Holbach - Sistema de la naturaleza

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Paul Henri Thiry Barón De Holbach SISTEMA DE LA NATURALEZA O las leyes del mundo físico y moral Edición Sintetizada Benjamín Figueroa L.

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Síntesis de la extensa obra de Holbach.

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Paul Henri ThiryBarón De Holbach

SISTEMA DELA NATURALEZA

O las leyes del mundo físico y moral

Edición Sintetizada

Benjamín Figueroa L.

Sobre la Selección

La presente selección fue realizada a partir de la lectura personal de la obra Sistema de laNaturaleza (1º Edición, Editorial Laetoli, Junio de 2008), adquirida durante Julio de 2010 yestudiada en Febrero de 2011. La síntesis, sin embargo, fue idealmente estructurada a partir de laelección de ciertos fragmentos de la misma edición, pero finalmente compilada a partir de la ediciónpreparada por José Manuel Bermudo (Editora Nacional, 1982, versión digitalizada). El bosquejobiográfico, por otro lado, fue extraído a partir de la obra El Cristianismo al Descubierto, igualmentede la Editorial Laetoli (primera edición).

El criterio adoptado para recopilar los fragmentos en cuestión se basó en la originalidad manifestadapor los éstos, descartando todo texto repetitivo que expusiese cualquier idea no lo suficientementedesarrollada en profundidad o desarrollada reiteradas veces a lo largo de la obra.

De este modo, he anhelado dejarles a ustedes, curiosos lectores, una versión compacta sobre estevolumen históricamente olvidado, pero que en su tiempo fue una de las más demandadas y, a suvez, censurada. Esta recopilación tiene por objetivo, consecuentemente, promover gratuitamenteaquellos planteamientos abandonados de este intrigante autor, genio y gran compilador de toda laproducción filosófica de la Ilustración, cuyo nombre ya en nuestro tiempo vuelve a circular, perocuyas obras no están al alcance de cualquier bolsillo ni disponible en cualquier librería: como envida D’Holbach no quiso lucrar con la promoción de los novedosos ideales modernos, nosotrosigualmente queremos rendirle homenaje siguiendo esta misma línea de pensamiento.

Benjamín Figueroa L.Octubre de 2012.

Bosquejo Biográfico por Josep Lluís Teodoro.

A pesar de su escaso renombre, Paul Henry Thiry, Barón de Holbach, es uno de los abanderados delateísmo ilustrado. El relativo olvido que pesa sobre su persona no se debe al hecho de que su obrano tuviese una amplia difusión; al contrario, sus libros fueron repetidamente motivo de escándalo ycensura pública, pero Holbach huyó siempre del protagonismo, escondiéndose detrás de unseudónimo o atribuyendo sus escritos a otros autores, y dando su nombre únicamente a obrascientíficas sin relación con el debate filosófico.

Holbach nació en 1723 en Edesheim, en el Palatinado, pero la muerte de su padre lo puso bajo lacustodia de su tío Franz Adam, rico propietario ennoblecido por la corte de Viena y residente enParís. Tras unos años de estudio en Leiden, Holbach se estableció en la capital francesa en 1749, yal cabo de un año contrajo matrimonio con la hija de su prima Basile-Geneviève D’Aîne. Fue unmatrimonio por amor pero marcado por la desgracia, pues en 1754, a los pocos meses de dar a luz asu primer hijo, Basile murió a los 25 años de edad. Cabe pensar que este golpe de la fortuna hizoque el joven Holbach reflexionara sobre la bondad divina y la intervención de la providencia en losasuntos humanos. Ese mismo año, murieron también su tío y su suegro, lo que puso en manos deHolbach una considerable fortuna y le permitió dedicarse enteramente a las cuestiones intelectuales.Desde entonces, su mansión de la rue Saint-Roch y su residencia campestre de Granval seconvirtieron en el referente del pensamiento de su tiempo, por el cual pasaban las figurasintelectuales más importantes de la Ilustración: Diderot, Raynal, Marmontel, Saint-Lambert,D’Alembert, Helvétius, Buffon, Smith, Hume, Franklin, Rousseau, Voltaire, Gibbon, Beccaria,Galiani, Naigeon, Boulanger, entre otros. Las mentes más libres del momento gozaban de laconversación más libre, y al mismo tiempo más instructiva y edificante.

Entre tanta y tan rica vida social, la actividad subversiva del barón de Holbach permaneció siempreoculta; redactor de 376 artículos de la Encyclopédie, Holbach tradujo del alemán una treintena detratados de química, mineralogía y metalurgia que le valieron ser admitido en las Academias deBerlón (1752, Mannheim (1766) y San Petersburgo (1780). Ahora bien, la prohibición de laEncyclopédie a consecuenca del escándalo deatado por la publicación de la obra abiertamenteantirreligiosa de Helvétius De l’esprit, le llevó a desarrollar entre los años 1760 y 1780 una intensaactividad como ensayista filosófico, redactando, traduciendo o editando las principales obras delpensamiento antirreligioso y ateo del momento, y convirtiéndose en el más importante divulgadordel materialismo y el fatalismo filosófico del siglo ilustrado, junto con textos fuertemente críticoscon la concepción absolutista del Estado. Con la ayuda de Diderot y de los hermanos Naigeon,Holbach promovió y financió la aparición clandestina de aproximadamente treinta tratadosantirreligiosos y deístas que por su radicalidad conmovieron la Francia del Antiguo Régimen. Lareacción de las autoridades francesas fue consonante con el ataque que recibían las instituciones, yun decreto del Parlamento de París del 18 de Agosto de 1770 condenó gran parte de los títulospatrocinados por Holbach que fueron quemados por el verdugo en una ceremonia pública.

La obra filosófica de Holbach suscita generalmente dos críticas, la primera concerniente al estilo: elbarón –decían algunos de sus contemporáneos- escribía incorrectamente; su lengua era árida, durasde construcciones, pesado y reiterativo su estilo. La segunda crítica, concerniente al contenido, esmás importante. Al contrario que Rousseau, Montesquieu o Diderot, el barón de Holbach no es unfilósofo mayor de la Ilustración; su pensamiento no destaca por su originalidad, más bien se limita acombinar ideas tomadas de diversas fuentes, pero con unas características que dan valor a su obra:el radicalismo y la sistematicidad. Holbach es un auténtico operador cultural, un dinamizador delpensamiento que sintetiza, aclara y difunde incansablemente una certidumbre filosófica: la idea de

que la religión no sólo no mejora la vida, sino que pone trabas a nuestra felicidad individual y anuestro desempeño social como ciudadanos.

Después de enunciar una física determinista basada en la causa y el efecto necesario, Holbachderiva de esta concepción del mundo natural una ética, en la que destaca una explicación de lanaturaleza humana basada en leyes psicológicas que impulsan al hombre a buscar su felicidad porsu propio interés. La ignorancia de los verdaderos intereses del ser humano no sólo es la causa de lainfelicidad, sino también de la aparición de conceptos absurdos y nocivos tales como las ideasreligiosas. En el análisis de Holbach, la ignorancia más peligrosa es la que atañe a las leyesnaturales: “El desconocimiento de las causas naturales –afirma en su Sistema de la Naturaleza- hacreado a Dios, y la impostura lo ha hecho terrible. El hombre vive infeliz porque está convencidode que Dios lo ha condenado a la desgracia”.

Primera Parte.De la naturaleza.

“Se ha abusado visiblemente de la distinción que con tanta frecuencia se ha hecho entre el hombrefísico y el hombre moral. El hombre es un ser puramente físico; el hombre moral no es más que eseser físico considerado bajo cierto punto de vista, es decir, en relación a algunas de sus maneras deactuar debidas a su organización peculiar, pero esta organización ¿no es la obra de la Naturaleza?Los movimientos o modos de actuar de los que ella es susceptible ¿no son físicos? Sus accionesvisibles, así como los movimientos invisibles animados en su interior, que provienen de su voluntado de su pensamiento, son igualmente efectos naturales, consecuencias necesarias de su propiomecanismo y de los impulsos que recibe de los seres que lo rodean. Todo lo que el espíritu humanoha inventado progresivamente para cambiar o perfeccionar su modo de ser y para hacerlo más feliznunca ha sido más que una consecuencia necesaria de la esencia del hombre y de los seres queactúan sobre él. Todas nuestras intuiciones, nuestras reflexiones y nuestros conocimientos no tienenpor objeto más que procurarnos la felicidad hacia la cual nuestra naturaleza nos inclina sin cesar.Todo lo que hacemos o pensamos, todo lo que somos y lo que seremos no es más que laconsecuencia del modo del que nos ha hecho la Naturaleza universal. Todas nuestras ideas,voluntades y acciones son efectos necesarios de la esencia y de las cualidades que esta Naturalezaha puesto en nosotros y de las circunstancias a las que estamos sometidos y que nos modifican.

La Naturaleza envía al hombre desnudo y desprovisto de ayuda al mundo. A un ser situado porencima de nuestro globo, y que de lo alto de la atmósfera contemplase la especie humana con todossus progresos y sus cambios, los hombres no le parecerían más sumisos a las leyes de la Naturalezacuando vagan desnudos por los bosques buscando su alimento, que cuando viven en sociedadescivilizadas —es decir, enriquecidas con mayor número de experiencias— que han terminado porhundirse en el lujo al inventar día a día mil necesidades nuevas y mil medios de satisfacerlas. Todoslos pasos que damos para modificar nuestro ser no pueden ser considerados más que como una largasucesión de causas y efectos, que no son más que desarrollos de los primeros impulsos que laNaturaleza nos ha dado. Incluso el animal, en virtud de su organización, pasa sucesivamente denecesidades simples a necesidades más complejas, pero que no dejan de ser consecuencia de sunaturaleza. Es así como la mariposa de admirable belleza comienza por ser un huevo inanimado, delque el calor hace surgir un gusano, que llega a ser crisálida, luego se convierte en un insecto aladoque vemos adornarse de los más vivos colores. Una vez ha llegado a esta forma, se reproduce y sepropaga. Al fin, despojado de sus adornos, debe desaparecer luego de haber cumplido la tarea que laNaturaleza le había impuesto y recorrer el círculo de cambio que ha trazado a los seres de suespecie.”

“Todo error es perjudicial; es por haberse equivocado por lo que el género humano se ha vueltodesgraciado. Por desconocer la Naturaleza ha ideado dioses que se han convertido en los únicosobjetos de sus esperanzas y sus temores. Los hombres no han percibido que esta Naturaleza,desprovista tanto de bondad como de malicia, no hace más que seguir leyes necesarias e inmutablesal producir y destruir los seres, al hacer sufrir a aquellos que convirtió en sensibles, al distribuirlesbienes y males, al alterarlos sin cesar. No han advertido que era en la Naturaleza misma, y en suspropias fuerzas, donde el hombre debía intentar satisfacer sus necesidades, buscar los remedioscontra sus penas y los medios para ser feliz. Han esperado estas cosas de seres imaginarios,suponiendo que eran los autores de sus infortunios y placeres. Por consiguiente, es la ignorancia dela Naturaleza la que ha producido estas potencias desconocidas bajo las cuales el género humano hatemblado durante tanto tiempo, así como los cultos supersticiosos que han sido la fuente de todossus males.”

“El Universo, este vasto conglomerado de todo lo que existe, no nos ofrece en todas partes más quemateria y movimiento: su conjunto nos muestra una cadena inmensa e ininterrumpida de causas yefectos. Algunas de estas causas nos son conocidas, porque afectan de manera inmediata nuestrossentidos; otras nos son desconocidas, porque no actúan sobre nosotros más que por efectosfrecuentemente demasiado alejados de sus primeras causas.

Materias muy variadas y combinadas de infinitas maneras reciben y comunican sin cesar diversosmovimientos. Las diferentes propiedades de esas materias, sus diferentes combinaciones, sus modosde actuar tan variados —que son consecuencias necesarias— constituyen para nosotros las esenciasde los seres. De estas esencias diversificadas resultan los diferentes órdenes, rangos o sistemas queesos seres ocupan, cuya suma total constituye lo que llamamos la Naturaleza.

De este modo, la Naturaleza, en el sentido más extenso, es el gran todo que resulta del ensamblajede las diferentes materias, de sus diferentes combinaciones, de los diversos movimientos que vemosen el Universo. La Naturaleza, en el sentido más restringido, o considerada en cada ser, es el todoque resulta de la esencia, es decir, de las propiedades, las combinaciones, los movimientos o losmodos de actuar que lo distinguen de los otros seres. Así, pues, el hombre es un todo que resulta delas combinaciones de ciertas materias dotadas de propiedades particulares, cuya disposición sedenomina organización y cuya esencia es el sentir, el pensar, el actuar; en una palabra, el demoverse de un modo que lo distingue de los otros seres con los que se compara. Según estacomparación, el hombre se coloca en un orden, un sistema, una clase aparte que difiere del de losanimales en los que no ve las mismas propiedades que en él se encuentran.

Los diferentes sistemas de seres o, si se quiere, sus naturalezas particulares, dependen del sistemageneral del gran todo, de la Naturaleza universal de la que forman parte y a la que todo lo que existeestá necesariamente unido.

N.B. Luego de haber fijado el sentido que se debe dar a la palabra Naturaleza, creo mi deberadvertir al lector, de una vez por todas, que cuando en el transcurso de esta obra digo que laNaturaleza produce un efecto, no pretendo en absoluto personificar la Naturaleza, que es un serabstracto; entiendo que el efecto del que se habla es el resultado necesario de las propiedades dealgunos de los seres que componen el gran conjunto que vemos. Así, pues, cuando digo «laNaturaleza quiere que el hombre trabaje para su felicidad», es para evitar los circunloquios y lasrepeticiones; y entiendo por ello que se trata de la esencia de un ser que siente, piensa, quiere yactúa, que trabaja para su felicidad. En fin, llamo Natural a lo que es conforme a la esencia de lascosas o a las leyes que la Naturaleza prescribe a todos los seres que contiene, en los órdenesdistintos que esos seres ocupan y en las diferentes circunstancias por las que están obligadas apasar. Así, la salud es natural al hombre en un cierto estado y la enfermedad es un estado naturalpara él en otras circunstancias; la muerte es un estado natural del cuerpo privado de algunas de lascosas necesarias para su conservación, para la existencia del animal, etc. Por ESENCIA entiendo loque constituye a un ser tal como es, la suma de sus propiedades o de sus cualidades de acuerdo conlas cuales existe y actúa tal como lo hace. Cuando se dice que el caer es la esencia de la piedra, escomo si se dijera que la caída es un efecto necesario de su peso, de su densidad, de la relación entresus partes, de los elementos de los que está compuesto. En una palabra, la esencia de un ser es sunaturaleza individual y particular.”

Del movimiento y su origen.

“El movimiento es un esfuerzo mediante el cual un cuerpo cambia o tiende a cambiar de lugar, esdecir, a corresponder sucesivamente a diferentes partes del espacio, o bien a cambiar de distancia enrelación a los demás cuerpos. Es sólo el movimiento el que establece las relaciones entre nuestros

órganos y los seres que están dentro y fuera de nosotros; no es más que por los movimientos queesos seres nos imprimen, por los que conocemos su existencia, juzgamos sus propiedades,distinguimos unos de otros y los distribuimos en clases diferentes.

Los seres, las sustancias o los diferentes cuerpos que constituyen el conjunto de laNaturaleza, siendo efectos de ciertas combinaciones o causas, se convierten a su vez en causas. Unacausa es un ser que pone a otro en movimiento o que produce cualquier cambio en él. El efecto es elcambio que un cuerpo produce en otro con la ayuda del movimiento.”

“Nuestros sentidos muestran en general dos tipos de movimientos en los seres que nos rodean. Elprimero es un movimiento de conjunto por el cual un cuerpo entero se traslada de un lugar a otro;este tipo de movimiento es perceptible para todos. Es así que vemos caer una piedra, rodar una bola,moverse o cambiar de posición un brazo. El otro, es un movimiento interno y oculto, que dependede la energía propia del cuerpo, es decir, de la esencia, de la combinación, acción y reacción demoléculas imperceptibles de materia que componen el cuerpo. Este movimiento no está a la vista;no lo conocemos más que por las alteraciones o cambios que notamos, al cabo de cierto tiempo,sobre los cuerpos o las mezclas. De este género son los ocultos movimientos que la fermentaciónaplica a las moléculas dispersas y separadas de la harina para que, una vez ligadas, formen unamasa total que llamamos pan. De este tipo son también los movimientos imperceptibles por loscuales vemos a una planta o a un animal crecer, fortalecerse, alterarse y adquirir nuevas cualidades,sin que nuestros ojos hayan sido capaces de seguir los movimientos progresivos de las causas quehan producido esos efectos. Finalmente, también son de este tipo los movimientos internos quetienen lugar en el hombre y que hemos llamado sus facultades intelectuales, sus pensamientos, suspasiones, sus voluntades y de las cuales no podemos juzgar más que por las acciones, es decir, porlos efectos sensibles que las acompañan o siguen. Así, pues, si vemos huir a un hombre, juzgamosque está interiormente agitado por la pasión del temor, etc.

Los movimientos, ya sean ocultos o visibles, se laman adquiridos cuando son impresos a un cuerpopor una causa exterior o por una fuerza existente fuera de él y que nuestros sentidos nos hacenpercibir; así, llamamos adquirido al movimiento provocado por el viento en las velas de un barco.Llamamos espontáneos a los movimientos suscitados en un cuerpo que encierra en sí mismo lacausa de los cambios operados en él; decimos entonces que actúa y se mueve por su propia energía.De esta especie son los movimientos del hombre cuando anda, habla y piensa. Sin embargo,mirando la cosa más de cerca, nos convencemos de que, hablando con propiedad, no haymovimientos espontáneos en los diferentes cuerpos de la naturaleza, dado que actúancontinuamente los unos sobre los otros, y que todos sus cambios se deben a causas —sean visibles uocultas— que los mueven. La voluntad del hombre es movida o determinada secretamente porcausas exteriores que producen un cambio en él; creemos que se mueve por sí misma porque novemos la causa que la determina, ni la manera en que actúa, ni el órgano que la pone en acción.

Cualquiera que sea la naturaleza de los movimientos de los seres, siempre son consecuencianecesaria de sus esencias o de las propiedades que los constituyen y de aquellas causas cuya acciónexperimentan. Cada ser actúa y se mueve de una manera particular, es decir, según leyes quedependen de su propia esencia, de su propia combinación, de su propia naturaleza y, en una solapalabra, de su propia energía y de la energía de los cuerpos de los que recibe el impulso. Es esto loque constituye las leyes invariables del movimiento. Digo invariables, porque no podrían cambiarsin que hubiese un trastorno en la esencia misma de los seres. Así es que un cuerpo pesado debenecesariamente caer, si no encuentra un obstáculo adecuado para detener su caída. Así es que un sersensible debe necesariamente buscar el placer y huir del dolor. Así es que la materia del fuego debenecesariamente quemar e iluminar.”

“La comunicación del movimiento, o el paso de la acción de un cuerpo a otro, se efectúa tambiénsegún leyes ciertas y necesarias. Un ser puede comunicar movimiento sólo en función de lasrelaciones de semejanza, de conformidad, de analogía o de los puntos de contacto con otros seres.El fuego no se extiende más que cuando encuentra materias que contienen principios análogos a lossuyos; se apaga, cuando encuentra cuerpos que no puede abrasar, es decir, que no tienen una ciertarelación con él.”

“La mayor parte de los físicos no parece haber reflexionado lo suficiente acerca de lo que se hallamado el nisus, es decir, las fuerzas continuas que aplican unos a otros los cuerpos que parecengozar de reposo. Una piedra de quinientas libras nos parece estar en estado de reposo sobre la tierra;sin embargo, no cesa ni un instante de pesar con fuerza sobre la tierra que le resiste o que la empujaa su vez. ¿Podría decirse que la piedra y la tierra no actúan en absoluto? Para desengañarse bastaríacon interponer la mano entre la piedra y la tierra; entonces se reconocería que esta piedra tiene, apesar del reposo del que parece gozar, la fuerza de rompernos la mano. Un cuerpo que experimentaun impulso, una atracción o cualquier presión a los que resiste, nos muestra que reacciona por estaresistencia misma; de ahí que existe una fuerza oculta (vis inertise) que se despliega contra otrafuerza, probando claramente que la fuerza de inercia es capaz de actuar y actúa efectivamente. Enfin, se percibirá que las fuerzas que se llaman muertas y las que se llaman vivas o movientes sonfuerzas de la misma especie que se despliegan de un modo diferente.”

“Una observación meditada nos convence de que todo en la Naturaleza está en continuomovimiento, que ninguna de sus partes está en verdadero reposo y, en fin, que la Naturaleza es untodo actuante, que dejaría de ser naturaleza si no actuase y que nada podría producirse, niconservarse, sin movimiento. Así, pues, la idea de naturaleza contiene necesariamente la idea demovimiento. Pero entonces se nos preguntará: ¿de dónde la Naturaleza ha recibido su movimiento?Respondemos que de ella misma, ya que es el gran todo fuera del cual, en consecuencia, nada puedeexistir. El movimiento es un modo de ser que resulta necesariamente de la esencia de la materia;ésta se mueve por su propia energía; sus movimientos se deben a las fuerzas que le son inherentes;la variedad de sus movimientos y de los fenómenos que resultan de ello provienen de la diversidadde propiedades, cualidades, combinaciones que se encuentran originariamente en las diferentesmaterias primitivas, de las cuales la Naturaleza es el conjunto.”

“Al suponer forzosamente que la materia existe, se debe suponer que posee cualidades de las cualesse derivan necesariamente movimientos y modos de actuar determinados por estas cualidades. Paraconstituir el universo, Descartes no pedía más que materia y movimiento. Una materia variada leera suficiente ya que los diversos movimientos son consecuencias de su existencia, de su esencia yde sus propiedades. Los diferentes modos de actuar son consecuencias necesarias de los diferentesmodos de ser. Una materia sin propiedades es una pura nada. Por consiguiente, puesto que lamateria existe, debe actuar; puesto que es diversa, debe actuar de diversos modos; puesto que no hapodido comenzar a existir, existe desde siempre y no cesará jamás de ser y actuar por su propiaenergía, y el movimiento es un modo que deriva de su propia existencia.”

De las leyes de movimiento comunes a todos los seres de la naturaleza. De la atracción y larepulsión, la fuerza de inercia y la necesidad.

“Cualesquiera que sean la naturaleza y las combinaciones de los seres, sus movimientos siempreposeen una dirección o tendencia: sin dirección, no podemos hacernos una idea del movimiento.Esta dirección es regulada por las propiedades de cada ser: en cuanto tiene ciertas propiedades,actúa con necesidad, es decir, sigue la ley invariable y constituyen su facultad de actuar, que essiempre una consecuencia de su manera de existir. Pero ¿cuál es la dirección o tendencia general ycomún que vemos en todos los seres? ¿Cuál es el objetivo visible y conocido de todos sus

movimientos? Es el de conservar su existencia actual, perseverar en ella, fortalecerla, atraer lo quele es favorable, rechazar lo que le puede dañar, resistir a los impulsos contrarios a su modo de ser ya su tendencia natural.

Existir es experimentar los movimientos propios de una determinada esencia. Conservarse es dar yrecibir movimientos de los cuales resulta el mantenimiento de la existencia, es atraer las materiasque corroboren su ser, es apartar las que pueden debilitar o dañarlo. De este modo, todos los seresque conocemos tienden a conservarse cada cual a su manera. La piedra, mediante la fuerte adhesiónde sus partes, opone resistencia a la destrucción. Los seres organizados se conservan por mediosmás complicados, pero que son adecuados para mantener sus existencias contra lo que podríadañarles. El hombre, tanto físico como moral, ser viviente, sensible, pensante y actuante no tiendeen cada instante de su vida más que a procurarse lo que le gusta o lo que está conforme con su ser, yse esfuerza por apartar de sí todo lo que lo puede dañar.

La conservación es, entonces, la meta común hacia la cual parecen continuamente dirigidas lasenergías, las fuerzas y las facultades de los seres. Los físicos han llamado a esta tendencia odirección gravitación sobre sí. Newton le llama fuerza de inercia. Losmoralistas le han llamado en el hombre amor de sí, que no es más que la tendencia a conservarse, eldeseo de felicidad, el gusto por el bienestar y el placer, la rapidez en coger todo lo que parecefavorable a su ser y la marcada aversión por cuanto lo perturba y amenaza. Son sentimientosprimarios y comunes a todos los seres de la especie humana, que todas sus facultades se esfuerzanpor satisfacer y que todas sus pasiones, sus voluntades, sus acciones tienen continuamente porobjeto y por fin. Esta gravitación sobre sí es una disposición necesaria para el hombre y para todoslos seres que, por diversos medios, tienden a perseverar en la existencia que han recibido mientrasnada perturba el orden de su máquina o su tendencia primitiva.

Toda causa produce un efecto; no puede haber efecto sin causa. Todo impulso es seguido por algúnmovimiento más o menos perceptible, por algún cambio más o menos notable en el cuerpo que larecibe. Pero todos los movimientos y todos los modos de actuar están determinados, como lo hemosvisto, por sus naturalezas, esencias, propiedades y combinaciones. Por lo tanto, se debe concluir quetodos los movimientos o todos los modos de actuar de los seres (puesto que se deben a algunascausas y que esas causas no pueden actuar ni moverse más que según su modo de ser o suspropiedades esenciales), repito, se debe concluir que todos los fenómenos son necesarios y que cadaser de la Naturaleza en ciertas circunstancias determinadas y con propiedades dadas no puede actuarde modo distinto del que actúa.

La necesidad es el lazo infalible y constante entre las causas y sus efectos. El fuego quemanecesariamente las materias combustibles que están situadas en su esfera de acción. El hombredesea necesariamente lo que eso parece ser útil para su bienestar. La Naturaleza, en todos susfenómenos, actúa necesariamente según su propia esencia. Todos los seres que contiene actúannecesaria mente según sus esencias particulares. Es por medio del movimiento cómo el todo serelaciona con sus partes y éstas con el todo. De este modo, todo está relacionado en el universo.Este no es más que una cadena inmensa de causas y efectos, que derivan unos de otros sin cesar.Por poco que reflexionemos, estaremos obligados a reconocer que todo lo que vemos es necesario,o sea, no puede ser distinto de lo que es; que todos los seres que percibimos, así como los que sesustraen a nuestra mirada, actúan mediante ciertas leyes. Según estas leyes, los cuerpos graves caeny los cuerpos ligeros se elevan; las sustancias análogas se atraen y todos los seres tienden aconservarse; el hombre se quiere a sí mismo y quiere todo lo que le es ventajoso tan pronto como loconoce y odia lo que puede resultarle desfavorable. Por fin, estamos obligados a reconocer que nopuede haber energía independiente, causa aislada, ni acción suelta en una Naturaleza en la que todos

los seres actúan unos sobre otros sin interrupción y que no es más que un círculo eterno demovimientos dados y recibidos según leyes necesarias.”

“Si todo en la Naturaleza está enlazado, si todos los movimientos nacen unos de otros, aunque sussecretas comunicaciones se sustraigan frecuentemente a nuestra mirada, debemos estar seguros deque no existe causa, por muy pequeña y lejana que sea, que no produzca a veces los más grandes ymás inmediatos efectos sobre nosotros mismos. Tal vez es en las áridas planicies de Libia donde seacumulan los primeros elementos de una tormenta que, llevada por el viento, vendrá sobre nosotros,volverá pesada nuestra atmósfera, influirá sobre el temperamento y las pasiones de un hombre quelas circunstancias capacitan para influir sobre muchos otros y que decidirá, según sus voluntades, lasuerte de muchas naciones.”

“El movimiento comunicado y recibido poco a poco establece las uniones y relaciones entre losdiferentes sistemas de seres. La atracción los aproxima, cuando están en sus recíprocas esferas deacción; la repulsión los disuelve y los separa. La primera los conserva y fortalece, la segunda losdebilita y destruye. Una vez combinados, tienden a permanecer en su modo de existir, en virtud desu fuerza de inercia; pero no pueden triunfar puesto que están bajo la influencia continua de todoslos otros seres que actúan sucesiva y perpetuamente sobre ellos. Sus cambios de forma y susdisoluciones son necesarios para la vida, para la conservación de la Naturaleza hacia la cual tiendensin cesar; ésta es la única meta que podemos asignarle y que sigue sin interrumpirse ni por ladestrucción, ni por la reproducción de los seres subordinados, obligados a seguir sus leyes y acolaborar a su manera en la conservación de la existencia activa, esencial para el gran todo.”

