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IMÁGENES BONAERENSES A TRAVÉS DE UN DESCONOCIDORELATO DE VIAJERO DECIMONÓNICO

Julio A. Morosi

RESUMENEl presente trabajo se refiere a un relato de viajero decimonónico, hasta hoy desconocido en nuestro país. Elpersonaje en cuestión, Georg von Alfthan, era un senador y noble finés que recorrió parte de nuestro país yprovincia entre fines de 1886 y comienzos de 1887. Una muestra de sus comentarios acerca de nuestra realidad deentonces, que resultan valiosos y atractivos, se acompaña en traducción del autor del artículo.

Palabras claves: Argentina - relato - viajero finés - decimonónico.

En la primavera y verano 1886-1887 un visi-tante proveniente de lejanas tierras recorrió enferrocarril y a caballo parte de la pampa y parti-cularmente el sector de la misma que correspon-de a la provincia de Buenos Aires.

Ese visitante, tras regresar a su patria, publi-có en idioma sueco y bajo el seudónimo Don Anó-nimo, una interesante descripción del viaje, quea mi leal saber nunca ha sido traducida a nues-tro idioma. Su relato se llamó: “Una excursión alas antípodas. Recuerdos de viajes dispersos”.

El viajero en cuestión fue un destacado mili-tar y político finlandés, Georg von Alfthan. Naci-do el 26 de octubre de 1828 en Viborg, fallecióen Helsingfors el 4 de febrero de 1896. Cursósus estudios en la escuela para cadetes deFredrikshamn y completó su formación castren-se en la Academia de Guerra de SanPetersburgo, de la que egresó en 1850. Recor-demos que Finlandia se hallaba incorporada en-tonces, como Gran Ducado, al Imperio Ruso.

Durante la guerra de Crimea participó de ladefensa de Sveaborg (1854-1855) y dirigió lue-go las tareas de relevamiento topográfico militarde Finlandia (1856-1858). En conexión con es-tas últimas publicó en ruso los trabajos titulados“Datos para una estadística de Finlandia” (1859)y “Carta de las rutas de Finlandia” (1862).

Por esa época, en que había alcanzado el gra-do de coronel y era jefe del estado mayor de latercera división del ejército de Finlandia, iniciósu carrera dentro de la administración civil de supaís. Así en 1862 fue designado gobernador dela provincia de Uleaborg, pasando luego, en 1873,a ocupar igual cargo en la de Nyland.

Su habilidad y capacidad como gobernantefue rápida y ampliamente reconocida, en parti-cular durante su período en Uleaborg, donde des-plegó una brillante acción para paliar las

hambrunas causadas en la región por las malascosechas de los años 1867 y 1868. Las preferen-cias de su acción de gobierno cubrieron un am-plio espectro, que se extendió desde el desarro-llo de las vías de comunicación, particularmentelos ferrocarriles y canales, hasta los problemasde consolidación del sistema municipal y los co-rrespondientes a la educación popular.

Sus méritos hicieron que en 1866 se le confi-riera un título de nobleza y que en 1879 se leascendiese a general. En 1886 se le acordó untítulo nobiliario de mayor jerarquía (friherre) ensu país y se incorporó al Senado de Finlandiacomo miembro de la Comisión de Economía. Fueentonces que viajó a Uruguay y Argentina, deigual modo que previamente lo había hecho ha-cia Estados Unidos. A su regreso dirigió, a partirde 1888, la Comisión de Agricultura del mismoSenado y desde 1892 la de Comunicaciones,siendo además miembro destacado de diversascomisiones de ese organismo legislativo y parti-cipando de varias conferencias ruso-finesas, quese hicieron corrientes a partir de 1890.

De tal modo no puede suponerse que su viajea la Argentina haya sido improvisado. De la lec-tura de su relato se desprende que el mismo ha-bía sido cuidadosamente preparado ya que hacereferencia, por ejemplo, a uno de los libros deviajeros publicados por los ingleses que habíanrecorrido el país algunas décadas antes. Por otraparte conviene señalar que dominaba seis idio-mas y tenía nociones de español.

Su objetivo debió ser la exploración de las con-diciones para establecer relaciones comercialesy para dirigir parte de la emigración finlandesahacia nuestro país. Como se deduce de los co-mentarios insertos en su obra dichas condicio-nes no aparecieron, a los ojos del visitante, comodespreciables. Sin embargo la historia nos con-firma que dicha vinculación y emigración se en-

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caminó básicamente hacia los Estados Unidos.

Su publicación comprende una brevísima in-troducción y diez capítulos: I: Alejarse de la pa-tria una vez más. Copenhague, Bruselas, Lon-dres; II: Vida en el océano; III: Oasis en el de-sierto marino: Madeira, Tenerife, San Vicente; IV:Montevideo; V: Buenos Aires y las condicionesde la Argentina; VI: Viajes en ferrocarril y a ca-ballo por la Pampa. Escandinavos en Tandil ymenonitas en las proximidades de Azul; VII:Patagonia, tierra ignota; VIII: Variadas noticias einformaciones acerca de los estados del Plata;IX: Un corto resumen de la historia de las luchasde la liberación de los países sudamericanos; X:Algunas palabras acerca de la relación entre le-janas tierras y nuestra patria.

