Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

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Altamirano, Carlos Intelectuales: Notas de investiga.ción sobre una tribu inquieta.- t" ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina, zor3. r6o p.; 2oxr3 cm. - (Mínima) ISBN 978-98 7-6z9- gg4- r r. Sociología de la Cultura CDD 3o6 Una pt^imna aerción de este librofue publicada en zoo6 por Ed,itorinl Norma, con eI títulnlntelectuales. Notaq de investigación. @ eor3, Siglo Veintiuno Editores S.A. Diseño de portada: Eugenia Lardiés ISBN 978-98 7-6z9- gg4- r Impreso en Impresiones Martínez / / Carntla Quiroga 87o, Burzaco en el mes de agosto de zor3 Hecho el depósito que marca la ley r r.7e3 Impreso en Argentina ,/ / Made in Argentina índice Advertencia ala presente edición Prólogo 1. Nacimiento y per¡pec¡as de un nombre 17 Relato de origen 18 Una propagación desigual 23 La palabra y la cosa 27 Algunas conclus¡ones 2. El punto de vista normat¡vo Los intelectuales como nuevos clercs Ef modelo sartreano del intelectual compromet¡do El exilio como experiencia y como modelo El filósofo en la caverna 3. A la luz del matxismo División del trabajo y lucha de clases lntelectuales y nueva clase media La revolución de Gramsci 4. Perspectivas sociológicas La intelligenfsr'a sin ataduras soc¡ales grupo editorial s¡glo ve¡nt¡uno siglo xxi ed¡tores, méxico cERRo DEL AGUA 248, RoMERo DE TEFFIERoS O43'lO Mooco, D.F. wn w,sigloxxieditores.com.mx siglo xxi ed¡tores, argentina cuererr,ru¡ 4824, c1 425 eue BUENOS AIRES,,áGIGENNNA www. siglo)odeditores.com. ar satto do página nmcRo 38 biblioteca nueva ¡L-v¡cco 38 anthropos DRJTAoóN 266, Bc.Jos O8OO7 aAFcEl-oNA, EsPAñA www.anthropos-editorial. com 28O1O MADFID, EsPAñA 28O1O t\,ADRrD, ESPAIiTA www.saltodepagina.com www.bibliotecanueva.es 9 't3 34 37 39 42 47 52 57 59 63 6t 77 7A 7

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El concepto de intelectual no tiene un significadoestablecido: es rnultívoco, se presta a la polérnrcay tiene límites imprecisos, como el conjunto sociaX quese busca identificar con la denominación de "intelectuales". Evocar brevemente la genealogía de este nclm.-bre no nos proporcionará una definición, Pero puedeservirnos para un primer acercamiento a la cuestiÓn -'a su histórica polivalencia.

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Altamirano, CarlosIntelectuales: Notas de investiga.ción sobre una tribu inquieta.- t" ed.-Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina, zor3.r6o p.; 2oxr3 cm. - (Mínima)

ISBN 978-98 7-6z9- gg4- r

r. Sociología de la CulturaCDD 3o6

Una pt^imna aerción de este librofue publicada en zoo6 por Ed,itorinl Norma,con eI títulnlntelectuales. Notaq de investigación.

@ eor3, Siglo Veintiuno Editores S.A.

Diseño de portada: Eugenia Lardiés

ISBN 978-98 7-6z9- gg4- r

Impreso en Impresiones Martínez / / Carntla Quiroga 87o, Burzacoen el mes de agosto de zor3

Hecho el depósito que marca la ley r r.7e3Impreso en Argentina ,/ / Made in Argentina

índice

Advertencia ala presente edición

Prólogo

1. Nacimiento y per¡pec¡as de un nombre 17Relato de origen 18Una propagación desigual 23La palabra y la cosa 27Algunas conclus¡ones

2. El punto de vista normat¡voLos intelectuales como nuevos clercsEf modelo sartreano del intelectual

compromet¡doEl exilio como experiencia y como modeloEl filósofo en la caverna

3. A la luz del matxismoDivisión del trabajo y lucha de clases

lntelectuales y nueva clase mediaLa revolución de Gramsci

4. Perspectivas sociológicasLa intelligenfsr'a sin ataduras soc¡ales

grupo editorials¡glo ve¡nt¡uno

siglo xxi ed¡tores, méxicocERRo DEL AGUA 248, RoMERo DE TEFFIERoS

O43'lO Mooco, D.F.

wn w,sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi ed¡tores, argentinacuererr,ru¡ 4824, c1 425 eueBUENOS AIRES,,áGIGENNNA

www. siglo)odeditores.com. ar

satto do páginanmcRo 38

biblioteca nueva¡L-v¡cco 38

anthroposDRJTAoóN 266, Bc.Jos

O8OO7 aAFcEl-oNA, EsPAñA

www.anthropos-editorial. com28O1O MADFID, EsPAñA 28O1O t\,ADRrD, ESPAIiTA

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l-os intelectuales y los valores centralesde la ¡¡ocieclad

lntelectuales V dorninación simbólicaLa razón legislacloraCoda

5" Una especie modernaAnalogías;

Elementr:s cJe definiciónAlgunos trazos y un recorrido: humanistas,

p h i los rs ph es, intelectualesDe la sociedacJ cJe la religión a la sociedad

de la icJeología

{i" ContextosEstado, rracióri, mercadoUniversidadCentros y periferiasMicrosocledadesTradiciones

Silotas

ffiñbliografí*r

Advertenc¡a a la presente edieiénn

FIe aprovechado la oportunidad de esta segun-da edición de Intelectual¿s. Notas de inaestig'o,ci.ón corrroquien aprovecha una ocasión para ampliar y mejorarun poco la casa. En la primera edición (2006), el textose había 4iustado a la extensión que fijaba la serie en laque se publicó, dirigida por el lamentado arnigo A¡ríb¡aiFord, y algrrnas cosas quedaron en el tintero, Incorpo.ré ahora esos pasajes, reescribí algunos trarnos y, confc!entretanto hice nuevas lecturas sobre el terrra, a"mptrietambién el campo de referencias. Introduje asimismounavariación en el subtítulo (reemplacé elanterior porNotas de inuestigación sobre una, tribu inqui.eta) para defi-nir de manera menos genérica el contenido del texto"Los cambios no han alterado el esq.uema ni la finalicladoriginal: mostrar modos de aproxirnarse y analizar esaespecie moderna que llamarnos intelectual,es.

El trabajo que se halla detrás de este breve libro trra-

consistido en leer y escribir, esbozar algunas hipótesis,apoyar o hacer reparos a argumentos 4jeqos, en fin.todas las operaciones corrientes en la labor de pre-parar y dictar seminarios, que es la práctica de dondeprovienen estas páginas, según consigné ya en el pi"o-logo a la prirnera edición.

No haré conjeturas sobre el futuro de los intelectr¡.a-les. Quiero proponer, en cambio, unas pocas obsen'a-ciones sobre el presente, a la luz de las últimas décad.as^

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Contra la idea corriente en otras partes del mundo-la de que había llegado la hora del fin, la hora dedecir adiós a los intelectuales, la idea de que la tribuse hallaba moribunda-, en "nuestra América" ella nornuestra más que signos de vida, y la cuestión del pa-pel cívico de los hombres y las mujeres de pluma sigrreinteresando.

Los pronósticos sobre el deceso irrevocable de la es-pecie se basaban en la mutación del paisaje cultural,que resultaba del advenimiento del orden rnediático yde la crisis de las filosofías de la historia en las que losintelectuales, durante mucho tiempo, habían fundadoel sentido del compromiso político. La fragmentacióndel conocimiento en sectores cada vez más especializa-dos se añadía a ese cuadro en que la imagen del inte-lectual se erosionaba. ¿Acaso resultaba concebible unpapel y una audiencia en la era audiovisual para esosseres del rnundo irnpreso? ¿Podían ellos reclamar elpunto de üsta de la totalidad, como creía Karl Man-nheim, cuando la multiplicación de los saberes y suslengrr{es hacía cadavez más quimérica esa aspiración?

En cuanto a las filosofras de la historia, su crisis noequivalía al fin de la historia, como se concluyó apre-suradamente, sino que esta aparecía más enigmáticay su curso, más'incierto. El espacio del profetismohistórico se contrajo: ¿con cuánta credibilidad podíacontar quien afirmara tener las claves de ese curso?¿Podía saber hacia dónde marchábamos y qué tipo decivilización sucedería al desorden presente?

Por cierto, América Latina no ha estado ni está al rnar-gen de los procesos señalados. Tampoco. en esta partedel mundo las relaciones entre cultura y política son lasdel pasado, y las disyuntirras del compromiso ya no sonlas que Claudia Gilman retrató en su libro Entre la plu-ma y elfusil sobre los años sesenta. Graütan poco en el

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presente los enemigos declarados de la democracia,ylamayoría de los líderes de opinión habla en nombre deella. El discurso profético de los clarcs no ha.desapareci-

do, ciertamente, y algunos de sus exPonentes son rnuyescuchados. Sin embargo, la intervención en el debatecíüco hoy conoce tarnbién otros estilos y otras figuras. Ypara tipificar estas ntlevas modalidades se ernplea gene-ralmente el nornbre de intelectual público.

El intelectual público no se óoncibe como un rna-gistrado del espíritu ni corno Lrn experto, sino cornoun ciudadano que busca animar la discusión de su co-munidad y que se rehúsa por igual tanto al consensocomplaciente como a las simplificaciones, sean las delmesianismo político, sean las del discurso mediático.No toma la palabra en nornbre del sentido de la histo-ria, ni cree que sea imprescindible una teoría generalpara plantear su posición resPecto de lo justo y de loinjusto, de lo legítirno y lo ilegítirno, o para defenderel respeto o expresar solidaridad con las víctimas de laopresión, cualquiera sea esta. Al intervenir en el deba-te o al suscitarlo, el intelectual público suele valerse desu cornpetencia en alguna disciplina, pero pretendeuna comunicación que no se limite a sus colegas ni alcampo disciplinario al que pertenece. La democraciaes su ambiente propicio.

¿Qué ésperar de estas tendencias, que, por supues-to, requerirían descripciones más prolljas que la ofre-cida por las pocas indicaciones hechas aquí? Prefierono internarme en vaticinios sobre las relaciones en-tre cultura y política en sociedades como las nuestras,propensas a la inestabilidad y los carnbios de rumbo.

No quisiera concluir sin agradecer a Carlos Díaz lainvitación a reeditar el libro bajo el sello de Siglo XXI,y al equipo de correctores de la editorial la atenta ysensible lectura que a¡rdó a mejorarlo.

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Prólogo

A lo largo de los años me he encontrado rnu-

chas veces con el tema de los intelectuales, como asLrn-

to histórico o como cuestión más o menos teórica. hdis

propios trabajos en el camPo de la historia intelectualme han conducido repetidamente hacia la figura delos llamados "hombres de ideas". ¿Qué significaba de-

sempeñar ese papel en el espacio social? ¿De déndeprovenía la autoridad que se les reconocía y qué c[-a*

se de autoridad era esa? ¿Para quién hablaban? ¿Cuálerala gama de opciones que la situación históri.ca les

ofrecía a quienes decidían escribir y hacer púttliccrsu pensarniento? A menos que se suscribiera algunaversión de la tesis de que en la historia intelectual rroimportan más que los textos, resulta difícil rehuir pre"guntas corao estas.

En 2002 escribí el artículo correspondiente alavaz"intelectuales" parz- el diccionarío Térnt'inos ctüi'cos d,e

soci.ología d¿ la cultura (Paidós, 2002), y después votrvr

sobre el tema en algunos serninarios -en la lJniver-sidad de La Plata, en la de Rosario, en FI-{CSO--LJna beca Guggenheim para una investigación sobreciencia social y ciencia socialista en la Argentina decomienzos del siglo XX, obtenida en 2004, me llevó a

ampliar mis lecturas sobre el tema con la idea de pre-parar una suerte de "estado del arte" razonado" Firral-

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mente, la inütación de Aníbal Ford a escribir un textoparz- su colección rne decidió a darles forrna de brevelibro a las notas y fichas que confeccioné a lo largo deese recorrido-

No ignoro que el tema posee tarnbién una dimen-sión política y que los intelectuales, que son quienesforjan las definiciones sobre los grupos y las catego-rías sociales, polemizan en torno de la definición de símismos. AI obrar como críticos sociales o como mora-listas públicos, hay en ellos la propensión a concebii-se como clase éuca, como grlrpo que se describe y sedefine en términos de una misión. A título personaly como ciudadano, tengo también opiniones acercadel cornpromiso de los intelectuales en las sociedadesdernocráticas y en ocasiones las he formulado públi-camente. Exponerlas no es, sin ernbargo, el objeto deeste trabdo, que no pretende hacer una contribuciónal debate siempre reanudado acerca de cuáles son losdeberes de la intelligentsi¿. No puedo decir si he logra-do sustraerme por entero al discurso normativo, quees de rigor en ese debate, pero sí que busqué al me-nos controlarlo con los recursos que ofrecen la histo-ria de las ideas, la historia social y la sociología de lasélites culturales. Estas no procuran, como ningrrna delas disciplinas del mundo social, conocimientos con-cluyentes y aun sus informaciones más ciertas no nosahorran el trabajo de la interpretación. Pero permitenampliar el mapa del que se extrae el material para ela-borar hipótesis, ayudan a la comparación histórica y atomar distancia respecto de lo que nos es más familiar.En un terreno como el de los intelectuales, donde sialgo no falta es la exaltación, la alabanza y la conde-na, el esfuerzo de distanciamiento con los medios queofrecen la historia y las ciencias sociales resulta doble-mente necesario.

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También 1o es pa:rz- redimensionar el papel de ca-

non que ha desempeñado la üda cultural francesa en

relación con los intelectuales, reflejo de la larga hege-

moníade París corno capital de la "república munclial

de las letras". Aún hoy, cuando Francia ya no ejerce

ese dominio, la discusión del tema trae enseguida a la

rrente y al debate los nombres de Sartre y Camus, de

Foucault y Derrida, como ayer los de Flugo, Zola o Re-

nan: ellos obran a manera de páradigma, Para pensar

y juzgar el comportarniento de los intelectuales, sobre

,o¿o rn acción pública. Redimensionar el modelo del

intelectual "a la francesa" no significa, Por suPuesto,

desconocer el Prestigio y la amplia influencia de sus

mattres d penser, sino insertar ese modelo nacional en

un contexto más amplio y diverso de experiencias' Aemanciparse del "inconsciente" francés llamó no hace

mucho Christophe Charle en un libro sobre los inte-lectuales en la Europa del siglo XIX-

El tema de la i'ntelligentsia ha sido abordado desde

varios puntos'de üsta y algunos de ellos son descritose interpretados en el texto. A veces me valgo de elloso de la crítica que suscitan Para sostener rnis propiasopiniones, pero no he buscado una síntesis entre ü-siones que no se cornponen entre sí- Reconocer la plu-ralidad de las perspectivas y mantener la tensión entreellas puede ser fértil desde el Punto de vista del cono-cimiento. El propósito del trab{o no ha sido exponeruna teoría general de los intelectuales, sino indicar loscriterios que rne parecen productivos para un trata-miento histórico y contextual del tema. En este senti-do,y parafraseando a Theodor W. Adorno, podríarrrosdecir que la cuestión de los intelectuales no se abre"con una sola llave o con un solo número, sino graciasa una combinación de números".

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1. Nacimiento y peripeciasde un nombre

El concepto de intelectual no tiene un signifi-cado establecido: es rnultívoco, se presta a la polérnrcay tiene límites imprecisos, como el conjunto sociaX quese busca identificar con la denominación de "intelectuales". Evocar brevemente la genealogía de este nclm.-

bre no nos proporcionará una definición, Pero puedeservirnos para un primer acercamiento a la cuestiÓn -'

a su histórica polivalencia.Como sustanLivo, el término "intelecttlal", con su plu-

ral "intelectuales", es relativamente nuevo" Conrient<:hoy en el habla común, en los medi.ay en el lenguaje delas ciencias sociales, su empleo para designar Lln grlrpr)social o un actor de la üda púbtica no va rnás allá delúltimo tercio del siglo XIX, en cualquiera de las lerl'grras modernas. En el Primer dicciona,rio etimológico rÍ'e k'lcngua españoln, de 1881, ttno de los significaclos de estevocablo indica una ocupación: "El dedicado al estudioy la meditación" (Barc!a, lB81: t. III). Esta acepcióiraparece consolidada en castellano ya a principios deisiglo XX, según se lee en la Enciclnpedia Espasa,-Calpe;

desde entonces "se ha usado con frecuencia la denorrr.r-nación intel¿ctuales para designar a los cultivadores clecualquier género literario o científico" (Espasa-Calpe,1926: t. 28). Entre las dos fechas ha mediado 1o cluepodríamos llamar el bautismo público de este vocaf:loy el comierrzo de su connotación política.

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Relato de origen

De acuerdo con una tradición consagrada, el naci-miento de la noción de intelectuales en Ia cultura con-ternporánea remite a Francia, al año 1898 y al debateque rnoülizó y diüdió a la opinión pública francesa entorno del "caso Drefus". Hasta entonces el vocablohabía circulado en francés marginalmente, sobre todoen revistas de la vanguardia anarquista y simbolistapa-risina (Charle, 1990).

"En el comienzo estaba el caso Drefus", escribeJean-Frangois Sirinelli (1990) para referirse a esa es-cena originaria. En 1894 el capitán del ejército fran-cés, Alfred Dreyfus, alsaciano y de origen judío, habíasido arrestado bajo la acusación de haber entregadoinformación secreta al agregado militar alemán en Pa-rís. Pese a la fragilidad de las pruebas, un consejo degr¡erra lo halló culpable de alta traición y lo condenóa cumplir cadena perpetua en la Isla del Diablo (Gua-ya;ra Francesa), tras ser despojado de sus grados mili-tares. Sólo la familia cree en su inocencia y se movilizapara lograr la ieapertura de la causa buscando apoyoen el mundo político y en la prensa. Aunque en 1896el descubrimiento de nuevos indicios da sustento ala demanda de los Dreyfus, la justicia militar france-sa, dominada por círculos de la derecha nacionalistay antisemita, se niega a revisar el caso y a investigarIas pruebas que señalan a un nuevo sospechoso, el co-mandante Walsin E,sterházy. Para los jefes rnilitares, laadmisión del error afectaría la autoridad del ejército.No obstante, la labor de los familiares y los rumoressobre ocultamientos y manipulaciones lograron tras-cender el escudo de silencio con que las autoridadeshabían rodeado el affaire, y algunas personalidades sesumaron al reclamo de reabrir Ia callsa.

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En LB97 ingresa en el combate por la revisión el

escritor Émile Zola- Primero desde las páginas de Le

Figaro, después en LAuror4 cuando la caída de las.,rÁt^r hace flaquear el dreyfusisrno de Le Figaro' Y

en LAurore publicará el 13 de enero de 1898 slt car-

ta abierta al presidente de la república, titulada porGeorges Clemenceau, jefe de redacción del diario,con el luminoso encabezamiento que la hará célebre:"¡Yo acuso...!". AI día sigrriente, el mismo periódicorecoge un breve petitorio bajo el título de "IJna pro-testa", cuyos signatarios eran hombres de letras y cien-tíficos. El texto reprobaba la "violación de las formasjurídicas" en el proceso de 1894, los "misterios" quehabían rodeado el caso Esterházy, y exigía una revi-sión. Las firrnas de respaldo se escalonaríart a lo largode muchas semanas. Algunos de los firrnantes goza-ban de gran notoriedad -como los escritores AnatoleFrance y Pierre Lou'is o el historiador Charles Seigno-bos-; el renornbre de otros ante el gran público eramenor, como el de los todavía jóvenes André Gide,Marcel Proust, Charles Péguy; el resto era completa-mente desconocido. A la firma de quienes conside-raban que su nombre bastaba (los eximía de mayoridentificación el prestigio de una obra literaria o cien-tífica asociado con su nornbre), el petitorio sumabala de quienes consignaban los títulos profesionales deque estaban investidos o sus diplomas ("licenciado enletras", "licenciado en óiencias", "a,gregé', etc.). A lospocos días de que se publicara la protesta, el 23 deenero y nuevarnente en L'Aurore, Clemenceau hizoreferencia a ella y a sus firmantes, "esos intelectualesque se agrupan en torno de una idea y se mantieneninquebrantables". El periodista anunciaba así que unnuevo actor colectivo había hecho su ingreso en laüda pública francesa.

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"Tlrr La rmernoria. cteI rnedio intelectual, el acto funda-cloi: cle l¿r gesta de Los clercs es la finma de J'Accuse...!'por: Ernile ZoIa en .[,Aurore dei ].3 d.e enero de 1898,act-{¡ apo.rado al ,iía srguiente en el mismo diario porun gl'r-rl]c¡ de escr:r[o]:es y universitarios. Una iniciativaind.ir¡iclual, pues, segtrida de un texto colectivo" (Siri-ne]li, 1990). I-a investigación histórica ha corregidolnrr,:hos .lrrgares crjrn}unes contenidos en La uulgata deese rela.to de origen" pero ningl-rna cle las enmiendasdesnrojó <le su val-or rnítico, corllo hechos constituyen-tes, al- ¡rrzr.nifiesto qie Zola y al petitorio colectivo que losigrrió. lt' través dc el[os" los clzrcs, como los denorninaSiri¡rel,ii cc¡n delli:¡erado anacronismo, afirmaban suaul¡rritia<1, una autoridacl diferente de la autoridadpolíticzr ,r/ sLrs órganr¡s, Ltrla slrerte de tribunal de ioshonr,br:es de culnrra" ¿De dónde procedía esa autori-da.d,? f;-)e la r:eput,aclón adquirida comc¡ escritor', eru-d.i[o, r:ieutífico o artista, y/o de los diplomas univer-si.tai:íos .-es el argr,rrl-rento que clejare ver las firrnas-.Fer:,r¡ e-[ rnniverso soci.al de los signatarios del petitorior1o se a]|l{r]taba en ias t:ategorías profesionales mencio-na,das" ¡[,,;l declaracion f'ue suscripta igualmeirte porr.rlulerosos perior:lisl-as y también ¡ror docentes cle laenseíia¡rza primzr,r:ia y secundaria. Esta coalición cul-tr-rral obi'ó corrro rrna rnagistratura qlre se rnarrifestabaen eJ esr-¡aci.o púlrlicu y proclamaba su incumbenciaen l<,¡ rej'r:rerlte a ]ir verclad,Laraz6n )r iajusticia, no sólofrente :r la élite política, el ejército )/ las magistnaturasdel trstado, sino taml:rién.Frente aljuicio irrazonado deuna- mu,[titud arrebafada por ei chovinismo y el antise-rrritisrrr.c.'.

lI,J t-é¡ mrino "ini.ele¡:tuales" se arraigó a partir ctel de-bar-e q.rre fiacturó el c;-rmpo de las élites culturales y lasclividió en dos farnilias esirirituales, drqtfusardsy anztidre-

2firsards las dos lri:aircias. El elogio cle ClemenceaLr a

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la actitud de los firmantes impulsó la respuesta de una

J. t^ plumas más prestigiosas del momento, h4aurice

g".r¿r, alineado con el antidreyfusismo. En un edito-

,i¡ a. LeJournaldel 1" de febrero de 1898, titulaclo,'La protestation des intellectuels!", Barrés retorné

esa denominación paf:a volverla contra los firmantes,

descalificándolos:'oEstos suPuestos intelectuales s6rr

un desecho inevitable del esfuerzo que lleva a cahro

la sociedad para crear una élite". Pat?- el historiadorpascal ory, este editorial de Barrés marca la verdadera

fecha de bautismo de la palabra "intelectttales" en el

lenguaje ideológico contemporáneo' AI,replicar, 1os

d.reyfusistas harían suya la denominación con que fla-

rrés había buscado mofarse y ridicularizarlos.

Algunos días más tarde, el bibliotecario cle

la rue d'IJlm, Lucien Flerr, rrrentor de losjóvenes normalistas de izquierda, redirrrió Iapalabra de su infamia en una solemne ca;rta

abierta "A M. Maurice Barrés", aparecida enla que hasta entonces eralamás barresiana (y

antizoliana) de las revistas, La Rnue blanzche

(Ory, 1990:21).

Remisión de un carnPo adversario al otro, reutilizacio-nes y cambios de sentido: el vaivén que conoce el ter'mino en el debate sobre el caso Dreyfus deja ver que la.

apología del intelectual y el discurso contra el intelec"tual se desarrollaron j untos, como hermanos-enemi gos .

El conocimiento social es siempre irnpuro y la lucidez:suele ser interesada. Algo de esta clase de perspicaciaapareció en el discurso de los antidrqfusa,rds, qtte irrsis'

tieron desde el comienzo de la disputa en qr-le la nociólr'de intelectual proclamada por sus adversarios eleval¡a a

los hombres de ideas a la condición de miembros cle

Page 9: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

una clase superior. El elitismo, en resLlmen, fire uno delos primeros blancos del discurso antiintelectual de losintelectuales nacionalistas y conservadores (Prochas-son, 1999:279). Dirá, por ejemplo, el crítico literarioFerdinand Brunetiére, un antidreyfusista reputado:

El solo hecho de que la palabra "intelectrlal"haya sido recientemente adoptada con el finde dividir en una especie de categoría socialexaltada a la gente que pasa su vida en labo-ratorios y bibliotecas señala una de las excen-tricidades más absurdas de nuestros tiernpos,esto es, las pretensiones de que los escritores,los hombres de ciencia, los profesores y losfilólogos deben ser elevados a la categoría desuperhombres (Paleologrre, 1957: 1 13).

Se puede hacer el reparo de que este relato de origen,en versión vulgar o en versión erudita, no habla más quede una historia particular y del comienzo de un tipo sin-grrlar, el intelectual "comprometido" alafrancesa. Con-viene no pasar por alto esta objeción, que nos precavecontra la universalización de una experiencia nacionalque rernite a un contexto que no es únicamente social,sino también político, así como a tradiciones ideológi-cas particulares. El recaudo, de todos modos, primerodebería ser redimensionado. El caso Dreyfus no ñre unhecho de repercusión puramente local, sobre todo des-de el momento en que ingresó en la liza un escritor defama rnundial, como Emile Zola- París se hallaba porentonces en el apogeo de su condición de metrópoliscultural de los países occidentales. Si gracias al vaporla riqueza podía desplazarse de un extremo a otro delmundo, gr-acias al telégrafo -el otro motor de aquellaprimera globalización capitalista- Ias noticias relativas

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al afairey al proceso que se instruyó al autor de Nana

lleeaban en pocos minutos a todas las capitales' no sólo'^13" .,r.oo.tt. En Buenos Aires, por ejemplo' el diario^r|*onondet 20 de enero de 1898 destacaba que el caso

f.¡¡r* constituía "el hecho de mayor actualidad que

lÁr.en el terreno internacional. Más que la grrerra de

ó.*" y del reparto de China, se habla en todas Partes

l. Zoíuy de sus acusadores" (Lvoüch, 2003: 66) ' Tarde

o temprano, en suma, como obsérvaYvan Lamonde' el

"*airi, de los intelectuales y su surgimiento debe en-

fr"n-r la cuestión del affaire (Lamonde' 1998)'^.

En Francia, la declaración de protesta contra el

modo en que la justicia había obrado en el proceso

quecondenóaDrefusnofuelaprimeracríticacon-tra los poderes públicos frrmada por escritores y ar-

tistas(Sirinelti,1990:27.24).Yasehabíanproducidoorras. Pero sólo la petición motivada por el affaire que-

clará asociada con el nombre que daba identidad a ese

nuevo actor colectivo, los intelectuales. Podría decirse

que ambién entonces cristalizó el atributo "parado-

¡1" ae los manifiestos intelectuales' Preparados paraiu publicación en la prensa, advierte Stefan Co.llini'

ellos transrniten una mezcla de cantidad y selectividad:"t...1 paLrz- su impacto público es crucial que no sean

vistos como expresiones de uno o dos individuos -elrrúmero es parte de su esencia-, Pero al rnismo tiernpo

Ios nombres tienen que ser reconocidos y entrañar al-

guna forma de distinción" (Collini, 2009:264) '

Una propagación desigual

La adopción del sustantivo "intelectual" con el senti-

clo que cobró en Francia y en otras lenguas adernás

del francés siguió el eco del caso Dreyfuss, aunque el

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vocatrrh-n ya estuv{.er-a,lisponible en ellas" En España laaceptación fue muy 1-emprana.

'fiJrra de las oripgrnalidades españolas, observaFau.[ Aubert. raciica en la precoz emergenciade nna vocaciórr, de las élites intelectuales -Ltnairec¡ueiia rninoría dentro de una rninoría ilus-tracla que se exfrresa en un país de cultura es-cnta poco desarrollada- por e,iercer un papeld"ir-i¡;ente y nornr.ativo (Aubert, 2003: 64).

Segun Edward hrman Fox, los escnitores de ia llama-ita. "Gerreración de 1898" no harían únicamente usoreiteraclo del térrnino -Rarniro de Maeztu y Miguel deT-Jnarnr-¡rro, elf partic¡rlar- sino que se identificaríarrcon [a rciea de la función cíüca de las élites culturales,opr-resl,?r a la del astuclioso o el escritor olírnpicos, en-cerrad.os en su gabinete:

No sólo debernos a. ios jóvenes de 1898 la pe-net-¡:ación en la iengua castellana del término"intelectual", sino también c¡ue Fue la primeragenrerraciórr r:s¡:ariola que tenía una concien-cía tlara de s¡-r flmciórr rectora en la vanglrar-clia" tr.rolítica 1¡ socral (7975:Zil.

Esta. pr"eclica preparci el terreno para la generación deescr:i'i-ores y prof'esores que, ingresada en la arena delclehate ¡rúblico c-nf-re la ¡:rrimera y tra seguncta décadar:lel siglri X,X, se rlenorninará a sí misma como la "ge-neraci.on de los inteiectuales"" Bajo lajefatura de josé(.}l l-ega I'Gasset, [a nueva promoción se asignará la rni-sión clocr3nte de g,uizu la reforma cu.ttural y política deEspan-a para. hac^r'del país una nacion elrn-opea tno-cLerr.r.¿¡ i &¿farichat" tg?.5; Clacho Viu, 1gg7)"

i¿4

También en la A¡nérica hispana la recepcién y el

uso del vocablo "intelectual", como slrstantivo y en la

acepción que había cobrado en Francia, se prodlüe-

ron-rnu/ rápidamente. En 1900José Enrique Rodó le

anuncia al escritor venezolano César Zlorneta la próxi-ma publicación de su ensayo Ariel con este comenr.a-

rio: "Es, como vetá, una especie de rnanifiesto rlirigi-do alajuventud de nuestraAmérica l-.']'Me gustal-í4.

que esta obra mía fuera el punto de partida de unaiarnpaf,;a de propaganda que siga desarrolLándose en-

ffe los intelectuales de América [...]" (cit. en Stab¡b,

1969: 6l). Cuatro años después, en Lrn entusiasta artícu-

lo sobre Rodó y el sermón laico que encerraba sw Ariel,

eljoven Pedro HenríquezUrefa escribe que ei men-saje de Ariel tiene corno destinatario una 'Juventudideal,la élite de los intelectuales" (Henríquez Llreria,1960: 24). El nuevo término se ajustó sin dificultacLesen una tradición ideológica preexistente, tra del arne-ricanismo, eue rendía culto a las minorías ilustradas ya su papel en la construcción de las nuevas naciorresdel subcontinente.