Del orden y del desorden, de la inteligencia, del azar.

“La visión de los movimientos necesarios, periódicos y regulares que suceden en el universo dioorigen en el espíritu de los hombres a la idea del orden. Esta palabra, en su sentido primitivo, norepresenta más que un modo de enfocar y percibir con facilidad tanto el conjunto como lasdiferentes relaciones de un todo en cuyo modo de ser encontramos una cierta concordancia con elnuestro. El hombre, extendiendo esta idea, ha trasladado al universo sus propios modos de enfocarlas cosas. Ha supuesto que existían realmente en la Naturaleza relaciones y concordancias talescomo las que había designado con el nombre de orden y, en consecuencia, ha dado el nombre dedesorden a todas las relaciones que no le parecían estar conformes con las primeras.

Es fácil desde estas ideas de orden y desorden llegar a la conclusión de que no pueden existirrealmente en una Naturaleza en la que todo es necesario, que sigue leyes constantes y que obliga atodos los seres a cumplir, en cada instante de su duración, las reglas que derivan de sus propiasexistencias. Por lo tanto, sólo en nuestro espíritu está el modelo de lo que llamamos orden odesorden; como todas las ideas arbitrarias y metafísicas, no supone nada fuera de nosotros. En unapalabra, el orden nunca será más que la facultad de coordinarnos con los seres que nos rodean o conel todo del que formamos parte.

Sin embargo, si se quiere aplicar la idea de un orden a la Naturaleza, este orden no puede ser másque una sucesión de acciones y de movimientos que según nuestro juicio concurrirían a un fincomún. Así, pues, en un cuerpo que se mueve, el orden es la serie, la cadena de acciones o demovientes propios que lo constituyen como tal y lo mantienen en su existencia actual. El orden,respecto a la Naturaleza entera, es la cadena de causas y de efectos necesarios para su existenciaactiva y para el mantenimiento de su conjunto eterno, Pero, como se ha probado en el capítuloprecedente, todos los seres particulares, cualesquiera sea su rango, están obligados a concurrir a estafinalidad. De donde se deduce forzosamente que lo que llamamos orden de la Naturaleza nuncapuede ser más que un modo de enfocar la necesidad de las cosas a la que está sometido todo lo que

conocemos. Lo que llamamos desorden no es más que un término relativo para designar lasacciones o movimientos necesarios, por los que los seres particulares son necesariamente alteradosy perturbados en su modo de existir instantáneo y obligados a cambiar de modo de actuar. Peroninguna de esas acciones o de estos movimientos pueden, ni por un momento, contradecir operturbar el orden general de la Naturaleza a la que todos los seres deben sus existencias, suspropiedades y movimientos particulares. El desorden para un ser nunca es más que su pasaje a unnuevo orden, a un nuevo modo de existir, que implica necesariamente una nueva sucesión deacciones y de movimientos diferentes de los que era anteriormente capaz de realizar.

Lo que llamamos orden en la Naturaleza es un modo de ser o una disposición rigurosamentenecesaria de sus partes. En cualquier otro conjunto de causas y de efectos, de fuerzas o de universosque no fuera el que vemos, en cualquier otro sistema de materias que fuera posible, también seestablecería necesaria mente alguna ordenación. Imaginad las sustancias más heterogéneas y másdiscordantes puestas en acción y reunidas; por un encadenamiento de fenómenos necesarios, seformaría entre ellos algún orden total. Pues he aquí la verdadera noción de una propiedad, que sepuede definir como una aptitud para constituir un ser tal como es en sí mismo y tal como es en eltodo del que forma parte.

Repito, pues, el orden no es más que la necesidad desde la perspectiva de la sucesión de acciones ola cadena de causas y efectos que ella produce en el universo. ¿Qué es, efectivamente, el orden ennuestro sistema planetario, el único acerca del que tenemos alguna idea, sino la sucesión defenómenos que se producen conforme a leyes necesarias según las cuales vemos actuar los cuerposque lo componen? Como consecuencia de estas leyes, el Sol ocupa el centro, los planetas gravitanen torno a él y describen a su alrededor, en tiempos regulados, continuas revoluciones. Los satélitesde estos mismos planetas gravitan en torno al que está en el centro de su esfera de acción ydescriben alrededor de él sus rutas periódicas. Uno de estos planetas, la tierra que habitamos, davueltas alrededor de sí misma y, por las diferentes caras que la revolución anual le obliga a ofreceral sol, experimenta variaciones regulares que llamamos estaciones. Como consecuencia necesariade la acción del Sol sobre las diferentes partes de nuestro globo, todas sus produccionesexperimentan vicisitudes: las plantas, los animales y los hombres están durante el invierno en unaespecie de letargo; en primavera todos los seres parecen reanimarse y salir de un largo sueño. Enuna palabra, el modo en que la tierra recibe los rayos del sol influye sobre todas sus producciones;los rayos oblicuos no actúan del mismo modo que los rayos que caen perpendicularmente; superiódica ausencia, causada por la revolución de nuestro globo sobre sí mismo, produce el día y lanoche. En todo esto no vemos más que efectos necesarios, fundados sobre la esencia de las cosas y,mientras éstas permanezcan las mismas no podrán jamás contradecirse. Todos estos efectos sedeben a la gravitación, la atracción, la fuerza centrífuga, etc.

Por otro lado, este orden que admiramos como un efecto sobrenatural a veces se perturba y seconvierte en desorden; pero hasta este desorden es siempre consecuencia de las leyes de laNaturaleza, siendo necesario que algunas de sus partes se alteren en su curso ordinario para laconservación del todo. Así, pues, inopinadamente aparecen cometas ante nuestros ojossorprendidos; sus cursos excéntricos perturban la tranquilidad de nuestro sistema planetario;provocan terror en el vulgo, para el que todo es maravilla; y hasta el físico conjetura que antañoestos cometas habrían trastocado la faz de la tierra y causado las más grandes revoluciones sobre lamisma. Independientemente de estos extraordinarios desórdenes existen otros más comunes a losque estamos expuestos. A veces los elementos en discordia parecen disputarse el dominio denuestro mundo: el mar se desborda, la sólida tierra se estremece, los montes se incendian, lasepidemias destruyen hombres y animales, la improductividad asola los campos. Entonces losmortales, asustados, llaman al orden a voz en grito y levantan sus manos temblorosas hacia el serque creen es el autor, mientras que estos desórdenes desoladores son efectos necesarios producidos

por causas naturales que actúan según leyes fijas, determinadas por sus propias esencias y por laesencia universal de una Naturaleza en la que todo debe alterarse, moverse, disolverse, y donde loque llamamos orden debe ser a veces perturbado y cambiado en un nuevo modo de ser que paranosotros es desorden. El orden y el desorden de la Naturaleza no existen. Encontramos orden entodo lo que está conforme a nuestro ser y desorden en todo lo que le es opuesto. Sin embargo, todoestá en orden en una Naturaleza en la que todas las partes nunca pueden apartarse de las reglasseguras y necesarias que derivan de las esencias que han recibido. No hay ningún desorden en untodo para la conservación del cual el desorden es necesario, cuyo curso general jamás se puedeperturbar y donde todos los efectos son consecuencias de causas naturales que actúan de modoinfalible.

Por consiguiente, tampoco puede haber ni monstruos, ni prodigios, ni maravillas, ni milagros en laNaturaleza. Lo que llamamos monstruos son combinaciones con las que nuestros ojos no estánfamiliarizados y no por ello son efectos menos necesarios. Lo que llamamos prodigios, maravillas yefectos sobrenaturales son fenómenos de la Naturaleza cuyos principios y modos de actuarignoramos y que, por desconocer sus causas verdaderas, los atribuimos locamente a causas ficticiasque, al igual que la idea de orden, no existen más que en nosotros mismos; en cambio, los situamosfuera de la Naturaleza, más allá de la cual nada puede existir.

En cuanto a lo que se llaman milagros, es decir, efectos contrarios a las leyes inmutables de laNaturaleza, se ve que tales obras son imposibles y que nada podría suspender ni por un instante elcurso necesario de los seres sin que la Naturaleza entera se detuviera y fuese perturbada en sutendencia. No existen maravillas ni milagros en la Naturaleza más que para aquellos que no la hanestudiado suficientemente o que no perciben que estas leyes no pueden desmentirse, ni siquiera ensus menores detalles, sin que el todo sea aniquilado o al menos cambie de esencia y de modo deexistir.

El orden y el desorden no son entonces más que palabras con las que designamos estados en loscuales se encuentran seres particulares. Un ser está en orden cuando todos sus movimientoscontribuyen al mantenimiento de su existencia actual y favorecen su tendencia a la conservación.Está en desorden cuando las causas que lo mueven perturban o destruyen la armonía o el equilibrionecesarios para la conservación de su estado actual. Sin embargo, el desorden en un ser no es, comose ha visto, más que su paso a un nuevo orden. Cuanto más rápido es este paso, mayor es eldesorden que experimenta. Lo que conduce el hombre a la muerte es, para él, el mayor de losdesórdenes; no obstante, la muerte no es para el hombre más que un paso a un nuevo modo deexistencia: está en el orden de la Naturaleza.

Decimos que el cuerpo humano está en orden cuando las diferentes partes que lo componen actúande modo que su resultado es la conservación del todo, que es el fin de su existencia actual. Decimosque es saludable cuando los sólidos y los fluidos de su cuerpo contribuyen a este fin y se ayudanmutuamente para alcanzarlo. Decimos que este cuerpo está en desorden tan pronto como sutendencia es perturbada, cuando algunas de sus partes cesan de contribuir a su conservación y decumplir sus funciones. Es lo que sucede en el estado de enfermedad, en el cual los movimientos quese agitan en la máquina humana son, sin embargo, igual de necesarios, regulados por leyes tanciertas, tan naturales, tan invariables como aquellos cuya participación produce la salud: laenfermedad no hace más que producir en él una nueva secuencia, un nuevo orden de movimientos yde cosas. Al morir el hombre —cosa que, para él, parece ser el mayor de los desórdenes— sucuerpo ya no es el mismo, sus partes no contribuyen al mismo fin, su sangre ya no circula, elhombre ya no siente, ya no tiene ideas, ya no piensa, ni desea; la muerte es el momento del cese desu existencia humana. Su máquina se convierte en una masa inanimada por la sustracción de losprincipios que la hadan actuar de un modo determinado. Su tendencia ha cambiado y todos los

movimientos de sus vestigios contribuyen a una nueva finalidad. A aquellos movimientos cuyoorden y armonía producían la vida, los sentimientos, el pensamiento, las pasiones y la salud, lessuceden una secuencia de movimientos de otro género, que se efectúan según leyes tan necesariascomo las primeras. Todas las partes del hombre muerto contribuyen a producir lo que se llamadisolución, fermentación, podredumbre; y estos nuevos modos de ser y de actuar son tan naturalesal hombre reducido a este estado como naturales le eran al hombre vivo la sensibilidad, elpensamiento, el movimiento periódico de la sangre, etc. Al cambiar su esencia y su modo de actuar,el hombre ya no puede ser el mismo. A los movimientos regulados y necesarios que contribuían aproducir lo que llamamos vida, les suceden determinados movimientos que contribuyen a ladisolución del cadáver, la dispersión de sus partes, la formación de nuevas combinaciones de donderesultan nuevos seres —lo que está, como acabamos de ver, en el orden inmutable de unaNaturaleza siempre activa.”

“Llamamos inteligentes a los seres organizados del mismo modo que nosotros y a los que vemosposeer las facultades de conservarse, de mantener el orden que les conviene, de utilizar los mediosnecesarios para alcanzar este fin y que tienen también consciencia de sus propios movimientos. Deahí se deduce que la facultad que llamamos inteligencia consiste en el poder, por parte del ser al quese lo atribuimos, de actuar conforme a un fin que conocemos. Consideramos como privados deinteligencia a los seres en los que no encontramos ni una conformación, ni facultades, ni órganoscomo los nuestros; en una palabra, aquellos cuya esencia, energía y fin desconocemos y,consecuentemente, ignoramos el orden que les conviene. El todo no puede tener un fin puesto quenada existe fuera de él hacia el cual pueda tender; las partes que contiene sí tienen un fin. Puestoque extraemos de nosotros mismos la idea de orden, también extraemos de nosotros mismos la ideade inteligencia. La negamos a todos los seres que no actúan del mismo modo que nosotros; laotorgamos a todos aquellos que suponemos que actúan como nosotros. Llamamos a éstos agensintelligens y decimos que los otros son causas ciegas, agentes ininteligentes que actúan al azar,palabra vacía que oponemos siempre a la de inteligencia sin relacionarla con una idea precisa.

En efecto, atribuimos al azar todos los efectos cuando no vemos la relación que los unen con suscausas. De este modo, utilizamos la palabra azar para ocultar nuestra ignorancia de la causa naturalque produce los efectos que vemos, a través de medios de los que no tenemos ni idea, o que actúade tal manera que no vemos en ella ni orden, ni sistema de acciones similares a las nuestras. Tanpronto como vemos o creemos ver algún orden, lo atribuimos a una inteligencia, cualidad quetomamos de nosotros mismos y de nuestro propio modo de ser afectados y de actuar.

Un ser inteligente es un ser que piensa, quiere y actúa para alcanzar un fin. Ahora bien, para pensar,querer y actuar a nuestro modo es necesario tener una finalidad y unos órganos parecidos a losnuestros. Por consiguiente, decir que la Naturaleza está gobernada por una inteligencia es pretenderque está gobernada por un ser provisto de órganos, visto que sin órganos no puede tener nipercepción, ni idea, ni intuición, ni pensamiento, ni voluntad, ni plan, ni acción.”

“Nos dirán, sin duda, que la Naturaleza que contiene y produce seres inteligentes o bien debe serella misma inteligente, o bien debe estar gobernada por una causa inteligente. Responderemos quela inteligencia es una facultad de los seres organizados, es decir, constituidos y combinados de unmodo determinado, de donde resultan ciertos modos de actuar que designamos bajo nombresparticulares, según los diferentes efectos que esos seres producen. El vino no posee las cualidadesque llamamos espíritu y coraje; sin embargo, las otorga algunas veces a hombres que creíamosdesprovistos por completo de ellas. No podemos llamar a la Naturaleza inteligente en el mismosentido que a algunos de los seres que contiene; pero ella puede producir seres inteligentes,reuniendo materias para formar cuerpos, organizados de un modo particular; de ahí que la facultadque llamamos inteligencia y los modos de actuar sean consecuencias necesarias de esta propiedad.

Repito: para tener inteligencia, fines y visiones, para tener ideas, hay que tener órgano s y sentidos,cosa que no puede decirse ni de la Naturaleza, ni de la causa que supuestamente preside susmovimientos. En fin, la experiencia nos demuestra que las materias que consideramos inertes ymuertas adquieren acción, inteligencia y vida cuando son combinadas de ciertos modos.”

Del hombre, de su distinción en hombre físico y hombre moral, de su origen.

“Los seres de la especie humana, así como todos los demás, son capaces de dos tipos demovimientos: unos son movimientos de masa por los que el cuerpo entero o algunas de sus partesson visiblemente trasladados de un lugar a otro; los otros son movimientos internos y ocultos de loscuales algunos son perceptibles para nosotros, mientras que otros se efectúan sin que nos demoscuenta y no se dejan adivinar más que por los efectos que producen afuera. En una máquinacompleja compuesta por un gran número de materias, variada en cuanto a sus propiedades,proporciones y modos de actuar, los movimientos llegan a ser necesariamente muy complicados;tanto su lentitud como su rapidez los sustraen a menudo de la observación, incluso de la de aquel enel que tienen lugar.

No nos sorprendamos entonces por el hecho de que el hombre haya encontrado tantos obstáculos alquerer darse cuenta de su ser y de su modo de actuar, y de que haya imaginado hipótesis tanextrañas para explicar los juegos ocultos de su máquina, cuyo movimiento le parece tan diferentes alos que tienen los demás seres de la Naturaleza. Ha tenido razón al observar que su cuerpo y susdiferentes partes actuaban; pero, a menudo, no ha podido ver lo que les conducía a la acción. Hacreído entonces contener en sí mismo un principio motor, distinto de su máquina, que dabasecretamente el impulso a sus resortes, que se movía por su propia energía y actuaba según leyestotalmente diferentes de las que regulan los movimientos de todos los demás seres. Ha tenidoconciencia de ciertos movimientos internos que actuaban en él. Pero ¿cómo concebir que estosmovimientos invisibles puedan a veces producir efectos tan impresionantes? ¿Cómo entender queuna idea fugaz, que un acto imperceptible del pensamiento puedan a veces trastornar y desordenartodo su ser? En una palabra, ha creído percibir en sí una sustancia distinta de sí, dotada de unasecreta fuerza y a la cual supuso características completamente diferentes de las de las causasvisibles que actuaban sobre sus órganos y de las de estos mismos órganos. No ha prestado atenciónal hecho de que la causa primera que hace que una piedra caiga o que su brazo se mueva podía sertan difícil de concebir o de explicar como el del movimiento interno cuyos efectos son elpensamiento y la voluntad. Así, pues, al no meditar sobre la Naturaleza, al no considerarla desde losverdaderos puntos de vista, al no notar la conformidad y la simultaneidad de los movimientos deeste pretendido motor y de los de su cuerpo y sus órganos materiales, ha juzgado no solamente queera un ser aparte, sino también que tenía una naturaleza diferente de todos los seres de laNaturaleza, una esencia más simple y que no tenía nada en común con todo lo que veía.

De ahí se han derivado, sucesivamente, las nociones de espiritualidad, de inmaterialidad, deinmortalidad y todas las palabras vagas que se han inventado poco a poco, a fuerza de sutilezas,para subrayar los atributos de la sustancia desconocida que el hombre creía contener en sí mismo yque juzgaba ser el principio oculto de sus acciones visibles. Para coronar las inciertas conjeturasacerca de esta fuerza motriz, ha supuesto que, al ser diferente a todos los demás seres y al cuerpoque le servía de envoltura, no debía estar sometida, como ellos, a la disolución, ya que su perfectasimplicidad le impedía descomponerse o cambiar de forma; en una palabra, ya que estaba por suesencia exenta de las revoluciones a las que se veía sujeto el cuerpo, así como todos los serescompuestos que llenan la Naturaleza.”

“Tras haber supuesto gratuitamente dos sustancias distintas en el hombre, se ha pretendido, comohemos visto, que la que actuaba invisiblemente dentro de él era esencialmente diferente de la que

actuaba fuera de él; se designó a la primera, como hemos dicho, con el nombre de espíritu o dealma. ¿Pero qué es un espíritu? Los modernos responden que el fruto de todas sus investigacionesmetafísicas se ha limitado a enseñarles que lo que hace actuar al hombre es una sustancia de unanaturaleza desconocida, tan simple, tan indivisible, inextensa, invisible e imposible de captar por lossentidos, que sus partes no pueden separarse ni por abstracción, ni por el pensamiento. Pero ¿cómoconcebir semejante sustancia que no es más que la negación de todo lo que conocemos?¿Cómo hacerse una idea de sustancia privada de extensión y que, sin embargo, actúa sobre nuestrossentidos, es decir, sobre órganos materiales que son extensos? ¿Cómo un ser inextenso puede sermóvil y poner la materia en movimiento? ¿Cómo una sustancia desprovista de partes puedecorresponder sucesivamente a diferentes partes del espacio?

En efecto, como reconoce todo el mundo, el movimiento es el cambio sucesivo de las relaciones deun cuerpo con diferentes puntos de un lugar o del espacio o con otros cuerpos. Si lo que se llamaespíritu es susceptible de recibir o comunicar movimiento, si actúa y si pone en movimiento losórganos de su cuerpo para producir estos efectos, es necesario que este ser cambie sucesivamentesus relaciones, su tendencia, su correspondencia y la posición de sus partes en relación a diferentespuntos del espacio o en relación a los diferentes órganos del cuerpo que lo pone en acción. Pero,para cambiar sus relaciones con el espacio y los órganos a los que mueve, es necesario que esteespíritu tenga extensión, solidez y, en consecuencia, partes distintas. Una sustancia que tiene estascualidades es lo que llamamos materia y no puede ser considerada como un ser simple en el sentidoque le dan los modernos58.

De este modo, aquellos que han supuesto que existía en el hombre una sustancia inmaterial distintade su cuerpo, no se han entendido ni a sí mismos y solamente han imaginado una cualidad negativasin tener de ella una idea verdadera. Sólo la materia puede actuar sobre nuestros sentidos, sin loscuales es imposible que conozcamos algo. No han entendido que un ser privado de extensión nopodría moverse, ni comunicar el movimiento al cuerpo, puesto que un tal ser, al no tener partes, esincapaz de cambiar sus relaciones de distancia respecto a otros cuerpos, ni provocar movimiento enel cuerpo humano que es material. Lo que se llama nuestra alma, se mueve con nosotros; pero elmovimiento es una propiedad de la materia. Esta alma mueve nuestro brazo y éste, movido por ella,produce un choque, según la ley general del movimiento, de tal modo que si la fuerza siguiera igualy la masa fuera doble, el choque sería doble. Esta alma demuestra ser material también en losobstáculos invencibles que experimenta por parte de los cuerpos. Aunque mueve mi brazo cuandonada se opone a ella, ya no conseguirá moverlo si se le carga con un gran peso. He aquí, pues, a unamasa de materia que aniquila el impulso dado por una causa espiritual; ya que no tiene ningunaanalogía con la materia, debería no encontrar más dificultad en mover al mundo entero que enmover un átomo y viceversa. De donde se puede concluir que un tal ser es una quimera, un productode la razón. ¡Es, sin embargo, a semejante ser simple o semejante espíritu, que se ha consideradocomo el motor de la Naturaleza entera!

En cuanto percibo o experimento un movimiento, estoy obligado a reconocer extensión, solidez,densidad e impenetrabilidad en la sustancia que veo moverse o de la cual recibo movimiento. Deeste modo, en cuanto se atribuye acción a alguna causa, estoy obligado a considerarla comomaterial. Puedo ignorar su naturaleza particular y su modo de actuar, pero no puedo equivocarmerespecto a las propiedades generales y comunes de toda materia. Por otro lado, esta ignorancia seduplicaría si le supusiera una naturaleza acerca de la cual no pueda formarme ninguna idea y,además, la privaría totalmente de la facultad de moverse y actuar. Así, pues, una sustancia espiritualque se mueve y que actúa implica contradicción, de donde concluyo que es totalmente imposible.

Los partidarios de la espiritualidad creen resolver las dificultades con que se les abruma, diciendoque el alma esta toda entera en cada punto de su extensión. Pero es fácil darse cuenta de que esto

no resuelve la dificultad más que mediante una respuesta absurda. Pues es de todos modos necesarioque este punto, por imperceptible y pequeño que se suponga, sea sin embargo una cosa. En el casode que esta respuesta fuera tan sólida como débil es, de cualquier manera que mi espíritu o mi almase encontrasen en su extensión, cuando mi cuerpo se moviera hacia delante, mi alma no se quedaríaatrás; poseería entonces una cualidad totalmente común con mi cuerpo y propia de la materia, yaque se traslada junto con él. Así, pues, aunque mi alma fuese inmaterial ¿qué conclusión se podríasacar? Sometida por entero a los movimientos del cuerpo, quedaría muerta e inerte sin él. Esta almano sería más que una segunda máquina llevada por el encadenamiento del todo. Parecería un pájaroque un niño lleva atado de un hilo a su capricho.”

“A pesar de esta analogía o, más bien, esta continua identidad entre los estados del alma y delcuerpo, se ha querido distinguir entre ellos en cuanto a la esencia y se ha considerado al alma comoun ser inconcebible tal que, para formarse alguna idea acerca de él, es no obstante necesario recurrira seres materiales y a su modo de actuar. En efecto, la palabra espíritu no nos presenta otra idea quela de soplo, respiración o viento; pues cuando se nos dice que el alma es un espíritu, eso significaque su modo de actuar es semejante al del soplo, que siendo invisible produce efectos visibles o queactúa sin ser visto. Pero el soplo es una causa material, es aire modificado; no es ninguna sustanciasimple tal como la que los modernos designan bajo el nombre de espíritu.”

De las facultades intelectuales derivadas de la facultad de sentir.

“En general, la sensibilidad no tiene lugar más que cuando el cerebro puede distinguir lasimpresiones hechas sobre los órganos; es la conmoción o la modificación notoria que experimenta,lo que constituye la conciencia. De donde se deduce que la sensibilidad es una manera de ser o uncambio notable producido en nuestro cerebro en ocasión de los impulsos que nuestros órganosreciben, ya de parte de causas exteriores, ya de causas interiores, y que los modifican de maneraduradera o momentánea. En efecto, sin que ningún objeto exterior venga a mover los órganos delhombre, éste se siente a sí mismo, tiene conciencia de los cambios que se realizan en él; su cerebroes, por lo tanto, modificado o, más bien, renueva modificaciones anteriores. No debemossorprendernos; en una máquina tan compleja como el cuerpo humano, en el que todas las partes son,sin embargo, contiguas al cerebro, éste debe estar necesariamente informado de los golpes, losestorbos, los cambios que ocurren en el todo, cuyas partes, sensibles por naturaleza, están en accióny reacción continua y convergen todas en él.”

“Se llaman sentidos los órganos visibles de nuestro cuerpo por intermedio de los cuales el cerebroes modificado. Se dan diferentes nombres a las modificaciones que recibe. Los de sensaciones,percepciones e ideas designan los cambios producidos en el órgano interior con ocasión de lasimpresiones que realizan en los órganos exteriores los cuerpos que actúan sobre ellos. Estoscambios considerados en sí mismos se denominan sensaciones; se llaman percepciones, en cuantoel órgano interior los advierte o se da cuenta de ellos; se llaman ideas, cuando el órgano interiorrelaciona estos cambios con el objeto que los ha producido.

Toda sensación no es más que una sacudida dada a nuestros órganos; toda percepción es la mismasacudida propagada hasta el cerebro; toda idea es la imagen del objeto que da origen a la sensacióny a la percepción. De donde se observa que si nuestros sentidos no son movidos, no podemos tenerni sensaciones, ni percepciones, ni ideas, como tendremos ocasión de probarlo a aquellos quepuedan todavía dudar de una verdad tan evidente.”

“Pensar y reflexionar es sentir o percibir en nosotros mismos las mismas impresiones, lassensaciones, las ideas que nos dan los objetos que actúan sobre nuestros sentidos y los diversoscambios que nuestro órgano interior o cerebro produce en sí mismo.

La memoria es la facultad que tiene el órgano interior de reproducir las modificaciones que harecibido o de volver a colocarse en un estado parecido a aquel en el que le habían puesto laspercepciones, las sensaciones, las ideas que los objetos exteriores le habían producido, y en el ordenen que los había recibido, sin una nueva acción por parte de esos objetos e incluso en ausencia delos mismos. Nuestro órgano interior percibe que estas modificaciones son las mismas que las que haexperimentado anteriormente en presencia de los objetos con los cuales las relaciona. La memoriaes fiel cuando estas modificaciones son las mismas; es infiel cuando difieren de las que el órgano haexperimentado con anterioridad.

La imaginación es la facultad del cerebro de modificarse a sí mismo y de configurarse nuevaspercepciones, sobre el modelo de aquellas que ha recibido por la acción de objetos exteriores sobresus sentidos. Nuestro cerebro no hace más que combinar las ideas que ha recibido y que recuerda,para formar un conjunto o masa de modificaciones que no ha visto, aunque sí conoce las ideasparticulares o partes que componen este conjunto ideal que no existe más que en él mismo. De estemodo, construye las ideas de centauros, hipogrifos, dioses, demonios, etc. Con la memoria, nuestrocerebro reproduce las sensaciones, percepciones e ideas que ha recibido y se representa objetos queverdaderamente han afectado a los órganos; en cambio, con la imaginación, combina estasmodificaciones, para convertirlas en objetos o totalidades que no han actuado sobre sus órganos, apesar de conocer los elementos o ideas con que las ha compuesto. De este modo, los hombres,combinando un gran número de ideas tomadas de sí mismos, tales como la de justicia, sabiduría,bondad, inteligencia, etc., con ayuda de la imaginación, llegan a formar un todo ideal que llamandivinidad.

