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Universidad Nacional de Misiones Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Carreras de Licenciatura y Tecnicatura en Comunicación Social Cátedra: Prácticas Discursivas I HISTORIA DE VIDA: DR. ALFREDO CÉSAR RAMÓN ANGELONI Equipo de cátedra: Nora Delgado (Titular) Liliana Lazcoz (JTP) Alumno: Franco Quiroga, Nicolás Ernesto Fecha de entrega: 6 de Diciembre Ciclo lectivo 2011

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Universidad Nacional de Misiones

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Carreras de Licenciatura y Tecnicatura en Comunicación

Social

Cátedra: Prácticas Discursivas I

HISTORIA DE VIDA:

DR. ALFREDO CÉSAR RAMÓN ANGELONI

Equipo de cátedra: Nora Delgado (Titular)

Liliana Lazcoz (JTP)

Alumno: Franco Quiroga, Nicolás Ernesto

Fecha de entrega: 6 de Diciembre

Ciclo lectivo 2011

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Síntesis:

Al hablarse de urología en Misiones, un solo nombre se destaca por sobre el resto:

Angeloni. Se puede afirmar que Alfredo Angeloni alumbró esta rama de la medicina

cuando llegó a la provincia en 1958, y desde entonces, ha traído al suelo misionero los

mayores avances en el campo hasta llegar a ser uno de los territorios pioneros en la

materia.

La historia de Alfredo César Ramón Angeloni comenzó en Santa Fe, el 16 de julio

de 1931. Hijo de Alfredo Angeloni y María Luisa Vicentini, ambos descendientes de

italianos; estudió el colegio secundario en la Escuela Nacional Simón de Iriondo. Allí fue

donde conoció a su futura esposa y madre de sus hijos, Ana María Balette

Tras sin intentar sin éxito entrar al colegio militar, comenzó a estudiar medicina en

la Universidad Nacional de Córdoba. Realizó el curso normal durante siete años, parte de

los cuales lo transcurrió en un internado en el Hospital de San Roque en la ciudad de

Córdoba, donde completó su entrenamiento quirúrgico.

Terminada esta etapa, debió salir a buscar trabajo. Recorrió el norte de Santa Fe,

Chaco, Corrientes, pero donde mejor lo recibieron, fue Posadas. Se radicó definitivamente

en la capital misionera el 10 de enero de 1958. Comenzó realizando su especialidad en el

hospital Madariaga, y luego pasó a formar - junto a un grupo de médicos especialistas- el

staff fundador del Sanatorio Posadas.

Tras un año de estar ejerciendo su especialidad, Alfredo contrajo matrimonio con la

novia de toda su vida, y tuvieron tres hijos: Daniel, Raúl y Rubén. Sus hijos no tardaron en

seguir sus pasos, y pronto se sumaron a la familia dos nuevos urólogos, Daniel y Raúl, y

un bioquímico, Rubén.

Entre 1989 y el 2009, que es cuando honran al Dr. Angeloni por sus cincuenta años

de actividad, junto a sus hijos trajeron numerosos avances en la especialidad como por

ejemplo, la subespecialidad de la urodinamia, el primer litrotitor extracorpóreo en el país,

y el equipo de laser holmium, del cual solo existen cuatro unidades en el país.

Es el panorama general de la vida de una familia dedicada a la medicina, que

consiguió constituirse con una de las más destacadas en Posadas, y sus logros los llevaron

a ser reconocidos como las principales eminencias de la especialidad en el país.

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HISTORIA DE VIDA: DR. ALFREDO CÉSAR RAMÓN ANGELONI

Prologo: Urología

“La urología es la especialidad médico quirúrgica que se aboca al estudio y

tratamiento de las patologías que se presentan en el aparato urinario, glándulas

suprarrenales y retro peritoneo de ambos sexos, y al aparato reproductor

masculino, sin límite de edad.”

Puede parecer gracioso, pero sinceramente, el primer pensamiento que atravesó mi

mente al enterarme de que se me había sido asignado hacer la historia de vida sobre un

urólogo famoso de la ciudad de Posadas, fue “Espero que no tenga que sacar turno para

una consulta médica para conseguir entrevista”. Digo, teniendo en cuenta lo que

implicaría una consulta con un urólogo. Afortunadamente, luego supe que no iba a ser así,

lo que causó un gran estado de alivio en mi persona.

Si tengo que ser honesto, en realidad, jamás había oído del Dr. Angeloni, lo que es

lógico teniendo en cuenta que generalmente su especialidad trata patologías presentes en

gente mucho mayor que yo. De modo que, en un principio, me vi sumido en una gran

incertidumbre, no sabía por dónde empezar.

Luego de ese momento de desesperante vacilación, decidí seguir ese instinto

natural con el que parecemos nacer todos aquellos que somos nativos de la era digital:

buscar en Internet. La búsqueda fue fructífera. Los resultados me hablaron de una

eminencia médica, un pionero en la urología, reconocido no solamente en Misiones, sino

destacado como uno de los mejores médicos en la especialidad del país.

Bien. Me vi alentado. De tal manera que me despegué de la pantalla del

computador, y comencé a investigar haciendo uso de mis facultades de intercambio para la

comunicación directa. Dicho de un modo vulgar, “comencé a preguntar por ahí”.

El proceso que comenzó con una simple pregunta a una conocida, y culminó con

una entrevista en el consultorio del médico pionero de la urología en Posadas, me hizo dar

cuenta del proceso por el cual la familia Angeloni logró constituirse como una de las

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familias más destacadas dentro de la ciudad, tanto por la trayectoria de profesional del

padre como por los logros de los hijos.

Sin embargo, para llegar a lo que son hoy los Angeloni en Posadas, debemos

remontarnos al inicio de la historia de Alfredo, hace más de 80 años, y a más de 700

kilómetros de la ciudad que tanto ama. Pero, mientras tanto, sigamos en Posadas, en el

2011.

Capítulo 1: Preguntando

Créanlo o no, el preguntar al azar realmente sirve como método para iniciar una

investigación. Fue así que me encontré charlando con una conocida –amiga de mi mamá- y

tentando a la suerte le pregunté si sabía acerca del doctor. Grata fue mi sorpresa cuando me

dijo:

- ¿Angeloni? ¿El urólogo?

Al parecer, hace unos años, el marido de esta señora –cuya identidad será dejada en

suspenso- tuvo un problema de próstata, cosa que la mujer no tuvo inconvenientes en

revelarme de modo inmediato. En realidad, esta soltura al hablar fue una ventaja: ya que la

intimidad de los problemas de salud de los hombres en esa área, suelen ser un tema un

tanto difícil para hablar, no pude conseguir hablar con el paciente en sí. Así que hablé con

su mujer, que lo acompañó durante todo el proceso.

“Cuando surgió esto de Alfonso, fui yo la que me tuve que encargar de

averiguar, porque si no él no iba a ir. Porque si no, te digo hasta llego a orinar

con sangre, a ese cuadro llegamos, pero bueno, vos sabes cómo son los hombres.

Primero fuimos con el hijo que atiende sobre San Luis, pero de entrada la

secretaria nos dijo que no atiende por obra social.”

Al hablarse de Urología en Posadas, un solo nombre prevalece por sobre los demás:

Angeloni. Ya sea por Alfredo mismo, o por sus hijos, Daniel, Raúl y Rubén – los dos

primeros urólogos especializados como su padre, y el tercero bioquímico-; los logros de

esta familia lograron posicionarla en un lugar elevado dentro de lo que es el ámbito

posadeño.

