Homo Viator. Gabriel Marcel.

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MARCEL, Gabriel. Homo viator: prolegómenos para una metafísica de la esperanza. Edit. Nova. Buenos Aires, 1954. 1. Comprensión del yo (pp. 15-19): 1) En la comprensión del yo Gabriel Marcel señala una particular relación del pensamiento con el lenguaje. Por un lado, considera que la comprensión del yo hace necesario el uso del lenguaje popular pues este, contrariamente al lenguaje filosófico, logra una mayor aproximación a la experiencia en la cual el yo aparece. Y por otro plantea que el pensamiento, más allá de la oscuridad inherente al concepto puro, sólo puede comprender el yo a partir del acto en el cual se produce su aparición ante el otro. 2) Gabriel Marcel considera el yo como “centro de imantación constitutivo de una presencia global irreductible”. Sin embargo, advierte que el yo considerado de tal modo presenta una profunda contradicción. En efecto, si bien la conciencia de existir –constitutiva del yo- se inclina hacia un deseo de reconocimiento por parte del otro, constantemente tiende a la reducción de este como reflejo complaciente de sí misma, esto es, como confirmación de aquello que el yo piensa de sí mismo. 3) En el pensamiento de Gabriel Marcel el yo constituye una “acento”, esto es, que manifiesta la experiencia de existir, más acá del orden de la totalidad, en el orden de lo particular. De acuerdo con ello se tiene tres planteamientos relacionados con la fragilidad del yo y con la necesidad de su relación con el otro: a) el acento es captado como recinto en tanto la experiencia del yo posee un “aquí” (espacio) y un “ahora” (tiempo); b) el recinto es considerado como recinto vivo en la medida en que su movilidad se produce a partir de la incertidumbre –inherente al ser que somos- frente al porvenir y; c) que el deseo de reconocimiento implica que la necesidad del otro –inherente a la conciencia de existir- surge a partir de la angustia generada por la contradicción entre lo que el yo aspira a ser y la nada que es. 2. La negatividad del yo (pp. 19-22):

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MARCEL, Gabriel. Homo viator: prolegómenos para una metafísica de la esperanza. Edit. Nova. Buenos Aires, 1954.

1. Comprensión del yo (pp. 15-19):

1) En la comprensión del yo Gabriel Marcel señala una particular relación del pensamiento con el lenguaje. Por un lado, considera que la comprensión del yo hace necesario el uso del lenguaje popular pues este, contrariamente al lenguaje filosófico, logra una mayor aproximación a la experiencia en la cual el yo aparece. Y por otro plantea que el pensamiento, más allá de la oscuridad inherente al concepto puro, sólo puede comprender el yo a partir del acto en el cual se produce su aparición ante el otro.

2) Gabriel Marcel considera el yo como “centro de imantación constitutivo de una presencia global irreductible”. Sin embargo, advierte que el yo considerado de tal modo presenta una profunda contradicción. En efecto, si bien la conciencia de existir –constitutiva del yo- se inclina hacia un deseo de reconocimiento por parte del otro, constantemente tiende a la reducción de este como reflejo complaciente de sí misma, esto es, como confirmación de aquello que el yo piensa de sí mismo.

3) En el pensamiento de Gabriel Marcel el yo constituye una “acento”, esto es, que manifiesta la experiencia de existir, más acá del orden de la totalidad, en el orden de lo particular. De acuerdo con ello se tiene tres planteamientos relacionados con la fragilidad del yo y con la necesidad de su relación con el otro: a) el acento es captado como recinto en tanto la experiencia del yo posee un “aquí” (espacio) y un “ahora” (tiempo); b) el recinto es considerado como recinto vivo en la medida en que su movilidad se produce a partir de la incertidumbre –inherente al ser que somos- frente al porvenir y; c) que el deseo de reconocimiento implica que la necesidad del otro –inherente a la conciencia de existir- surge a partir de la angustia generada por la contradicción entre lo que el yo aspira a ser y la nada que es.

