III - 2014 - La Santidad en El Ejercicio Ministerial

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    Pasión de amor. San Juan de Ávila,

    la santidad en el ejercicio del

    ministerio sacerdotal

    Retiros espirituales para sacerdotes 2014 - 2015

    Jorge Juan Pérez Gallego

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    «¿Quién fue prójimo de este enfermo? ¿La ley vieja, los profetas o el samaritano?

    —Por cierto, Señor, muy clara está la respuesta:

    que vos, Samaritano bendito, sois nuestro prójimo

    y el que os doléis de nuestros males, que curáis nuestras llagas;

    y si por vos no hubiese sido, ya nuestras ánimas estarían ardiendo en los infiernos.

    Tú, Señor, eres nuestro prójimo». 

    Sermón 22,21

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    INDICE

    Introducción 4

    1. 

    Espiritualidad sacerdotal. 5

    2.  Santidad sacerdotal. 15

    3. 

    Renovación eclesial. 25

    4.  Ministro de la Palabra. 33

    5.  Ministro de los Sacramento. 42

    6.  Caridad pastoral. 52

    7. 

    Dirección espiritual. 62

    8.  Vida apostólica. 71

    9.  Peligros y tribulaciones en la vida espiritual 82

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    INTRODUCCIÓN

    La Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal nos propone un año más unesquema de retiros con San Juan de Ávila. En esta nueva serie de meditaciones, que

    completan la programación trienal propuesta por la Comisión, nos centraremos en el

    misterio de Jesucristo y en el ministerio sacerdotal ordenado, guiados por la pasión de

    amor con que vivió y predicó San Juan de Ávila.

    Los temas propuestos para el año pastoral 2014-2015, parten inicialmente de la

    consideración más general de la espiritualidad sacerdotal y de la llamada a la santidad,como puntos de apoyo sobre los que descansa y se construye una auténtica renovación

    eclesial. En las siguientes meditaciones analizaremos los ministerios vertebradores de

    nuestra identidad sacerdotal.

    Las presentes páginas no pretenden exponer magisterialmente los temas a tratar, sino

    más bien dejar que San Juan de Ávila hable a nuestro corazón de pastores. Conducidos

     por él podremos situarnos nuevamente delante del Señor en un diálogo sincero de fe; y

    así, abiertos a la gracia de la conversión, dejarnos sorprender por su amistad

    misericordiosa y fiel, que nos reconcilia, fortalece y envía nuevamente a anunciar el

    Evangelio con alegría y esperanza.

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    1.  ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

    La espiritualidad sacerdotal, enseña santo Tomás de Aquino, tiene su fuente en

    Jesucristo, “fons totius sacerdotii”1. Cristo Sacerdote mira al Padre (Dios amor que

    quiere salvar a los hombres), se mira a sí mismo (con los dones recibidos: unión

    hipostática), mira a los hombres necesitados de salvación y del amor de Dios.

    Él encaminó toda su vida hacia Jerusalén, con la única finalidad de subir al Calvario y

    consumar su entrega al Padre, para convertirse, crucificado, en Sacerdote, Víctima,Pastor y Maestro del pueblo desde el altar  y púlpito de la Cruz2. En ella nos abrazó y

    amó a los hombres hasta dar la vida por nosotros, con la mayor prueba de amor que se

     puede ofrecer. Con su entrega, Jesucristo estableció la nueva y eterna alianza,3  dando

    origen a un sacerdocio Evangélico4 y estableciendo la misericordia como el corazón de

    la nueva Ley.

    En su Constitución Sacrosanctum Concilium, el magisterio conciliar del Vaticano II nos

     presenta un espléndido resumen de la obra sacerdotal de Cristo, fuente inagotable y

    clave de interpretación de nuestra espiritualidad y misión:

    Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de

    la verdad” (1Tim 2,4), “habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de

    1 SANCTI THOMA AQUINATIS, Summa Theologiae, III, q.22, a.4, en Opera omnia, T.XI, Romae1903, 260.2

     Cf. Sermón 26,25; Carta 12; Advertencias al Concilio de Toledo, 4.3 Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 30-31; Sermón 33,7.9.4 Cf. Sermón 73; Tratado del Amor de Dios, 15; Tratado sobre el sacerdocio 6; 14.

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    diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas”   (Heb 1,1),

    cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,

    ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos

    de corazón, como “médico corporal y espiritual”, mediador entre Dios y los

    hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento

    de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra

    reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención

    humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que

    Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por

    el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos

    y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y

    con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en

    la cruz nació “el sacramento admirable de la Iglesia entera” (n.5).

    El amor de Jesucristo, que vino al herido haciendo camino, unifica su misión salvadora

    desde la encarnación hasta su glorificación, a través de su pasión.

    Las dimensiones específicas de nuestra espiritualidad a las que vamos a dedicar los

    retiros de este año son aquellas que configuran nuestra identidad desde el misterio de

    Cristo Sacerdote, misericordioso, compasivo y fiel: caridad pastoral, santidad

    sacerdotal, eclesialidad y ministerio, vida espiritual y apostólica, dirección espiritual. Se

    trata de una espiritualidad sinfónica que armoniza dichas dimensiones desde la clave del

    seguimiento de Jesucristo, ofreciendo al mundo un testimonio y servicio sacerdotal

    irradiando su caridad y misericordia.

    Con tres ideas resumía Pablo VI el ejemplo legado por San Juan de Ávila a la

    espiritualidad sacerdotal: santidad, celo apostólico y fidelidad en el ejercicio delsacerdocio ministerial. Si buscamos una espiritualidad sacerdotal sana e integral no hay

    mejor modelo que los santos pastores, que intentaron asemejarse en todo a Jesucristo.

    Las huellas de los santos, y en este caso la de San Juan de Ávila, nos indican el camino

    de Jesucristo y pueden avivar en nosotros el entusiasmo sacerdotal y la vivencia

    agradecida de la vocación sacerdotal. La espiritualidad teologal del santo maestro y

    doctor, fraguada por la sagrada Escritura y la oración, nos perfila un ministerio pastoral

     propio de “hombres de Dios” par a los hombres.

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    La llamada de Dios es una obra de su misericordia5  y, como toda vocación es, en

     primer lugar, una llamada a convertir nuestro corazón y nuestra vida a Él. No podemos

     plantearnos la vida espiritual sin esta necesidad continua de volver al Señor, para

    experimentar y testimoniar su misericordia. Y en esto los sacerdotes debemos ser los

     primeros. ¡Qué necesitados están nuestros presbiterios y comunidades de testigos de la

    misericordia de Dios! Somos los ojos de la Iglesia  no para juzgar sino  para llorar

    misericordiosamente los males del cuerpo, porque ser sacerdote es sentir sobre los

     propios hombros el pecado personal y los del pueblo. Por eso necesitamos la humildad

    de rechazar, primeramente en nosotros, todo cuanto nos separa de Dios y del prójimo.

    Sin esta humildad y sin este espíritu de fe, difícilmente podemos avanzar en la vidaespiritual.

    La misma humildad que nos permite reconocer nuestras limitaciones y pecados, no

    mirando tanto a nuestras fuerzas sino al que nos ha salvado, nos dispone a recibir la

    esperanza como don de Dios, que nos levanta a la confianza en Él y a la alegría

    espiritual 6. Si no nos esforzamos en la humildad y mansedumbre de Jesucristo,

    difícilmente transmitiremos su misericordia a los hombres, por ser tan poco espirituales

    que ni sentimos ni lloramos sus defectos y pecados7; porque un sacerdote con vida

    espiritual es aquél que vive del amor de Dios.

    Este dolor y penitencia ha de nacer de amor, de estar uno abrasado en Dios; como

    el águila, que se cuenta de ella que, cuando está vieja y se quiere remozar, que va

    volando hasta estar muy cerca del sol, y pónese en derecho de una laguna y déjase

    caer: con el fuego que trae y frialdad que cobra, cáense las plumas viejas y torna a

    renovarse. Así hace el que se arrepiente de los pecados: sube en el entendimiento,que son las alas de la voluntad; va subiendo y mirando quién es Dios y lo que ha

    hecho por Él; y con este amor encendido, cae en el agua de los pecados y llóralos

    y gímelos; y así sale en gracia y amistad de Dios ( Plática 11,2).

    5

     Cf. Sermón 76,21; 77,1.6 Cf. Carta 222; 69; Tratado del Amor de Dios, 13.7 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 18; Plática 3,22.

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    Todos necesitamos “reconciliarnos” con la persona y el estilo de Jesucristo y renovar

    nuestro sacerdocio a la luz del Evangelio. El Cardenal Claudio Hummes, siendo

    Prefecto de la Congregación para el Clero, al conmemorarse el cuadragésimo

    aniversario de la «Sacerdotalis Caelibatus» afirmó que:

    Sólo se puede ser testigos de Dios si se hace una profunda experiencia de Cristo.

    De la relación con el Señor depende toda la existencia sacerdotal, la calidad de su

    experiencia de martyria, de su testimonio. Sólo es testigo de lo Absoluto quien de

    verdad tiene a Jesús por amigo y Señor, quien goza de su comunión. Cristo no es

    solamente objeto de reflexión, tesis teológica o recuerdo histórico; es el Señor

     presente; está vivo porque resucitó y nosotros sólo estamos vivos en la medida en

    que participamos cada vez más profundamente de su vida. En esta fe explícita sefunda toda la existencia sacerdotal»8.

