Iñaki Santamaría Carbajo - Cuentos Medievales

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Cuentos medievales

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Cuentos medievalesIaki Santamara

2009 Iaki Santamara. Del texto: Iaki Santamara Fotografa de portada: Elena Mosnegutu

La difusin de esta obra ser permitida, excepto con fines lucrativos, siempre que se acredite a su autor original. Esta obra no podr ser reproducida, ni parcial ni totalmente, sin el permiso escrito del autor. Todos los derechos reservados.

Crnicas de la Luna negra

Iaki Santamara

Prlogo: Recordando el pasadoED BIENVENIDOS al reino de Werqeryt. Hoy en da es un reino tranquilo, rodeado de espesos y frondosos bosques y de impresionantes lagos y cascadas. Verdes praderas y enormes montaas rodean el reino... y mi castillo.

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Pero el reino no fue siempre un lugar pacifico y tranquilo. Paseando entre los espesos bosques, an resuenan los ecos de cuando, hace muchos siglos, un guerrero de un reino distante y su vasto ejrcito irrumpieron contra el reino. Los gritos de batalla resonaron por todo el reino como cien truenos. Incluso hoy en da, al pasar junto a los lugares donde tuvieron lugar las contiendas, se puede or un fuerte grito de batalla. Aquel ejrcito era impresionante: diez mil arqueros elfos, treinta mil hombres de caballera y veinte mil de guerra; todos leales a un solo hombre; dispuestos a morir y matar por l. Pero si impresionante era el ejrcito, la presencia del guerrero que lo lideraba no lo era menos: con su rostro siempre cubierto por un brillante yelmo plateado, irrumpa, a lomos de un enorme caballo completamente negro, de rojos ojos, en el fragor de la batalla. Con su espada y su hacha cercenaba las7

Cuentos medievales cabezas de sus enemigos. Al guerrero le gustaba irrumpir contra el ejrcito enemigo justo cuando una enorme lluvia de flechas estaba cayendo sobre ellos. Despus de l, sus leales soldados se encargaban de sellar las victorias. Este guerrero sigue siendo una gran leyenda, an en nuestros das. Su nombre y su hazaa son recordados por todos los habitantes del reino. El nombre del guerrero es Talbot. sta es su historia.

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Captulo 1: Una amenaza para el reino

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L R E I N O de Werqeryt es un reino tranquilo. Su soberano, el rey Iasygiw, ha conseguido lo que ninguno de sus antepasados haba conseguido: que Werqeryt y su reino rival, Tuiryrut, estuviesen, despus de siglos de cruentas guerras, en paz. Pero eso pronto iba a cambiar. Todo sucedi una noche hace demasiado tiempo como para acordarse. El rey Iasygiw se encontraba durmiendo en sus aposentos. Dorma placidamente, hasta que unas extraas visiones comenzaron a invadir sus sueos; perturbando su alma y sus pensamientos. A la maana siguiente, el consejero del rey se person ante su seor. -Qu os ocurre, mi seor?- pregunt -. Tenis mala cara. - Es por culpa de unos extraos sueos que me visitaron anoche. -Os importa contrmelos, para poder as explicaros su significado?

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Cuentos medievales - Eso es lo peor de todo. No me acuerdo. Convocad, pues, a todos los sabios del reino para que me digan mi sueo y su significado. Al de poco rato, la sala del trono estaba llena con todos los sabios del reino. No obstante, las horas pasaban, y ninguno acertaba a adivinar el sueo del rey. Un sabio se acerc al rey. - Majestad, os he de confesar que no puedo deciros el sueo, as como tampoco puedo interpretarlo. No obstante, existen en el reino dos mujeres conocidas como las Guardianas del Orculo. Ellas son quienes pueden deciros, no slo el sueo, sino su significado para vos. El rey despidi a todos los sabios. - Llevadme ante ellas, sabio- pidi el rey. El sabio acept y, junto con el rey, sali del castillo. Ambos subieron a sus monturas y comenzaron a viajar hacia el sur de Werqeryt. Pasados diez das de viaje, los caballos se detuvieron. El sabio seal con su bastn al frente. - Ah es. El rey mir perplejo. No haba nada ni nadie.10

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De pronto, una cortina de fuego apareci enfrente s u y o . L o s caballos retrocedieron asustados. La cortina de fuego desapareci. En su lugar, aparecieron dos atractivas chicas: una de cabellos dorados como el sol y ojos azules como el cielo; la otra, con el cabello rojo como el fuego y ojos azules como el mar. -Qu quieres de nosotras?- pregunt la joven rubia. - Veris: esta noche, mientras dorma, unas extraas visiones aparecieron en mis sueos; atormentando mi alma. Pero, esta maana, al despertarme, no recordaba esas extraas visiones que me atormentaron. Os solicito, por lo tanto, que me digis los sueos que tuve, as como su significado pidi el rey. Una gigante piedra redonda, con un enorme agujero en el centro, apareci detrs de las jvenes, quienes se giraron y comenzaron a decir palabras ininteligibles para los seres mortales. Pasado un rato, se giraron. Sus ojos brillaban con la intensidad del relmpago. La chica rubia comenz a relatar el sueo. - Sueas con la luna, que se vuelve negra en el oscuro cielo, y la envuelve el fro velo de la niebla. Luego, una espada la atraviesa e inunda Werqeryt de sangre. Tambin veo un lobo. Est muerto, y sobre su cabeza hay una corona. Su cadver est siendo11

Cuentos medievales comido por un guila que ha venido desde la otra extremidad del cielo. Y el guila remonta el vuelo, y vuela desde una extremidad del cielo hasta la otra. La chica pelirroja pas a interpretar el sueo del rey. - El significado de estas cosas que soaste es ste: el lobo muerto con la corona que viste es tu reino, Werqeryt. El guila que se alimenta con su cadver representa a un guerrero de un reino lejano, ya que viene de la otra extremidad del cielo. La Luna Negra es la orden del caballero, y la espada que la atravesaba significa guerra. La sangre es la cantidad de muertes que habr. En cuanto a que el guila vuele de un extremo a otro del cielo representa la duracin y el alcance del regir de ese poderoso guerrero. - stas son las palabras que el orculo te dice a ti, rey de Werqeryt: y vendr el da en el que un guerrero de las tinieblas se alzar contra el reino de Werqeryt. Y ciertamente har fluir sobre el reino grandes ros de sangre. Y conseguir gran poder, s, e inmortalidad; y su frreo brazo se alzar hasta la Luna. - Tu alma tena por qu estar atormentada: tu regir sobre Werqeryt, as como el de tu descendencia, se aproxima a su fin. El fuego cubri a las chicas. Cuando desapareci, stas no estaban.12

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Captulo 2: La forja de un guerrero

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ESPUES DE saber su sueo y lo que ste implicaba para el futuro del reino de Werqeryt, el rey regres al castillo y entr en la sala del trono. El consejero real se le acerc. El rostro del rey denotaba preocupacin por las cosas que estaban por suceder. -Qu os sucede, majestad? Os noto contristado. - Ha sucedido que esta noche extraas visiones aparecan en mis sueos, atormentando mi alma, y que, al llegar el alba, no recordaba qu haba soado. - S, mi seor. Mandasteis llamar a todos los sabios del reino, y ninguno os pudo decir qu era aquello que habais soado. - Exacto. Hasta que un sabio me dijo quin poda decirme el sueo, as como su interpretacin. -Qu os ha dicho el orculo, majestad? - Me ha dicho cmo un guerrero de las tinieblas iba a irrumpir contra el reino con mares de sangre. Y cmo iba a tomar el reino y extender su reinar por siempre.

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Cuentos medievales - Debemos hacer algo, majestad. Hay que proteger al reino de ese guerrero. El rey se levant del trono. -Este reino est a salvo! En toda su historia, ni uno solo de los otros reinos ha osado atacarle. Es inconquistable. Y, para que lo siga siendo, no quiero que nadie sepa jams las palabras del orculo. Aquello que se olvida, no puede causar dao. - S, mi seor y rey. Lleg la noche al reino de Werqeryt. El rey dorma placidamente en su cama. De pronto, todo su porte se altero. Grandes gotas de sudor recorran su rostro. El rey se despert sobresaltado y respir hondamente. Sbitamente, el fuego envolvi toda la habitacin. El rey se asust. De entre el fuego, salieron las Guardianas del Orculo. -Qu estpido eres, rey de Werqeryt!- dijo la chica rubia -. Crees que, por mantenerlas en secreto, las palabras del orculo no se van a cumplir. -Necio!- dijo la pelirroja -. Las palabras del orculo siempre se cumplen. Aunque la gente las olvide. -Quieres saber lo que has soado esta noche? Un gran lobo muere sin ver la luz de un nuevo da. Su14

Iaki Santamara cuerpo es devorado por los otros lobos de la manada, y uno de los lobeznos hereda la corona. - El gran lobo eres t, rey de Werqeryt. La luz del nuevo da que nunca vers es la maana. Los lobos que devoran su cuerpo son aqullos en quienes confas. El lobezno que hereda la corona es tu hijo, el rey del distrito jurisdiccional de ms all del ro. - El sueo significa esto: esta noche, tu regir llega a su fin. Aquellos que pensabas que eran tus amigos traicionarn tu confianza, y llegarn a ambicionar tu reino, que ser heredado por tu hijo. - Estas palabras nadie las sabr. - Pero se cumplirn. Las chicas desaparecieron, as como el fuego que envolva la habitacin. A la maana siguiente, se hall el cuerpo inerte del rey dentro de la cama. Despus de su entierro, los hombres de ms confianza del monarca comenzaron a luchar por ser los nuevos reyes, hasta que, finalmente, el hijo del rey que reinaba sobre el distrito jurisdiccional de ms all del ro, fue nombrado nuevo rey de Werqeryt. Las palabras que el orculo haba hablado al rey no se volvieron a or en Werqeryt, y nadie supo ms de15

Cuentos medievales ellas.

Han pasado treinta siglos desde entonces. En el reino de Werqeryt nadie ha vuelto a or las palabras que el orculo le habl al rey. En una de las aldeas ms al sur del reino, dos llamas de fuego cayeron del cielo. Las Guardianas del Orculo entraron en una pequea cabaa, donde un nio acababa de nacer. El pequeo tena una luna negra tatuada en el hombro derecho. -Es l?- pregunt la chica rubia. - S, es l- respondi la pelirroja. Ambas levantaron sus manos. El recin nacido comenz a flotar en el aire, hasta que las suaves manos de la chica rubia le cogieron. Las dos chicas desaparecieron.

En el interior de una oscura cueva viva Qaz, el centauro ms hbil en el arte de la guerra. Las Guardianas se presentaron ante l y le entregaron al recin nacido. - Te entregamos a este beb para que le des todos tus conocimientos del arte de la guerra- dijo la chica pelirroja.

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Iaki Santamara - Instryele, para que sirva a la Orden de la Luna Negra con lealtad, y cumpla con su destino. El centauro cogi al nio y observ la luna tatuada en su hombro derecho. -Es el elegido?- pregunt -. Aquel de quien habl el orculo hace treinta siglos? - Ahora, es tan slo un beb- dijo la joven rubia -. Entrnale, para que sea un guerrero. El centauro asinti con la cabeza. - As se har. - Confiamos en ello. Te dejamos. Recuerda: de ti depende que sea el guerrero que ha de tomar Werqeryt. - Id tranquilas. Cuando acabe su entrenamiento, no habr un solo ejrcito que pueda con l. Podr conquistar toda la Tierra. Las chicas desaparecieron. - Bien, pequeo. Tu nombre ser Talbot, que significa El Que Hace Temblar Ejrcitos. Y te juro que hars honor a tu nombre.

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Captulo 3: Encuentro con la muerte

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UCHOS SON los aos que han pasado ya. Concretamente, unos veinticinco aos. Veinticinco aos han pasado, durante los cuales Talbot ha crecido entrenado por Qaz, centauro perteneciente a la sagrada orden de La Luna Negra. Durante este tiempo, Talbot se ha convertido en un poderoso guerrero. Sus largos cabellos dorados brillan a la luz del sol, mientras sus ojos grises penetran hasta la medula. Una perilla adorna su rostro. Durante estos veinticinco aos, muchos reinos han cambiado de rey. El Reino Patricio est ahora gobernado por la emperatriz Jenteal, mientras que Werqeryt yace bajo el dominio de Sedcjo.

