Irving Washington - Leyenda de Las Dos Estatuas Discretas

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LEYENDA DE LAS DOS ESTATUAS DISCRETAS

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LEYENDA DE LAS DOS ESTATUAS DISCRETASWASHINGTON IRVING

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Vivi un tiempo en unas dependencias de la Alhambra un hombrecillo llamado Lope Snchez, jardinero feliz como un saltamontes, que se pasaba el da cantando. Era el alma, la vida de la fortaleza; cuando acababa de trabajar tomaba asiento en uno de los bancos de piedra de la explanada, rasgueaba la guitarra y cantaba coplas en honor del Cid, de Bernardo del Carpio, de Hernando del Pulgar y de otros hroes espaoles, cosa que encantaba hasta la emocin a los soldados veteranos de la fortaleza. En otras ocasiones cambiaba el tono y se iba, ms alegre, a los boleros y fandangos que tanto gustaban de bailar las muchachas.

Como suele ser comn en los hombres bajitos, Lope Snchez tena por esposa a una mujerona que poda habrselo metido tranquilamente en la bolsa de su delantal; pero, contra lo que es corriente en los pobres, su prole era escasa; tanto, que slo alcanzaba al primer hijo, o hija, mejor dicho, que por los das en que transcurre esta historia tena doce aos. Sanchica, la llamaban, y era una nia de ojos muy vivos y muy negros, de tan buen carcter como su padre, que se desviva por ella. Mientras Lope cuidaba de los jardines, Sanchica retozaba a su lado, bailaba al son de la guitarra, y en la compaa del padre corra y saltaba como un cervatillo por los claustros entonces en ruinas de la Alhambra.

Fue la vspera de San Juan y la gente ociosa de la Alhambra, hombres, mujeres y nios, se dirigi de noche al Cerro del Sol, que se alza sobre el Generalife, para pasar all la noche de fiesta. Era una noche apacible, despejada y con la ntida luz de una luna que plateaba las cspides de las montaas y arrojaba sombras sobre las cpulas y los campanarios de la ciudad, haciendo de la vega una suerte de pas de las hadas con arroyos igualmente plateados que refulgan en su discurrir por el bosque oscuro. Tambin los que vivan en las aldeas vecinas acudan a pasar la noche de San Juan en las colinas y en los cerros de la comarca, y encendan hogueras que en la vega y alrededor de las faldas de las montaas llameaban plidamente bajo el imperio de la luz de la luna. En el Cerro fueron muchos los que pasaron la noche con gran alegra, bailando a los sones de la guitarra de Lope Snchez, un hombre especialmente feliz cuando se celebraban fiestas populares, de las que era el rey indiscutible. Mientras bailaban y cantaban los vecinos, Sanchica y unas amigas se alejaron hasta las ruinas de un antiguo bastin morisco que coronaba la montaa. All se pusieron a recoger piedrecillas del suelo, y en el foso se encontr Sanchica una pequea mano de azabache con el puo cerrado y el dedo pulgar asegurando el puo, un bonito adorno... Feliz por su hallazgo, corri Sanchica hasta donde se encontraba su madre para enserselo; naturalmente, la pequea mano de azabache se convirti al momento en objeto de admiracin y de conversaciones de aquellas buenas gentes, aunque todos contemplaban el adorno, un colgante, con cierta prevencin supersticiosa.

-Tira eso todo lo lejos que puedas dijo uno; es un amuleto moro y te traer mala suerte porque es malfico...

-No hagas caso dijo otro; llvalo maana al Zacatn y vers qu bien te lo pagan...

En sas estaban cuando se acerc al corrillo un veterano que haba servido en frica, de tez semejante a la de un moro, y tom la mano de azabache para examinarla con mucha atencin.

-He visto muchas iguales entre los de la berbera dijo al fin; tiene poderes contra el mal de ojo y toda clase de hechiceras y encantamientos. Enhorabuena, amigo Lope, porque tu hija ser bienaventurada en adelante...

Nada ms or aquellas palabras, la mujer de Lope at la manita de azabache a una cinta y la colg del cuello de su hija.

Aquel talismn, como lo llamaron todos despus de escuchar al soldado, incit leyendas moriscas en la imaginacin de las gentes. Se acab as la danza, se sentaron en grupos y se pusieron a contar leyendas que se haban ido refiriendo las familias del lugar de generacin en generacin. Algunos de aquellos cuentos hablaban de maravillas que ocurrieron en el mismo cerro donde celebraban la festividad de San Juan, historias, por lo dems, en las que se aseguraba que all moraban distintos duendes. Una vieja lugarea se entretuvo con mucho deleite haciendo la descripcin fabulosa del palacio subterrneo que deca se hallaba en las entraas del cerro y en el que estaban enterrados Boabdil y sus cortesanos.