    El Corazón de Jesucristo permanece siempre abierto para comunicarnos el  agua viva de

     su amor (cf. Jn 4,13-14), sin el cual nos convertimos en sacerdotes “grasientos”, sin

    unción, como dice el Papa. En la ordenación hemos recibido un “don” que no podemos

    descuidar, sino reavivarlo continuamente siendo agradecidos y generosos con el Señor y

    con la comunidad (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6). No podemos comprender nuestra vida y

    ministerio al margen del amor de Dios manifestado en Jesucristo, y   derramado en

    nuestros corazones  por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom 5,5; Gal 4,6). En

    esto consiste toda vida espiritual, en participar de la respiración de amor mutuo del

    Padre y del Hijo, creciendo como hijos en gracia y amor 9, irradiando su gloria en este

    mundo (cf. 2Cor 3,18). Gracias al Espíritu nuestro corazón invoca a Dios como Padre y,

    reconoce y confiesa a Jesús como el Señor (cf. Rom 8,15).

    La vida espiritual nos ayuda también a los sacerdotes a recuperar el sentido de Dios y elsentido del hombre. El Papa Pío XII afirmó que el pecado de nuestro siglo es la pérdida

    del sentido del pecado y esta pérdida está acompañada por la  pérdida del sentido de

     Dios10. Esta realidad que constatamos, también puede afectar a nuestra vida. La vida

    espiritual es como un retorno al paraíso, a la obediencia a Dios y a la caridad. Hay un

    8 Artículo publicado en la edición italiana de «L’Osservatore Romano» (17.03.2007). 9

     Cf. Sermón 32,5.11; 33,2.10 PÍO XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos de Américaen Boston (26 de octubre de 1946).

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    camino de santidad que recorrer, una identificación con Jesucristo a adquirir en la

    apertura cotidiana a la gracia y en el ejercicio del ministerio.

    Sin esta apertura al Espíritu, nuestra vida cristiana languidece y nuestro sacerdocio se

    vuelve estéril. En cambio, si queremos crecer y dar fruto hemos de ser dóciles al

    Espíritu y perseverar unidos a Jesucristo: “lo mismo que el sarmiento no puede dar

     fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis

    en mí”  (Jn 15,4). Pensemos en un ejemplo que nos ofrece San Juan de Ávila: si una

    madre le da papa a su niño un día, y otros cuatro lo hace ayunar, por mucha cantidad de

    alimento que hubiese injerido aquel día, difícilmente llegará a ser un hombre fuerte y

    sano. De la misma manera, nosotros no podemos madurar si no asumimos este

    dinamismo de crecimiento continuo y progresivo. Ávila entiende la perseverancia comofidelidad a la propia vocación, a vivir y hacer cada uno lo que le es propio  conforme a

     su condición y estado11. Nuestra amistad profunda con el Señor nos permite reconocer y

    agradecer sus dones; de lo contrario, caeremos en el enfriamiento o debilitamiento

    espiritual, que procede en gran medida de la falta de agradecimiento. La ingratitud   – 

    decía san Bernardo- es como el viento abrasador que seca el manantial de la piedad, el

    rocío de la misericordia y el arroyo de la gracia12.

    Los medios para cuidar nuestra vida espiritual ya los conocemos. Además del ejercicio

    del ministerio, podemos aprovecharnos de los que el Maestro Ávila nos presenta en sus

     Reglas del espíritu, muy válidas para nuestra espiritualidad sacerdotal: hacer memoria

    afectiva de Dios y unión de voluntades; cada mañana y cada noche detenerse en

    oración. Frecuente confesión y comunión; dolor de los pecados y misericordia para con

    el prójimo, desde la humildad y la confianza; cuidar las compañías, huyendo de las

    murmuraciones y de las amistades que favorecen las malas costumbres; caridad

    concreta y operativa con el prójimo, sin detenernos engreídamente en nuestras buenas

    obras, confesando más bien la mediación de Jesucristo.

    Cuidar estas realidades nos ayudarán a vivir con el espíritu de Jesucristo, sin el cual no

    hay vida cristiana ni sacerdotal, con la severidad que nos advierte el apóstol: “ si alguno

    11

     Cf. Carta 148;  Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16;  Avisos para aprovechar en laoración, 3; Reglas del espíritu, 6; Sermón 24,29.12 SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar , 51,6.

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    no tiene el espíritu de Cristo, éste no es de Cristo”  (Rom 8,9)13. La imitación de Cristo

    es una transformación interior, obra de la gracia que “nos va transformando en esa

    misma imagen cada vez más gloriosa” (2Cor 3,18). Nuestra honra es seguirle, no sólo

    en lo interior sino también en lo exterior con nuestro servicio, pues no nos ha llamado

     para ser  filósofos ni poderosos, ni tenemos tanto que ver con los hábiles como con los

    buenos14.

    Antes, y a la vez que pastores, somos ovejas del único rebaño de Jesucristo; es decir,

    somos discípulos. El resucitado camina delante de nosotros (cf. Jn 10,4) y sostiene a la

    Iglesia con su Espíritu. Una espiritualidad sacerdotal del seguimiento propicia un

    encuentro real entre nuestra fe y nuestra vida, traducido en una acogida solidaria y en un

    acompañamiento fraterno del hermano desde la misericordia pastoral. Nuestro humildeministerio debería ser el punto de encuentro del corazón de Jesucristo con los hombres y

    mujeres de nuestro tiempo, sedientos de amor y de verdad.

    La salvación no es un tesoro que transportamos para los demás, sino una gracia que

    trasmitimos mejor en la medida en que el Espíritu mora en nosotros15, ya que  – como

    decía San Ireneo- seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la

    luz es lo mismo que quedar iluminado16. A esta unidad de gracia, que realiza

    continuamente el Espíritu Santo en el alma humana, San Juan de Ávila la llama

    espirituación17. Sin ella, los sacerdotes corremos el gran riesgo de hacer muchas cosas

    santas sin alma, de decir muchas palabras buenas sin espíritu, de comunicar un mensaje

    sin transmitir alegría, de acercarnos a muchas personas sin el fuego de la caridad de

    Jesucristo.

     Necesitamos formarnos y conformarnos espiritualmente en la caridad de Jesucristo

    aprendiendo de Él a amar como pastores, incansable y comprometidamente,anteponiendo el Reino a nuestra vida privada e intereses personales. Se trata de unirnos

    a la vida de Jesús en su amor y ofrenda, como  sacerdotes  y víctimas  a la medida de

    Cristo:

    13 Carta 12.14  Memorial Primero al Concilio de Trento, 18.15

     Sermón 30,32.16 SAN IRENEO, Adversus haereses, IV, 14, 1.17 Sermón 30,18.

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    ¿Qué cosa más vergonzosa que tener nombre de pobres y ser propietarios de

    nuestro corazón, tener nombre de obedientes y estar enteros en nuestra voluntad,

    tener nombre y hábito de humildes y estar hierta la cerviz? …… Ésta es la primera

    letra del a b c, que quien quisiere seguir a Cristo, se niegue a sí mesmo;  y ahí

    habéis de poner la medicina, y en esto habéis de trabajar, en que se rinda vuestro

    corazón a Dios ( Plática 16,18).

    Jesucristo quiere que le amemos y sirvamos, pero no forzados, sino voluntariamente, y

     por eso dice: “el que quisiere”; para que nuestro servicio proceda del amor, de un

    corazón libre y apasionado por Él y por su misión18. San Juan Pablo II, en la encíclica

     Redemptor hominis, aludía a la disponibilidad para el servicio como aquella “madurez

    espiritual” propia de quien desea servir como Cristo19. Debemos sentirnos dichosos yfelices por haber sido llamados a desempeñar en la Iglesia y en el mundo un oficio de

    humildad  y servicio como es el sacerdocio, a través del munus pastorale20. Este don, al

    igual que toda la realidad de la Iglesia, tiene su esencia íntima, la principal fuente de su

    eficacia santificadora, en la mística unión con Cristo, como diría Pablo VI 21.

    El corazón de Jesucristo estaba siempre pronto, tanto para el servicio a los hermanos

    como para el trato íntimo con Dios. Si de verdad queremos servir con su corazón

    necesitamos de este encuentro amigable, de su compañía, de estar con Él junto al

    sagrario: ¿Quién, Señor, se esconderá del calor de tu corazón (cf. Sal 18,7), que

    calienta al nuestro con su presencia, y, como de horno muy grande, saltan centellas a

    lo que está cerca?, se pregunta San Juan de Ávila escribiendo a un sacerdote22.

     Nuestro aliento será, como hemos dicho, el espíritu de Jesucristo recibido en el ejercicio

    del ministerio; a través de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la

    Penitencia; y en esos momentos indispensables de encuentro con Dios en la oración. Nadie nos puede sustituir en esta empresa, y nada nos debiera apartar de este fuego, ni

    siquiera las muchas urgencias y actividades que programamos, y que en ocasiones

     priorizamos idolátricamente. Como diría Santa Teresa de Jesús, sólo la obediencia y la

    18 Cf. Plática 16,6.19 Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, n n. 21.20 Sermón 35,5.21 Cf. PAULUS PP. VI, « Allocutio tertia SS. Concilii periodo exacta» (Sessio V, 21.XI.1964), en

    SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Consitutiones. Decreta. Declarationes, Vaticano 1966, 984.22 Carta 6.