2. La negatividad del yo (pp. 19-22):

1. El filósofo Gabriel Marcel plantea tres conceptos que interrelacionados expresan la inclinación negativa del yo. En efecto, la poseur o la “pose” en tanto ocultamiento de la vanidad del yo tras la apariencia de un reconocimiento del otro manifiesta una pretensión que, al estar presente en la relación del yo con el otro, anula la autenticidad de la intención que la orienta. Como consecuencia de ello, el simulacro expresa aquello a lo que se ve reducido el otro como objeto de complacencia del yo que confirma la imagen que tiene este de sí mismo.

2. En el pensamiento de Gabriel Marcel el egocentrismo moral indica por un lado, una actitud que ignora el hecho de que en el yo no haya ninguna originalidad pues los dones que posee no indican una

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propiedad conservada en el interior de sí mismo sino que, por el contrario, constituyen un conjunto de posibilidades que sólo pueden realizarse hacia su exterior. Y por otro lado, indica la ilusión en la cual el yo cae cuando, inevitablemente situado en el centro del mundo, cree poseer cierta superioridad que lo legitima para juzgar la inferioridad del otro.

3. La reflexión contemporánea de Gabriel Marcel consiste en señalar que el régimen de competencia que caracteriza a la época actual exacerba la conciencia del yo hasta el punto en que la individualización termina por trastornar los lazos comunitarios. En efecto, el afán de superioridad en el que queda atrapado el yo –situación característica del régimen de competencia- provoca un distanciamiento de los individuos entre sí pues, reducidos en su conjunto a la condición de seres en contienda, no logran el reconocimiento recíproco de su ser singular.

3. La positividad del yo. (pp. 23-29):

1. En el pensamiento de Gabriel Marcel el término synidèse designa un acto del espíritu que capta el conjunto de las nociones persona-compromiso-comunidad-realidad en tanto círculo a través del cual el yo afirma su existencia a partir de su relación con los otros. En dicho círculo, se manifiesta la diferencia fundamental entre el individuo y a persona. Tal diferencia radica en que el primero es concebido como un elemento cuantitativo que sólo posee un carácter cualitativo en el corazón de la masa, y en que la segunda, al poseer un carácter estrictamente cualitativo es concebida en el centro de una situación determinada que exige su proyección y compromiso. En efecto, el Yo toma la forma de la persona en la medida en que asume la responsabilidad, ante sí mismo y ante otros, por lo que dice y por lo que hace. Tal responsabilidad radica en que el Yo asume una transformación de su existencia al establecer, en el otro y consigo mismo, las consecuencias de un compromiso irrevocable. De acuerdo con lo anterior, el Yo sólo se afirma como persona a partir de su relación con los otros pues es ahí, en el seno de la colectividad o lugar de los comunes, en donde se hace real y concreto.

2. En la reflexión de Gabriel Marcel se advierte acerca del cierre del Yo sobre sí mismo como el mayor obstáculo para su afirmación como persona. En efecto, si bien el Yo al cerrarse sobre sí mismo se encuentra más acá del Bien y el Mal pues aún no ha despertado a la realidad, su fascinación con respecto a la atracción y repulsión que le provocan lo objetos entraña la renuncia a la posibilidad de afirmarse como persona pues se abandona toda disponibilidad. Este abandono indica a su vez el abandono de su vocación –definitiva en relación a la persona- la cual manifiesta un doble origen: 1) el interior del Yo y; b) el exterior del Yo en la existencia del Otro. La vocación como llamado que viene a la vez del interior y del exterior, manifiesta la identidad del ser disponible. Este último, al deshacer las fronteras entre lo interior y lo exterior, se reconoce a sí mismo en una causa que lo sobrepasa. Por lo tanto, la disponibilidad en tanto realización de la persona exige que el Yo, sumergido en el contexto

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en que se desenvuelve y sujeto a la heteronomía de los fines, emerja como ser autónomo recuperando así su poder de actuar y su capacidad para reconocer al otro a través del amor pues sin él, el otro pierde el reconocimiento de su singularidad en tanto ser único para ser contemplado como objeto desde el exterior.

