III - 2014 - La Santidad en El Ejercicio Ministerial
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8/16/2019 III - 2014 - La Santidad en El Ejercicio Ministerial
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Pasión de amor. San Juan de Ávila,
la santidad en el ejercicio del
ministerio sacerdotal
Retiros espirituales para sacerdotes 2014 - 2015
Jorge Juan Pérez Gallego
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«¿Quién fue prójimo de este enfermo? ¿La ley vieja, los profetas o el samaritano?
—Por cierto, Señor, muy clara está la respuesta:
que vos, Samaritano bendito, sois nuestro prójimo
y el que os doléis de nuestros males, que curáis nuestras llagas;
y si por vos no hubiese sido, ya nuestras ánimas estarían ardiendo en los infiernos.
Tú, Señor, eres nuestro prójimo».
Sermón 22,21
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INDICE
Introducción 4
1.
Espiritualidad sacerdotal. 5
2. Santidad sacerdotal. 15
3.
Renovación eclesial. 25
4. Ministro de la Palabra. 33
5. Ministro de los Sacramento. 42
6. Caridad pastoral. 52
7.
Dirección espiritual. 62
8. Vida apostólica. 71
9. Peligros y tribulaciones en la vida espiritual 82
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INTRODUCCIÓN
La Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal nos propone un año más unesquema de retiros con San Juan de Ávila. En esta nueva serie de meditaciones, que
completan la programación trienal propuesta por la Comisión, nos centraremos en el
misterio de Jesucristo y en el ministerio sacerdotal ordenado, guiados por la pasión de
amor con que vivió y predicó San Juan de Ávila.
Los temas propuestos para el año pastoral 2014-2015, parten inicialmente de la
consideración más general de la espiritualidad sacerdotal y de la llamada a la santidad,como puntos de apoyo sobre los que descansa y se construye una auténtica renovación
eclesial. En las siguientes meditaciones analizaremos los ministerios vertebradores de
nuestra identidad sacerdotal.
Las presentes páginas no pretenden exponer magisterialmente los temas a tratar, sino
más bien dejar que San Juan de Ávila hable a nuestro corazón de pastores. Conducidos
por él podremos situarnos nuevamente delante del Señor en un diálogo sincero de fe; y
así, abiertos a la gracia de la conversión, dejarnos sorprender por su amistad
misericordiosa y fiel, que nos reconcilia, fortalece y envía nuevamente a anunciar el
Evangelio con alegría y esperanza.
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1. ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
La espiritualidad sacerdotal, enseña santo Tomás de Aquino, tiene su fuente en
Jesucristo, “fons totius sacerdotii”1. Cristo Sacerdote mira al Padre (Dios amor que
quiere salvar a los hombres), se mira a sí mismo (con los dones recibidos: unión
hipostática), mira a los hombres necesitados de salvación y del amor de Dios.
Él encaminó toda su vida hacia Jerusalén, con la única finalidad de subir al Calvario y
consumar su entrega al Padre, para convertirse, crucificado, en Sacerdote, Víctima,Pastor y Maestro del pueblo desde el altar y púlpito de la Cruz2. En ella nos abrazó y
amó a los hombres hasta dar la vida por nosotros, con la mayor prueba de amor que se
puede ofrecer. Con su entrega, Jesucristo estableció la nueva y eterna alianza,3 dando
origen a un sacerdocio Evangélico4 y estableciendo la misericordia como el corazón de
la nueva Ley.
En su Constitución Sacrosanctum Concilium, el magisterio conciliar del Vaticano II nos
presenta un espléndido resumen de la obra sacerdotal de Cristo, fuente inagotable y
clave de interpretación de nuestra espiritualidad y misión:
Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad” (1Tim 2,4), “habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de
1 SANCTI THOMA AQUINATIS, Summa Theologiae, III, q.22, a.4, en Opera omnia, T.XI, Romae1903, 260.2
Cf. Sermón 26,25; Carta 12; Advertencias al Concilio de Toledo, 4.3 Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 30-31; Sermón 33,7.9.4 Cf. Sermón 73; Tratado del Amor de Dios, 15; Tratado sobre el sacerdocio 6; 14.
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diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas” (Heb 1,1),
cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,
ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos
de corazón, como “médico corporal y espiritual”, mediador entre Dios y los
hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento
de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra
reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención
humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que
Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por
el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos
y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y
con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en
la cruz nació “el sacramento admirable de la Iglesia entera” (n.5).
El amor de Jesucristo, que vino al herido haciendo camino, unifica su misión salvadora
desde la encarnación hasta su glorificación, a través de su pasión.
Las dimensiones específicas de nuestra espiritualidad a las que vamos a dedicar los
retiros de este año son aquellas que configuran nuestra identidad desde el misterio de
Cristo Sacerdote, misericordioso, compasivo y fiel: caridad pastoral, santidad
sacerdotal, eclesialidad y ministerio, vida espiritual y apostólica, dirección espiritual. Se
trata de una espiritualidad sinfónica que armoniza dichas dimensiones desde la clave del
seguimiento de Jesucristo, ofreciendo al mundo un testimonio y servicio sacerdotal
irradiando su caridad y misericordia.
Con tres ideas resumía Pablo VI el ejemplo legado por San Juan de Ávila a la
espiritualidad sacerdotal: santidad, celo apostólico y fidelidad en el ejercicio delsacerdocio ministerial. Si buscamos una espiritualidad sacerdotal sana e integral no hay
mejor modelo que los santos pastores, que intentaron asemejarse en todo a Jesucristo.
Las huellas de los santos, y en este caso la de San Juan de Ávila, nos indican el camino
de Jesucristo y pueden avivar en nosotros el entusiasmo sacerdotal y la vivencia
agradecida de la vocación sacerdotal. La espiritualidad teologal del santo maestro y
doctor, fraguada por la sagrada Escritura y la oración, nos perfila un ministerio pastoral
propio de “hombres de Dios” par a los hombres.
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La llamada de Dios es una obra de su misericordia5 y, como toda vocación es, en
primer lugar, una llamada a convertir nuestro corazón y nuestra vida a Él. No podemos
plantearnos la vida espiritual sin esta necesidad continua de volver al Señor, para
experimentar y testimoniar su misericordia. Y en esto los sacerdotes debemos ser los
primeros. ¡Qué necesitados están nuestros presbiterios y comunidades de testigos de la
misericordia de Dios! Somos los ojos de la Iglesia no para juzgar sino para llorar
misericordiosamente los males del cuerpo, porque ser sacerdote es sentir sobre los
propios hombros el pecado personal y los del pueblo. Por eso necesitamos la humildad
de rechazar, primeramente en nosotros, todo cuanto nos separa de Dios y del prójimo.
Sin esta humildad y sin este espíritu de fe, difícilmente podemos avanzar en la vidaespiritual.
La misma humildad que nos permite reconocer nuestras limitaciones y pecados, no
mirando tanto a nuestras fuerzas sino al que nos ha salvado, nos dispone a recibir la
esperanza como don de Dios, que nos levanta a la confianza en Él y a la alegría
espiritual 6. Si no nos esforzamos en la humildad y mansedumbre de Jesucristo,
difícilmente transmitiremos su misericordia a los hombres, por ser tan poco espirituales
que ni sentimos ni lloramos sus defectos y pecados7; porque un sacerdote con vida
espiritual es aquél que vive del amor de Dios.
Este dolor y penitencia ha de nacer de amor, de estar uno abrasado en Dios; como
el águila, que se cuenta de ella que, cuando está vieja y se quiere remozar, que va
volando hasta estar muy cerca del sol, y pónese en derecho de una laguna y déjase
caer: con el fuego que trae y frialdad que cobra, cáense las plumas viejas y torna a
renovarse. Así hace el que se arrepiente de los pecados: sube en el entendimiento,que son las alas de la voluntad; va subiendo y mirando quién es Dios y lo que ha
hecho por Él; y con este amor encendido, cae en el agua de los pecados y llóralos
y gímelos; y así sale en gracia y amistad de Dios ( Plática 11,2).
5
Cf. Sermón 76,21; 77,1.6 Cf. Carta 222; 69; Tratado del Amor de Dios, 13.7 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 18; Plática 3,22.
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Todos necesitamos “reconciliarnos” con la persona y el estilo de Jesucristo y renovar
nuestro sacerdocio a la luz del Evangelio. El Cardenal Claudio Hummes, siendo
Prefecto de la Congregación para el Clero, al conmemorarse el cuadragésimo
aniversario de la «Sacerdotalis Caelibatus» afirmó que:
Sólo se puede ser testigos de Dios si se hace una profunda experiencia de Cristo.
De la relación con el Señor depende toda la existencia sacerdotal, la calidad de su
experiencia de martyria, de su testimonio. Sólo es testigo de lo Absoluto quien de
verdad tiene a Jesús por amigo y Señor, quien goza de su comunión. Cristo no es
solamente objeto de reflexión, tesis teológica o recuerdo histórico; es el Señor
presente; está vivo porque resucitó y nosotros sólo estamos vivos en la medida en
que participamos cada vez más profundamente de su vida. En esta fe explícita sefunda toda la existencia sacerdotal»8.
