ávila; abajo,

Alfonso de Ávila,

por otros llamado

Alfonso XII, el

príncipe elevado al

trono por la

nobleza y fallecido

antes de cumplir los

quince años

(estatua orante, por

Gil de Silóe, Burgos,

Cartuja de

Miraflores). El

motivo empleado

como pase en el

dossier es un

grabado del

siglo XIX que

reproduce el tondo

de los Reyes

Católicos, de la

fachada de la

Universidad de

Salamanca.

José Luis MartínCatedrático de Historia MedievalUNED, Madrid

E L 15 DE NOVIEMBRE DE 1453 NACÍA ENTordesillas el infante Alfonso, hijo del ma-trimonio de Juan II de Castilla con Isabelde Portugal, y siguiendo la costumbre, su

padre hizo llamar al mejor conocedor de los astrospara que adivinara y predijera el futuro del reciénnacido. Alonso de Madrigal, “el Tostado”, obispo deÁvila, o no vio nada en los astros o se asustó de lovisto y ofreció al monarca un informe nada com-prometedor por el momento: Alfonso estaría bajo laamenaza de los astros hasta cumplir los quinceaños; si superaba esta edad sería el más feliz de lospríncipes. No sabemos si Alfonso habría alcanzadola felicidad prometida por el obispo abulense por-que el príncipe-rey murió el 5 de julio de 1468,cuatro meses y diez días antes de cumplir los quin-ce años. Menos acertado que Alonso de Madrigalestuvo el poeta Gómez Manrique quien, en carta aJuan II, auguraba al recién nacido que sería de“Granada presto rey, siendo vos enperador”. De lacapacidad profética del poeta es testimonio defini-tivo que el rey falleció meses después.

Los astros no le fueron favorables al infante Al-fonso, pero tampoco puede decirse que fueran hos-tiles a un príncipe al que su padre nombra en eltestamento de 1454 administrador y futuro maes-tre de la Orden de Santiago y Condestable de Cas-tilla cuando ni siquiera había cumplido un año deedad. Cierto es que el nuevo monarca, Enrique IV,que subió al trono en 1454, no respetó los deseospaternos y entregó el maestrazgo de Santiago a sufavorito Beltrán de la Cueva y el cargo de condes-table a otro de sus fieles, Miguel Lucas de Iranzo.

Desprovisto de cargos que su corta edad le im-pedía ejercer, Alfonso mantuvo sus derechos al tro-no hasta el nacimiento, en 1462, de Juana, hija deEnrique, y cuando los nobles sublevados contra elmonarca buscan legitimidad para su comporta-

miento, recuerdan que Alfonso puede y debe susti-tuir a un rey que consideran indigno y que, cuandomenos, es el heredero del trono con preferencia so-bre Juana: por varón y por la legitimidad de su na-cimiento, más que dudosa en la hija de un rey queha hecho anular su primer matrimonio con Blancade Navarra tras confesar que “nunca la había co-nocido maritalmente y que la dicha señora Prince-sa estaba virgen incorrupta como había nacido”. Noes extraño que en la corte se cuenten chistes comoel atribuido al conde Gonzalo de Guzmán, quiendecía, entre el regocijo de hombres y mujeres, quehabía tres cosas que no se bajaría a coger si las vie-se tiradas en la calle, a saber: la verga de Enrique,la pronunciación del marqués [de Villena] y la gra-vedad del arzobispo de Sevilla.

La Farsa de ÁvilaEn las ordenanzas de las Órdenes de Caballería,

tan reales como los caballeros andantes que reco-rren por estos años las cortes y ciudades europeas

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La Farsa de Ávila dividió el reinoentre Enrique IV y el príncipeAlfonso, cuya temprana muerteabrió el camino al trono de Isabel

Castilla, entredos bandos

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Isabel la Católica

(por Felipe de

Bigarny, Capilla

Real, Catedral de

Granada).

Retenida por Enrique IV, que, como se ha dicho,había aceptado el fallido matrimonio de Isabel conel maestre de Calatrava, la infanta estuvo al lado deAlfonso desde el momento en que éste se apoderóde Segovia, en 1467, y alegró sus catorce años–que señalan el paso a la virilidad– con unos versospor ella encargados a Gómez Manrique, en los quenueve damas de la corte –representando a las nue-ve musas– piden para el joven toda clase de felici-dades:

Que las dichas e ventura obedezcan tu deseo; que se conserve con justicia

lo que tu poder ganare; que sea generoso con los súbditosy no falle a tus bienes

la grandeza de tu gasto; que sepa vencer y perdonar yDios le dé una loable vitoria

de todos, y más de ti; que sea un leal amador y recuerdeque donde pones los ojos

levantas nuevo cuidado; que se haga querer de quantostú bien quisieres,

de los contrarios temido; que sus dominios se extiendan acuanto la vista alcanza, que esté todo quanto el sol rodeaso tu poderosa mano y que sea en la riqueza otro Midas,

y en franquezaun segundo Macedón.

Cierra la representación Isabel, deseando a suhermano:dozeno de los Alfonsos llamados, en este año catorzenoque supere a sus antecesores en triumphos e vitorias,

en grandezas temporales,e sean tus fechos tales

que merezcas amas gloriasterrenas e celestiales.

Al interés de Isabel corresponde el príncipeacompañándola a tomar posesión de Medina delCampo y preocupándose por la escasa moralidad delas damas que sirven a Isabel, “jóvenes y agracia-das, pero con vestidos y modales algo inconvenien-tes” por deseo expreso del maestre de Santiago,Juan Pacheco, que se sirve de las damas para in-tentar dominar la voluntad de la infanta. No carecede interés la conversación mantenida por Alfonso yel maestre que finaliza, si tuvo lugar, con una peti-ción de mayor libertad para él y de mayor controlsobre la compañía de su hermana: Ella necesitaríami trato cohibido, y yo seguramente la libertad delsuyo, palabras en las que puede leerse el reprochea los nobles que lo tienen por rey y lo mantienenpoco menos que prisionero.

Los derechos de IsabelLa peste que causaba estragos en Arévalo, capital

y lugar de confinamiento de Alfonso, aconsejó que elpríncipe se trasladase a Ávila, lugar de aire más sa-no, a fines de noviembre de 1468; el viaje terminóen Cardeñosa donde murió el 5 de julio, según algu-nos cronistas envenenado por el maestre de Santia-go cuando vio que Alfonso escapaba a su control y,según otros, víctima de la peste. Contra la pestilen-cia o contra la trucha empanada que le ofreció JuanPacheco, fueron inútiles los cuidados médicos, losvotos y promesas de hombres y mujeres y las súpli-cas a la divinidad. Falleció cuatro meses y diez días

antes de cumplir los quince años, barrera entre lamuerte y la felicidad anunciada por el obispo Alonsode Madrigal.

Los derechos al trono de Castilla pasaron a Isabel,pero mientras para defender a Alfonso bastaba re-cordar su condición varonil, los derechos de Isabelsólo serían válidos si sus partidarios consiguieranprobar el origen ilegítimo de su sobrina Juana. Losnobles que habían apoyado a Alfonso, tras su muer-te se ofrecieron a Isabel, pero las circunstancias ha-bían variado y nadie parecía interesado en llamar aIsabel reina: ella misma prefería ser princesa-here-dera, lo que le permitió negociar con su hermano En-rique IV sin renunciar a sus derechos, aunque pos-poniéndolos para cuando Enrique muriera. La solu-ción fue del gusto del monarca, que recobraba en ex-clusiva el título real, y no disgustó a la nobleza se-guidora de Isabel, porque le permitía negociar con elmonarca y hacerse pagar sus servicios bajo la ame-naza de convertir en reina efectiva a la que, por elmomento, llamaban princesa-heredera.

D O S S I E R

Arriba, El príncipe

Alfonso, aclamado

como rey de Castilla

en Ávila, 1465

(grabado popular

decimonónico,

coloreado a mano).

Abajo, sello rodado

de Enrique IV

(litografía del siglo

XIX).

arzobispo de Toledo le quitó la corona de la cabe-za; el marqués de Villena le retira el cetro; el con-de de Plasencia, la espada y otros nobles despoja-ron a Enrique de los demás ornamentos reales altiempo que “con los pies le derribaron del cadahal-so en tierra y dixeron: A tierra, puto”.

Fieles una vez más a la costumbre y habituadosal grito de El rey ha muerto, ¡Viva el rey! con el quese comunica el fallecimiento de un monarca y elnombramiento del sucesor, los nobles hicieron su-bir al escenario al príncipe Alfonso, al que habíanproclamado heredero del trono en noviembre de1464 y le besaron la mano como símbolo de que loaceptaban por rey y señor del reino. El pueblo, quepoco antes había “celebrado” con llantos la caídade Enrique, aplaudió y rió con el nuevo monarca,encumbrado el 5 de junio de 1465, cuando teníapoco más de once años.

Prisionero de la noblezaEl heredero del trono había sido convertido por

los nobles en rey mientras aún vivía Enrique y du-rante los tres años de su “reinado”, Alfonso fue unjuguete en manos de los nobles, que cambiaban debando a menudo en función de las presiones y delas ofertas de Enrique, de las negociaciones enta-bladas o, simplemente, cuando no se veían recom-pensados de acuerdo a los méritos que creían te-ner. El caso más llamativo fue el de Pedro Girón,maestre de Calatrava y uno de los dirigentes delpartido de Alfonso, que se prestó a abandonar alpríncipe-rey a cambio de que Enrique autorizase sumatrimonio con Isabel, la hermana de Alfonso; elmatrimonio no llegó a realizarse, pero es un indiciode la importancia que padeció Isabel en el rompe-cabezas político castellano, y los cronistas aprove-charon posteriormente aquella circunstancia para

hablar de la protección divina de que gozaba Isa-bel, que “estuvo un día y una noche las rodillas porel suelo, muy devotamente rogando a Nuestro Se-ñor que le pluguiese matar a él o a ella, porque es-te casamiento no oviese efeto”. Unos días más tar-de fallecía el maestre de Calatrava.

De la misma forma que Pedro Girón se sirvió dela división del reino en su exclusivo beneficio, suhermano Juan Pacheco, marqués de Villena y unode los protagonistas de la Farsa de Ávila, se hizoconceder el maestrazgo de la orden de Santiago–reservado al príncipe en el testamento de Juan II–y los enfrentamientos armados no impidieron quePacheco y el conde de Alba, partidario de Enrique,se comprometiesen a guardarse mutuamente losbienes que poseían y los prometidos por los reyes,fuera cual fuese el resultado final de los enfrenta-mientos entre Enrique y Alfonso.

