Humanidad de Cristo (1)

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Tema 21: La Humanidad de Cristo 21.1) Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Jesús. 21.2) Conciencia mesiánica de Cristo. 21.3) La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables. 21.4) Coexistencia en Cristo de la plenitud de la gracia y de la condición de viador. 21.1 Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Jesús Cristo es el Mesías prometido, el Redentor del género humano: toda la Escritura se refiere a El como centro de la atención y de la esperanza del hombre. La perfección humana de Cristo aparece testimoniada en la Escritura constantemente: -de modo implícito: en cuanto que es el Mesías y libertador, el deseado de todos los pueblos, por cuanto sus días son plenitud de los tiempos, por cuanto es el Modelo y el camino que todos deben seguir; - de modo explícito: atestiguando específicamente la perfección de su ciencia, de su gracia, etc. Así lo expresa Sacrosanctum Consilium , n. 5: "Dios, el que quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de de la verdad (1 Tim 2,5), después de haber hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas ( Heb 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos, mandó a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido del Espíritu Santo, para anunciar la buena nueva a los pobres, devolver la salud a los contritos de corazón, 'como médico de la carne y del espíritu' y Mediador

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Tema 21: La Humanidad de Cristo

 

21.1) Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Jesús.

21.2) Conciencia mesiánica de Cristo.

21.3) La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables.

21.4) Coexistencia en Cristo de la plenitud de la gracia y de la condición de viador.

21.1 Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Jesús

Cristo es el Mesías prometido, el Redentor del género humano: toda la Escritura se refiere a El como centro de la atención y de la esperanza del hombre. La perfección humana de Cristo aparece testimoniada en la Escritura constantemente: -de modo implícito: en cuanto que es el Mesías y libertador, el deseado de todos los pueblos, por cuanto sus días son plenitud de los tiempos, por cuanto es el Modelo y el camino que todos deben seguir; -de modo explícito: atestiguando específicamente la perfección de su ciencia, de su gracia, etc.

Así lo expresa Sacrosanctum Consilium , n. 5: "Dios, el que quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de de la verdad (1 Tim 2,5), después de haber hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas (Heb 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos, mandó a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido del Espíritu Santo, para anunciar la buena nueva a los pobres, devolver la salud a los contritos de corazón, 'como médico de la carne y del espíritu' y Mediador entre Dios y los hombres. Su humanidad, unida a la Persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación"

 

21.2 Conciencia Mesiánica de Cristo

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En todos los actos de Jesús de Nazaret se manifiesta destacadamente su conciencia de tener una misión divina que cumplir. El mandato del Padre es para él una legítimación y un deber. La conciencia de su misión divina ("He sido enviado", "He venido") es el rasgo característico de la imagen evangélica de Cristo. En esta conciencia se fundan la sublime seguridad de su actuación y la constante claridad del fin a que tiende.La certeza de su misión está relacionada con la conciencia de su preexistencia y de ella recibe su carácter y su fuerza singular. Jesús es siempre consciente de las consecuencias que se derivan de su misión divina. Procede como quien tiene poder (Mc 1,27). Sólo esta conciencia de su misión divina explica la Extraordinaria libertad con que Jesús se enfrenta a las cosas del mundo y la sensación que tiene de ser ajeno al mundo (Mt 10,17). Explica también su inconmovible obediencia a la voluntad del Padre. Todas las expresiones indican lo mismo: Jesús tiene conciencia de haber sido enviado por Dios para publicar y realizar la buena nueva de la salvación divina.

 

21.3 La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del Verbo Encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables.

Santidad y Gracia

La Sagrada Escritura habla con nitidez e insistencia de la santidad de Jesucristo.(cfr Is 11, 1-5; Lc 1, 35; Hech 3, 14; Jn 10, 36). Al hablar de la santidad de Jesucristo, no nos referimos, como es obvio, a la santidad del Verbo, esencialmente santo por ser uno con el Padre y el Espíritu Santo. Corresponde al Verbo la santidad absoluta y total que corresponde a la Divinidad. Cuando tratamos de la santidad de Jesucristo, nos referimos exclusiva y reduplicativamente a Jesucristo en cuanto hombre, es decir, tratamos de la santificación, de la "divinización" de su naturaleza humana

En Cristología se habla de que existe en Cristo una triple gracia: la gracia de unión Ñes decir, la unión hipostática considerada en su aspecto de don o gracia otorgada a la humanidad de JesúsÑ,

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la gracia habitual Ñla gracia que llamamos santificanteÑ, y la gracia capital, es decir, la gracia que Cristo posee en cuanto cabeza de la humanidad. La naturaleza humana de Cristo ha sido elevada por la unión hipostática Ñla gracia de uniónÑ a la mayor unión con la divinidad Ñcon la Persona del VerboÑ a que puede ser elevado ser alguno. De ahí que la gracia de unión sea para Cristo el mayor don que su naturaleza humana ha podido recibir. Una gracia infinita con la misma infinitud del Verbo con el que se da ontológicamente unida su naturaleza humana. Por esta unión, el hombre Jesús Ñla naturaleza humana de Jesús hipostasiada en el VerboÑ, al ser persona en y por el Verbo, no recibe una filiación adoptiva, sino que es el Hijo natural del Padre.

Esta santidad es llamada sustancial. porque no se puede estar más unido a Dios, ni pertenecer más a El, que como hijo natural. Jesús es santo sustancialmente también en su naturaleza humana. Por esta razón, Jesús es adorable también en su humanidad: esta humanidad es santa sustancialmente con la santidad de Dios.La gracia de unión, sin embargo, hace muy congruente que se otorgue a Cristo la gracia habitual la gracia santificante en toda su plenitud junto con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. En efecto, aunque por la unión hipostática la humanidad de Cristo haya sido santificada, sin embargo permanece en sí misma simplemente humana, sin haber sido divinizada con esa transformación accidental que eleva la naturaleza y las operaciones del alma hasta el plano de la vida íntima de Dios.