La inserción del concepto en el discurso hispano-americano radical también fue muy temprana.. Se lcr

encuentra, por ejemplo, en "El intelectual y el obre-ro",la conferencia que Manuel González Frada dictóel 1" de mayo de 1905 en la Federación de Ol¡rerosPanaderos. El escritor peruano, lrn intelectual rentistade pensamiento anarquista expuso en esa ocasión quecarácter debía revestir la alianza entre los hornbres ¡lepluma y los trabajadores que luchaban por ernanci-parse: "Los intelectua-les sirven de luz; pero no debenhacer de Lazarlllos..." (González Prada, J.982: 193)Hasta la Primera Guerra Mundial el uso del sustanti-vo, tanto en singular como en plural, fue esporádico.di.scontinuo. Pero a partir de la posguerra se hizo cada

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vez rnenos intermitente, y ya en la segrrnda mitad de ilos años treinta, cuando se generalicen los moümien_ itos y las agrupaciones culturales antifascistas, el llama- ido a los intelectuales estará plenarnente incorporado .

al Iengrraje de los enfrentamientos cívicos.Más allá de España e Hispanoamérica, sociedades.

que desde el punto de üsta de la cultura funcionaban .

hacia el Novecientos como proüncias de la capital fran-cesa, el térrnino "intelectuales,, no halló difusores tanacreditados en el medio literario. El trayecto f,e másquebrado en Italia, que había logrado su unificaciónestatal en 1870 y a fines del siglo XIX la tarea de corrs_truir una cultura nacional y de "crear italianos", según ,

el célebre dicho de Giuseppe Mazzini, segrría siendouna tarea vigente. Para las élites políticas y culturalesde la Italia liberal, el suyo era Lrn país pobre y rezagad,oque, para escapar al atraso, debía aprender del ejemplode las naciones europeas que iban adelante. pero ¿quéexperiencia segrrir, adónde mirar? ¿A Francia, a Alema-nia o a Inglaterra? En los cincuenta años que siguierona la unificación del país se tradujo mucho del francés,del inglés, del alemán, dice Marco Gervasoni, tanto"qr. sería posible escribir una historia de los intelec-tuales italianos separando a los que habían tenido unaformación francesa de los de formación alemana y deaquellos (una minoría) que crecieron mirando cultu_ralmente al mundo anglos4jón" (Gervasoni, l99g: lt).En ese contexto, el sustantivo "intelectuales', no hallaráal comienzo mucho eco y la rnayoría de los que podríanhaberse identificado con esa denorninación preferíanreconocerse corno litterati, "es decir, personas que d"is_ponen de una calificación social y profesional en rela_ción con la cultura" (Artal, 2003).

La primera apropiación del térrnino que alcanzógran resonancia pública surgió del lado fascista. En

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efecto, el2l de abril de 1925 se publicó en la prensa

ialianz el Manifesto degli intellettuali fascisti agli intellet-

ruali di. tutte le Nazioni. La redacción del texto se debíaa la pluma del filósofo Giovanni Gentile y estaba desti-nado a desmentir la idea de que fascismo y cultura eranhechos incompatibles. Buscaba alinear a los hombresde la cultura en torno del régimen y muchos escrito-res, periodistas, universitarios y. artistas prestaron ad*

hesión a la declaración. Seis días después apareció laréplica, que había sido preparada por Benedetto Cro-ce, por entonces la figura central de la cultura italiana.El rótulo que encabezaba el contrarnanifresto rezaba:.'LJna respuesta de escritores, profesores y publicistasitalianos al Manifiesto de los intelectuales fascistas", yranro el título elegido para la réplica como la alusióncontenida en el texto a "los así llarnados intelectua-les" dejaban ver la reserva de su autor respecto de esesustantivo (D'Orsi, 2010). En la segunda posguerra,la publicación de los escritos de la cárcel de AntonioGramsci y la política cultural del Partido Comunistaihliano, que tenía como destinatarios y actores a losintelectuales, hicieron de este nombre un término co-rriente en la vida pública del país.

La palabra y la cosa

En la cultura intelectual de algunos países europeosel sustantivo "intelectllal" inspiró reparos y aún en laactualidad alimenta ironías o es considerado un neo-logisrno importado de Francia, pero sin referentes sig-nificativos en la experiencia nacional. Ha sido el casode Gran Bretaña, donde se pondría en cuestión laexistencia misrna de personas que pudieran clasificar-se con ese término. En su vocabulario Palabras claaes,

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Page 12: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

I{ayrnond Wiiliarns (20OO: 189) negisrra los senridos,negai;.vrts que trrern rodeado al sustantivo "irrtelectual"en la cultura" irrglesa, donde evoca "f,rialdad, abstrac_cior-r y, significntivarnente, ineficacia". El historiador,,de ias r¡leas Ste{an Collini es más ciaro y terminanterespeci-o cle los i:echazos que provoca la ret-erencia a:ese vo,-¿blo:

Elr [a Gran Bretaña contemporánea, toda dis-crmr.ón relatrva al tópico de los "intelectuales"resulta afectada tarcte o temprano por el cliséde rlue la rea.lictad dcl fenómeno" ai igual queeI origen dei termino, se halla localizad.a en[a [t,uropa cr)ntlnentaI, y que la sociedad bri-tálttca, sea por razotles de historia, de culturao tte psicolo*¿ía nacional, se caracteriza por laausencia de "in¡electuales" (Collini, 1gg3)"t

I-a soi,ide z y la i¡rerclurabilidad de esre prejuicio, ob-sel-va 4..iolliili, oLreclecen a su fácil acoplamiento conlas icleas e imásenes co' que la cultura britá.nica seiraterpreta (y se elogia) a sí misma -un conjunto derel.'resetttaciones al'j.rmadas en contraste con las na-ci'ones cliel continente europeo: en especiar Francia-.Ei r:lise r'iotlne la ausencia de intelectuales en {nsrlaterrase inser-ta. así en 'na serie de oposiciones autocelebra-l:ol-ias: q-,stabilidac{

1z ¡ru*", sentido poiítico contra revo-lucro.n' eNcitabiiictacl política, empirismo pragmáticoconLrzr i:'acionalislno atrstracto, ironía y sobreentendi_do corrf-ra retórlczr y exageración, etc. ..En la mitadcaracterizada negatlvamente de esta serie de paresentientados ya podernos divisar los componentes de1o que en el siglo XX se volvería la representacióndomjir:r-nte de los i.ri.teiectuales (europeos) era GranBretana"' ( 1993)

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Obviamente, la sociedad británica no sólo ha pro-ducido intelectuales, sino que ha sido influida por:

ellos más o menos como el resto de las sociedades rro-dernas. En un ensayo notable y rnuy erudito, Tlrornas

Wiltiam Heyck (1998: 193) retoma la cuestión y so-

flete a cuidadoso escrutinio el mito de la ausencia deintelectuales en Gran Bretaña. Pero antes, para hacerver rápidamente "qrre no es objetivamente verdacle¡:oque la sociedad británica no ha tenido intelectualesirrfluyentes", recllerda los nombres de Isaac lrJewton,

John Locke, Adam Smith, Jeremy Bentharn, WilliarnWordsworth, Thomas Carlyle, Charles Dickens, J. S"

Mill, Charles Darwin, T. FL Green, Sidney y BeatriceWebb, R. H. Tawney, J. M. Keynes, George Orn'ell, E"p. Thompson ("y varios teóricos thatcheristas")" Atro-ra bien, ¿por qué resultó tan fuerte este lugar comrir"rintelectual, que se asentó contra toda eüdencia a lolargo de gran parte del siglo XX y que puede etlc<rrt-rarse formulado y defendido por escritores de diver-sa orientación ideológica, desde G. IC Chesterton a

George Orwell?Para Heyck, hay tres causas anudadas en la firrneza

de ese mito en la cultura británica. For un lado, lapermanencia de una fuerte tradición que rro es sólointelectual, tradición cargada de galofobia que se re"monta al siglo XVIII, cuando ingleses y franceses seenfrentaron en una serie de guerras. "Pat-a el ingles-Francia representaba cosmopolitismo, artificialidad,sumisión a la moda, ingenio y falsedad intelectual; ,r:n

contraste, el inglés/británico se pensaba a sí rnismt¡como sincero, natural, 'viril', rudo, franco, y moral-mente serio" (1998: 196). Quien le dio su forrlulacronmás influyente a la representación antiinteiectual cielcarácter nacional inglés fue Edmundo Burke en su.sReflexiones sobre la reuolución en Francia,, donde contr^a*

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puso a ingleses y franceses en términos de hábitosmentales: "Mientras el francés rompió con sus tradi-ciones políticas a causa de su insensata confianza en l¿pura razón, el inglés reverenció la tradición como laguía rnás segarra en política" (1998: lg7). La otra causaes de orden sociológico:

IJna de las explicaciones que se ha d,adofrecuenternente para la falta de influenciade los intelectuales británicos es que elloshan carecido de peso político y estuvieronen una posición rnarginal respecto de la so-ciedad. Sin embargo, hay evidencia clara deque, lejos de haber sido marginados, en laépoca rnoderna los intelectuales británicoshan estado altamente integrados en la élitedirigente. Ellos han sido menos visibles co?noclase qwe algunos ejemplos continentales pre-cisamente porque ha sido difícil distinguirlosdel pequeño y exclusivo círculo de gente quedirigió el país -al principio, los órdenes rra-dicionales de propietarios terratenientes enel siglo XVIU y gran parre del XIX, luego lanueva clase dirigente del siglo XX, compues-ta por la plutocracia, los expertos y los profe-sionales- (f 998: 201).

A través de los lazos del matrimonio, la concurrenciaa los mismos colegios y la afiliación a los rnismos clu-bes masculinos, los intelectuales ingleses del siglo XIXestuvieron conectados con los grupos dirigentes de lanación. No resultaría fácil, en consecuencia, percibir-los como un grupo socialmente diferenciado.

LJna tercera razón cooperó en la perduración delrnito, nos dice Heyck: la diversidad y Ia superposición

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:1::.ij.r':rr: "

dn los significados que se engarzaron en el sustantivolinr.l..rrral". Frente al prejuicio de que el término ha

,iao i*porr.1" del continente' Heyck muestra que

tr,ro la noción corrro la palabra estaban en circula-

ción desde fines del siglo XIX y antes del caso Dreyfus.

En realidad, al mismo tiemPo que se propagaba el es-

rereotipo de que los intelectuales carecían de gravi-

nción en Gran Bretaña, los británicos no dejaron de

hablar y de escribir sobre los intelectuales, aunque el

rérmino tendría diferentes significados en diferentes

rilomentos y en diferentes 'Juegos de lenguaje"- Enun corniertzo, el vocablo definía a una minoría culti-rada que se ocuPa de cuidar el patrimonio frlosófrco,

literario y artístico de la nación. Heyck llama estético/

acaümica a esta primera acepción. Casi contemporá-neamente surgirá otra, la tradi,cional/elitista, eÍr la queel término "intelectual" implicaba una jerarquía so-

cial: significaba persona inteligente y altarnente edu-cada, contrapuesta a personas r.ulgares o de interesesexclusivamente prácticos. "El significado tradicional/clitista de intelectual [...] tenía un dejo de esnobisrno,y esto fue indudablemente una de las razones por lacual a lo largo del siglo XX algunos intelectuales brirá-nicos se mostrarían renuentes a aceptar esa etiqueta"(1998: 205). El tercer sentido que registra Ffeyck es

el normiztiuo, que se usa para referirse sólo a quienespiensan de determinada forma -es decir, sólo ellosse comportan como intelectuales- y se asocia con elrigor, la profundidad o la abstracción. Su campo deejercicio es la crítica cultural. En la acepción norrna-tiva, el supuesto es que la cultura es la alta cultura y elintelectual representa la contrafigrrra del filisteo, quepersigrre ciegarnente sus intereses.

De los discursos que llama funcionales, Fleyck ex-trae otro significado: intelectuales son las personas

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Page 14: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

que e.iel-cen der"er,{xlinad.as funciones'en o para la so-cieclaci. ISi bien"trzr def,inición de lo que son o deberíanser esas firnciolles varía de un autor a otro, pon 1o

gerrerirl" desde Íiarruel Thomas Coleridge en el si-glo XIX a Beatrrce Webb o F{arold l-aski en el sigloXX, lo clue los t-¡ritanicos han entendido como papelpropi.o ,le los intelectuales ha sido el clel liderazgocuLtur:a.l: de ellos se esperaba que en Lrna era secularpr:oporr:ionaran una dirección a la cultura. El quintosignifi,r:ado, el más polémico en la cultura británica,lra. sido el político. .Fara los británicos, lajefatura espiri-fual qr.re se recrfn-rtrcía a {os intelectuales no irnplicabaqr're, p{}r'definición }, en virtud de la reputación alcan-za.da en la ciencra, el arte o la litenatura, ellos fueranta¡:rbien voces autorizaclas er1 ei campo político. Aun-que la idea de r-rn papel político del intelectual sub-yacia e¡r la accion del socialismo f-abiano, después enei [abor'-srno y en otras a,grupaciones de orientaciónr"eforrrradora, ninguna de estas modalidades estuvo Xi-

gada. r-:on la idea y Ia posición del trrornbre cle cultura"a,trienaclo", es ctecir, con la actitud de quien se piensaaieno ¡r su socien:lacl" a la que critica en términos glo-bales )'liama a c{lmpronleterse exr Lrrr combate radicalcorrti:a ella. Só.lo en los años treinta, obselva Ftreyck,cuandc¡ una partr-e cle los intelectuales, sobre tod,o delos poer:rs, f'ue atl-aícla por el conlurnismo, se verificaríaesfe tilrc de posic:ión"

nlerc¡ ia Segunda Guerra Mundial y el sentirnientopatriótr,:'o q.ue ella. prochijo sensibilizaron a los británi-r:os cclnt,{-a el sent.ido político del termino "intel.ectual",sospecl,roso de cleslealtacl hacia la nación; después, enlos an-os cincuenl.a \, lcsdastía en los sesenta, en el climaicle<iloclco de lz¡- Guerra Fría, se reforzaría el recelorespecxo de la iclea de intelectual y se consolicLanía elIugar n ,rtixLúxt de u.jur: r:n Gl-an Bretarla los intelectuales

contaban poco y nada. Para entonces, otra acepcrotl

se 1¡abía hecho cada vez más frecuente, la acepción

sociológica, que se quería ideológicarnente neutra y porla cwal los intelectuales eran identificados como tlnconjunto de categorías profesionales. Todos estos slg-

nificados, concluye Fleyck, no fueron impermeablesunos a otros y a menudo se superponían en el discursosobre los intelectuales. En diferentes momentos, unode ellos resultaba predominante, pero finairnente n r.n-

guno acabaría Por consolidarse-En su ensayo de historia comparada tr-es intellectuels

en Europe au XfX siécle. Essai d,'histoire comparée, Chi:isto-phe Charle anota que el país europeo donde ia no*ción de intelectuales en el sentido que tomó a raíz delcaso Drefus tuvo aparentemente menos resonattcrafue en Alemania. En las informaciones que se daríansobre eL a.ffaire, el neologisrno no sería retomado enalemán -"Se prefirió palabras alernanas más antiguascomo Intelligenl' (Charle, 1996: 283)-. Más aun, r:e-

salta el historiador, el término "intelectual" cohró unsentido peyorativo en panfletos, artículos y ensayos" Asujuicio, sin embargo, limitarse a las denominacionesy a los estereotipos de la derecha conservadora rro ile-va lejos y lo considera incompatible con la perspectlvade análisis que reiündica corno apropiada, la perspec-tiva sociocultural que apunta más allá de los discu¡:-sos. En efecto: ¿cómo atenerse sólo a las palabras sise quiere captar estructLrras sociales y simbólicas? [-aobservación parece inobjetable, siernpre que no aca-rree la subestimación de los cuadros mentales clue era-cierran los estereotipos y los discursos públicos, searlconservadores o no, y lo que pueden enseñar sobre je-rarquías -alto y bajo clero intelectual, 'omarldarirles"y "escritorzuelos"- y sobre las relaciones entl-e cultura ypolítica, entre intelectuales y élites de poder erx un pals

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Page 15: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

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y en un rnornento dados -en este caso, en la el.m"ri.lguillermina-. I

Por'otra parte, la desconftanza y el cuestionamien-ilto a los intelectuales no surgieron únicamente en s¡.i;.

campo cultural de la derecha. En los años qne pr...-|,dieron a la Primera Guerra Mundial, el intelectual fuefobjeto del "doble ataque de la derecha y la izquierd¿,,'de modo que la palabra recibió desde sus orígenes;una connotación negativa y, en cualquier caso, ell¿'nunca se convertirá en el concepto capaz de agruparia una izquierda en defensa de los derechos del hom-;bre" (Schulte, 2003: 30). En el tiempo de la repúblicajde Weimar el sustantivo no alcanzó a "normalizarse"

-

y bajo el nazismo fue una forma de injuria y estigma-itización (2003: 35; Wolter, 2010). Sólo a partir de laiúltirna década del siglo XX la producción de estudios'sobre la figura social del intelectual se volvió prolife-'rante y la carga despectiva que pesaba sobre la palabra -

Intellektuel comenzó a diluirse para ser reemplazada.,:por una acepción más neutra (Bock, 2003). '

Algunas conclus¡ones .

La primera conclusión podría ser que, si bien la reso-nancia que tuvo la acción de los intelectuales france-ses en la crisis de 1898 fue muy amplia, los efectos desu irradiación no fueron los mismos en todas partes.Otro corolario importante es que los intelectuales noson considerados ni analizados de la misma rnaneraen todas las sociedades, aun cuando todas ellas seanmodernas. Conviene no olüdar, en este sentido, quela difusión del apelativo "intelectual" acotó la propa-gación de otro, que alcanzaría también un uso ge-neral: intelligentsia. El escritor ruso Pétr Boborykin

34

0$G7921)_fue el primero en ernplear en la prensa

esta expresión, y el gran novelista Iván Turguénev elprimero en retomarlay difundirla, también en el exte-r¡or (Bongiovanni, 1996). Según Isaiah Berlin, nad.ie

evocó el mundo social de la intei:lligentsia corno bván

Turguénev: "Sus novelas constituyen la mejor descrip-ción del desarrollo político y social de la reducida peroinfluyente élite de lajuventud liberal y radical rusa desu época. ..y de sus críticos" (Berlin, 1980: 483).

El referente de ese término era la activa aunqueexigua minoría de literatos y pensadores que, provi-nieran de la nobleza, de la burguesía o de categoríassociales más modestas, tenían corno condición comúnel haber recibido tr.na formación intelectual universi-taria, aunque no todos completaran sus estudios. Lainstrucción superior era un hecho saliente en el pai-saje social rtlso, donde quienes podí-a.n leer y escribirconstituían una reducida franja de la población. F{os-ül tanto al régimen autocrático del zarismo como alas autoridades religiosas, la intelligentsia se concebíaa sí misma como un segmento cultural con una rni-sión redentora -el que podía sacar de su inercia a unasociedad atrasada y liberar las energías de un pueblopobre y oprimido, aunque de esa rnasa sojuzgada loseparaba la cultura, que lo identificaba como intelli-gentsia-. El término pasó al vocabulario de otros paí-ses de Europa occidental con los üajeros y exiliadosrusos, ellos mismos representantes de esa minoría dedisidentes cultivados (Gella, Ig78; Malia, lgTl). Fue-ra de Rusia, atenuó o directamente perdió algunasde las connotaciones que el sustantivo evocaba en sLlcontexto originario y actualmente se lo emplea conun significado más o menos próximo al de intelectua-les y a rnenudo ambos se usan como intercarnbiables.Ya en la célebre obra de Karl Mannheirn, Ideologza y

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.ut;ofiíu, el rérmir-ra zntell.i.gentsia f,Intetti.genr.f, que había# .: , 2. El punto de vista normativotoÁacLc, de Alfred M¡eber, convivía y alternaba con el}i . ..

p-[ural "intelecfr,rales", es decir, con la función de un tsnstant¡vo colectivt¡. t

l[ercera conclusión c[e este recorrido: la visibilidadF. .,. ]

qrre la figura del intelectual ha conocido en Franciafen Xos c{os riltimos siglos, sea para alabarla o para deni-$

.

granl;l- nemite a una historia particular, aunque obüa-fmenf-e [os intelectuales no sean una esPecialidad fran.'fces¿I" l-,'o que de'be Llrecaverr¡os contra el 'inconscienleil

Jra,nces, como l,o llama Christophe Charle (f996:20), En las representaciones sociales del intelec-en su,r investigar-:ión sobre los intelectuales, es clecir,f rual, este aparece en ocasiones como el heredero traico

coxrtra la adopciór-r sin recaudos de las rnodalidades,fi de at¡ibutos que en el pasado eran propios detr sace]:-

francesas de la. política y de la actividad intelectual,lr dote, encargado de velar por los valores pefirranentesclando, por supuesta su universalidad. Flablando en li de una tradición sagrada, o bien, por el contnario, se

terrrrlllos rnás generales, digamos que en el análisis{ lo percibe como el sucesor moderno de los profetas,cte los intelectxlales deberíamos precavernos de unal' ,.aquellos locos inspirados que predicaban en el cle-perspectiva determrnacta exclusivarrrente por la vida sierto muy apartados de las prácücas institucionaiizaclascr-ritr-rr:rl o por la notoriedad de alguna de las grandesi de Ia corte y de la sinagoga, apostrofando a los pode-metnnpolis. : rosos por la rnaldad de su comPortamiento" (Coser,

1968: l0). Que sea difícil disociarlo de irnágenes cornoi esas probablernente sea la razón por la cuaL el tienapo

¡ro ha neutralizado el concepto de intelectuatr" La solarnención del sustantivo puede provocar ure debate,

, tanto sobre el significado dél concepto que encierra; como sobre la estirnación de las responsabilidades 1:rúí-

: l>licas que le conciernen (1968: 9). El térrnino n<l se1, presta a la univocidad y el punto de vista norrnativo

parece imponerse.Los propios intelectuales son los más inclinados

zr las descripciones normativas de su papel" I-a res-puesta a la cuestión ¿qué es un intelectual? tiende aconvertirse, más o menos insensiblemente, en la res-Puesta a otra pregunta: ¿qué debe ser un intelectual?El razonamiento cobra entonces sentido moral v los

3f; 37

Page 17: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

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rÉ,

intelectuales son representados como integrantes de$

un grupo aparte, una especie de "clase ética", asocia.$:

da con una rnisión, sea la de guiar la opinión de s¡fsociedad, la de subvertir el consenso cornplaciente,io la de adelantarse a sus contemPoráneos indicandolel futuro. El destino del docto, había dicho Fichte,ies el "de velar atentamente por el progreso de la hu.irnanidad, y por la rnarcha continua de ese desarrolloiprogresivo" (Fichte, 1937: 72). Para el escritor DrieulLa Rochelle, el intelectual se elevaba también por so-r

bre la sociedad, pero no como un pastor, sino más'

bien como un semidiós: "El intelectual, el letrado,:eI artista, no es un ciudadano como los demás, tiene,

deberes y derechos superiores a los dernás" (cit. e¡Bodin, 1970: 6O). Las concepciones normativas han,

generado una tradición y en ella se inscribía VaclavFlavel (1991:167) cuando afirrnaba, en 1986, ya en'

las postrirnerías del régimen de socialisrno despóticoal que cornbatía, que el intelectual "debe perturbarconstantemente, debe dar testirnonio de las miseriasdel mundo, debe provocar manteniéndose indepen-diente, debe rebelarse contra las presiones ocultas y'

abiertas, debe ser el primer escéptico resPecto de los

sistemas, del poder y de sus seducciones, debe atesti'guar sobre todas sus mendacidades".

El punto de üsta normativo, como se ve, no se halla

asociado con un modelo, sino que ha inspirado más

de un retrato del intelectual, retrato estilizado que se

liga con un mensaje ético o ético-político, y cualquierade ellos tr^za explícita o implícitamente la distinciónentre dos tipos de intelectuales: los verdaderos, es de'

cir los fieles a su rnisión, y los falsos intelectuales, los

impostores o los que traicionan el mandato.

Los intelectuales como nuevos clercs

La formulación clásica de esta concepción es la delmanifiesto de Julien Benda, La traición d,e los intelec-

nales (La trahison des clercs), publicado en 1928. Filó-sofo, crítico literario y antiguo miembro de la "farni-

fiv', drEfusard, Benda sitúa a quienes llama cl^4rigos (el

anacronisrno clgrcs no es inocente) en una función que,ro ., política ni sociológica, sino trascendente y de or-den moral. La función es en realidad una rnisión y loque Benda (7974:9) denuncia en la actitud pública delos intelectuales (clercs) modernos es la traición a esa

función: "Me parece importante que existan hombres,aun cuando se los zahiera, que guíen a sus sernejantesa otras religiones que no sean las de lo temporal. Perolos que sobrellevan la carga de esa t:rea, y yo los llarno'clérigos', no sólo no la afrontan, sino que cumplen latarea contrafia".

Durante siglos, afirma, la marcha de la ciülizacióndescansó en la obra de dos especies de hombres, casidos "humanidades", ambas igualmente necesarias.Por un lado se hallaba esa parte de la hurnanidadcompuesta por las masas burguesas o populares, losreyes, los ministros, los jefes políticos, "la parte de laespecie hurnana a la que yo llamaría laíca, cuya fun-ción, por esencia, consiste en la prosecución de in-tereses ternporales y que, en suma, no hace rnás quedar lo que debía esperarse de ella, mostrándose cadavez más única y sisternáticamente realista" (797a: 42).Ahora bien, junto a esta humanidad entregada a lotemporal había otra:

Al lado de esta hurnanidad [...] se podía, has-ta el último siglo, discernir otra esencialmen-te distinta y que, en cierta medida, le senría

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,:i,r: {-i'eno: qLtx.ero krablar de esa clase de indivi-clr-r,-,s a quier-r-es yo ll;rmaría inteÍ'ectuales (clarcs),

elesigr-rando s:olr. tal nombre a f-odos aquellosclrvra activid¿rcl, e!-1 sltstancia, no persigue firresprácticos, pero que, al solicitar su aiegría paraeX ejercicio ctel arte. o de la ciencia, o de laesl-recr-rlación rnetafísica, en sllma, para la po-sesrón de ulr. bien nc:) temporal, dicen en cier-1-o rnoclo: "Mi reino no es de este mundo"" Y,

en realidacl., clescle ]race rnás cle dos rnil añoshzrsta los últimos tiempos advierto, a través dela [ristoria, iltla continuidad ininterrumpid-ade filósofos. de religiosos, de literatos, cle ar-tistas, de sal:ios -puede decirse casi todos eneJ curso de este períod.o- cuyo rnovimiento es

rrnzr oposición formal al realismo de las inulti-Lucles (I97'L: 44) "

Desde hacía uru srg-[o, sin embango, según cree ad'

r¡ertin []renda, el, cornportamiento de los intelectualeshabía. car-nbiado" Va no contrariaban el realismo de

los prieLrlos, denunciar-ldo las pasiones seculares, ni

se nrzll-iLenían et distancia de lo inmediato y lo tem-

poral, ascéticamenx-e consagrados só1o atr estudioclc.:sini-eresado cle la ciencia y a Ia creación artística.Ahora. sucumbían altte las pasiones secLllares, fun-da-rnerrtalmente a las pasiones políticas, que habíanafca-nr,ado una gelreralización nltnca conocicla: "casi

no ha¡t un alrna- en .Europa que no se enclrentre to-

cadzt {ti, no crea esl.arlo) por una pasién de raza o de

clase o de nacl¡:]ffi, 'y,. con frecuencia, por las tres a un

t.ienl1lr o". Lo rnismr¡ ocrtrría en el Nuevo Mundo y en

eI Exf r^erno Oriente" donde "inmensas colectividadeshrrrrrarr.as, que ¡;arecía.n privadas de movimiento, des-

pierf.ai.r a los oclic¡s sociales, al régirnen cle los parti

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dos, al espíritu nacional como voluntad de huinitrlar

i orrot hombres" (1974: 12) '- Los modernos intelectuales no despreciaban, coltl"o

sus antecesores' esas pasiones laicas, sino que les ha-

cían eljuego. Más aun: ni siquie.ra.se limitatran a clar

apayo o tomar parte en esos movimientos, sino que les

tánsmitían su afán de continuidad, lr'omogeneidad y

coherencia. Así, las pasiones qLre antes nesponclían

sólo a impulsos discontinuos, ahora se veían perfec-

cionadas por obra de los intelectuales, que las sisterna-

úzaban ordenándolas en torno de doctrirtas" "Nuestro

siglo será propiamente el siglo de la organzi'zct'ci'ón, i.ntelec-

rual d¿ los odi.os políticos. Será uno de sus grandes títuiosen la historia moral de la hurnanidad" (1974:33)

"

Benda no se oponía a que el intelectual interwinieraen el debate cívico, siernpre que no fuera "para hacertriunfar una pasión realista de clase, de raza o de na-ciórf' (L974:50). En el pasado, incluso en el pasadoreciente, había ejemplos dignos de consid.erar y acl-

mirar:

¿Necesitaré recordar los reproches de unFénelon, o de un Massillon para ciertas gue-rras de Luis XfV? ¿Los ataques de un Voltai-re contra el saqueo del Palatinado? ¿De unRenan contra las violencias de Napoleón? Deun Buckle contra la intolerancia de Inglate-rra respecto de la Revolución Francesa? ¿Yen nuestros días, las de un Nietzsche contralas brutalidades de Alemania sobre Frzr"ncia?

Q97a: 52).