Los intereses encontrados y la preferencia dadapor los nobles a su posición personal sobre el bie-nestar del reino hicieron fracasar las misiones de pazllevadas a cabo por el legado pontificio, e igual éxitotuvieron los intentos de llegar a una reconciliacióngeneral, deseada aparentemente por todos y por na-die aceptada, como ocurrió en la reunión que convo-có Alfonso y se celebró en Segovia, en octubre de1467. La estancia en Segovia muestra otra forma dehacer la guerra: acompañaba a Enrique su cronista ycapellán, Diego Enríquez del Castillo, que fue dete-nido y despojado de sus pertenencias por los parti-darios de Alfonso; entre lo sustraído estaba la Cróni-ca de Enrique, que fue entregada al cronista Alfonsode Palencia, decidido partidario del príncipe, paraque corrijiese los errores hallados en el texto. Palen-cia devolvió el manuscrito, pero antes había tomadolas notas que le permitieron más tarde refutar lasalabanzas a Enrique y convertir en negro lo que En-ríquez del Castillo presentaba como blanco; cuando,ya reinando Isabel la Católica, escribió su crónicaprevenía de los errores y falsedades que encontrarí-an quienes leyeran “una vida de Enrique IV distintade la descripción que sigue”, refiriéndose, obvia-mente, a la escrita por Diego Enríquez del Castillo.

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Talla de Isabel la

Católica (anónimo,

Madrid, Colección

Gregorio Prieto).

Carmelo Luis LópezProfesor titular de Historia MedievalUNED, Madrid

L A MUERTE DEL PRÍNCIPE DON ALFONSO,el llamado Alfonso de Ávila, rey de Castilla,ocurrió el día 5 de julio de 1468 en Carde-ñosa (Ávila). Aquella misma noche, su ca-

dáver fue llevado por los criados del obispo de Co-ria al Monasterio de San Francisco, extramuros dela ciudad de Arévalo, en el que fue enterrado. Eldía 6, el arzobispo Carrillo y Juan Pacheco, maes-tre de Santiago, con gran cortejo de caballeros, lle-varon a la princesa Isabel, que contaba 16 años deedad, a la ciudad de Ávila, al amparo de sus mu-ros, y protegida en el alcázar real, como lo habíansido otros príncipes y reyes niños en la historia dela ciudad del Adaja.

En aquellos momentos críticos, a pesar de laspeticiones de los más exaltados partidarios del ban-do alfonsino, la princesa Isabel no se proclamó rei-na, posiblemente, porque esperaba conocer la re-acción de las ciudades y villas que habían apoyadoa Alfonso y a las que se había anunciado su muer-te y pedido el envío de procuradores a Ávila paratratar el tema de la sucesión. La princesa Isabel,probablemente, ya había madurado los principiosque orientarían su actuación posterior: el respeto ala legitimidad de su hermano, Enrique IV, y su de-recho a sucederle por la ilegitimidad de Juana –ile-gitimidad que se basaba en considerar la nulidaddel matrimonio de Enrique IV con la reina Juana dePortugal, en el mismo sentido que figurará en laConcordia de los Toros de Guisando–.

La actitud de Isabel fue de extremada prudenciaya que, aunque fue proclamada reina en Sevilla, notodas las villas y ciudades apoyaron su coronación;

incluso Burgos se proclamó fiel al rey, lo mismoque el arzobispo de Sevilla y los condes de Plasen-cia, Benavente y Miranda, que juraron obediencia aEnrique IV. Se estaba debilitando el partido favora-ble a Isabel, aunque sólo fuera por el desconciertoque producía el tema sucesorio; al mismo tiempo,se fortalecía la posición del rey al que también apo-yaba la Junta de la Hermandad.

Acuerdo en los Toros de GuisandoCon el propósito de pacificar el reino –objetivo

compartido por Isabel– y para que volvieran a su

D O S S I E R

Lucha porla herenciaMuerto Alfonso de Ávila, su hermana Isabel fue reconocidacomo heredera por una parte de la nobleza de Castilla, pero la variable fortuna la convirtiópronto en perseguida para,finalmente, hacerla reina

Enrique IV, un

monarca

controvertido, al

que las crónicas

elaboradas por sus

enemigos

atribuyeron todo

tipo de vicios y

defectos; hoy, los

historiadores están

revalorizando su

figura (grabado

popular del siglo

XIX).

Para defender los derechos de Isabel, sus partida-rios activaron la campaña de acusaciones contra lareina Juana de Portugal, a la que se habían atribuidorelaciones con Beltrán de la Cueva, quien sería el pa-dre de la princesa Juana, apodada por tal motivo “laBeltraneja”; de la reina se decía en 1468/69 que erala amante del arzobispo de Sevilla y de un sobrino deéste, del que esperaba un hijo. Más aún, en su afándescalificador, un cronista favorable a Isabel cuestio-naba la legitimidad del propio Enrique IV y vertía in-sidias sobre los hábitos sexuales de Juan II, padre deEnrique y también de Isabel, dato que parece olvidarAlfonso de Palencia cuando afirma que los pueblosdudaban de que Enrique fuera hijo del rey Juan II,que “desde su más tierna edad se había entregadoenteramente al arbitrio de Álvaro de Luna, no sin lasospecha de cierto servicio impúdico del que se re-

putaba haberse echado mano, cuando adolescente,para seducir lascivamente la voluntad del rey”.

Al tiempo que promovían campañas descalifica-doras o justificadoras de la legitimidad de Juana –co-mo hija y heredera legítima había sido jurada en1462–, los nobles de ambos bandos buscaban en elexterior matrimonios para Juana e Isabel, que les ga-rantizasen apoyo militar y económico contra sus ene-migos. Los posibles candidatos se reducían al rey dePortugal y al heredero de Aragón, únicos que podíanaportar algo a los partidarios de Isabel o de Juana, ala que comenzaba a llamarse “la Beltraneja”. Alfon-so de Portugal y Fernando de Aragón, los candidatosmás firmes, entraron en las copas de los los poetascallejeros, que aportaron su grano de humanidad ycierta dosis de romanticismo para oponerse a quie-nes pretendían concertar el matrimonio de Isabelcon el rey de Portugal para dejar libre el camino enCastilla a Juana; según los bardos, todo serán desdi-chas si Isabel se casaba con Alfonso, “un viejo; ella,tierno capullo de rosa, prestándose a ser, en la florde su juventud, madrastra de hijastros que la supe-raban en edad”.

Los poetas y sus canciones fueron acallados porlos piquetes de soldados, pero nada pudo impedirque Isabel y sus partidarios prefirieran el matrimoniocon Fernando de Aragón y rechazaran las ofertas delos embajadores del monarca portugués y del her-mano del rey de Francia, que deseaba este matrimo-nio para tener la ayuda de Castilla en la guerra quelo enfrentaba al rey de Aragón, padre de Fernando.Por su parte, Isabel necesitaba el apoyo aragonés pa-ra anular los posibles derechos de Juana; mientras,para Juan II de Aragón y su hijo Fernando era vitalque Castilla fuese, como mínimo, neutral en la gue-rra con Francia y con los catalanes sublevados con-tra él en 1462. La identidad de intereses hizo posi-ble el matrimonio de Isabel y Fernando cuya políticapreparó y facilitó la conquista del reino musulmán deGranada, el descubrimiento de América y la unión delos reinos peninsulares, con excepción de Portugal,en manos de Carlos I, V de Alemania, nieto de losReyes Católicos. n

JUANA, LA BELTRANEJA (MADRID, 1462-LISBOA, 1530)

F ue la hija primogénita de Enrique IV de Cas-tilla de y Juana de Portugal y como tal, lasCortes la juraron heredera el mismo año de

su nacimiento. Para su infortunio, la rebelión no-biliaria de 1464, que erigió como rey a Alfonso deÁvila, hermanastro de Enrique IV, no halló mejorcamino para justificar sus propósitos que decla-rarla hija ilegítima, atribuyéndole la paternidad aBeltrán de la Cueva, por lo que sería motejada co-mo “la Beltraneja”. A la ilegitimidad se uniría lue-go la declaración política de nulidad matrimonialde Enrique IV y de Juana. Con todo, la infeliz niña,en manos de la familia Mendoza, se convertiría enmoneda de cambio para todos: se la quiso casarcon Alfonso de Ávila; a la muerte de éste (1468),

con Juan, heredero del trono portugués; después,a los ocho años de edad, la casaron con el duquede Guyena, hermano de Luis XI de Francia, matri-monio que no se consumó; más tarde trataron decasarla con su tío Alfonso V de Portugal.

A la muerte de su padre (1474), parte de lanobleza castellana con apoyo portugués se levan-tó en defensa de su causa. Durante la guerra ci-vil consiguiente, se casó, a los 13 años, con su tíoAlfonso V, sin dispensa pontificia, en matrimonioque no fue consumado y que fue anulado. En1479, ante la mala marcha de la guerra y la mer-ma de sus partidarios, renunció a sus derechosal trono en el Tratado de Alcaçovas. Hubo, luego,un intento de conciliarlo todo, bajo presiones

portuguesas, casándola con el príncipe Juan, he-redero de los Reyes Católicos y reconociéndoleel título de princesa; Isabel la Católica cedió enlo primero, pero se negó a lo segundo: “Antesdejaría de hablar de la concordia que oír máspalabras sobre el título”. De hecho, tal compro-miso de matrimonio era sólo una formalidad: elpríncipe contaba sólo un año; ella, 17 y deberíaesperar 13 años, bajo estrecha vigilancia, por sillegada la hora el príncipe Juan deseaba realizarla boda. Por eso, a los 18 años de edad, decidióingresar en las Clarisas de Coimbra como monja.Aún allí, donde permaneció hasta su muerte,acaecida a los 68 años de edad, no dejó de estarvigilada por Isabel la Católica.

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Abajo, Enrique IV de

Castilla (de la serie

de retratos de los

reyes de León y

Castilla del Alcázar

de Segovia, pintados

por orden de Felipe

II en 1594, Madrid,

Museo del Prado).

Izquierda, cofre de

la Reina Católica

(Granada, Catedral,

Capilla Real).

para la internacional, ya que Aragón, Francia, In-glaterra y Portugal estaban interesados en estre-char lazos de amistad y alianza con Castilla. Cua-tro eran los candidatos: Fernando, príncipe deAragón y rey de Sicilia; Alfonso V, rey de Portugal;Carlos, duque de Berry y de Guyena, hermano deLuis XI rey de Francia; y un hermano de EduardoIV, rey de Inglaterra, pero los dos últimos apenascontaban.

El partido del rey de Portugal contaba con elapoyo de Enrique IV y del maestre de Santiago. Se

proyectaba un doble enlace: Alfonso V con la prin-cesa Isabel, y la infanta Juana con el príncipeJuan, heredero del trono portugués, pero este ma-trimonio no era del agrado de Isabel ni del pueblo.