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    caridad nos pueden urgir a dejar momentáneamente la oración, pues, según el

    testimonio de los santos, es dejar a Dios por Dios. Ahora bien, no es de creer  – entiende

    Ávila- que quien es tan amigo de verdad en todas sus obras y sus sacrificios, no quiera

     serlo en el trato familiar del sacramento de la Eucaristía23. El mismo Ávila resuelve el

    conflicto secular entre la acción y la contemplación sirviéndose de una sencilla

    comparación con el alimento, el sueño o la hacienda:

    Porque, así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo

    de sueño terná flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a

    quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima que el sueño

    al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no

    ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre yespíritu, con que se recobre lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se

    disminuye del hervor de la caridad e interior devoción ( Audi filia (II) 70,8).

    El tiempo que dedicamos a la oración es una respuesta a la amistad interior y al amor

    entrañable que Jesucristo nos ofrece:

    Si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración y que sea con

    instancia, y compasión, llorando con los que lloran, ¿con cuánta más razón debe

    de hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna por los pobres, salud

     para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para culpados, vida para

    muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en

    fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien

    que el Señor en la cruz les ganó? (Tratado sobre el sacerdocio, 11).

    Por eso, nuestra oración no es sólo alimento espiritual, sino también un servicio deintercesión en favor de los hombres, con afecto de padre y madre para con nuestros

    hijos, pues nos llamamos padres de nuestros parroquianos24. Ellos depositan en

    nosotros una gran confianza, un común sentimiento de que les encomendamos y de que

    Dios escucha nuestras plegarias25. Una oración habitual de intercesión por el pueblo

    requiere ejercicio, costumbre y santidad de vida; pero es ante todo un don infundido y

    23

     Tratado sobre el sacerdocio, 12.24 Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 36.25 Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 9.

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    obra del Espíritu Santo, pues la oración es fría cuando no la mueve inspiración del

     Espíritu Santo, cuando no viene primero el soplo santo26.

    Si no sabes orar, entra en la mar , nos recomienda Ávila en el  Audi filia. Es decir, si no

    sabemos o nos cuesta orar, el mejor modo de aprender o de vencernos es dedicándole

    tiempo, permaneciendo junto al Señor. Esta relación con Él se reflejará indudablemente

    en el trato con los demás, porque la caridad pastoral es mucho más que la generosidad

    fraterna y tiene su fuente en el amor de Jesucristo Cabeza y Pastor que  se desposó con

    la Iglesia, y con mucha alegría de su corazón, por ver cerca el remedio de los

    hombres27. Este deseo de entregarnos y esta caridad se nutre de la oración, que garantiza

    la alegría de un ministerio gozoso, aun en medio de pruebas y dificultades, pues la

    alegría da fuerzas, da perseverancia, y hace entristecer a nuestros enemigos, y alegraal espíritu de Dios que en los suyos mora, porque Él es alegre28.

    La vida de oración se manifiesta en la alegría del sacerdote, que los fieles perciben con

    un olfato especial. La verdadera alegría es un termómetro de la unión con Dios,

    reflejando la madurez cristiana especialmente en las circunstancias más adversas. Ávila

    nos lo relata en  Audi filia  a través del testimonio de los santos, para que tomemos

    ejemplo y perseveremos alegres en el servicio:

    Como de Judas Macabeo se lee, que  peleaba con alegría, y así vencía  (1Mac

    3,21). Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía

    decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a

    nuestro enemigo». Que cierto es que el deleite, que se toma en la obra,

    acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta: Gozaos

     siempre en el Señor   (Flp 4,4). Y de San Francisco se lee que reprehendía a los

    frailes, que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirveestar de esa manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has

    hecho, confiésate, y torna a tu alegría. Y de Santo Domingo se lee parecer en su

    faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele

    nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual

    26

     Cf. Plática 2,10; Sermón 63,1727 Cf. Sermón 36,97.28 Carta 39.

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     pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría ( Audi

     filia (II) 23,3).

    San Juan de Ávila sitúa siempre a Jesucristo, el Hijo, en el centro de las esperanzas de

    los hombres, invitándoles a confiar en el Padre 29. Nuestra vivencia alegre, celebración

    en la fe y testimonio audaz del misterio de Jesucristo  – misterio de amor y misericordia-

    será el mejor recurso espiritual y pastoral para el bien de los hombres y mujeres de

    nuestro tiempo, y para nuestro crecimiento personal.

    La Virgen María es madre de fe y maestra en este camino espiritual, por eso hemos de

    confiar en que Ella nos ayudará. No nos cansemos de caminar y de trabajar el corazón

     porque, como recomienda Ávila a un dirigido suyo, quien no gana más en el camino de Dios, pierde lo que tiene; y para conservar lo ganado es menester trabajar . Pensad que

    cada día comenzáis30.

    El mejor modo de recomenzar es abandonarnos siempre nuevamente en Dios. Atrás

    quedan los años, más o menos cercanos, de nuestra formación inicial, pero ¿por qué han

    de permanecer enterradas la ilusión, la piedad y el fervor? Volvamos al amor primero, a

    la confianza en Aquél que nos ha llamado por su misericordia; y aunque desconfiemos

    de la sinceridad de nuestro empeño seamos valientes y hagamos nuestra la oración de

    San Ignacio: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y

    toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;

    todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que

    ésta me basta31.

    En este retiro pongámonos con humildad y confianza delante de Jesucristo y

    contemplemos desde la fe cómo abrió sus entrañas y corazón. Por aquel agujero delcostado podremos ver su corazón y el amor que tiene. Abrámosle el nuestro, que no esté

    cerrado.  Parémonos a pensar: Señor, tu corazón abierto y alanceado por mí, ¿y no te

    amaré yo a ti? Me abriste tu corazón, ¿y no te abriré yo el mío?32.

    29 Cf. Tratado del Amor de Dios, 13; Sermón 2,12; 48,15; Lecciones sobre la primera canónicade san Juan (1), 22; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 17.30

     Carta 211.31 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, 234.32 Sermón 5[2], 20.

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    15

    2. 

    SANTIDAD SACERDOTAL

    La santidad es apertura al don del Padre y docilidad al Espíritu, que dirige nuestras

    vidas hacia la plenitud en el seguimiento de Jesucristo, a través del camino de los

    mandamientos y de la caridad 33. Consiste en dejar que Jesucristo nos una al Padre a

    través de nuestra participación en su misterio pascual, como nos enseña el Concilio

    Vaticano II34.

    El bautismo nos ha regalado esta semilla de santidad, llamada a crecer, desarrollarse y

    germinar en una vida nueva  (cf. Rom 6,3-4) porque “hemos sido bendecidos en la

     persona de Cristo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor”  (Ef

    1,3-4). Como diría San Juan de Ávila, la perfección consiste en amar. Lo que más le

    agrada a Dios es el amor, y nuestra bienaventuranza está en juntarnos con Dios por

    amor 

    35

    , en aquel amor , que nos hace  salir de nosotros mismos  y nos une al queamamos36. Es la kénosis asumida por el Hijo para unirnos a Él en su amor redentor.

    Jesucristo en cuanto hombre es Cabeza de la humanidad, y conforme a este principado

    recibió de Dios gracia infinita, para que de Él, como de una fuente de gracia y un mar de

    santidad, la recibamos todos los hombres (cf. Jn 1,16; 1Cor 1,30). Él ha santificado a la

    humanidad entera y nos va santificando a cada uno de nosotros . Él nos santifica37.

    El sacramento del orden nos ha enriquecido con la gracia santificante y con el sello delEspíritu, configurando nuestra vocación a la santidad. San Juan de Ávila defiende una

    espiritualidad y santidad dinámica en el sacerdocio, que va profundizando en la

    intimidad con Dios y en la experiencia de su amor, a través de la caridad pastoral. En

    una audiencia a la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa emérito

    33 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7.34 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 41.35

     Sermón 51,39.36 Cf. Sermón 50,2-4.37 Cf. Sermón 36,7; Tratado del Amor de Dios, 4.

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    Benedicto XVI resumía el ejemplo de los santos  resaltando tres dimensiones

    fundamentales de sus vidas: una búsqueda continua de la perfección evangélica, el

    rechazo de la mediocridad y la tensión hacia la pertenencia total a Cristo38. A lo largo de

    la historia, la Iglesia ha reconocido esta santidad en numerosísimos pastores -obispos y

     presbíteros- que nos recuerdan que la santidad es posible y es para nosotros.

     Nuestra santidad cotidiana, en el mundo y entre los hombres, constituye nuestra primera

     forma de evangelización39. Por eso no podemos invertir los términos y procurar una

    “santidad o un ministerio de escaparate”, tocando la trompeta por delante de nosotros

    mismos (cf. Mt 6,2), justificándonos  – señala Bianchi- con la necesidad de dar

    testimonio40. Estas actitudes, propias de quienes teniendo nombre de vivos, están

    muertos  (Ap 3,1-2)41, darían lugar a una evangelización sin alma, de medios vanos  y fingimientos de hipocresía, al servicio tan solo de la propia imagen. La vivencia del

    amor de Jesucristo encierra en sí misma la fuerza de un testimonio creíble, de un camino

    real de santidad. Sería una gran perversión convertir nuestra santidad en bandera del

    ministerio.

