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II Encuentro de Jóvenes Investigadoresen Historia Moderna. Líneas recientesde investigación en Historia Moderna

Comunicaciones

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eCOLECCiÓN ESTUDIOSEDICIONES CINCAN° 5

Esta publicación se ha realizado dentro del Grupo de Excelencia de la URJC:"La Configuración de la Monarquía Hispana a través del sistema cortesano (siglos XIII-XIX):organización política e institucional, lengua y cultura (GE-2014-020)" financiado porel Banco de Santander

IVI4lMVERSIDAD AllOtnfA,

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La imagen del petimetre en la prensa española de finales del siglo XVIII��

Francisco Javier Crespo Sánchez Universidad de Murcia

[email protected]

Resumen: En el presente trabajo analizamos la imagen que desde la prensa se articulaba en torno a unos

personajes tan sugerentes como los petimetres. Utilizando una serie de publicaciones españolas de finales del

siglo XVIII, editadas a nivel nacional y provincial, se pretende comprobar cómo era el discurso sobre los

petimetres, si éstos eran criticados o alabados, qué se decía sobre ellos y en qué se basaban los argumentos. Al

tiempo, nos fijaremos en la conformación de discursos y en su calado en la opinión pública, pues no debemos

olvidar que toda la articulación del pensamiento en torno a la figura del petimetre, respondía a un intento de

generar un determinado estado de opinión conforme al mismo. De forma paralela, atenderemos otras dos

cuestiones relacionadas, la existencia de las petimetras y el fenómeno del majismo. En definitiva, se trata de

acercarnos a un aspecto sociocultural que puede ayudarnos a comprender la sociedad de finales del siglo XVIII y

el papel que jugaban los periódicos en la misma.

Palabras Clave: Petimetre; majismo; prensa; opinión pública; moda; cortejo.

Abstract: In this paper we analyze the image of the petimetres using the Spanish press in the late

eighteenth century. Using a series of Spanish newspapers of the late eighteenth century, edited national and

provincial level, we want to see how was the speech about petimetres if they were criticized or praised, what was

said and what arguments were based. At the time, we look at the creation of discourses and their influence on

public opinion, because we must not forget that all the articulation of thought around the figure of the petimetre,

responded to an attempt to generate a certain state of mind. In parallel, we also attend two related issues, the

existence of petimetras, and the phenomenon of majismo. Ultimately, we want to study a cultural aspect that can

help us understand the society of the late eighteenth century and the role played by the newspapers.

Keywords: Petimetre; majismo, press, public opinion, fashion, courtship.

1. INTRODUCCIÓN

¿Cómo eran vistos los petimetres? ¿Qué opinión se tenía de ellos en la prensa? ¿Se

transmitía una imagen fiel a la realidad o se trataba de visiones alejadas de la misma? Estas

� Trabajo financiado por el Proyecto de Investigación 11863/PHCS/09: El legado de los sacerdotes. El patrimonio del clero secular en Castilla durante el Antiguo Régimen, financiado por la Fundación Séneca: Agencia Regional de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia; el Proyecto de Investigación HAR 2010-21325-C05-01 Realidades familiares hispanas en conflicto: de la sociedad de los linajes a la sociedad de los individuos, siglos XVII-XIX, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad; y el Programa de Becas de Formación del Profesorado Universitario del Ministerio de Educación AP2009-0427.

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son algunas de las cuestiones que debemos de plantearnos a la hora de iniciar un estudio que

pretende llevar a cabo un análisis sobre la imagen ofrecida por la prensa española de finales

del siglo XVIII en torno a la figura del petimetre. Hay que tener en cuenta que no se trata solo

de recoger las descripciones que aparecen en la prensa, sino que debemos ir más allá y

preguntarnos por el significado y la intención que tenían las mismas, las razones que se

encontraban detrás de estas construcciones discursivas y su relación con el manejo de los

espacios de construcción de opinión, en definitiva, del espacio público. Fenómeno que

arranca de tiempo atrás,1 su presencia en los artículos periodísticos de finales de la centuria,

nos ofrece interesantes imágenes que nos pueden ayudar a descifrar la figura del petimetre.

Pero, igualmente, permite interrogarnos sobre la generación de discursos y el papel jugado

por la prensa en torno a la creación de la opinión pública en el conjunto de la sociedad, más si

tenemos en cuenta el importante papel que desempeña el espacio público y la “opinión

publicada” durante el siglo XVIII.2

Por tanto, uno de los objetivos fundamentales de este trabajo es realizar un análisis de

los modelos de comportamiento que se transmiten desde la prensa, calibrando los intentos de

imposición y su impacto real en el marco social.3 Siguiendo con este proceso, el estudio de

periódicos de tirada nacional y provincial permitirá medir la capacidad de difusión de ideas

desde el centro a la periferia, analizando los posibles cambios o permanencias.4

Así, pretendemos conocer cómo era la recepción de estos personajes en un momento

de tránsito y cambio entre dos siglos, recoger la imagen ofrecida a través de la prensa y

comprender los mecanismos e instrumentos que se utilizaban para su crítica y sátira. Tangente

a este tema, en la prensa del momento no faltarán tampoco las alusiones al majismo, al que

también se criticará; y a la figura de la petimetra, vertiente femenina que también será objeto

de atención para los escritores de la época.

Además, debemos de tener en cuenta el tipo de sociedad en la que se desarrolla el

fenómeno de la petimetrería, una sociedad marcada por un estricto sentido de la religión y una

1 La figura del petimetre ha sido bien estudiada en M. LUCENA GIRALDO (2009). “El petimetre como estereotipo español del siglo XVIII”. En V. BERGASA (coord.). ¿Verdades cansadas?: imágenes y estereotipos acerca del mundo hispánico en Europa. Madrid, pp. 39-52. 2 J. HABERMAS (2002). Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona, p. 376. 3 Siguiendo la línea analítica y metodológica ante la cuestión plateada por Bauer de ¿Cómo repercute la prensa en la opinión pública?; W. BAUER (2009). La opinión pública y sus bases históricas. Santander, p. 372. 4 En opinión de Martínez Latre, “La prensa en provincias es prácticamente un remedo de la madrileña”; en M.P. MARTÍNEZ LATRE (1986). “Un capítulo de la historia riojana: El Zurrón del Pobre (1851-1852)”. Berceo, 110-111, pp. 33-62.