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“Es una persona muy tratable, mientras te atiende se pone a hablar: ‘Mi

familia es una familia acá conocida de Posadas, tenemos historia…’ y se pone a

hablar de historia de Posadas y hace todo muy llevadero dentro del cuadro de

atención.”

Uno de las cosas que tengo que rescatar acerca del doctor es que toda persona con

la que hablé, solamente pudo darme referencias positivas acerca de él, y de sus hijos. Así

fue el caso cuando entrevisté a Arnaldo Miguel Dos Santos, quien fue su visitador médico

durante más de treinta años. Si bien ambos nunca llegaron a desarrollar una relación de

amistad, durante tantas décadas de visitas, uno puede llegar a formar una opinión acerca de

una persona, y Arnaldo tenía la suya acerca del Doctor:

“… particularmente del doctor Angeloni padre lo que te puedo decir es que

tiene una trayectoria muy positiva acá en Posadas. Por lo menos por lo que vos

ves. Porque todas las cosas que vos haces en tu vida en una ciudad como Posadas

– que en ese entonces era mucho más chica- todo uno se entera. Y nunca tuve una

opinión negativa de él, de manera que profesionalmente supongo que se ha

desempeñado siempre correctamente (…) en general te puedo decir que es una

buena persona, siempre me atendió muy bien, siempre tuvo una amplitud en su

conversación conmigo, siempre cumplió su función con seriedad y

responsabilidad.”

El panorama se veía agradable. Los Angeloni – según lo que me dijeron- eran

buena gente, con muy buen trato hacia los demás. El saber esto fue un gran incentivo para

continuar; los temores de tener que ser examinado por un urólogo para continuar mi

trabajo desaparecieron. En vez de ello, fije un nuevo objetivo en mi mira: era hora de

hablar con uno de los prestigiosos Angeloni

Capítulo 2: El hijo

Me encuentro sentado en un consultorio, esperando. Al lado mío se encuentra un

hombre anciano, con un interesante y cuidado bigote y con una mirada que evidenciaba

que tenía muchas ganas de hablar. “Oh, no” pensé. No es que sea antipático, sino que creo

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que la enseñanza de no hablar con extraños quedó muy arraigada en mi persona, aún

pasada mi niñez.

- ¿Qué es eso? – me preguntó, mirando mi grabador y luego sacándomelo de

las manos. Esta pregunta desencadenó otra y así sucesivamente, hasta el punto en que me

encontré explicándole porqué me encontraba allí.

- ¿Angeloni? Un caballero. Yo me atiendo con el hijo, pero cuando no está

él, voy con el padre, que atiende por Santiago del Estero. Ambos profesionales,

eminencias. Y no te digo en Misiones, en el país. El padre, un cirujano excepcional, y el

hijo opera en todo el país, afuera, en Estados Unidos, en todas partes.

Escuchaba atentamente las palabras de este hombre que vio en mí el rostro de un

oyente paciente, cuando de repente sentí una mano en mi hombro.

- ¿Vos sos el que quiere escribir sobre “el viejo”? Esperame un segundo que me

ocupo de este joven y ya te atiendo.

Quien me habló era Daniel Angeloni, el hijo mayor de Alfredo, urólogo también; y

el “joven” al que se refería era el anciano que estaba conversando conmigo.

Más temprano ese día, había visitado por primera vez el consultorio del

primogénito del doctor Angeloni, ubicado en la calle San Luis 1565 de la ciudad de

Posadas. Me atendió una mujer con una sonrisa amable, y luego de una breve llamada al

Dr. Daniel, me dijo que vuelva a la tarde.

Así que allí me encontraba, ansioso y al mismo tiempo alentado por la jovialidad

con la que parecía comportarse el Dr. Daniel. Mientras esperaba, me puse a observar la

sala de espera. Las paredes se encontraban forradas de certificados de asistencia a cursos

de perfeccionamiento en la especialidad en diferentes lugares: Buenos Aires, congresos

internacionales e incluso Estados Unidos. A los certificados lo acompañaban recortes de

diario que destacaban los logros de los Angeloni en la medicina, tanto en el ámbito local

como el nacional. Me encontraba embobado mirando las distinciones, cuando sentí que se

habría una puerta a mi costado.

- El doctor dice que podés pasar- me dijo cándidamente su joven secretaria.

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Atravesé la sala de espera, y con cierta timidez, propia de mi persona, entré a la

oficina del doctor. Allí él me esperaba, atento a la pantalla de su celular. Levantó la vista y

con una sonrisa me dijo:

- ¿Cómo anda todo, campeón?

Alentado por tan alegre acogida, le expliqué qué es lo que estaba haciendo, y cómo

él podía ayudarme. Al igual que el anciano de la sala de espera, se vio especialmente

interesado por mi grabador. Supongo que ese aparatito digital se convirtió a partir de ese

momento en mi amuleto de la suerte durante el trabajo de campo.

- Bueno, ¿qué necesitas saber?- me dijo el Dr. Daniel. “Mucho” pensé para

mis adentros mientras apretaba el botón de “grabar” de mi amuleto.

Capítulo 3: El niño explorador

Es sorprendente cuanto un hijo puede llegar a saber de la historia de su padre. A

medida que Daniel Angeloni hablaba, no pude evitar percibir la admiración y el orgullo en

sus palabras, al referirse acerca de su padre Alfredo.

“…Alfredo César Ramón Angeloni –es su nombre completo- nació el 16 de

Julio del año ’31, en 1931, en la ciudad de Santa Fe. Sus padres fueron María

Luisa Vicentini y el papá, Alfredo Angeloni; los dos nacidos también en Santa Fe.

Mi abuelo nació en un pueblo que se llamaba Emilia, en el norte de la provincia

de Santa Fe.”

La ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz – comúnmente abreviada como Santa Fe- es

la capital de la provincia homónima, y es conocida en nuestro país como la Cuna de la

Constitución, por ser el lugar donde se firmó la carta magna argentina en 1853.

En este reconocido polo educativo y cultural es donde nació Alfredo, el padre de

Daniel. Se trataba del primer hijo de una joven pareja, ambos provenientes de familias de

origen italiano radicadas en la provincia de Santa Fe. Alfredo Padre era un hombre

trabajador, un constructor de profesión, quien con una pequeña empresa que creció hasta

expandir sus construcciones a lo largo de toda la provincia de Santa Fe, lograba proveer a

su familia.

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Cómo primogénito dentro de una familia de carácter eminentemente patriarcal,

Alfredo hijo tempranamente fue desarrollando una personalidad dominante, temple

distintivo que lo acompañaría durante toda su vida y que lo llevaría algún día a ser la

cúspide de la pirámide dentro de su propia familia. Luego se sumaron a la familia

Angeloni dos integrantes más: Nélida Magdalena y Ana María, la menor de los tres.

“Alfredo tiene dos hermanas vivas, una de las cuales es farmacéutica y vive en

La Plata (Ana María), y a la otra nosotros la conocemos con el nombre de

“Tanucha” (Nélida), que vive en Santa Fe; fue la única que siguió viviendo en

Santa Fe.

Antes de alcanzar la edad mínima para comenzar su educación primaria, Alfredo

comenzó a asistir a una escuela italiana para realizar el preescolar. El colegio, fundado por

inmigrantes de la península itálica, se caracterizaba por la búsqueda de enseñar a los más

jóvenes de las familias de origen italiano acerca de su cultura, e instruirlos en el uso de la

bella lingua de su patria natal. Luego de este paso por la cultura de sus ancestros, el niño

pasó a una escuela primaria común, ubicada en la zona céntrica de la ciudad.