Desde noviembre de 1468, Pierres de Peralta,embajador de Juan II de Aragón en Castilla, estre-chó relaciones con los más firmes apoyos de laprincesa: el arzobispo Carrillo, Gonzalo Chacón,Gutierre de Cárdenas y Gómez Manrique, para mos-trar las muchas ventajas de la boda de Isabel conel príncipe aragonés. A principios de 1469, la he-redera castellana se decidió en favor de Fernando.Inmediatamente, Gómez Manrique y Pierres de Pe-ralta se dirigieron a Cervera, donde estaba el prín-cipe aragonés, y el día 5 de marzo se firmaron lascapitulaciones matrimoniales definitivas.

Fernando se comprometía a respetar los fuerosde las ciudades y la libertad eclesiástica en la ad-ministración de justicia. Admitía que todos los do-cumentos de concesión de mercedes, privilegios ynombramientos de cargos públicos, que deberíanrecaer en castellanos y naturales de los reinos, te-nían que ser firmados también por Isabel. Debía,residir en Castilla, no pudiendo salir fuera del rei-no sin consentimiento de su esposa. Concederíaen dote a su mujer, además de la que correspon-

día a las reinas de Aragón (las ciudades de Borja,Magallón, Elche, Crevillente y la Cámara de la Rei-na en Sicilia), 100.000 florines de oro y 4.000lanzas si fueran necesarias para defender los dere-chos de Isabel en Castilla.

Isabel toma la iniciativaLas Cortes de Ocaña se clausuraron a princi-

pios de abril de 1469, con una exigua participa-ción de procuradores y sin que se conozca con to-tal garantía si llegó a tratarse de forma explícitael tema de la jura de la princesa como heredera,por lo que, si no se incluyó en el temario de lassesiones, se estaba incumpliendo por parte delrey una de las principales condiciones del Pac-to de Guisando y, por consiguiente, Isabel que-

D O S S I E R

obediencia los sublevados, el reyles envió mensajeros a Ávila yaquellos le respondieron quele prestarían el juramento defidelidad como rey, si laprincesa era nombrada he-redera.

La propuesta fue acepta-da por Enrique IV con laoposición de sus más firmesapoyos: los Mendoza y PedroFernández de Velasco, ya quela proyectada concordia les de-jaría a merced de la princesa, delarzobispo Carrillo y del maestre deSantiago. Peor aún: los Mendoza sesentían perjudicados porque se deva-luaba un preciado depósito quetantas luchas e intrigas les ha-bía costado: la custodia deJuana, la hija del rey, de seisaños de edad.

El día 17 de agosto, enCastronuevo, los partidariosde Isabel y los representan-tes del rey Enrique IV, ce-lebraron una Junta, quecoincidió en el tiempo conla difusión de una nueva des-honra de la reina –según lascrónicas estaba preñada de donPedro de Castilla, sobrino de Alfon-so de Fonseca, arzobispo de Sevilla–que huyó desde Alaejos a Buitrago, donde estabasu hija. Esto propició que los nobles trataran dealcanzar una rápida reconciliación con el rey, yaque la huida y el embarazo de la reina favorecíanel acuerdo. De esta Junta salió una propuesta deConcordia que, a grandes rasgos, debió ser la quese firmó el 18 de septiembre, víspera de la entre-vista que se conoce como el Pacto de los Toros deGuisando.

Según lo acordado, el rey viajó a Cadalso (actualCadalso de los Vidrios) y la princesa Isabel, a Ce-breros. El día 18 de septiembre, tan pronto comoestuvieron establecidas las cláusulas de la Concor-dia, se enviaron mensajeros para que al día si-guiente, la princesa y su séquito fueran a encon-trarse con el rey y su acompañamiento en la ventallamada de los Toros de Guisando, entre Cadalso yCebreros, en el término de El Tiemblo, llamada asípor las cuatro esculturas zoomorfas talladas en pie-dra, que allí se encuentran.

La princesa iba acompañada por el arzobispo deToledo –se oponía al acuerdo y había tratado deconvencerla para que regresara a Ávila, advirtién-dole que querían casarla con el rey de Portugal–,los obispos de Burgos y Coria y 200 caballeros. Elrey, con el maestre de Santiago, el legado pontifi-cio y lo más florido de la nobleza, con 1.300 jine-tes. Y como dice la crónica: "e como se açercaronlos unos de los otros el arçobispo que traya laprinçesa dexó la rienda e la prinçesa se llegó al rey

por le besar la mano, el qual no gela quiso dar por mucho que ésta

lo porfió".Dentro de la venta, el reymandó leer la Capitulación.El llamado Pacto de los To-ros de Guisando disponía elnombramiento de Isabel co-mo princesa primera legíti-ma heredera del rey, que seobligaba a vivir con él en la

corte, con Alfonso de Fonseca,arzobispo de Sevilla, Juan Pa-

checo, maestre de Santiago, yÁlvaro de Stúñiga, conde de Plasen-

cia, hasta que se casase; que antes de40 días debía ser jurada como herede-

ra con concesión del Principado deAsturias y de las ciudades y vi-

llas de Alcaraz, Ávila, Escalo-na, Huete, Medina del Cam-po, Molina y Úbeda, ademásde 870.000 maravedíes enlas rentas de Soria, San Vi-cente de la Barquera y otroslugares; que la princesa secasaría con quien deseara,pero con autorización del rey

y de los eclesiásticos y noblesantes citados; el rey reconocía

que no estaba legítimamente ca-sado con la reina, y que ésta debe-

ría salir de los reinos en el plazo decuatro meses; que no se consintiera que la reina sellevara a su hija, Juana; y que, en prueba de cum-plimiento de lo pactado, el rey pusiera a disposi-ción de la princesa la fortaleza de la villa de Madridy el tesoro real, custodiado en su alcázar.

Leída la Concordia, Antonio Giacomo Venier, le-gado del Papa, leyó su decreto y las letras apostó-licas, por las que relevaba a los nobles o eclesiásti-cos de cualquier juramento o promesa de fidelidadque hubieran hecho hasta ese momento y, a conti-nuación, ordenó a todos que obedecieran y juraranfidelidad a Enrique IV. Según Enríquez del Castillo,"los perlados e caballeros que estaban allí con elrey, la juraron e obedescieron; e luego el maestredon Juan Pacheco, después de tomado el pleytoomenage del rey, él y los que venían con él y con lainfanta juraron al rey e después a ella".

Finalmente, la princesa con el séquito del rey sedirigió a Cadalso, y posteriormente a Casarrubiosdel Monte, para después de breves estancias en ElPardo dirigirse a Ocaña, donde esperaba que sereunieran las Cortes que ratificarían todo lo acorda-do en los Toros de Guisando. La reunión de cortescomenzó a finales de1468, prolongándose durantelos primeros meses del año siguiente.

Los pretendientesUna de las principales cláusulas del convenio

de Guisando se refería al matrimonio de Isabel,importante tanto para la política nacional como

10

Anverso y reverso

de una moneda de

oro de 50 enriques,

equivalente a 21.000

maravedíes; pesaba

230 grs. de 23

kilates de ley,

aunque luego

descendió mucho la

pureza del metal

(grabado de la

Historia de España,de Modesto

Lafuente, siglo XIX).

Page 7: isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

13

Arriba,

proclamación de

Isabel y Fernando

como reyes de

Castilla (grabado

popular del siglo

XIX). Abajo, corona

que perteneció a

Isabel la Católica

(Granada, Catedral,

Capilla Real).

Este período negativo para los futuros Reyes Ca-tólicos culmina con los hechos de Valdelozoya: En-rique IV, acompañado de su séquito, salió del mo-nasterio de El Paular dirigiéndose hacia ese valle;por su parte, los Mendoza acudieron a su encuen-tro desde Buitrago, dando escolta a la reina y a suhija doña Juana; y allí el rey manifestó pública-mente que su hermana perdía la condición de pri-mera heredera, por contraer matrimonio sin su con-sentimiento. El cardenal de Albi tomó juramento alos reyes sobre la legitimidad de su hija Juana, a laque declaró el rey princesa heredera, siendo juradacomo tal por los nobles y prelados, celebrándose acontinuación los esponsales por poderes de la prin-cesa con Carlos, duque de Guyena.

Después del pronunciamiento de Valdelozoya,la situación de Isabel y Fernando fue casi deses-perada, ya que la mayor parte de la nobleza esta-ba al lado del rey, negaba el título de princesa he-redera a Isabel y muchas e importantes ciudadesrepresentadas en Cortes eran partidarias de doñaJuana.

Las mudanzas de la fortunaSin embargo, a partir del año 1471 cambió la si-

tuación de los príncipes por la conjunción de unaserie de circunstancias favorables: la muerte delpapa Julio II, que apoyaba a Enrique IV, y el as-censo al solio pontificio de Sixto IV, del que fue vi-cecanciller Rodrigo de Borja. Éste desempeñó –porsu amistad con el rey de Aragón, del que era súb-dito natural– un papel extraordinario para conseguirla legalización del matrimonio de Isabel y Fernan-do (bula de diciembre de 1471, resolviendo el pro-blema de la dispensa) y, sobre todo, para lograr elacercamiento de la poderosa familia de los Mendo-za a los intereses y derechos de los príncipes, alconseguir el capelo cardenalicio para Pedro Gonzá-lez de Mendoza, obispo de Sigüenza y mentor polí-tico de este importante linaje. Fue importante,también, el alejamiento del partido de Enrique IVde las Provincias Vascongadas, que comenzó des-pués del matrimonio del duque francés con Juanade Castilla; lo mismo que el paso al bando de lospríncipes de la villa de Sepúlveda, que no acepta-ba la dependencia de la jurisdicción señorial del

marqués de Villena; o el pronunciamiento de Sego-via a favor de Isabel, reconociéndola como herede-ra de Castilla; y la muerte de Juan Pacheco, mar-qués de Villena y maestre de Santiago, en octubrede 1474... Y, sobre todo, el final de la guerra civilcatalana, con la victoria de Juan II de Aragón, pa-dre del príncipe Fernando.

A finales del año 1474, Enrique IV regresabagravemente enfermo de Extremadura a Madrid.Después de sus cacerías en los bosques de El Par-do, se fue a descansar al alcázar de Madrid, en elque falleció en la noche del 11 al 12 de diciembre.Casi sólo se quedó ante el cadáver el cardenal Pe-dro González de Mendoza, oficiando la misa de di-funtos. No había querido pronunciarse el rey sobresu sucesión, por lo que dejó al reino sumido en unaguerra que duró cinco años (1474-1479). Guerracivil en Castilla y guerra internacional con la parti-cipación de Francia y Portugal y los enfrentamien-tos con el Papado.