Son tres las razones que suelen aducirse para afirmar la existencia de la gracia habitual en Cristo: 1) la proximidad de la humanidad de Cristo a la fuente de la gracia, el Verbo; 2) el alma de Cristo, por su cercanía al Verbo, debía alcanzar a Dios lo mas íntimamente posible por medio de sus operaciones de conocimiento y amor, para lo que necesitaba la elevación de la gracia; 3) Cristo, en cuanto hombre, es cabeza de todos los santos, con una capitalidad que debía redundar en los demás: Jn 1, 16

Las virtudes que son exclusivas del status viatoris, como la fe y la esperanza, o las que incluyen en sí una imperfección, como la

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virtud de la penitencia, no están formalmente en Cristo, pero lo que tienen de perfección se encuentra en El asumido en una perfección superior. También estuvieron en Cristo todas las gracias gratis datae y todos los carismas, como corresponde "al primer y principal Doctor en la Fe" (STh III, q. 7, a. 7, in c.). La razón más universalmente aducida fue formulada por San Agustín con estas palabras: "De igual forma que en la cabeza están todos los sentidos, así en Cristo estuvieron todas las gracias"

Toda la tradición ha afirmado constantemente no sólo la santidad de Cristo, sino su plenitud de gracia. También existe unanimidad en la afirmación de que Cristo tuvo plenitud intensiva de gracia, es decir, en cuanto a su perfección, y plenitud extensiva, es decir, en cuanto a los dones y gracias a que se extiende. Las razones son que esta plenitud debía estar en Jesús por su unión con el Verbo y por su misión de Cabeza de la humanidad.

La gracia de Cristo en cuanto gracia capital trata de la gracia que conviene a Cristo en cuanto que es Cabeza de la Iglesia y Mediador de todos los hombres. La expresión de Cabeza y Cuerpo místico, tan usadas por San Pablo, (cfr p.e. Rom 12, 4-6, etc), se aplica a Jesucristo por analogía con la cabeza y el cuerpo físicos del hombre. En concreto, se dice de Cristo que es Cabeza del Cuerpo místico por su conformidad con el cuerpo Ñes hombre, de la misma naturaleza que aquellos de quienes es cabezaÑ, y, sobre todo, porque de El, en cuanto cabeza, fluye la vida a los miembros y da unidad al cuerpo.

 

Ciencia

Afirmar que en Cristo existen dos naturalezas perfectas, la divina y la humana y, en cosecuencia, dos operaciones, una divina y otra humana, implica, como es obvio, afirmar que existen en Cristo dos modos de conocer: uno divino y otro humano, el cual se encuentra en la base de sus elecciones humanas libres y, en consecuencia, de su capacidad para merecernos la salvación.

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1. La ciencia divina y la ciencia humana de Cristo:El acto de conocer del Verbo en cuanto Verbo es común a las Tres Divinas Personas, como es común todo lo que existe en la Trinidad fuera de la relationis oppositio. Se trata de la ciencia increada. La afirmación de un conocimiento humano en Cristo es patente en todo el Nuevo Testamento (cfr p.e., Lc 2, 52).Y aunque no ha existido intervención directa del Magisterio sobre la existencia en Cristo de ciencia humana, esta verdad se encuentra implícitamente definida al afirmarse que existe en Cristo alma racional, y al afirmar que en El cada naturaleza obra lo que le es propio.

 

2. Visión beatífica, ciencia infusa y ciencia adquirida.:

a) Visión beatífica. La mayor parte de los teólogos a lo largo de los siglos ha admitido en Cristo la ciencia de visión o visión beatífica, es decir, la visión intuitiva de la Divinidad a la que se refiere S. Pablo con la expresión de ver a Dios cara a cara (cfr 1 Cor 13, 12) y S. Juan al decir que conoceremos a Dios tal como El es en sí mismo (cfr 1 Jn 3, 2). Una de las razones más poderosas para afirmar la existencia de ciencia de visión en Cristo se encuentra en aquellos textos del NT en que se habla de que El Hijo ha visto al Padre, da testimonio del Padre (cfr p.e., Jn 3, 11 y 32; 6, 46; 8, 38 y 55). La ciencia de visión parece exigida también en Cristo por el carácter de su Mediación: "El es el Mediador, aquel que une a los hombres con Dios; y la visión beatífica es el culmen de esta unión, su acabamiento. No se puede admitir que El haya tenido necesidad de ser unido a Dios en cuanto hombre, porque habría tenido necesidad de mediación siendo El el primero y único mediador". La plenitud de santidad y gracia existente en Cristo parece exigir también la ciencia de visión. En efecto, la unión intuitiva y facial de Dios no es un don accidental añadido y separable del supremo grado de gracia, sino que es en sí misma el desarrollo supremo de la gracia, la suprema unión del alma con Dios. De ahí que negarle a Cristo la ciencia de visión implique necesariamente negarle la plenitud absoluta de gracia y unión de su alma con la Trinidad.

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b) Ciencia infusa.:Se llama ciencia infusa aquel conocimiento que no se adquiere directamente por el trabajo de la razón, sino que es infundido directamente por Dios en la inteligencia humana. Piénsese, p.e., en el conocimiento profético, que no es un pronóstico, sino un verdadero y firme conocimiento del futuro. La mayor parte de los teólogos a partir del medioevo enseñan que Cristo gozó de ciencia infusa. Se apoya este convencimiento en el principio de perfección con que acceden al estudio de la ciencia humana de Cristo: puesto que la inteligencia humana de Cristo era capaz de recibir la ciencia infusa, debía recibir esta ciencia. Los textos del NT no son apodícticos en este sentido. Sin embargo, no se deben minusvalorar aquellos en que se habla de un conocimiento sobrenatural de Cristo, conocimiento que puede atribuirse al don profético de Jesús, conocimiento de cosas que Jesús no podía conocer por los recursos ordinarios de su ciencia adquirida.

 

c) Ciencia adquirida. :Por ciencia adquirida se designan aquellos conocimientos que el hombre adquiere por sus propias fuerzas, a partir de sus sentidos; esa ciencia de que habla p.e., San Lucas mostrando a jesús adolescente que crece en sabiduría, edad y gracia (cfr Lc 2, 52). Se trata de un conocimiento experimental, que progresa con los años, el esfuerzo y la experiencia. Hablar de este conocimiento adquirido en Cristo Ñy, por tanto, progresivoÑ, es consecuencia del realismo con que se acepta la Encarnación del Verbo. Muchos teólogos, Santo Tomás entre ellos, han enseñado que la ciencia adquirida de Cristo abarcaba "todo aquello cuanto puede ser conocido por la acción del entendimiento agente". En este sentido sería, pues ilimitada. Cristo no habría ignorado nada en ningún orden de conocimiento humano. Semejante afirmación va directamente contra el realismo de una ciencia adquirida que Cristo consigue con el esfuerzo de sus sentidos y potencias y en la que progresa en forma semejante a los demás hombres. La experiencia de que Cristo disponía era, obviamente, limitada y acorde con su época y lugar.