3. En el pensamiento de Gabriel Marcel la esencia del ser creador consiste en abrir la interioridad a las fuerzas exteriores pues crear es ponerse a disposición de esas fuerzas. En este sentido, la creación personal es a la vez un descubrimiento pues implica la proyección del interior hacia el exterior de tal modo que la obra creada posee la huella del creador y sin embargo, en tanto creación, se inscribe en un orden que lo sobrepasa. Del mismo modo, la persona se realiza encarnándose en la obra creada. Pero dicha encarnación no es estática sino dinámica pues se desplaza a través de la realidad suprapersonal que determina sus posibilidades.

4. Crítica de la contemporaneidad.

1. Tomando en cuenta que la época contemporánea manifiesta una confusión de los espíritus provocada por un pensamiento –como por ejemplo el pensamiento de Nietzsche- que postula al amo como aquel que tiene el poder de determinar la realidad conforme a su voluntad, la pregunta por el sentido del desarrollo de la persona cobra una importancia trágica. En efecto, el pensamiento no cesa de buscar un criterio de comprensión acerca de la decadencia o de la afirmación trascendente de la persona en presencia de multitudes fanatizadas y carentes de conciencia crítica. Pero comprende que son los valores universales de Verdad y de Justicia aquellos que pueden proporcionar un criterio para elaborar un juicio acerca del carácter positivo o negativo del desarrollo de la persona pues, es justamente esta exigencia de universalidad –conservada y llevada a la categoría de ser por la filosofía y teología cristianas- aquello que hace posible un profundización indefinida de cualquier modalidad de la experiencia humana. (G. Marcel: 1954; pp. 29-30).

5. El misterio familiar.

1. En la reflexión de Gabriel Marcel la dimensión existencial del pensamiento revela el carácter paradójico constitutivo de la separación entre el objeto de conocimiento y el sujeto cognoscente. El filósofo francés considera que en una reflexión sobre la familia es inevitable reconocer un cierto grado de autoconciencia en que el sujeto cognoscente es a la vez objeto de conocimiento. (G. Marcel: 1954; pp. 75-76).

2. En la realidad familiar, según las reflexiones de Gabriel Marcel, se manifiesta a la vez lo inmanente y lo trascendente constitutivos de todo sentimiento metafísico frente a la existencia. En efecto, concibe en el seno de la familia un conjunto de transformaciones a través de las cueles el sujeto experimenta un progresivo descentramiento con respecto a ella hasta el punto en que termina por reconocerse a sí

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mismo como un individuo en relación con otros individuos. Sin embargo, la inmanencia constitutiva del proceso de individualización se diluye progresivamente en la forma de un descentramiento. El sujeto, lejos de terminar atrapado en la negatividad de un distanciamiento total, se expande en la trascendencia del reconocimiento pues en lo más profundo del enigma, al mirar hacia atrás para contemplar sus orígenes ancestrales descubre la oscura infinitud que lo relaciona con la totalidad del género humano. (G. Marcel: 1954; pp. 77-79).

