Ignacio Larrañaga - El hermano de asis

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El Hermano de Ass. Vida profunda de San Francisco. Ignacio Larraaga. A Francisco de Ass, en el Octavo Centenario de su nacimiento. El autor.

Captulo primero. Amanece la libertad.A pesar de todo, regresaba tranquilo. Tena motivos para sentirse abatido, pero, contra todo lo esperado, una extraa serenidad inundaba su rostro, y a sus ojos asomaba un no s qu, semejante a la paz de un sueo alcanzado o un amanecer definitivo. En aquella noche hablan saltado todos los quicios, y sus sueos descansaban ahora sobre un nuevo centro de gravedad. Todo haba cambiado como si el mundo hubiera dado aquella noche un repentino giro de ciento ochenta grados. Entre las nieblas matinales que se extendan sobre el valle desde Espoleto hasta Perusa, el hijo de Bernardone cabalgaba, en paz, hacia su casa. Estaba dispuesto a todo, y por eso se senta libre y feliz. Se la ha llamado la noche de Espoleto. No obstante, contra lo que parece y se dice, no comienza en esta noche la aventura franciscana, sino que, al contrario, aqu culmina una larga carrera de obstculos en que hubo insistencias de parte de la Gracia y resistencias de parte del joven soador. En esta noche se rindi nuestro combatiente. Nada se improvisa en la vida de un hombre. El ser humano es siempre hijo de uns poca y un ambiente, como lo son los rboles y las plantas. Un abeto no crece en las selvas tropicales ni un ceibo en las cumbres nevadas. Si en la cadena de Iss generaciones surge un alto exponente humano, no brota de improviso como los hongos en las montaas. Nuestra alma es recreada a imagen y semejanza de los ideales que gravitan a nuestro alrededor, y nuestras races se alimentan, como por smosis y sin darnos cuenta, de la atmsfera de ideas que nos envuelve. Si queremos saber quin es un hombre, miremos a su derredor. Es lo que llaman entorno vital. Al asomarse al mundo por la ventana de su juventud, el hijo de Bernardone se encontr con un cuadro de luces y sombras. Las llamas de la guerra y los estandartes de la paz, los deseos de reforma y la sed de dinero, todo estaba mezclado en la ms contradictoria fusin. Si queremos desvelar el misterio de Francisco de Ass, siquiera unos segmentos y es eso lo que pretende este libro, comencemos por observar qu sucede a su alrededor.

Entorno vital.Los nacionalistas gelfos se aliaban una y otra vez, entre s mismos y con el Pontificado, para expulsar a los imperialistas del Sacro Imperio Germnico. Los gibelinos eran lo que hoy llamamos colaboracionistas, y los gelfos pertenecan a lo que hoy se llama resistencia. Haca un siglo que haba tenido lugar la penitencia de Canossa. Durante tres das y tres noches permaneci descalzo el emperador Enrique IV de Sajonia junto a los muros del castillo de Canossa, en la Toscana, vestido con la tnica gris de los penitentes, antes de que el Papa Hildebrando (Gregorio VII) le levantara la excomunin. Fue el vrtice de una crisis en la larga hostilidad planteada entre el Pontificado y el Imperio, y tambin el momento lgido en la querella de las investiduras, por la que el Papa reclamaba el derecho de elegir los dignatarios eclesisticos, ya que los obispos y abades reciban solemnemente de mano de los prncipes no slo las tierras y bienes sino tambin el bculo y el anillo.

Naturalmente, la cosa no era tan simple como a primera vista parece. Detrs de los bculos y anillos se agitaba un mundo de intereses y ambiciones terrenales. En cinco expediciones asoladoras el emperador Barbarroja haba sembrado el pnico entre las ciudades itlicas. Unos aos antes de nacer Francisco, las haba emprendido el emperador con particular saa contra el condado de Ass, en cuyo recinto entr victorioso, recibiendo el homenaje de los seores feudales y poniendo la bota imperial sobre la plebe levantisca y humillada. Al alejarse, dej como lugarteniente al aventurero Conrado de Suabia para mantener sumiso al pueblo rebelde. Los aristcratas de Ass, aprovechando esta proteccin imperial, oprimieron a los siervos de la gleba con nuevas y duras exigencias, uncindolos al carro del vasallaje del que se haban apeado anteriormente. Francisco naci en estos momentos en que la villa se mantena vigilada por Conrado desde la formidable fortaleza de la Rocca, erguida amenazadoramente en lo alto de la ciudad. En este contorno transcurri la infancia de Francisco. Es una poca amasada de contrastes y sumamente movida. Las alianzas se anudan y desanudan con la inconsistencia de las palabras escritas en el agua; suben y bajan las pequeas repblicas y los grandes seoros; hoy el emperador pide proteccin al Papa, y maana lo depone o le contrapone un antipapa o entra a fuego por los muros de Roma. La serpiente de la ambicin levanta su cabeza en las torres almenadas de los castillos, en los palacios lateranenses y en las fortalezas imperiales; las llamas siempre estaban de pie al viento; las cruzadas se parecen a un turbin que arrastra, en desatada mezcla, la fe y el aventurerismo, la devocin y la sed de riqueza, la piedad con el Crucificado y la impiedad con los vencidos ... Al subir al pontificado Inocencio III, personalidad de gran empuje y alto corazn, las ciudades italianas levantaron cabeza exigiendo independencia, reclamando justicia y, en algunos casos, alzando el puo de la venganza. La rebelda se extendi como ciego vendaval por toda la Italia central. En el condado de Ass, la revolucin alcanz alturas singulares. Era la primavera de 1198. Cuando el pueblo se enter de que Conrado se haba sometido en Narni a las exigencias del Papa, los asisienses subieron a la Rocca y, en el primer asalto, desmelenaron el soberbio bastin, sin dejar piedra sobre piedra. Y con gran celeridad levantaron una slida muralla alrededor de la ciudad con el material de la Rocca desmantelada. As se erigi la repblica de Ass, independiente del emperador y del Papa. Francisco tena a la sazn 16 aos. Las llamas de la venganza se encendieron por todas partes, atizadas por la ira popular, en contra de los opresores feudales. Ardieron sus castillos en el valle umbro, estallaron las torres almenadas, fueron saqueadas las casas seoriales, y los nobles tuvieron que refugiarse en la vecina Perusa. Entre los fugitivos se contaba una preadolescente de unos doce aos llamada Clara. Los nobles asisienses refugiados pidieron auxilio a la eterna rival, Perusa, en contra del populacho asisiense que los haba expulsado. Despus de varios aos de parlamentos, ofertas y amenazas, se dirimi el combate blico en los alrededores de Ponte San Giovanni, lugar equidistante entre Perusa y Ass. Era el verano de 1203. Aqu particip Francisco, que a la sazn tena 20 aos. As asoma a la historia el hijo de Bernardone: peleando en una escaramuza comunal a favor de los humildes de Ass. Los combatientes de Ass fueron completamente derrotados, y los ms acaudalados fueron tomados como rehenes y deportados a la prisin de Perusa. Ah tenemos a Francisco hecho prisionero de guerra en las hmedas mazmorras de Perusa.

Los castillos amenazan ruina.Francisco era demasiado joven para absorber sin pestaear aquel golpe. A los veinte aos, el alma del joven es una nfora frgil. Basta el golpe de una piedrerita, y la nfora se desvanece como un sueo interrumpido. Es el paso del tiempo y del viento lo que da consistencia al alma. Uno tiene la impresin de que los bigrafos contemporneos pasan como volando por encima de los aos de conversin de Francisco. Igual que los periodistas, los cronistas nos entregaron ancdotas. Pero, al parecer, no presenciaron o, al menos, no nos transmitieron el drama interior que origina y explica aquellos episodios. Nada nos dicen de su conversin hasta la noche de Espoleto. Sin embargo, en esta noche cay la fruta porque estaba ya madura. Para m, en estos once largos meses de encierro e inactividad comienza el trnsito de Francisco. Para construir un mundo, otro mundo tiene que desmoronarse anteriormente. Y no hay granadas que arranquen de raz una construccin; los edificios humanos mueren piedra a piedra. En la prisin de Perusa comienza a morir el hijo de Bernardone y a nacer Francisco de Ass. Zeffirelli nos ofreci un bellsimo filme, Hermano sol, Hermana luna. Pero tampoco ah se nos desvela el misterio. Nada se nos insina de los impulsos profundos que dan origen a tanta belleza. La pelcula se parece a un mundo mgico que, de improviso, emergiera nadie sabe de dnde ni cmo. Es como imaginar el despegue vertical de un avin sin reactores. Nadie, salvo un masoquista qumicamente puro, hace lo que Francisco en esas escenas: someterse a una existencia errante presentando un rostro feliz a las caras agrias, con la frente erguida ante las lluvias y las nieves, dulzura en la aspereza, alegra en la pobreza... Todo eso presupone una fuerte capacidad de reaccin, que no aparece en la pelcula, y un largo caminar en el dolor y la esperanza; presupone, en una palabra, el paso transformante de Dios por el escenario de un hombre. La Gracia no hace estallar fronteras. Nunca se vio que el mundo amanezca, de la noche a la maana, vestido de primavera. El paso de un mundo a otro lo hizo Francisco lentamente, a lo largo de dos o tres aos, y no fue un estallido repentino sino una transicin progresivamente armoniosa, sin dejar de ser dolorosa. Todo comenz, segn me parece, en la crcel de Perusa. En toda transformacin hay primeramente un despertar. Cae la ilusin y queda la desilusin, se desvanece el engao y queda el desengao. Si; todo despertar es un desengao, desde las verdades fundamentales del prncipe Sakkiamuni (Buda) hasta las convicciones del Eclesiasts. Pero el desengao puede ser la primera piedra de un mundo nuevo. Si analizamos los comienzos de los grandes santos, si observamos las transformaciones espirituales que ocurren a nuestro derredor, en todos ellos descubriremos, como paso previo, un despertar: el hombre se convence de que toda la realidad es efmera y transitoria, de que nada tiene solidez, salvo Dios. En toda adhesin a Dios, cuando es plena, se esconde una bsqueda inconsciente de trascendencia y eternidad. En toda salida decisiva hacia el Infinito palpita un deseo de libertarse de la opresin de toda limitacin y, as, la conversin se transforma en la suprema liberacin de la angustia. El hombre, al despertar, se torna en un sabio: sabe que es locura absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto; sabe que somos buscadores innatos de horizontes eternos y que las realidades humanas slo ofrecen marcos estrechos que oprimen nuestras ansias de trascendencia, y as nace la angustia; sabe que la criatura termina "ah" y no tiene ventanas de salida y, por eso, sus deseos ltimos permanecen siempre frustrados; y sobre todo sabe que, a fin de cuentas, slo Dios vale la pena, porque slo El ofrece cauces de canalizacin a los impulsos ancestrales y profundos del corazn humano. En la crcel de Perusa despert Francisco. All comenz a cuartearse un edificio. Qu edificio? Aquel soador haba detectado, como un sensibilsimo radar, los sueos de su poca, y sobre ellos y con ellos haba proyectado un mundo amasado con castillos almenados, espadas fulgurantes abatiendo enemigos: los caballeros iban a los campos de batalla bajo las banderas del honor para