El día 13 de diciembre, Isabel fue proclamadareina en Segovia y envíó cartas por medio de men-sajeros a los concejos de las ciudades con repre-sentación en Cortes, fechadas el 16 de diciembre(a Ávila, García de Aguilar; a Murcia, Gómez Or-tiz; a Zamora, Fernando de Medina, etcétera), conel mismo mensaje: "que alçedes pendones por mí,reconosçiéndome por vuestra reyna e señora natu-ral e al muy alto e muy poderoso prínçipe, el reydon Fernando, mi señor, conmo mi legítimo mari-do, con las solebnidades en tal caso acostunbra-das. E otrosy, dentro en el término que las dichasleyes de mis regnos disponen, enbiedes a mí vues-tros procuradores con vuestro poder bastante paraque en nonbre de esa dicha çibdad e por ella e porla justiçia e regidores, cavalleros, escuderos dellae de su tierra juren e fagan pleito omenaje ante míde me aver e resçebir, e me ayan e resçiban porvuestra reyna e señora natural, e a los alcaydesque tienen las fortalezas de esa çibdad e su tierravengan o enbíen a me fazer la seguridad e ome-naje por ellas". n

D O S S I E R

Documento que

recoge los

desposorios de

Isabel de Castilla

con Fernando de

Aragón, celebrados

en Valladolid los

días 18 y 19 de

octubre de 1469

(Archivo de

Simancas).

daba relevada del cumplimiento de los compromi-sos adquiridos en el mismo. Sea como fuere, laprincesa huyó de Ocaña y se trasladó a Ávila paraconseguir más fácilmente la dispensa papal y po-der celebrar su matrimonio con Fernando de Ara-gón; allí asistió a las honras del aniversario de lamuerte de su hermano Alfonso y, posteriormente,se aposentó en Madrigal de las Altas Torres, don-de residía su madre.

En esta villa recibió a Alonso de Palencia y a Pe-dro de la Caballería, portadores de 20.000 florinesde Aragón, como anticipo de la dote, y del extraor-dinario collar de balajes (rubíes morados), regalo desu prometido. A finales de agosto se encontraba enValladolid desde donde envió emisarios al príncipede Aragón para que se reuniera con ella, al mismotiempo que escribía a su hermano (8 de septiem-bre), justificando su huida y posterior retirada a Va-lladolid, así como la decisión de casarse con Fer-nando. Se trataba de la ruptura con su hermano, alque responsabilizaría de haber incumplido el com-promiso de Guisando, ya que había tratado unilate-ralmente su matrimonio, sin tener en cuenta la tra-dición castellana de anteponer los intereses gene-rales a los designios ocultos del rey.

Fernando de Aragón llegó a Valladolid el día 14de octubre de 1469 y el matrimonio se celebró en-tre los días 18 y 19, para lo que fue necesario darlectura por orden del arzobispo Carrillo, represen-

tante de la Iglesia en la ceremonia, de una bula fal-sificada de Pío II, que se fechó en el año 1464,concediendo la dispensa canónica, por ser primoslos contrayentes, para unirla al acta de matrimonio,ya que Paulo II se había negado a concederla, por-que el rey de Castilla no autorizaba el matrimonio.

Todo parecía anunciar el triunfo de Isabel: prin-cesa de Asturias y de Aragón, reina de Sicilia y elapoyo de la importante y poderosa Corona arago-nesa. Sin embargo, el año siguiente, 1470, fue elmás duro y difícil en su camino para conseguir latitularidad de la Corona de Castilla. El temor alenfrentamiento con el rey hizo que se refugiaranen la fortaleza de Dueñas, bajo el amparo y pro-tección de don Pedro de Acuña, hermano del ar-zobispo Carrillo.

A lo largo del año se produjo toda una serie decontratiempos para el joven matrimonio: las pérdi-das de Valladolid y Medina del Campo, que reducí-an gravemente la zona territorial controlada por lospríncipes; el apoyo nobiliario a Enrique IV, que re-partía mercedes, títulos y privilegios a las grandesfamilias; Isabel dio a luz a su primera hija, lo queeliminaba la posibilidad de un futuro matrimoniocon Juana la Beltraneja, de haber sido varón; Enri-que IV, entre tanto, se fortalecía al acordar el ma-trimonio de ésta con el duque de Guyena, hermanodel rey de Francia.

12

LEGITIMIDAD DE JUANA DE CASTILLA

A unque documentalmente no se ha-ya probado ni a favor ni en contrala legitimidad de Juana, cien veces

confirmada y desmentida según los inte-reses de las banderías nobiliarias, mu-chos historiadores se inclinan por creeren la verdadera paternidad de Enrique IVy Juana de Portugal, que nadie puso enduda cuando nació. Un buen conocedorde la época, Joseph Perez, cree ver esalegitimidad, primero en que el Rey siem-pre la consideró su legítima hija y, se-gundo, en la feroz persecución que su-frió por parte de Isabel la Católica, inclu-so después de que decidiera enclaustrar-se: “Pero aun así no escapó de la vigilan-cia de la reina Isabel. Ella exigió que enla ceremonia de profesión religiosa estu-viese presente un hombre de toda suconfianza, su confesor, fray Hernando deTalavera, para averiguar que las cosas se-guían su curso normal y no quedara nin-gún resquicio jurídico que permitiera adoña Juana romper sus votos. Hay más:como se enterase de que la princesa sa-lía de vez en cuando del convento con di-versos pretextos (enfermedad, riesgo deepidemia...), Isabel exigió del papa SixtoIV –y obtuvo en 1484– una bula que

obligaba a doña Juana a permanecer en-cerrada en el convento.

“Más que todos los argumentos, estaobstinación de la reina Isabel constituyela prueba de que, al menos para ella, do-ña Juana era efectivamente hija legítimadel rey don Enrique IV y , como tal, he-redera del trono de Castilla. En caso con-trario, después de su victoria política ymilitar, Isabel no se hubiera ensañadotanto. Mientras viviera, doña Juana podíarepresentar un recurso para la oposicióncastellana y, por tanto, un peligro para lareina (...)

“En Portugal se pensaba lo mismo dela Excelente Senhora, que conservó unrango de honor y grandeza dentro o fuerade la clausura del convento, con muchoacompañamiento de criados, damas, ca-pellanes y cantores. Mientras vivió siem-pre se consideró a si misma como reinade Castilla (firmaba, Yo la Reina). Preten-de Clemencín, sin aducir pruebaa feha-cienres que incluso Fernando el Católicopensó en casarse con ella en 1505, a fin deconservar de este modo los derechos quehabía perdido en Castilla por la muerte deIsabel. Murió la desdichada princesa en1530, a los sesenta y ocho años de edad...”

Page 8: isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

15

Recuerdos de Isabel

la Católica en

Madrigal. Izquierda,

arriba, iglesia y torre

de San Nicolás,

donde fue

bautizada; abajo,

entrada del Palacio

de Juan II, actual

convento de Gracia.

Arriba, artesonado

mudéjar de la

escalera de acceso

al claustro alto del

convento. Derecha,

una esquina de la

habitación donde

nació la reina,

decorada con

algunos objetos

claramente

anacrónicos.

cia; allí habría de volver ocasionalmente. Mientrastanto, la futura reina se iba a convertir en una per-sona sobria y contenida, proclive a devociones en lasque la austeridad era una virtud, como indica Joa-quín Yarza. Pero al mismo tiempo, también. en unapromotora artística notable, preocupada por transmi-tir una imagen solemne y que concedía un lugar deexcepción al embellecimiento de sus objetos máspreciados: algunos de los más queridos le habrían deacompañar en su capilla funeraria.

En 1499, poco antes de su muerte, la Reina Ca-tólica obligó a entrar en el convento de agustinasde Madrigal a dos hijas naturales del rey, llamadasDoña María y Doña Mª Esperanza de Aragón. Y a fa-vor de la primera otorgó Carlos V una cédula en1525: así se desprendía del inmueble para entre-garlo a la comunidad que iba a ocupar su nueva re-sidencia dos años más tarde.

Al destinarse a convento de Nuestra Señora deGracia, se le agregó al antiguo palacio un ampliocuerpo de edificio, con monumental claustro dediez arcos por lado y dos pisos, escalera grandeque integraba la casa real y el nuevo recinto. Laairosa armadura mudéjar ochavada de par y nudi-llo, el oratorio, a estilo de El Escorial, y la igle-sia –con panteón para las mencionadas hijas deFernando el Católico– completaron un conjuntoque ahora trata de evocar la estancia y la figura desu moradora más ilustre. n

D O S S I E R

Miguel Cortés ArreseCatedrático de Historia del ArteUniversidad de Castilla-La Mancha

F UE AQUÍ, EN LA RESIDENCIA REAL DEMadrigal de las Altas Torres, donde vino almundo Isabel la Católica: el jueves santo,feria quinta de la Cena del Señor, el 22 de

abril de 1451. Juan II no había hecho sino seguirla costumbre de sus predecesores quienes, acucia-dos por la necesidad de continuos viajes traslada-ban la Corte de uno a otro lugar según las necesi-dades de gobierno. Por similar motivo, Enrique II,estando en León en 1375, mandó construir un pa-lacio en la Rúa que sería terminado dos años mástarde, según rezaba una inscripción de azulejos quehabía en la puerta del salón principal. Enrique IIIharía lo propio con los de Tordesillas y la Alcazabade Murcia; a su esposa Catalina de Láncaster sedebe el anexo al monasterio de Santa María la Re-al de Nieva –Segovia– cuya fachada y alguna salase recuperaron en la restauración de 1987.

Todos ellos eran edificios, por lo demás, construi-dos de acuerdo con el gusto por lo mudéjar que tan-to seducía a los Trastámara "coincidiendo con el am-biente de fasto y la moda por lo exótico y extrava-gante que caracterizan el llamado "estilo internacio-nal del 1400", en palabras de Teresa Pérez Higuera.

Residencia austera la de Madrigal, construidacon ladrillo y tapial, de muros lisos, desnudos y pe-queñas habitaciones encaladas y bajas de techo. Ycomo si quisiera emular a las admirables murallas,torres y puertas que rodean a la población por loscuatro costados, sobresale la fachada con puertadescentrada en el lado derecho, torreones cuadra-dos en sus extremos y galería en la parte alta decuatro atractivos arcos escarzanos que los tiemposrecientes convirtieron en ocho ventanas pequeñascon celosías de yeso.