Su infancia transcurrió felizmente, siempre fue un joven muy activo y la

realización de actividades deportivas no faltaron. Como todo jovencito argentino, la pasión

por el futbol primaba por sobre el resto, aunque a sus habilidades en la cancha luego se le

sumaron otras disciplinas atléticas: el ciclismo y la natación.

En aquel entonces, Santa Fe era conocida por contar con un excelente medio

cultural, cosa que Alfredo y sus hermanas supieron sacar provecho. Los fines de semana

nunca se vieron desprovistos de conciertos musicales de distintos géneros, conferencias

educativas, exposiciones de arte plástico, etc.

Entretanto, la niñez de Alfredo se vería fuertemente influenciada por la aparición,

dentro de los barrios santafesinos, de los salesianos. Se denomina de esta manera a los

miembros pertenecientes a la Familia Salesiana, conjunto de institutos, congregaciones y

asociaciones que tienen como figura común la espiritualidad de Don Bosco, y de su

sistema preventivo, inspirado a su vez en la figura de San Francisco de Sales.

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Este reconocido sacerdote, educador y escritor italiano del siglo XIX, fundó a los

Salesianos de Don Bosco el 18 de diciembre de 1859, en el Oratorio de San Francisco de

Sales, Valdocco, Turín (Italia). Su objetivo era prestar atención educativa y formativa a

aquellos jóvenes que en sus sociedades se encuentran en situaciones de desventaja

económica, marginalidad o en riesgo. Actualmente la educación salesiana se encuentra

todos los niveles sociales de los más de 120 países que componen la comunidad, siendo

Argentina una de sus sedes.

El hijo mayor de la familia Angeloni rápidamente se encontró atraído por la

organización, más particularmente por el cuerpo de Exploradores Argentinos de Don

Bosco, del cual formó parte orgullosamente durante toda su infancia. Este movimiento -

que pone énfasis en las actividades lúdicas con objetivos educativos, en las actividades al

aire libre y en el servicio comunitario- fueron claves dentro del proceso de formación de

carácter y aprendizaje de valores humanos del joven Alfredo. Además de que sería un

elemento fundamental en lo que sería su –en cierto modo “fallida”- elección de carrera.

Pero todavía no nos adelantemos a eso.

Capítulo 4: El adolescente enamorado

Alfredo era un adolescente impaciente. No podía esperar a terminar el secundario,

le urgía salir a trabajar. Incitado por un amigo que se había quedado atrasado, prueba

suerte al rendir libre el 3er año de secundaria. No solamente lo logra, sino que decide

también continuar sus estudios en el colegio nocturno.

Mientras finalizaba educación secundaria de noche, de día comenzó a trabajar

como sastre en una tienda de ropa especializada en indumentaria para varones. En el

comercio conoce a un ferroviario, perteneciente a una familia de inmigrantes de origen

franco-belga, los Ballete.

“Y ahí es donde él conoce a su futuro suegro que es Alberto Balette, mi

abuelo materno. Así lo conoce, pero ya estaba en conversaciones con mi mamá;

ellos se intercambiaban, digamos, intercambiaban papelitos. O sea, mi mamá que

iba a la mañana o a la tarde al colegio, le dejaba esquelitas, y él que venía a la

noche, las recogía.”

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Este intercambio se transformó en un juego de cortejo y seducción anónima, que

culminó en un pacto para finalmente encontrarse. La ocasión sería un baile organizado por

la Escuela Nacional Simón de Iriondo, el colegio secundario al que ambos asistían;

Alfredo de noche y ella de mañana.

Alfredo no sabía que esperar. Jamás se habían encontrado antes, ni sabían la

apariencia física de cada uno. Lo único que sabía el joven, era que aquellas esquelitas que

esperaba encontrar cada noche, estaban firmadas por una tal “Blanca”. Pero se encontró

con algo muy diferente a lo que se esperaba: una hermosa muchachita de ojos claros

llamada Clyde Ana Ballete, alias Blanca.

De este modo, Alfredo conoció a quién sería la novia de toda su vida, madre de sus

hijos y compañera hasta el fin de sus días. Escuchar una historia de amor como esta, evoca

a un tiempo diferente, donde las esquelitas funcionaban como los mensajes de texto

modernos, pero mucho más idílicos y a un ritmo diferente del de los acelerados

adolescentes de hoy.

Capítulo 5: El “Viejo”

A esta altura, puede parecer cliché, pero sea así o no, debía hacer la pregunta más

trillada que se le hace a alguien que dedicó su vida a la medicina: ¿Por qué? ¿Cómo surgió

la vocación de sanador? La respuesta a este interrogante podía serme dada solamente por

una persona, el protagonista de esta historia de vida: Alfredo César Ramón Angeloni.

Sabía dónde estaba su consultorio. Toda persona con la que hablé me aseguró que

el doctor era una persona receptiva, y de muy buen trato con la gente. Incluso su hijo me

dijo: “Dale, andá con el ‘Viejo’, que seguro te va a atender”. Entonces, ¿Por qué estaba

tan nervioso? ¿Por qué me sentía tan sobrecogido ante la idea de mantener una

conversación con él? Se trataba de la persona en torno a la cual había organizado todos mis

tiempos libres de los horarios de clases; del hombre cuya vida era mi tarea reconstruir; de

quien buscaba conocer intimidades que se reservan al ámbito familiar.

Me sentí de vuelta como al principio, en ese estado de confusa vacilación.

Rápidamente, me sacudí de ese estado, y con paso firme me fui al consultorio, ubicado por

la calle Santiago del Estero. El doctor, desde hace 50 años que vive en el consultorio.

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Literalmente. No me refiero a su extrema dedicación a la especialidad urológica de la

médica, sino que la clínica, también es su residencia. Es el lugar en el que crió a sus hijos y

el espacio físico al que llama su hogar. Al llegar, recordé algo que me había dicho Daniel,

su hijo:

“Después en el año ’61 el compra la casa que es su actual casa, la de Santiago

ex – 370, actual 1557, que se la compra a Quincho Sánchez, que fue un médico se

suicidó. Era de la familia de los Sánchez, que tenían la concesionaria Chevrolet. Era

una de las casa más lindas que había en ese momento en la ciudad de Posadas, él se

la compra y la refacciona, la hace el consultorio que es actualmente su consultorio,

en la parte de adelante de la casa.”

Me quedé pensando. Reflexionando acerca de las contradicciones que

generalmente surgen en uno, de no mezclar el ámbito laboral del familiar; de ese

esfuerzo que se pone en mantener ambas esferas separadas una de otra, intactas de sus

respectivas influencias. Tras tanta meditación, me di cuenta que sin notarlo, ya había

llegado a mi lugar de destino.

Entré al consultorio. Inmediatamente percibí en el lugar una cierta calidez, ese

cálido clima hogareño que suelen tener las casas de familia. Muy diferente al ambiente

clínico que poseía el estudio de su hijo. Me acerqué al escritorio de la secretaria, y con

el mismo modus operandi que mi visita al consultorio de Daniel Angeloni, me presenté.

- Ya te abro, y el doctor te va atender - me dijo la simpática ayudante de

Alfredo, luego de una breve llamada telefónica al despacho del urólogo.

Hasta ahora todo marchaba sobre ruedas. La suerte me había sonreído al trabajar

con la historia de vida de un hombre cuyos familiares, amigos y conocidos, estaban tan

dispuestos a hablar –positivamente en todos los casos, debo resaltar- del Dr. Alfredo.

- Buenos días joven, ¿en qué lo puedo ayudar?

