Introducción El hombre nacido en Dazig

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9 PRESENTACIÓN Y COMIENZO FORMAL Van, vienen y son innumerables las tardes que he consu- mido sopesando si tiene sentido relatar historias íntimas que, en apariencia, sólo importan a quien las relata. Si en vez de cavilar y dudar me hubiera dedicado a escribir ya habría terminado una enciclopedia sobre las mariposas o acerca de los animales capaces de usar zapatos. Un hom- bre es su propio asunto y no puede escapar de sí mismo por más que ponga atención en otros seres humanos. Los demás seres humanos se tornan fantasmas o som- bras inofensivas si los comparamos con el sufrimiento que uno mismo se produce cuando su cabeza no funciona del todo bien. Y por experiencia sé que los hombres sin cabeza también pueden caminar. Ahora soy un hombre sin cabeza que camina, mea sin necesidad de auxilio, con- duce un automóvil y en su juventud corrió detrás de una pelota. Estuve tentado a nombrar estas páginas con el tí- tulo Historia de una piruja, mas, a decir verdad, prefie- ro ser cortés y comportarme prudentemente antes que HOMBRENACIDO.indd 9 11/06/14 16:47

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Guillermo Fadanelli, introducción El hombre nacido en Dazig

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  • 9Presentacin y comienzo formal

    Van, vienen y son innumerables las tardes que he consu-mido sopesando si tiene sentido relatar historias ntimas que, en apariencia, slo importan a quien las relata. Si en vez de cavilar y dudar me hubiera dedicado a escribir ya habra terminado una enciclopedia sobre las mariposas o acerca de los animales capaces de usar zapatos. Un hom-bre es su propio asunto y no puede escapar de s mismo por ms que ponga atencin en otros seres humanos. Los dems seres humanos se tornan fantasmas o som-bras inofensivas si los comparamos con el sufrimiento que uno mismo se produce cuando su cabeza no funciona del todo bien. Y por experiencia s que los hombres sin cabeza tambin pueden caminar. Ahora soy un hombre sin cabeza que camina, mea sin necesidad de auxilio, con-duce un automvil y en su juventud corri detrs de una pelota.

    Estuve tentado a nombrar estas pginas con el t-tulo Historia de una piruja, mas, a decir verdad, prefie-ro ser corts y comportarme prudentemente antes que

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    revelarme como lo que soy en realidad: un jabal mal herido y agonizante; mi deber es ser amable y compor-tarme como un caballero hasta que el vmito no pueda ya contenerse. An no s si conseguir oponerme a la poderosa y tirnica Voluntad de la que no me considero responsable y, por lo pronto, me dejar guiar por el im-pulso ciego o el impulso tuerto, que es casi lo mismo. La escritura rueda como la piedra y hay que aprovechar su fuerza y su destino. Lo que apenas viene es un relato tan ordinario que por ello resulta ya chocante para los lecto-res que andan en busca de tramas complejas y conceptos novedosos en la literatura. Lo que es ordinario se anun-cia a gritos, lo s y que nadie aada ms al respecto. De todas maneras y contra toda discrecin relatar la histo-ria de una mujer en malos pasos, una mujer como no ha habido antes ninguna otra en mi vida. Es sabido que, desde La Ilada el asunto ms ordinario de casi toda historia es la mujer en malos pasos: y tambin sabemos, si fuimos a la escuela, que el eco de esos mismos pa- sos proviene de Troya, la ciudad que nunca existi.

    Yo no s obtener conclusiones de mis experiencias y tropiezo a cada rato con la lgica y los argumentos. Me embarro en pantanos imaginarios y concluyo tonteras: si veo volar a un pato mis clculos me dicen que vuela desesperado porque seguramente lo persigue un lagar-to. Y sta no es conducta sensata ni sana para un hombre maduro. El comportamiento de Elisa Miller no ten- dra por qu ser considerado mi ms ingrata experiencia

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    pues, como dije antes, me es imposible llegar a una con-clusin digna de ser tomada en cuenta por los cerebros prudentes. Mi capacidad de indagacin es muy pobre. Un nio y un predicador del evangelio podran engaar- me. Yo no habra llegado a imaginar o a concluir, como lo hizo Arthur Schopenhauer, que la Voluntad es la cosa en s ni en cuatrocientos aos, la Voluntad!, la esencia, el sexo, el centro de donde proviene todo lo que so- mos. No soy alemn y fui basquetbolista! Los malos pasos de una mujer son alas de Mercurio al lado de mi imaginacin. Ella vuela en los cien metros planos mien-tras yo me arrastro en el maratn y cuando la lnea de arranque an est a mis espaldas ella ha cruzado la meta ya varias veces.