3. El espíritu de fidelidad expresa un potencial de continuidad que establece en el sujeto –despojándole de su finitud individual para diluirle en la anónima infinitud- una responsabilidad que lo impulsa más allá de la familia misma hacia el cultivo de la tradición. En efecto, la familia constituye no solamente un refugio, un lugar seguro y acogedor para el sujeto pues ella constituye parte de lo que él mismo es. El sujeto se halla entonces inevitablemente unido al núcleo familiar pues en él ha tenido lugar la comprensión de la propia existencia. Justamente por ello el hogar es concebido como aquel núcleo en el que la tradición encuentra su continuidad. En él la interioridad y exterioridad del sujeto se confunden contribuyendo así a la formación de su propia identidad, por lo cual, la destrucción del hogar y la tradición que en él se conserva implica un destrucción de la identidad. Precisamente es esta concepción de la fidelidad, el hogar, la tradición y la identidad lo que determina -en la relación del sujeto con el núcleo familiar- su estatuto de moralidad. De acuerdo con lo inmediatamente anterior, Marcel considera la moralidad de dicha relación a partir de la distinción del orgullo y la vanidad como actitudes contrarias. En efecto, en tanto el orgullo implica un proyección afirmativa hacia el interior y la vanidad, por el contrario, una proyección negativa hacia el exterior, el filósofo francés concibe el primero como una confirmación de la dignidad que une al sujeto con el núcleo familiar y a la segunda como destrucción del orden de sus jerarquías y, por lo tanto, de la dignidad que otorga su fundamento a la continuidad de la tradición. (G. Marcel: 1954; pp. 83-86, 100).

4. En el pensamiento de Gabriel Marcel el misterio familiar encuentra analogías con aquel que señala la unidad entre el alma y al cuerpo pues ambos implican el hecho fundamental de la encarnación, esto es, el acto mediante el cual una esencia toma cuerpo. Ella posee cierta dignidad que no puede ser determinada únicamente desde el campo biológico. La obra de carne -fruto de la sexualidad- implica una fusión de potencias creativas a partir de la cual estas últimas se diluyen en la obra universal. Justamente por ello, es en la familia donde los hombres experimentan su condición de criaturas en tanto manifestación de la unidad entre vitalidad y espiritualidad a la que no tiene acceso un pensamiento analítico. Es por esta razón que filósofo francés considera el misterio como algo de lo cual no puede efectuarse más que una serie de reconocimientos pues, en tanto encarnación de lo más próximo y lo más lejano, este no puede ser enmarcado al interior de una doctrina por el pensamiento. De hecho, el misterio no es algo que el pensamiento deba resolver sino que, por el contrario, es algo que tan sólo puede tratar de recuperar. Sobre

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todo cuando el olvido de tal misterio ha provocado la ruina de los hombres. El pensamiento debe señalar entonces el olvido de aquel misterio que expresa la dimensión existencial de la familia y su relación profunda con el espíritu humano en tanto “pacto del hombre con la vida”. La humanidad constituye en el pensamiento de Gabriel Marcel una encarnación de lo sagrado, la unidad del alma y el cuerpo que hace posible la vida eterna. Asimismo, la familia encarna el núcleo de lo sagrado en tanto creación y renovación permanente que imprime a lo humano el sello de la eternidad. (G. Marcel: 1954; pp. 76, 91-95 y 104-105).

6. La crisis de la familia en la época contemporánea.

1. En el pensamiento de Gabriel Marcel la reflexión existencial no tiene otro fina más que la superación de la decadencia que experimenta la vida humana en la época contemporánea. Pero advierte que dicha superación no es posible si antes no se reconoce que la angustia y la crisis moral de nuestro tiempo tiene como causa un empobrecimiento de la vida humana frente a la vida. Esta negatividad, manifiesta en todos los órdenes de la existencia, determina inevitablemente a la familia. En efecto, es en ésta última donde, antes que en cualquier otro ámbito, han aparecido las consecuencias nefastas que trae consigo la devaluación de lo sagrado. Devaluación y empobrecimiento en los cuales el individuo comienza a perder su integridad al carecer de la fascinación y del respeto por la vida, la creación y la muerte. (G. Marcel: 1954; pp. 82-83).