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serie de valores morales muy cercanos a los cánones del Antiguo Régimen.5 En este contexto,

para conseguir los objetivos propuestos, debemos plantearnos toda una serie de preguntas:

¿La “modernidad” del petimetre sería atacada desde el seno de la Iglesia? ¿Serían

considerados como un problema y un peligro para la moralidad? Martín Gaite ha señalado que

estos petimetres se denominaban a sí mismos “espíritus fuertes”, marcando su tendencia a dar

por superados o discutibles los principios religiosos, por lo que en cierta medida, ese ataque

desde el pensamiento religioso, si se diera, podría tener una base de sustento en esta

consideración que tenían sobre sí mismos.6 Además, ¿qué recepción tendrían estos personajes

desde el punto de vista de los pensadores ilustrados? ¿Se les consideraba un elemento propio

o ajeno a la Ilustración? Al margen del análisis que realizaremos de la prensa, para Prot, “este

personaje entra en reacción con la sustancia del programa reformista del siglo de las Luces y

con lo que se considera intrínseco a la esencia de España”,7 como si de cierta forma

dinamitara el pasado y la identidad histórica de la Nación. No obstante, y fuera de estas

interpretaciones, Sánchez Blanco considera al petimetre como un subproducto de la

modernidad, por lo que no se le puede relacionar directamente con la Ilustración, o lo que es

lo mismo, no se les puede considerar ni como los únicos ni como los auténticos representantes

de “las Luces”;8 mientras que González Troyano llega a hablar de analogías entre “el

petimetre, deseoso de asumir todas las modas por el solo hecho de ser nuevas, y la

predisposición modernizadora de muchos burgueses ilustrados”,9 en un claro marco de

relación más directa del personaje con la Ilustración. Además, ¿Qué relación se establecía

entre el petimetre y el sentimiento patrio? ¿Se quería ver en ellos una amenaza contra los

valores y costumbres nacionales? ¿Era necesario evocar los valores de la España Antigua

frente a esta ola de cambio?10

Antes de responder a estas preguntas, no acercaremos a la definición ideal del

petimetre, teniendo en cuenta no solo su apariencia externa e interna, sino también su forma

de comportarse y de ser en la sociedad.

5 Para un análisis de la situación de la Iglesia y de su pensamiento, W.J. CALLAHAN (1989). Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1874. Madrid. 6 C. MARTÍN GAITE (1987). Usos amorosos del dieciocho en España. Barcelona, p. 79. 7 F. PROT (2002). “Las afinidades equívocas del petimetre con el discurso ilustrado en la España del siglo XVIII”. Dieciocho: Hispanic enlightenment, 25-2, pp. 303-320. 8 F. SÁNCHEZ-BLANCO (1991). Europa y el pensamiento español del siglo XVIII. Madrid, p. 158. 9 A. GONZÁLEZ TROYANO (1994). “El petimetre: una singularidad literaria dieciochesca”. Ínsula: revista de letras y ciencias humanas, 574, pp. 20-21. 10 Sarrailh expone que esta será la idea de los detractores de la Ilustración; en J. SARRAILH (1978). La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. México, p. 381.

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2. EL PETIMETRE: MÁS QUE SER, PARECER

La figura del petimetre ocupará un amplio espacio en la España del momento,

fenómeno conocido y criticado, no cabe duda de que este personaje despertará amplio interés

en escritores, tratadistas y moralistas de la época; así, en obras literarias o artículos en los

periódicos se tratarán temas relacionados con las formas de ser y comportarse de estos

hombres y mujeres.11 Estos escritos son una prueba palpable de un costumbrismo moralizante,

aspecto que quería difundirse a través de los medios antes citados, por lo que la prensa, u

obras como La Petimetra, de Nicolás Fernández de Martín, o La Petimetra en el tocador, de

Ramón de la Cruz (ambas de 1762), entre otras, se convertían en vehículos excepcionales para

hacer llegar esta visión que se quería ofrecer a la sociedad.12

¿Qué se entendía por petimetre? ¿Qué características y condiciones debía cumplir para

ser considerado como tal? Si seguimos el trabajo que presenta Gómez Jarque sobre la obra de

Martín Gaite,13 debemos tener en cuenta que el petimetre es llamado así por la

castellanización de un término proveniente del francés, petit maître, aunque también sería

conocido por el nombre de currutaco. Entre las actividades de dicho personaje, destacaba, por

encima de todo, el cortejo y seguimiento de las damas, por lo que, si quería cumplir bien con

su deber, debía de contar con una serie de atributos y practicar determinados

comportamientos. En primer lugar, debía cumplimentar a su cortejada con regalos y caprichos

de los que ella gustara, en general, objetos de lujo y moda, lo que le generaba unos gastos que

en muchas ocasiones ni siquiera podía permitirse. Era fundamental que tuviera un amplio

conocimiento de las modas, de los bailes y de las costumbres más modernas, por lo que se

valoraba mucho si el individuo había viajado por las diversas cortes europeas, especialmente

París, centro de modas y de las últimas tendencias de la época.14 Esto no debe extrañarnos,

pues es sabido que en la época de Carlos III los muchachos de buena familia –tal y como fue

costumbre entre las élites europeas– debían realizar viajes de estudio al extranjero. Así, Herr

11 Como los personajes estudiados en J.M. SALLA VALLDAURA (2009). “Gurruminos, petimetres, abates y currutacos en el teatro breve del siglo XVIII”. Revista de literatura, 71, 142, pp. 429-460. 12 M.A. LAMA HERNÁNDEZ y J. CAÑAS MURILLO (1996). “El Petimetre por la mañana y el Petimetre por la tarde de Luís Álvarez Bracamonte”. Anuario de estudios filológicos, 17, pp. 27-56. 13 N. GÓMEZ JARQUE (2007). “El cortejo y las figuras del petimetre y el majo en algunos textos literarios y obras pictóricas del siglo XVII”. [recurso electrónico]. Espéculo: Revista de Estudios Literarios, 2007, 27. <http://www.ucm.es/info/especulo/numero37/petimetr.html> [Consultado: 03-06-2013]. 14 En opinión de Santana, “No início da época romántica (nos anos 1820)… O meridiano da elegancia passa por Londres e Paris, epicentros da moda masculina e feminina, respectivamente”; M.H. SANTANA (2011). “Estética e aparência”. En J. MATTOSO (dir.). História da vida privada em Portugal. A Época Contemporânea. Lisboa, vol. III; pp. 242-276.