Se ha dado el nombre de juicio a la facultad que tiene el cerebro de comparar entre sí lasmodificaciones o ideas que recibe o que tiene el poder de despertar en sí mismo, con la finalidad dedescubrir sus relaciones o sus efectos.

La voluntad es una modificación de nuestro cerebro por la cual se dispone a la acción, es decir, amover los órganos del cuerpo del modo adecuado para procurarse aquello que lo modifica demanera conforme a su ser o para evitar lo que le perjudica. Querer es estar dispuesto a la acción.Los objetos exteriores o las ideas interiores que originan esta disposición en nuestro cerebro sellaman motivaciones, porque son las fuerzas o móviles que lo impulsan a la acción, es decir, a poneren marcha los órganos del cuerpo. De este modo, las acciones voluntarias son movimientos delcuerpo, determinadas por las modificaciones del cerebro. La visión de un fruto modifica mi cerebrode tal manera que lo dispone para hacer mover mi brazo para coger el fruto que he visto y llevarlo ami boca. Todas las modificaciones que recibe el órgano interior o cerebro, todas las sensaciones,percepciones e ideas que provienen de los objetos que afectan a sus sentidos o que reproduce por símismo son o bien agradables o bien desagradables, favorables o dañinas para nuestra manera de serhabitual o pasajera. Estas modificaciones disponen al órgano interior para la acción; éste actúa enfunción de su energía. La energía no es la misma en todos los seres de la especie humana; dependede sus temperamentos. De ahí nacen las pasiones más o menos fuertes: éstas son movimientos de lavoluntad determinadas por los objetos que le afectan en función de, por un lado, la analogía o ladiscordancia entre ellos y su propio modo de ser y, por otro, la fuerza de nuestro temperamento. Deeste modo se ve que las pasiones son modos de ser o modificaciones del órgano interno, atraído orechazado por los objetos y, por consiguiente, sometido a su manera a las leyes físicas de laatracción y la repulsión.

La facultad que posee nuestro órgano interior de sentir o de ser modificado tanto por objetosexteriores como por sí mismo, se designa a veces con el nombre de entendimiento. Se ha dado el deinteligencia al conjunto de facultades diversas que tiene el cerebro. Se ha llamado razón a una

determinada manera de ejercer sus facultades. Se denominan espíritu, sabiduría, bondad,prudencia, virtud, etc., las disposiciones y modificaciones, constantes o pasajeras, del órganointerior que hace actuar a los seres de la especie humana.”

De la diversidad de facultades intelectuales, que dependen de causas físicas al igual que lasmorales. Principios naturales de la sociabilidad, la moral y la política.

“Sobre la necesaria diversidad de estos efectos está fundada la distinción entre el bien y el mal, elvicio y la virtud; distinción que, como han visto algunos pensadores, no está fundada sobreconvenciones entre los hombres y menos todavía sobre las voluntades quiméricas de un sersobrenatural, sino sobre las relaciones eternas e invariables que existen entre los seres de la especiehumana que viven en sociedad y que subsistirán mientras exista el hombre y la sociedad. Así, pues,la virtud es lo verdaderamente útil para los seres de la especie humana que viven en sociedad; elvicio es lo dañino para ellos. Las mayores virtudes son aquellas que les proveen con los mayoresfavores, los más duraderos; los mayores vicios son aquellos que más perturban su tendencia a lafelicidad y al orden necesario para la sociedad. El hombre virtuoso es aquel cuyos actos tiendenconstantemente al bienestar de sus semejantes; el hombre vicioso es aquel cuya conducta tiende a ladesgracia de aquellos con los que vive, de lo que también resulta, en general, su propia desgracia.Todo lo que nos procura una felicidad verdadera y permanente es razonable; todo lo que perturbanuestra felicidad es insensato e irrazonable. Un hombre que daña a los demás es un malvado; unhombre que se daña a sí mismo es un imprudente que no conoce la razón, ni sus propios intereses,ni la verdad.

Nuestros deberes son los medios que la experiencia y la razón nos demuestran ser necesarios paraalcanzar el fin que nos proponemos. Estos deberes son la consecuencia necesaria de las relacionesque existen entre hombres que desean igualmente la felicidad y la conservación de su ser. Cuandose dice que estos deberes nos obligan, esto significa que, sin usar estos medios, no podemosalcanzar el fin que nuestra Naturaleza se propone. Por tanto, la obligación moral es la necesidad deemplear los propios medios para hacer felices a los seres con quienes vivimos y para impulsarles aque nos hagan felices a nosotros; nuestras obligaciones hacia nosotros mismos son la necesidad detomar los medios sin los cuales no podríamos conservarnos, ni tener una existencia sólidamentefeliz. La moral está, como el universo, fundada sobre la necesidad o sobre las relaciones eternas delas cosas.

La felicidad es un modo de ser cuya duración deseamos y en el que queremos permanecer. Se midepor su duración y vivacidad: la mayor felicidad es la más duradera. La felicidad pasajera o de pocaduración se llama placer; cuanto más impetuoso sea, más fugaz será, porque nuestros sentidos noson capaces más que de cierta cantidad de movimiento. Todo placer que los sobrepase se convierte,por tanto, en dolor o en un modo penoso de existir, cuyo cese deseamos: he aquí por qué el placer yel dolor a menudo se tocan tan de cerca. Al placer desmedido siguen penas, disgustos yarrepentimiento; la felicidad pasajera se convierte en una desgracia duradera. Según este principio,se ve que el hombre que en cada instante busca necesariamente la felicidad debe, cuando esrazonable, moderar sus placeres, privarse de aquellos que podrían convertirse en penas e intentarprocurarse el bienestar más duradero.

La felicidad no puede ser la misma para todos los seres de la especie humana. Los mismos placeresno pueden afectar de igual modo a seres configurados y modificados de modos diferentes. He aquí,sin duda, por qué la mayor parte de los moralistas han estado tan poco de acuerdo sobre los objetosen los que, según ellos, residía la felicidad, así como en los medios de obtenerlos. No obstante, lafelicidad parece ser, en general, un estado duradero o momentáneo al que consentimos porque loencontramos conforme con nuestro ser. Este estado resulta del acuerdo entre el hombre y las

circunstancias en las cuales la Naturaleza le ha colocado; o bien, si se quiere, la felicidad es lacoordinación del hombre con las causas que se agitan en él.

Las ideas que tienen los hombres de la felicidad dependen no solamente de sus temperamentos o desus conformaciones particulares, sino también de las costumbres que han adquirido. La costumbrees para el hombre un modo de ser, de pensar y de actuar que nuestros órganos, tanto exteriorescomo interiores, adoptan por la frecuencia de los mismos movimientos, de donde resulta lacapacidad de efectuar estos movimientos con rapidez y facilidad.

Si consideramos las cosas atentamente, encontraremos que casi todo nuestro comportamiento, elsistema de nuestros actos, ocupaciones, vínculos, estudios, diversiones, modales, costumbres,vestimentas y alimentos son efectos de la costumbre. A ella le debemos igualmente el fácil ejerciciode nuestras facultades mentales, del pensamiento, del juicio, del espíritu, de la razón, del gusto, etc.A la costumbre le debemos la mayor parte de nuestras inclinaciones, nuestros deseos, nuestrasopiniones, nuestros prejuicios y las falsas ideas que tenemos del bienestar; en una palabra, loserrores en los cuales todo se esfuerza en hacemos caer y obligarnos a permanecer en ellos. Es lacostumbre quien nos sujeta tanto al vicio como a la virtud.

Estamos tan modificados por la costumbre que a menudo la confundimos con nuestra Naturaleza.De ello derivan, como pronto lo veremos, las opiniones o las ideas a las que se ha llamado innatasal no querer investigar la fuente que las había identificado con nuestro cerebro. De todos modos,estamos atados fuertemente a todas las cosas a las que estamos acostumbrados. Nuestro espíritu esviolentado y perturbado desagradablemente todas las veces que se intenta cambiar el curso de susideas. Una inclinación fatal lo devuelve a menudo a lo acostumbrado, a pesar de la razón.

De modo puramente mecánico podemos explicar los fenómenos tanto físicos como morales de lacostumbre: nuestra alma a pesar de su pretendida espiritualidad, se modifica igual que el cuerpo. Lacostumbre hace que los órganos de la voz aprendan a expresar con rapidez las ideas grabadas en elcerebro, mediante ciertos movimientos que nuestra lengua adquiere capacidad de efectuar ennuestra infancia. Una vez nuestra lengua se ha acostumbrado o se ha ejercitado a moverse de unmodo determinado, le cuesta mucho hacerlo de otro modo. La garganta produce difícilmente lasinflexiones de voz que exige una lengua diferente a la que estamos acostumbrados. Ocurre lomismo con nuestras ideas. Nuestro cerebro, nuestro órgano interno, nuestra alma, acostumbradadesde temprana edad a ser modificada de un modo determinado, a asociar determinadas ideas a losobjetos, a usar un sistema formado de opiniones verdaderas o falsas, experimenta un sentimientodoloroso cuando se intenta darles un nuevo impulso o una nueva dirección a sus movimientoshabituales. Es casi tan difícil hacernos cambiar de opinión como de lengua.

He aquí, sin duda, la causa de la adhesión casi invencible de tanta gente a costumbres, prejuicios,instituciones cuya inutilidad o hasta peligro nos es demostrado vanamente por la razón, laexperiencia y el sentido común. La costumbre se resiste contra las demostraciones más claras; éstasnada pueden contra las pasiones y los vicios arraigados, contra los más ridículos sistemas, contra lasmás extrañas costumbres, sobre todo cuando se enlaza con ellas la idea de utilidad, de interéspúblico y la de interés común. Esta es la fuente de la obstinación que manifiestan los hombres engeneral en cuanto a sus religiones, sus antiguas tradiciones, sus costumbres insensatas, sus leyes tanpoco justas, los abusos que padecen a menudo, los prejuicios cuya absurdidad a veces reconocen sinquerer o desprenderse nunca de ellos. He aquí por qué los pueblos consideran peligrosas las másútiles novedades y creen perderse si se remedian los males a los que están acostumbrados aconsiderar como necesarios para su reposo y como peligrosos de curar.

La educación no es más que el arte de inducir a los hombres desde su más tierna edad, es decir,cuando sus órganos son todavía flexibles, a contraer costumbres, opiniones y modos de seradoptados por la sociedad en la que han de vivir. Los primeros momentos de nuestra infancia estándedicados a realizar experiencias; los encargados del cuidado de nuestra educación nos enseñan aaplicarlas y desarrollan la razón en nosotros. Los primeros impulsos que nos dan determinan, engeneral, nuestro destino, nuestras pasiones, nuestra concepción de la felicidad, los medios queempleamos para alcanzarla, nuestros vicios y nuestras virtudes. Bajo la mirada de sus maestros, elniño adquiere ideas, aprende a asociarlas, a pensar de cierto modo y a juzgar bien o mal. Se enseñanal niño objetos y se le acostumbra a amarlos u odiarlos, a desearlos o rehuirlos, a apreciarlos odespreciarlos. De este modo, las opiniones se transmiten de padres, madres, nodrizas y maestros aniños. De este modo, el espíritu se llena poco a poco de verdades o de errores, según los cuales cadacual regula su comportamiento que lo hará feliz o infeliz, virtuoso o vicioso, apreciado u odiado porlos demás, contento o descontento de su destino, en función de los objetos hacia los cuales hayadirigido sus pasiones y la energía de su espíritu, es decir, aquellos que le han sido señalados comoimportantes para su felicidad. En consecuencia, ama y busca aquello que le han dicho que debeamar y buscar; tiene gustos, inclinaciones, fantasías que durante toda su vida se esfuerza porsatisfacer en función de la actividad de la cual la Naturaleza le hace capaz y que se ejerce sobre él.

La política debería ser el arte de regular las pasiones de los hombres y dirigirles hacia el bien de lasociedad; pero, a menudo, no es más que el arte de armar las pasiones de los miembros de lasociedad para su mutua destrucción y para la destrucción de la asociación que debería llevar a sufelicidad. La política suele ser tan viciosa por no estar fundada sobre la Naturaleza, ni sobre laexperiencia, ni en la utilidad pública, sino sobre las pasiones, los caprichos y la utilidad particularde aquellos que gobiernan la sociedad.La política, para ser útil, debe fundar sus principios sobre la Naturaleza, es decir, amoldarse a laesencia y al objetivo de la sociedad. Esta no es más que un todo formado por el conjunto de un grannúmero de familias e individuos reunidos para proveer más fácilmente a sus necesidadesrespectivas, para procurarse las ventajas que desean, ofrecerse mutuamente ayuda y, sobre todo,para tener la facultad de usufructuar con seguridad de los bienes que la Naturaleza y el trabajopueden producir. Luego la política, destinada a conservar la sociedad, debe ajustarse a estosobjetivos y facilitar los medios para ello, apartando todos los obstáculos que podrían cruzarse en sucamino.

Los hombres, al acercarse unos a otros para vivir en sociedad, han hecho ya formalmente, yatácitamente, un PACTO, mediante el cual se han comprometido a prestarse servicios y a noperjudicarse. Pero como la Naturaleza de cada hombre lo impulsa a buscar en todo momento subienestar en la satisfacción de sus pasiones o de sus caprichos pasajeros sin ninguna consideraciónhacia sus semejantes, ha sido necesaria una fuerza que lo devolviese a sus deberes, le obligase aajustarse a ellos y le recordase sus compromisos que la pasión a menudo le hace olvidar. Esta fuerzaes la ley; es la suma de las voluntades de la sociedad, reunidas para fijar la conducta de susmiembros o para dirigir sus acciones de modo que converjan en el objetivo de asociación.

Pero como la sociedad difícilmente podría reunirse, sobre todo cuando es numerosa y no podría dara conocer sus intenciones sin tumulto, está obligada a elegir ciudadanos en quienes deposite suconfianza. La sociedad hace de ellos los intérpretes de sus voluntades; los convierte en depositariosdel poder necesario para ejecutarlas. Este es el origen de todo gobierno que, para ser legítimo, nopuede estar fundado más que sobre el consentimiento libre de la sociedad, sin el cual no es más queviolencia, usurpación o bandolerismo. Los encargados de gobernar se llaman soberanos, jefes olegisladores y según la forma que la sociedad ha querido dar a su gobierno, estos soberanos sellaman monarcas, magistrados, representantes, etc. Al no recibir el gobierno su poder más que dela sociedad y al no estar establecido más que para el bien de ésta, es evidente que la sociedad puede

revocar este poder cuando su interés lo exija, cambiar la forma de su gobierno, extender o limitar elpoder que encomienda a sus jefes, sobre los cuales conserva siempre una autoridad suprema por laley inmutable de la Naturaleza según la cual la parte se subordina al todo.

De este modo, los soberanos son los ministros de la sociedad, sus intérpretes, los depositarios deuna porción más o menos grande de su poder y no amos absolutos, ni propietarios de las naciones.Por un pacto ya manifiesto, ya tácito, estos soberanos se comprometen a cuidar de la conservación ydel bienestar de la sociedad. Sólo con estas condiciones la sociedad consiente en obedecerle.Ninguna sociedad sobre la tierra ha podido ni puede conferir irrevocablemente a sus jefes elderecho de dañarle. Una concesión de este género sería anulada por la Naturaleza que exige quetoda sociedad, así como todo individuo de la especie humana, tienda a conservarse y no puedaconsentir su desgracia permanente.

Las leyes, para ser justas, deben tener como objetivo invariable el interés general de la sociedad, esdecir, deben asegurar al mayor número de ciudadanos los beneficios en vista de los cuales se hanasociado. Estos beneficios son la libertad, la propiedad y la seguridad. La libertad es la facultad dehacer, para conseguir la propia felicidad, todo lo que no perjudica la felicidad de los asociados; alasociarse, cada individuo ha renunciado al ejercicio de la parte de su libertad natural que podríaperjudicar a la de los demás. El ejercicio socialmente perjudicial de la libertad se llama licencia. Lapropiedad es la facultad de gozar de los beneficios que el trabajo y la labor han procurado a cadamiembro de la sociedad. La seguridad es la certidumbre que debe tener cada miembro de podergozar de su persona y de sus bienes bajo la protección de las leyes, mientras mantenga fielmente suscompromisos con la sociedad.

La justicia garantiza a todos los miembros de la sociedad los beneficios o derechos a los que noshemos referido. De donde se deduce que, sin justicia, la sociedad se encuentra incapaz de procurarfelicidad a los asociados. La justicia también se llama equidad, porque con ayuda de los leyeshechas para gobernar a todos los miembros de la sociedad por igual, es decir, impide predominar aunos sobre otros por la desigualdad que la Naturaleza o el trabajo pueden haber introducido entresus fuerzas.

Los derechos son todo lo que las leyes equitativas de la sociedad permiten hacer a sus miembrospara su propia felicidad. Estos derechos están evidentemente limitados por el objetivo invariable dela asociación. La sociedad, por su lado, tiene derechos sobre todos sus miembros, en virtud de losbeneficios que les procura; y todos sus miembros tienen el derecho de exigir de ella o de susministros estos beneficios en vista de los cuales viven en sociedad y renuncian a una parte de sulibertad natural. Una sociedad cuyos jefes y cuyas leyes no procuran ningún bien a sus miembrospierde evidentemente sus derechos sobre ellos. Los jefes que perjudican a la sociedad pierden elderecho de mandar sobre ella. No hay patria sin bienestar; una sociedad sin equidad no contienemás que enemigos; una sociedad oprimida no encierra más que opresores y esclavos. Los esclavosno pueden ser ciudadanos. Es la libertad, la propiedad y la seguridad las que valorizan a la patria; yes el amor a la patria lo que constituye al ciudadano.”

Nuestra alma no extrae sus ideas de sí misma. No hay ideas innatas.

“Para desengañarnos respecto a las ideas innatas o modificaciones efectuadas sobre nuestra alma enel momento de su nacimiento basta remontarnos hasta su fuente. Veremos entonces que estas ideasnos son familiares y que se han asimilado. Han llegado a nosotros por algunos de nuestros sentidos;se han grabado, con mucha dificultad a veces, en nuestro cerebro; nunca han sido fijas, sino que hanvariado continuamente en nosotros. Veremos que estas pretendidas ideas, inherentes a nuestra alma,son efectos de la educación, del ejemplo y, sobre todo, de la costumbre, que mediante reiterados

movimientos, hace que nuestro cerebro se familiarice con sistemas y asocie de cierta manera susideas claras o confusas. En una palabra, consideramos como innatas las ideas cuyo origenolvidamos. No recordamos ni la época precisa, ni las sucesivas circunstancias en que esas ideas sehan grabado en nuestra cabeza. Llegados a cierta edad, creemos haber tenido siempre las mismasnociones. Nuestra memoria, cargada entonces con una multitud de experiencias o de hechos, norecuerda o ya no puede distinguir las circunstancias particulares que han contribuido a dar a nuestrocerebro su modo de ser y de pensar y sus opiniones actuales. Ninguno de nosotros recuerda laprimera vez que la palabra Dios, por ejemplo, sorprendió su oído, las primeras ideas que acerca deél tuvo o los primeros pensamientos que este sonido produjo en él. Sin embargo, es seguro que,desde entonces, hemos buscado en la Naturaleza algún ser con el cual relacionar las ideas que noshabíamos figurado o que nos habían sugerido. Acostumbrados a oír hablar siempre de Dios,personas aun ilustradas consideran a veces la idea de Dios como una idea infundida por laNaturaleza, mientras que, evidentemente, se debe a las descripciones que nuestros padres opreceptores nos han hecho y que hemos modificado conforme a nuestra organización y a nuestrascircunstancias particulares. Así, pues, cada cual se construye un Dios a su propia imagen o lomodifica a su manera.

Nuestras ideas sobre la moral, aunque más reales que las de la teología, no son más innatas que lassuyas. Los sentimientos morales o los juicios que emitimos sobre las voluntades y las acciones delos hombres, están fundados sobre la experiencia, la única que puede permitirnos distinguir entre lasque son útiles y las dañinas, virtuosas y viciosas, honradas y deshonestas, dignas de estimación y devituperación. Nuestros sentimientos morales son fruto de una multitud de experiencias, a menudomuy largas y complicadas. Las recogemos con el tiempo. Son más o menos correctas en función denuestra organización particular y de las causas que la modifican. En fin, aplicamos estasexperiencias con más o menos facilidad a la costumbre de juzgar. La celeridad con la que aplicamosnuestras experiencias o juzgamos los actos morales de los hombres es lo que se ha llamado elinstinto moral.

Lo que se llama instinto en lo físico no es más que el efecto de una necesidad del cuerpo, de algunaatracción o repulsión en los hombres o en los animales. El niño que acaba de nacer mama por vezprimera: se le pone en la boca la punta de la mama y por la analogía natural existente entre laspapilas nerviosas con las que su boca está tapizada y la leche que corre del seno de la nodriza por lapunta de la mama, el niño aprieta esta parte para exprimir el líquido apropiado para alimentarlo ensu tierna edad. Todo esto resulta ser una experiencia para el niño. Pronto, las ideas de pecho, leche yplacer se asocian en su cerebro y todas las veces que percibe el pecho lo coge por instinto y le da eluso al que está destinado.”

Del sistema de la libertad del hombre.

“El hombre, parte subordinada de un gran todo, está obligado a experimentar su influencia. Para serlibre, sería necesario que fuese él sólo más fuerte que la Naturaleza entera; o bien que estuviesefuera de esta Naturaleza que actúa siempre y obliga a todos los seres que contiene a actuar yconcurrir a su acción general o, como se ha dicho en otra parte, a conservar su vida activa poracciones o movimientos que todos los seres realizan en función de sus energías particularessometidas a leyes fijas, eternas e inmutables Para que el hombre fuese libre sería necesario quetodos los seres perdieran sus esencias por él. Sería necesario que no tuviera más sensibilidad física,que no conociera más el bien ni el mal, el placer ni el dolor. Pero, entonces, ya no estaría en estadode atender a su propia conservación, ni de hacer feliz su existencia. Al volverse indiferente hacia losseres, ya no tendría la facultad de elección; no sabría lo que debería amar o temer, buscar o evitar.En una palabra, el hombre sería un ser desnaturalizado, totalmente incapaz de actuar del modo queconocemos.

Si la esencia actual del hombre es tender hacia el bienestar o querer conservarse, si todos losmovimientos de su máquina son consecuencias necesarias de este impulso primitivo, si el dolor leadvierte lo que debe evitar, si el placer le indica lo que debe apetecer, entonces su esencia es ama rlo que excita en él sensaciones agradables y odiar lo que le produce o le hace temer impresionescontrarias. Es necesario que sea atraído o que su voluntad sea determinada por los objetos que leparecen útiles y que rechace aquellos que cree dañinos para su modo de existir permanente opasajero. Sólo con ayuda de la experiencia el hombre adquiere la facultad de conocer lo que debeamar o temer. Si sus órganos son sanos y sus experiencias verdaderas, tendrá razón y prudencia,preverá efectos a menudo muy lejanos, sabrá que lo que a veces le parece un bien puede llegar a serprobablemente un mal necesario y que aquello que es un mal pasajero puede procurarle más tardeun bien sólido y duradero. Así es como la experiencia nos enseña que la amputación de un miembrodebe causar una sensación dolorosa; en consecuencia estamos obligados a temer esta operación oevitar el dolor. Pero si la experiencia nos ha enseñado que el dolor pasajero que esta amputacióncausa puede salvarnos la vida, y puesto que deseamos nuestra conservación, estamos obligados asometernos a este dolor momentáneo en vista de un bien mayor.

La voluntad, como se ha dicho en otra parte, es una modificación en el cerebro mediante la cual sedispone para la acción o se prepara para poner en movimiento los órganos que puede mover. Estavoluntad está necesariamente determinada por la cualidad de bueno o de malo, de agradable odesagradable del objeto que actúa sobre nuestros sentidos o cuya idea permanece y es reproducidopor nuestra memoria. Por lo tanto, actuamos necesariamente; nuestra acción es una consecuenciadel impulso que hemos recibido de este motivo, de este objeto o idea que ha modificado nuestrocerebro o dispuesto nuestra voluntad. Cuando no actuamos es porque sobreviene una nueva causa,algún nuevo motivo o idea que modifica nuestro cerebro de un modo diferente, que le da un nuevoimpulso, una nueva voluntad según la cual éste actúa o suspende su acción. De este modo, la vistade un objeto agradable o de su idea aniquilan el efecto del anterior e impiden que actuemos paraobtenerlo. He aquí cómo la reflexión, la experiencia y la razón interrumpen o sus pendennecesariamente los actos de nuestra voluntad, sin lo cual ésta seguiría necesariamente los primerosimpulsos que la llevaban hacía un objeto deseable. En todo esto actuamos siempre según leyesnecesarias.

Cuando atormentado por una sed ardiente me figuro idealmente o percibo realmente una fuentecuyas aguas puras podrán saciar mi sed, ¿acaso soy libre de desear o no desear el objeto que puedesatisfacer una necesidad tan imperiosa en el estado en que estoy? Se estará de acuerdo, sin duda, enque me es imposible no querer satisfacer semejante necesidad. Pero se me objetará que sí se meadvierte, en ese momento, que el agua que deseo está envenenada, a pesar de mi sed no dejaré deabstenerme de ella; entonces se concluirá falsamente que soy libre. En efecto, así como la sed medeterminaba necesariamente a beber, antes de saber que esta agua estaba envenenada, del mismomodo, este nuevo descubrimiento me induce necesariamente a no beber; entonces el deseo deconservarme aniquila o suspende el impulso primitivo que la sed daba a mi voluntad. Este segundomotivo llega a ser más fuerte que el primero. El temor a la muerte prevalece sobre la sensaciónpenosa que la sed producía en mí. Pero, me diréis vosotros, si la sed es muy ardiente, algúnimprudente podría arriesgarse a beber esta agua a pesar del peligro. En este caso, el primer impulsoprevalecerá otra vez y lo hará actuar necesariamente, dado que será más fuerte que el segundo. Sinembargo, tanto en un caso como en el otro, las dos acciones serán igualmente necesarias, seránefectos del motivo que resulte más poderoso y actúe con más fuerza sobre la voluntad.

Este ejemplo puede servir para explicar todos los fenómenos de la voluntad. La voluntad o, mejordicho, el cerebro, se encuentra entonces en la misma situación que una bola que, habiendo recibidoun impulso que la mueve en línea recta, es desviada en cuanto una fuerza mayor que la primera le

obliga a cambiar de dirección. Quien bebe agua a pesar de que le hayan advertido que estabaenvenenada nos parece un insensato. Pero los actos de los insensatos son tan necesarios como los delas personas más prudentes. Los motivos que inducen al voluptuoso y al libertino a arriesgar susalud son tan poderosos y sus actos son tan necesarios como aquellos que inducen al hombre sabio acuidar la suya. Ahora bien, insistiréis en que se puede llegar a inducir a un libertino a cambiar deconducta. Esto no significa que sea libre sino que se pueden encontrar motivos suficientementepoderosos para aniquilar el efecto de aquellos que actuaban en él anteriormente y, entonces, estosnuevos motivos determinarán su voluntad, tan necesariamente como los anteriores, a una nuevaconducta.

Cuando la acción de la voluntad está suspendida se dice que deliberamos; eso sucede cuando dosmotivos actúan alternativamente sobre nosotros. Deliberar es amar y odiar alternativamente; es sersucesivamente atraído y rechazado; es ser afectado unas veces por un motivo, otras veces por otro.No deliberamos más que cuando no conocemos suficientemente las cualidades de los objetos quenos afectan, o cuando la experiencia no nos ha enseñado suficientemente los efectos más o menoslejanos que nuestros actos producirían en nosotros. Quiero salir a tomar aire, pero hace un tiempoinestable; en consecuencia, delibero; sopeso los diferentes motivos que impulsan alternativamentemi voluntad a salir o a no salir. Por fin, prevalece en mí el motivo más probable; éste me saca de laincertidumbre e inclina mi voluntad o bien a salir, o bien a quedarme. La motivación es siempre laventaja inmediata o lejana que tenga la acción por la que me decido.

