Homenaje a Yadira Calvo. Dedicada del GEFEDI22 Volumen 15. No.18/19. Dic.2010/Julio2011 H omenaje a...

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Volumen 15. No.18/19. Dic.2010/Julio2011 22 H omenaje a Yadira Calvo. Dedicada del GEFEDI Presentación YADIRA CALVO FAJARDO Renombrada escritora costarricense, investigadora y docente. Realizó sus estudios en educación en la Escuela Normal de Heredia y más tarde, filología en la Universidad de Costa Rica. Licenciada en Literatura y Ciencias del Lenguaje. Se ha desempeñado como profesora de la Universidad de Costa Rica, Universidad Nacional y Universidad Autónoma de Centro América. Coordinadora del Foro de la Mujer (Programa Interdisciplinario de Estudios de Género), Universidad de Costa Rica, Presidenta Consejo Académico de Filología, UACA e Integrante del Consejo Directivo de la Editorial Costa Rica. Ha fungido como productora del programa radiofónico Rompiendo el silencio (Radio Universidad de Costa Rica) y colaboradora de La República. (1993-1995) y el Suplemento de La Gaceta (1991). Colaboradora del Servicio de Noticias de la Mujer (SEM) y corresponsal de Fempress (1997- 2000). Entre los principales reconocimientos recibidos son el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en 1990 en la rama de Ensayo, Premio UNA-Palabra en la rama de ensayo por la obra A la mujer por la palabra (1989), Premio a la Superación, otorgado por el Presidente de la República, Rafael Angel Calderón (1991), Mujer Ejemplo de Trabajo, otorgado por APROMUJER (1997). Algunas de sus publicaciones son: La mujer, víctima y cómplice, Literatura, mujer y sexismo, Ángela Acuña, Forjadora de Estrellas, A la mujer por la palabra, Las líneas torcidas del derecho, De diosas a dragones, entre otros. Ha escrito gran cantidad de artículos para revistas y periódicos nacionales e internacionales y su trabajo ha sido galardonado en múltiples oportunidades.

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Volumen 15. No.18/19. Dic.2010/Julio201122

Homenaje a Yadira Calvo. Dedicada del GEFEDI

Presentación

YADIRA CALVO FAJARDO

Renombrada escritora costarricense, investigadora y docente. Realizó sus estudios en educación en la Escuela Normal de Heredia y más tarde, filología en la Universidad de Costa Rica. Licenciada en Literatura y Ciencias del Lenguaje.

Se ha desempeñado como profesora de la Universidad de Costa Rica, Universidad Nacional y Universidad Autónoma de Centro América. Coordinadora del Foro de la Mujer (Programa Interdisciplinario de Estudios de Género), Universidad de Costa Rica, Presidenta Consejo Académico de Filología, UACA e Integrante del Consejo Directivo de la Editorial Costa Rica.

Ha fungido como productora del programa radiofónico Rompiendo el silencio (Radio Universidad de Costa Rica) y colaboradora de La República. (1993-1995) y el Suplemento de La Gaceta (1991). Colaboradora del Servicio de Noticias de la Mujer (SEM) y corresponsal de Fempress (1997-2000).

Entre los principales reconocimientos recibidos son el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en 1990 en la rama de Ensayo, Premio UNA-Palabra en la rama de ensayo por la obra A la mujer por la palabra (1989), Premio a la Superación, otorgado por el Presidente de la República, Rafael Angel Calderón (1991), Mujer Ejemplo de Trabajo, otorgado por APROMUJER (1997).

Algunas de sus publicaciones son: La mujer, víctima y cómplice, Literatura, mujer y sexismo, Ángela Acuña, Forjadora de Estrellas, A la mujer por la palabra, Las líneas torcidas del derecho, De diosas a dragones, entre otros. Ha escrito gran cantidad de artículos para revistas y periódicos nacionales e internacionales y su trabajo ha sido galardonado en múltiples oportunidades.