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señala que muchos de estos jóvenes no cumplieron con sus cometidos y se dedicaron a

aprender las modas y recorrer las diversas cortes, imitando el empleo de galicismos.15 Gracias

a sus viajes por el extranjero, el petimetre estaría en disposición de conocer algunos términos

franceses y utilizarlos en su vida cotidiana, todo como símbolo de refinamiento y buen gusto.

Estos serían los aspectos internos del petimetre, pero los elementos que conformaban

el porte y el exterior del personaje también quedaban claramente matizados. De él se esperaba

que mantuviera en todo momento un semblante cuidado y refinado y que su indumentaria a la

moda se completara con adornos extravagantes y excepcionales, caso de relojes, pañuelos,

cadenas, etc. Pero dónde más se esperaba del petimetre era en su forma de relacionarse en el

marco general de la sociedad, pues lo que más se apreciaba era su capacidad para

desenvolverse y triunfar en las diversas reuniones sociales a las que debía acudir. En

definitiva, el petimetre debía cumplir una cualidad indispensable para poder considerarlo

como tal: llamar la atención, no pasar desapercibido. De ahí que el saber bailar las principales

danzas de moda del momento fuera su carta de presentación. Otro rasgo que le identificaba

era la actitud despectiva con que debía tratar a los criados. Con ello quería demostrar su

superioridad social frente a ellos, al tiempo exhibía al resto de la sociedad su posición

especial. Por último, y también relacionado con su afán de triunfo y aceptación social, el

petimetre debería despreciar el estudio y la formación, ya que esto solo le haría perder tiempo;

esos momentos los podría dedicar a otros menesteres más relacionados con su causa. Como

puede comprobarse, este comportamiento contrastaba con el pensamiento de los ilustrados,

que vinculaban la instrucción con la prosperidad de la Nación, ya que era considerada como

un medio para obtener felicidad y progreso.16

Y, ¿cuáles eran las funciones del petimetre? ¿Cómo debía organizar ese tiempo que no

dedicaba al estudio? Peñafiel señala detenidamente cuáles debían ser los menesteres de un

correcto petimetre, a saber: debían visitar frecuentísimamente los paseos públicos, haciéndolo

siempre con ostentación y gallardía, provistos del mayor desembarazo. Su misión tenía que

cumplir la máxima del “ver y ser vistos”, por lo que debían conocer los lugares más oportunos

donde poder hacer gala de este mundo de apariencias y fachadas. Asimismo, fundamental y

15 R. HERR (1964). España y la revolución del siglo XVIII. Madrid, pp. 62-63. 16 E. GUERRERO (1985). Historia de la educación en España I. Del despotismo ilustrado a las Cortes de Cádiz. Madrid, p. 20.

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básico para el petimetre era acudir a todo tipo de funciones públicas y privadas, y hallarse en

todo tipo de reuniones y concursos.17

Evidentemente, no solo los hombres se vieron afectados por este fenómeno, también

existió su vertiente femenina, nos referimos pues al caso de la petimetra. Mujer que también

debía preocuparse por su aspecto exterior, cuidar en extremo su presencia en eventos sociales,

rodearse de lujos, contar con hombres que la cortejaran, etc. En el caso de las mujeres, en

opinión de Martín Gaite, el fenómeno era aun más acusado. El nombre de petimetra, derivado

del masculino petimetre, llegó a usarse con un valor predicativo en algunas ocasiones, lo cual

es bastante revelador del grado de cosificación a que las mujeres habían llegado al entregarse

de lleno a aquel menester de sacar lustre a la propia belleza.18

Para cerrar este apartado, nos gustaría citar también el fenómeno conocido como el

“majismo”. Uno de los elementos, como veremos, que se criticaba del petimetre era su escasa

virilidad y su afeminación, por lo que entre los sectores populares comenzó a crearse la figura

del majo. Estereotipo antitético al petimetre, en lugar de la limpieza y la refinación del

mismo, hará gala de un aspecto más descuidado y viril, tratando de evitar las relaciones de

cortejo con las mujeres y utilizando un lenguaje vulgar y tosco. Más tarde, dicho fenómeno

irá calando en los sectores aristocráticos de la sociedad. Martín Gaite considera que hacia la

segunda mitad del siglo XVIII, la aristocracia comenzará a abandonar el estilo de los

petimetres y el cortejo, para dirigirse hacia unos gustos más marcados por el majismo.19 En

resumen, y siguiendo a Franco Rubio, el majismo se distinguía, por tanto, por el trato zafio,

ayudado en ademanes preferentemente burdos para intentar eclipsar la excesiva cursilería del

petimetre. Utilizando, además, un lenguaje bronco, un talante insolente y un concepto del

matrimonio basado en el honor y el recato, precisamente frente al cortejo.20

Corresponde ahora analizar la imagen del petimetre en la prensa, tratando así de

detectar el discurso que se construía sobre ellos; se trata de reflexionar sobre su consideración

social y si se primaban los aspectos negativos sobre los positivos.

17 A. PEÑAFIEL (2006). Los rostros del ocio: paseantes y paseos en la Murcia del Setecientos. Murcia: Universidad de Murcia, pp. 107-108. 18 MARTÍN GAITE (1987), p. 87. 19 MARTÍN GAITE (1987), p. 106. 20 G. FRANCO RUBIO (2001). La vida cotidiana en tiempos de Carlos III. Madrid: Ediciones Libertarias, p. 158.