Nuestra voluntad a menudo se suspende, oscilando entre dos objetos cuya presencia o idea nosafectan alternativamente. En tal caso esperamos para actuar hasta haber contemplado los objetosque nos inclinan hacia acciones diferentes o las ideas que han dejado en nuestro cerebro.Comparamos entonces estos objetos o estas ideas; pero durante el tiempo de la deliberación, de lacomparación y de la sucesión a veces muy rápida de estas alternativas de amor y odio, no somoslibres ni un instante. El bien y el mal que creemos encontrar sucesivamente en los objetos son lasmotivaciones necesarias de estas voluntades momentáneas, de estos movimientos rápidos de amor ode temor que experimentamos mientras dura nuestra incertidumbre. Por lo tanto, la deliberación esnecesaria, la incertidumbre es necesaria y sea cual sea el partido que hayamos finalmente tomado,será siempre, necesariamente, el que habremos considerado correcta o incorrectamente el másventajoso para nosotros.”

“La elección no prueba en absoluto la libertad del hombre. Este delibera sólo cuando no sabetodavía cuál elegir entre varios objetos que le afectan. Sale de este apuro cuando su voluntad sedecide en función de la mayor ventaja que cree encontrar en el objeto que elige o en la acción queemprende. Por lo tanto, su elección es necesaria, dado que no se decidiría a favor de un objeto o unaacción si no creyera encontrar en ellos alguna ventaja para él. Para que el hombre pudiera actuarlibremente, sería necesario que pudiera querer elegir algo sin motivos o que pudiera impedir queactuaran estos motivos sobre su voluntad. Dado que la acción es siempre el efecto de una voluntadmotivada y que la voluntad no puede ser determinada más que por un motivo que no esté en nuestropoder, entonces nunca somos dueños de las determinaciones de nuestra propia voluntad y, por lotanto, jamás actuamos libremente. Se ha creído que éramos libres porque teníamos una voluntad yel poder de elegir. Pero no se ha prestado atención al hecho de que nuestra voluntad está movida porcausas independientes de nosotros, inherentes a nuestra organización o que derivan de los seres quenos afectan. ¿Soy libre de no querer retirar mi mano cuando temo quemarme? ¿Soy libre de quitaral fuego la propiedad por la que le temo? ¿Soy libre de no elegir un plato que sé que es agradable oanálogo a mi paladar y de no preferirlo a otro que sé que es desagradable o peligroso? Es siempreconforme con mis sensaciones, mis propias experiencias o mis opiniones que juzgo las cosas bien omal. Y cualquiera que sea mi juicio, depende necesariamente de mi modo de sentir habitual o

momentáneo y de las cualidades que encuentro, que existen a pesar de mí o que mi espíritu suponeen la causa que me afecta.”

“Los partidarios del sistema de la libertad parecen haber confundido siempre la coacción con lanecesidad. Creemos actuar libremente cuando no vemos nada que obstaculice nuestras acciones. Nopercibimos que el motivo que nos hace querer es siempre necesario e independiente de nosotros. Elpreso de una cárcel está obligado a quedarse ahí; pero no es libre de desear escaparse. Sus cadenasle impiden actuar, pero no le impiden querer. Se escapará si se rompen sus cadenas, pero no seescapará libremente. El temor y la idea del suplicio actúan en él como motivos necesarios.

El hombre puede dejar de estar coaccionado sin ser libre por ello. Cualquiera que sea su modo deactuar, actúa necesariamente de acuerdo con motivos que lo determinan. Puede compararse con uncuerpo pesado que es detenido en su caída por algún obstáculo. Apartad este obstáculo y el cuerposeguirá su movimiento o continuará cayendo. ¿Acaso se dirá que este cuerpo es libre de caer o deno caer? ¿No es su caída efecto necesario de su peso específico? Sócrates, hombre virtuoso y que sesometía a las leyes aun injustas de su patria, no acepta huir de su cárcel cuya puerta estaba abierta.Sin embargo, no actúa libremente. Las cadenas invisibles de la opinión, la decencia, el respeto porlas leyes aunque sean inicuas y el temor de empañar su gloria le retienen en su cárcel y son motivoslo suficientemente fuertes para que este amante de la virtud espere la muerte con tranquilidad. Noestá en su poder salvarse, porque no puede resignarse a desmentir ni un instante los principios a losque su espíritu está acostumbrado.

Los hombres, se nos dice, actúan a menudo contra su inclinación, de donde se concluye que sonlibres. Esta conclusión es muy falsa. Cuando parecen actuar contra su inclinación, están inducidos aello por otros motivos necesarios, lo suficientemente fuertes para vencerla. Un enfermo, para podercurarse, llega a vencer su repulsión por las medicinas más repugnantes. El temor al dolor o a lamuerte prevalece necesariamente; en consecuencia, este enfermo no actúa en absoluto en libertad.”

“Lo que el hombre hará es siempre consecuencia de lo que ha sido, de lo que es, de lo que ha hechohasta el momento de la acción. Nuestro ser actual y total, considerado en todas sus posiblescircunstancias, contiene la suma de todos los motivos de la acción que realizaremos, principio cuyaverdad ningún ser pensante puede negar. Nuestra vida es una sucesión de instantes necesarios ynuestra conducta, buena o mala, virtuosa o viciosa, útil o dañina para nosotros y para los demás, esun encadenamiento de acciones tan necesarias como cada uno de los instantes de nuestra vida. Vivires existir de un modo necesario en los puntos de la duración que se suceden necesariamente. Quereres aceptar o no aceptar seguir siendo lo que somos. Ser libre es ceder a motivos necesariosinherentes a nosotros.”

“La fatalidad es el orden eterno, inmutable, necesario, establecido en la Naturaleza, o el enlaceindispensable de las causas que actúan con los efectos que producen. Según este orden, los cuerpospesados caen, los cuerpos ligeros se elevan, las materias análogas se atraen, las contrarias serechazan; los hombres se juntan en sociedad, se modifican unos a otros, se convierten en buenos omalos, se hacen mutuamente felices o infelices, se aman o se odian necesariamente, según lamanera en que actúan los unos sobre los otros. Por tanto, la necesidad que regula los movimientosdel mundo físico, regula también los del mundo moral donde todo está, en consecuencia, sometido ala fatalidad. Recorriendo sin que lo sepamos y a pesar nuestro la ruta de la naturaleza nos hatrazado, parecemos nadadores obligados a seguir la corriente que nos arrastra. Creemos ser libresporque a veces consentimos y a veces no en seguir el curso del agua que siempre nos arrastra. Noscreemos dueños de nuestra suerte porque estamos obligados a mover los brazos por el temor deahogarnos.”

De la inmortalidad del alma, del dogma de la vida futura, del temor a la muerte.

“Nada más popular que el dogma de la inmortalidad del alma. Nada más universalmente difundidoque la espera de otra vida. Habiendo inspirado la Naturaleza a todos los hombres un gran amor porsu existencia, el deseo de perseverar en ella siempre ha sido una consecuencia necesaria. Este deseopronto se ha convertido para ellos en certidumbre y, de este deseo de existir siempre que les habíadado la Naturaleza, han hecho un argumento para demostrar que el hombre jamás dejaría de existir.Nuestra alma, dice Abadie, no tiene deseos inútiles; desea naturalmente una vida eterna; y, conuna lógica extraña, concluye que este deseo no puede dejar de ser cumplid. Sea como sea, loshombres dispuestos de este modo han escuchado ávidamente a aquellos que les han anunciadosistemas tan conformes con sus deseos. Por tanto, no consideremos como algo sobrenatural el deseode existir, que fue y será siempre la esencia del hombre. No nos sorprendamos de que haya recibidocon afán una hipótesis que lo halaga, prometiéndole al mismo tiempo que su deseo será un díasatisfecho. Pero abstengámonos de concluir que este deseo sea una prueba indudable de la realidadde esta vida futura, de la que los hombres se preocupan demasiado para su felicidad actual. Lapasión por la existencia en nosotros no es más que una consecuencia natural de un ser sensible cuyaesencia es el querer conservarse. Este deseo depende, en los hombres, de la energía de sus almas ode la fuerza de su imaginación, siempre dispuesta para realizar lo que desean impetuosamente.Deseamos la vida del cuerpo y, sin embargo, este deseo es frustrado. ¿Por qué entonces el deseo devida de nuestra alma no se vería frustrado como aquél?

Las más simples reflexiones sobre la Naturaleza de nuestra alma deberían convencernos de que laidea de su inmortalidad no es más que una ilusión. ¿Qué es nuestra alma sino el principio de lasensibilidad? ¿Qué es pensar, gozar o sufrir sino sentir? ¿Qué es la vida sino el conjunto de estasmodificaciones o movimientos, propios del ser organizado? Por ello, en cuanto el cuerpo deja devivir, la sensibilidad ya no puede ejercerse. Ya no puede haber ideas, ni en consecuenciapensamientos. Las ideas, como se ha demostrado, no pueden llegar a nosotros más que por mediode los sentidos. Ahora bien, ¿cómo pretender que, una vez privados de sentidos, tengamos todavíapercepciones, sensaciones o ideas? Puesto que se ha tomado el alma por un ser separado del cuerpoanimado, ¿por qué no se ha tomado la vida por un ser distinto del cuerpo viviente? La vida es lasuma de movimientos de todo el cuerpo; el sentimiento y el pensamiento son parte de estosmovimientos. Por tanto, en el hombre muerto estos movimientos cesarán como los demás.

En efecto, ¿con qué razonamiento se pretendería probar que este alma, que no puede sentir, pensar,querer ni actuar más que con ayuda de sus órganos, pueda sentir dolor o placer o pueda aún tenerconciencia de su existencia, cuando los órganos que le avisaban de ello están descompuestos odestruidos? ¿Acaso no es evidente que el alma depende de la disposición de las partes del cuerpo ydel orden según el cual estas partes contribuyen a realizar sus funciones o sus movimientos? Así,pues, en cuanto la estructura orgánica es destruida, no podemos dudar de que el alma lo estétambién. ¿Acaso no vemos durante todo el curso de nuestra vida que esta alma es alterada,perturbada y trastornada por todos los cambios que experimentan nuestros órganos? ¡Y aún se exigeque el alma actúe, piense y subsista, cuando hasta los propios órganos habrán desaparecido porcompleto!

El ser organizado puede compararse con un reloj que una vez está roto ya no sirve para lo que se lehabía destinado. Decir que el alma sentirá, pensará, gozará, sufrirá, después de la muerte del cuerpo,es pretender que un reloj roto en mil pedazos puede seguir sonando o marcando las horas. Aquellosque nos dicen que nuestra alma puede subsistir a pesar de la destrucción del cuerpo sostienenevidentemente que el movimiento de un cuerpo podrá conservarse después de que el sujeto seadestruido, lo que es completamente absurdo.

Seguramente nos dirán que la conservación de las almas después de la muerte del cuerpo es unefecto de la potencia divina; pero esto sería apoyar una cosa absurda en una hipótesis gratuita. Lapotencia divina, cualquiera que sea su Naturaleza, no puede hacer que una cosa exista y no exista almismo tiempo; no puede hacer que un alma sienta o piense sin las necesarias mediaciones paratener pensamientos.”

“El ilustre Bacon ha dicho que los hombres temen a la muerte por la misma razón que los niñostienen miedo de la oscuridad. Desconfiamos, naturalmente, de todo lo que no conocemos.Queremos ver con claridad a fin de protegernos de objetos que nos pueden amenazar o paraprocurarnos aquellos que pueden sernos útiles. El hombre que existe no puede hacerse una idea dela no existencia. Como este estado le inquieta, a falta de experiencia su imaginación se pone atrabajar para representarle bien o mal este estado incierto. Acostumbrado a pensar, sentir, ser puestoen acción y a gozar de la sociedad, considera como una desgracia la disolución que lo privará de losobjetos y las sensaciones que su Naturaleza actual ha convertido en necesarias para él, que /leimpedirá sentir su ser, le quitará sus placeres, para hundirlo en la nada. Aunque la suponga exentade penas, considera siempre a esta nada como una soledad desoladora, como un abismo deprofundas tinieblas en el que se ve completamente abandonado, privado de toda ayuda y padeciendoel rigor de tan horrible situación. Pero ¿no basta el sueño profundo para darnos una idea verdaderade la nada? ¿Acaso no nos priva de todo? ¿No parece aniquilarnos para el universo y aniquilar eluniverso para nosotros? ¿Acaso la muerte es otra cosa que un largo y profundo sueño? El hombre leteme sólo porque no puede hacerse una idea de la muerte. Dejaría de temerla si tuviera de ella unaidea verdadera. Como no puede concebir un estado en el que no se sienta nada, cree que cuandodeja de existir, tendrá el sentimiento y la conciencia de estas cosas que le parecen hoy tan tristes ylúgubres. Su imaginación le representa su cortejo, la tumba que se cava para él, los lamentos que leacompañan a su última estancia. Se convence de que estos objetos horrorosos le afectarán, aundespués de su defunción, tan penosamente como en el estado actual en el que goza de sus sentidos.”

Del suicidio.

“Puesto que la vida es comúnmente el más preciado bien del hombre, hemos de presumir que el quese desprende de ella es porque se ve arrastrado por una fuerza invencible. Es la desgracia, ladesesperación, la alteración de la máquina producida por la melancolía, lo que llevan al hombre adarse muerte. Agitado entonces por impulsos contrarios se ve, como hemos dicho más arriba,forzado a seguir una vía intermedia que le lleva a la muerte; si el hombre no es libre en ningúninstante de su vida aún lo es menos en el acto que le pone término.

Vemos, pues, que el que se mata no comete, como se pretende, un ultraje a la Naturaleza o, si sequiere, a su autor. Sigue un impulso de esta misma Naturaleza al seguir el único camino que aquéllale deja para salir de sus penas; sale de la existencia por una puerta que aquélla le ha dejado abierta.No puede ofenderla cuando cumple la ley de la necesidad; la mano de hierro de esta ley, que ha rotoel resorte que le hacía la vida deseable y que le impulsaba a su conservación, le enseña que ha desalir del sistema en el que se encuentra demasiado mal para querer permanecer en él. Ni la patria nila familia tienen el derecho de quejarse de un miembro al que no han sabido hacer feliz y del quenada tienen ya que esperar. Para ser útil a la patria o a la familia es necesario que el hombre apreciesu propia existencia, le interese conservarla, ame los lazos que le unen a los demás y sea capaz deprocurarse su felicidad. Para que el suicida fuera castigado en la otra vida y para que se arrepintierade su salida precipitada, sería necesario que se sobreviviera a sí mismo y que, por consiguiente, sellevara a su futura existencia sus órganos, sus sentidos, su memoria, sus ideas y su manera actual deexistir y de pensar,

En una palabra, nada hay más útil que inspirar en los hombres el desprecio por la muerte y alejar desus espíritus las falsas ideas que se les da acerca de sus consecuencias. El temor a la muerte sóloengendrará cobardes; el temor de lo que a ella seguirá engendrará solamente fanáticos o piadososmelancólicos, inútiles para ellos y para los demás. La muerte es un recurso que no debe negarse a lavirtud oprimida a la que la injusticia de los hombres reduce a menudo a la desesperación. Si loshombres no temieran a la muerte no serían esclavos ni supersticiosos. La verdad encontraríadefensores más celosos, los derechos del hombre serían sostenidos más abiertamente, los erroresserían combatidos con más fuerza y la tiranía sería arrojada para siempre de las naciones, pues lanutre la cobardía y la perpetúa el miedo. En resumen: los hombres no pueden ni estar contentos niser felices mientras sus creencias les obliguen a temblar.”

De los intereses de los hombres o de las ideas que se hacen de la felicidad. El hombre no puedeser dichoso sin la virtud.

“Llamamos interés al objeto con el que el hombre, de acuerdo con su temperamento y sus ideascaracterísticas, relaciona su bienestar; de donde se ve que el interés no es más que lo que cada unode nosotros considera necesario para su felicidad. Hemos, pues, de concluir que no existe ningúnhombre que no tenga algún interés. El del avaro es amasar riquezas; el del pródigo es dilapidarlas;el interés del ambicioso es obtener poder, títulos y dignidades; el de un prudente moderado,disfrutar de la tranquilidad; el interés del libertino es librarse sin ninguna selección a toda clase deplaceres; el del hombre prudente es abstenerse de todos los que podrían perjudicarle. El interés delmalvado es satisfacer las pasiones a cualquier precio; el del hombre virtuoso es merecer, por suconducta, el amor y la aprobación de los demás y no hacer nada que pueda degradarle a sus propiosojos.

Así, pues, cuando decimos que el interés es el único móvil de las acciones humanas, queremos conello indicar que todos los hombres trabajan a su manera para su propia felicidad y que la identificancon algún objeto visible o escondido, real o imaginario, hacia el que tiende todo su sistema deconducta para obtenerlo. Por esta razón, no existe ningún hombre al que podamos llamardesinteresado; reservamos este nombre sólo para aquel cuyos móviles desconocemos o cuyo interésaprobamos. Así, llamamos generoso, fiel y desinteresado al que es más sensible al placer de ayudara un amigo en su infortunio que al de conservar en la caja fuerte sus inútiles tesoros. Llamamosdesinteresado al hombre para el cual es más preciado el interés por la gloria que el interés por sufortuna. Llamamos, por fin, desinteresado al hombre que dedica al objeto que identifica con sufelicidad unos sacrificios que nosotros consideramos costosos porque no asignamos a dicho objetoel mismo valor.

A menudo juzgamos equivocadamente los intereses de los demás, ya sea porque los móviles que losaniman son demasiado complicados para que podamos comprenderlos, ya sea porque, parajuzgarlos como lo hacen ellos, deberíamos tener sus mismos ojos, sus mismos órganos, las mismaspasiones, las mismas opiniones. Sin embargo, forzados a juzgar las acciones de los hombres por susefectos sobre nosotros, aprobaremos el interés que las anima siempre que se desprenda de ellasalguna ventaja para la especie humana. Por esto admiramos el valor, la generosidad, el amor a lalibertad, el talento, la virtud, etcétera, con lo que no hacemos más que aprobar los objetos en los quelos seres que alabamos han puesto su felicidad. Aprobamos sus disposiciones aun cuando noestamos en condiciones de sentir sus efectos; pero, en este juicio, no nos sentimos desinteresados; laexperiencia, la reflexión, el hábito, la razón, nos han proporcionado el gusto moral y, al ser testigosde una acción grande y generosa, gozamos tanto como un hombre de gusto goza a la vista de unhermoso cuadro aunque no le pertenezca. El que tiene el hábito de practicar la virtud es un hombreque tiene siempre presente el interés de merecer el afecto, la estima y la ayuda de los demás, a lavez que la necesidad de sentir amor y estima de sí mismo. Con estas ideas, habituales en él, no

cometerá crímenes, ni que sean ocultos, porque le degradarían a sus propios ojos; es como elhombre que, por haber adquirido desde su infancia el hábito de la limpieza, se siente afectadodesagradablemente de verse sucio aunque no haya ningún testigo. El hombre de bien es aquel al queunas ideas verdaderas le han mostrado que su interés o felicidad están en obrar de una manera quelos demás no pueden dejar de amar y de aprobar por su propio interés.

Estos principios, debidamente desarrollados, constituyen la verdadera base de la moral. No existenada más quimérico que una moral fundada en unos móviles imaginarios que han sido colocadosfuera de la Naturaleza, o en unos sentimientos innatos que algunos pensadores han consideradocomo anteriores a toda experiencia e independientes de las ventajas que puedan reportarnos. Espropio de la esencia del hombre el amarse a sí mismo, querer conservarse y procurarse unaexistencia feliz; así, pues, el interés o el deseo de felicidad es el único móvil de todas sus acciones;este interés depende de su organización natural, de sus necesidades, de las ideas adquiridas, de loshábitos contraídos; cae en el error cuando una organización viciada o unas falsas creencias lemuestran su bienestar en objetos inútiles o perjudiciales para él y para los demás; camina con pasoseguro hacia la virtud cuando unas ideas verdaderas le hacen poner su felicidad en una conducta útilpara su especie que los demás aprueban y que la convierten en un objeto interesante para ellos. Lamoral sería una ciencia vana si no probara a los hombres que su mayor interés está en ser virtuosos.Toda obligación ha de fundarse en la probabilidad o la certeza de obtener un bien o evitar un mal.

En efecto, en ningún momento de su vida puede un ser sensible e inteligente perder de vista suconservación y su bienestar; se debe, pues, a sí mismo la felicidad. Pero pronto la experiencia y larazón le prueban que, sin ayuda, nunca podrá procurarse él solo todas las cosas necesarias para sufelicidad; vive con seres sensibles e inteligentes ocupados igual que él en su propia felicidad perocapaces de ayudarlo a obtener los objetos que él desea para sí; se da cuenta de que estos seres sólole serán favorables si está interesado su propio bienestar; llega entonces a la conclusión de que parasu felicidad necesita comportarse de una manera que le concilie siempre la adhesión, la aprobación,la estima y la asistencia de los seres que están en mejores condiciones para ayudarle a conseguir susobjetivos; comprende que el hombre es el ser más necesario para el bienestar del hombre y que parainteresarlo ha de hacerle encontrar algunas ventajas reales en secundar sus proyectos. Pero procurarventajas reales a otros seres de la especie humana significa poseer la virtud: el hombre razonable seve, pues, obligado a admitir que por su propio interés le conviene ser virtuoso. La virtud no es másque el arte de hallar la felicidad de uno mismo en la felicidad de los demás. El hombre virtuoso esaquel que comunica felicidad a unos seres capaces de dársela a él, necesarios para su conservacióny aptos para poderle proporcionar una existencia feliz.

Este es el verdadero fundamento de la moral; el mérito y la virtud se fundan en la naturaleza delhombre y en sus necesidades. Sólo gracias a la virtud puede el hombre ser feliz. Sin virtudes nopuede la sociedad ser útil ni subsistir; sólo puede proporcionar ventajas reales cuando reúne unosseres animados por el deseo de gustarse y dispuestos a trabajar para su recíproca utilidad; no existendulzuras en la familia si los miembros que la componen no tienen la voluntad de prestarsemutuamente ayuda, ayudarse a soportar las penas de la vida y apartar mediante la unión de susesfuerzos los males a los que la Naturaleza les somete. El lazo conyugal sólo es dulce en cuantoidentifica los intereses de dos seres unidos por la necesidad de un placer legítimo, del que resulta elmantenimiento de la sociedad política, y capaz de formar ciudadanos. Para que la amistad tenga suencanto, tiene que asociar especialmente a seres virtuosos, es decir, animados de un sincero deseode contribuir a su recíproca felicidad. Sólo mostrando alguna virtud podremos merecer labenevolencia, la confianza, la estima de todos aquellos con los que tenemos alguna relación; en unapalabra: ningún hombre puede ser feliz si está solo.

En efecto, la felicidad de cada individuo de la especie humana depende de los sentimientos quedespierta y nutre en los seres entre los que el destino lo ha colocado; la grandeza puededeslumbrarlos; el poder y la fuerza pueden arrancarles homenajes involuntarios; la opulencia puedeseducir a unas almas bajas y venales; pero la humanidad, la bondad, la compasión y la justiciapueden por sí solas despertar sentimientos tan dulces como la ternura, la dedicación y la estima delas que todo hombre sensato siente necesidad. Ser virtuoso consiste en colocar el propio interés enlo que concuerda con el interés de los demás; es gozar con los beneficios y los placeres que lesprodigamos. Aquél al que su naturaleza, educación, reflexión y costumbres han hecho susceptiblede estas tendencias, y al que las circunstancias han puesto en condiciones de satisfacerlas, seconvierte en un objeto que interesa a todos los que se le aproximan: es feliz en todo momento, leecon placer la satisfacción y la alegría en todos los rostros; su mujer, los hijos, los amigos, lossirvientes muestran una expresión abierta y serena que dan constancia de la alegría y la paz que élreconoce como obra suya; todo lo que le rodea está dispuesto a participar de sus alegrías y de suspenas; amado, respetado, considerado por los demás, todo le lleva a una agradable consideración desí mismo; conoce los derechos que ha adquirido sobre todos los corazones; se felicita de ser lafuente de una felicidad por la que todos están ligados a su muerte. El amor que sentimos pornosotros mismos se convierte en un sentimiento aún más agradable cuando lo vemos compartidopor todos aquellos con los que nos ha ligado el destino. El hábito de la virtud nos crea unasnecesidades que la virtud se basta para satisfacer, de manera que la virtud es siempre su propiarecompensa y se satisface con los beneficios que procura a los demás.”

Conclusión.

“De todo lo dicho hasta aquí resulta evidente que los errores de toda clase del género humanoproceden todos de haber renunciado a la experiencia, al testimonio de los sentidos, a la recta razón,para dejarse guiar por la imaginación a menudo engañosa y por la autoridad siempre sospechosa. Elhombre no reconocerá nunca su felicidad verdadera mientras descuide el estudio de la Naturaleza,no se instruya en sus leyes inmutables y no busque más que en ella los verdaderos remedios de losmales que son consecuencia necesaria de sus errores presentes. El hombre será siempre un enigmapara él mismo mientras se considere doble y movido por una fuerza inconcebible de la que seignora su Naturaleza y sus leyes. Las facultades que llama intelectuales y sus cualidades moralesserán ininteligibles para él si no las considera de la misma manera que a sus facultades corporales ysi no las ve someterse en todo a las mismas reglas. El sistema de su pretendida libertad no se apoyaen nada; a cada momento es desmentido por la experiencia; ésta le prueba que no deja nunca deestar en todas sus acciones bajo el poder de la necesidad; verdad que, lejos de ser peligrosa para loshombres o destructiva para la moral, le proporciona la verdadera base, pues hace sentir la necesidadde las relaciones subsistentes entre seres sensibles reunidos en sociedad con objeto de trabajar en unesfuerzo común en su recíproca felicidad. De la necesidad de estas relaciones nace la necesidad desus deberes y la necesidad de los sentimientos de amor que atribuyen a la conducta que llamanvirtuosa, o de la aversión que tienen por la que llaman viciosa y criminal. De donde se ven losverdaderos fundamentos de la obligación moral, que no es más que la necesidad de encontrar lamanera de obtener el fin que el hombre se propone en la sociedad, donde cada uno de nosotros, porsu propio interés, su propia felicidad, su propia seguridad, se ve obligado a tener y a mostrar lasdisposiciones necesarias para su propia conservación y capaces de excitar en sus asociados lossentimientos que necesita para ser él mismo feliz. En una palabra, es sobre la acción y la reacciónnecesarias de las voluntades humanas, sobre la atracción y repulsión necesarias de sus almas que sefunda toda moral: es el acuerdo o el concierto de las voluntades y de las acciones de los hombres loque mantiene la sociedad; su discordancia la disuelve y la hace desgraciada.

De todo lo que hemos dicho se concluye que los nombres bajo los cuales los hombres handesignado las causas ocultas que actúan en la Naturaleza y sus diversos efectos no son más que la

necesidad considerada desde diferentes puntos de vista. Hemos encontrado que el orden es unencadenamiento necesario de causas y efectos del que nosotros vemos o creemos ver el conjunto, elenlace y la marcha, y que nos gusta cuando lo encontramos conforme con nuestro ser. De la mismamanera hemos visto que lo que llamamos desorden es un encadenamiento de efectos y de causasnecesarias que juzgamos desfavorables para nosotros o poco convenientes a nuestro ser. Se hadesignado con el nombre de inteligencia la causa necesaria que operaría necesariamente elencadenamiento de sucesos que comprendemos bajo el nombre de orden. Se ha llamado divinidad ala causa necesaria e invisible que pondría en acción una naturaleza I en la que todo actúa de acuerdocon unas leyes inmutables y necesarias. Se ha llamado destino o fatalidad al encadenamientonecesario de causas y efectos desconocidos que vemos en este mundo; se ha utilizado la palabraazar para designar los efectos que no podemos prever y de los que ignoramos la relación necesariacon sus causas. Finalmente, se han llamado facultades intelectuales y morales a los efectos y a lasmodificaciones necesarias del ser organizado que hemos supuesto impresionado por un agenteinconcebible que se ha creído distinto de su cuerpo o de una Naturaleza diferente de la suya, al quese ha designado con el nombre de alma.