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Voluntad y libertad impecables: Existe en Cristo una doble voluntad: la voluntad divina y la voluntad humana, correspondientes a las dos naturalezas -la divina y la humana- que se encuentran perfectas en Cristo.Nuestro Señor ora en el Huerto diciendo: No se cumpla mi voluntad, sino la tuya (Mt 26,39). En estas palabras pone de relieve no sólo que tiene una voluntad humana distinta de la del Padre, sino que esta voluntad tiene una tendencia que es contraria al cumplimiento del mandato recibido y, en consecuencia, que, para cumplir la voluntad del Padre debe vencer la resistencia de su voluntad humana. En el querer humano de Cristo existe un aspecto llamado Voluntas ut natura , consistente en la inclinación que la voluntad tiene por su propia naturaleza para elegir lo que es bueno y lo que es malo a la naturaleza del sujeto. En cambio, la Voluntas ut ratio significa el querer en cuanto elección dirigida por la razón, y, en este sentido, la voluntad puede elegir incluso lo que es contrario al sujeto si esto es conveniente a una razón superior.

 

La libertad humana de Cristo . :Es de fe que Cristo tuvo libertad humana y libre albedrío. En efecto, la libertad pertenece a la integridad de la naturaleza humana, pues a la existencia de inteligencia y de la voluntad sigue necesariamente la capacidad de elegir. La existencia de libertad humana en Cristo y de su capacidad de elegir no sólo se encuentra implícita en aquellos lugares en los que se afirma que Jesús es hombre perfecto, sino también en aquellos otros en los que se dice que Cristo obedeció a su Padre o que mereció por nosotros (cfr p.e., Fil 2, 5-11; Jn 5, 30). En efecto, sin auténtica libertad es imposible obedecer y merecer. También para merecer se requiere gozar de libre albedrío, es decir tener voluntad libe de coacción externa y de necesidad interna

 

La impecabilidad de Cristo, y su libertad . :Consecuencia de la unión hipostática, de la santidad sustancial y de la infinitud de

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gracia habitual es la afirmación unánime en torno a la ausencia de pecado en Cristo Ñla impecanciaÑ y a su incapacidad de pecar, su impecabilidad. La Sagrada Escritura afirma explícitamente que Cristo no cometió pecado. ÀQuién de vosotros me argŸirá de pecado? (Jn 8, 46;Jn 1, 29, etc.). Dada la unanimidad existente en esta cuestión, las intervenciones del Magisterio son muy escasas, y se limitan a la afirmación de la ausencia de pecado en Cristo. Jesús, por haber ignorado todo pecado, "no tuvo necesidad de ofrecer la oblación en favor de sí mismo"; "fué concebido sin pecado, nació sin pecado, y murió sin pecado". La ausencia de pecado en Cristo, se entiende a la luz de tres realidades fundamentales: la unión hipostática, la santidad de Cristo, y su misión de Redentor.

He aquí algunas de las principales razones: 1)Las personas son las que responden de las acciones realizadas a través de su propia naturaleza; si Cristo hubiese cometido pecado, sería la Persona del Verbo la que habría pecado a través de su naturaleza humana; 2) La santidad infinita de Cristo es incompatible con cualquier sombra de pecado; 3) Finalmente, su misión de Redentor Ñes la argumentación que hemos visto usada por el Concilio de EfesoÑ, era contraria a que Cristo cometiese pecado. El es el sacerdote santo que no necesita ofrecer víctimas y sacrificios por sí mismo, sino sólo por sus hermanos, y no hubiese sido modelo perfecto si hubiese habido pecado en El.

 

Las tentaciones de Cristo: En razón de la unión hipostática, Cristo era esencialmente impecable. También en razón de la unión hipostática y de su carencia de pecado, Cristo careció del fomes peccati, es decir, del desorden introducido en el hombre por el pecado original. En consecuencia, Cristo no experimentó la tentación ab intrinseco, desde dentro. Esto no quiere decir que no hubiese en el alma y en la carne de Cristo apetencia de lo que era bueno para ellas y rechazo de lo que les era nocivo, o que Cristo no tuviese las pasiones humanas. Decir que Cristo no padeció el desorden de la concupiscencia no equivale a decir que no tuvo sensibilidad. Al contrario, se encuentra adornado de una sensiblidad exquisita, como se

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muestra en sus reacciones, en su predicación, en sus parábolas. Jesús siente hambre y apetece el comer; tiene sed y sueño, y siente la apetencia de saciarlos; se indigna con ira santa; experimenta el gozo de la amistad; llora con auténtico dolor de hombre; siente miedo y angustiaante la muerte (cfr Mt 26, 37-38). Su naturaleza humana, santa y rectamente ordenada, rechaza lo que le hace daño, como son los tormentos y la muerte, sin que ese rechazo sea desordenado, sino todo lo contrario. Esa misma naturaleza humana, con su acto libre, domina la repulsión que le provocan los tormentos, obedeciendo al Padre. En su materialidad, las tres tentaciones relatadas por los Sinópticos apuntan hacia el mesianismo de Cristo, y guardan un estrecho paralelismo con la interpretación terrena que el judaísmo daba al papel del Mesías. Satanás tienta a Jesús para que oriente su mesianismo en mezquino provecho propio y contra la voluntad del Padre. De hecho, Jesús tuvo que rechazar a lo largo de su vida las presiones de su ambiente, incluso de sus discípulos, contrarias al plan del Padre. Es la misma tentación que le propondrán los judíos, cuando está ya en la cruz: Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz, y creeremos (Mt 20, 20-22; Mc 10, 37-38).

 

21.4 Coexistencia en Cristo de la plenitud de la Gracia y de la Condición de Viador

La principal dificultad que la existencia de ciencia de visión en Cristo presenta al teólogo estriba en que, al admitirla en Cristo, hay que admitir también que El, durante su vida terrena fue al mismo tiempo viador y comoprehensor., es decir, está al mismo tiempo en estado de caminante con las características que este estado implica -capacidad de merecer,etc.-, y en estado de término , es decir, habiendo llegado ya al final de su destino humano. Esto parece en sí mismo contradictorio. En cualquier caso, es necesario subrayar la veracidad del caminar terreno del Señor, un caminar compartido con los hombres de su época y de su entorno. Así es como aparece en los Evangelios. Y es en razón de este estar en camino como el Señor puede redimirnos. Como para cualquier otro hombre, el tiempo de merecer termina

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para Cristo con la muerte. Después causará nuestra redención "per modum efficientiae", pero no "per modum meriti".

Repetidamente afirma Santo Tomás que coexisten en Cristo el estado de caminante y el de comprehensor: "Viador es el que marcha hacia la bienaventuranza; bienaventurado es el que descansa en ella (...) El alma de Cristo, antes de su Pasión, gozaba plenamente de la visión de Dios y, por tanto, poseía la bienaventuranza propia del alma. Mas fuera de éste, le faltaban los demás elementos que integran la bienaventuranza, pues su alma era pasible, y su cuerpo pasible y mortal (...). Por consiguiente, en cuanto poseía la bienaventuranza propia del alma, era bienaventurado; y en cuanto tendía a aquellos elementos de la bienaventuranza que aún le faltaban, era a la vez viador".