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3. LA FIGURA DEL PETIMETRE EN LA PRENSA

3.1. La Crítica

Una de las cuestiones utilizadas para la crítica, de las que ya apuntábamos algo con

anterioridad, será la tan mencionada temática del patriotismo y el amor a la Nación.

Entroncando con el discurso ilustrado que consideraba la felicidad del Estado como uno de

los ejes fundamentales a conseguir, en los distintos artículos periodísticos encontraremos

ejemplos en los que se contraponía esta idea con la realidad de los petimetres: “Vinieron a España los franceses en mayor número, y nosotros, como imitadores perpetuos,

usamos más de la multiplicidad de sus trajes: las casacas llegaron a ser más estrechas, como también el

calzón, y más corta la chupa… se usó el peinado en herradura de caballo; coletas en que se gastaban una

docena de varas de cinta… de modo que no iba petimetre quien no fuese harinado como todo

peluquero”21

La idea estaba clara, frente a las influencias del extranjero, había que defender los

valores y las características de la patria nacional. En muchos de estos escritos se denunciará la

influencia que había ejercido la moda francesa en España, moda que se había copiado y

aceptado si más. En cierta medida, en la prensa encontramos un ataque y una condena a lo que

podemos considerar como “lo francés”, elemento que no debe sorprendernos sobremanera,

pues ya existía toda una tradición de crítica a los elementos que llegaban del país vecino.

Baste recordar los extensos y numerosos artículos que se habían dedicado a condenar “las

luces” y “las revoluciones” que habían viajado desde Francia hacia España como si de

enfermedades se trataran. El ejemplo anterior es ilustrativo de esto que exponemos, pues no

solo hace referencia a esa cuestión nacional, sino que va más allá al precisar la serie de

cambios que se estaban realizando en la indumentaria.

La construcción de este modelo, en definitiva, de esta corriente de opinión, empezaba

a basarse en la polarización entre los aspectos que eran considerados como positivos y los

negativos; las cualidades tradicionales que había mostrado España a lo largo de la historia

frente a las modas e influencias del extranjero. A partir de esta asociación de perfiles

comienza a matizarse el discurso que se quiere transmitir desde la prensa al conjunto de la

sociedad. Por tanto, no solo se debía condenar explícitamente los modelos provenientes de

fuera, sino que se debían elogiar las características propias del ser español, los elementos

tradicionales y positivos de sus gentes. A este respecto es interesante un artículo inserto en el 21 Diario de Madrid, nº 208, 27 de julio de 1789, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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Correo de Murcia, donde un hombre reflexiona ante la imagen que dan una serie de

petimetres que llegan invitados a una casa: “Aparecieron una especie de autómatos, cuyo traje, y disposición, cuyo carácter, rito, y lenguaje

me es totalmente desconocido… lo que más me atormentaba era, que, algunas voces me parecieron

españolas, pero jamás consentí, ni me tentó el diablo a creer que hubiesen nacido en nuestras tierras;

porque decía yo, los españoles somos graves, majestuosos, estables, y enemigos de novedades”22

La descripción no podía ser más reveladora, el protagonista muestra su asombro y su

sorpresa ante personas que no reconoce, elementos ajenos al ser español, que no pueden

formar parte de la Nación. Por tanto, los conceptos de ajenidad y exterioridad serán frecuentes

en la configuración de las críticas hacia los petimetres, se trataba pues de un modelo extraño a

la tradición española.

Junto al tema de la patria, y en directa relación al mismo, se encontraba la cuestión del

dinero y de los gastos. Se consideraba que la actitud de los petimetres perjudicaba a la patria,

pues su gusto por las telas y las modas extranjeras provocaba numerosos gastos que no

repercutían en el bienestar de la economía nacional, ya que a pesar de las pragmáticas

promulgadas, los textiles extranjeros, en especial los franceses, seguían teniendo

protagonismo en la confección de vestidos.23 En todo caso, lo que se estaba sugiriendo era

que las acciones de estos personajes provocaban una salida de capitales hacia el extranjero,

impidiendo que estos emolumentos pudieran ser utilizados para potenciar diversos aspectos

que podían beneficiar en la buena marcha de la Nación. De forma sarcástica, el siguiente

artículo reproduce las palabras de un petimetre que habla sobre la buena misión que estaba

cumpliendo hacia el Estado al liberarle de ese dinero innecesario, pasando esa pesada carga a

otras naciones del extranjero: “Nuestra conducta es útil al Estado; pues además de conseguir el descargar a España del peso del

dinero que la oprime para repartirlo a otros reinos que nos proveen de tantas bagatelas, contribuimos a

sostener el lujo… y aunque es cierto, que pudieran estas emplearse en los ejércitos, en el cultivo de los

campos, y en las fábricas, y artes verdaderamente útiles al Estado…”24

En todo este proceso, deberíamos tener en cuenta también ese tradicional discurso que

se había manifestado en contra de los lujos y las modas, enemigas en todo momento de la

religión, de la moralidad y de la economía nacional. Pues en cierta medida, en la crítica que se

22 Correo de Murcia, nº 21, 10 de noviembre de 1792, Murcia, Archivo Municipal de Murcia. 23 E. MARTÍNEZ ALCÁZAR (2007-2008). “Características del atuendo español del setecientos a través de la documentación notarial de Murcia”. Imafronte, 19-20, pp. 177-193. 24 Correo de Murcia, nº 16, 23 de octubre de 1792, Murcia, Archivo Municipal de Murcia.

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lleva a cabo contra los petimetres por las desventajas económicas que producen, subyace una

larga tradición que condenaba lo que representaba el lujo y la suntuosidad, temática que como

sabemos había estado muy presente en la tratadística, en los periódicos o incluso en diversas

reglamentaciones gubernamentales.