dar alcance a esa sombra huidiza que llaman gloria; con la punta de las lanzas se conquistaban los ttulos nobiliarios, y en brazos de gestas heroicas se entraba en el templo de la fama y en las canciones de los rapsodas, igual que los antiguos caballeros del rey Arturo y los paladines del gran emperador Carlos. En una palabra; todos los caminos de la grandeza pasaban por los campos de batalla. ste era el mundo de Francisco y se llamaba sed de gloria. Persiguiendo esos fuegos fatuos haba llegado nuestro joven soador a las proximidades de Ponte San Giovanni. La primera ilusin degener en la primera desilusin, y de qu calibre! Soar en tan altas glorias y encontrarse con tan humillante derrota, y en el primer intento, era demasiado! Y ah mismo le esperaba Dios. En los castillos levantados sobre dinero, poder y gloria no puede entrar Dios. Cuando todo resulta bien en la vida, el hombre tiende insensiblemente a centrarse sobre s mismo, gran desgracia porque de l se apodera el miedo de perderlo todo, y vive ansioso, y se siente infeliz. Para el hombre, la desinstalacin es, justamente, su salvacin. Por eso, a Dios Padre, si quiere salvar a su hijo arropado y dormido sobre el lecho de ia gloria y el dinero, no le queda otra salida que darle un buen empujn. Al hundirse un mundo, queda flotando una espesa polvareda que deja confuso al hijo. Pero, al posarse el polvo, el hijo puede abrir los ojos, despertar, ver clara la realidad y sentirse libre. Eso le sucedi al hijo de doa Pica. En el llano de Ponte San Giovanni se vinieron al suelo sus castillos en el aire. En el primer momento, como siempre sucede, el muchacho, envuelto en la polvareda, sinti confusin. Pero, al llegar al presidio, en la medida en que fue pasando el tiempo y el polvo se desvanecia, el hijo de doa Pica, como otro Segismundo, comenz a ver claro: todo es inconsistente como un sueo. Era dernasiado, para un joven sensible e impaciente, permanecer inactivo entre los muros de una crcel, mascando la hierba amarga de la derrota. En un cautiverio hay demasiado tiempo para pensar. All no hay novedades que distraigan. Slo queda flotando, como realidad nica y oprimente, la derrota. Por otra parte, nuestro muchacho no se escap de la psicologa de los cautivos. El cautivo, igual que el preso poltico, vive entre la incertidumbre y el temor: no sabe cuntos meses o aos permanecer recluido en la prisin, ni cul habr de ser el curso de los acontecimientos polticos, ni qu ser de su futuro. Slo sabe que ese futuro queda pendiente de un podest arbitrario o de una camarilla hostil de seores feudales. Por otra parte, nuestro joven estaba bien informado de que los cautiverios y derrotas son el alimento ordinario en la vida de las aventuras caballerescas. Pero otra cosa era experimentarlo en carne propia y por primera vez, l que todava no estaba curtido por los golpes de la vida y era, adems, de natural tan sensible! La crisis comienza. Frente a las edificaciones que hoy suben y maana bajan, frente a los emperadores que hoy son carne y maana sombra, frente a los nobles seores que son silenciados para siempre por la punta de una lanza, hay otro Seor cabalgando sobre las estepas de la muerte, otro Emperador al que no le alcanzan las emergencias ni las sombras, otra Edificacin que tiene estatura eterna. La Gracia ronda al hijo de doa Pica. ste pierde seguridad. Los viejos bigrafos nos dicen que, mientras sus compaeros estaban tristes, Francisco no slo estaba alegre sino eufrico. Por qu? Un hombre sensible fcilmente se deprime. A partir de su temperamento, tendramos motivos para pensar que Francisco tena que estar abatido en la crcel. Sin embargo, no lo estaba. Las palabras de Celano, cronista contemporneo, nos dan pie para confirmarnos en lo que venimos diciendo desde el principio: que todo comenz en la crcel de Perusa, que Dios irrumpi entre los escombros de sus castillos arruinados, que all tom gusto a Dios, y all vislumbr, si bien entre nieblas, otro rumbo para su vida. Efectivamente, cuenta el viejo bigrafo que, ante la euforia de Francisco, se molestaron sus compaeros y le dijeron:

Ests loco, Francisco. Cmo se puede estar tan radiante entre estas cadenas oxidadas? Francisco respondi textualmente: Sabis por qu? Mirad, aqu dentro llevo escondido un presentimiento que me dice que llegar el da en que todo d mundo me venerar como santo. Fugaces vislumbres de eternidad cruzaron el cielo oscuro de Francisco en la oscura crcel de Perusa.

La gran palabra de su vida.En agosto de 1203, los hombres de la plebe y los aristcratas de Ass se dijeron entre s: Para qu gastar energas en combatirnos mutuamente? Hagamos un tratado de paz y consolidemos la vida de nuestra pequea repblica. A consecuenaa de esta alianza, Francisco y sus compaeros de cautividad fueron dejados en libertad y regresaron a Ass. Entre este momento y la noche de Espoleto han transcurrido aproximadamente dos aos. Qu hizo en este nterin el hijo de Bernardone? Los bigrafos nos hablan poco. De lo poco que nos hablan, sin embargo, podemos deducir mucho. Para desgracia nuestra (no s si decir para desgracia, tambin, de la Iglesia e incluso para la historia humana) Francisco, a lo largo de su vida, fue extremadamente reservado en lo referente a su vida profunda, a sus relaciones con Dios. No hay hombre que haya guardado su secreto profesional con tanta fidelidad como aquel hombre sus comunicaciones con Dios. Normalmente era comunicativo; por eso el movimiento que origin tiene carcter fraterno o familiar. Pero en lo referente a sus experiencias espirituales, se encerraba en un obstinado crculo de silencio y nadie lo sacaba de ah. Fue fiel hasta las ltimas consecuencias a aquello que, en su poca, se llamaba "Sigillum regis", el secreto del rey: "mis cosas" con mi Seor acaban entre l y yo. Hay que notar, por ejemplo, que la noticia de su muerte caus alegra. Por qu? No porque hubiera fallecido Francisco, naturalmente, sino porque ahora s se podan contemplar y palpar sus llagas. Durante tres aos ocult celosamente aquellas seales misteriosas que llevaba en su cuerpo. Todo el mundo saba de su existencia pero nadie, mientras vivi Francisco, tuvo la dicha de contemplarlas, ni sus confidentes ms ntimos, ni siquiera Clara. Solamente pudo verlas el hermano Len, que haca las veces de secretario y enfermero. Puede ser que, debido a este sigillum, los narradores contemporneos no hubieran tenido noticias de su paso o conversin y que, por eso, la informacin respecto a esa poca sea tan parca. Tanto los cronistas contemporneos como Francisco mismo en su Testamento nos introducen de un golpe en el escenario de Dios, como si ya existiera una alta familiaridad entre Francisco y su Seor. Pero una gran familiaridad con Dios presupone una larga historia de trato personal. Y es esa historia la que est por desvelarse. Hoy da, en los libros sobre San Francisco, se tiende a pasar por alto su vida interior, dndosenos, en cambio, un amplio anecdotario concorde con la mentalidad actual. Frecuentemente se nos presenta un Francisco del gusto de hoy, contestatario, hippy, patrono de la ecologa, sin preocuparse, en general, por desvelar su misterio personal. Para presentar a San Francisco el hombre de hoy no nos debiera preocupar tanto, me parece, si Io que Francisco fue o hizo es o no del gusto de nuestra poca, cules de sus rasgos concuerdan con nuestras inquietudes. Por ese camino desenfocamos a San Francisco y traicionamos al hombre de hoy. Lo correcto y necesario es mirar a Francisco desde dentro de l mismo, incluyndolo en su entorno vital, y as descubrir su misterio: y sin duda ese misterio ser respuesta para hoy y para los siglos futuros. Qu es el misterio de un hombre? En lugar de misterio, qu otra palabra podramos utilizar? Secreto? Enigma? Explicacin? Carisma? Un algo aglutinante y catalizador? Tengo la conviccin de que todos los misterios, uno por uno, bajan desvelados a la sepultura y duermen all

su sueo eterno. En todos los individuos, su misterio est retenido entre los pliegues de los cdigos genticos, impulsos vitales, ideas e ideales recibidos desde la infancia. Pero en el caso de Francisco encontramos, adems, una personalidad singular tejida con fuertes contrastes que hacen ms difcil captar su secreto. Sin embargo, para descifrar el enigma de San Francisco tenemos un cable: Dios. He ah la gran palabra de su vida. Dios pas por sus latitudes. Dios toc a este hombre. Dios se pos sobre este hombre. Dios visit a este amigo. Y, con este hilo conductor, comienza a entenderse todo. Ahora vemos cmo los contrastes pueden estructurar una personalidad coherente y armnica. Comprendemos tambin cmo el hombre ms pobre del mundo poda sentirse el hombre ms rico del mundo, y tantas cosas. Existe el principio del placer: todo ser humano, segn las ciencias del hombre, acta motivado, en algn sentido, por el placer. Francisco de Ass, sin el Dios vivo y verdadero, podra ser encasillado, en cualquier cuadro clnico, como un psicpata. Todos sus sublimes disparates, su amor apasionado a nuestra Seora la Pobreza, su reverencia por las piedras y gusanos, su amistad con los lobos y leprosos, el presentarse a predicar en ropa interior, el buscar la voluntad divina dando vueltas como un trompo... dan pie para pensar en el desequilibrio de una persona. Lo sublime y lo ridculo se tocan casi siempre. La frontera que divide lo uno de lo otro se llama Dios. S; Dios hace que lo que parece ridculo sea sublime. Dios es aquella fuerza revolucionaria que hace saltar las normalidades, despierta las dormidas potencialidades humanas y las abre hacia actitudes sorprendentes y hasta ahora desconocidas. De una piedra es capaz de extraer hijos de Abraham, y de cualquier hijo de vecino puede sacar ejemplares absolutamente originales. Con esta palabra Dios-- el enigma de Francisco de Ass queda interpretado, su secreto descifrado. Como vivimos en un mundo secularizante, existe el peligro y la tentacin de pretender presentar al mundo de hoy un Francisco sin Dios, o un Dios con sordina o en tono menor. Y, en este caso, San Francisco comienza a parecerse a una bellsima marioneta que hace acrobacias prodigiosas; pero todo es fantasa: aquello no toca suelo; no explica el misterio de Francisco. Nos podrn dar rasgos de su vida que conmueven a los romnticos, hechos que seducen a los hippies, antecedentes histricos por los que los ecologistas lo consideran como su precursor, pero el misterio profundo de Francisco queda en el aire, sin explicacin. Basta abrir los ojos y mirar sin prejuicios: desde el primer instante nos convenceremos de que Dios es aquella fuerza de cohesin que arma la personalidad vertebrada y sin desajustes de Francisco de Ass.

