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INTRODUCCION Los trenes repletos a más no poder, que desde cualquier puntode Europa rodaban haciael Este, millones de personas tragadas por fábricas cuya tarea era fabricar cadáveres, la recuperaciónminuciosa de todo cuanto podíateneruso o valor, por último, la incineración, la desaparición obstinada de la huella del paso de hombres... Los historiadores han explorado y narrado todo esto, el exterminio de los judíos europeos por los nazis, esclareciendo la organización del crimen, los métodos aplicados, la cantidad de víctimas. Vano seria querer hacer algunas hojas más alta la pirámide de sus trabajos para no decir nada que no sea conocido 1 . No obstante, ¿qué sabemos de aquello que precedió a la matanza, qué sabemos de la trama de decisiones y acontecimientosque,un día, desembocaron en lanzar el primer tren hacia la muerte? Hasta un genocidio debe nacer de una manera o de otra, por monstruoso que nos parezca. Hasta un genocidio debe tener una génesis, aunque existan acontecimientos que mucho le cueste aprehender a la investigación histórica. Por la amplitud y las formas de la matanzapor las condiciones y el contexto de su realización, la Solución final logra que el historiador experimente los límites de su comprensión, algo que hace con tanta mayor intensidad cuantomayor es la carencia de seguridad en sus propios conocimientos. En efecto, desde hace algunos años un debate ha sensibilizado la fragilidad de cuanto se daba por sabido al replantear cuestionesaparentemente elementales. ¿Debía desembocar en la Solución final la política del régimen nazi? ¿Era evidente la Solución final, incluso para un Hitler? Muchos historiadores —y con ellosel público esclarecido— tendránuna respuesta segura. Amo del Tercer Reich,Hitler persiguió la realización de un programa que habla establecido con mucha anticipación, y cuyos dos puntos esenciales eran la conquista del ''espacio vital" en el Este y el exterminio de los judíos. Sin duda, la historia del régimen nazi no siguió un orden de marcha fijado de antemano por un Führer omnisciente. La flexibilidad táctica de Hitler, su arte de sacar partido de las ocasiones, y también las coerciones del juego internacional, imprimieron a su política muchas sacudidas y en ocasiones retrocesos: esto ocurrió en 1939, cuando se firmó el pacto germanosoviético. Pero tanto sacudidas como retrocesos no producían prolongadas desviaciones de la dirección indicada por objetivos inflexibles. Sin duda, también, el régimen nazi se vio presa de muchas rivalidades y conflictos internes. Pero Hitler fomentaba tales rivalidades y conflictos, o por lo menos los toleraba jugando a dividir para dominar mejor. Jefe de un régimen que tuvo en su puño hasta el final, tanto por su personalidad como por sus concepciones se hallaba en el origen directo de las abominaciones cometidas. Animado por un increíble odio antisemita, desde los años 20 tuvo la fume intención de matar a los judíos; sólo esperaba la ocasión, y cuando ésta pareció ofrecerse no la dejó pasar 2 . Desde hace más de un decenio algunos historiadores cuestionaron esta representación, que consideraban sumaria. La visión por la que se esforzaron en reemplazarla pareció iconoclasta a muchos de sus colegas; por cierto discutible, fue sin embargo un aporte fecundo 3 . Si seguimos a estos historiadores, Cuyo punto de vista menos conocido merece ser expuesto con mayor prodigalidad, el Tercer Reich, no bien se lo encara en su funcionamiento, aparece como una "anarquía autoritaria” 4 . Tras la fachada monolítica alisada por el aparato de propaganda, el poder nazi se perdía y se exacerbaba en el entrelazamiento de fuerzas rivales: fuerzas tradicionales como la administración y el ejército, fuerzas nuevas del partido y de sus filiales que vivían como parásitos de todo cuanto no había podido ser eliminado:esto ocurría por ejemplo con las SS cercando a la policía y demoliendo el monopolio del ejército. En medio de esta jungla, la política del UNTREF VIRTUAL | 1 Texto. Hitler y Los judios. Génesis de un genocidio Autor. Philliphe Burrin

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INTRODUCCION

Los trenes repletos a más no poder, que desde cualquier punto de Europa rodaban hacia elEste, millones de personas tragadas por fábricas cuya tarea era fabricar cadáveres, larecuperación minuciosa de todo cuanto podía tener uso o valor, por último, la incineración, ladesaparición obstinada de la huella del paso de hombres... Los historiadores han exploradoy narrado todo esto, el exterminio de los judíos europeos por los nazis, esclareciendo laorganización del crimen, los métodos aplicados, la cantidad de víctimas. Vano seria quererhacer algunas hojas más alta la pirámide de sus trabajos para no decir nada que nosea conocido1.

No obstante, ¿qué sabemos de aquello que precedió a la matanza, qué sabemos de latrama de decisiones y acontecimientos que, un día, desembocaron en lanzar el primer trenhacia la muerte? Hasta un genocidio debe nacer de una manera o de otra, por monstruosoque nos parezca. Hasta un genocidio debe tener una génesis, aunque existanacontecimientos que mucho le cueste aprehender a la investigación histórica. Por laamplitud y las formas de la matanza por las condiciones y el contexto de su realización, laSolución final logra que el historiador experimente los límites de su comprensión, algo quehace con tanta mayor intensidad cuanto mayor es la carencia de seguridad en sus propiosconocimientos. En efecto, desde hace algunos años un debate ha sensibilizado la fragilidadde cuanto se daba por sabido al replantear cuestiones aparentemente elementales. ¿Debíadesembocar en la Solución final la política del régimen nazi? ¿Era evidente la Soluciónfinal, incluso para un Hitler?

Muchos historiadores —y con ellos el público esclarecido— tendrán una respuesta segura.Amo del Tercer Reich, Hitler persiguió la realización de un programa que habla establecidocon mucha anticipación, y cuyos dos puntos esenciales eran la conquista del ''espaciovital" en el Este y el exterminio de los judíos. Sin duda, la historia del régimen nazi nosiguió un orden de marcha fijado de antemano por un Führer omnisciente. La flexibilidadtáctica de Hitler, su arte de sacar partido de las ocasiones, y también las coerciones deljuego internacional, imprimieron a su política muchas sacudidas y en ocasionesretrocesos: esto ocurrió en 1939, cuando se firmó el pacto germanosoviético. Pero tantosacudidas como retrocesos no producían prolongadas desviaciones de la direcciónindicada por objetivos inflexibles. Sin duda, también, el régimen nazi se vio presa demuchas rivalidades y conflictos internes. Pero Hitler fomentaba tales rivalidades yconflictos, o por lo menos los toleraba jugando a dividir para dominar mejor. Jefe de unrégimen que tuvo en su puño hasta el final, tanto por su personalidad como por susconcepciones se hallaba en el origen directo de las abominaciones cometidas. Animadopor un increíble odio antisemita, desde los años 20 tuvo la fume intención de matar a losjudíos; sólo esperaba la ocasión, y cuando ésta pareció ofrecerse no la dejó pasar2. Desdehace más de un decenio algunos historiadores cuestionaron esta representación, queconsideraban sumaria. La visión por la que se esforzaron en reemplazarla parecióiconoclasta a muchos de sus colegas; por cierto discutible, fue sin embargo un aportefecundo3. Si seguimos a estos historiadores, Cuyo punto de vista menos conocido mereceser expuesto con mayor prodigalidad, el Tercer Reich, no bien se lo encara en sufuncionamiento, aparece como una "anarquía autoritaria”4. Tras la fachada monolíticaalisada por el aparato de propaganda, el poder nazi se perdía y se exacerbaba en elentrelazamiento de fuerzas rivales: fuerzas tradicionales como la administración y elejército, fuerzas nuevas del partido y de sus filiales que vivían como parásitos de todocuanto no había podido ser eliminado: esto ocurría por ejemplo con las SS cercando a lapolicía y demoliendo el monopolio del ejército. En medio de esta jungla, la política del

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régimen está destinada estructuralmente a divagar e improvisar. ¡Cuántas decisiones en lasque no se puede reconocer ningún objetivo a largo plazo! Y, también, cuántas decisionesadoptadas por compromisos entre fuerzas rivales, de manera que la intención inicial, si existía,quedaba totalmente irreconocible.

Indiscutiblemente, el régimen giraba alrededor de un hombre. Hitler era el sol del sistema, éldispensaba el poder y los favores, hacía la luz y la sombra en materia de ideología. Ningunaduda cabe de que adhería fanáticamente a las fórmulas racistas que proclamaba. Pero estasfórmulas constituían un magma ideológico, del que difícilmente podía deducir objetivosclaros; la intensidad del odio no reemplazaba la relativa inconsistencia de susconcepciones. En todo caso, la política del Tercer Reich muestra mucha incoherencia parahaber sido dirigida por un programa. Por añadidura, aunque hubiera tenido uno, a Hitler lehubiera costado mucho realizarlo, en virtud de los métodos de dirección que practicaba ElFührer tenía por costumbre distribuir las misiones entre sus lugartenientes sin preocuparsedemasiado por definirlas, cuando no se limitaba a ratificar propuestas o a sancionar iniciativasprovenientes de abajo. Preocupado ante todo por salvaguardar su prestigio, reaccionaba a losincesantes conflictos que eran el precio de su conducta dejando que actuara el tiempo antesque tomando partido. En suma, su papel habría sido esencialmente indirecto: mediante susperoratas ideológicas orientaba y aguijoneaba la competencia entre los diferentes sectores delrégimen, competencia cuyo resultado era producir unapermanente radicalización.

La política llevada a cabo con los judíos ofrecería una ilustración ejemplar de esto. Cuando sela examina de cerca no resulta en absoluto lineal, y dista mucho de revelar la existencia de unproyecto de exterminio. Hasta la guerra e incluso más allá, hasta 1941, la partida de los judíosdel Reich fue el objetivo perseguido por los dirigentes nazis. Y fueron esos mismos judíos a losque para alejar habían hecho de todo, a los que luego, después de 1941, fueron a buscar unpoco en todas partes de Europa para matarlos. Si Hitler hubiese alimentado un proyecto deexterminio, ¿no habría debido impedir esas partidas y conservar a sus víctimas a mano para eldía del gran ajuste de cuentas?