    Anhelemos, más bien, aquella santidad “mariana” de la verdad de la buena vida; que

    es como la lumbre que sale del sol , no para buscar la alabanza de los hombres sino para

    que nuestras obras estén llenas de amor a los ojos de Dios y de los hombres42, y así den

    gloria a Dios, nuestro Padre.

    El verdadero profeta no busca su propia gloria, sino que Dios sea glorificado en él y por

     sus obras, hasta el punto de que  Jesucristo hable y obre en él (cf. 2Cor 13,3; Gal 4,13-

    14)43. Por eso  se requiere una cierta proporción del que trata con la cosa tratada; y

    Dios que es Santo (Lev 11,44; 1Pe 1,16) y es Amor (1Jn 4,8)44, reclama en la Escritura,

    en los sacramentos y en su Iglesia,  ser tratado de brazos y corazones limpios, conbondad de vida, y piedad cristiana45. Dios nos guarde de convertirnos en aquellos

    38 BENEDICTO XVI, «A la Congregación para las causas de los santos en el 40º aniversario de suinstitución» (19.12.2009).39 Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, nn.42-43.40 BIANCHI, E., Jesús y las bienaventuranzas, Santander 2012, 77.41 Cf. Carta 34.42 Sermón 75,37.43

      Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.16.44 Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 6; Sermón 36,2; Tratado sobre el sacerdocio, 5.45 Cf. Audi Filia (II) 48,4; Plática 2,5; Carta 211.

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    “falsos Cristos”46 -que llamaba Ávila- que con obras o palabras invitan a no creer, aun

    teniendo apariencia de santidad.

    Lo que hemos expuesto hasta el momento es aplicable a cuanto hacemos en la vida y

    celebramos en la liturgia. No es cuestión solamente de celebrar respetando las normas

    litúrgicas, ni de predicar sin faltar al dogma, o de regir la comunidad con una autoridad

    discreta. Todo esto es laudable, pero no es suficiente. La perfección mira al amor con

    que obramos, según las palabras del apóstol: “revestíos del amor, que es el vínculo de la 

     perfección”  (Col 3,14). Si buscamos la fidelidad al ministerio, ésta exige amor y

    entrega; de lo contrario, nuestra vida se reduciría a cumplir con rutina, y sólo como un

    deber, ciertos servicios religiosos y unas horas de rezo, fruto de la responsabilidad

    contraída y/o de un temor servil a Dios. Y, por otra parte, tanto la exposición de laPalabra como el culto verdadero  – escribía Romero Pose- si no se apoyan en la sencillez

    son germen de mentira, alimentan la separación entre teoría y vida, y conducen a un

    culto vacío en la pura exterioridad47.

     Nuestra santidad estriba  – como hemos dicho- en la  pureza de aquella caridad con la

    que se ama y se sirve a Dios y al prójimo 48 , en la humildad y sencillez cotidiana del

    ministerio que predicaba San Vicente de Paúl a los sacerdotes:

    Consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios… Todos los actos de esta

    virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio… Toda

    nuestra vida se emplea en ejercer actos de caridad para con Dios o para con el

     prójimo, y en ambos casos hemos de proceder sencillamente49.

    Faltándonos ésta, mendigaremos el descanso en ambiciones, comodidades, placeres o

    intereses que eclipsan la mente y apagan nuestro espíritu con preocupaciones,ansiedades y temores mundanos. Reconociendo nuestras limitaciones y pobrezas,

    46  Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 7.47 Cf. R OMERO POSE, E., «Apuntes sobre el ministerio en San Ireneo (La sencillez de Dios y delhombre)», en AA.VV., Ministerio Sacerdotal y Trinidad , Salamanca 1998, 51-52.48

      Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7.49 SAN VICENTE DE PAÚL, Conferencias a los sacerdotes (Sobre la conformidad con la voluntadde Dios), 218.

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     podremos abrirnos humildemente a la inmensidad de amor con que el Padre nos dio a

     su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas…50.

    San Juan Pablo II, hablando de la nueva evangelización, afirmó en su encíclica Veritatis

     splendor   que «la vida santa conduce a plenitud de expresión y actuación el triple y

    unitario “munus propheticum, sacerdotale et regale”  que cada cristiano recibe como

    don en su renacimiento bautismal “de agua y de Espíritu”  (Jn 3,5)51». La nueva

    evangelización necesita nuevos evangelizadores santos, con obras creativas y renovadas

     por la caridad; y, en nuestro caso particular, necesita sacerdotes comprometidos a vivir

    la vocación con ilusión en un camino hacia la santidad.

    San Juan de Ávila se preguntaba, ¿por qué los sacerdotes no somos santos?  Es lamisma extrañeza que experimenta a veces nuestro mundo, sediento de un testimonio

    más evangélico por nuestra parte. Ya decía Jesús: “¡Ay del mundo por los escándalos!

     Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el

    escándalo viene!”  (Mt 18,7). Pero, ¿qué son los escándalos sino tropiezos que nos

    llevan a obrar el mal y a pecar? El remedio que nos propone el Maestro Ávila consiste

    en la humildad de convertirnos al perdón misericordioso de Dios, y en ofrecer esta

    misericordia a los hermanos.

    Lloremos los males que hemos hecho, los malos ejemplos que hemos dado; y aun

    no basta esto: lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros

    la santidad de vida, la fuerza en la oración que era menester para ir a la mano al

    Señor y recabar de él misericordia y perdón en lugar de castigo… si nosotros

    fuéramos los que debiéramos, le hubiéramos librado de mal con nuestra oración y

    sacrificio y alcanzándole muchos bienes del cuerpo y del alma ( Plática 2,16).

    La alteza del oficio sacerdotal   ha de ir asociada a una alteza de santidad , que se

    identificada con la humildad de Jesucristo, que tomando condición de siervo se humilló

    a sí mismo (cf. Flp 2,7-8). El modelo perfectísimo de los sacerdotes es Jesucristo y nada

    vale la santidad que no siga sus huellas, observó Pablo VI comentando la obra de Juan

    de Ávila52. Acordémonos de lo que Jesucristo mismo nos ha dicho: “N o es más el

    50 Carta 160.51

     JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor , n.107.52  Cf. PAULUS PP.  VI, « Litterae decretales Beato Ioanni de Avila, Presbytero Confessori, sanctorum honores decernuntur » (31.V.1970), en AAS  63 (1971) 342.

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     siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía” (Jn 13,16; 15,20). Por eso, no

     puede haber santidad sin humildad 53. Así como el inocente cargó sobre sí el pecado de

    los culpables, su ejemplo de humildad ha de ser para nosotros motor para reparar

    nuestro propio pecado, el de nuestros hermanos sacerdotes y el de la humanidad.

    Ante el pecado y la debilidad del hermano debemos reaccionar con misericordia, según

    nos ha enseñado Jesucristo: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del

    mismo modo que yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33). Los presbiterios deberían ser las

     primeras “casas de misericordia”, y no nuestros habituales “campos de batalla”, para

    que cada sacerdote se sintiese acogido, acompañado y fortalecido por la caridad de sus

    hermanos, y no el enemigo en su propio campo. Si alguien nos ofende o se mantiene en

    el pecado no podemos responder con nuevas ofensas: ¡Gran locura es imitar la locuradel loco!  Jesucristo  – nos dice Ávila- no aguarda de nosotros dar cuchilladas, poner

     pleitos o levantar bandos ante las ofensas recibidas.

    El pecado siempre embota el corazón y la razón, avinagra nuestro espíritu, y cuando el

    amor propio se siente herido tiende a imponerse sobre nuestra conciencia54. Pero, ¿cómo

     predicar a otros la llamada a la santidad, sin convertirnos nosotros a ella cada día?

    Jesucristo es el médico de nuestro corazón sacerdotal, que viene a curar nuestra

    inteligencia y voluntad de la enfermedad del egoísmo, para prepararnos espiritualmente

    al servicio del Reino. Lo que se nos pide es que queramos estar sanos y entendamos en

    nuestra cura; y aunque no sanemos del todo, que no nos desanimemos por ello ni

    abandonemos el propósito ni los medios55.

    Donde falta el deseo de santidad, el hombre busca sus sustitutos en el espíritu del

    mundo. Se trata de una tentación real también para nosotros, que amenaza con debilitar

    nuestra vida, y de consentirla restaría credibilidad a nuestra predicación: grandes banquetes, en vez de mesa pobre; en lugar de huéspedes pobres, ricos e influyentes;

    descanso y música profana, por estudio y lectura espiritual ; en lugar de conversaciones

    espirituales y edificantes, crítica amarga y murmuraciones; en vez de imágenes que

    muevan a la piedad , decoraciones y lujos mundanos… Los ejemplos que hemos referido

    son advertencias que el Maestro Ávila dirigió al Concilio de Toledo, pocos años antes

    53

     Cf. Sermón 66,10; 25,2.54 Cf. Sermón 25,3-4.55 Sermón 54,37.

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    de su muerte, pero quizás no hayan perdido aún su actualidad. ¿Acaso distan tanto estos

    avisos del camino profético propuesto por el Papa Francisco desde el inicio de su

     pontificado?