Era una soleada maana. Un ciervo sali corriendo del interior del bosque ms espeso de Sedgyu. El animal corri varios kilmetros, hasta que se detuvo, oli el aire y se puso a pastar tranquilamente. Una flecha apuntaba al ciervo. El arco corrigi ligeramente el rumbo. De pronto, el ruido de una rama quebrndose asust18

Iaki Santamara al animal, que sali corriendo. El arco sigui al animal, la cuerda se destens, la flecha surc el aire y el ciervo cay muerto. El cazador se acerc a su presa. El sol le daba de pleno en el rostro. - Buen disparo, Talbot. Talbot se gir. Detrs suyo estaba Qaz, el centauro que le haba enseado todo lo que saba. - Podras haberme avisado de que hoy iba a practicar con blancos en movimiento. -Y estropear la sorpresa? De eso nada. En vez de protestar tanto, coge el ciervo. - S, Qaz.

A muchos kilmetros de distancia de Sedgyu, concretamente en Werqeryt, el rey Sedcjo mand llamar a su consejero real. -S, mi seor? - Tengo en mis manos este manuscrito en el que ha escrito que, hace ms de treinta siglos, el orculo dijo a uno de mis antepasados que el reino sera tomado por un guerrero de las tinieblas. Por qu no19

Cuentos medievales se me inform? - Porque vuestro antepasado mand que esas palabras cayeran en el olvido, con el propsito de que el reino estuviese a salvo. - Ensillad mi caballo- mand el rey -. Marcho a proteger al reino. -Cmo, mi seor? - Firmar una alianza de vida con los orcos, con el fin de que me apoyen a conquistar los reinos que puedan causarme problemas. - Pero eso os convertir en enemigos de los elfos, del Reino Patricio y del Reino de Sedgyu. - Cuando acabe con ellos, no sern ms que recuerdos del pasado. El rey Sedcjo abandon el castillo y, tras montar en su caballo, se dirigi hacia la guarida de las hordas orcas. - Talbot, ven. Talbot corri a la llamada de Qaz. El centauro se encontraba muy enfermo. - Dime, maestro. - Talbot, me muero. Es hora de que te vayas de mi lado y vayas a cumplir con tu destino.20

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Las lgrimas recorran el rostro del guerrero. -Y qu destino es se, maestro? - Pronto lo sabrs. Ahora, vete. - S, maestro. Talbot sali de la cueva. Un extrao fuego apareci en la cueva. Al lado del centauro muerto aparecieron las Guardianas del Orculo. - Has hecho un inmejorable trabajo con Talbotfelicit la chica rubia. - Pero ahora es el momento de que descanses, amigo mo. Ve en paz. Las chicas desaparecieron. Qaz expir.

Talbot caminaba por un camino cuando vio salir del interior de un bosque a una enorme cantidad de guerreros oreos, junto con hombres del ejrcito de Wergeryt. Se dirigan hacia Sedgyu, e iban con las armas preparadas para hacer una gran matanza. Los ojos de Talbot se llenaron de ira. Entr en el bosque, mont sobre un caballo y comenz a seguir a los guerreros.

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Cuentos medievales Los gritos de temor y muerte se oan a lo lejos. Los orcos y los soldados de Werqeryt haban quemado la aldea, y se encontraban matando a sus gentes. Un caballo se acercaba desde la distancia a todo galope hacia la aldea. Los soldados de Werqeryt miraron sorprendidos. -Quin es se? - No lo s. De los nuestros no, desde luego. - Pues entonces morir. El caballo de Talbot estaba a pocos metros de la aldea. El guerrero desenvain su espada y se abri paso cortando cabezas. Una vez que hubo llegado a la aldea, comenz a matar a cuantos orcos y soldados le salan al paso. Las cabezas segadas por su espada se contaban por centenares. - Arqueros. Disparen. Una lluvia de flechas cay sobre Talbot, quien se protegi con su escudo. No obstante, las flechas hirieron de muerte al caballo. El animal se desplom y el caballero cay sobre el duro suelo. Una espada le apunt a la garganta. -Rndete, y vive! - Antes la muerte.

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Iaki Santamara Talbot empu su espada y le cort una pierna al soldado que le haba amenazado. El guerrero se levant. Una flecha traidora, disparada por la espalda, atraves el corazn de Talbot. El guerrero se quit la flecha y cay inerte sobre el suelo. Un enorme charco de sangre cubri su cuerpo. - As aprenders. Nadie se opone al rey de Werqeryt

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Capitulo 4: Regresando de entre los muertos

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A ALDEA yaca por completo envuelta en llamas. Las aves y los animales carroeros saciaban su hambre con los cadveres sangrantes y quemados que se extendan por toda la aldea hasta perderse en el horizonte. Hombres, mujeres nios, adultos, jvenes, recin nacidos... No haba sobrevivido ni un alma. El ejrcito de Sedcjo, rey de Werqeryt, haba pasado por la aldea, y no haba hecho prisioneros. Para qu? Negras nubes cubrieron el hasta entonces azul y despejado cielo. Destellantes relmpagos brillaron en una extremidad de la Tierra y se vieron en la otra. Dos siluetas atravesaron la muralla de fuego que envolva la aldea. Pasearon entre los miles de muertos y se detuvieron. -Es ste?- pregunt una de las dos mujeres que haban llegado a la aldea. Sus azules ojos miraban el cadver de un joven guerrero cado en la batalla. Su roja y larga melena le llegaba hasta los hombros. La otra chica se agach. Se apart un mechn dorado de la cara y fij sus azules ojos en el joven muerto.24

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- Es ste- afirm, levantndose. La chica pelirroja se ech el cadver al hombro. El guerrero tena una luna negra tatuada en el hombro derecho y el rostro cubierto de sangre. Una niebla cubri el lugar. Cuando se dispers, las dos chicas haban desaparecido. Densas nubes rojas y negras velaban las rpidas explosiones de fuego que se producan. El cuerpo del guerrero yaca boca arriba en el centro de un crculo de fuego. Una explosin ocurri. El fuego cay a la tierra, y adquiri la forma de la chica pelirroja. Otra explosin. Otro fuego ardiendo, que adquiri la forma de la chica rubia. Esta ltimo comenz a hablar. - La maldad del hombre acab con la vida. - La avaricia del hombre acarre destruccin. - El poder de las tinieblas inunda el corazn. - Con el poder de la oscuridad te regresamos a la vida. Un rayo cay del cielo y alcanz al cuerpo inerte de Talbot. El cuerpo comenz a levantarse en el aire. Un segundo rayo le alcanz y volvi a posarse en el suelo. El crculo de fuego desapareci.

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Cuentos medievales De pronto, los grises ojos de Talbot se abrieron. Miraron confusos y borrosos a su alrededor. -Dnde estoy?- pregunt, aturdido. - En un lejano reino- respondi la chica rubia -. El reino de los muertos. - Lo ltimo que recuerdo es una sombra detrs de m, un agudo dolor y luego....nada ms. - Uno de los hombres del ejrcito de Sedcjo te matintervino la chica pelirroja -. Moriste. Nosotras te hemos devuelto la vida. -Quines sois? - Somos las Guardianas del Orculo. -Y con qu propsito me habis devuelto a la vida? - Debes cumplir lo que el orculo habl de ti. Debes liderar un poderoso ejrcito que destruir a Sedcjo; rey de Werqeryt. - Pero, cmo har tal? Ni siquiera tengo ejrcito. - Diez mil hombres de caballera, cinco mil arqueros y quince mil hombres de guerra esperan tus rdenes ocultos en el Bosque de los Espritus Errantes. Pero necesitars ms que ese ejrcito. Has de procurar hacer buenas alianzas. Tambin un caballo. Pero no26

Iaki Santamara te apures. El corcel vendr a ti. Vete a la llanura ms alta y grita su nombre. Diablo Negro ser la montura que te gue a la victoria final. - Ahora vete. Cumple con tu destino. El cuerpo de Talbot fue cubierto por el fuego. Cuando se dispers, el guerrero se encontraba de nuevo en su aldea; rodeado de cadveres. El joven se levant. Talbot mir al cielo, suspir y parti hacia el norte; en busca de la colina ms alta del reino. Despus de unos cinco das de camino, Talbot lleg, por fin, a la cima de la colina ms alta. Desde la cima se dominaba todo el reino. Talbot llen sus pulmones de aire y grit. -Diablo Negro! La voz se expandi por todo el reino. Desde el interior del bosque se oy un ruido continuo que fue aumentando hasta que se oy con claridad. El rtmico rumor de un caballo al galope. El animal continu galopando, hasta que sali del bosque. Talbot lo observaba boquiabierto. -Santo cielo! La estampa del caballo era impresionante: totalmente negro, con los ojos de un color rojo intenso. El animal cargaba con una armadura27

Cuentos medievales plateada, un gran escudo y una brillante espada. El caballo cabalg hasta Talbot. El guerrero le acarici. As que t eres mi gua a la victoria. Bien. Vamos all. El guerrero se visti con la armadura, envain la espada, se calz el escudo y cabalg hacia el Bosque de los Espritus Errantes; a donde lleg transcurridos tres das. Diablo Negro se encontraba en la entrada del bosque. Talbot baj de su montura, cogi las bridas, desenvain la espada y se adentr en el bosque. Llevaba varios minutos caminando cuando, de pronto, se gir y se protegi con el escudo. Cinco flechas se clavaron. Talbot las quit y las tir al suelo. - Soy Talbot, de Ayhen del Mar. Vengo en busca de un ejrcito para conquistar Werqeryt y cumplir as lo que el orculo habl de m. De entre los rboles salieron miles de soldados blandiendo sus armas. Un guila surc el cielo volando. - Ciertamente te enva el orculo- dijo uno de los soldados -. Te dira mi nombre, pero no acertaras a pronunciarlo correctamente ni aunque vivieras toda la eternidad. Pero, dime, Talbot. Puedo estar seguro de que eres aquel de quien habl el orculo?28

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Talbot se desprendi de la parte de la armadura que le protega el brazo derecho y ense el tatuaje de su hombro. El otro hombre asinti con la cabeza. - Sed bienvenido, pues, poderoso guerrero de la Orden de la Luna Negra. Mis hombres y yo estamos a vuestra entera disposicin. - Bien, Impronunciable. Como ya he dicho, mi intencin es la tomar Wergeryt y matar a Sedcjo. - Podemos partir ahora mismo y caer sobre ellosdijo el Impronunciable. - No- dijo Talbot, serio -. Los orcos caeran sobre nosotros y no dejaran a nadie con vida. Necesitamos ms hombres Necesitamos que alguien nos apoye. -En quin pensis? - La cosa est difcil. Casi todos los reinos estn tienen alianzas con Werqeryt. - Hay dos que no. El reino de Jenteal, y el reino de los elfos. Y el Destino quiere que Werqeryt tenga firmada una alianza con los orcos. Talbot estuvo pensativo unos segundos. - Los elfos no seguirn a un rey contra Werqeryt, por muchas ganas que les tengan a los orcos.29

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-Qu estis tramando? - Que harn falta dos reyes para contar con el apoyo de los elfos. -Estis pensando lo que yo creo? - Con Jenteal de nuestro lado, los elfos se unirn a nuestra causa con mayor facilidad. - Entrar en los dominios de la emperatriz Jenteal con un ejrcito es un suicidio. - Por eso ir yo. Vos esperareis con las tropas en el bosque. -Y vos qu haris? - Yo ir a hablar con ella. Ya que es un suicidio, nadie mejor que un muerto el caballero arrend su montura -. En marcha, nobles amigos! El ejrcito se puso en movimiento, y, con Talbot al frente, comenz a encaminarse hacia el reino de la emperatriz.

