imaginarios sociales

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Stella Martini La sociedad y sus imaginarios Stella Martini Buenos Aires, Documento de la Cátedra, 2002. En tema desde un caso "Que se vayan todos", consigna que anima el reciente reclamo argentino (atravesando las clases sociales) en los cortes de ruta, los piquetes y las marchas al son de las cacerolas, en las asambleas barriales y los "escraches" a los funcionarios y los represores de la dictadura, a los políticos, los bancos y hasta a los medios de comunicación no sólo expresa una opinión masiva ciudadana. Esa pretensión de absoluto enfatizado y reiterado como primera propuesta de los reclamos populares actualiza y cruza desde la base misma del discurso de la opinión una imagen, la representación de país deseada y añorada, rastreable en un relato – desde la historia de los documentos y la historia que ha ido contando la propia comunidad por fuera de ellos-. Porque si la Argentina está en quiebra están en “quiebra” sus habitantes y sus prácticas, cultura y símbolos, relatos y logros, orgullo y futuro, la misma identidad: tal la percepción del individuo común (prot)agonista de este momento de nuestra historia. Por eso, lo que aparece en el reclamo es producto tanto de la opinión pública o más puntualmente de la opinión ciudadana como de los imaginarios de país acuñados por la sociedad. Y como los imaginarios - categoría del orden de las relaciones sociales- están en la base misma de los procesos de construcción de las identidades, y en este caso está en juego la continuidad de la nación, las prácticas y discursos de los actores sociales- los ciudadanos comunes y anónimos- insisten en la recuperación material y simbólica de la misma nación. En este proceso se asiste a la reapropiación, ocupación y resignificación del territorio (calles, rutas, plazas, etc.). Este territorio que se va transitando, ocupando, demarcando y ampliando es un pedazo del territorio nacional, "hace las veces de" porque "es parte de" a partir de una operación metonímica y nos permite entender la caracterización de Anderson de una nación como "comunidad imaginada". Hay un territorio nacional que está representado/ constituido por los espacios públicos, entendiendo incluso como tales las sedes concretas del poder público y a los que se quiere ocupar para desocupar de corrupción. Y en la reivindicación de la propia nacionalidad está la imagen histórica del país, las imágenes de trabajo, dignidad y posibilidad de futuro gestadas por la sociedad argentina a lo largo de su historia. Hay también una reiteración del uso de los símbolos patrios en las diferentes instancias de reclamo y del discurso de afirmación de lo nacional (banderas argentinas portadas como tales o a modo de ponchos, capas, etc.) que afianza la pertenencia, la nacionalidad. Se reivindican y consolidan de este modo las representaciones acerca de un nosotros frente a un otro/s distinto y enemigo. Acá la representación del otro "enemigo" tiene una valencia doble: es tanto el "extranacional" (capitales transnacionales, Estados Unidos, FMI, etc.) como "nacional" marcado de manera negativa (empresas privatizadas, políticos, funcionarios públicos, instituciones como los bancos, etc.). ¿Por qué hablamos de imagen? Ante la crisis de representación política, el reclamo popular no repara en agendas posibles ni en propuestas derivadas de argumentaciones y programas: primero y ante todo hay un reclamo por absolutos que traduce la necesidad de un cambio estructural. Y aquí aparecen cruzadas las representaciones de la sociedad. La crisis activa de modo más fuerte el mecanismo de los imaginarios sociales que remiten a la posibilidad de la plena – absoluta - vigencia de los derechos ciudadanos. Una consigna como "que se vayan todos" (los que arruinaron desde la corrupción el país y por ende desarticularon el futuro) cruza la situación de crisis del presente con el/los recuerdo/s- imagen del pasado (el más reciente también responsable de la crisis) y otro más lejano quizás (ya ligado a lo legendario de la historia escrita o no de una comunidad) que reúne lo

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Stella Martini

La sociedad y sus imaginarios Stella Martini

Buenos Aires, Documento de la Cátedra, 2002. En tema desde un caso

"Que se vayan todos", consigna que anima el reciente reclamo argentino (atravesando las clases sociales) en los cortes de ruta, los piquetes y las marchas al son de las cacerolas, en las asambleas barriales y los "escraches" a los funcionarios y los represores de la dictadura, a los políticos, los bancos y hasta a los medios de comunicación no sólo expresa una opinión masiva ciudadana. Esa pretensión de absoluto enfatizado y reiterado como primera propuesta de los reclamos populares actualiza y cruza desde la base misma del discurso de la opinión una imagen, la representación de país deseada y añorada, rastreable en un relato – desde la historia de los documentos y la historia que ha ido contando la propia comunidad por fuera de ellos-. Porque si la Argentina está en quiebra están en “quiebra” sus habitantes y sus prácticas, cultura y símbolos, relatos y logros, orgullo y futuro, la misma identidad: tal la percepción del individuo común (prot)agonista de este momento de nuestra historia. Por eso, lo que aparece en el reclamo es producto tanto de la opinión pública o más puntualmente de la opinión ciudadana como de los imaginarios de país acuñados por la sociedad.