La mujer de su vida.A su regreso de Perusa, apenas pis las calles de Ass, nuestro brioso muchacho ech por la borda sus meditaciones sobre la fugacidad de la vida, olvid los reclamos del Seor y, dando rienda suelta a sus ansias juveniles retenidas durante un ao, se enfrasc en el torbellino de las fiestas. Muerta la sed de gloria, le naca la sed de alegra. Se formaron grupos espontneos de alegres camaradas. Los que haban permanecido en forzada camaradera en el presidio de Perusa constituan las pandillas ms bullangueras. Nombraron al hijo de Bernardone como jefe de grupo y le dieron el simblico bastn de mando porque sus bolsillos estaban cargados y su alma rebosaba alegra. Trasnochaban hasta altas horas. Suban y bajaban por las calles estrechas entre gritos, risas y canciones. Detenanse bajo las ventanas de las bellas muchachas para entonar serenatas de amor al son de lades, ctaras y arpas. Era una sed insaciable de fiesta y alegra. Pasaban los meses. Nunca se agotaban los bros ni se apagaba la inspiracin. Generalmente, Francisco costeaba los banquetes. Haba en l ese algo misterioso que cautivaba a todos. Siempre se le vea rodeado de la juventud ms dorada y disipada de Ass. Participaba en los certmenes de

cantos y en los torneos ecuestres, y lo haca brillantemente. Envidiado por algunos y aplaudido por todos, el hijo de Bernardone era indiscutiblemente el rey de la juventud asisiense. As como el ao anterior la Gracia haba derribado de un golpe su sed de gloria, ahora la misma Gracia iba a reducir a polvo su sed de alegra. El viejo cronista aplica a este momento las expresivas palabras del profeta: "Cercar tu camino de zarzas y te cerrar el paso con un muro" (Os 2,3). Una grave enfermedad de extraa naturaleza y difcil diagnstico se abati sobre su juventud, y durante largos meses lo tuvo atrapado entre la vida y la muerte: sudor fro, temperaturas altas y obstinadas, pesadillas, debilitamiento general, y una lenta. muy lenta convalecencia. En esta prolongada recuperacin y, en general, en este perodo de su existencia, aparece la persona que abrir horizontes de luz a su vida, la mujer que imprimir en su alma marcas indelebles de fe y esperanza: su propia madre. La silueta de doa Pica, hecha de dulzura y fortaleza, se nos desvanece en el fondo del silencio. Pasa fugazmente como un meteoro por entre las pginas de los viejos cronistas. Aparece, resplandece y desaparece. Es de aquella clase de mujeres capaces de sostener el mundo en sus manos, pero lo hace sin dramatismos, simplemente y en silencio. Por esas paradojas de la historia, aunque las fuentes nos transmiten slo fugaces vestigios de su figura y estamos, sin embargo, en condiciones de sacar, por la va deductiva, la radiografa completa de doa Pica. El mtodo para lograr este propsito ser indirecto: asomarnos al alma de Francisco y entresacar de su inconsciente, rasgo por rasgo, la efigie cautivadora de esta mujer a quien tanto debe el franciscanismo. La tradicin la supone oriunda de Provenza, cuna de la poesa y del cantar. Pero las fuentes guardan silencio al respecto. Disponemos, no obstante, de suficientes elementos para concluir, por deduccin, que doa Pica era efectivamente francesa. Es una constante humana el hecho de que, en los momentos en que la emocin se sale de cauce y se torna incontrolable, el ser humano tiende a manifestarse en su lengua materna, aquel idioma que "mam". Se dice que San Francisco Javier, en su agona, se expresaba en "euzkera" (vasco), su idioma materno. El Pobre de Ass, siempre que era posedo por una intensa emocin, pasaba a manifestarse en francs (provenzal). No sera ste su idioma materno, el idioma de su madre? Supongamos, por ejemplo, que yo aprendiera a los 20 aos el idioma ingls y que lo dominara a la perfeccin. Si en un momento de explosiva emocin necesitara expresarme libremente y sin obstculos rnentales, instintivamente pasara al idioma materno o nativo en que van aglutinados la palabra y los sentimientos, la fontica y las vivencias lejanas. Si, como la mayora supone, Francisco hubiera aprendido el francs, ya de joven, en sus viajes comerciales, sera psicolgicamente extrao y casi inexplicable que, en los momentos de jbilo en que las palabras, enlazadas a las vivencias ms primitivas, necesitan salir connaturalmente, lo hiciera en francs. Se supone que a la persona que aprendi ya de adulto un idioma, le falta flexibilidad o facilidad para expresarse en ese idioma. Podemos, pues, deducir que el idioma materno de Francisco era el francs, esto es: que el idioma de su madre era el francs (provenzal). Justamente por eso se dice idioma materno y no paterno, porque se aprende junto a la madre, junto a la cuna. Como dijimos, disponemos de una va deductiva para conocer el alma de aquella mujer y as, indirectamente, podemos conocer mejor el misterio de Francisco. Es un juego alternado: desde la vertiente inconsciente de Francisco extraemos los rasgos para una fotografa de doa Pica, y en el reflejo de la madre veremos retratada la personalidad del hijo. Celano nos dice que, cuando el viejo mercader captur al joven dilapidador en quien haban aparecido inclinaciones msticas y lo encerr en el calabozo, a la madre "le crujan de pena las entraas". Hay una fuerza primitiva en esta expresin: no era slo que la madre senta pena por la situacin del hijo. Era mucho ms. Entre la madre y el hijo circulaba una corriente profunda de

simpata. No slo haba consanguinidad entre los dos, sino tambin afinidad. Ambos estaban constituidos en unos mismos armnicos. Atenindonos a los escritos de San Francisco, impresiona con qu frecuencia y emocin evoca Francisco la figura materna, de la madre en general e inconscientemente (quin sabe si a veces conscientemente?) de su propia madre. Siempre que Francisco quiere expresar la cosa ms humana, la relacin ms emotiva, la actitud ms oblativa, acude a la comparacin materna. Necesitamos sumergirnos en el fondo vital de este hombre, fondo alimentado por mil recuerdos casi olvidados de una persona que le dio cuidado, alma, cario, fe, ideas e ideales. En la Regla de 1221, al sealar las altas exigencias que originan y sostienen la vida fraterna, Francisco les dice a los hermanos que "cada uno cuide y ame a su hermano como una madre ama y cuida a su hijo". Volviendo a los mismos verbos tan maternos (amar y cuidar), en la segunda Regla, Francisco vuelve a la carga diciendo que "si una madre ama y cuida al hijo de sus entraas, con cunta mayor razn deben amarse y cuidarse los nacidos del Espritu!". En todo esto la novedad no est en el verbo amar, vocablo muy viejo y bastante manido, sino en el verbo cuidar, verbo exclusivamente materno. Cuidar est en los mismos armnicos que el verbo consagrar o dedicar en la Biblia. Cuidar significa reservar la persona y el tiempo a otra persona, lo cual hacen, sobre todo, las madres. All por el ao 1219 aproximadamente, Francisco intent dar una organizacin elemental a los hermanos que suban a las altas montaas para buscar all el Rostro del Seor en silencio y soledad, y poder as recuperar la coherencia interior. Escribi, pues, una norma de vida o pequeo estatuto que llam Regla para los Eremitorios. Supone que all arriba, en la cabaa, vive una pequea fraternidad de cuatro hermanos. Y queriendo puntualizar las relaciones que deben regir entre ellos, Francisco utiliza expresiones chocantes, pero que trasuntan infinita ternura fraterna, digo, materna, acudiendo, una vez ms y esta vez ms que nunca, a la figura materna. De los cuatro hermanos, "dos sean madres y tengan dos hijos". En cuanto a la ndole de vida, "los dos que son madres sigan la vida de Marta, y los dos hijos sigan la vida de Mara". Despus ordena, mejor, desea que, al acabar de rezar tercia, puedan interrumpir el silencio "e ir a sus madres". Entre tantas expresiones hay una cargada de especial ternura: "...y cuando tengan ganas, puedan [los hijos] pedir limosna a las madres, como pobres pequeitos, por el amor del Seor Dios". Como se trata del perodo de la vida eremtica, les aconseja tambin que no permitan en la cabaa la presencia de personas extraas y que las madres "protejan a sus hijos para que nadie perturbe su silencio", y "los hijos no hablen con ninguna persona sino con las madres". Y para que no se establezca entre los hermanos ninguna dependencia sino que exista una real igualdad, tanto jurdica como psicolgica, acaba Francisco dicindoles que los hermanos se turnen en el oficio de madres e hijos. En el trasfondo vital del hombre que se expresa de esta manera, palpitan ecos lejanos, casi desvanecidos, de una madre que fue fuente inagotable de ternura, de aquella mujer que pas noches en vela a la cabecera del joven enfermo. El Pobre de Ass enhebr en un mismo lazo dos de las cosas ms distantes y reversas que pueden darse en este mundo: la vida eremtica v la vida fraterna, la soledad y la familia, el silencio y la cordialidad. Haca muchas semanas que el hermano Len viva con una espina en el alma que le empaaba la paz. Ni l mismo saba exactamente de qu se trataba. Dirase a primera vista que sufra una duda de conciencia y quera consultar con Francisco; pero quin sabe si juntamente con eso se mezclaba tambin una dosis de nostalgia por el padre y amigo del alma con quien, caminando por el mundo durante tantos aos, haba forjado una profunda amistad.

Francisco, sabiendo que en el fondo de toda tristeza hay escondido un pequeo vaco de afecto y que, de todas maneras, no hay crisis que no se sane con un poco de cario, tom la pluma y le escribi una cartita de oro que comenzaba con estas palabras: "Hijo mo, te hablo como una madre a su nio". Detrs de la cartita "viva" todava "madonna" Pica. Al analizar sus escritos, sobre todo los escritos msticos, advertimos, no sin cierta sorpresa, que, al dirigirse a Dios, casi nunca Francisco lo hace con la expresin padre, cosa extraa en un hombre tan afectivo. Aquel Dios con quien tan entraablemente trataba Francisco, era el Seor, el Omnipotente, el Admirable... Casi nunca padre. Esta palabra no solamente no le deca nada, sino que le evocaba inconscientemente la figura de un hombre egosta y prepotente, y estaba cargada de los recuerdos ms desapacibles de su vida. Si no sonara chocante, Francisco bien pudo haber invocado a Dios con el nombre de "Madre". Hubiera estado en perfecta consonancia con las fibras ms profundas de su historia personal. Cmo era, entonces, la mujer que emerge de estos textos y recuerdos? Se fusionaron en aquella mujer la fuerza del mar, la dulzura de un panal y la profundidad de una noche estrellada. La inspiracin caballeresca que los trovadores provenzales haban importado a las repblicas italianas, ya la haba inoculado mucho antes aquella exquisita madre en el alma receptiva de su pequeo. Cmo definir aquel no s qu de su personalidad, que evocaba una inefable meloda, el esplendor de un amanecer o la serenidad de un atardecer? Dios, antes de dar a Francisco tal vocacin y tal destino, le dio tal madre.