-Entre aquellas ruinas deca la comadre sealando con su dedo unas murallas desmoronadas y unos terraplenes hay un pozo muy hondo que baja y baja hasta el propio corazn de la roca... No me atrevera yo a mirar por su brocal aunque me diesen todo el dinero que hay en Granada! Hace muchos aos, tantos que ya no se sabe cundo pasaron, un pobre pastor de la Alhambra, que sola llevar su rebao a esa parte de la montaa, baj al pozo para salvar a un cabritillo que se le haba cado... Sali espantado, contando tales cosas que todos creyeron que se haba vuelto loco... Y en verdad que no haca ms que desvariar desde aquel da; tena los ojos que pareca que se le iban a saltar y contaba que vea fantasmas, los fantasmas moros del pozo que le haban perseguido... Nadie poda convencerlo de que llevara de nuevo su ganado a la montaa, pero un da cedi, lo hizo y no se le volvi a ver... Ramoneaban sus cabras por las ruinas moras mientras varias partidas lo buscaban... Slo encontraron, cerca del pozo, su sombrero y su capa... De l, ni rastro.

La pequea Sanchica oy aquel relato con suma atencin, sin tomar aliento... Era de naturaleza muy curiosa y de inmediato sinti la necesidad de asomarse al pozo maldito... Se alej sin que la vieran las otras nias, march hacia las ruinas, y despus de caminar a tientas por aquellos oscuros parajes, dio con una hoya cerca de la ceja de la montaa, donde se inicia el declive que conduce al valle del Darro. Justo en el centro de la hoya estaba el brocal del pozo.

Se adelant Sanchica y mir hacia abajo, pero nada pudo ver porque estaba oscuro, negro como la pez, y sugera una profundidad espantosa. Sinti que se le helaba la sangre entonces y dio unos pasos atrs, dispuesta a alejarse; pero pudo ms la tentacin, se aproxim de nuevo, se asom otra vez... Y volvi a retirarse. As varias veces. El mismo miedo que le inspiraba el hoyo deleitaba la curiosidad de la nia. Al fin se arm de valor y acerc una piedra grande, con los manos y con los pies, hasta el pozo. La dej caer. Todo fue silencio durante un buen rato; al cabo, oy Sanchica que la piedra chocaba contra la roca, y que rebotaba de un lado a otro haciendo el mismo ruido que los truenos... Un rato ms y oy que caa en el agua para que de nuevo se hiciera un silencio absoluto. No dur mucho. Tuvo la nia la sensacin de que algo cobraba vida en el interior del pozo; primero fue un murmullo, que suba como el zumbido de una colmena, y despus un autntico clamor, para concluir en abierta confusin de voces de una muchedumbre distante, alzada en armas... Y clarines y tambores... Pareca como si la tierra albergara en sus entraas un ejrcito dispuesto a entrar en combate.

Ni llorar poda la pequea Sanchica de tanto miedo como senta y corri hasta sus padres... Ya se haban ido del cerro, y con ellos todos los dems. Se consuman las hogueras, apenas sala de ellas una dbil espiral de humo; tampoco haba hogueras en las colinas prximas, ni en sus faldas, ni en la vega; todo pareca en calma. Temerosa, grit la nia para llamar a sus padres y a sus amigas, pero no obtuvo respuesta. Corri para bajar del cerro, cruz los jardines del Generalife, lleg a la alameda de la Alhambra, y tom entonces asiento en un banco de piedra, en un bosquecillo apartado, para recobrar el resuello. Dieron las doce de la noche en la torre de la fortaleza y la tranquilidad era absoluta. Pareca dormir la naturaleza toda, salvo una escondida corriente de agua que semejaba afanarse en susurrar su presencia bajo los rboles de ramas que se entrelazaban en el aire. Cansada, arrullada tan dulcemente por el rumor del agua, se iba quedando dormida Sanchica cuando la puso en alerta un resplandor que se vea en la distancia... Era una formacin de guerreros moros que marchaban por la falda de la montaa y por las frondosas alamedas, armados unos con lanza y escudo, otros con cimitarras y hachas, y todos con sus corazas de las que pareca extraer relmpagos la luz de la luna. Piafaban los caballos, pero sus cascos, como si estuvieran forrados con fieltro, no alteraban el silencio de la noche. Tampoco hablaban los jinetes, inmviles en sus monturas y plidos como la propia muerte. Iba entre ellos, cabizbaja y ausente, tambin a caballo, una hermosa joven de largas trenzas rubias, con pendientes y corona engastados en perlas. Su palafrn enjaezado en terciopelo verde bordado en oro preceda a un squito de cortesanos, igualmente mudos pero vestidos ricamente y tocados con turbantes de todos los colores. Y en medio, montando un airoso caballo de batalla, el rey Boabdil luciendo su corona de brillantes y su manto claveteado de joyas.