El caso Dreyfus tarnbién había dado ocasión a cora-ductas ejemplares, como las de Émile ZoIa y ÉinileDuclaux -méd.ico, director del Instituto Fastellr-, Luf

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sescritor y un sabio, ambos combatientes drqfusards.Cuando "prestan testimonio en un célebre proceso,estos intelectuales cumplen plenamente, y en la másalta.forma, srl función de intelectuales; son los sacer-dores de lajusticia abstractay no se manchan de pa-sión alguna por un objetivo terrestre". Frente al "rea-lismo" de los representantes del poder temporal, losintelectuales ZoIa y Duclaux obraron como sus ante-cesores ilustres, es decir, como representantes de unacorporación superior, la del poder espiritual, cuyoúnico culto debe ser el de la justicia y el de la verdaduniversales (1974:57). Benda no creía ni aspiraba, sinembargo, al "reino de los filósofos". La misión de losclercs era mantenerüvo el fuego de los valores no prác-ticos, no adueñarse del poder temporal.

El modelo sartreano del intelectual comprometido

El ensayo de Benda sigrre proporcionando la versiónabsoluta de la idea normattva de los intelectuales: re-presentantes del espíritu que, a distancia de las agita-ciones de su sociedad, ejercen sobre ella una suertede rnagistratura. Pero el modelo del clerc de Benda nofue el único que forjó el punto de vista normativo. Eneste sentido, ¿Qué es Ia literatura?, deJean-Paul Sartre,puede considerarse a lavez una réplica al credo de Latraición de los intelectual¿s -aunque sea y contenga mu-cho más que eso- y una reformulación del papel delos intelectuales como grupo ético. Sartre no emplea-rá en este libro sino excepcionalmente el término "in-telectual"; hablará del escritor. Pero la extensión de sudoctrina del cornprorniso literario al conjunto de losintelectuales -una asimilación que se volüó corrientedesde la publicación, en 1948, de los ensayos de ¿eué

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es Ia literatura?-, no es arbitraria. Novelista o ensayista(recuérdese que excluye de su doctrina el arte de lospoetas), el escritor de Sartre es un intelectual y el in-telectual, antes que nada, un eseritor. ¿Qué era, poroffapzrrte, Les Temps Modernes,la reüsta que fundó enIg45 y en la que publicó por primera vez esos ensayos,sino una reüsta que agrupaba, expresaba y se dirigía aIos intelectuales?

"Para nosotros -escribirá en la presentación de Les

Tmps Modentes- el escritor no es ni una Vestal ni unAriel; haga lo que }laga,'está en el asunto', rnarcado,comprometido, hasta su retiro más recóndito" (Sartre,1981: 9). Carecía de sentido, pues, preguntarse cuán-do y ante qué causa resultaba necesario salir del claus-ro e intervenir en el mundo porque, simplemente, noera posible sustraerse del aslrnto:

Considero a Flauberty a Goncourt respon-sables de la represión que siguió ala Comu-na porque no escribieron una palabra paraimpedirla. Se dirá que no era asunto suyojPero, ¿es que el proceso de Calas era asuntode Voltaire? ¿Es que Ia condena de Dreyfusera asunto de ZoLa? ¿Es que la adrninistracióndel Congo era asunto de Gide? Cada uno deestos autores, en una circunstancia especialde su vida, ha medido su responsabilidad deescritor (1981: f 0).

Por lo tanto, si-bien el escritor está obligadamente im-plicado, haga lo que haga, hable o calle, había paraSartre un modo de ejercer esa responsabilidad que eramás consecuente con la condición de escritor, cornose d,esprende de los ejemplos que proporciona. EraZola, no Flaubert, quien había obrado con integridad,

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pero esta integrir-tad no era {ena a la nesponsabilidadde escr:ilbir. El com4)rornliso del programa sartreano11o se u:educía, srrl elnbargo, a esa situación de hechoe lnernfa.ble" 'Ya qlle actuamos sobre nuestro tiempo il

por: tlll€tttra mislna existencia, quel-emos que esta ac- i;

ción sea voluntal'ia" (1981: 10). En otras palabras, sefitrataba. cie hacer cle ese compromiso ineludible un ob fl

jet<_r il,e elección, lir.acerlo objeto de un acto voluntario ii

v {:OnS('t('nLe.

,ü-,a pr:esentacic-¡n q.le Le.s Temps llfiod,ernes, que Sartrerepublir:ó tres aii.¡.rs clespues en la. apertura de su lil¡ro¿Qlú es l,rt. literaturr¡? ( 1948), resonará como un manifres-t-o (y n<-n sólo en t,':t'ancia)" Su aLrtor iniciaba por enton-ces un r¡:inado en l:r vida intelectual fiancesa que nodurara rlrenos de quir:rce años. Nadie reunía -ni neunirárlesprrés*' creden¡;ia-les intelectuales equivalentes a lassu_vas. Ffl;rbía pubtica,Jo ur-ra tesis de filosofía, El, ser y lanada (lr')43), que con otros ensayos filosóficos 1o situa-ron cor.mo Ia cabezavrsible del existencialismo, eX sucesofilosófir:n de la sesurrcla ]rosguerra. Antes dei estallidode la Erxerra, sü p'r1¡1111sr-a novela, La náusea (1938), y unlibro de relatos, Ul ntu,ro (1939), fi"reron saluc[ados con:rdrnira¡:rón por l;l opinión literaria rrás influyente (Co-trren-Sota,[, 1990: tt72-'i-74)" Sus artículos sobre FnanqoislViauria"c, Williarn Fault<nei:,John Dos Fassos no sólo ali-rnerrtarian la fárna cle su trlluma, sino también la auto-riclad cte su.juicic¡ lite¡:ario" En 1943, b{o ia ocupaciónalenlanzr, Sartre lr:rbía estrenado r-lna obra de teatro, tr-as

?nosca,s,o.¡ ue result.ó un frercaso, pero A pueñas cetradas,rellresenLada un zrño después, fue u_n acontecimiento.En -t945, el año del editorial de Les Tem.ps Modernes, díoa Ja irnpr:enta La edari d,e la razón, el primer voiurnen deia saga rit¡velística ,[-os ca,nzinos de la ti,berta,rl,.

E,n resurmen, clr lzr coyuntura de la inrnediata pos-E;trer.-ra Sartre anucló ia legitimidactr del pensador y la

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de1 creador, los.títulos del profesor y tros del ;rrtista'

En los años siguientes, ntlevas obras, nuevos ensayos,

rnorales y políticos, así como conferencias, guiones

de cine, letras de canción Para la "rnusa detr existen-

cialismo" Juliette Gréco, consolidaron slr irnagen de

"intelectual total", comprometido en todos los fren'

tes, según lo definirá Pierre Bourdieu en ocasión de la

rnuerte del autor de La ná'usea'

Al igual que el clzrc de Benda, el escritor de Sal-f-¡¡e

se halla también investido de una rnisión, pero esta

rro €s, como la de aquel, la de guardián de los valores

inmort¿les. La imagen deI clerc, sólo aplicado a la con-

lemplación del Bien, la Verdad o la Belleza, evocabta

para Sartre a Lln cómplice de los oPresores. El escritorhabla a sus contemporáneos aunqtle aspire a laureleseternos. Se engaña si persigue lo universal dando la.

espalda a lo temporal, a su época, porque 1o ¡-rnir¡er-

sal sólo se deja entrever en el horizonte histórico ctei

presente que comParte con sus lectores. iV[ás aun: ei

sentido apasionado del presente y sus urgenciem es 1o

que puede resguardar al intelectual de la abstraccróny el idealismo. El acto de escribir es un acto de libertad,que llama a la libertad del lector. "No se escribe paraesclavos. El arte de.la prosa es solidario con el únicc¡régimen donde la prosa tiene sentido: la democracla.Cuando una de estas cosas está amenazada, tambiér¡lo está la otra. Y no basta defenderlas con La pluma"(Sartre, l98l: 87). La empresa de escribir y la moralse hallan pues inextricablemente unidas: "Aunque Ler

Iiteratura sea una cosa y la rnoral otra rnuy distint-a,en el fondo del imperativo estético discernimos el rrn-perativo moral" (f 98f : 85). La libertad del escritor es

una libertad situada, corno la de todos los horrbres. ysólo puede escribir en situación y dentro de una situa-ción. ¿Cuál es su misión? Proporcionar a la sociedacl

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una "conciencia inquieta" de sí misma, una concien-cia que Ia arranque de la inmediatezy despierte la re_flexión. Por eso eI escritor "está en perpetuo antago_nismo con las fuerzas conservadoras q,e mantienenel equilibrio que él procura romper. porque el pasoa lo mediato, que no puede hacerse más que por ne-gación de lo inmediato, es una revolución perpetua?'(1981:1OO)

si escribir y leer son los dos polos de ra comunica-ción literaria, ¿para quién escribir? Ese person4je sa_lido de la burguesía o alimentado por .ll. q.r."es elescritor, ¿debe dirigirse sólo al pequeño círcuio de suslectores reales o aspirar a un público que está más ailá,un público de lectores ürtuales que debe conquistar?Además, ¿sobre qué escribir? para Sartre las dos cues_tiones están encadenadas y él las inscribía entonces, en1948, en eI proyecto de un orden futuro al que conferíael sentido de una utopía. Un público que ctmprendie_

ira a"la totalidad de los hombres vivos en una sociedad :

dada" (1981: 153), es decir, un público que fuera un"universal concreto", remitía al porvenir de una socie-dad sin clases y sin dictadura, sustraída por igrrar a raexplotación capitalista y a la opresión estalinista. Aun- :

que era posible concebir una sociedad así, dirá Sartre,se trataba todavía de una utopía. "pero esta utopía nos :

ha permitido entrever en qué condiciones la idea dela literatura se manifestaba en su plenitud y su pure_za" (1981:157). Por unos años buscará que esa uiopíacobre forma política en Europa.

Los grados y las formas del cornpromiso son varia-dos. El intelectual comprometido d. la Saúrepresupo_ne el intelectual crítico que reiündica su autonomíarespecto de los poderes y los aparatos políticos. Se di_ferencia, en ese sentido, tanto del experto y del inte_lectual católico, sujeto a ras autoridaáes de ra Iglesia, :

corno del intelectual revolucionario que subordina su

autonomía a las demandas de una organización, el

oarúdo revolucionario, a cuyo servicio pone sus com-r.petencias corno intelectual (Sapiro, 2010).

El exilio como experiencia y como modelo

No hace mucho tiempo, en sus conferencias sobre l?¿-

presentaciones del intelectual (f 996), Edward W. Said vol-vió sobre la tesis de La traición de los ir¿tel¿ctuales. la hizoobjeto de una reivindicación y propuso lo que podría-mos considerar una secularización de la doctrina. Deorigen palestino, Said hizo su formación universitariay su carrera acadérnica en los Estados Unidos, dondefue titular de la cátedra de literaturas comparadas y al-canzó celebridad como crítico literario y como ensayis-tzl. Su libro rnás conocido y también el más polémico,Orientalismo (f 978); ponía b4jo una nueva luz todos losdiscursos doctos de Occidente, ya fireran eruditos o deimaginación, sobre el mundo árabe en particular y so-bre el rnundo islárnico en general. Orientalismo era laobra de un universitario, pero quería ser y era muchomás que eso, un ensayo de crítica cultural y política.

En la reelaboración de Said, el credo de Benda es

menos absoluto -sus intelectuales pertenecen al reinode este mundo y participan de sus combates- pero elespíritu normativo se mantiene. Para exponer su pers-pectiva, el escritor palestino comienza por situarse res-pecto de dos autores de referencia, Antonio Grarnsciy Julien Benda. No es Gramsci, sin embargo, quienle interesa (elogia su contribución al análisis de losintelectuales, pero la deja rápidamente de lado, trasinterpretarla sin mucho rigor), sino Benda. "No hayduda -al menos para rní- de que la imagen del in-

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telec{.ual auténti':o ta.f. corrro la concibe Eenda en sllsras€fos gr:nerales sr€Ire siendo atraativa e interesante"(Said" l!)96: 26). F?ara Said, como para el autor de Zo jtra.¡.ción ti,e lcts intefectu,al¿s, el intelectual es "u.n se.r: apar-t-e"" qlxr: errcarna urrzr misión, Pero esa rnisión

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la ulel d*vc de Beir.cla.- consagrado aX cultivo d_e rraloreseter:nos- "La políl-ica es omnipresente; no hay huida¡rosible a los rei,n.o-rs ciel arte y dei nrensamiento puroso, $i se ros perrrnte r-lecil'io, al reino de la olrjetividaddesrnte¡ .sada o cte la Leoría trascendental" (19g6: 3g).En ¡:ealicjad. los inte.lectuales estárr condenados a sercle su riernpo y el m.r-1o er] qrxe partícinran de él es loque c-liferencia a LtnoÍi de otros, al "intelectual crítico"-qlle es ei modelr¡ normativo del intelectual ve¡:dacle-ro-- tlel {,Jrle no lo es"

fiásrr-amente -escribe Said-, el intelectual erlel se¡ltido qLrF ycl le cloy a esta palabra no es niun r_¡aci{icadt¡l- ni un fabricante de consenso,sinc¡ rnás bieil aiEuien que ha apostado con{.orf,cn su ser a flan or del sentido cnítico, y que¡ror^ i.o tanto rie itle6fa a aceptar fórmulas Íá-ciles" o clisés estereotipados, o las confirrna_cionc-s tnanquiilizaqloras o acornodaticias de loque {lene que decrr el poderoso o convencio_¡-ral" asÍ como lo que estos hacen (1g96:3g)"

Corno er-.. la tr-adic:ló* úqfusanf,, el intelectual es paraSaici. no sólo un ser aparte. sino un ser clr)/a causa es la<tre la v,erckld y la.iusticla" ¡cómo ejerce su rnisióni, con-tractictoi: del podel-, perLurt:ador clel statu quo, slr papeles el del fr"ancotirac{or; plantea públicamente cuestionesi'cdmoc{a' para los goberrfantes, desafra las ortocloxiasrelisr{trsas r: icieoló¡4icas cle su sociedacl y su espíritu in-décil 1ro se deja dorneslicar por las institucion"i. El nrt48

jel intelectual es el de representar, "Y? sea trrabland¡:r,

ira¡Ui.u¿o, enseñando o apareciendo en televisiór-r"

,1gg0,31). Pero, ¿a quién representa? F{ay aquí espa-

,jo pra la elección. Puede escoger, dice Saicl, "o bietl

oorrl¿.r¿ore de parte de los más débiles, los Peor repre-

Lntrdor, los olvidados o ignorados, o bien aiineándo-

se con el más poderoso" (1996: 47). Ahora bien, col:tlo

sosfiene igualmente que "el intelec.tual esfá en el rnis*-1.

barco que el débil y no representado" (1996: 39), ha1'

que extraer la consecuencia de que, quien se alinea con

á pod"roso, traiciona su misión de intelectual"A diferencia del clerc de Julien Benda, el franco-

ürador de Said no es un individuo abstracto, sinnarticularidades nacionales, religiosas, lingüísticas"iHubhr hoy de los intelectuales significa hablar espe-

cíficamente de las variaciones nacionaies, religiosase incluso continentales del tema, Porque cada unade dichas variaciones parece requerir una consicle-ración indepencliente" (1996: 41). Sin embargo, aLrn-

que nacen dentro de una cornunidad nacional, de unacultura particular y de lengua determinada ("y por .[o

general pasan el resto de sus vidas en ei corrtexto deesa misma lengua, eu€ es el principal medio ele {aactividad intelectual"), su misión no es la prod.ucciondel consenso de la nación, ni deben resignar el espí-ritu crítico por los lazos que los ligan con el grup<lde pertenencia ("la tarea del intelectual consiste enmostrar cómo el grupo no es una entidad natural ode origen divino, sino una realidad construida, ma-nufacturada, e incluso en algunos casos un objetoinventado") (1996: 48)- El exilio, aunque doiorosocomo experiencia, puede resultar un antídoto contrala ceguera de lo farniliar, de lo que va de su1'o, el sen-tido común de grr.po.

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Debido a que el exiliado ve las cosas en fun-ción de lo que ha dejado atrás y, a la vez, errfunción de lo que lo rodea aquí y a}":,ora, hayuna doble perspectiva que nunca muestra lascosas aisladas. t...] El intelectual en exilio esnecesariamente irónico, escéptico, inclusotraüeso, pero no cínico (f996:71).

Un peligro que acecha y pierde a rnuchos intelectualesen la actualidad, obsewa Said, es el "profesionalisrno',.En el razonarniento del autor el término "profesiona-lismo" no indica una posición insútucional ni un modosocialmente regulado de ejercicio de la actiüdad intelec-tnal, sino una actitud: un número cadavezmayor de inte-lectuales conciben y practican su labor a imagen de otrasprofesiones, sin otra responsabilidad que la de ser com-petentes y objetivos en su laborysin involucrarse en nadaque sea {eno a la incumbencia profesional. El antídotocontra la actitud profesionalista es el espírinr de amateu.r

El intelectual debería ser hoy un amateuro afi-cionado, algr-rien que considera que el hechode ser un miernbro pensante y preocupado deuna sociedad. lo habilita para plantear cuesrio-nes morales que afectan aI fondo misrno de laactivid.ad desarrollada en su seno, incluso de lamás técnica y profesionalizada, en la rnedidaen que dicha actividad compromete al propiopaís, su poder, sus modos de interactrrar consus ciudadanos y con otras sociedades. porotra parte, el espíritu del intelectual que actúacorno amateur puede penetrar y transforrnarla rutina meramente profesional con que noscomportamos la mayoría de nosotros en algornucho más üvo y radical (1996: 9O).

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para Said, el "extrañamiento" respecto de la sociedad

oue habita sensibiliza el sentido crítico del intelec-

rual. Desde este punto de vista su irnagen del intelec-

rual crítico se aproxirna al tipo social construido que

Georg Simmel (2OO2) llama "el extranjero", y al que

te consagra un parágrafo en sw Sociología. El extranjeroal que se refiere, dice, no es el nómade que üene hoyy se va mañana. Se trata del que viene hoy y se queda'tnañana, pero, amnque se ha detenido, no se ha asen-

.6.do. Lo que le interesa de esta figura es la relaciónde proximidad y distancia en que se halla respecto delgrupo en el que se ha establecido.

En el caso del extranjero la unión entre laproximidad y el alejamiento, que se contie-ne en todas las relaciones humanas, ha toma-do una forma que podría sintetizarse de estemodo: la distancia, dentro de la relación, sig-nifica que el próximo está lejano, pero el serextranjero significa que el lejano está próxi-mo (2002: 211).

Para Simmel, esta posición de distanciarniento erauna fuente de lucidez o, como dice é1, de objetiüdad.

Corno el extranjero no se encuentra unidoradicalrnente con las partes del grupo o consus tendencias particulares, tiene frente a to-das sus rnanifestaciones la actitud peculiar delo "objetivo", qrle n-o es meramente desvío ofalta de inter,és, sino que constituye una mez-cla sui generis de lejanía y proxirnidad, de in-diferencia e interés (2002: 213).

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ffil fnlésofo em la ffiaverna

l-a Í.igr-lr-ai siurmeliana del extraniero ha sido empleacl¿mu-chas veces para sr-rbrayar la ruptura. con la expe-riencia. c¡rdinarizr y las verdades del sentido comú¡,qllr es necesaria a fin. de que eI conocirniento socialsea ¡tosr}-rle" Ahora hren, ¿cómo evitar que la distanciase 4lon\¡lr)rta en desct¡nexión y se acabe por hablar (opor- escr:ibir) ya ¡rara nadie o sólo para otros intelec-tuales? {ji,n torno qle r:sta cuestión ha d.esarrollado su

neflexion sobre el pa¡rel cle los intelectuales hAichaelnA/al.zer llilósofo X.rolítico norteamericano de orienta-ció¡¡. cornunitarr.sra, Walzer codirige descle hace añosDi,ssen.l;" conocida revista de la izquierda intelectual delos Estaclc¡s dJnidos.

TjÍ cetebre rnilo cle la caverna tiene un papel fi-gural-ivo central en la arr{umentación de su tibro Iacom.pa,ñ.r,o, de los tt'i,tit:n¡s (1993), pues a través del rela-to 1-rlatr-lrri.co ilustra la posición cLe quienes creen quel.os prinu:ipios eri c1Lre dehe fundarse la crítica socialy prolrticrzr se halla-n íi-re ra de la caverna, conno la iuzdel. sc¡1" _1, unicarnerr{-i.: ¡,rue.den ser clescubiertos por fi-lósofbs r,listantes",Ajgtrnos intelectuales, escribe, "sólobuscalr l.;r a.quiesnrel-tr.la d.r: otros cr:íticos; hatrlan a suspares ui.ticarnenfr: e.¡.¡ e.il r:xterior de la ca\¡et:na) en elres¡rl-a.Lr,-lor de lzr Ver:rlad" Otros encLrentran pares y,

a \¡ece$" rncluso r::unaracla.s, en el irrtel-ior, en la som-bra- de ia¡i verdacl¡s,qr,rntingentes e inciertas. Mi propiocotrrlll:olniso con. la r;¿y61¡l1a rne lleva a preferir el se-

gundo errtttr)o" (\Alalzer', "t!)93: B)" El eje de su reflexión), clel ¿rn;ilisis de ia t.ray6¡¡eria cle c)nce intelectualesserá" elr.L¡)nces, e[ rJc Ja distancia y Ia conexión entreJas elites del discul's<_¡ q:rítico y las personas cotrrlrnes.

'1,¿, c¡,i-t,ica social es riie¡a como la propia sociedad,

dice \¡V¡lzer, qui<:n lralla su manifestación orisinaria

t;2

v elemental en la queja contra las circunstancías :r.d"

irr*^ de la üda común. "El crítico social rnocLerno es

un especialista en la queja, pero no el prirnero y se-

suramente no el últirno" (1993: 11). La crítica puecle

Ir.rmir vartas formas -reprobación política, denuncia

ntoral, cuestionamiento escéptico, comentario satí¡:i-

co, profecíaairada, especulación utópica-, pero su raíz

es siempre moral, tanto si apunta. a individuos colrltl sl

cuestiona estructuras sociales y Políticas. "SLls térmrnos

cruciales -observa Walzer (1993: 17)- son corrllpciony virrud, opresión y justicia, egoísmo o bien público""írrrqrr. el crítico Puede alegar consideraciones filosó-ficas o económicas, sociológicas o políticas, el firircta-

mento de la crítica no es el conocimiento docto" L,os

i¡rtelectuales que invocan el saber como garanttía de su

crídca hablan generalmente en nornbre de una verctad

-la de la razón,la de la ciencia o la de la historia- q,u-e

.$e errcuentra y se adquiere rnás allá del horizonte grx.e

comparten con sus semejantes: es el mens4je del nlri-oplatónico de la caverna pa:ra- Walzer. El crítico que I'e*gresa, tras haber salido de la caverna y haber desc¡-r-

bierto el camino del conocimiento verdaclenL!, "n{} secnfega a la gente como un pariente; la obsen,a cL}nuna nueva objetividad, yu que es extraña a su Verciadrecién descubierta" (1993: 2l). La crítica que ela.boraya no se halla en continuidad con la queja común "pc.,r-que el crítico se sitúa, aun después de su regreso, fuei:ade la ciudad" (1993: 27). La distancia se conr.ierte er-t

apartamiento y desconexión.El marco de la crítica intelectual es para Walzer ra

comunidad política -la Ciudad, en el vocabulari.o ¡:o-lítico occidental-. El intelectual no debería concebir-se como miembro de un grupo aparte, sino como Lrnciudadano que habla y participa del debate público enel ejercicio de esa condición. El "extrañamiento" cJ.e

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la Ciudad no es el requisito de la crítica, que nuncaes más poderosa que "cuando da una voz a las quejascorrientes de la gente o pone en claro los valores quesubyacen a esas quejas" (1993: 2Z). La preocupacióndel intelectual no debería ser, entonces, la de abando-nar "la caverna" para ir en busca de verdades univer-sales que le den fundamento objetivo a su crítica, sinotomar la moralidad existente en la ciuclad y ejercersobre ella el trabajo crítico-interpretativo. Meáiantela interpretación, el crítico puede hacer ver las incon-gruencias entre los valores proclamados y los compor_tarnientos reales de los gobernantes y de los conciu-dadanos, o proponer otra realización de esos misrnosvalores. Como Flamlet, que presenta a su rnadre, laReina, el espejo en que "su ser íntimo se patentice,,,el crítico debe poner a la ciudad ante er espejo de suspropias faltas- La actividad crítica se asocia así con laautorreflexión de una comunidad y, por ello, con laautocrítica. El intelectual pone en forma la queja co_mún mediante un lengrraje especializado, plró masallá de cierto plrnro la especialización del lengr.rajepuede desconectarlo: ya no habla entonces sino parauna pequeña élite de colegas (para Walzer, el elitismoes la gran tentación del crítico cultural modernista).

En la sociedad contemporánea,la ,,rebelión de lasrnasas" es la movilización de la queja común y en esaempresa, que no es únicamente suya, los intelectualescríticos deben hallar su lugar. Habrar desde adentro nosignifica, sin embargo, renLrnciar a la independencia:

iSu crítica es tanto auxiliar como independien-te. No pueden sólo criticar, también deben

.ofrecer consejos, escribir programas, asumirposiciones, hacer elecciones políticas, con fre_

,cuencia en las más duras circunstancias. Aler_ i

tas a las derrotas, a rnenudo autoinfligidas,del pueblo movilizado, no están, sin embargo,prontos a convocar a un retorno a la pasiüdadtradicional. Los críticos de esta clase debenbuscar un modo de hablar a tono con srl nue-vo acompañamiento, pero también contra é1.

Necesitan encontrar un lugar donde ubicarse,cercano a su cornpafiía, pero no sumido en ella(1993:33).

A estos ejemplos de la tradición norrnativa se podríananadir otros, pero ellos son suficientes: los cuatro de-

jan ver, a través de versiones diferentes y ann rivales, elrazonarníento ético. Lo que sobresale en este razorra-miento no es un examen de lo que el intelectual es ohace en el espacio social, sino un discurso prescriptivosobre lo que este debe hacer si quiere corresponder asu definición (custodio de los valores perrnanentes dela civTlización, escritor comprometido con las luchas desu tiempo que busca cambiar la sociedad con arreglo aun proyecto, contradictor del poder y portavoz de losdébiles o articulador de la queja común). La cuestiónde los deberes de la intelligentsia se sitúa en el centro.Que la argumentación ética sea tan corriente en el dis-curso sobre el intelectual nos recuerda que esta figuraes irreductible a una categoría socio-profesional, queun intelectual no se define únicamente por una fun-ción (lo que es), sino también por una "conciencia",es decir, por Lrna representación de su papel como in-telectual. Como hemos visto no hay, en realidad, unasino varias formas de esa conciencia y cuando los inte-lectuales tra;zarr una y otravez la línea que diüde a losintelectuales dignos de admiración de aquellos que nolo son se inscriben en alguna de las familias de la tradi-ción normativa.

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3. A laluz del marxismo

La obra teórica y política de Karl Marx onr-

ginó una importante tradición de análisis y cliscusión

sobre los intelectuales, aunque no en vicla del propic'Marx. En efecto, el tema sólo empezó a cobrar a15;un

relieve en el camPo marxista a partir de la úrltima dé"

cada del siglo XIX, en el ámbito de lo que se con<lce

como el "marxismo de la II Internacional", cuando el

socialisrno cornenzó a atraer hacia sus filas a miern-bros de la intelligentsia, (Hobsbawm, j.979: vol" ?). LJna

preocupación estratégica presidiría desde entoraces

el tratamiento de la cuestión: ¿cuál era el papel delos intelectuales en la lucha entre el proletariado y traburguesía?

El propio Marx, sin ernbargo, no les habia decl.i-

cado a los intplectuales (los "ideólogos", de acue¡:ctocon la denominación que usaba con mayor fiecuen-cia) demasiado interés ni reflexión. A sus ojos pare-cía no haber una cuestión allí, lo que encierra cier-ta paradoja: ¿qué otro pensador socialista les otorgotanta irnportancia corno él a la teoría y a las l¡atallasteóricas? Consagró mucho tiempo no sólo a elaborar.'junto con Engels su propia concepción, sino tambiérra combatir implacablemente las doctrinas que.juzgabaerróneas, sea porque desviaban al proletariado de s,Lls

metas o porque irnpedían su acción autónoma de clase"

57

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Pero ¿córno prestai una atención tan rigurosa a lasteorías y mostrar tan poco interés en la "crase" de losteóricos, como si ellos carecieran d.e espesor social?En su representación del proceso históri.o, q,r. se ar_ticula en térrninos de modos de producción y ruchasde clases, no hay casi lugar -menos todavía un papelde relevancia- para los productores de teorías y doc_trinas sociales. Aun en los escritos de análisis históri-cos, cuando aparecen aquí y allá, siempre como voce_ros de las otras clases, no del proletaiiado, Marx losrnenciona generalmente al pasar, como si no tuvieranconsistencia propia. "El esquema marxista de ra luchade clases -observó Alvin Gourdner (19g0: 24)- nun-ca fue capaz de explicarse a sí misrno, de explicar aquienes elaboraron el esquema, a los mismos Marx yEngels."

La escasa relevancia que bajo la lente de Marx te_nían los intelectuales como actores o como categoríasocial no se hace evidente sólo en su concepción histó-rica general o en el examen de ras luchas políticas enla Europa occidental del siglo xIX. se la otr.*. tu..rr-bién en relación con Lrna corriente por la que Marxexperimentaba el mayor interés: el moümiento popu_lista en Rusia. Se sabe que sentía gran admiración porchernyshevski, que aprendió ruso para ilustrarse so-bre las condiciones de la agitación populista y que lle_vó a cabo un estudio sobre la comuna rural rusa pararesponder a las inquietudes de Vera Zasúlich, unadirigente de ese movimiento (Marx y Engels, lgg0).No se le conocen, en cambio, observaciones sobre laintelligentsiarusa, pese a que sin eila, sin la acción doc-trinaria y práctica de sus miembros, el populismo eradifícil de pensar (así como sin la inteuigenisia sería irn-pensable el surgimiento posterior del socialismo mar_xista en Rusia) (Walicki, lg?9:3g0_3g8).

58

De todos modos, por escasos que sean, en la obrade Marx pueden recortarse algunos pasajes sobre loshombres de ideas. Cuando la cuestión apareció en elhorizonte como objeto de debate teórico y político,esas pocas líneas sirvieron de referencia insoslayablepara quienes se consideraban herederos de su legadorcórico.

