Ibáñez Franklin. La formación desde y para la misión de los laicos

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Franklin Ibáñez La formación desde y para la misión de los laicos 1 El documento de Aparecida retoma una feliz expresión de Puebla para definir a los laicos como “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” 2 . Laicos y laicas, e Iglesia en general, deberíamos reflexionar más sobre las posibilidades de esta frase. Quiero centrarme en una de ellas: la formación desde y para la misión del laicado. Laicos que acercan la Iglesia al mundo Precisamente por estar en el corazón del mundo y de la Iglesia el laicado tiene una posición particularmente especial para proponer las agendas y temas que la formación cristiana, incluso en su versión más elaborada que es la teología, puede desarrollar. Sin embargo, el valor de una teología desde esta posición ha pasado desapercibida durante siglos, aun cuando siempre hubo un tipo de ella. Se ha privilegiado, en cambio, la posición del clérigo y de la jerarquía teniendo en cuenta que su función es, no solo regir la Iglesia, sino también enseñar los contenidos de fe a los miembros de ella. De allí que para que clérigos y jerarquía cumplan bien su misión, interpretan muchos, lo que correspondería a los laicos es que lleven ante ellos las realidades del mundo para su discernimiento. Efectivamente, podemos pensar así la relación entre los ministros dedicados al magisterio y los fieles que se encuentran en la vanguardia del mundo orientados por las enseñanzas que los primeros consideran valiosas y oportunas. Sin embargo, al lado de usar la imagen “llevar a los pastores las realidades del mundo” (lo que significaría llevar el mundo 1 Texto originalmente publicado en Cuadernos de Espiritualidad, n. 129. Marzo, 2010. Centro de Espiritualidad Ignaciana, Lima – Perú. 2 Puebla 786 / Aparecida 209 1

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Franklin Ibáñez

La formación desde y para la misión de los laicos1

El documento de Aparecida retoma una feliz expresión de Puebla para definir a los laicos como “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”2. Laicos y laicas, e Iglesia en general, deberíamos reflexionar más sobre las posibilidades de esta frase. Quiero centrarme en una de ellas: la formación desde y para la misión del laicado.

Laicos que acercan la Iglesia al mundo

Precisamente por estar en el corazón del mundo y de la Iglesia el laicado tiene una posición particularmente especial para proponer las agendas y temas que la formación cristiana, incluso en su versión más elaborada que es la teología, puede desarrollar. Sin embargo, el valor de una teología desde esta posición ha pasado desapercibida durante siglos, aun cuando siempre hubo un tipo de ella. Se ha privilegiado, en cambio, la posición del clérigo y de la jerarquía teniendo en cuenta que su función es, no solo regir la Iglesia, sino también enseñar los contenidos de fe a los miembros de ella. De allí que para que clérigos y jerarquía cumplan bien su misión, interpretan muchos, lo que correspondería a los laicos es que lleven ante ellos las realidades del mundo para su discernimiento.

Efectivamente, podemos pensar así la relación entre los ministros dedicados al magisterio y los fieles que se encuentran en la vanguardia del mundo orientados por las enseñanzas que los primeros consideran valiosas y oportunas. Sin embargo, al lado de usar la imagen “llevar a los pastores las realidades del mundo” (lo que significaría llevar el mundo al corazón de la Iglesia) podemos pensar también la imagen “llevar a los pastores ante las realidades del mundo” (lo que significaría llevar a toda la Iglesia al corazón del mundo). El cambio de posición es importante, es más que un juego de palabras. Se trata de acercarse al mundo y aprender de él. ¿Qué significa esto? Acercarse al mundo, incluso a la realidad de pecado, como hizo Jesús al encarnarse, es aprender de humanidad desde la humanidad. El Hijo aprende a ser hermano, aprender a ser humano.3

La Iglesia se define muchas veces como “experta en humanidad”. Muchos lo sostienen casi como dogma o principio metafísico, esto es, como si la Iglesia y de algún modo sus autoridades también están en el corazón y la mente de Dios por todos los tiempos y El les concede la sabiduría perenne. La Iglesia captaría así las esencias de las cosas. Más bien la experticia en humanidad vendría de una larga trayectoria de aprendizaje por haber recibido el sabio testimonio de su Jesús (palabras y obras) y por haber querido comunicar ese mensaje al mundo durante siglos. Si la Iglesia es experta en humanidad, es porque ha aprendido (incluso de sus errores graves, como el caso de Galileo) durante veinte siglos de búsquedas. Además posee la sabiduría heredada de siglos de las tradiciones prepascuales (incluyendo más que el

1 Texto originalmente publicado en Cuadernos de Espiritualidad, n. 129. Marzo, 2010. Centro de Espiritualidad Ignaciana, Lima – Perú.2 Puebla 786 / Aparecida 2093 Texto de Ricardo. “La dimensión cultual y sacramental del sacerdocio bautismal” Comunicación personal.