En realidad, no tenía un programa, sino sólo una obsesión: librar al Reich de los judíos que allíse encontraban, y cuyo número crecía con cada una de sus conquistas. Ahora bien, todos loscaminos que tomó para conseguirlo se malograron. La política de emigración fue puesta enbancarrota por el estallido de la guerra. El proyecto de crear una reserva judía en Madagascarnaufragó en virtud de la continuación de la guerra con Inglaterra. La conquista de la UniónSoviética, por último, que debía abrir nuevos espacios para transplantar a los judíos, prontotropezó con la resistencia de los ejércitos soviéticos, pero después de éxitos iniciales quehicieron lanzar prematuramente las deportaciones. Atrapados en este nuevo callejón sinsalida, algunos responsables locales, estimulados por las declaraciones rencorosas del Führer,se previnieron contra la superpoblación de los guetos del Este ejecutando a las personas queno estaban en condiciones de trabajar. Esta solución improvisada fue ejemplar y terminó porrecibir la sanción del responsable supremo. Puesto que no podían ser enviados a ningunaparte, los judíos desaparecerían de la única manera posible: la muerte. La Solución final habíanacido del encuentro de la obsesión antisemita del Führer, del funcionamiento anárquico de surégimen y del desarrollo de una situación inmanejables5.

Vemos que las líneas no pueden estar mejor marcadas. Dos interpretaciones, que pretendenexplicar como se llego a la Solución final, se enfrentan. Según la primera, comúnmentecalificada de intencionalista: el exterminio de los judíos fue la realización de un programa, el deun hombre con poder absoluto. Según la segunda, llamada funcionalista, fue el resultado de unproceso de persecución que se acelero más allá de toda previsión por la dinámica de un

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régimen, no solo fundamentalmente irracional, sino también incapaz de hacer otra cosa queimprovisar radicalizándose.

El desacuerdo prolongado hasta en el terreno de las fechas. Para los intencionalistas, el girodecisivo se produjo en alguna parte entre el otoño de 1940 y el fin de la primavera de 1941, fueen el curso de este período, en forma paralela a los preparativos de la campaña de Rusia,cuando Hitler habría dado la orden que iba a hacer pasar a la realidad la intención quealimentaba desde hacia años. Para los funcionalistas, el giro se situaría más bien en el cursodel otoño de 1941, con el comienzo de esas matanzas a escala local que Hitler habríasancionado luego y sistematizado en una operación a escala europea. Primavera u otoño, ladiferencia es realmente importante, tratándose de un acontecimiento como éste. Simboliza laincertidumbre de nuestros conocimientos acerca de la manera en que fueron condenadas amuerte millones de personas, hace apenas cincuenta años.

Esta situación se explica, en primer lugar, por las grandes lagunas de la documentación. Nosubsiste ningún documento que lleve una orden de exterminio firmada por Hitler, ningúndocumento tampoco que atestigüe la existencia de tal orden escrita. A todas luces, las órdenesfueron dadas verbalmente; se ha establecido que una consigna de secreto rodeó la empresa.En cualquier caso, nada viene a esclarecemos acerca de la marcha de la decisión y sucronología. Sobre todo, la oscuridad mas completa se mantiene sobre el contenido de lasconversaciones que tuvieron lugar entre Hitler y el jefe de su política, Himmler, en el transcursodel año fatal de 1941. El historiador trabaja siempre a partir de huellas; aquí las huellas no sóloson poco cuantiosas y dispersas sino de difícil interpretación: la propia expresión "Soluciónfinal" cambió de significación con el tiempo. A lo cual se añade un segundo obstáculo, nomenos temible, que es el que representa la comprensión de los móviles y el comportamientode Hitler, una personalidad fuera de lo común en muchos aspectos, y por cierto en lo querespecta a su monstruosa criminalidad. Nos resulta más fácil sondear las deliberacionesíntimas de un Churchill o de un Roosevelt. ¿Cómo estar seguro de haber aprehendido las deun Hitler?

El conflicto de interpretaciones existe; no obstante, no hay ninguna razón para conformarsecon ello. El debate que opuso las tesis enfrentadas habrá tenido la ventaja de hacer surgirrecíprocamente sus méritos y sus límites, de situar y esclarecer los aspectos que siguensiendo problemáticos6. Como justamente lo han puesto de manifiesto los funcionalistas, alvincular demasiado el genocidio con la persona y las intenciones de Hitler, se acaba perdiendode vista la influencia del contexto, el papel de la coyuntura, la importancia de toda una serie defactores que no estaba en manos de un hombre crear o siquiera controlar. La Solución final esinexplicable si no se toma en cuenta la contribución solidaria del conjunto de los sectores delrégimen y sobre todo la de las élites conservadoras, cuyo apoyo fue capital para la instalaciónde la dictadura nazi y la ejecución de sus crímenes.

Yendo más al fondo de la cuestión, la tesis intencionalista tiende a exagerar la coherencia de laideología hitleriana, a generalizar en forma absoluta su capacidad de suministrar directivasunívocas para la acción. Además, descuida o minimiza el hecho de que un cambio de rumbotuvo lugar en la política del régimen nazi cuando el exterminio reemplazó a la emigración-expulsión. Para trazar una línea recta de los años 20 a Auschwitz es preciso recurrir alpostulado de un maquiavelismo permanente en Hitler: es la única manera de reconciliar laafirmación de un programa de exterminio y la política divergente llevada a cabo por surégimen.

Pero si los funcionalistas han puesto de manifiesto la complejidad y la sinuosidad del curso

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histórico, llevaronel péndulo al otro extremo. Ya que, en definitiva, aquí la cuestión no es sabersi Hitler es el único responsable del genocidio, sino saber si en 1941, siendo las cosas comoeran, el genocidio podía engendrarse sin su impulso, y si ese impulso, a su vez, no derivaba deuna ideología a pesar de todo suficientemente consistente para ofrecer orientaciones yresoluciones. Para demostrar que Hitler era prisionero del régimen cuyo jefe era formalmente,la tesis funcionalista también debe apoyarse en forma permanente sobre un postulado, el deuna inconsecuencia entre las declaraciones criminales de Hitler y la política de exterminiollevada a cabo por el Tercer Reich.

Por cieno, en ocasiones Hitler era vacilante, a menudo contemporizaba, de buena gana seremitía a subordinados para la marcha de ciertos asuntos. Y, efectivamente, cantidad dedecisiones del régimen fueron tomadas de manera errática, sin que apareciera la mano delFührer. Pero todas estas verificaciones sólo son válidas dentro de cienos límites. Así, Hitlerseguía y guiaba paso a paso la política exterior y la política militar. A pesar de los huecos de ladocumentación, puede demostrarse que su presencia era tanto más activa, y tanto másexclusiva su dirección, cuanto la cuestión considerada mas se aproximaba al núcleo de susconvicciones, al que, por supuesto, pertenecía la famosa "cuestión judía". Con justa razón, elpapel de los "grandes hombres” es mantenido en recelo por una historia preocupada por mirasmás amplias. Lo cual no impide que aquí nos encontremos en presencia de una situación en laque un hombre ha desempeñado un papel irreemplazable7.

En definitiva, el problema esencial que hizo aparecer el debate es articular el papel de Hitler yel cambio de rumbo sobrevenido en la política del régimen. Entre los historiadores que muyrecientemente se dedicaron a la cuestión puede observarse un estrechamiento de lasposiciones, e incluso una convergencia sobre dos puntos. Primero, en las condiciones defuncionamiento del régimen, el genocidio sólo pudo ser desencadenado de manera central,bajo la dirección de Hitler. Luego, probablemente la decisión no fue adoptada de la noche a lamañana, sino que maduró a lo largo de un período de transición, antes de ser definitivamentetomada en un momento que se ubicaría en el verano o el otoño más que en la primavera de1941. Más allá existen serios desacuerdos de fondo, como se verá al evocar las posiciones detres historiadores que últimamente afinaron el estudio del tema.

El historiador alemán Eberhard Jäckel, que en una obra ya clásica subrayó la coherencia de laideología hitleriana, concede hoy que no estaba exenta de contradicciones, y que esta parte deincoherencia podía dificultar la fijación de prioridades. No por ello, sin embargo, deja de pensarque Hitler tenía la intención de exterminar a los judíos, aunque no lo afirma másexplícitamente. En todo caso, esta voluntad íntima trajo aparejada una gestión incierta, debidaa la índole extraordinaria de la empresa. Hitler debía llevar a sus lugartenientes a realizar algoque nunca habían hecho o siquiera imaginado hacer. Así, pues, habría procedido tanteando elterreno, "iniciando" a sus fieles unos tras otros. Maquiavélico, pero también falible, puesto que,en dos ocasiones, habría evaluado mal la situación: en el otoño de 1939 habría subestimado, ysobrestimado en el verano de 1941, las dificultades que podían oponerse al lanzamiento delgenocidio. De aquí proviene el andar sinuoso y ampliamente improvisado que adoptó lamarcha hacia la Solución final. En esta interpretación, cuya ambición es reconciliarimprovisación y premeditación, la intención sigue siendo central; las circunstancias no formansino una tela de fondo sin gran importancia, salvo a través de la asociación de orden generalque, en el espíritu de Hitler, habría existido entre genocidio y tiempo de guerra8.

En la otra orilla, el historiador norteamericano Christopher Browning, quien se califica a símismo de funcionalista moderado, considera que el exterminio de los judíos no se hallabaentre los objetivos de Hitler en los años 20 y 30. Si en definitiva lo ordenó, sería como

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consecuencia del fracaso de las otras soluciones que había tratado de aplicar, y bajo el efectode las frustraciones que de ello resultaron. Las experiencias realizadas en 1940-1941 habíandesembocado en radicalizar impulsos de matanza muy presentes en su ideología, pero quenunca habían cristalizado en un programa. Ubicado ante perspectiva de heredar a otrosmillones de judíos —como resultado de la conquista de la URSS—, un Hitler movido por laobsesión de depurar al Gran Reich, y forzado a fondo por los fracasos precedentes, habríaoptado por el exterminio9.