Hemos creído de interés difundir algunosaspectos del relato de viajero de von Alfthan.Hemos traducido, como una muestra del mismo,una sección del capítulo VI, que expone algunasde las reacciones del visitante ante el paisajepampeano, así como ante los usos y costumbresde sus habitantes. Son particularmente atractivossus comentarios acerca de esos aspectos,“exóticos” para él, de la realidad argentina deentonces. Si exceptuamos algunos justificableserrores de apreciación debidos a las dificultadesemergentes de las enormes diferencias culturalesque median entre la sociedad finlandesa y lanuestra de aquella época, es posible descubriruna aguda capacidad de observación ypercepción. Deben destacarse, por ejemplo, suscomentarios vinculados a los conflictos gaucho-emigrante y gaucho-nuevas técnicas deexplotación agraria. De igual modo aquellos quese refieren al ordenamiento del flujo migratorio ya la propiedad de la tierra frente al arrendamientode la misma por parte del gobierno.

Esperamos que esta muestra despierte el in-terés por conocer la totalidad del relato de Alfthan.Para ello aquí dejamos que el lector acompañeimaginariamente al viajero solitario en su excur-sión por la llanura bonaerense.

Una excursión ecuestre a la Pampa (N.T.: deTandil a Azul)

No nos desplazamos a través de una bella,romántica comarca. Tampoco a lo largo de uncaudaloso río tropical bordeado de vegetaciónexuberante y de magníficos escenarios.Cabalgamos sobre un inmenso mar de hierba.Pero del mismo modo que nos engañamos sicreemos que el océano es sólo un desiertomonocorde de agua, erramos si nos imaginamosque las cabalgatas en la Pampa son aburridas.

Ello dependerá, empero, de la naturaleza y lacapacidad de percepción de cada uno.

A la distancia divisamos aquí y allá ranchosde adobe encalados y con cubiertas de paja, ro-deados de bosquecillos, sobre las ondulacionesdel terreno de suave pendiente. Por doquier sealzan montículos, que las vizcachas arrojan alcamino de personas y bestias, con pequeñas le-chuzas posadas como centinelas en sus cimas.

Un río serpentea escurriendo lentamente ha-cia un bajío pantanoso en el que se desplazanmuchas grandes aves zancudas. Perdices ymartinetas alzan vuelo a cada minuto entre losaltos pastos para rápidamente posarse una vezmás en los mismos.

Incontables rebaños pastan en la más frescahierba y una tropilla de caballos galopa más rápi-do que el viento sobre el camino que corre a lolargo de los postes de las líneas telegráficas. Al-gunas aves de rapiña vuelan agitando sus alaspor sobre una balante manada de muchas ove-jas. El sol arroja, sobre todo ese paisaje, una luzdeslumbrante y el resplandor de la luna crea lassombras más ricas en matices.

La Pampa no se desarrolla en modo algunoen una única superficie plana sino que lo hace engrandes ondas. Las muchas pequeñas lagunasy charcos crean a veces verdaderas cuencas ylos lechos de los ríos barrancas escarpadas. Enlos ríos mayores se puede hallar inesperadamen-te una vista pintoresca que admite comparacióncon cualquiera de las finlandesas. Sin embargo,buscamos infructuosamente una sola piedra.¡Qué campos arables para aquel párroco, granagricultor, y que fácilmente drenables!.

En la vecindad de las ciudades, colonias,grandes estancias y ríos importantes, son usualeslos pequeños montes de sauces, acacias yeucaliptos. La mirada registra aquí y alláalineaciones extendidas en largas filas rectas desauces o álamos, similares a las que crecen enlos polders holandeses. Sin embargo, estadescripción se ajusta mejor al tramo desde Tandil,a lo largo de las sierras, hacia Pillahuinco y BahíaBlanca y, por sobre todo, a la misma BuenosAires. Más hacia el oeste, hacia el “TerritorioNacional de La Pampa” y hacia el lago “UrreLauquen”, en el gran desierto, ya se exhibe otraapariencia. Allí sólo se pueden observarcentenares de kilómetros de estepa, cuando éstano alterna con bosques de pinos patagónicos depoca talla. La tierra es ininterrumpidamente fértil,si bien está cubierta en todas partes por una ligeracapa de arena.

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Permito a mi caballo que paste un momento,mientras como algunos sandwiches que riego conun poco de agua de un charco de la Pampa. Parabeber el agua de la Pampa, con excepción deaquella de los grandes ríos y lagunas, debe lle-varse consigo un pequeño filtro. Este es muysencillo, consiste en un cuerpo de carbón y untubo para succionar, inserto en el mismo. Losranchos, estancias y colonias poseen excelen-tes pozos perforados a gran profundidad.