Santo Tomás se limita, como buen teólogo, a aceptar sin limitaciones los datos que le ofrece el NT. En efecto, mientras que, por una parte los evangelios presentan a Jesús como compañero de camino en esta tierra, de forma que es claro que su vida marcha hacia la consumación de la muerte (es decir, está en estado de caminante), por otra parte, al ser el Unigénito del Padre también en su Humanidad, es obvio afirmar que se encuentra en estado de término. Pues si el estado de término no consiste en otra cosa que en la definitiva unión con la Divinidad, no hay unión con Dios más estrecha e irreversible que la unión hipostática. Mantiene al mismo tiempo que "es imposible que el mismo sujeto y bajo el mismo aspecto camine hacia su fin y a la vez descanse en él" (STH. III, q.15,a.10). Por ello, señala que Cristo está en estado de caminante en cuanto a la pasibilidad del alma y del cuerpo, mientras que, en cuanto a lo profundo del alma, se encuentra ya en estado de término (Viador y Comprehensor en relación a dos términos formalmente diferentes)

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JESUCRISTO, PERFECTO HOMBRE

Jesús se manifestó a sus contemporáneos como verdadero hombre, igual a nosotros. El Evangelio, en efecto, nos presenta diversos aspectos de la realidad humana de Cristo. El Concilio Vaticano II los resume con estas palabras: «Trabajó con manos de hombre, pensó con mente de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Na-ciendo de María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (cfr. Heb 4, 15)»1.

De las numerosas cuestiones que pueden tratarse referentes a la humanidad de Nuestro Señor, centraremos nuestra atención en su concepción y nacimiento, en la realidad de su cuerpo y de su alma –en que es verdaderamente hombre, como tanto subrayaron los primeros Padres y escritores eclesiásticos frente a los docetas–, y en que es descendiente de Adán y nuevo Adán.

1. La concepción virginal de JesúsSan Marcos comienza su evangelio con la predicación de Juan el Bautista, porque

con ella comienza la proclamación pública de que el reino de Dios llega, de que se cumplen ya las esperanzas de la venida del mesías (Mc 1,1ss); San Mateo y San Lucas extienden el comienzo de sus evangelios a la infancia misma de Jesús, entendiendo que su concepción, niñez y adolescencia pertenecen también a este evangelio, es decir, son en sí mismos sucesos que salvan. La intervención definitiva de Dios en la historia de los hombres se inicia con la venida de su Hijo al mundo: «indudablemente, la entrada en el mundo de aquel Jesús, que había de ser exaltado por Dios como Señor y Cristo (cf. Hch 2,36), no pudo ser un acontecimiento al margen de la historia de la salvación…»2. No es, pues, mero interés anecdótico lo que mueve a Mateo y Lucas a escribir el evangelio de la infancia; relatan esos acontecimientos, porque son también «buena noticia».

Estos hechos de la infancia de Jesús son los primeros acontecimientos que resultan de la misión del Hijo (Jesucristo) por parte del Padre, pues, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción» (Gal 4,4-5). La concepción de Jesús es el co mienzo de la misión visible del Hijo.

He aquí cómo narra San Mateo la concepción de Jesús: La generación de Jesucristo fue así: Estando desposada su madre, María, con José, antes de que conviviesen, se 1 Gaudium et spes, 222 M. González Gil, Cristo el misterio de Dios, p. 276

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encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a la infamia, penco repudiarla en secreto (...) un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo (...). Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros (Mt 1,18-23).

Mateo menciona la profecía de Isaías (Is 7,14) sobre el Emmanuel, afirmando su cumplimiento en Cristo. Lo que aquí nos interesa considerar es que el Evangelio tiene interés en recalcar que la concepción de Jesús tuvo lugar de forma milagrosa, de la sola Madre virgen, es decir, sin concurso de varón.

Con igual expresividad se narra la concepción virginal de Jesús en el evangelio de Lucas: El ángel le contestó a María y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35). Nada hay imposible para Dios, concluye el ángel (Lc 1,37), indicando el carácter milagroso de la concepción del Mesías: por obra del Espíritu Santo.

La Iglesia profesó desde el principio su fe en esta verdad, como lo testimonian los primitivos Símbolos (credos) en sus diversas redacciones: «(Cristo) fue concebido del Espíritu Santo y de María Virgen»3; o bien, «se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen, y se hizo hombre»4. Más detalladamente aún, en la Carta Dogmática del Papa León I (a. 449), se afirma que Jesús «fue concebido verdaderamente del Espíritu Santo, en las entrañas de la Virgen Madre, que lo dio a luz permaneciendo intacta su virginidad, como con virginidad intacta lo concibió»5. Hay que citar también la Constitución Cum quorumdam de Pablo IV (año 1555), en la que se condena a quien afirme que Jesús, «no fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Santísima y siempre virgen María, sino de José, como los demás hombres»; y también se condena a quien niegue que María mantuvo su perfecta virginidad «antes del parto, durante el parto y perpetuamente después del parto»6.

La Sagrada Escritura habla de la concepción virginal de Cristo, antes que nada como privilegio de Cristo mismo; como algo muy coherente con su filiación al Padre. «Por esto –dice el ángel a Santa María–, lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). Por otro lado, la virginidad es también privilegio de Santa María. «Todo el sentido teológico de la Virgen María está aquí: el Verbo, al encarnarse por medio de ella, se ha convertido en miembro de la humanidad real. En primer lugar, por ella ha conocido el origen natural del ser humano (que forma parte también de la humanidad asumida); surgido por medio de ella de la humanidad histórica (El, que venía de lo Alto) se ha insertado en la historia humana»7.

3 Concilio de Letrán (31.X.649) (DS 503)4 Concilio I de Constantinopla, Symbolum (DS 150)5 S. León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae, 13.VI.449 (DS 291)6 Pablo IV, Const. Cum quorumdam, 7.VIII.1555 (DS 1880)

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La Iglesia, al mismo tiempo que afirma la virginidad en la generación de Cristo, enseña con igual fuerza que Santa María es verdaderamente Madre de Dios, Theotókos. Y con explícita precisión dice en el Credo que Jesucristo incarnatus ex de Maria Virginae, fue engendrado verdaderamente por una virgen.