Reconoci de inmediato Sanchica a Boabdil el Chico por su barba gris, pues lo haba visto en los retratos del Museo del Generalife. Sus ojos, asombrados y admirados ante la comitiva real que tan silenciosamente iba dejando atrs la arboleda, y aunque saba bien que el rey, y sus cortesanos y sus guerreros, tan plidos, espectrales y silenciosos, no eran de este mundo sino una aparicin mgica, lo contemplaba todo sin miedo, segura del influjo del misterioso talismn, de la mano que colgaba de su cuello.

La cabalgata pas al fin, mas Sanchica, al instante, la sigui en su marcha hacia la Puerta de la Justicia, que estaba abierta de par en par; los centinelas, viejos e invlidos, dorman profundamente tumbados en los bancos de piedra de la barbacana, acaso bajo los efectos de un hechizo, y la procesin fantasmal pas siempre en silencio, en actitud triunfal, con sus banderas y estandartes desplegados. Sigui la nia caminando tras la cabalgata. Y grande fue su sorpresa cuando as lleg, tras la cabalgata, hasta un hoyo en el suelo que se extenda ms abajo de los cimientos de la torre; valiente, Sanchica sigui caminando por aquel paso subterrneo y a no mucha distancia de la entrada vio veinte o treinta escalones hechos en la dura roca, por los que sigui hasta acceder a un pasaje abovedado, con lmparas de plata de cuya luz se desprenda una muy agradable fragancia. Sigui caminando Sanchica, cada vez ms entusiasmada con lo que iba descubriendo, y as lleg a un gran saln abierto en el mismo seno de la montaa, amueblado a la usanza rabe, con todo el lujo y esplendor, repleto de candelabros de plata y de cristal. Vio en una cmoda otomana a un anciano con los ojos entornados, de largas barbas y con un bculo en una mano que pareca a punto de carsele, y a su lado a una hermosa espaola, con una diadema de brillantes y una lira de plata en las manos. Record entonces Sanchica la leyenda tantas veces oda de la princesa goda encerrada en el corazn de una montaa por un sabio rabe al que la cristiana dorma con las mgicas notas de su lira. Mas tambin el fantasma vio a Sanchica, maravillndose de encontrarse con un ser mortal en el saln encantado.

-Es acaso la noche de San Juan? pregunt a la nia.

S dijo Sanchica.

-Entonces, esta noche, y slo por esta noche, queda deshecho el conjuro que me hechiz dijo la cristiana exhalando un suspiro. Como t, nia, soy cristiana; pero as como t eres libre, yo me veo sometida por toda la eternidad a un poder mgico. Toca estos grilletes que me tienen presa con tu talismn mgico y ser libre al menos por unas horas.

Abri entonces la princesa su vestido y mostr a la nia un ancho cinturn de oro y una cadena tambin de oro, que pendiendo del cinturn terminaba en sus tobillos presos. No dud Sanchica en poner su manita mgica de azabache sobre el cinturn y cay de inmediato al suelo la cadena. El ruido de la cadena despert al anciano, que se incorpor en el divn frotndose los ojos; pero punte levemente la princesa cristiana las cuerdas de su lira y de nuevo volvi a caer el viejo en duermevela, y de nuevo pareca a punto de carsele el bculo.

-Toca ahora su bculo con tu talismn pidi la princesa a la nia.

Lo hizo Sanchica y el anciano cay entonces en un sopor profundo y el bculo se le fue de la mano al suelo con estrpito. Acerc la princesa cristiana su lira a la frente del viejo sabio que la tena hechizada, y haciendo vibrar las cuerdas de su instrumento delicioso comenz a implorar con voz muy sentida:

-Oh, espritu de la armona, esclaviza sus sentidos hasta que luzca de nuevo el sol del nuevo da!

Despus, dirigindose a Sanchica con la voz muy dulce, le pidi:

-Sgueme, bondadosa nia, y podrn as contemplar tus ojos la Alhambra, no la de hoy, sino la Alhambra que fue en tiempos de gloria... Tu mgico talismn te permitir ver encantamientos que ni soados veras...

Sanchica sigui silenciosa a la dama, que la llev rpidamente por la entrada hasta la Puerta de la Justicia, y despus a la Plaza de los Aljibes, que es como decir al campo que hay en el interior de la fortaleza. Todo estaba lleno de tropas moriscas, de infantes y de jinetes armados, en formacin de escuadrones y con sus banderolas desplegadas. En el portal, la escolta real y los esclavos negros llevados de frica empuaban sus cimitarras, todos en absoluto silencio. Sanchica pas por entre las filas de guerreros sin el menor temor, siguiendo siempre los pasos de la princesa cristiana; mas no pudo por menos que sorprenderse al entrar en el soberbio palacio, a pesar de que tan bien lo conoca por haber jugado all desde sus primeros aos. La luna llenaba de luz los salones, los patios y los jardines como si fuera luz diurna, pero todo presentaba un aspecto muy distinto al que de comn vea Sanchica. No estaban ahora radas las paredes forradas de seda de los aposentos, ni haba telaraas en el techo, sino riqusimas sedas de Damasco; adems, los arabescos y las molduras doradas ofrecan todo el esplendor de su antigua belleza; los salones, en lugar de la desnudez pobre que Sanchica vea a diario, tenan divanes y otomanas bordados con las ms finas perlas del Oriente; manaban los surtidores en las fontanas de los patios y haba actividad en las cocinas, en las que docenas de espectros preparaban no menos espectrales viandas, aves fantasmagricas... Vea Sanchica ir de un lado a otro a la servidumbre con bandejas de plata llenas de dulces y de exquisitos bocados; todo lo ms propio, en fin, para un festn real.