Finalmente me encontraba frente al Dr. Angeloni. Delante de aquel pionero, que

hace más de 50 años llegó a la tierra colorada, de la cual se enamoró y en la cual se

radicó definitivamente. Mantuvimos una breve conversación – como para romper el

hielo-, le explique quién era yo, y por qué era tan importante realizarle esta entrevista.

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Luego de establecer las bases de lo que sería nuestra charla, saqué mi grabador,

esperando que me siga brindando la suerte que hasta el momento me traía.

Luego de corroborar algunos datos básicos biográficos, lancé la pregunta que tanto

me interesaba: ¿Qué fue lo que le llevó a elegir la medicina y más especialmente la

Urología? Me encontré realmente sorprendido al enterarme que aquel hombre tan dedicado

a la medicina, aquella eminencia en la urología argentina; en realidad, perseguía una vida

militar, desde joven tenía una vocación militar, y que la medicina se dio casi sin saberlo.

“…desde muy chico me gustaron todas las cuestiones militares y demás, era

explorador. Fui al colegio militar, rendí. En la segunda vez, entré, pero no…

posiblemente porque pesó mucho la opinión de los profesores que eran contrarios a

la vida militar en aquel entonces, y la de mi novia también. A ella también no le era

muy simpática la vida militar.”

Desanimado, Alfredo volvió a su ciudad natal. El futuro era incierto, la vida que

había elegido cuando solamente era un niño perteneciente a los Exploradores Argentinos

de Don Bosco, no era una posibilidad. Buscando confortarlo, un amigo de apellido

Moyano lo invitó a acompañarlo a él y a su familia a Córdoba, asegurándole que un

cambio de aires era lo que necesitaba.

De esta forma es que un joven Alfredo Angeloni llega a Córdoba, sede la

universidad más antigua del país y la cuarta en ser fundada en América: la Universidad

Nacional de Córdoba. En esta institución, apodada La Docta –por ser durante más de dos

siglos la única universidad en el país – fue donde el joven militar frustrado, sin querer, a

modo de prueba y como plan B, comienza la carrera de medicina. Aunque al principio no

lo sabía, había encontrado su vocación.

“Me di cuenta de la vocación cuando empecé a pisar los hospitales, ya con el

guardapolvito blanco y el doctorcito acá, doctorcito allá; cuando me quise acordar

ya estaba enmarañado dentro de la especialidad.”

El futuro urólogo cursó los siete años de medicina que corresponden, realizando los

últimos cuatro años de internado en el Hospital San Roque. Esta parte final de su carrera de

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estudiante fue crucial, ya que se trata del momento en el que definió los cimientos de lo

que iba a ser una prolífica trayectoria.

Durante nuestra conversación, el doctor destacó continuamente lo mucho que le

debía al Hospital San Roque. No sólo fue su hogar durante mucho tiempo, sino que allí –

debido a que su vida giraba en torno al hospital- adquirió mucha práctica, elemento

fundamental en su formación. Alfredo vivía en el hospital: comía, dormía, estudiaba y

trabajaba allí. Incluso, aun cuando todavía era un estudiante, viajaba junto a un enfermero

a Montecristo - una pequeña ciudad cerca de la capital de Córdoba- a trabajar en las

clínicas. Así seguía perfeccionando su técnica quirúrgica, y de paso ganaba unos ingresos

extras al sueldo que le proveía el hospital.

En el ínterin de sus tiempos como médico en formación, los ecos de una vida que

no sucedió lo alcanzaron. La vida militar que en un principio sentía como su vocación lo

llamó a presentarse a servicio. Alfredo fue convocado a realizar el servicio militar:

“Me tocó el servicio militar, por supuesto, como corresponde, en el año ’52, que

por una circunstancia especial nos mandaron a Córdoba a hacer un curso para

oficiales de reserva. Así que tuve que hacer el servicio militar en la ciudad de

Mendoza y precisamente salimos con un grado de oficial al terminar. Salve el año,

porque tuvimos una primera baja bastante oportuna en ese aspecto, pude concretar

las materias que me quedaban ese año.”

Bien, ya quedó claro cómo llegó al oficio que desempeña hoy día: en un principio,

lo militar no pudo darse, y, sin nada que perder, intentó darle una oportunidad a la

medicina. Sin embargo, todavía quedaba una duda resonando en mi cabeza, que era de

fundamental importancia aclarar. ¿Por qué la urología?

“…Urología elegí porque era el lugar más fácil para acceder al trabajo

hospitalario. Porque la gente generalmente le gusta más clínica médica, las

especialidades juveniles, y la Urología básicamente tiene, los enfermos hospitalarios

son gente mayor, con unas determinadas patologías que no son del todo manejables

bien. Pero a mí me sirvió porque ingresé al hospital y tuve la suerte de pasar casi

cuatro años y pico dentro del hospital aprendiendo la mayoría de las cosas que

hacían falta.”

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En una época en la que las diferentes especializaciones a un particular tipo de

patología recién comenzaban a surgir en nuestro país; la urología aparecía como un campo

nuevo, un horizonte abierto a las posibilidades. Con su especialidad elegida, Alfredo

completó su entrenamiento quirúrgico e inmediatamente se vio obligado a salir a buscar

trabajo.

Capítulo 6: Posadas

Alfredo sabía que su futuro no estaba en Córdoba. Tampoco en Santa Fe, la

provincia de donde era oriundo. Era el norte de nuestro país el que representaba una tierra

de posibilidades. Se recibió el 3 de septiembre de 1957, y trató suerte en Corrientes. Si

bien allí había un lugar para él, el sueldo era cinco veces menor a lo que recibiría en la

provincia más al norte. En diciembre de ese mismo año, ya estaba en Posadas.

“Fui recorriendo el norte de Santa Fe, Chaco, Corrientes, y evidentemente, el

mejor lugar en donde me recibieron fue la ciudad de Posadas, que en ese momento

carecía de urólogos, o sea la especialidad mía. Fui muy bien recibido. Vine a

conocer esto en diciembre del ’57 y el 10 de enero del ’58, me radiqué

definitivamente acá.”

En aquella época, no era fácil llegar a Posadas. Uno sabía cuándo salía, pero no

cuándo llegaba. Los barrenales, el estado en ese entonces de la ruta 12, y las torrenciales

y constantes lluvias, hacían una cuestión impredecible el saber cuándo se iba a llegar.

El urólogo recién formado se bajó del colectivo en la vieja Terminal de

Ómnibus. Preguntó en la casilla de información por un hotel, “el Majestic” le dijeron, y

lo mandaron a la intersección de las calles Santa Fe y 3 de Febrero. Ya instalado en el

hospedaje, lo recibió un personaje llamado Pancho Slavic, quien lo invitó a tomar mate

a la casa de un hombre que vivía a una cuadra y media de allí. Este hombre era dueño de

una fábrica de mosaicos, y su nombre era Ruperto Yunis. Lo que comenzó como una

tarde de mates entre Alfredo y Ruperto, sería la semilla de la cual se cultivaría una gran

amistad, que duraría toda la vida. Pero del fuerte e inquebrantable vínculo que se creó

entre las familias Angeloni y Yunis, hablaremos más adelante.

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Alfredo comenzó a trabajar haciendo su especialidad en el Hospital Madariaga,

fundando el Servicio de Urología. Sin embargo, eran tiempos diferentes, las

especialidades todavía no estaban completamente diferenciadas. La demanda en el

campo de la salud era cada vez más grande, y como cirujano completamente formado,

así como atendía una gripe, el Dr. Angeloni también operaba una apendicitis. Todo era

solucionable. Con el carácter hacendoso que lo caracterizaba, el joven doctor prestaba

sus servicios a donde sea que eran requeridos.