Sólo es indigno de Dios el pecado. Por esta razón, el Verbo pudo haber tomado sobre sí una naturaleza humana concebida de modo natural, es decir, sin el milagro de la virginidad. Pero una vez que la concepción, virginal fue el camino escogido por Dios para entrar en este mundo, la teología ha señalado diversos motivos de conveniencia.

Entre otros, se señala que, desde un punto de vista cristológico, era sumamente conveniente que Jesús, por ser Persona divina, no tuviese otro padre en la tierra8. Además, la concepción virginal manifiesta con claridad admirable que Cristo es un don exclusivo de Dios Padre a la humanidad y, en primer lugar, a Santa María.

Por último, hay que añadir que el modo milagroso de la concepción de la humanidad de Cristo no resta nada a la verdad de su naturaleza humana. Como escribe San León Magno en la citada Carta Dogmática del año 449, «no debe entenderse aquella generación admirable y admirablemente singular como si por la novedad de la creación se hubiese quitado la propiedad de la naturaleza»9.

2. La verdad del cuerpo de CristoAl afirmar que Jesucristo tiene una verdadera naturaleza humana, como la nuestra,

afirmamos la verdad de la Encarnación. La Iglesia siempre ha profesado, desde los Símbolos (credos) más antiguos hasta nuestros días, que el Hijo de Dios «asumió la naturaleza humana completa, como la nuestra, mísera y pobre, pero sin pecado»10. Y tuvo que subrayarla insistentemente frente a las diversas corrientes docetas11 de los primeros siglos.

Esta verdad está claramente, y de muchos modos, revelada en el Nuevo Testamento, donde encontramos los relatos de la concepción de Jesús en el seno de una mujer, de su nacimiento y desarrollo, de su vida de hombre adulto, de su predicación y de su muerte. Cristo, además de comportarse como hombre, dice de sí mismo dirigiéndose a los judíos: «Pero tratan de matarme a mí, hombre que les he dicho la verdad...» (Jn 8,40). También los Apóstoles hablan de la humanidad de Cristo como de algo evidente; por ejemplo, San Pablo dirá que «…uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo-Jesús» (1Tim 2,5; cfr. Rom 5,15; 1Cor 15,21-22). Y dirá de Cristo que es «nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gal 4,4).7 J. H. Nicolas, Synthése dogmatique, Ed. Univesritaires Fribourg, Beauchesne, Paris 1986, 4678 Cfr. Tertuliano, De carne Christi, 18; STh, III, q. 28, a.19 Cfr. San León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae (DS 292)10 Cfr. Concilio Vaticano II, Decr. Ad gentes (AG), n. 3; Const. Gaudium et spes (GS), n. 22; Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4. III, 1979, n. 811 Recordar que el docetismo fue una herejía de los primeros siglos del cristianismo que sostenía que Jesús tenía un cuerpo APARENTE, FALSO.

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Sin embargo, pronto se manifestaron entre algunos cristianos ideas equivocadas sobre la realidad de la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios, tanto en cuanto al cuerpo como en cuanto al alma.

Ya en el s. I aparecen los DOCETAS, que se niegan a aceptar la realidad material del cuerpo de Jesús. El docetismo no fue una secta de perfiles definidos. Se caracteriza más bien por ser una cierta tendencia en la que coincidían numerosas sectas, sobre todo, de tipo gnóstico. Esta tendencia no era otra que el rechazo a aceptar la realidad del cuerpo humano de Cristo. Los matices, dentro de esta corriente, son diversos. Así, mientras que, para unos, el cuerpo de Jesús fue pura apariencia (dokein, en griego, significa aparecer: de ahí el nombre de docetas), como propugnaba Basílides, para otros (Apeles, Valentín) este cuerpo, aunque real, no era terreno, sino celeste: no ha sido verdaderamente engendrado por Santa María, sino que, como era celeste, pasó por ella, pero sin ser formado de (“ex” en latín) su carne y de su sangre; para otros (Marción), Cristo aparece súbitamente en Judea sin haber tenido que nacer ni crecer.

La raíz de estos errores –que la Iglesia tuvo que combatir durante siglos–, se encuentra, en parte, en las doctrinas maniqueas12 y gnósticas13, que consideraban la realidad material y, más en concreto, el cuerpo humano, como algo perverso, y, por consiguiente, coma totalmente inconveniente para ser asumido por Dios14. La raíz de este rechazo se encuentra también en el profundo escándalo que provocaba en ellos el

12 Es una religión o secta religiosa, que toma su nombre de su fundador Mani o Manes (216-277), llamado también Manikaios en las fuentes griegas y Manichaeus en las fuentes latinas. La base del sistema maniqueo es un dualismo radical acerca de Dios. Desde toda la eternidad -según el maniqueísmo- hay dos seres o principios supremos de igual orden y dignidad: el principio de la luz (el Bien) y el de las tinieblas (el Mal). Pero ambos principios se hallan en una situación de antítesis irreconciliable. Cada uno tiene su propio imperio; la región de la luz está situada en el Norte, la de las tinieblas en el Sur. Ambas regiones están sometidas a sendos reyes: el imperio de la luz, al Padre de la Grandeza, y el reino del mal al Príncipe de las Tinieblas. Entre los dos principios y sus respectivos reinos se entabla una guerra, en la que el reino de las tinieblas trata de destruir al de la luz. Para defensa de su reino crea el Padre de la Grandeza al primer hombre, quien con sus cinco hijos se apresta a combatir, pero son vencidos por el mal. El primer hombre se da cuenta de su desventura y pide ayuda al Padre de la Grandeza. Este, después de una serie de emanaciones intermedias, desprende de sí al espíritu viviente, que libra al hombre de la materia mala y lo redime.Este espíritu viviente y salvador será Jesús, que ocupa un lugar preeminente en la doctrina maniquea. El mismo Mani se intitulaba, «Apóstol de Jesucristo, por la Providencia de Dios Padre» ( Ep. de Fundamento , pr.). Al lado de Jesús coloca también a Buda y a Zoroastro. Todos ellos -incluido el propio Mani- son representantes de la luz. Antes de Mani, a esos representantes se les asignaron partes limitadas del mundo: Buda se estableció en la India, Zoroastro en Persia, Jesús en Judea o, en todo caso, en el mundo occidental; Mani, en cambio, -como postrer enviado de la luz- se considera realizador de una misión universal.13 El gnosticismo es una amalgama de doctrinas místicas (religiones caldeas, persas y egipcias), filosóficas (sobre todo platónicas) y cosmogónicas. Tuvo una rápida propagación. Esta doctrina aplicada al Salvador conduce directamente al docetismo, por considerar que la materia es mala, y, en consecuencia, negar que Cristo tuviera verdadero cuerpo material.

