Internet de las cosas
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lorena-fernandez -
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Afinales de los años 60 un hito cambió el
devenir de nuestra historia tecnológica:
cuatro ordenadores se pusieron en contacto
a través de la primera red experimental de-
nominada ARPANET. Mucho ha llovido des-
de entonces, y de esos cuatro ordenadores
hemos pasado a millones, llegando incluso
a que en 2008 ya hubiera más dispositivos
conectados que personas en el planeta. Fijaos
que en esta última frase he usado la palabra
dispositivo en vez de ordenador, porque cada
día es más frecuente que nos conectemos a
Internet a través de otros medios como son
los smartphones o las tabletas. Pero mucho
ojo, porque el ecosistema de mecanismos
con acceso a la Red cada vez es más amplio y
con funciones de lo más variopintas, forman-
do lo que se ha convenido en denominar el
«Internet de las cosas» (Internet of Things,
IoT): objetos cotidianos interconectados con
una identidad digital propia.
Aunque pueda sonar en ocasiones a ciencia
ficción o parezcan sacados de una película
de Hollywood, tenemos ya entre nosotros
proyectos que hacen que vivamos en ciu-
dades «inteligentes» compuestas por edi-
ficios y elementos que se comunican con
nosotros o entre ellos sin la intervención
humana. Por ejemplo, la domótica ya lleva
años evolucionando y nos ofrece electrodo-
mésticos que somos capaces de controlar
desde nuestros teléfonos móviles pudien-
do, por ejemplo, activar nuestro horno con
la receta preseleccionada o encender la luz
de una habitación cuando aún estamos
en el trabajo. También tenemos básculas1
que, cada vez que nos subimos, hacen un
análisis corporal de nuestro peso o incluso
nos permiten mandarlo a Twitter (aunque
no todos querremos explotar esta última
característica). Se habla de que en un futu-
ro cercano, nuestros aparatos domésticos
generarán más información y tráfico de red
que sus propietarios de carne y hueso.
La ropa inteligente también se apropiará
de nuestra vida, monitorizando, por ejem-
plo, nuestro corazón y mandando a Inter-
net esos datos cuando la colguemos en su
percha. La marca deportiva Nike ha lanzado
recientemente unas zapatillas que hacen un
seguimiento de los kilómetros recorridos
con ellas, la velocidad alcanzada o las calo-
rías quemadas. Tenemos también a nuestra
disposición los relojes denominados smart-
watch2 que se sincronizan con nuestros
teléfonos móviles y con los que se pueden
realizar y recibir llamadas gracias a su micró-
fono y altavoz integrado, o incluso actualizar
nuestro estado en Facebook o Twitter.
La aplicación sanitaria del IoT es una de las
que más está avanzando. Por ejemplo, en
Estados Unidos, la empresa STAR Analytical
Services está desarrollando un programa
que analiza la tos de un paciente a través
de su teléfono móvil y dándole un diag-
nóstico remoto tras cotejar su sonido con
una base de datos de más de mil perfiles.
Pero no queda ahí la cosa: tenemos cue-
llos de camisa que analizan químicamente
el sudor, gafas que revisan nuestros ojos o
peines que cuentan el número de cabellos
para detectar precozmente la calvicie.
A pesar de que los mundos animal y vegetal
pudieran parecer más alejados de la tecno-
logía, nos encontramos con apuestas como
la que hace la empresa holandesa Sparked,
que diseña sensores aplicados a la ganadería.
Estos dispositivos colocados en las orejas de
las reses, leen sus constantes vitales y luego
las remiten vía Wi-Fi a un ordenador, avisan-
do al granjero cuando una vaca está enferma
o embarazada. Pero si eso nos parece sor-
prendente, no podemos dejar de reseñar el
kit que nos ofrece Botanicalls3, una empresa
norteamericana que se dedica a abrir cauces
de comunicación entre plantas y humanos.
Ese kit se compone de unos sensores que se
implantan (y nunca mejor dicho) en la tierra y
que lograrán que nuestras macetas nos pidan
a gritos que las reguemos a través de Twitter.
Aunque muchos de los ejemplos que he
puesto han sido desarrollados por firmas
extranjeras, cerca también tenemos com-
pañías pioneras en este ámbito. Es el caso
de Symplio4, una empresa de DeustoKabi
que se dedica a diseñar productos y expe-
riencias con el objetivo de fusionar el mun-
do físico e Internet.
Se estima que para 2020 habrá más de 50
billones de objetos conectados a Internet
(un promedio de 6 dispositivos por cada
habitante del planeta). Con sensores cada
día más pequeños y versátiles, etiquetas de
identificación por radiofrecuencia (RFID), có-
digos de respuesta rápida (QR) y elementos
aún no inventados, haremos más inteligen-
tes a nuestros objetos (de hecho, veremos el
crecimiento progresivo de «cacharrería» a la
que se le agregue la palabra smart delante
de su nombre). Pero para que este sistema
funcione, una cantidad ingente de informa-
ción se volcará a la Red, con el consecuente
riesgo de incurrir en un futuro distópico con
controles Orwellianos. Y es que como dirá
el dicho popular: «a más sensor, menor pri-
vacidad». Además, si ahora nos encontra-
mos inmersos en plena fase de infoxicación
generada por nosotros mismos, cuando los
objetos que nos rodean empiecen también
a participar de la «fiesta del dato», ese to-
rrente se convertirá en una inundación.
Con esa idea de futuro de un mundo digi-
tal y analógico convergentes, una realidad
se hace ya patente y nos persigue: la hi-
perconectividad.
[1] http://www.withings.com/en/
bodyscale
[2] http://live.imwatch.it
[3] http://www.botanicalls.com
[4] http://www.symplio.com
Lorena Fernández
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