Y como los imaginarios - categoría del orden de las relaciones sociales- están en la base misma de los procesos de construcción de las identidades, y en este caso está en juego la continuidad de la nación, las prácticas y discursos de los actores sociales- los ciudadanos comunes y anónimos- insisten en la recuperación material y simbólica de la misma nación. En este proceso se asiste a la reapropiación, ocupación y resignificación del territorio (calles, rutas, plazas, etc.). Este territorio que se va transitando, ocupando, demarcando y ampliando es un pedazo del territorio nacional, "hace las veces de" porque "es parte de" a partir de una operación metonímica y nos permite entender la caracterización de Anderson de una nación como "comunidad imaginada".

Hay un territorio nacional que está representado/ constituido por los espacios públicos, entendiendo incluso como tales las sedes concretas del poder público y a los que se quiere ocupar para desocupar de corrupción. Y en la reivindicación de la propia nacionalidad está la imagen histórica del país, las imágenes de trabajo, dignidad y posibilidad de futuro gestadas por la sociedad argentina a lo largo de su historia.

Hay también una reiteración del uso de los símbolos patrios en las diferentes instancias de reclamo y del discurso de afirmación de lo nacional (banderas argentinas portadas como tales o a modo de ponchos, capas, etc.) que afianza la pertenencia, la nacionalidad. Se reivindican y consolidan de este modo las representaciones acerca de un nosotros frente a un otro/s distinto y enemigo. Acá la representación del otro "enemigo" tiene una valencia doble: es tanto el "extranacional" (capitales transnacionales, Estados Unidos, FMI, etc.) como "nacional" marcado de manera negativa (empresas privatizadas, políticos, funcionarios públicos, instituciones como los bancos, etc.).

¿Por qué hablamos de imagen? Ante la crisis de representación política, el reclamo popular no repara en agendas posibles ni en propuestas derivadas de argumentaciones y programas: primero y ante todo hay un reclamo por absolutos que traduce la necesidad de un cambio estructural. Y aquí aparecen cruzadas las representaciones de la sociedad. La crisis activa de modo más fuerte el mecanismo de los imaginarios sociales que remiten a la posibilidad de la plena – absoluta - vigencia de los derechos ciudadanos. Una consigna como "que se vayan todos" (los que arruinaron desde la corrupción el país y por ende desarticularon el futuro) cruza la situación de crisis del presente con el/los recuerdo/s- imagen del pasado (el más reciente también responsable de la crisis) y otro más lejano quizás (ya ligado a lo legendario de la historia escrita o no de una comunidad) que reúne lo

actuado- en sus diferentes versiones- con la rememorización de "aquel tiempo que si es pasado siempre fue mejor", característico de las formas en que se mueve la memoria.

Señala Castoriadis que "el valor (...), la igualdad, la justicia no son 'conceptos' que se podrían fundar, construir (...) en y por la teoría. Son ideas/ significados políticos relativos a la institución de la sociedad tal como ella podría ser y nosotros quisiéramos que fuera- institución que no está anclada en un orden natural, lógico o trascendente" (1981: 315). Constitución de los imaginarios

Un primer dato: los imaginarios sociales cruzan momentos de la memoria con cuadros de un proyecto futuro, la experiencia con la utopía, formas del deseo colectivo con fotografías de lo que ya es historia. Y esos materiales complejos, atravesados por la subjetividad, no necesariamente coinciden con la "realidad", pero guardan, para los grupos que los actualizan y animan, el sentido de lo vivido y de lo real. Y allí reside su fuerza y su vigencia en la vida de las sociedades. Por eso, y en un primer acercamiento al tema, se puede coincidir con que, en sentido corriente, el imaginario se define por su diferencia con la realidad; refiere a lo no real, a lo que puede ser producto de la imaginación pero es creíble y verosímil para ese grupo que lo ha cristalizado.