El Corazón de Jesucristo permanece siempre abierto para comunicarnos el agua viva de
su amor (cf. Jn 4,13-14), sin el cual nos convertimos en sacerdotes “grasientos”, sin
unción, como dice el Papa. En la ordenación hemos recibido un “don” que no podemos
descuidar, sino reavivarlo continuamente siendo agradecidos y generosos con el Señor y
con la comunidad (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6). No podemos comprender nuestra vida y
ministerio al margen del amor de Dios manifestado en Jesucristo, y derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom 5,5; Gal 4,6). En
esto consiste toda vida espiritual, en participar de la respiración de amor mutuo del
Padre y del Hijo, creciendo como hijos en gracia y amor 9, irradiando su gloria en este
mundo (cf. 2Cor 3,18). Gracias al Espíritu nuestro corazón invoca a Dios como Padre y,
reconoce y confiesa a Jesús como el Señor (cf. Rom 8,15).
La vida espiritual nos ayuda también a los sacerdotes a recuperar el sentido de Dios y elsentido del hombre. El Papa Pío XII afirmó que el pecado de nuestro siglo es la pérdida
del sentido del pecado y esta pérdida está acompañada por la pérdida del sentido de
Dios10. Esta realidad que constatamos, también puede afectar a nuestra vida. La vida
espiritual es como un retorno al paraíso, a la obediencia a Dios y a la caridad. Hay un
8 Artículo publicado en la edición italiana de «L’Osservatore Romano» (17.03.2007). 9
Cf. Sermón 32,5.11; 33,2.10 PÍO XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos de Américaen Boston (26 de octubre de 1946).
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camino de santidad que recorrer, una identificación con Jesucristo a adquirir en la
apertura cotidiana a la gracia y en el ejercicio del ministerio.
Sin esta apertura al Espíritu, nuestra vida cristiana languidece y nuestro sacerdocio se
vuelve estéril. En cambio, si queremos crecer y dar fruto hemos de ser dóciles al
Espíritu y perseverar unidos a Jesucristo: “lo mismo que el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis
en mí” (Jn 15,4). Pensemos en un ejemplo que nos ofrece San Juan de Ávila: si una
madre le da papa a su niño un día, y otros cuatro lo hace ayunar, por mucha cantidad de
alimento que hubiese injerido aquel día, difícilmente llegará a ser un hombre fuerte y
sano. De la misma manera, nosotros no podemos madurar si no asumimos este
dinamismo de crecimiento continuo y progresivo. Ávila entiende la perseverancia comofidelidad a la propia vocación, a vivir y hacer cada uno lo que le es propio conforme a
su condición y estado11. Nuestra amistad profunda con el Señor nos permite reconocer y
agradecer sus dones; de lo contrario, caeremos en el enfriamiento o debilitamiento
espiritual, que procede en gran medida de la falta de agradecimiento. La ingratitud –
decía san Bernardo- es como el viento abrasador que seca el manantial de la piedad, el
rocío de la misericordia y el arroyo de la gracia12.
Los medios para cuidar nuestra vida espiritual ya los conocemos. Además del ejercicio
del ministerio, podemos aprovecharnos de los que el Maestro Ávila nos presenta en sus
Reglas del espíritu, muy válidas para nuestra espiritualidad sacerdotal: hacer memoria
afectiva de Dios y unión de voluntades; cada mañana y cada noche detenerse en
oración. Frecuente confesión y comunión; dolor de los pecados y misericordia para con
el prójimo, desde la humildad y la confianza; cuidar las compañías, huyendo de las
murmuraciones y de las amistades que favorecen las malas costumbres; caridad
concreta y operativa con el prójimo, sin detenernos engreídamente en nuestras buenas
obras, confesando más bien la mediación de Jesucristo.
Cuidar estas realidades nos ayudarán a vivir con el espíritu de Jesucristo, sin el cual no
hay vida cristiana ni sacerdotal, con la severidad que nos advierte el apóstol: “ si alguno
11
Cf. Carta 148; Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16; Avisos para aprovechar en laoración, 3; Reglas del espíritu, 6; Sermón 24,29.12 SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar , 51,6.
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no tiene el espíritu de Cristo, éste no es de Cristo” (Rom 8,9)13. La imitación de Cristo
es una transformación interior, obra de la gracia que “nos va transformando en esa
misma imagen cada vez más gloriosa” (2Cor 3,18). Nuestra honra es seguirle, no sólo
en lo interior sino también en lo exterior con nuestro servicio, pues no nos ha llamado
para ser filósofos ni poderosos, ni tenemos tanto que ver con los hábiles como con los
buenos14.
Antes, y a la vez que pastores, somos ovejas del único rebaño de Jesucristo; es decir,
somos discípulos. El resucitado camina delante de nosotros (cf. Jn 10,4) y sostiene a la
Iglesia con su Espíritu. Una espiritualidad sacerdotal del seguimiento propicia un
encuentro real entre nuestra fe y nuestra vida, traducido en una acogida solidaria y en un
acompañamiento fraterno del hermano desde la misericordia pastoral. Nuestro humildeministerio debería ser el punto de encuentro del corazón de Jesucristo con los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, sedientos de amor y de verdad.
La salvación no es un tesoro que transportamos para los demás, sino una gracia que
trasmitimos mejor en la medida en que el Espíritu mora en nosotros15, ya que – como
decía San Ireneo- seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la
luz es lo mismo que quedar iluminado16. A esta unidad de gracia, que realiza
continuamente el Espíritu Santo en el alma humana, San Juan de Ávila la llama
espirituación17. Sin ella, los sacerdotes corremos el gran riesgo de hacer muchas cosas
santas sin alma, de decir muchas palabras buenas sin espíritu, de comunicar un mensaje
sin transmitir alegría, de acercarnos a muchas personas sin el fuego de la caridad de
Jesucristo.
Necesitamos formarnos y conformarnos espiritualmente en la caridad de Jesucristo
aprendiendo de Él a amar como pastores, incansable y comprometidamente,anteponiendo el Reino a nuestra vida privada e intereses personales. Se trata de unirnos
a la vida de Jesús en su amor y ofrenda, como sacerdotes y víctimas a la medida de
Cristo:
13 Carta 12.14 Memorial Primero al Concilio de Trento, 18.15
Sermón 30,32.16 SAN IRENEO, Adversus haereses, IV, 14, 1.17 Sermón 30,18.
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¿Qué cosa más vergonzosa que tener nombre de pobres y ser propietarios de
nuestro corazón, tener nombre de obedientes y estar enteros en nuestra voluntad,
tener nombre y hábito de humildes y estar hierta la cerviz? …… Ésta es la primera
letra del a b c, que quien quisiere seguir a Cristo, se niegue a sí mesmo; y ahí
habéis de poner la medicina, y en esto habéis de trabajar, en que se rinda vuestro
corazón a Dios ( Plática 16,18).
Jesucristo quiere que le amemos y sirvamos, pero no forzados, sino voluntariamente, y
por eso dice: “el que quisiere”; para que nuestro servicio proceda del amor, de un
corazón libre y apasionado por Él y por su misión18. San Juan Pablo II, en la encíclica
Redemptor hominis, aludía a la disponibilidad para el servicio como aquella “madurez
espiritual” propia de quien desea servir como Cristo19. Debemos sentirnos dichosos yfelices por haber sido llamados a desempeñar en la Iglesia y en el mundo un oficio de
humildad y servicio como es el sacerdocio, a través del munus pastorale20. Este don, al
igual que toda la realidad de la Iglesia, tiene su esencia íntima, la principal fuente de su
eficacia santificadora, en la mística unión con Cristo, como diría Pablo VI 21.
El corazón de Jesucristo estaba siempre pronto, tanto para el servicio a los hermanos
como para el trato íntimo con Dios. Si de verdad queremos servir con su corazón
necesitamos de este encuentro amigable, de su compañía, de estar con Él junto al
sagrario: ¿Quién, Señor, se esconderá del calor de tu corazón (cf. Sal 18,7), que
calienta al nuestro con su presencia, y, como de horno muy grande, saltan centellas a
lo que está cerca?, se pregunta San Juan de Ávila escribiendo a un sacerdote22.
Nuestro aliento será, como hemos dicho, el espíritu de Jesucristo recibido en el ejercicio
del ministerio; a través de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la
Penitencia; y en esos momentos indispensables de encuentro con Dios en la oración. Nadie nos puede sustituir en esta empresa, y nada nos debiera apartar de este fuego, ni
siquiera las muchas urgencias y actividades que programamos, y que en ocasiones
priorizamos idolátricamente. Como diría Santa Teresa de Jesús, sólo la obediencia y la
18 Cf. Plática 16,6.19 Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, n n. 21.20 Sermón 35,5.21 Cf. PAULUS PP. VI, « Allocutio tertia SS. Concilii periodo exacta» (Sessio V, 21.XI.1964), en
SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Consitutiones. Decreta. Declarationes, Vaticano 1966, 984.22 Carta 6.