Cuando detuve el rápido galope de Doradillopara observar los juegos crepusculares de lavizcacha en una de sus grandes colonias, el solse apoyaba como un rojo disco ardiente sobre elhorizonte. Tan pronto como se hunde el sol bajoel horizonte de la Pampa, dejando sus reflejoscrepusculares entre los tallos de los pastos,muchas pequeñas lechuzas asoman por losagujeros de los montículos. Las pequeñaslechuzas -Pholeantyx- caminan a pasitosmenudos en todas direcciones, giran sus cabezasy emiten un chillido ronco. El crepúsculo avanzay los pobladores de las vizcacheras salen uno auno y se ubican sobre sus cuevas, adoptandouna actitud expectante. A mi alrededor brillan susojos inteligentes, en tanto rascan sus cuerpos conlas patas delanteras. Las vizcachas semejanhíbridos de liebre mayor y castor. El salto y laforma de la cabeza de las vizcachas -del géneroSesleria- recuerdan efectivamente a los de laliebre, pero su pelaje se parece al del castor. Supariente norteamericano, Sesleria dactyloides,tiene en realidad algo más de perro -se lo llamatambién perro de las praderas- e hiberna, lo que,por el contrario, no es el caso de la vizcacha.

Puesto que en la noche una suerte de granzorro o lobo y en ocasiones también el poderosopuma merodea en torno a las vizcacheras, con-sideré que lo más aconsejable era sentar miscabales a cierta distancia de ellas para pasar lanoche. Aunque dichos animales de presa pare-cieran haber sido exterminados, en estas comar-cas es necesario cuidarse y evitar en todo lo po-sible tanto ser desgarrado, mordido como apu-ñalado. Esa eventualidad me había impulsado aalojarme con el cielo estrellado como techo y conla montura como almohada hasta tanto me fami-liarizase con las circunstancias locales.

Esta primera noche a campo abierto estaba,sin embargo, tan inquieto que no pude conciliarel sueño. El caballo pastaba, atado con el lazo alcuchillo clavado en el suelo. Permanecía senta-do y acurrucado, cavilando en torno a muchascosas entre el cielo y la tierra, aunque en espe-cial sobre el brillante espectáculo de los gusanosde luz y luciérnagas que, por doquier, en el aire,

en los pastos y por el suelo, saltaban y volaban.Por momentos se podía creer que se estaba apunto de ser quemado por incontables chispas.

El frío de la madrugada y la propia impacien-cia impulsaban, empero, a proseguir la marcha ypronto se escuchó, pues, el golpe acompasadode los cascos de Doradillo, en tanto su jinete cadaquince minutos encendía una cerilla para obser-var la dirección de la aguja de su brújula. Aquellamadrugada, por primera y última vez -los golpesenseñan- rodamos Doradillo y yo, las seis extre-midades al aire, al caer en una vizcachera. Losnativos galopan sin molestias por la llanura, yaque su mirada penetrante advierte todos los de-talles en su camino, allí donde alguien no habi-tuado puede quebrarse su nuca muy fácilmente.

Apenas alzado el sol, Doradillo debió vadearun pantano interminable que tenía, en promedio,una profundidad de un par de alnas (N.T.: 1 alna= 0,594 m.), aunque el lodo del fondo a vecesmotivaba que el lomo del caballo y la superficiedel agua se aproximasen amenazadoramente.Luego de que mediante los prismáticos pudieradescubrir tierra firme hacia el norte, allí nos diri-gimos y pronto pudimos desplazarnos a buenavelocidad en dirección al Río Chapaleufú y susreflejos azulados a la distancia. Se trata de un ríomayor a mitad de camino entre Tandil y Azul yque cuenta con un puente. Garzas y bulliciososflamencos, pelícanos y grandes patos obscuros,que habíamos alarmado en el pantano, revolo-teaban alto en el aire y ofrecían una vista singu-lar con el azul del cielo como telón de fondo; undepurado efecto teatral.

La penumbra había caído cuando alcancé lasriberas escarpadas del Chapaleufú. Río abajocreía distinguir algo que semejaba árboles y edi-ficios. Acampé para pasar la noche sobre unalosa pétrea que penetraba en el río -la única rocaque había visto en tres días- y amarré el caballocon el lazo atado al cuchillo, del modo habitualen la Pampa. Me dormí profundamente pero des-perté cuatro horas después, empapado por unaespantosa tormenta. A campo abierto estos gran-des y pequeños pamperos surgen y desapare-cen en forma totalmente súbita e imprevista. Elresplandor pálido del amanecer iluminó débilmen-te el horizonte cuando guiando a Doradillo a miespalda, procuré alcanzar el puente, que habíasido construido para la diligencia que circula unavez por semana entre Tandil y Azul.

Jamás una bagatela podría causar dificultadmayor que aquélla a la que me vi sometido justa-mente cuando creía alcanzar el ahora totalmentevisible “almacén”. Se trataba de una taberna

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gauchesca, asociada a una tienda de campo que,rodeada de frondosos nogales, acacias y sau-ces, estaba situada a algunos centenares de pa-sos tras el puente, en un meandro del río.