2. La reflexión crítica de Gabriel Marcel plantea cómo la tecnificación del mundo –observado en su cotidianidad- manifiesta una profunda deshumanización pues lo característico de la época contemporánea se pone de manifiesto en el hecho de que los hombres, apartados de su auténtica vocación espiritual, reducen su existencia al biologicismo de la animalidad adoptando así una ética instrumental. En la crítica del filósofo francés la frase eritis sicut dei señala la pretensión humana de construir un mundo supraorgánico en el centro de la vida urbana. Sin embargo y de manera contradictoria, la vida humana no es más que un mundo infraorgánico dominado por el automatismo de las máquinas. Justamente es en tal escenario donde la existencia –gracias al automatismo de la vida cotidiana- se hace estéril. La familia tiende a desintegrarse progresivamente pues permanece arrojada al absurdo que supone la vida del autómata en tanto símbolo de la “traición de la vida por la vida misma”. De la misma manera, la familia se ve consumida por el automatismo del mundo tecnificado. En efecto, en la sociedad industrial la familia sufre una serie de transformaciones negativas debido a la aceleración del ritmo vital. Esta aceleración no solamente implica una disminución del tiempo para el cultivo de las relaciones familiares sino también para la conservación de las tradiciones. (G. Marcel: 1954; pp. 82-89 y 101).

3. L reflexión crítica de Gabriel Marcel plantea la distracción como aquella experimentación relativa a las emociones de gran intensidad

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la cual tiene lugar como escapatoria en la época contemporánea. Advierte que esta escapatoria se encuentra relacionada con la incapacidad propia del sujeto de la distracción para realizar sus potencialidades. En este sentido: el aburrimiento se da justamente por la ausencia de realización lo cual lleva al sujeto a huir constantemente de sí mismo. De la misma manera el filósofo francés plantea la inquietud, en tanto elemento central en la psicología del hombre contemporáneo, como aquello que pone de manifiesto el carácter negativo de la precocidad con que la juventud entra constantemente en la decadencia. (G. Marcel: 1954; pp. 91 y 102).

4. En la reflexión crítica de Gabriel Marcel el juicio con respecto al carácter negativo o afirmativo de la realidad familiar tiene como límite su ubicación en el ámbito de la vida privada. En ella toda intromisión resulta contradictoria pues sólo en el ámbito de la vida pública puede ejercerse un juicio adecuado. De acuerdo con ello, el ejercicio pedagógico debe ante todo lograr un equilibrio de justo medio que no permita una formación dogmática o relativista del juicio moral acerca de la realidad de la familia. Si bien la normalización del divorcio trae consecuencias negativas para la familia pues las parejas, contagiadas por aquel rechazo de la bendición matrimonial postulado por la tradición hasta el punto extremo de su banalización, se sumerge trágicamente en la racionalización del matrimonio en el contrato civil provocando así que el divorcio abandone la excepcionalidad para convertirse en regla, la única condena innegable que puede señalarse sobre este último es justamente aquella que señala su negatividad en la afección producida en el corazón de los hijos. En efecto, su existencia –la de los hijos- exige un compromiso de tal magnitud que no cesa de imponer una contradicción a la desintegración del hogar como un acto voluntario de la pareja. De acuerdo con lo anterior, la crisis de la familia no debe ser juzgada en términos de inmoralidad o de caos en el orden de la sociedad, sino como algo relacionado con la decadencia del ser, como degradación del espíritu humano en su separación con respecto a la “comunión universal”. (G. Marcel: 1954; pp. 81, 94-97).