     No cabe duda de que nuestra falta de virtud se tiende a revestir de mundana vanidad ; y

    ésta, lejos de evangelizar a los hombres y de sentirse llevados sobre nuestros hombros

    de pastores (cf. Lc 15,5), les espanta como si fuésemos lobos56. El  sensus fidelium 

    enseguida distingue el buen olor de Cristo  (2Cor 2,15) en el sacerdote sencillo y

    humilde, en el honesto y pobre57. La vocación a la santidad y la seducción de la

    mundanidad, serán siempre dos voces contrapuestas que reclamen nuestra atención, aun

    cuando sus formas varíen en el tiempo.

    Darnos cuenta de nuestra debilidad y desenmascarar las posibles tentaciones son los

     primeros pasos hacia la santidad, confiados en la misericordia del Pastor Santo y Sumo

    Sacerdote, capaz de compadecerse de nuestras pobrezas y pecados. Acerquémonos a

    Jesucristo con pasos de confianza para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos

    ayude oportunamente (cf. Heb 4,15-16), que nos haga firmes en la fe y en el amor para

    que, a pesar de todo, tendamos a la perfección, según su palabra: Sed perfectos, como

    vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48)58.

     Elevémonos a lo perfecto  (Heb 6,1) obrando Él y nosotros con Él, como hombres

    celestiales o ángeles terrenales, con una espiritualidad hondamente cristiana y un

    servicio profundamente humano y misericordioso como el de Jesús. La santidad no es

    una realidad etérea o desentendida de este mundo, sino identificada con el misterio de la

    encarnación de Jesucristo, que vino a poner amor donde reinaba el odio, paz donde

     persistía la violencia... Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, hacía notar el gran

    valor que el hombre tiene para Dios, que  se hizo hombre para poder com-padecer Élmismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre59.

     Nuestra santidad consiste en amar como pastores, sintiendo con las entrañas de

    Jesucristo, asemejándonos a Él, dando la vida, compadeciéndonos de los hermanos, de

    sus pecados, en sus dificultades, sufrimientos o necesidades. Se trata de una gracia de

    56 Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 2.57

     Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24.58 CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 12.59 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 39.

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    Dios que hemos de pedir diariamente en la oración. Una gracia que el Señor nos

    concede a la vez que caminamos, experimentando frecuentemente la paradoja del

    seguimiento cristiano: la gloria y la cruz, la fuerza de Dios y la hostilidad del espíritu de

    este mundo.

    La santidad entendida como vida buena, entraña renuncia a uno mismo y capacidad de

    sacrificio por amor, porque sólo el amor generoso y desinteresado que se mira en Cristo

    es capaz de engendrar vida, incluso en las situaciones y circunstancias más adversas y

    contrarias a ese amor. Es la forma de amarnos que nos enseñó Jesucristo, en la que

    hemos palpado el amor de Dios, y sabemos que “si Dios nos amó de esta manera,

    también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,11).

    Los sacerdotes somos como la faz de la Iglesia  en quienes ha de resplandecer su

    hermosura, el rostro de Jesucristo60. En este sentido el Cardenal Newman expresó,

    siglos más tarde y con hermosas palabras, las mismas ideas que Ávila tantas veces

    repitió a sus discípulos:

    Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir

    con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión

    de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como

    nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían

    llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre

    nosotros61.

    En su Carta apostólica  Novo millennio ineunte  San Juan Pablo II  afirmaba que el

    verdadero misionero es el santo, y nos señalaba que: «para esta pedagogía de la santidad

    es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es precisoaprender a orar. En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en

    sus íntimos»62. Por eso no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y

    coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos

     bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo “anhelo de santidad”, y el

    60 Cf. Plática 1,10; Sermón 55,34; Tratado sobre el sacerdocio, 11.35.61

      BEATO JOHN HENRY  NEWMAN, «Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio», en Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3.62 JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn.32-34.

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    secreto se halla en la Eucaristía63:

    Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la

    Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio

    eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la

    Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su

    resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la

    obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos

    remediar nuestra indigencia?64.

    San Juan Pablo II también nos animaba a bregar duc in altum (Lc 5,4), pero con ello se

    refería no sólo a un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre todo, a uncompromiso contemplativo más intenso65.  No se trata de entregarse sin medida cuando

    falta la oración, ni de rezar mucho sin amor:

    Un poco de oro vale más que mucho cobre. Rezas mucho, pero no amas a Dios,

    no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no

    lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando

    y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad principalmente,

    sino en el amor (Sermón 76,12).

    La verdadera santidad que agrada a Dios es el amor sincero, la limpieza de corazón,

    resplandor de su bondad   que refleja como en un espejo su gloria (2Cor 3,18)66. La

    santidad avilina es tener un solo corazón asentado en Dios, entero, nunca partido ni

    dividido. No hay nada más dañino al sacerdocio que dar cobijo a la doblez, el duplici

    corde, que llama el Maestro.

    Dios nos había prometido a través del profeta un corazón nuevo: “Derramaré  sobre

    vosotros un agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os

    he de purificar, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo, arrancaré

    de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi

    espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis

    63 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.9064

     JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.61. 65 JUAN PABLO II, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Homilía, 24.05.2001).66  Breve exposición de las bienaventuranzas, 6; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.

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    lo que te saca de la cama en la mañana,

    qué haces con tus atardeceres,

    en qué empleas tus fines de semana,

    lo que lees, lo que conoces,

    lo que rompe tu corazón,

    y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.

    ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!

    Todo será de otra manera.

    Este enamoramiento es, ante todo, obra del Espíritu que recrea nuestro corazón

    sacerdotal, para que tengamos entre nosotros y con todos los hombres   los mismos

     sentimientos  de  Jesucristo (cf. Flp 2,5); y seamos en este mundo su humanidad

    complementaria  en la que renueve todo su misterio, que diría la Beata Isabel de la

    Trinidad72.

    72 BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevación a la Santísima Trinidad  (21.11.1904).

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    3.  RENOVACIÓN ECLESIAL

    La Iglesia es misterio  y comunión de santos, y en cuanto tal se ve renovada y

    revitalizada por Dios y por sus miembros, cuando permanecen unidos a Jesucristo. Ella

    recibe su vida y santidad de Dios. Sacerdocio e Iglesia están intrínseca y recíprocamente

    unidos en el amor misericordioso de Jesucristo, y éste no se entiende al margen de la

    misión trinitaria, eje de la misión de la Iglesia y horizonte permanente de su

    renovación73.

    La referencia a Jesucristo y a la Iglesia es esencial en el ministerio sacerdotal y en

    nuestra vida espiritual. La nueva evangelización – como hemos dicho- sólo será posible

    si los evangelizadores cambiamos interiormente nuestro corazón con la fuerza del amor

    de Dios que posibilita un testimonio creíble y audaz. La fidelidad a la vocación recibida

    edifica la Iglesia, e igualmente, cada infidelidad es una dolorosa herida para el Cuerpo

    místico de Cristo. Cuanto atañe a nuestra vida y ministerio afecta místicamente a la

    edificación y crecimiento de la Iglesia (cf. Ef 4,16). Acercándonos a Jesucristo -afirmael apóstol- también nosotros, como  piedras vivas, “participamos” en la “re-

    construcción” de esta casa espiritual (1Pe 2,4-5)74.

    San Juan de Ávila insiste en que tengamos “siete ojos” puestos en la Iglesia, que es la

    Casa donde el Señor celebra su Pascua, donde consagra, donde hace sacerdotes, donde

     predica a sus discípulos, donde envió después al Espíritu Santo75. ¿Qué quiere decir

    esto? Que no podemos pretender una renovación de la Iglesia al margen de ella misma,

    de su naturaleza y misión. Cualquier renovación sacerdotal y eclesial es Obra de Dios,

     para que el  pueblo formado para Él cante su alabanza, como profetizó Isaías (Is

    43,21)76. Cualquier intento de renovación en el seno de la Iglesia debe inspirarse en el

    sacerdocio de Cristo, que ha inaugurado una nueva ley, un nuevo sacerdocio, un nuevo

    73 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1.74 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución  Lumen gentium, 10; JUAN PABLO II, Exhortación

    apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, 31.75 Sermón 33,976 Sermón 52,5.

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     sacrificio y un nuevo culto77.

     La misión renueva la Iglesia, decía San Juan Pablo II78. Con nuestra santidad en el

    ministerio, unidos al Obispo, somos los primeros responsables de que la Iglesia se

    ofrezca al mundo como diálogo de caridad 79; e identificada con las llagas del Señor

    resucitado80, renueve su entrega continuando su misión misericordiosa como mesón del

     samaritano81, hasta que Él vuelva82.

    En los santos descubrimos la fuerza de la fe que animó y sostuvo sus pasos. Ellos son

    una huella del paso de Jesucristo por este mundo y por su Iglesia. Sus vidas son frutos

    de santidad y semillas de renovación en la Iglesia. Así lo fue el santo doctor, Juan de

    Ávila. Su testimonio y su insistente predicación de una renovación eclesial a través desantos sacerdotes, cobra más vigor aun teniendo en cuenta el clima conciliar y

     postconciliar en que vive, así como la problemática sacerdotal del momento, no

    exclusiva, por otra parte, de aquella época: la naturaleza y razón de ser del sacerdote

    ministro, el estilo de vida sacerdotal, la reforma eclesial, la pastoralidad y el

    humanismo83.

