Informacion En Un Mundo Globalizado

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8 La información en un La información en un mundo globalizado mundo globalizado Medios de comunicación * Carlos Gabetta es periodista y escritor. Actualmente es director de Le Monde Diplomatique en castellano, edición Cono Sur. De larga trayectoria profesional en Francia, España y México, fue director del semanario El Periodista, de Buenos Aires (1984-1988). Publicó, entre otros, los libros Todos somos subversivos (Bruguera, Buenos Aires, 1984), Qué hacemos con este país (Contrapunto, Buenos Aires, 1988), y La debacle de Argentina (Icaria, Barcelona, 2003) Vivimos en una época de imágenes, en una cultura de imágenes y de velocidad. Se trata de un progreso, pero depende de cómo y para qué se utilice. La conclusión es que informarse no es una tarea fácil. Pero es a través de la información que recibimos que, muchas veces sin darnos cuenta, decidimos sobre nuestro pre- sente y nuestro futuro. De la calidad de la información de que dis- ponemos depende nuestra calidad de vida. La información es un servicio público, no una mercancía. A nadie se le ocurriría pensar, aunque en los hechos ocurre, que la salud es una mercancía y no un servicio público; un derecho de los ciu- dadanos. Sin embargo, empieza a parecernos normal que alguien no profesional, una presentadora o presentador nada más que con buena presencia, nos pase información sin ser periodista, o que la información nos llegue mezclada con anuncios publicitarios, o con aderezos de entretenimiento. Debemos reivindicar el derecho a informarnos. Para ello debemos asumir que, como a todas las cosas importantes de la vida, debe- mos dedicarle tiempo y atención. Carlos Gabetta*

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La información es un servicio público, no una mercancía. A nadiese le ocurriría pensar, aunque en los hechos ocurre, que la saludes una mercancía y no un servicio público; un derecho de los ciudadanos.Sin embargo, empieza a parecernos normal que alguienno profesional, una presentadora o presentador nada más que conbuena presencia, nos pase información sin ser periodista, o que lainformación nos llegue mezclada con anuncios publicitarios, o conaderezos de entretenimiento.

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La información en unLa información en unmundo globalizadomundo globalizado

Medios de comunicación

* Carlos Gabetta es periodista y escritor. Actualmente es director de Le MondeDiplomatique en castellano, edición Cono Sur. De larga trayectoria profesional enFrancia, España y México, fue director del semanario El Periodista, de Buenos Aires(1984-1988). Publicó, entre otros, los libros Todos somos subversivos (Bruguera,Buenos Aires, 1984), Qué hacemos con este país (Contrapunto, Buenos Aires, 1988),y La debacle de Argentina (Icaria, Barcelona, 2003)

Vivimos en una época de imágenes, en una cultura de imágenes yde velocidad. Se trata de un progreso, pero depende de cómo ypara qué se utilice. La conclusión es que informarse no es unatarea fácil. Pero es a través de la información que recibimos que,muchas veces sin darnos cuenta, decidimos sobre nuestro pre-sente y nuestro futuro. De la calidad de la información de que dis-ponemos depende nuestra calidad de vida.

La información es un servicio público, no una mercancía. A nadiese le ocurriría pensar, aunque en los hechos ocurre, que la saludes una mercancía y no un servicio público; un derecho de los ciu-dadanos. Sin embargo, empieza a parecernos normal que alguienno profesional, una presentadora o presentador nada más que conbuena presencia, nos pase información sin ser periodista, o que lainformación nos llegue mezclada con anuncios publicitarios, o conaderezos de entretenimiento.

Debemos reivindicar el derecho a informarnos. Para ello debemosasumir que, como a todas las cosas importantes de la vida, debe-mos dedicarle tiempo y atención.

Carlos Gabe t ta*

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La situación actual de las comu-nicaciones, y en particular de lasinformaciones, se inscribe en elfenómeno de la globalización mer-cantil, económica, financiera, tec-nológica, científica y cultural.Puesto que el tema de las comu-nicaciones es demasiado vasto,me referiré aquí solamente a lainformación periodística.

Asistimos a un doble fenómeno,aparentemente contradictorio. Porun lado la información, es decir elflujo informativo, se multiplica,acelera y expande en todas direc-ciones, abarca el planeta entero.Por otro, y al mismo tiempo, losmedios de comunicación se com-primen; es decir se fusionan, seintegran en un número cada vezmenor de megaempresas.