Por último, Arno Mayer acaba de proponer una explicación que, como la de Browning, gravitaalrededor del polo funcionalista. A su juicio, el antisemitismo sólo era un componente de laideología hitleriana, al lado sobre todo del antibolchevismo y del expansionismo hacia el Este.Por tanto, es dudoso que Hitler haya podido hacer derivar de ello un programa de exterminio.Si se lanzó en el genocidio, más bien sería por reacción al fracaso de la campaña de Rusia,que al mismo tiempo era el fracaso de una cruzada en que, por vez primera, se habíancomprometido todos los componentes de su ideología. A diferencia de Browning, que vinculala decisión de muerte con un clima de triunfo y euforia, Mayer ve en el fracaso de la campañade Rusia la coyuntura que engendró el genocidio10.

Por lo tanto, las posiciones son bien diferenciadas y siguen padeciendo la polarización de lasdos interpretacionesbásicas: por un lado intención de exterminio, por el otro radicalización porlas circunstancias. A mi vez, al retrasar la marcha hacia la Solución final, sostendré otraexplicación, donde se mezclan las dos aproximaciones existentes. Como los intencionalistas,yo considero que Hitler alimentaba la intención de exterminar a los judíos; sin embargo, estaintención no era absoluta sino condicional: debía aplicarse en el caso de una situación biendefinida, vale decir, el fracaso de su proyecto de conquista, lo cual dejaba libre el camino a laprosecución de otra política en el intervalo. Por otro lado, como los funcionalistas, sostengoque la coyuntura fue esencial para la realización de esta intención, para su traducción en actos:la percepción del fracaso de la campaña de Rusia y de sus consecuencias estratégicasdesempeñó aquí un papel decisivo.

En las páginas siguientes, la perspectiva se estrecha a lo que pareció necesario para mipropósito. La mirada se ha fijado sobre los altos responsables nazis, en primer lugar sobreHitler, sobre sus concepciones y sus intenciones, al mismo tiempo que sobro su evaluación dela situación estratégica. Por consiguiente, muchos aspectos del cuadro han sido mantenidosen la penumbra, hasta en la oscuridad: las raíces históricas del antisemitismo, las actitudes delas élites y de la población alemanas, la política miope de las potencias occidentales. Másgrave que esto, las víctimas estarán casi ausentes, salvo a título de objetos de unapersecución sin precedentes. El lector conservará en su espíritu que tales objetos fueron otrostantos seres humanos, expuestos a los golpes y las humillaciones, al despojo progresivo desus bienes, y en ocasiones de su dignidad, hasta la partida, un día, hacia las fábricas dela muerte.

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NOTAS

1. La obra de Raúl Hilberg, La Destruction des Juits d´Europa (París, Fayard, 1988,1ª. ed. 1961, es la obra de referencia. Sin embargo, haré la siguiente sesenta.Hilberg se intensa ante todo por la manera en que fue ejecutado el genocidio, ypropone un modelo: para matar a los judíos había que definirlos, despojarlos,concentrarlos, transportarlos. Lógicamente es cierto, pero el problema es quepresenta las cosas como si el desarrollo histórico hubiera seguido ere modelológico. De aquí proviene el papel motor que adjudica a no sé qué determinismode la burocracia que, una vez lanzada a su trabajo de persecución, sólo hubierapodido terminar su carrera en el exterminio. También de aquí proviene leevocación en algunas páginas solamente, al comienzo del capítulo sobre lasdeportaciones (págs. 338 y sig.), de la política nazi de emigración y de los planesde reserva judía: como si se hubiera tratado de desviaciones de corta duración ysin una realidad seria respecto de la línea que conducía a la masacre.

2. Citemos en este caso a Karl Dietrich Bncher, La Dictature allemande, Toulouse,Privat, 1986; Eberhard Jackel, Hitler ideologue, París, Calmann Levy, 1973; LucyS. Dawidowicz, The War Against the Jews, New York, Holt, 1975; GerardFleming. Hitler und die Endiösung, Wiesbaden y Munich, Limes Verlag, 1982;Elmut Krausnick, "Judenverfolgung”, in Anatamie des SS-Slaates, vol. 2, Munich,DTU, 1967.

3. Entre estos historiadores, que se inscriben en la línea de Ernst Fraenkel (Thedual State, Oxford University Press, 1941) y de Franz Neumann (Béhémoth,Paris, Payot, 1987; la. ed. inglesa, 1944), citemos a Mantin Broszat L'Etathitlerien, Paris, Fayard, 1985; Karl A. Schleunes, The Twisted Road to Auschwitz.Nazi Policy toward the German jews, Urbana, University of Illinois Press, 1978:Uwe Dietrich Adam, Jewsdenpolitik im Dritten Reich, Düsseldorf, Droste Verlag,1972. En Joseph Billing (La solution finale de la question juicve, Paris, Serge yBeate Kiarsfeld. 1977. pags. 47 y sig.) se encuentra un punto de vista que subrayala indecisión de Hitler y el papel pionero de sus lugartenientes en el genocidio.También León Poliakov (Bréviaire de la haine, París, Calmann-Levy, 1951)considera que Hitler no tenía la intención de exterminar a los judíos: los nazisllegaron el genocidio “de alguna manera a su pesar, llevados, empujados por losdemonios que ellos habían desencadenado" (pags. 3-4).

4. Es el título de una obra aparecida en 1946(Walter Petwaidic, Dieautoritäreanarchie,Hamburgo, 1946).

5. Véame Martín Broszat, "Hitler und die Genesis de 'Endlösung ”, UfZ, 4,1977, págs.739-715; Hans Mommsen, "Die Realisierung des Utopischen" Die 'Endlösung derJudenfrage' im 'Dritten Reich”, Geschichte und Gesellschaft, 3,1985, pags. 381-420

6. Para el debate entre estas dos corrientes, véanle los coloquios L'Allemagne nazieet le Génocide juif, París, Gallimard-Le Seuil, 1985; Der Nord an den Juden, MasZweiten Weltbieg, editado por E. Jäckel y J. Rohwer, Stuttgart, DVA, 1985, asícomo el coloquio de Paris de diciembre de 1987 La Politique nazie d´extermination(1989, Albin Michel). Véanse también Michel R. Marrus, Holocaust in History,Londres, University Press of New England, 1987, y de manera mas general IanKershaw, The Nazi Dictatorship, Problems and Perspectives of interpretation,Londres, Arnold 1989 (2a. ed.).

7. Saul Friedländer subrayó este papel causal de Hitler, sobre todo en un articulofundamental, “From Antisemitism o Extermination”. Yad Vashem, Studies, XVI, 1984,

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págs. 1-50.8. Véame Eberhard Jäckel, Hitler in History, Hanover y Londres, University Press of

New England, 1984, págs. 44-65, y Hitler Herrschaft, Stuttgart, Deutsche 1986, pp.Pags 89-122. Véase también S. Haffner, Un certain Adolf Hitler, París, Grasset,1979, págs. 217-218.

9. De Christopher Browning, véase sobre todo Fateful Months, Essays on theEmergente of the final Solution; NewYork, Holmes & Meier, 1985.

10. Arno Mayer, Why Did the Heavens not Darken? The Final Solution in history, NewYork, Pantheon, 1989.

Abreviaturas

ADAP Akten zur deustschen auswärtigen PolitikBAK Bundesarchiv KoblenzBA-MA Bundesarchiv-Militärarchiv (Freiburg i. B.)CDJC Centre de documentation juive contemporaine (París)IHTP Institut d'histoire du temps present (París)PA-AA Politisches Archiv des Auswärtigen Amtes (Bonn)TM1 Tribunal militaire internacionalVfZ Vierteljahreshefte für ZeitgeschichteZStL Zentrale Stelle der Landesjustizverwaltungen (ludwigsburg)

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EL ANTISEMITISMO HITLERIANO

Hitler ocupaba un lugar central en el Tercer Reich, y era un antisemita fanático. Todos loshistoriadores, cualquiera fuere la tendencia a que pertenezcan, aunque luego diverjanacerca del papel efectivo que él desempeñó, coinciden en este punto. El conocimiento desu ideología, de su antisemitismo en particular, pues, es primordial. ¿Qué sitio ocupabanlos judíos en él, qué suerte les estaba destinada? Hitler demostró suficientemente que eracapaz de exterminarlos. Pero no es posible esclarecer los orígenes y motivos de suactitud sino partiendo de la visión del mundo que la guiaba.

Lo esencial, lo que debe subrayarse de entrada, es la consistencia y la continuidadsorprendentes que manifestó esta visión del mundo, una vez que pasó el período demaduración inicial. A partir del comienzo de los años 20, cuando Hitler no era más que unagitador bávaro, resonaban leitmotivs bien conocidos: el racismo y el antisemitismo, elideal de la comunidad nacional unitaria, el principio del jefe, la condena sin vueltas de lademocracia, de la revolución alemana y del Tratado de Versalles. En 1923 se añadió untema, el de la conquista del espacio vital en el Este, completado poco después por unaconcepción global de la política exterior.

A partir de ese momento, y hasta su testamento de abril de 1945, lo que nos llegó de losdiscursos públicos y privados de Hitler da fe de la permanencia de una visión regresada ydeclarada infatigablemente. Cierto es que algunos temas, en el transcurso de los años,serían objeto de modulaciones. La conquista del espacio vital y el antisemitismo, muypresentes en los años 20, pasaron a un segundo plano a fines del decenio, y sobre todoen 1930-1932, cuando Hitler se esforzaba por reunir el apoyo más amplio posible, pero,cosa significativa, no desaparecieron1. En cambio, sus concepciones acerca del destinode las futuras poblaciones conquista das— la expulsión o la esterilización de poblacionesenteras, la reducción de millones de personas a esclavos analfabetos— permanecieronreservadas a su entorno y a los medios dirigentes del partido2.