En el reino de Byognt, dominio y hogar de la Emperatriz Jenteal, las puertas de madera de la sala del trono se abrieron, y por ellas entr un caballero ataviado con una armadura plateada.30

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- Vengo a ver a la Emperatriz Jenteal, duea y soberana de Byognt. Al final de un largo pasillo de mrmol, se alzaba el trono de la Emperatriz Jenteal, acompaada por su guardia personal. -Quin sois vos, que os personis ante m sin haber sido invitado? pregunto la soberana. El caballero prosigui su camino, hasta detenerse ante la hermosa dama de larga y rizada melena morena, y ojos de color marrn oscuro. Se quit el yelmo, hizo una reverencia, y sus ojos grises miraron a la dama. - Mi seora Jenteal. Me llamo Talbot, de Ayhen del Mar. Lamento haberme personado ante vos de forma tan improvisada, pero he de tratar cierto asunto urgente con vos. Los ojos marrones de la chica le miraron unos instantes, con desconfianza. - Hablar rpido. - Mi seora, vengo a pediros que tengis a bien uniros a m, y unir vuestro ejrcito al mo, en aras de La Emperatriz sigui con su mirada fija en l unos instantes, hasta que comenz a rerse a carcajadas.

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Cuentos medievales - Ignoraba que en la corte hubiese un nuevo bufn. De ser as, sus chistes son ms graciosos que los del antiguo. Decidme, Talbot. Por qu habra de unirme a vuestra causa? - Porque Werqeryt tiene una alianza con los orcos, y con varios reinos que se encuentran a poca distancia de aqu. Y vos conocis tan bien como yo que no son reinos que vayan a respetar vuestra neutralidad. - Mi ejrcito est de sobra preparado para la defensa del reino. Tenis alguna buena razn para poder convencerme? - S, si me acompais a la ventana. Os doy mi palabra de que no os pasar nada. Jenteal dud unos instantes. Al final, se levant, y acompa al caballero a la ventana, desde donde se vea un extenso bosque. -Me mostris uno de los bosques de mi reino? pregunt, incrdula -. Ya los conozco muy bien todos. - En realidad dijo Talbot, lo que os muestro es la extensin de mi ejrcito, que aguarda en el bosque. Basta una orden ma para que ataquen el castillo. No quiero haceros dao, bella Jenteal. Pero juro que, si me veo obligado a ello, no lo dudar lo ms mnimo. -No os tengo miedo! Mi ejrcito prevalecer sobre32

Iaki Santamara vosotros! -Es vuestra ltima palabra? - S. Es mi ltima palabra. Talbot se calz el yelmo plateado y dio media vuelta. - Tenis fama de mujer inteligente- dijo Talbot -. Espero que sean ms que rumores. Ahora, con vuestro permiso, he de liderar mi ejrcito. Los guardias de la emperatriz le cerraron el paso. -Que se vaya!- orden Jenteal. Los guardias se retiraron. Talbot abandon el castillo y se reuni con sus hombres. -Qu ha dicho? Talbot desenvain su espada. - Entiendo. Las puertas del castillo se abrieron. El ejrcito de Jenteal, con la emperatriz al frente, sali al campo de batalla. La atractiva joven desenvain sus dos espadas. -A la carga!33

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Los hombres de guerra y de caballera se abalanzaron hacia Talbot y sus hombres. Los arqueros dieron un paso al frente, tensaron sus arcos y dispararon. Volvieron a cargar sus arcos. Talbot arrend a su caballo y galop hacia el enemigo. Jenteal miraba perpleja. - Est loco. Una segunda lluvia de flechas cay los hombres de Jenteal. Talbot pas entre ellos segando cabezas, seguido de sus soldados. El guerrero se abri paso a golpe de espada hasta llegar donde estaba Jenteal. La joven se baj del caballo y atac a Talbot. El guerrero se defenda como poda de los ataques de su oponente. De pronto, una de las espadas de Jenteal se rompi. Talbot empu su arma con la mano diestra y parti la hoja de la segunda espada. Jenteal cay al suelo exhausta. -Alto!- grit el guerrero. Al instante, todos los soldados dejaron de pelear y le miraron. -No habr ms muertes hoy! Jenteal se levant del suelo y le mir a Talbot.

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Iaki Santamara -Qu me habas dicho antes de una estpida alianza? Talbot le mir a Jenteal y sonri. - Veo que no eran slo rumores. La emperatriz y el guerrero entraron en el castillo. La puerta de la sala del trono se cerr.

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Captulo 5: Alianzas y destruccin

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OS CUERPOS de los soldados muertos en la batalla entre los ejrcitos de Jenteal y Talbot baaban con su sangre las verdes praderas del Reino Patricio de Byognt. Los soldados supervivientes esperaban en el exterior del castillo, mientras Jenteal y Talbot estaban reunidos en la Sala del Trono. -Me niego rotundamente! g r i t Jenteal, desenvainando sus dos espadas -. Me niego, y mis soldados tambin se negaran. Es una afrenta para el reino. Debera mataros ahora mismo. Talbot le mir a Jenteal. Estaba histrica. -Habis terminado ya? No!- replic Jenteal, indignada. - En ese caso- continu Talbot -, creo que deberais pensrtelo mejor. Con nuestros dos ejrcitos unidos, podemos vencer a Sedcjo y gobernar s o b r e Werqeryt. - Olvidis que Sedcjo tiene una alianza de vida con los orcos. Declararle la guerra significa luchar contra los dos bandos.

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Iaki Santamara - Eso tiene una solucin: sed mi aliada y juntos celebraremos un pacto de sangre con los elfos. Jenteal se abalanz sobre Talbot con las espadas empuadas y apunt con ellas a la garganta del guerrero. -Ahora s que debo mataros! Habis perdido el juicio? Los elfos jams se aliarn con nadie. No sirven a ningn rey ni a ningn guerrero. No podemos contar con ellos. orcos. Jenteal le miraba perpleja. - Estaba pensando: con qu espada os mato? La diestra? O la siniestra? Talbot se acerc a Jenteal. Y le puso la mano diestra sobre el hombro. - Pensadlo bien: mi ejrcito os ha vencido. Cualquier ejrcito de cualquier lugar de cualquier reino vendr contra vos y vuestros soldados y os atacar. Grandes reinos aliados entre s irrumpirn contra vuestro Reino Patricio; hasta que llegue el da y verdaderamente suceda que el reino caiga. Adems, los orcos son estpidos. Lo que tienen de civilizados lo tienen de inteligentes. Os lo vuelvo a pedir:37

S, si antes de arremeter contra Werqeryt aniquilamos a los estpidos

Cuentos medievales aliaros conmigo. Juntos, nuestros ejrcitos sern invencibles. Jenteal estuvo pensativa unos minutos. Luego, envain las espadas. - Vamos al Bosque de los Elfos- dijo la atractiva joven yendo hacia la puerta -. Cuanto antes salgamos, antes acabar toda esta pesadilla. - Jenteal- llam Talbot. La joven se gir -. Gracias. Os juro que no os arrepentiris. - Ya veremos- dijo Jenteal, saliendo de la sala del trono. La atractiva joven sali del castillo y reuni a sus hombres. Talbot mont en su caballo de color negro. -Adnde vamos, mi seor? Talbot mir a Jenteal. - Hemos de ir al Bosque de los Elfos- dijo la joven -. Ahora somos aliados, por mucho que nos pese a ambos. - Creo que slo a vos- dijo Talbot. Los soldados de Talbot se acercaron a los de Jenteal y les tendieron la mano. stos se la estrecharon. - Bien, ya que estamos todos de acuerdo, partamos hacia el Bosque de los Elfos.

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Iaki Santamara Los dos ejrcitos, unidos ahora en uno solo, y encabezados por Jenteal y Talbot, partieron del Reino Patricio de Byognt hacia el Bosque de los Elfos. Despus de cabalgar durante varios das, el caballo blanco de Jenteal y el negro de Talbot se detuvieron a la entrada de un bosque. - Es ste- dijo Talbot, desmontando. - Si no lo es, os corto la cabeza- advirti Jenteal, bajando de su caballo. Los soldados llegaron pasados unos pocos minutos. Talbot se despoj del yelmo plateado, de su armadura y de sus armas. -Qu demonios estis extraada, Jenteal. haciendo? pregunt,

- Los elfos no se fan ni de su sombra. Hay que demostrarles que venimos con buenas intenciones. -No aceptan nuestra palabra? - Son un pueblo que han sufrido demasiadas traiciones de los hombres como para confiar en ellos. Para estar seguros, les hacen beben el Agua de la Verdad. Si sus intenciones no son las adecuadas, mueren. As de fcil. - Parece que sabis mucho sobre los elfos. Qu ms me podis decir? - pregunt Jenteal, quien haba39

Cuentos medievales empezado a quitarse su armadura. - Que son los mejores arqueros que puede haber y que aman la naturaleza. Tambin que son leales. Y que cuentan con todo mi respeto. Si algn da entrara en guerra con ellos, me rendira antes de matar a uno tan solo. Las espadas de Jenteal cayeron sobre la armadura. - Cuando quieras- dijo la joven. Talbot se dirigi a su capitn de tropas. - Vigilad nuestras cosas y nuestros caballos. Hemos de ir solos. - S, mi seor. Talbot dirigi sus grises ojos hacia el cielo. Haca un sol de justicia. Luego, mir al bosque. - Vamos all. Talbot y Jenteal comenzaron a andar hacia el interior del bosque, hasta que se les perdi de vista. Llevaban andando varios minutos por el espeso bosque cuando, de pronto, Talbot se tir al suelo, arrastrando con l a Jenteal. Varias flechas pasaron volando sobre sus cabezas y se clavaron en el tronco de un rbol.40

Iaki Santamara

-Qu?- pregunt Jenteal, levantndose. Talbot an segua bocabajo, tumbado sobre la verde y hmeda hierba del bosque. Dej pasar unos segundos y se levant. Se encontraban rodeados por un crculo de flechas apuntndoles. El crculo de arqueros elfos abarcaba todo alrededor del claro. - Debe haber cerca de cinco mil arqueros- dijo Jenteal -. Qu hacemos, Talbot? Talbot dio un paso al frente. -Qu haces?- pregunt Jenteal -. Te matarn. - Los elfos son ms nobles que las personas. No mataran a un hombre desarmado. Un elfo sali de entre los rboles del bosque. Portaba una vara de madera en la mano siniestra; una especie de cetro. - Los que vienen a este bosque vienen para morirdijo el elfo -. Qu buscis aqu? - Mi seor elfo, primero es que nos disculpemos por nuestra presencia no permitida en vuestro sagrado bosque. Mi nombre es Talbot. Soy un guerrero de un reino demasiado lejano. - S quin eres. Tambin s que una vez estuviste muerto, y que un demonio te devolvi a la vida.41

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- Cierto es. Tan cierto como que espero que el que estemos aqu desarmados sea prueba suficiente de que no venimos a declararos la guerra. - Los elfos aceptamos vuestra prueba de paz. Qu queris de nosotros? - Hemos venido a ofreceros... a pediros una alianza para poder vencer a Sedcjo, el rey de Werqeryt- dijo Jenteal. - El rey Sedcjo no ha hecho nada a los elfos. Por qu debemos aliamos con vosotros para guerrear contra l? - Porque- respondi Talbot - el rey de Werqeryt es aliado de vuestros eternos enemigos, los orcos; lo que le convierte en vuestro enemigo. -Es cierto eso que dices, guerrero Talbot? - Tanto como que yo estoy aqu suplicando vuestra ayuda. -Cmo beneficia esta alianza a humanos y elfos? - Antes de ir contra Werqeryt, aniquilaremos a los orcos. Pero esto slo ser posible si os aliis con nosotros. Una flecha se clav en el tronco de un rbol. El elfo42

Iaki Santamara se acerc a l, sac una especie de vaso y lo lleno con el agua que sala del interior del rbol. Luego, le dio el vaso a Talbot. - Bebe- le orden -. Si lo dicho es cierto, vivirs. Si no lo es, t y Jenteal moriris. Talbot cogi el vaso y lo bebi de un trago. Al ver que segua vivo, todos los elfos hincaron una rodilla en tierra. - Vuecencia, seremos vuestros aliados. Os propongo un pacto de sangre para sellar nuestra alianza. El elfo sac una daga y se hizo un corte en la mano. Talbot y Jenteal se acercaron, extendieron sus manos y el elfo les hizo un pequeo corte. Las tres manos sangrantes se juntaron. Las manos de Talbot y Jenteal fueron las que ms tardaron en separarse. - A h o r a , vuecencia, ayudaros? decid. Cmo podemos

- Necesitamos arqueros. Los mejores arqueros que el hombre conozca. Por eso estamos ante vos. Os imploramos que nos dejis a varios arqueros elfos para nuestra empresa. - Diez mil de nuestros mejores arqueros os acompaarn. Ahora, partid. Que Eedgbuy' os gue en nuestra obra.