División del trabajo y lucha de clases

De esos pasajes, hay dos que fljan tesis importantes enla elaboración rnarxista posterior del tema de los inte-lectuales. La primera de ellas aparece en La id,eologzaalemana,la obra que Marx y Engels escribieron entre1845 y 1846 con el objeto de contraponer, como añosdespués dirá Marx (1974: 78), "nuestro punto de üstacon el ideológico de la filosofía alernana" de su tiern-po, es decir, la filosofía poshegeliana. El manuscritode La ideología alemanaquedó inédito duranre muchosaños, abandonado por sus autores a "la crítica roedorade los ratones", y sólo se publicó completo en 1g26, sibien algunos fragrnentos habían sido conocidos conanterioridad. En La ideologza alemanay en su comple-mento obligado, las célebres Tesis sobre Feuerbach re-dactadas por Marx.hacia la misma época, se formulanpor primeravez los lineamientos de Ia interpretaciónmaterialista de la historia. En ese marco intelectualse inscribe la tesis sobre los "ideólogos". (El término"ideólogo" tiene en el vocabulario teórico de Marx,al igual que el de "ideología", un sentido crítico ne-gativo: señala la creencia en el poder propio de lasideas y en que resulta suficiente modificarlas, cambiarla interpretación del mundo, para cambiar el rnun-do. Constituye la ilusión por excelencia de la filosofía

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especulatlv¿r" equivalente a la de ese homl¡re listo, es-

cribe lV{arx r¡:ónicamente, que "dio una \¿ez en pensarque los l,-ronrt¡res se hr-rnc[íarl en el agua y se ahogatrarrsimplementr porque se dejaban llevan de la idea de lagravedad" lhAarr y Eng¡els, tr97l: 11].)

La figur"a clel ideologo aparece en el juego de dosclivaies; e{. ¿,ic la divrsróir clel trabajo y el cle ia d"omi-nación .ideol<igica. \-a cli'r¡rsión del trabaio crea histó-ricarnente las condic¡onf-ts llara etr nacirniento c{e tros

ideóiogos 1, ,r-ile la conr.:ierrcia ideológica" .A partir delrnornenf-o err que el t.rabajo i,ntelectual se separa so-

cialrnent-e o-lel trabdc¡ manua.l, dice Marx, "puecle yata concrencta imaginarse realmente qlre es algo Errás

y algo distinto que 1z c<-¡nciencia de la práctica exis-tente, que representa realmelrte algo sirr representaralgo reaJ," (1971:32) La. conciencia se erirancipa ctel

mund<¡ ,x/ sÉr {lntrega ;r. la proclucción pltra de ideas.La prinrera. Lorrna de los ídeótrogos, a.cota, son los sa-

cerdotes. I-"a'otxa dirnsiórr. la de la dominación ideo-lógica, ¡-'emi.l.e: a La tesis general de que en toda épocala ideoiogía ,r'iorninante es tra cle las clases dorninantes("1a clase qr,re ejerce eX poder material' clominante enla sociedait es, al rnisrno tienlpo, su poden espiritu,alclominante" i-1971: 501). En ese cuadno, los ideólogosson clefjnicl,'rs corno un.a Jr.-accrén de la clase dominan-te, producto s,te la diüsión clel trabajo en las filas de losdominaclores., qr-re prL¡v<tca. la diferencia entre rniem-bros actirzos i/ lferfsadores" Estos últirros son los ql-te se

consagran a elat¡orar las ilusiones de esa clase sobre sírnisma, de ¡rr:anera cle disinnular el interés lfarticulartraio i.a {onn;,r clel interés r.rniversal.

La r-tivrsion clel trabajo [.. ] se nrani{lesta tam-bién en el seno de lzr clase dominante comodivisión uj"el trat¡a1o Írslco e intelectual, de taX

60

modo que una parte de esta clase se revela

como la de sus pensadores (los ideólogos con-

ceptivos activos de dicha clase, que hacen del

crear la ilusión de esta clase acerca de sí rnis-

ma su rarna de alimentación fundamental),mientras los demás adoptan ante estas ideas

e ilusiones una actitud más bien pasiva y re-

ceptiva, ya que son en realidad los miernbros

activos de esta clase y disponen de poco tiem-

po para formarse ilusiones e ideas acerca de sí

misrnos (197f :51)-

Marx concede que p.red.n surgir ocasionalmexlte

conflictos y aun cierto encono entre las dos fi-accio-

nes, pero las discordias se esfuman en clrallto sll{-ge

una amenaza al dominio de la clase misma' En esas

situaciones desaparece incluso "la apariencia de quelas ideas dominantes no son las ideas de la clase tio-minante, sino que están dotadas de un poder propio,distinto de esta clase" (197f : 51). En otras palabras:

cuando peligra la dominación, aparece la verd'acl fác-

tica de la ideología, se deshace su juego ilusorio, y ic¡s

ideólogos se unen con los miembros prácticos cte su

clase en un solo bloque.Cuando dos años después, en el Mani'fiesto co11?'u-

nista, reaparezca la imagen de la crisis de un sistema

de dominación, lo que Marx pronosúca no es ya larecomposición de la clase dominante, soldada en sr-rs

diferentes fracciones, sino su desintegración" E'l cor-¡'-

texto político es otro: se está en vísperas de las revolu-ciones europeas de 1848 y Mar-x y Engels presientenque está próximo el derrumbe del orden burgués' L'a

expectativa revolucionaria, que anima todo eI Ma'ni'

.ftesto, se refleja también en este pasaje:

6-l

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en tiernpos en los que la lucha de clases seaceÍca- a su desenlace, el progreso de la diso-lución que tiene lugar dentro de la clase do-minante, dentro de toda la anügrra socied.ad,asume un carácter tan üvo yüolento que unapequeña parte de la clase dominante se sepa-ra de ella y se adhiere ala clase revoluciona-ria, a la clase que tiene el fi_rturo en sus manos(Marx y Engels, 1998: b2).

En la perspectiva que abre esta prognosis, que tienecomo modelo a la Revolución Francesa, Marx indi_ca otro destino histórico para una fracción de losideólogos: "así como antes una parte de la noblezase pasó a la burguesía, ahora una parte se pasa alproletariado, y en especial una parte de los ideólo_gos de la burguesía, quienes han avanzado hacia lacomprensión teórica de todo el movimiento históri_co" (1998:52).

En ese grupo que pasaba a las filas del proleta_riado, Marx tal vez también se representaba a símisrno. De todos rnodos, el fenómeno específico dela radicalización de los ideólogos de la burguesíano le inspira ni una línea. ¿por qué una parte deellos podía cambiar de trincher^y ponerse del ladode su antagonista de clase? ¿Qué los lleva a renegarde la burguesía? ¿Cómo atribuir este tránsito a laconciencia de los ideólogos, es decir, al hecho deque han alcanzado la comprensión teórica de todoel movimiento histórico, sin producir trastornos enla teoría? Es decir, sin entrar en dificultades con lacélebre tesis de que no es la conciencia del hombrela que determina su ser, sino, por el contrario, esel ser social lo que determina su conciencia (Marx,1974). Este problerna será siempre difícil de debatir62

rcóricarnente en una doctrina que: por otro lado,ejercerá una gran influencia en las filas de los inte-lectuales'

lntelectuales y nueva clase media

En 1895 Karl Kautsky creyó necesario emitir una opi-nión marxista autorizada sobre'el tema de los inte-lectuales. El crecimiento numérico de la intelligentsia(desde fines de la década de 1880 la "superproduc-ción" de intelectuales era un tópico no sólo en las filasdel socialismo) y el interés que el marxismo desper-taba por ese entonces en la cultura de algunos paí-ses europeos pusieron la cuestión en el orden del día(véase Paggi, 1980: 9). Direcror de la reüsta Neue Zeit,la publicación doctrinaria del Partido Socialdemócra-ta de Alernania -el rnás respetado de los partidos so-cialistas de la II Internacional-, Kautsky disfrutaba deuna autoridad inigualada por entonces en los asuntosrelativos a la teoría marxista. Él -ismo contribuyó a ladefinición del marxismo como un sistema, y srls bata-llas contra la corriente revisionista consolidaron su re-putación como teórico del socialismo científico.2 ConKautsky se constituye un canon de ortodoxia marxistade larga duración.

'Junto con la cuestión de la agitación en el campo-escribirá-, debe ser objeto de particular atenciónla de nuestra actitud frente a la inteligencia. El sur-gimiento mismo de esta cuestión se deriva esencial-mente de los cambios ocurridos en las últimas décad.asen estos estratos sociales, de los que hablaremos másadelante" (Kautsky, 1980: 257). No se rrataba del üeiotema de si la socialdemocracia debía aceptar en sus filasa miembros de la intelligentsia, que había sido aclarad.o

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ya en eJ" L\ía,ntfiesto conzunisl;a,, y "por etr hecho mismo deque los tr,rncla<iores de ia soc¡.aldemocracia, ull Marx,un Engels, Lr¡x Lasalie" pertenecían a la irateligencia"(L980: 257). A-hora se ,estaba ltente a. hechos nuevosque exigían exañlen y rieter,miiración estratégica: "Lospnoblemas qtle tenernos qrre abordar son otros: cuálesson las cal acl-e rísticas cle la rrrteligencia, si sus interesescoinciclen y 6ln que mechda con los del proLetariado, si

hay que esper:a.r y err qr-re medida que esta tome su mis-rno lugal'an i;l lucha cle clase, y cuáles son slrs estratosrnás diflciles ,Je conqurst?r:" (1980: 259)" Ahora bierr,cuanclo aborcla su objeto, eL c-Liscurso de Kautslry tomaun rumi-¡al zrgzagueanl-e, c¡ue oscila entre la nociónunitaria ,1e r,rt.telf.i.gentsict,y la. ¡liversidad cle sus cate goríasconstitutivz¡s. ¡::ntre la ref"erencia a los intereses ob-jeti-vos rlel Sr:Lrpo 'r la alusron. a las actitudes subjetivas quepredominalr. e r-L slrs integirantes.

¿Que es la t;,nf;elligen,tsial Una clase "q.t" se gana lar¡ida. valorizanr-Lo sus conoc.imientos y capacidades par--

ticulares" (11)80: ?61). I-ier¡e su génesis historica en laseparaciorl er !.¡.r'e lrabalo manu-al e intelectual, y su nú-tlte-l,o al'lr-ren.l.¿L c<-rntinlran:rente en la socied.ad rnoder-na Jlor o[¡¡.-a. del modo cte producción capitalista, q]-le noabsorbe, s i¡ embargo. a todos los intelectuales quesu d-inánrica ¿r:roja al nrerr:aclo de trabajo. F{ay, pues,suPerllrc¡,-lr-r¡,:cién de agentes intelectuales y, por ello,rnalestar en suli filas. Est-e ,r,:onjunto social en expansiónha reconfigurzrdo el r-¡riiverso cle las clases en el capi-talismo, clzrncic¡ nacirnrenl(.¡ a Lrna nueva clase mecLia.Surgida. cle las demancta.s cle la organización capitalistadel trabajo rnctustrial, '-Jel ctesarrc¡llo cte la administra-ción estatal. así como cte la c{ecadencia de la pequenaempresar esta rrlreva cla.se rrtedia se l.uelrre cada vez masirnporl-ante qr.;e la raciiciorral pequeña burguesía. "Elcrecirrriento c[r: la inteligerrcia y el crecimiento de su

descontento representan precisamente los clos elemen-tos más importantes que inducen a la socialdernocracraa dirigir su atención a esta clase" (1980: 263).

Para prever el cornportarniento político de esta.

nueva clase media no resultaba criterio suficienle, slnembargo, el fenómeno del descontento. En una socie"dad que se derrurnbaba, ¿en qué clase podía no haberdescontentos?, se.preguntaba retóricamente KauG-ky. Se necesitaba un criterio objetivo, como ctictahael canon, el de los intereses comunes de clase. Ferc¡era aquí donde Ia intelligentsia estallaba: "¿eué comu-nidad de intereses une al médico con el abogado, zr.l

pintor con el filóIogo, al químico con el periodistai)No sólo los intereses intelectuales sino también losmateriales de cada una de estas profesiones son tot¿rl-mente específicos" (1980: 264). No había, en sLrnra,sino intereses de categorías socio-profesionales. Mástodavía: ni siquiera d.entro de cada categoría ¡rredonri-naban los intereses comunes, porque clentro de eliasno todos ocupaban la misma posición:

¿Qué interés tiene una "estrella", un astro delfirmamento del arte, en una mayor valoriza-ción de la obra de sus colegas desconocid.os!)¿Qué comunidad de intereses subsiste entreeljefe de redacción de un periódico de famainternacional y un simple cronista? ¿eué in-teresaba al profesional de una facultad. clemedicina, con su renombre universal y susingresos principescos, la situación d,e los rne-dicos rurales? (1980: ZO5).

Flabía, pues, jerarquías, incluso jerarquías de clase,dentro de las diferentes profesiones intelectuales.Frente a las representaciones id.ealizadas de ra i¡zteüi.-

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gentsia, el objetiüsmo econornicista de Kautsky tenía lavirtud de hacer distinciones y señalar disparidades deintereses en el seno de ese conjunto social, pero mos-traba, al misrno tiernpo, las dificultades que el terna delos intelectuales presentaba a toda concepción que re-dujera los clivajes sociales únicamente a criterios eco-nómicos. Unavez producida la reducción del gruPo alos diferentes intereses de categoría y de rango, ¿cómoremontar de nuevo hacia la unidad de la clase si estaunidad, a su vez, como recomendaba el buen rnétodo,se fundamentaba en términos de intereses económi-cos de clase? A través de un razonarniento en que cadaafirmación resultaba atenuada cuando era contrarres-tada por la siguiente, Kautsky no lograría salir delenredo. Pero su preocupación teórica estaba subor-dinada a la preocupación política, y para esta últimaencontró una fórmula que no necesitaba ser inventa-da porque ya estaba disponible. ¿Cómo conquistar a

los distintos elementos de la intelligentsia? No apelan-do a sus intereses, sino a su desinterés; rnejor dicho,a su interés en el conocirniento desinteresado. Esteconocimiento -escribe, refiriéndose al conocimien-to de las leyes de la historia-, "nos procura prosélitosen todas las clases, pero es en la inteligencia dondesu capacidad de reclutamiento encuentra un terrenoparticularmente favorable" (1980: 272). Por razonesprofesionales, los rniembros de esta categoría Poseen;-.yo. amplitud de horizontes y un desarrollo de ap-titudes y capacidades intelectuales superior al que se

encuentra en otras clases. [...] Sólo en el campo delpensamiento desinlglgla{l" una mayot fverza intelec-tual también entraña necesariamente una mayor ca-

pacidad de descubrir la verdad" (1980: 272).La conclusión práctica que extraía Kautsky tras su

recorrido -persistir en lo que se había hecho hasta

bb

entonces para conquistar a los intelectuales- dejabasin explicación el hecho que él mismo señalaba: quehubiera en la sociedad una categoría,la intelligentsia,cuyos rniernbros, por el valor que le atribuían al co-nocimiento (o al arte o ala literatura), podían hacerelecciones éticas que no respondían a sus intereses,al menos no a sus intereses entendidos en términoseconómicos. Los medios teóricos de que disponía, elmaterialismo que él rnismo habíá contribuido a esta-tuir, sólo podían conducirlo a Lrn atolladero.

La revolución de Gramsci

En ocasión de una entrevista, el filósofo italiano LucioColletti (1975:55-56) indicaba que, a su juicio, Anto-nio Grarnsci había tenido un conocimiento parcial dela obra de Marx, sobre todo de la teoría económicamarxista, y de hecho nunca había intentado llevar acabo un análisis económico del capitalismo italiano oeuropeo. Pero en este punto débil había radicado sufluerza y la posibilidad de su original contribución alpensamiento marxista:

Justamente porque no poseía un dominio efec-tivo de la teoría económica marxista, Gramscise vio inducido a desarrollar una nueva ex-ploración de la historia italiana, que invirtióel esquema convencional de estructura y su-perestructrlra, Lrn par de conceptos, dicho seade paso, que son muy poco frecuentes en elpropio Marx, y que casi siempre han condu-cido a simplificaciones elementales. Grarnscise encontró de ese modo lo suficientementelibre como para atribuir una importancia de-

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sacostllxrlÍ:rada a 1.4.,)s c{}nnponentes políticos e

ideológir:r¡s de la iristr-oria de la sociedad ita-iiana (.!.!,,!'/5)"

,in-a hipotesl5 r{e Colletti, que fue url marxista no gram-

{sciano" es susr:stiva y L}rovocadora' Tiene, además -1oque resr-llta ¡lr.ás importa.nte e infrecn-rente en los es-

tudios sobre el ¡rolíticL) y pensador italiano-, el valorde ofrecer' r-i:na ctave trtrteT'pretativa para aquello quesiempre se $rzt subrayado: la síngularidacl de Gramscidentro cle [z¡ ¡,radición mar-xista. Comcl sea, eL hechoes c¡ue, ,ef'ecl¡r'vamentc. elt slrs lnvestigaciones sobre lasocieitact itai.i¿Lna Gral¡.rscl te otorgó a la política y a lacultura, así ¡:{,¡rrro a la- ¡:e-{:rción entne ambas, url pesotal que d.ifenr:ncian clararnente sus escritos dentro deaquellos q.Lle i-ornarori conlo fr-rente cte inspiración el

pensamientr¡ de Marx. 5u prograrrra intelectual, si así

puede LJ.arnar-se, r1o et"a e{ cle desarrollar los aspectosque el trrncl.ador haL¡ía t,tescuidado, como los relati-vos a ler supr"'i-estrlrcÍura *preocupación que sí lnoti-varía a mucf¡.c¡s expollentes clel mar-xisrno occidental,filósotbs o-o [r¡.r:ratos, pr)r' l(h É{eneral-. I-o que incitabaLa crítica. Er-zlrnsciana ¡ jeI econornicistllo, de la inter--pretacion ¡:ositivista del nl;T rxislrto, así corno su interésiror ios ilrohlemas de [a política y la ideología, de lacullura ¡J.e Las clases srrbaLternas y de los intelectuales,rfo era e[ pr:..rpósito cte "cortttr]1etar" el marxismo" Es

su pr,:1:ria cnncepción cle [a historra (y clel marxisrno(loü:Icl ccon,r:e1-tción hist,órrca) lo que cla irnpulso tantoa si.r polernica antideterminista como a sus exploracio-nes exl ei ctor-rlínio de L: que el canon rnarxista llarnaba"superes tI:Ll t-:tt-lt:a.".

Fara Grtrrnscí, c()lno sutrraya F*enato Ortiz(tr980: f 2{j), '"la .{ristorra es sobre todo política, o sea,

acción c{e J,,,s hombres. objetivamen-te c[eterminados

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en el mundo". (Por eso, agreguemos, los textos qLxe

recomienda para combatir el economicisrrro son losescritos políticos de Marx, de los que extrae, sin enit-

bargo, indicaciones que no son nada obvias.)3 Dentrode esta perspectiva, "las ideologías, así como los ideé-logos, desempeñan un papel de orientación social y dejustificación o de transforrnación del orclen" (Ortrz,1980: 126). En efecto, las ideologías ya no indican enGramsci el reino de una conciencia que se emancipadel mundo real y se ilusiona con su indepenclencia, nitampoco la traducción alienada de las relaciones ¡:ealesentre los hombres en el cielo de las ideas. EiLas, paTadecirlo con sus palabras, "organízan las rnasas hurna-nas, forman el terreno en el cual los hombres se rnlre-ven, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc."(Gramsci, 1977: 2O4). La problemática grarnsciana delos intelectuales se constituye dentro de este nlarco"

Aunque la cuestión se encuentra formulada yacomo asunto estratégico en el último trab{o que es-cribió antes de su arresto, en 1926, fue en los escritosde la prisión donde le dio mayor alcance y diversifica-ción al tema. En el texto de 1926 "Algunos temas clela cuestión meridional", que quedaría inconcluso, [-a

reflexión sobre los intelectuales aparecía fundamen-talmente ligada al problema de La aliar'za detr proletalriado con los campesinos del sur italiarro, Lrrla alian-iza -estratégica para la revolución social a los ojos deGrarnsci* que se hallaba obstruida por la hegerlonraque los grandes propietarios ejercían sobre las masasagrarias. Esta hegemonía operaba a través de un estra-to de intelectuales de origen rural que le proporcio-naba la mayor parte del personal al Estado y que, engeneral, tanto en la aldea corrro en el campo, ejercrafunciones de intermediación entre los campesinos y ¡2administración central. Son intelectuales propios de

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un mundo social que aún no ha sido transformadopor el capitalismo, intelectuales "tradicionales", comolos llamará Gramsci, quien piensa antes que nada enrnaestros, notarios, sacerdotes, abogados. Pero no sonestos los únicos intelectuales que integran el bloqueagrario. En la curnbre de la cultura meridional se ha-llaba establecida una élite, compuesta por hombresde gran cultura, corrlo Benedetto Croce, que prove-nían también del suelo social tradicional, pero quese hallaban conectados con la gran cultura europea.Esta élite ejercía un doble papel: acogía la inquietudde los jóvenes cultos del mezzogiorrlo, por un lado y,por otro, la moderaba, tantto intelectual como políti-camente. La hegemonía de los grandes propietariosen la sociedad rneridional, concluía el análisis, no se

disgregaría si el proletariado no formaba sus propioscuadros intelectuales, pero tampoco si no lograbaabrir una brecha en el "bloque intelectual que es laarrnadura flexible, pero resistencísima, del bloqueagrario" (Grarnsci, 1957: 233) .

Esta problematízación de los intelectuales, quecambiaba el canon rnarxista establecido, se hará másamplia y cornpleja en los escritos de la prisión, aunquesin perder su foco estratégico. La prirnera referenciaa la investigación sobre la intelligentsia italiana queemprende en la cárcel aparece en Lrna cartz de 1927,cuando se refiere a los temas en que piensa concen-trarse sigrriendo un plan preüo- Se trata de una in-vestigación, escribe,"acerca del espíritu público en laItalia del siglo pasado; dicho de otro modo, una inves-tigación acerca de los intelectuales italianos, srts oríge-nes, sus agrupaciones según las corrientes de cultura,sus diversos modos de pensar, etc.". Recuerda su escri-to sobre la "cuestión meridional" y agrega: "Prles bien,querría desarrollar ampliamente la tesis que apunté

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allí, desde un punto de üsta 'desinteresado', fíir eutigi'(Gramsci, 7977: 225). Este rápido bosquejo indica laorientación que le imprimió a su estudio histórico delos intelectuales italianos, cuyos resultados volcó ensus cuadernos en forma de breves análisis, observacio-nes, notas de reflexión, que se publicarán reunidos en1949 bajo el título de Gli intellettuali e l'organizzazionedella cultura.

Aunque la formación y el papél histórico de los inte-lectuales italianos desde la Edad Media ala erafascistasea el hilo de sus apuntes, algunas indicaciones tienenun alcance rnás general por su carácter teórico-rne-todológico. En este nivel se sitúan las dos preguntasque Gramsci se formula para establecer el campo desu investigación en el cuadro del rnarxisrno. La pri-mera es si los intelectuales constituyen un grupo so-cial autónomo o bien cada clase social tiene su propiacategoría de intelectuales. El problema es cornplejo,a;rota Gramsci. Por un lado, efectivamente, cada unade las clases surgidas en el campo de la produccióneconómica crea a Ia vez sus propias capas intelectua-les, al menos las clases que asumen en ese campo unafunción esencial. (Gramsci no aclara cuáles son esasclases, pero puede suponerse que en su visión sonaquellas que, como la burgr-resía o el proletariado, nosólo pueden alcanzar el poder político sino tambiéndirigir a otras clases. Los campesinos, en cambio, noelaborarán intelectuales "orgánicos", aunque propor-cionen intelectuales para otras clases, según se üo ensu trabajo sobre la cuestión meridional.) Estos inte-lectuales le suministran a su clase homogeneidad yconciencia no sólo de su función en el terreno de laeconomía, sino también en el político y social. Sonlos que Gramsci (1975: l1) llama intelectuales "or-gánicos" de una clase, como los que crea consigo el

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el.tnpresarlo capita.lista: eI fer;¡la;6 de la industría, el ex-perto en cien.¡:r.a econórrric;r., e.l creador cte una nuevacultura, cle ut'r nlrevo c[erec]'ro.

Por otro lacln:r, sin embarl{o, al ingresar en el escena-rio histórico. l-oda clase l-ra}la tarnbién, ya constitt-ridas.otras categox'i:rs intelectuales, n-acidas en el ordena-miento econórnico y sc.rr:ial precedente. Gramsci., quepiensa antes que nada er,, a. fo¡:rnación de ia sociedadcapitalista moc{erna, seíral-a" conlo la más típica de es*

tas aategorías ;.1 los eclesiásticos, que monopolizaronpor lango tierlrpo "¿lgr-r-r1os servicios importantes: iaideología relig:Losa, es o-lecir:" Ia fiiosofíay La ciencia dela étrroca, ia es,:uelzl, la instrucción, la monal, tra.justicia,la beneficetlc.{;¿,, la asislencra, etc."" nntelectuales onga-nicc¡s cle [a aristocracia, tet:raterliente, los ciérigos noejercieron el rronopolio de las competencias cultura-ies sin encoxrft:ar tímites y r:ivales en otras capas. "Deese rrocto se .f r-re filrrnando ia aristocracia cJ.e toga, consus propaos pr-ivilegios" Lrn grLrpo de administradores,etc.; cientí.1-icos, teóric<ts, fiiósofos no eclesiásticos,etc." ( I 975r .l .e, I "

A. estas caf-eÉ{or:i:as in{electuales, que provienen deestrlrcturas sociatres pr-ecec{entes pero siguen act.ivasen eL desenrl-rcno de f¡-rnciones culturales, Gnamscilas llama "f¡:a.cJrciona1es". ]Jentro de esta clasi{icacióncolocaba. a" las principales tigur:as de la a'J,ta i.ntelldgení.sia tt-aliana" ",, ,), Benedetto (li:oce corno sLr gran pon-tífice. Esas ca,tegorías ¡rad.icionales tienden a consi-derarse. obser-r'aba, en {:c.¡r¡ti-nrridad ininterrumpidz-rcon slrs preclecesores ilese a los cainbios sociatres 1z

políticos soirr:*:venidos. qt{e no podran sino habertrastorr-Iad.¡r esa continr-rid.a.d" De ahí que desanrollenun espíritr-l r-tc clrerPo J/ se coltsideren autónornas e

indepencli.en{es de la q:J.ase d.olninante. Esta alttorre-presentación. alrnque firer-a una Lrtopía, no carecía

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de consecuencias en el cornportamiento trlúblico c{e

los intelectuales."¿Se puede encontrar un criterio unitario para ca.

racterizar igualmente todas las diversas y variadas acti-vidades intelectuales y para distinguir a estas al mrsrnociempo y de modo esencial de las otras agrupacionessociales?" (1975: 14). Esta será la otra preglrnta pre-liminar y a Ia que Gramsci responderá ampliando na

noción d.e intelectual. La fórmula que acuñó es cono-cida: "Todos los hombres son intelectuales, pero notodos los hombres tienen en la sociedad la funciónde intelectuales" (1975: 14). Ante la idea y la imagende hombres consagrados a un trabajo exclusi.vamentefísico -los llarnados trabajadores manuales, los ot¡re-ros-, Gramsci replicará que toda ocupación conlleva,según el grado en que varía de una actividad a otra,una dimensión intelectual. Más aun: al margen de suprofesión, todo hornbre desarrolla una actir.idad i¡,1-

telectual, participa de una üsión del mundo (es r-rn"fiIósofo"), es un hornbre de gusto, profesa una moraly así "contribuye a sostener o a modificar Lrrfa corlcep-ción del mundo y a suscitar nuevos rnodos d,e pensar:"(1975: l5). La distancia entre el lego y el d.octo es,pues, de grado yde especializaciór1, no de dotes pri-mordiales. La observación de Gramsci no estaba des*tinad.a únicamente a combatir el aristocratismo de {aintelligentsia, sino a indicar las condiciones de posibili-dad para la formación de intelectuales de nlre\/o tipo,surgidos de la clase obrera. A sus ojos, ei funcLamentopara esa formación radicaba en la elaboracióre críticade la "actividad que existe en cada Lrno en cierto gra*do de desarrollo" (1975: 15).

Es la función -en realidad, una garna de funciones-lo que distingue, entonces, a los intelectuales cle quie-nes r1o lo son. [Jn rasgo característico de la civ{lizació¡r-

;'j

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moderna es la ampliación creciente de las funcionesy las categorías intelectuales, un proceso asociado co¡el desarrollo y la complejización del sistema escolar."La complejidad de las funciones intelectuales en losdiversos Estados -escribe Gramsci- se puede medirobjetivamente por la cantidad de escuelas especiali-zadas y por sujerarquización." De ahí la impoitanciaque Ie asigna a la estructura escolar, corrrenzando porla escuela elemental, tanto en lo concerniente a la or-ganización de la cultura como respecto de la forma-ción de intelectuales.

En una carta de 1931 , l:'acía este comentario sobrela orientación que le había impreso a su estudio de losin telectuales italianos:

Este estudio conduce a ciertas determinacio-nes del concepto de Estado, que de costum-bre es comprendido como sociedad política(o dictadura, o aparato coercitivo para con-formar la masa popular, según el tipo de pro-ducción y la economía en un mornento dado)y no corno un equilibrio de la sociedad polí-tica con la sociedad civil (o como hegemoníade un grupo social sobre la entera sociedadnacional, ejercida a través de las organizacio-nes que suelen considerarse privadas, comola iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.), ylos intelectuales operan especialmente en lasociedad civil [...] (Grarnsci, 1977: 272).

No podría captarse enteramente la novedad queGramsci introdujo en el tratarniento de la cuestión delos intelectuales dentro de la tradición rnarxista sin re-ferirla a su concepción del Estado moderno, la socie-dad civil y la hegemonía. Tal como lo deja entrever el

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párrafo citado, Para comprender la supremacía de unailase robre el conjunto de una sociedad hay que d.ife-

retciar entre dominio y hegernonía, dos mornentos in-Lerconectzdos aunque distintos. El plano en que se

ejercita el primero es el de la "sociedad política", segúnel vocabulario de Grarnsci, y el Estado, entendido comoórgano de coacción, es su medio; la hegemonía es ladirección intelectual y moral de una clase sobre otras, ysu espacio es el de la "sociedad ciüI", conformada,como dice el párrafo, por la red de instituciones consi-deradas 4jenas al poder público, corno la escuela, laiglesia, los sindicatos, etc. El Estado, entendido hegelia-namente, es el equilibrio carnbiante de esos dos mo-mentos, o, como escribe el propio Gramsci (1977:291),"hegernonía acorazada con coacción". Los intelectua-les son los "funcionarios" de la hegernonía.