El asunto causante de tan gran disgusto fueuno de los alambrados que se alzan en la llanu-ra, a medida que la civilización avanza y el dere-cho de propiedad se desarrolla. Las irregularida-des del terreno impiden percibirlos hasta que seestá demasiado cerca para reducir la velocidadantes de que, al instante siguiente, se haya dadouna voltereta. Obviamente más hacia el interiorde la Pampa estos alambrados no existen. Loenojoso es que a veces encierran superficiesbastante grandes. En aquellas circunstancias estealambrado fue obviamente la mayor de las mo-lestias. Castañeteando los dientes y arrastrandoa mi espalda el reacio animal, debí hacer un ro-deo de 4 a 5 kilómetros. En tales ocasiones seejercita el carácter y se aprende a tener pacien-cia. Estos alambrados son demasiado altos parasaltarlos con el caballo. No nos atrevemos a cor-tarlos, en especial tan cerca de viviendas. Tam-poco es aconsejable dejar solo al caballo un do-mingo por la mañana, aunque más no sea a unospasos de distancia, puesto que se podrían per-der fácilmente las pertenencias y la silla de mon-tar inglesa que atraen mucho a los gauchos. Enefecto, estos se trasladan los domingos tempra-no a la taberna, de igual modo que nuestros cam-pesinos lo hacen a la iglesia y una silla de montaringlesa es, en consideración a la total ausenciade actividad industrial, tan cara como diez bue-nos caballos.

Cuando a plena luz del día llegué a esa pro-piedad rural, el lugar junto al monte que rodeabaal edificio ya estaba repleto de caballos atados.Desde el acceso se oía el canto y el sonido deguitarras desafinadas y de violines rajados. LaArgentina está poblada por una raza, en su ma-yor parte, de origen hispano itálico, con fuertescomponentes indios y hasta negros. Esta naciónpolíglota cultiva tanto las virtudes como los pe-cados de sus antepasados. Sus habitantes sontan garbosos como los indios y tan musicalescomo las gentes del sud de Europa. Sin embar-go, han conservado mejor su memoria de la plás-tica, ya que con la “armonía de los tonos” semanejan, por el contrario, totalmente al modo delos negros...

Los salvajes y los semicivilizados demandanentre ellos y, aún más del forastero, una extre-mada cortesía. Es realmente curioso que la cul-tura refinada tolere más. Sólo es necesario pen-sar en el tratamiento que la mayoría de nuestrasseñoras dispensan a sus criadas y todavía mejor

la de los señores para con los peones. Por ello,entré con el gran sombrero de paja en mano ehice ceremoniosas reverencias a derecha e iz-quierda. Buen número de figuras se sentaban entorno a grandes mesas de madera circulares ysin pintura. Los rostros eran de los más diferen-tes tipos, algunos blancos como la cal, otros ro-jos, varios casi negros, la mayor parte tostadospor las inclemencias del tiempo y el viento.

La figura típica de esta nación de gauchos se-ría difícil de determinar. Los pequeños sombre-ros de fieltro negro parecían hallarse de moda.Todos vestían bonitas medias blancas y calzadode tela del mismo color con suela de esparto,chiripá o anchos pantalones de cotón, dril o cre-tona, así como el famoso poncho, un chal con unagujero para la cabeza, sobre los hombros. Cadauno porta su látigo de montar, rebenque, que seasemeja enteramente al “knut” de los cosacos,en su mano.

Luego de que semejante partida ha alcanzadosu “quantum satis”, ofrece un magníficoespectáculo verlos tratarse duramente con losrebenques hasta que el salón queda vacío, sinque el tabernero haya tenido que molestarse enexpulsarlos. Menciono esto tan sólo de oídaspuesto que, afortunadamente, nunca he asistidoa tal “fiesta juvenil”.

En un rincón se sentaban los virtuosos del vio-lín y la guitarra, a los que hemos hecho mencióny en medio del salón algunos individuos realiza-ban grotescos brincos.

Me acerqué con cautela al tabernero que, concalma imperturbable, permanecía tras su reja des-pachando mercancías, en tanto un dependienteatendía mecánicamente el servicio de despachode bebidas.

El comercio rural en la Pampa se desarrollabajo otras condiciones que las que ocurren hastaen África, donde la apacibilidad de los negrosconstituye una cierta garantía.

La tienda está separada mediante una reja dellocal más o menos grande en que permanecenlos clientes. En mi excursión a caballo duranteun par de semanas vi solamente una excepcióny ella ocurría en la colonia menonita rusa, peroaún allí, el comerciante tenía, pese al conocido“pacifismo” de los menonitas, un revólver en casicada uno de los cajones bajo el mostrador.

Los taberneros chapurrean aquí en todos losidiomas, por lo que también prontamente pudehacerme entender y fui invitado a otra habitaciónpara huéspedes -más distinguidos- que dabahacia el patio.