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Refulgentes relmpagos destellaban en un cielo totalmente cubierto por nubes negras, que no permitan el paso de la ms mnima luz. Grandes y vastos bosques de rboles muertos, despojados por completo de sus hojas se extendan hasta donde alcanzaba la vista. Los bosques muertos rodeaban el castillo de Abswshed; el reino de los salvajes, sanguinarios, incivilizados y tontos orcos. Un caballo negro sali de entre los troncos de los rboles muertos del bosque. Los ojos de color rojo fuego del animal miraron hacia el castillo. Acto seguido, un caballo blanco se le acerc. Jenteal iba sobre el bello corcel. El jinete del caballo negro desenvain su espada. -Preparados! Los diez mil arqueros salieron del bosque como si formasen parte de la oscuridad que lo cubra y se posicionaron justo delante de Jenteal y Talbot. Los diez mil arcos se tensaron. Se oy un ruido que son como un trueno. El puente levadizo del castillo orco baj. Del interior del castillo salieron cuarenta y mil orcos, blandiendo sus espadas, mazas y hachas. El ejrcito orco avanz hacia los elfos. -Qu propones hacer?- pregunt Jenteal.

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Iaki Santamara -Ola envolvente! Los soldados de Jenteal y Talbot salieron del bosque y corrieron hacia los orcos. Los elfos dispararon sus flechas. Talbot desenvain su espada, la empu con su mano diestra, con la siniestra se cubri con su escudo e irrumpi en el fragor de la batalla cortando las cabezas de cuantos enemigos se encontraba a su paso. La batalla contra los orcos no dur mucho. Las flechas de los elfos, las espadas de los hombres de a caballo y de guerra y la espada de Talbot aniquilaron a los cuarenta y mil, cuyos cadveres se pudran sobre el ptreo suelo del reino, y cuyos ojos eran devorados por los gusanos, los gusanos y las aves carroeras. Talbot miraba la hoja de su espada, totalmente teida de sangre. Se desprotegi una de las manos y limpi la hoja de su arma. La sangre que la tea cay al suelo. Jenteal se le acerc y le puso la mano sobre el hombro. Talbot sonri, envain la espada y se levant. - Hemos ganado la batalla contra los orcos. Pero todava nos queda una batalla mayor por ganar. Vayamos a Werqeryt, a hacer que su historia no se acuerde de otra cosa ms que de lo sucedido despus de nuestra victoria.45

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Captulo 6: La profeca queda cumplida

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NA TORRENCIAL lluvia caa sobre los verdes campos valles de Werqeryt. Un caballo negro como la noche, cuyos ojos eran rojos como el fuego, apareci sobre la colina ms alta. Su jinete mir hacia el castillo del rey y le seal con la espada. - Veremos qu tal te va sin esos estpidos orcos. Un guila cruz el oscuro cielo. El jinete se quit el plateado yelmo. Sus grises ojos miraron al cielo. La lluvia golpe su rostro, mojando sus rubios cabellos. Un segundo caballo se acerc. Era blanco como la nieve, y sus ojos negros como el carbn. Una atractiva joven morena, con una melena rizada no muy larga y ojos de color marrn oscuro le mir. - Cuando quieras, Talbot. Los soldados esperan tus rdenes. Talbot se volvi a calzar el yelmo. - No les hagamos esperar.

Un hombre entr corriendo en la sala del trono y se dirigi a Sedcjo, el rey de Werqeryt, con muestras de afliccin y preocupacin. - Mi seor rey. Un vasto ejrcito que se extiende hasta ms all del horizonte se dispone a atacar46

Iaki Santamara vuestro reino. El jinete que les lidera parece haber salido de las mismas entraas del infierno. El rey se levant sobresaltado. -Quin es ese jinete, siervo del demonio, que viene contra mi reino? Por mis antepasados que juro: si del infierno es de donde proviene, al infierno es a donde se le mandar. - Mi seor, la identidad de ese jinete es un misterio. Nunca se le ha visto el rostro. Lo lleva siempre oculto tras un yelmo plateado. El rostro de Sedcjo cambi de expresin. Ahora s estaba preocupado. -Su montura es un corcel negro, con ojos rojos como el fuego y la ira? - S, mi seor. Acaso le conocis? - No s cul es su nombre, mas s s que fue l quien arremeti contra el Reino Patricio de la emperatriz Jenteal; consiguiendo que la emperatriz se aliase con l. Adems, s que con ambos se han aliado los elfos. Y tambin s que juntos han destruido a los oreos, nuestros nicos aliados. El podero militar de Werqeryt y su reputacin estn en juego en esta batalla. Abrid las puertas del castillo. Que salgan todos los soldados. Les aniquilaremos.

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Cuentos medievales - Mi seor y rey; no creis que es mejor para vuestros intereses esperar dentro del castillo? El rey desenvain su espada y la puso al lado del trono. - Eso es lo que har. Ahora, que salgan los soldados. - S, mi seor y rey. Wertfynk hizo una reverencia y se fue de la sala del trono. Sedcjo cogi la espada con la mano diestra. - Te espero, Talbot.

Las puertas del castillo se abrieron. Veinticinco mil hombres de a caballo, quince mil de infantera rasa y diez mil arqueros, cincuenta mil soldados en total, salieron del castillo. Desde lo alto de la colina el caballo blanco de Jenteal relinch y dio media vuelta. El corcel galop hasta que se detuvo en un claro del bosque, donde Talbot terminaba de dar instrucciones a sus hombres. - Eso es todo- concluy el guerrero -. Qu informes me traes del castillo, Jenteal? - Habis preocupado al rey, Talbot. Calculo que habr unos cincuenta mil hombres en total. Parece48

Iaki Santamara que el rey piensa usar todo su potencial defensivo. Talbot mir al cielo. Haba escampado. Ya no llova. - Perfecto. Que la mitad de los hombres me sigan. -Adnde?- pregunt Jenteal. - T atacars con la otra mitad. Lanzars un primer ataque con los arqueros elfos, quienes no dejarn de disparar flechas mientras dure el combate. Luego, antes de que vayas a irrumpir con un ataque frontal, disparars una flecha con fuego al cielo. Del resto, me encargo yo. - Pero... - Lo hars bien. Confi en ti. Vamos! Treinta mil hombres, de a caballo y de combate, marcharon detrs de Talbot a travs del bosque. Jenteal les sigui con la mirada, hasta que se perdieron de vista. Cinco mil arqueros elfos, quince mil hombres de caballera y diez mil de guerra quedaban ahora a ordenes de Jenteal. La atractiva joven arrend a su caballo y los guerreros le siguieron.

El caballo de Jenteal fue el primero en aparecer en la colina. Detrs de ella, los soldados. Jenteal alz la mano con el puo cerrado. Los arqueros elfos se49

Cuentos medievales adelantaron, tensaron sus arcos y dispararon. Los miles de muertos enemigos se desplomaron sobre la verde hierba, regada ahora por un brillante sol. -Atencin, arqueros! Los arqueros de Sedcjo tensaron y dispararon. Las flechas silbaron por el aire. -Atencin! Escudos! A esta orden de Jenteal, todos los hombres se protegieron de las flechas con los escudos. Los muertos apenas llegaron a las decenas. Jenteal se baj del caballo, cogi un arco, prendi una flecha con el fuego de una antorcha y la dispar al cielo. - Todo tuyo, amor mo. Talbot tena sus grises ojos fijos en el azul cielo. De pronto, una luz subiendo al cielo hizo que se calzara el yelmo, subiese a su caballo y desenvainase su espada. -Adelante! Con Talbot a la cabeza, veinte mil soldados corrieron bosque a travs, mientras cinco mil elfos disparaban flechas detrs de ellos.

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Iaki Santamara Jenteal desenvain su espada y la alz al cielo. Los elfos cargaron de nuevo los arcos y los tensaron. -Adelante! Una segunda lluvia de flechas surc el cielo. Jenteal arrend su montura y se dirigi hacia el enemigo seguida de sus soldados. El capitn del ejrcito del rey orden a sus hombres cargar y arremeter contra los atacantes. Los cuarenta mil hombres cargaron contra sus atacantes.

La lucha era encarnizada. Los muertos se contaban ya por varios diez miles. Jenteal y los soldados se haban replegado. Pareca que el ejrcito de Sedcjo estaba a punto de vencer. -Muerte al rey de Werqeryt!- grit alguien de repente. -Qu demonios....?- pregunt el capitn del ejrcito. T a l b o t y los treinta mil soldados que l e acompaaban salieron del bosque que estaba detrs del castillo y cargaron contra los soldados. En el otro lado, Jenteal sonri. -A por ellos! Los veinte mil soldados supervivientes cargaron51

Cuentos medievales contra el ejrcito de Sedcjo, el cual, siendo rodeado y atacado sin piedad por ambos lados, no tard en ser masacrado. Todo el campo de batalla yaca lleno de cadveres mutilados y baados en grandes charcos de sangre. El yelmo plateado de Talbot estaba ahora cubierto de sangre, al igual que su armadura y su espada. El guerrero tena la mirada puesta en el castillo de Sedcjo. Jenteal se le acerc. - Buena estrategia- dijo la joven con una sonrisa -. Hemos arrasado. Es una de las mayores victorias jams logradas. Talbot se quit el yelmo y se despoj de su armadura. - An no ha acabado- dijo, serio -. He de hacer una cosa. Qudate aqu. Di a los hombres que se vayan. Empu su espada con fuerza y entr en el castillo. Ten cuidado- dijo Jenteal. La puerta de la sala del trono se abri con un gran estruendo. Por ella entr Talbot. - Vaya, vaya, vaya. Si es el gran Talbot. Qu honor recibirte en mi castillo. - Rey Sedcjo, tus das de reinar acaban hoy con tu muerte.52

Iaki Santamara El rey empu su espada y avanz hacia Talbot. -Ah, s? Estoy deseando verlo. La lucha entre los dos guerreros comenz. Ambos contendientes a t a c a b a n y se defendan constantemente. Al cabo de unos minutos de intensa lucha, Sedcjo desarm a Talbot, mandando su espada a varios metros de distancia. Talbot cay al suelo y Sedcjo le apunt con la hoja de su espada a la garganta. - Creo que ests muerto. - Yo creo que no- replic una voz de mujer detrs suyo. Sedcjo se gir. Jenteal entr en la sala del trono con una espada en cada mano. El rey atac a la joven, pero sus ataques eran constantemente repelidos por las espadas de Jenteal. Despus de una intensa lucha, aprovechada por Talbot para recuperar su sable, Jenteal dej caer sus espadas. - No deberas haberlo hecho d i j o Sedcjo, empuando su espada con las dos manos y presto para matar a la atractiva joven. - Y t no deberas haberte olvidado de m. Sedcjo se gir. La hoja de la espada de Talbot le cercen la cabeza, que fue rodando hasta la puerta53

Cuentos medievales de la sala del trono. El cuerpo inerte del rey se desplom sobre el suelo empapado de sangre. Jenteal se acerc a Talbot. -Ests bien? - Podra estar mejor. Jenteal sonri y le dio un largo beso. - Ahora estoy mejor- dijo Talbot, con una sonrisa. La joven fue hasta la cabeza cercenada de Sedcjo, le quit la corona y se la dio a Talbot. - Slo si t eres mi reina- dijo Talbot. - Dalo por hecho. Ahora, por qu no das alguna instruccin a los soldados? -No se han ido? - No. Queran saludar al nuevo rey. - En ese caso, no les defraudemos. Cogidos de la mano, Jenteal y Talbot se asomaron por un gran ventanal; desde el que se poda divisar todo el reino. -Viva el rey Talbot!