En consecuencia, se ha creído que este agente es inmortal y que no se descompone como el cuerpo.Hemos mostrado que el dogma maravilloso de la otra vida se funda sólo en suposiciones gratuitas,desmentidas por la reflexión. Hemos probado que esta hipótesis es no sólo inútil para lascostumbres de los hombres, sino que sólo sirve para embotar sus facultades y para apartarlos delcuidado de trabajar para su felicidad real; para embriagarlos con vértigos y con opinionesperjudiciales para su tranquilidad y, en fin, para adormecer la vigilancia de los legisladoresdispensándolos de dar a la educación, a las instituciones y a las leyes de la sociedad toda la atenciónque les deben. Hemos mostrado que la política se ha equivocado al apoyarse en una opinión pococapaz de contener las pasiones que todo contribuye a encender en el corazón de los hombres, loscuales dejan de ver el futuro cuando el presente los seduce o los arrastra. Hemos mostrado que eldesprecio de la muerte es un sentimiento beneficioso que proporciona a los espíritus el valor deemprender lo que es verdaderamente útil para la sociedad. Por fin, hemos dado a conocer lo quepodía conducir al hombre a la felicidad y hemos mostrado los obstáculos que el error opone a lafelicidad.

Que no nos acusen de demoler sin edificar; de combatir los errores sin sustituirlos por verdades; degolpear al mismo tiempo los fundamentos de la religión y de la sana moral. Esta es necesaria a loshombres; está fundada en su Naturaleza; sus deberes son ciertos y han de durar tanto como la razahumana; nos obliga, porque sin día ni los individuos ni las sociedades podrían subsistir y gozar delas ventajas que su Naturaleza les obliga a desear.

Escuchemos, pues, esta moral establecida sobre la experiencia y sobre la necesidad de las cosas; noescuchemos esta superstición fundada en ensueños, en imposturas y en los caprichos de laimaginación. Sigamos las lecciones de esta moral humana y dulce que nos conduce a la virtud por elcamino de la felicidad: hagamos oídos sordos a los gritos ineficaces de la religión que no podráhacernos amar una virtud a la que hace horrible y odiosa, y que nos hace realmente desgraciados eneste mundo en espera de quimeras que nos promete en otro. Seguro que la razón, sin una rival quela desacredite, nos conducirá con más seguridad que aquélla hacia el final que tienden todosnuestros deseos.

¿Qué frutos, en efecto, ha sacado hasta el momento el género humano de estas nociones sublimes ysobrenaturales con las que durante tantos siglos ha hartado a los mortales? Todos estos fantasmascreados por la ignorancia y la imaginación; todas estas hipótesis, tan insensatas como sutiles, de lasque fue desterrada la experiencia; todas estas palabras vacías de significado de las que está lleno ellenguaje; todas estas esperanzas fanáticas y estos terrores pánicos que han utilizado para actuar

sobre la voluntad de los hombres, ¿los han hecho acaso mejores, más conscientes de sus deberes ymás fieles en cumplirlos? Todos estos sistemas maravillosos y las invenciones sofisticadas en lasque se apoyan, ¿han traído la luz a nuestros espíritus, la razón a nuestra conducta, la virtud a nuestrocorazón? Desgraciadamente todas estas cosas no han hecho más que hundir el entendimientohumano en las tinieblas, de las que no puede salir, y sembrar en nuestras almas errores peligrosos,despertar en nosotros pasiones funestas en las que encontraremos la verdadera fuente de los malesque afligen nuestra especie.

Deja, pues, ¡oh hombre!, de turbarte por los fantasmas que tu imaginación o la impostura hancreado. Renuncia a unas vagas esperanzas; líbrate de temores abrumadores; sigue sin inquietarte elcamino necesario que la Naturaleza te ha trazado. Siémbrala de flores si tu destino lo permite;aparta, si puedes, las espinas que han extendido. No lances tus miradas hacia un futuroimpenetrable: su oscuridad basta para probarte que es inútil y peligroso sondear. Piensa, pues,únicamente en ser feliz en la existencia que te es conocida. Sé temperado, moderado y razonable siquieres conservarte; no seas pródigo en el placer si quieres que te dure. Abstente de todo lo quepuede perjudicar a ti o a los demás. Sé verdaderamente inteligente, es decir, aprende a amarte, aconservarte, a cumplir la finalidad que a cada momento te propones. Sé virtuoso para que puedasser firmemente feliz y para que puedas gozar del afecto, de la estima y de la ayuda de los seres quela Naturaleza ha hecho necesarios para tu propia felicidad. Si ellos son injustos, hazte digno de tupropio aplauso y estima: vivirás contento, tu serenidad no se verá turbada; el fin de tu carrera, librede remordimientos, al igual que tu vida, no la desacreditará. La muerte será para ti la puerta de unaexistencia nueva en un orden nuevo: allí serás sometido, igual que lo eres actualmente, a las leyeseternas del destino que quiere que, para vivir feliz aquí abajo, hagas felices a otros. Déjate, pues,llevar suavemente por la Naturaleza hasta que te duermas apaciblemente en el seno que te ha hechonacer.

¡Tú, pobre desgraciado!, que te encuentras sin cesar en contradicción contigo mismo, ¡máquinadesordenada que no puede adecuarse ni a su Naturaleza ni a la de sus asociados!, no temas elcastigo de tus crímenes en la otra vida: ¿no eres ya cruelmente castigado? Tus locuras, tus hábitosvergonzosos, tus excesos, ¿no perjudican tu salud? ¿No arrastras asqueado una vida fatigada por tusexcesos? ¿No te castiga el aburrimiento por tus pasiones saciadas? ¿No han cedido el puesto elvigor y la jovialidad a la debilidad, la inseguridad y las lamentaciones? ¿No cavan tus vicios día adía tu propia tumba? Cada vez que te has manchado con algún crimen, ¿te has atrevido sin pavor amirarte a ti mismo? ¿No has encontrado el remordimiento, el terror, la vergüenza arraigados en tucorazón? ¿No has sentido miedo de las miradas de tus semejantes? ¿No has temblado en tu soledadsin cesar bajo la sospecha de que la terrible verdad desvelara tus tenebrosas fechorías? No temasmás el futuro, pues pondrá fin a los merecidos tormentos que te infliges a ti mismo. La muerte, alliberar a la tierra de un peso incómodo, te liberará a ti de tu más cruel enemigo.”

Segunda Parte.Origen de nuestras ideas sobre la divinidad.

“Los primeros instantes del hombre están marcados por necesidades; es decir, para conservar su serhace falta necesariamente la ayuda de varias causas análogas a él, sin las cuales no podríamantenerse en la existencia que ha recibido. Estas necesidades en el ser sensible se manifiestan porel desorden, el decaimiento y la languidez de su máquina que le dan consciencia de una sensaciónpenosa: esta perturbación persiste y aumenta hasta que la causa necesaria para hacerla cesar venga arestablecer el orden conveniente en la máquina humana. La necesidad es el primero de los malesque experimenta el hombre; sin embargo, este mal es necesario para el mantenimiento de su ser yno le preocuparía si el desorden de su cuerpo no le obligara a remediarlo. Sin necesidades, no

seríamos más que máquinas insensibles, semejantes a los vegetales, incapaces, como ellos, deconservarnos o de tomar medidas para perseverar en la existencia que hemos recibido. A nuestrasnecesidades debemos nuestras pasiones, nuestros deseos, el ejercicio de nuestras facultadescorporales e intelectuales; son nuestras necesidades las que nos obligan a pensar, querer y actuar,para satisfacerlas o para poner fin a las sensaciones penosas que nos causan, según nuestrasensibilidad natural y nuestra propia energía, desplegamos fuerzas de nuestro cuerpo o de nuestroespíritu. Al ser continuas nuestras necesidades, estamos obligados a trabajar sin cesar paraprocurarnos los objetos capaces de satisfacerlas; en una palabra, es por sus múltiples necesidadespor lo que la energía del hombre está en perpetua acción. En cuanto deja de tener necesidades, caeen la inercia, la apatía, el aburrimiento, en una languidez incómoda y dañina para su ser, estado quedura hasta que nuevas necesidades vienen a reanimarlo o despertarlo de este letargo.

Por lo tanto se ve que el mal es necesario para el hombre; sin él no podría conocer lo que leperjudica, ni evitarlo, ni procurarse bienestar; no se distinguiría en nada de los seres insensibles y noorganizados si el mal momentáneo al que llamamos necesidad no lo forzara a poner en acción susfacultades, hacer experiencias, comparar y distinguir entre los objetos que pueden perjudicarle yaquellos que son favorables para su ser. En fin, sin el mal el hombre no conocería el bien, estaríacontinuamente expuesto a perecer; semejante a un niño desprovisto de experiencia, a cada pasocorrería el peligro de perderse, no juzgaría nada, no tendría elección, ni voluntad, ni pasiones, nideseos, no se rebelaría contra los objetos desagradables, no podría alejarlos de sí, ni tendría ningúnmotivo para amar o temer; sería un autómata insensible, ya no sería un hombre.

Si no existiera ningún mal en este mundo, el hombre jamás habría pensado en la divinidad. Si lanaturaleza le hubiera permitido satisfacer cómodamente todas sus necesidades renacientes o noexperimentar más que sensaciones agradables, sus días habrían transcurrido en perpetuauniformidad y no habría tenido motivos para investigar las causas desconocidas de las cosas.Meditar es un esfuerzo; el hombre siempre contento no se ocuparía más que de satisfacer susnecesidades, gozar del presente, sentir objetos que le advertirían sin cesar de su existencia de unmodo que aprobaría necesariamente. Nada alarmaría su corazón, todo sería conforme a su ser, noexperimentaría ni temor, ni desconfianza, ni inquietud por el porvenir; estos movimientos nopueden ser más que las consecuencias de alguna sensación desagradable que le habría anteriormenteafectado o que, perturbando el orden de su máquina, habría interrumpido el curso de su felicidad.

Independientemente de las necesidades que se renuevan en cada instante en el hombre y que amenudo se encuentra ante la imposibilidad de satisfacer, todo hombre ha sentido una multitud demales; ha padecido por culpa de la inclemencia de las estaciones, hambres, contagios, accidentes,enfermedades, etc. He aquí por qué todo hombre es temeroso y desconfiado. La experiencia deldolor nos alarma sobre todas las causas desconocidas, es decir, cuyos efectos no hayamosexperimentado; esta experiencia hace que súbitamente o, si se quiere, por instinto nos pongamos enguardia contra todos los objetos cuyas consecuencias para nosotros ignoramos. Nuestras inquietudesy nuestros temores aumentan en razón de la cantidad de desorden que estos objetos producen ennosotros, de su escasez, es decir, de nuestra falta de experiencia respecto a él, de nuestrasensibilidad natural, del ardor de nuestra imaginación. Cuanto más ignorante o desprovisto deexperiencia es el hombre, más es susceptible de terror; la soledad, la oscuridad de los bosques, elsilencio y las tinieblas de la noche, el silbido de los vientos, los ruidos repentinos y confusos sonpara todo hombre que no está acostumbrado a todas estas cosas objetos de terror. El hombreignorante es un niño a quien todo sorprende y hace temblar. Sus inquietudes desaparecen, se calmaa medida que la experiencia lo familiariza más o menos con los efectos de la naturaleza; setranquiliza en cuanto conoce o cree conocer las causas que ve actuar y en cuanto conoce los mediospara evitar sus efectos. Pero si no logra aclarar las causas que lo perturban o que lo hacen sufrir, nosabe a quién echar la culpa; sus inquietudes redoblan, su imaginación se extravía, exagera o le

describe en desorden el objeto desconocido de su terror, lo hace análogo a algunos de los seres yaconocidos, le sugiere medios semejantes a los que emplea en general para detener los efectos ydesarmar la potencia de la causa oculta que ha hecho nacer sus inquietudes y sus temores. Es de estemodo como su ignorancia y su debilidad lo hacen supersticioso.”

“Los hombres siempre han extraído sus primeras nociones sobre la divinidad en el seno de laignorancia, de inquietudes y calamidades. De donde se ve que debieron ser o bien sospechosas obien falsas y siempre aflictivas. En efecto, a cualquier parte de nuestro globo que dirijamos nuestrasmiradas, a los climas helados del norte, las regiones ardientes del sur, las zonas más templadas,vemos que por todas partes los pueblos han temblado y que a consecuencia de sus temores y de susdesgracias se han hecho dioses nacionales o han adorado a los que les traían de otra parte. La ideade estos agentes tan potentes fue siempre asociada a la del terror; su nombre recordó siempre alhombre sus propias calamidades o las de sus padres; temblamos hoy porque nuestros antepasadoshan temblado hace miles de años. La idea de divinidad despierta siempre en nosotros ideasaflictivas: si nos remontásemos a la fuente de nuestros temores actuales y de los pensamientoslúgubres que se elevan en nuestro espíritu todas las veces que oímos pronunciar su nombre, laencontraríamos en los diluvios, las revoluciones y los desastres que han destruido una parte delgénero humano y consternado a los desgraciados escapados de la destrucción de la tierra; éstos noshan transmitido hasta este día sus miedos y las ideas negras que se han hecho de las causas o de losdioses que los habían alarmado.

Del mismo modo que los dioses de las naciones fueron concebidos en el seno de inquietudes, fuetambién en el dolor donde cada hombre moldeó la potencia desconocida que se construyó para símismo. Al desconocer las causas naturales y sus modos de actuar, cuando padece algún infortunio oalguna sensación desagradable, no sabe a quién responsabilizar de ello. Los movimientos que, apesar de él, se excitan en su interior, sus enfermedades, penas, pasiones, inquietudes, lasalteraciones dolorosas que su máquina experimenta sin entender su verdadera causa, finalmente lamuerte, cuyo aspecto es tan temible para un ser fuertemente apegado a la vida, son efectos queconsidera como sobrenaturales porque son contrarios a su naturaleza actual; los atribuye, pues, aalguna causa potente que, a pesar de todos sus esfuerzos, dispone en cada instante de él. Suimaginación desesperada por los males que cree inevitables, le crea en el acto algún fantasma bajoel cual la consciencia de su propia debilidad le obliga a estremecerse. Es entonces cuando, heladode terror, medita tristemente sobre sus desgracias y busca temblando los medios para apartarlas,desarmando la cólera de la quimera que lo persigue. Fue, pues, siempre en el taller de la tristezadonde el hombre desgraciado moldeó el fantasma del cual ha hecho su Dios.

No juzgamos los objetos que ignoramos más que a partir de aquellos que podemos conocer. Elhombre, según él mismo, atribuye voluntad, inteligencia, designio, proyectos, pasiones, en unapalabra, cualidades análogas a las suyas a toda causa desconocida que siente actuar sobre él. Encuanto una causa visible o supuesta le afecta de un modo agradable o favorable a su ser, la juzgabuena y bien intencionada hacia él: juzga por el contrario que toda causa que le hace experimentarsensaciones desagradables es mala por su naturaleza y tiene intención de dañarle. Atribuyefinalidades, un plan, un sistema de comportamiento a todo lo que parece producir por sí efectosrelacionados, actuar con orden y consecuencia, operar constantemente las mismas sensaciones sobreél. De acuerdo con estas ideas que el hombre toma siempre de sí mismo y de su propio modo deactuar, ama o teme los objetos que le han afectado, se aproxima a ellos con confianza o temor, losbusca o los rehúye cuando cree poder sustraerse a su potencia. Pronto les habla, los invoca, lesruega que le concedan su ayuda o cesen de afligirle; intenta ganárselos por sumisiones, bajezas,presentes a los que él mismo es sensible; finalmente les ofrece hospitalidad, les da asilo, lesconstruye una morada y les suministra las cosas que cree que les deben gustar más porque a élmismo le agradan mucho. Estas disposiciones sirven para dar cuenta de la formación de estos dioses

tutelares que cada hombre se fabrica en las naciones salvajes y groseras. Vemos que hombressimples consideran como jueces de su suerte a animales, piedras, sustancias informes e inanimadas,fetiches a los que convierten en divinidades, atribuyéndoles inteligencia, deseos y voluntades.Existe otra disposición que ha servido para engañar al hombre salvaje y que engañará a todosaquellos que la razón no haya desengañado respecto a las apariencias: es el concurso fortuito deciertos efectos con causas que no los han producido, la coexistencia de estos efectos con ciertascausas que no tienen con ellos ninguna relación verdadera.

De este modo, el salvaje atribuirá bondad o voluntad de hacerle el bien a algún objeto ya inanimadoya animado, como una piedra con una cierta forma, una roca, una montaña, un árbol, una serpiente,un animal, etc., si todas las veces que lo ha encontrado las circunstancias han hecho que tuvieraéxito en la caza, la pesca o la guerra o en toda otra empresa. Ese mismo salvaje, de modoigualmente gratuito, enlazará la idea de malicia o de maldad a un objeto cualquiera que haencontrado los días que ha padecido algún accidente desagradable; incapaz de razonar, no ve queestos efectos diversos se deben a causas naturales, a circunstancias necesarias; le parece más fácilatribuirlos a causas incapaces de influir sobre él o de desear su bien o su mal; por consiguiente, suignorancia y la pereza de su espíritu los divinizan, es decir, les atribuyen inteligencia, pasiones,designios y les suponen un poder sobrenatural. El salvaje no es más que un niño; éste golpea elobjeto que no le place, como el perro muerde la piedra que lo hiere, sin remontarse hasta la manoque se la tira.”

De la mitología y la teología.

“La observación de la Naturaleza fue el primer estudio de quienes tuvieron posibilidad de meditar;no pudieron evitar ser impresiona dos por los fenómenos del mundo visible. La salida y la puesta delos astros, el ciclo periódico de las estaciones, las variaciones del aire, la fertilidad y la esterilidadde los campos, los beneficios y los daños causados por las aguas, los efectos tanto útiles comoterribles, del fuego, fueron objetos que les hicieron pensar. Era natural que creyeran que unos seresque veían moverse por sí mismos actuaran por su propia energía; por su influencia buena o malasobre los habitantes de la tierra les atribuyeron el poder y la voluntad de hacerles bien o deperjudicarlos. Los primeros que lograron tener ascendiente sobre los salvajes, toscos, diseminadosen los bosques, ocupados en cazar y pescar, errantes y vagabundos, poco apegados al suelo del quetodavía no sabían sacar partido, fueron siempre los observadores más experimentados, mejoresconocedores de los designios de la Naturaleza que los pueblos o, mejor dicho, que los individuosdesperdigados a los que encontraron ignorantes y desprovistos de experiencia. Sus conocimientossuperiores les pusieron en condiciones de hacerles bien, de descubrirles inventos útiles, de atraersela confianza de los desgraciados a los que tendían una mano caritativa; estos salvajes desnudos,hambrientos, expuestos a las injurias del aire y a los ataques de las bestias, dispersos en cavernas opor los bosques, ocupados en la penosa tarea de cazar o de trabajar sin descanso para procurarse unasubsistencia incierta, no habían tenido tiempo para hacer descubrimientos que les pudieran facilitarsus trabajos: estos descubrimientos son siempre fruto de la sociedad; unos seres aislados yseparados entre sí no encuentran nada, ni siquiera se les ocurre buscar. El salvaje es un ser quepermanece perennemente en el estado de infancia, del que no saldría si no fueran a sacarle de sumiseria. Arisco al principio, poco a poco va domesticándose con los que le hacen bien; ganados porlos beneficios que reciben, les conceden su confianza llegando al final a sacrificarles incluso sulibertad.

Por lo general, han salido del seno de las naciones civilizadas los personajes que han aportado lasociabilidad, la agricultura, las artes, las leyes, los dioses, los cultos y las opiniones religiosas a lasfamilias o tribus todavía esparcidas y no reunidas en cuerpo de nación. Suavizaron sus costumbres,los agruparon, les enseñaron a sacar partido de sus fuerzas, a ayudarse mutuamente para procurarse

más fácilmente lo que necesitan. Se atrajeron su amor y su veneración procurándose una vida másfeliz, adquirieron el derecho de dictarles sus opiniones, les hicieron adoptar las que ellos habíaninventado, o las que habían .traído de los países civilizados de donde habían salido. La historia nosmuestra que los más famosos legisla dores fueron hombres ricos en estos conocimientos útiles quese dan en el seno de las naciones civilizadas y que llevaron a los salvajes, desprovistos de industriay de ayudas, las artes que hasta entonces habían desconocido. Tales fueron los Baco, los Orfeo, losTriptolemos, los Moisés, los Numas, los Zamoixis, en una palabra, los primeros que dieron a lasnaciones la agricultura, las ciencias, las divinidades, los cultos, los misterios, la teología, lajurisprudencia.”

“Cualquiera que sea la conjetura que se haga, ya sea que la raza humana haya existido siempresobre la tierra, ya sea que se trate de una producción reciente y pasajera de la Naturaleza, nos esfácil remontarnos hasta el origen de varías de las naciones existentes; las vemos todavía hoy en elestado salvaje, es decir, compuestas por familias dispersas; éstas se agrupan a la llamada de algunoslegisladores o misioneros de los que han recibido beneficios, las leyes, las opiniones y los dioses.Estos personajes, cuya superioridad fue reconocida por los pueblos, fijaron las divinidadesnacionales dejando a cada individuo los dioses que se había formado conforme a sus propias ideas,o sustituyéndoselos por otros nuevos aportados de las regiones de donde venían.

Para mejor grabar sus enseñanzas en los espíritus, estos hombres, convertidos en doctores, en guíasy maestros de las sociedades nacientes, hablaron a la imaginación de sus oyentes. La poesía con susimágenes, sus ficciones, cadencias, armonía y ritmo impresionó el espíritu de los pueblos y grabó ensu memoria las ideas que se quiso comunicarles; gracias a ella la Naturaleza entera fue animada, fuepersonificada al igual que cada una de sus partes; la tierra, los aires, las aguas, el fuego adquirieroninteligencia, pensamiento, vida; los elementos fueron divinizados; el cielo, este inmenso espacioque nos rodea, se convirtió en el primero de los dioses; el tiempo, su hijo, que destruye sus propiasobras, fue una divinidad inexorable, a la que se temía y a la que se imaginó con el nombre deSaturno; la materia etérea, este fuego invisible que vivífica a la Naturaleza, que penetra y fecundatodos los seres, que es el principio del movimiento y del calor, fue llamado Júpiter; se casó conJuno, la diosa de los aires; sus combinaciones con todos los seres de la Naturaleza se manifestaronen sus metamorfosis y en sus frecuentes adulterios; se le armó con el rayo, queriendo indicar queera causa de los meteoros. Con arreglo a las mismas ficciones, el Sol, este otro bienhechor queinfluye de forma tan señalada sobre la tierra, se convirtió en un Osiris, un Bel, un Mitra, un Adonis,un Apolo; la Naturaleza, entristecida por su alejamiento periódico, fue una Isis, una Astarté, unaVenus, una Cibeles. Finalmente, todas las partes de la Naturaleza fueron personificadas; el marestuvo bajo el imperio de Neptuno; el fuego fue adorado por los egipcios bajo el nombre deSerapis; con el de Ormuz, por los persas; con los nombres de Vesta o de Vulcano, por los romanos.

Este es el verdadero origen de la mitología. Hija de la física embellecida por la poesía, tuvo porobjeto describir la Naturaleza y sus partes. Por poco que nos dignemos consultar a los antiguos,percibiremos sin dificultad que estos famosos sabios, estos legisladores, estos sacerdotes, estosconquistadores que instruyeron a las naciones en su infancia, adoraban y hacían que el vulgoadorase a la Naturaleza actuante o el gran todo, considerado de acuerdo con sus diferentesoperaciones o cualidades. Han divinizado este gran todo, han personificado sus partes; de lanecesidad de sus leyes han sacado el destino, con la alegoría disfrazaron su manera de actuar y,finalmente, la idolatría representó con símbolos y figuras representativas las partes de este grantodo.”

“A fuerza de razonar y de meditar sobre esta Naturaleza tan adornada o, mejor, desfigurada, lospensadores posteriores ya no reconocieron la fuente de donde sus predecesores habían sacado losdioses y los ornamentos fantásticos con los que los habían adornado. Físicos y poetas,

.transformados por el ocio y las vanas investigaciones en metafísicos y teólogos, creyeron haberhecho un importante descubrimiento al distinguir sutilmente la Naturaleza de sí misma, de su propiaenergía, de su facultad de actuar. Poco a poco convirtieron esta energía en un ser incomprensible alque personificaron y llamaron motor de la Naturaleza y al que designaron con el nombre de Dios,del cual no pudieron jamás formarse ideas ciertas. Este ser abstracto y metafísico, o, mejor dicho,este nombre, fue el objeto de su perpetua contemplación. Lo contemplaron no sólo como un serreal, sino como el más importante de los seres y, a fuerza de soñar y de sutilizar, la Naturalezadesapareció, fue despojada de sus derechos, fue vista como una /masa privada de fuerza y deenergía, como un montón innoble de materias puramente pasivas que, incapaz de actuar por símisma, no pudo ya ser concebida activa sin el concurso del motor que se le había asociado. Así sedio preferencia a una fuerza desconocida respecto a la que hubieran podido conocer si se hubierandignado consultar la experiencia. Pero el hombre deja pronto de respetar lo que comprende y deestimar los objetos que le son familiares; todo lo que no concibe se le figura maravilloso; su espíritutrabaja sobre todo para captar lo que parece escapar a sus miradas y, en lugar de la experiencia, sóloconsulta su imaginación que le llena de quimeras.”

“El hombre no vio ni verá nunca en su Dios más que a un hombre; por más que sutilice, por másque amplíe su poder y sus perfecciones, no tendrá nunca otra cosa más que un hombre gigantesco,exagerado, al que convertirá en quimérico a fuerza de querer meter en él cualidades incompatibles:no verá en Dios más que a un ser de la especie humana cuyas proporciones se esforzará en agrandarhasta el punto de convertirlo en un ser totalmente inconcebible. De acuerdo con estas disposicionesatribuye la inteligencia, la sabiduría, la bondad, la justicia, la ciencia y el poder a la divinidadporque el hombre es inteligente, porque tiene la idea de la sabiduría en algunos seres de su especie,porque le gusta encontrar en ellos disposiciones beneficiosas para él mismo, porque estima a los queson justos, porque él mismo tiene unos conocimientos que ve que son más amplios en otrosindividuos, porque, en fin, goza de unas facultades que dependen de su organización. Prontoextiende o exagera todas estas finalidades: la vista de los fenómenos de la Naturaleza que se sienteincapaz de producir o de imitar le obliga a establecer una diferencia entre su Dios y él, pero no sabedónde detenerse, no querría equivocarse poniendo límites a las cualidades que le asigna; la palabrainfinito es el término abstracto y vago que utiliza para caracterizarlas. Dice que su poder es infinito:lo que significa que no concibe que su poder pueda detenerse a la vista de los grandes efectos de losque le hace autor. Dice que su bondad, su sabiduría, su ciencia, su clemencia son infinitas: lo quesignifica que ignora hasta dónde éstas perfecciones pueden llegar en un ser cuyo poder supera tantoal suyo. Dice que este Dios es eterno, es decir, infinito en la duración, porque no comprende quehaya podido comenzar ni que pueda jamás dejar de existir, cosa que considera que es un defecto delos seres transitorios que ve cómo se descomponen y están sujetos a morir. Piensa que la causa delos efectos de los que es testigo es necesario, inmutable, permanente, y no sujeta a cambios comotodas sus obras pasajeras que sabe están sometidas a la disolución, a la destrucción, al cambio deformas. Cree que este pretendido motor que permanece siempre invisible para el hombre y actúa deuna manera impenetrable y escondida, parecido al principio oculto que anima a su propio cuerpo,este Dios es el móvil del universo; en consecuencia lo considera el alma, la vida, el principio delmovimiento de la Naturaleza. Finalmente, cuando a fuerza de sutilezas ha llegado a la conclusión deque el principio que mueve su cuerpo es un espíritu, una sustancia inmaterial, hace a su Diosespiritual o inmaterial; lo hace inmenso aunque desprovisto de extensión; lo hace inmutable aunquecapaz de mover la Naturaleza y aunque le considere autor de todos los cambios que se le dan en laNaturaleza.