Manuel Gómez Moreno, a comienzos del siglo pa-sado, se sintió cautivado por las celosías de ladrillos

de la galería, ingeniosamente combinadas, pero alatravesar la puerta de acceso, vió: "Un patio peque-ñito, rectangular, con dos pisos de galerías en torno,tan bajas de techos, que casi se alcanzan con la ma-no, y tan pobres, que ni los pies derechos de made-ra, ni sus zapatos, ni el pasamano, ni las cubiertasofrecen más decoración que algunos chaflanes; aba-jo se han sustituido los soportes, que serían de la-drillo, por seis columnillas dóricas de granito. Encuanto a los aposentos, ya está dicho que nada, ab-solutamente nada desmiente su probreza".

No tuvo en cuenta Gómez Moreno que eran edifi-cios que acogían a sus dueños en contadas ocasionesy cuyas estadías nunca duraban demasiado. Quizápor ello, su decoración parece que se limitaba a ta-pices colocados para la ocasión que después de lapartida de sus dignos moradores se volvían a guardar;los tapices contribuían a crear ambientes más reco-gidos, y transfiguraban el espacio interno de las salashaciéndolas más cálidas y acogedoras. Así debió ocu-rrir, según Miguel Angel Zalama, en el palacio de Tor-desillas, que acogió a Juan II en distintas ocasionesy a Isabel mientras se dirimía la Batalla de Toro: con-cluida victoriosamente para sus intereses, mandaríacelebrar un procesión en acción de gracias que par-tió de su residencia el día 1 de marzo de 1475.

No muy distinto debió ser el caso del Palacio delMadrigal, puesto en manos de Isabel de Portugal alcontraer matrimonio con Juan II en 1445. Allí naciósu hija seis años más tarde y pasó su primera infan-

14

La cuna de la reinaNació en el austero palacio deJuan II, en Madrigal de las altasTorres, actual convento de NuestraSeñora de Gracia, que es bastantemás que el primitivo edificio real

Page 9: isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

17

Arriba, el

jurisconsulto

Marquilles entrega a

la regente María,

esposa de Alfonso V

el Magnánimo, sus

Comentaris alsUsatges deBarcelona, en

presencia de los

consellers de la

ciudad

(cromolitografía del

s. XIX). Durante

este reinado, la

oligarquía

barcelonesa

consiguió imponer

a la Corona sus

exigencias pactistas,

lo que provocaría

luego su

enfrentamiento con

Juan II, enconado a

propósito del

Príncipe de Viana

(por Moreno

Carbonero, s. XIX),

derecha.

De hecho, los desacuerdos entre Juan II de Ara-gón y la oligarquía catalana ya se habían puesto demanifiesto en las Cortes de Barcelona de 1454-1458. Concernían al gobierno de la ciudad de Bar-celona, donde representantes de sectores medios ypopulares habían llegado al poder en 1453 por vo-luntad real. La situación se crispó aún más cuando,llegado Carlos de Viana a Cataluña y reconciliadocon su padre (Concordia de Barcelona, enero de1460), éste no le incorporó al gobierno oficializan-do su primogenitura. En este clima de desconfian-za mútua, embajadores de Enrique IV de Castillapropusieron a Carlos de Viana entrar en una alian-za contra su padre y sellarla con su matrimonio conIsabel. Carlos no entró en el juego, pero sus con-tactos le hicieron sospechoso a ojos de Juan II que,desafiando a los estamentos catalanes, le hizo en-carcelar (2 de diciembre de 1460).

La acción del monarca, que vulneraba las leyescatalanas (protectoras del heredero de la Corona),dió alas a los sectores contrarios al autoritarismoreal e hizo enmudecer a los partidarios de la políti-ca de la monarquía. En estas condiciones, se formóun frente antijuanista que, desde la Generalidad yel gobierno de la ciudad de Barcelona, dio forma alConsejo del Principado, organismo encargado decoordinar las acciones de oposición al rey e impo-nerle condiciones. Juan II, que temía las conse-cuencias de una nueva guerra civil –que se suma-

ría a la de Navarra y facilitaría la ofensiva de susenemigos en Castilla, comenzando por el propioEnrique IV– aceptó la Capitulación de Vilafrancadel Penedès (22 de junio de 1461).

Esta pieza culminante del pactismo catalán li-mitaba, de hecho, el ejercicio de los derechos desoberanía del rey, reforzaba el papel fiscalizadorque las Cortes y la Generalidad ejercían sobre la po-lítica del monarca (el rey, por ejemplo, no podía en-trar en el Principado sin su permiso), y daba granprotagonismo al primogénito, convertido en virrey.Pero Carlos de Viana falleció en Barcelona el 23 desetiembre de 1461, y su lugar, según la propia Ca-pitulación de Vilafranca, fue ocupado por Fernan-do, de nueve años. La minoría de edad del prínci-pe justificó que acudiera a Barcelona (21 de no-viembre) a tomar posesión de su cargo acompaña-do de su madre, Juana Enríquez, y que ésta se ins-talara en la ciudad con el propósito maldisimuladode reorganizar a los partidarios de su esposo.

Entre diciembre de 1461 y febrero de 1462, lareina conspiró contra las autoridades catalanas de-safectas a su esposo y éstas, temerosas de un cam-bio político que podría costarles la vida, tomaron ladelantera y empezaron a perseguir a sus oponentes.La reina, temiendo también ella por su vida y por lade su hijo Fernando, se refugió en Gerona, dondecontaba con la protección del obispo Joan Margarity con la ayuda de tropas de Luis XI de Francia, conquien su marido negociaba. Los partidarios del mo-narca, acusados de conspiración fueron ejecutadosen Barcelona y el Consejo del Principado hizo pre-parativos para levantar un ejército que saliera enpos de Juana Enríquez y el príncipe Fernando.

D O S S I E R

Imagen heráldica de

Juan II de Aragón,

representado como

rey de Navarra

(miniatura

del s. xv).

Josep M. SalrachCatedrático de Historia MedievalUniversitat Pompeu Fabra

C UANDO EN 1469 ISABEL Y FERNANDOcontrajeron matrimonio, apostaron a pri-mera vista por una alianza que les permi-tiera superar las dificultades que atrave-

saba el poder real en los reinos que aspiraban a go-bernar y que hipotecaban su futuro. Tenían enton-ces 18 y 17 años respectivamente y, aunque jóve-nes, tenían ya una voluntad política que otros, par-tidarios y familiares, debían contribuir a orientar. Elcamino que les llevó a Valladolid era tortuoso y em-pinado. ¿Qué fuerzas y circunstancias les empuja-ron a seguirlo? La explicación reside en lo que es-taba ocurriendo en el reino de Castilla –como ya seha visto– y en la Corona de Aragón.

En 1469, la Corona de Aragón estaba agotadapor una guerra civil que desgarraba desde hacíasiete años su tejido social y económico. Fernandoera hijo de Juan II de Aragón y de su segunda mu-jer, Juana Enríquez, hija de Fadrique Enríquez, al-mirante de Castilla, cuyo matrimonio se había ce-lebrado en 1444. En el momento del nacimiento,su padre, que había enviudado de Blanca de Nava-rra en 1441, gobernaba Navarra como rey a pesarde que Blanca había nombrado heredero del reinoal hijo de ambos, Carlos de Viana. El desacuerdoentre Juan y Carlos sobre la sucesión a la Corona deNavarra llevó la guerra civil a este reino (conflictoentre agramonteses y beaumonteses), y el conflictose mezcló con la guerra civil de Castilla, en la épo-ca de Álvaro de Luna, y eliminado éste (1453),contra otros oponentes de la aristocracia. En el cur-so de estos conflictos, tropas castellanas que, sesupone, luchaban en pro de Carlos de Viana, ata-caron tierras fronterizas de Aragón y Navarra.

Más tarde, siendo Juan de Navarra virrey de Ca-taluña, por designación (1454) de su hermano Al-fonso V el Magnánimo, que residía en Nápoles, seentrevistó (1457) en Corella y Alfaro con el nuevorey de Castilla, Enrique IV. Trataron entonces debuscar puntos de acuerdo sobre los intereses de losTrastámara de Aragón en Castilla, y para allanar elcamino hablaron de casar a Isabel y Fernando.

Cuando, a la muerte de Alfonso V (1458), Juande Navarra se convirtió en Juan II de Aragón, seapresuró a otorgar a Fernando los títulos de duquede Montblanc, conde de Ribagorza y señor de Ba-

laguer, que era tanto como indicar que, llegado elcaso, le prefería para la sucesión en la Corona deAragón. Quiso entonces el nuevo rey concretar elproyecto de matrimonio de su hijo Fernando con laprincesa Isabel, pero entonces Enrique IV pensóque le sería más rentable un eventual matrimoniode Isabel con Carlos de Viana, lo que le permitiríaganar para su causa al príncipe navarro, primogéni-to de Aragón, y avivar una vez más la guerra civil deNavarra en contra del monarca aragonés. Y, enefecto, se removieron las cenizas del conflicto su-cesorio navarro, que enlazó con el tradicional pulsopolítico entre la monarquía y los estamentos cata-lanes por el reparto y ejercicio del poder.

16

Matrimonio de interésLa boda de Isabel y Fernado satisfacía los intereses deambos: ella fortalecía sus posiciones para tomar el poder; él y su padre ganaban la guerra civil catalana

Page 10: isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

19

Representación

idealizada del

matrimonio de

Isabel y Fernando,

en el Tapiz de lasBodas Reales (siglo

XVI, Lérida,

Catedral Nueva).

1465, donde el infante Fernando, que estabaa punto de cumplir los trece años, ayudadopor el conde de Prades, tuvo por vez primerala dirección de las operaciones. El futuro con-quistador de Granada hacía así su aprendiza-je militar y recién cumplidos los trece años, el18 de mayo de 1465, fue nombrado virrey dela Corona de Aragón, con funciones especia-les en Cataluña. El nombramiento era irregu-lar –pues la mayoría de edad, al menos paradeterminados efectos, se situaba a los 14años– pero se justificaba por la situación ex-cepcional de la guerra civil y, al parecer, porla madurez de Fernando. Fue entonces cuan-do recabó con éxito la ayuda de Zaragoza pe-ra el asedio de Cervera, que culminó con éxi-to el 14 de agosto de 1465, y cuando parti-cipó en las operaciones contra Amposta y Tor-tosa (mayo de 1466).