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Iaki Santamara -Viva! Todo el ejrcito aclam como un solo hombre al nuevo rey. - Esta guerra ha servido para unir a varios reinos. Decreto que, a partir de ahora, todos los reinos vivan en paz y armona. Todos como hermanos. Todo el ejrcito volvi a clamar como un trueno. - Ahora, partid a vuestras casas. La guerra se ha acabado. Disfrutad de vuestro merecido descanso. Talbot y Jenteal se fundieron en un largo beso. Mientras, el sol se haba ocultado tras las oscuras nubes que cubran el cielo y haba comenzado a llover.

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Cuentos medievales

Eplogo: Las profecas del orculo

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A LEYENDA del nombre de Talbot y sus victorias an resuena en el reino como si fuera algo que sucedi hace tan slo un ao. Su nombre est en boca de todos, y ni siquiera el ms joven del lugar puede decir que no sabe las historias del guerrero de las tinieblas. Talbot cumpli todo lo que el orculo haba profetizado sobre l: levantado desde un reino distante, irrumpi con una gran matanza en el reino y su frreo brazo se levant hasta la misma luna. Y consigui para s gran poder e inmortalidad.

sta ha sido la historia de Talbot: se levant del reino de los muertos, conquist el reino de Werqeryt y extendi su poder y su amor por Jenteal por el fin de los tiempos Yo, Talbot, Guerrero de la orden de la Luna Negra, pongo por escrito mi historia para que, al igual que yo y mi amor, Jenteal, perdure por tiempos indefinidos; an para siempre.

Fin

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La batalla final

Cuentos medievales

Prlogo: Dos enemigos eternosED BIENVENIDOS al Reino de Sagventz, reino dividido en dos mitades, cada una de las cuales est gobernada por dos reyes muy diferentes entre s. Ertorob, Seor del Mundo, gobierna sobre la mitad occidental. La zona occidental del reino de Sagventz es una zona permanentemente iluminada por un brillante sol, resplandeciente en un despejado cielo, con extensos bosques de denso follaje y ros de agua cristalina.

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La otra mitad del reino, la zona oriental, es gobernada por Kyrstal, Rey de la Humanidad. Esta mitad del reino, sin embargo, es una zona sumida en densas tinieblas y en una eterna oscuridad, donde rara vez se ve el sol. Pese a que aqu tambin hay extensos bosques, pocos son los rboles que tienen hojas en sus ramas. El agua de los ros es negra y pantanosa. Todo esto se ayuda de la niebla para terminar de darle un aire terrorfico. Pese a estas diferencias entre las dos mitades del reino, ambas viven en paz desde hace doscientos siglos. Desde que los antepasados de Kyrstal y Ertorob se enfrentasen en una cruenta guerra, el reino de Sagventz no ha sabido lo que es una guerra entre los dos reyes. Pero eso pronto va a cambiar. Kyrstal lleva varios60

Iaki Santamara aos planeando atacar el reino de su eterno enemigo Ertorob. Tan slo necesita que se rompa algn apartado del tratado de paz que firmaron sus antepasados. Tan slo una infraccin, y la guerra estallar. Pero, hasta que esta violacin del tratado de paz llegue, el rey ha de esperar pacientemente, rodendose de un poderoso ejrcito que sera capaz de morir por l; un ejrcito como el que nunca se ha visto en el reino de Sagventz, preparado para una guerra como la que nunca se volver a ver. El gran momento se acerca. Ertorob est a punto de darle a su enemigo una razn para atacarle. El rey desencadenar una guerra que acabar con un solo rey victorioso. Kyrstal? Ertorob? Slo el tiempo decidir quin debe recibir la gloria.

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Cuentos medievales

Captulo 1: Un rey se da grandes nfulas

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NA FINA LLUVIA caa sobre la mitad oriental del reino. Kyrstal mir por una de las ventanas de la sala del trono y suspir: delante suyo se extenda como un fantasma el Bosque de Los rboles Muertos. Pasado el bosque, estaba el Gran Mar. Pasado el Gran Mar, el reino de Ertorob. Kyrstal se alej de la ventana y se sent en el trono. - Se os ve nervioso, majestad- dijo Adetrujiok, uno de los consejeros reales. - Es por culpa de ese Ertorob. -Vuestro enemigo os pone nervioso?- pregunt el consejero real, extraado. - Es la tranquilidad que se respira en el ambiente. No me gusta. S que trama algo. Y que eso que trama es lo que llevo esperando tantos aos. El rey se levant de su trono. - No soporto estar aqu. Voy a dar un paseo a caballo. Kyrstal abandon la sala del trono, ensill su caballo negro y, tras montar en l, abandon el castillo.62

Iaki Santamara

-Est listo mi ejrcito? Ertorob se encontraba pasando revista a sus tropas. Cincuenta mil hombres leales al rey esperaban firmes la revista del rey. - S, mi seor Ertorob- dijo Asdrygfui, consejero militar del rey. -Cunto tiempo tardaremos en organizarlo todo para invadir la mitad oriental del reino? - Segn mis clculos, una semana mnimo, majestad. El rey frunci el ceo. - Ms vale que valga la pena. - Creedme, majestad. Despus de esa semana, seris el rey de todo Sagventz. - Eso espero. Los ojos de Ertorob miraron a lo lejos y se clavaron en el horizonte. -Quin es sa?- pregunt el rey. Asdrygfui mir donde estaba mirando su rey. Vio a una atractiva joven recogiendo flores en el Bosque del Noroeste.

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Cuentos medievales - Es Elyre, mi seor. Es una joven de la mitad oriental. Del reino de vuestro rival, Kyrstal. Vive en el Bosque de Los rboles Muertos. De vez en cuando cruza el Gran Mar para coger flores en ese bosque. La joven termin de recoger flores y se adentr en el bosque; perdindose de vista al de poco. Ertorob segua con la vista clavada en el bosque. El rey mand llamar a tres soldados. - Decid, mi seor. Qu hemos de hacer por vos? - Seguid a esa chica y traedla ante mi presencia. Ha de ser ma. - S, mi rey. Los soldados montaron a caballo y fueron hacia el bosque. - Pero, mi seor y rey, eso supondr una violacin del Tratado de No-Invasin que firmaron vuestros antepasados. Si Kyrstal se entera, os declarar la guerra- dijo Asdrygfui Ertorob mir a su consejero. Su rostro estaba serio. - Tranquilo. No se enterar.

-Qu demonios ha sido eso?64

Iaki Santamara Kyrstal se encontraba paseando cuando oy un grito proveniente del interior del Bosque de Los rboles Muertos. El rey desenvain su espada de doble filo y se adentr en el bosque. A medida que se adentraba, los gritos se oan con ms claridad. De pronto, u n a atractiva joven sali corriendo y se detuvo delante del enorme caballo de Kyrstal. -Ayudadme, por favor!- suplic la chica llorando -. Hay tres soldados que me quieren secuestrar. Kyrstal baj del caballo. La joven se escondi detrs de l. Los tres soldados a los que la chica se refera salieron al de poco. - Veo que habis encontrado a la dama que habamos perdido. Kyrstal le mir a la chica. sta neg con la cabeza. - Creo que prefiere seguir perdida. - Entregdnosla, y seris recompensado. - Dejadla tranquila, y seguiris vivos. Los soldados desenvainaron sus espadas. - Vete- orden Kyrstal.

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Cuentos medievales - Pero - replic la chica. -Ahora! La chica corri lo ms rpido que sus piernas se lo permitieron. Solos quedaron Kyrstal y los tres soldados. -Moriris por esto! - Lo mismo os digo. Los tres soldados cargaron contra el rey. La espada de doble parti la hoja de las otras tres espadas como si fuera una rama seca. Kyrstal mir a sus oponentes desarmados y sonri. - Os dije que la dejarais en paz. Uno a uno, el rey fue cercenando las cabezas de sus rivales. Las cabezas ensangrentadas se mezclaron con la tierra. Los cuerpos inertes se desplomaron sobre el fro suelo. Una extraa marca en las armaduras de los soldados muertos llam la atencin de Kyrstal. - Un milln de gracias, Ertorob. Ahora s puedo declararte la guerra. Y ten por seguro que la perders.

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Captulo 2: Viaje a la muerte

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N CABALLO negro se diriga al galope hacia el castillo del rey Kyrstal, proveniente del Bosque de Los rboles Muertos. El animal cruz como una exhalacin el bosque y encar hacia el castillo de Kyrstal. El atalaya del castillo divis una gran nube de polvo, precedida por el caballo. - Abrid las puertas. Es el rey. Las puertas del castillo se abrieron y, cuando el caballo hubo pasado, se volvieron a cerrar. El rey baj de su montura y entr corriendo en la sala del trono, seguido de sus consejeros y de su guardia real, con su capitn al frente. Kyrstal se sent enfrente de una mesa, cogi un papel y comenz a escribir. -Qu ha pasado, majestad?- pregunt Qetguaqs, capitn de la guardia real. Kyrstal no respondi. Sigui escribiendo, hasta que se quit su anillo y, tras firmar y sellar el papel con el sello real, se gir hacia sus consejeros. - Que esta carta, junto con la bolsa que hay en mi caballo, salga presta hacia el rey Ertorob. Uno de los consejeros se acerc y cogi el papel,67

Cuentos medievales tras lo cual abandon la sala del trono. -Qu ha pasado, mi seor Kyrstal? r epiti Qetguags. - Hombres de Ertorob en nuestro reino- dijo el rey -. En el Bosque de Los rboles Muertos. Ya estn muertos. -Hay ms? - Pronto lo sabremos.

A la atencin del rey Ertorob: Esta maana me he topado con varios de vuestros hombres. Ignoro s hay ms de ellos en m reino. De ser as, os aconsejo que los llamis y que los hagis volver a vuestro reino, ya que estis rompiendo el Tratado de No Invasin firmado hace doscientos siglos por nuestros antepasados. Pero, en caso de que os neguis a ello, estallar una guerra como nunca ha sucedido una en el reino, no, ni volver a suceder. Esa guerra slo acabar con uno de los dos en pe. Y podis apostar lo que queris a que no vais a ser vos. Por la presente, firma: Kyrstal, Rey de la Humanidad.

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Iaki Santamara -Slo esta carta? pregunt Ertorob, con desdn. Uno de los hombres ancianos se acerc y le entreg una bolsa de piel. Ertorob la abri y vio horrorizado que en su interior haba las cabezas de los hombres que haba mandado al reino de Kyrstal. El rey solt la bolsa y estruj el papel con fuerza.

-Maldicin!- grit Kyrstal furioso, desenvainando su espada de doble filo y cortando por la mitad la mesa. Qetguaqs entr en la sala del trono. -Qu ha contestado, mi seor? Kyrstal envain la espada y le mir a Qetguaqs. - Que preparen mi armadura, mi escudo y el estandarte del reino - dijo el rey -. Ah, y que le pongan herraduras a mi caballo. Quiero que todos los hombres de guerra disponibles embarquen y vayan al reino de Ertorob. Una vez all, que se refugien en los bosques. Hemos de librar una guerra, y no quiero perderla antes de empezarla. Los diez mil soldados de la guardia real esperaban a la salida de la sala del trono. De pronto, las dobles puertas de madera maciza se abrieron. Del interior de la sala sali Kyrstal, vestido con una armadura totalmente negra. El rey mont en su caballo y69

Cuentos medievales Qetguaqs le dio un enorme escudo negro con la figura de una serpiente en rojo y el estandarte del reino. -Han embarcado ya los hombres de guerra? - S, mi rey. Ms de setenta mil hombres leales a vos. En estos momentos cruzan el Gran Mar en direccin al reino de vuestro odiado enemigo. Tenis una embarcacin esperando. - No le odio- dijo Kyrstal, tras lo cual sonri -. Simplemente, quiero verle arder en el infierno. Qetguaqs sonri tambin. -Queris que yo y mis hombres os acompaemos? - No. Vos sois la nica persona en la que confo, y me seris de ms ayuda si os quedis aqu. Si tenis indicios de que tropas enemigas estn en el reino, no olvidis que lo ms importante del reino es el castillo. Esperad a que los odiados intenten tomarlo, y entonces aplastadlos. Qetguaqs asinti con la cabeza. - Suerte, mi seor. - La suerte a menudo ayuda al hombre, si no le falta el coraje. Cuidaros, y cuidad mi castillo.