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misterio de la encarnación: ¿Cómo es posible que el eterno, el todopoderoso, se anonade a sí mismo, se haga hombre, pequeñito, tomando sobre sí algo temporal, caduco, carnal?

De ahí que los docetas no acaben de aceptar que el Hijo Unigénito del Padre se ha hecho un verdadero hombre, nacido de (ex) una mujer; un hombre que crece lentamente, que sufre de verdad, que padece el hambre y la sed, que muere con tremenda muerte humana. El rechazo de los docetas llega hasta el ridículo. Así Basílides dirá que en el Calvario es Simón de Cirene quien sustituye a Cristo, muriendo en lugar de Él15. Todo, antes que aceptar sencillamente la Revelación: Que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

Estas herejías pretendieron apoyarse en algunos textos de la Sagrada Escritura, interpretándolos erróneamente y a su favor. Por ejemplo, los docetas insistían en el término semejante que aparece en la Carta de San Pablo a los Filipenses 2,7: “…sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres…”. De la expresión «Se hizo semejante a los hombres», afirmaban que Jesús no era verdaderamente humano, sino sólo parecido a los hombres. Sin embargo, la semejanza a que se refiere el texto inspirado no niega la realidad de la naturaleza humana de Cristo; también se dice que todos los que poseen la naturaleza humana son «semejantes» específicamente. Bastaría seguir leyendo ese mismo texto para descubrir lo infundado de la interpretación de los docetas, pues a continuación se añade que Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, cosa imposible, si su cuerpo no fuera real y verdadero.

14 El gnóstico encuentra dentro de sí mismo la sustancia de la propia salvación, y la encuentra inevitablemente ya que ha nacido con ella. De ahí que pueda darse gnosis sin salvador, pero no salvación sin gnosis (conocimiento), como señala Cornelis. La salvación viene en y por la gnosis –por la autoconciencia que el gnóstico tiene de sí mismo–, no por el salvador, que es objeto secundario, ya que no es el redentor, sino el mero portador de un mensaje salvífico cuya eficacia depende exclusivamente de la naturaleza –si es gnóstico o no–, de quien lo recibe. De ahí que, frente a los cristianos que tanta importancia daban a la Humanidad del Señor, los gnósticos nieguen la realidad del cuerpo de Cristo.15 Así resume San Ireneo la doctrina de Basílides sobre este punto: “El (Cristo) se apareció entonces como hombre, sobre la tierra, a las naciones de estas potestades y obró milagros. Por eso no fue el mismo que sufrió la muerte, sino Simón, cierto hombre de Cirene, que fue forzado a llevar la cruz en su lugar. Este último, transfigurado por él de manera que pudiera tomársele por Jesús, fue crucificado por ignorancia y error, mientras Jesús, que se había transformado en Simón y estaba a su lado, se reía de ellos” (Adversus haereses, 1,24,4)

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Valentin aducía a su favor 1Cor 15,47: El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Para la recta intelección de este texto, como escribe S. Tomás de Aquino, se debe tener en cuenta que «Cristo descendió del cielo de dos modos: uno, por razón de la naturaleza divina, no porque ésta dejase de estar en la gloria, sino porque comenzó a existir en la tierra de un modo nuevo; otro, por razón de su cuerpo, no porque éste descendiese del cielo en cuanto sustancia, sino porque fue formado por el poder divino del Espíritu Santo»16.

Ya el apóstol San Juan tuvo que combatir estos errores: Muchos son –escribe– los seductores que han aparecido en el mundo, que no confiesan que Jesús ha venido en carne (2Jn 7; cfr. 1Jn 4,1-2). En el Nuevo Testamento, encontramos testimonios clarísimos, no sólo de la humanidad de Jesús en general, sino también de la realidad material de su cuerpo: en efecto, Jesús necesita comer y beber (cfr. Mt 4,2; 11,19; Jn 4,7; 19,28), dormir (cfr. Mt 8,24) y reposar (cfr. Jn 4,6). Además, Cristo puso de manifiesto la verdad de su carne sufriendo la pasión y una muerte verdaderamente humana, corporal. Las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios, pues Él ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo hasta tal punto que, « la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana»17.

En la lucha contra el docetismo, se distinguieron San Ignacio de Antioquía18 y San Ireneo de Lyon19. También Tertuliano escribió un tratado sobre la verdad de la carne de Cristo (De carne Christi, “sobre el cuerpo de Cristo” entre el 208 y el 211), mostrando sobre todo que negar la realidad del cuerpo de Cristo es negar la realidad de la Redención y salvación20.

16 Summa Theologiae III, q.5, a.2, ad 117 Catecismo de la Iglesia Católica (CatIC), n. 463; 47718 En sus cartas, escritas mientras caminaba al martirio en Roma, ataca con fuerza a los docetas y subraya cómo la verdad de la redención está ligada a la verdad de la encarnación. Aquí un ejemplo: «Él es linaje de David e hijo de María; que de verdad nació, comió y bebió; que padeció efectivamente persecución bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado realmente en la cruz y murió y resucitó de entre los muertos» (Ad. Trall., 10. Cfr. También Ad Smirn., 1,1-2; 7,8; Ad Eph. 7,2)19 «Como por la desobediencia de un hombre hecho de tierra vil muchos se hicieron pecadores y perdeiron la vida, así era preciso que por la obediencia de un hombre nacido de mujer virgen muchos fuesen justificados y recibieran la salvación (…). Pero si no aceptamos padecer verdaderamente por él, lo confesamos mentiroso, ya que nos exhorta a sufrir y a poner la otra mejilla, sin haber sufrido él primero verdaderamente. En tal caso, nos engañó al mostrársenos como no era, y también al exhortarnos a sobrellevar lo que él no sobrellevó» (Adv. Haer., III, 18,6-7)20 «Envió Dios a su Hijo, hecho de mujer. ¿Acaso dice a través de una mujer o en una mujer? Esto es lo más exacto: que dice que fue hecho mejor que nació: pues diciendo que fue hecho, consignó que el Verbo se hizo carne, y reafirmó la carne tomada de la Virgen» (De carne Christi, 20)

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3. La verdad del alma de CristoEntre quienes rechazan la perfecta humanidad de Cristo, hay que enumerar

también a los que negaban que Jesús tuviese verdadera alma humana. Los autores más destacados de esta herejía son Arrio y Apolinar de Laodicea «el joven».