    En el siglo XVI el estado clerical era lamentable en ciertos aspectos y ambientes. La

    Iglesia en España vivía en medio de un gran sinsabor y sentía en lo más profundo de su

    vida y estructura la urgente necesidad de reforma, y no faltaron grandes hombres que

    impulsaran esta renovación desde dentro. Cabe destacar la acción de algunos clérigos o

    grupos espontáneos que, encabezados por espíritus más cultivados, constituyeron un

    auténtico fermento para la renovación clerical. Entre estos grupos de clérigos podemos

    recordar los teorizantes  de la perfección sacerdotal, los encuentros de clérigos

    comarcanos, las cofradías de clérigos o las asambleas del clero… 

    La reforma española contó con dos bases fundamentales: el pensamiento teológico

    universitario y una espiritualidad clara y decidida, que ayudaron a sanar de raíz la

    77 Sermón 33,9.78 JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1.79 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 12.80 Cf. Carta 92.81 Cf. Sermón 22,20.34.82 Cf.  Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 15;  Lecciones sobre la primera

    canónica de san Juan (2), 13.83 Cf. ESQUERDA BIFET,  J.,  Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Ávila, Roma1969, 54.

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    El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

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    ignorancia y el pecado de los eclesiásticos. Hoy como entonces, espiritualidad renovada

    y formación actualizada, deben ir de la mano en todo proyecto de revitalización eclesial

    y evangelizador. Tanto San Juan de Ávila como los últimos Papas, han mostrado esta

    misma convicción en sus planteamientos de renovación eclesial: la importancia del

    Catecismo, los contenidos fundamentales de la fe y su incidencia en la vida cotidiana.

    En este contexto, el Maestro Ávila propuso una gran revitalización eclesial. Consciente

    de que esta empresa trascendería siempre las fuerzas humanas, invitaba a detener la

    mirada en Jesucristo que se entregó a la muerte para reparar a su Iglesia hermosa,

     para que no tuviese mancha ni ruga, para que fuese santa y sin mancha cf. Ef 5,25-

    27)84. Su propuesta era una llamada a la conversión, afirmando claramente que  si hay

    mal obispo, mal cura, mal predicador, cosa difícil es que haya buen pueblo.

    Debemos creer que todo el cuerpo malea cuando el príncipe malea. Todos andan

    enfermos cuando la cabeza enferma; porque su vida es como regla de la vida de

    los otros; a él imitan y a él siguen; y basta que él viva mal para que, aunque no lo

    mande con sus palabras, sea seguido e imitado. Por esto pide Dios en los

     príncipes, en los pontífices y sacerdotes, en los perlados y predicadores tanta

    limpieza, tanta santidad, no solamente en sus palabras, sino en sus vidas, porque

    más pueden obrando que hablando. ( Lecciones sobre la epístola a los gálatas,

    21).

    Si los sacerdotes discernimos y secundamos la voluntad de Dios, podremos guiar bien al

     pueblo, y  siendo lo que debemos, influiremos en él virtud, como el cielo influye en la

    tierra: Somos relicarios de Dios85; es decir, la misma caridad de Cristo: «el abrasado

    amor con que Jesucristo amaba a Dios y a los hombres por Dios»86. El relicario es la

    caridad, y Cristo es la caridad del Padre manifestada a los hombres. Así ha de sernuestra luz ante los hombres , para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al

     Padre (cf. Mt 5,16).

    84

     Sermón 51,42.85 Tratado sobre el sacerdocio, 13.33.86  Audi filia (II) 79.

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    Como el “oficio” del sacerdote consiste en ser signo vivo del Dios Amor, conviene que

    el amor se extienda con amor. San Juan de Ávila quiere encender a los eclesiásticos en

    el fuego del amor de Dios para que tengamos para nosotros y para los otros.

    ¿Qué es trabajar en la viña de Dios? Unos trabajan en la viña de Dios, y otros en la del

    diablo, predica Ávila. Trabajar en la viña, es hacer lo que a uno le corresponde según su

    estado y vocación y lo contario es buscarse a sí mismo queriendo parecer santo87. No

     podemos descuidar la viña plantada por el Señor ni abandonar el rebaño que nos ha

    confiado, pues la vida de los creyentes es fundamental en la transformación del mundo

    y en el crecimiento de la Iglesia. En nuestro servicio es Cristo quien está presente en su

    Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Maestro de la Verdad y Sumo

    Sacerdote del sacrificio redentor, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. n.1548).

    Debemos permanecer al lado de los hombres como siervos de Jesucristo y servidores

    suyos con corazón de madre. Sí, con corazón de madre. Que hubiese en la Iglesia

    corazones de madre en los sacerdotes es el sueño de Ávila, porque ese amor maternal

    nos traería a los sacerdotes más preocupados y ocupados por entender en la salvación de

    los hombres88.

    El Papa Francisco nos está recordando continuamente nuestra vocación al éxodo, a la

     peregrinación, a caminar hacia Dios saliendo de nosotros mismos, del pecado, para

    establecer nuestra morada en el “Tú” de Dios y en las necesidades del hermano. Nuestro

    corazón humano necesita descansar en Dios, y mientras no conseguimos esto,

     permanecemos inquietos, enseñaba San Agustín. La Iglesia ha de permanecer siempre

    en esa inquietud de buscar a Dios y de buscar al hombre en sus necesidades. Es nuestro

    desafío como creyentes y sacerdotes. En su primera homilía durante la Santa Misa conlos cardenales, al día siguiente de su elección, el Papa nos situó claramente en este

    camino de conversión: o servimos a Dios o servimos a la mundanidad del demonio.

    San Juan de Ávila compara este éxodo personal hacia Dios como una llamada a la

    santidad y a ponernos al servicio de la viña, de la Iglesia:

    87 Cf. Sermón 8,20.88  Plática 2,16.

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    Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña,

    que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es, y ella el cuerpo;

     por eso te dicen parte de viña y viña. Tú viña eres; vete a trabajar en ella; vete a ti

    si quieres saber de ti. ¿Qué queréis decir? Vete a tu ánima y haz en ella lo que se

    suele hacer en una viña, lo que un diligente hombre debe hacer en ella, podarla,

    viñarla, cavarla (Sermón 8,14.).

    Trabajar en la viña -en expresión de San Juan de Ávila- es  salir a la plaza, vivir en el

    mundo la propia vocación: «Ve a la plaza por amor de Dios; ama a tu mujer e hijos por

    amor de Dios; entiende en tu oficio y trato lícito, ganando con que sustentes lo que Dios

    te dio a cargo, y tente por jornalero»89. La humanidad sigue necesitando de Dios, y

    Jesucristo cuenta con nosotros, por eso nos ha confiado su misión, como exponíaBenedicto XVI aludiendo a nuestra experiencia del amor de Dios en Jesucristo:

    La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la

    muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con

    Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada

    vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él ( Deus caritas est ,

    33).

    Vivamos nuestro sacerdocio y secularidad siendo capaces de acercarnos a los hombres y

    mujeres de nuestro tiempo, de mirarles, amarles y tratarles como a hermanos e hijos. Si

    apostamos por un ministerio así se renovará el rostro de nuestra Iglesia-Madre, al

    servicio de la misericordia de Dios.

    Sin inquietud somos estériles, enseña el Papa Francisco90. Un clero que tiende a la

    santidad y se entrega a las almas con celo apostólico, dedicando tiempo a Dios y a loshermanos, a la celebración de los misterios de Cristo y a la atención de los pobres, a la

    confesión y a la dirección espiritual, a la oración, a la catequesis y a la formación de

    adultos…. este clero se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, en rostro vivo del

    Amigo de los hombres; en definitiva, un sacerdocio así vivido es cauce de renovación

    eclesial. Tener t iempo y dar tiempo es para nosotros un modo muy concreto de aprender

    89 Sermón 8,21.90 FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014).

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    a entregarnos nosotros mismos, de perdernos para encontrarnos91. Ojalá nuestra

    atención pastoral sea reflejo de esa “santa inquietud” que refería el entonces Cardenal

    Ratzinger al Colegio Cardenalicio, antes de su elección como pontífice:

    Debemos estar impulsados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos

    el don de la fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios se

    nos ha dado para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para

    transmitirla a los demás; somos sacerdotes para servir a los demás. Y debemos dar

    un fruto que permanezca… el fruto que permanece es todo lo que hemos

    sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar

    el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor 92.

    Y durante la homilía del inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI volvió a

    hablarnos de esta “santa inquietud”, de sus raíces y consecuencias:  

    La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que

    muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el

    desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del

    abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la

    oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la

    dignidad y del rumbo del hombre.

    Aquí y ahora es el momento y el lugar que Dios nos brinda para continuar el camino

    hacia Él y hacia los hermanos. A veces tenemos la sensación o tentación de pensar que

    resulta muy difícil evangelizar; de que sembramos y enseguida el espíritu del mundo

    arruina el fruto de nuestro esfuerzo. Lo cierto es que nunca ha sido fácil evangelizar.

    Pero es hora de despertarnos del sueño del cansancio  y del desaliento que nos anestesia pastoralmente impidiéndonos buscar nuevas formas, nuevos métodos y nuevas

    expresiones de la fe en Jesucristo. Es el momento de ofrecer la Verdad, que es Cristo,

     para ganar terreno a quienes pretenden conquistar el corazón de los hombres con falsas

     promesas de felicidad y redención. 