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Iaki Santamara Kyrstal se despidi de su guardia leal y, una vez que se abrieron las puertas del castillo, se dirigi al galope hacia la costa meridional, donde subi, junto con su caballo, a la embarcacin que le estaba esperando. Una vez embarcaron jinete y montura, puso rumbo al reino de Ertorob.

Kyrstal haba llegado ya al reino de su enemigo despus de dos das de navegacin por mares de demonios. Haba desembarcado haca poco, cuando tres soldados de Ertorob haban venido a su encuentro blandiendo las espadas. -Qu haces aqu? - Perdonad mi presencia aqu- dijo Kyrstal -, pero perd el control de mi embarcacin durante una tormenta y he estado navegando a la deriva, hasta que he encallado aqu. Uno de los soldados se fij en el estandarte que portaba. - Sois un hombre de Kyrstal. Moriris por ello. Kyrstal desenvain su espada de doble filo. - No. Yo soy Kyrstal. Moriris por ello. Los soldados se abalanzaron sobre l. Kyrstal empu su espada y parti por la mitad las de sus adversarios, despus de lo cual les cercen la cabeza.71

Cuentos medievales

- Os lo dije. El rey envain la espada y se dirigi hacia el bosque que se extenda enfrente suyo. Estuvo andando durante horas, cubierto por la niebla, hasta que, de pronto, una fra hoja de espada en su cuello hizo que se detuviera. -Quin sois vos, seor?- pregunt una voz. - Si queris seguir vivo, os aconsejo que quitis esa espada de mi cuello, Daskwieuoi. La hoja se apart del cuello de Kyrstal. El rey se gir y vio detrs suyo a un hombre moreno, con una rodilla en tierra. - Os pido disculpas, mi seor rey. Kyrstal sonri y le puso la mano en el hombro. - No pasa nada, mi buen general. Ahora, en marcha. Los hombres nos esperan. Daskwieuoi se levant y dirigi al rey hacia un claro del bosque Una vez all, el general silb. De pronto, como surgiendo de la nada, un enorme ejrcito - Estn deseando entrar en combate, mi seor. Dos das sin hacer nada es mucho tiempo.

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Iaki Santamara Kyrstal mont en el caballo. - Eso espero. El rey se dirigi hacia sus soldados. - Mis leales guerreros: en el da de hoy vengamos la afrenta que un extrao os hacerle a nuestro reino. Su sangre servir como pago por tal afrenta. Todo el ejrcito clam como un solo hombre. Kyrstal se dirigi de nuevo hacia Daskwieuoi. - Nos vemos en la ladera que est despus de este bosque. Desde ah atacaremos. - S, mi seor. Kyrstal arrend su caballo y cruz por el pasillo que le hacan sus guerreros. A cada paso que daba, los guerreros le saludaban y daban a conocer su disposicin a cumplir sus rdenes al llamarle Rey y Seor. Por fin, Kyrstal lleg a la ladera. A lo lejos, se vea el castillo de Ertorob. - Hasta el infierno. El rey se diriga a volver al bosque, cuando algo hizo que se detuviera. El rey alz la vista y estuvo mirando a su alrededor, hasta que fij la vista. Entre73

Cuentos medievales la niebla apareci, posado en una rama y cantando alegremente, un petirrojo. El ave cant un par de veces y remont el vuelo. El rey sonri y lo sigui con la mirada, hasta que lo perdi de vista. Del interior del bosque sali Daskwieuoi. - Cuando queris, mi seor. Kyrstal mir al cielo. Luego, su mirada volvi a lo lejos, al castillo de Ertorob. - La muerte es mi destino- dijo el rey -. Pero no en esta guerra. Adelante! Hagamos pagar la afrenta a nuestro reino!

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Iaki Santamara

Captulo 3: El descanso del guerrero

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L SOL BRILLABA refulgente en el cielo claro y despejado, que cubra la ladera de Zubain, en la zona norte del reino. Todo e s t a b a e n u n a pasmosa tranquilidad y un escalofriante silencio. De pronto, un ensordecedor ruido son en el horizonte, seguido de una enorme nube de polvo por la que no podan pasar los rayos de sol. El ruido provena de un ejrcito de veinte mil caballos y treinta y cinco mil hombres de guerra, a los que deben sumar cinco mil arqueros. El ejrcito avanzaba imparable sobre la ladera situada detrs de Zubain. Al frente suyo, marchaba un jinete sobre un caballo negro. El jinete vesta con una armadura negra y en su mano izquierda portaba una bandera negra con la figura de una serpiente. Sus largos cabellos dorados ondulaban con la suave_ brisa del viento, mientras que el sol pegaba con fuerza en su rostro. Mientras el inmenso ejrcito continuaba su imparable marcha, un hombre entr corriendo en la sala del trono del castillo del rey Ertorob. El rey se gir sorprendido. -Qu pasa, mi buen atalaya?75

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- Mi seor Ertorob. Vuestro enemigo, Kyrstal, se aproxima a vuestro reino con un vasto ejrcito que se pierde en el horizonte. De pronto, una flecha entr por la ventana de la sala del trono y se clav en el trono del rey. Ertorob se asom por la ventana. La visin de un enorme ejrcito que alcanzaba hasta donde se perda la vista hizo que el rey retrocediera asustado. El jinete sobre el negro caballo sali de entre los soldados y mir fijamente al castillo de su eterno enemigo; que se ergua orgulloso enfrente suyo. El jinete desenvain su espada y la alz al cielo. - Rey Ertorob. Soy Kyrstal, Rey de la Humanidad, y rey de la parte oriental del Reino de Sagventz. En el da de hoy me encuentro ante Dios y ante ti para hacer pagar por tu osada de entrar en mi distrito jurisdiccional; rompiendo as el Tratado de NoInvasin que firmaron nuestros antepasados doscientos siglos atrs. S a l d e t u c a s t i l l o y enfrntate a tu destino! No hubo respuesta. -Cobarde! Elegs morir como una rata, en vez de como un hombre? Muy bien! Si as lo queris, as lo tendris! De pronto, se oy un extrao ruido. Kyrstal se gir haca sus soldados.76

Iaki Santamara

-Cubros con los escudos! Todos los soldados pusieron sus escudos sobre sus cabezas. Casi al instante, una lluvia de flechas cay del cielo. Las flechas se clavaban en los escudos con un sonido ensordecedor. Las bajas sufridas en este ataque apenas superaban la decena. Kyrstal volvi su atencin a la puerta doble de madera maciza del castillo. Vea cmo, con un gran estruendo, se iba abriendo poco a poco. El rey volvi donde sus soldados. - Si queremos ganar, hay que alejarlos del castillo. -Qu sugers, mi seor?- pregunt Daskwieuoi. - Vayamos hacia Bosque del Norte. All acabaremos de una vez para siempre con ese inepto presuntuoso de Ertorob. El ejrcito de Kyrstal dio media vuelta y se fue al galope hacia el Bosque del Norte. Mientras, la puerta del castillo se termin de abrir y por ella sali un vasto ejrcito, con el rey Ertorob a la cabeza. El monarca vesta con una armadura dorada y en su mano derecha portaba el estandarte de su reino: una bandera azul con un bho blanco. El rostro del rey se llen de indignacin cuando no vio a nadie con quien luchar. -Dnde rayos estn?- pregunt, enfadado.77

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- Mi seor, mirad- dijo uno de sus generales, sealando delante suyo. El rey baj su mirada al suelo y observ las marcas de las pisadas de los caballos que iban hasta detrs de la colina. - Bueno, a qu estamos esperando? Pasemos esa ladera y acabemos para siempre con ese maldito Kyrstal. El ejrcito de Ertorob subi la colina y divis al ejrcito de Kyrstal a unos kilmetros de distancia. Kyrstal avanz hasta el ejrcito de Ertorob. - Si intenta algo raro, no lo dudis.... Matadle! Kyrstal detuvo su caballo a unos metros de distancia del ejrcito enemigo. - Rey Ertorob, os doy la ltima oportunidad para que vos y vuestros hombres partis en paz. Dad la orden para que los hombres que ocupan mi reino lo abandonen y vos, oh rey Ertorob, decid las disposiciones reglamentarias pertinentes para que ninguno de vuestros hombres si quiera se acerque a mis dominios. De lo contrario, he de veros arder en el infierno por toda la eternidad. Ertorob desenvain su espada. - Sois vos, Kyrstal, quien ha de arder en el infierno78

Iaki Santamara por toda la eternidad. No yo, ni mis hombres. Vos, y tan slo vos. - Os recomiendo que consideris vuestra respuesta, rey. Se oy un silbido cortando el aire. Kyrstal se protegi con su gran escudo y oy cmo una flecha se clavaba en l. El rey mir seriamente a su rival. - Que as se haga. El Rey de la Humanidad dio media vuelta y volvi con su ejrcito. - Compaeros, amigos, hermanos. Nuestro enemigo osa negarse a prohibir a sus tropas invadir nuestro sagrado reino- el rey desenvain su espada de doble filo y mir a Ertorob -. Todos aquellos que sientan amor por nuestro sacro reino, que me sigan. Libraremos nuestro reino de sus enemigos. Colgaremos sus cadveres de los postes altos de la ciudad. Acabemos con ellas de una vez para siempre! Todo el ejrcito del rey irrumpi en un ensordecedor grito. Kyrstal baj de su caballo y se dirigi a sus hombres. - Acabemos con esto.

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Cuentos medievales Los arqueros dieron un paso al frente. Hincaron una rodilla en tierra y tensaron sus arcos. Mientras, Ertorob desenvain su espada. - Marchemos y venzamos. Con su rey al frente, el ejrcito comenz a ir hacia el ejrcito de Kyrstal. Una suave lluvia comenz a caer sobre el campo de batalla. El Rey de la Humanidad alz su vista al cielo: le encantaba sentir las gotas de lluvia cayendo en su rostro. Luego, clav sus grises ojos en el ejrcito de Ertorob, que avanzaba hacia ellos. - Honor y rectitud- dijo, en tono despectivo -. A mi seal, liberad el infierno! La lluvia caa ahora en pesadas gotas que golpeteaban la cabeza del rey, quien, tras suspirar, alz la mano derecha, con la que aferraba su espada de doble filo. - Te ver arder en el infierno, Ertorob. Kyrstal baj la mano derecha. Los arqueros soltaron las cuerdas de los arcos. Una lluvia de flechas cay sobre el ejrcito de Ertorob, matando a miles. Pese a esto, las tropas enemigas avanzaban imparables. - Seguid disparando, mis nobles arqueros. No cesis. La victoria ser de aquellos que no desfallezcan.

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Iaki Santamara Kyrstal mont en su caballo y se dirigi hacia el ejrcito rival. Protegido de las flechas por su gran escudo y por la velocidad de su caballo, avanzaba al galope por toda la ladera, ante el asombro de sus enemigos. - Si eso es lo que quiere, eso es lo que tendr. Ertorob arrend su caballo y se lanz al encuentro de su contrincante. La lluvia caa ahora formando una densa cortina que mojabahasta el tutano, martilleaba sobre las armaduras de los soldados y ablandaba la tierra; embarrando toda la ladera. Kyrstal y Ertorob se dirigan al galope el uno contra el otro. El Rey de la Humanidad clav en su rival sus grises ojos y desenvain su espada de doble filo. Ertorob desenvain su arma. - Hasta el infierno- dijo Kyrstal. Los dos reyes empuaron sus espadas y atacaron a su rival. Las espadas golpearon en los escudos, y los jinetes cayeron al embarrado suelo. Los soldados aguardaban expectantes, mientras sus dos reyes yacan inmviles en el barro. De repente, los dos reyes se incorporaron y comenzaron a luchar entre s. -Ira y fuego! -Rectitud y honor!