La idea de la unidad de Dios fue una consecuencia de la opinión de que este Dios era el alma deluniverso: no obstante, esta idea fue un fruto tardío de las meditaciones humanas. La vista de losefectos opuestos y a menudo contradictorios que se operaban en el mundo hizo creer que debíahaber un gran número de potencias o causas distintas e independientes entre sí; los hombres no

pudieron creer que los efectos tan diversos que veían partieran de una sola y misma causa;admitieron, pues, varias causas o varios dioses que actuaban de acuerdo con principios diferentes:unos fueron considerados como poderes amigos y otros como poderes enemigos del génerohumano. Tal es el origen del dogma tan antiguo y universal que supone que existen en la Naturalezados principios o dos poderes con intereses opuestos y perpetuamente en guerra, por medio de loscuales se creyó explicar esta mezcla constante de bienes y de males, de prosperidad y de infortunio,en una palabra, las vicisitudes a las que el género humano está sujeto en este mundo. He aquí elorigen de los combates que los antiguos creían que se libraban entre dioses buenos y malos: entreOsiris y Tifón; Ormuz y Ahrimán; Júpiter y los Titanes; Jehova y Satanás. No obstante, por supropio interés, los hombres han predicho siempre la ventaja en esta guerra de la divinidadbienhechora, la cual, según ellos, debía al final quedar dueña del campo de batalla; a los hombresles interesaba que la victoria fuera de ella.

Incluso cuando los hombres no reconocieron más que un solo Dios, supusieron siempre que losdiferentes departamentos de la Naturaleza eran confiados por él a unos poderes sometidos a susórdenes supremas; así el soberano de los dioses se descargaba del cuidado de la administración delmundo. Estos dioses subalternos fueron multiplicados al infinito; cada hombre, cada ciudad, cadalugar tuvieron sus dioses locales y tutelares; cada suceso feliz o desgraciado tuvo una causa divina yfue la consecuencia de un decreto soberano; cada efecto natural, cada operación, cada pasióndependieron de una divinidad a la que la imaginación teológica, dispuesta a ver dioses por todaspartes y a no apreciar a la Naturaleza, embelleció o desfiguró, a la que la poesía exageró y animó ensus descripciones y a la que la ávida ignorancia recibió con afán y sumisión.

Este es el origen del politeísmo; estos son los fundamentos y los títulos de la jerarquía que loshombres establecieron entre los dioses, porque se sintieron incapaces de elevarse hasta el serincomprensible al que habían reconocido como único soberano de la Naturaleza sin que jamáshubieran tenido ideas distintas sobre él. Tal es la verdadera genealogía de estos dioses de un ordeninferior a los que los pueblos colocaron como medios proporcionales entre ellos y la causa primerade todas las otras causas. Consiguientemente vemos entre los griegos y los romanos dividirse losdioses en dos clases: unos fueron llamados grandes dioses18, y formaron un orden aristocrático quedistinguieron de los pequeños dioses, o de la multitud de divinidades paganas. No obstante, tantolos primeros como los últimos estuvieron sometidos al fatum, es decir, al destino, el cual no es,evidentemente, otra cosa que la Naturaleza actuando según leyes necesarias, rigurosas, inmutables:este destino fue visto como el Dios de los propios dioses. Se ve que sólo es la necesidadpersonificada y que los paganos eran inconsecuentes al fatigar con sus sacrificios y sus plegarias aunas divinidades que creían sometidas a un destino inexorable cuyos decretos no podían jamástransgredir. Pero los hombres dejan siempre de razonar cuando se trata de sus nociones teológicas.

Lo que acabamos de decir muestra también la fuente de una serie de poderes medianeros,subordinados a los dioses, pero superiores a los hombres, con los que se ha llenado el universo.Fueron venerados bajo los nombres de ninfas, semidioses, ángeles, demonios, genios buenos ymalos, espíritus, héroes, santos, etc. Estos seres constituyeron diferentes clases de divinidadesintermediarias que se convirtieron en objeto de esperanzas y temores, de consolaciones y pavores delos mortales; éstos los inventaron sólo por la imposibilidad de concebir al ser incomprensible quegobierna el mundo en calidad de jefe y por la desesperanza de poder tratar directamente con él.”

“Al suponer un Dios, único autor de todas las cosas, no se pudo evitar de atribuirle una bondad, unasabiduría, un poder sin límites a la vista de los beneficios y del orden que se creyó ver reinar en elmundo y de los efectos maravillosos que obraba; pero, por otra parte, ¿cómo abstenerse de atribuirlela malicia, la imprudencia, el capricho a la vista de los desórdenes frecuentes y de los malesinnumerables de los que el género humano es tan a menudo víctima y de los que este mundo es

teatro? ¿Cómo evitar el tacharlo de imprudente al verle ocupado continuamente en destruir suspropias obras? ¿Cómo no sospechar su impotencia al ver que perpetuamente deja sin cumplir losproyectos que le suponían?

Se ha creído zanjar estas dificultades creándole enemigos los cuales, aunque subordinados al Diossupremo, no dejan de alterar su imperio y frustrar sus proyectos: se le hizo rey y se le dio unosadversarios que a pesar de su impotencia, quisieron disputarle la corona. Este es el origen de lafábula de los Titanes o de los ángeles rebeldes cuyo orgullo los hizo precipitar en un abismo demiserias y que fueron transformados en demonios o en genios maléficos; éstos no tuvieron másfunción que hacer inútiles los proyectos del todopoderoso y seducir y sublevar contra él a loshombres, sus súbditos.

Como consecuencia de esta fábula tan ridícula, el monarca de la Naturaleza estuvo siempre en luchacon los enemigos que él mismo se había creado; a pesar de su poder infinito, no quiso o no pudoreducirlos totalmente; jamás tuvo a sus súbditos completamente sometidos; estuvo continuamenteocupado en luchar, en recompensarlos cuando obedecían sus leyes y en castigarlos cuando tenían ladesgracia de participar en los complots de los enemigos de su gloria. A consecuencia de estas ideas,inspiradas en el estado de guerra en el que se encuentran casi siempre los reyes en la tierra, hubohombres que se dijeron ministros de Dios, los cuales le hicieron hablar, desvelaron sus intencionesocultas y mostraron la violación de sus leyes como el más horrible de los crímenes. Los pueblos,ignorantes, aceptaron estos decretos sin examinarlos; no vieron que era el hombre, y no el Dios,quien les hablaba; no vieron que había de ser imposible para unas débiles criaturas actuar contra lavoluntad de un Dios al que se creía creador de todos los seres y el cual no podía tener más enemigosen la Naturaleza que los que él mismo se había creado. Se pretendió que el hombre, a pesar de supropia dependencia y de la omnipotencia de su Dios, podía ofenderlo, era capaz de contrariarle, dedeclararle la guerra, de derribar sus designios, de alterar el orden que había establecido: se imaginóque este Dios, seguramente para hacer ostentación de su poder, había él mismo creado unosenemigos para darse el gusto de combatirlos aunque sin querer destruirlos ni cambiar su desgraciadacondición. En fin, se creyó que había acordado a sus enemigos rebeldes, así como a los hombres, lalibertad de violar sus órdenes, de aniquilar sus proyectos, de excitar su cólera, de acallar su bondadpara amar su justicia. A partir de entonces se consideraron todos los bienes de esta vida comorecompensas y los males como merecidos castigos. El sistema de la libertad parece inventado sólopara ponerle en condiciones de ofender a su Dios y para justificar a éste por el mal que hizo alhombre por haber usado la funesta libertad que le había dado.”

Ideas confusas y contradictorias de la teología.

"Para justificar a este Dios de los males que hace sufrir al género humano se nos dice que es justo yque estos males son los castigos que nos inflige por las ofensas que ha recibido de los hombres.¡Así, pues, el hombre tiene el poder de hacer sufrir a su Dios! Ahora bien, para ofender a alguienhay que suponer unas relaciones entre nosotros y aquel al que ofendemos: ¿cuáles son las relacionesque pueden existir entre los débiles mortales y el ser infinito que ha creado el mundo? Ofender aalguien es disminuir la cantidad de su felicidad, es afligirlo, es privarle de alguna cosa, es hacerleexperimentar un sentimiento doloroso. ¿Cómo es posible que el hombre pueda alterar el bienestardel soberano todopoderoso de la Naturaleza, cuya felicidad es inalterable? ¿Cómo las accionesfísicas de un ser material pueden influir sobre una sustancia inmaterial y hacerle experimentar unossentimientos desagradables? ¿Cómo una débil criatura que ha recibido de Dios su ser, suorganización, su temperamento, de donde proceden sus pasiones, su manera de actuar y de pensar,puede actuar contra el deseo de una fuerza irresistible que no permite jamás el desorden o elpecado?

Por otra parte, la justicia, de acuerdo con las únicas ideas que podemos formarnos de ella, suponeuna disposición permanente de dar a cada uno lo que le es debido; ahora bien, la teología nos repitesin cesar que Dios no nos debe nada, que los bienes que nos dispensa son efectos gratuitos de subondad y que, sin herir su equidad, puede disponer a su gusto de las obras de sus manos e : inclusohundirlas, si le place, en el abismo de la miseria. Pero en ello yo no veo ni la sombra de la justicia:no veo más que la más terrible de las tiranías, veo el abuso de poder más indignante. ¿No vemos, enefecto, sufrir al inocente, la virtud en lágrimas, el crimen triunfante y recompensado bajo el imperiode este Dios cuya justicia se alaba?. Estos males, decís, son pasajeros, no durarán más que algúntiempo. Menos mal; pero vuestro Dios, entonces, es injusto al menos durante algún tiempo. Es porsu bien, diréis, por lo que castiga a sus amigos. Pero si es bueno, ¿cómo puede consentir que se leshaga sufrir aunque sólo sea por algún tiempo? Si lo sabe todo, ¿por qué necesita poner a prueba asus favoritos de los que no tiene nada que temer? Si en verdad es todopoderoso ¿no podría ahorrales estas desgracias pasajeras y procurarles de una vez una felicidad duradera? Si su poder esinquebrantable ¿por qué tienen que inquietarle los inútiles complots que quisieran dirigir contra él?"

"Este Dios, se dice, ha creado el cielo, la tierra y todos los seres que la habitan en vista de su propiagloría. Pero un monarca superior a todos los seres, que no tiene rival ni igual en la Naturaleza, queno puede compararse, con ninguna de sus criaturas ¿puede estar animado del deseo de la gloria?,¿puede temer verse despreciado ante sus semejantes?, ¿tiene necesidad de la estima, del homenaje yde la admiración de los hombres? El amor a la gloria en nosotros no es más que el deseo de dar anuestros semejantes un alto concepto de nosotros mismos; esta pasión es loable cuando nosdetermina a hacer cosas útiles y grandes; aunque a menudo no sea más que una debilidad imputablea nuestra naturaleza, un deseo de distinguirnos de los seres con los que nos comparamos. El Diosdel que nos hablan ha de estar exento de esta pasión: no tiene semejantes, no tiene ningún émulo, nopuede molestarse por las ideas que se tengan de él, su poder no puede sufrir ninguna disminución,nada puede turbar su felicidad eterna. ¿No hemos, entonces, de concluir que ni puede sersusceptible de desear la gloria ni sensible a las alabanzas y a la estima de los hombres? Si este Dioses celoso de sus prerrogativas, de sus títulos, de su rango, de su gloria, ¿por qué soporta que tantoshombres le ofendan?, ¿por qué permite que tantos otros tengan sobre él opiniones tandesfavorables?, ¿por qué se encuentran algunos que tienen la temeridad de rehusarle el incienso quetanto halaga a su orgullo? ¿Cómo permite que un mortal como yo se atreva a atacar sus derechos,sus títulos, su propia existencia? Es para castigarte, decís, por haber abusado de sus gracias. ¿Peropor qué permite que abuse de sus gracias?, o ¿por qué las gracias que me da no son suficientes parahacerme actuar según sus intenciones? Porque te ha hecho libre, contestáis. ¿Por qué me haconcedido una libertad de la que debía prever que yo podría abusar? ¿Es acaso un don digno de subondad una facultad que me pone en la posibilidad de desafiar su omnipotencia, de corromper a susadoradores y de hacerme a mí mismo eternamente desgraciado? ¿No hubiera sido más ventajosopara mí no haber nacido o, al menos, haber sido puesto en la categoría de las bestias o de laspiedras, que haber sido colocado, a pesar mío, entre los seres inteligentes para ejercer el fatal poderde perderme sin remedio al ofender o desconocer al árbitro de mi suerte? ¿No habría Dios mostradomejor su bondad todopoderosa con respecto a mí, no habría trabajado más eficazmente a su propiagloria si me hubiera obligado a rendirle homenaje y, de esta forma, merecer una felicidad inefable?"

"Se nos dirá, sin duda, que no puede haber proporciones entre el creador y su obra, que la arcilla notiene el derecho de preguntar al alfarero que la ha trabajado ¿por qué me has dado esta forma? Pero,si no existe proporción entre el operario y su obra, si no existe entre ellos analogía, ¿qué relacionespueden existir entre ellos? Si Dios es incorpóreo, ¿cómo actúa sobre los cuerpos?, o ¿cómo unosseres corpóreos pueden actuar sobre él, ofenderle, turbar su reposo, provocarle movimientos decólera? Si el hombre no es para Dios más que una vasija de barro, esta vasija no le debe alcacharrero ni oraciones ni acciones de gracias por la forma que le ha querido dar. Si este alfarero seenfada con su vasija porque le ha salido mal, o porque le ha resultado no apta para los usos a los que

la había destinado, el alfarero, si no es insensato, debería enfadarse consigo mismo por los defectosque encuentra en ella. Puede romperla sin que la vasija pueda impedírselo; no le valdrán ni motivosni intermediarios para vencer su cólera, no tendrá más remedio que sufrir su suerte y el alfareroestaría totalmente desprovisto de razón si quisiera castigar a su vasija en lugar de rehacerla paradarle una forma más conveniente a su propósito."

Examen de las pruebas de la existencia de Dios dadas por Clarke.

“Si es verdad, como se nos asegura, que no hay en la tierra ninguna nación tan bárbara y salvaje queno tenga un culto religioso o adore algún Dios, esto no prueba nada en favor de la realidad de esteser. La palabra Dios designará siempre la causa desconocida de los efectos que los hombres hanadmirado o temido. Así, esta noción tan generalizada no prueba nada, sino que todos los hombres ytodas las generaciones han ignorado las causas naturales de los efectos que han provocado susorpresa y sus temores. Sí no encontramos hoy ningún pueblo que no tenga un Dios, un culto, unareligión, una teología más o menos refinada, ello se debe a que no existe ningún pueblo que no hayasufrido unas desgracias que alarmaron a sus antepasados ignorantes, quienes las atribuyeron a unacausa desconocida y poderosa que transmitieron a sus descendientes sin que nadie, a partir deentonces, hubiera reflexionado al respecto.

Por otro lado, la universalidad de una opinión no prueba nada a favor de su verdad. ¿No vemos aúnhoy numerosos prejuicios y errores groseros que gozan de la sanción casi universal del génerohumano? ¿No vemos a los pueblos de la tierra imbuidos de ideas de magia, de adivinaciones,encantamientos, presagios, sortilegios y aparecidos? Si bien las personas más instruidas se hancurado de estos prejuicios, éstos encuentran todavía numerosos partidarios muy celosos que creenen aquellas ideas por lo menos con la misma firmeza que en la existencia de Dios. ¿Concluiremosentonces que estas quimeras, apoyadas por el consentimiento casi unánime de la naturaleza humana,tienen alguna realidad? Antes de Copérnico no había nadie que no creyera que la tierra estabainmóvil y que el sol daba vueltas a su alrededor; esta opinión universal ¿dejaba por ello de ser unerror? Cada hombre tiene su Dios: ¿existen todos estos dioses o no existe ninguno? Pero, se nosdirá, si bien cada hombre tiene su idea del Sol ¿existen todos estos soles? Es fácil contestar que laexistencia del Sol es un hecho confirmado por el uso diario de los sentidos, mientras que no hayningún Dios cuya existencia esté confirmada por ningún sentido; todo el mundo ve el Sol, peronadie ve a Dios. He aquí la única diferencia entre la realidad y la quimera: la realidad en la cabezade los hombres presenta casi tanta variedad como la quimera, pero la una existe y la otra no; hay enla primera unas cualidades que no se discuten, mientras que en la segunda se discuten todas suscualidades. Nadie ha dicho nunca el Sol no existe, o el Sol no es luminoso ni caliente; mientras quemuchos hombres han dicho Dios no existe. Los que encuentran esta proposición horrible e insensatay que afirman que Dios existe ¿no nos dicen al mismo tiempo que ellos no lo han visto ni sentido yque no se sabe nada de él? La teología es un mundo en el que todo se rige por unas leyes contrariasa las de aquél en el que habitamos.

¿Adónde conduce este acuerdo tan ensalzado de todos los hombres en reconocer unDios y la necesidad del culto que hay que rendirle? Prueba que ellos, o sus padres ignorantes, hansufrido unas desgracias sin que hayan podido atribuirlas a sus verdaderas causas. Si tuviéramos elvalor de examinar las cosas con sangre fría y poner a un lado los prejuicios, que todo conspira parahacerlos tan duraderos como nosotros, estaríamos obligados a reconocer bien pronto que la idea dela divinidad no es una idea infusa por la Naturaleza, pues hubo un tiempo en que no existió ennosotros, y veríamos que nos ha llegado por tradición de nuestros educadores, los cuales la habíanrecibido de sus antepasados y que, en último término, procede de los salvajes ignorantes que fueronnuestros primeros padres o, si se quiere, de los legisladores avisados que supieron sacar provechode los temores, ignorancia y credulidad de nuestros predecesores para someterlos bajo su yugo.”

“Alguna cosa, dice el señor Clarke, ha existido durante toda la eternidad: esta proposición esevidente y no necesita pruebas. Pero ¿qué es esta cosa que existe desde siempre? ¿Por qué no podríaser más bien la Naturaleza o la materia, de las que tenemos ideas, que no un espíritu puro, un agentedel que nos es imposible formarnos una idea? Lo que existe ¿no supone desde este mismo momentoque la existencia le es esencial? Lo que no puede aniquilarse ¿no existe necesariamente? ¿Y cómopodemos concebir que aquello que no puede dejar de existir o que no puede aniquilarse, haya tenidoun comienzo? Si la materia no puede ser aniquilada no puede empezar a ser. Así, diremos al señorClarke que es la materia, que es la Naturaleza actuando por su propia energía y que no tieneninguna parte en reposo absoluto lo que siempre ha existido; los diferentes cuerpos materiales queesta Naturaleza comprende cambian de formas, de combinaciones, de propiedades y de maneras deactuar, pero sus principios o elementos son indestructibles y no han podido tener nunca uncomienzo.”

“Decimos que un hombre es independiente cuando sus acciones no están determinadas más que porlas causas generales que suelen moverlas; decimos que es dependiente de otro hombre, cuando nopuede actuar más que en consecuencia con las determinaciones que éste le da. Un cuerpo esdependiente de otro cuerpo cuando le debe su existencia y su manera de actuar. Un ser que existedesde siempre no puede deber su existencia a ningún otro; sólo sería dependiente de él si le debierasu acción, pero es evidente que un ser eterno, o que existe por sí mismo, encierra en su Naturalezatodo lo que necesita para actuar; luego, la materia, siendo eterna, es necesariamente independienteen el sentido que hemos explicado. En consecuencia, no necesita un motor del que tenga quedepender.

El ser eterno es también inmutable, si por este atributo entenderemos que no puede cambiar denaturaleza; pues si quisiéramos decir que no puede cambiar de manera de ser o de actuar, nosequivocaríamos sin duda, ya que aun suponiéndole un ser inmaterial, estaríamos obligados areconocer en él diferentes maneras de ser, diferentes voliciones, diferentes maneras de actuar, amenos que le supusiéramos totalmente privado de acción, en cuyo caso sería perfectamente inútil.En efecto, para cambiar de manera de actuar, hay que cambiar necesariamente de manera de ser. Dedonde se deduce que los teólogos, al hacer a Dios inmutable, lo hacen inmóvil y, por consiguiente,inútil. Un ser inmutable, en el sentido de no cambiar de manera de ser, no podría tener voluntadessucesivas, ni producir acciones sucesivas: si este ser ha creado la materia, o alumbrado el universo,hubo un tiempo en que quiso que esta materia y este universo existieran y este tiempo fue precedidode otro tiempo en el que él no había querido todavía que existiesen Si Dios es el autor de todas lascosas y de los movimientos y combinaciones de la materia, está sin cesar ocupado en producir ydestruir; por consiguiente no puede ser llamado inmutable en cuanto a la manera de existir. Eluniverso material se conserva siempre el mismo gracias a los movimientos y a los cambioscontinuos de sus partes; la suma de los seres que lo componen, o de los elementos que actúan en él,es invariablemente la misma; en este sentido la inmutabilidad del universo es mucho más fácil deconcebir y mejor demostrada que la de un Dios distinto de él, al que se le atribuyen todos losefectos y cambios que se desarrollan ante nuestra vista. No puede acusarse con más razón demudable a la Naturaleza, a causa de la sucesión de sus formas, que al ser eterno de los teólogos porla diversidad de sus decretos.”

“Respecto a lo que nos dicen de que está presente en todas partes, es evidente que sí no hay nadafuera de él, no existe ningún lugar en el que no esté presente, o que no hay más que él y el vacío.Sentado esto, yo pregunto al doctor Clarke si existe la materia y si, por lo menos, no ocupa unaporción del espacio. En este caso la materia o el universo han de excluir al menos a la divinidad,que no es materia, del lugar que los seres materiales ocupan en el espacio. El Dios de los teólogos¿podría acaso ser el ser abstracto que llamamos espacio o vacío? Nos dirán que no; y nos dirán que

Dios, que no es materia, penetra la materia. Pero para penetrar la materia hay que conformarse a lamateria y, por consiguiente, tener extensión; y tener extensión es tener una de las propiedades de lamateria. Si Dios penetra la materia es material y se confunde con el universo, del que es imposibledistinguirlo; y, por una consecuencia necesaria, Dios no podrá separarse nunca de la materia: estaráen mi cuerpo, en mis brazos, etc., lo que ningún teólogo querrá admitir. Me dirá que es un misterio,lo que me confirmará que no sabe dónde colocar a su Dios, el cual, no obstante según él, llena todala inmensidad.”

“El ser existente por sí mismo es necesariamente inteligente: Aquí el doctor Clarke asigna a Diosuna cualidad humana. La inteligencia es una cualidad de los seres organizados o animados, que sólohemos encontrado en estos seres. Para tener inteligencia hay que pensar; para pensar hay que tenerideas; para tener ideas hay que tener sentidos: cuando se tienen sentidos se es material y cuando sees material no se es espíritu puro.

El ser necesario que comprende, encierra y produce seres animados, encierra, comprende y produceinteligencias. Pero ¿tiene el gran todo una inteligencia particular que le mueva, le haga actuar, ledetermine, como la inteligencia mueve y determina los cuerpos animados? Es lo que nadie podráprobar. El hombre, al colocarse en primer lugar en el universo, ha querido juzgarlo todo por lo queveía en él; ha pretendido que para ser perfecto tenía que ser como él: esta es la fuente de todos susfalsos razonamientos sobre la Naturaleza de su Dios. Se considera que sería una injusticia negarle ala divinidad una cualidad que se encuentra en el hombre y a la que atribuye una idea de perfección yde superioridad. Vemos que nuestros semejantes se ofenden cuando decimos que no son inteligentesy creemos que sucede lo mismo con el agente con el que sustituimos a la Naturaleza porquereconocemos que ella no tiene esta cualidad. No atribuimos la inteligencia a la Naturaleza, aunqueencierre seres inteligentes; por esto imaginamos un Dios que piensa, que actúa, que tieneinteligencia por ella. Así, este Dios no es más que la cualidad abstracta, la modificación de nuestroser, llamada inteligencia, que hemos personificado. Es en la tierra donde se engendran unosanimales vivos que llamamos gusanos; no obstante, no decimos que la tierra sea un ser vivo. El panque comemos y el vino que bebemos no son sustancias pensantes, pero nutren, sostienen y hacenpensar a unos seres susceptibles de esta modificación particular. En la Naturaleza se forman seresinteligentes, sensibles, pensantes, sin que por ello podamos decir que la Naturaleza siente, piensa ysea inteligente.

¿Cómo, se nos dirá, rehusamos al creador unas cualidades que vemos en sus criaturas? ¿La obra,sería más perfecta que el obrero? ¿Es posible que el Dios que ha hecho el ojo no vea, que el Diosque ha hecho el oído no oiga? Pero, conforme con este razonamiento, ¿no deberíamos atribuir aDios todas las otras cualidades que encontramos en sus criaturas? ¿No deberíamos decir con lamisma razón que el Dios que ha hecho la materia es también materia; que el Dios que ha hecho elcuerpo ha de poseer un cuerpo; que el Dios que ha hecho tantos insensatos ha de ser también élinsensato; que el Dios que ha hecho tantos hombres que pecan ha de pecar él también? Si del hechode que las obras de Dios poseen ciertas cualidades y son susceptibles de ciertas modificacionesconcluimos que Dios también las posee, con mayor razón estaremos obligados a concluir que Dioses material, es extenso, es pesado, es malo, etc.

Para atribuir a Dios, es decir, al motor universal de la Naturaleza, una sabiduría o una inteligenciainfinitas, sería necesario que no hubiera ni locuras, ni males, ni maldades, ni desorden en la tierra.Tal vez se nos dirá que incluso según nuestros principios los males y los desórdenes son necesarios;pero nuestros principios no admiten un Dios inteligente y sabio que tuviera el poder de impedirlos.Si admitiendo la existencia de este Dios, el mal no deja de ser necesario, ¿de qué serviría este Diostan sabio, tan poderoso, tan inteligente? Puesto que él mismo está sujeto a la necesidad, resulta queya no es independiente, su poder desaparece y se ve obligado a dejar libre curso a las esencias de las

cosas; no puede impedir a las causas que produzcan sus efectos; no se puede oponer al mal; nopuede hacer al hombre más feliz de lo que es; no puede, por consiguiente, ser bueno; esperfectamente inútil; no es más que un testigo tranquilo de lo que ha de llegar necesariamente; nopuede evitar querer todo lo que se hace en el mundo.”

“El ser existente por sí mismo es un agente libre: Un hombre se dice libre cuando encuentra en símismo los motivos que le determinan a la acción, o cuando su voluntad no encuentra obstáculospara hacer aquello a lo que sus motivos lo determinan. Dios, el ser necesario del que aquí se trata,¿encuentra obstáculos en la ejecución de sus proyectos? ¿Quiere que el mal se haga o es que no lopuede impedir? En este caso, no es libre y su voluntad encuentra continuamente obstáculos, o bienhabrá que decir que consiente el pecado, que quiere que se le ofenda, que sufre el hecho de que loshombres dificulten su libertad y desbaraten sus planes. ¿Cómo saldrán del apuro los teólogos?

Por otra parte, este supuesto Dios sólo puede actuar de acuerdo con las leyes de su propiaexistencia; podríamos, pues, llamarlo un ser libre en tanto que sus acciones no fueran determinadaspor nada fuera de él, pero esto sería abusar evidentemente de los términos: en efecto, no se puededecir que un ser que no puede actuar de otra manera de como lo hace y que nunca puede dejar deobrar si no es en virtud de las leyes de su propia existencia, sea un ser libre; todas sus acciones sonevidentemente necesarias. Preguntemos a un teólogo si Dios puede recompensar el crimen ycastigar la virtud. Preguntémosle, además, si Dios puede amar el pecado o si es libre cuando laacción de un hombre provoca necesariamente en él una nueva voluntad. Un hombre es un ser fuerade Dios y, no obstante, se pretende que la conducta de este hombre influye sobre este ser libre ydetermina necesariamente su voluntad. Finalmente, preguntaremos si Dios puede no querer lo quequiere ni hacer lo que hace. ¿No está su voluntad necesitada por la inteligencia, la sabiduría y lasintenciones que se le suponen? Si Dios está atado de esta forma no es más libre que el hombre: sitodo lo que hace es necesario, no existe otra cosa que el destino, la fatalidad, el fatum de losantiguos, y los modernos no han cambiado de divinidad aunque le hayan cambiado el nombre.