En el Patio de los Leones, guardias y alfaques hacan su ronda, como en los ms prsperos aos del imperio musulmn, y Boabdil ocupaba su trono en la Sala de Justicia rodeado de su corte y empuando un cetro que slo habra de durarle aquella noche en que la libertad y la quimera vencan los conjuros del embrujamiento. Segua sin dejarse sentir una sola voz, ni una sola palabra, no obstante aquella multitud all congregada; nada alteraba el silencio de la noche, slo roto por el rumor del agua en las fuentes, lo que haca ms impresionante, ms solemne, cuanto poda contemplarse.

Sanchica, igualmente muda, pero de asombro, segua en todo momento a la princesa cristiana, y as lleg al portal que conduce a las galeras abovedadas abiertas bajo la Torre de Comares; all, a cada lado del portal, se alzaba la figura de una ninfa esculpida en alabastro con la cabeza vuelta hacia un lado y la vista fija en el mismo punto. Se detuvo entonces la princesa hechizada, y apretando contra su pecho a Sanchica, le dijo:

Aqu est el gran secreto que voy a revelarte, para darte as las gracias por tu valor y tu fidelidad... Estas dos estatuas que, discretas en su actitud, aqu ves, guardan un tesoro oculto en este paraje desde tiempos inmemoriales por un rey moro; dile a tu padre que se fije en la direccin que sealan los ojos de las ninfas y se convertir en el hombre ms rico de Granada. Bastarn tus manos inocentes, llevadas por la gracia del talismn que posees, para aduearte del tesoro. Pero debers pedirle a tu padre que no malgaste esa fortuna, y que emplee parte de su riqueza en rezar misas por mi alma, para que pueda liberarme de este diablico hechizo que me posee.

Tras decir estas palabras llev la dama a Sanchica hasta el Jardn de Lindajara, apartado del pasaje que guardaban las estatuas. La luna se reflejaba sobre las aguas de la fuente solitaria que hay en el centro del jardn y expanda su luz amable sobre los naranjos y los limoneros. La princesa cristiana arranc de un seto una rama de mirto, hizo con ella una corona y la puso en la cabeza de la nia.

Que te sirva esta corona le dijo como recuerdo de lo que te he revelado y como testimonio de la verdad de mi secreto. Llega ya mi hora y he de regresar al saln encantado... No me sigas ahora, si no quieres que caiga sobre ti la malaventura... Adis, linda nia! No olvides el favor que te he pedido... Decid misas por la salvacin de mi alma...

Mientras pronunciaba sus ltimas palabras, la dama se adentraba por un oscuro corredor a travs del cual fue hasta el paso subterrneo que haba bajo la Torre de Comares. Sanchica no volvi a verla.

El viento llev entonces desde el valle del Darro el canto del gallo, pues asomaba un rayo de sol, an dbil, por las montaas del Oriente. El viento agitaba las ramas de los rboles y con no menos fuerza sacuda las puertas y las hojas de las ventanas de los abandonados salones en ruinas de la Alhambra. Volva Sanchica a los lugares que poco antes contemplara encantados, libres ahora de la presencia espectral de Boabdil y su corte. El ocaso de la luna alumbraba galeras y salas, que ya no tenan, empero, el luminoso esplendor con que las haban visto los ojos de la hija de Lope Snchez; ahora, los murcilagos, como si desearan demostrar la obra destructora del paso del tiempo, revoloteaban en la incierta claridad de las bvedas y las ranas croaban en los estanques de agua ptrida.

Subi Sanchica por una escalera larga para dirigirse a donde moraban sus padres, unos aposentos sin barras ni cancelas pues el bueno de Lope Snchez no tena que defender su pobreza. Se ech a reposar San-chica en su pobre jergn, y guardando bajo la almohada la corona que le dio la princesa cristiana se qued profundamente dormida.

A la maana siguiente, a hora temprana, despert para contar a su padre de inmediato cuanto le haba ocurrido. A Lope Snchez le pareci slo un sueo, una ilusin infantil, y ri de buena gana de la credulidad de la nia, marchndose a trabajar en los jardines... Sanchica, sin embargo, se present al poco ante su padre mostrndole la corona de mirtos.