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Cuentos medievales Los dos ejrcitos se lanzaron a la lucha con un grito que reson en todo el Reino de Sagventz como un trueno. Los soldados se lanzaron los unos contra los otros bajo una lluvia de agua mezclada con una lluvia de flechas. La sangre se mezclaba con el barro, haciendo que en la tierra se sembrase la semilla del mal. Mientras que los enormes ejrcitos se masacraban, los dos reyes seguan enzarzados en su lucha particular. - Rndete, Kyrstal. sta es una guerra que nunca has tenido ganada. - Os equivocis, mi seor Ertorob. Quien no tiene ninguna posibilidad de ganar esta guerra sois vos. Las espadas soltaban chispas cuando chocaban, y en los escudos retumbaban como terremotos. Las espadas se cruzaron. Los dos reyes se encararon. - Nunca conseguirs a la bella Elyre. Ella me ama a m. Los ojos de Kyrstal se llenaron de ira y furia. Sus ataques con espada subieron en violencia de forma que, de un golpe, parti en dos un gran rbol que haba detrs de Ertorob. En otro ataque, Kyrstal clav su espada en otro rbol. La fuerza del golpe fue tal que el rey no poda desclavarla luego. Ertorob se lanz contra su rival. Pero Kyrstal esquiv el82

Iaki Santamara ataque de su contrincante. El ataque de Ertorob sirvi para que la espada de Kyrstal se desclavase un poco, pudiendo el rey volver a cogerla y emprender as la lucha de nuevo. - Os volvis a equivocar, m seor Ertorob. Volvis a ser vos quien no tiene ninguna opcin de ganar el corazn de tan bella dama. Sobre todo, con tcticas de fuerza. Pobre rey Ertorob. Habis pasado tanto tiempo encerrado en vuestro castillo, gobernando vuestro reino, que habis olvidado cmo tratar a la gente, en especial a las mujeres. A las mujeres no se les conquista por la fuerza. Se las debe conquistar con palabras suaves, bonitas y sinceras, y con hechos que demuestren sentimientos; no con la fuerza bruta. Eso nunca funciona. - Y eso viene del rey Kyrstal, el rey de las tinieblas. - Mis antepasados salieron perdiendo en el reparto de los reinos que tuvo lugar hace doscientos siglos. Nada ms. - Mala suerte. Qu excusa ms pueril! Pues has de saber que, merced a esa mala suerte a la que achacas la situacin de tu reino, perders las dos guerras en las que ests combatiendo: perders la guerra por el control del reino, y perders tambin la guerra por el corazn de la bella Elyre. Kyrstal frunci el ceo y se lanz contra Ertorob.

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Cuentos medievales -No decas que la fuerza no conquista a l as mujeres? Kyrstal empu la espada con las dos manos y atac. Ertorob se protegi con su escudo, pero la fuerza del arma de su rival parti en dos su enorme escudo dorado. Ertorob cayo exhausto sobre la embarrada ladera. Kyrstal se acerc a l. - Cierto. Pero libra de los competidores. El Rey de la Humanidad le mir con sus grises ojos llenos de odio e ira. Empu la espada y, con un certero golpe. Cercen la cabeza de su rival; la cual fue rodando ladera abajo. Kyrstal suspir. - Mis antepasados han sido vengados. El rey subi la ladera y recogi el estandarte de su reino del barro. Se diriga a reunirse con sus guerreros, cuando algo hizo que se detuviera. Kyrstal dirigi su mirada hacia la izquierda y vio con horror cmo una flecha le atravesaba el pecho entre el corazn y el hombro. La sangre corra desde la herida y se mezclaba con el barro. El guerrero sinti su cuerpo pesado y vio cmo su vista se iba nublando; hasta que, de repente, todo se volvi oscuro. De la oscuridad apareci sbitamente una luz. Kyrstal se encontraba a orillas de un gran ro situado en una regin pantanosa. Todo el pantano se84

Iaki Santamara encontraba cubierto por una densa niebla. La suave corriente del ro trajo una barca de vela hasta Kyrstal. El guerrero se dispona a montar en ella, cuando oy una voz. - Les vers- dijo una voz -. Pero an no.

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Captulo 4: Un nuevo rey

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L SOL SE esconda poco a poco sobre el horizonte. En un claro del bosque, rodeado de cadveres y miembros mutilados y de grandes charcos de sangre, yaca sobre la fra y verde hierba el cuerpo inmvil de Kyrstal. Con su armadura negra y sus dorados cabellos cubiertos de sangre, an sujetaba con su mano izquierda el estandarte de su reino. Con la derecha aferraba fuertemente su espada de doble filo. La tena aferrada como si, en el momento de ser abatido por el enemigo, supiese que era lo nico que le quedaba. El sol se ocult completamente. Oscuridad tan slo, y nada ms, reinaba ahora sobre el campo de batalla. Ahora, slo los ruidos de la noche rompan el silencio. El velo de la noche cubri completamente el cuerpo de Kyrstal, a cuyos pies yaca partido en dos un enorme escudo negro con la figura de una serpiente en color rojo. El roco de la maana anunciaba la llegada de un nuevo da en el Reino de Sagventz. Un sol brillante alumbraba el reino entero en un cielo azul y despejado. Los rayos del sol iluminaron el interior86

Iaki Santamara de la cabaa, despertando a Kyrstal, quien, hasta ese momento, yaca profundamente dormido. El guerrero abri lentamente los ojos, y ech, sorprendido, y todava aturdido, un vistazo a su alrededor. Enfrente suyo vio su armadura, su espada de doble filo y el estandarte de su reino; con grandes agujeros. -Dnde demonios estoy? - Vaya. Por fin te has despertado- dijo una voz de mujer enfrente suyo. Kyrstal estir los brazos. Un dolor en el costado izquierdo hizo que dirigiera su atencin hacia un vendaje manchado de sangre que le cubra desde el corazn hasta el hombro. - Tienes suerte de seguir vivo. Fue un golpe de muerte. - Soy alguien a quien no le gusta mucho morir- dijo Kyrstal -. Por cierto, quin sois vos? - Mi nombre no es importante. - No obstante, insisto en saberlo, para saber a quien debo el seguir vivo. La chica dio un paso al frente, saliendo de las sombras en las que se protega, y siendo iluminada por los rayos de sol que penetraban en parte de la87

Cuentos medievales cabaa. Kyrstal se qued mirndola fijamente: era una atractiva chica morena, con una pequea melena rizada, y unos preciosos ojos de color marrn oscuro. - Me llamo Elyre, y vivo en esta cabaa desde que tengo memoria. - Bien. En ese caso, os doy gracias, bella Elyre, por seguir vivo. - No tiene importancia. Kyrstal sonri. - Para m, s. Podis creerme. La joven se volvi a refugiar en las sombras de la cabaa. - Volved a dormiros. Necesitis terminar de recuperar fuerzas. - El caso es que no me encuentro cansado. Parece como si hubiera dormido un mes entero. - Y as ha sido. Habis estado inconsciente todo un mes -Qu ha sido de la guerra entre las dos partes del reino?- pregunt Kyrstal -. Quin gan? Elyre sali de entre las sombras.

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Iaki Santamara - Vuestro rey muri. Daskwieuoi, uno de sus generales de confianza, controla ahora todo el reino. Es terrible. El poder se le ha subido a la cabeza. Se ha convertido en un tirano. Deseo que fuera Kyrstal quien hubiese ganado esa guerra. -Y eso a qu es debido?- pregunt Kyrstal, extraado. Elyre suspir. - No lo s explicar. Presiento que sera un mejor rey. - Sois la primera persona a quien oigo decir eso. -Vos os sorprendis, soldado? Vos luchabais por l. - Kyrstal envi a miles de compaeros a la muerte. Esa guerra fue una estupidez. Nunca tena que haber tenido lugar. -Cmo estall? - Un da, mientras paseaba por el Bosque de los rboles Muertos, mi seor Kyrstal oy a una muchacha gritar y corri a socorrerla. Cuando lleg al lugar de donde provenan los gritos, observ cmo tres soldados estaban atacando a la mujer ms bella que jams haba sido vista por el hombre. Sin pensrselo dos veces, se abalanz sobre los soldados y los mat. La chica corri a esconderse en el interior del bosque, y mi seor volvi a su castillo.89

Cuentos medievales Al da siguiente, Ertorob envi un mensaje a mi seor, exigindole rendida cuenta de los tres soldados que haba matado. Mi seor no slo se neg a responder el mensaje, sino que le mand otro a Ertorob; en el que le decla r a b a l a guerra oficialmente. El resto no tiene importancia. Kyrstal termin de hablar y le mir a Elyre. De pronto, todo su porte se alter. -Qu os pasa? - Nada. Un pequeo pinchazo en el hombro. - Hacedme caso. Descansad- dijo Elyre, saliendo de la cabaa.

- Seor, vuestro rey os reclama. Qetguaqs se gir. Su rostro estaba serio. - Voy. El capitn de la guardia real haba llegado, junto con sus diez mil hombres, al reino gobernado ahora por Daskwieuoi, despus de dos das de navegar por el Gran Mar. Qetguaqs entr en la sala del trono. - Hace ms de una semana que te mand llamar- dijo90

Iaki Santamara el rey -. A qu se debe vuestra dmora? - Mi seor, como bien sabis, es costumbre en la otra mitad del reino guardar una semana de duelo cuando muere un ser amado. A esa semana de duelo se debe mi demora. - Ruego me disculpis, mi buen amigo. Qu ser amado ha ido a reunirse con sus antepasados? - Mi rey y amigo Kyrstal, cado en combate contra el rey Ertorob. - Mi buen Qetguaqs, comprendo vuestro dolor y lo comparto. Kyrstal tambin era un buen amigo para m. Y un buen rey. No obstante, no debemos vivir en el pasado, sino en el presente. -Y qu parte de vuestro presente necesita de mi presencia y de la de mis hombres? - Veris: ltimamente ha habido una serie de levantamientos. Parece ser que la gente de este reino no est muy conforme con las decisiones de su nuevo rey. Os necesito a vos y a vuestros hombres para que calmis un poco los nimos. - Me ensearon a ser leal a mi rey- dijo Qetguaqs -. Si vos sois mi rey, os ser leal a vos.

-Ya has descansado?91

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Kyrstal se encontraba con Elyre enfrente de un pequeo riachuelo en el interior del bosque. - Creo que s- dijo Kyrstal, estirando el brazo izquierdo. - Por cierto, soldado.... cul es vuestro nombre, si es que tenis? - Mi nombre es Talkrys. Como habris podido averiguar, era un soldado fiel a mi fallecido rey. - No. De verdad? pregunt Elyre en tono sarcstico, haciendo que Kyrstal riera. - Me lo tengo bien merecido. - Vuestro rey era un buen rey- dijo Elyre -. Y un hombre valiente. -Por qu, si se puede preguntar? - Yo era la chica a la que salv de los hombres de Ertorob. Haba ido al bosque a recoger algunas hierbas, cuando me vi asaltada por los soldados de Ertorob. Casi me llevan cautiva. Pero, entonces, surgiendo de la niebla, apareci Kyrstal montado en su caballo negro, desenvain su espada y cort la cabeza de los tres soldados. Me salvasteis la vida sin conocerme. Os doy las gracias por ello.

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Iaki Santamara Kyrstal resopl. -Cmo habis sabido quin era en realidad? - Nunca olvido una cara- dijo Elyre -. En especial, si es del hombre de quien me he enamorado. Kyrstal le puso la mano en el hombro. - En otras circunstancias no dira esto, pero ahora no hay peligro. Mis enemigos estn muertos. Y yo tambin. Por lo que no hay peligro ninguno- Kyrstal hizo una pausa -. Yo tambin os amo - Elyre se gir -. Me enamor de vos en el Bosque de los rboles Muertos, en cuanto os vi. Pero mi posicin y vuestra rpida huida no queran reconocerlo. Pero estar muerto te libera de muchas cosas. Te cambia la perspectiva. Elyre fue hasta Kyrstal y le dio un largo beso. -Sabis una cosa, majestad? Para estar muerto, besis muy bien. Kyrstal sonri. - Es por vuestro amor que he resucitado y estoy de nuevo en el reino de los vivos. Oa la voz de mis antepasados que me llamaban. Pero vos me llamasteis con ms fuerza. No obstante, esa voz todava me sigue llamando. Vivamos juntos en el reino de los vivos, hasta que nos reunamos con93

Cuentos medievales nuestros antepasados. Elyre le dio a Kyrstal otro beso. - Que as se cumpla, entonces.