Pero donde más se trataba la consideración negativa que tenían los petimetres era en el

terreno de la moralidad. De un lado, se condenaban sus actitudes ante determinados aspectos

de la vida, pues no representaban el sentido de lo tradicional y de la religión, por lo que los

atisbos de modernidad de los petimetres no se correspondían con los valores predominantes

en la España del momento, a pesar de los intentos reformadores. De otro lado, también se

criticaba la afeminación de la que eran víctimas los petimetres, pues mostraban ropajes y

ademanes más propios de las mujeres que de los hombres, aspecto este muy reseñado en la

prensa del momento. La crítica hacia los excesivos cuidados corporales y las vestimentas

extravagantes completarán esa connotación negativa que suponían para la moralidad. A fin de

cuentas, podían suponer un riesgo para la entonces vigente dominación masculina.

En muchas ocasiones, más que artículos periodísticos al uso, se utilizaban cuentos o

historias moralizantes, a fin de transmitir determinados valores y enseñanzas a la sociedad. En

este caso se nos contaba la historia de una mujer que no supo elegir bien entre los dos

pretendientes para su matrimonio; dejándose llevar por sus gustos y apetencias, eligió al

petimetre en lugar de al hombre de bien. El resultado de esta desafortunada elección fue un

matrimonio desgraciado, pues ambos dejaron pronto de quererse, dedicándose él a los

diversos cortejos y terminando por abandonarla: “Ella tomó, como decimos, el rábano por las hojas; pues por partido más favorable a sus deseos

eligió al Petimetre para su esposo. Este fastidiado en menos de una semana de su mujer, y de su nuevo

estado, hizo causa de ciertas nonadas, y bagatelas para tratarla… este joven no dejó por esto de buscar su

alivio, multiplicando gastos, en compañía de algunas mujeres, que ayudaron a crecerle el disgusto, y aun

el aborrecimiento de su esposa. Afectó sentimientos de dolor, y que para vivir ambos menos infelices,

determinaba nunca más verla…”25

Como decíamos, la afeminación de los petimetres era considerada otra de las trabas a

la moralidad. Característica más propia de las mujeres que de los hombres, en la prensa se

denunciará esa excesiva ornamentación que tenían los petimetres, no solo en lo referente a la

ropa y el vestido, sino en los cuidados que se prodigaban en torno a su peinado y sus pieles.

25 Diario noticioso, curioso, erudito, y comercial público y económico, nº 15, 18 de febrero de 1758, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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Se trataba pues de crear una relación de antítesis entre los valores de la virilidad, que debían

ser los propios de cualquier hombre, y los de la feminidad, de los que tan libremente hacían

gala los petimetres. Se construía poco a poco todo un universo de elementos peyorativos en

torno a la figura de estos currutacos, que iban recogiendo todos los factores que no debían

figurar en un hombre que se preciara en la España del momento. El siguiente ejemplo deja

entrever algunas de las cuestiones que estamos señalando: “Las medias que solían ser lisas, y llanas, ¡que revoluciones no han experimentado! Cuanta

variedad de flores, y matices se ve en ellas, las piernas de los petimetres se han transformado en

jardines… no ha quedado trapo de cuantos se destinan a cubrir la finísima, y afeminada piel de los

petimetres, que no se haya trastornado de mil maneras, por obra, y gracias del lujo supremo”26

3.2. La burla

¿Solo se criticaba la figura del petimetre? ¿Qué otras formas se utilizaban para su

menosprecio? Al margen de las fórmulas expresadas anteriormente, la sátira y la burla tendrán

una nutrida presencia en la prensa. De gran vistosidad en las fuentes consultadas, vamos a

reflejar algunas de las características que eran utilizadas para señalar y humillar a los

petimetres. Las burlas van a ser muy variadas: unas se centrarán en su forma de vestir, otras

en sus peinados; no faltarán las relacionadas con sus gestos y formas de comportarse, o las

identificadas con su inteligencia. Como hilo conductor de todas ellas encontramos la idea de

la inferioridad intelectual de los petimetres, potenciando lo ridículo de sus formas y lo

inapropiado de su conducta. Se quería desprender una imagen que los relacionaba con

características como lo chabacano, lo esperpéntico y lo irrisorio: “Amigo Narciso: ¿A dónde tan estirado, y puesto de crédito, sudando aromas, y cerniendo

harinas? ¿Qué diablo pretendes con ese sombrero avacinado? ¿Acaso, que por el gran hueco de su copa

entendamos el vacío de tu mollera? Pues el corbatín tan apretado ¿A qué fin? Poco falta ya para que sea

moda el ahorcarse los presumidos…”27

Se quiere resaltar lo ridículo y lo absurdo de su aspecto, señalándole además la poca

inteligencia que debía de tener para querer presentarse en sociedad de tal forma. Vemos

claramente esa intención de menospreciar al petimetre. Se pretendía predisponer a los

potenciales lectores del periódico por si tenían que vivir una situación parecida a la narrada,

debían de esta forma, reprender al petimetre en términos similares a los aparecidos en el

periódico. 26 Correo de Murcia, nº 12, 9 de octubre de 1792, Murcia, Archivo Municipal de Murcia. 27 Correo de Murcia, nº 3, 8 de septiembre de 1792, Murcia, Archivo Municipal de Murcia.

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Estas burlas y sátiras las encontramos, no solo dirigidas hacia aquellos petimetres de

una extracción social más popular, sino también hacia los sectores altos de la sociedad.

Aprovechando esta cuestión, y teniendo como telón de fondo la ya comentada aversión por

los lujos, los escritos de la época aprovecharán para incidir sobre los aristócratas que se

dejaban llevar por estas modas y hacían galas de ellas en reuniones fastuosas y desmedidas.