Este fenómeno obedece a variascausas, pero estructuralmente sedebe al extraordinario desarrollocientífico y tecnológico operadoen las últimas décadas. En elcampo de la información, tres ele-mentos que antes funcionabanpor separado -la telefonía, la tele-visión y la computadora; es decir,el transporte, el soporte y la basede datos- tienden a devenir unosolo. De manera natural, lasempresas que los diseñaban yfabricaban se inclinan a fusionar-se. Además, la digitalización yotros progresos tecnológicos hanlogrado unir el sonido, la imagen yla letra impresa en un mismosoporte. Estas tres expresiones,que antes “viajaban” por separa-do, ahora lo hacen juntas. La digi-

talización descodifica la imagen,el sonido y la letra impresa, lostransforma en un único sistemanumérico y los transporta almismo tiempo por un mismocanal. Así, todos los elementos dela información viajan ahora juntosy a la velocidad de la luz.

De ahí que la información se uni-versalice y los medios se concen-tren, ya que la tecnología no sólolo permite: podría incluso decirseque “lo pide”. ¿No tienden acaso afundirse en un solo aparato el tele-visor, la computadora, el teléfonoy hasta la radio y el equipo demúsica? Hoy por hoy, en la com-putadora se pueden ver, manipu-lar y transmitir fotos, imágenes enmovimiento, música, textos escri-tos…

Esta revolución tecnológica plan-tea una serie de problemas extre-madamente interesantes, envarios niveles. Por un lado, sealtera la noción, el conceptomismo de cuál es la función infor-mativa. Por otro, se pone en cues-tión la relación del receptor tantocon el mensaje como con su emi-sor.

El primer fenómeno se produceporque la inmediatez anula en lamayor parte de los casos lo esen-cial de la función del informador,que es responder a las preguntasclásicas: qué, quién, cuándo,dónde, cómo y, de ser posible, porqué. Si un informador llega allugar de un hecho y todo lo quepuede hacer es apuntar su cáma-ra y sostener un micrófono (pues-

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to que ya está “informando” endirecto), es evidente que la inves-tigación, la verificación de infor-maciones, el contraste de datos,su confiabilidad y veracidad -aspectos esenciales de su fun-ción- no pueden ser llevados acabo. Una cultura de la inmedia-tez, vinculada con la imagen,reemplaza poco a poco el espíritude verificación, de contraste, decrítica. Lo inmediato es, por defini-ción, fugaz, y está destinado a serreemplazado por lo “en vivo y endirecto” del momento siguiente,sin que resulte posible establecerrelaciones de contexto, efecto ycausalidad.

El segundo fenómeno -la rela-ción del receptor con la informa-ción y con su emisor- tiene quever con la difusión de la idea deque “ver” (ser testigo), equivale acomprender. El ciudadano que seestá informando -frente a la panta-lla de televisión, escuchando unaradio o leyendo un periódico- ape-nas unos momentos después deocurrido un hecho (cuando noviéndolo en directo, lo que ocurrecada vez con más frecuencia),debe preguntarse si ser testigo deun acontecimiento en tiempo realsignifica, necesaria y automática-mente, comprenderlo, ya que noes lo mismo ver que comprender.

En efecto, se ha difundido la ideade que, puesto que asistimos a unacontecimiento en tiempo real, loentendemos. Y esto no es nece-sariamente así. Tomemos porejemplo la famosa frase “una ima-

gen vale más que mil palabras”.Se trata nada más que de eso, deuna frase. Aunque en muchoscasos algunas imágenes sonextremadamente expresivas, enla comprensión racional de unfenómeno nada reemplaza elconocimiento previo y general, yla investigación posterior. Sivemos, por ejemplo, una fotogra-fía o una película de un accidentede tránsito, la mayoría de las pre-guntas básicas no podrán ser res-pondidas por la simple visión.Esto es fácilmente verificable pre-guntando a los testigos de cual-quier hecho: la experiencia prue-ba que habiendo visto todos lamisma cosa, las versiones difiereny, en muchos casos, son contra-dictorias. La percepción de un tes-tigo está “filtrada” por sus aptitu-des físicas, la situación en que seencontraba en el momento, sucapacidad de observación, sumemoria, su cultura, sus prejui-cios, el mayor o menor conoci-miento del tema…

Los dos fenómenos apuntados -cambio en la función informativay en la relación del receptor tantocon el mensaje como con el emi-sor- están provocando otro fenó-meno global, contradictorio y muypreocupante: las sociedades dis-ponen de cada vez más informa-ción -y más barata- pero los ciu-dadanos tienen un conocimientocada vez menos acabado no yadel conjunto de los sucesos mun-diales, sino de la media docena deasuntos vitales para su vida coti-diana. Esto es así porque la infor-

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mación se hace abundante ymenos cara, pero pierde calidad.La información de calidad, comoes el caso de los papers especia-lizados que reciben ciertos ejecu-tivos de empresas y dirigentespolíticos, es en cambio muy cara.