Se nos dirá, tal vez, que Dios es libre en tanto que no está atado por las leyes de la Naturaleza o porlas que él impone a todos los seres. No obstante, si es verdad que ha hecho estas leyes, si éstas sonel efecto de su infinita sabiduría y de su suprema inteligencia, está obligado por su esencia aseguirlas; si así no fuera, nos veríamos obligados a convenir que Dios podría actuar como uninsensato. Los teólogos, temerosos sin duda de coartar la libertad de Dios, han imaginado que noestaba sujeto a ninguna regla, como hemos probado anteriormente. En consecuencia, lo hanconvertido en un ser despótico, fantástico y caprichoso, cuyo poder le daba derecho a violar todaslas leyes que él mismo había establecido. Mediante los pretendidos milagros que se le atribuyen,deroga las leyes de la Naturaleza; por la conducta que se le supone, actúa muy a menudo de maneracontraria a la sabiduría divina y a la razón que ha dado a los hombres para regir su juicio. Sí Dios eslibre de esta forma, toda religión es inútil; toda religión tiene que fundarse sobre las reglasinmutables que este Dios se ha prescrito a sí mismo y sobre los compromisos que ha contraído conel género humano: en cuanto una religión no supone a Dios atado por sus compromisos, se destruyea sí misma.”

“La causa suprema de todas las cosas posee una potencia infinita: Sólo hay potencia en ella, por loque no tiene límites; pero si es Dios quien goza de esta potencia, el hombre no podría tener el poderde obrar mal; porque, en caso contrario, estaría en estado de actuar contra la potencia divina,existiría fuera de Dios una fuerza capaz de contrarrestar la suya o de impedirle producir los efectosque ésta se propone y la divinidad se vería obligada a sufrir el mal que no podría impedir.

Por otra parte, si el hombre es libre de pecar, Dios no es libre, puesto que su conducta estánecesariamente determinada por las acciones del hombre. Un monarca justo no es, ni mucho menos,

libre cuando se cree obligado a actuar conforme a las leyes que ha jurado observar o que no podríaviolar sin herir a la justicia. Un monarca no es poderoso cuando el más bajo de sus súbditos tiene laposibilidad de insultarle, de hacerle frente o de hacer sordamente fracasar todos sus proyectos. Apesar de ello todas las religiones del Mundo nos muestran a Dios con los rasgos de un soberanoabsoluto, al que nada puede coartar su voluntad o limitar su poder; mientras que, por otra parte,ellas aseguran que sus súbditos tienen en cada momento el poder y la libertad de desobedecerle yaniquilar sus designios; de donde se ve claramente que todas las religiones del mundo destruyen conuna mano lo que establecen con la otra y que, según las ideas que nos dan, su Dios no es ni libre, nipoderoso, ni feliz.”

“La causa suprema ha de poseer necesariamente una bondad, una justicia, una veracidad infinitasy todas las otras perfecciones morales que convienen al gobernante y al soberano juez, del mundo:La idea de perfección es una idea abstracta, metafísica, negativa, que no tiene ningún arquetipo omodelo fuera de nosotros. Un ser perfecto sería un ser parecido a nosotros, del que quitamos con elpensamiento todas las cualidades que encontramos que nos perjudican, motivo por el cual lasllamamos imperfecciones; una cosa es perfecta o imperfecta siempre en relación a nosotros y anuestra manera de sentir y de pensar, y no en sí misma; depende de que esta cosa nos sea más omenos útil o perjudicial, agradable o desagradable. En este sentido, ¿cómo podemos atribuir laperfección al ser necesario? ¿Es Dios perfectamente bueno en relación a los hombres? Pero loshombres son a menudo dañados por sus obras y obligados a quejarse de los males que sufren en estemundo. ¿Es Dios perfecto en relación a sus obras? Pero ¿no vemos tantas veces al lado del orden eldesorden más completo? Las obras tan perfectas de la divinidad, ¿no se alteran, no se destruyen sincesar, no nos hacen sufrir a pesar nuestras preocupaciones y penas que contrarrestan los placeres ylos bienes que recibimos de la Naturaleza? No dejarán de decir nos que Dios no puede comunicar asus obras las perfecciones que él posee. En este caso diremos que las imperfecciones de este mundo,siendo necesarias para Dios, éste no les pondrá nunca remedio, ni siquiera en otro mundo; yconcluiremos que este Dios en ningún caso puede sernos de utilidad.

Los atributos metafísicos o teológicos de la divinidad la convierten en un ser abstracto einconcebible, en cuanto la distinguen de la Naturaleza y de todos los seres que comprende; lascualidades morales la hacen un ser de la especie humana, aunque mediante unos atributos negativosse han esforzado en alejarla del hombre. El Dios teológico es un ser aislado y no puedeverdaderamente tener ninguna relación con ninguno de los seres que conocemos. El Dios moral noes más que un hombre que se ha creído hacer perfecto apartándose con el pensamiento todas lasimperfecciones de la Naturaleza humana. Las cualidades morales de los hombres se fundan en lasrelaciones existentes entre ellos o sobre sus mutuas necesidades. El Dios teológico no puede tenercualidades morales o perfecciones humanas; él no tiene necesidad de los hombres, no tiene ningunarelación con ellos, puesto que no puede haber relaciones que no sean recíprocas. Un espíritu puro nopuede tener relaciones con seres materiales, por lo menos en parte; un ser infinito no puede tenerninguna relación con seres finitos; un ser eterno no puede tener relaciones con seres perecederos ypasajeros. El ser único, que no tiene ni género ni especie, que no tiene semejante, que no vive ensociedad, que no tiene nada en común con sus criaturas, si existiera realmente, no podría tenerninguna de las cualidades que llamamos perfecciones; sería de un orden tan diferente de loshombres que no podríamos asignarle ni vicios ni virtudes. Se nos repite sin cesar que Dios no nosdebe nada, que ningún ser puede comparársele, que nuestro entendimiento limitado no puedeconcebir sus perfecciones, que el espíritu humano no está hecho para comprender su esencia: siendoasí, nuestras relaciones con un ser tan distinto, tan desproporcionado, tan incomprensible, ¿noresultarán destruidas? Toda relación supone una cierta analogía; todos los deberes presuponen unparecido y unas necesidades recíprocas; para ofrecer a alguien nuestros respetos, es necesario que loconozcamos.

Se nos dirá, sin duda, que Dios se ha dado a conocer por revelación. Pero esta revelación, ¿nosupone ya la existencia del Dios sobre el que discutimos? ¿No anula esta revelación lasperfecciones morales que se le atribuyen? Toda revelación, ¿no supone en los hombres unaignorancia, una imperfección, una perversidad que un Dios sabio, bueno, todopoderoso y previsorhabría tenido que prever? Toda revelación particular, ¿no supone en este Dios una preferencia, unapredilección, una injusta parcialidad por alguna de sus criaturas, disposiciones que contradicenpatentemente tanto la bondad como la justicia infinita? ¿No manifiesta aversión, odio o, al menos,indiferencia hacia la mayoría de los habitantes de la tierra e incluso el deliberado propósito decegarlos para perderlos? En una palabra, en todas las revelaciones conocidas, la divinidad, en lugarde sernos presentada como sabia, justa, llena de amor hacia el hombre, ¿no nos es continuamentedescrita como antojadiza, injusta, cruel, como queriendo seducir a sus hijos, como tendiéndoles ohaciéndoles tender trampas para, a continuación, castigarlos por haber caído en ellas?Verdaderamente el Dios del doctor Clarke y de los cristianos no puede ser visto como un serperfecto, a menos que en teología se llamen perfecciones a lo que la razón y el buen sentido llamanimperfecciones evidentes o disposiciones odiosas. Diremos más; no existe en la raza humanaindividuo tan malo, tan vengativo, tan injusto y cruel, como el tirano al que los cristianos prodigansus serviles homenajes y al que sus teólogos prodigan perfecciones que son a cada momentodesmentidas por la conducta que le atribuyen.”

“Según el propio Clarke, la nada es aquello de lo que no puede afirmarse nada verdaderamente yde lo que no puede negarse todo verdaderamente; de manera que la idea de la nada es, por asídecir, la negación absoluta de todas las ideas; la idea de la nada finita o infinita es, pues, unacontradicción en los términos. Apliquemos este principio a lo que nuestro autor dice de la divinidady encontraremos que, de acuerdo con su propia opinión, ella es la nada infinita, puesto que la ideade esta divinidad es la negación de absolutamente todas las ideas que los hombres son capaces deformarse La espiritualidad, en efecto, es la pura negación de la corporeidad; decirnos que Dios esespiritual, ¿no es decirnos que no se sabe lo que es? Se nos dice que hay sustancias que no podemosver ni tocar pero no por esto existen menos. En buena hora; pero entonces no podemos ni razonaracerca de ellas ni atribuirles cualidades. ¿Concebimos mejor el infinito, que es una pura negación delos límites que encontramos en todos los seres? ¿Puede el espíritu humano comprender lo que es elinfinito?, y, para formarse una especie de idea confusa, ¿no está obligado a añadir unas cantidadeslimitadas a otras cantidades que concibe también como limitadas? ¿La omnipotencia, la eternidad,la omnisciencia, la perfección, ¿son algo más que abstracciones o puras negaciones de límites en lafuerza, en la duración, en la ciencia? Si se pretende que Dios no es nada de lo que el hombre puedeconocer, ver, sentir; si no se puede decir de él nada positivo, como mínimo ha de permitirse dudarde su existencia. Si se pretende que Dios es lo que nos dicen los teólogos, no podemos evitar elnegar la existencia o la posibilidad de un ser al que hacen sujeto de unas cualidades que el espírituhumano no podrá jamás conciliar ni concebir.”

Examen de las pruebas de la existencia de Dios dadas por Descartes, Malebranche, Newton,etc.

“Se pretende que los animales nos suministran una convincente prueba de una causa poderosa de suexistencia; se nos dice que el acuerdo admirable de sus partes, a las que se ve prestarse mutuamenteayuda a fin de cumplir sus funciones y mantener su conjunto, son para nosotros signo de un obreroque reúne poder con sabiduría. No podemos dudar del poder de una Naturaleza que produce todoslos animales que vemos con ayuda de combinaciones de la materia que está en continua acción. Elacuerdo entre las partes de estos animales es una consecuencia de las leyes necesarias de laNaturaleza y de su combinación; en cuanto este acuerdo cesa, el animal queda necesariamentedestruido. ¿Qué sucede entonces a la sabiduría, la inteligencia o la bondad de la pretendida causa ala que se rendían honores por un tan halagado acuerdo? Estos animales tan maravillosos que se dice

que son obras de un Dios inmutable, ¿no se alteran sin cesar y no terminan siempre por destruirse?¿Dónde está la sabiduría, la bondad, la previsión, la inmutabilidad de un obrero que no parece estarocupado más que en perturbar y romper los resortes de las máquinas que nos presentan como obrasmaestras de su poder y habilidad? Si este Dios no puede hacer otra cosa, no es ni libre nitodopoderoso. Si cambia de voluntad, no es inmutable. Si permite que máquinas a las que ha hechosensibles experimenten dolor, le falta bondad. Si no ha podido hacer más sólidas sus obras, le hafaltado habilidad. Viendo que los animales, así como todas las demás obras de la divinidad, sedestruyen, no podemos evitar la conclusión de que o bien todo lo que la Naturaleza hace esnecesario y no es más que consecuencia de sus leyes, o bien el obrero que la hace actuar estádesprovisto de plan, de potencia, constancia, habilidad y bondad.”

Del teísmo o deísmo, del sistema del optimismo y de las causas finales.

“Si esta inteligencia infinita está siempre forzada a dar rienda suelta a los acontecimientos que susabiduría ha preparado, si nada ocurre en este mundo más que según sus designios impenetrables,no tenemos nada que pedirle, seríamos insensatos en oponernos a él, haríamos una injuria a suprudencia si quisiéramos regularla. El hombre no debe preciarse de ser más inteligente que su Dios,de poder llevarle a cambiar de voluntad, de poder determinarlo a tomar otras vías que aquellas queha elegido para cumplir sus decretos. Un Dios inteligente no puede haber tomado más que lasmedidas más justas y los medios más seguros para alcanzar su objetivo; si pudiera cambiarlo nopodría ser llamado ni sabio, ni inmutable, ni previsor. Si Dios pudiera suspender por un instante lasleyes que él mismo ha fijado, si pudiera cambiar algo de su plan, sería porque no habría previsto losmotivos de esta suspensión o de este cambio; si no ha hecho entrar estos motivos en su plan es queno los ha previsto; si los ha previsto sin incluirlos en su plan, es porque no ha podido. Así, pues, decualquier modo que se tome, los deseos que los hombres dirigen a la divinidad y los diferentescultos que le rinden suponen siempre que creen tratar con un ser poco sabio, poco previsor, capazde cambiar o que, a pesar de su poder, no puede hacer lo que quiere o lo que convendría a loshombres, para quienes se pretende, sin embargo, que ha creado el universo.”

“Cuando queramos remontarnos al origen de las cosas encontraremos siempre que es la ignoranciay el temor quienes han creado los dioses, que es la imaginación, el entusiasmo y la imposturaquienes los han adornado o desfigurado, que es la debilidad quien les adora, que es la credulidadquien los alimenta, que es la costumbre quien los respeta, que es la tiranía quien los sostiene, a finde aprovechar la ceguera de los hombres.”

“Todos los más entusiastas optimistas, los propios teístas o deístas, los partidarios de la religiónnatural (que no es nada natural sino fundada sobre la razón) así como los supersticiosos máscrédulos, están obligados a recurrir al sistema de la otra vida para disculpar la divinidad por losmales que hacen sufrir en ésta aun a aquellos que se supone que son agradables a sus ojos. De estemodo, partiendo de la idea de que Dios es bueno y pleno de equidad, no pueden dejar de admitiruna larga sucesión de hipótesis que sólo tienen, al igual que la existencia de este Dios, laimaginación como base, y cuya futilidad ya hemos hecho ver. Se debe recurrir al dogma tan pocoprobable de la vida futura y de la inmortalidad del alma para justificar la divinidad; se está obligadoa decir que, al no haber podido o querido hacer feliz al hombre en este mundo, le procurará unafelicidad inalterable cuando no exista o cuando no tenga los órganos con ayuda de los cuales gozahoy.”

“¿Qué podríamos, en efecto, esperar de un Dios tal como se le supone? ¿Qué podríamos pedirle? Sies espiritual, ¿cómo puede mover la materia y armarla contra nosotros? Si es él quien establece lasleyes de la Naturaleza, si es él quien da a los seres sus esencias y sus propiedades, si todo lo quehace es la prueba y el fruto de su Providencia infinita y de su sabiduría profunda, ¿para qué dirigirle

deseos? ¿Le rogaremos que cambie a nuestro favor el curso invariable de las cosas? ¿Podría, aunquelo quisiera, aniquilar sus decretos inmutables o desandar lo andado? ¿Exigiremos que paragustarnos haga actuar a los seres de un modo opuesto a la esencia que les da? ¿Puede impedir queun cuerpo duro por Naturaleza, como por ejemplo una piedra, no hiera al caer en un cuerpo frágil,como la máquina humana cuya esencia es sentirlo? Por tanto, no pidamos milagros a este Dios seacomo sea; a pesar de la omnipotencia que se le supone, su inmutabilidad se opondría al ejercicio desu poder; su bondad se opondría al ejercicio de su justicia severa, su inteligencia se opondría a loscambios que debería hacer en su plan. De donde se ve que la teología, a fuerza de atributosdiscordantes, hace ella misma de su Dios un ser inmóvil, inútil para el hombre, para quien losmilagros son totalmente imposibles.”

Examen de las ventajas que se derivan para los hombres de sus ideas sobre la divinidad o desu influencia sobre la moral, la política, las ciencias y la felicidad de los pueblos y losindividuos.

“Ningún error puede ser ventajoso al género humano; no está jamás fundado más que sobre suignorancia o la ceguera de su espíritu. Cuanta más importancia den los hombres a sus prejuicios,más desagradables serán para ellos las consecuencias de sus errores. Así, pues, Bacon ha tenidorazón en decir que la peor de las cosas es el error deificado. En efecto, los inconvenientes queresultan de nuestros errores religiosos han sido y serán siempre los más terribles y extensos. Cuantomás respetemos estos errores, más pondrán en juego nuestras pasiones, más perturbarán nuestroespíritu, más nos harán insensatos, más influirán sobre toda la conducta de la vida. No es verosímilque aquel que renuncie a su razón en lo que considera como lo más esencial para su felicidad laescuche en todas las demás cosas.”

“Se ha dejado entrever en más de un lugar de esta obra que la moral, que no tiene más objeto que elhombre que quiere conservarse y vive en sociedad, no tiene nada en común con los sistemasimaginarios que pueden hacerse sobre una fuerza distinta de la Naturaleza; se ha probado quebastaba meditar sobre la esencia de un ser sensible, inteligente, razonable para encontrar motivospara moderar las propias pasiones, resistir a tendencias viciosas, rehuir costumbres criminales,hacerse útil y ser querido por los seres de quienes se tiene una necesidad continua. Estos motivosson, sin duda, más verdaderos, más reales y más poderosos que los que nos creemos obligados atomar de un ser imaginario, hecho para mostrarse de distintas maneras a quienes meditan e él.Hemos resaltado que la educación, haciéndonos adquirir tempranamente costumbres honestas ydisposiciones favorables, fortalecidas por las leyes, el respeto a la opinión pública, las ideas dedecencia, el deseo de merecer la estima de los demás, el temor de perder nuestra propia estima,bastaba para acostumbrarnos a una conducta loable y para desviarnos hasta de los crímenes secretospor los que estaríamos obligados a castigarnos por temor, vergüenza y remordimiento. Laexperiencia nos prueba que un primer crimen secreto y exitoso inclina a cometer un segundo crimeny éste un tercero; que una primera acción es el comienzo de una costumbre; que hay menosdistancia del primer crimen al centésimo que de la inocencia al crimen; que un hombre que, segurode la impunidad, se permite cometer una sucesión de malas acciones, se engaña, dado que estásiempre obligado a castigarse a sí mismo y que, por otra parte, no puede saber dónde se detendrá.Hemos mostrado que las sanciones que, por su interés, la sociedad tiene derecho a infligir a todosaquellos que la perturban, son, para los hombres insensibles a los encantos de la virtud o lasventajas que resultan de ella, obstáculos más reales, eficaces y presentes que la pretendida cólera olos lejanos castigos de una potencia invisible, cuya idea se borra cada vez que se cree seguro de laimpunidad en este mundo. En fin, es fácil sentir que una política fundada sobre la Naturaleza delhombre y de la sociedad, armada de leyes equitativas, vigilante respecto a las costumbres de loshombres, fiel en recompensar la virtud y castigar el crimen, sería mucho más adecuada paraconvertir a la moral en respetable y sagrada que la autoridad quimérica de éste que todo el mundo

adora y que nunca frena más que a quienes ya están suficientemente frenados por un temperamentomoderado y principios virtuosos.”

“Es fácil concluir, por tanto, que un Dios que se nos muestra bajo aspectos tan diferentes no puedeser modelo de conducta humana, y que su carácter moral no puede servir de ejemplo a seres queviven en sociedad y sólo son considerados virtuosos cuando no se apartan de la benevolencia y lajusticia que deben a sus semejantes. Un Dios superior a todo, que nada debe a sus súbditos, que nonecesita a nadie, no puede ser modelo para sus criaturas, que están llenas de necesidades y, porconsiguiente, tienen ciertas obligaciones”

“¿Acaso la educación sacerdotal y religiosa formó ciudadanos, padres de familia, esposos, maestrosjustos, servidores fieles, súbditos sometidos, asociados pacíficos? No; formó o bien devotos tristes,incómodos para sí mismos y para los demás, o bien hombres sin principio que olvidaron pronto losterrores de los que les habían imbuido y que jamás conocieron las reglas de la moral. La religión fuepuesta por encima de todo; se dijo al fanático que era mejor obedecer a Dios que a los hombres*;por consiguiente, éste creyó que debía rebelarse contra el príncipe, separarse de su mujer, odiar a suhijo, alejarse de su amigo, degollar a sus conciudadanos, todas las veces que se tratara de losintereses del cielo. En una palabra, la educación religiosa, cuando tuvo efecto, no sirvió más quepara corromper a los jóvenes corazones, fascinar a los jóvenes espíritus, degradar a las jóvenesalmas, hacer desconocer al hombre lo que se debe a sí mismo, a la sociedad y a los seres que lorodean.”

*Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortaly que aparta su corazón de Yavé! (Jeremías 17:5)

Las ideas teológicas no pueden ser la base de la moral. Paralelismo entre moral teológica ymoral natural. La teología perjudica los progresos del espíritu humano.

“La mayor parte de los hombres, cuando quieran pecar o entregarse a inclinaciones viciosas, dejaránde enfrentarse con el Dios terrible para no ver más que al dios clemente y lleno de bondad; loshombres enfocan las cosas sólo del lado más conforme con sus deseos.”

“La moral religiosa es tan oscura como la divinidad que la prescribe y tan cambiante como laspasiones o los temperamentos de aquellos que la hacen hablar o la adoran. Si se recurriera a losteólogos, la moral debería ser considerada como la ciencia más problemática, más incierta y difícilde fijar. Se necesitaría el genio más sutil o más profundo, el espíritu más penetrante o más expertopara descubrir los principios de los deberes del hombre hacia sí mismo o hacia los demás. Lasverdaderas fuentes de la moral ¿están hechas, entonces, para ser conocidas sólo por un pequeñonúmero de pensadores o de metafísicos? Derivarla de un Dios que nadie ve más que en sí mismo yque elabora a partir de sus propias ideas es someterla al capricho de cada hombre; derivarla de unser que ningún hombre sobre la tierra puede jactarse de conocer es lo mismo que decir que no sesabe de quién puede provenir.”

“…La moral religiosa perdería infinitamente si fuera comparada con la moral de la naturaleza, a laque contradice en cada instante. La naturaleza invita al hombre a amarse, conservarse, aumentarincesantemente su felicidad; la religión le ordena amar únicamente a un Dios temible y digno deodio, odiarse a sí mismo, sacrificar a su espantoso ídolo los más dulces y legítimos placeres de sucorazón. La naturaleza dice al hombre que consulte con su razón y la tome como guía; la religión leenseña que esta razón es corrupta, que no es más que un guía infiel dado por un Dios engañador afin de extraviar a sus criaturas. La naturaleza dice al hombre que se ilustre, busque la verdad, seinstruya acerca de sus relaciones; la religión le prescribe que no examine nada, que permanezca en

la ignorancia, que tema la verdad; le persuade de que no hay relaciones más importantes para él queaquéllas entre él y un ser al que no conocerá jamás. La naturaleza dice al ser enamorado de símismo que modere sus pasiones y les resista cuando son destructivas para él mismo, que lascompense con motivos tomados de la experiencia; la religión le aconseja rehuir la sociedad,separarse de las criaturas, odiarlas cuando sus imaginaciones no les procuran sueños conformes conlos suyos, romper por su dios todos los lazos más sagrados, atormentar, afligir, perseguir y masacrara aquellos que no quieran delirar a su manera. La naturaleza dice al hombre en sociedad: ama lagloria, trabaja para hacerte estimable, sé activo, valiente, laborioso; la religión le dice: sé humilde,abyecto, pusilánime, vive en el retraimiento, ocúpate de oraciones, meditaciones y prácticas, séinútil para ti mismo y no hagas nada para los demás. La naturaleza propone como modelo alciudadano, a hombres dotados de almas honestas, nobles, enérgicas, que han servido útilmente a susconciudadanos; la religión les elogia almas abyectas, devotos entusiastas, penitentes frenéticos,fanáticos que por opiniones ridículas han perturbado imperios. La naturaleza dice al esposo que seatierno, que se una a la compañera de su suerte, que la lleve en su corazón; la religión consideracomo un crimen su ternura y a menudo le hace considerar su lazo conyugal como un estado depecado e imperfección. La naturaleza dice a los niños que honren, amen y escuchen a sus padres,que sean el sostén de su vejez; la religión les dice que prefieran los oráculos de sus dioses y quepisoteen al padre y la madre cuando se trate de los intereses divinos. La naturaleza dice al sabio quese ocupe de objetos útiles, consagre sus vigilias a su patria, haga por ella sus descubrimientosventajosos y adecuados para perfeccionar su suerte; la religión le dice que se ocupe de inútilesensoñaciones, disputas interminables, investigaciones adecuadas para sembrar la discordia y lamasacre y que sostenga obstinadamente opiniones que no entenderá jamás. La naturaleza dice alperverso que se ruborice por sus vicios, sus inclinaciones vergonzosas, sus crímenes y le muestraque sus desenfrenos más ocultos influirán necesariamente sobre su propia felicidad; la religión diceal malvado más corrupto: «no irrites de ningún modo a un Dios al que no conoces; pero, si contrasus leyes te entregas al crimen, recuerda que se apaciguará fácilmente; ve a su templo, humíllate alos pies de sus ministros y expía tus crímenes con sacrificios, ofrendas, prácticas y oraciones; estasceremonias importantes tranquilizarán tu conciencia y te lavarán a los ojos del Eterno».”

“Si la naturaleza del hombre fuera consultada respecto a la política, que ideas sobrenaturales han tanvergonzosamente corrompido, rectificaría completamente las nociones falsas que se forman de ellatanto los soberanos como los súbditos; contribuiría mucho más que todas las religiones del mundo ahacer felices, potentes y florecientes a las sociedades bajo una autoridad razonable. Esta naturalezales enseñaría que es para gozar de una mayor felicidad para lo que los mortales viven en sociedad;que es su propia conservación y su felicidad lo que toda sociedad debe tener como objetivoconstante e invariable; que sin equidad no reúne más que enemigos; que el más cruel enemigo delhombre es aquel que le engaña para encadenarle; que las calamidades más temibles para él son estossacerdotes que corrompen a sus jefes y les aseguran, en nombre de los dioses, la impunidad de suscrímenes. Ella les probaría que la asociación es una desgracia bajo gobiernos injustos, negligentes ydestructores.”

Los hombres no pueden sacar conclusión alguna de las ideas que se les proporciona acerca dela divinidad. De la inconsecuencia y la inutilidad de su conducta a este respecto.

“¿No será que está reservado sólo para sacerdotes, inspirados y metafísicos, la convicción en laexistencia de un Dios que, sin embargo, se afirma tan necesario para todo el género humano?Además ¿encontramos armonía en las opiniones teológicas de los diferentes inspirados opensadores dispersos sobre la tierra? Aun aquellos que hacen profesión de adorar el mismo Dios¿están de acuerdo respecto a él? ¿Están contentos de las pruebas que sus colegas aportan de suexistencia? ¿Suscriben unánimemente las ideas que presentan sobre su naturaleza, su conducta, elmodo de entender sus oráculos? ¿Existe una región sobre la tierra donde la ciencia de Dios se haya

realmente perfeccionado? ¿Ha tomado en alguna parte la consistencia y la uniformidad que vemostomar a los conocimientos humanos, las artes más fútiles, los oficios más despreciados? Laspalabras espíritu, inmaterialidad, creación, predestinación, gracia, esta multitud de distincionessutiles de las que la teología se ha llenado completamente, estas invenciones tan ingeniosasimaginadas por pensadores que se han sucedido desde hace tantos siglos, no han hechodesgraciadamente más que enredar las cosas; y jamás la ciencia más necesaria para los hombres hapodido, hasta ahora, adquirir la menor estabilidad. Durante miles de años, soñadores ociosos se hanperpetuamente turnado para meditar sobre la divinidad, para adivinar sus vías ocultas, para inventarhipótesis, para desarrollar este enigma importante; su poco éxito no ha desalentado la vanidadteológica; siempre se ha hablado de Dios, se ha disputado, se ha degollado por él y este ser sublimesigue siendo todavía el más ignorado y el más discutido”

“A fuerza de cualidades contradictorias y aserciones azarosas, la teología ha agarrotado, por asídecir, de tal manera a su Dios que lo ha puesto en la imposibilidad de actuar. En efecto, aunque sesupusiera la existencia de un Dios teológico y la realidad de los atributos tan discordantes que se leda, no se puede concluir nada de ello para autorizar la conducta o los cultos que se prescribe que sele rindan. Si es infinitamente bueno, ¿qué razón tendríamos de temerle? Si es infinitamente sabio,¿por qué inquietarnos por su suerte? Si sabe todo, ¿por qué avisarle acerca de nuestras necesidadesy cansarle con nuestras oraciones? Si está por todas partes, ¿para qué elevarle templos? Si es amode todo, ¿para qué hacerle sacrificios y ofrendas? Si es justo, ¿cómo creer que castiga criaturasllenas de debilidades? Si su gracia lo hace todo en ellas, ¿qué razón tendría para recompensar? Si estodopoderoso, ¿cómo ofenderle, cómo resistirle? Si es razonable, ¿cómo se pondría en cólera contraciegos a quienes ha dejado la libertad de desatinar? Si es inmutable, ¿con qué derechopretenderíamos cambiar sus decretos? Sí es inconcebible, ¿para qué ocuparnos de él? Si ha hablado,¿por qué el universo no está convencido? Si el conocimiento de un Dios es el más necesario, ¿porqué no es el más evidente y el más claro?”