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caridad nos pueden urgir a dejar momentáneamente la oración, pues, según el
testimonio de los santos, es dejar a Dios por Dios. Ahora bien, no es de creer – entiende
Ávila- que quien es tan amigo de verdad en todas sus obras y sus sacrificios, no quiera
serlo en el trato familiar del sacramento de la Eucaristía23. El mismo Ávila resuelve el
conflicto secular entre la acción y la contemplación sirviéndose de una sencilla
comparación con el alimento, el sueño o la hacienda:
Porque, así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo
de sueño terná flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a
quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima que el sueño
al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no
ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre yespíritu, con que se recobre lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se
disminuye del hervor de la caridad e interior devoción ( Audi filia (II) 70,8).
El tiempo que dedicamos a la oración es una respuesta a la amistad interior y al amor
entrañable que Jesucristo nos ofrece:
Si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración y que sea con
instancia, y compasión, llorando con los que lloran, ¿con cuánta más razón debe
de hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna por los pobres, salud
para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para culpados, vida para
muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en
fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien
que el Señor en la cruz les ganó? (Tratado sobre el sacerdocio, 11).
Por eso, nuestra oración no es sólo alimento espiritual, sino también un servicio deintercesión en favor de los hombres, con afecto de padre y madre para con nuestros
hijos, pues nos llamamos padres de nuestros parroquianos24. Ellos depositan en
nosotros una gran confianza, un común sentimiento de que les encomendamos y de que
Dios escucha nuestras plegarias25. Una oración habitual de intercesión por el pueblo
requiere ejercicio, costumbre y santidad de vida; pero es ante todo un don infundido y
23
Tratado sobre el sacerdocio, 12.24 Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 36.25 Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 9.
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obra del Espíritu Santo, pues la oración es fría cuando no la mueve inspiración del
Espíritu Santo, cuando no viene primero el soplo santo26.
Si no sabes orar, entra en la mar , nos recomienda Ávila en el Audi filia. Es decir, si no
sabemos o nos cuesta orar, el mejor modo de aprender o de vencernos es dedicándole
tiempo, permaneciendo junto al Señor. Esta relación con Él se reflejará indudablemente
en el trato con los demás, porque la caridad pastoral es mucho más que la generosidad
fraterna y tiene su fuente en el amor de Jesucristo Cabeza y Pastor que se desposó con
la Iglesia, y con mucha alegría de su corazón, por ver cerca el remedio de los
hombres27. Este deseo de entregarnos y esta caridad se nutre de la oración, que garantiza
la alegría de un ministerio gozoso, aun en medio de pruebas y dificultades, pues la
alegría da fuerzas, da perseverancia, y hace entristecer a nuestros enemigos, y alegraal espíritu de Dios que en los suyos mora, porque Él es alegre28.
La vida de oración se manifiesta en la alegría del sacerdote, que los fieles perciben con
un olfato especial. La verdadera alegría es un termómetro de la unión con Dios,
reflejando la madurez cristiana especialmente en las circunstancias más adversas. Ávila
nos lo relata en Audi filia a través del testimonio de los santos, para que tomemos
ejemplo y perseveremos alegres en el servicio:
Como de Judas Macabeo se lee, que peleaba con alegría, y así vencía (1Mac
3,21). Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía
decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a
nuestro enemigo». Que cierto es que el deleite, que se toma en la obra,
acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta: Gozaos
siempre en el Señor (Flp 4,4). Y de San Francisco se lee que reprehendía a los
frailes, que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirveestar de esa manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has
hecho, confiésate, y torna a tu alegría. Y de Santo Domingo se lee parecer en su
faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele
nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual
26
Cf. Plática 2,10; Sermón 63,1727 Cf. Sermón 36,97.28 Carta 39.
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pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría ( Audi
filia (II) 23,3).
San Juan de Ávila sitúa siempre a Jesucristo, el Hijo, en el centro de las esperanzas de
los hombres, invitándoles a confiar en el Padre 29. Nuestra vivencia alegre, celebración
en la fe y testimonio audaz del misterio de Jesucristo – misterio de amor y misericordia-
será el mejor recurso espiritual y pastoral para el bien de los hombres y mujeres de
nuestro tiempo, y para nuestro crecimiento personal.
La Virgen María es madre de fe y maestra en este camino espiritual, por eso hemos de
confiar en que Ella nos ayudará. No nos cansemos de caminar y de trabajar el corazón
porque, como recomienda Ávila a un dirigido suyo, quien no gana más en el camino de Dios, pierde lo que tiene; y para conservar lo ganado es menester trabajar . Pensad que
cada día comenzáis30.
El mejor modo de recomenzar es abandonarnos siempre nuevamente en Dios. Atrás
quedan los años, más o menos cercanos, de nuestra formación inicial, pero ¿por qué han
de permanecer enterradas la ilusión, la piedad y el fervor? Volvamos al amor primero, a
la confianza en Aquél que nos ha llamado por su misericordia; y aunque desconfiemos
de la sinceridad de nuestro empeño seamos valientes y hagamos nuestra la oración de
San Ignacio: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y
toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que
ésta me basta31.
En este retiro pongámonos con humildad y confianza delante de Jesucristo y
contemplemos desde la fe cómo abrió sus entrañas y corazón. Por aquel agujero delcostado podremos ver su corazón y el amor que tiene. Abrámosle el nuestro, que no esté
cerrado. Parémonos a pensar: Señor, tu corazón abierto y alanceado por mí, ¿y no te
amaré yo a ti? Me abriste tu corazón, ¿y no te abriré yo el mío?32.
29 Cf. Tratado del Amor de Dios, 13; Sermón 2,12; 48,15; Lecciones sobre la primera canónicade san Juan (1), 22; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 17.30
Carta 211.31 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, 234.32 Sermón 5[2], 20.
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2.
SANTIDAD SACERDOTAL
La santidad es apertura al don del Padre y docilidad al Espíritu, que dirige nuestras
vidas hacia la plenitud en el seguimiento de Jesucristo, a través del camino de los
mandamientos y de la caridad 33. Consiste en dejar que Jesucristo nos una al Padre a
través de nuestra participación en su misterio pascual, como nos enseña el Concilio
Vaticano II34.
El bautismo nos ha regalado esta semilla de santidad, llamada a crecer, desarrollarse y
germinar en una vida nueva (cf. Rom 6,3-4) porque “hemos sido bendecidos en la
persona de Cristo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor” (Ef
1,3-4). Como diría San Juan de Ávila, la perfección consiste en amar. Lo que más le
agrada a Dios es el amor, y nuestra bienaventuranza está en juntarnos con Dios por
amor
35
, en aquel amor , que nos hace salir de nosotros mismos y nos une al queamamos36. Es la kénosis asumida por el Hijo para unirnos a Él en su amor redentor.
Jesucristo en cuanto hombre es Cabeza de la humanidad, y conforme a este principado
recibió de Dios gracia infinita, para que de Él, como de una fuente de gracia y un mar de
santidad, la recibamos todos los hombres (cf. Jn 1,16; 1Cor 1,30). Él ha santificado a la
humanidad entera y nos va santificando a cada uno de nosotros . Él nos santifica37.
El sacramento del orden nos ha enriquecido con la gracia santificante y con el sello delEspíritu, configurando nuestra vocación a la santidad. San Juan de Ávila defiende una
espiritualidad y santidad dinámica en el sacerdocio, que va profundizando en la
intimidad con Dios y en la experiencia de su amor, a través de la caridad pastoral. En
una audiencia a la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa emérito
33 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7.34 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 41.35
Sermón 51,39.36 Cf. Sermón 50,2-4.37 Cf. Sermón 36,7; Tratado del Amor de Dios, 4.
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Benedicto XVI resumía el ejemplo de los santos resaltando tres dimensiones
fundamentales de sus vidas: una búsqueda continua de la perfección evangélica, el
rechazo de la mediocridad y la tensión hacia la pertenencia total a Cristo38. A lo largo de
la historia, la Iglesia ha reconocido esta santidad en numerosísimos pastores -obispos y
presbíteros- que nos recuerdan que la santidad es posible y es para nosotros.
Nuestra santidad cotidiana, en el mundo y entre los hombres, constituye nuestra primera
forma de evangelización39. Por eso no podemos invertir los términos y procurar una
“santidad o un ministerio de escaparate”, tocando la trompeta por delante de nosotros
mismos (cf. Mt 6,2), justificándonos – señala Bianchi- con la necesidad de dar
testimonio40. Estas actitudes, propias de quienes teniendo nombre de vivos, están
muertos (Ap 3,1-2)41, darían lugar a una evangelización sin alma, de medios vanos y fingimientos de hipocresía, al servicio tan solo de la propia imagen. La vivencia del
amor de Jesucristo encierra en sí misma la fuerza de un testimonio creíble, de un camino
real de santidad. Sería una gran perversión convertir nuestra santidad en bandera del
ministerio.