Según ellos, el Verbo (la persona del Hijo) desempeñaría en Jesús las funciones de alma, al menos, de alma intelectiva (se denomina así cuando se quiere referir a la inteligencia, al conocimiento). Así lo afirmaba Arrio, sacerdote que vivió en Alejandría (†336), que además de este error, cometía el de negarle al Verbo (a Dios Hijo) la perfecta divinidad. Para Arrio, el Verbo era «un dios de segunda categoría», una criatura, aunque la primera y más perfecta. Fue precisamente este error sobre la divinidad de Cristo la raíz de que le negase también su alma humana, pues Arrio intentaba probar que el Hijo, en su divinidad, era inferior al Padre con aquellos testimonios de la Escritura que muestran en Cristo alguna flaqueza propia de una verdadera humanidad. Para que no pudieran rechazarse sus argumentos diciendo que esos textos convenían a Cristo según su naturale-za humana, pero no según la divina, Arrio negó que hubiera alma en Cristo con el fin de que, no pudiéndose atribuir ciertas cosas a su humanidad, como rezar, admirarse, obede-cer, en consecuencia fuese necesario decir que correspondían al Verbo que, por tanto, sería inferior al Padre21.

Semejante a esta herejía es la de Apolinar de Laodicea (†390): afirmó que en Jesús hay cuerpo y alma animal y el Verbo (el Hijo), que desempeñaría las funciones de alma espiritual humana. El problema de fondo, para Apolinar, era doble: por una parte, pensaba que dos realidades completas no pueden constituir un solo ser. La afirmación que encontramos en Jn 1,14: «El Verbo se hizo carne» era tomada por Apolinar como que el Hijo (Logos) se unió a la carne haciendo las veces de alma. Por otra parte, Apolinar pensaba que negar que Jesucristo tuviese alma espiritual era el mejor camino para poner a su naturaleza humana al abrigo de toda posibilidad de pecado, pues, al carecer de alma humana, Cristo carecería también de libertad humana y así sería más fácil explicar que Jesucristo no cometió pecado alguno. Apolinar no se daba cuenta de que al negarle a Cristo la libertad humana, le negaba también la capacidad de obedecer y, consiguientemente, la de salvarnos mediante la redención.

En el Nuevo Testamento, en cambio, hay abundantes textos que indican con claridad que Jesús tiene VERDADERA ALMA HUMANA, que se, manifestaba en los sentimientos humanos que tuvo: sentimientos, por ejemplo, de indignación (cfr. Jn 2,15-17; Mc 8,12), de tristeza (cfr. Mt 26,38; Jn 11,35), de alegría (cfr. Jn 11,15). Esta espirituali -dad humana se manifiesta también en el ejercicio de la virtud: obediencia al Padre (cfr. Jn 5,30; 6,38 ss), humildad (cfr. Mt 11,29), etc.; y también en la oración (cfr. Mt 11,25-26; 14,23; Jn 11,41). Jesús mismo se refiere a su alma o espíritu humano: Mi alma está triste hasta el punto de morir (Mt 26,38); Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Contra la doctrina de Apolinar combatieron diversos Padres de la Iglesia, es decir,

21 Cfr. S. Tomás de Aquino, Summa contra Gentes, IV, 32

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diferentes cristianos teólogos de los primeros siglos de la Iglesia, entre ellos destaca San Gregorio de Nisa (335-395)22.

El Concilio Vaticano II (1962 – 1965) utiliza la siguiente expresión acuñada en esta época y que fue argumento clave para defender la verdadera humanidad de nuestro Señor, su verdadera encarnación como una verdadera humanación: no fue sanado lo que no fue asumido23. Se expresa con este axioma la conexión entre la verdad de la Encarnación y la verdad de la Redención: Si Cristo no hubiera sido verdadero hombre –cuerpo y alma– como nosotros, no nos habría redimido en el cuerpo y en el alma24.

El Magisterio de la Iglesia condenó las herejías contrarias a la realidad del cuerpo y del alma de Jesús. En efecto, Arrio fue condenado por el primer Concilio ecuménico celebrado en Nicea el año 325, mientras que la doctrina de Apolinar lo fue en el Concilio I de Constantinopla (a. 381), y más específicamente en el Concilio Romano del año 382. Después, en el Concilio de Calcedonia (año 451), se afirmó que Jesús tiene alma racional y cuerpo. La misma verdad sería reafirmada más tarde, ante el resurgir de las viejas herejías, por los Concilios II de Lyón (a. 1274) y Florentino (a. 1442). Como se profesa en el Símbolo pseudo-Atanasiano (probablemente del s. VI), «la fe recta consiste en creer y confesar que Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es al mismo tiempo Dios y hombre: es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de todos los siglos, y es hombre nacido de la sustancia de la Madre en el tiempo; perfecto Dios y perfecto hombre, subsistente de alma racional y carne humana»25.

4. Jesús, hombre de nuestra estirpeNaciendo de María Virgen, Jesús es verdaderamente uno de nosotros, no sólo por

tener un cuerpo y un alma como la nuestra, sino también porque pertenece a nuestra familia humana, a la descendencia de Adán, a través de Abraham, Isaac y Jacob y, con el correr de las generaciones, también del linaje de David según la carne (Rom 1,3; cfr. Lc 1,27). Considerando las dos genealogías de Cristo (cfr. Mt 1,1-17 y Lc 3,28-38), vemos que «mientras la genealogía de Lucas indica la conexión de Jesús con la humanidad entera, la genealogía de Mateo pone en evidencia su pertenencia a la estirpe de Abraham. Es en cuanto hijo de Israel, pueblo elegido por Dios en la Antigua Alianza, al que directamente pertenece, como Jesús de Nazaret es con pleno título miembro de la gran familia humana»26.

22 En su obra Adversus Apollinaristas ad Theophilum episcopum Alexandrinum y An-tirheticus adversos Apollinarem refuta paso a paso la obra herética de Apolinar Demostración de la encarnacion de Dios en la imagen de hombre, de forma que los fragmentos que cita Gregorio son los únicos que se conservan de esta obra de Apolinar. Gregorio argumenta que lo que no fue tomado no fue curado, y que el Buen Pastor, al tomar sobre sí la oveja –la naturaleza humana–, no tomó sólo su piel –la carne–, sino también lo que le da vida y la hace realmente humana: el alma23 Cfr. AG n. 324 San Gregorio Nacianceno, Epistola 101.25 DS 7626 Juan Pablo II, Discurso, 4.II.1987

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La fe cristiana no sólo confiesa que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14), sino que es descendiente de David (cfr. Lc 1,32; Hch 2,29-31), y nuevo Adán (cfr. Rom 5). Es decir, la doctrina de la fe enseña no sólo que Jesucristo es perfecto hombre, sino además que es hombre de nuestra raza, descendiente de Adán, que se ha insertado plenamente en nuestra historia, de tal forma que ha tomado sobre sí, en cuanto nuevo Adán, a la humanidad entera. Como dice el Concilio Vaticano II, «en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (cfr. Rom 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (...). El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre»27.