La densidad del humo.La tribulacin estaba a las puertas. La mano del Seor haba cado pesadamente sobre nuestro joven metindolo en el crculo de la afliccin y acarrendole noches de insomnio y das de delirio. La sed de gloria estaba reducida a cenizas. Y ahora, sobre el lecho de su juventud, yaca abatida la sed de placer. Francisco no era nada. Unos centmetros ms que avanzara la enfermedad, y ya estaba en el abismo. El ngel del Seor baj una y otra vez junto al lecho del enfermo y le comunic lecciones de sabidura. Le dijo una vez ms que la juventud pasa como el viento ante nuestras puertas, como las olas del mar que se alzan como montaas y en seguida vuelven a ser espuma. Qu densidad tiene el humo? Menos que el humo pesan los sueos del hombre. Cunto pesa en una balanza la gloria? Tanto arriba como abajo no queda nada que tenga peso y firmeza sino el Eterno. Estamos a pocos meses de la noche de Espoleto en que encontramos a Francisco muy interiorizado en el trato con el Seor y resuelto a todo. Teniendo presente la marcha evolutiva de la Gracia, se ha de presuponer que en esos meses de convalecencia el ngel del Seor descubri al enfermo muchas veces el Rostro del Seor. Aquel joven, que desde la cuna traa la sensibilidad divina, empez a experimentar en estos meses la dulzura de Dios, y entonces Francisco senta una profunda paz y arranques de sabidura. En esos momentos el camino de Dios le pareca el ms luminoso. Pero la conversin es, casi siempre, una carrera de persecucin en la que el hombre va experimentando alternativamente la dulzura de Dios y el encanto de las criaturas hasta que, progresivamente, stas se van decantando, y se afirma y confirma definitivamente la Presencia. En nuestro joven convaleciente, presentimos este juego alternado en que, de pronto, prevalecen los mpetus mundanos y ms tarde los deseos divinos. Como hemos dicho, entre los bastidores de esta crisis estaba sin duda "madonna" Pica colaborando con la Gracia para forjar aquel destino privilegiado. En las largas horas desveladas, veladas por la

madre, un joven, apretado contra la pared de la muerte, recibe dcilmente las meditaciones sobre la inconsistencia de las realidades humanas, inconsistencia experimentada en su propia carne. Sigue dicindonos el viejo cronista que, al recuperar su salud, aunque no del todo, Francisco se levant y, apoyado en un bastn y sin duda tambin en los hombros de su madre, dio unas cuantas vueltas dentro del aposento para ver cmo andaban sus fuerzas. Se senta impaciente por salir de casa para zambullirse primero en el corazn de la naturaleza y ms tarde en las calles bullangueras. Y, a los pocos das, plido todava y con las piernas vacilantes, abandon los muros de la casa paterna dispuesto a darse una tourne por la campia. Quera cerciorarse de que no le haban abandonado los bros juveniles. Muy cerca de la casa paterna se abra la Porta Moyano, una de las pocas salidas de la ciudad amurallada hacia la campia. No bien hubo doblado el enorme portn, el plido joven se vio envuelto entre los esplendores de una naturaleza embriagadora, en una maana azul, en los momentos en que el sol vesta las lejanas colinas de un misterioso tono blanco azul. La vida palpitaba en las entraas de la madre tierra y se expanda hacia afuera en armonas y colores por medio de insectos, aves, plantas y rboles. Desde Perusa hasta Espoleto se extenda el valle umbro, deslumbrante de belleza y vitalidad. Francisco sinti unas ganas locas de zambullirse en ese mar, entrar en comunin con las palpitaciones de la vida, vibrar. ..... Pero su sangre estaba apagada. Para prender el fuego se necesitan dos polos vivos, pero Francisco se senta muerto y era imposible encender la llama del entusiasmo. "Ni la belleza de los campos dice el cronista ni la amenidad de las vias, ni cuanto se ofreca de hermoso y atractivo fueron suficientes para despertar su dormido entusiasmo". Contina diciendo el cronista que Francisco se sinti entre sorprendido y defraudado por este apagn cuando l, en otras ocasiones, al primer contacto entraba en vibrante comunin con la belleza del mundo. Y agrega el narrador que ah mismo nuestro joven "herido" comenz a meditar en que es locura poner el corazn en las criaturas que a la maana brillan y a la tarde mueren, y, poblada su alma de melancola y decepcin, regres lentamente a su casa. La explicacin de esta insensibilidad no tena misterios ni trascendencias. Simplemente le faltaban vitaminas porque su naturaleza haba sido reciamente agredida por la enfermedad, y necesitaba sobrealimentacin. Posiblemente tambin, fue temerario en levantarse tan pronto, siempre fue tan impaciente y tan "imprudente"! No haba otra explicacin. Pero por encima de los fenmenos biolgicos, y aun por medio de ellos, Dios comenzaba a conducir a este predestinado abrindole caminos que, de momento, el joven no comprenda. Humanamente hablando, Francisco estaba fuera de combate. En un par de asaltos el Seor haba derribado sus dos bastiones ms firmes: la sed de gloria y el ansia de placer, quedando el muchacho, de esta manera, desplumado. En aquel da, al regresar a casa, sigue el narador, retom mucho ms en serio las meditaciones sobre la locura y la sabidura, meditaciones que le venan acompaando desde la crcel de Perusa. Pero, esta vez, los pensamientos le llegaron mucho ms a fondo, justamente porque le faltaban "armas" de defensa y contraataque, ya que el muchacho estaba cercado de debilidad por todas partes.

Despiertan los sueos dormidos.Estaba herido pero no acabado. As es la conversin. Nadie se convierte del todo y para siempre. Herido y todo, el viejo hombre nos acompaa hasta la sepultura. E, igual que la serpiente herida, de repente levanta, amenazadora, su cabeza. Pasaron los meses y Francisco recuper enteramente su salud. El fuego de la ilusin levant de nuevo su cabeza llameante y, en alas de los bros juveniles renacidos, se lanz nuestro alocado

mozo en la vorgine de fiestas y diversiones. No poda pasar sin sus amigos. Dicen los cronistas que muchas veces abandonaba apresuradamente la mesa familiar dejando plantados a sus padres para reunirse con sus amigos. ...... Desde 1198, Italia entera permaneca alerta al curso de los acontecimientos entre el Pontificado y el emperador. Esta vez el epicentro de la discordia era el Reino de Sicilia. Por causas complejas se extendi la contienda y rpidamente fue tomando proporciones universales. El Papa Inocencio III coloc al frente de las fuerzas papales al capitn Gualterio de Brienne, que muy pronto fue inclinando las armas a su favor. El comandante normando transform las batallas en victorias, y las banderas papales avanzaban de triunfo en triunfo. El nombre de Gualterio llen el alma de Italia. Sus hazaas corran de boca en boca llevadas por los trovadores populares. La guerra tom carcter de cruzada. En todas las ciudades italianas se alistaban caballeros y soldados que acudan a los campos blicos de la Apulia, al sur de Italia, para sumarse a las huestes que militaban bajo el estandarte del caudillo normando. El fuego sagrado prendi tambin en Ass. Un gentilhombre asisiense llamado Gentile tom la iniciativa y prepar una pequea expedicin militar con la flor y nata de la juventud asisiense. La nobleza de la causa y la posibilidad de ser armado caballero cautivaron a Francisco, y entre las cenizas apagadas despertaron sus sueos caballerescos. Y, a sus veinticinco aos, Francisco se alist en la expedicin. En pocas semanas prepar alegremente sus arreos blicos, y lleg el da de la partida.

La noche de la libertad.Francisco se despidi de sus padres. Aquella maana la pequea ciudad, con su ir y venir nervioso, se pareca a una colmena hirviente. Abrazos, besos, lgrimas, adioses. Y en medio de una conmocin general y de flamear de pauelos, la pequea y brillante expedicin militar emprendi la marcha saliendo por el portn oriental en direccin de Foligno, para tomar la Via Flaminia que los conducira, pasando por Roma, al sur de Italia. Al caer la tarde, la expedicin lleg a Espoleto, ciudad que cierra el incomparable valle espoletano. Pero estaba escrito que en Espoleto acababa todo y en Espoleto comenzaba todo. Francisco se acost en medio de los arreos de caballero: la gambesina, las calzas de malla, el yelmo, la espada y la lanza, el escudo blasonado y una amplia tnica. Y todo este esplendor estaba a su vez revestido por el resplandor dorado de sus sueos de grandeza. Todos los cronistas dicen que en aquella noche Francisco escuch, en sueos, una voz que le preguntaba: Francisco, adnde vas? A la Apulia, a pelear por el Papa. Dime, quin te puede recompensar mejor, el Seor o el siervo? Naturalmente, el Seor. Entonces, por qu sigues al siervo y no al Seor? Qu tengo que hacer? Vuelve a tu casa y lo entenders todo. Y a la maana siguiente Francisco regres a su casa. Francisco tuvo aquella noche lo que la Biblia llama una visitacin de Dios. En mi opinin, en aquella noche Francisco no escuch voces ni tuvo sueos ni vio visiones sino que, por primera vez, tuvo una fuerte, muy fuerte, experiencia infusa de Dios. Es lo que, en la vida espiritual, se llama gratuidad infusa extraordinaria, que tiene caractersticas peculiares.

Eso s: tuvo tambin sin duda aquellas impresiones que los bigrafos nos retransmitieron en forma de un sueo, de un dilogo entre el Seor y Francisco. Es ms que probable que Francisco mismo, ms tarde, refiriendo a algn confidente la experiencia de aquella noche, lo expresara como un sueo o quiz en forma de alegora. Es una constante en la historia de las almas: cuando un alma ha tenido una vivencia fortsima; se siente incapaz de trasvasar el contenido a las palabras y, para expresarse, acude instintivamente a las alegoras. Qu pas aquella noche? Por razones deductivas que luego explicar, debi pasar, tuvo que pasar, lo siguiente: de una manera sorpresiva, desproporcionada, invasora y vivsima (stas son las caractersticas de una experiencia infusa) se apoder de Francisco la Presencia Plena, sbitamente. El hombre se siente como una playa inundada por una pleamar irremediable. Y queda mudo, anonadado, absolutamente embriagado, con clarsima conciencia de su identidad, pero al mismo tiempo como si fuera hijo de la inmensidad, trascendiendo y al mismo tiempo poseyendo todo el tiempo y todo el espacio; todo esto en Dios, algo as como si el hombre experimentara en un infinitsimo grado en qu consiste ser Dios (participacin de Dios?), un poco parecido en tono menor a lo que ser la Vida Eterna, y todo esto como gratuidad absoluta de la misericordia infinita del Seor, nadie sabe si en el cuerpo o fuera del cuerpo. Un cmulo de palabras juntas podran dar, en trminos de expresividad, una aproximacin a lo que es una gratuidad infusa extraordinaria: seguridad, certidumbre, luz, calor, alegra, claridad, clarividencia, jbilo, paz, fuerza, dulzura, libertad. Esta "visitacin" de Dios tiene en la persona que la recibe las caractersticas de una revolucin. Francisco tuvo una evidencia vivsima y clarsima (que no se la podan dar los sueos ni las locuciones) de que Dios ("conocido", experimentado) es Todo Bien, Supremo Bien, Pleno Bien, el nico que vale la pena, y en cuya comparacin los ttulos nobiliarios y los seores de la tierra no son ms que humo. Ahora bien, por qu digo que tuvo que suceder algo de todo eso en aquella noche? Porque de otra manera no se podra explicar lo sucedido. Y para entendernos, tenemos que meternos en el contexto personal de Francisco. Iba a la Apulia como un cruzado para defender al Papa. Ayer se despidi de sus padres y del pueblo de Ass. En esta expedicin militar Francisco estaba comprometido con la juventud de Ass; con los nobles muchachos que iban con l; con el conde Gentile, a cuyas rdenes marchaba; con sus padres, que cifraban en esta expedicin sus deseos de grandeza; estaba comprometido con su honor, su palabra de caballero, su nombre. Un simple sueo no es capaz de desarticular tan intrincada cadena de ataduras. Si Francisco decide regresar a casa a la maana siguiente, tirando por la borda tantos compromisos, significa que algo muy grave sucedi aquella noche. Francisco demostr en su vida ser hombre de gran tenacidad cuando algo importante emprenda. No basta un simple sueo para explicarnos esta revolucin nocturna. Slo una fortsima y libertadora experiencia de Dios explica esa formidable desinstalacin. En aquella noche volaron todas las ataduras. Francisco se senta libre. Ya no le importaba nada. Slo su Seor. El futuro inmediato se le abra lleno de problemas y de interrogantes. Qu explicacin dar al conde Gentile? Qu diran sus compaeros de armas, ayer camaradas de fiesta, que a las pocas horas seguiran su viaje al Sur? Hablaran de desercin, de locura tal vez. Podan decir cualquier cosa. Ya no le importaba nada. Maana mismo regresara a Ass. Qu dira la gente, la juventud? Qu dira el violento Bernardone, la misma madonna Pica, los vecinos, inclusive los prelados? Qu explicacin dar? No poda dar explicaciones; nadie entendera nada. Algunos, los ms benignos, diran que haba perdido la cabeza. Otros, ms maliciosos, hablaran de desercin, tal vez de frivolidad. La palabra