Anhelemos, más bien, aquella santidad “mariana” de la verdad de la buena vida; que
es como la lumbre que sale del sol , no para buscar la alabanza de los hombres sino para
que nuestras obras estén llenas de amor a los ojos de Dios y de los hombres42, y así den
gloria a Dios, nuestro Padre.
El verdadero profeta no busca su propia gloria, sino que Dios sea glorificado en él y por
sus obras, hasta el punto de que Jesucristo hable y obre en él (cf. 2Cor 13,3; Gal 4,13-
14)43. Por eso se requiere una cierta proporción del que trata con la cosa tratada; y
Dios que es Santo (Lev 11,44; 1Pe 1,16) y es Amor (1Jn 4,8)44, reclama en la Escritura,
en los sacramentos y en su Iglesia, ser tratado de brazos y corazones limpios, conbondad de vida, y piedad cristiana45. Dios nos guarde de convertirnos en aquellos
38 BENEDICTO XVI, «A la Congregación para las causas de los santos en el 40º aniversario de suinstitución» (19.12.2009).39 Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, nn.42-43.40 BIANCHI, E., Jesús y las bienaventuranzas, Santander 2012, 77.41 Cf. Carta 34.42 Sermón 75,37.43
Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.16.44 Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 6; Sermón 36,2; Tratado sobre el sacerdocio, 5.45 Cf. Audi Filia (II) 48,4; Plática 2,5; Carta 211.
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“falsos Cristos”46 -que llamaba Ávila- que con obras o palabras invitan a no creer, aun
teniendo apariencia de santidad.
Lo que hemos expuesto hasta el momento es aplicable a cuanto hacemos en la vida y
celebramos en la liturgia. No es cuestión solamente de celebrar respetando las normas
litúrgicas, ni de predicar sin faltar al dogma, o de regir la comunidad con una autoridad
discreta. Todo esto es laudable, pero no es suficiente. La perfección mira al amor con
que obramos, según las palabras del apóstol: “revestíos del amor, que es el vínculo de la
perfección” (Col 3,14). Si buscamos la fidelidad al ministerio, ésta exige amor y
entrega; de lo contrario, nuestra vida se reduciría a cumplir con rutina, y sólo como un
deber, ciertos servicios religiosos y unas horas de rezo, fruto de la responsabilidad
contraída y/o de un temor servil a Dios. Y, por otra parte, tanto la exposición de laPalabra como el culto verdadero – escribía Romero Pose- si no se apoyan en la sencillez
son germen de mentira, alimentan la separación entre teoría y vida, y conducen a un
culto vacío en la pura exterioridad47.
Nuestra santidad estriba – como hemos dicho- en la pureza de aquella caridad con la
que se ama y se sirve a Dios y al prójimo 48 , en la humildad y sencillez cotidiana del
ministerio que predicaba San Vicente de Paúl a los sacerdotes:
Consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios… Todos los actos de esta
virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio… Toda
nuestra vida se emplea en ejercer actos de caridad para con Dios o para con el
prójimo, y en ambos casos hemos de proceder sencillamente49.
Faltándonos ésta, mendigaremos el descanso en ambiciones, comodidades, placeres o
intereses que eclipsan la mente y apagan nuestro espíritu con preocupaciones,ansiedades y temores mundanos. Reconociendo nuestras limitaciones y pobrezas,
46 Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 7.47 Cf. R OMERO POSE, E., «Apuntes sobre el ministerio en San Ireneo (La sencillez de Dios y delhombre)», en AA.VV., Ministerio Sacerdotal y Trinidad , Salamanca 1998, 51-52.48
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7.49 SAN VICENTE DE PAÚL, Conferencias a los sacerdotes (Sobre la conformidad con la voluntadde Dios), 218.
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podremos abrirnos humildemente a la inmensidad de amor con que el Padre nos dio a
su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas…50.
San Juan Pablo II, hablando de la nueva evangelización, afirmó en su encíclica Veritatis
splendor que «la vida santa conduce a plenitud de expresión y actuación el triple y
unitario “munus propheticum, sacerdotale et regale” que cada cristiano recibe como
don en su renacimiento bautismal “de agua y de Espíritu” (Jn 3,5)51». La nueva
evangelización necesita nuevos evangelizadores santos, con obras creativas y renovadas
por la caridad; y, en nuestro caso particular, necesita sacerdotes comprometidos a vivir
la vocación con ilusión en un camino hacia la santidad.
San Juan de Ávila se preguntaba, ¿por qué los sacerdotes no somos santos? Es lamisma extrañeza que experimenta a veces nuestro mundo, sediento de un testimonio
más evangélico por nuestra parte. Ya decía Jesús: “¡Ay del mundo por los escándalos!
Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el
escándalo viene!” (Mt 18,7). Pero, ¿qué son los escándalos sino tropiezos que nos
llevan a obrar el mal y a pecar? El remedio que nos propone el Maestro Ávila consiste
en la humildad de convertirnos al perdón misericordioso de Dios, y en ofrecer esta
misericordia a los hermanos.
Lloremos los males que hemos hecho, los malos ejemplos que hemos dado; y aun
no basta esto: lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros
la santidad de vida, la fuerza en la oración que era menester para ir a la mano al
Señor y recabar de él misericordia y perdón en lugar de castigo… si nosotros
fuéramos los que debiéramos, le hubiéramos librado de mal con nuestra oración y
sacrificio y alcanzándole muchos bienes del cuerpo y del alma ( Plática 2,16).
La alteza del oficio sacerdotal ha de ir asociada a una alteza de santidad , que se
identificada con la humildad de Jesucristo, que tomando condición de siervo se humilló
a sí mismo (cf. Flp 2,7-8). El modelo perfectísimo de los sacerdotes es Jesucristo y nada
vale la santidad que no siga sus huellas, observó Pablo VI comentando la obra de Juan
de Ávila52. Acordémonos de lo que Jesucristo mismo nos ha dicho: “N o es más el
50 Carta 160.51
JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor , n.107.52 Cf. PAULUS PP. VI, « Litterae decretales Beato Ioanni de Avila, Presbytero Confessori, sanctorum honores decernuntur » (31.V.1970), en AAS 63 (1971) 342.
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siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía” (Jn 13,16; 15,20). Por eso, no
puede haber santidad sin humildad 53. Así como el inocente cargó sobre sí el pecado de
los culpables, su ejemplo de humildad ha de ser para nosotros motor para reparar
nuestro propio pecado, el de nuestros hermanos sacerdotes y el de la humanidad.
Ante el pecado y la debilidad del hermano debemos reaccionar con misericordia, según
nos ha enseñado Jesucristo: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del
mismo modo que yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33). Los presbiterios deberían ser las
primeras “casas de misericordia”, y no nuestros habituales “campos de batalla”, para
que cada sacerdote se sintiese acogido, acompañado y fortalecido por la caridad de sus
hermanos, y no el enemigo en su propio campo. Si alguien nos ofende o se mantiene en
el pecado no podemos responder con nuevas ofensas: ¡Gran locura es imitar la locuradel loco! Jesucristo – nos dice Ávila- no aguarda de nosotros dar cuchilladas, poner
pleitos o levantar bandos ante las ofensas recibidas.
El pecado siempre embota el corazón y la razón, avinagra nuestro espíritu, y cuando el
amor propio se siente herido tiende a imponerse sobre nuestra conciencia54. Pero, ¿cómo
predicar a otros la llamada a la santidad, sin convertirnos nosotros a ella cada día?
Jesucristo es el médico de nuestro corazón sacerdotal, que viene a curar nuestra
inteligencia y voluntad de la enfermedad del egoísmo, para prepararnos espiritualmente
al servicio del Reino. Lo que se nos pide es que queramos estar sanos y entendamos en
nuestra cura; y aunque no sanemos del todo, que no nos desanimemos por ello ni
abandonemos el propósito ni los medios55.
Donde falta el deseo de santidad, el hombre busca sus sustitutos en el espíritu del
mundo. Se trata de una tentación real también para nosotros, que amenaza con debilitar
nuestra vida, y de consentirla restaría credibilidad a nuestra predicación: grandes banquetes, en vez de mesa pobre; en lugar de huéspedes pobres, ricos e influyentes;
descanso y música profana, por estudio y lectura espiritual ; en lugar de conversaciones
espirituales y edificantes, crítica amarga y murmuraciones; en vez de imágenes que
muevan a la piedad , decoraciones y lujos mundanos… Los ejemplos que hemos referido
son advertencias que el Maestro Ávila dirigió al Concilio de Toledo, pocos años antes
53
Cf. Sermón 66,10; 25,2.54 Cf. Sermón 25,3-4.55 Sermón 54,37.