Trabajando desde el reconocimiento de que en la sociedad se integran de manera interdependiente el plano de lo real, el de lo simbólico y el de lo imaginario, se puede afirmar que esta categoría a la que nombramos como imaginarios o representaciones sociales "comprende los efectos de „sentido‟ producto del discurso, entendiendo el discurso como lazo social, regulado por leyes de intercambio que se corresponden con el orden simbólico y ordenan la relación con lo real" (Di Tella et al, 2001: 360). Así, dado que la producción de la realidad social es, como sostiene Verón, una "experiencia colectiva" (1987), en ella se realiza la articulación entre la experiencia de lo simbólico y de lo imaginario.

Lo cierto es que las relaciones entre los sujetos sociales distan mucho de ser claras y transparentes (podemos asumir que nunca lo fueron, al menos desde el momento en que el núcleo primero y remoto empezó a ampliarse y por ende a complejizarse). Se trata de relaciones atravesadas por la subjetividad. Señala Baczko que "soñar con una sociedad perfectamente transparente cuyos principios fundantes se encontrarían en cada uno de los detalles de la vida cotidiana de sus miembros, una sociedad cuya representación sería la imagen fiel de la realidad, por no decir el simple reflejo, es un tema constante de las utopías a lo largo de los siglos" (1991: 8). Por eso, para explicarse, para organizar y entender su cotidianidad y las relaciones y los proyectos que se juegan en ellas, para reconocerse y diferenciarse las sociedades construyen permanentemente representaciones de sí mismos y de sus relaciones con los otros. Tales representaciones atraviesan de manera transversal prácticas, creencias y hasta opiniones y están en la trama misma de la cultura de una comunidad.

La categoría imaginario permite una comprensión en densidad de las prácticas sociales. Y tal como se plantea en el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas, la utilización del término imaginario como una categoría explicativa y no sólo descriptiva, presupone la consideración del hecho social como „hecho de discurso‟" y en tal consideración hacen su aporte "los desarrollos de la escuela sociológica encabezada por E. Durkheim, las perspectivas de análisis estructural del hecho social abiertas por F. de Saussure, el desarrollo del concepto de „lo simbólico‟ en la obra de C. Lévi- Strauss, la articulación del correlato imaginario de los fenómenos simbólicos producidos por J. Lacan, y ciertos análisis de Marx sobre las necesidades del hombre con respecto al fetichismo de la mercancía. En ciencias sociales ha tomado cuerpo ligada a desarrollos con vertientes semiológicas producidos, entre otros, por R. Barthes, P. Bourdieu y E. Verón" (2001: 360). Estudio de las representaciones sociales

El rastreo de los imaginarios en una sociedad y en una época exige una entrada oblicua, no existe la explicitación (ni la explicación en boca de los propios actores sociales) de la imagen como sí puede haberla de la opinión. De modo análogo, los imaginarios no son

cuantificables ni medibles como sí lo es la opinión pública (a través del mecanismo de las encuestas).

La identificación e interpretación de los imaginarios o representaciones sociales es posible a través de la mirada en sesgo sobre los datos de la realidad- prácticas y discursos-, documentos acerca de tradiciones, costumbres y usos, productos de consumo, literatura, teatro o medios de comunicación, refranes, clisés y prácticas diversas. Los imaginarios sociales, categoría dinámica y cambiante, relacional, cultural e histórica y comunicacional se escurre por los pliegues de la memoria y de los discursos sociales. Y hacen necesaria la activación de un análisis que investigue diferentes capas de densidad significativa. Es por esto mismo que no es posible llevar a cabo el análisis ni el estudio de imaginarios desde una metodología cuantitativa o, al menos, exclusivamente cuantitativa. Por el contrario, es necesario un estudio cualitativo, diacrónico y sincrónico, que permita explicar tanto su conformación histórica como sus dimensiones actuales.

Vaya otro ejemplo. En 1909, el dramaturgo Federico Mertens, un buen observador de la trama social argentina en una etapa de profundas transformaciones – modernización y consolidación de un modelo de país – estrena la comedia de costumbres Gente bien, en Buenos Aires. La obra pone en escena las aspiraciones de figuración social y las máscaras de que se valían ciertos sectores medios empobrecidos para sobrevivir con dignidad de acuerdo con los códigos de la época. La historia se centra en una viuda y sus tres hijas que llegan a fin de mes gracias a una magra pensión y al sueldo de maestra de la mayor de ellas. La cultura del trabajo en los sectores altos y medios establecía la distinción tajante entre géneros (las mujeres no pueden trabajar) y entre tipo de actividades (tareas manuales y prácticas de las profesiones liberales). Con todo, y como una marca indudable de clase – la media - la docencia es el único trabajo aceptable y digno en una mujer en esa época.