Si consideramos que en lassociedades modernas un ciuda-dano medio se sirve de la infor-mación de que dispone para sutrabajo, sus inversiones, la educa-ción de sus hijos, elegir a susrepresentantes políticos, su futuroy hasta su tiempo libre, vemoshasta qué punto el tema de “cono-cer” al emisor de la información yde “comprender” realmente losmensajes es importante no sólopara cada individuo, sino para lasociedad en su conjunto.

La polución informativa

Pero hay un fenómeno más difí-cil de captar y más preocupanteaún, porque sencillamente distor-siona, altera y modifica la informa-ción, en muchos casos hasta des-naturalizarla por completo.Setrata de los efectos de la concen-tración empresaria sobre el proce-so informativo y sobre la nociónmisma de información.

El desarrollo científico y tecnoló-gico genera, por un lado, necesi-dades de capitales (la investiga-ción para llegar a estos descubri-mientos es cara) y por otro, se ori-gina la necesidad -y la posibilidadconcreta- de reducir costos.Ambos objetivos se logranmediante la fusión de distintas

empresas, posible ahora, como seha dicho, por la “coincidencia” tec-nológica de distintos elementosque antes funcionaban por sepa-rado.

Esto tiene una serie de efectos -por ejemplo la “racionalización”productiva y administrativa, esdecir, la supresión de puestos detrabajo y la sobrecarga de funcio-nes en los remanentes- pero paralo que nos interesa aquí, unoesencial: esas fusiones empresa-rias suponen, del mismo modoque en el plano tecnológico, launión de intereses empresarialesque antes funcionaban por sepa-rado o eran incluso competidores.Por ejemplo, la de las industriasdel entretenimiento, de la publici-dad, del marketing, de la encues-tas de opinión, etc., con la de lainformación. Fusiones como la deTime, Warner, CNN y otras son unejemplo de esto. A lo que debeagregarse que el gran movimientode capitales que estas megafusio-nes requieren hace que la propie-dad de estas empresas se despla-ce desde el periodista/empresariode antaño (Randolph Hearst,Roberto Noble, por ejemplo),hacia miles, a veces millones deaccionistas. De manera natural, el“objetivo”, el “cliente”, el target delos administradores de esasempresas pasa a ser otro: de lanecesidad de conquistar a un lec-tor, oyente o televidente con infor-maciones útiles y confiables, sepasa a la necesidad de satisfacerel interés económico de los inver-sionistas.

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El mundo informativo está asícada vez más controlado pormegaempresas que abarcantodas las ramas del negocio de lacomunicación. Con varios efectos:eliminación de fuentes de trabajo,aceleración y polución de la infor-mación y restricción en la varie-dad de fuentes. No es lo mismoque en una ciudad haya cuatrodiarios, tres canales de televisióny dos radios pertenecientes a pro-pietarios distintos, a que estosmismos medios pertenezcan a unpar de propietarios, cuando no auno sólo. Estas empresas fusio-nadas siguen ofreciendo serviciosinformativos, pero ya no son ges-tionadas por periodistas, sino porgerentes económicos o adminis-trativos o de finanzas, cuyo puntode referencia no son los lectores,no es el público, sino los accionis-tas o los patrones de la empresa.Una cosa es un periodista propie-tario y director de una empresaperiodística y otra un gerenteadministrativo en la misma fun-ción. El periodista apunta a ganar-se al público; el gerente adminis-trativo tendrá una tendencia natu-ral a preocuparse por la reacciónde los accionistas si no aumentael nivel de ganancias, si el retornode capital no es el adecuado.

Otra transformación importante,producto de la influencia de laindustria del entretenimiento, de lapublicidad, etc., sobre la informa-ción y de ciertas colisiones entrelos intereses respectivos: la infor-mación, que tradicionalmentedebía responder a dos requisitos

para ser transmisible (ser verda-dera y verificable), ahora debe seratractiva, interesante, y de serposible, divertida. Por supuesto,no es que se diga que no debe serverdadera, sino que se pone elacento, se insiste, en que debeser atractiva, lo que es completa-mente diferente. También en quedebe ser comprendida por todos(es decir, por un público masivo),lo que lleva a nivelar hacia abajola calidad del suministro de infor-mación. Una buena informaciónno necesariamente es atractiva nisimple, a veces es deprimente ocompleja, pero los ciudadanos tie-nen el derecho de enterarse deesas cosas, lo más aproximada-mente posible tal como son.Pueden apagar el televisor, laradio, desconectarse de Internet odejar de leer el periódico si noquieren enterarse de ciertascosas o si no las entienden; es suderecho. Pero su derecho esen-cial es encontrar esas noticias allídonde están, con la garantía deque no estén polucionadas porotros intereses ni criterios ajenosa la información, porque necesitanformarse su propio criterio sobrelo que pasa, sobre la realidad. Ylos servicios que el ciudadanopaga para informarse deben ofre-cer la garantía de transparencia,seriedad y profesionalidad; debeninformar sobre toda la realidad,atractiva, compleja, o no.