ms temible para un caballero era desercin. Esa palabra se la echaran en cara a l que era tan sensible al honor. Soportar todo eso, que ayer hubiera sido imposible, hoy ya no le importaba nada. Se senta completamente libre. Aqu abandonaba una va segura y halagea. Y aqu mismo se lanzaba a una ruta incierta, llena de enigmas e inseguridades, y lo haca solitariamente. Pero estaba dispuesto a todo, con tal de seguir a su Seor, que, ahora si, lo "conoca" personalmente. A la maana siguiente se despidi -yo no s con qu palabras- de sus compaeros de expedicin y emprendi su regreso a Ass. Una experiencia infusa, aunque normalmente dura pocos minutos, deja a la persona vibrando largo tiempo, a veces toda una vida. Al desandar el camino desde Espoleto hasta Ass, Francisco iba sin duda baado por aquella Presencia. Al pisar las primeras calles de Ass, comenz primeramente la incredulidad de las gentes, luego la extraeza, ms tarde el rumor general, donde se mezclaban la irona, la burla y hasta el sarcasmo. A Francisco, todava bajo los efectos de la visitacin, no le importaba nada lo que dijeran, y pudo presentarse en la ciudad absolutamente sereno. Haba amanecido la libertad.

Captulo segundo. Sube el sol.Era como si el joven Francisco hubiera regresado de un viaje largo, muy largo. Haba visto que el mundo estaba lleno de piedad, y los montes destilaban misericordia, y la paz cubra la tierra entera. Todo era hermoso. El mundo no poda ser ms hermoso de lo que era. La vida es un privilegio. Todo eso, y mucho ms, haba aprendido en el largo viaje. Quin puede abatir la altivez de las montaas o detener la marcha de las estrellas? Dejar que las cosas sean: he ah la fuente de la paz. Respetar las cosas pequeas. Las grandes se hacen respetar por s mismas. El hijo de doa Pica fue tomando insensiblemente una nueva fisonoma en los tres aos, a partir de este momento. La Presencia fue vistindolo con la madurez de un trigal dorado. La transformacin fue lenta como el brotar de una primavera. Una maana advertimos sorprendidos que los almendros han florecido y que los rboles estn impacientes por reventar en flor. Pasan los das y nadie nota la diferencia. Otro da abrimos la ventana y vemos que el mundo ya est vestido de flores. Todo ha sucedido tan lentamente, tan silenciosamente, tan sorpresivamente. Esto mismo sucedi a Francisco. A lo largo de tres aos, el hijo de doa Pica fue cubrindose insensiblemente, nadie supo cmo, con la vestidura de la paz, nacida, sin duda, de las profundidades de la libertad interior. Slo con mirarlo, los que lo miraban quedaban vestidos de paz. Le naci -yo no sabra cmo decirlo- , una especie de ternura o piedad para con todo lo que fuera insignificante o pequeito. Ya no sera capaz de matar una mosca, ni pisar una piedra, ni enjaular un pjaro. Le naci todo un ro de compasin para con los pordioseros y leprosos. Y una serenidad, tpica de las montaas eternas, fue velando progresivamente su pequeo rostro. Toda esta metamorfosis se realiz en el espacio de unos tres aos.

Te alimentar con miel.A su regreso de Espoleto, pasados los primeros das, la maledicencia popular fue desvanecindose paulatinamente, como cuando el polvo de la habitacin se posa sobre los muebles. Para Francisco nada estaba claro, pero todo estaba decidido. No haba por qu precipitarse. El Seor mismo, en su piedad infinita, abrira las puertas e indicara las rutas. Reanud su vida normal. Volvi a ocuparse de los negocios de su padre. Acudi al reclamo de la gente moza que, de nuevo, lo proclam rey de las fiestas. Fueron pasando las semanas. Comparta la vida juvenil, diriga los cantos, competa en chistes y ocurrencias. No obstante, sin proponrselo

y sin poder evitarlo, iba sintindose, cada vez ms, como un extrao en medio de ellos. Su corazn estaba en otra parte. Es imposible. El corazn que ha sido "visitado de noche" por Dios, todo lo encuentra insustancial, todo le parece tiempo perdido, siente unas ganas locas de buscar cualquier tiempo y cualquier lugar para estar a solas con el Seor. sa es la pedagoga que el Seor utiliza con sus profetas. Con una seduccin irresistible los arrastra primero a la soledad. All los alimenta con su miel, los sacia con su dulzura, los quema con su fuego, los golpea con su cayado y los moldea como en un yunque de acero. Y cuando los profetas han tomado la figura de Dios y estn completamente inmunizados a cualquier virus, los devuelve al medio del pueblo innumerable. Francisco ya no se senta bien en medio de aquellas fiestas y decidi acabar con todo. Prepar, pues, una cena de gala. En su intencin se trataba de un banquete de despedida; y por eso provey la mesa con todo lujo de manjares y licores. Acabada la cena, encendidos los corazones por el espritu del vino, se lanzaron los muchachos calle abajo por la silenciosa ciudad, entre gritos y canciones, con acompaamiento de lades y clavicordios. Francisco, como de costumbre, portaba el bastn de capitn de fiesta, pero en su espritu se senta terriblemente mal. Y en este contexto de fiesta y orga, su desconcertante Dios le esperaba con otra inesperada "visitacin". En el marco estrecho de un mes, y posiblemente en menos de un mes, el Seor visit a Francisco por segunda vez con una gracia infusa extraordinaria. Un corazn que ha sido visitado vive durante largos das bajo los efectos de aquella visita. Y es ms que probable que, en medio de aquel frenes dionisaco, el pensamiento de Francisco estuviera, en mayor o menor grado, con su Seor. Paulatina y disimuladamente fue Francisco rezagndose en medio de la cuadrilla para poder "estar" con su Seor. Y en uno de aquellos romnticos vericuetos de la ciudad, la Presencia cay de nuevo sobre Francisco, como en un asalto nocturno, con todo el peso infinito de su dulcedumbre. Nuestro capitn de fiesta qued clavado all mismo, enajenado. Todas sus energas vitales y atencionales, funcionando en alto voltaje, adems de estremecidas y potenciadas a su mximo nivel, quedaron concentradas y paralizadas en su Seor: Dicho de otra manera, la Presencia tom posesin instantnea y total de toda la esfera personal de Francisco, integrando y asumiendo todas sus partes en una alta fusin. No hay en el mundo experiencia humana que se acerque, ni de lejos, a la embriaguez y plenitud de una de estas "visitaciones" . Aquello habra durado pocos segundos, quiz uno o dos minutos. De pronto, los iluminados camaradas se dieron cuenta de que el capitn de fiesta haba quedado rezagado. Se fueron en su busca y lo encontraron paralizado. Naturalmente comenzaron a burlarse de l y a sacudirlo con el fin de sacarlo de aquel arrobamiento. En su vida, posiblemente, Francisco nunca se sinti tan mal como en este momento. Aquel despertar fue peor que un cortocircuito. Hubiera deseado estar en ese momento sobre la cumbre pelada del monte Subasio. Los mozos comenzaron con sus chanzas: Eh! Qu es eso, Francisco? Pensando en la novia? Algo tena que responder para disfrazar lo ocurrido, y Francisco respondi en el mismo tono de la pregunta: Naturalmente; y os aseguro que se trata de la novia ms rica, noble y hermosa que jams se haya visto. Algunos cronistas dicen que se refera a la Dama Pobreza. Es una suposicin gratuita. En este momento, Francisco no saba nada de la tal Dama Pobreza. Posiblemente se trataba de salir airoso de una situacin incmoda respondiendo cualquier cosa en la misma lnea y tono de las preguntas. Sin embargo, podra haber, eventualmente, otra explicacin. Por este tiempo, Francisco comenz a expresarse en alegoras y metforas, y normalmente lo haca con la figura del tesoro escondido. Si algo concreto quiso decir Francisco con aquella respuesta, era esto: No hay en el mundo esposa o tesoro que puedan dar tanta felicidad como el Seor, a quien "encontr".

Los alegres camaradas celebraron aquella salida y continuaron entre risas su "pasacalle" nocturno. Pero algo qued flotando en el aire, que indicaba que se haba abierto una distancia infranqueable ente ellos y el noble amigo, distancia que muy pronto los habra de separar definitivamente.

Ave solitaria.A partir de este momento, aparece en Francisco, impetuosa, una inclinacin que le acompaar hasta la muerte: la sed de soledad. Nunca lo hubiramos imaginado. Nadie hubiese pensado que aquel joven atolondrado, amigo de fiestas, callejero y extrovertido, hubiera de transformarse en un anacoreta. Entre los contrastes de su personalidad, y de su historia no menos contrastada, encontramos ste: fue alternadamente un anacoreta y un peregrino. Las visitaciones extraordinarias que haba recibido despertaron en Francisco un ardiente deseo de estar a solas con el Seor. Sus ojos eran pozos de nostalgia y su alma era una sima insaciable que tena un nombre: sed de Dios. Al alma humana, cuando ha sido profundamente seducida por Dios, le nacen alas del alcance del mundo, y con tal de estar con su Seor, es capaz de trasponer montaas y mares, recorrer ciudades y ros; no teme al ridculo; no hay sombras que la asusten ni fronteras que la detengan. Nos dicen los bigrafos que Francisco comenz a frecuentar diariamente las soledades que rodean a Ass, para orar. Silenciosamente traspona los pocos metros que separaban su casa de la Porta Moyano. Suba monte arriba por la pendiente del Subasio entre fresnos, encinares, robles y matorrales. Cuando encontraba una hondonada a resguardo seguro de toda mirada humana, se sentaba sobre una piedra, a veces se arrodillaba y derramaba su corazn en la Presencia. A veces miraba al infinito por encima del Apenino Central, all donde su Visitador ocupaba los espacios; cerraba otras veces sus ojos y senta que su Amigo llenaba sus arterias y entraas. Volva a su casa. Trabajaba en el mostrador del comercio. Sala poco. Cuando dispona de menos tiempo, caminaba por veredas de atajo, abiertas entre olivares y viedos, y rpidamente alcanzaba el bosque del valle central, cerca de Santa Mara de los ngeles. All permaneca de pie, apoyado en un secular abeto, o sentado junto a una retama, o postrado en el suelo, segn los casos. Haba das en que hubiera deseado que el tiempo se detuviera para siempre ah mismo como un viejo reloj cansado. Hubiera querido tener las palpitaciones del mundo, disponer de diez mil brazos para adorar y acoger el misterio infinito de su Amigo Visitante. Como era principiante en los caminos de la oracin, fcilmente se desataba en lgrimas, segn los bigrafos, y se expresaba con voces ardientes. Subiendo por las empinadas calles, volva Francisco a su casa baado en profunda paz. Un buen observador hubiera podido distinguir en sus ojos un resplandor de eternidad. Sin embargo, ni sus familiares salvo, quiz, la seora Pica ni sus amigos eran capaces de descifrar lo que suceda en su interior. En el seno de la pequea ciudad todo eran comentarios y rumores sobre el extrao sesgo que estaba tomando la vida del joven Francisco.