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pueblo judío y el griego). Pero para seguir siendo experta, debe seguir estudiando la humanidad, aprendiendo de ella. Ser expertos en humanidad, nos supone humildes ante ella.4

Muchas de las formulaciones de la Gaudium et spes, la constitución pastoral del Concilio sobre las relaciones de la Iglesia con el mundo actual, van en la línea de que la Iglesia, si bien posee una verdad distinta a la científica, aprende del mundo en diálogo con él.5 Ahora bien, si el laico está en el corazón del mundo, ¿no tendrá también una posición privilegiada para determinar problemáticas que merecen reflexión especial y sistemática e incluso adelantarse en ellas? A veces entendemos la militancia en la Iglesia, desde una reminiscencia del lenguaje medieval nostálgica y desfasada para el mundo de hoy, como una participación excesivamente vertical. Sin embargo, Pío XII nos da una pista actual para entender la misión del discípulo laico: "En las batallas decisivas, es muchas veces del frente, de donde salen las más felices iniciativas...".6

Decir que los laicos “llevamos las realidades del mundo ante nuestros pastores” puede ser correcto en muchos sentidos, pero insuficiente por sí solo. La postura física que está detrás de la expresión “llevar a los pastores” concuerda con una posición sobre el gobierno humano ampliamente difundida: los gobernantes no van al pueblo, este tiene que acudir a ellos. Saber gobernar es saber entender al pueblo, no obstante, los gobernantes de las naciones históricamente han estado muy alejados de las necesidades y voluntades de sus gobernados. La expansión de la cultura de la democracia y los derechos humanos ha mejorado la situación a favor de los gobernados pero todavía hay una enorme distancia. Incluso en esta época de los controles democráticos, los gobernantes no suelen saber normalmente cómo viven los pobres y los marginados. Por eso sus medidas no son efectivas del todo. No toman en cuenta el punto de vista de los pobres para planificar, por ejemplo, la economía nacional. O si lo toman en cuenta, frecuentemente es más con una doble moral o discurso (uno para el pueblo y otro para los inversionistas). En todo caso no le conceden el valor que debieran a la pobreza. Son los que la padecen quienes más sufren de por sí y ante una crisis, como la gran caída de la economía mundial que aún seguimos viviendo, siguen siendo los que sufren incluso más.

Son también los pastores los que deben acercarse o encarnarse más en la vida del pueblo que desean guiar. Tenemos que ayudarles humildemente en ello. Por ejemplo, no está de más invitar a toda la Iglesia y especialmente a nuestros pastores a que conozcan los dolores que sienten los grupos oprimidos desde el punto de vista social, político, económico y/o cultural. En lenguaje ignaciano diríamos que se les invita a que tengan “probaciones” constantemente, para discernir mejor. Pedir a las autoridades eclesiásticas y a la Iglesia en general que se acerquen a ellos no es pedirles que asuman esa condición permanente, sobre todo si ella es producto de una trasgresión social. No hay que robar o probar drogas para comprender a un preso o un adicto. Ni si quiera en ese caso se propone una concesión ante la realidad del pecado del mundo, sino una actualización de Cristo que se encarnó, comió con pecadores y se identificó con los excluidos. Recordemos que la concepción del pecado en su tiempo se aplicaba con bastante amplitud: si alguien era pobre en sentido económico o tenía una enfermedad, su mala situación se explicaba por un pecado suyo o de algún antecesor (Jn 9,1ss). Ver la pobreza como castigo de Dios, como pago justo por el propio pecado, hace que nos olvidemos a veces del pecado de todos: de la estructura social en conjunto que crea esas

4 La expresión “experta en humanidad” es tomada de Pablo VI. Él no la usaba en actitud dogmática ni poco humilde. En Populorum Progressio encontramos: “Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia…” (13). Experiencia, ensayo y error, es el método de aprendizaje más difundido en todas las culturas.5 “La Iglesia, custodia del depósito de la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden religioso y moral, sin que siempre tenga a mano respuesta adecuada a cada cuestión…” (GS 33)6 Alocución De quelle consolation, 1, c., p. 789.