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de su muerte, pero quizás no hayan perdido aún su actualidad. ¿Acaso distan tanto estos
avisos del camino profético propuesto por el Papa Francisco desde el inicio de su
pontificado?
No cabe duda de que nuestra falta de virtud se tiende a revestir de mundana vanidad ; y
ésta, lejos de evangelizar a los hombres y de sentirse llevados sobre nuestros hombros
de pastores (cf. Lc 15,5), les espanta como si fuésemos lobos56. El sensus fidelium
enseguida distingue el buen olor de Cristo (2Cor 2,15) en el sacerdote sencillo y
humilde, en el honesto y pobre57. La vocación a la santidad y la seducción de la
mundanidad, serán siempre dos voces contrapuestas que reclamen nuestra atención, aun
cuando sus formas varíen en el tiempo.
Darnos cuenta de nuestra debilidad y desenmascarar las posibles tentaciones son los
primeros pasos hacia la santidad, confiados en la misericordia del Pastor Santo y Sumo
Sacerdote, capaz de compadecerse de nuestras pobrezas y pecados. Acerquémonos a
Jesucristo con pasos de confianza para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos
ayude oportunamente (cf. Heb 4,15-16), que nos haga firmes en la fe y en el amor para
que, a pesar de todo, tendamos a la perfección, según su palabra: Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48)58.
Elevémonos a lo perfecto (Heb 6,1) obrando Él y nosotros con Él, como hombres
celestiales o ángeles terrenales, con una espiritualidad hondamente cristiana y un
servicio profundamente humano y misericordioso como el de Jesús. La santidad no es
una realidad etérea o desentendida de este mundo, sino identificada con el misterio de la
encarnación de Jesucristo, que vino a poner amor donde reinaba el odio, paz donde
persistía la violencia... Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, hacía notar el gran
valor que el hombre tiene para Dios, que se hizo hombre para poder com-padecer Élmismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre59.
Nuestra santidad consiste en amar como pastores, sintiendo con las entrañas de
Jesucristo, asemejándonos a Él, dando la vida, compadeciéndonos de los hermanos, de
sus pecados, en sus dificultades, sufrimientos o necesidades. Se trata de una gracia de
56 Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 2.57
Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24.58 CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 12.59 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 39.
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Dios que hemos de pedir diariamente en la oración. Una gracia que el Señor nos
concede a la vez que caminamos, experimentando frecuentemente la paradoja del
seguimiento cristiano: la gloria y la cruz, la fuerza de Dios y la hostilidad del espíritu de
este mundo.
La santidad entendida como vida buena, entraña renuncia a uno mismo y capacidad de
sacrificio por amor, porque sólo el amor generoso y desinteresado que se mira en Cristo
es capaz de engendrar vida, incluso en las situaciones y circunstancias más adversas y
contrarias a ese amor. Es la forma de amarnos que nos enseñó Jesucristo, en la que
hemos palpado el amor de Dios, y sabemos que “si Dios nos amó de esta manera,
también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,11).
Los sacerdotes somos como la faz de la Iglesia en quienes ha de resplandecer su
hermosura, el rostro de Jesucristo60. En este sentido el Cardenal Newman expresó,
siglos más tarde y con hermosas palabras, las mismas ideas que Ávila tantas veces
repitió a sus discípulos:
Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir
con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión
de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como
nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían
llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre
nosotros61.
En su Carta apostólica Novo millennio ineunte San Juan Pablo II afirmaba que el
verdadero misionero es el santo, y nos señalaba que: «para esta pedagogía de la santidad
es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es precisoaprender a orar. En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en
sus íntimos»62. Por eso no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y
coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos
bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo “anhelo de santidad”, y el
60 Cf. Plática 1,10; Sermón 55,34; Tratado sobre el sacerdocio, 11.35.61
BEATO JOHN HENRY NEWMAN, «Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio», en Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3.62 JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn.32-34.
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secreto se halla en la Eucaristía63:
Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la
Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio
eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la
Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su
resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la
obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos
remediar nuestra indigencia?64.
San Juan Pablo II también nos animaba a bregar duc in altum (Lc 5,4), pero con ello se
refería no sólo a un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre todo, a uncompromiso contemplativo más intenso65. No se trata de entregarse sin medida cuando
falta la oración, ni de rezar mucho sin amor:
Un poco de oro vale más que mucho cobre. Rezas mucho, pero no amas a Dios,
no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no
lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando
y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad principalmente,
sino en el amor (Sermón 76,12).
La verdadera santidad que agrada a Dios es el amor sincero, la limpieza de corazón,
resplandor de su bondad que refleja como en un espejo su gloria (2Cor 3,18)66. La
santidad avilina es tener un solo corazón asentado en Dios, entero, nunca partido ni
dividido. No hay nada más dañino al sacerdocio que dar cobijo a la doblez, el duplici
corde, que llama el Maestro.
Dios nos había prometido a través del profeta un corazón nuevo: “Derramaré sobre
vosotros un agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os
he de purificar, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo, arrancaré
de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi
espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis
63 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.9064
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.61. 65 JUAN PABLO II, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Homilía, 24.05.2001).66 Breve exposición de las bienaventuranzas, 6; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.
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lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
Este enamoramiento es, ante todo, obra del Espíritu que recrea nuestro corazón
sacerdotal, para que tengamos entre nosotros y con todos los hombres los mismos
sentimientos de Jesucristo (cf. Flp 2,5); y seamos en este mundo su humanidad
complementaria en la que renueve todo su misterio, que diría la Beata Isabel de la
Trinidad72.
72 BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevación a la Santísima Trinidad (21.11.1904).
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3. RENOVACIÓN ECLESIAL
La Iglesia es misterio y comunión de santos, y en cuanto tal se ve renovada y
revitalizada por Dios y por sus miembros, cuando permanecen unidos a Jesucristo. Ella
recibe su vida y santidad de Dios. Sacerdocio e Iglesia están intrínseca y recíprocamente
unidos en el amor misericordioso de Jesucristo, y éste no se entiende al margen de la
misión trinitaria, eje de la misión de la Iglesia y horizonte permanente de su
renovación73.
La referencia a Jesucristo y a la Iglesia es esencial en el ministerio sacerdotal y en
nuestra vida espiritual. La nueva evangelización – como hemos dicho- sólo será posible
si los evangelizadores cambiamos interiormente nuestro corazón con la fuerza del amor
de Dios que posibilita un testimonio creíble y audaz. La fidelidad a la vocación recibida
edifica la Iglesia, e igualmente, cada infidelidad es una dolorosa herida para el Cuerpo
místico de Cristo. Cuanto atañe a nuestra vida y ministerio afecta místicamente a la
edificación y crecimiento de la Iglesia (cf. Ef 4,16). Acercándonos a Jesucristo -afirmael apóstol- también nosotros, como piedras vivas, “participamos” en la “re-
construcción” de esta casa espiritual (1Pe 2,4-5)74.
San Juan de Ávila insiste en que tengamos “siete ojos” puestos en la Iglesia, que es la
Casa donde el Señor celebra su Pascua, donde consagra, donde hace sacerdotes, donde
predica a sus discípulos, donde envió después al Espíritu Santo75. ¿Qué quiere decir
esto? Que no podemos pretender una renovación de la Iglesia al margen de ella misma,
de su naturaleza y misión. Cualquier renovación sacerdotal y eclesial es Obra de Dios,
para que el pueblo formado para Él cante su alabanza, como profetizó Isaías (Is
43,21)76. Cualquier intento de renovación en el seno de la Iglesia debe inspirarse en el
sacerdocio de Cristo, que ha inaugurado una nueva ley, un nuevo sacerdocio, un nuevo
73 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1.74 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 10; JUAN PABLO II, Exhortación
apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, 31.75 Sermón 33,976 Sermón 52,5.
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sacrificio y un nuevo culto77.
La misión renueva la Iglesia, decía San Juan Pablo II78. Con nuestra santidad en el
ministerio, unidos al Obispo, somos los primeros responsables de que la Iglesia se
ofrezca al mundo como diálogo de caridad 79; e identificada con las llagas del Señor
resucitado80, renueve su entrega continuando su misión misericordiosa como mesón del
samaritano81, hasta que Él vuelva82.
En los santos descubrimos la fuerza de la fe que animó y sostuvo sus pasos. Ellos son
una huella del paso de Jesucristo por este mundo y por su Iglesia. Sus vidas son frutos
de santidad y semillas de renovación en la Iglesia. Así lo fue el santo doctor, Juan de
Ávila. Su testimonio y su insistente predicación de una renovación eclesial a través desantos sacerdotes, cobra más vigor aun teniendo en cuenta el clima conciliar y
postconciliar en que vive, así como la problemática sacerdotal del momento, no
exclusiva, por otra parte, de aquella época: la naturaleza y razón de ser del sacerdote
ministro, el estilo de vida sacerdotal, la reforma eclesial, la pastoralidad y el
humanismo83.