Esta síntesis algo descarnada de las notas de Gramsci,entresacadas del contexto de una reflexión que se que-ría históricamente afi.ncada, impone cierto esquerna-tismo a rrrr razonarniento que sigue un curso más laxoy arborescente. No obstante, aun sin ignorar el forza-miento, parece fuera de duda que él definió el terrenopara una sociología política de los intelectualcs funda-da en el legado de Marx. Ningún otro teórico marxistales asignó a las élites culturales un lugar tan medularen la estrategia del cambio social. Ciertamente, trastor-nó el canon marxista tradicional, pero no abandonóuna de las premisas de ese canon: que los intelectualessólo podían pensarse como una categoría dependientede las clases básicas de la estructura social. Por lo tanto,aunque las relaciones entre clases sociales e intelectua-les fueran complejas, estos, aun sin saberlo, operabancomo funcionarios de aquellas.

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4. Perspectivas sociológieas

Discernir qué son los intelectuales y cuál es

su papel en la üda social constituye un objeto de la re-flexión y el análisis sociológicos desde que el pensamieil*to alemán los inscribió en el temario de una sociologíade la cultura. Idcolngza y utopía,, de Karl Mannheim, pu-blicada originalmente en 1929, es la más conocícla Xrerc)no la única de las obras que produjo esa refleNión en lasdécadas de 1920 y l93O en Alemania.a Fnablar de ullasociología de los intelectuales, en singr-rlar, podria d"isi-mular el hecho de que no hay una sino varias sociologíasdesarrolladas en torno de Ia intelligentsia. Aqtñ tomar,e-mos en consideración sólo algrrnas,las que han ejercic[oo ejercen actualmente mayor influencia en esta rama cl,e

estudios. La comprensión sociológica se quiere Lrna ac-tividad analítica fundada empíricamente y no se edificacomo discurso normativo en torno de la pregunta sobrequé debe ser un intelectual -al menos no sin antes des-cribir sus características y sus ñrnciones-. tr-as sociologíasde la i,ntelligenkiano ignoraron, por supuesto, [a contro-versia que suscitan tanto la definición cuanto el papelde las élites culturales, pero han buscado enfrentar na

cuestión con los conceptos y los raciocinios de las cierr-cias sociales. En este esfirerzo de objetivación, losjuiciosprescriptivos se hacen menos directos,llegan después cteun rodeo, pero no desaparecen.

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La intelligentsia sin ataduras sociales

Ciertamente, Max Weber había llevado a cabo unalabor pionera en este terreno, y tanto Economía y socie-

dad corno Ensayos de sociología de las religiones contienenuna rica cantera de observaciones y sugerencias res-pecto de las élites intelectuales.5 Pero fue el sociólogoy pensador Karl Mannheim quien buscó establecerlas bases de una teoría sociológica de la intelligentsia,cuyo marco más general era la preocupación por lascondiciones de una política científicarnente orienta-da. Mannheim había nacido en Budapest, donde se

graduó en filosofía, y durante algrrnos años integró elgrupo dejóvenes que rodeaban a George Lukács, uncírculo docto cuyas preocupaciones se hallaban enla intersección de literatura y filosofía. Tras el fraca-so de la efímera revolución comunista de Bela Kun,Mannheirn ernigró a A-lemania, donde tuvo acceso auna cátedra en la universidad alemana de Heidelberg.En el nuevo contexto reorientó el foco de sus interesesintelectuales proponiéndose echar las bases de una so-ciología de la cultura que tendría en la sociología delconocirniento su sección estratégica (Ketler, Volker yStehr, 1995: 72).El fmto mayor de este proyecto fueIdeologíay utopía. El triunfo de Hitler en 19331o obligónuevamente a emigrar, esta vez a Inglatercz, y tantoIdeologíay utopíacomo el largo ensayo "El problerna dela intelligentsid' conocerán en inglés una nueva üda.

Para Mannheim, cuya visión de los clivajes del rnun-do social no era ajena al marxismo, una sociologíaorientada únicamente en términos de clase no puededar cuenta de los intelectuales como categoría: "Lasociología del materialismo histórico concibe las ma-nifestaciones intelectuales sólo en el ancho marco delas principales tensiones de clase. No se puede negar

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que esta concepción simplificada contiene un fondoáe verdad, ya que los encarnizados conflictos de clase

son de fundamental interés para el estudio sociológi-co del espíritu" (Mannheirn,1957:177). Pero este nú-cleo de verdad elemental debía pulirse. El punto de

vista del materialismo histórico, que no mostraba de-

masiada preocupación por los eslabones intermediosentre la tensión de clase y el proceso de la ideación,tenía que ser sociológicamente afinado, y la introduc-ción de los intelectuales en el cuadro constituía paraMannheim un paso esencial de ese afinarniento ana-

lítico: "Los intelectuales, que producen las ideas y las

ideologías, forman el más importante de los eslabones

de la conexión entre la dinárnica social y la ideación"(1957: 177).

En toda sociedad, observaba Mannheim (1987), h.ygrupos sociales cuya función especial reside en surni-nistrar a esa sociedad una concepción general delmundo. Son los grupos intelectuales, los depositariosde la interpretación autorízada del mundo natural ysocial. "Así los magos, los brahamanes, la clerecía rrre-

dieval deben considerarse corno capas intelectuales,cada una de las cuales, en stl sociedad respectiva, dis-frutó el monopolio en la forrnación de la concepcióndel mundo en su sociedad, y en la elaboración o laconciliación de las diferenciaE que existían entre las

concepciones del rnundo, rnás ingenuas, de las otrascapas" (Mannheim, 1987: 9). La comprobación gene-ral de este hecho, sin embargo, resultaba insuficientepara describir y explicar el papel de las élites intelec-tuales en las sociedades modernas. IJno de los datossobresalientes de la cultura rnoderna es que' en ella,"a diferencia de las culturas anteriores, la actividad in-telectual no es priülegio de una clase rigurosamentedefinida, corno el clero, sino más bien de un estrato

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social, ertr gran parte desfigaclo cte cualquier clase so-cial y qlre se r:e¡:Xuta en rutr área cada vez rnás extensade la vida sociil" (\98'Í. 138)" H,strato internamenrernuy dif,erenciado, sin una organizacién cornún equi-valenf.e a la que hal¡ía ofreciclo en el pasado la insti-tución eclesiástir:zt, La cultura obra como un vínculounificador enl-re los difer:entes grt.pos intelectuales:"'{-a participacio;n en una común herencia c{ocenteciende progresi.zamente a. sr,r¡rrirnir las diferencias dei-racimientc-¡" de ¡trof-esión y cte riqueza y a unir a laspersonas ecl-ucacias por medit-¡ de la educación que re-,:it¡ieron" ( | 98'7: 1Íj7) "

Sobre estos L"asgos (la ;rmplitucl sociatr det recluta-miento cle los n-rrembros del estrato, Los límites impre-a:isc¡s cle este" lzr n-=lativa laxitrre l de su organización ins-titucional y la f'al,ta de deperrclencia directa respectode cualqu¡er.- ¡=lase socian) f'uncLaba Mannheim suidea cle la" i.nteli,igentsia relatr.varnente independiente,r-rna nociórr qrre' tonnó c-l,e Altrecl. Weber. lVlannheirnrnr,elve repetidairlente sohre lo que llara él es el ras-go distintivo dc la rnoderna intelligentsia: "[,a. clanrede la i:me\/a énroca del sa-ber estriba en el hecho deqtte el hom,bre cu,l,lo ya rto r;rtn.si.r.tuye una, casta o wn l"a,ngocompa,cto, si'¡zo u,n¡t capa socr.al u,bierla, a la que personafi¡-rroceclenf-es cle r-]-na varledacl" cada vez más amplia,de posiciones sociales pr;eclen llegar" (1\4annheirn,]957: -1.7\) " No se tl:ata de una capa ubicada por enci,mc,de las clases, siirc¡ de una ltapa. intersticial situada entrelas clases" El hecho de qr,re los intelectuales no esténsociológicarnent-€: lig;ados a ninguna clase en particu-lar (o sea, sr-r- r,:onclición de conglomerado social irrters-ticial) no sip-nifica qlre hay¿¡¡ permaneciclo al ]nargende los antagonisrnos entre las clases. Pc¡r el contrar-io"en el interior c{el subconprntG social poroso que etrlosfbrrnarr encontra,ron eco ios r{iferentes intereses socia-

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les, y los intelectuales "aceptaron en una t-or-nra aún

más acentuada los más diversos modos d.e pensamier -

rcy de exPeriencia que existían en la sociedad y los es-

srimieron unos contra otros" (Mannheirn, l-987: 11)'

5,-, .dr_r.u.ción los ha adiestrado para enfrentarse co{l

los ..problemas cotidianos desde varias PersPectivas y

no sólo desde una, como la rnayoría de los que parti-cipan en las controversias de su tiempo" (Mannheinl,téSZz lb5). Esta situación los hacíá políticarnente mas

inestables que otros gruPos Y, ala vez, menos rígidos

enLa comPrensión de los conflictos-El combate de ideas que los miembros de Ia húe'

lligentsia' libraban entre sí era, al mismo tiempo, unadisputa por el público, cuyo favor debían conquistarpues, a diferencia de lo que ocurría con el' clero, se

rratabade un público al que no se accedía sin esfúerzo"

A la pérdida de su condición de casta había ido asocr¿-

da la pérdida de la Prerrogativa para formular solucrt¡-nes autoritarias a los problemas de su tiernpo'

¿No había espacio teórico Par^ r-na misión de losintelectuales en este approa,ch sociológico? For el coltr-

trario, en el pensamiento mannheiniano la sociolograde la intelligentsia procuraba las bases Para postlllarla misión a la que ella debía servir' Los intelectuales,señalaba, habían proporcionado teóricos tanto a n:rs

fuerzas consewadoras como al proletariado, aunqr-le

no pertenecieran ni a las clases propietarias ni a Xa

clase obrera. En suma, podían hallarse intelectualesen cualquier agruparniento social. La disponrbilicladpara el vagabundeo ideológico, característica e1e iaintell;igentsia, genera desconfianza y ira sid.o fiecll€n-temente denunciada como signo de falta de convic-ciones firmes, Pero esa condltcta, decía Mannheim,se explicaba por la posición de los intelectuales en -ta

estructura social, y la señalada falta de corrvicciones

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podía ser vista como el revés de un hecho: "que sóloellos se hallan en posición de tener convicciones in-telectuales" (Mannheim, 1987: l4O). De todos mo-dos, ligarse voluntariamente a alguna de las clasesantagónicas no era, a sus ojos, la forrna en que losintelectuales podían ser fieles a la misión que estabaimplícita en su posición social. Esta posición, caracte-rizada por su falta de ataduras de clase y la moülidadideológica que ella generaba, según lo dejaba ver lacapacidad para adoptar diferentes rnodos de pensar, yla crítica mutua que ejercían unos sobre otros a travésdel debate, eran los factores que predestinaban a laintelligentsia para obrar como portadora de los intere-ses intelectuales del todo social. Los análisis de Man-nheirn se insertaban dentro de una problemática másvasta, simultáneamente teórica y política. La tesis de laintelligentsia relativamente independiente -capaz deasumir puntos de vista contrapuestos /, por lo tanto,de mediar entre ellos produciendo una síntesis- bus-caba ofrecer un fundamento sociológico a la posibili-dad de Lrn conocirniento de validez objetiva, liberadode las lirnitaciones que el interés irnponía al resto delas posiciones constituidas en el espacio social. Ahorabien, este rnismo hecho le confería ala intelligentsia elliderazgo en la orientación del progreso histórico. Sibien no esperaba que los intelectuales fueran los por-tavoces de un cambio revolucionario de la sociedad,"les asignaba la tarea de preservar una perspectiva di-nárnica y en parte utópica sobre el pr.esente" (Ringer,2OOO: 37).

Tanto la tesis como la idea anexa sobre la misiónsocial de los intelectuales serían en general criticadasen la literatura posterior respecto del tema, sea porsu falta de realisrno político y sociológico, sea porquele atribuía a los intelectuales, en tanto categoría, el

a2

papel de custodios de la razón, aunque la historia ylos propios análisis de Mannheim enseñaban que susmiembros estaban lejos de ser equidistantes y no eraninrnunes a las pasiones que agitaban lavida pública. Detodos modos, cuantos se propusieran ofrecer despuésde Mannheim una defrnición sociológica de las élitesculturales habían de encontrarse, de hecho o explí-citamente, corl el problema que él había tratado deresolver: ¿cómo tratar sociológicamente la cuestiónde los intelectuales sin elaborar criterios y esquemas declasificación para grupos, clivajes yjerarquías del mlln-do social que no se dejaban apresar a través de la defi-nición económica de las clases y las divisiones sociales?

Los intelectuales y los valores centralesde la soc¡edad

Quien expuso lo que podríamos llamar el punto devista ortodoxo de la sociología funcionalista respec-to de los intelectuales fue el estadounidense EdwardShils. Después de haber hecho estudios de sociologíaen la lJniversidad de Chicago, aunque sin graduar-se en esta disciplina, Shils trabajó para una asenciagubernamental durante la Segunda Guerra Mundial,enseñó más tarde sociología en la London School ofEconomics, y en L949 regresó a su país, invitado porTalcott Parsons para escribir en colaboración I:Iaciauna teoría general de Ia acci.ón. Volvió tres años despuésa la Universidad de Chicago, pero ahora en la condi-ción de profesor. Según su propio testimonio, lo quetempranamente atrajo su interés por la intelligentsiafue advertir un repetido fenómeno en las sociedadesmodernas: el surgirniento de los intelectuales queabominaban la sociedad de que eran parte, sus insti-

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tuciones y sr-ls a-r¡[oridades" Hat¡ía ocurrido corl pen-sadores y escrir.or-es de taJ.enf-o en el siglo XIX, oJ¡ser-

"¡aba Shils, 1¡ el rr-rismo coi-rternplaría la reedicién deese comportarr¡iento en {os ztños treínta y cu.arentaen Europa l, los fistados L Inidos, cuando rnuchos in-t-electuales $e -sr,xlrlaron a las frlas del comunismo yr,[el fascismr¡" .F]r,r la segunrla !trosguerra el radicalisrncrl,1eológico se¡5ui:r vivo y [r.aL¡ía sumado a su reperto-¡.-io crítico Llxr nucvo objeto de aversión: la cultura der,nasas. La pr-eor:r-tpación cle 'Shils, indisociable tantor_lel clima cl¡= la q]r-rerra F :í.a o:orno de su sensibilid,adicleológica [iberal, lc¡ llev;¡¡:ía a"l estudio de los intelec-t:uales, la culf-ur:¡ de masas" las universid.ades y los sis-f.emas cle or:gar.¡2,;rcicin cler la- rnvestigación científicaen los países ¡Jes¿rrrollados y en los Estados surgidoscle la clesco.f-oni zación.

En "Los ¡nteiec:tuales 5r los tactt¡res cle poder: pers-irectivas para n¡r análisis o:c¡inpal:ativo", el sociólogo-propuso una. sr.irirte de rr.ra.r(rtr general para el estu-ctio sociológico de los ini-ele¡:tuales. En las socieda-¡-[es ha.sta alrora n-:onocidas, r.rlr'sei:vaba, el interés y lapreL-)cupación por los vaLr.¡res últirnos, seatt de ordeiam.oral, cogrlosctritvc) o estótir-:t-r, están desigualmenteclistrit¡uiclos" El ,.r{xrlportai:[iernto de la mayoría de las

1,lersonas est-á r.",r:,Eido por [as rir:gencias y las grartifica-ciones de Ia. r'¡cl:¡ cotidiar-ra, 1/ slrs normas para obr'ari:lenen la for:ma de presr:ripciones y prohibicionesltot:Lcretas. l{o t¡lrstante, rrl roda sociedad se verifica¡ambién [a presencizr de lncllviduos particlllarrrrentedotados par:a ei r,:iercicio rle tareas intelectuales:

En cad.a socierd¿rd ["" I l-ray algunas personascolr sensit-riliclacl especiaI para lo sagrado, ycorf ex.cepcronal capzrciclad para reflexionaracerca cle la íudole de sr-r unil'erso y de las re-

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glas que gobiernan la sociedad en que viven.En cada sociedad existe una minoría de inc{i-viduos que, en mayor medida que el comtlrlde las gentes, están animados por un espínitude indagación y anhelan entrar en frecuentecomunión con símbolos más genéricos quelas inmediatas situaciones de la vida cotidia-na y más remotos en sus referencias tanto altiempo como al espacio. Esa minoría sientela necesidad de exteriorizar esta búsquedaen el discurso oral y escrito, en la expresiónpoética o plásúca, en la reminiscencia o elescrito histórico, en prácticas rituales y enactos de adoración. Esta necesidad interiorde penetrar más a fondo, bajo la pantalla dela concreta experiencia inmediata, caracteri-za Ia existencia de los intelectuales en todaslas sociedades (Shils, 1976a: 20-21).

Shils advierte que esta inclinación personal no es sufi-ciente, sin embargo, para producir la corporación delos intelectuales ni la defrnición del lugar de estos enla estructura social. Formula entonces otro postulacLq¡'

correlativo del primero, y que afirma la existencia nomenos general -es decir, Presente en cualqui'er socie-dad, no irnporta cuál sea su tipo- de un repertoriode necesidades y demandas colectivas inherentes a l:lconstitución de la vida social como tal.

En cada sociedad, incluso entre los sectoresde su población que carecen de la aguda sen-

sibilidad paralos símbolos remotos qr-re carac*teriza a los intelectuales, existe una intermi-tente necesidad de contacto con 1o sagrado,lo cual da origen a la demanda de sacerdotes

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y teólogos, así como de instituciones o siste-mas que eduquen a estos en los significados ylas técnicas de sus funciones (1976a:2O).

La lista de irnperativos sociales catalogados por Shilsincluye asirnismo la necesidad que experimenta todacornunidad de estar en contacto con su pasado, errtanto sus gobernantes buscan legitimar el dorninioque ejercen con referencia a hechos y personalida-des rernotos. Allí donde esto no puede ser satisfechopor los poderes de la memoria indiüdual dentro delgrupo familiar, se requerirán cronistas históricos yanticuarios. Consecllentemente, de la misma formacue{pos eclesiásticos y protoeclesiásticos deben mos-trar La riqluezz espiritual de sus antecedentes, lo queda nacimiento a la hagiografíay ala actiüdad de loshagiógrafos. En las sociedades de rnayor escala que latribu, con tareas y tradiciones complejas, se requierede la educación -al menos la de que quienes se es-pera se convertirán en gobernantes o sus asociados,consejeros o a¡rdantes de los gobernantes-. En fin, elsurgimiento de administradores capaces de registrary emitir leyes y decretos obedecerá a esta misma lógi-ca de necesidades y demandas colectivas. Las tareas yel lugar de los intelectuales en la estructura social se

definen, entonces, en el engarce entre las aptitudesde una minoría y las necesidades colectivas de actiü-dades intelectuales. Cuanto mayor es la escala de unasociedacl y rnás cornplejas las tareas que emprendensus gobernantes, mayor es la necesidad de un cuerpode intelectuales religiosos y seculares. Dicho en otrostérminos: cuanto más compleja es la sociedad, más in-dispensables son los intelectuales.

¿Cuáles son las funciones que currrplen los inte-lectuales, según Shils? Por medio de la enseñanza, la

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oraciórt, la escritura, suministran a quienes no son

intelectuales, es decir, a los profanos, llna capacid'adperceptiva y una imaginería de la que de otro modoLar.cerían. "Técnicas corno la lectura, la escrituray el cálatlo abren a los profanos las puertas de ununiverso más amplio" (1976a:22). Con esta funciónde la intelligentsia conecta Shils la construcción denaciones en los cornienzos de la Europa moderna ymás tarde en Asia y África. También el surgimientode la nación estadounidense a Partir de grupos étni-cos diferentes es, al rnenos parciahnente, "labor demaestros, clérigos y periodistas" (1976a:22). Ademásde proporcionarjustificaciones de legitimación paraquienes detentan el poder político, los intelectualesestimulan disposiciones expresivas en el resto de lasociedad al ofrecer rnodelos, criterios de estimacióny sírnbolos cuyo destino es ser, justamente, objeto deestimación estética. Sin embargo, por esencial quesea este papel de inculcar y difundir significados,técnicas intelectuales, forrnas expresivas y esqueffrasde sensibilidad mediante los cuales se habilitalapar-ticipación de los profanos en los valores centralesdel sistema social, no agota la función de las élitesculturales. En realidad, estas élites están sobre todoentregadas al cultivo de esos valores y al desarrollode las potencialidades alternativas que ese legadoencierra.

Shils señala que las frlas de las élites culturales sonrecorridas por diferentes tensiones. Algrrnas son in-ternas al espacio propio de estas élites, corno cuan-do se enfrentan posiciones intelectuales divergentesrespecto del sisterna central de valores del sisternasocial. Estos disensos intraintelectuales, dice Shils, re-presentan un aspecto capital de la herencia de cual-quier sociedad. Las posiciones divergentes tienen la

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f'unción de sura.r" y dar for.-ma a tendencias alternativas,existentes e¡:r la -'¡ida social. Feno las relaciones entrelos intelecf.r:aie:¡ l¡ los poc[eres temporales, es decir, lasa¡,rtoridades q.u,e rigen las otlas esferas de la sociedad,4:onstituyen igualmente Lina fuente de tensión. A rne-nudo, at'rnqlre llo siernpre, las élites culturales suelenconsiderar {:orx clesprecio a a-quellos que obran segúncapacidade,s mas profanas, rr-rtinarias o utiiitarias, es

rlecir, a quienes no se coJrsagran a los valores que losintelectuales tieuel'I en cr.rstoclia" lrsta tensión, escribeSil:rils (L968: 40'ij, "surg€ del deseo de los intelectua-{es de instalar 1/ reconocrr tlna- autoridad que sea elsostén del bien srJpremo, sea. .este el de la ciencia, d.elorden. del pr:ogi:eso o algi-rn q-rtro valor, y resistir o con-clenar la autoridad real {-'om.o traidora de los valoreslnás altos""

De este crlar-.lro cle papeles y tensiones se derivao:uál sería a los ojos de Si.rils [a misién cte los intelec-tuales" Aunque, por cier-t-o. uo habla en términos der.nisión, las élitr-:-s culturales l-renen para é]. una furr-':i.ón estrateqica. tanto en la delinición clel orden via-ble (en los paÍses en desarroLlo, les asignzr el rol deagentes modernlzatlores,I c(-)rtto en la reproduccióre¡lel orden. fi?r:ec'rupado ¡rol la integración sociatr, enriotlsonancr.a c('.r¡ [a orier.rta¡-:ión f'uncionalista de su¡rensamien to, c t-rrrsidera l r ecc-,'¡;aria la coope ración e n-i-re el grl-rpl,¡ i.lr1.r:lecLual ,, e[ tr-'octer temporal. 5i bien,Shilsjuzga. que 111:) son elirnirrables las tensiones entre[as élites cr: [tn-r:¡.les y las .ruf,o¡:rdades qlre gobiernanJ.a sociedacl. Larrl.o su per.specrtiva general como losrfLlmerosos a-nálisiis sobre ta cultura y los intelectualesLienen siempre {lomo te.¡-n,i srrientador el logro delequilibrío"6

l;lli1ilS,liri¡.liii:ir1ilrj#lj:Í,];rr

,ür., S; .

$.:

tntelectuales y dominación simbólica

La sociología de los intelectuales de Pierre Bourdier-rsin duda es hoy la más influyente. Elaborada tanto teó-rica como empíricamente a lo largo de varios años,tiempo en que la hizo objeto de ajustes y correcciones,no resultafác1l resumirla separada del conjunto de suobra de antropólogo y sociólogo. Tanto dentro cotrlclfuera de Francia, muchos discípulos han extendido ¡¿

puesto a prueba su programa de investigaciones, y se

puede hablar de una "escuela Bourdieu" en este com-oen otros sectores del conocirniento social.

En el análisis de los intelectuales, el enf'oque deBourdieu (f 999) pone en actividad tres esqlremas ted-ricos básicos: una concepción del papetr social de lasformas simbólicas, rlna teoría de los "campos" en elespacio social y, asociada con esta, una teoría cle los d:i-ferentes tipos de capital en las sociedades rrrodernas"Respecto de la función social de las formas simbólicas,Émile Durkheim es su punto de partida (1999: 66)"Fue Durkheim, dice, quien echó las bases para urlaconsideración sociológica de esas formas al enfocan-las no como universales sino como relativas a gnlpclso sociedades particulares. Estas formas culturales sr¡"-

ven como rnedio de representar y dar significai[o almundo para los miembros de ese grupo y soxl ellas lasque hacen posible el consenso en torno del significa,do del mundo social. Bourdieu conecta este legadodurkheimiano con otras dos tradiciones: la que se ligacon el nombre de Karl Marx, por un lado, y la. queproüene de Max Weber, por otro. Para Bourdieu, lacontribución de la perspectiva marxista al análisis delos sistemas simbólicos radica en el relieve que confie-re a la función de dorninación o función ideológicade estos sistemas. Pero este enfoque sobre la función

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política de las formas simbólicas se desarrolló, sin em-bargo, advierte Bourdieu, a expensas del examen dela estructura lógica y de la función gnoseológica deesos sistemas -y esta lagrrna constituye el lado débildel legado marxista-.

En Weber, como en Marx, predomina también lapreocupación por el papel político de los sistemas sim-bólicos. Pero la fuente principal de hipótesis y sugeren-cias para una sociología de la cultura que ofr-ece la obrade Weber se halla, a los ojos de Bourdieu (1997), en susensayos sobre sociología de la religión. En esros escri-tos, MaxWeber tiene el rnérito de llamar la atención so-bre los productores de esos productos particulares (losagentes religiosos, en el caso que nos interesa aquí) ysobre sws interacciones (conflictos, competencias, etc. ) :

A diferencia de los marxistas que, aunque pue-da invocarse determinado texto de Engels apropósito del cuerpo de los juristas, tiendena pasar en silencio por sobre la existencia deagentes especializados de producción, [We-ber] recuerda que para comprender la reli-gión no basta estudiar las formas simbólicas,como Cassirer o Durkheim, ni aun la estruc-tura inrnanente del mensaje religioso o delco{pus rnitológico, como los estructuralistas:él se interesa en los productores de mensajesreligiosos, en los intereses específicos que los

- animan, en las estrategias que emplean en st.rs

luchas, como la excomunión (1997: 212).

De ahí extrae Bourdieu un principio para distinguirentre tipos diferentes de sistemas simbólicos y la basepara su definición sociológica de los intelectuales:

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Los "sistemas simbólicos" se distinguen, fun-damentalmente, según sean producidos y almismo tiempo apropiados por el conjuntode un grupo o, al contrario, sean producidospor un cuerpo de especialistas y, más precisa-mente, por un campo de producción y decirculación relativamente autónomo: la histo-ria de la transforrnación del mito en religión(ideología) no es separable'de la historia dela constitución de un clrerpo de productoresespecializados en discurso y rito religiosos, esdecir, del progreso de la diuisión del trabajo re-ligioso -siendo él rnismo una dirnensión delprogreso de la división del trabajo social* queconduce, entre otras consecuencias, a despo-seer a los laicos de los instrumentos de pro-ducción simbólica (1999: 70).

A partir de esta distinción, Bourdieu (1972:255, n. 68)sostendrá que es necesario reservar el término "ideo-logía" no para toda clase de significación cultural,sino para los discursos doctos generados por profe-sionales de la producción simbólica. En virtud dela constitución de estos cuerpos de especialistas, lasideologías y el conflicto entre ideologías están some-tidos a una doble determinación: ellas no deben suscaracterísticas únicamente a los intereses de la clase ofracciones de clase que expresan, sino también a losintereses específicos de los productores de ideologías,así como a la lógica propia del campo de producciónideológica. Tomar en cuenta esa doble dependenciaes lo que permitiría escapar al riesgo de reducir la cul-tura al reflejo de la sola estructura de clases (tenden-cia que Bourdieu observa como rasgo habitual en losanálisis marxistas), sin ceder a la perspectiva-idealista

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que ent'oca las produccrorles ideológicas corrro totaii-,i.ades autosufir-:].entes, qr-re rrrricamente ackniten unacomprensión ¡nLenna de sus estructuras"

El pensartrie¡r.to de Pnourctieu hace suyo tarnbiéitotro concepto rle Max lVeber, eI de legitimidad, y ioreutiliza en ei zrnálisis de firnclonarniento de la culturaentendida. conr.r.c¡ un orden. É)n este caso no se trata der.rna deuda c:orl .[os escritos de sociología de la religión,sino con, la sor:rología pr,riítica weberiana" Recuérdeseque, según Weber, todo orc[en político, es decir, todaforrna de clomrnación polít-ica, reposa en algún priir-cipio de legitirnidad, ese prrlrcipio en virtud del cuallos dominadores exigen I obtrenen la obediencia de losclorninados. ¿Qr-ré es lo c1r-re va.licta a los dorninaclores,por qué sr. Ies reconoce c-l ¡lerecho a mancl.ar? La na-

zón oju.stificacriin varíasegún los tipos de dorrrinación,dice Webei' (11-)iz2), euien define tres tipos puros: do-rninación f-radr.q-r onal, c a.i -i sn r atica. y le gat - tr-i gando es t eesquema con e[ de MarN respecto de la dominacióni.deológica" Bor.rndieu acr.nia Ja noción cle "cultrrra le*gítirna" 1pa.ra. c{escribir e u.rter:pretar el funcionamientor-lei orden cu.hr-ru'al:

AJ habiar dr: cultura lesitirna, kray qr-re recor-dar que la clorninar,'¡ón de la cultura domi-nante se irlpone rr¡á.s ,:ompletamente cuarn-clo mer.los aparece r.totr']() tal y cuanclo logra,por taxito. q-rbtener el reconocimiento de sulegitimiclacL- reconr¡r,inrrento implícito en eldesconoci.rnrento cle su verd.ad objetiva [...]si los i¡rdivi<luos de ias clases más desfavore-cidas et:t materia de cult-ura feconocen casisiempre. cf e malera clirecta o ind.irecta,, lalegitirniclaci de las reslas esteticas propuestaspor la ¡:ulf-¡,rra legítirrrzr, pueden pasar toda sr-r

a2

vida, de facto, fuera del campo de aplicaciónde esas reglas sin discutir, sin embargo, sr-t [egr-

timidad, es decir, la pretensión de ser universal-mente reconocidas (Bourdieu, 2O10: 67, n. 3) "

Como en el orden político, pues, en el orden culturallos bienes simbólicos están desigualmente distnibuid,s¡sy no sólo hay dominación, sino que los dorninadoresdetentan los medios para la definición de ia cultur-a.legítima, es decir, de esa cultura particular irrstituic[acomo la cultura a secas, la cultura de referencia, por--que su pretensión de validez universal es reconocictraaun por aquellos que no practican sus norrr}a.s. Es¡-e

reconocirniento se funda en el desconocirniento de [.a

configrrración objetiva del orden culturai.Ahora bien, dada esta estrlrctlrra desigual en la clis-

tribución de los bienes simbólicos (entre estos, los me-dios de producción simbólica), ¿quienes oc'Llllan erlella la posición dominante? De acuerdo con lo queseñalamos antes respecto de la enseñanza qLre extx'alc.lBourdieu de los análisis de Weber sobre la administra-ción de los bienes religiosos, tenemos los elernent-ospara una respuesta genérica a esa pregunta: los cuer-pos especializados en la producción sirnbólica. Percrsi se trata de las sociedades modernas, la resltruesta esmás específtca: los intelectuales -entendidos como elconjunto de aquellos que en estas sociedades tiene¡:el monopolio de la producción de los bienes perte-necientes al orden de la cultura legítima-. SegúnBourdieu, sin embargo, no es posible hablar socioló-gicamente de los intelectuales sino a condición de es-tablecer el punto de vista que permita aprehenderlc¡sen el dominio social que les es propio. Este es el papeld.e la noción de campo intelectual, microcosrnos dentrodel macrocosmos del espacio social que BourcLieu. a

lJ3

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veces desagrega en diferentes subconjuntos -campoIiterario, campo científico, campo artístico, etc.-. Lanoción de carnpo intelectual indica a la vez una es-tructura objetiva y un instrl¡mento de análisis que su-pera ideas demasiado vagas, como las de "contexto" o"trasfondo social", frecuentes en las historias socialesdel conocirniento, de la literatura y del arte. Comolos otros "campos" -qta, en la concepción de Bour-dieu, constituyen el espacio social en las sociedadesaltamente diferenciadas-, el microcosmos de los inte-lectuales está regido por reglas propias, irreductiblesa las que rigen la dinámi ca y la cornpetencia en otrosdominios (el económico o el político, por ejemplo).En ese espacio relativamente alrtónomo, los intelec-tuales luchan por el monopolio de la producción cul-tural legítima con arreglo a estrategias que dependende la posición que cada actor, individual o colectivo,ocupe en el carnpo. La autonomía de las élites cultu-rales -escritores, filósofos, artistas, científicos-, reco-nocida socialmente o reclamada por estas, es la auto-nomía del campo, srls instituciones, srls reglas propias,y viceversa.