“Empecé haciendo mi especialidad en el Hospital Madariaga, complementé con

algunas otras cosas que en aquel entonces hacían falta: médicos en Candelaria,

hacíamos algunas visitas; otras en el Sanatorio Baliña, donde también tenía que

hacer algunas cirugías de urgencia.”

Durante esos primeros meses de trabajo en Posadas, Alfredo permaneció soltero.

Según su hijo Daniel, “El muchacho tuvo acá sus andanzas, porque las chicas no

perdonaban, él tampoco.” Cuando escuché que el doctor me contaba esto, una sola y

elemental pregunta surgió en mi cabeza… ¿y Clyde?

Capítulo 7: ¿Y Clyde?

A más de 700 kilómetros de Posadas, en Santa Fe, Clyde Balette estaba

preocupada. Un año había pasado desde que su novio de toda la vida, Alfredo, se fue a

trabajar a Misiones, aquel territorio de lo salvaje, de las selvas y de los montes, de lo

desconocido. Él no le escribía, no se contactaba de ninguna manera. La muchacha creyó

que se había ido, que lo perdió.

Clyde ya era una profesional. Con 22 años, se graduó de la carrera de abogacía en

la Universidad Nacional del Litoral, a pesar de que esta no era su vocación. Su verdadera

pasión era la arquitectura, pero su padre no lo aprobaba y no pudo concretar su sueño. La

razón de la objeción era que para estudiar esta carrera, debía ir hasta Paraná, cruzando para

ello el río homónimo, cosa que el suegro de Alfredo no iba a permitir. Pero este obstáculo

no iba a impedir que la joven realizara una meteórica carrera en la abogacía, destacándose

entre los mejores alumnos.

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En 1958, la única hija de la familia Balette ya se encontraba trabajando como

docente dentro de su campo de profesión, cuando un día, sorpresivamente, recibe una carta

de aquel novio que parecía habérsele escapado de las manos. Según me relató Daniel - el

fruto de la relación entre Alfredo y Clyde-, sucedió así:

“La cuestión es que él no escribía, hasta que en diciembre le escribe una carta y

le dice ‘Nos casamos’ y le da dos o tres fechas alternativas, y eligen casarse el 20 de

diciembre del ’58. Y se van de luna de miel a Mar del Plata (…) la cuestión es que

regresan, y ya regresan los dos juntos acá.”

Capítulo 8: Los varones Angeloni

En el momento que Alfredo vuelve a Posadas, ya no es un mozo en sus andanzas

propias de la soltería; vuelve como un hombre casado. Resultaba lógico que el paso

siguiente era el de iniciar una familia. Por ello era necesario que tuviera un hogar donde

criar a sus hijos. Es así que comenzó a alquilar su primera residencia misionera, la que

sería la casa donde nacería su primer hijo, Daniel.

“Mi papá, la primera casa que tuvo fue en el barrio Palomar. Se la alquila a

Don Juan Esviley, que era de una familia de Concepción de la Sierra, yerbatera.

Don Juan tenía esa casa en el barrio Palomar en la continuación de Ayacucho, que

era para una hija. La cuestión es que la hija no viene a Posadas y le ofrece a mi

papá alquilar esa casa. Y él la alquila, pero le dice que tiene que cambiarla,

adecuarla para el consultorio. ¿Quién le adecua eso? Le adecua Ruperto Yunis. Y se

lo pinta de un color al consultorio que mi papá no quería entrar, porque le parecía

muy llamativo, y muy chocante el color. Pero después a la gente le gustó.”

La necesidad de preservar el apellido y mantener vivo el linaje de los Angeloni no

se hizo esperar. En un lapso de un lustro, la pareja concibió a sus tres descendientes, todos

varones. El primero en nacer fue Daniel Alfredo en 1960, le siguió Juan Raúl en 1962 y

finalmente Rubén, en 1965.

Durante esos tiempos de infancia, Daniel recuerda a su padre como un hombre

trabajador, de un carácter fuerte, que protegía y custodiaba con gran cuidado el bienestar

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de sus niños. Su gran ética de trabajo sería un valor que todos sus hijos heredarían,

característica que Daniel siempre destaca al referirse a su padre.

Así que bueno, este muchachito laburaba como un descosido, muy trabajador.

(…) Porque la característica que él tuvo es que jamás faltó a su trabajo, no tuvo

ningún cargo político, siempre se dedicó a su profesión, a su especialidad. No tuvo

ningún cargo administrativo tampoco, siempre fue plenamente asistencial,

atendiendo a la gente. Es decir, no tuvo un trabajo de auditor, no tuvo un trabajo de

asesor, no. Él de entero fue médico asistencial. Fue fundador del Servicio de

Urología del Hospital Madariaga y se jubiló como Jefe de servicio del hospital.

A pesar de que se encontraban tan lejos de su provincia natal, Alfredo y Clyde, se

preocuparon en mantener el contacto entre sus hijos y sus abuelos. De modo que las

distancias no fueron un obstáculo para crear un resistente lazo de familiaridad entre los tres

varones y sus cuatro abuelos.

“Nosotros pudimos gozar de nuestros cuatro abuelos. Entonces, tuvimos un fuerte

vínculo con nuestros abuelos tanto maternos como paternos, y nuestras vacaciones

siempre las hacíamos en Santa Fe, nos quedábamos con los abuelos. Pese a que

estábamos tan lejos, nosotros íbamos cuatro o cinco veces a Santa Fe.”

Es en esta época, cuando sus hijos todavía eran chicos, que Alfredo logra alcanzar

un nivel de ingresos que le permitió comenzar a invertir el dinero ganado con tan arduo

trabajo. El objetivo de sus inversiones sería una propiedad agropecuaria, la estancia “La

Negrita”, ubicada en Parada Leis, a 30 kilómetros de la capital Misionera.

La pertenencia de estas tierras, no solo representó una significativa fuente de

rentabilidad económica – ya que Alfredo explotaba toda la parte agropecuaria- , sino que

también se convirtió en el principal destino recreativo de la familia Angeloni, en el que

Daniel y sus hermanos pasaron su infancia.

“Nosotros el día viernes, cargábamos todas las cosas en nuestra camioneta, con

nuestros amigos a pasar ahí en La Negrita. Por ahí andábamos en caballos,

jugábamos a la pelota, cazábamos, todo lo que se te ocurra; era nuestro lugar de

esparcimiento.”

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Al llegar la época de la adolescencia, ese temple firme que caracterizaba al doctor

en su función de cirujano, se trasladó a su rol de padre. Si bien los tiempos en Posadas eran

mucho más tranquilos, y los adolescentes no se encontraban expuestos a las cosas que

afectan a sus contrapartes en la actualidad, Alfredo tenía gran cuidado sobre sus varones:

“… manejábamos todo en el campo, pero cuando veníamos de los bailes, no

dormían y nos olían la boca de que no hubiéramos tomado alcohol. Desde ese punto

de vista, nos protegía y nos cuidaba mucho.”

Capítulo 9: De tal palo, tales astillas

Desde un principio, los tres hijos -quizás por el fuerte carácter del padre,

combinado con la influencia de observar el oficio de su padre- se vieron orientados a las

ciencias biológicas. Hoy día, tanto Daniel como Raúl son urólogos, al igual que su padre,

mientras que Rubén, el menor, es bioquímico. Lo curioso es que ninguno de los retoños

salió para el lado de las leyes como su madre, Clyde.