Un confidente annimo.De tanto vagar por los bosques y las pendientes del Subasio, Francisco acab por encontrar un lugar ideal para sus retiros cotidianos. Se trataba de una concavidad, algo as como una gruta, abierta en un terreno rocoso que, segn se piensa, bien pudo ser una antigua sepultura etrusca. Por este tiempo se dio tambin un fenmeno curioso que constituye uno de los tantos contrastes de la personalidad de Francisco. Como por naturaleza era comunicativo, sinti Francisco una gran necesidad de desahogarse comunicando a alguien las experiencias inditas y fuertes que su alma

estaba viviendo. As, pues, escogi para este desahogo a un muchacho de su edad, con quien seguramente tena gran afinidad, o a quien, en todo caso, apreciaba mucho. Pero aun con este amigo fue extremadamente cauteloso: le hablaba en enigmas y alegoras, dicindole que haba encontrado un tesoro que en un instante tornaba rico y feliz a quien lo posea. A pesar de la necesidad que senta de comunicacin, Francisco se mantuvo reservado como de costumbre en cuanto a manifestacin de experiencias espirituales. El afortunado confidente se nos pierde en el anonimato. Es un personaje que siempre ha intrigado a los bigrafos posteriores, y, a pesar de tanta investigacin hecha para descubrir su identidad y a pesar de haberse tejido tantas suposiciones, nada se sabe sobre su nombre e historia posterior. Pues bien, Francisco y su confidente dirigan sus pasos hacia aquella gruta. Amablemente rogaba Francisco a su compaero que le aguardara unas horas en la cercana mientras l rezaba. Complacido y corts (quin sabe si curioso tambin?), acceda el privilegiado amigo. Francisco ingresaba en las entraas de la cueva y all derramaba su alma. Nos dicen los bigrafos que se expresaba con fuertes gemidos, suspiros y lgrimas en el interior de la gruta. Esta informacin no pudieron recogerla los bigrafos sino de la boca de aquel misterioso confidente. Habra ingresado posteriormente en la Fraternidad? Habra sido uno de los compaeros de San Francisco? Sea como fuere, y volvindonos a Francisco, llama la atencin el drama que se desarroll en su interior por este tiempo. A qu se deban aquella angustia y lgrimas? Al hecho de sentir compuncin por el recuerdo de su vida frvola? Senta pavor slo de pensar que poda regresar a la vida disipada de antes? Senta el aguijn de la contradiccin al experimentar vehementes deseos de santidad y la imposibilidad de realizarlos? Despus de largas horas, Francisco sala de la gruta. All estaba esperndole su paciente amigo. Francisco apareca a veces desfigurado y tenso, otras veces rezumando paz y baado en un aire de alegra. El confidente esperaba grandes revelaciones. Francisco no se sala de sus consabidas metforas de tesoros, reinos, esmeraldas... A pesar de ser tan amigos, aquel confidente por fin debi cansarse de tantos enigmas y misterios, porque muy pronto desaparece del escenario. Despus de unas semanas "era tanta su alegra -dice Celano-, que todos notaron su cambio". Qu explicaciones dar a los amigos, hasta ayer compaeros de juerga? Era intil dar explicaciones objetivas. Nadie las comprendera, o las hallara desproporcionadas. Sin embargo, algo tena que decirles, y les deca que, en cuanto a las hazaas, en lugar de hacerlas en la Apulia, las tena que realizar en su propia tierra, y que para eso haba regresado. Por lo dems, volva a la carga con las consabidas fantasas de tesoros escondidos o esposas incomparables. El cronista no nos habla de la reaccin de los amigos ante estas explicaciones.

Entraas de misericordia.Siguiendo a los narradores, vemos, pues, que a estas alturas comienza a operarse una como transfiguracin, por la que el hijo de doa Pica aparece vestido de serenidad y de una extraa alegra. Juntamente con eso, las consolaciones de Dios despertaron en l una sensibilidad fuera de lo comn para con todos los dolientes. Pero era ms que eso: le naci tambin algo as como ternura, o simpata, o atraccin (todo junto) por todo lo que fuera pobre, insignificante o invlido. En una palabra, a los pocos meses de asiduo trato personal, el Seor sac a Francisco de s mismo y lo lanz hasta el fin de sus das al mundo de los olvidados. Primeramente fueron los pordioseros los que llevaron sus predilecciones. Luego de un semestre aproximadamente, sin abandonar a los primeros, volcara sobre los leprosos sus preferencias.

Me impresiona fuertemente la frecuencia y tranquilidad con que se afirma hoy que Francisco lleg a Dios mediante el hombre, los pobres. Hoy da estn de moda esas afirmaciones, pero nada ms contrario al proceso histrico de su vida y a las palabras mismas de San Francisco. Si uno analiza cuidadosamente los textos de todos los bigrafos contemporneos, y los confronta con una mirada sincrnica, queda a la vista que la sensibilidad extraordinaria de Francisco para con los pobres provino a raz del cultivo del trato personal con el Seor, si bien en su naturaleza haba de antemano una inclinacin innata hacia las causas nobles. En los ltimos das de su vida, al hacer en su Testamento una recordacin agradecida de los aos de su conversin, a modo de sntesis nos dir: "El Seor me llev entre los leprosos y us de misericordia con ellos". As, pues, primero encontr al Seor, y fue el Seor quien lo llev de la mano entre los leprosos, y no a la inversa. Y eso cae de su propio peso. El hombre es conducido en todo por el cdigo del placer, placer de un gnero o de otro. Nadie va por gusto a los pordioseros y leprosos, ni por ideas, ni por ideales, y menos el hijo de doa Pica, que, como veremos, senta una repugnancia particular por ellos. Para frecuentar y asumir cosas desagradables, el hombre no slo necesita motivaciones elevadas sino tambin necesita estar enamorado de Alguien, lo cual, y slo lo cual, trueca lo desagradable en agradable. Por inclinacin y por gusto, el hombre slo se ama a s mismo y busca siempre cosas placenteras. Eso es lo normal. Dice la crnica de los Tres Compaeros: "Aunque ya de tiempo atrs era dadivoso con los pobres, sin embargo, desde entonces se propuso en su corazn no negar limosna a ningn pobre que se la pidiera por amor de Dios, sino drsela con la mayor liberalidad. As, siempre que algn pobre le peda limosna hallndose fuera de casa le socorra con dinero, si poda. Si no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra o el cinto para que no se marchara con las manos vacas". As, pues, el hijo de doa Pica siempre haba sido desprendido y generoso. Bien lo saban aquellos mozos desenvueltos que haban banqueteado con harta frecuencia a costa del bolsillo bien surtido del hijo del comerciante en telas. Pero ahora era diferente. Le haban surgido a Francisco, no se saba de dnde, todas las entraas de misericordia. En cada limosna depositaba toda su ternura. Al entregar una moneda, gustoso habra entregado tambin el corazn y un beso. Era Jess. Jess mismo haba vuelto al mundo y vesta como los mendigos. En el prtico de San Rufino encontraba a Jess con la mano tendida bajo el arco redondo. Por el camino solitario, arrastrando los pies, vena Jess. Era Jess el que dorma bajo el puente del ro, tiritando de fro. Desde los abismos arcanos de cada pordiosero emerga Jess alargando la mano y mendigando un poco de cario. S, los mendigos tenan el estmago vaco, pero su corazn y eso era lo ms grave tena fro y buscaba calor. Por eso el limosnero de Ass se aproximaba a cada uno de ellos, aprenda sus nombres, los llamaba por su nombre, les peda que le contaran algo de su vida, les preguntaba por sus esperanzas, se interesaba por su salud. Aquellos trashumantes, habituados a la indiferencia de grandes y pequeos, se llevaban la mano a la cabeza y no podan comprender cmo el hijo del gran mercader poda interesarse personalmente por la existencia arrastrada de cada uno de ellos. Y lo sentan cerca. Perciban en su mirada y en sus gestos una secreta palpitacin de ternura, un algo que las palabras no podrn traducir, como si un ngel hubiera bajado portando el corazn de Dios. Sala caminando por entre cipreses y castaos hacia el bosque o la gruta. Se encontraba con el primer mendigo y le entregaba el dinero que llevaba en el bolsillo. Segua caminando. En otro recodo se encontraba con un segundo vagabundo y le regalaba el sombrero o el cinto.

Pasaba largas horas en la caverna oscura, iluminada por el resplandor de su fuego interior. Hablaba con Dios como un amigo habla con otro amigo. Sala de aquellas concavidades encendido como un tizn, radiante de alegra, y emprenda el regreso hacia su casa. Si durante el regreso se encontraba con un tercer pordiosero, poda suceder una cosa inslita. Como se haba prometido a s mismo no dejar de dar algo a quien se lo pidiera por amor de Dios, y como ya se haba quedado sin nada, tomaba de la mano al pordiosero, se iban los dos recatadamente tras un matorral. Francisco se quitaba la camisa y, con infinita delicadeza, suplicaba al mendigo que se la aceptase por amor de Dios. Ms de una vez regres Francisco semidesnudo a su casa. Doa Pica disimulaba, haciendo como que no se daba cuenta. En el fondo le agradaban aquellas santas excentricidades, porque as parecan cumplirse sus intuiciones sobre los altos y misteriosos destinos de aquel su hijo.

De nuevo la madre.Afortunadamente, mientras se gestaba esta metamorfosis de Francisco, el arrogante y fro mercader, su padre, andaba entregado a sus negocios en Italia y Francia, dedicado a sus transacciones de compraventa en telas importadas desde Persia o Damasco. Aprovechando esta ausencia y utilizando la tcita complicidad de su madre, Francisco se deca a s mismo: En tiempos pasados yo era prdigo y hasta rumboso con mis viejos amigos porque quera conquistar la jefatura de la juventud de Ass. Ahora que tengo otros amigos, por qu no voy a proceder de la misma manera? As, pues, cuando doa Pica preparaba la mesa familiar para los dos, Francisco, sin hacer comentarios y sin dar explicaciones, repletaba copiosamente la amplia mesa con toda clase de manjares, como si hubiera de recibir a muchos convidados. Al principio doa Pica se sorprendi de este hecho anmalo y pregunt al muchacho por la causa de aquella desproporcionada cantidad de comida. El hijo respondi con simplicidad que aquella sobreabundancia estaba reservada para sus nuevos y numerosos amigos, los pobres. La madre qued en silencio. Ni le reproch ni le aprob. Simplemente guard silencio. No obstante, bien saba Francisco que este callar significaba otorgar. Durante muchas semanas, continu Francisco con esta costumbre y prodigalidad. La madre nunca ms le pregunt nada. Hay cosas que se dicen sin mediar palabras. En aquel silencio de la madre se ocultaba una secreta y tcita complacencia. Una profunda afinidad, como dijimos, enlazaba a la madre y al hijo, y circulaba entre ambos una clida corriente de simpata y de comunicacin. Hay hijos que no parecen fruto de su madre. Pero otras veces se parecen tanto que no hay entre madre e hijo otro muro de separacin que una sutil membrana de cristal: reflejos, impulsos, reacciones, ideales, en todo son idnticos. No cabe duda de que doa Pica se senta satisfecha por el rumbo que estaba tomando Francisco. Quin sabe si esta complacencia obedeca al hecho de estar realizando el hijo los altos ideales que la madre soara -sueos imposibles- en su pretrita juventud? Si la madre de Clara ingres en el monasterio fundado por su hija, quin sabe si esta otra madre, de haber coincidencia cronolgica, no hubiera seguido fervorosamente los pasos de su hijo? De todas maneras, todo cuanto de grande haba en su corazn de mujer se lo transmiti al hijo, no slo por los cauces biolgicos, sino tambin mediante las palabras y gestos de vida. Si no impuls al hijo expresamente por los caminos de Dios, al menos lo alent y estimul. La madre de Francisco es tambin madre del franciscanismo.