La inesperada muerte del condestablePedro de Portugal (29 de junio de 1466)po-día haber acelerado el fin del conflicto, pe-ro los radicales impusieron un nuevo rey,Renato I de Provenza (30 de julio de 1466),que contó con el apoyo de Luis XI de Fran-cia, quien soñaba con anexionarse Cataluñay retenía la posesión del Rosellón y la Cer-daña. Renato de Provenza envió a Cataluñatropas francesas y napolitanas dirigidas porsu hijo, Juan de Lorena. Se abrió así la ter-cera y última fase del conflicto (1466-1472). Juan II encomendó a su hijo, que yahabía cumplido 14 años, el gobierno gene-ral de Aragón y le promovió a capitán gene-ral del ejército que defendió Gerona del ata-que francés, en el verano de 1467. Fue en-tonces cuando, junto con su padre, Fernan-do conoció su primera derrota militar, en Vi-ladamat (21 de noviembre de 1467), dondeestuvo a punto de caer prisionero.

Los éxitos de las fuerzas extranjeras y ca-talanas contrarias a su autoridad debieron ha-cer mella en el ánimo de Juan II, pero el mo-narca era un hombre endurecido por la políti-ca y avezado a la lucha. La experiencia y la necesi-dad de preparar el futuro de su heredero, le empuja-ron a contraatacar. Lo hizo en el plano diplomático,pactando con Inglaterra y Borgoña para aislar a Fran-cia en la escena internacional, y recabando ayuda delas Cortes de Aragón y Valencia para continuar laguerra; otra apuesta política fue el nombramiento deFernando como rey de Sicilia, (10 de junio de1468), que daba cierta satisfacción al autonomismosociliano y realzaba el prestigio del príncipe en elmomento en que convenía acelerar los acuerdos pa-ra su matrimonio con Isabel.

Primero, el interésJuan II observaba la agitada situación de Casti-

lla mientras sopesaba las posibilidades matrimo-niales de su hijo con una castellana. Había consi-derado la boda de Fernando con la princesa Isabely también con Beatriz Pacheco, hija del marqués

de Villena, mas la doblez del marqués le quitó dedudas. A principios de 1469 el entorno de Isabelpuso sus condiciones: se casaría con Fernando siaceptaba trasladarse a Castilla, luchar por su cau-sa, someterse de algún modo a la voluntad de la no-bleza isabelina y permanecer en un segundo planoen lo concerniente al gobierno de Castilla. Juan II ysu hijo podían aceptar todo menos perder la guerrade Cataluña; por ello, Fernando firmó las capitula-ciones (Cervera, 5 de marzo de 1469) tal como selas presentaron. Era la señal convenida para queIsabel abandonara su residencia vigilada de Ocaña.Debió ser entonces cuando empezó a correr porCastilla un villancico que reflejaba la esperanza po-pular en un primavera mejor:

Flores de Aragón, flores de Aragón, dentro enCastilla son.

Flores de Aragón en Castilla son.Isabel se trasladó a Madrigal (junio de 1469)

D O S S I E R

Arriba, retrato de

Fernando el

Católico, en la

decoración de un

plato cerámico

sevillano de finales

del s. XV (Madrid,

Instituto Valencia de

Don Juan). Abajo,

retrato de los Reyes

Católicos (Madrigal

de las Altas Torres,

Ávila, convento de

Nuestra Señora de

Gracia).

Entretanto, Juan II firmócon Luis XI un acuerdo (ma-yo de 1462) por el cual ob-tenía ayuda militar a cambiode hipotecar sus derechosde soberanía sobre el Rose-llón y la Cerdaña en prove-cho de Francia. Este acuer-do, que podía ser considera-do delito de alta traición,debió confirmar a los com-ponentes del Consejo delPrincipado y dirigentes de laGeneralidad de que no ha-bía marcha atrás. Su ejérci-to entró en Gerona (mayo de1462) y puso asedio a laciudadela (la Força Vella),donde Juana esperó la llega-da de soldados franceses,que la liberarían el 23 de ju-lio. Aquellos días, tropas po-pulares formadas por cam-pesinos la ayudaron a resis-tir, testimonio elocuente dela profunda división de lasociedad catalana. Unas semanas antes Juan II,que ya había decidido prescindir de la Capitulaciónde Vilafranca, había entrado con su ejército en Ca-taluña.

La guerra civil catalanaEl cúmulo de despropósitos de uno y otro lado

culminó el 9 y 11 de junio de 1462, cuando lasinstituciones catalanas desposeyeron de la corona aJuan II y a su esposa, y el 11 de agosto, cuando hi-cieron lo propio con la primogenitura de Fernando.Así comenzó una guerra civil que iba a durar diezaños. En su primera fase, cuando las fuerzas jua-nistas y sus aliados franceses llegaron a asediarBarcelona, el Consejo del Principado buscó laalianza de Enrique IV de Castilla (1 de agosto de

1462), a quien un Parla-mento reunido en Barcelonareconoció como rey o señorde Cataluña en la personade su lugarteniente, Juande Beaumont (13 de no-viembre de 1462). Paralela-mente, tratando de asegu-rarse la fidelidad de losotros reinos de la Corona yasegurar la posición políticade su heredero, Juan IInombró a Fernando virreyde Aragón (14 de octubrede 1463) y obtuvo de los si-cilianos el reconocimientoexplícito de su primogenitu-ra (21 de setiembre de1464). Enrique IV, a quien el nom-bramiento de rey o señor deCataluña le interesaba sóloen la medida en que creíapoder debilitar a su enemi-go y al partido aragonesistaactivo en Castilla, no contó

con la habilidad de Juan II, que contraatacó avi-vando la guerra civil en el reino castellano. Final-mente, convencidos ambos monarcas de la inutili-dad de una estrategia que les perjudicaba mutua-mente, se avinieron a aceptar el arbitraje de Luis XIde Francia, que dictó una sentencia (Bayona, 23 deabril de 1463) por la cual Enrique IV se avendría aabandonar a los catalanes y devolvería a Juan II po-siciones navarras ocupadas por sus tropas, y JuanII haría concesiones semejantes en Castilla.

Abandonados por Enrique IV, los catalanes busca-ron un nuevo monarca: Pedro de Portugal, procla-mado rey en octubre de 1463. Se abrió entoncesuna nueva fase de la lucha durante la cual las tropasde Juan II obtuvieron éxitos notables, entre ellos lavictoria de Calaf y Prats de Rei del 28 de febrero de

18

Juana Enrique IIel primer Trastámara

Juan I(hija de Pedro el Ceremonioso

de Cataluña-Aragón)

Fernando I de Antequeraelegido rey de Aragón en Caspe

(1412-1416)

MaríaJuan II de Aragón

(1458-1479)

Fernando el Católico(1474-1504)

Enrique III el Doliente CatalinaLeonorde

Alburquerque (1390-1406)

Juan II Isabel de Portugal(1406-1454)

Alfonso(+1468)

Blanca IIde Navarra

Blanca Ide Navarra

JuanaEnríquez

Enrique IV(1454-1474)

(1)

(1)(1) (2)

(2)

(2)

Juana la Beltraneja(+1530)

Isabel la Católica(1474-1516)

(1369-1379)

Leonor(1379-1390)

Juanade Portugal

GENEALOGÍA DE LOS REYES CATÓLICOS

Page 11: isabel la católica, el camino hacia el poder - sebastián gonzález, 13 págs

21

Pedro Marcuello

entrega su

Cancionero a los

Reyes Católicos;

este manuscrito, de

escaso valor

poético, tiene, sin

embargo, una gran

calidad

iconográfica.Nicasio Salvador MiguelCatedrático de Literatura Medieval españolaUniversidad Complutense de Madrid

L AS NOTAS MÁS LLAMATIVAS PARA QUIENecha una primera ojeada a la literaturacastellana del siglo XV y la coteja con lascenturias precedentes son el notabilísimo

acrecentamiento de la actividad literaria, la abul-tada nómina de escritores, la renovación de géne-ros y modalidades anteriores, así como el naci-miento de géneros radicalmente nuevos.

A esa situación coadyuvan, por un lado, la di-fusión entre los laicos de la enseñanza, lo que lle-va consigo un renovado interés por la lectura y laescritura; por otro, la progresiva secularización dela cultura, con la incorporación a la labor literariade personajes de muy varias profesiones y condi-ción social; y, en tercer lugar, el incremento de laproducción y circulación de libros, abaratadostras el hallazgo de la imprenta en el último terciodel siglo, que permite contar con fuentes más di-versificadas y multiplicar las bibliotecas.

Hay que añadir el afloramiento de nuevos tex-tos, como consecuencia de la búsqueda sistemá-tica de los humanistas; la proliferación de traduc-ciones que hace accesible la lectura en la lenguamaterna de un sinfín de libros, cuya comprensiónhabía estado limitada durante siglos a elites inte-lectuales minoritarias; y el apoyo y mecenazgoque sobre los escritores ejercen altos dignatarioseclesiásticos, nobles destacados y reyes, en uncomportamiento que afecta no solo al reino deCastilla sino a todos los reinos peninsulares y queconcuerda con situaciones paralelas en otros paí-ses de Occidente.

Cultura y arteLas circunstancias económicas influyeron asi-

mismo en la consideración del libro por la aristo-cracia y los burgueses adinerados no solo como unvehículo cultural sino también como un objeto ar-tístico que posee un valor monetario, a causa de losmateriales que lo integran (pergamino, miniaturas,encuadernación lujosa), mientras que el uso masi-vo del papel disminuyó los costes del libro corrien-

te, facilitando su acceso a un público más amplio,sobre todo tras el desarrollo de la imprenta, que su-puso la multiplicación de los ejemplares de cada tí-tulo, con la consiguiente caída de precios.

Por lo que atañe a las aficiones intelectuales de

D O S S I E R

Esplendor culturalIsabel la Católica conocía un buen latín, amaba la poesía y las novelas caballerescas, conocía losclásicos y tenía más de cuatrocientos libros, entrelos que abundaban los textos jurídicos, políticos y religiosos

Portada románica

de la iglesia de San

Miguel de Segovia,

que fue escenario

de la proclamación

de la princesa Isabel

como reina de

Castilla, el 12 de

diciembre 1474.

donde recibió las arras que le mandó Fernando. Pe-ro su seguridad no estaba garantizada. En julio lle-gó allí una embajada francesa, presidida por el car-denal de Albi, que propuso a Isabel que se casaracon el duque de Guyena y rechazara cualquier pro-puesta de matrimonio con el rey de Portugal o elpríncipe de Aragón, por ser aliados de Inglaterra yenemigos de Francia. Aunque las negociacionesmatrimoniales se habían llevado en secreto, la ne-gativa de la princesa debió alertar a Enrique IV delo que se tramaba, porque ordenó su detención.