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situaciones. ¿Uno es pobre porque pecó él o sus padres, o porque otros que no son sus familiares directos estimulan y aprovechan un sistema social que crea esa desigualdad? Si vemos a las prostitutas, ejemplo directo del evangelio, como propensas al vicio y a lo malo, exculparemos el pecado social traducido en miseria económica que está detrás de muchas de esas situaciones. Muchas veces somos excesivamente fariseos y vemos como pecadores a quienes son, más bien, víctimas del pecado de todos.

Por ejemplo, no está de más invitar a toda la Iglesia a que conozca los dolores que sienten los grupos marginados socialmente, incluso aquellos que a marginamos como los homosexuales o los divorciados. Hay que acercarnos a sus vidas, su fe.7 La doctrina de la Iglesia trata siempre de rescatar a la persona, pero constatamos que a veces nuestras prácticas y actitudes parecieran descuidar que lo más importante es el bien de la persona y nos concretamos más en el rechazo. Se trata de convivir con ellos, de escucharles sinceramente. Revisemos nuestros puntos de vista y actitudes, pues muchos de ellos se reconocen como tales y no encuentran en ello un obstáculo o desorden para amar y vivir su fe. La pedagogía del cristiano, mirando al Maestro, debe pasar más por el aliento cercano que el reproche desde lejos.

Laicos que aprenden y enseñan

Aparecida nos recuerda que todos aprendemos del Maestro, somos discípulos permanentes. Por lo mismo, aun cuando haya funciones y ministerios distintos dentro de la Iglesia, todos podemos enseñar si hemos tenido verdadero encuentro con el Maestro. Todo aquel que ha tenido una experiencia auténtica de fe tiene algo que enseñar. Poder ser maestro, más que depender del título o cargo (magisterio), dependerá de la calidad del encuentro con el único y verdadero Maestro, a quien paradójicamente no le gustaba que le trataran como tal al estilo de su época. Algunas autoridades eclesiásticas dicen que quisieran confiar en los laicos pero piden que primero ellos den señales, muestras de que son dignos de confianza. ¿Acaso todos los clérigos se han ganado el respeto que exigen de su pueblo con su testimonio de vida?

En su camino de aprendizaje, la Iglesia fue descubriendo las bondades de esclarecer ministerios dentro de ella. Tareas como la enseñanza y la celebración de la liturgia así como el gobierno general de la comunidad se adjudicaron a los clérigos, que en muchos casos tenían esposas e hijos como los laicos de hoy en día. La función que asumieron no les obligaba en ningún sentido a que distanciaran su estilo de vida del resto del pueblo de Dios. De hecho, pasaron varios siglos antes que se impusiera efectivamente la separación de estilo de vida entre ambos especialmente con el celibato.

A la par en los orígenes del cristianismo muchos laicos eran “maestros” de clérigos y de otros laicos. Podríamos citar muchos ejemplos pero centrémonos en el más célebre y polémico. De acuerdo al relato de Eusebio de Cesarea, Orígenes, siendo laico, fue invitado por los obispos de Jerusalén y de Cesarea a explicar las Escrituras y dar conferencias. Cuando el Obispo de Alejandría los acusó, pues se trataba de un laico predicando ante obispos, ellos se defendieron:

<<Añade en su carta que esto jamás se oyó, ni ahora se hace, el que prediquen los laicos estando presentes los obispos. Yo no sé cómo dice lo que evidentemente no es verdad. Porque donde quiera que se encuentran hombres con capacidad para

7 Podríamos poner en una lista más polémica al interior de la Iglesia a los laicos, a las mujeres, entre otros, incluso a las religiosas. No es infrecuente que nuestras prácticas al interior de la Iglesia, influenciadas por el mundo circundante, privilegien algunos grupos en desmedro de otros. Vale la pena preguntarnos quiénes tienen posiciones privilegiadas dentro de la Iglesia. Todo depende de qué grupos se comparen.