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Luego de tomar un poco de “mate”, comer unsuculento plato de carne y secar mis ropas, hiceun paseo por el bosquecillo bastante amplio que,con sus árboles plantados en filas, se extendíaun buen trecho desde la “pulpería” a lo largo delrío. El pasto crecía exuberantemente en la ribe-ra, ornada por flores silvestres. Algunos gansosdomésticos graznaron furiosos cuando traté depasar, mediante un tablón, hasta un pequeño is-lote existente en medio del río, donde había vistoalgunos “cocodrilos” de un largo de un par de alnas(N.T.: 1 alna = 0,594 m.). Más tarde me informa-ron, sin embargo, que se trataba de una especiede grandes lagartos llamados “Tejú”.

Regresé por otro sendero y vi entonces unaserpiente que nadaba en el cauce del río, mejordicho, vi su cabeza asomada por sobre el agua.La Pampa es, por cierto, rica en víboras y lo másprudente es evitar los cardales allí existentes, yaque esa planta espinosa cobija la muy temida“Crotalus horridus”, que con frecuencia alcanzalos 8 pies de largo. El medroso pero pérfido pumale hace, a veces, digna compañía.

Estaba dando de beber a mi Doradillo cuandovi elevarse el polvo a lo largo del camino frecuen-tado por las ruedas de los carruajes y las carre-tas que transportaban lino. Algunos carruajes yuna partida de jinetes al galope se detuvo un ins-tante después en las cercanías del puente y nolejos de la taberna.

Es posible imaginar mi sorpresa cuandoadvertí que los recién llegados eranescandinavos: daneses, noruegos y un sueco.Se trataba de algunos de los agricultores yarrendatarios que vivían a una diez leguas de allí,que con sus esposas e hijos realizaban “unaexcursión dominguera” al pintoresco Chapaleufú.Acogido hospitalariamente pasé momentosagradables en su amigable compañía.

El alma entre los excursionista era el PastorL. L*, un danés verdaderamente afable, que ha-bía sido molinero. Era un hombre inteligente yme repitió varias veces: -“Aquí en tierras lejanasnosotros los escandinavos nos llevamos muchomejor que en casa”- También me informó de quealgunos finlandeses de Vasa estaban al serviciodel arrendatario O. P* y que podría alcanzar lachacra de éste antes del anochecer.

Permanecimos sentados allí en el verde cés-ped; comimos y bebimos exactamente como losvecinos de Helsingfors en las laderas deKajsaniemi. Sin embargo, debíamos mantener unojo fijo en los gauchos, quienes tal vez, no demuy mala gana, hubieran cambiado sus “reca-dos” por buenas sillas de montar.

Nos fuimos tornando cada vez más alegres.El Pastor L. L* no mezquinaba el buen vino es-pañol y las señoras nos obsequiaban con café yauténticas tortas fritas. Los nombres de Tegner,Runeberg y Andersen eran puestos una y otravez sobre el tapete y hasta fuimos y volvimossobre el puente en una hilera de once hombrestomados de sus fuertes brazos y cantando mar-chas a pleno pulmón, la de Björneborg y todaslas nórdicas posibles. A pesar de que cada unoguardaba en si una “chispa” del alcohol, sin em-bargo, sabe Dios por qué, al fin el espíritu sesintió algo acongojado y, en razón de que nues-tra animada chuscada parecía haber despertadola atención, nos separamos. El Pastor L. L* y suséquito iniciaron el regreso a sus casas y elsuscripto continuó su galope en la dirección con-traria, hacia el interior de Sudamérica, hacia losconfines de la Patagonia.

Más arriba he empleado algunas veces la pa-labra arrendatario. Arrendatario es un vocablodigno de atención en las nuevas tierras. Ello sedebe a que muchos emigrantes, en especial losescandinavos, cuyo número aquí apenas alcan-za a mil, frente a los cien mil de Norteamérica,no desean adquirir tierras o tienen dificultadespara ello. Esto ocurre puesto que para los mis-mos no se ha creado ninguna organización per-manente en la que apoyarse o con la que con-sultar en Buenos Aires, al modo de las que exis-ten allí para las demás naciones. Además, parala mayoría, la esperanza de poder regresar a casacon una fortuna se presenta como un espejismo.Aquí, los escandinavos que se han labrado unaposición social elevada son todavía la excepción.Si prescindimos de las colosales firmas C*:sen yT*:qvist (N.T.: Christophersen y Törnqvist) enBuenos Aires, así como los prósperos P. L* enTandil y O. P* en el interior de la Pampa, los ca-sos en que los escandinavos han retornado acasa serían muchísimo más numerosos, porejemplo V*:gel que, tras una vida aventurera conel viejo S. S*, vive ahora en Copenhague comomillonario, el noruego R. O*, que había sido pes-cador, y otros. A algunos de los académicos alservicio del país tampoco los hemos incluido aquí,del mismo modo que no citamos a la rica cohorteque el azar, el espíritu aventurero o la codicia haconducido aquí para que, frustrados en sus ilu-siones o burlados por la suerte, murieran o, en elmejor de los casos, debieran alistarse en algúnvelero en la Boca.