Pap, mira la corona que puso en mi cabeza la dama de anoche...Lope Snchez qued atnito ante lo que vea; las hojas de mirto no eran tales, sino esmeraldas, y el tallo de oro pursimo. Como jams haba posedo joyas ignoraba el jardinero el autntico valor de aquello, pero se convenci de inmediato de que cuanto le haba referido la niano era un sueo, sino una realidad, y adems provechosa... As, pidi Sanchica que guardase el ms escrupuloso silencio sobre el prodigio, de lo que, no obstante, no tena la menor duda, puesto que la nia era muy discreta, a pesar de su edad y de su sexo... Pronto estuvo ante las dos ninfas de alabastro; observ el jardinero que ambas, aun hallndose a cada lado, miraban al mismo punto, vuelta la cabeza hacia el portaln. El jardinero, que no haca ms que admirarse de tan ingeniosa manera de guardar un secreto, traz una lnea desde los ojos de las estatuas al punto donde miraban, hizo una seal en la pared y se retir.

Todo el da, sin embargo, anduvo Lope Snchez distrado de sus tareas, slo pensaba en aquel enigma. Una y otra vez, sin poder evitarlo, pasaba frente a las estatuas, temeroso adems de que alguien descubriera el escondite del tesoro. En cada uno que pasaba por all crea tener un competidor y se echaba a temblar. Hubiera dado lo que fuese por volver hacia el lado contrario las cabezas de las ninfas, sin reparar en que llevaban siglos as, mirando hacia el mismo lugar sin que nadie se hubiera preguntado el porqu.

Que la peste se las lleve se deca; es sa manera de guardar un secreto?

Pero de inmediato se arrepenta, y disimulando su turbacin se alejaba para evitar la menor sospecha acerca de sus intenciones, sobre todo si alguien se acercaba... No obstante, apenas volva a quedarse solo volva ante las estatuas, expectante. Ah las tenemos se deca, mirando y venga a mirar a donde no debieran hacerlo... Claro, indiscretas, como mujeres que son, al fin y al cabo... Y como no tienen lengua para darse a la chchara y decrselo a todo el mundo, pues lo cuentan todo con la mirada...

La noche, empero, lo llen al fin de paz. Sali de la Alhambra al fin el ltimo de los extraos, asegur el jardinero el portaln con sus llaves y con sus barras, y volvieron a enseorearse del solitario palacio las lechuzas, los murcilagos y el croar de los sapos y de las ranas.

Esper Lope Snchez, sin embargo, a que la noche avanzara para aventurarse con Sanchica por la galera que vigilaban las estatuas. Como siempre, miraban enigmticamente al punto donde estaba oculto el tesoro.

Con vuestro permiso, hermossimas damas les dijo Lope Snchez, voy a pasar para libraros de tan pesada carga como os abruma y turba vuestros pensamientos desde hace dos o tres siglos...

Se dirigi sin la menor vacilacin al lugar donde haba hecho la marca, pic en la pared y pronto descubri un nicho en el que haba dos jarrones de porcelana. Intent hacerse con ellos pero no pudo ni moverlos un poco... Los toc entonces Sanchica con su talismn, y as los pudo recuperar Lope... Estaban llenos de monedas moriscas de oro, y de joyas y piedras preciosas... Antes de que amaneciera se alej el jardinero de las estatuas, que seguan con la vista fija en el nicho, y march con la nia hasta donde moraban.

As se hizo Lope Snchez inmensamente rico de la noche a la maana, lo que hizo que, como todos los ricos, tuviera que adoptar en adelante infinitas precauciones, a las que no estaba acostumbrado... Cmo poner a salvo tamaa fortuna? Cmo gozar de ella sin levantar sospechas? Nunca antes haba temido a los ladrones, pero, ahora... Senta pavor en su casa insegura. Puso barras en las puertas y en las ventanas. Mas, a pesar de tantas precauciones, no lograba dormir por las noches y dej de ser el hombre alegre y despreocupado que todos conocan; ya ni cantaba ni tocaba su guitarra; ya no gastaba bromas ni haca chanzas con sus amigos; era, por el contrario, el ms triste y consumido de los habitantes de la Alhambra. Naturalmente, un cambio semejante no poda pasar inadvertido a los otros, que lo compadecieron al principio, por no saber a qu se deba su actitud de ahora, y que despus lo abandonaron por creer que su tristeza y avinagramiento se deban a que le eran cada vez ms escasos los medios de vida y que en cualquier momento les pedira ayuda... Nadie sospechaba que su calamidad se deba, precisamente, a que era rico.

Tambin su mujer participaba de aquella amargura, mas se consolaba santamente... Quizs debiramos haber mencionado antes que, como Lope Snchez era un hombre bajito, su mujer lo consideraba igualmente corto de inteligencia, por lo que era menester que consultara todos los asuntos de su casa con su confesor, Fray Simn, un franciscano fuerte y vigoroso, de anchas espaldas, con la cabeza grande y redonda, de luengas barbas y buen confortador espiritual de las comadres de la Alhambra, as como de unos cuantos conventos de monjas. Todas ellas, sin excepcin, le recompensaban con regalos, tan frecuentes como sus confesiones, a base de confituras, bizcochos, licores de especias, cosas, en fin, que restituan al fraile sus fuerzas y el vigor necesarios tras las vigilias y los ayunos.