La posibilidad de considerar el campo intelectual(o cualquiera de los subconjuntos que integran eluniverso de la cultura docta: campo filosófico, litera-rio, científico, etc.) como esfera autónoma e, incluso,los límites de validez de esa noción como categoríade análisis, tienen como presupuesto la autonomi-zación real, aunque sea siempre relativa, de la pro-ducción de los bienes simbólicos. Este hecho noes, para Bourdieu, una característica inherente ala actividad simbólica como tal, ni emerge en todasociedad cualquiera sea su estructura. La autonorni-zación del campo intelectual es siempre un resulta-d,o histórico que aparece ligado con sociedades de-

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terminadas. Bourdieu no proporciona, sin embargo,más que escasas referencias sobre ese proceso históri-co de autonomización. Por ejemplo, cuando observaen sus Méditations pascaliennes qlue el "campo filosóficoes sin duda el primer campo escolástico qlre se hayaconstituido, al autonomizarse respecto del carnpopolítico, en vías de constitución, y respecto del carn-po religioso, en la Grecia del siglo V antes de nuestraera" (1997:30). De todos modos, las indicaciones queocasionalmente ofrece son suficientes para reconoceruna interpretación, qlre ya es clásica, del desarrollo dela cultura y la sociedad europeas modernas. Es decir,un desarrollo que se reanuda, tras un largo eclipse,en el Renacirniento, se debilita transitoriamente bajoel peso del absolutismo monárquico, resurge con laIlustración en el siglo XVIII y se consolida en el cursodel siglo XIX. Escritores, sabios y artistas, colocadosen una nueva posición como resultado de la división so-cial del trabajo y de la implantación del mercado cornoinstitución que afecta también sus actividades, reivindi-caron la autonomía de la creación cultural frente a todaimposición exterior (política, religiosa, econórnica). EIRomanticismo habría sido el primer movimiento quetradujo esta reiündicación de la intención creadora.

Aunque constituido históricamente, el campo in-telectual puede ser objeto de una consideración sin-crónica, de acuerdo con un modelo relacional deinspiración estructuralista. O como explica el propioBourdieu la rectificación que introdujo en el enfoquede \A/eber:

Aplicando, mediante una nueva ruptura, el mo-do de pensar estructuralista (que es totalmenteextraño a Max Weber) no sólo a las obras y alas relaciones entre las obras (como el estruc-

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turalisrno símt¡ólico)" srno también a las rela-ciones eratre {os prodr-rctores de bienes siinbó-licos, se ¡rr-rede entonces construir en tantoque tal no sólo la estrr.rct¡-rra de las produccio-nes sirnbólic:ts o, metor aún, el espacio de las

l;otnas r),e posi.ción simi¡óh.rras en un domíniodeterrninaclo de la pr-áctíc:a (por ejemplo,losmensajes retrígiosos) " sino tainbién [a estruc-tura del sisf,eirra de los asentes que los produ-cen (por: ejei,nplo, los sar:erdotes, los trrrofetasy los brujos ) o), rnejor aún " el espaci.o de las 'ltosi-

ciones que elios ocup;r.If (lo que llamo el carr-po religioso. por ejenr,plo) en la conepetenciaque los opone: se logr-a asi el medio para com-prender: esas producciones simbólicas, a lavez en srr fui"rción, sr-t estructura y su gérresis,sol¡re la l¡ase de hipótesis ernpíricament.e vali-dadas cne Ia- tromología er-rtre los dos espacios(Bor-rrdieu. I 997: 212.,.

.Bourdieu expLlsio pc'lr prlrller-a vez su esquema. en un;rrtículo de N9{16" que tenÍa por título "Camptr i.ntelec-tual y pro)'eclo ,r:rea.dor'" (19{i7), Retomó su planteoen 197tr en "Canrlro del pr-'der, campo intelectuzrl y ha-bitus cle clase" ( I999) y refbnrrruló la noción de carnpoi.rrtelectual. ,rron¡,ertida )ra. en her¡-arnienta cencral deu-na sociología. dr: los inteJectrrales que se desarr:ollaríaen los años sip4rlrr-'ntes a l-¡'a\/es de la reflexión teórica)'la investigacion empíric;a" EL elemento más sobresa-liente de J-a¡rlrel¡ir formula,:ión es e[ lugar que atribuye¿r los inteler-:t-uaiesr en la r:r:¡nstelacrón del poder social.Estructura ele propiedades específicas, el cam¡:o iirte-lectual es, pa.r-a Bourclieu, parfe cle [a estructura rr]ayorque colrstitul'e el campo rlel ¡--x-rcler" De ahí el otro ras-go de [a definicirin q.,r. otr-ece de los intelectuales: en

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1' ¡rrjr flt¡ -

I.

,1. tanto que poseedores del "capital cultural", ellos sore

: miembros de la clase dominante pero en la condición,'i de fracción dominada de los dorninadores. Esta posi-,,. ción ambigua -dominados entre los dominantes- ios, inclina a. "úLaÍrtener una relación arnbivalente, tanco

i' .on las fracciones dominantes de la clase dorninante:', : ('los burgrreses') como con las clases dominadas ('elI pueblo')" (1999: 32). Así, no es en su falta de atadurasi sociales sino en esta posición estrücturalmente ambi-

' , la explicación de sus tomas de posición en el carnpo

' político.

El campo intelectual, así como los diferentes sub-t.t conjuntos de la producción cultural docta, es a la vez, un espacio de competencia y de disputa. ¿Cuál es e[

:, ra legítima, una lucha que enfrenta a quienes octtparr: diferentes posiciones en ese espacio, posiciones que1 no denen el mismo rango y cada una de las cuales nc, puede describirse sino con referencia a las otras lltl*

siciones. Aprehender sincrónicamente el campo es: captarlo como un sistema de posiciones, ya se trate de

obras, de autores, de instituciones, así corr:ro de cu,al-, quier clase de actor del campo considerado. De ahí losI términos que Bourdieu suele emplear para desigrear-; las posiciones de los actores en pugna: dorninaittes )/

, aspirantes, "establecidos" y "recién llegados", ortodr,¡-r xia y heterodoxia, sacerdotes y profetas, etc. h{o todos, tienen el mismo poder para definir la cultura legíl:i-i -., un poder que depende del capital sirnbólico (cr

, p..stigio, autoridad, reconocimiento social) ligado ai cada posición.. La comprensión sociológica de los intelectuales: tiene para Bourdieu el carácter de una ernpnesa dei develamiento. Podría decirse, en este sentido, que sos-

,Sf

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pechar de la irnagen que los intelectuales tienen de sÍmismos es la primera lección que se desprende de sustesis y de sus análisis. Si se observa el conjunto de loque escribió sobre las élites culturales entre mediadosde la década de 1960 y mediados de los años ochenta,se verá que uno de sus temas críticos recurrentes es loque entendía como ideología carismática del artista ydel trabajo artístico. Ideología corriente no sólo entrelos escritores y los artistas, sino también entre quienesse ocupan de su obra, es decir, los críticos dedicadosa consagrarlos, incluso muchos críticos de orientaciónsociológica, ella conviqrte en cualidad innata del crea-dor (y del consumidor de la obra de arte) lo que sondisposiciones y destrezas socialmente adquiridas. A esahermenéutica de la sospecha no escaparían los diferen-tes modos en que los intelectuales cultivan su dife-rencia respecto de los otros -las formas de la excelenciaque marcan la superioridad frente a los no intelectua-les-, ni los discursos opuestos acerca de lo que un in-telectual debe ser. A los ojos de Bourdieu, estos erandiscursos de legitimación cuya interpretación debíaser objeto del análisis sociológico.

La raz6n legisladora

El pensador y sociólogo polaco Zygrnunt Bauman semuestra escéptico respecto de cualquier definiciónde los intelectuales que se reduzca a los rasgos dela categoría misma. Las definiciones del intelectual,apunta, no suelen ser otra cosa que autodefiniciones,y como tales hay que considerarlas -como recursosde legitimación de quienes las enuncian-. Para Bau-man (1997: 32) la categoría de intelectual debe serabordada como un elemento estructural dentro de

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una configuración social, "Lln elemento definido nopor sus cualidades intrínsecas, sino por el lugar queocupa en el sistema de dependencias que representadicha configuración, y por el papel que curnple en lareproducción y desarrollo de esta". El significado dedicha categoría sólo podría extraerse del estudio de laconfiguración como una totalidad. A la inversa, el he-cho de que la categoría de los intelectuales aparezcaefectivamente como un elernento estructural de unadeterrninada configrrración resulta clave para la com-prensión de esta misma configuración, es decir, pan:a"la comprensión de la naturaleza de las dependenciasque la mantienen unida y el mecanismo de su repro-ducción, tanto en sus aspectos conservadores cornoinnovadores". En srlma, los "análisis de la categoríaintelectual y de las configuraciones en las que estaaparece están inseparablemente unidos en un círculohermenéutico".

Ahora bien, para Bauman, la configuración históri-ca en que los intelectuales tienen el valor de elemen-to estructural, por el papel desempeñado tanto ensu nacimiento como en su desarrollo, es la forma deexistencia social moderna. Los llama ,.legislad.ores,,,

porque tanto su ocupación como su preocupación ca_racterísticas fueron trazar los principios y las leyes delorden:

A lo largo de la era moderna, la razón legis-ladora de los filósofos concordó con las rnuyrelevantes prácticas de los Estados. El Estadomoderno surgió como una fuerza para la cru-zada, misionera y proselitista, ernpeñada ensujetar las poblaciones dominadas a Lln va-puleo a fin de transformarlas en sociedad.esordenadas, de acuerdo con los preceptos de

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Ia razón. L,:-r sociedacf ctiseñada racionalrnenteera la co,usü .finalis expl-esa del Estado rnoder-no" El Estzrc{o moderno fr.re el Estaclo-jardine-ro; sr.-r $lostu,ra- fue tra ctel -jardinero; deslegiti-rnó la conrJición reaL de lLa población (satrvaje,

no cultivad;r) y desrnant-eió los mecanisr¡'rosexistentes t-Je equilibrio y reproducción" Ensu lupJar introdr¡jo rnecanisrnos elaborados apropcisito (:lue querían señalar el carnbio endirección ciel cliseño nac-ional" El diseílo pre-sunta'ment-e dictado Flo¡- ia autoriclad supre-ma e rncuestionable de la Razón, surninistrólos cniteric¡s evaluatír265 ¿. la nealidad cotidia-na. Estos n:r:iterios esci.ndieron ia poblaciónen plantas úrtiles que clebían ser cultivadas

', propagarlas, y ell ¡naleza que tendría

que ser el¡rminadel riesde Ia raíz (Eaurnan,?OO5: '+2"4:1) "

No hay ertr esf-e párrafo, c()rrr.o se ve, una visión heroi-ca sino domina.ctora del phil,osoph.e. Es vendad, concedeEauman, que la soberarrra cie la persorla hurnana cons-tituía la preocr,r,pacrón proctarnada por los pensadoresilustrados: emar.rcipar a Ía hurnanidad era el lado pas-toral y subjetiwamente auténtico de su ernpeño legis-lador- Fe¡:r¡ nras allá de [os clesisnios pensados, conti-rrúa, lrabia ojier',,a afinici.rcl electrva -Llna irnplicaciónsin deliberacio¡rL- entre [a actividad de la élite de co-nocimiento y lz-r élite aplir:aclil a la construcción estatal:"I-as dos a-ctividades se lraci.an señales, se rngorizabanrrna a otra.. retr¡¡'zatran la creclibitídad y confíanza. de Iaqltra-" (2OOl5: 5 [) Fara ar¡rl-ras élites la realiclad era "unamateria prinea flexible qrre t-lebe ser moldeaday traídaa ia fbrrma aderl,tada por- los arquitectos armados condiseño propio" Airandonarla a su propio cllrso, la so-

xoo

ciedad resultaba incapaz de "rnejorarse a sí misma ode comprender cómo sería la mejora" (2OO5:63); porel contrario, en el concepto de saber como poder larazón acttSa como juez de Ia realidad y autoridad conderecho areforzar eL debe s¿rsobre lo que es.

En el centro de la interpretación de Bauman se ha-lla la in terrelación moderna de poder/ conocimien to,donde inscribe tanto el nacimiento de los inteiectua*les, la "clase del conocimiento", en rlna cultura seclr-larizada, como el surgimiento de las llamadas cienciasdel hombre. La deuda que esta perspectiva [iene conlos pensadores críticos de la modernidad es eviden-te (con el Michel Foucault de Vigilar y castigar, en elcaso de Legisladores e int@retes, y con Dialécti.ca, det itu-minismo, de Adorno y Horkheimer, en los ensayos deModernidad y ambiaalenc'ia,la deuda es explícita). Noes necesario aprobar sin reservas su versión para re-conocer lo que ella deja ver respecto de los phi,loso-phes Iegisladores, un linaje que continuó su vida enlos siglos XIX y XX; y una historia social del saber yde sus agentes no podría renunciar a lo que enseíraeste punto de üsta. Como toda perspectiva, sin emban-go, ella contiene también sus puntos de ceguera" l\crsólo encierra el riesgo de simplificar la filosofía de laIlustración, conürtiéndola en un conjunto demasiadouniforrne, sino que deja escapar hechos sobresalientesde la cultura moderna, tanto en térrninos de corrien-tes intelectuales corno de sensibilidad.

Si se considera el pensamiento político y social con-servador moderno, por ejemplo, sería difícil hallarleespacio en el cuadro de Bauman, aunque la reacciónconservadora ante la Revolución Industrial y ia Re-volución Francesa inspiraría varios de los temas y lzr.s

preocupaciones de la sociología (Nisbet, 1969: Zb-30).En efecto, ¿dónde situar en esa narrativa a E,dinund

I 01

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Burke y sus Reflcxiones sobre la reuolución en ltanc'ia, urtclásico del pensamiento contrarrevolucionario redac-tado cuando la Revolución Francesa hacía apenas unaño que había comenzado (1790), y que iría a con-vertirse en punto de partida de toda una veta d.el pen-samiento político moderno? El blanco polérnico cen-tral de Reflexiones... era, justamente, el voluntarismode la razón legisladora, ilustrada por la acción de laAsamblea Nacional, cornpuesta mayoritariam ente porabogados sin experiencia de gobierno, observaba Bur-ke, que pretendían crear un nuevo orden a partir deprincipios abstractos y metafisicos (la proclamaciónde los Derechos del Hombre era un ejernplo), condesprecio de la tradición y del sentido práctico. Perono se trata- sólo de Burke, obviamente, sino de tod.auna tradición intelectual (De Maistre, De Bonald,Müller, Savigny, Donoso y Cortés), de un "estilo" depensamiento, como lo llama también Robert Nisbet(1988: 106) siguiendo a Mannheirn, cuyos valores(ernpirismo, irnportancia de las instituciones tradicio-nales, historicismo) son opr¡estos a los de la tradiciónilustrada. Fuera del cuadro de Baurnan quedaríantambién buena parte de la literatura y de los escritoresdel Romanticismo, en particular del Romanticismoalemán, en cuyo interior hallarían su primera formu-lación nociones como la de "cllltura", acuñada contrael universalismo abstracto de las Luces, así como elenfoque hermenéutico en el estudio de la historia ylos hechos socioculturales.

En resumen: el foco sobre el "síndrorne poder/conocimiento" ilumina una tradición intelectual mo-derna, pero no deja ver otras, es decir, no deja verla diversidad de posiciones y discursos que generaronel advenimiento del capitalismo, el industrialismo, elEstado nacional, la vida ttrtrana, el indir.{dualismo, las

142

masas en la escena política, en fin, el conjunto de fe-nómenos que suele resumirse con la noción sintéticade "sociedad moderna". Bauman hace una liquida-ción surnaria de esa diversidad: las diferencias y aunla oposición entre las diferentes üsiones surgidas enel cuadro de la modernidad son "algo así corno reyer-tas familiares" (1997: 167). Es decir, variantes de unmismo núcleo de certezas compartidas. Si se llevaraal límite la interpretación de Baüman, podría decirseque su propio punto de üsta crítico, que aprovechalos recursos de la tradición sociológica (¿qué otra cosaes lo que llama "hermenéutica sociológica"?), resulta-ría inexplicable.

Coda

Aunque todos se muestran interesados en el papelpolítico de los intelectuales, el punto en qlre conver-gen las diferentes perspectivas de estos sociólogos noradica en la definición del comprorniso cívico de losintelectuales, sino en la ftrnción que desernpeñan enel espacio social. Entendidos corno estrato intersticial(\4annheim), como fracción subordinada de las clasesdominantes (Bourdieu) o corrro clase del conocimien-to (Bauman), los intelectuales tienen su imperio en laesfera de la cultura, de la ciencia, el arte y la literatrlra,es decir, en la esfera de la producción, distribución einculcación de las significaciones o bienes sirnbólicos. Elreconocimiento social a ese papel, que es el rasgo quedefine la posición de los intelectuales en la sociedad, seliga con valores que inspiran deferencia, se trate dela creatividad, del saber erudito, del conocimiento delas cuestiones últimas o del "saber hacer" (ser com-petente) respecto del arte y la literatura. Para Pierre

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l3ourdieu, este .reconocinuerri-'o no es un clato natural,r:efleja una l,rist-oria conÍlíctiva y de resuitados varia-bles: la. alrtonor.lra del car:]lp(i intetrectual (así como slrvisibilidad" agregr.remos) ctepende de ella.

¿Cómo tratar- sociológrcar'Itrente la cuestión de losrr-rteLectuales sin claL¡orar crrterios y esquemas de es-tratificacion d.ei mundo social que permitan ciasifi-ca.r jerarquías qr-re no se cletran aprehender a travésr[.e la definrción económica cle [as clases y las divisio-rres sociales? 5e trata- de la cuestión planteada ya porMannheim" I-a noción <,le capital cultural, foriadapor Bourdieu irara desigrrar las competencias cuitu-rales socialmen r.e adquiredas --por vía familiar o, nrásr-arde, por rri.a e:scolar-, pl-oporciona un poderoso ins-lrumento en estr: sentido. Desiguaimente distribuido,como los recursos económictls y la¡s recursos de poderpolítico, el caprratr cultural nc¡ sóto es fuente cne dife-r.-errcias socrales Glno que úpera como legitimador deesas dit'erencras

Eourdieu y Bzluman coinciclerl en situar a los in-telectuales en ¡:n ár-nbito dr: las élites dominantes,¿Lrnqrxe para el primero ellos ocupan urra posicióndorninada x:esllecto cle quienes cl,etentan el poder eco-nórnico y ei poeie:r político -lc-¡s "llurglreses"-" Si bienilo asumen sien lp,re carácter conflictivo, las relacionesentre ias élites a:ulturales 1, las otras élites rara vez sonarmónicas. Au¡.r para los tntetectuales rnás conserva-rlores, ni las estrllctlrras il.r tos rangos del mundo errr-

1rírico se corresponden rr nnca con la definición inte-lectual del orderr y lasjerarguras verdaderos. T'ambiénellos, en otras ¡:alabras, se consideran guardiaires devalores q.ue vefi, ignoratfos corl demasiac{a fiecuen-r-:ia "en los mercados y los recintos guber-narnentales"(Coser, l9tr8: l {)" El ser¡tim¡ento de qlre se integra¡-rna especie de '"trcbl,eza ctel espíritu" ftente a quienes

'ta4

sólo úenen riqueza o medios de poder políticos sueleacompañar la posesión del capital cultural. ¿Constitu-yen los intelectuales también una élite que rivaliza conlas otras en la lucha por la dirección de la sociedad,como sostienen los teóricos de la "nueva clase"? Lacauta respuesta de Daniel Bell parece atenida a lo quehoy puede saberse: corno élite, los intelectuales tiener:r"poder dentro de las instituciones intelectuales [""" j

pero sólo influencia en el mundo más amplio en elque se hace la política" (cit. en Stehr, 1994: J.1)" trstamisma influencia, habría que agregar, varía según losmomentos, las diferentes áreas geográficas y las res-pectivas tradiciones.

10s

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I

¿ 5. Una especie moderna

Analogías

Cuando el antropólogoJack Goody se pregun-ta si es posible hablar de intelectuales en las sociedadessin escritura y reclama ese nombre para brujos, adivi-nos y suplicantes, el uso deliberadamente anacrónicodel término es eüdente. Se trata de un ejercicio com-parativo con el que Goody (1985: 29-45) busca subra-yar no tanto que en las comunidades ágrafas existentambién prácticas de orden intelectual (lo que resultaindudable), sino que esas actividades están ligadas acierta especialización y a la ocupación de ciertos indi-viduos. Otra perspectiva para las afinidades y los pare-cidos ofrece Ernest Gellner, también antropólogo, enEl arado, la espada y el libro ( 1994) . Gellner propone unesquema de la "estructura de la historia humana" quese artieula en tres grandes etapas, cada una de ellasconfiguradas en un cuadro de doble entrada: la de labase productiva (caza/ recolección; sociedad agraria;ssciedad industrial) y la de las relaciones de tres acti-vidades (producción, coerción, cognición). A su jui-cio, la sociedad de pequeña escala inhibe "la divisióndel trabajo y la plena emergencia de la especializaciónpolítica y religiosa. Estas solamente se separan ligera-mente, bien de la sociedad en su conjunto, bien en-

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1.t.

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tre sí" {d-i<:llner, l9!}4: ?2). No habl-Ía, Tlues, élites quepuecl,an ,:,{asificarse corr}o intelectuales. En las socieda-

des surgirlas de la ¡ E:r'oLución neolítica y fundadas enla agricnitrrra, la sif-ir.¡lcrtrn cambia: "Agraria fomenta,y quizas i¡, menudo trer:esita, el surgimiento c{e agen-

tes especralizados e¡r la coerción y en la cognición/legitirrlat:l¡rn, a veces fusrorraclos ultos con otros, a ve-

ces cliferetrciados". De esa especialización nace unaclase gober:nante (nrra n-:tase rie guerreros) y un clero,esper:ializado en cognición, legitirnación. salvación yritual (L-"i94: 17). "Ttin [a ma1'6¡¡i¿ de los casos [...] iasocieclad agraria está dcrntin:rcla por st-rs glterreros, porsu cler:o, o por ambos conju.!,rtamente" (1994: 22)" Eneste esqueüra, los intelectuales modernos tendrían sus

ancestros en las élites clericales.En la clefiniciórr clel concepto cle intelectual, la

comparacrón histórlca, en este caso ia comparacióntranscultur-al ayudacla por ia antropología, así comoel uso cte a.nalogía:;, pueclen ser muy iluminadores:erlserlarl trror las sernejattzas como también por las de-seüIe-lanzas. "Como lo ciirían tanto Léü-Strauss comoGaclamel' "-escribe Zygmunt Bauman-, ei intelectualsólo puede 'entenderse' cuando se enfrenta con otr-a

cultul-a- rr c.¡tro textc¡ (aclarei:nos: cuando los enfrentade una manera puramente cognitiva, teórica)" (Bau-maxl, I997: 18). Pero si l-tien nuestro conocimiento delos intele¿,:luales progresa al descubrir las similitudesque elios tlenen cor¡ éhtes culturales de otros contex-tos soctclfristóricos, llevado rnás allá de cierto punto elrecrlrso a las sirnilitudes hace perder de vista las dife-renr:ias )¡ las especificidades.

Las analogías se ibirdan a veces en razones menossencillas '[e zanjar- Por e-lemplo, cuando se empleael nombre de intelectu:-lles para Lrautízar a los titu-lares ctel saber unrversitario en los siglos XII y XIII,

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vistos como representantes de un tipo social nllevo"Es lo que hizoJacques Le Goff (2001: 21), en un h.

bro breve pero brillante que se ha vuelto clásico, enque explica el nacimiento de los intelectuales en lzr

alta Edad Media europea, por la acción conjugacla deldesarrollo de las ciudades, la diüsión del trabajo y l:rpropagación de las universidades: "Eltérrnino designaa quienes tienen por oficio pensar y ensenar su perr*

samiento. Esta alianza de la ieflexión personal y Ce

su difusión en una enseñanza caracterizaría aI intelec.tual". Le Goff descarta el nombre con el que ellos se

reconocían -philosophus- "porque el filósof'o es parz-¡

nosotros otro personaje" (2001:2f ).El desarrollo de las ciudades y la aparición cle la

universidad como centro dedicado a la enseñanza deJ.

saber letrado son, sin duda, datos importantes parala genealogía del intelectual occidental. Esta es unafigura que aparece con las ciudades y se forma eriinstituciones escolásticas. Sin embargo, si se asume eipunto de vista del presente, que es ei que adopta I-r--

Goff para descartar el vocablo philosophus (por el sig-nificado que esa noción tiene "para nosotros"), deber

admitirse que denominar intelectuales a los rJoctor:es

universitarios de los siglos XII y XIII resulta iguai.mente problemático porque, desde el punto de r4sk¡.

contemporáneo, el intelectual es también "otro persc-r4je", según lo hemos visto. Durante la Edad Media"Ia mayoría de profesores y estudiantes universitario:ieran miembros del clero, pero el clérigo medieval nc.,

es un intelectual aaant La Lettre.T Le Goff no omite, ob-üamente, el lazo de esa élite medieval con ia trglesia.

Son, dice con lenguaje gramsciano, intelectuales "oFgánicos", "fieles servidores de la Iglesia y del Estado"Sin embargo, observa, "muchos de ellos a causa cle lzr

función intelectual y a causa de la'libertad' univer:sita.'

'¡ 09

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ria, a pesar de sus limitaciones, son más o menos inte-lectuales'críticos'que rayan en la herejía" (2001: 12).El hecho es que la idea misma de herejía nos recuerdano sólo el control de la Iglesia, sino el funcionamientode una cultura " segura de poseer la aerd.ad, a través de laRevelación transmitida por los profetas, o a través delos textos de los Clásicos", es decir, la existencia de unaortodoxia est¿blecida (Leclerc, 1996: 409).

En la era de los intelectuales, las cosas serán dife-rentes, no sólo desde el punto de vista d.el orden eco-nómico y político sino también desde el punto de vistacultural. Las instituciones que pretendían controlar lacirculación de enunciados que resultaran heréticos alos ojos del poder espiritual no desaparecerían, perosu autoridad y su influencia se volverían más débiles.El pluralismo de las opiniones o de las "verdades" (elpluralismo de las verdades religiosas, en primer térmi-no) constituía un hecho consagrado y se lo conside-raba propio de las sociedades civilizadas. La sitüaciónera resultado de una historia, la de una larga luchaen que la demanda de tolerancia entre las diferentesconfesiones cristianas -enseñanza política extraída delas guerras de religión en Europa- daría paso a la rei-vindicación de la libertad de conciencia y, finalmente,de la libertad de expresión. "Lo que aparece así no es

ya la simple necesidad moral de la desaparición de laintolerancia respecto del otro en tanto es diferente,sino la necesidad de hacer desaparecer la instituciónde la ortodoxia, en tanto ella rechaza la legitimidaddel discurso del otro, en tanto ella pretende poseer elmonopolio de legitimidad de los discursos, es decir,del rnonopolio de laverdad" (1996: 223).'El relieve social que hacia fines de la Edad Media

había adquirido el grupo de los letrados (la denomi-nación corriente en español para quienes poseían con

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carácter más o menos exclusivo el conocimiento doc-to) es un fenómeno destacado también a los ojos deotros estudiosos. Por ejemplo, José Antonio Maravall(1999) yJacques Verger (1999: 7-12), aunque ambosponen el foco en los siglos XIV y XV. Maravall recu-pera del vocabulario medieval el término "letrado" yVerger, para sustraerse al buscado anacronismo deLe Goff, acuña una denominación alternativa: "hom-bres de saber" (gens dc saaoiir). Para esa época, la dela llamada tardía Edad Media, el número de doctoresy letrados laicos se había incrementado, por lo cualVerger no considera apropiado referirse a todo el gru-po con la denominación de "clérigos". Añadamos, detodos modos, que en Europa al menos hasta el sigloXVIII la mayoría de los hombres de cultura pertene-cían al clero.