En el siglo XVI el estado clerical era lamentable en ciertos aspectos y ambientes. La
Iglesia en España vivía en medio de un gran sinsabor y sentía en lo más profundo de su
vida y estructura la urgente necesidad de reforma, y no faltaron grandes hombres que
impulsaran esta renovación desde dentro. Cabe destacar la acción de algunos clérigos o
grupos espontáneos que, encabezados por espíritus más cultivados, constituyeron un
auténtico fermento para la renovación clerical. Entre estos grupos de clérigos podemos
recordar los teorizantes de la perfección sacerdotal, los encuentros de clérigos
comarcanos, las cofradías de clérigos o las asambleas del clero…
La reforma española contó con dos bases fundamentales: el pensamiento teológico
universitario y una espiritualidad clara y decidida, que ayudaron a sanar de raíz la
77 Sermón 33,9.78 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1.79 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 12.80 Cf. Carta 92.81 Cf. Sermón 22,20.34.82 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 15; Lecciones sobre la primera
canónica de san Juan (2), 13.83 Cf. ESQUERDA BIFET, J., Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Ávila, Roma1969, 54.
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ignorancia y el pecado de los eclesiásticos. Hoy como entonces, espiritualidad renovada
y formación actualizada, deben ir de la mano en todo proyecto de revitalización eclesial
y evangelizador. Tanto San Juan de Ávila como los últimos Papas, han mostrado esta
misma convicción en sus planteamientos de renovación eclesial: la importancia del
Catecismo, los contenidos fundamentales de la fe y su incidencia en la vida cotidiana.
En este contexto, el Maestro Ávila propuso una gran revitalización eclesial. Consciente
de que esta empresa trascendería siempre las fuerzas humanas, invitaba a detener la
mirada en Jesucristo que se entregó a la muerte para reparar a su Iglesia hermosa,
para que no tuviese mancha ni ruga, para que fuese santa y sin mancha cf. Ef 5,25-
27)84. Su propuesta era una llamada a la conversión, afirmando claramente que si hay
mal obispo, mal cura, mal predicador, cosa difícil es que haya buen pueblo.
Debemos creer que todo el cuerpo malea cuando el príncipe malea. Todos andan
enfermos cuando la cabeza enferma; porque su vida es como regla de la vida de
los otros; a él imitan y a él siguen; y basta que él viva mal para que, aunque no lo
mande con sus palabras, sea seguido e imitado. Por esto pide Dios en los
príncipes, en los pontífices y sacerdotes, en los perlados y predicadores tanta
limpieza, tanta santidad, no solamente en sus palabras, sino en sus vidas, porque
más pueden obrando que hablando. ( Lecciones sobre la epístola a los gálatas,
21).
Si los sacerdotes discernimos y secundamos la voluntad de Dios, podremos guiar bien al
pueblo, y siendo lo que debemos, influiremos en él virtud, como el cielo influye en la
tierra: Somos relicarios de Dios85; es decir, la misma caridad de Cristo: «el abrasado
amor con que Jesucristo amaba a Dios y a los hombres por Dios»86. El relicario es la
caridad, y Cristo es la caridad del Padre manifestada a los hombres. Así ha de sernuestra luz ante los hombres , para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al
Padre (cf. Mt 5,16).
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Sermón 51,42.85 Tratado sobre el sacerdocio, 13.33.86 Audi filia (II) 79.
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Como el “oficio” del sacerdote consiste en ser signo vivo del Dios Amor, conviene que
el amor se extienda con amor. San Juan de Ávila quiere encender a los eclesiásticos en
el fuego del amor de Dios para que tengamos para nosotros y para los otros.
¿Qué es trabajar en la viña de Dios? Unos trabajan en la viña de Dios, y otros en la del
diablo, predica Ávila. Trabajar en la viña, es hacer lo que a uno le corresponde según su
estado y vocación y lo contario es buscarse a sí mismo queriendo parecer santo87. No
podemos descuidar la viña plantada por el Señor ni abandonar el rebaño que nos ha
confiado, pues la vida de los creyentes es fundamental en la transformación del mundo
y en el crecimiento de la Iglesia. En nuestro servicio es Cristo quien está presente en su
Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Maestro de la Verdad y Sumo
Sacerdote del sacrificio redentor, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. n.1548).
Debemos permanecer al lado de los hombres como siervos de Jesucristo y servidores
suyos con corazón de madre. Sí, con corazón de madre. Que hubiese en la Iglesia
corazones de madre en los sacerdotes es el sueño de Ávila, porque ese amor maternal
nos traería a los sacerdotes más preocupados y ocupados por entender en la salvación de
los hombres88.
El Papa Francisco nos está recordando continuamente nuestra vocación al éxodo, a la
peregrinación, a caminar hacia Dios saliendo de nosotros mismos, del pecado, para
establecer nuestra morada en el “Tú” de Dios y en las necesidades del hermano. Nuestro
corazón humano necesita descansar en Dios, y mientras no conseguimos esto,
permanecemos inquietos, enseñaba San Agustín. La Iglesia ha de permanecer siempre
en esa inquietud de buscar a Dios y de buscar al hombre en sus necesidades. Es nuestro
desafío como creyentes y sacerdotes. En su primera homilía durante la Santa Misa conlos cardenales, al día siguiente de su elección, el Papa nos situó claramente en este
camino de conversión: o servimos a Dios o servimos a la mundanidad del demonio.
San Juan de Ávila compara este éxodo personal hacia Dios como una llamada a la
santidad y a ponernos al servicio de la viña, de la Iglesia:
87 Cf. Sermón 8,20.88 Plática 2,16.
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Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña,
que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es, y ella el cuerpo;
por eso te dicen parte de viña y viña. Tú viña eres; vete a trabajar en ella; vete a ti
si quieres saber de ti. ¿Qué queréis decir? Vete a tu ánima y haz en ella lo que se
suele hacer en una viña, lo que un diligente hombre debe hacer en ella, podarla,
viñarla, cavarla (Sermón 8,14.).
Trabajar en la viña -en expresión de San Juan de Ávila- es salir a la plaza, vivir en el
mundo la propia vocación: «Ve a la plaza por amor de Dios; ama a tu mujer e hijos por
amor de Dios; entiende en tu oficio y trato lícito, ganando con que sustentes lo que Dios
te dio a cargo, y tente por jornalero»89. La humanidad sigue necesitando de Dios, y
Jesucristo cuenta con nosotros, por eso nos ha confiado su misión, como exponíaBenedicto XVI aludiendo a nuestra experiencia del amor de Dios en Jesucristo:
La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la
muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con
Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada
vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él ( Deus caritas est ,
33).
Vivamos nuestro sacerdocio y secularidad siendo capaces de acercarnos a los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, de mirarles, amarles y tratarles como a hermanos e hijos. Si
apostamos por un ministerio así se renovará el rostro de nuestra Iglesia-Madre, al
servicio de la misericordia de Dios.
Sin inquietud somos estériles, enseña el Papa Francisco90. Un clero que tiende a la
santidad y se entrega a las almas con celo apostólico, dedicando tiempo a Dios y a loshermanos, a la celebración de los misterios de Cristo y a la atención de los pobres, a la
confesión y a la dirección espiritual, a la oración, a la catequesis y a la formación de
adultos…. este clero se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, en rostro vivo del
Amigo de los hombres; en definitiva, un sacerdocio así vivido es cauce de renovación
eclesial. Tener t iempo y dar tiempo es para nosotros un modo muy concreto de aprender
89 Sermón 8,21.90 FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014).
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a entregarnos nosotros mismos, de perdernos para encontrarnos91. Ojalá nuestra
atención pastoral sea reflejo de esa “santa inquietud” que refería el entonces Cardenal
Ratzinger al Colegio Cardenalicio, antes de su elección como pontífice:
Debemos estar impulsados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos
el don de la fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios se
nos ha dado para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para
transmitirla a los demás; somos sacerdotes para servir a los demás. Y debemos dar
un fruto que permanezca… el fruto que permanece es todo lo que hemos
sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar
el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor 92.
Y durante la homilía del inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI volvió a
hablarnos de esta “santa inquietud”, de sus raíces y consecuencias:
La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que
muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el
desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del
abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la
oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la
dignidad y del rumbo del hombre.
Aquí y ahora es el momento y el lugar que Dios nos brinda para continuar el camino
hacia Él y hacia los hermanos. A veces tenemos la sensación o tentación de pensar que
resulta muy difícil evangelizar; de que sembramos y enseguida el espíritu del mundo
arruina el fruto de nuestro esfuerzo. Lo cierto es que nunca ha sido fácil evangelizar.
Pero es hora de despertarnos del sueño del cansancio y del desaliento que nos anestesia pastoralmente impidiéndonos buscar nuevas formas, nuevos métodos y nuevas
expresiones de la fe en Jesucristo. Es el momento de ofrecer la Verdad, que es Cristo,
para ganar terreno a quienes pretenden conquistar el corazón de los hombres con falsas
promesas de felicidad y redención.