Fray Simn medraba as de bien, pues, en el ejercicio de su ministerio... Su piel grasienta brillaba bajo el sol cuando suba fatigosamente la cuesta de la Alhambra los das de calor sofocante, mas a pesar de verlo as de lustroso, y a pesar de que el nudoso cngulo franciscano que tena a la cintura, de tan orondo como era el hombre, le caa hasta las rodillas, todos le tenan por ejemplo de austeridad y de buen penitente, incluso exagerado en las disciplinas. Ante l todos se quitaban el sombrero, reverenciosos, y hasta los perros aullaban su respeto en cuanto se dejaba sentir el olor a santidad que despedan sus hbitos.

As era Fray Simn, el consejero espiritual de la honesta esposa de Lope Snchez; y como el confesor suele ser en Espaa el mayor confidente de las mujeres, no pas mucho tiempo antes de que supiera el fraile, comunicada en secreto de confesin pero con todos los pormenores, la historia del tesoro... Mientras la mujer hablaba y hablaba, el fraile se haca todo odos y no paraba de santiguarse.

Hija ma dijo al fin tras una pausa, debes saber que tu marido ha cometido un doble pecado, un pecado contra la iglesia y otro contra el Estado... Ese tesoro pertenece a la Corona, por haber sido hallado en sus reales dominios, y por ser riqueza de infieles, rescatada de las meras garras de Satn, debe pasar de inmediato a las autoridades eclesisticas... Yo tratar de arreglar buenamente el asunto, sin que sufra tu marido quebrantos... Treme aqu esa corona de joyas...

Cuando tan buen fraile vio la corona se le abrieron an ms los ojos, ante el tamao y la hermosura de las esmeraldas.

-Por ser stas las primeras joyas de ese tesoro, hay que destinarlas a fines piadosos dijo. As, pues, la pondr en ofrenda votiva ante la imagen de nuestro San Francisco, y esta noche rezar fervorosamente para que tu marido tenga una apacible posesin de sus riquezas.

El buen fraile confort as a la mujer de Lope Snchez, que se sinti mucho ms tranquila sabindose en paz con el cielo, y el fraile, metiendo apresuradamente la corona en sus faltriqueras, parti solemnemente hacia su convento.

Cuando Lope acab de faenar en los jardines, le cont su esposa lo que haba hecho... El pobre hombre estuvo a punto de perder el juicio, pero se contuvo porque tema a su mujer.

-Qu has hecho, mujer? Tu charlatanera lo ha echado a perder todo... Eso nos han trado tus idas al, confesionario y las venidas del fraile a esta casa!

-Cmo? rugi la esposa. Acaso te atreves a prohibirme que descargue mi conciencia en la confesin?

-No, esposa ma... Confiesa cuantos pecados te vengan en gana, pero el asunto del tesoro es, en todo caso, un pecado mo... Y no siento ningn pesar por ello...

Todo, empero, era ya intil; ya haba sido desvelado el secreto; en realidad, ya no era un secreto... Era como agua que riega la tierra seca y pedregosa... Todo quedaba a expensas, pues, de la discrecin o no del fraile...

Al da siguiente, mientras Lope Snchez se encontraba fuera, acudi hasta su casa Fray Simn, que llam quedamente a la esposa del jardinero, simulando una humildad infinita.

-Hija ma salud a la esposa de Lope, he rezado fervorosamente a San Francisco y creo que ha escuchado mis splicas... Dorma yo la pasada noche cuando se me apareci en sueos, y muy serio, incluso un poco severo, me dijo as: Por qu rezas para que ese hombre conserve su tesoro de infieles, sabiendo como bien lo sabes que mi capilla es pobre? Ve raudo a la casa de Lope Snchez y pide en mi nombre parte del oro morisco e infiel para ponerme candeleros que luzcan en el altar mayor... Y que goce l en paz del resto de su fortuna...

Cuando la pobre mujer oy lo que le deca el fraile, tom posesin de ella un temor reverencial; se dirigi temblorosa al lugar donde su esposo guardaba el dinero, llen una talega de cuero con monedas de oro, y no menos temblorosa sali a entregrsela al fraile... Colm luego Fray Simn a la mujer de tantas bendiciones, que a buen seguro nada tena que temer el pobre Lope Snchez, pues segn lo dicho por el fraile se haba ganado el cielo su familia por generaciones y ms generaciones. Guard el fraile la talega llena de oro en el bolsn de la manga del hbito, cruz las manos sobre el pecho, y as de sumiso y modesto se alej.

La indignacin de Lope Snchez fue mayor cuando su esposa le puso al corriente de lo sucedido.