Elementos de definición

Los intelectuales se reclutan en el medio d.e las profe-siones del intelecto, pero el rótulo de intelectual conque se identifica a determinadas personas, hombres ymujeres, no es una clasificación socio-profesional, noremite a una ocupación determinada en algún sectordel saber o de la creación literaria o artística, sino alcomportamiento de tales personas en relación con laesfera pública, es decir, al desempeño de un papel enlos debates de la ciudad. Aquellos a quienes llamamos"intelectuales" pueden asumir ese papel en formacontinua, intermitente o sólo de manera excepcional.Considerados en su conjunto, los intelectuales no for-man una corporación, menos aún un clero en sentidopropio. Ninguna institución, academia o seminariootorga el título de intelectual ni habilita el ingreso en

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iesa Tf,otlJa(:ién de fr,¡nteras inciertas" Quienes la inte-gran poseen conocifirienl.os especializados y aptitudescultivaclas en diferentes áml¡itos de expresión simbóli-ca; no sar necescrriant,ente científicos, eruditos o arústasde genio. aunque alsunos sí lo sean. En general, es

la uni.versrdad la que les confiere sus títtrlos profesio-nales, a. pe$ar de qu-e durante mucho tiempo el inte-lectual a.trtodidacta. fue una figura que coexistió en elpaisaie cr,rltural con los rliplomados. tJn heterogéneoconiunto" {:omo ol¡ser-va. Zygmunt Bauman al recor-dar las l,i¡¡rras que suscril¡ierorr el petitorio en favor deDrel'fhs el I z1 cte enero cte 1898:

En la epoca en que se acuñó la palabra finte-f ecx-naj l, los desr:enr'lientes de los ph,ilosot'thes ota répllblique des t.ettn:s ya se habían clividido enencla\7€:s especializactos, con slrs intereses par-ciatres'.u' preocuJlacioncs }ocalizadas. I-a pala-i:rra. fr¡e por ello {ln t.rrque de reunión, que re-sonci ¡r,:r encima de las cclosamente vigilaclas{tonter:as de las profbsiones y los genres artís-l:icos: un llamarnrenlt) a resucitar la tradición(o materializar la memoria colectiva) de los"hombres de conoci.rniento" que encafnabanv ponían en práctica la unidad de la verdad,ios valc¡res mor:-rles .,1' el.iuicio estético (tsau-rrrarl, [997:9).

Baur¡an lleva clemasiadt¡ lejos la distinción entre in-telectuales y profesi.ones intelectuales; hasta su cles-

conexión" ¡rodría decirse, como si un término fueraprácticamente indif'ereilte al otro. No tendría sentido,escrib,e, "c{)mponet' una lista de profesiones cuyosmielnbros son intelectuales, a trazar dentro de la je-r:arqr-ría profesional ¡-lna [inea por encirna de la cual se

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ubican estos" (1997: 10). Pero aunque resulte iusrrfí'ciente, la cuestión de las profesiones intelectuales nopuede ser ignorada si se quiere situar aIa intelli,gentsi.o

en la vida social, en su ambiente, en las actividadese instituciones que le son propias: No debe olvidarse que los intelectuales crean ámbitos diferenciados exl

que se vuelven unos hacia otros, como obser-va Ran-dall Collins, "no para hacer spciabilidad, ni para ser-

prácticos", sino para discutir y reflexionar en torno cle

las cuestiones que le son caras y atañen a algunos de los

campos del trabajo intelectual (Collins, 2000: 24) " Potcierto, trascender las competencias ocupacionales ylas preocupaciones centradas en el propio tluehacei'es característico del comportamiento de los intelec.tuales -"el intelectual es alguien que se mete en ler

que no le concierne", decía Sartre invirtiendo el sentido negativo que ese reproche había tenido en el dis-curso de los antidrefusistas (Sartre, I9B7:93)-.8 Sirrembargo, aunque el campo que cultiva un/una inte-lectual en forma especializada puede eventuaknentecambiar, su identidad (no sólo la que él o ella mismc¡sse atribuyen, sino la que se le reconoce socizrlmenile )

no puede prescindir de esa dimensión que lo artclzten alguna categoría cultural: novelista, filósofo,/a, tin.güista, físico / a, antropólo Bo / a, mé dico / a. etc. ExplÍ "

cita o implícitamente, tiene allí la fuente de autoriclacrpara ocuparse de aquello que no le concierne. Fllav

que pensar al intelectual como una figuna de doblc-:

faz, cuyo estatus, irreductible al de una fünción pro.t'e

sional, resulta igualmente irreductible a la sola dimen-sión de actor en el debate cívico.

El intelectual se dirige a una audiencia, interpela zr

un público. Ya hemos visto dos de las fonrras a las querecurre para dirigirse a esa audiencia: la carta abierta,como en el caso deZola, y el manifiesto, como se llamc¡

t13

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al petitorio colectivo a favor de una revisión del juiqi6que había condenado a Dreyfus. Pero hay otras formastambién típicas: el artículo en la prensa o en la revis¡¿cultural, el panfleto, el ensayo, eI libro, la conferenci¿.El círculo de esas otras personas a quienes transmite's¡palabra no se restringe a una pequeña élite de letradqgy de señores, como ocurría con el clerc medieval. Aun-que el intelectual requiere de la relación con sus pares ydel reconocimiento que estos pueden proporcionarls,su palabra interpela también (y aveces directamente) ¿esa audiencia imprecisa que llamamos opinión públic¿.Grande o pequeño, este otro auditorio de no especi¿-listas esUí compuesto por quienes se interesan por l¿gideas y discuten las definiciones sobre la marcha ds1mundo que producen los intelectuales, aunque ellos ¡elo sean. La acción del intelectual se recorta, pues, sob¡sel fondo de una configuración histórica y tiene comopresupuesto que la imprenta haya hecho posible la prs-pagación de la cultura impresa -en forma de libros, {spanfletos y de periódicos, fundamentalmente- y gue laalfabetización haya avanzado lo suficiente como paracrear un público que no sea exclusir,amente el de lq5doctos. Históricamente, a diferencia de élites culturals5del pasado, sean magos, sacerdotes o escribas, la acció¡de los intelectuales se asocia con lo que Régis Debrayllama grafoesfera-es decir, con el dominio que encuen-tra su comienzo en la existencia de la imprenta, los li-bros, la prensa-. Su medio habitual de influencia, se¿

la que efectivamente tienen o sea a la queaspiran, es l¿publicación impresa (Debray, 2001: 75). La televisió¡creó otro canal de transmisión y a ese escenario suele¡ser invitados también los intelectuales. No sabemos quéefecto o transformación producirá este nuevo ciclo ms-diático en una figura que hasta el presente ha estadsorientada hacia la escritura.

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Hablamos de un público o de una audiencia, en sin-gular, pero al hablar así empleamos una abstracción,categoría construida para el análisis, no describimosuna realidad empírica. En toda sociedad compleja,como lo son las sociedades modernas, existen dife-rentes esferas de opinión pública, que se tocan máso menos parcialmente. También con fines analíticospodríamos decir que el intelectual no tiene un públi-co sino al menos dos circuitos de público: el de losotros miembros de su medio (el campo intelectual, enel vocabulario de Bourdieu), sus pares, donde estántambién sus rivales, y el de ese auditorio más profano,pero también más amplio, que le da mayor resonanciaa su palabra. La autoridad que tiene entre sus paresno le asegura el reconocimiento del público profano,y üceversa. Son muy pocos los que alcanzan reputa-ción en ese doble circuito.

¿Por qué algunos intelectuales se hallan más cercaque otros del centro de atención pública? No hay paraesta pregunta una réspuesta de orden general: el re-conocimiento social vzría según las colunturas y de-pende taftto del paisaje intelectual existente como delhumor colectivo del momento. En 1981 la revista fran-cesa Lire organizó un sondeo entre cientos de escri-tores, periodistas, profesores, estudiantes y hombrespolíticos planteando esta preg"unta: "¿A sujuicio, cuá-les son losllas tres intelectuales vivientes, de lenguafrancesa, cuyos escritos parecen ejercer en profundi-dad mayor influencia sobre la evolución de las ideas,las letras, las artes, las ciencias, etc.?". De acuerdo conla clasificación que resultó de las respuestas, el primerlugar le correspondió a Claude Lévi-Strauss, el segun-do a Raymond Aron, el tercero a Michel Foucault yel cuarto aJacques Lacan. Los "años Sartre" evidente-mente habían quedado atrás. De los cuatro nombres,

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i.'

solo los cte Aron y.llr'oucault. podían asocíarse con losdel intelect.ual que rntervrene en los debates de la ac-

tualidacl ¡-rolítica, mi"entras los otros dc¡s maitres d, pertser

no debíar.¡ su fama a. [a participación en la arena de ladiscu.sión política (L)osse, 1992: 11).

Los intelect.uales sL)n, en resumen, una especie mo-derna, i-anl.o que poclría. c{ecirse que la expresión "inte-lectual rno(lerno" r'esulta reclundante, un pleonasmo.Toclas las grandes r-Iarraf,rvas rle la mocternidad, sea ladel progro:so, [a de 1;r nacién o la clel pueblo, así comoel con¡untr-¡ de los "relatos militantes" de los siglos XIX-y XX (Argenot, 2000), proceden de las filas de Ia in-telÍigen,tsia," rLa especLr-: ir¡:, brotó de golpe, por cierto,sin progeru.tores nr ¡-racliciones. En realidad, se la ve

surgir en l¿rs sociedacles elrropeas occidentales al finalde un itiirerario jaloirado por: estaciones )/ escenarioscam l-¡ianf-es. en concE rnri tancia con las vicisitudes de las

distintas s<¡r:ieclades rracronales del viejo continente.

Algunos tñ'árzss y un recorrido: humanüstasnpfiifcrsonrhes, Intelectua Ies

Para algun¡-rs estudiosos. eIprimer escenario es el de las

ciuclades-Flstado de ia ltalia renacentista" Es la opi-nión. por {:jemplo, 'le lrtrsenio Gari.n (1981: 78), elgran espe{ralista en La cr-rltura italiana del {tenacimien-to, quien v{-'' en los Ítu,ntan,ista,s de los sielos XIV y XV las

seriaies que anuncian ai rntelectual: "Inicialmente, elF{umanismo se consolicló simultánearnente en el ám-bito de las ;Lrtes del ¡-'liscLrrso (retórica y lógica) y en elde la moral y la política"" .{iste nuevo saber docto fran-queará las ¿Lulas universriarias y se raclicará en institu-ciones d.e ¡ruevo tip<-r, cl-eaclas por los propios huma-nistas ("ar:aclemias" i, cenáculos) (Burke, 2002: 56).

'¡'l 6

Nada exalta tanto la admiración de Garin por el tr{u-

manismo como la acción de los humanistas insertosen Ia máquina político-administrativa de la repúblicaflorentina, esos hombres cultos convertidos en ftrn.cionarios: "El Humanismo se afirmó con Fetrarca;pero su cátedra más alta fue el palacio de la Señorízrde Florencia; sus maestros, los cancilleres de la repir-blica.,." (2002: 80). Cancilleres o secretarios, estoshombres redactan las comunicaciones oficiales cletEstado, negocian con representantes de los gobier-nos extranjeros, escriben proclamas políticas y se ocu-pan de problemas organizativos,la propia def'ensa dela ciudad, entre ellos. El ejemplo dilecto de Garin(1999: 5) es el de Coluccio Salutati, notario de profe.sión y canciller de Florencia de 1375 a 1406: "ColuccioSalutati, en la Florencia humanista, representa bien unideal del hombre de cultura válido para cualqui.ertiempo: el que pone al servicio de la comuniclad st¡

propio saber, el que usa sus capacidades para mover ),

transformar la vida de todos, para ayudar al progrescrde la sociedad".

La difusión de la cultura renacentista y los studi.r¡,

humanitatis al resto de Europa durante los siglos X\ry X\ü habría implicado también la propagación de lanueva "clase cultural".

Más extendido es eljuicio que hace del siglo XV{IX"el Siglo de las Luces, el momento de aparición del r.n-

telectual en la cultura europea. "Se puede hablar deiintelectual en el siglo XVIII", escribe el historiaci"orfrancés Daniel Roche (1988: 225-241). También parzrRobert Darnton (1987: 148) el tipo social empieza :r

surgir en esa época: "Aunque no se había acuñad.ouna palabra para denominarlos, los intelectuales;'a se

estaban multiplicando en los desvanes y en los cafés; 1,

la policía los ügilaba".

I l/

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ii

!

La Europa de las Luces era una Europa de las ciuda-des, aunque, considerada globalmente, esa sociedaddel siglo XVIII era predominantemente rural. El pa-trón de la estratificación social, sobre todo en el con-tinente, seguía siendo el de una sociedad de AntiguoRégimen, donde las posiciones y las jerarquías funda-mentales se encontraban fijadas por el nacimiento.Ciertamente, aunque sin dislocar todavía el ordentradicional, nuevas clases han hecho su ingreso en elescenario social, y una serie de cambios sociales y cul-turales (desde la invención de la imprenta hasta la ex-tensión de una economía de mercado) han ampliadotanto el número de las profesiones intelectuales comoel reconocimiento social de los hombres de saber. Nopodría decirse que el oficio de literato no necesite yade mecenas o protectores, pero el desarrollo de unmercado del libro y la ampliación del círculo de losconsumidores de bienes culturales permiten que elescritor reduzca su dependencia. "Desde comienzosde las décadas de 1730 y 1740 -escribe Rayrnond Wi-lliams (2001: 43), refiriéndose a Inglaterra- se presen-ciaba el crecimiento de un amplio público de clasemedia, cuyo ascenso tiene un estrecho paralelo con elaumento de la influencia y el poder de esa misma cla-se." Aunque desigual según los países y las regiones, laextensión de la alfab etización alcanzó a crear las basespara lo que algunos investigadores llamarían la "revo-lución lectora" del siglo X\TII (Wittmann, 1998).

No se trataba, sin embargo, únicamente de las posi-bilidades referidas al oficio de escribir:

A partir, aproximadamente, de 1700 fue posi-ble ejercer profesiones intelectuales distintasde las de profesor o escritor, por ejemplo,como miembros asalariados de determinadas

118

organizaciones dedicadas al acopio de cono-cimientos, concretamente las Academias deCiencias fundadas y financiadas en París, Ber-Iín, Estocolmo y San Petersburgo, aun contan-do con que los limitados fondos de que se

disponía obligaban a los interesados a com-plementar sus sueldos con otros tipos de em-pleo. Al margen de que a estos hombres po-damos calificarlos de l'científicos" (términoacuñado en el siglo XIX), la génesis de este

gruPo rePresentó seguramente un momentosignificativo en la historia de Ia intelectuali-dad europea. Algunos miembros del grupoescogieron su ocupación prefiriéndola cons-

cientemente a la carrera universitaria tradi-cional (Burke, 2002: 44).

Junto con la difusión de las corporaciones doctas {omolas academias, que daban ocupación a las profesioneseruditas o científicas-, la proliferación de periódicos alo largo del siglo XVIII ampliaría el circuito de la pala-

bra escrita y la influencia de los periodistas'El movimiento intelectual del Iluminismo tuvo va-

rios centros: Londres, Edimburgo, Berlín' Pero la capi-tal de la República de las Letras fue París. No sólo porsus grandes talentos (Montesquieu, Voltaire, Rousseau,

Diderot...), ni por las grandes obras que generó allí lacultura de la Ilustración, desde El espíritu de las lqes alaEnciclopedia y EI contrato social, sino porque en ningúnotro sitio se produjo una consagración equivalentédel hombre de letras -por obra de una literatura, hay

que decirlo, que componían los propios hombres de

letras, aunque no fueran siempre los de primer ran-

go-. Hacia 1760 y hasta la Revolución, escribe Paul Be-

nichou (1981: 26), "\a apología del hombre de letras

't 19

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,l

se cclnvierl{.e en una verdadena glorificación, que se

asocia. en un tono granc'Lioso a una doctrina generalde emancipación y progreso". La Enciclopedia de Dide-rot 1/ D'Alernbert tambien colaboró en ese trabajo deedificación del reconocimiento del hombre docto y ledestinó clos de sus a.rtíclrlos: Philosophey Gens de lettres.

h4ientras el resto de los hombres, se lee en el primerode eLlos, ¡trÍtta sin E:onor:er las causas de su obrar, elfilósofb, ¡,ror el contrario. desenreda las causas, las pre-viene y "se libra de r:llas con sabiduría |...1. La razórtes, para la ,consicleración del filósofo, lo que la gracíaes a la. consideraciólr del cristiano. La gracia determi-na a,l cristlano a actuzrr, La razón determina al filósofb""Los otros trombres son arrastrados por sus pasiones(sin refler.ión, marr:han en las tinieblas), en tanto elphilosoph.a zlun en sLrri pasrones, sólo act{)a después dela refleNi,'u]: "rrlarch;r en l¿r noche, pero precedido proluna anl..o}-e.ha""

-El artir.rilo sobre los literatos (gens d,e lettres) fue re-dactaclo i-ror Voltail:c. qulen rlescribe un tipo y alaver.url ideal -r:i del hor¡br:e ilustrado-. Esta denoinina-cion {gen.c d,e Lettres). dice Vrcltaire, corresponcle a loque g;r:i.egos )r romanos llamaban gramáticos, que noerarr sólc¡ "'ersados elr en::rmática,"Ia base de todos losconocimi.errtos", sint¡ también en geometría, filoso-fía, lristor:ia, poesía '¿ ek¡cuencia. No merecía, pues,en el sielo XMII, el rítuln de hombre de letras quiencultivar;r ull solo género J,iterario o c{e conocirniento"Aunque no poclía exisirse al literato que profundizaraen todas la:l materias ("1;¡ ciencia unive¡:sal no está aIalcance del hombre"). el verdadero hombre de letrasposee I'al:ios terrenos. si bien no puede cullivarlos to-dos. ¡\ rli.f-er:encia del srarnático griego, sin embargo,que se r:ont-entaba con saber su lengua, o del romano,que Ll<:l ap¡ r:ndía más qr-re griego, el hombre docto de

r20

los nuevos tiempos debía conocer, ad.ernás del griegoy el latín, tres o cuatro idiomas. Socialmente rnás ir-l'dependientes que sus antepasados, señalaba Voltarre.los hombrés de letras prestaban también servicios rnásútiles a la sociedad, y contribuían a civtlizarla al tomalcomo objeto del espíritu crítico no sólo ya las palabrasgriegas y latinas sino los prejuicios y las supersticionesque las infectaban.

Lo que se desprende de estós dos artículos dela Er¡.-

ci.clopedia identifica ya algunos rasgos del intelectual:primacía de la razón -por sobre la gracia y, aurlcfufvaya sin decirlo, por sobre la teología-, preocupacrónpor el conocimiento de las causas efectivas de la ac.

ción humana (de los hombres tal como son), cultivode un saber amplio, educación de la sociedad a t-ra'

vés de la crítica de los prejuicios y de las tradicionessin fundamento. Estos valores,junto con aquellos qua:

también están en el centro del espíritu de la llustrzl.ción (razón, humanidad, ciülización, progreso) indl.can el arribo de una cultura secular. En ella la vere{ar{de los enunciados no se valida en la tradición, en I;¡

Biblia o en la lección de los clásicos de la AntigüecLad,.sino en las pruebas de la experiencia y los criterios c{Er

la razón. Esa cultura se propaga a través de libros, ft¡-lletos y revistas, así como a través de la comunicacró¡-rpersonal en esos ámbitos de sociabilidad intelectuarique florecen en el siglo XVIII (salones, calés, sociedades de amigos del país, etc.), en que los plebeyc'sde talento se cruzan con los aristócratas ilustrados y lzr

conversación se rnezcla con la discusión. Se trata c,l.e lacultura de una élite, y de una élite urbana.

Si, como escribe Georges Gusdorf (1971: 480), los"intelectuales parisinos representan un caso límite e¡lla Europa de la Luces, que habla con gusto el fran-cés", la literatura destinada a encomiar las let.r'as }i a los

"121,

Page 59: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

hombres de letras no halla estímulo sólo en Francia.Como lo muestra laAcademia de Berlín, que en 1780llama a concurso sobre este tema: "¿Cuál ha sido lainfluencia del gobierno sobre las letras entre las nacio-nes donde ellas han prosperado? ¿Y cuál ha sido la in-fluencia de las letras sobre el gobierno?" (1971: 586).Una red de correspondencias y üajes conecta entre sía los representantes de esta Europa de las Luces.

Lo que resulta sorprendente, comenta Peter Burke(2002: 48), "es que a mediados del siglo X\TII en lamayor parte de Europa haga acto de presencia un gru-po de hombres de letras más o menos independientescon ideas políticas propias, concentrados en algunasgrandes ciudades, concretamente en París, Londres,Amsterdam y Berlín, en contacto regular entre ellos".

No obstante, la hora de los intelectuales no llegaríasino tras las mutaciones y sacudimientos que trajeronconsigo la Revolución Industrial y la Revolución Fran-cesa, que combinadamente desmoronarían el AntiguoRégimen apoyado en Ia propiedad rural, lasjerarquíassociales fundadas en el nacimiento, la comunidad lo-cal,la monarquía, la religión. Si no hubo que esperarque se acuñara el término para que Ios intelectualescomenzaran a multiplicarse, para retomar las palabrasde Robert Darnton, hubo que esperar sí el advenimien-to del capitalismo, el industrialismo, el Estado nacional,la propagación de la üda urbana, el indiüdualismo, lasmasas en la escena política; en fin, el conjunto de fe-nómenos que suele resumirse con la noción sintéticade "sociedad moderrta". La nueva especie no puedeser pensada con la unidad de un cuerpo. A lo largode los siglos XIX y XX los intelectuales se han unidoy han creado movimientos, sociedades e institucionescomunes, tanto como se han diüdido y enfrentadoprácticamente en torno de todos los dilemas de la

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üda cultural y política moderna. El caso Dreyfus esejemplar también en este sentido, porque hubo inte-lectuales en las filas de los drefusistas y en Ia de losantidre;,fusistas, aunque sólo los primeros hicieran deella un signo de identidad.

De la soc¡edad dede la ideología

la religión a la sociedad

No se podría concluir esta serie de referencias sobreel surgimiento histórico de los intelectuales sin haceral menos una mención a esa forma del discurso socialmoderno que son las ideologías. Junto con las cien-cias, el despliegue de las ideologías es la otra manifes-tación de la secularización del pensamiento y de lascreencias. Ellas hacen su aparición en una época enque la explicación del orden político y social a parrirde fundamentos extramundanos ha hecho crisis en lasfilas de las élites cultivadas. Es decir, cuando la insti-tución de la sociedad ya no es referida a la ley divina(o lo es cadavez menos) y la reflexión sobre el ordenpolítico busca fundamentos para este en la rraturalezahumana "tal cual es". La afirmación de una causalidadpuramente inmanente para los hechos humanos -unacausalidad cuyas leyes no pueden ser extraídas de nin-gún orden superior- está también en los comienzosde las ciencias sociales. La prueba más clara de estamutación de orden sirnbólico la darían después de1789los representantes del pensamiento católico con-trarrevolucionario en Francia, que se verán conduci-dos a emplear un lenguaje secular para defender elideal de la sociedad cristiana.

Las ideologras responderán a la demanda de sentidoen una sociedad que se sabe histórica y que abandona

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Page 60: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

poco a nro{:{) la referencrzr a la religión para explicar tra

organizzctón social y el gobierno de los hornbres. Tod.aideología, (rolrlo escribe Marcel Gauchet (2004: 93)"colriu¡4arzr "cle manel'2- mas o lnenos annoniosa y colre-rente elementos de teoría social, preferencias políticasJ'conviccrorres en cuanto al firturo. I-{ará cohabitar lapreter-rsién '.:ientífica, el realísmo político y la ambiciónprofética" [-,a orienta¡:ión hacia el futuro es caracterís-tica ctel rfiscirrso ideolo¡-nr:r-r, eue interpreta el pasaclo ala luz de lto rlue descilia t:omo porvenir. 5e trata de un"pon'enir elrre nadie satre cónr.o ser á ;i que sólo pode-mos a¡trelrr:rrder en la forma cle la conjetura, la especu-lación o Ia convicción, en una palabra, por el salto dela creencia" Este lazc¡ con la creencia explica el funcio-namiento cle las ideologías como discursos militantes.

En Íorno de ellas se organizaron fuerzas coiectivas*partidos ¡rolíticos y inovrmientos cívicos de dif'erenteorclelr-, É\Llora bien" ;r [¿r- hc-¡ra de exarninar los focosde proclu<:cién y de tr:ansrrisión del discurso ideoló-sico, se tl"a.fe del libr:ra-Jrsmo, del socialismo. del na-r:ionali.smc¡ rl de cua.lqurera cte las orientaciones queha1'a lomar{o ese discnrsr.r en [a sociedacl moderna. eJ.

análisís rer:onduce al lr:ab;Ljo de los intelectuales. En la"edacl rle los extremos" -r-:onfo llamó Eric F{obstlanvnral sislo XX' , hubo intelectuales en los dos extremos,inteler:lr,raie¡; y creadores rle gran estatura, comoGeorg l-uJ<á-r:s, P¡ertoil- Brecht, Martin Fleidegger-, KarlScirmitt. Ezra Founci" pues l.anto la revolución comola con tralrer¡ohr ción recl ntaron adherentes f,ervorososen las lila-s .,Ie Ia intel,l.i.senlsia, Fero no hay que pensarúnicamente en los grancles noilbres, sino también enese conjunl-o más amltlio cle profesiones intelectualest¡ de operaclores del rnensale icieológico, desde los pro-fi:sores a fr.rs n:eriodisprs" que se alinearo¡ en los co¡rJ¡a-tes polític<.'s del siglo XX"

"t24

6. Gontextos

La actividad de las élites culturales se desarrollavinculada a contextos de diferente escala y natur-aleza.Algunos de estos son de orden general, como los c¡ueestablecen el Estado y el mercado, que no son contextosdisúntivos de la üda cultural como tai, aunque operansobre ella y la afectan de manera específica. Otros, encambio, son espacios institucionales diferencíatios, pro-pios de la intelkgmtsia" como la universidad, cuyo naci-miento suele asociarse con el surgimiento rnisrrro cle losintelectuales. Los escenarios de la vida intelectual, por"otra parte, no se hallan distribuidos del mismo rnodoen todas las sociedades. En algunas, una caprtal, unametrópolis, concentra las instituciones culttuales masprestigiosas, aunque no las únicas, como tarrbien reúnelas editoriales, librerías y revistas literarias de rnayor gra-ütación. En otras, en cambio, esa distribución muestrael funcionamiento de varios polos intelectuales.

Paralelamente a las instituciones de estatuto r.egula-do, como las universidades y las academias, hallamcsasociaciones de índole más informal en cuanto a sLlsnonnas, más transitorias y de límites más la-xos -corllu-nidades (o coaliciones, como las llama R.anclall Collins[2000] ) creadas por los intelectuales y que funcronancomo parte de su ambiente-. Los intelectuales n¡:r lniranúnicamente hacia ese público amplio al que interpelan

'r 25

Page 61: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

y del que esperan reconocimiento, sino que necesitanigualmente del contacto frecuente con sus iguales. Enotras palabras, ellos/ellas no miran únicamente haciafuera, sino también hacia dentro, se juntan, formangrupos en que interactúan unos con otros. Collins dauna breve, pero rica definición de "g*po intelectual".Lo que entendemos por grupo intelectual, escribe, "essólo que sus miembros se encuentran cara a cara con lasuficiente frecuencia como para construir intercambiosintensos de interacción ritual, forjar ideas-emblemas,identidades, energías emocionales que persisten y a ve-ces dominan otras" (Collins, 2000: 21).

La historia de los intelectuales se halla entrelazadacon el surgimiento y la desaparición de estas asocia-ciones, organizadas en forma de movimientos, socie-dades de ideas, capillas literarias o filosóficas, reüstas.Están, por último, los contextos que forman las tra-diciones intelectuales. Estas surgen históricamente yno permanecen fijas -se reinterpretan y se renuevan,a veces a través de las mezclas, pero ellas no se inven-tan cada vez-. En resumen, la dinámica de la üda in-telectual, que nunca es sólo una dinámica de obrasy de ideas, se arraiga en estos diferentes contextos yestá marcada por ellos. Algunos son más poderososen sus efectos, otros son poco más que "climas" sociale históricamente localizados, pero ninguno puede serdescartado a priori si se busca describir y analizar entérminos concretos el universo de la intelligentsia.

Estado, nación, mercado

El Estado moderno y las élites culturales no han estadosiempre frente a frente, como contrincantes. La ima-gen épica de los intelectuales, en lucha permanente

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contra los dueños del poder, a quienes perturban converdades heréLicas, no carece de fundamento, pero esparcial. Si bien las relaciones entre los representantesdel poder espiritual y los del poder temporal -parahablar con el lengu4je de Comte- han sido siemprecomplejas y poco estables, la historia de esas relacio-nes no tiene una sino varias facetas. En efecto, el Esta-do ha desempeñado papeles diferentes ante los inte-lectuales, para quiene.s fue, según los momentos y lospaíses, alternativamente un adversario o un aliado, unmecenas o un aparato de persecución, una agencia devigilancia ideológica o una fuente de alternativas cultu-rales ante lo puramente "comercial" -el mercado-.