El señor L. L* me manifestó repetidas vecesdurante la tertulia: “Con todo, para nosotros losescandinavos habría un campo dorado allá aba-jo en la Patagonia, en el caso de que fuéramos

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muchos, nos radicáramos juntos y tuviéramos elnecesario equipamiento, así como el apoyo des-de nuestras patrias. Sin embargo, no estamosunidos y los prejuicios en nuestras patrias sondemasiado grandes. ¿Cuál es la situación en lavieja camarada Finlandia? exclamó finalmente L.L* -“Compadre”- pensé yo y callé prudentemen-te. Aquí las condiciones para los arrendatariosson además, en el presente, tan poco gravosasque parecerían sumamente redituables. O. P*, aquien visité más tarde, pagaba por el arrenda-miento el equivalente a 500 marcos finlandesesy cosechaba por más de cincuenta mil de la mis-ma moneda. No podría negarse que el gobiernoen los últimos tiempos ha sido algo débil y queha vendido enormes extensiones de tierra a gran-des especuladores inmobiliarios privados, un pro-cedimiento no totalmente legal. Sin embargo, aúnse tienen más tierras que especuladores.

Además entiendo que a esta altura debieraseñalar que, en estos momentos, es un brillantenegocio comprar tierras allá. Sólo un año mástarde es posible vender parte de ellas obtenien-do un buen rédito, sin pensar, además, qué ga-nancia podría hacerse revendiéndolas un dece-nio más tarde.

Había cabalgado dando un rodeo, ya que, cier-tamente, de otro modo podría haber alcanzadoAzul antes de la caída de la noche. Luego dehaber acampado tres noches en medio de la pla-nicie, acabé, en cambio, en lo del amigo O. P*,que había sido maquinista de un vapor sueco. Élno se encontraba en casa, pero su esposa, unamujer de origen vasco, de gran estatura, me re-cibió del modo más amigable. Luego de la cenaconfraternicé con los compatriotas de Vasa, dosjóvenes rubios de aspecto desenvuelto y de bue-nos modales. Estuvimos sentados y en una tran-quila conversación hasta mucho más allá de lamedianoche. Una media luna nos enviaba su me-lancólico resplandor y las luciérnagas danzabancomo los ojos brillantes de brujas y duendes.

Muchos podrán figurarse fácilmente de quehablamos: de un pueblo que “sufría frío, hambrey empero triunfaba” (N.T. conocida estrofa poéti-ca finlandesa), de la situación actual en nuestrapatria, de la lucha por la vida aquí en una tierraforánea, etc. En cierto momento uno de los jóve-nes de Vasa exclamó con ingenua franqueza:-”¡Podríamos pelear, por cierto, aunque nos

hayamos marchado para no cumplir con el servi-cio militar!”.--”¡Pobres muchachos!”, pensé yo.

Les respondí en broma: -”Sólo preocúpensepor poder acertar el camino de regreso a casa”-.

Pasada la medianoche O. P*, Esquire llegó acaballo a su casa. Fue un verdadero placer con-versar con este experimentadísimo hombre ho-nesto, que me proporcionó las más valiosas in-formaciones sobre este país.

Luego de duras pruebas la suerte le habíasonreído finalmente, ya que había ganado400.000 francos en la lotería nacional. El billetelo había adquirido a un marinero por cinco nacio-nales en una taberna de Buenos Aires. Tres se-manas después se sorteó su número y ahora seencontraba en mejor posición que muchos terra-tenientes nobles en Finlandia o en Suecia.

Pasamos la mañana siguiente estudiando lasmuchas diferentes máquinas que poseía para laexplotación de su chacra. Me he ocupado del la-boreo del agro allá en mi patria y también he es-tado en la zona de Chicago, pero hasta entoncesno había conocido tan gran número de prácticasmáquinas, en parte construidas por su propieta-rio, para todas las necesidades imaginables. Elloera consecuencia, quizás, de que había sido ma-quinista de profesión. Sin embargo, -factum est-, el hombre atendía con la sola ayuda de su es-posa y de los muchachos de Vasa un cultivo detrigo de unos trescientos acres. -”En el momentode máxima urgencia debo contratar, por cierto,personal auxiliar”- agregó O. P* sonriente.

Adiós, buen señor O. P* y sus prometedorescampos de trigo, muchas máquinas, pavos, fai-sanes y sentido práctico. ¡Ojalá te tuviéramos alláarriba en nuestro rincón, o mejor dicho ojalá tu-viéramos cien mil figuras así!.

Proseguí la cabalgata a través de la anchallanura, vadeando cursos de agua y lagunas hen-chidos tras la tormenta, cruzando carretas quemarchaban lentamente tiradas por bueyes y car-gadas de lino, y a veces innumerables hatos decaballos, vacunos, cerdos y ovejas. Comprobéque la comarca estaba más poblada ya que sepresentaban, en mayor cantidad que en otros lu-gares, las blancas estancias con sus viales deeucaliptus así como los ranchos de adobe de losgauchos.