En el fundamento de la visión del mundo hitleriano se encontraba el "principio eterno de lalucha por la vida", una lucha a través de la cual la raza más fuerte supuestamenteafirmaba e imponía su voluntad. Para Hitler, la especie humana se componía de razas tanalejadas unas de otras como pueden serlo especies animales. Entre estas razas existíauna jerarquía verificada por la grandeza histórica, una jerarquía siempre frágil: únicamentela pureza de la sangre permitía conservar el rango. En virtud del desconocimiento de esas"lecciones eternas de la naturaleza", el pueblo alemán había entrado en decadencia. Unadecadencia que había comenzado en la creación del Reich bismarckiano y cuyossíntomas, además de la pérdida de los valores nacionales en beneficio de ideologíasdebilitantes como el liberalismo, la democracia y el marxismo, eran la propagación de lasenfermedades sexuales y hereditarias, y por último el "mestizaje" con razas inferiores.

Para arrancar a la raza alemana de la decadencia había que depurarla y hacer que semultiplicara. Desde comienzos de los años 20, Hitler habló de prohibir los matrimoniosentre alemanes y extranjeros, en particular los negros y los judíos. A esta lucha contra el"mestizaje" debían agregarse medidas de saneamiento radicales. Así como lo declaró aun mensuario americano en 1923, Alemania requería remedios violentos, tal vez incluso"amputaciones". Los sifilíticos, los alcohólicos, los criminales debían ser "aislados" eimposibilitados de reproducirse. Un único lema debía guiar la acción: "La preservación dela nación es más importante que la preservación de sus desventurados3”.

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Hitler repitió estas declaraciones en Mein Kampf, al hablar de tomar "las decisiones máspesadas y tajantes". Habría que llegar, "si es preciso, al despiadado aislamiento de losincurables, medida bárbara para quien tenga la desgracia de serlo, pero una bendiciónpara los contemporáneos y la posteridad". El futuro Estado racista prohibiría laprocreación a los individuos notoriamente enfermos o con taras hereditarias y les quitaríamaterialmente la facultad de reproducirse4. A cambio, alentaría el matrimonio y lanatalidad luchando contra los abortos y volviendo a honrar las familias numerosas.Finalmente, haría todo para realizar "ese bien supremo: una raza lograda según las reglasde la eugenesia5".

Esta reconstitución de la raza no era un fin en sí mismo sino un medio al servicio de unobjetivo: la grandeza y la potencia del pueblo alemán. Luego de haber restituido a lanación su unidad política, después de haber emprendido la obra de depuración racial,sería posible inicia, la conquista del espacio necesario para el mantenimiento de lanación. Según Hitler, el pueblo alemán tenía derecho a la expansión en virtud de ladesavenencia existente entre la importancia numérica de la población y la extensión delsuelo; un razonamiento vicioso puesto que el futuro régimen trataría de aumentar estapoblación por todos los medios. De este modo se apuntaba muy abiertamente, si no aldominio mundial, con seguridad al dominio europeo. Como lo escribió Hitler en la últimapágina de su libro: "Un Estado que, en una época de contaminación de las razas, velacelosamente por la conservación de los mejores elementos de la suya, un día debeconvertirse en el amo de la Tierra6".

Los judíos no podían estar ausentes de esta concepción racista. A la manera de ver deHitler, formaban una raza parásita que explotaba el trabajo de los pueblos entre los cualesse hallaban instalados; una raza por naturaleza destructiva, incapaz de construir su propioEstado; una raza cuya actividad en su totalidad tendía hacia la conquista de la dominaciónmundial. Puesto que, como supuestamente lo demostraban los Protocolos de los Sabiosde Sión, ese falso documento zarista por el que Hitler profesaba una creencia ciega, losjudíos se hallaban unidos entre sí por un plan de dominación universal que les hacíarecurrir a los medios más variados para lograr sus objetivos. La ideología de las Luces, elpacifismo, la democracia, todo era bueno para ellos para debilitar la voluntad nacional delos pueblos de quienes eran parásitos. Pero sus instrumentos más eficaces eran el capitalfinanciero y la agitación marxista. Gracias al primero internacionalizaban las economías ylas hacían pasar bajo su férula. Gracias al segundo dividían a los pueblos contra ellosmismos y los llevaban a una guerra intestina que aniquilaba su fuerza de resistencia. Deuna u otra manera eran los enemigos de toda verdadera independencia nacional.

Concepción delirante, que no quería saber nada de la diversidad de la diáspora judía y delos movimientos de sentido contrario que la recorrían; y sin embargo delirio coherente,organizado como estaba por la búsqueda obsesiva de un responsable último, de unprincipio del mal que explicaría la marcha del universo y esclarecería las desgracias deltiempo. Pero al mismo tiempo delirio muy poco original, muy poco personal. Hitler era elchato heredero de concepciones que circulaban desde hacía varios decenios en Europa.No obstante, si bien había construido su doctrina racista con fragmentos dispersos,también la había integrado en una visión del mundo que la dinamizaba singularmente yremodelaba algunos de sus aspectos. Encuadrado en el marco de su racismo, el"problema judío" constituía un problema entre otros, un problema cuya solucióncontribuiría a levantar y fortificar la nación. En realidad, empero, los judíos no se hallabanen el mismo plano que los enfermos mentales: estaban en el centro de la visión del

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mundo de Hitler. Para captar la especificidad de su antisemitismo es preciso considerar labase existencial que lo inspiró y le dio su textura: la experiencia de la guerra y la derrota.

Fue la derrota la que dio el impulso fundamental a la empresa hitleriana. En Mein Kampf,Hitler evocó el entusiasmo con que recibió el estallido de la guerra en agosto de 1914. Elcontraste con la ira extrema que se apoderó de él en el momento de la capitulación, a laque vivió como el producto de una traición de la retaguardia: a todo lo largo de su carreravería sobre los acontecimientos de noviembre de 1918 como sobre una referencia central,evocándolos siempre con una intensa carga emocional. Hitler remontaba su entrada en lapolítica a las “espantosas jornadas” de la revolución alemana. Ellas fueron las que lolanzaron "en busca de las causas del derrumbe alemán" y le hicieron ver la necesidad deun movimiento político cuyo objetivo debía ser "vencer la derrota7". Fueron ellas, porúltimo, las que le sirvieron de marco de reflexión para su acción futura y las quemoldearon disposiciones de ánimo duraderas.

Nunca se recalcará lo suficiente hasta qué punto la guerra y la derrota lo marcaron. Ellasle dieron la convicción de que había que reconquistar a los obreros para la nación, y quelas clases dirigentes habían fracasado. También dedujo de esto los principios estratégicosque más tarde lo guiaron. En su opinión, el error capital del Imperio alemán fue habercoaligado a las otras potencias europeas contra él, cuando su único aliado era un imperioaustrohúngaro en vías de descomposición. Sabio habría sido conciliarse con Inglaterra,abandonando una carrera naval que debía inquietarla y privilegiando, por lo menos demanera momentánea, la expansión continental sobre la colonial. En el futuro deberíahacerse todo lo posible para evitar la constitución de una coalición enemiga. Así, pues, la"nueva Alemania" necesitaría aliados, que serían Italia y Gran Bretaña. Para ganar a laprimera Hitler se declaró dispuesto, partir de los años 20, a renunciar al Tirol del Sur, y enmúltiples ocasiones afirmó su deseo de conseguir la alianza con la segunda. A todasluces desconocía la seriedad de la política inglesa de oposición a toda hegemoníacontinental. Una vez en el, poder, sin embargo, no dejaría de buscar con constancia,primero mediante la negociación, luego por la fuerza, que Londres se pusiera de acuerdocon él.

Pero la adquisición de aliados no era más que un medio que debía procurar la libertad deacción necesaria para avanzar hacia el objetivo, come resultado de guerras localizadas.La primera víctima de este sistema sería Francia, eterna enemiga de Alemania. Una vezasegurada su retaguardia, el Reich se lanzaría a la conquista de los vastos espacios delEste: allí encontraría con qué alimentar a su población y dejar sentada su posición depotencia mundial. La guerra relámpago localizada, ésa era la solución ideal que tenía encuenta los límites de la economía alemana y evitaría cargas demasiado pesarlas a lapoblación: también aquí, la lección de 1918 había sido entendida. Inversamente, deberíahacerse todo lo posible para evitar una guerra en dos frentes; Hitler estabaprofundamente persuadido de que una vez más esto sería fatal para Alemania.

Además, de su visión de la Gran Guerra y de la derrota extrajo resoluciones cuya fuerzase manifestaría a todo lo largo de su vida. La primera se desprendía de su convicción deque la guerra se había perdido en virtud de la debilidad del gobierno imperial, víctima deconsideraciones humanitarias superfluas, cuando no criminales. Habría que haberajustado cuentas con el marxismo desde los primeros días del conflicto, aprovechando elentusiasmo patriótico de los obreros. Tendrían que haber castigado duramente a lossaboteadores del esfuerzo de guerra y aplicado las penas más severas a la "canallatenebrosa” de los "criminales", "rufianes” y "desertores" que, a su parecer, luego dirigieron

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los acontecimientos de noviembre. Por último; tendrían que haber reprimido sinmiramientos a la propia revolución, sin perjuicio de fusilar a algunos miles de personas8.

De lo cual había inferido que "antes de vencer a los enemigos de afuera es preciso haberexterminado al enemigo de adentro; si no, desgraciado el pueblo cuyos esfuerzos no sonrecompensados desde el primer día por la victoria. Basta con que la sombra de una derrotapase sobre el pueblo que conservó elementos enemigos en su seno para que su fuerza deresistencia se vea quebrada, y el adversario de afuera venza definitivamente9”. De laexperiencia de 1918 extrajo otra resolución. Estaba convencido de que la capitulación habíasido una falta mayor, que la guerra habría podido ser ganada si a la cabeza del país se hubieraencontrado un hombre decidido a luchar hasta el fin, un hombre capaz de endurecer ygalvanizar la moral de la nación. Aunque desesperada, la lucha tendría que haber proseguido.Victoria o muerte, ése era uno de los lemas que le gustaban. A partir de 1939, comoveremos, repet iría hasta la saciedad que no se produciría una capitula ción.