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Revista Casa de la Mujer Edición especial XX Aniversario23

Discurso de Yadira Calvo. En nombre de todas

Queridas amigas, queridos amigos, estimable público:

Hace muchos años, como en los cuentos de hadas, había en Francia una mujer, viuda prematura y dolorida, que gracias al desgraciado incidente de la viudez temprana, se tuvo que ganar el pan de una manera muy anómala: es decir, con tinta y pluma. Podemos imaginarla sentada frente a un pequeñísimo escritorio de caoba, con un largo traje azul violeta, de manga muy ancha, entallado en la cintura, y arremolinado en pliegues a sus pies. Sobre la cabeza, según la moda de entonces, lleva una toca blanca formando dos triángulos a ambos lados, que parecen alas de mariposa, y dentro de la cabeza lleva lo más importante: todo un alegato a favor de las mujeres, que está terminando, en este momento en que la vemos, tal vez hacia el año 1404. Un libro, uno de los pocos que, producidos por mano y mente femenina, sobrevivió a los siglos: La ciudad de las damas. Unos años antes ha escrito su Epístola al Dios de Amores (1399) y su Dicho de la Rosa (1402), lo que se considera un “rudimentario manifiesto feminista”, y años después escribió una Canción en honor de Juana de Arco. Estoy hablando de Christine de Pisan.

Y he querido hablar de Christine de Pisan, porque aun cuando nunca nos hubiéramos enterado de su existencia, ella, junto con

muchas otras, estaba entonces abriendo el camino hacia un orden diferente. Entre esas otras estaban Teresa de Cartagena, en el siglo XV, monja y muda, autora del primer texto feminista escrito por una mujer española; en el siglo XVII, María de Zayas, la primera novelista ibérica, denunciadora de las injusticias que pesaban sobre las mujeres; y sor Juana Inés en México, la monja jerónima cuya Respuesta a sor Filotea es un valiente y valioso manifiesto feminista; en el siglo XVIII, Olimpia de Gouges, autora

de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, una obra que escribió con el

corazón y pagó con la cabeza; y Mary Wollstonecraft en

Inglaterra, que se atrevió a criticar nada menos que al papá de los tomates: el filósofo Rousseau; en el XIX, Flora Tristán, descendiente de peruanos nacida en Francia, persuadida de que

en todo el mundo las mujeres eran

parias. Y como grupo, en el siglo XVII, habían

surgido las “preciosas” que Molière llamó ridículas, y que

animaron durante algún tiempo, la vida intelectual en los salones de París.

Christine, Teresa, María, Mary, Olimpia, Flora, y las tertulianas francesas, son sólo algunas, las más antiguas y las más significativas roturadoras de la trocha que a tantas de nosotras nos ha permitido llegar aquí.

Lo duro de su tarea se puede deducir de

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la atmósfera que entre finales del siglo XIX y por lo menos el primer tercio del XX, rodeó a las mujeres que se estaban queriendo salir del tiesto. Los hombres de ciencias y de letras, se pusieron muy asustados. Es lógico: estaban pensando en quién les pondría, siempre a su gusto y bajo su jefatura, el plato en la mesa, el hijo en la cuna, y el sexo en la cama. Había que frenarlas de alguna manera. Y empezó la campaña cerrada y sin cuartel.

Los hombres escribían sus soliloquios con las feministas como trasfondo de casi todos los discursos misóginos de la época. Virginia Woolf, que lo sabía, dice, dirigiéndose a sus contemporáneas: ¿Os dais cuenta de que sois quizá el animal más discutido del universo? Pero las mujeres no eran sólo “el animal más discutido” sino el más difamado. En Francia, Proudohn en 1896, manifestó que la mujer era solo “un lugar de incubación”, “órgano inerte por sí mismo y sin finalidad propia”; una inferior física y mental, cuya inferioridad le venía de su no masculinidad.