    Pasando por alto la repugnancia que mi historia cau-sar en las mujeres de opiniones firmes y bien funda- das, insistir en el nico hecho que me interesa a es-tas alturas de mi vida: una mujer, Elisa Miller, me ha abandonado para siempre. Las historias comunes pue-den llegar a ser amenas si se narran con espontaneidad y gracia, pero no me alcanza el talento para ello. La in-timidad de las personas comunes se parece mucho a la repeticin de los pasos en un baile regional y nadie se in- teresa por conocer a fondo el verdadero sabor de la sopa de lentejas o los escalofros que siente uno cuando se corta un dedo. Qu estoy diciendo?

    Dentro de un sueo profundo yo le escuch decir a Jean-Jacques Rousseau que cuando dej de ser el centro

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    del mundo para Teresa, su mujer, ella pas tambin a tener un papel muy secundario en la vida de l. Las re-laciones demasiado ntimas entre los dos sexos no pro-ducen ms que dao, lleg a decir el filsofo. Y cuando le escuch decir esto pens que un loco vanidoso como Rousseau, capaz de imaginarse que los seres humanos podan crear y respetar un pacto con tal de no herirse o patearse el culo entre s, tena que decepcionarse tarde o temprano de su inocente creencia. Lo comprob en los ojos de mi Elisa que haban perdido su brillo salvaje y haban devenido en piedras opacas y mentirosas que brillaban a voluntad, pero que la mayor parte del tiempo se mantenan discretas y acechantes. S, lo s, es posible que yo cause la impresin de no querer contar esta his-toria, pero si tal impresin es cierta lo es porque la histo- ria que voy a narrar es triste y algo repugnante, como la visin de una cucaracha en un plato de arroz blanco. En fin, escribir palabras no me ahorrar la sensacin de ser un hombre traicionado, no por Elisa, claro est, traicio-nado por Rousseau, los idealistas y el maldito e inepto detective que he contratado para resolver mi caso.

    En el sueo referido, Rousseau, a quien llamar Rus para comodidad de todos, dej una manzana a medio morder encima de la mesa, recarg su espalda en la so-lidez de una silla de latn bruido y comenz a hilar la conversacin. Yo, que estaba concentrado en mi vino, y algo distrado, me espabil cuando escuch su voz; y par la oreja.

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    Rus: Al principio yo quera que Teresa viviera den-tro de m y que nuestras almas se reunieran en un cuer-po nada ms. Despus, cuando dej de ser su centro de atencin, ella dej de importarme. No te ha pasado lo mismo con la sal o el azcar?

    Yo: El vino tiene suficiente azcar, en mi opinin. Rus: La sal me recuerda al sudor. Yo: Comprendo tambin quise que pasara algo as

    con Elisa y termin jodido y chiflando solo en la loma, querido Rus. Una miseria todo este asunto.

    Rus: Para lograr una intimidad absoluta uno de nosotros tena que desaparecer en el otro, disolver-se. Teresa no me comprenda Rus no expres nin-gn sentimiento al decir Teresa no me comprenda. Slo mir la manzana mordisqueada que reposaba en la mesa, frente a s. Las manzanas son odiosas porque siempre hay algn dilema importante alrededor de ellas.

    Yo: Elisa es su propio centro de atencin, una puta. He pensado en suicidarme dije y mi dramatismo me sorprendi. Ante m no haba ninguna manzana: mi fru-ta haba desaparecido. Entonces Rus comenz a delirar y a autocitarse.

    Rus: Tenemos derecho a arriesgar nuestra propia vida si el fin es conservarla. Se ha dicho alguna vez que quien se arroja por una ventana para salvarse de un incendio se suicida? Sera una idiotez.

    Yo: Otro camino sera comrmela. Matarla y co-mrmela debo apuntar que en mi sueo sonaba yo

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    mucho ms agrio y que mis sentimientos me dolan fsicamente.

    Rus: No, eso es una fantasa y una estupidez literaria.Yo: En fin, me suicidar por el bien de Elisa y el

    mo. Es ms, por el bien de todos aqullos que no son yo.Rus: El pueblo quiere su bien, pero no siempre lo

    comprende. Jams se corrompe al pueblo, pero a menu-do se le engaa! Rus comenzaba a alterarse, sus ojos eran ya dos bolas perdidas en un mar blanco y agitado. Teresa, el pueblo, el Estado y la Voluntad General, to- do se enredaba en su mente.

    Yo: Estimado amigo Rus, lo siento pero no entiendo nada. En todos los pueblos hay mujeres como Elisa?

    Rus: No s quin es la pinche Elisa, pero lo que s es que quien atenta contra su propia vida atenta tambin contra el Estado. T no eres dueo de tu vida.

    Yo: El Estado lo inventamos los idiotas que no pode-mos dar paso sin destruirnos unos a otros.

    Rus (pensativo): Es verdad, pero, y quin eres t, hombre arruinado, para discutir conmigo?

    Yo: Pues yo jugu basquetbol y le a Schopenhauer.Hasta aqu lleg el intercambio de frases. Y despus

    del sueo las mismas penas de siempre.

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