Se quería ver a estos nobles como el espejo en el que debía verse reflejado el resto de la

sociedad, como el ejemplo que debían seguir, por lo que su gusto por las cuestiones

relacionadas con los petimetres, daban un mal modelo a imitar. En el siguiente texto, un

hombre de provincias viaja hacia la capital a visitar a su primo, un noble de la ciudad; tras

asistir a una de estas reuniones y comprobar la ridiculez que reinaba en los atuendos de su

familiar, decide volver rápidamente a su pueblo, donde no habían llegado esas innecesarias

costumbres: “Apenas llegué a la casa de mi primo el varón de Choriburu, me embistió un caballero cuya

cabeza parecía molde de oposición de peluqueros según los bucles que levaba, estirado de corbata, y

mucho más de calzones, zapatito a lo danzante con su hebillita muy cuca, casaquita del zorongo que

descubría el ombligo en redondo, chupita de churrus, espada colgada del sobaco… y qué sé yo que otras

zarandajas, tan bonitas como necesarias de nuestros petimetres del día”28

Una de las cuestiones interesantes que aparecerá en la prensa, recurso utilizado para la

sátira del petimetre, será su comparación y equiparación con los animales. Quizá podríamos

hablar de una cierta “animalización del personaje”, en un claro intento de desprestigio y mofa,

pues se estaría llevando a cabo una involución de estos individuos a través de una

comparación tan gráfica como comprensible. Por ello, no es raro encontrar ejemplos que

identifican a los petimetres con monos, aludiendo a esa vertiente tan criticada de la imitación

y la copia sin más, como si de simios se trataran. De esta forma, se estaba atacando a la

inteligencia y a la capacidad de estas personas, pues se limitarían a copiar los vestidos y las

formas, sin atender a su propia consideración y gusto. La “animalización del personaje” se

aprecia en un artículo donde se equipara a los petimetres con perros, metáfora incluso más

ofensiva que la anterior, pues se trata de un animal que camina a cuatro patas y que tiene aún

menor parecido a un ser humano. En este caso, al margen de la cuestión que centra el artículo

–la creación de un traje, a modo de uniforme, para todos los petimetres de España–, la sátira y

el menosprecio se dejan entrever en todo el escrito:

28 Diario de Madrid, nº 177, 26 de junio de 1797, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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“Mi propósito es introducir un traje para los petimetres de España, tan ajustado, tan ceñido, tan

liso, y tan ligero, que si no es el andar a cuatro pies, nada les falte para parecer perros pelados”29

Cerramos este repaso a la burla de los petimetres señalando otra de las cuestiones que

serán objeto de mofa, sus ademanes y formas de comportarse públicamente, criticando no

solo sus extraños gestos o formas de andar, sino la serie de cortejos y galanteos que llevaban a

cabo con las damas, cuestión esta que chocaba nuevamente con la moralidad de la época. Era

una forma más de poner de manifiesto las extrañas características que formaban parte del ser

del petimetre, ya que por norma general, tampoco su comportamiento era un elemento del que

debían sentirse orgullosos: “Pero lo que me hizo observar más un caballerito (o sea) un petimetre, que se sentó a su lado. No

parecía sino que el buen hombre tenía hormiguillo, o alguna convulsión, según que no podía estarse

quieto… Sus manos no paraban, ya metía la una en el pecho, ya jugaba con la espada, ya la conducía

hacia la dama… parecía que todo su cuerpo se deshacía en ademanes tales, que me rio del maniquí más

acondicionado”30

¿Todo eran críticas en la prensa? ¿Nadie se mostraba de acuerdo con la apuesta de

vida que representaban? A tenor de las fuentes consultadas, podemos decir que el elogio del

petimetre era muy escaso en la época. Quizás tenemos que tener en cuenta que estamos

haciendo referencia a los finales del siglo XVIII, cuando la etapa de mayor popularidad del

personaje comenzaba a entrar en su ocaso y se encaminaba hacia su definitiva transformación

hacia otras formas estéticas. A ello debemos sumar lo ya mencionado, la oposición ferviente

de muchos sectores del pensamiento, pues muchos ilustrados españoles o miembros del clero,

se mostraban en claro desacuerdo con lo que representaban. El halago no era un recurso que

encontremos fácilmente en la prensa del momento, lo que no quiere decir tampoco que no

existiera o que no se dieran algunas concesiones: “Por petimetre, que es un diminutivo combinado de la lengua francesa, se entiende en castellano

el que procura juntar el buen gusto a la elegancia de los trajes”31

En este caso, sorprende la definición, tan corta y sencilla como clara, que se ofrece

sobre el petimetre, pues se le relaciona con factores positivos, algo totalmente diferente a lo

que habíamos visto hasta el momento. Frente a las ideas de ridiculez y extravagancia en la

29 Correo de Murcia, nº 10, 2 de octubre de 1792, Murcia, Archivo Municipal de Murcia. 30 Correo de Madrid o de los Ciegos, nº 244, 25 de marzo de 1789, Madrid, Biblioteca Nacional de España. 31 Diario curioso, erudito, económico y comercial, nº 362, 27 de junio de 1787, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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indumentaria, en este artículo se hace referencia al buen gusto y a la elegancia. Dado que los

ejemplos que alaban el gusto de los petimetres por la moda y por los vestidos que llevan

puestos no fueron frecuentes, podemos entender que puede tratarse más de una apreciación

personal por parte del autor del escrito, que de una línea de pensamiento del periódico.

Frente a la idea que se había señalado de que los petimetres se dedicaban a copiar las

modas extranjeras sin tener en cuenta si se trataban de modas ridículas o innecesarias; es

decir, aceptándolas de forma mecánica y sin utilizar su juicio, el autor considera que esto no

tiene sentido. Piensa que imperará el buen juicio, pues si una persona es consciente de su

atuendo, y piensa que es extravagante o inapropiado, no accederá sin más a llevarlo, solo por

el mero hecho de copiar las modas más modernas: “No crean los petimetres de estos tiempos que yo puedo ir contra su dictamen, antes bien deseo

seguirlo, porque estoy muy convencido a que esto no degrada al hombre, y si un extravagante se viese

como he notado, no todos los que se vistan a su semejanza será extravagantes, y sí aquellos que paren su

imaginación en impugnarlos”32

4. LAS PETIMETRAS Y LOS MAJOS: OTROS PERSONAJES PRESENTES EN LA

PRENSA

En la prensa de finales de la centuria, las petimetras también serán objeto de crítica y