La crisis se desata cuando esa hija quiere casarse. La viuda, de carácter autoritario, trata de impedir el matrimonio ya que el futuro yerno sólo es un periodista sin trayectoria y sin fortuna personal, que no podría ayudar a la familia con sus escasos ingresos. Se cruza en la historia un inglés de mediana edad que empieza a frecuentar la casa con una obsesión en sus charlas entre mate y mate: las características de una perra que tiene la familia. La viuda cree que el hombre es el pretendiente que, aún en su madurez, estima merecer e imagina que casándose con él resolvería los problemas financieros de la familia. Así, consiente en el matrimonio de la hija mayor. Pero la obra se cierra en la vuelta de tuerca del equívoco, típico resorte de la comedia: el inglés pretendía, con visitas y un acercamiento amistoso a esa familia, lograr el permiso para cruzar a su propio perro con la perra propiedad de la viuda. La familia en la encrucijada: hay que sobrevivir, pero el trabajo manual va a delatar su condición de pobreza. La madre propone como solución coser para clientas de otro barrio, casi de incógnito, y los trajes listos serán entregados por una ayudante contratada para tal fin. Nadie las vería, en su barrio, andar con paquetes que delatarían su condición de trabajadoras. De ese modo, y según las palabras de la madre que cierran la comedia, conservarían las apariencias de "gente decente", "trabajaremos" - exclama - , "pero seguiremos siendo „gente bien‟".

En el sentido que articula la obra aparece una imagen de sociedad y de lugares sociales, en un especial momento de cambios. Sus formantes son tanto la memoria del pasado, cuando en las clases altas y medias acomodadas el hombre mantenía el hogar con el ejercicio de una profesión liberal o comercial, con rentas, una herencia o campos que los empleados trabajaban, como la realidad de un sistema en evolución, léase un proyecto de país moderno, en el que los inmigrantes, desde la tarea manual y también respondiendo a las primeras formas de industrialización, se van haciendo un lugar en la sociedad porteña de la época. Y donde las clases medias empobrecidas intentan conservar su lugar de prestigio a fuerza de apariencias.

Memoria más nuevos proyectos, prejuicios, hábitos, creencias y costumbres se conjugan en la imagen que de sí mismas y de sus relaciones con los otros grupos sociales construyen desde la ficción los personajes de la obra de Mertens. La comedia de costumbres, en cuyo modelo se inscribe Gente bien, intenta retratar las características de la

sociedad del momento y se constituye en fuente de imágenes compartidas por muchos grupos en una sociedad determinada.

El imaginario es una categoría marcada fuertemente por el sello de lo tradicional, en el sentido de perdurar y cambiar de manera más lenta que la opinión pública: en los primeros años del siglo, una parte importante de la dramaturgia y de la narrativa construyen el conflicto, el cambio y la vigencia de los imaginarios más conservadores, mientras parte de la ensayística y la prensa argumentan acerca de la necesaria modernizacióin del país.

También el imaginario opera sobre la organización y el dominio del tiempo colectivo sobre el plano simbólico. O sea, interviene activamente en la memoria colectiva para la cual los acontecimientos cuentan menos que las representaciones imaginarias a las que ellos mismos dan origen y encuadran. No importa tanto qué pasa realmente cuanto qué representación se construye de eso que pasa, qué interpretación, más basada en la imagen ya instalada en la memoria, se hace. Y también el imaginario actúa sobre la producción de visiones del futuro, en especial en la proyección de obsesiones, fantasmas, esperanzas y sueños colectivos sobre el futuro. De esto, no necesariamente debe desprenderse una imagen prejuiciosa o negativa del imaginario.

Hablar de imaginario social es referirse a los sentidos presentes en un grupo social y que dan cuenta de la percepción del mundo social. Dicha percepción supone una organización imaginaria, que tiene una cierta función ordenadora de la relación entre los agentes sociales. En su interacción el grupo social construye la representación, la imagen de sí misma.