    91

     BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores dela Curia Romana (22.12.2006).92 R ATZINGER , J., Misa "pro eligendo Pontifice” (Homilía, 18.04.2005).

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    La Iglesia una, santa, católica y apostólica es por esencia misterio de comunión y

    misión; y siempre encontrará en la santidad y en el amor fraterno los caminos de su

    unidad. Por eso podemos pensar en clave eclesial y ministerial lo que el Papa Benedicto

    XVI escribía en Caritas in veritate, a propósito de la crisis actual y del desarrollo

    humano:

    La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar

    nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a

    rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir

     y proyectar de un modo nuevo» (n.21).

    También deberíamos replantearnos con seriedad y urgencia una conversión a lafraternidad apostólica, para reparar tantas situaciones críticas que se repiten en todos los

     presbiterios y comunidades, dejando huellas dolorosas y restando impulso

    evangelizador.

    La renovación de la Iglesia pide una verdadera unión en Dios entre obispo y presbíteros,

    como cabeza y miembros; entre fieles y pastores, pero también de todos los cristianos,

    aceptando la diversidad de ministerios y carismas como una riqueza para la Iglesia en la

    unidad de su misión (cf. AA 2).  En la unidad crece la verdadera renovación93. Para

    mejorar el rostro de nuestra Iglesia no basta el trabajo apostólico y evangelizador que se

    realiza por libre, sino que se necesita la perfecta comunión con el Obispo, con los demás

    miembros de la comunidad, del presbiterio y de la diócesis.

    El Maestro Ávila veía con claridad meridiana la situación del clero de su época y no

    dudó en promover la convivencia sacerdotal como escuela de fraternidad y santidad. Si

    de veras creemos en una renovación de la Iglesia desde la comunión más cercana conlos hermanos sacerdotes del presbiterio, mirémonos en el ejemplo de la Sagrada Familia

    de Nazaret, modelo de convivencia humana y espiritual. Jesús, María y José nos

    enseñan “tres grandes lecciones”: la vida familiar , el trabajo y el silencio.

    ¡Cuánto nos insiste el Santo Padre en no ceder a las habladurías, a las críticas, a los

    chascarrillos, murmuraciones o calumnias, y a tantas cosas que destruyen las

    comunidades y la vida eclesial! Todas estas realidades esconden deficiencias en la

    93 BENEDICTO XVI, Audiencia general (27.01.2010).

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    formación o en la madurez humana y espiritual. Muchas de nuestras carencias y

    dificultades, que en ocasiones pueden llegar a convertirse en lastres de la vida

    sacerdotal, podrían mejorarse con una evangélica fraternidad afectiva y efectiva.

    Por muy perfectas que sean nuestras programaciones apostólicas de laboratorio  – como

    las llama el Papa- jamás darán fruto si falta la referencia fundante y última a Dios, y

    nuestro silencio adorante de la fe. Sí, el silencio de la fe, que nos pide mucha prudencia

    ante las obras de Dios, y también ante las obras humanas. Este silencio, como virtud

    vivida desde la fe, nos ayudaría muchas veces a sellar nuestros labios, como recomienda

    el apóstol: “N o habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano,

    o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga la ley. Uno es el legislador y juez: el

    que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?”  (Sant 4,11-13a). La renovación viene de la santidad, nunca llegará por el camino de la crítica

    amarga y soslayada. Los demás y las circunstancias no son siempre los que tienen la

    culpa de todo lo que nos sucede. Muchas veces somos nosotros mismos y lo que

     procede del corazón, el motor del bien y del mal. Las circunstancias y “los otros” no nos

    eximen de la responsabilidad interior que el Señor espera de cada uno de nosotros.

    Como comenta el jesuita José Mª Rodríguez Olaizola:

    Escuchad y entended todos: a veces pensáis que el bien está fuera. Lo veis en

    gente buena, en héroes cotidianos, en sus palabras, en sus gestos, en sus

    capacidades. Y os decís que vosotros no sois capaces, que vosotros estáis

    atascados en los errores de siempre, las mismas batallas que parecen

    interminables. Y acaso sentís frustración por no estar a la altura, por no ser como

    los demás… Pero, ¿sabéis?  De dentro del corazón humano también salen los

     buenos propósitos, las caricias y la ternura, los gestos de amor verdadero, las

     palabras de misericordia, la justicia, la lealtad, la fidelidad y la mesura, la alegría

     por el bien del prójimo, la verdad, la humildad y la hondura. Todas esas bondades

    las llevamos, inscritas en la entraña, por el Espíritu del Padre que hace de cada

    vida un reflejo de su grandeza94.

    94 Sobre Mc 7,14-23.

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    4. 

    MINISTRO DE LA PALABRA

    “La Palabra se hizo carne  y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esta Palabra es

    Jesucristo, el Hijo de Dios, al que podemos llegar a conocer a través de la Escritura, de

    la predicación y de la palabra de la Iglesia. Dios quiere  que se predique esta noticia

    alegre al mundo: que tanto nos amó que se transformó en uno de nosotros95. Jesucristo

    nos habló por su propia persona en la humanidad que tomó, y tomando la palabra nos

    enseñó (cf. Mt 5,2)96. Él es la  Imagen de Dios invisible (Col 1,15), el amor, la esencia

    de la nueva Ley que por la encarnación se ha hecho nuestro camino, como enseña San

    Agustín:

     No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la

    vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti

    y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás

    despierto: levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no puedes

     porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porqueanduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa

    que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» -dices-,

    «pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos 97.

    La predicación del amor de Dios es primordial en la misión de la Iglesia para enriquecer

    al mundo con la esperanza de la salvación de Jesucristo. Su voz ha de ser percibida

    como un “aire herido”, gracias a la proclamación fiel de sus palabras, de sus obras y de

    los sentimientos de su corazón redentor. La palabra sacramental del sacerdote,

     prolongación y presencia del Divino Maestro en su Iglesia, es fuente eficaz de

    misericordia y de innumerables gracias98.

    95  Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1.96 Cf. Audi filia (II) 45,4.97

     SAN AGUSTÍN, Trat. XXXIV , 8-9.98  Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO,  El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial , n. 9.

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    A través de la predicación somos colaboradores de Cristo (cf. 2Cor 6,1) transmitiendo a

    los hombres aquella Palabra que Él recibió del Padre (cf. Jn 17,8) y que nos ha

    confiado. Ésta es como un mar  diputado para hacer misericordia a sus corderos99. Y

    ante ella todos somos corderos y discípulos. El apóstol Pedro, en su discurso previo a la

    elección de Matías como sucesor de Judas, recuerda la finalidad del ministerio

    apostólico: “ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,22). Testigo es aquél

    que ha hecho experiencia. Los sacerdotes necesitamos vivir en esta experiencia del

    misterio de Jesucristo, para que alimente nuestra fe y suscite en nosotros la fortaleza, el

    entusiasmo y la fidelidad en el anuncio del evangelio (cf. 1Tes 1,5).

    El anuncio de su resurrección es también participación en su obra redentora, en virtud

    no sólo de una experiencia transmitida por los apóstoles, sino verificada diariamente ennuestras vidas por la presencia viva de Jesucristo y por la acción de su gracia: “el Señor

     se puso a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio, se complete la predicación” 

    (2Tim 4,17).

    La predicación es connatural a nuestra condición de  pastores y pescadores de hombres 

    (Mt 4,19), a nuestra paternidad espiritual y fecundidad apostólica (cf. 1Cor 4,15). Si no

     predicamos, ¿no seremos acaso semejantes a un “pregonero mudo”?, se preguntaba San

    Gregorio Magno100. En el tiempo presente  – comenta San Juan de Ávila- aunque Él

    calla, manda que nosotros hablemos por Él lo que Él habló y predicaba. Y cuanto

    nosotros decimos con nuestra lengua de carne, Él lo está diciendo con su corazón101.

    Predicar es animar con Jesucristo, que comunica espíritu y vida nueva con su palabra,

    más poderosa para dar vida, que el pecado para dar muerte102. Él es lo verdaderamente

    importante, la Palabra misma, y su predicación la hemos de realizar fundamentalmente

    en la confianza en la acción del Espíritu Santo y en la eficacia de la Palabra de Dios

     sembrada en el amor 103. San Cesáreo de Arlés nos advierte que quien no predica es

     porque no ama lo suficiente a los fieles: no alzamos la voz en la iglesia porque no

    amamos espiritualmente al pueblo que se nos ha confiado104.

    99  Audi filia (II) 48,4.100 SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral , 2,4.101 Cf. Sermón 50,20; Memorial Primero al Concilio de Trento, 14.102

      Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1.103 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, n. 8.104 SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermón I, 13.

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    Cerrar las puertas a la Palabra es dificultar el paso de la humanidad, retrasar su pascua

    “de las tinieblas a la admirable luz de Dios” (1Pe 2,9)105.  Jesús es el sembrador y la

     simiente es su palabra (cf. Lc 8,11), con una fuerza y un fruto que exceden siempre

    nuestras cualidades, porque en ellas obra ya el poder de la cruz, la eficacia de su amor

    revelado en la Cruz. Esto nos insta a una mayor confianza en Él y a mantenernos en una

    dócil responsabilidad, para que no se vea mermado el trigo en su valor . Necesitamos el

    don de Dios, la luz del Espíritu para entender y creer más allá de la pequeñez que nos

    acobarda y nos hace andar flacos en el testimonio y en la predicación106.