Daniel, al ser el hijo mayor, naturalmente fue el primero en decidirse a seguir los

pasos de su padre. Fue en su cuarto año de secundaria en el colegio Roque Gonzales que el

primogénito de Alfredo decide seguir la carrera de Medicina. Sin embargo, previo a eso, el

jovencito afirmaba que se iba a dedicar a la Veterinaria, siempre dentro de las ciencias

biológicas. Esta vocación al cuidado de los animales, surgió en un principio debido al

tiempo que pasaba en la estancia, y las actividades que allí realizaba.

“…yo veía los animales, vacunábamos las vacas; mi papá explotaba la parte

agropecuaria del campo. Entonces, yo tenía una tendencia a las ciencias biológicas.

Después es cuando digo: ‘No, para qué voy a hacer Veterinaria, hago Medicina’.

Bueno, él me da para elegir dos lugares donde yo puedo ir a estudiar, me dice: O

Buenos Aires o Corrientes.”

Alfredo llevó a su hijo consigo a Buenos Aires, a que lo acompañara a los

congresos médicos a los que asistía, siempre para mantenerse actualizado acerca de las

novedades en el mundo de la urología. Sin embargo, a diferencia de su esposa – hija de un

ferroviario, acostumbrada a viajar-, el Dr. Angeloni padre jamás supo manejarse en la

ciudad porteña. Además había otra razón que quizás Alfredo no admitía, que lo restringía

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de dejar que su hijo estudie en la capital del país. La situación de inestabilidad económica,

política y social que causó la dictadura militar en nuestro país, preocupaba al protector

padre de Daniel.

“Sinceramente yo creo que él tenía un poco de miedo de largarnos a nosotros a

Buenos Aires en el año ’78, imagínate vos. Entonces optamos por Corrientes, ahí yo

rindo el examen de ingreso, entré dentro de los 15 primeros. En el examen de

ingreso entrabamos 250. Para mí era una fuerte presión porque mi papá tenía

colegas, entonces me preparé mucho. Era el segundo año que se rendía ingreso, y

gracias a Dios me fue bien.”

Si bien Daniel estudiaba en Corrientes, realizaba sus prácticas en el Hospital

Madariaga, donde desarrolló un gusto y una habilidad especial para la parte quirúrgica, a la

que siempre se sintió atraído. Se hizo muy amigo de los cirujanos del hospital, quienes lo

convencieron de que su nicho, al igual que su padre, estaba en la urología. Su hermano

Raúl no tardó mucho tiempo en seguirlo.

En nuestra conversación, Alfredo reconoció que sus hijos se vieron evidentemente

influenciados por su trabajo en la especialidad al momento de elegir sus respectivas

carreras. Claro que también se avocaron a mejorarla, ya que lógicamente el transcurso del

tiempo hizo que los conocimientos, la facilidad de tener la conexión con distintos centros

hospitalarios y la evolución fantástica de los complementos dentro de la especialidad

causaran un gran avance dentro de la rama urológica de la medicina.

“Entonces ahí empezaron los dos mayores con Urología -que es la que están

ejerciendo en la actualidad con mucho éxito- y el tercero, por una razón especial

empezó a estudiar bioquímica en la ciudad de Corrientes, pero después se trasladó

enseguidita a Buenos Aires y allá estuvo nueve años, haciendo su especialidad. Y

vino muy bien preparado...”

Daniel se recibió el 10 de octubre de 1984. Para entonces, Alfredo ya había

hecho averiguaciones acerca de residencias disponibles con sus contactos en la

especialidad de diferentes hospitales del país. Sin embargo, el carácter de los internados

en estos institutos, no eran plenamente formales. Lo que su hijo deseaba era realizar la

residencia en uno de los centros más importantes del país: el Hospital de Clínicas.

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Cuando yo me recibo (..) vengo y le planteo a él que yo me iba a hacer la

residencia, y una residencia en Urología eran cuatro años. Él pone el grito en el

cielo porque dice ‘¿cómo puede ser que te hayas ido siete años y ahora te vayas

cuatro más?’.”

Para el urólogo en formación, era de suma importancia hacerse un nombre por sí

mismo, y no ser conocido simplemente como el hijo de Alfredo Angeloni. De esta

manera, Daniel ingresa al Hospital Italiano, y luego renuncia, ya que tuvo la suerte de

ingresar al Hospital de Clínicas, su principal objetivo.

Mientras tanto, sus hermanos seguían estudiando en Corrientes. Por su parte,

Alfredo gozaba de una sólida posición económica, ya no necesitaba trabajar. Sin

embargo lo hacía, pero con el objeto de guardarles lugar a sus hijos, ocupando el mismo

el espacio en los sanatorios. Lo que más quería el Dr. Angeloni padre, era trabajar junto

a sus hijos.

Daniel sabía que su futuro no estaba en Buenos Aires. Al igual que su padre lo

hizo hace décadas, eligió a Misiones. Tenía la urgencia, la necesidad de venirse a

Posadas a ocupar el lugar que su padre tanto resguardaba para él. El 28 de julio de 1989,

el hijo mayor de los Angeloni regresó a Posadas, ya como un urólogo formado.

Posteriormente se incorpora Raúl en el año 1992, quien en un principio quería

ser traumatólogo. Su hermano mayor lo entusiasma a seguir también la Urología, la

especialidad ya tenía subespecialidades, y que era un desafío hacerlas bien; por ejemplo

la urodinamia, endourología, oncología urológica, litiasis.

Los Angeloni finalmente estaban trabajando codo a codo. Alfredo, Daniel y Raúl

innovando en las técnicas, procedimientos y equipamientos del campo de la urología en

Misiones, y Rubén, el menor, el distinto, distinguiéndose del resto de sus hermanos

como un preparado bioquímico, trabajando en el medio también. Recordé que en nuestra

conversación, el Dr. Daniel continuamente destacaba lo que lograron como familia de

urólogos:

“Así que imagínate vos, del año ’89 al 2009, que cumple cincuenta años, son

veinte años que trabajamos juntos. En esos veinte años, por ejemplo, trajimos la

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urodinamia, que es la subespecialidad de la urología que se maneja con las leyes de

los fluidos, pero estudia todo el comportamiento del tracto urinario. Trajimos

también el primer litrotitor extracorpóreo. Después él nos apoyó, ya cuando se

estaba retirando a que se traiga el láser de holmium, que hay cuatro equipos en el

país, no hay más.”

Capítulo 10: La jubilación

Los años pasaron, y Alfredo se vio obligado a pasar la posta. Estaba tranquilo.

Sabía que dejaba el campo de la urología en las hábiles manos de sus hijos; se trataba de

las personas más indicadas, preparadas y confiables para ocupar su lugar en el Sanatorio

Posadas. Esta institución, de la que había sido uno de los fundadores, fue uno de sus

mayores logros. Junto con un grupo de especialistas, integró el Staff junto al cual logró

construir el nuevo edificio -ubicado en la calle Junín, casi Bolivar- al que progresivamente

fueron agregando los pisos, hasta llegar lo que es en la actualidad de tener subsuelo y

cuatro pisos.

“… me jubile en los primeros años de mil novecientos noventa y pico. Me

dijeron que me tenía que ir porque yo había presentado el pedido de jubilación sin

tener la edad suficiente porque había un decreto especial que así lo permitía. En un

momento determinado cuando quise acordarme, con toda felicidad, había terminado

mi campaña dentro del hospital, al cual le debo todo lo que fuimos haciendo

después.”