Pero la derrota también tuvo un efecto traumático sobre su antisemitismo, dándole unavirulencia extraordinaria y magnificándolo en una obsesión central. Sin duda fue en Viena,antes de la guerra, cuando se convirtió, como él lo escribió, en un "antisemita fanático10". Perocabe pensar que se trataba de un antisemitismo ampliamente intelectual todavía, aunquedesde entonces reposara sobre una considerable base de resentimientos. De manerasignificativa, es en el pasaje de su libro donde relataba su reacción a los acontecimientosde noviembre de 1918 cuando empleó la palabra "odio": fue entonces cuando "nació en miel odio, el odio contra los autores de esos acontecimientos". Pasaje seguido algunas líneasmás adelante por esta conclusión: "Con el judío no hay lugar para pactos sino solo paradecisiones: ¡todo o nada! En cuanto a mi, yo decide hacer politica11”. Muy probablemente,en este momento el antisemitismo se transformó en él en una obsesión existencial,adquiriendo la carga de odio que luego lo caracterizó; y también en este momento adoptoun lugar central en su concepción del mundo, en virtud de la explicación que ofrecía parapensar la derrota.

Hitler interpretó esta derrota como el desenlace de una guerra conducidadespiadadamente por los judíos, una guerra tanto interior como exterior. En el extranjero,los judíos habían atizado el odio contra Alemania y empujado a todo el mundo al conflicto.Mientras tanto, en el interior del país, sus hermanos se habían adueñado del manejo de laeconomía y habían llamado a los obreros a la revolución; llegado el momento, pudierongolpear a Alemania por la espalda. Por lo tanto, eran los responsables de la derrota y de la"esclavitud" impuesta por el Tratado de Versalles. La lucha contra ellos sólo terminaría conla victoria total de uno de los adversarios.

De manera lógica, los judíos ocupaban un sitio mayor en su concepción de la políticaexterior. Los adversarios designados de antemano de la "nueva Alemania” eran la URSS yFrancia. En la primera, "el judío" reinaba como amo y señor desde que se había apoderadodel poder bajo la máscara del comunismo y había exterminado las viejas capas dirigentesde origen germánico. Como era incapaz de realizar un trabajo constructivo, el régimen quedominaba estaba "maduro para el derrumbe12"; una subestimación que duraría hasta elverano de 1941. En el segundo país reinaba el acuerdo entre las élites nacionales y losjudíos, encontrándose unos y otros en una hostilidad irreductible para con Alemania y en lavoluntad de reducirla a la esclavitud. En cambio, en los países que Hitler quería poraliados, la situación era diferente, aunque no garantizada. En Italia, Mussolini estabaconsiderado suficientemente firme en su puesto para poder defender los verdaderosintereses de su país contra las presiones de la "judería”. La situación no era tan buena en

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Inglaterra, donde, como en los Estados Unidos, la influencia judía era supuestamentefuerte. Desde el comienzo, Hitler estimaba que el resultado de sus futuros esfuerzos paraconquistar la alianza británica dependería de la lucha librada en Londres entre fuerzasnacionales y judías, y tenía una explicación lista para cada hipótesis.

Por consiguiente, se había iniciado una lucha a escala mundial entre la fuerza derenovación nacional, a cuya cabeza se había puesto Hitler, y una "judería internacional"encarnizada en la destrucción de Alemania. De aquí proviene la presencia en suantisemitismo de una vena casi internacionalista que se expresaba mediante el slogan:“¡Antisemitas de toso el mundo, uníos: 13”. De aquí proviene también la existencia de unavena misionera: Hitler se presentaba como el hombre que había recibido la tarea de librarla tierra del peligro judío14. A este adversario mundial iba a oponer un combate casireligioso, una "lucha de titanes" que debía desembocar en volver a enviar "a Lucifer aquien sube al asalto del cielo15".

Hecho esencial, tanto aquí como en todas sus declaraciones: el judío se erguía contra elorden del mundo; era el rebelde y el agresor, el que trataba de destruir a Alemania eincluso de exterminar a su población. Amenaza monstruosa contra a cual Hitler sóloreaccionaba: como le gustaba subrayar, su lucha era puramente defensiva, le era impuestapor la amenaza de aniquilación que los judíos hacían pesar sobre el pueblo alemán16.Puede reconocerse con facilidad ese rasgo de mentalidad presente en todos los universospolíticos, pero central en el universo de los nacionalistas de extrema derecha: lapercepción de sí mismos y de su acción como si respondieran a un complot o a unaamenaza diabólico. Una percepción que sería erróneo desconocer: a la manera de ver deHitler, las medidas adoptadas contra los judíos serían siempre medidas de autodefensa ode prevención, justificadas por una amenaza mortal. Es una representación que secorporizaba con toda su mentalidad. Como lo observó el filólogo Klemperer, susdeclaraciones revelan en forma permanente el entrelazamiento de una megalomaníacesariana y una angustia de persecución17.

Puede verse que el antisemitismo ocupaba un sitio singular en el racismo de Hitler.Doctrinariamente, el "problema judío" representaba un punto entre otros del programa dedepuración racial que pretendía suministrar a Alemania una vez conquistado el poder, deeste modo, aquél era susceptible de una solución fría y racional. Por otro lado, estabaanclado en el corazón de su proyecto de conquista y dominación. A través de lainterpretación dada al traumatismo de la derrota, el judío había sido elevado al rango deadversario último; se había convertido en una figura ligada fundamentalmente al destino desu proyecto, a su éxito o a su fracaso. De este modo, el "problema judío" estabacondenado a acompañar a Hitler a todo lo largo de su empresa y a padecer suscontragolpes apasionados.

Pero, ¿qué destino preveía para los judíos? ¿Había establecido acaso el principio de suexterminio? En el nivel de los objetivos confesados, nada permite afirmarlo. En 1919expuso la necesidad de un antisemitismo razonado, fundado sobre el reconocimiento del"problema judío" como problema racial, de preferencia a un antisemitismo de sentimientoque sólo podía conducir al pogrom. Proponía combatir a los judíos mediante medidaslegales y metódicas, que los harían caer bajo el peso de la legislación aplicable a losextranjeros, debiendo ser el objetivo último su alejamiento del país18. El programa defebrero de 1920 del partido nazi preveía medidas que iban en el mismo sentido, sinreclamar la expulsión de todos los judíos. La ciudadanía estaría reservada a los alemanesde raza; los judíos estarían excluidos de los empleos públicos y de la prensa, pero

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únicamente aquellos que habían inmigrado a Alemania después del 2 de agosto de 1914deberían ser expulsados. Sin embargo, el punto 7 sostenía que era deber del Estado, "encaso de necesidad”, proceder a la expulsión de todos los extranjeros.

En la propaganda llevada a cabo por Hitler en los años siguientes se encuentran talesreivindicaciones, con las mismas variantes. A veces sólo se trataba de expulsar a losjudíos llegados recientemente de la Europa del Este (los Ostjuden) y de prohibir todanueva inmigración19 . Con mayor frecuencia, lo que se reclamaba era la expulsión de todoslos judíos, habitualmente en la forma de slogan: "Afuera los judíos". En diciembre de 1928Hitler declaraba, como ya lo había hecho antes, que sólo debían ser tolerados en Alemania"como extranjeros20”. Esta claro que se trataba del limite extremo donde situaba suliberalidad: en el mejor de los casos, los judíos tendrían un status precario, pero ¿durantecuanto tiempo? Resulta difícil hacerse una imagen segura y completa de sus intenciones,teniendo en cuenta el estado de las fuentes. No obstante, es justificado afirmar que, unavez en el poder, estaba decidido a aplicar cierta cantidad de medidas. Los judíos seríanexcluidos de los empleos públicos y de todos los puestos que les dieran una influenciasobre la vida nacional; llegado el momento, deberían desaparecer del territorio alemán,probablemente después de haber sido despojados de sus bienes21 . Sea como fuere, escierto que Hitler experimentaba visiblemente cierto trabajo en establecer un programa.Mientras que en Mein Kampf desplegaba sus puntos de vista sobre política exterior ydetallaba sus medios y sus etapas, no decía ni una palabra acerca de las medidas que,una vez en el poder, aplicaría a los judíos, sin embargo un adversario central, y designadocomo tal a todo lo largo de la obra. Un primer elemento de respuesta se encuentra en elhecho de que los judíos precisamente ocupaban en su visión un sido demasiado central eintenso emocionalmente para convenirse en objeto de un programa. Un segundo elementode respuesta radica en la índole del problema judío, que era el de no ser solamente unproblema alemán. Así como lo declaró en Rauschning a comienzos de los años 30:"Aunque hayamos echado al judío de Alemania, siempre seguirá siendo nuestro enemigomundial22”.

De resultas de esto podía surgir una tensión, cuando no una contradicción, entre la políticade alejamiento de los judíos, que debía resolver el problema en Alemania, y la política queexigía la lucha contra un enemigo mundial. Si la lucha llevada a cabo contra los judíos enAlemania desencadenaba la hostilidad de sus hermanos en el mundo entero —y Hitlerestaba convencido de antemano de esto— para él era impensable no responder al desafío:¿qué mejor respuesta entonces esta idea utilizarlos como rehenes? Por primera vezexpresó esta idea a fines de 1922. Después de la llegada al poder, los judíos deberían serconservados como rehenes durante todo el tiempo que no se hubieran firmado tratados deseguridad con los Estados extranjeros: en otras palabras, durante todo el tiempo que noestuviera garantizada la posición internacional del nuevo régimen23. Su comportamiento,así como sus declaraciones posteriores, iban a mostrar que esta concepción teníaprofundas raíces en su espíritu.

Así, pues, el alejamiento de los judíos sería puesto en la balanza con la necesidad deconservarlos corno rehenes, por lo menos por un tiempo. A largo plazo, sin embargo, éstaes la primera política que supuestamente debía ser realizada. Pero Hitler no podíaconformarse lisa y llanamente con esto: era necesario que ocurriera una solución mundialpara anular sus inconvenientes y tornar finalmente inofensivo el peligro judío. La soluciónsionista no podía ser de su agrado, aunque llegó a decir que el lugar de los judíos estabaen Palestina más que en Alemania. Dudaba de que los judíos tuvieran seriamente laintención de reunirse en un mismo Estado; más bien, su objetivo era realmente crear una

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central mundial que les garantizaría una protección estatal. ¿Qué solución había entonces?Según las memorias de uno de sus antiguos íntimos, en 1931 había declarado, que elpoder mundial de la judería sólo podría ser quebrado mediante la deportación de todos losjudíos a un Estado judío; pero para ello se necesitaría la cooperación de todos los paísesdel mundo, lo cual no sería cosa sencilla24. Vemos cómo despunta aquí la idea de unareserva judía, la concentración de los judíos en un territorio puesto bajo vigilancia.Reducidos a discreción, dejarían de ser un peligro para el planeta.