5. En la reflexión existencial de Gabriel Marcel se establece una crítica de la crisis de la familia en la época contemporánea. Esta crítica señala puntualmente el olvido de la familia como realidad existencial. En efecto, en tanto concibe las relaciones familiares como relaciones naturales encuentra en ellas el símbolo de lo sagrado y, por lo tanto, su carácter trascendente. Justamente por ello el filósofo francés llama la atención sobre el hecho de que, a pesar de los esfuerzos de la cristiandad, en la época contemporánea la familia se ve envuelta en una crisis muy profunda desatada por las prácticas sociales y por la increencia relativa al sentido familiar. Incluso reprocha al cristianismo el hecho de su complicidad pues, al estar más obsesionado con el temor y la fascinación con respecto al fin escatológico, ha contribuido al creciente desprecio por el hombre y por la vida. En este sentido el cristianismo olvida la necesidad actual de restablecer el vínculo que une al hombre con la vida a partir de una reinterpretación de la muerte como fundamento para la renovación de lo sagrado. En efecto, el pensador cristiano concibe la

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crisis de la familia como la manifestación de un profundo desconocimiento acerca de unidad metafísica de la existencia humana. De acuerdo con ello toda fidelidad hacia ella, más allá de una simple disposición interior hacia la conservación de un estado de cosas, implica un despliegue del potencial de creación constitutivo del espíritu humano para la restauración de la esperanza, aquella que mantiene con vida los lazos de comunión espiritual en la familia. (G. Marcel: 1954; pp. 80 y 100-104).

7. Valor e inmortalidad.

1. Gabriel Marcel considera la reflexión filosófica sobre todo aquello que envuelve a la existencia como una reflexión no programática pues en ella no tienen sentido demarcaciones metodológicas relativas a un “punto de partida” o a un “punto de llegada”. (G. Marcel: 1954; pp. 142).

2. En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel se advierte una tensión alrededor del principio de inmanencia como fundamento de toda realidad pues, si bien considera la experiencia del sujeto como depuesta a toda forma de generalidad, considera que dicha experiencia no puede ser pensada por fuera de su dimensión trascendental. (G. Marcel: 1954; pp. 146-147).

3. En el pensamiento filosófico de Gabriel Marcel se advierte la huella de lo trágico. Esta huella inefable –según el filósofo francés- ha sido consecuencia de una indagación profunda en torno a “lo individual y lo trascendente” cuyo correlato histórico enmarcado en la guerra europea de 1914, le manifestó la irreductibilidad conflictiva de toda forma de “pluralidad humana”. (G. Marcel: 1954; pp. 148).

4. En el pensamiento de Gabriel Marcel la muerte no es concebida como el máximo límite pues el valor se proyecta, a través del espíritu de fidelidad o amor, hacia lo inconmensurable del ser inmortal. En efecto, este espíritu de fidelidad asume el desafío de conservar la presencia del ser aún después de la muerte, desafío que se presenta igualmente como una esperanza frente al sinsentido de toda realidad última. Según el filósofo francés “si la muerte es una realidad última, el valor se aniquila en el escándalo puro, la realidad es como herida en el corazón (…) rompiendo en su centro la comunión humana misma” y es esta negativa de la muerte como realidad última lo que otorga un valor a la vida y dignidad al sacrificio ofrecido por la conciencia que obra, por el alma que se entrega al sacrificio. (G. Marcel: 1954; pp. 162-163).

a) Inquietud metafísica: En el pensamiento filosófico de Gabriel Marcel la inquietud metafísica es concebida como una manifestación problemática del pensar en relación a la búsqueda de la verdad. En efecto, más allá de la “curiosidad” por la cual el sujeto se dirige hacia un objeto exterior, la “inquietud” –según el filósofo francés- implica una disolución del límite que separa interioridad y exterioridad a partir de un profundo

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descentramiento del sujeto con respecto a sí mismo. El problema metafísico surge en el momento en que la pregunta por la verdad trastoca la propia identidad del sujeto que indaga sobre ella, aun cuando la verdad no sea la de un objeto en sí y se presente como una disposición particular del ser. (G. Marcel: 1954; pp. 148-149).