    Los preámbulos de una buena predicación son nuestras actitudes vitales y disposiciones

     personales a la hora de acercarnos al texto sagrado. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo

    estoy predispuesto? ¿Me abro a la Palabra con espíritu de fe en Dios, buscando elcorazón de Jesucristo y el sentir de la Iglesia? ¿Leo y medito para comprender, para

    vivir y transmitir o, en cambio, sólo para comunicar o exhortar “a otros”? Aunque es

    muy difícil para un hombre hablar bien de Dios107, lo importante es que el Divino

    Maestro ilumine nuestra inteligencia y establezca su amor en nuestro corazón. Nuestro

     principal servicio a la predicación es sabernos enviados por Él y estar   muy llenos de

     Espíritu Santo (Jn 20,21-2)108, mantenernos firmes en la fe y llevar una vida digna de su

    Evangelio, revestidos de los sentimientos del Padre, de Jesucristo y de la Iglesia (1Pe3,8; Flp 2,2-5). El anuncio no puede prescindir ni disociarse de aquél testimonio

     profético de nuestra propia vida, que anime a otros a vivir de la fe en el Hijo de Dios (cf.

    Gal 2,20).

    San Juan de Ávila advirtió constantemente a los sacerdotes contra la predicación

    defectuosa, que afecta tanto a la falta de coherencia de vida como a las verdades que

     predicamos. Pero en los memoriales primero y segundo al concilio de Trento, insistió

    especialmente también en la forma. La predicación es defectuosa cuando falta el calor

    del Espíritu Santo  capaz de mover los corazones, y por eso advierte que, faltando su

    unción podemos caer en la tentación de  predicar invenciones y curiosidades vanas sin

     provecho ni sustancia109. Se preguntaba el Maestro Ávila: ¿para qué tanto sermón si el

    105 Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 11.106 Cf. Carta 18.107 Sermón 79,2.108

     Sermón 30,2.109 Cf.  Memorial Primero al Concilio de Trento, 3,  Memorial Segundo al Concilio de Trento, 12.

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    hombre se queda seco, frío, y el predicador se queda más porque teniendo poco aceite

    quiere dárselo a otro? Así las cosas, ni aprovecha a unos ni a otros110. Quien predica ha

    de tener para dar y para que le quede; ha de tener para sí y para los demás. Jesucristo

    crucificado es la piedra de donde, hiriendo, el predicador ha de sacar agua; y el

     pedernal que, hiriéndolo, saca fuego para encender los corazones, porque sin Cristo no

     se inflaman los corazones ni se vuelven a nuestro Señor 111.

    Mendiguemos cada día este amor del Maestro, vayamos a la cátedra de la Cruz,

    reconociéndonos sedientos del agua viva, hambrientos de su Verdad que nos cambia por

    dentro, para permanecer como sarmientos unidos a la vid, y recibir de Él la vida y el

     fruto  (Jn 15,4)112. Como Moisés y Aarón aprendieron de la boca de Dios en el

    tabernáculo lo que habían de enseñar a su pueblo, también nosotros antes de predicarhemos de recibir el agua viva de la Escritura que es  sabiduría del cielo, la ciencia y

     palabra de Dios113. Ávila invita a un sacerdote a dejar el cántaro, como la Samaritana,

     para mejor gozar del agua viva que Cristo nos ofrece114. Escuchar y entender la Palabra

    de Dios no resulta siempre fácil. Predicarla requiere del estudio y de la oración que

    adentra en el espíritu de su letra, para conocer el corazón de la Escritura115.

    Recordemos, a este propósito, las recomendaciones del Papa San Juan Pablo II en la

     Pastores gregis:

    El Obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles |…| ha de estar como “dentro de”

    la Palabra, para dejarse proteger y alimentar como en un regazo materno. Se trata,

    ante todo, de la lectura personal frecuente y del estudio atento y asiduo de la

    Sagrada Escritura |…| sería un predicador vano de la Palabra hacia fuera, si antes no

    la escuchara en su interior 116.

    Si en otro tiempo hemos vivido en las tinieblas del pecado, ahora el Señor nos hallamado de la ceguedad a su luz, enderezando nuestros pasos con su gracia para que

    llegue a los hermanos la misericordia que ha tenido con nosotros. Nuestra voz ha de ser

    un instrumento de misericordia, para que Dios levante los corazones caídos de los

    110 Cf. Sermón 80,5.111  Plática 4,1.112 Cf. Carta 12.113 Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 48; Sermón 33,11.114

     Carta 10.115 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 16.116 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, n. 15. 

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    hombres117; por eso se nos pide que hablemos desde la abundancia del corazón que ha

    encontrado en Jesucristo la razón de su alegría.

    San Juan de Ávila compara nuestra voz con el “agua” y “sol”, que riega la sequedad del

    corazón humano y lo enciende como calor y fuego con la Palabra de Dios. En realidad

    es la Palabra de Dios la que se identifica con el agua que en la lluvia baja de cielo y

    riega y fecunda la tierra, como refiere Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el

    cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla

     germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que

     sale de mi boca” (Is 55, 10-11).

    Los pastores somos los primeros discípulos del Divino Maestro, la tierra buena llamadaa acoger la semilla de su amor y verdad. De Él aprendemos en qué consiste evangelizar

    y cómo no se puede llegar realmente a los hombres si antes no se llega al hombre. Jesús

    evangelizó a la mujer samaritana en la verdad de su corazón, hiriéndola de amor al

    situarla ante Dios y ante su propia verdad. Sabía que esta mujer no podría reconocer su

    misericordia si antes no aceptaba la verdad de su vida. Y así, a través del encuentro con

    ella, Jesús llegó también a toda la ciudad. Hoy nos sigue enviando a nosotros: nullus

     potest de aliquo testificari, nisi eo modo quo illud participat 118. Éste es el método

    apostólico que desea promover el apóstol de Andalucía con sus discípulos, encender sus

    corazones en la experiencia de Jesucristo. No hay otro secreto fiable para la antigua y

    siempre nueva evangelización119: experiencia de conocimiento y amor para ser sus

    testigos. Como nos ha recordado el Papa Francisco se trata de dejarnos alcanzar por el

    impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y

    transformarse en servicio concreto al prójimo120. Dejemos fluir en nosotros mismos la

    vida nueva de Jesucristo resucitado.

    El mejor servicio que los sacerdotes podemos ofrecer al mundo es transformarnos

    interior y exteriormente en Evangelio vivo; en buena noticia para los hombres y mujeres

    que aparecen y permanecen o desaparecen de nuestro camino, siendo para ellos como

    una luz en la que puedan reconocer la caridad de Jesucristo, el Buen samaritano que ha

    117 Sermón 56,38.118

     SANTO TOMÁS DE AQUINO, In I Jo., lect. 4,I.119 Sermón 11,6.120 FRANCISCO, Mensaje para la LI Jornada mundial de oración por las vocaciones.

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    hecho camino hacia el hombre herido. Con frescura y sencillez lo evocan también las

     palabras del Beato Charles de Foucauld:

    Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio; toda nuestra

     persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar

    que somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica: todo nuestro

    ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo

    que grite Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús121.

    La autenticidad del mensaje necesita ser ratificado por nuestro seguimiento de

    Jesucristo, no vaya a ser que puedan decir de nosotros lo mismo que Jesús de aquellos

    fariseos: “Sobre la cátedra de Moisés se asentaron los letrados fariseos; haced lo queos dicen, y no hagáis lo que hacen (Mt 23,2-3). A Dios no le sirve nadie si no le sigue,

    decía Ávila122. Las razones y principios, la doctrina y los argumentos que exponemos

    urgen simultáneamente la unción de nuestro testimonio, el ser una “carta de Cristo

    escrita con el Espíritu de Dios vivo” (2Cor 3,3), transformados en Cristo y semejantes

    a Él 123.

    La nueva evangelización no es el arte de un nuevo ejército de heraldos de la ortodoxia,

    sino el servicio humilde y alegre de quienes por amor a Dios logran hacer creíble a

    Jesucristo con la coherencia de vida, sin miedo a predicar la verdad y sin vergüenza para

    vivirla, que como dice Ávila: no quiere nuestro Señor cristianos palabreros -y mucho

    menos sacerdotes- pues son ajenos a su condición124. Predicar es santificar el Evangelio

    de Dios (cf. Rom 15,19), y no porque nosotros hagamos santo el evangelio, sino porque

    igual que uno ensucia las cosas de Dios cuando las trata con mala conciencia, así,

    nuestra bondad de vida en las obras, santifica el evangelio que predicamos 125. Nuestro

    servicio a la Palabra de Dios nos pide claramente tres cosas al estilo de Ávila: vidacoherente con nuestra vocación y estado, ciencia para predicar y fuego en el corazón.

    El cuidado de la Palabra de Dios llama nuestra atención sobre la importancia de la

    catequesis en sus distintas etapas y procesos. San Juan de Ávila se dejó enseñar por la

    121 BEATO CHARLES DE FOUCAULD, Meditaciones sobre los santos Evangelios (Nazaret 1898).122  Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 8.123

     Cf. Carta 86; Sermón 32,20.124  Lecciones sobre