Para Alfredo, fue muy fuerte el tener que dejar el hospital, pero de alguna manera

debía suplir ese vacío que le generó jubilarse. Lo llenó enseguida con la actividad privada

en su consultorio, al que tanto trabajo le imprimió durante toda su carrera. Quien alguna

vez fue descrito como un muchachito que se descosía trabajando, no iba a cambia su forma

de ser, solamente por haberse retirado.

A pesar de estar jubilado, el carácter dominante del Dr. Angeloni no le permitió

quedarse afuera de los problemas que concernieran al Sanatorio. Hubo una época en el que

un fuerte avance de las obras sociales, logró que las mismas tuvieran el poder de comprar

los sanatorios. El Sanatorio Posadas no se vio ajeno a esta situación, como explicó Daniel:

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“Se estuvo a punto de vender, había socios que querían hacerlo, pero

probablemente eran socios que no trabajaban. Para el tipo que trabajaba, que

desempeñaba su actividad laboral dentro del Sanatorio, era muy importante

conservarlo. Ahí jugo un papel muy importante desde el punto de vista de su

carácter, el haber mantenido el Sanatorio. Eso desde el punto de vista del carácter

de él, que fue muy dominante, eso se ve también en la toma de decisiones nuestras.”

Capítulo 11: El vacío generacional

- ¿Y hablaste con el “Viejo”? – me dijo Daniel Angeloni cuando me recibió

por segunda vez en su despacho ubicado en la calle San Luis. Había vuelto porque el

doctor me pidió mantenerlo al tanto del trabajo que me ocupaba, y luego de toda la ayuda

que me brindó, era lo menos que podía ser. A su vez regresé por una cuestión de la que

quedó pendiente hablar en profundidad: los nietos de Alfredo.

Algo que me llamó la atención la última vez que estuve allí, fueron las fotos de

Daniel y sus hijos. Lo llamativo era la edad de los niños, quienes parecían demasiado

jóvenes en relación a lo que uno esperaría teniendo en cuenta la edad de su padre. Como

leyendo mi mente, Daniel me explicó:

“…el habernos formado tanto tiempo –hoy un médico para formarse tarda por

lo menos 10 años entre facultad y residencia-, a eso que nosotros tengamos hijos

“chicos”, entonces nosotros hoy sentimos hay un espacio generacional que no

pudimos cubrirlo con nuestros hijos.”

La ausencia de nietos causaba una contradicción en Alfredo y Clyde. Por un lado

querían que sus hijos sean profesionales exitosos y formados, y los posgrados que

realizaban los varones Angeloni no eran cortos. Por otro lado, presionaban e insistían a sus

hijos por el deber biológico de otorgarles descendencia. Esta cuestión ambivalente

finalmente toma resolución en 1993, año de doble alegría para los abuelos:

“La que nació primero fue Micaela, que es hija mía, que nació el 18 de enero

del año 1993(…) Después vino Guido, que es el hijo mayor de Raúl. Nació el 14 de

julio del mismo año (…) Fue muy bien recibido que en el año ’93, nacen dos nietos.”

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Luego llegó el turno de Rubén, cuando nace su primera hija Mariana. Le siguen

Bruno y Luciano, ambos hijos de Raúl. Posteriormente nace Valentina, la hija menor del

más joven de los hijos de Alfredo. Finalmente, el 2 de junio de 1998, nace Silvio, el menor

de los nietos, e hijo de Daniel. De la misma manera que sucedió hace cincuenta años con

Alfredo y Clyde, en un lapso de cinco años nacen los nuevos retoños de la familia

Angeloni. Solamente que ahora en vez de tres, son siete.

A pesar de haber cumplido con su deber biológico, y tranquilizado a los abuelos

respecto a la supervivencia del apellido, la brecha generacional sigue presente. Los años de

perfeccionamiento que ayudaron a alcanzar el nivel que poseen hoy los hijos de Alfredo,

no vinieron sin una consecuencia. Parece faltar un nuevo doctor Angeloni en actividad que

aproveche los mejores años de actividad profesional de los urólogos.

“El hijo más grande de Raúl estudia medicina, y acaba de aprobar su primer

año en Córdoba. Pero yo tengo mi hijo que tiene 13 años es un chico “chico”, le

faltan muchos años de formación: le quedan cuatro años de secundaria, más diez de

formación, le quedan catorce años. Estamos en el año 2011, entonces él va a estar, si

elige medicina, más o menos en el 2026, cuando yo tenga 65 años.”

Capítulo 12: Los Yunis

Si bien ya poseo cierta timidez al interactuar con una persona nueva en directo, este

retraimiento no necesariamente disminuye al hacerlo por teléfono. Al contrario, se

multiplica. La necesidad de ver con quien estoy hablando, es clave al momento de iniciar

una conversación.

Tengo en mi mano el número telefónico de Ada Yunis. Se trata de la hija de

Ruperto, el primer - y el más antiguo y duradero- amigo que hizo Alfredo al llegar a la

tierra misionera. Lastimosamente, Ruperto falleció hace unos años, dejando atrás a su

viuda Adela, y a sus hijos Roberto y Ada.

Marco el número, suena el tono de espera. Sin éxito. Repito. Esta vez no es

diferente. Me encontré tanto desanimado porque no me atendió, como aliviado por no tener

que hablar con ella. Tengo que resaltar nuevamente, no es que sea antipático, soy tímido.

Pero estoy trabajando en ello.

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Cuando ya me proponía a buscar en la guía telefónica a otra persona a quien

entrevistar acerca del Dr. Angeloni, suena el teléfono:

- Hola, tengo llamadas perdidas de este número, ¿quién es? – me dijo una

simpática voz de mujer. Obviamente se trataba de Ada Yunis. Para este punto, ya tenía

bastante ensayado mi discurso acerca de quién soy, y qué necesito. Cuando le dije quién

era mi personaje de historia de vida, no tuvo problemas en arreglar una cita para

entrevistarla en su casa.

La hija de Ruperto resultó ser prácticamente mi vecina, así que no tuve problemas

en ubicar su hogar. Los primeros en recibirme fueron sus perros, quienes parecieron sentir

en mí una amenaza. Bueno, supongo que hay una primera vez para todo. Callando a los

perros apareció Ada, y me dio la bienvenida al interior de su casa.

Ya adentro nos sentamos, con los perros ubicados lejos de mi grabador/amuleto de

la suerte y comenzamos. Ya antes de comenzar a grabar, al hablar acerca del Dr. Alfredo,

noté cómo se le iluminaban los ojos, y cómo una sonrisa incontenible invadía su rostro.

“Alfredo es… como un padre para mí. Es toda una vida compartida, desde que

yo tenía unos meses, y él me tenía mientras mi mamá cocinaba. Son vacaciones

compartidas junto a los Angeloni, fiestas, celebraciones, campamentos… Los hijos,

Daniel, Raúl y Rubén son como hermanos para mí…”

La amistad que comenzó entre Alfredo y Ruperto no tardó en trasladarse a sus

hijos. Se trata de dos generaciones enlazadas por una amistad que se cultivó durante más

de cincuenta años. Ada recordó compartirlo todo con los Angeloni durante las vacaciones,

me habló de dos familias que prácticamente se hacían una.

Su punto de reunión por excelencia era el Club Social – desaparecido en la

actualidad- donde se festejaban extraordinarias fiestas patrias, se disfrutaban de los

carnavales, se organizaban paseos, reuniones etc. Allí, los Angeloni y los Yunis, junto con

otras familias más como los Montoto, los Díaz Beltrán y los García, disfrutaban del

intercambio social con otras familias, sin pertenecer ninguna a algún club en particular.