Como se vio antes, en estas imágenes, que se constituyen tanto en los niveles consciente como inconsciente, se articula la identidad: la pertenencia a un "nosotros" frente a un "otro", el establecimiento de la diferencia desde el momento en que se "descubre" que es posible interponer una frontera. En esta operación señala su territorio, define sus relaciones con los "otros", forma imágenes de amigos y enemigos, de rivales y de aliados. Y hace a la operatoria contextual: incluye y excluye a través de discursos naturalizados - entendidos como naturales-. El imaginario, diferente de la ideología, socialmente producido, es representado como natural y por lo tanto legitimado en la trama significativa de una cultura determinada. Y permite al colectivo el conocimiento y la acción.

La filosofía del conocimiento reconoce al imaginario como la posibilidad de que dispone la imaginación (individual, social) de crear un producto diferente de lo real y esta posibilidad aparece como una vía de sustitución del conocimiento científico o filosófico, o en todo caso, como uno de sus pasos, en especial aquel que refiere la función de la síntesis de la intuición. Pero Durkheim considera los sistemas de representaciones sociales o imaginarios sociales de diferentes modos: como aquellas ideas necesarias al hombre para poder vivir entre las cosas y arreglar su acción a las mismas; citando a Bacon, dice que son las idola, especie de fantasmas que desfiguran el verdadero aspecto de las cosas, y que tomamos sin embargo, por las cosas mismas (Di Tella et al, 2001: 361). O sea que se trata de un modo imaginario de relacionarse con el mundo. Y desde el marco teórico que construye la sociología del conocimiento, considera que toda sociedad tiene su imagen particular de la realidad social, que es la cristalización o la concreción del pensamiento que se produce en una sociedad determinada. Por eso, Durkheim (1993) afirma que los estados de conciencia colectiva son de naturaleza diferente que los de conciencia individual, son representaciones de otra clase, y tienen sus leyes propias. Los estados de los imaginarios

Los usos del lenguaje, las formas dialectales y sociolectales -también los ideolectos-, los emblemas patrios, la forma de diseñar, resolver, interpretar prácticas y discursos son indicadores del estado del imaginario en una sociedad determinada. Campañas y consignas recientes como "Todos somos Aerolíneas" o "Compre argentino" son posibles no sólo por las condiciones objetivas económicas y políticas: están expresando un estado en la imagen de país (recordar que durante la privatización de Aerolíneas Argentinas las protestas, más que moderadas, incluyeron casi exclusivamente a un sector del personal de la empresa, probablemente porque vastos sectores de la sociedad se movían en ese momento al compás

de representaciones positivas y celebratorias, o al menos de aceptación, de la globalización). Cuando el reclamo pudo inscribirse en una línea histórica de dependencia, en las imágenes que la sociedad fue acuñando acerca de lo propio y lo extraño en el contexto de lo vivido y lo esperado, y las representaciones acerca de un mundo globalizado no fueron ya encajando con una memoria, un presente y un proyecto de país que remiten a diferentes formas del progreso se reordenan las imágenes y en la reivindicación de lo nacional se enfatizan las marcas subjetivas de un imaginario fuertemente anclado en lo local, en lo nacional y para el que la bandera es síntesis y sinécdoque y su símbolo más reiterado.

Las representaciones colectivas manifiestan cómo se piensa un grupo en sus relaciones con los objetos y las situaciones que los afectan y con otros grupos sociales y nacionales. Y expresan siempre en algún punto un estado del grupo social, a la vez que reflejan su estructura actual y la manera en que reacciona frente a los acontecimientos. Es decir que el imaginario de un grupo social actúa en las formas en que éste construye el sentido en un momento determinado.

Los sistemas simbólicos sobre los cuales se apoya y a través de los que trabaja la imaginación social se construyen sobre las experiencias, deseos, aspiraciones e intereses de los agentes sociales. Todo campo de experiencias sociales está rodeado de un horizonte de expectativas y recuerdos, de temores y esperanzas. Un aporte a los relatos de control social

El dispositivo imaginario provoca la adhesión a un sistema de valores e interviene eficazmente en el proceso de su interiorización por los individuos. Según Baczko (1991), el imaginario marca la distribución de los papeles y las posiciones sociales; define los medios inteligibles de sus relaciones con la sociedad, con sus divisiones internas, con sus instituciones, etc.; expresa e impone ciertas creencias comunes, fijando especialmente modelos; hace a la estructuración de los aspectos afectivos de la vida colectiva a través de series de oposición. Estas series organizan los aspectos afectivos de la vida colectiva y los reúnen, por medio de una red de significaciones, en las dimensiones intelectuales de ésta: legitimar/ invalidar; justificar / acusar; asegurar / desasegurar; incluir / excluir (en relación con el grupo); etc. Aquí entra pues el tema del otro. Ciertas marcas, que no responden a una única categoría, y que pueden ser tanto físicas, como gestuales, etarias o étnicas, de hábitos o de uso del lenguaje, de hábitat o de lugar de trabajo, "califican positivamente" o "estigmatizan" (en el sentido goffmaniano del término) a un sujeto, a un grupo social o a una sociedad en su conjunto.