En todo esto el exterminio está ausente. No obstante, es concebible que éste hayaconstituido un objetivo que no podía ser proclamado. Según un testimonio reveladodespués de la guerra: Hitler habría declarado en 1922, durante una conversación privada,que una vez en el poder haría colgar a todos los judíos de Alemania en las plazas y allí losdejaría pudrirse25. Ninguna otra fuente confirma esta declaración que, en la medida enque fue dicha, se relaciona más con un fantasma de matanza que con un programa. A faltade elementos de prueba directos, nos queda la exploración de los senderos indirectos. Lavisión del mundo de Hitler, al igual que su vocabulario, tenía implicaciones que deben sertenidas en cuenta.

Hemos visto que Hitler interpretaba su lucha contra los judíos como un combate por lasalvación del mundo, como una lucha a muerte que sólo podía terminar con ladesaparición de uno de los dos adversarios. En muchas ocasiones subrayó también queesta lucha sería violenta. Al evocar la empresa judía de dominación del mundo escribió queningún pueblo "puede separar esta mano de su garganta salvo mediante la espada", locual no podía producirse "sin efusión de sangre26". Cuando hablaba de los judíos por locomún prorrumpía en imprecaciones y de buena gana recurría al lenguaje de ladestrucción: el enemigo debía ser despiadadamente golpeado y aniquilado". Por otra parte,constantemente utilizaba un vocabulario que los deshumanizaba y debía hacer llegar a laconclusión de su exterminación física. Microbios, parásitos, sanguijuelas, arañas: otrostantos seres nocivos o repugnantes de los que el hombre se desembaraza con alivio.Cuando menos, debe decirse que un discurso como éste aprisiona a quien lo utiliza ytermina por moldear comportamientos acordes.

Por otro lado, este discurso no tenía nada de personal; pertenecía a una tradiciónantisemita que por otra parte no era propiamente alemana: en la Francia del caso Dreyfus,la misma comparación con la chusma traía aparejadas llamadas a la matanza totalmenteexplícitas28. Por añadidura, Hitler empleaba a menudo el termino “judíos” de maneraindistinta, aplicándolo a todos sus enemigos, en particular a los marxistas, de manera queno siempre es fiel determinar a quién se dirigían exactamente sus amenazas: ¿a lacomunidad judía concreta o a la amalgama de sus adversarios políticos?

No obstante, es cierto que la figura del adversario judío suscitaba en él un odioconsiderable, y que la matanza estaba inscripta de forma permanente en su horizontemental. Pese a ello, a mi juicio es abusivo deducir que se había fijado como objetivoincondicional exterminar a los judíos, salvo que —sin más trámite— de una potencialidadhomicida infiramos una intencionalidad homicida29 . Al mismo tiempo, nos cerraríamos laposibilidad de captar un aspecto crucial del problema. Puesto que esta potencialidadhomicida, tan presente y sin embargo en cierta medida indeterminada en su blanco y suamplitud, parece acercarse a una intención en un caso muy puntual.

Ya hemos subrayado el odio intenso que exhalan las palabras de Hitler cuando se hablade 1918. Ahora bien precisamente es en los pasajes en que evocaba la revolución de

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noviembre donde expresó de la manera más concreta, y con la mayor fuerza emocional, sudeseo de un ajuste de cuentas sangriento con los judíos. Así, después de habermencionado el entusiasmo de los obreros alemanes en el verano de 1914 y su alejamientode los dirigentes marxistas, escribía: "Hubiera sido el momento de tomar medidas contratoda la bribona asociación de esos judíos envenenadores del pueblo. Era entoncescuando, sin vacilar, tendrían que haberlos procesado sin el menor miramiento por los gritosy lamentaciones que hubieran podido elevarse. (...) Mientras que los mejores caían en elfrente, por lo menos en la retaguardia hubieran podido ocuparse de destruir a la chusma30.

De igual modo, más adelante, siempre a propósito de la influencia nefasta de los dirigentesmarxistas, que a su manera de ver habrían sido todos judíos: "Si al comienzo y durante eltranscurso de la guerra hubieran tenido una sola vez doce o quince mil de esos hebreoscorruptores del pueblo bajo los gases envenenados que centenares de miles de nuestrosmejores trabajadores alemanes de todo origen y de toda profesión debieron padecer en elfrente, el sacrificio de millones de hombres no hubiera sido en vano. Por el contrario, si sehubieran librado a tiempo de esos doce mil bribones, tal vez hubieran salvado la existenciade un millón de buenos y valientes alemanes llenos de futuro31”.

Regularmente se evocan estos paisajes para apuntalar la existencia de una voluntad deexterminio, lo cual, a mi juicio, abusa en demasía del texto y sobre todo desconoce susignificación. Como ha sido dicho, Hitler había extraído de experiencia la convicción de queen el futuro la nación debería ser depurada antes de cualquier guerra. Pero en los pasajesque se acaban de citar él se ubica en otra perspectiva, puesto que vuelve sobre la guerrapasada para evocar aquello que, a pesar de todo, habría podido hacerse. Al escribirdespués de la derrota, retrospectivamente atribuía un doble valor a la medida expeditivacuya aplicación hubiera deseado. Un valor propiciatorio, ya que una medida de este tipo, altraducir una voluntad de guerra a ultranza, "tal vez habría permitido la victoria, salvando asíla vida de muchos soldados alemanes". Un valor de venganza, y esto es lo másimpactante: la muerte de millares de judíos, aunque no hubiera podido cambiar el resultadode la guerra, a pesar de todo habría estado plenamente justificada por cuanto vengaba lamuerte de los alemanes caídos en el frente.

Al hacer tal asociación entre una guerra larga que costaba sangre alemana y amenazabaterminar con una derrota, y la ejecución de cierta cantidad de judíos, ¿no hacía Hitler sinoreinterpretar el pasado en la rabia o acaso también se daba soluciones para el porvenir?En la medida en que es cierto que encaraba el porvenir con conclusiones extraídas de unavez por todas de la guerra y la derrota, también habría que ver en estas palabras unaresolución aplicable para el caso en que se reprodujera la misma situación. Esto se veconfirmado por la siguiente declaración, que habría hecho en 1931, según una fuente cuyaautenticidad, a decir verdad, está sujeta a caución: "Hemos aprendido mucho de la últimaguerra, y en el futuro extraeremos de esto las consecuencias. (Aquí Hitler se encolerizabruscamente y continúa con vehemencia) En caso de que nuestra actitud legítima no fueracomprendida y el conflicto armado tuviera lugar a causa de la judería mundial, que una vezmas querría hacia atrás la rueda de la Historia... entonces serán aplastados32".

Podría sostenerse así —y esta hipótesis será sometida a verificación en los siguientescapítulos— que en su actitud para con los judíos la potencialidad se elevaba al plano de laintención homicida, y tal vez incluso de la intención de exterminio —aunque sea imposiblehacer una inferencia cierta en este punto—, en un solo caso: el retorno de una guerralarga, de una guerra mundial. Tal situación señalaría el fracaso de toda su estrategia, larealización de su proyecto mediante guerras relámpago. Además, haría presagiar una

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nueva victoria de los judíos, que ya habían sido los vencedores de la Gran Guerra. En estecaso se prometía tomar medidas radicales contra aquellos a quienes consideraba susadversarios últimos.

Medidas que señalarían su voluntad de proseguir la lucha hasta la victoria o elaniquilamiento, que harían expiar la sangre alemana derramada, que vengarían poranticipado la derrota que muy probablemente costaría a Alemania una nueva lucha contrauna coalición mundial.

Al mismo tiempo encontramos la tensión, cuando no la contradicción virtual ya señalada.Ya se trate del territorio alemán o del futuro Gran Reich, la partida de los judíos eraimperativa, ya que representaban un peligro mayor para la pureza racial y la cohesiónnacional. Así, pues, había que alejarlos rápidamente, de ser posible antes del estallido deun conflicto, de ser posible encontrando una solución internacional como la de una reserva,que los tomaría inofensivos. Por otro lado, su presencia en la esfera alemana garantizaríaa Hitler que tendría un medio de presión sobre la "judería internacional" para franquear losdifíciles primeros tiempos; y también que tendría .a mano un objeto de venganza en casode fracaso de su proyecto global. En la medida en que puede juzgarse, ninguno de estosdos aspectos tenía prioridad: ambos coexistían en su ánimo, formando una ambivalenciapropiamente dicha, cuya raíz era la voluntad obsesiva de luchar contra un adversariosupuestamente mundial.

Probablemente, esta ambivalencia contribuyó a dificultarle la formulación de un programa.Hitler no había conocido esta dificultad a propósito de la conquista del espacio vital, objetomental mejor mantenido a distancia. Pero respecto de los judíos permanecía en unconjunto ampliamente irreflexivo de orientaciones y resoluciones, que podrían dar lugar atironeos cuando se tratara de llevar adelante una política. El espacio vital y el "problemajudío", sin embargo, eran indisociables uno del otro, al tiempo que mantenían una relaciónque podía variar. Ya que la conquista del espacio vital era el objetivo esencial, la luchacontra el peligro judío no debía ser llevada hasta ponerlo en peligro: una vez conquistadala dominación, los judíos serían reducidos a discreción. Pero si la conquista del espaciovital llegaba a fracasar, la lucha radical contra los judíos podría convertirse en el objetivofundamental, reemplazar al otro para vengar su fracaso.