Isabel se refugió en Valladolid (31 de agosto de1469), desde donde se enviaron emisarios a Zarago-za reclamando la presencia de Fernando (setiembre).En este punto la historia llega a su clímax. Juan II ysu hijo hubieron de ser conscientes de que se lo ju-gaban todo a una carta. Del riesgo es buena muestraque Fernando, para no despertar sospechas, viajaradisfrazado de mozo de mulas y con solo cuatro acom-pañantes. Entró en Castilla por una ruta poco habi-tual, el Campo de Gómara, pasó por Burgo de Osma,descansó en Gumiel del Mercado y llegó a Dueñas,treinta kilómetros al norte de Valladolid, el 10. Losfuturos esposos se entrevistaron por primera vez lanoche del 14 al 15 de octubre (sábado-domingo), enla casa de Juan Vivero, donde Isabel se hospedaba,y se casaron cuatro días más tarde, el jueves 19 deoctubre, en la misma ciudad.

Consumado el matrimonio, el futuro siguió llenode dificultades. Los enfrentamientos se recrudecie-ron en Castilla y cobraron mayores vuelos interna-cionales: Enrique IV se alió con Francia, enemigade Juan II por el pleito catalán y por el espinoso te-

ma de los condados del Rosellón y la Cerdaña, queel monarca francés se negaba a devolver; estaalianza se concretó con el matrimonio de la here-dera, Juana, con el duque de Guyena. Solamente afinales de 1473 y comienzos de 1474, concluida laguerra civil catalana con la victoria de Juan II (Ca-pitulación de Pedralbes, 1472), Enrique IV y Fer-nando se entrevistaron en Segovia.

El conflicto castellano parecía entonces en víasde solución, pero la muerte de Enrique IV (10 dediciembre de 1474), cuando Francia y la Corona deAragón estaban en guerra en la frontera pirenaica,le dió una nueva dimensión. En efecto, aunque Isa-bel (13 de diciembre de 1474) y Fernando (2 deenero de 1475) fueron proclamados reyes de Cas-tilla, se encontraron de inmediato enfrentados auna nueva guerra civil (1475-1479), que suscitó elrey de Francia Luis XI, con la connivencia de Al-fonso V de Portugal, y el acuerdo de no pocos no-bes castellanos, remisos a toda autoridad. Precisa-mente, cuando esta guerra tocaba a su fin, con lavictoria de los Reyes Católicos, moría en BarcelonaJuan II (19 de enero de 1479), y comenzaba en laCorona de Aragón el reinado de su hijo Fernando II.

Destinos familiares A estas alturas del relato cabe preguntarse: ¿Qué

es lo que empujó a Isabel y Fernando a contraermatrimonio? Estaba la necesidad de Juan II de fra-guar una alianza castellana que desbaratara losplanes de sus enemigos y le afianzara a él frente asus oponentes catalanes. Había también el propó-sito de un sector de los grandes castellanos, dividi-dos internamente en sus luchas por el poder, de lle-var adelante una política contraria a la del monar-ca, a quien querían manejar para satisfacer sus am-biciones. El matrimonio aragonés de Isabel, pacta-do a espaldas de Enrique IV, era una baza más deeste juego. Pero lo que resta por dilucidar es quizálo más interesante: ¿Qué pensaban los príncipesprotagonistas de aquella historia? Lo que pensabandebieron decírselo en su primera entrevista, en Va-lladolid, la noche del 14 al 15 de octubre del1469, pero sus palabras nunca las sabremos.

Con todo, pueden entreverse algunos pensa-mientos suyos en la carta que Ie escribió a su her-mano Enrique IV, pocos días antes de la boda. Enella reivindicaba, por un lado, su derecho a elegirmarido libremente y, por otro, el deber de consultarun acto de tal trascendencia a los grandes del rei-no. Explicaba que había efectuado estas consultasy la respuesta era favorable al matrimonio arago-nés, lo que, además, resultaba concorde con supensamiento. Le parecía indigno que estando sutio, el rey de Aragón Juan II, enfrentado con Fran-cia y corriendo el riesgo de perder sus reinos a ma-nos de los franceses ("nación extranjera", dice Isa-bel), se fraguase en la Corte castellana una alianzadoblada de matrimonio con Francia. Por el contra-rio, los intereses familiares aconsejaban el matri-monio aragonés: "considerando la unidad de nues-tra antigua progenie" y, en especial, el testamentode su tio abuelo Fernando de Antequera, que acon-

20

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Fundación del

Hospital de Santa

Cruz, por Beatriz

Galindo (grabado

del siglo XIX).

qual se puede jugar como con dados o naypes y conél se puede ganar o perder y echar encuentro o azary hazer par; las coplas son los naypes y las quatrocosas que van en cada una de ellas han de ser lassuertes”.

Sus desvelos por el gobierno se reflejan en el Re-gimiento de príncipes que le dedica fray Íñigo deMendoza; su afán por aprender explica que Nebrijaescriba una Muestra de la istoria que dio a la reinaIsabel acerca de las antiguedades de España; y elvalor que concede a sus creencias explana que Am-brosio de Montesino componga unas coplas religio-sas “por mandado de la reyna doña Isabel, estandosu alteza en el fin de su enfermedad”. Otros auto-res tan varios como Antón de Montoro, Cartagena,Diego Guillén de Ávila o Pedro Gracia Dei le diri-gieron poemas que, en la perspectiva esbozada, nopueden entenderse tan solo como paradigmas desubordinación al poder.

Los intereses culturales de la soberana se mani-fiestan asimismo en la constitución de su bibliote-ca, sobre cuyos fondos poseemos noticias a travésde tres inventarios: uno, de 20 volúmenes, entre-gado en Granada a doña Margarita de Austria, el 29de septiembre de 1499; otro, de 52 tomos, sobreel que se pidió cuentas en 1501 al camarero San-cho de Paredes; y un tercero, en el que constan201, incluido en el registro que, en noviembre de

1503, rotuló Gaspar de Gicio como Libro de las co-sas que están en el tesoro de los alcáçares de laçibdad de Segovia. Estos inventarios permitieron aF. J. Sánchez Cantón (1950) una reconstruccióntentativa de los fondos bibliográficos de la reina:cerca de unos cuatrocientos cuerpos que no forma-ron un déposito permanente, sino que debieron es-tar repartidos por los palacios que utilizaba.

Ahora bien, conviene llamar la atención sobre elvalor estimativo a la baja que representa esta cifra,

D O S S I E R

LAS LECTURAS DE LA REINA

E ntre libros que tuvo la reina , se-gún Sánchez Cantón, hay vocabu-larios, gramáticas y textos de re-

tórica en latín (desde Prisciano o Dona-to a los contemporáneos Palencia y Ne-brija); clásicos en latín (Tito Livio, Cice-rón, Plinio, verbigracia) y en versiónromance (Aristóteles, Plutarco, Sénecay otros); obras en italiano y en francés;y un amplio y diversificado lote de obrasy autores hispanos: desde las Cantigasde Santa María, de Alfonso X, y otrasproducciones del siglo XIII (Calila e

Dimna, Bocados de oro) a obras delXIV (El cavallero Zifar, El Conde Luca-nor, el Libro de buen amor) y de supropia centuria, con mezcla de poetas(Villasandino, Pérez de Guzmán, Mena)y prosistas (Villena o Martínez de Tole-do). Un número muy extenso, en latín yromance, lo constituyen los textos decontenido político y legislativo y, sobretodo, los libros religiosos, desde la Bi-blia a comentarios morales, devociona-les y doctrinales, desde Padres de laIglesia a hagiografías.

Izquierda, Juan II de

Aragón, padre de

Fernando el

Católico, un rey que

también destacó

por su

preocupación

cultural, y entre

cuyas iniciativas

sobresale el

encargo de la

traducción de la

Eneida a Enrique de

Villena. Abajo,

Beatriz Galindo, la

gran latinista, da

lecciones a la reina

y a sus hijos

(grabado popular

del siglo XIX).

los reyes –limitándonos a las casas regias hispa-nas– ya desde el siglo XIII se encuentran miembrossobresalientes por su actividad cultural y su mece-nazgo, como, en Castilla, Alfonso X, Sancho IV o Al-fonso XI; Don Dionís en Portugal; y en Cataluña,Pedro IV. En el siglo XV, con todo, esa implicaciónse va a hacer más común y profunda, al igual quesucede en las grandes familias nobiliarias.

El padre de Isabel la Católica, Juan II, tenía unexcelente conocimiento del latín y se interesabapor la poesía, la filosofía y la retórica; se carteabacon humanistas relevantes, como Leonardo Bruni;encargaba glosas y traducciones a autores comoPero Díaz de Toledo o Alfonso de Cartagena; y se leahijan unos pocos poemas.

Alfonso V de Aragón, tío de Fernando el Católi-co, propició con decisión y desprendimiento el de-sarrollo de las letras y las artes, en especial duran-te su estancia en Nápoles; favoreció a escritoreshispanos e italianos; solicitó a Carvajal escribir va-rias piezas poéticas en su nombre y hasta se le atri-buye la autoría de alguna composición.

Juan II, el padre del Rey Católico, encargó tra-ducir la Eneida a Enrique de Villena; el Príncipe deViana, don Carlos, es autor de obras originales y tra-ducciones; y en Portugal, el príncipe Don Duartemanifestó también sus inquietudes intelectuales,pues, a su instancia, escribió Alonso de Cartagenael Memoriale virtutum (1422) y la versión de laRhetorica vetus de Cicerón (1424-1431).

Una reina cultaDe Isabel la Católica quedan no pocas referen-

cias, tanto sobre su afición a la lectura y al estudio–resaltada por Juan de Lucena en su Epístola ex-hortatoria a las letras–, como de su preocupaciónpor impulsar el nivel cultural de la corte, a la quese adscribieron humanistas notorios, como PedroMártir de Anglería, quien, desde 1492, figura comocapellán y maestro de los caballeros de la corte enlas artes liberales.

Para dar ejemplo personal, hacia 1482, ya reina,comenzó a cursar latín con Beatriz Galindo y el

aprendizaje no fue baldío, ya que, de acuerdo conFernando del Pulgar, “era de tan excelente ingenioque [...] alcanzó en tiempo de un año saber en ellastanto que entendía cualquier tabla o escriptura la-tina”. Asimismo, procuró que sus hijos recibieranuna formación esmerada, que llamaba la atencióna algunos visitantes extranjeros; el alemán Jeróni-mo Münzer, tras su viaje en 1495, se hace lenguasdel saber de la reina y de la educación transmitidaa sus hijos, alabando, más que nada, los conoci-mientos de latín y oratoria que mostraba el prínci-pe Juan, a la sazón con diecisiete años.