-Qu desgracia la ma! gritaba el pobre hombre. En qu ir a parar si me van robando poco a poco? Al final tendr que salir a pedir limosna!

Para aplacarlo, la mujer trataba de hacerle ver que an le quedaban riquezas incontables y que el propio San Francisco haba sido generoso con l, pues se content con una msera cantidad.

Mas, para desventura del pobre jardinero, Fray Simn ayudaba con los provechos que le deparaba su celo religioso a una buena cantidad de parientes necesitados, a media docena de rollizos hurfanos bien atendidos y a otra media docena de expsitos, que, sin que se supiera por qu, estaban al cuidado del religioso... Menudearon sus visitas a la mujer del jardinero, hoy por el amor de Santo Domingo, maana por el amor de San Andrs, despus por Santiago... hasta que logr desesperar al infeliz Lope, que dio en pensar que slo hallara paz quitndose de encima al insaciable fraile, al que an le faltaban por invocar unos cuantos santos ms de los que trae el calendario. Decidi, as las cosas, guardar de noche en un escondite lo que le quedaba del tesoro, mientras pensaba en una ciudad a la que mudarse con su familia.

Compr una mula grande y fuerte, que at en una bveda subterrnea de la Torre de los Siete Pisos, en el mismo lugar donde segn era tradicin moraba un caballo, Velludo, del que haba tomado posesin un espritu diablico y que a la llegada de la medianoche galopaba enloquecido por las calles de Granada para escapar de una jaura de sabuesos rabiosos huidos de los infiernos. Lope Snchez no tomaba muy en cuenta tal supersticin, pero se aprovech del temor que infunda en el nimo de las gentes, pensando que nadie osara entrar en aquellas temibles caballerizas subterrneas del caballo fantasma. Durante el da hizo salir a su familia, diciendo que lo esperasen en una aldea a medio camino de la vega, y aguard Lope la llegada de la noche en la Alhambra; despus, cuando se hizo la oscuridad, llev el tesoro a la cueva donde haba atado la mula, que carg convenientemente, y con mucho cuidado descendi despus por el camino polvoriento.

El buen Lope lo haba hecho todo con el mayor sigilo y total cuidado, no diciendo ni palabra de lo que pretenda a nadie, salvo a su esposa... No se sabe cmo, acaso por alguna revelacin milagrosa, el fraile, empero, se enter de todo y comprendi que se le iba el tesoro... Resolvi al instante urdir alguna estratagema para que no se le escapara aquello que tan beneficioso resultaba a su convento. Cuando las campanas dieron el toque de nimas y todo estaba en calma en la Alhambra, sali a hurtadillas Fray Simn de su celda conventual, baj hasta la Puerta de la Justicia, se agazap entre los rosales y los setos de la alameda, y esper as el paso del jardinero, contando los cuartos que sonaban en el reloj de la atalaya, y oyendo el graznido de los bhos y el ladrido de los perros de los gitanos desde la distancia de sus cuevas.

Al fin percibi lejano el ruido de unos cascos, comenz a frotarse las manos el fraile ante la inminencia de la aagaza que ya haba pensado para sorprender al jardinero. Se remang los hbitos, empez a deslizarse poco a poco, como un gato dispuesto a saltar sobre un ratn, aguard el instante justo en que mejor pudiera manifestarse, y as, cuando su presa pasaba frente al lugar donde se haba escondido, sali, puso una mano en el lomo del animal y otra en la grupa, dio un salto digno del mejor profesor de equitacin y cay a horcajadas sobre la bestia.

Ajaj! dijo el fraile. Ahora veremos quin gana al final la partida...

Apenas haba dicho aquello, empez la bestia a pegar saltos y a tirar coces, lanzndose finalmente cuesta abajo, desbocada. Intent dominarla el fraile, pero fue en vano porque el animal iba de roca en roca, de zarza en zarza, hacindose as jirones el hbito del religioso, que el viento se llevaba... Su tonsura, por lo dems, no haca sino recibir coscorrones y ms coscorrones al darse de cabeza contra las ramas bajas de los rboles y hasta con algn tronco... Para colmo, para que an fuese mayor el espanto del fraile, vio que una jaura de perros de presa, que ladraban furiosamente, perseguan a su montura... Supo Fray Simn entonces que se haba montado en el temible Velludo.

La cosa ya no tena solucin. A lomos de Velludo iba el fraile por la avenida, por la Plaza Nueva, por el Zacatn, por la Bibarrambla. Nunca hubo cazador ni perro de presa que se sometiera a correra tan furiosa. En vano invocaba el fraile la ayuda de la Virgen y de los santos del calendario... Cada vez que mencionaba un nuevo nombre del santoral, pareca espolear a Velludo, que botaba salvajemente como si pretendiera alcanzar el tejado de las casas. Todo lo que obtuvo el fraile de tan aciaga noche fue un susto de muerte y el cuerpo molido a golpes de la cabeza a los pies.