Es en esta época, que el Dr. Angeloni participó también del Club de Leones, donde

conoció a personas como Pepe Guccione, padre del actual ministro. Pero posteriormente

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se vio obligado a pedir licencia – de la cual todavía hace uso- porque las exigencias que

demandaba eran imposibles de cumplir con el tiempo que le demandaba su especialidad.

Pero esa es otra historia.

Los Yunis formaban parte del más íntimo círculo de los Angeloni. Hasta el día de

hoy, no faltan ni uno ni el otro en sus respectivas reuniones y celebraciones. Ada destacó

un aspecto de Alfredo que no había oído antes:

“Si tengo que destacar algo de Alfredo, es que siempre celebró cumpleaños.

Hacía estas magníficas fiestas, e invitaba a todos, sin que nadie tuviera que pagar

un centavo (…) Ahí te dabas cuenta de su generosidad, parecía que cuando era su

cumpleaños, él quería regalarle a los demás”

El Dr. Angeloni Padre continúa en permanente contacto con la familia Yunis. Ada

lo consulta sobre cualquier tema, y –según ella- es el único doctor que dejaría que la opere

en el caso de tener que realizarse algún procedimiento. Se trata de un nivel de confianza

bastante admirable, y también difícil de alcanzar, pero hay que tener en cuenta que se trata

de un hombre que la conoce de toda la vida, y a la que ella describe con una sola palabra:

sabio

Capítulo 13: No más esquelitas

Las personas que conocen a Alfredo Angeloni saben que jamás hizo tareas del

hogar, ni compras del supermercado. Esto era una cuestión siempre presente en los

reproches de su esposa. Sin embargo, todo esto cambió cuando Clyde Balette, su

compañera durante más de sesenta años, se enfermó.

Clyde jamás se acostumbró de forma completa a vivir en Misiones. Tal es así que

nunca logró desprenderse de su acento santafesino, esa particular forma de hablar con la

“ye”. Alfredo, tras pasar años en Córdoba y en Posadas, lo había perdido; este no era el

caso de su mujer, quien mantuvo esta pronunciación hasta el último de sus días.

Al instalarse con su esposo en Posadas, Balette continuó con su labor docente

iniciada en Santa Fe, para en 1959 ingresar a la justicia electoral, desempeñándose como

Secretaria en el juzgado penal n° 3. Luego pasó por la fiscalía penal, llegó a ser juez civil y

comercial hasta llegar a ser vocal en la cámara penal, criminal y correccional hasta 1984,

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cuando el nuevo gobierno no presta acuerdo legislativo en el cargo y trunca así su carrera

judicial. Tras este inconveniente, retorna a la docencia en la Facultad de Ciencias

Económicas de la UNaM, donde últimamente se jubila.

Lamentablemente, Clyde pertenecía a una familia donde las enfermedades

cardiovasculares primaban por sobre todas las cosas. Llegó a los 77 años, una edad a la que

no consiguieron llegar ni su padre ni su hermano, ambos también victimas del mismo

padecimiento. A Daniel se le aguaron los ojos al recordar la situación por la que la familia

pasó hace solamente un año, y relató cual fue la reacción de Alfredo ante tan angustioso

cuadro.

“…cuando ella se enferma, él vira su comportamiento: iba al supermercado,

hacía las compras, la cuidaba a mi mamá, que es una cosa llamativa porque yo

nunca pensé que él iba a hacer eso. Sin embargo lo hizo hasta los últimos días que la

acompañó. Mi mamá agonizó tres meses en terapia intensiva, y él iba todos los días

a verla, no se fue de vacaciones. Realmente fue admirable el cuidado, fue su

compañera de sesenta años.”

Clyde Ana Balette falleció el 7 de marzo de 2010. La muerte de su esposa golpeó

muy fuertemente a Alfredo, quien no podía creer lo sucedido cuando sus hijos le

comunicaron la devastadora noticia. Rápidamente, sus hijos intentaron sacar a su afectado

padre del estado en el que se encontraba: lo llevaron a hacer su pasaporte a Buenos Aires,

se compró una camioneta, y acompañó a su hijo Rubén y su familia a las vacaciones que

pasaron en Bariloche en julio de ese mismo año.

Sin embargo, nada parecía suficiente para reponerse de la devastación de haber

perdido para siempre a aquella jovencita de ojos claros, que hace más de 60 años cautivó

su corazón. Una esquelita a la vez.

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Capítulo 14: Hoy

Hoy, el Dr. Alfredo Angeloni vive solo en su casa. Continúa trabajando a la

mañana, atendiendo en su consultorio, que es la forma con la que se relaciona con la gente.

Lógicamente, no opera desde principios del nuevo milenio, pero eso no le impide atender a

sus pacientes y derivarlos con criterio.

Durante estos últimos años, naturalmente va sintiendo las eventualidades habituales

que suelen ocurrir en la gente mayor. También está pagando las consecuencias de haber

sido un fumador durante toda su vida, habito que heredaron sus hijos, menos Daniel. Sin

embargo, está llevando estas contingencias bastante bien.

Una gran alegría sensación de alegría le produce tener a sus tres hijos en las

cercanías, con todas sus familias. Es un abuelo activo. A la tarde, cuando queda libre, su

actividad consiste en ir a buscar algún nieto para llevarlo a algún lado y pasear. Posee una

gran relación con todos sus nietos, excepto quizás con Micaela, la hija de Daniel de su

primer matrimonio, quien tras el divorcio se distanció de la familia. Aun así, tiene siete

nietos y los disfruta, por lo que él mismo se define como un agradecido de la vida

Alfredo no solo está agradecido de la vida, sino también agradecido con Misiones,

y con la gente que conoció aquí. Luego de hacer una catarsis final acerca de esta gran vida

familiar, y de una destacada carrera profesional, recordé algo que me dijo el Dr. Alfredo

César Ramón Angeloni durante nuestra entrevista, en aquel cálido consultorio/hogar de la

calle Santiago del Estero:

“La gente acá me recibió espectacularmente bien, fueron amigos que yo nunca

los había visto en mi vida. No sé, puede ser que en alguna otra provincia haya algo

parecido, pero como acá, ninguna. Por eso sostengo y repito: si tuviera que volver a

empezar, que me pase lo mismo.”

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Lista de entrevistados

La siguiente es la lista de los consultados a los que recurrí para realizar la historia

de vida del Dr. Alfredo Angeloni, el tipo de vínculo que tienen con él, y el carácter de su

entrevista. Debido a que algunas de las conversaciones se dieron de forma informal, no vi

necesario grabarlas en audio. Se resalta en negritas las entrevista en las que se incluye el

audio y correspondiente transcripción, ya que se trataron de los testimonios más

importantes que realmente sirvieron para la construcción del trabajo.

Entrevistados:

Alfredo Angeloni – personaje de la historia de vida.

Daniel Angeloni – Hijo de Alfredo.

Ada Yunis – Amiga de la familia.*

Arnaldo Miguel do Santos – visitador médico del Dr. Angeloni durante 30 años

Luisa Serra de Idzi – esposa de paciente.

Guido Angeloni – nieto de Alfredo. Conversación vía Facebook.

Secretaria del Dr. Alfredo Angeloni.

Esposa del Dr. Daniel Angeloni.

Secretaria del Dr. Daniel Angeloni.

Paciente de más de 30 años del Dr. Angeloni.

* El audio de esta entrevista se encuentra dañado, lo que imposibilitó su desgravación. Sin

embargo, se incluyó y utilizó el testimonio en la historia de vida

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