La historia del saber puede ofrecernos alguna ilus-tración. Como lo muestra Peter Burke (2002: 153-192), uno de sus capítulos consiste en la historia delcontrol y la censura de la producción y la difusión deconocimientos. La lucha contra las instituciones y losreglamentos de censura -el más célebre de estos, aun-que no sería el único, fue el Índice d.e li,bros prohibidos,publicado por la Iglesia católica en 1564- se trató a lavez de una lucha contra la autoridad religiosa y con-tra la autoridad estatal. "Como las Iglesias, y siguien-do el modelo de estas, los Estados de comienzos de laEdad Moderna organizaron un sistema de censura dela palabra impresa porque temían la 'sedición' tantocomo las Iglesias la herejía" (2002:185). IJno de loslibros que suscitará tanto el miedo a la herejía comoa la libertad política será el Tratado teológico-político, deSpinoza, publicado en 1670. Escrita para criticar los"prejuicios de los teólogos", refutar la opinión que loacusaba de ateísmo y defender la "libertad de pensary de decir lo que pensamos" (Spinoza, 1988: 108), laobra puso las bases de la investigación histórico-críticade los textos bíblicos (Gebhardt, 1940: 82). Editado

127

Page 62: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

por üautela en forrn¿ arronirna y con el pie de im-prenta f-also, el librc¡ se publicó en FIol.anda, la nnás

toleranfe c[r'; las nact()nes europeas del siglo XVtrI. Etr

país se hallaba dividiclo en dos grandes partidos: el de

los republicanos, que era el aristocrático, y el de los

calvinistas, elre tenían a su cabeza la casa de Orangey etr apoyrr propular" F'I TTrttado provocó toda clase de

réplicas y Spinoza ftre rá1:idamente identificado corno

su autor'. ['ero los esfrrerzos del calvinismct para qtre el

poden politico obral"a. contra ese "libro nocivo, maloy blast"erno" no tuvier:on resultado mientras el controidel gobiet no estuvo en manos del partido republica-xlo, cr-lyo 1eie,.|an de Witt, era un protector de Spino-za" Cuancto ei partido cle los orangi$tas luel¡,e al po-cler en ¡-g'/.L,llega a su fin la libertad del TTatado, quei:esulta- pr:ohibiclo junto cron otros libros heterodoxos(1940: 85-ftfi). El cambi<,¡ de situación lo llevaría a Spi-

\:ioza L1desrstir de la pubhcación de lo que la historiade la filosofía rnoderna consiclera su obna rnaestra, laÉüco, rletn,oslrada segin el ttrrJen geomélrica, que se editaríasóio tras sr,l muerte.

La.s lribr¡laciones <-Le Spinoza con la censura no sorf,

por supueslo únicas rri Las más drarnáticas. En el siglosisuienr-e l<,rs escritos en ['ávor de la tolerancia religio-sa y lzs, lihr:r'tad de opiniou se multiplicaron y acabópor estabie{rerse la coexi.stencia entre credos cristia-nos rivales, La censura lro desapareció" sin embargo,alrrlLlue srr 'ejercicio se hrzo menos severo que en elpasaclo. l3aio el imperio ile Napoleón, la censura pre-via cle [ibr:t's y periódicos se restableció /, tras su caída,en los arios de la Rest;ruración, se reforzó el poder del¡:lero sobre la ¡:ultur;l^ En realidad, los controles sóloconrenzal'on a ceder en los países occidentales poco a

lroco v de rnanera clesigua.l en el último siglo y medio"La marcll;r no lra siclc¡ c<-¡ntinua ni irrerrersible, como

tzó

lo probó en el siglo XX el establecimiento de Estaclossocialistas despóticos y de regímenes de tipo fascista.Estas experiencias no sólo mostraron que la libertadde invesúgación y expresión podían desaparecer, sinoque toda la producción cultural, aun la científica, po_día colocarse bajo la vigilancia de órganos ¡le censuraideológica. Lo paradójico es que el retomo a meroclosinquisitoriales no ocurriría con el control de clerigosreligiosos, sino b4jo el imperio de autoridades laicasque proclamaban el valor de la ciencia y de la creaciónartística.

Pero el Estado moderno no fue ni es para el conocr-miento ysus productores sólo esta máquina cle control,represión e interdicciones. Ha sido, tambien, sobretodo a partir del siglo XVIII y a medida que se edifi_caba como Estado nacional, un polo de atracción paralos hombres de cultura. No hubiera podido co'solidarsu dominio en el territorio que reclamaba como propiocon el solo recurso de la coerción, es decir, sin ia coope_ración de competentes que pudieran producir y ofieierconocimien tos, sean administrativos, geográficos, técni_cos, estadísticos o sociológicos. Tampoco sin quienespudieran suministrar discursos de legitimación destl-nados a engendrar la alianza incondicional de los ciu_dadanos con "s'" Estado -narralivas de la patria, de [¿r.

identidad nacional, del pueblo en lucha por la nacio*en los campos de batalla, o por la democracia en lascalles y las barricadas-. En otras palabras, ei Estadc¡nacional moderno no hubiera podido construirse srr-llaalianza con diferentes categorías intelectuales. {-aproducción y la reproducción misma del pueblo cle:los ciudadanos ha requerido, y requier", á. una or.-ganización de agentes intelectuales que sóio puedeser costeada por el Estado: el sistema educativo na_cional moderno, una pirámide ,,en cuya base hay:r

't29

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escuelas de primera enseñanza cort maestros adies-trados en las de segunda enseñanza, que a su vez ha-yan tenido maestros preparados en la universidady guiados por los productos de escuela graduadasavanzadas" (Gellner, 1988: 52).

En suma, si la lucha por la autonomía de la crea-ción cultural, sea científica, artística o literaria, ?p?-rece como un hecho cierto de la historia intelectualmoderna, ese proceso de autonomización no puededescribirse ni interpretarse de acuerdo con un mo-delo general y único. Tanto en los tiempos como enla modalidad de la autonomía del campo intelectualhay que registrar también la graütación que tienenlas diferencias entre las áreas geográfico-culturales.Por ejemplo: mientras en Europa los movimientosartísticos y literarios de vanguardia, desde el posro-manticismo en adelante, se destacan como un fenó-meno internacional -o paranacional- de base metro-politana (Williams, 1981: 77), en una región periféricacomo América Latina, las vanguardias reelaboran ymezclan la lección europea del modernismo con pro.gramas que buscan dar expresión a una identidadnacional. En este caso, la reivindicación de autono-mía se afirma contra la influencia de determinadasmetrópolis culturales, antes que contra el poder po-lítico. Más todavía: en estos países los intelectualesfrecuentemente han üsto, y aún ven, la autonomíade la cultura en concomitancia con la autonomía po-lítica de la nación y no con la autonomía respecto dela política.

El mercado, el otro principio organizador de la so-ciedad moderna, ha obrado también de modo varia-do sobre la producción intelectual. En un comienzo,la aparición de un mercado de bienes simbólicos yde agentes, como los libreros-editores de los siglos

130

XVIII y XIX, que acostumbraban pagar por los ma-nuscritos que publicaban y vendían, creó para auto-res de textos literarios o filosóficos, aunque no paratodos, una alternativa frente al sistema tradicionalde mecenas y protectores. Desde entonces, la rela-ción entre productores culturales y mercado atrave-só por varias fases. Con el desarrollo cle estas fases seliga lo que se conoce como "profesionalización delescritor", noción con la que ie indica su pasaje a lacondición de profesional del mercado, cuya contra-parte es el editor moderno. "En las aristocracias loslectores son difíciles y poco numerosos; en las demo-cracias, es menos penoso complacerles, y su númeroes prodigioso", escribía, en 1840, Tocqueville. ,,La

multitud siempre creciente de lectores, y la necesi-dad continua de novedades, aseguran la renta de unlibro que apenas estimen" (Tocqueville, l96g: 2b2).Escribir atendiendo a las demandas de esa multitudsiempre creciente de lectores -el mercado- o bienignorarlas (o resistirlas) se convertiría desde el si-glo XIX en un rema de debate y distinción denrrodel campo de los escritores: frente a una literaturajuzgada como puramente "comercial" o*industrial',,se reivindicarían los derechos de la literatura comotal, valiosa en sí misma. El modernismo artístico yliterario li.aría de esta oposición -la literatura comocreación exigente frente a la literatura como pasa-tiempo de masas- uno de sus fundamentos. A la his-toria de las relaciones entre producción intelectualy mercado pertenece también la larga lucha por lapropiedad sobre lo escrito, el co.pyrigth, y el dere-cho a cobrar por é1, el derecho de autor (Williams,1981: 4+45).

131

Page 64: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

i ri:

[Jnlversüc{ad

I-a universidad está en ei corazón dei contexto institu-cional que produce las elites intelectuales en la socie-

dad conternporánea. No hayque entenderporesto quetodo inteiectuai sea, por definición, un universitario nique todo aquel que ostente un grado universitario sea

un intele<rtual: Significa únicamente que en nuestraepoca la r;niversidad, entendida como núcleo d-el sis-

tema. de enseñanza superior, es el centro productor de

las prol'esrones de clonde se recluta la enorme mayo-

ría de aquellos que rlesemperian en el espacio públicoel ¡rapel cte intelectr-rales, sean médicos o enseñantes,

sociólogos o abogados, biólogos o lingüistas, críticosiiter:arios o historiaclores, arquitectos o filósofos" Forcierto. ia universidatl como sede del saber docto no es

una. inver-rción moclerna -surge en la Europa rnedievalen los sigios XII y XII[-. Per:o la contemporánea nodesciencte directamente cte zLquella universidad medie-val. sino r.le las transformaciones qlre experimentó laenseiianz-.zr superior entre los siglos XIX y XX, transfoi'-maciones que sigurerorr diferentes rutas y rnod.elos. Elprim.ero t; el que resultaría a la postre el más prestigio-so tJe esos modelos [ire el que forjó la refo¡:ma univer-sitari,a que tuvo su l¡.rcc¡ r--n la.Alemania de las primerasdécadas cL:l siglo X.IX. l[-a filosofía iclealista "ftte la con-traparte ¡.ntelectua[ de la revolución académica, de lacre¡,Lción clle la universiclad moderna centrada en fácul-tades de ¡rrof-esores invesligadores que otorgan grados,y esa Lrasr: material se ha extendido hasta dominar des-

de entor.rc:es la vicla intelectual" (Collins, 2000: 618).Kant toclavía vivió a lrorcaiadas entre clos mundos: "las

recles cle iratronazgo c[el. período anterior" y la moder-na unive 'siclad de in\/esr-igación, que cobró plena exis-

tencia. en [a general:tói r de sus sucesores, en part€ por

I O.\

obra de la propia agitación kantiana. El tiernpo de iosrománticos y los idealistas fue una transición a nl-lestrasituación contemporánea" (2000: 618).

El ejemplo universitario alemán inspiraría reformasen otros países europeos /, sobre todo, en los Esta-dos Unidos. La enseñanza superior en Francia tuv{}más altibajos y sólo a fines del siglo XIX courettzó ;.¡

hacerse más equilibrada la relación entre enseñanzae investigación en el ámbito universirario. Tambj,ei¡se registró entonces un cambio en la proporción deestudiantes consagrados a disciplinas humanísticas r

de investigación frente al contingente de alumnos delas carreras profesionalistas, derecho y medicina so-bre todo. Al lado de las profesiones liberales, se operaasí "un ascenso de profesiones intelectuales, para lascuales se requiere una formación críúca y un espírittrcientífico" (Bodin, 1997: 57). La relación enrre estecambio de la población universitaríay La rnovilizacióndreyfusista en 1898 ha sido debidamente subrayada.."Los dreyfusistas se reclutaron principalmente en erseno de esta nueva élite. [...] Aunque se cita siemprera escritores a la cabeza de los batallones dreÉusistas,son los universitarios, 'diplomados' y futuros 'cliplorna.dos', enseñantes y estudiantes, los que predominarr''(1997: 57).

Para Alün Gouldner (1980), lo que distingue a lasélites intelectuales de quienes controlan el poder po}ítl-co o el poder económico es un conjunto de costumbre:rque denomina "cultura del discurso crítico" (CDC)Lo que comparten las diferentes categorías intelectua-les, se trate de practicantes de las disciplinas humanís-ticas o de miembros de Ia intelligentsia cient.ífrco-tecrro-lógica, sostiene Gouldner, reside en esta pertenencia ;luna comunidad de discurso. En la cultura del discursccrítico "no hay nada que, en principio, los hablantes se

i!fi)

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nieguen perrnanentemente a discutir o a hacer proble-mático; en verdad, hasta se hallan dispuestos a hablarsobre el valor del habla misma y su posible inferiori-dad con respecto al silencio o la práctica" (Gouldner,1980: 48). Dentro de esa comunidad de discurso vale la

fircrzadel mejor argumento, no la referencia a la posi-

ción social o la autoridad del hablante:

Lo más importante de todo es que la culturadel lenguaje crítico prohíbe basarse en la per-sona, la autoridad o el estatus social del ha-

blante parajustificar sus afirmaciones. Comoconsecuencia de esto, la CDC desautorizatodo lenguaje fundado en la autoridad tradi-cional de la sociedad, mientras se autoriza a sí

misma, a la variante lingüística elaborada de

la cultura del discurso crítico, como patrónde todo lenguaje "serio" (1980: 49).

Más aún: al no poder fundar la r¡alidez de un enuncia-

do en la autoridad del hablante, la cultura del discurso

crítico obliga a formular las normas sobre lo que cons-

tituye un enunciado correcto en cualquier contexto, es

decir, independientemente de la situación en que se

habla. Ella provee así un código cuyas reglas atraviesan

los límites disciplinarios e instaura un medio comúnpara todas las disciplinas, sean humanísticas o cientíñco'

tecnológicas. La "conversión lingüística" que suPone esa

culnrra remite al sistema escolar, prosigue Gouldner, a

la enseñanza secundana y, sobre todo, a la educación

universitaria, donde culmina el aprendizaje de las actinr-

des crítico-reflexivas así como la adquisición de los len-

guajes técnicos de las diferentes disciplinas.

Que la universidad moderna sea el ámbito en que

se inculca ese conjunto de costumbres intelectuales

't34

descritas por Gouldner como cultura del discurso crí-tico no implica que ella sea una fábrica de pensadoresrebeldes e iconoclastas. Institución compleja, la un!versidad encierra inclinaciones diferentes, desde laque mueve a quienes tienen afición por la ciencia yla erudición a la de aquellos que sienten mayor atrac-ción por el debate y la reflexión en el espacio público.Los mismos recursos intelectuales (por ejemplo, losde la cultura del discurso crítico) pueden ser emplea-dos para sostener posiciones diferentes, como ocurreen el campo de las disciplinas, donde la disputa predo-mina sobre el consenso formal de las reglas. En la are-na del debate público, que es un ámbito de tomas deposición ética o política, el lenguaje no se halla some-tido a las reglas y a los controles de esas comunidadesrestringidas que son las comunidades de iniciados,sean académicas o no. Para quien interviene en é1, ellenguaje esrá obligado a ser exotérico, no esotérico,y el punto de üsta que se quiere justificar, así comoel que se busca corregir o refutar, involucra valores ycreencias no siempre pasibles de concertar discursi-vamente. Para emplear la terminología de Wittgens-tein: en la arena pública el juego de lenguaje es orroy la orientación de las posiciones, incluidas las de losdiplomados, depende de factores que no pueden serreducidos a los del modelo, útil pero limitado, de lacultura del discurso crítico.

Centros y periferias

La referencia a las universidades resulta capital, se-gún lo vimos, al examinar las actividades intelectuales.Pero estas difícilmente podrían ejercerse sin el auxiliode otras instituciones y establecimientos: las bibliote-

135

Page 66: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

ü , :,

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¡l¡

icas, las Librerías, las editorlales, las revistas culturales,los periótlicos, los pt'emios más prestigiosos para eltrabaio inteiectual, elc. Irn modo en que estos dispo-sitivos cultu¡:ales se reparten en el espacio de una so-

ciedad nar:ional no es uniforrne, se concentran mas

en algunos sitios que en otr:os, pero las sociedades noobedecen zr un mismo patrón en este reParto.

AJ compa.r:ar el papel que los intelectuales tenían enFrancia e Inelaterra, por un lado, y en los Estados Uni-cios, por el utro, Lewis Coser ilamaba la atención sobreel con.traste que ofrecía la vida intelectual estadouni-dense con izr de los clos países europeos en 1o relativoa la distribución geográfica cle las étrites cuXturales consus correspondientes ambientes. I-o distintivo de la so-

ciedacn esbdounidense" escribía, es la "fragmentación,tanto füncional como geográifica de la vida intelectual"(Coser, -[970: 236). [-a r,rda política estaba centradaen Washington, y pcln ,üo tanto, .todos aquellos inte-lectua.ies que de una manera Lt otra están ligados a lapolítica a ala adminlstraetón nacional" residen en esa

capital^ "{-;r publicacion y redacción de liJrros y revistas,por otra pa-rte, están q--oltr:entrados, cle manera predo-minanten'¡.errte, en la ciue{ad cle Nueva York" X{ay, porcierto" trnas pocas casas editoriales bien establecidasen Eosf.on? tr)ero no preselltan ninguna cara-cterísticaprecisa propia y pueclerr ser c<¡nsideradas como sucur-sales r{el rllmdo editorial neoyorquino" (1970: 236)"Nueva. 11oll<. era tambrelr el centro para el teatro, lamúsica )' las artes visuales" n-a cinematografía, en cam-bio, tenÍa sr L capital er,r Los Ángeles. En fin, la vida uni-versitaría. ¡lo estaba riLen()s dispersa, "fragmentada enuna cantidad cle centros ¡rrincipales a través d.el país,de los crrates Cambrictge. tlerJ<ele/, Nue'va York y Chi-cago pr-recle{r ser consiclerados los más significativos"( 1970: 23'l t "

136

Londres /, sobre todo, París representaban la an.títesis de esta división de la vida intelectual. Farís "esel centro indiscutido y toda actividad cultural signifr-cativa se lleva a cabo en la capital". Aunque hay unr..versidades prestigiosas en algunas provincias, la rnayo-ría de los profesores de esas universidades, así com¡¡los estudiantes, se vuelven hacia París "en Lrtisquedade modelos para emular y tendencias a seguir". Panísprácticamente monopoliza el campo de las publicacio"nes, tanto de libros como de revistas. "Por lo tanto, losescritores y los aspirantes a escritores deben, por nece-sidad, gravitar hacia la capital. Sólo en Fal"ís, además.los intelectuales encontrarán un número suficientede colegas que les permita desarrollar el seirtido departicipación en una comunidad intelectual. Farís tie-ne sus cafés para intelectuales, sus exposiciones, suspreestrenos cinematográficos y reuniones sociales degran var.iedad" (1970: 238). Sólo allí se puede esrar aicorriente de lo que importa, intelectualmente hablan-do. En Londres,la concentración es menor, aunque rletodos modos, la situación inglesa es más próxima a lade Francia que a la de los Estados Unidos"

Dejemos de lado las reflexiones que Coser hace a

propósito de las deficiencias de la vida intelecrual es-tadounidense -en pocas palabras: la falta de un centronacional conspiraba contra la cohesión de sus élitesculturales-, pa;rz- tomar nota del punto de vista queofrece su artículo y que permite observan Ciferent,esconfigrrraciones de la actiüdad intelectual en socie-dades que, por otra parte, juzgamos como sernejantes(capitalistas, de desarrollo avanzado, liberal-democrá*ticas desde el punto de vista de su orden político). ,1ie

pueden hacer otras comparaciones, incluso en Euro-pa, porque ni Alemania ni Italia, por ejemplo, podríandescribirse de acuerdo con el modelo de Franci¿r ], su

137

Page 67: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

capital, ni tampoco según el patrón segmentado de

los Estados Unidos.Más allá de Europa, si adoptáramos esa perspectiva

en relación con América Latina, por ejemplo, adverti-ríamos configuraciones de la vida cultural diferentes:países con un polo dominante, que tiende a concen-trar los organismos de producción cultural y es el tipomás frecuente, y otros más policéntricos, como en el

caso de Brasil, donde habría que hablar al menos de

dos capitales culturales, San Pablo y Río deJaneiro.El modelo de metrópolis y provincia puede ayudar

a hacer mejores descripciones e interpretaciones nosólo de una cultura nacional, sino también de las rela-

ciones entre culturas de diferentes países. Como notaEdward Shils:

La relación entre la metrópoli y la provinciano está confinada dentro de las fronteras deuna sociedad dada; trasciende los confinesde las sociedades particulares extendiéndosehacia el universo más vasto, hacia la sociedadde sociedades. Siempre que una sociedad ex-tiende su poder y su prestigio más allá de sus

propias fronteras -por medio del comercio,la culturay las armas-, emerge la relación me-trópoli-provincia. Esa relación rara vez es tandensa como la que existe entre la metrópoliy la provincia dentro de una sociedad deter-minada a causa de la mayor disparidad de las

tradiciones culturales y religiosas, las diferen-cias étnicas y la menor frecuencia del contac-to. [...] En el siglo XVIII París no sólo domi-naba en Francia, sino que también imponíasu dominio a los Estados principescos de AIe-mania, Moscú o San Petersburgo; Londres,

138

Milán y Madrid también sintieron su influjoy su ascendiente en materia de gustos e ideas.En el siglo XIX, París extendió su influenciahacia el Este, penetrando en los Balcanes y enel Medio Oriente (Shils, 1976c: 4+45).

En los siglos XIX y XX la relación desigual de la au-toridad cultural en los intercambios intelectuales semantuvo, aunque las metrópolis no fueron siempre lasmismas. Es difícil imaginar que un examen realista delos contextos en que las élites culturales operan y produ-cen sus obras puedapasar por alto esos marcos de asime-ttíu y las condiciones que engendran. En ningún otrosector de la cultura como en el de las ciencias, incluidaslas ciencias humanas, resulta más visible que los paradig-mas mentales que gozana de mayor autoridad y prestigioen el mundo emanan de determinados centros. En loreferente a la creación artística y literaria, el discursodebería hacerse más sinuoso, que vayade una orilla a laotra,avanzando con muchas salvedades, aunque proba-blemente el sentido principal se mantenga.

Micnosociedades

Por importante que sea el papel desempeñado por launiversidad en la producción de conocimientos y enla generación de élites culturales, ella no abarca todaslas esferas de la vida intelectual. Hay contextos de so-ciabilidad que no poseen estructura y reglas institucio-nales como la universidad o las academias, pero queson ámbitos característicos de la actiüdad de los hom-bres de ideas, escritores y artistas. En esos espacios,compuestos por- quienes considera sus iguales, seallamigos, compañeros de discusión o miembros de su

139

Page 68: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

misma fb icteológica o estetica, el intelectual intercam-bia ideas y solnete a ¡:rt'uel-ra las propias.

Fara clar: clrenta cte estos ámbitos, el historiadorChristophe llrochasson h.a. retomado la nociórr deci-monónica ¡{rl "medio" fm,ilieu]. "El medio no es sola-

nente r-11r rnarco en cl (lue se inscriben individuos.Es mucho rnás y recubrr: una noción dinámica. Unmedio intelectual define un conjunto de relacionesintelectuales, afectiva.c \/) zt, cierlos respectos, jerárquicas entre mrrchos actores considerados aquí como in-telectuales" (Frochasson" .[992:444). El ejemplo más

claro de estas estructuras cle sociabilidad intelectuales, para es{-e autor, el cle las revistas: "Ellas no son sinoexcepcionallnente sirnples rectlpiladoras de artículos;son iugares <le vida. [,as amistades que se tejen, las so-

lidaridactes que se retüerzan, las exclusiones que allíse manifiesl-zrLn, los odios qLle se anudan son elementosieualmentr: útiles para Ia comprensién del funciona-miento cle ¡rna- socieclad intelectual y para el análisisde la. circul¿rción de las icleas, de los modos de recep-ción, para ctecirlo de otra. tnanera" (1992: 444) . Las re-rristas cultrr¡,-;rles son, pues. un inodo de organizaciónd.e La i,n,telli,gr,nztsi,ay engendran microclimas propios. Através tle ell:i.s puedei,r seguirse las batallas de los inte-lectuales ([ibradas pol lo genr:ral dentro de la propiacomunidacf intelectuzrl) y hacer el mapa de la sensib!lidad i.nfeJ.er:tual en uil rnomento dado.

Fara- est¿rs formas cle mrcrosociedad intelectual, cle

estmctura rnf'ormal --doncle pueden englobarse tam-bién ios cnr:ulos literarios, orctenados alrededor de unafigura, o de un manifiesto, .7 las sociedatles de ideas- Ra-

pnond 1Milliams reser:\/a eI nombre de "forrtlaciones".Williams irrcluye entr-e las formaciones modernas losmovimien{os artísticos y li.terarios, que a veces, perono siern¡:rc" se reúner.l er). torno de una declaración o

14CI

una publicación periódica. Desde el R.ornairticísrnt.r z¡

las vanguardias de las primeras décadas clet siglo XXlos moümientos se sucedieron en ondas cle tiempcrcortas, casi generacionales. Como las revistas o ioscírculos, los movimientos (sus comienzos. sus meca-nismos internos, sus rivales, sus divisiones, sus crisis)también permiten ver y comprender el funcionamien.to del mundo de la intelkgentsi.a.

Tradiciones

"Ningún poeta, ningún artista, de cualquier claseque sea, tiene, por sí solo, su sentido completo -es.cribió T. S. Eliot-. Su significado, su apreciación es 1¿r

apreciación de su relación con los poetas y los artistasmuertos. No podemos valorarlo por sí solo; debemoscolocarlo, para contraste y comparación, entre losmuertos" (Eliot, lg47 , t. l: 13). Se puede extencler estzrobservación de Eliot más allá de la literatura. ¿For c¡reuna idea o un texto son relevantes o valiosos? No hal'una sola respuesta para preguntas como estas, perccualquiera sea ella tendrá como referencia una tracii-ción y un juicio, al menos implícito, de la relación q:f.e

lo nuevo con lo viejo. Puede resultar paradójico quese invoque la noción de tradición como contexto decreación de un tipo de una figura moderna como esel intelectual. ¿Las sociedades modernas no exaltan elcambio y la innovación? ¿No es la crítica de la ti'adiciónun rasgo del espíritu crítico que se considera propio delos intelectuales? ¿La falta de reverencia hacia el pasa-do, sus valores, sus formas de clasificar )/ sus Ílaner',¿sde hacer distinciones, sea entre géneros literarios c¡

campos de saber, no es un comportamiento admitiCoe incluso celebrado entre los intelectuales?

14'¡

Page 69: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

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I]I¡

Sin embargo, ¿cómo concebir sino como mito unaobra que surja en un punto cero, ab oao? Aun la crea-ción de vanguardia, que se define por su espíritu deruptura respecto de la tradición, participa de alguna.En principio, de la tradición que hace de la transgre-sión de un "estado" del pensamiento filosófico, artísticoo científico, el requisito, si no el fin, de una verdaderacreación intelectual. Poner en cuestión una tradiciónpuede ser así un modo de cultivar otra.

También en este terreno hay que pensar en pluralantes que en singular, hablar de diferentes tradicionesen todos Ios campos de la producción cultural. Ahorabien, se las identifique en términos de un canon, deun grupo de autores y temas, de formas, de géneroso de estilos, las tradiciones no recogen, sin embargo,más que una selección de los elementos presentes encada campo: ellas son construcciones selectivas, comoaclara Robert Nisbet (1969) al introducir lo que a susojos constituye la tradición sociológica. Su propósito,escribe, es al mismo tiempo más estrecho y más amplioque una historia del pensamiento sociológico: más es-trecho porque "no son pocos los nombres aquí exclui-dos, que no deberían faltar err una historia formal dela sociología; y más amplio porque no ha vacilado endestacar la importancia de personas que no fueron so-ciólogos -ni en lo nominal ni en lo sustancial-, perocuya relación con la tradición sociológica me pareceütal" (1969, t. 1: 9). Se piensa, se investiga y se escribedentro de una tradición que, como lo indican las pala-bras de Nisbet, no sólo es selectiva y raramente resultahomogénea. Por lo general, las tradiciones se transmi-ten y se reciben a través de instituciones, sobre todolas que transfieren las costumbres intelectuales de lainvestigación científica y erudita. Pero esos espaciosmás informales e institucionalmente independientes,

142

como los movimientos y los grupos, que suelen serparticularmente intensos como ambientes de identifi-cación y de compromiso, suelen ser excelentes mediosde transmisión de tradiciones asociadas con la obra defiguras carismáticas.

Digamos, por último, que si bien la idea de tra-dición evoca permanencia y continuidad, ningunaperdura como construcción inerte. Cada obra nuevaaltera y reajusta la tradición, al mismo tiempo que re-sulta orientada por ella. Por lo demás, la reüsión, elabandono de las ramas que se han secado y el injertode otras nuevas, es decir, la rnezcla y la redefinición,a veces proclamadas como un retorno a las fuentes,son parte de la vida histórica de las tradiciones inte-lectuales.

143

Page 70: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

Notas

1 Puede verse también Clarisse Bedhezene (2003). En

alemán, no sólo el sustantivo lntelleldueler sirro también el

adjetivo intellektuel "fueron impodados de Francia y gene-

ralizados en Alemania en el contexto de l'affaire Dreyfuss".

Hangerd Schulte (2OO3: 29).

2 Sobre el papel de Katrtsky en la consolidación del maxisnrcr

como escuela, véase Georg Haupt (1 978).

3 "La pretensión (presentada como postulado esencial del

materialismo histórico) de presentar y exponer toda fluctua-ción política y de la ideología como expresión inn¡ediata de

la estructura tiene que ser combatida e¡r la teoría como un

infantilismo primitivo, y en la práctica hay que combatirla coi r

el testimonio autént¡co de Marx, escritor de obras políticas e

históricas concretas" (Gramsci, 1977 : 27 6).

4 En los mismos años en que los franceses consideraba¡'lque los intelectuales constituían un tópico ptopiamente

político, "los alemanes estaban más preocupados por los

aspectos sociológicos de la cuestión. Típicos, aunque pococonocidos, tÍtulos de este período son: Karl Mannheim; Dielntellectuellen und die Gesellschaft. Soziale Proble¡ne derlntellelúuellen y Zur Soziologie der lntelligenz" (Eyermarr y

otros, '1987: 2).

5 Seguramente fue Pierre Bourdieu quien más y mejor explotola sociologÍa de la religión de Weber para el estudio de los

intelectuales. Al respecto, véase su breve pero agudo ensa'yo "Una interpretación de la teorÍa de la religiórr según Max

Weber" (en Bourdieu, 1999).

6 La mayor parte de los estudios de Shils sobre los intelec-

tuales han sido traducidos al castellano en tres libros. Véase

Shils (1976a, 1976by 1976c).

145

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7 "Durante la Edad Media la mayoría de profesores y estudian_tes universitarios eran miembros del clero y a menudo per-tenecían a órdenes religiosas, sobre todo a los dominicos,que contaron con personalidades como Tomás de Aquino,el más famoso profesor medieval. lncluso investigadores dela naturaleza como Alberto el Grande y Roger Bacon fueronfrailes" (Burke, 2OO2: 37).

8 El antidrelusista Ferdinand Brunetiére acuñó el más agudoy célebre de esos reproches contra sus adversarios: ,,aun-

que entiendo muy bien la superioridad que proviene del na-cimiento y de la fortuna, no veo que un profesor de tibetanotenga títulos para gobernar a sus semejantes, ni como unconocimiento único de las propiedades de la quinina o de lacinchona confiera derechos a la obedienc¡a y al respeto delos otros hombres" (cit. en Collini, 2006: 2SB-2S9).

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Page 76: Intelectuales. Notas de Investigación Sobre Una Tribu Inquieta

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