En España el médico Novoa Santos, en 1908, las llamaba “víctimas del feminismo”, y “producto de la elevada, antinatural y violenta educación” que se pretendía dar a las mujeres”. Ángel Ganivet afirmaba que sería preferible “una nueva invasión de bárbaros y de bárbaras” a que “la mujer de carrera”, llegara a resultar algo frecuente. A su juicio, “puestos en los extremos, es preferible la barbarie a la ridiculez”.

Moebius, en Alemania, juraba que “cuanto mejores son las escuelas […], tanto más inepta se hace la mujer”. Y esta verdad -aclara él- no se puede contradecir “con tanta insolencia como lo hacen las feministas”. Miguel de Unamuno declara que no logra ver “eso del feminismo” “como problema sustantivo y propio”, y

que dicho movimiento “tiene que arrancar del principio de que la mujer gesta, pare y lacta”, lo cual, para él indica que en ella predominan “la vida vegetativa” y el “sistema linfático, y por lo tanto “el sentido práctico”.

En Perú, en 1903, el escritor Clemente Palma hijo del famoso Ricardo Palma, manifestaba que “la inteligencia y la ciencia son una carga muy abrumadora para que pueda ser soportada por una linda cabecita femenina”. Y así sigue y sigue la tira de pensadores pensando, con sus cabezas masculinas (o cabecitas, y en algunos casos cabezotas según todos los indicios), supongo que a veces lindas, pensando, digo, generosamente, en cómo evitarnos la “carga abrumadora” de todos los privilegios de que ellos gozaban y pretendían seguir gozando.

Si por el hilo se saca el ovillo, hasta llegar a donde estamos, las mujeres como grupo hemos tenido que lidiar con una madeja enorme y tenazmente enmarañada para desenredar los hilos ideológicos con que se nos ha querido atar. Por desgracia, algunas de nosotras se creyeron el cuento y se ajustaron a él hasta lo predicaron”. Tal era la autoridad con que se había venido imponiendo.

Pero el hecho es que otras decidieron arriesgarse a la burla y a la descalificación y al vituperio. Christine, Juana, María, Teresa, Mary, Olimpia, Flora, las preciosas y una gran cantidad de mujeres, cuyos nombres tal vez nunca podremos honrar. Y aun así, dieron un paso y tuvieron un peso. Hubo una escritora chilena que vivió parte de su vida en el siglo XIX y parte en el XX. Ella escribió bajo el pseudónimo de Iris y perteneció a una familia de clase alta. Se trata de Inés Echeverría de Larraín, quien nos dejó un testimonio personal del modo en que las mujeres fueron cambiando, cuando nos cuenta, en una obra autobiográfica, cómo ella había permanecido “enclaustrada, cual virgen necia que no supo proveerse a tiempo de aceite

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Revista Casa de la Mujer Edición especial XX Aniversario25

para su lámpara, dentro de un estrecho credo religioso y no sabiendo de amor más que el goce egoísta de dejarse amar. Pero un día “irrumpió” en ella “el Otro”, su “‘Yo’ profundo”. Y entonces, “de dúctil y mimada” se tornó “altiva y enérgica”. Altivas y enérgicas, como ella fueron en América Juana Manso, Magda Portal, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera, Soledad Acosta de Samper, Juana Manuela Gorriti, Ángela Acuña, por recordar sólo algunas de las pioneras que se atrevieron a serlo.

Yo las menciono aquí porque recordar la historia es parte de tener identidad; mirar al pasado nos ayuda a comprender el presente. Apreciar lo que ellas hicieron por nosotras, nos induce a aceptar su legado con orgullo y hacer lo nuestro con humildad y dignidad. Ignorar lo que ellas hicieron o rebajar lo que otras están haciendo hoy, o entrar en rivalidades absurdas, bandos y capillitas, es tan letal como lo es el pensamiento de los patriarcas que nos consideraban flacas de cerebro y débiles de discreción.

Por eso, en nombre de aquellas que nos precedieron, en nombre de las que hoy trabajan por la misma causa, en nombre de las sin nombre, y de las muchas que hoy están realizando su parte en cualquier parte, acepto este homenaje, entendiendo que aun siendo para una, lo es forzosamente para todas.