“Si existiera un Dios, si Dios fuera un ser lleno de razón, equidad, bondad y no un genio feroz,insensato, malvado tal como la religión se complace en mostrarlo tan a menudo, ¿qué podría temerun ateo virtuoso que, creyendo en el momento de su muerte dormirse para siempre, se encontrara enpresencia de un Dios que hubiera desconocido y descuidado durante su vida?”

“Combatir las opiniones religiosas de los hombres es combatir su imaginación, su organización, suscostumbres que bastan para identificar con su cerebro las ideas más absurdas y las menos fundadas.Cuanto más imaginación tengan los hombres, más entusiastas serán en materia de religión y menosfuerzas tendrá la razón para desengañarlos de sus quimeras; éstas habrán llegado a ser un pastonecesario para su imaginación ardiente. En una palabra, combatir las nociones religiosas de loshombres es combatir la pasión que tienen por lo maravilloso.”

“El Dios teológico, como se ha visto, al no ser más que un montón de contradicciones; siendorepresentado, a pesar de su inmutabilidad, unas veces como la bondad misma y otras veces como elmás cruel y más injusto de los seres; al ser, por otra parte, considerado por hombres cuya máquinaexperimenta variaciones continuas, este Dios, digo, no puede parecer siempre el mismo a aquellosque se ocupan de él. Los que se forman las ideas más favorables están a menudo, a pesar de ellos,forzados a reconocer que el retrato que se hacen no es siempre conforme al original. El devoto másferviente, el entusiasta más prevenido, no puede impedir el ver que los rasgos de su divinidadcambian y si fueran capaces de razonar sentirían la inconsecuencia de la conducta que mantienenrespecto a él sin cesar. En efecto, ¿no verían que esta conducta parece desmentir en cada instante lasperfecciones maravillosas que asignan a su Dios? Rezar a la divinidad, ¿no es dudar de su sabiduría,benevolencia, providencia, omnisciencia e inmutabilidad? ¿No es acusarle de olvidar a sus criaturasy pedirle que altere los decretos eternos de su justicia, que cambie las leyes invariables que ha fijado

él mismo? Rezar a Dios no es decirle: «Oh, mi Dios, reconozco vuestra sabiduría, vuestra ciencia yvuestra bondad infinita; sin embargo, me olvidáis; perdéis de vista vuestra criatura; ignoráis o fingísignorar lo que le hace falta; ¿no veis que sufro por la maravillosa disposición que vuestras leyessabias han establecido en el universo? La Naturaleza, en contra de vuestras órdenes, vuelve penosaactualmente mi existencia; cambiad, pues, os lo ruego, la esencia que vuestra voluntad ha dado atodos los seres. Haced de modo que los elementos pierdan para mí en este momento suspropiedades distintivas; haced que los cuerpos graves no caigan, que el fuego no queme, que lamáquina frágil que he recibido no sufra por los choques que experimenta en cada instante.Rectificad para mi bienestar el plan que vuestra prudencia infinita ha trazado desde la eternidad.»Tales son, más o menos, los deseos que conciben todos los hombres; tales son las demandas ridículas que hacen en cada instante a la divinidad, cuya sabiduría, inteligencia, providencia y equidadhalagan, mientras que casi nunca están contentos de los efectos de estas perfecciones divinas.”

“Se os habla, en efecto, de otra vida, en la que se asegura que el hombre será completamente feliz.Pero, admitiendo por un momento la existencia de esta otra vida (que está tan poco fundada como ladel ser de quien se la espera), habría que suspender la gratitud hasta esta otra vida. En la vida queconocemos los hombres se sienten mucho más a menudo descontentos que afortunados; sí en elmundo en el que estamos Dios no ha podido, ni ha querido, ni ha permitido que sus queridascriaturas fueran perfectamente felices, ¿cómo tener la certeza de que tendrá el poder o la voluntadde hacerlas después más felices de lo que son? Se nos citarán, entonces, revelaciones, promesasformales de la divinidad que se compromete a resarcir a sus favoritos de los males de la vidapresente. Admitamos por un instante la autenticidad de estas promesas: ¿No nos enseñan estasmismas revelaciones que la bondad divina reserva suplicios eternos a la mayor parte de loshombres? Si estas amenazas son verdaderas, ¿deben los mortales gratitud a un Dios que, sinconsultarles, no les da su existencia más que para correr, con ayuda de su pretendida libertad, elriesgo de volverse eternamente infelices? ¿No hubiese sido más útil para ellos no existir o, por lomenos, existir como las piedras y las bestias de los que se supone que Dios no exige nada, quegozar de estas facultades tan alabadas y del privilegio de merecer o desmerecer, que puedenconducir a los seres inteligentes a la más horrible de las desgracias? Prestando atención al pequeñonúmero de elegidos y al gran número de condenados ¿qué hombre sensato si hubiese sido amohabría consentido en correr el riesgo de la condenación eterna?”

Apología de las opiniones contenidas en esta obra. De la impiedad. ¿Hay ateos?

“¿Qué es, en efecto, un ateo? Es un hombre que destruye quimeras dañinas para el género humano,para hacer volver a los hombres a la Naturaleza, la experiencia y la razón. Es un pensador que,habiendo meditado sobre la materia, su energía, sus propiedades y modos de actuar, no necesitapara explicar los fenómenos del universo y las operaciones de la Naturaleza, imaginar potenciasideales, inteligencias imaginarias, seres de razón que, lejos de ayudar a conocer mejor estaNaturaleza, no hacen sino volverla más caprichosa, inexplicable, incognoscible e inútil para lafelicidad de los hombres.”

“Aquel que no conoce la divinidad no puede injuriarla ni, por consiguiente, ser llamado impío. Serimpío, dice Epicuro, no es quitar al vulgo los dioses que tiene; es atribuir a estos dioses lasopiniones del vulgo. Ser impío es insultar a un Dios en que se cree, es ultrajarlo a sabiendas; serimpío es admitir un Dios bueno mientras se predica al mismo tiempo la persecución y la matanza.Ser impío es engañar a los hombres en nombre de un Dios que se emplea como pretexto para laspropias pasiones indignas. Ser impío es decir que un Dios soberanamente feliz y todopoderosopuede ser ofendido por sus débiles criaturas. Ser impío es mentir en nombre de un Dios al que sesupone enemigo de la mentira. Ser impío, finalmente, es usar a la divinidad para perturbar lassociedades, para hacerlas esclavas de los tiranos; es persuadirlas de que la causa de la impostura es

la causa de Dios; es imputar a Dios estos crímenes que aniquilarían sus perfecciones divinas. Serimpío e insensato a la vez es convertir en una pura quimera al Dios que se adora.”

“Si por ateo se designa un hombre que niega la existencia de una fuerza inherente a la materia y sinla cual no se puede concebir la Naturaleza y si es a esta causa motriz a la que se da el nombre deDios, entonces no existen ateos y la palabra por la que se los designa no señalaría más que a locos.Pero si por ateos se entiende hombres desprovistos de entusiasmo, guiados por la experiencia y eltestimonio de sus sentidos, que no ven en la Naturaleza más que lo que se encuentra ahí realmente olo que son capaces de conocer, queno perciben y no pueden percibir más que materia esencialmente activa y móvil, diversamentecombinada, que goza por sí misma de diversas propiedades y capaz de producir todos los seres quevemos; si por ateos se entiende físicos convencidos de que, sin recurrir a una causa quimérica, sepuede explicar todo solamente por las leyes del movimiento, por las relaciones subsistentes entrelos seres, sus afinidades, analogías, atracciones y repulsiones, proporciones, composiciones ydescomposiciones137; si por ateos se entiende gente que no sabe lo que es un espíritu y que no vela necesidad de espiritualizar o volver incomprensibles causas corporales, sensibles y naturales queven solamente actuar, que no les parece que sea un medio de conocer mejor la fuerza motriz deluniverso separarla para atribuirla a un ser situado fuera del gran todo, un ser con una esenciatotalmente inconcebible y cuya morada no se puede indicar; si por ateos se entiende hombres queconvienen de buena fe en que su espíritu no puede ni concebir, ni conciliar los atributos negativos ylas abstracciones teológicas con las cualidades humanas y morales que se atribuyen a la divinidad, obien hombres que pretenden que de esta aleación incompatible no puede resultar más que un ser derazón, dado que un puro espíritu está privado de los órganos necesarios para ejercer cualidades yfacultades humanas. Si por ateos se designa hombres que rechazan a un fantasma cuya s cualidadesodiosas y dispares no son apropiadas más que para perturbar y hundir al género humano en unademencia muy dañina; si, digo, pensadores de esta especie son aquellos que se llaman ateos,entonces no se puede dudar de su existencia y habría un número muy grande de ellos si las luces dela sana física y de la recta razón fueran más extendidas; entonces no serían considerados ni comoinsensatos ni como furiosos, sino como hombres sin prejuicios, cuyas opiniones o, sí se quiere, cuyaignorancia serían mucho más útiles al género humano que las ciencias y las vanas hipótesis quedesde hace mucho tiempo son las verdaderas causas de sus males.”

¿Es compatible el ateísmo con la moral?

“Vemos cada día a personas que unen a grandes capacidades, conocimientos y penetración, unosvicios vergonzosos y un corazón corrupto: sus opiniones pueden ser en algunos aspectos verdaderasy en muchos otros falsas, sus principios pueden ser justos, pero las consecuencias que sacan son amenudo defectuosas y precipitadas. Un hombre puede tener la suficiente claridad mental paralibrarse de alguno de sus errores y faltarle la fuerza necesaria para deshacerse de sus inclinacionesviciosas. Los hombres son lo que los hace su organización modificada por el hábito, por laeducación, por el ejemplo, por el gobierno, por la opinión, por las circunstancias duraderas omomentáneas. Sus ideas religiosas o sus sistemas imaginarios tienen que ceder o acomodarse a sustemperamentos, a sus inclinaciones, a sus intereses. Si el sistema de un ateo no le suprime los viciosque tenía antes, tampoco le proporciona otros nuevos. En cambio, la superstición proporciona a susseguidores mil pretextos para cometer el mal sin remordimientos, e incluso para gloriarse. Elateísmo, al menos, deja a los hombres tal como son, no volverá más intemperante, más libertino,más ambicioso ni más cruel a un hombre cuyo temperamento no le incline a serlo; mientras que lasuperstición deja rienda suelta a las pasiones más terribles, o proporciona una fácil expiación a losvicios más deshonrosos. «El ateísmo —dice el canciller Bacon— deja al hombre la razón, lafilosofía, la piedad natural, las leyes, la reputación y todo lo que puede servir de guía a la virtud;pero la superstición destruye todas estas cosas y se erige en tiranía en el entendimiento de los

hombres. Por esto el ateísmo no perturba nunca los Estados y hace a los hombres más previsoresacerca de ellos mismos, pues no ven nada más allá de los límites de esta vida.» El mismo autorañade «que las épocas en que los hombres han tendido hacia el ateísmo han sido las más tranquilas;mientras que la superstición ha inflamado los espíritus y los ha conducido a los más grandesdesórdenes porque ha exaltado con novedades al pueblo que arrebata y arrastra a todas las esferasdel gobierno»142.

Los hombres acostumbrados a meditar y a gozar con el estudio no suelen ser ciudadanos peligrosos;cualesquiera que sean sus teorías, éstas no provocarán nunca daños peligrosos; cualesquiera quesean sus teorías, éstas no provocarán nunca súbitas revoluciones en la tierra. Las mentes de lospueblos, capaces de inflamarse con lo maravilloso y el entusiasmo, resisten obstinadamente a lasverdades más simples y no se entusiasman en absoluto por unos sistemas que piden un largoencadenamiento de reflexiones y razonamientos. El sistema del ateísmo sólo puede ser el fruto deun estudio continuado, de una imaginación enfriada por la experiencia y el razonamiento. Elpacífico Epicuro no ha turbado a Grecia; el poema de Lucrecio no ha causado ninguna guerra civilen Roma. Bodino no ha sido el autor de la Liga. Los escritos de Spinoza no han provocado enHolanda los mismos trastornos que las disputas de Gomar o de Arminio. Hobbes no ha hecho correrla sangre en Inglaterra, en donde en su época el fanatismo religioso hizo morir a un rey en elcadalso.”

“Las personas más esclarecidas se sienten a menudo ligadas en algún aspecto a los prejuiciosuniversales. Uno se ve, por así decir, aislado; uno no habla la lengua de la sociedad cuando no hayquien comparta su parecer; se necesita valor para adoptar una forma de pensar que no tenga quien laapruebe. En los países donde los conocimientos humanos han hecho algunos progresos y donde,además, se goza de una cierta libertad de pensamiento, encontraremos fácilmente muchos deístas oincrédulos los cuales, contentos por haber puesto el pie encima de los prejuicios más groseros delvulgo, no se atreven a remontarse a la fuente y llevar a la propia divinidad ante el tribunal de larazón. Si estos pensadores no se quedaran a mitad de camino, la reflexión les probaría pronto queeste Dios al que no se atreven a examinar es un ser tan perjudicial, tan indignante, para el buensentido, como todos los dogmas, los misterios, las fábulas y las prácticas supersticiosas cuyafutilidad han ya reconocido; comprenderían, como se ha probado, que todas estas cosas no son másque las consecuencias necesarias de las nociones primitivas que los hombres se hacen de sufantasma divino, y que si admiten este fantasma ya no tienen ninguna razón para rechazar lasconclusiones que la imaginación ha de sacar. Un poco de atención les mostraría que este fantasmaes precisamente la verdadera causa de los males de la sociedad; que unas querellas interminables yunas disputas sangrientas, alumbradas siempre por la religión y el partidismo, son los efectosinevitables de la importancia que se asigna a una quimera siempre dispuesta a encender los ánimos.En resumen, es fácil comprender que un ser imaginario, al que siempre pintan con tintas sombrías,tenga que actuar vivamente sobre las imaginaciones y producir tarde o temprano disputas,entusiasmo, fanatismo y delirio.

Mucha gente reconoce que las extravagancias que la superstición provoca son unos males muyreales; muchas personas se quejan de los abusos de la religión, pero hay pocas que conozcan queestos abusos y estos males son consecuencia necesaria de los principios fundamentales de todareligión, la cual no puede fundarse más que en las nociones enojosas que uno se ve obligado ahacerse sobre la divinidad. Vemos a diario personas desengañadas de la religión que, sin embargo,pretenden que esta religión es necesaria al pueblo, el cual, sin ella, no podría ser contenido. Perorazonar de esta forma es lo mismo que decir que el veneno es útil al pueblo y que es buenoenvenenarlo para impedirle que abuse de su fuerza. Es pretender que es ventajoso volverlo absurdo,insensato, extraño; que necesita fantasmas que le den vértigo, que lo cieguen, que le sometan a unosfanáticos o a unos impostores que utilizarán sus locuras para alterar el universo. Además, ¿es

verdad que la religión influye sobre las costumbres de los pueblos de una manera verdaderamentepositiva? Es fácil ver que los esclaviza sin hacerlos mejores; los convierte en un rebaño de esclavosignorantes cuyos terrores y pánicos los mantienen bajo el yugo de tiranos y sacerdotes; los convierteen unos estúpidos que no conocen otras virtudes que una ciega sumisión a unas prácticas fútiles alas que asignan más valor que a las virtudes reales y a los deberes de la moral que nadie les hahecho conocer. Si esta religión mantiene a raya, por casualidad, a algunos individuos timoratos, nolo hace con la mayoría, la cual se deja arrastrar por los vicios epidémicos de los que está infectada.Los países donde la superstición es más poderosa, es donde encontraremos siempre menosmoralidad. La virtud es incompatible con la ignorancia, la superstición y la esclavitud; a losesclavos sólo se les detiene con el miedo a los suplicios; unos niños ignorantes son intimidados ensólo unos instantes mediante terrores imaginarios. Para formar hombres, para tener unos ciudadanoshay que instruirlos, mostrarles la verdad, razonarles, hacerles conocer sus intereses, enseñarles arespetarse a sí mismos y a temer la vergüenza, despertar en ellos la idea del verdadero honor,hacerles conocer el valor de la virtud y los motivos para seguirla. ¿Cómo podrían esperarse estosfelices efectos de una religión que los degrada, o de la tiranía que sólo se propone domarlos,dividirlos, mantenerlos en la abyección?”

De los motivos que llevan al ateísmo. ¿Puede ser peligroso este sistema? ¿Puede abrazarlo elvulgo?

Tal vez se nos pregunte si es razonable hacernos la ilusión de llegar algún día a conseguir que todoun pueblo olvide sus opiniones religiosas o sus ideas de la divinidad. Contestaré que la cosa parececompletamente imposible y que no es este el fin que hemos de proponernos. La idea de un diosinculcada desde la infancia, no parece que se pueda desarraigar del espíritu de la mayoría de loshombres: sería tal vez tan difícil quitarla de la cabeza de los que les ha sido imbuida desde su mástierna edad como metérsela en la de aquellas personas que hubieran llegado a una cierta edad sinhaber oído nunca hablar de Dios. Así, pues, no se puede ni imaginar que sea posible hacer pasar atoda una nación del abismo de la superstición, es decir, del seno de la ignorancia y del delirio, alateísmo absoluto, el cual supone reflexión, estudio, conocimientos, una larga cadena deexperiencias, el hábito de contemplar la Naturaleza, la ciencia de las verdaderas causas de susdiversos fenómenos, de sus combinaciones, de sus leyes, de los seres que la componen y de susdiferentes propiedades. Para ser ateo, o para cerciorarse de las fuerzas de la Naturaleza, hay quehaber reflexionado; una ojeada superficial no nos la hará conocer; unos ojos poco ejercitados seequivocarán continuamente; la ignorancia de las causas verdaderas nos harán suponer unasimaginarias; y la ignorancia llevará incluso al físico a los pies de un fantasma, en el que sus miraslimitadas o su pereza creerán hallar solución a todos sus problemas.

Así, pues, el ateísmo, como la filosofía y todas las ciencias profundas y abstractas, no está hechopara el vulgo, ni siquiera para la mayoría de los hombres. En todas las naciones grandes ycivilizadas existen personas que por sus circunstancias están en condiciones de meditar, deinvestigar y de hacer descubrimientos útiles que acaban tarde o temprano por difundirse y fructificarcuando han sido juzgados beneficiosos y verdaderos. El matemático, el mecánico, el químico, elmédico, el jurisconsulto, el artesano, trabajan en sus gabinetes o en sus talleres en la búsqueda deme dios para servir a la sociedad, cada uno en su esfera; no obstante, ni las ciencias, ni lasprofesiones en que se ocupan, son conocidas por el vulgo, el cual, sin embargo, no deja de recoger ala larga los frutos de unos trabajos de los que no tiene ni idea. Es para el marinero para quien trabajael astrónomo; para éste trabaja el matemático y el mecánico; para el albañil y el obrero traza el hábilarquitecto sabios planos. Cualesquiera que sea la pretendida utilidad de las opiniones religiosas, elteólogo profundo y sutil no puede vanagloriarse de trabajar, de escribir, de discutir en beneficio delpueblo, al cual se le hace pagar caro unos sistemas y unos misterios que no entenderá nunca y quenunca podrán serle de ninguna utilidad.

Por tanto, no es para el común de los mortales para quien el filósofo ha de querer escribir o meditar.Los principios del ateísmo o el sistema de la Naturaleza tampoco han sido hechos, como se ha visto,para muchas personas muy ilustres en otras materias, pero generalmente demasiado prevenidas afavor de los prejuicios universales. Es raro encontrar hombres que unan a un entendimientodespierto unos conocimientos y unas aptitudes, una imaginación bien controlada, o el valornecesario para combatir con éxito las habituales quimeras con las que su cerebro ha sido penetradodurante mucho tiempo. Una inclinación escondida e invencible conduce, a pesar del razonamiento,a los espíritus más sólidos y mejor afirmados a los prejuicios que ven generalmente establecidos ylos que se han empapado desde su más tierna infancia. Sin embargo, poco a poco unos principiosque a primera vista podían parecer extraños o indignantes, cuando son verdaderos, se insinúan enlos espíritus, se les hacen familiares, se difunden y producen efectos beneficiosos en toda lasociedad: con el tiempo ésta se familiariza con unas ideas que al principio había considerado comoabsurdas y faltas de razón y por lo menos deja de considerar odiosos a los que profesan unasopiniones sobre cosas respecto a las cuales la experiencia ha probado que se pueden tener dudas sinpeligro para la colectividad.

No hay que temer la difusión de ideas entre los hombres. ¿Son útiles? Poco a poco fructificarán.Todo hombre que escribe no debe fijar la mirada en el tiempo en que vive o en sus actualesconciudadanos, ni en el país en que habita. Ha de dirigirse al género humano, ha de prever lasgeneraciones futuras; sería inútil que esperara los aplausos de sus contemporáneos; sería inútil quese hiciera ilusiones de que sus principios avanzados fueran recibidos con agrado por espíritusprevisores; si ha acertado, los siglos venideros harán justicia a sus esfuerzos; en la espera, buenoserá que se contente con la idea de haber obrado bien o con el sufragio secreto de los pocos amigosde la verdad que hay en la tierra. Es después de su muerte cuando el escritor veraz triunfa; entonceslos aguijones del odio y las flechas de la envidia, debilitados o embotados, dejan paso a la verdad, lacual, por ser eterna, ha de sobrevivir a todos los errores de la tierra.

Por otra parte, diremos con Hobbes, «que no podemos hacer ningún mal a los hombresproponiéndoles unas ideas; lo peor es dejarlos en la duda y en la disputa; pero, ¿no lo están ya?». Siun autor que escribe se ha equivocado, puede que haya razonado mal. ¿Ha establecido unosprincipios falsos? Hay que examinarlos. ¿Su sistema es falso y ridículo? Sólo servirá para poner aldescubierto la verdad: su obra caerá en el desprecio, y el escritor, si es testigo de su caída, serásuficientemente castigado por su temeridad; si ha muerto, los vivos ya no podrán turbar sus cenizas.Nadie escribe con la intención de perjudicar a sus semejantes; se propone siempre merecer suaprobación, ya sea divirtiéndoles o picándoles la curiosidad, ya sea comunicándoles losdescubrimientos que considera útiles. Ninguna obra puede ser peligrosa, sobre todo si contieneverdades. No sería lo mismo si contuviera principios evidentemente contrarios a la experiencia y albuen sentido. ¿Qué pasaría si una obra nos dijera hoy que el Sol no es luminoso, que el parricidio eslegítimo, que el robo está permitido, que el adulterio no es un crimen? La mínima reflexión nosharía comprender la falsedad de estos principios y la raza humana entera clamaría contra ellos; lagente se reiría de la locura de su autor y pronto su libro y su nombre sólo serían conocidos por susridículas extravagancias. Sólo las locuras religiosas son perniciosas para los mortales. ¿Y por qué?Porque la autoridad quiere siempre establecerlas por la violencia, hacerlas pasar por verdades ycastigar con rigor a los que quisieran burlarse de ellas o examinarlas. Si los hombres fueran másrazonables, mirarían las opiniones religiosas y los sistemas de la teología con los mismos ojos conque mira los sistemas de la física o los problemas matemáticos: éstos no perturban nunca latranquilidad de la sociedad, aunque algunas veces provocan disputas muy enconadas entre algunossabios. Las disputas teológicas no tendrían consecuencias si pudiera lograrse que los que tienen elpoder en la mano comprendieran que deben manifestar sólo indiferencia o desprecio por las

discusiones de unos personajes que no entienden ni ellos mismos las cuestiones maravillosas sobrelas que no cesan de disputar.”

“Los soberanos detestan la libertad de pensamiento porque temen a la verdad, esta verdad les parecepeligrosa porque condenaría sus excesos, y ellos aprecian estos excesos porque desconocen, al igualque sus súbditos, sus verdaderos intereses, que deberían ser idénticos para unos y otros.”

“No vayamos a sorprendernos si vemos a grandes hombres obstinarse en cerrar los ojos, odesmentir su probada sagacidad en cuanto se trata de un objeto que no tienen el valor de examinarcon la atención que prestan a muchos otros. El canciller Bacon pretende que poca filosofía disponeal ateísmo, pero mucha profundidad conduce a la religión. Si analizamos esta proposición,encontraremos que lo que significa es que pensadores muy mediocres están en condiciones deapercibirse rápidamente de los groseros absurdos de la religión, pero que, poco acostumbrados areflexionar, o faltos de principios seguros que podrían guiarles, su imaginación los devuelve prontoal laberinto de la teología, de donde una razón demasiado débil intentaba apartarles. Las almastímidas temen incluso reafirmarse; los espíritus acostumbrados a contenerse con las solucionesteológicas, no ven en la Naturaleza más que un enigma inexplicable, un abismo imposible desondear. Acostumbrados a fijar la mirada en un punto ideal y matemático que han convertido en elcentro de todo, el universo se les vuelve confuso en cuanto lo pierden de vista y, en la confusión enque se encuentran, prefieren volver a los prejuicios de su infancia, que parece se lo explican todo,en vez de flotar en el vacío o abandonar el punto de apoyo que juzgan inquebrantable. Así, pues, laproposición de Bacon no parece explicar nada, sino que las personas más hábiles no pueden evitarlas ilusiones de su imaginación, cuyo ímpetu resiste a los más fuertes razonamientos.”

Compendio del código de la naturaleza.

“El amigo de la Naturaleza no es vuestro enemigo; su intérprete no es el ministro de la mentira; eldestructor de vuestros fantasmas no es el destructor de las verdades necesarias para vuestrafelicidad; el discípulo de la razón no es un insensato que quiere envenenaros o comunicaros undelirio peligroso. Si arranca el rayo de las manos de estos dioses terribles que os espantan es paraque dejéis de andar en medio de las tormentas por un camino que sólo distinguís a la luz de losrelámpagos. Si rompe los ídolos incensados por el miedo, o ensangrentados por el fanatismo delfuror, es para poner en su lugar la verdad consoladora propia para tranquilizaros. Si destruye estostemplos y altares tan a menudo bañados en lágrimas, ennegrecidos por los sacrificios crueles,ahumados por un incienso servil, es para levantar a la paz, a la razón, a la virtud, un monumentoduradero en el que encontraréis siempre asilo contra vuestro frenesí, vuestras pasiones y contra lasde los hombres que os oprimen. Si combate las pretensiones altivas de estos tiranos deificados porla superstición, los cuales, lo mismo que vuestros dioses, os aplastan bajo un cetro de hierro, es paraque podáis gozar de los derechos de vuestra Naturaleza, es para que seáis hombres libres y no unosesclavos encadenados para siempre a la miseria, es para que seáis, en fin, gobernados por hombres yciudadanos que aman, que protegen a los hombres semejantes a ellos, a los ciudadanos de los quereciben el poder. Si ataca la impostura es para devolver a la verdad los derechos que le han sidodurante mucho tiempo usurpados por el error. Si destruye la base ideal de esta moral incierta ofanática, que hasta el momento no ha hecho más que deslumbrar vuestros espíritus sin corregirvuestros corazones, es para dar a la ciencia de las costumbres una base inquebrantable en vuestrapropia naturaleza. Atreveos, pues, a escuchar su voz, mucho más inteligible que estos oráculosambiguos que la impostura os anuncia en nombre de una divinidad capciosa que continuamentecontradice sus propias voluntades: Escuchad, pues, a la Naturaleza; ella no se contradice jamás.”