91
BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores dela Curia Romana (22.12.2006).92 R ATZINGER , J., Misa "pro eligendo Pontifice” (Homilía, 18.04.2005).
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La Iglesia una, santa, católica y apostólica es por esencia misterio de comunión y
misión; y siempre encontrará en la santidad y en el amor fraterno los caminos de su
unidad. Por eso podemos pensar en clave eclesial y ministerial lo que el Papa Benedicto
XVI escribía en Caritas in veritate, a propósito de la crisis actual y del desarrollo
humano:
La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar
nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a
rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir
y proyectar de un modo nuevo» (n.21).
También deberíamos replantearnos con seriedad y urgencia una conversión a lafraternidad apostólica, para reparar tantas situaciones críticas que se repiten en todos los
presbiterios y comunidades, dejando huellas dolorosas y restando impulso
evangelizador.
La renovación de la Iglesia pide una verdadera unión en Dios entre obispo y presbíteros,
como cabeza y miembros; entre fieles y pastores, pero también de todos los cristianos,
aceptando la diversidad de ministerios y carismas como una riqueza para la Iglesia en la
unidad de su misión (cf. AA 2). En la unidad crece la verdadera renovación93. Para
mejorar el rostro de nuestra Iglesia no basta el trabajo apostólico y evangelizador que se
realiza por libre, sino que se necesita la perfecta comunión con el Obispo, con los demás
miembros de la comunidad, del presbiterio y de la diócesis.
El Maestro Ávila veía con claridad meridiana la situación del clero de su época y no
dudó en promover la convivencia sacerdotal como escuela de fraternidad y santidad. Si
de veras creemos en una renovación de la Iglesia desde la comunión más cercana conlos hermanos sacerdotes del presbiterio, mirémonos en el ejemplo de la Sagrada Familia
de Nazaret, modelo de convivencia humana y espiritual. Jesús, María y José nos
enseñan “tres grandes lecciones”: la vida familiar , el trabajo y el silencio.
¡Cuánto nos insiste el Santo Padre en no ceder a las habladurías, a las críticas, a los
chascarrillos, murmuraciones o calumnias, y a tantas cosas que destruyen las
comunidades y la vida eclesial! Todas estas realidades esconden deficiencias en la
93 BENEDICTO XVI, Audiencia general (27.01.2010).
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formación o en la madurez humana y espiritual. Muchas de nuestras carencias y
dificultades, que en ocasiones pueden llegar a convertirse en lastres de la vida
sacerdotal, podrían mejorarse con una evangélica fraternidad afectiva y efectiva.
Por muy perfectas que sean nuestras programaciones apostólicas de laboratorio – como
las llama el Papa- jamás darán fruto si falta la referencia fundante y última a Dios, y
nuestro silencio adorante de la fe. Sí, el silencio de la fe, que nos pide mucha prudencia
ante las obras de Dios, y también ante las obras humanas. Este silencio, como virtud
vivida desde la fe, nos ayudaría muchas veces a sellar nuestros labios, como recomienda
el apóstol: “N o habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano,
o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga la ley. Uno es el legislador y juez: el
que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?” (Sant 4,11-13a). La renovación viene de la santidad, nunca llegará por el camino de la crítica
amarga y soslayada. Los demás y las circunstancias no son siempre los que tienen la
culpa de todo lo que nos sucede. Muchas veces somos nosotros mismos y lo que
procede del corazón, el motor del bien y del mal. Las circunstancias y “los otros” no nos
eximen de la responsabilidad interior que el Señor espera de cada uno de nosotros.
Como comenta el jesuita José Mª Rodríguez Olaizola:
Escuchad y entended todos: a veces pensáis que el bien está fuera. Lo veis en
gente buena, en héroes cotidianos, en sus palabras, en sus gestos, en sus
capacidades. Y os decís que vosotros no sois capaces, que vosotros estáis
atascados en los errores de siempre, las mismas batallas que parecen
interminables. Y acaso sentís frustración por no estar a la altura, por no ser como
los demás… Pero, ¿sabéis? De dentro del corazón humano también salen los
buenos propósitos, las caricias y la ternura, los gestos de amor verdadero, las
palabras de misericordia, la justicia, la lealtad, la fidelidad y la mesura, la alegría
por el bien del prójimo, la verdad, la humildad y la hondura. Todas esas bondades
las llevamos, inscritas en la entraña, por el Espíritu del Padre que hace de cada
vida un reflejo de su grandeza94.
94 Sobre Mc 7,14-23.
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4.
MINISTRO DE LA PALABRA
“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esta Palabra es
Jesucristo, el Hijo de Dios, al que podemos llegar a conocer a través de la Escritura, de
la predicación y de la palabra de la Iglesia. Dios quiere que se predique esta noticia
alegre al mundo: que tanto nos amó que se transformó en uno de nosotros95. Jesucristo
nos habló por su propia persona en la humanidad que tomó, y tomando la palabra nos
enseñó (cf. Mt 5,2)96. Él es la Imagen de Dios invisible (Col 1,15), el amor, la esencia
de la nueva Ley que por la encarnación se ha hecho nuestro camino, como enseña San
Agustín:
No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la
vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti
y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás
despierto: levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no puedes
porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porqueanduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa
que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» -dices-,
«pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos 97.
La predicación del amor de Dios es primordial en la misión de la Iglesia para enriquecer
al mundo con la esperanza de la salvación de Jesucristo. Su voz ha de ser percibida
como un “aire herido”, gracias a la proclamación fiel de sus palabras, de sus obras y de
los sentimientos de su corazón redentor. La palabra sacramental del sacerdote,
prolongación y presencia del Divino Maestro en su Iglesia, es fuente eficaz de
misericordia y de innumerables gracias98.
95 Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1.96 Cf. Audi filia (II) 45,4.97
SAN AGUSTÍN, Trat. XXXIV , 8-9.98 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial , n. 9.
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A través de la predicación somos colaboradores de Cristo (cf. 2Cor 6,1) transmitiendo a
los hombres aquella Palabra que Él recibió del Padre (cf. Jn 17,8) y que nos ha
confiado. Ésta es como un mar diputado para hacer misericordia a sus corderos99. Y
ante ella todos somos corderos y discípulos. El apóstol Pedro, en su discurso previo a la
elección de Matías como sucesor de Judas, recuerda la finalidad del ministerio
apostólico: “ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,22). Testigo es aquél
que ha hecho experiencia. Los sacerdotes necesitamos vivir en esta experiencia del
misterio de Jesucristo, para que alimente nuestra fe y suscite en nosotros la fortaleza, el
entusiasmo y la fidelidad en el anuncio del evangelio (cf. 1Tes 1,5).
El anuncio de su resurrección es también participación en su obra redentora, en virtud
no sólo de una experiencia transmitida por los apóstoles, sino verificada diariamente ennuestras vidas por la presencia viva de Jesucristo y por la acción de su gracia: “el Señor
se puso a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio, se complete la predicación”
(2Tim 4,17).
La predicación es connatural a nuestra condición de pastores y pescadores de hombres
(Mt 4,19), a nuestra paternidad espiritual y fecundidad apostólica (cf. 1Cor 4,15). Si no
predicamos, ¿no seremos acaso semejantes a un “pregonero mudo”?, se preguntaba San
Gregorio Magno100. En el tiempo presente – comenta San Juan de Ávila- aunque Él
calla, manda que nosotros hablemos por Él lo que Él habló y predicaba. Y cuanto
nosotros decimos con nuestra lengua de carne, Él lo está diciendo con su corazón101.
Predicar es animar con Jesucristo, que comunica espíritu y vida nueva con su palabra,
más poderosa para dar vida, que el pecado para dar muerte102. Él es lo verdaderamente
importante, la Palabra misma, y su predicación la hemos de realizar fundamentalmente
en la confianza en la acción del Espíritu Santo y en la eficacia de la Palabra de Dios
sembrada en el amor 103. San Cesáreo de Arlés nos advierte que quien no predica es
porque no ama lo suficiente a los fieles: no alzamos la voz en la iglesia porque no
amamos espiritualmente al pueblo que se nos ha confiado104.
99 Audi filia (II) 48,4.100 SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral , 2,4.101 Cf. Sermón 50,20; Memorial Primero al Concilio de Trento, 14.102
Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1.103 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, n. 8.104 SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermón I, 13.
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Cerrar las puertas a la Palabra es dificultar el paso de la humanidad, retrasar su pascua
“de las tinieblas a la admirable luz de Dios” (1Pe 2,9)105. Jesús es el sembrador y la
simiente es su palabra (cf. Lc 8,11), con una fuerza y un fruto que exceden siempre
nuestras cualidades, porque en ellas obra ya el poder de la cruz, la eficacia de su amor
revelado en la Cruz. Esto nos insta a una mayor confianza en Él y a mantenernos en una
dócil responsabilidad, para que no se vea mermado el trigo en su valor . Necesitamos el
don de Dios, la luz del Espíritu para entender y creer más allá de la pequeñez que nos
acobarda y nos hace andar flacos en el testimonio y en la predicación106.