Era acosado por los “kuvitt-vidah” (N.T. Serefiere onomatopéyicamente a los teros) bastanteatrevidos, una suerte de ave fría semejante a laespecie africana Sorcophorus, algo menores quela corneja, pero mucho más descaradas. Dondequiera caiga una bestia se posan grandes avescarroñeras, caranchos o carracará.

Nos aproximábamos cada vez más alTimbuktu de las pampas: Azul. El día habíaestado nublado, pero un fuerte viento que

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comenzó a soplar despejó las nubes y algodespués, en la tarde, pude descubrir, finalmente,en la lejanía, el brillo de manchas blancas sobreel fondo verde. Eran las primeras casas de Azuly los montes que las rodeaban. Azul se hallacomparativamente alto sobre la ribera de un ríoque corre hacia el norte y desemboca en unalaguna, ubicada no lejos del río Salado.

Hice que chasqueara el rebenque y Doradilloaumentó su velocidad en proporción a ello. Elagua de los charcos salpicaba y, aquí y allá, el“cimarrón” debía dar un atrevido salto para sal-var los zanjones formados por la lluvia. ¡No debeser ningún placer viajar con la diligencia semanalentre Tandil y Azul!.

Grandes garzas en una pata y flamencos endos, de plumajes coloridos, miraban sorprendi-dos agitando sus alas a nuestra espalda. Algu-nos gauchos ceñudos, sentados con sus muje-res frente a sus rústicas cabañas, por cierto noagitaban sus alas, pero en cambio cerraban suspuños. El sentido de su actitud era: el extranjero-el agricultor- es “saludado” por el nativo -elnómade- ya que, por cierto, no podían alcanzar aentender a un “pensador” viajando en soledad.

En algún lugar volveré sobre los gauchos peroaquí sólo deseo mencionar que, en los últimostiempos, han adoptado una posición bastantehostil hacia los extranjeros, especialmente hacialos colonos establecidos. Ello tampoco debe sor-prendernos, puesto que aquéllos, con más denómade y de indio en sí, sienten que, paralela-mente a la introducción de las máquinascosechadoras y de los alambrados, se aproximasu desaparición. Es más fácil poner a trabajar aun indio de pura sangre que a un gaucho.

Si alguien tiene curiosidad por conocer conmayor precisión la mujer del gaucho, puedo em-plear como referencia certera a las pobres muje-res de los labriegos en el límite entre Carelia yRusia -con la diferencia, sin embargo, de queéstas pueden leer un libro y se lavan frecuente-mente- dos ventajas que las mujeres del gauchono poseen. Permanecen siempre en sus casas,si no han reemplazado al marido, padre o herma-no en su tarea de cuidar el rebaño, en tanto elloscabalgan hasta la taberna. Por lo demás son fie-les esposas, orgullosas y valientes, cabalgan conelegancia y poseen, en general, todas las virtu-des femeninas propias de los pueblos nómades.

Doradillo jadeaba fuertemente pero se veíaalentado, por cierto, por el hecho de que ya noestábamos más en completa soledad, puesto quelecheros y vendedores de hortalizas cabalgabana la par nuestra. No teníamos más el campo abier-

to a nuestra disposición ya que el camino corríaentre cercos vivos, tras los que ondeaban al vientocultivos de maíz, trigo y avena.

Penetramos en la ciudad con los últimos ra-yos de sol, luego de haber poco menos que na-dado vadeando el río desbordado. Las calles deAzul no están pavimentadas y por ello son muyfangosas, pero en los faroles brilla la llama delgas y oigo el silbido y el ruido del tren de cargasque marcha hacía Bahía Blanca.

El uno sudoroso y el otro tieso en sus extre-midades caímos en el “Almacén de la Unión”.

Azul es una comunidad en ascenso. Allí seencuentra todo lo posible. El Hotel de la Paz, porejemplo, cuyo propietario es un francés que pe-leó en Sebastopol y que, por ello, ya ha podidosaber que existe Finlandia a través de un oficialprisionero, “finés al servicio de Rusia”, como selos llama. El Hotel de la Paz era de primera cate-goría y de igual modo la hija del propietario, unahermosa y adorable muchacha.

Monsieur St* de L* me aconsejo que visitaraa la anciana pareja de quienes habían sido losmarqueses P. K* y Espasa, que desempeñabanlos cargos de rector y rectora del “Colegio de Se-ñoritas” de la ciudad. No podría haberme dadoun consejo mejor. Los ancianos señores y su en-cantadora hija de diecisiete años fueron los másamables y finas personas que yo hubiera vistoen mucho tiempo. Que la verdadera fineza acom-paña necesariamente a la exquisita amabilidades más que seguro. “Noblesse oblige” no sólopara contribuir a la honra y el bienestar de la pa-tria, para estar dispuesto a morir por ella, entreotras cosas, sino que la condición de noble obli-ga también a recibir a los conciudadanos y a losextranjeros con refinada amabilidad, como corres-ponde al corazón de una persona buena y fina.Es posible percibir y apreciar tal rasgo de la no-bleza aún sin la presencia de un estrecho paren-tesco con el dinero y la ostentación superficial.El señor P. K* había nacido como marqués fran-cés y comprendía su deber de honrar a su linaje.