En los mares de la gratuidad.Pero no bastaba con dar limosna a los necesitados ni con ser carioso con los mendigos, ni siquiera con proyectar la imagen de Jess en aquellas piltrafas humanas. La prueba ms decisiva de amor es, se ha dicho, dar la vida por el amigo. Pero es posible que exista otra cumbre todava ms elevada: pasar por la propia experiencia existencial del amigo. Eso es lo que hizo Jess en la Encarnacin. Y eso intentaba ahora hacer Francisco: se sumergir en los abismos de la mendicidad experimentando durante un da el papel de pordiosero y el misterio de la gratuidad. Por este tiempo, no se sabe por qu motivos, Francisco viaj a Roma para postrarse a los pies de los santos Apstoles. Ingres en la Baslica de San Pedro. Or largo rato. Deposit una generosa limosna. Y al salir fervoroso desde la nave central, se encontr en el atrio con un enjambre de pordioseros que, al pie de las potentes columnas, extendan sus manos suplicando una limosna. Y entonces sucedi un hecho sumamente inslito. Francisco pos sus ojos de misericordia en el ms desarrapado de ellos. Lo llam aparte. Lo condujo a un rincn del espacioso atrio. Y con tono de splica le propuso el trueque de vestidos, porque el elegante muchacho quera probar el papel de pordiosero durante unas horas. Efectivamente -es difcil imaginar la escena-, all mismo se trocaron la vestimenta. Y Francisco, cubierto de harapos, se mezcl entre los mendigos; se sent en las escalinatas del prtico y comenz a pedir limosna a los peregrinos. Llegada la hora de la comida, particip de la mesa comn de los mendigos, comiendo con ellos en una escudilla comn y con buen apetito. Se le ocurri repentinamente hacer esa experiencia por sentirse fervoroso en ese momento? Era una prueba de amor que el neoconverso haba prometido a su Seor? Era una vivencia que deseaba experimentar hacia tiempo, pero no se atreva a llevar a cabo en Ass para evitar un disgusto a sus padres o porque no se senta suficientemente fuerte para afrontar el ridculo? Sea como fuere, esta aventura era extremadamente descabellada, y si no encontramos motivaciones profundas que transfiguren las cosas en su raz, el extrao episodio nos da pie para pensar que el aventurero estaba, en cuanto a equilibrio, al borde del principio. La mugre de los harapos, el hedor pestilente ambiental, la bazofia de una escudilla comn (l, que estaba habituado a los exquisitos platos de doa Pica!), a una persona normalmente sensible (y Francisco lo era en alto grado) tenan que causarle nuseas y ganas de vomitar. Si, en lugar de eso, todo le causa alegra, como dicen los bigrafos, y gran satisfaccin la comida, significa evidentemente que all en su interior funcionaba en ese momento, en alto voltaje, aquel poderoso motor que transforma lo repugnante en agradable: Francisco estaba pensando vivamente en su Seor Jess. Ms an, estaba "sustituyendo" y viviendo "a" Jess. El hijo de la seora Pica se senta mentalmente identificado con el Hijo de la Seora Mara. El Pobre de Ass se senta haciendo las veces del Pobre de Nazaret, ya que los mendigos eran una fotografa de Jess. As comprendemos cmo las palpitaciones e impulsos de Francisco -que no podan menos de provocarle repugnancia- haban sido asumidos por la presencia de Jess y transformados en dulzura. Qu signific para Francisco este lance? Fue la victoria sobre s mismo? Quera Francisco disparar un proyectil contra las altas y gloriosas torres de sueos de grandeza? Quera vislumbrar los horizontes de libertad que se abren en la planicie de la pobreza? De todas maneras, con esta aventura, Francisco de Ass hizo un descenso vertical en los mares profundos de la gratuidad, donde vivir gozosamente sumergido gran parte de su vida: todo es Gracia. Igual que hoy, transformado en mendigo, recibe gratuitamente la limosna y la comida, pasar la vida entera recibindolo todo de las manos del Gran Limosnero. Fue tambin la primera experiencia, de gran calado, en la desapropiacin total de s mismo para sumergirse en las races de la pobreza evanglica: se expropi de sus vestidos, de su personalidad burguesa, se despoj de su condicin de hijo mimado de familia rica. En una palabra, volvi a repetir la misma historia que trece siglos antes haba vivido Jess: siendo rico, se hizo pobre por nosotros.

Un episodio como ste puede hacer crecer de un golpe a un predestinado muchos codos por encima de s mismo en madurez.

La hiel se transforma en miel.Al volver Francisco a su casa, tena otra estatura en el espritu. La sed de Dios hencha todos sus vacos y, al menor resquicio de tiempo libre, se iba raudo, subiendo pendientes o bajando hondonadas, a sus anheladas soledades. Suba por el barranco del Subasio, entre hojarasca y piedras, hasta una altura adecuada, y all pasaba el da con el Seor. Su comunicacin con Dios iba siendo cada vez ms serena y profunda. Ya no derramaba lgrimas. Cada vez hablaba menos, y el silencio iba sustituyendo a las palabras. Al parecer -segn los bigrafos- comienzan a aparecer en el espritu de Francisco dos poderosas alas como dos ramificaciones: por un lado el Crucificado fue abriendo paulatinamente en su corazn profundas heridas de compasin, y por otra parte emerge en su intimidad un estado general de suspensin y asombro por el Gran Seor Dios, vivo y verdadero. Cada da se senta ms libre. Ya no aparece ms aquel simptico confidente que, por lo visto, se aburri de las fantasas, nunca verificadas, de este empedernido soador. Significativamente nos dice la crnica de los Tres Compaeros que desde ahora "slo con Dios" Francisco se derramaba, consultaba y se consolaba. Alguna vez lo haca tambin con el obispo Guido. Sentimos a Francisco como un meteoro que se va alejando progresivamente y perdindose en el fondo sideral de la soledad completa. Lo encontramos junto a los cerezos en flor, acompaado por el canto de los grillos y agarras, mientras las rojas amapolas levantan su cabeza sobre el mar verde de los trigales. Francisco extiende acogedoramente su alma a la Gracia. Poco a poco va entrando en un estado de profunda sumisin y docilidad. Por este tiempo, sucedi lo siguiente. Haba en la ciudad una anciana contrahecha y deforme, con una joroba tan abultada que pareca un monstruo. La pobre tena una figura horrible, y causaba horror al divisarla desde lejos. Muchas veces se encontr con ella nuestro joven, cuando iba y vena de sus soledades. El hijo de doa Pica tena una sensibilidad extremada. Mientras las cosas bellas lo hacan entrar en seguida en vibrante comunin, le llenaban de nuseas los seres deformes y no lo poda evitar ni con pensamientos elevados. Es interesante resaltar que, a esta altura de su vida en que con tanto cario trataba a los harapientos, no aguantara divisar ni de lejos a esta anciana porque se le llenaba de asco el estmago y senta ganas de vomitar. Lo mismo le suceda con los leprosos. El hecho es que poco a poco fue apoderndose de Francisco algo as como una sugestin obsesiva por la que se le meti la idea de que, si perseveraba en sus ayunos y penitencias, se iba a transformar l, el joven elegante, en una figura grotesca como aquella vieja gibosa. La obsesin acab por dominarlo por completo. Tentacin diablica!, dicen los bigrafos. No es necesario ir tan lejos. Poda tratarse de una idea fija o, quiz, de un debilitamiento cerebral, efecto lejano de sus ayunos. Quin sabe tambin si no se trataba de una prueba expresamente promovida por el Seor? Sea como fuere, no interesa aqu descubrir la naturaleza del fenmeno sino su desenlace. Un da, estando Francisco en la gruta, en una comunicacin serena con su Seor, sinti, inequvoca y vivamente, una inspiracin interior (los bigrafos dicen que escuch una voz) que deca as: "Querido Francisco: Si quieres descubrir mi voluntad has de despreciar todo lo que has amado hasta ahora y amar lo que has despreciado. Y en cuanto hayas comenzado a hacerlo, vers cmo las cosas amargas se tornan dulces como la miel, y las que te agradaban hasta hoy te parecern inspidas y desagradables".

Y desapareci la obsesin.

Misteriosa transmutacin.Dentro de la meloda que nos acompaa desde las pginas anteriores, esta aclaracin hecha a Francisco (en realidad es una declaracin), colocada entre el affaire de la viejecita deforme y la aparicin de los leprosos en el escenario de Francisco, es un relmpago que ilumina tantos hechos extraos del Pobre de Ass y descifra el misterio profundo de este testigo excepcional de Jess. Hemos visto, y sobre todo vamos a ver, cmo el Pequeito de Ass afronta a cada paso situaciones y realidades desagradables, las asume y, si se me permite la expresin, "se las traga"; y despus, en su interior, se le transforman en un ro de miel. El hijo mimado de doa Pica nunca se interes por los harapientos por motivos de agrado, ni se aproxim a los leprosos llevado por altos ideales, ni se neg sus gustos por alguna extraa satisfaccin. El moribundo Francisco, volviendo sus ojos hacia atrs, comenzar solemnemente su Testamento recordando que, all en su juventud, los leprosos le causaban profunda repugnancia, pero que el Seor lo tom de la mano y lo condujo entre ellos y los trat con misericordia y cario. Y al despedirse de ellos, lo recuerda con emocin en su lecho de muerte, aquello que antes le produca tan viva repugnancia, se le haba transformado en una inmensa dulcedumbre, no slo para el alma sino tambin para el cuerpo. Misteriosa expresin esta ltima. Cmo puede explicarse que seres repulsivos al sentido y hediondos causen sensacin placentera no slo a nivel espiritual sino tambin corporal? El hecho hace presuponer que Francisco, por un lado, estaba dotado de un sistema nervioso de alta radiacin, y que, por el otro lado, posea una imaginacin sumamente viva y sugestionable. Estos antecedentes son interesantes para conocer su personalidad y explicarnos muchos de sus presentes y futuros episodios. Pero eso solo no explica que lo desagradable se le torne agradable. Lo que explica esa misteriosa transmutacin, repetimos, es la presencia de Jess, sentida vivamente en su interior. Todo hace presuponer que Francisco, con aquella naturaleza tan rica, senta de tal manera la realidad divina, experimentando tan a lo vivo la personalidad de Jess (proyectando esa Persona en la persona del leproso), que la fuerza de esa vivencia haca olvidar o eclipsar la realidad repulsiva que tena delante, quedando remanente como nica realidad sensible la presencia divina, superpuesta a la tangible realidad humana. Dicho de otra manera. En la amplia esfera de la personalidad, la atencin de Francisco (mente, impulsos, motivos, energas sensibles) estaba completamente ocupada por la persona de Jess. Y esta presencia le causaba tan vibrante alegra y tan completo gozo que la sensacin de bienestar se desbordaba por superabundancia, ocupando tambin la zona somtica. Cmo decirlo? Como motivo de conducta, Jess ocupaba el primer lugar de la conciencia y de la sensibilidad, y la sensibilidad espiritual oscureca la sensibilidad sensorial y, as, Francisco no senta el hedor de los tejidos comidos por la lepra, sino la dulzura emanada de Jess, por quien se meta entre los leprosos y a quien abrazaba en la persona de los mismos. La historia con los leprosos, la alegra total y la pena total en la crucifixin del Alvernia, el echar ceniza en la comida y el vibrar con la magia de la madre tierra, el experimentar la alegra completa en la pobreza completa y otras mil cosas aparentemente contradictorias que saldrn en estas pginas, slo pueden ser entendidas por este factor: el paso resucitador y primaveral, aglutinante y afirmador del Seor Dios vivo y verdadero a travs de un hombre sensible y ricamente dotado que correspondi con todo su ser a la llamada.