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Captulo 5: Elyre secuestrada

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L ENTERO reino de Sagventz estaba gobernado por Daskwieuoi, antiguo general de confianza de Kyrstal, Rey de l a Humanidad. El general haba subido al trono tras creerse que Kyrstal haba muerto en la batalla contra el rey Ertorob. Pero, lo que slo una persona en todo el reino saba era que Kyrstal estaba en el reino de los vivos. Esa persona, una atractiva joven morena, cuyo nombre es Elyre, y su belleza no tiene parangn, y Kyrstal se encontraban en lo alto de una colina observando la puesta de sol. - Es preciosa, verdad?- pregunt Elyre. - La mitad que vos, podis creerme- dijo Kyrstal, con una sonrisa. Elyre se sonroj, y luego sonri. Slo tenis un defecto: os sonrojis con demasiada facilidad. - No estoy acostumbrada a que me hagan tantos cumplidos. - Eso se debe a que habis pasado toda vuestra vida en este Bosque de Los rboles Muertos, y nadie ha tenido el placer de veros.

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Cuentos medievales Elyre se volvi a sonrojar. -Lo veis? Estis ms roja que el cielo. La joven ri. Kyrstal tambin ri. Mir al horizonte y su rostro se volvi serio. -Qu os pasa? Kyrstal tena sus grises ojos clavados en una silueta negra que resaltaba sobre el anaranjado color del cielo: era su antiguo castillo. Estaba destruido. El rey mir al horizonte, y vio otro castillo en pie, majestuoso, cortado orgulloso contra el cielo. - Mis mejores amigos estuvieron en ese castillo. En el destruido. Mis consejeros reales. Mi buen amigo Qetguaqs, capitn de la guardia real. Daskwieuoi, mi g e n e r a l d e ms confianza. Todos me han abandonado. A m, y todo aquello que era mo. -Queris recuperar vuestro reino? -Y perderos a vos? No, gracias. Prefiero no tener reino y teneros a vos. -Qu tal si, adems de tenerme a mi, tenis vuestro reino? El rostro de Kyrstal mostraba inters. - Hablad, haced el favor.96

Iaki Santamara - Es sencillo. Todo el mundo cree que estis muerto. Menos yo. Por lo que os podis aprovechar de eso para lanzar un ataque sorpresa. - Es un buen plan. Pero creo que la gente del palacio no me dejar. - La gente del palacio os ayudar. Daskwieuoi es un tirano. Desde su subida al trono, no ha hecho ms que subir exageradamente los impuestos. Y la gente del palacio, como vos decs, est en profundo desagrado con sus tcticas polticas. -Por qu? - Est pensando ampliar sus dominios, quiere conquistar otros reinos; reinos cien veces ms poderosos que el suyo. - Eso es una locura. El reino va a ir a su destruccin. - Por eso es necesaria vuestra intervencin. -Y vos cmo sabis todo eso? - Nadie se fija en una chica que recoge flores- dijo Elyre, con una sonrisa picaresca. Kyrstal estuvo un momento pensativo, mirando al horizonte y al que haba sido su castillo. De pronto, sonri.

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Cuentos medievales - Est bien. Si el reino depende de ello, atacar a Daskwieuoi. El sol se escondi por completo tras el cielo. Una vez que la Soberana de la Noche se hubo retirado de su trono de estrellas, Kyrstal se levant, cogi su espada de doble filo y sali de la cabaa.

Elyre se levant al de poco y sali de la cabaa a respirar el fresco aire de la maana. A lo lejos vio a Kyrstal atacar al aire con la espada. La joven se acerc hasta l. -Qu estis haciendo? - Recupero la forma fsica- dijo el rey -. Si quiero ganar otra guerra, tengo que estar en forma- Elyre ri -. Necesito que me hagis un favor. - Decid. - Perd mi caballo en la batalla contra Ertorob. Si quiero tener alguna esperanza de ganar a Daskwieuoi, necesito recuperarlo. - Yo os lo traer- dijo Elyre -. Cul es su nombre? - Se llama Temerario. Es fcil reconocerlo. Es un corcel enorme y completamente negro.

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Iaki Santamara - No sois muy amigo de los colores alegres, verdad? -Tanto se nota? Elyre sonri. - Un poco. No os preocupis. Ahora mismo parto a buscar vuestro caballo. Una vez que Elyre se fue, Kyrstal sigui haciendo ejercicios con la espada. Como a la hora del medioda, el rey clav su espada en la hierba y se sec el sudor de la frente. - Preprate a morir, Daskwieuoi. Ha llegado tu hora. Elyre se le acerc. - Ests hecho un toro. - Menos guasa. Qu tal te ha ido la bsqueda de mi caballo? La joven no contest. Simplemente silb. Al instante, un enorme caballo apareci por la ladera y fue al galope hasta donde estaba la pareja. Los ojos de Kyrstal brillaban de felicidad. - Mi buen Temerario. Ahora que ests conmigo, no hay nada que me pueda hacer perder la guerra. El rey le mir a Elyre y le dio un largo beso.99

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- Muchas gracias, amada ma. - Ha sido un placer.

- Mi seor Daskwieuoi, escuchadme, os lo ruego. Atacar ese reino es una locura. Es muchsimo ms poderoso que nosotros. Daskwieuoi desenvain su espada y cort la cabeza de su asesor militar. -Alguien ms est en contra de mi decisin de atacar Mulniria? Ninguno de los consejeros reunidos dijo una palabra. - Eso est mejor. En cuanto nuestros ejrcitos estn listos, atacaremos. El rey abandon la sala del trono y mand llamar a tres de sus soldados. - Hay una mujer que vive en el Bosque de Los rboles Muertos. Quiero que me la traigis. - Mi seor- intervino Qetguaqs -, nunca me habis odo pediros algo. Ahora os suplico que dejis a esa mujer en paz. Recordad: por ella empez la anterior guerra.

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Iaki Santamara - Cierto. Quiero agradecer personalmente el que ahora gobierne todo el reino. Id! Los soldados se fueron de delante de la presencia del rey. - Seor, os lo suplico. Pensadlo bien. Daskwieuoi apunt con su espada a la garganta de Qetguaqs. -A quin sois leales vos, Qetguaqs? El capitn de la guardia real trag saliva. -A quin? - A vos, mi seor. Daskwieuoi apart el arma. - Eso quera saber.

Elyre recoga unas hierbas en el Bosque de Los rboles Muertos, cuando, de pronto, tres hombres se le acercaron por detrs. Uno de ellos le dio un golpe seco en la cabeza. La joven perdi el conocimiento y se desmay sobre el fro suelo. Los tres hombres se la llevaron de all. Al de un rato, lleg Kyrstal montado en su caballo.101

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- Elyre. No hubo respuesta. El rey volvi a llamar, pero tampoco hubo respuesta. Kyrstal observ hierbas arrancadas en el suelo. Tambin huellas de pisadas que se dirigan hacia el Gran Mar. -Elyre! Kyrstal baj del caballo y sigui las pisadas. Se detuvo en la orilla del Gran Mar. -Daskwieuoi!- grit, lleno de odio y furia -. Daskwieuoi! Ha llegado tu hora! Preprate a morir! Yo, Kyrstal, Rey de la Humanidad, acabar contigo, sea en esta vida o en la otra!

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Captulo 6: El verdadero rey

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ABA PASADO ya una semana desde que soldados leales a Daskwieuoi haban hecho cautiva a Elyre y la hubieron llevado al calabozo del castillo. Durante este tiempo, Kyrstal haba estado elaborando un plan para liberar a su amada de manos de su nuevo enemigo. - Espero que con esto baste. Kyrstal sujetaba un papel con la mano derecha. Lo estuvo ojeando un poco por encima y lo firm. - Sin duda esto ser suficiente. At el papel a una de las garras del guila que se encontraba a su lado. - Bien, amiguita. Llvaselo a Qetguaqs, en el castillo del rey. Confo en ti. El rey abri la puerta de la cabaa y el ave sali volando.

- Seor, han trado esto para vos. Qetguaqs cogi el papel que le traa uno de sus hombres.103

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-Se sabe quin ha sido? - No, mi seor. Lo traa un guila atado en una de sus patas. El capital de la guardia real frunci en ceo y comenz a leer la carta. Mi buen amigo Qetguaqs: He de pediros que al atardecer os reunis conmigo en el Bosque del Norte. Es necesario que ninguno de vuestros hombres os acompae. Sabis de sobra que podis confiar en vuestro rey. K - No puede ser- dijo Qetguaqs cuando termin de leer la carta. -De quin es, mi seor? - De un antiguo amigo. El sol se haba escondido en un cielo ahora anaranjado. El caballo de Qetguaqs se diriga raudo hacia el Bosque del Norte. El animal se detuvo al llegar a un claro del bosque donde alguien que llevaba una armadura negra estaba sentado de espaldas al jinete.

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Iaki Santamara Qetguaqs desmont del caballo y se dirigi sigilosamente y con la espada desenvainada hacia el extrao. -Matars a tu rey?- pregunt el extrao. - Mi rey al que serva est muerto. Yo le vi morir en el campo de batalla. El extrao se gir. - Si eso es cierto, qu hago yo aqu, hablando con vos? Qetguaqs envain la espada. -Es imposible que seis vos! - Yo creo que s. El capitn fue hasta el extrao y le dio un fuerte abrazo. - Mi seor y rey Kyrstal. Cmo....? - Ya me conoces. No me gusta demasiado morirme. - E s increble. Sabis lo de Daskwieuoi? Kyrstal resopl. - Por desgracia, l es la razn de que estis aqu.

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Cuentos medievales -Qu queris decir, majestad? - Daskwieuoi ha secuestrado a una chica. Esto no sera importante si no fuera porque es la chica que me salv de la flecha asesina del traidor. -Daskwieuoi intent asesinaros? Por qu? - Se volvi ambicioso y ansiaba gobernar el reino. El resto ya lo sabes. -Qu queris que haga, mi seor? - Me da miedo pediros algo, debido a vuestra lealtad al rey. - Mi rey sois vos, mi seor Kyrstal. Slo a vos es a quien debo lealtad. - Escuchad pues: debis introducirme en el castillo del rey para que pueda liberar a mi amada de su prisin y luego me encargar de Daskwieuoi. -Cmo se supone que he de hacer tal cosa? -Podis hacer que el ejrcito se rena en este claro? - Mi seor, todos los hombres del ejrcito han jurado lealtad a Daskwieuoi. Ahora le son leales a l. - Llevadme ante ellos, y veremos a quin son leales.

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Elyre levant la cabeza, sobresaltada, y camin hacia un pequeo agujero con barrotes que haba en su celda a modo de ventana, y en cuya cornisa descansaba un guila. - Hola. Qu haces t aqu? Los hermosos ojos de la chica observaron que llevaba una nota atada a una pata. Con mucho cuidado, consigui desatarla. El ave emprendi rpido vuelo, y se perdi en breve de vista. -Quin habr sido? Despleg la nota con las dos manos, y comenz a leerla - Kyrstal. A medida que transcurran las lneas escritas, sus ojos se ponan radiantes de felicidad.

M amada Elyre: Esta semana sin vos ha sido la ms larga de m vida. Cada objeto que vea, a cada parte que miraba... siempre estabais vos presente. Las maravillas de la creacin me traan a la mente recuerdos de vos.

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Cuentos medievales S que siempre habis vvido en campo abierto, por lo que ni el mejor de los narradores consigue siquiera imaginar lo que estaris sufriend