Se oy al fin el canto del gallo. Al orlo, el caballo fantasma dio media vuelta y volvi a galope hasta su torre... Otra vez cruz la Bibarrambla, el Zacatn, la Plaza Nueva, la avenida de las fuentes... Y otra vez los sabuesos aullando, ladrando, tirando dentelladas furiosas a las pantorrillas y a los talones del aterrorizado religioso... Brillaba el primer rayo de sol cuando Velludo alcanz la torre. Se puso de manos para. tirar lejos de s, de una vez por todas, al fraile; se meti despus en la querida' oscuridad de sus caballerizas subterrneas, seguido siempre por la jaura endemoniada, y al ruido y el estrpito anterior sucedi una calma plena que pareca imposible a Fray Simn.

Hubo alguna vez un santo fraile que sufriera jugarreta tan diablica? Un campesino que iba a su faena apenas comenzaba a despuntar el da vio al infortunado fraile tirado bajo una higuera, al pie de la torre, tan magullado y tan tronchados unos cuantos de sus huesos que ni moverse poda... Y tan enloquecido, que cuando intentaba hablar no salan de su boca ms que desvaros... Lo llevaron con sumo cuidado a su celda y corri de inmediato por la Alhambra la nueva de que el buen fraile haba sido asaltado y molido a palos por una partida de ladrones... Dos das pasaron hasta que recobr el uso de sus miembros, tiempo en el que se consolaba pensando que, aunque el caballo y sus riquezas se le haban ido, al menos tena una parte del tesoro del infiel consigo, la que le dio la esposa del jardinero. Apenas pudo levantarse y caminar, lo primero que hizo fue levantar su jergn, bajo el cual haba escondido la corona de esmeraldas y la talega con ms monedas de oro que tan sabiamente obtuvo de la mujer de Lope Snchez... Y a punto estuvo de desmayarse cuando vio que la corona lo era, pero de marchitos arrayanes, y que en la talega no haba ms que piedras y arena. Afligido, Fray Simn fue, empero, discreto; a nadie cont una palabra de lo que en verdad le haba pasado, pues descubrir el secreto era como exponerse al ridculo ms espantoso y al castigo de sus superiores... Muchos aos despus, en su lecho de muerte, revel a su confesor, sin embargo, la trgica aventura a lomos de Velludo.

Nada se volvi a saber de Lope Snchez en la Alhambra durante mucho tiempo... Por lo mismo que le recordaban con cario sus vecinos, por su alegra y buen conformar, teman que la desesperacin hubiera hecho presa en l, pues no en vano lo vieron en los ltimos tiempos melanclico y acongojado a causa de lo que suponan en la Alhambra que era su miseria. Unos aos despus, un viejo amigo, un soldado invlido que visitaba a unos parientes en Mlaga, fue atropellado por una carroza tirada por seis caballos cuando cruzaba una vereda... Se detuvo el carruaje, se ape un digno caballero con pelucn y espada, y el soldado reconoci en l a su viejo compaero de pobreza Lope Snchez, que celebraba aquel da la boda de Sanchica, casada con un noble del ms rancio abolengo del pas... Iban en la carroza los recin casados y la esposa de Snchez, ms gruesa an que aos atrs, gorda como una barrica, en realidad, tocada con plumas, con joyas por todas partes, perlas, brillantes, con sortijas en todos los dedos de las manos, como si fuera la reina de Saba... Sanchica se haba convertido en una mujer esplndida, digna de ser una marquesa por la gracia y la hermosura que la adornaban, y aun ms, de llegar a princesa... Junto a ella, el novio, paticorto, encorvado, de constitucin enclenque; un tipo que abunda entre los aristcratas espaoles, que no levantan del suelo tres codos de altura... Creo que no hace falta decir que aquella boda haba sido un arreglo de la madre de la novia.

Pero no endurecieron el buen corazn de Lope las riquezas ni los halagos... Llev a su casa al viejo soldado invlido, al que tuvo por husped durante muchos das, tratndole como a un rey, llevndole a las corridas de toros, a los teatros... Y cuando se iba, le dio una bolsa llena de dinero, y otra ms para que la repartiera entre sus viejos vecinos de la Alhambra.

Lope deca a todos que le llegaban de Amrica las riquezas; que un hermano suyo le haba dejado en herencia una mina de cobre... Pero los envidiosos y maledicentes de la Alhambra aseguraban que aquella fortuna no era sino el tesoro guardado por las dos ninfas de alabastro, que el jardinero haba tenido la fortuna de encontrar.

An siguen las estatuas con la mirada clavada en el mismo sitio en el que Lope descubri el nicho. Acaso por ello sigan pensando muchos que todava quedan tesoros ocultos a la espera del aventurero que ose arriesgarse. Los ms de entre los moradores de la Alhambra, sin embargo, y muy especialmente las mujeres, creen que las ninfas son un monumento imperecedero a la discrecin femenina.

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