censura. Sus comportamientos se consideraban reprobables, pues desvirtuaban el tradicional

papel que la mujer debía ejercer en el marco general de la sociedad y de la familia.33 Se

trataba pues de mantener las funciones tradicionales que debían marcar la vida de la mujer y

que se consideraban fundamentales para la buena marcha de la sociedad, su rol como esposa y

madre. Así, las críticas no se harían esperar en los periódicos dieciochescos: “De 24 horas que tiene el día, gasta una petimetra ocho en peinarse y vestirse: cuatro en comer;

cuatro en visitas, y ocho en dormir, su Dios es su espejo; pelo la familia, los hijos, todo al tronzado ¿y

esto es tener juicio?”34

Se criticarán ampliamente las ocupaciones inútiles e improductivas que suponía para

la mujer el seguimiento de las modas y el culto al cuerpo. No solo se estaba poniendo la

atención en elementos tradicionales como el vestido o la decencia en el ropaje, sino que al

mismo tiempo se señalaba la condena a la vanidad y la necesidad de mantener una moralidad

32 Diario de Madrid, nº 209, 28 de julio de 1789, Madrid, Biblioteca Nacional de España. 33 Aspecto analizado en F. CHACÓN y J. MÉNDEZ VÁZQUEZ (2007). “Miradas sobre el matrimonio en la España del último tercio del siglo XVIII”. Cuadernos de Historia Moderna, 32, pp. 61-85. 34 Correo de Madrid o de los Ciegos, nº 413, 22 de febrero de 1790, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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acorde a los principios religiosos. De hecho, en el ejemplo anterior, llama la atención la

alusión directa que se hace a la familia, pues se consideraba a la mujer como uno de los

baluartes de la misma, por lo que tenía que dedicarse a ella por encima de todo y estar

pendiente de su buena marcha. La mujer estaba destinada, por tanto, a la vida interna y

doméstica, por lo que los valores de la petimetra se mostraban en clara contradicción con la

función que se esperaba de ella.

No será extraño encontrar en la prensa descripciones despectivas sobre los adornos

que utilizaban las petimetras o sobre su tocador, señalando siempre lo accesorio de sus

elementos y el gasto económico que estos suponían. Además, todos estos artificios solo

servían para enmascarar a la mujer y dotarla de una apariencia que no era la suya, que no era

real, por lo que en muchos casos también se señalará ese elemento con una connotación

negativa. La siguiente descripción marca algunos de estos factores, al tiempo que deja ver otra

de las críticas recurrentes, la crítica al peluquero: “Saca luego los emplastos y salserillas, dase en el rostro, y con ellos logra, ¡qué milagro! Salir

blanca de morena, colorada de descolorida, con lunares sin haberlos tenido, y en fin con una cara

sobrepuesta, adulada y ayudada de su sombra el mueble, lisonjeada de sus criadas, y ella muy pagada de

sí. ¡Esto sí que es gastar el tiempo con conocimiento y con utilidad!”35

La figura del peluquero es comparada con la de un mueble, pues se dice que sus

funciones poco tienen de diferentes a las de este objeto; se critica la adulación y la

complacencia fácil que dedica a la mujer, pues solo le dice aquello que quería oír y le

convence para hacerse peinados totalmente ridículos. Para las criadas se reserva un papel

semejante, por lo que alrededor de la petimetra se crearía una corte de aduladores que

alimentarían la vanidad y la coquetería de la misma. Como vemos, se presenta a la mujer

como un ser que se deja engañar y agasajar por los personajes que la rodean, como una

posible muestra de esa menor consideración intelectual que se tenía de ella en la época.

Terminamos este breve análisis por la situación de las petimetras, citando otro de los

individuos que circundan el mundo femenino, personaje que las anima a seguir las modas y a

convertirse en petimetras: éste no podía ser otro que el modisto. En este sentido, se volverá a

criticar el excesivo gasto que suponía para las mujeres seguir las últimas modas y el cambio

de indumentarias que esto traía consigo, pues debían ser compradas nuevas telas y

confeccionados nuevos vestidos. Se trata de desprender una imagen que caracteriza a los

modistos como unos seres que engañan y engatusan a las mujeres para conseguir su propio

35 Correo de Madrid o de los Ciegos, nº 338, 20 de febrero de 1790, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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beneficio económico. Nuevamente vemos expresada esa menor consideración hacia la mujer,

víctima de las tretas y las complacencias de las personas que la rodean. En definitiva, y como

ya hemos visto, se trata de un ataque a los elementos del lujo, así como al seguimiento de la

moda y a las influencias provenientes del extranjero; sin olvidar, y más para el caso de las

mujeres, las cuestiones relacionadas con el recato y la decencia, valores que se consideraban

tan valiosos como intrínsecos al ser propio de la mujer: “¿Y qué siendo las modistas las que llenan de perifollos a todas nuestras petimetras, y las que

discurren incesantemente tan varia multitud de embustes y pataratas, todas de apariencia, y ninguna de

sustancia, trastornando las cabezas mujeriles, de suerte, que apenas están contentas, si cada 15 días no

entran en la moda…?”36

Por último, atenderemos de forma somera a otro de los fenómenos que aparecen

recogidos en los periódicos de finales del siglo XVIII: el majismo y los majos. En este caso,

su presencia en la prensa será menor que la de de los petimetres, pero no por ello será

invisible o no será recogida en la misma. Parece que para el majismo también se reserva una

postura crítica en la prensa. Ya hemos dicho que el majo representaría una figura que

encarnaría los valores de la patria y un alejamiento de las modas provenientes de Francia. Sin

embargo, en los periódicos se criticaba ese exceso de baja condición de que hacían gala los

majos. A fin de cuentas, las elites siempre mostraron una actitud despectiva hacia las clases

populares, por más que las modas parecieran acercarlas. Muestra de ello tenemos el siguiente

ejemplo, que expone de forma muy clara la escasa consideración que le suscitan los majos y