Los preámbulos de una buena predicación son nuestras actitudes vitales y disposiciones
personales a la hora de acercarnos al texto sagrado. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo
estoy predispuesto? ¿Me abro a la Palabra con espíritu de fe en Dios, buscando elcorazón de Jesucristo y el sentir de la Iglesia? ¿Leo y medito para comprender, para
vivir y transmitir o, en cambio, sólo para comunicar o exhortar “a otros”? Aunque es
muy difícil para un hombre hablar bien de Dios107, lo importante es que el Divino
Maestro ilumine nuestra inteligencia y establezca su amor en nuestro corazón. Nuestro
principal servicio a la predicación es sabernos enviados por Él y estar muy llenos de
Espíritu Santo (Jn 20,21-2)108, mantenernos firmes en la fe y llevar una vida digna de su
Evangelio, revestidos de los sentimientos del Padre, de Jesucristo y de la Iglesia (1Pe3,8; Flp 2,2-5). El anuncio no puede prescindir ni disociarse de aquél testimonio
profético de nuestra propia vida, que anime a otros a vivir de la fe en el Hijo de Dios (cf.
Gal 2,20).
San Juan de Ávila advirtió constantemente a los sacerdotes contra la predicación
defectuosa, que afecta tanto a la falta de coherencia de vida como a las verdades que
predicamos. Pero en los memoriales primero y segundo al concilio de Trento, insistió
especialmente también en la forma. La predicación es defectuosa cuando falta el calor
del Espíritu Santo capaz de mover los corazones, y por eso advierte que, faltando su
unción podemos caer en la tentación de predicar invenciones y curiosidades vanas sin
provecho ni sustancia109. Se preguntaba el Maestro Ávila: ¿para qué tanto sermón si el
105 Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 11.106 Cf. Carta 18.107 Sermón 79,2.108
Sermón 30,2.109 Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 3, Memorial Segundo al Concilio de Trento, 12.
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hombre se queda seco, frío, y el predicador se queda más porque teniendo poco aceite
quiere dárselo a otro? Así las cosas, ni aprovecha a unos ni a otros110. Quien predica ha
de tener para dar y para que le quede; ha de tener para sí y para los demás. Jesucristo
crucificado es la piedra de donde, hiriendo, el predicador ha de sacar agua; y el
pedernal que, hiriéndolo, saca fuego para encender los corazones, porque sin Cristo no
se inflaman los corazones ni se vuelven a nuestro Señor 111.
Mendiguemos cada día este amor del Maestro, vayamos a la cátedra de la Cruz,
reconociéndonos sedientos del agua viva, hambrientos de su Verdad que nos cambia por
dentro, para permanecer como sarmientos unidos a la vid, y recibir de Él la vida y el
fruto (Jn 15,4)112. Como Moisés y Aarón aprendieron de la boca de Dios en el
tabernáculo lo que habían de enseñar a su pueblo, también nosotros antes de predicarhemos de recibir el agua viva de la Escritura que es sabiduría del cielo, la ciencia y
palabra de Dios113. Ávila invita a un sacerdote a dejar el cántaro, como la Samaritana,
para mejor gozar del agua viva que Cristo nos ofrece114. Escuchar y entender la Palabra
de Dios no resulta siempre fácil. Predicarla requiere del estudio y de la oración que
adentra en el espíritu de su letra, para conocer el corazón de la Escritura115.
Recordemos, a este propósito, las recomendaciones del Papa San Juan Pablo II en la
Pastores gregis:
El Obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles |…| ha de estar como “dentro de”
la Palabra, para dejarse proteger y alimentar como en un regazo materno. Se trata,
ante todo, de la lectura personal frecuente y del estudio atento y asiduo de la
Sagrada Escritura |…| sería un predicador vano de la Palabra hacia fuera, si antes no
la escuchara en su interior 116.
Si en otro tiempo hemos vivido en las tinieblas del pecado, ahora el Señor nos hallamado de la ceguedad a su luz, enderezando nuestros pasos con su gracia para que
llegue a los hermanos la misericordia que ha tenido con nosotros. Nuestra voz ha de ser
un instrumento de misericordia, para que Dios levante los corazones caídos de los
110 Cf. Sermón 80,5.111 Plática 4,1.112 Cf. Carta 12.113 Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 48; Sermón 33,11.114
Carta 10.115 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 16.116 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, n. 15.
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hombres117; por eso se nos pide que hablemos desde la abundancia del corazón que ha
encontrado en Jesucristo la razón de su alegría.
San Juan de Ávila compara nuestra voz con el “agua” y “sol”, que riega la sequedad del
corazón humano y lo enciende como calor y fuego con la Palabra de Dios. En realidad
es la Palabra de Dios la que se identifica con el agua que en la lluvia baja de cielo y
riega y fecunda la tierra, como refiere Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el
cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla
germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que
sale de mi boca” (Is 55, 10-11).
Los pastores somos los primeros discípulos del Divino Maestro, la tierra buena llamadaa acoger la semilla de su amor y verdad. De Él aprendemos en qué consiste evangelizar
y cómo no se puede llegar realmente a los hombres si antes no se llega al hombre. Jesús
evangelizó a la mujer samaritana en la verdad de su corazón, hiriéndola de amor al
situarla ante Dios y ante su propia verdad. Sabía que esta mujer no podría reconocer su
misericordia si antes no aceptaba la verdad de su vida. Y así, a través del encuentro con
ella, Jesús llegó también a toda la ciudad. Hoy nos sigue enviando a nosotros: nullus
potest de aliquo testificari, nisi eo modo quo illud participat 118. Éste es el método
apostólico que desea promover el apóstol de Andalucía con sus discípulos, encender sus
corazones en la experiencia de Jesucristo. No hay otro secreto fiable para la antigua y
siempre nueva evangelización119: experiencia de conocimiento y amor para ser sus
testigos. Como nos ha recordado el Papa Francisco se trata de dejarnos alcanzar por el
impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y
transformarse en servicio concreto al prójimo120. Dejemos fluir en nosotros mismos la
vida nueva de Jesucristo resucitado.
El mejor servicio que los sacerdotes podemos ofrecer al mundo es transformarnos
interior y exteriormente en Evangelio vivo; en buena noticia para los hombres y mujeres
que aparecen y permanecen o desaparecen de nuestro camino, siendo para ellos como
una luz en la que puedan reconocer la caridad de Jesucristo, el Buen samaritano que ha
117 Sermón 56,38.118
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In I Jo., lect. 4,I.119 Sermón 11,6.120 FRANCISCO, Mensaje para la LI Jornada mundial de oración por las vocaciones.
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hecho camino hacia el hombre herido. Con frescura y sencillez lo evocan también las
palabras del Beato Charles de Foucauld:
Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio; toda nuestra
persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar
que somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica: todo nuestro
ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo
que grite Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús121.
La autenticidad del mensaje necesita ser ratificado por nuestro seguimiento de
Jesucristo, no vaya a ser que puedan decir de nosotros lo mismo que Jesús de aquellos
fariseos: “Sobre la cátedra de Moisés se asentaron los letrados fariseos; haced lo queos dicen, y no hagáis lo que hacen (Mt 23,2-3). A Dios no le sirve nadie si no le sigue,
decía Ávila122. Las razones y principios, la doctrina y los argumentos que exponemos
urgen simultáneamente la unción de nuestro testimonio, el ser una “carta de Cristo
escrita con el Espíritu de Dios vivo” (2Cor 3,3), transformados en Cristo y semejantes
a Él 123.
La nueva evangelización no es el arte de un nuevo ejército de heraldos de la ortodoxia,
sino el servicio humilde y alegre de quienes por amor a Dios logran hacer creíble a
Jesucristo con la coherencia de vida, sin miedo a predicar la verdad y sin vergüenza para
vivirla, que como dice Ávila: no quiere nuestro Señor cristianos palabreros -y mucho
menos sacerdotes- pues son ajenos a su condición124. Predicar es santificar el Evangelio
de Dios (cf. Rom 15,19), y no porque nosotros hagamos santo el evangelio, sino porque
igual que uno ensucia las cosas de Dios cuando las trata con mala conciencia, así,
nuestra bondad de vida en las obras, santifica el evangelio que predicamos 125. Nuestro
servicio a la Palabra de Dios nos pide claramente tres cosas al estilo de Ávila: vidacoherente con nuestra vocación y estado, ciencia para predicar y fuego en el corazón.
El cuidado de la Palabra de Dios llama nuestra atención sobre la importancia de la
catequesis en sus distintas etapas y procesos. San Juan de Ávila se dejó enseñar por la
121 BEATO CHARLES DE FOUCAULD, Meditaciones sobre los santos Evangelios (Nazaret 1898).122 Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 8.123
Cf. Carta 86; Sermón 32,20.124 Lecciones sobre