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aprovechar a los hermanos, los santos obispos les invitan a predicar al pueblo. Como invitaron nuestros bienaventurados hermanos: Neón a Evelpis en Laranda, Celso a Paulinio en Iconio y Atico a Teodoro en Sínade. Es probable que también en otros lugares ocurra igual sin que nosotros lo sepamos>>.8

Podríamos citar más casos donde las funciones y formas de vida no estaban, como ahora, tan claramente delineadas.9 Sin embargo, eso fue cambiando: el presbiterio se fue profesionalizando y la distancia entre funciones y estilos de vida se fue marcando con el tiempo entre ambos estados. Esto nos ha traído muchos beneficios, pero también serias limitaciones. Examinemos dos de estas últimas.

Primero, muchos centros de formación teológica están dedicados exclusivamente para quienes se preparan al sacerdocio ordenado. En algunas diócesis se defiende con celo que solo tengan acceso a la reflexión sistemática de la experiencia de Dios quienes obrarán en persona de Cristo Cabeza y Pastor.10 La predicación de la Palabra (el logos de Dios) es tarea propia de Obispos, presbíteros y diáconos, por lo que el laico no requiere mayor preparación para ello, excepto en casos excepcionales. Así la cooperación del laico con el ministerio de la palabra (y, por ende, su preparación para ello) se restringe por una aplicación excesivamente fiel de algunas disposiciones disciplinarias a situaciones temporales donde la “necesidad” y la “utilidad” lo recomiendan.11

Por supuesto, si el acceso a la proclamación de la palabra fuera tan restrictivo, nos quedaríamos inmensamente desarmados, indefensos e incapaces de trasmitir el mensaje a quienes están llamados a escucharlo. Es un hecho sociológico que el presbiterio es insuficiente para la tarea. Por tanto, se abren algunos espacios para la formación en la palabra de los laicos. En muchos casos, dependiendo de los recursos de las diócesis o la personalidad de sus rectores, al laico solo le quedaría el catecismo como conjunto de saberes doctrinales que debe memorizar y repetir acríticamente si se dedica a cuestiones pastorales. En otros lugares, se abren más puertas y ventanas. En este caso, los laicos afrontan una segunda limitación: el tipo de teología que estudian. Veamos.

Actualmente cuando los laicos desean profundizar en su fe y se permite y fomenta su acceso a ello, algunos logran estudiar teología. No obstante suelen estudiarla al estilo en que la reciben quienes se preparan para las tareas específicas del presbiterio. Tal vez ahora, tras los nuevos aires de Aparecida, podría fomentarse que, además de presbíteros y religiosos, sean los laicos quienes profundizan sistemáticamente sus propias experiencias de discipulado y misión centrados en un estilo y temática laical. ¿Qué significa esto? Tomemos por ejemplo la Cristología. Una visión descendente de la misma estudia categorías y temas como la unión 8 Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica. VI, 19, 18. BAC n°350, p. 384.9 Ver Alexandre Faivre “Los primeros laicos”. Burgos: Monte Carmelo, 2001. 331 pags. Este es un trabajo minucioso sobre los primeros siglos del laicado.10 “Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra…”. Exhortación apostólica Pastores dabo vobis. n. 16. No tengo ningún problema con esta cita. Lo que me preocupa es algunas deducciones que vienen después.11 “Las condiciones a las que se debe someter tal admisión —« si en determinadas circunstancias se necesita de ello », « si en casos particulares lo aconseja la utilidad »— evidencia la excepcionalidad del hecho. El can. 766, además, precisa que se debe siempre obrar iuxta Episcoporum conferentiae praescripta. En esta última claúsula el canón citado establece la fuente primaria para discernir rectamente en relación a la necesidad o utilidad, en los casos concretos, ya que en las mencionadas prescripciones de la Conferencia Episcopal, que necesitan de la "recognitio" de la Sede Apostólica, se deben señalar los oportunos criterios que puedan ayudar al Obispo diocesano en el tomar las apropiadas decisiones pastorales, que le son propias por la naturaleza misma del oficio episcopal” Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes. Art 2. n. 3

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hipostática, la kenosis y otros que tienen que ver con principios metafísicos y de alto contenido abstracto que difícilmente se relacionan directamente con la experiencia de fe del cristiano de a pie. Su contraparte, una cristología ascendente, toma como punto de partida un Jesús histórico, el estudio de su contexto, su vida, palabras y acciones. Este segundo modo es mucho más cercano, sin embargo, en ambos casos el objeto de estudio es Jesucristo pero son escasas o difíciles de comprender las relaciones directas con la vida de los fieles del mundo contemporáneo. Otra forma de acceder a Jesús es profundizar en sus relaciones con el ser humano colectivo e individual de hoy. Esta última es la alternativa propiamente laical.