b) Espíritu de verdad: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel existe un rechazo de la “ilusión cientificista” que determina el sentido de la verdad como una correspondencia entre las palabras y las cosas. Contrariamente a la representación de un “objeto en sí” cuya verdad es independiente del sujeto que la enuncia, el filósofo francés evoca la existencia de un espíritu de verdad cuya descripción fenomenológica, más allá de la inteligencia o la razón, implica una disposición auténtica del sujeto hacia la penetración de lo real, aun cuando aquella penetración tienda a la inexorable revelación de su situación trágica. (G. Marcel: 1954; pp. 150-151).

c) El valor: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel lo propio del valor radica en el sentido otorgado por él a la existencia del sujeto más allá de toda complacencia o felicidad. En efecto, el filósofo francés sostiene que el valor toma a la vida sustrayéndola a las “vicisitudes históricas” que condenan al sujeto a padecer los límites de la temporalidad. Frente a la impotencia del ser finito el valor otorga una trascendencia que, lejos de reducirse a una paroxismo afectivo, conduce a una “sobreelevación del ser mismo” que se despliega como potencia infinita que desafía su “realidad última” y más temible, esto es, el límite indestructible de su condición mortal, de su inevitable final e inexorable desaparición. Justamente por ello, el valor no permite un abandono del ser al abismo de la nada pues supone una “encarnación”, la continuidad de su simiente en un rostro ajeno, la prolongación del “sí mismo” en la otredad. Esta continuidad inherente a la encarnación del valor en el sacrificio integra el sujeto a la historia, más allá de la identidad que lo relaciona consigo mismo, hacia el horizonte trascendental que implica el reconocimiento del “nosotros”. (G. Marcel: 1954; pp. 152-155).

d) Conciencia que obra: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel la conciencia que obra aparece como el elemento constitutivo del valor. En efecto, ella se diferencia del sujeto inactivo cuya “conciencia de sí” experimenta la ausencia de un sentido en el mundo pues implica la interpenetración de lo interior y lo exterior manifiestos en la obra del sujeto y el mundo que habita, no sólo como conjunto de interacciones que conectan el interior con el exterior, sino como aquel “poder de animar” que diluye interioridad y exterioridad en un solo movimiento que arroja el ser finito del hombre a la infinitud del universo. (G. Marcel: 1954; pp. 155-157).

e) Espíritu de fidelidad: El pensamiento filosófico de Gabriel Marcel refleja su contenido metafísico en la categoría de espíritu de fidelidad. Dicha categoría encierra una “negación de la

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muerte” cuyo imaginario prolonga la existencia del otro amado, proclama la perennidad del ser como aquella posibilidad que se abre ante la no evidente desaparición de la conciencia, ante el “silencio” que envuelve la irrepresentable experiencia de la muerte. Pero esta negación –según el filósofo francés- no debe confundirse con una negación de la realidad que separa el ser vivo del cuerpo inerte. Por el contrario, ella sobrepasa el hecho objetivo de un cuerpo inmóvil ya sin vida prolongando la existencia del ser amado como memoria. El espíritu de fidelidad como negación de la muerte es con respecto a esa memoria que el olvido no cesa de amenazar, a esa presencia que con el paso del tiempo corre el riesgo de tornarse ausente. Asimismo, esa presencia no constituye la prolongación de una “esencia” ni la conservación de una “imagen”. Más allá del simulacro reconstruido por una imaginación nostálgica, aquella presencia evoca lo que el existencialista cristiano llama un indefectible, esto es, la disposición afectiva que vincula al ser viviente con esa presencia, la fidelidad piadosa que salvaguarda al ser mismo de su precipitación hacia la nada. (G. Marcel: 1954; pp. 157-162).

f) Amor humano: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel el amor humano constituye una “prenda y simiente de inmortalidad” en tanto sólo puede realizarse en el seno de la comunión humana sin la cual está destinado a perderse. De tal manera que el valor otorga a la existencia esa apertura a la otredad que potencia la realización del amor humano, esa plenitud de su “existencia terrena” que, no obstante permanecer sujeta a la errancia de una travesía a lo largo del panorama incierto de una “universo desfondado”, no renuncia a la esperanza de una “más allá” trascendental, la esperanza de un sentido y de una razón última. (G. Marcel: 1954; pp. 163-164).