La prueba de fuego.Como se ha dicho, sus primeros amigos fueron los mendigos. En seguida aparecern aquellos otros que se llevaran las preferencias de su corazn: los leprosos. Siempre haba sentido horror instintivo por ellos. Cuando por razn de los negocios paternos cabalgaba Francisco a la feria de Foligno y divisaba a lo lejos la encorvada sombra de un leproso, tomaba otro camino o daba un amplio rodeo para evitar su proximidad. Pero en tal caso, ms de una vez entreg una limosna a cualquier transente encargndole que se la entregara al enfermo del buen Dios. Raza maldita se los llam. En contraste, se los denomin tambin enfermos del buen Dios o simplemente hermanos cristianos, siendo sta la denominacin ms comn. Las almas de fe contemplaban en los leprosos la figura doliente y viviente del Crucificado, que se hizo leproso para limpiarnos de la lepra del pecado. En alas de leyendas populares volaban ancdotas llenas de ternura de cmo Jess se apareci a tal santo o a tal reina en forma de leproso. En largos perodos de la Edad Media el leproso lleg a ser el personaje ms desechado y venerado en la sociedad. Vestan todos ellos un uniforme gris, llevaban un distintivo para ser reconocidos desde lejos. Tenan prohibido beber en las fuentes, nadar en los ros, acercarse a las plazas o mercados. En una palabra, eran los hombres de la desolacin. A su modo, sin embargo, aquella sociedad medieval los amaba. No haba ciudad o villa que no hubiera erigido albergues o leproseras para estos hermanos cristianos. Llama la atencin que a estas alturas de su vida, en que Francisco respiraba profundamente el perfume de Dios y haba adquirido alta estatura espiritual, sintiera todava una repugnancia tan invencible para con estos enfermos del buen Dios. Es un parmetro, digamos de paso, para medir la sensibilidad y tambin la impresionabilidad de su temperamento. Por otra parte, este dato es importante para interpretar muchos sucesos de su vida y para hacernos una idea de la intensidad con que Francisco viva los acontecimientos. El bigrafo nos dice que por este tiempo slo la idea del leproso le causaba tan viva impresin que "al divisar a lo lejos, a unas dos millas del camino, las casetas de los leprosos, se tapaba las narices con las manos". Pero no poda continuar as. Uno por uno haba saltado con xito todos los obstculos y vallas. Faltaba la prueba de fuego. No eran aquellas tristes sombras las siluetas dolientes de su Amado Crucificado? Despus de todo, el asco que senta por los hermanos cristianos, no era una blasfemia contra Jess? Acaso no le haba regalado Jess las satisfacciones ms profundas de su vida? Su cobarda, en el mejor de los casos, no era sino ingratitud. Un da, estando Francisco sumergido en el hondo mar de la consolacin, deposit en las manos de su Seor la espada llameante de un juramento: tomara entre sus brazos, como a un nio, al primer leproso que topara en el camino. Para l, eso era como arrojarse desnudo a una hoguera. Pero la palabra ya estaba en pie como una lanza clavada en tierra. Lo dems era cuestin de honor. Una maana, cabalgando por el camino que serpentea por entre las estribaciones de Subasio en direccin de Foligno, en un recodo del camino se top sbitamente a pocos metros con la sombra maldita de un leproso, que le extenda su brazo carcomido. La sangre se le encresp a Francisco en un instante como fiera dispuesta al combate, y todos sus instintos de repulsa levantaron un muro cerrndole el paso. Era demasiado! El primer impulso fue apretar espuelas y desaparecer al galope. Pero le vino el recuerdo de aquellas palabras: "Francisco, lo repugnante se te tornar en dulzura". Cuanto ms rpidamente ejecutara lo que tena que hacer, mucho mejor. Salt del caballo como un sonmbulo y, casi sin darse cuenta, se encontr por primera vez en su vida frente a frente con un leproso. Con cierta precipitacin deposit la limosna en sus manos. Lo

tom en sus brazos, no sin cierta torpeza. Aproxim sus labios a la mejilla descompuesta del hermano cristiano. Lo bes con fuerza una y otra vez. Luego estamp rpidos y sonoros besos en sus dos manos y, con un "Dios contigo", lo dej. Mont de nuevo a caballo y se alej velozmente. La prueba de fuego haba sido superada, bendito sea el Seor! Habiendo cabalgado unos metros..., qu es esto? Nunca haba experimentado semejante sensacin. Desde las profundidades de la tierra y del mar, desde las races de las montaas y de la sangre comenz a subirle en oleadas sucesivas el ocano de la dulzura. Era (qu era?) el perfume de Lasrosas ms fragantes, la quintaesencia de todos los panales del mundo. Sus venas y arterias eran ros de miel. Su estmago y cerebro, surtidores de ternura. Cmo se llamaba aquello? Embriaguez? xtasis? Lecho de rosas? Cielo sin nubes? Paraso? Beatitud? En su lecho de agona, refirindose a ese momento, Francisco dir que experiment "la mayor dulcedumbre del alma y del cuerpo". Fue, sin duda, uno de los das ms felices de su vida, y, de todas maneras, un acontecimiento tan marcante que Francisco lo considera en su Testamento como el hito ms alto en el proceso de su conversin. Desde ese momento, los hermanos cristianos sern los favoritos de su alma, y hasta su muerte ser para ellos el ngel de misericordia, establecindose una corriente inexplicable de cario, no slo entre Francisco y los leprosos, sino tambin entre ellos v la Fraternidad por Francisco fundada. Vuelto a Ass, su primera preocupacin fue visitar a sus nuevos amigos. Bajando por la Porta Moyano en lnea recta hacia el valle, como a media hora de camino, haba una famosa leprosera llamada San Salvatore delle Pareti. Con sus bolsillos repletos de monedas, all dirigi sus pasos el hijo de doa Pica para confirmarse en la misericordia. Puede imaginarse la estupefaccin de aquellos pobres enfermos al ver entrar al famoso hijo del arrogante mercader. Nunca el hombre siente tan honda satisfaccin como cuando ha conseguido salvar el escollo ms difcil de su vida, y eso suele reportarle una madurez semejante a la de la madre que ha dado a luz. Francisco segua siendo un desconocido para s mismo. Hace apenas unos das l mismo no hubiera credo que fuera capaz de hacer lo que estaba haciendo ahora. Los ojos de Francisco estaban llenos de (no se sabra exactamente cmo llamarlo) benignidad, proximidad, piedad y misericordia (todo junto). El Hermano mir largamente, uno a uno, a los ojos de los hermanos cristianos. Ellos se sintieron acogidos, amados. Luego, deposit en las manos de cada enfermo una moneda, no sin antes besar pausadamente cada mano. Los enfermos casi no podan creer lo que estaban viendo. El hijo predilecto de doa Pica les pareca un ngel del cielo, portador de la misericordia eterna de Dios. Fue un da memorable para la leprosera de San Salvatore. Desde entonces, el Hermano de Ass los visitaba frecuentemente. A veces, en lugar de dirigir sus pasos a la gruta, se vena derecho a la leprosera y ya no se contentaba con regalarles monedas. Llenaba una jofaina con agua tibia, se inclinaba a sus pies y lentamente, como quien toca pies sagrados, con delicadeza materna les lavaba los pies, les vendaba las heridas, no sin antes curarlas con gran cuidado. Muy pronto aprendi sus nombres y a cada uno lo llamaba por su propio nombre. Pronto adquiri tambin conocimientos de enfermera y l mismo les traa medicamentos desde la botica de la ciudad. Y al poco tiempo no haba en la leprosera enfermero tan competente como el Hermano Francisco.

Restaurador de muros arruinados.Haba depositado en las manos de su Seor un cheque en blanco en la noche de Espoleto: qu quieres que yo haga? Pero el cielo no se haba manifestado todava. Sus horizontes estaban cubiertos de noche. No se vislumbraba ningn derrotero, y Francisco se conformaba con vivir en fidelidad da tras da: dedicaba largas horas al Seor, largas horas a los leprosos, sembraba la paz

por todas partes. Siempre permaneca en pie como centinela nocturno esperando rdenes, atisbando novedades. Un da bajaba el Hermano por un camino pedregoso, flanqueado por cipreses puntiagudos y oscuros pinos. A su vista se extenda la llanura infinita desde Perusa hasta Espoleto, ciudades perdidas en la lejana entre la bruma. Despus de descender la pendiente, Francisco se encontr de buenas a primeras con una humilde capilla recostada en una loma. El Hermano vena frecuentando desde tiempo atrs todas las capillas diseminadas por las colinas y el valle. Pero nunca haba pasado por all. La ermita estaba dedicada a San Damin. En sus muros se vean varias hendiduras que ponan en peligro la estabilidad de la vetusta iglesia. La hiedra trepaba alegremente hasta cubrir por completo los muros laterales. En su interior no haba ms que un sencillo altar de madera, unos bancos y, a modo de retablo, un crucifijo bizantino. La humilde capilla estaba atendida por un anciano sacerdote que viva a expensas de la buena voluntad de las gentes. El Hermano entr en el recinto umbroso y, luego que sus ojos se habituaron a la oscuridad, se arrodill con reverencia ante el altar y fij su mirada en el crucifijo bizantino. Lo mir largamente. Era un crucifijo diferente: no expresaba dolor ni causaba pena. Tena unos ojos negros bien abiertos, por donde se asomaban la majestad de Dios y los abismos de la eternidad. Y una extraa combinacin de dulzura y majestad envolva toda la figura causando confianza y devocin al espectador. Seducido por aquella expresin de calma y paz, Francisco permaneci inmvil, nadie sabe cunto tiempo. Segn los bigrafos, tuvo en este momento una altsima experiencia divina. En mi opinin, se concreta aqu la tercera "visitacin" o experiencia infusa. El Hermano, entregado, se dej llevar por la fuerza de la corriente, ro abajo, hacia el Mar, la Totalidad sin contornos, hacia los abismos sin fondo del misterio del Amor Eterno, en que el hombre se pierde como un pedacito de papel. Esta vez el Amor ten