De modo que el problema de lainformación -y aquí llegamos almeollo del problema- es cuál es elconcepto; qué es la información:

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¿se trata de un servicio público,de un derecho de los ciudadanos,o es una mercancía, algo quedebe tratarse como tal, algo quedebe venderse? ¿Debe tratarse alos ciudadanos como consumido-res, es decir las informacionesdeben seleccionarse y eventual-mente “adornarse” para “ser ven-didas”, o los hechos deben sertomados tal como ocurren, selec-cionados con la mayor objetivi-dad, tratados con la mayor hones-tidad e independencia intelectualposible y suministrados a los ciu-dadanos para brindarles un servi-cio? ¿Deben ser presentados talcomo son o, por lo contrario, ves-tidos para que sean atractivos yentretenidos, para ser compra-dos?

Quizá convenga terminar con unejemplo que demuestra de quémodo el tiempo real, la competen-cia entre medios y los nuevos cri-terios que poco a poco se hanimpuesto sobre el concepto deinformación, llevan a distorsionarsu suministro. En 1989, en laspostrimerías del régimen dictato-rial rumano de Nicolae Ceacescu,es descubierta una fosa común enla localidad de Timisoara. Unperiodista de televisión encuentraallí decenas de esqueletos ente-rrados. Apresurado por salvaguar-dar la primicia, el periodista afirmaque se trata de los restos de unamasacre del régimen. Así, con pri-sas, sin verificación, sobre labase de puras suposiciones, seconoció en los días siguientes,

para escándalo de todo el mundo,“la masacre de Timisoara”.Después se descubrió que erauna fosa que tenía muchos añosde antigüedad, pero no era lomismo decir que se trataba de unamasacre reciente que advertir quepodia tratarse de una fosa condecenas de años de antigüedad…La verdad no importaba.

Este ejemplo tiene más moralejaaún. Un periodista del diario fran-cés Liberation, que llevaba tiempoen Rumania, se tomó el tiempo deinvestigar un poco más. Sos-pechando que algo no encajaba,llamó a su jefe de redacción enParis y le dijo que era muy dudo-so que esos esqueletos pertene-cieran a una masacre reciente. Eljefe de redacción -que contó auto-críticamente la anécdota en unlibro, años después- le contestó:“¿cómo va a ser mentira si loestoy mirando ahora mismo en latelevisión? ¿Cómo me dices queno hay cadáveres?”. El periodistacontestó: “No estoy diciendo quesea mentira ni que no hay cadá-veres. Sino que parece ser que noson producto de una masacrereciente; este es un osario viejo,no tiene nada que ver con nada”.El jefe insistió: “pero lo estoymirando en la televisión y hay unvecino que dice que sí”. Total, quela información falsa también saliópublicada en un periódico, unmedio que no transmite en tiemporeal y dispone de más posibilida-des de investigar. Por un lado “loque se ve” tiene garantía automá-

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tica de veracidad; por otro, la com-petencia obliga: si los demásperiódicos titulan con “la masacrede Timisoara”, ¿cómo quedarseatrás?

Es muy importante entenderestos fenómenos porque vivimosen una época de imágenes, enuna cultura de imágenes y develocidad. Se trata de un progre-so, pero depende de cómo y paraqué se utilice. La conclusión esque informarse no es una tareafácil. Pero es a través de la infor-mación que recibimos que,muchas veces sin darnos cuenta,decidimos sobre nuestro presentey nuestro futuro. De la calidad dela información de que disponemosdepende nuestra calidad de vida.

La información es un serviciopúblico, no una mercancía. Anadie se le ocurriría pensar, aun-que en los hechos ocurre, que lasalud es una mercancía y no unservicio público; un derecho de losciudadanos. Sin embargo, empie-za a parecernos normal quealguien no profesional, una pre-sentadora o presentador nadamás que con buena presencia,nos pase información sin serperiodista, o que la informaciónnos llegue mezclada con anunciospublicitarios, o con aderezos deentretenimiento.

Debemos reivindicar el derechoa informarnos. Para ello debemosasumir que, como a todas lascosas importantes de la vida,debemos dedicarle tiempo y aten-ción.

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