Lo más impactante es que, desde el comienzo, Hitler parece haber considerado su fracasoy detenido su actitud. Incluso antes de estar en el poder rumiaba resoluciones extraídas desu experiencia de 1914-1918: no habría una nueva revolución; no habría una nuevacapitulación; por último, los judíos pagarían caro una nueva oposición a la marcha delReich hacia la dominación. Teniendo en cuenta su personalidad y la lógica fantasmática desu antisemitismo, a mi juicio es improbable que haya alimentado un programa deexterminio que debía realizarse en todos los casos, inclusive después de una eventualvictoria. El éxito de su proyecto demostraría que los judíos, al fin y al cabo, no eran tanpoderosos como había podido imaginarlo: su instalación en una reserva bajo vigilanciasería suficiente; ellos serían la ilustración de su triunfo. En cambio, su naturaleza satánicasería confirmada en caso de fracaso; entonces reaccionaría de manera tanto más radicalcuanto mayor fuera su sentimiento de una amenaza, de un fin más desastroso de suempresa.

Subrayemos que Hitler no era excepcional en esta manera de pensar. La idea de tratar alos judíos como rehenes y de ejercer represalias sobre ellos tanto más duras cuanto másgrave fuera la situación parece haber sido extendida en la extrema derecha alemana de

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posguerra, aunque falte proceder a su estudio de manera sistemática. Para hombrespersuadidos de la existencia de una "judería mundial" iba de suyo que la población judía enel futuro debería soportar las consecuencias de todo cuanto atentara contra la patria, o loshombres que pretendían encarnarla. Así, Goebbels amenazaba el 19 de setiembre de1930 con desencadenar un pogrom si un dirigente nazi era objeto de un atentado. El 21 demarzo de 1933, poco después de la llegada al poder, un diario de Leipzig dirigía estaadvertencia: "¡Si una bala fuera a tocar a nuestro jefe bienamado, todos los judíos enAlemania serían puestos inmediatamente contra el paredón .y de ello resultaría un baño desangre que en su amplitud superaría todo cuanto nunca jamás vio el mundo33!". En lamisma época. otros nazis hablaban de exterminar a los judíos alemanes si los francesespasaban la frontera; o anunciaban, en términos más generales, que si un ejércitoextranjero fuera a pisar el suelo alemán, tendría que marchar sobre los cadáveres de losjudíos 34.

Sin duda, Hitler era excepcional por la intensidad patológica de su antisemitismo. No porello sus obsesiones y actitudes dejaban .de tener repercusión en el universo mental decierta cantidad de hombres que, como él, habían transferido a la acción política losmétodos de la guerra y extraído del traumatismo de la derrota un imaginario de violenciaapocalíptica, cuyos blancos privilegiados eran los judíos. Cabe preguntarse si; en losumbrales del Tercer Reich, esos hombres no encaraban el porvenir firmementeconvencidos por lo menos de algo: una nueva derrota no se produciría sin que esto costarahorriblemente a los judíos.

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NOTAS

Capítulo 1. El antisemitismo hitleriano

1. Detlef Grieswelle. Hirlers Rhetorik in der Weimarer Zeit, Saarbrück. 1969. pags356-358

2. Vease Herrmann Rauchning. Hitler m'a dit, Paris, Cooperátion, 1939, págs. 57.59, 159-160. Con muchos otros historiadores, considero el testimonio deRauchning como admisible a grandes rasgos. Acerca de los aspectos políticosy sociales de la ideología hitleriana, véase Rainer Zitelmann, HitlerSelbstverständnis eines Revolutionärs, Hamburgo, Berg, 1987.

3. Adolf Hitler, Särntliche Aufzeichnungen, 1905-1924, editado por E. Jaeckel y A.Kuhn, Stuttgart, Deutsche Verlags-Anstalt 1980, Nº 578, pág. 1925-104

4. Adolf Hitler, Mon comba, París, Nouvelles Editions Latines, s.d. (1934), pags254, 402.

5. Ibid., págs. 250 y sig.; pág.:. 402-404.6. Ibid, pag. 689.7. Ibid, pág. 225. Para la influencia de la Gran Guerra sobre: Hitler, véase

Rudolph Binion, Hitler Among the Germans, Nueva York, Elsevier, 1976, veasetambién su enriquecedor artículo “Der Jude in weg MachtpolitischeAuswirkungen des hitlerschen Rassengedankens", in Die deutsche Frage im19, und 20. Jahrhundert, bajo la dirección de J. Becker y A. Hillgruber, Munich,Vögel, 1983, págs. 347-372.

8. Sämtliche Aufzeichnungen, op. cit, Nº 566, pág. 1003; Mon combat, op. Cit.,págs. 169-170, 517-518, 677.

9. Mon combat, op. cit., pág. 680.10. Ibid, pág. 71.11. Ibid., pág. 205.12. Ibid, pag. 653.13. Sämtliche Aufzeichnungen, op. Cit., Nº 103, pag. 138; Nº 109, pág. 148; Nº

113, pag 153.14. lbid., Nº 388, pág. 644. Esto aspectos ya fueron subrayados por Jäckel (Hitler

idéologue, op. cit., pág. 71).15. Mon combat, op cit., pág. 660.16. Véase por ejemplo Sämtliche Aufzeichnungen, op. cit, Nº 173, pág. 276. Mon

combat, op. cit., pág. 324.17. Víctor Klemperer, LTI, Leipkig, Reclam. 1966 (1a. ed. 1946), pág. 71.18. “Sein letztes Ziel aber muss unverrückbar die Entfernung der. Juden

überhaupt sein”, Sämtliche Aufzeichnungen, op. cit., Nº 61, págs. 89-90.19. Por ejemplo, Ibid, N° 91, pág. 120; N° 98, pag 128.20. “(…) absolut nur als Gäste”, BAK, NS 24/55, discurso del 7 de diciembre de

1928, pág. 33.21. Esto es lo que reclamo el 18 de setiembre de 1922 (Sämtliche

Aufzeichnungen, op. Cit., Nº 405, pag 690).22. Rauschning, Hitler m'a dit, op. cit, pág. 264.23. Sämtliche Aufzeichnungen, op. Cit., Nº421, pag. 727 (13 de noviembre de

1922).24. Hitler – Memoirs of a Confidant, editado por H. A. Turner, Jr., New Haven y

Londres, Yale University Press, 1985. pág. 186.25. William Carr, Hitler. A Study in Personatlity and Politics, Londres, Edward

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Arnold, 1978, pag 177, nota 25.26. Mon Combat, op. Cit., pag 64927. Tenemos una ilustración ejemplar de esto en un discurso pronunciado por

Hitler el 29 de abril de 1937, vease Es sprieht der Führer, Siebenexemplarische Hitler-Reden, editado por H. von Kotze y H. Krausnick,Gütersloh 1966, págs. 147-148.

28. Vease Stephen Wilson, Ideology and Experience, Antisemitism in France at theTime of the Dreyfus Affair, Londres, Associated University Press, 1982.

29. A mi juicio, esta es la critica que suscita la obra de Jäckel, HItler ideologue, op.Cit.

30. Mon Combat. Op. Cit., pag 170.31. Ibid., op. cit, págs. 677-676.32. Hitler sans masque. Entretiens Hitler-Breiting, editado por E. Calic, Paris,

Stock, 1969, pag.82. Acerca de esta obra y su editor, vease Reichstagsbrand.Aufkärung einer historischen Legende, bajo la dirección de U. Backes et alii,Munich, Piper, 1986.

33. Para la ultima cita, vease Le Ille Reich et les Juifs, editado por el comité para ladefense de los derechos de los judíos, Amberes, 1933, pag 94. para los otrosejemplos, vease Die Steññing fer NSDAP sur Judenfrage, editado por elCentralvereln deutscher Staatsbürger judischen Glaubens, Berlin. S. d. sinpaginar.

34. Pasaje de un articulo del Judenkenner (Berlin), del 27 de octubre de 1935,citado por Hans-Günther Adler, Der verwaltete Mersch, Tübingen, Mohr, 1975,pag. 50. Acerca del tema, vease también Herbert A. Strauss, “Hosteges ofWorld ferry: on the origins of the idea of genocida in german history” Holocaustand Genocida Studies, 1988/2. pags 125-136.

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CONCLUSION

Desde hace medio siglo, la Solución final pesa sobre la conciencia europea. Ya se tratede negarla, conmemorarla o apreciar su singularidad, sigue excitando los ánimos ysobrecogiendo los corazones1. También sigue concitando la atención del historiador,enfrentado a la doble tarea de reconstituir el acontecimiento en sus múltiples dimensionesy comprender su naturaleza. Para la primera de éstas bastan los medios del oficio,aunque, teniendo en cuenta el estado de las fuentes, las diferentes reconstituciones nopuedan invocar más que un grado más o menos grande de coherencia y verosimilitud.Para la segunda, en cambio, los medios de la reflexión parecen desesperadamentecortos: el acontecimiento sigue siendo en buena parte enigmático por su masividad yheterogeneidad. Como lo escribió Saúl Friedländer, "la parálisis del historiador provienede la simultaneidad e interacción de fenómenos totalmente heterogéneos: fanatismomesiánico y estructuras burocráticas, impulsiones patológicas y decretos administrativos,actitudes arcaicas y sociedad industrial avanzada”2

La matanza de los judíos europeos fue una empresa a la que innumerables personas através de Europa aportaron su contribución. Del celo a la complicidad, del asentimiento ala pasividad, todo sirvió para su realización. Una vez lanzada, la máquina funcionó comopor inercia: en gran parte se trató de un crimen de burócratas. Cada uno ejecutó su tareaconcentrándose en el segmento de la cadena que le concernía, una cadena en cuyoextremo se administraba la muerte. Pero si en su realización, directa o indirectamente, laSolución final fue un asunto anónimo, frío y segmentado, un hombre, en cambio, animadode la más intensa de las convicciones, desempeño un papel irremplazable para queocurriera y se mantuviera su impulso. En materia de exterminio, Hitler tenía la últimapalabra, era el motor final.

En mayo de 1942, Greiser escribió a Himmler para informarle que el exterminio de losjudíos del Wartheland estaba-en vías de culminación; ahora quería hacer padecer lamisma suerte unos 30.000 polacos enfermos de tuberculosis. El ayudante de Himmler lerespondió el 14 de mayo de 1942 que su proposición había sido sometida a Heydrich,pero que la decisión final sólo podía ser tomada por el Führei3. Sería sorprendente quehaya ocurrido algo distinto para millones de judíos.