Esa estrecha unión que, en razón de la encarnación, existe entre Cristo y cada uno de los hombres explica el modo en que es llevada a cabo nuestra redención. Cristo satisface por nuestros pecados. Se pone aquí de relieve una misteriosa solidaridad entre los hombres y, sobre todo, entre Cristo y cada uno de los hombres. Puesto que se hace solidario de nuestra humanidad para redimirnos.

La solidaridad histórica de Jesús con la estirpe humana nos muestra que en la Redención brilló la Justicia divina, haciendo que la satisfacción por el pecado viniera de la misma estirpe pecadora; además se enalteció la dignidad del hombre, pues el Maligno fue vencido por uno de la raza que había sido vencida por él en el inicio de la historia; por último, así se, manifestó la omnipotencia de Dios, pues de una estirpe débil y herida por el pecado formó la perfecta humanidad de Jesús, y la ensalzó hasta su dignidad 28.

Al tomar sobre sí la naturaleza humana, el Hijo de Dios quiso asumir con ella las características naturales de esta humanidad y, entre ellas, la pasibilidad (es decir, el sufrimiento físico, la experiencia de las pasiones) y la mortalidad. Aunque, en nosotros, esas características son consecuencias del pecado de Adán, en sí mismas son naturales, es decir, derivadas de la constitución material-espiritual del hombre. En efecto, Adán fue constituido, en un principio, libre de todo sufrimiento y de la muerte, en virtud de un don especial (preternatural) recibido de Dios, don que perdió al pecar. En Cristo, que está absolutamente libre de pecado, la capacidad de sufrir y morir no fueron, por tanto, una consecuencia del pecado, sino de la naturaleza humana que quiso asumir, como descendiente de Adán, sin aquellos dones especiales (preternaturales), para redimirnos a través de su Pasión y de su Muerte.

Como enseña San Pablo, por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, pero donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, de forma que por la justicia de otro hombre, Jesucristo, llega a todos la justificación, pues así como, por la desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos serán hechos justos (cfr. Rom 5,12-20). Los variados y múltiples aspectos que la teología considera en el misterio de la Redención han de ser considerados a la luz

27 Cfr. GS n. 2228 Cfr. San Agustín, De Trinitate, XIII, 18.

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de la solidaridad del género humano con Cristo y, sobre todo, de Cristo con el género humano en razón de ser Él el nuevo Adán.

Ya en el mismo anonadamiento (el hacerse pequeñito, humano como nosotros) de su encarnación, el Verbo prueba su amor a los hombres. En efecto, no sólo se hace verdadero hombre, igual a nosotros en todo menos en el pecado (cfr. Hebr 4,15), sino descendiente de Adán, naciendo de mujer, bajo la Ley (cfr. Gal 4,4). Nuevo Adán, se une a todo hombre: toma sobre sí, por tanto, el drama de la historia humana para salvarla, redimirla.

5. La fisonomía humana de Jesús en los EvangeliosJesucristo, hombre como nosotros, tiene una fisonomía humana bien concreta,

fácilmente reconocible por sus discípulos, incluso después de resucitado (cfr. p.e., Lc 24,30-35). Su divinidad se manifestaba ante sus contemporáneos a través de estas facciones humanas bien definidas, incluso en el modo de hablar típico de Galilea.

En cuanto al aspecto físico de Jesús, los Evangelios no nos han legado indicación directa alguna. Sin embargo, indirectamente poseemos datos de los que podemos deducir:

a) Su notable fortaleza física: su largo ayuno, las grandes distancias que recorrió, el rigor de los sufrimientos de su Pasión, etc. No hay motivo para suponer que su humanidad fuese vigorizada por la divinidad por encima de las fuerzas naturales, aunque esto tampoco se puede excluir de manera absoluta.

b) Algunos Padres de la Iglesia, inspirándose en el Salmo 44,3 (Tú eres el más hermoso entre los hijos de Adán), pensaban que Jesús, perfecto hombre, es también perfecto físicamente. Esta interpretación parece, sin duda, exacta, ya sea porque conviene perfectamente a la calidad de Cristo como nuevo Adán, cabeza de la humanidad renovada (y el cuerpo es parte esencial del hombre), ya sea porque es concorde con la suma dignidad del Hijo de Dios.

c) Sin embargo, más importante es la fisonomía espiritual de Jesucristo hombre, de la que nos dan cumplida cuenta los relatos evangélicos. Descubrirla es, sobre todo, tarea personal de cada cristiano, mediante la contemplación del Evangelio a la luz de la verdad de la fe enseñada por la Iglesia. «De todos modos, esta imagen de la humanidad de Jesús, si nos parásemos en ella, sería de hecho absolutamente infiel e incompleta, pues los documentos que nos la proponen, la presentan siempre como la humanidad del Hijo de Dios.

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Apenas intentamos aislarla de esta raíz, se desvanece de algún modo en las pálidas imágenes que nos proponen los historia dores racionalistas»29. Se trata, por consiguiente, de descubrir en Jesucristo un rostro verdaderamente humano, teniendo presente siempre que se trata del rostro humano de Dios.

Este rostro humano de Dios nos es descrito como un rostro lleno de comprensión y misericordia. Jesús aparece en los evangelios como un varón de gran equilibrio mental, que nunca pierde el señorío sobre sí mismo, incluso cuando se manifiesta con ira santa o revela que su alma está triste hasta la muerte; sus respuestas a los fariseos cuando intentan tergiversar sus palabras, son rápidas, inteligentes, directas y, al mismo tiempo, sin engaño. Su lenguaje adquiere con frecuencia tonos sublimes y poéticos de perenne belleza, como en el Sermón del Monte o en las parábolas. Se destaca en Jesús, el «olvido» de sí mismo: no tiene otro afán que el de dar testimonio del Padre y cumplir su voluntad salvando a la oveja perdida. Por encima de todas las virtudes en las que se manifiesta su santidad, se destaca su inmenso amor al Padre y al género humano. Se trata de un amor grande y recio que, sin romper la magnífica armonía de su personalidad, se manifiesta también en sus sentimientos, que son fuertes, profundos y visibles a todos: Jesús llora por Lázaro y por Jerusalén; se conmueve bastantes veces, y muestra con naturalidad su tris-teza, su alegría, su compasión, su cercanía al débil, su capacidad de amistad y de sufrimiento.

29 J. Daniélou, Cristo e noi, Ed. Paoline, Alba, 3ra. Ed. 1968, 43.

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