Laicos que disciernen el mundo

Esta tercera alternativa no es necesariamente novedosa. De algún modo, se ha venido desarrollando aunque tal vez no en cátedras con carácter sistemático. Probablemente la literatura fruto de estas pesquisas es más conocida como textos pastorales o incluso de espiritualidad, antes que reflexión teológica. Más que una cuestión de novedad, es cuestión de acentos y énfasis. En línea con lo que venimos diciendo, un gran bloque de temas de esta actualizada teología puede ser “Jesús y las profesiones”, donde médicos, docentes, artistas, obreros, comerciantes, entre otros estudian a Jesús y sobre todo su relación con él. Otro bloque puede ser “Jesús y la familia” donde estudiamos a Jesús desde nuestros roles de padres, hijos, esposos, entre otros, y no a El en esos roles, pues no podemos adjudicarle todo rol familiar o profesional que El no tuvo. ¿Qué me dice Jesús en mi encuentro con él en mi calidad de esposo? No se trata solo de leer estas escenas de la vida desde el Evangelio, como se viene haciendo desde hace mucho, sino también el camino inverso: leer sistemáticamente el evangelio y la persona de Jesús desde nuestra vida particular: aprender sobre cómo es Él, cristología, desde las propias circunstancias, en primera persona. Y esa es la Cristología que nos toca comunicar en el corazón del mundo.

Vayamos a una reunión dominical ordinaria de un grupo de laicos. Veamos cuáles son algunos de los temas que les interesan a estos hombres y mujeres en su reunión comunitaria semanal. ¿De qué hablan? ¿Qué inquietudes, “gozos y esperanzas”, traen a la reunión?

María es profesora de religión en un colegio estatal. Está preocupada porque uno de sus alumnos, que se sentía poco querido por sus padres (ambos en permanentes peleas) intentó suicidarse. La formación en religión es todavía un discurso extraño en la mente del adolescente. Se frustra porque con ello no consigue darles consuelo ni esperanza.

David es un pequeño empresario, el administrador del negocio familiar. Es el único que atiende el local de venta. Estos días, mientras los clientes le dan un respiro, ha estado preparando un curso-taller sobre discernimiento. Ha estado meditando entre sus cuentas cómo es que hallar la voluntad de Dios es el tema central de su vida.

Para Richard su semana ha estado marcada por problemas laborales. La empresa donde trabaja no le está pagando a tiempo, sino en pequeños adelantos y promesas de pago futuras. Es obvio que los dueños están priorizando otros gastos y Richard siente que la dignidad de los trabajadores es vulnerada. Le pide a Dios que ilumine su sana rabia.

Betty, que también es profesora, ha comenzado recientemente su periodo como secretaria de la junta vecinal o directiva del barrio. Cuenta que asumió el reto con mucha ilusión de hacer algo por el barrio pero experimenta cierta desazón cuando entiende que otros miembros de la junta o vecinos que no salieron elegidos parecen priorizar intereses personales.

Michael ha reaparecido después de varias semanas. Estuvo enfermo, con presión alta y estrés, entre otros problemas. Le han prescrito reposo obligado por dos semanas. No tiene hijos aún, pero dice que ahora entiende mejor por qué tantos adultos que ha acompañado

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en la Parroquia le piden salud a Dios: porque son los responsables de la economía doméstica.

En cambio, Vidal no pudo venir porque la grave salud de un familiar lo tiene ocupado. Él labora en diferentes lugares durante la semana enseñando matemáticas, pues un solo trabajo no le basta para una remuneración digna, y menos aun cuando hay alguien enfermo! Por eso, el día de descanso prioriza la visita familiar.

Ricardo tampoco vino porque en su trabajo le han pedido que, sin pago de horas extras ni ningún otro tipo de bonificación o compensación, también venga hoy domingo. Su contrato en una entidad estatal se renueva cada tres meses y no hay opción alguna de conseguir mayor estabilidad que esa, por lo que cede ante el pedido de tiempo extra.