Si Hitler hubiese muerto en el verano de 1941, ¿hubiera ocurrido la Solución final?Ausente él, probablemente se hubiera carecido del impulso decisivo. Los judíos hubieransufrido en una Europa dirigida por Goering, Goebbels o Himmler. La política desegregación habría proseguido, se hubieran cometido violencias, acaso violenciasmasivas. Para llegar al genocidio, empero, hacía falta el impulso de Hitler, un impulso quevenía de lejos. Hitler no tropezó con el exterminio por accidente; tampoco optó por élcomo último recurso, porque las otras soluciones habían fracasado. Pero tampocoexterminó a los judíos para realizar un programa que se había juramentado realizar encualquier caso.

Su antisemitismo le había suministrado orientaciones y resoluciones a la vez, cuyoconjunto constituía menos que un programa pero más que una simple obsesión. Estoselementos bastaron para inspirar y guiar su acción, aunque no carecieran de ciertavaguedad, aunque llevaran en sí dilemas y conflictos de prioridades. Desde fines de losaños 30, en todo caso, dos líneas de pensamiento coexistieron en su animo ydeterminaron su actitud caso de victoria, una venganza radical si las cosas se echaban a

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perder. Entre estas políticas que apuntaban ambas a librar a Europa de los judíos, conseguridad no había una oposición tajante; una se inscribía en la prolongación de la otra.La concentración en una reserva habría acarreado una disminución considerable de lapoblación judía. No obstante, en esto los judíos habrían compartido el destino de laspoblaciones eslavas de Europa oriental, a quienes el desplazamiento en dirección a laSiberia hubiera costado millones de muertos. El exterminio era otro método para hacerdesaparecer a los judíos de Europa. Pero entre uno y otro existía un umbral: parafranquearlo, Hitler necesitó la coincidencia de una situación temida desde siempre, ytambién el sentimiento de que la empresa era realizable.

En el otoño de 1948, en el pináculo de sus éxitos, estaba dispuesto a enviar a los judíosde Europa a ultramar. Mientras preparaba la campaña de Rusia, seguro de su victoria, nohizo nada contra ellos. Al adoptar la campaña un giro inesperado, percibió el peligro quese perfilaba con la acuidad que le venía de una larga preparación mental: hablando conpropiedad, era el hombre de esta situación. Lejos de mostrar una radicalización, su actitudfue de una espantosa determinación: era la de un hombre que siempre había meditado ensu fracaso y tomado sus resoluciones en consecuencia.

Pero si Hitler estaba resuelto desde hacía mucho tiempo, si no tenia ninguna necesidadde radicalizar su resolución, en cambio debía actualizarla, determinar a partir de quepunto las cosas realmente tomaban mal aspecto. Los judíos soviéticos fueron las víctimasde la rabia que ascendió en él mientras buscaba su camino, alentado por la vibraciónmortífera que percibía en buena parte de su régimen. En cierto momento, muyprobablemente en setiembre, pegó el salto: la constelación familiar de una nueva guerralarga había penetrado su espíritu. Con esta decisión reasumió la iniciativa que sentía se leescapaba en el terreno militar. Enfrentado con el probable fracaso de su empresa dedominación, cortaba los puentes decidiendo destruir a los responsables de su fracaso; seobstinaría en la lucha militar y en la matanza de inocentes hasta dejar a Alemaniareducida a ruinas.

A comienzos del otoño de 1941, la aparición de la guerra larga lo había decidido a dar elsalto; únicamente la llegada de la guerra total permitiría que su decisión fuera ejecutada.En todo el aparato del régimen, hombres que, en otras circunstancias, ellos mismos nohabrían llevado a cabo o tolerado semejante empresa, la realizaron con celo, opermitieron que se realizara. El ejército había dado el ejemplo: enfrentado a la resistenciadespiadada del enemigo soviético, adoptó una actitud que contribuyó a la aceleración dela matanza. En la retaguardia, los padecimientos experimentados por la población civiliban a embotar la sensibilidad común, mientras que el dominio del poder se haría másopresivo. Las Iglesias, que habían protestado contra la operación de "eutanasia", secallaron ante la deportación de los judíos.

Al prolongarse, la guerra no sólo endureció los elementos ideológicos, ante todo elanticomunismo, que las élites alemanas compartían con el núcleo del régimen. No sólofortificó un poco en todas partes esta indiferencia moral que fue, tal vez, el auxiliar máseficaz de la Solución final. También radicalizó entre los nazis convencidos una venaideológica que Hitler supo hacer resurgir a la perfección, y que serviría para endurecer suvoluntad y justificar su acción. Los alemanes iban a derramar su sangre; los judíos, encambio, posiblemente sobrevivieran a la guerra y fueran sus vencedores. Hemos vistoque esta representación se hallaba en el corazón de la visión de Hitler, ella animaba suvenganza. Así lo declaraba en un discurso, en Berlín, el 30 de enero de 1942,inmediatamente después de haber recordado su profecía: "Por primera vez, los otros no

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serán los únicos que derramen su sangre; esta vuelta, por primera vez, será aplicada lavieja ley judía: ojo por ojo, diente por diente”4

Una vez más, Hitler era el hombre de la situación. El incitaba y exaltaba en voluntad deexterminio el fondo de odio mortífero que abrasaba a sus compañeros de partido; un odioque, librado a su mismo, probablemente no hubiera pasado de la etapa de pogrom. Ya el18 de agosto de 1941, Goebbels se indignaba de que los alemanes no sólo tuvieran quehacer la guerra sino que también debieran alimentar a los judíos "que no esperan másque nuestra derrota". El 26 de agosto observaba que en este período en que Alemanialuchaba por su vida, él sabría impedir que los judíos aprovecharan la guerra o fueranperdonados por ellas. El 16 de diciembre de 1941, cuando Frank enteró a suscolaboradores de la decisión de matar a los judíos, declaró que en cuanto "viejonacionalsocialista" tenía que decir lo siguiente: si los judíos sobrevivían a la guerramientras los alemanes habrían sacrificado su "mejor sangre", entonces esta guerra nohabría representado más que un éxito parcial6. Aquí, Frank encaraba la hipótesis de unavictoria final alemana: cuánto más se imponía la matanza si la perspectiva era la de unaderrota. Varios escalones por debajo, el asistente de Eichmann, Frank Novak, declaró ensu proceso que la justificación para la muerte de los judíos había sido que innumerablesalemanes iban a morir por la guerra, mientras que los judíos la atravesarían indemnes7.

Esta representación venía en línea recta de la experiencia de 1918, de los estereotipos ylas actitudes que el traumatismo de la derrota había anclado en la extrema derechaalemana. Pueblo de cobardes, los judíos no hacían la guerra; pueblo de aprovechadores,llevaban a los otros a matarse entre ellos para asegurar su dominación; pueblo satánico,habían ligado al mundo entero contra Alemania y jurado el exterminio del pueblo alemán.La fuerza destructiva que implicaba esta visión era redoblada por el biologismo de losnazis, que les hacía conceder tal importancia a la sangre alemana, a su preservación, asu crecimiento. La pulsión arcaica de la sangre que gritaba venganza encontraba unrelevo moderno en su ideología racista.

El exterminio golpeaba a los judíos porque ellos encarnaban todo cuanto era execrable ypeligroso: el liberalismo y la democracia, el materialismo y el hedonismo, sin olvidar elmarxismo, que provocaba las reacciones más virulentas. Par lo tanto, es abusivo dar alantibolchevismo, más que al antisemitismo, el papel motor en la Solución final8. Porcierto, el odio de los nazis al comunismo, la identificación que hacían entre éste y eljudaísmo, explican la brutalidad de su acción en las primeras semanas de la campaña deRusia, así como la radicalización de esta brutalidad cuando los combates adoptaron ungiro inesperado. Pero la prolongación de la guerra en el Este, por sí sola, no desembocóen el exterminio de los judíos europeos. El factor americano fue igualmente decisivo: lasdificultades experimentadas en el Este reforzaban la probabilidad de una intervención delos Estados Unidos en la guerra, y la de una derrota del Reich en un plazo más o menoslargo.

En el verano de 1941, con el acercamiento en curso entre la Unión Soviética y losanglosajones, Hitler se veía enfrentado a una coalición mundial, que inmediatamenteatribuyó a la acción de los judíos. El exterminio de aquellos a quienes podía alcanzar fueentonces mucho más que el producto de su antibolchevismo. Fue el fruto monstruoso desu odio contra un enemigo mundial, que había adoptado los rostros opuestos delcapitalismo y el bolchevismo y que, ahora, dejaba caer la máscara para revelarse en suunidad diabólica. De este modo, los judíos europeos encontraron un destino que era el deuna tragedia inexorable. Europa sólo podía ser salvada del yugo nazi mediante la

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resistencia soviética y la intervención americana; pero la internacionalización del conflictoacarreaba la condena a muerte de los judíos europeos. La liberación de Europa se pagócon la vida de los judíos.

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NOTAS

Conclusión

1. Véame sobre todo Pierre Vidal-Naquer, Les Assassins de la memoire, Paris, LaDécouverte, 1987,1st der Nationalsozialismus Geschichte?, bajo la dirección deDan Diner, Francfort, Fisches, 1987; Charles S. Maier, The Unmasterable Past:History, Holocaust and German National Identity, Cambridge University Press,1988.

2. Saul Friedländer, “From Artrisemitism to Extermination”, Yad Vashem Studies,XVI, 1984, pág. 50.

3. "Der letzte Entscheind muss ja in dieser Angelegenheit vons Führergefälltwerden” (Trials of War Criminal?, Case1, No 248).

4. Der grossdeutscheFreiheitskampf, op. cit., L 3, pág. 284.5. Diario de Goebbels, BAK, NL 118/90, 18 de agosto de 1941, pág. 12; 26 de

agosto de 1941, pág. 10.6. Das Diensttagebuch des deutchen Generalgouverneurs, op. cit., 16 de diciembre

de 1941, pág. 457.7. Rosenkranz, op. cit., pág. 290.8. Aunque en otros aspectos todo los separe, autores como Note y Mayer se unen

en la importancia que conceden al antibolchevismo en la génesis de la Soluciónfinal (Emst Nolte, Der europäische Bürgerkrieg 1917.1945, Francfort, Psopyläen,1987; Arno Mayer, op. Cit.)

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