las majas al autor del mismo: “¿Queréis saber lo que significa la mucha majeza o el gran número de majos y majas de un

pueblo? Que aquel pueblo ha venido a la decadencia, o que no ha llegado a la opulencia. Los pueblos que

caminan a la riqueza no saben ser majos en forma, por razón de que primero se apasionan de la

magnificencia que del gusto… Otra cosa significa también la majeza, y es, que aquel pueblo en que

abunde no posee el buen gusto de las artes… ¿Queréis que un majo no lo sea? Dadle ideas de lo que es la

simplicidad y la autoridad doméstica o pública, la majeza se le caerá como la hoja al árbol… Por último,

la majeza, en siendo demasiada, degenera en charrada”37

Así vemos como se relaciona a estos personajes nuevamente con cualidades negativas

y que nada tienen que ver con el progreso o la instrucción. De hecho, se utilizan unos

términos muy radicales para señalar lo inapropiado y lo erróneo de esta moda, no solo porque 36 Correo de Madrid o de los Ciegos, nº 12, 17 de noviembre de 1786, Madrid, Biblioteca Nacional de España. 37 Diario curioso, erudito, económico y comercial, nº 362, 27 de junio de 1787, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

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sería un indicativo del declive de una población, sino que apuntaría su escaso gusto por la

cultura y su poco cuidado por la moralidad. Parece que el majismo se relacionaba con lo tosco

y la incultura, factores que no eran nada apreciados.

5. CONCLUSIONES

Una de las primeras conclusiones que debemos tener en cuenta, a tenor de la prensa

consultada para este trabajo, pero también al hilo de las pesquisas realizadas en otras

investigaciones en curso, es la escasa presencia de la figura del petimetre en los periódicos de

finales del siglo XVIII. Es decir, serán pocas las referencias y los artículos que se dediquen a

estos personajes, siendo un tema minoritario en la prensa del momento. Además, los ejemplos

y descripciones que encontramos en los periódicos parecen exagerados y alejados de la

situación real, por lo que creemos que se le da una importancia excesiva frente a su verdadera

presencia en la sociedad. ¿Se estaba creando un estereotipo alejado del mundo real? ¿Se

describía y caracterizaba un fenómeno que no tenía tanta magnitud y repercusión? La

respuesta a estas preguntas podría ser positiva, pues parece que desde estos medios se estaba

generando un estado de opinión y un debate sobre una cuestión que realmente no suscitaba

grandes problemáticas. Deberíamos plantearnos, revisando tradicionales esquemas y trabajos,

si la importancia y presencia del petimetre en la sociedad era tan acusada como se ha dicho

hasta ahora, o si más bien se trataba de un fenómeno marginal y alejado de los condicionantes

que se expresan en fuentes periodísticas y literarias. ¿Se estaba, por tanto, creando un

determinado estado de opinión en función de una realidad social que no era ni tan potente ni

tan presente?

Ahora bien, lo que tampoco podemos negar es que en la documentación analizada

hemos encontrado una clara crítica y burla hacia los petimetres y todo lo que ellos

representaban. Dicha visión negativa trataría de generar una reacción basada en la denostación

y el menosprecio de estos individuos. ¿Cuál era la intención tras estos ataques? ¿Se trataba

solo de una cuestión de modas y gustos? Más bien parece que tras estos envites hay que ver

una ofensiva contra lo extranjero y una defensa por los valores y modelos considerados como

nacionales, en algunos casos, matizados como tradicionales. Hemos visto además como se

trataba de llevar a cabo una equiparación entre lo foráneo y lo nuevo, que representarían los

malos valores; y lo nacional y lo tradicional, que serían el paradigma de lo correcto y

deseable.

Otro factor a tener en cuenta a la hora de comprender este tipo de artículos de prensa,

sería el ya mencionado tema de la moralidad, aspecto muy cercano a los valores religiosos

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imperantes, pues con la crítica a los petimetres se estaría buscando una defensa de la religión

y de los modelos morales que desde su corpus dogmático se transmitía al conjunto de la

sociedad.

Sumado a todo ello, quedaría aún un colectivo más que trataría de manifestarse en

contra de los petimetres, los pensadores ilustrados, pues considerarían el fenómeno como un

impedimento y una desvirtuación de los elementos que configuraban la esencia de la

Ilustración; pues entendían al petimetre como un enemigo, un lastre para la educación y la

instrucción, o lo que es lo mismo, para conseguir el progreso y la felicidad de la Nación.

La crítica a los petimetres también puede ser un indicador de ese miedo y resistencia

que se tenía a que se produjera una cierta mezcolanza o confusión entre las diferentes clases

sociales, entendido esto como un problema para el mantenimiento de la organización social

existente. Las modas que comenzaron a tener éxito entre los grupos aristocráticos, pronto

tratarán de ser copiadas por el resto de los grupos sociales, provocando posteriormente incluso

el cambio estético de las mismas y la aparición de nuevos fenómenos como el majismo. ¿Se

veía en este traspaso una posibilidad de ruptura de las estructuras del Antiguo Régimen?

Quizás lo que se pretendía era seguir manifestando las características externas diferenciadoras

que debían estar presentes entre las distintas clases sociales y que ayudaban a la pervivencia

de los sistemas y estructuras del Antiguo Régimen. La crítica a esas confusiones se

consideraba necesaria para evitar el avance hacia nuevas formas de organización social.

Estamos pues ante un ejemplo de resistencia y rechazo ante las nuevas formas y modelos que

podían imponerse, manifestada en este caso a través de un medio como la prensa y

configurada en torno a la figura de los petimetres.

En definitiva, este discurso censor, más allá de la crítica a la moda o a los gustos,

encerraba unas claves interpretativas más complejas, que tenían que ver con el mantenimiento

del orden estamental. Por todo ello, sería necesario a nivel metodológico, una relectura de la

prensa, gracias a la cual podremos obtener nuevas visiones y perspectivas que nos ayudarán a

entender mejor la organización social y, con ello, ese fenómeno tan llamativo que fueron los

petimetres.

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