Esa tibia noche de verano -de Diciembre- eradelicioso poder sentarse, luego de una buenacena, en el espléndido jardín o patio del colegio,ubicado bajo una claraboya, con esta venerablepareja. En Argentina, tanto en Azul, Buenos Ai-res como en Tucumán, es frecuente ver esospatios provistos de claraboyas, medida de pre-caución tal vez ineludible en los patios de juegode las escuelas, puesto que el pampero creanubes de tormenta con chaparrones con la mis-ma rapidez con que ellas luego desaparecen. Lasclaraboyas están provistas de cortinas al modo

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de los estudios de fotografía. Por otra parte, elloparecería haber inducido a uno de los singulareshijos de Albión, que visitara el país, la ocurrenciade anotar en su diario: “La principal ocupación delos habitantes es la fotografía”. Es posible desli-zar la claraboya mediante un ingenioso mecanis-mo, de modo que la lluvia pueda regar los árbo-les, flores y césped.

En medio del patio principal de la escuela sepercibía el murmullo de una fuente en la que na-daban peces de color. La joven dama tocaba es-tupendamente el piano, la anciana marquesa re-lataba las vicisitudes de la familia, el marqués yrector describía las circunstancias sudamerica-nas y otras cuestiones referentes a todo el mun-do. Yo, usualmente una persona animada y con-versadora, permanecía sentado y callaba, escu-chando e imaginándome que era otro individuoque el que soy y que me hallaba en un lugar to-talmente diferente del globo terráqueo de aquélen que permanecía.

Durante la velada las flores perfumaban el am-biente y una lámpara rosada arrojaba un resplan-dor misterioso sobre las grandes hojas de losgomeros y las palmeras. Pero todo tiene cierta-mente su fin y me despedí de los ancianos y desu encantadora hija, pensando en volver a verlosla próxima vez en algún lugar, en otros mundos.

Al día siguiente Doradillo fue vendido en re-mate con su “certificado” y sus riendas. Las de-más cosas las llevé conmigo a Bahía Blanca.

Cuatro o cinco gauchos se presentaron comointeresados, pero consideraron que “el documentocon el certificado de legitimidad era falso”, lo que,en realidad, en modo alguno era así. Finalmenteel caballo fue adquirido por una vieja mestiza en27 marcos finlandeses. Si ella no hubiera pagadouna suma tan grande, yo hubiera temido que elanimal, unos instantes después, hubiera sido con-vertido en un sabroso asado. En algunos lugares

los caballos son efectivamente más caros, enotros se obtienen por una bagatela, uno a dosnacionales, lo que equivale de cinco a diez mar-cos finlandeses.

El sol nos bañaba nuevamente en formaabrazadora y sentí pesada mi cabeza, lo que hizoque decidiera echarme a dormir una siesta. Ape-nas había dormitado algunos minutos cuando melevanté de un salto, completamente aturdido. Elproblema se aclaró rápidamente. El hotel estabaunido con el teatro de Azul y una parte de lashabitaciones se hallaban -con ingenio america-no- bajo la primer fila de palcos. Unos días atráshabía arribado aquí desde la capital un empresa-rio con orquesta y elencos de ópera y ballet. Mialmohada se encontraba totalmente próxima altrombón y al bombo y el ensayo general comen-zó, desafortunadamente, con una marcha espan-tosamente estruendosa. Puesto que las paredes,como ya hemos mencionado en una oportunidad,no son especialmente gruesas en esta tierra, sepodrá entender lo ocurrido.

El sueño se había perdido en razón de las pe-nurias musicales arriba señaladas, pero un dolornervioso apareció, en cambio, sobre mis párpa-dos. Decidí emplear mi tiempo en reunir informa-ción acerca del baile que prontamente se organi-zaría en casa de uno de los notables de la ciu-dad, como consecuencia de la presencia de laorquesta. Según la descripción que me hiciera unjoven caballero de Azul -el señor Gorille- que al-morzaba en el hotel, los bailes en Azul, cuandose tiene música a disposición, en modo algunoson inferiores a los de otros lugares en los quelas gentes tienen buenos modales y entiendende “high life”. No se si aquí se bailaba la mazurca,pero tal vez se ofrecía una verdadera“katjutscha”...

BIBLIOGRAFÍA

- Don Anónimo (seudónimo de Georg von Alfthan) (1887): Enutflykt till antipoder. Strödda reseminnen. Helsingfors, G. W.Edlunds Förlag.

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- Holger Schildts Förlag (1982): Upplagsverket Finland, vol. I,Helsingfors.