Al final de la reunión casi no hay tiempo para ocuparse sobre cómo está el país, los últimos escándalos de corrupción y las pocas alternativas políticas para las próximas elecciones presidenciales. Después de haberse hecho comentarios mutuos, de haber discernido juntos su vida ordinaria, todo ello se ofrece a Dios y se le pide por un futuro mejor.

¿Es posible ofrecer cursos de teología que aborden e iluminen directamente estas incertidumbres y búsquedas? Sí, es posible que las experiencias y reflexiones, oradas y sistematizadas, sobre estos temas, se conviertan en teo-logía: logos (tratados y discursos) sobre Dios y nuestro encuentro con él. El saber académico, los logos que se enseñan en las universidades, tienen unos estándares que no deben ser necesariamente la única pauta para nosotros. Cursos como estos también pueden ser teología de calidad, rica en explicaciones sobre Dios, y sus sueños para la humanidad a partir del encuentro cotidiano con ella.

Incluso clérigos y religiosos podrían aprovechar de esta teología, pues finalmente ellos acompañarán a laicos en dichos ambientes. Una amiga, Carolina, tiene un módulo de formación genial: “¿Cómo hablar de Dios a los hijos?”.12 No tiene creditaje o valor universitario, no tiene el clásico estilo de una facultad de teología; es más bien un taller que ha construido en base a sus propias experiencias de ser alumna de su madre y maestra de sus hijas en la enseñanza de la fe. Pero ¿por qué no puede ser un taller así útil también para clérigos? O ¿por qué no se puede llamar curso o materia a ese taller e incorporarlo como parte de la malla curricular de una universidad que forma licenciados en teología?

El documento de participación, o preparación, previo a la Conferencia de Aparecida ponía en boca de los obispos la siguiente reflexión:

<<Probablemente hemos descuidado la formación de los laicos para ordenar las realidades temporales según el querer del Señor. Los hemos invitado más bien a participar en la construcción de la Iglesia. Por eso constatamos en incontables constructores de la sociedad (...) que sus convicciones éticas son débiles y no logran cumplir con responsabilidad en el mundo con coherencia cristiana>>.13

Podríamos decir que la calidad de su misión depende de la calidad de su discipulado, de la formación impartida en él. Y tal vez esa formación, como la misión misma, según indica el texto, se ha centrado más en los temas propios de la vida eclesial, aquellos donde los pastores son más expertos. No se ha puesto el debido énfasis en la vida cotidiana, aquella que transforma el mundo. Las profesiones, la familia, las estructuras sociales generales (políticas, económicas, culturales, entre otras) son las principales realidades de encuentro con el Señor y

12 Un ensayo donde Carolina nos cuenta su experiencia aparece publicado en este mismo Cuaderno de Espiritualidad.13 Documento de participación al V CELAM , punto 154

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objeto de misión que requieren ser contenidos de la formación del discipulado para todos, y especialmente los discípulos laicos.

Conclusión

Teniendo en cuenta que estos son los espacios propios de los laicos conviene recordar algunas llamadas del Concilio. Dice de los laicos: “En la medida de la ciencia, de la competencia y del prestigio que poseen, tienen el derecho, y en algún caso la obligación, de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que dicen relación al bien de la Iglesia” (LG 37) No obstante, previniendo que no se trata de una tarea aislada, sino de una misión de conjunto, recuerda inmediatamente que “Hágase esto, si las circunstancias lo requieren, mediante las instituciones establecidas al efecto por la Iglesia, y siempre con veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su oficio sagrado, representan a Cristo.” Las circunstancias del mundo actual requieren mayor audacia y fidelidad creativa, decía el P. Arrupe. La palabra discernida y orada del laico es necesaria hoy. Tal vez haya que revisar si las instituciones que las iglesias locales han establecido son suficientes para tal fin bajo el cuidado de los pastores.

<<De este trato familiar entre Laicos y Pastores se deben esperar muchos bienes para la Iglesia; porque así se robustece en los seglares el sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y se asocian con mayor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra de los Pastores. Pues estos últimos, ayudados por la experiencia de los laicos, pueden juzgar más exacta y acertadamente lo mismo los asuntos espirituales que los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo.>> (LG 37)

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