De esta manera, es producida una representación totalizante de la sociedad como un "orden", según el cual cada elemento tiene su lugar, su identidad y su razón de ser.

Los imaginarios sociales muchas veces cristalizan sus construcciones en mitos. Observa Baczko que "en las mentalidades, la mitología nacida de un acontecimiento a menudo prevalece sobre el acontecimiento mismo" (1991: 12). Ejemplifica con las imágenes y los mitos que se urdieron a partir del „68 francés, imaginería y mitología que tiene en su trama no sólo la historia, las experiencias del momento, sino también las expectativas actuales de algo diferente, de un acontecimiento que "rompa" con lo considerado "normal" y "no imaginativo".

El imaginario social resulta de este modo una pieza efectiva y eficaz del dispositivo de control de la vida colectiva, y en especial, del ejercicio del poder. En él se encuentra el problema del poder legítimo o de las representaciones fundadoras de la legitimidad. El lugar de las instituciones, la palabra de las autoridades, las hipótesis sobre las crisis o los proyectos se cristalizan en imágenes difundidas desde el poder.

Los períodos de crisis de un poder son también aquellos en los que se intensifica la producción de imaginarios sociales competidores, las representaciones de una nueva legitimidad y de un futuro distinto proliferan, ganan tanto en difusión como en agresividad. Piénsese, por ejemplo, en los fuertes rebrotes de discriminación, racismo y xenofobia en el mundo, producto de las migraciones obligadas por la pobreza y por las guerras civiles.

El impacto de los imaginarios sobre las mentalidades depende de su difusión, de los circuitos y de los medios de que dispone para la difusión. Hay que tener en cuenta que las

modalidades de emisión y de control eficaces cambian, entre otras cosas, en función de la evolución del armazón tecnológico y cultural que asegura la circulación de informaciones e imágenes. En esta evolución, hay dos momentos que marcan las rupturas significativas en los imaginarios el pasaje de la cultura oral a la alfabetización y la implantación durable de los medios de comunicación de masas (Bazcko, 1991).

Y esto es así porque lo que los medios construyen y emiten, más allá de las informaciones puntuales, son las representaciones globales de la vida social, de sus agentes, instancias y autoridades, los mitos políticos, los modelos formadores de mentalidades y de comportamientos, las imágenes de los "líderes", etc.

En la peculiar construcción del imaginario que un grupo social realiza, los medios tienen un papel relevante: aportan con su producción de información y de sentido a la construcción que esa sociedad o ese grupo hacen de su imaginario. Brindan datos, interpretaciones de los datos, formas diversas de construcción de la realidad, con su propio imaginario, que es el de la sociedad en la que están insertos, pero que incluye la propia imagen del periodismo como tarea y como filosofía. La misma agenda de los medios es índice de un ida y vuelta de la interacción entre prensa y sociedad.

La instauración de mitos a partir de la información emanada desde diferentes centros de poder, las autoridades gubernamentales o las empresas transnacionales, el marketing y hasta los medios y la escuela contribuye a la tarea de construcción del imaginario. Dice Baczko que "en y por la propaganda moderna, la información estimula la imaginación social y los imaginarios estimulan la información, y todos juntos, estos fenómenos se contaminan unos con otros en una amalgama extremadamente activa a través de la cual se ejerce el poder simbólico" (1991: 32). BIBLIOGRAFIA -Anderson, B. (1983) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993. -Baczko, B. (1991) Los imaginarios sociales. Buenos Aires: Nueva Visión.. - Bourdieu, P. y Wacquant, L. (1995) Respuestas. Por una antropología reflexiva. México, Grijalbo. -Castoriadis, C. (1983) La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona, Tusquets. -Castoriadis, C. (1975) Les carrefours du labyrinthe. París: Seuil. -Di Tella, T., Chumbita, H., Gamba, S., Gajardo, P. (eds.) (2001) Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas. Buenos Aires: Emecé. -Ford, A. (1994) "Los medios, las coartadas del New Order y la casuística". En Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis. Buenos Aires: Amorrortu.

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