Con el deseo de que el saber no quedara reduci-do a sus descendientes o a la nobleza, sino que in-cluso las religiosas pudieran “sin participación devarones” conocer “algo la lengua latina”, pidió aNebrija, a través de Hernando de Talavera, que edi-tara las Introductiones latinae con la traduccióncastellana en columna paralela a la derecha, lo quehizo en la quinta impresión (Salamanca, 1486), sibien "esta importante novedad no fue respetada enediciones posteriores" (Luis Gil). El aprecio sentidopor los intelectuales hacia la soberana se manifies-ta, por ejemplo, en el lamento de Maríneo Sículo,según el cual, a su muerte, desapareció la espe-ranza para “los hombres buenos y eruditos”.

Amor por la literatura y los librosComo parte de sus inclinaciones culturales, Isa-

bel se sintió atraída también por la literatura envulgar, comenzando por la conectada con las diver-siones cortesanas. En 1467, con ocasión del déci-mocuarto cumpleaños del príncipe Alfonso, la to-davía infanta encargó a Gómez Manrique la escri-tura de un espectáculo teatral de momos, en cuyarepresentación participó junto a otras damas. Enesa línea de gustos debe colocarse el Juego troba-do que Pinar “hizo a la reina doña Ysabel con el

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25

Fray Ambrosio de

Montesinos entrega

a los Reyes

Católicos su

traducción del VitaChristi, de Lodulfo

de Sajonia.

erudito que, a lo largo del siglo XV, se forjó en Cas-tilla y en el que jugó un papel determinante la cre-ación de magníficas bibliotecas, como las de Ville-na, Alfonso de Cartagena, Santillana, Juan de Se-govia, Pedro Fernández de Velasco, los condes deBenavente, Hernán Núñez, Gonzalo García de San-ta María y el cardenal don Pedro González de Men-doza. Tales colecciones bibliográficas, amén de re-velar la extensión de la lectura y del afán por el sa-ber, ayudan con frecuencia a conocer la formaciónde sus poseedores, sus recursos económicos y elimparable proceso de secularización intelectualque se vivió a lo largo del siglo XV. n

D O S S I E R

nada padeció más notable pérdida que en esta bata-lla”; el bachiller Cibdareal, que combatió en Sierra Elvi-ra, asegura que “los muertos e feridos sería bien más de30.000”, cifra que parece excesiva, pero que habla de lamagnitud de la batalla y de la mortandad sufrida por losgranadinos. Juan II no sacó provecho de su victoria; ma-laconsejado por algunos de sus nobles –celosos de lagloria que en aquella jornada se había ganado el Con-destable–, decidió levantar el campo y replegarse haciaCórdoba, con el pretexto de que eran escasa las provi-siones. Se contentó el rey con imponer un nuevo rey enel trono granadino, recibir su homenaje y tributos.

La Higueruela, en El EscorialLa Sala de las Batallas de El Escorial mide 55 metros

de largo y 4,75 de alto. Tiene 950 metros cuadrados depinturas al fresco. Tenía un uso semipúblico para au-diencias y paseos de la familia real, además de un valordidáctico en la enseñanza de los príncipes: enseñar elarte de la guerra, la historia y los banderas y símbolos delas unidades militares propias y las del enemigo.

Las pinturas son originales de la época de construc-ción del Monasterio: el trabajo comenzó en 1584 y en1591 ya estaba completamente acabado. Sus autores sonseis pintores, cuatro italianos (Fabricio Castello, NicolásGranello, Lázaro Tavarón y Horacio Cambiasso) y dos es-pañoles (Juan Serrano y Hernando de la Cruz). Según elpadre Sigüenza, los artistas se sirvieron de un lienzo delsiglo XV, pero son numerosos los anacronismos en losequipos militares de las tropas.

La Batalla de la Higueruela, que ocupa la pared de lasala, comparte espacio con la de San Quintín: nueve re-presentaciones en las entreventanas que evocan los pre-parativos y la campaña militar contra Enrique II de Fran-cia en San Quintín (1557) y Gravelinas (1558).

En los testeros se reproducen dos animaciones nava-les de las luchas en el archipiélago de Las Azores, entreellas la conquista de la Isla Tercera. La bóveda está de-corada con grutescos con personajes mitológicos, ani-malillos, flores y guirnaldas.

La Sala de las Batallas se cerró al público en 1994,para realizar una campaña de restauración –la décimade las que se efectúan desde 1671– debido a la presen-cia de humedad, que ha amenazado crónicamente a laconservación de los frescos, en un espacio que estáorientado al norte. La restauración ha sido ejecutada porla Dirección de Actuaciones Histórico-Artísticas de Patri-monio Nacional. En total, han intervenido veinticincorestauradores entre 1994 y 2000, con un presupuestototal de 172 millones de pesetas.

Para saber másLADERO, M. A. La España de los Reyes Católicos,Madrid, Alianza, 1999.LISS, P. K., Isabel la Católica, Hondarribia, Nerea,1999.SUÁREZ, L., Isabel I, Reina, Barcelona, Ariel, 2000.Suárez, L., Enrique IV de Castilla, la difamacióncomo arma política, Barcelona, Ariel, 2001.En la Red:www.advance.com.ar/usuarios/pfernando/DocsIglLA/IsaCat-Testamento.htmwww.artehistoria.com/genios/cuadros/668.htmwww.solonosotras.com/archivo/01/entr-biog-isabel.htmwww.testimonio.com/Espanol/colecciones/scriptorium/libro_de_horasde_isabel_la_catol.htmwww.arrakis.es/~corcus/losantos/losnuestros/01isabel.htm

En el anverso del desplegable se ve al ejército

castellano saliendo del su campamento; en el

reverso, la lucha y persecución de los

musulmanes. Ambas partes constituyen

aproximadamente la mitad del total de este fresco

(La batalla de la Higueruela, El Escorial, Sala de

las Batallas, cortesía de Patrimonio Nacional).

Isabel la Católica le

pidió al gramático

Antonio de Nebrija,

a través de

Hernando de

Talavera, que

editara las

Introductioneslatinae, con la

traducción

castellana en

columna paralela a

la derecha, lo que

hizo en la quinta

impresión.

puesto que en esa época la impericia bibliográficade los catalogadores tendía a olvidar el carácterfacticio de muchos códices, de manera que los in-ventariaban de acuerdo con el título del lomo, sinpercatarse de que, en más de un caso, un volumenpodía contener varios textos. Además, parece lógi-co suponer que en la biblioteca regia figurasentambién aquellas obras que se le habían dedicadoy otras que ostentan el escudo regio como señal demecenazgo, lo que conduce a pensar que los fon-dos bibliográficos de que llegó a disponer Isabelfueron relativamente superiores a la lista recons-truida, sobre todo si tenemos en cuenta otras noti-cias. Pues, por caso, en 1477, según ya mostró D.Clemencín, la reina instaló una biblioteca en el mo-nasterio toledano de San Juan de los Reyes, de laque no queda inventario y que fue destruida por unincendio durante la invasión napoleónica.

Aunque la reina no menciona la biblioteca en sutestamento, parte de la colección debió legarla a laCapilla Real de Granada, donde en 1526, segúncuenta el embajador veneciano Andrea Navagero,se custodiaban diversos bienes de doña Isabel, en-tre los que se refiere a libros de manera expresa.Pero, en 1591, los ciento treinta volúmenes queposeía tal Capilla fueron trasladados por orden deFelipe II a El Escorial, gracias a lo cual cabe iden-tificarlos en la actualidad.

Estas noticias, que afianzan el papel culto de lasoberana y atestan el aumento de los libros dispo-nibles en la corte, representan una parte del friso

24

GUERRA CON LOS MUSULMANES

T ras la toma de Antequera, en 1410, la lucha con-tra los musulmanes españoles quedó práctica-mente paralizada durante los reinados de Juan II y

de Enrique IV. Estos dos débiles monarcas, enredados enguerras civiles y dinásticas, apenas inquietaron a los na-zaritas granadinos, cuya debilidad era notable a causa desu progresivo aislamiento del mundo musulmán magre-bí, de su evidente pequeñez geográfica y de sus disen-siones civiles, aún más graves que las castellanas.

Hubo, sin embargo, un momento durante el reinadode Juan II en que pareció que los días de la Granada na-zarita estaban contados. En 1431, el rey acaba de hacerlas paces los la infantes de Aragón, contaba 25 años y,por un momento, se sintió lleno de ardor guerrero y dis-puesto a ensanchar su reino a costa del reino musulmán.Tres ejércitos castellanos se internaron, uno en la Vegade Granada; otro, en la serranía de Ronda y el tercero,en la zona de Montefrío. Juan II, el ejército real, nume-rosas mesnadas nobiliarias, los caballeros de Santiago y3.000 lanzas aportadas por Alvaro de Luna, penetraronen territorio granadino desde Córdoba y establecieronsu campamento en cerca de Sierra Elvira, a unos diezkm. de Granada. Por eso se habla de la Batalla de SierraElvira, aunque sea más conocida como La Higueruela,por haber sido una higuera lo único que quedó vivo so-bre el campo de batalla tras el feroz encuentro.

El 1º de julio, según relata el granadino Lafuente Al-cántara, "Don Juan, que se paseaba impaciente en lapuerta de su tienda, vestido con todas las armas, cabal-gó (con) una gran comitiva de grandes y capitanes, y dioal grueso del ejército, que descansaba sobre las armas,la señal de acometer. Juan Álvarez Delgadillo desplegó labandera de Castilla (...) No eran sólo caballeros de Gra-nada, adiestrados en las justas de Viva-Rambla y de todolinaje de ejercicios ecuestres, los que allí combatían. Tri-bus enteras, armadas con flechas y lanzas, habían des-cendido de la montaña de las Alpujarras y, conducidospor su alfakís, poblaban en guerrilla el campo de batalla(...) Distinguíanse los caballeros de Granada, por su tác-tica en combatir, la velocidad de sus caballos, la limpie-za de sus armas y la elegancia de sus vestiduras... Los de-más voluntarios señalabanse por sus rostros denegridos,sus trajes humildes, sus groseras armas y la fiera rustici-dad de sus modales. Esta muchedumbre allegadiza que-dó arrollada al primer empuje de la línea castellana; pe-ro comenzaron los peligros y las pruebas de valor cuan-do hizo cara la falange de Granada. Chocaron los prete-les de los caballos y los jinetes, encarnizados, mano amano, no podía adelantar un paso sin pisar el cadáver desu adversario... Ni moros ni cristianos cejaron hasta queel Condestable esforzó a sus caballeros invocando contremendas voces ¡Santiago! ¡Santiago! Los granadinos co-menzaron a flaquear y, al querer replegarse en orden, nopudieron resistir el empuje de aquella caballería de hie-rro y se desunieron, huyendo a la desbandada..."

Pereció en la batalla y en la consiguiente persecu-ción, que se prolongó hasta la noche, la flor y nata de lacaballería y la nobleza granadina, hasta el punto de quefuentes árabes aseguran que “nunca el reino de Gra-