8. Situación peligrosa de los valores éticos: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel se exponen los lineamientos básicos en torno al desafío ético de la cristiandad en la época contemporánea. El filósofo francés sostiene que en tanto la modernidad se caracteriza por el “eclipse de la idea de moral natural” ella ha traído como consecuencia una “ruptura del vínculo nupcial entre el hombre y la vida” lo cual implica un radical empobrecimiento del orden metafísico de la existencia humana. Sin embargo, el pensador cristiano advierte que la cristiandad debe tomar distancia frente a aquellas “místicas” a las que el hombre contemporáneo se encuentra consagrado. Sobre todo frente a aquellos empalagados con la promesa de un orden utópico capaz de superar definitivamente la dominación del hombre por el hombre. Por supuesto, tal distanciamiento sumerge el ser de la cristiandad en la contradicción que confronta así el deber moral frente a la situación caótica del mundo y el riesgo dejarse contagiar por las redes del poder que envuelve la lucha de los hombres entre sí. Por lo tanto, frente a las fuerzas de destrucción desplegadas a través de las instituciones de la cultura contemporánea que tienden al “aniquilamiento de los valores encarnados”, el filósofo francés sugiere que una ética de la cristiandad tiene como tarea fundamental el recuperar el carácter “sagrado” de lo real, esto es, el vínculo que expresa la revelación en el mundo. Esta labor de recuperación es justamente aquello que puede

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evitar la precipitación del hombre hacia la muerte y así reconstruir el “tejido lacerado de la existencia moral auténtica”. (G. Marcel: 1954; pp. 169-175).

A. Crítica a Royce: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel se desarrolla una pequeña crítica a la idea royciana del “espíritu de fidelidad”. El pensador cristiano interpreta en el pensamiento de Royce la fidelidad como una disposición afirmativa hacia una “causa suprapersonal” que compromete la existencia del sujeto, más allá de la comunidad a la cual pertenece, con el destino de la humanidad, compromiso que implica su entrega incondicional en favor de una “principio superior” y cuya consagración contribuye a “aumentar en el mundo la fe del hombre en el hombre” así como a “estrechar los vínculos que hacen posible la comunidad universal”. Sin embargo, el filósofo francés plantea que las condiciones históricas de la contemporaneidad, condiciones en las que el “hombre mismo en su unidad” corre el riesgo de desaparecer, convierten el espíritu de fidelidad royciano en una mera “aspiración sin contenido”. (G. Marcel: 1954; pp.165-167).

B. Mayéutica cristiana: En la reflexión filosófica de Gabriel Marcel se advierten los rasgos fundamentales de una mayéutica cristiana. El filósofo francés plantea que la ética de la cristiandad debe comenzar por rechazar la separación radical entre los fieles a la “palabra de Dios” y los gentiles que no la conocen pues tal separación corre el riesgo de simplificar drásticamente la situación problemática de los valores en la época contemporánea. En efecto, para el pensador cristiano el ser de la cristiandad no puede atribuirse rasgos de superioridad moral frente a los gentiles sin negarse a sí mismo. De hecho, el carácter paradójico de su confesión de fe exige que reconozca en sí mismo –con toda humildad- la presencia de una “gracia” que no siendo una posesión irradia con su luz el corazón de los gentiles. Esta renuncia a la “tentación paternalista” es lo que proyecta el ser de la cristiandad a través de de la humildad paradójica que lo eleva por encima de la hipocresía jactanciosa hacia la grandeza del “amor testimoniado” permitiéndole reconocer el carácter universal de la “filiación divina” esto es, la existencia de una comunidad humana en la que el otro es siempre un “hijo de Dios”. (G. Marcel: 1954; pp. 167-170).