Hobsbawm Naciones y Nacionalismo (1)

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    Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismos desde 1780. Editorial Crtica,Barcelona, 1992. Int roduccin, pp. 9-21.

    INTRODUCCIN

    Supongamos que un da, despus de una guerra nuclear, un historiadorintergalctico aterriza en un planeta muerto con el propsito de investigar lacausa de la lej ana y pequea catst rofe que han registrado los sensores de sugalaxia. El historiador o la historiadora -me abstengo de especular acerca delproblema de la reproduccin fisiolgica extraterrestre- consulta lasbibliotecas y los archivos terrestres que se han conservado, toda vez que latecnologa del armamento nuclear avanzado se ha pensado para dest ruir a laspersonas en lugar de las propiedades. Nuest ro observador, despus deestudiar un poco, sacar la conclusin de que los lt imos dos siglos de lahistoria humana del planeta Tierra son incomprensibles si no se entiende un

    poco el trmino nacin y el vocabulario que de l se deriva. Este trminoparece expresar algo importante en los asuntos humanos. Pero, exactamentequ? Ah radica el misterio. Habr ledo a Walt er Bagehot, que present lahistoria del siglo XIX como la historia de la const ruccin de naciones , peroque, con su habitual sentido comn, t ambin coment: Sabemos lo que escuando no nos lo preguntis, pero no podemos explicarlo ni definir lo muyrpidamente . 1

    Puede que esto sea cierto para Bagehot y para nosotros, perono lo es para historiadores extragalcticos que no poseen la experienciahumana que, al parecer, hace que la idea de nacin sea tan convincente.

    Creo que, gracias a la literatura de los ltimos quince o veinte aos, sera

    posible dar al historiador en cuestin una breve lista de lecturas que leayudaran -a l, a ella o a ello- con el anlisis deseado y que complementaranla monografa Nationalism: a trend report and bibl iography". de A. D. Smit h,que contiene la mayora de las referencias en este campo hasta esa fecha.2

    Locierto es que uno no deseara recomendarle mucho de lo escrito en perodosanteriores. Nuestra lista de lecturas contendra muy poco de lo que seescribi en el perodo clsico del liberalismo decimonnico, por razones queseguramente resultarn claras ms adelante, pero tambin porque en aquellapoca se escribi muy poco que no fuera retrica nacionalista y racista. y lamejor obra que se produj o a la sazn fue, de hecho, muy breve, como lospasajes que John Stuart Mil l dedica al tema en Del gobierno representativo, yla famosa conferencia de Ernest Renan titulada Qu es una nacin? . 3

    1Walt er Bagehot. Physics and poli t ics. Londres. 1887. pp. 20-21.

    2A D. Smit h. Nati onali sm. A trend report and bibl iography . Current Sociology. XXI, 3 (La

    Haya y Pars. 1973). Vanse t ambin las bibl iografas en el mismo autor. Theories ofnati onalism. Londres. 1983, y The ethnic origins of nat ions. Oxford, 1986. El profesor AnthonySmith es actualmente el gua principal en este campo para los lectores en lengua inglesa.

    3Emest Renan, Qu est ce que c est une nati on? (Conferenci a dada en la Sorbona el II de

    marzo de 1882). Pars. 1882; John Stuart Mill, Consideration on representative government.Londres, 1861, cap. XVI (hay t rad. Cast . en Tecnos, Madrid, 1985).

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    La lista contendra algunas lecturas histricamente necesarias, as comoalgunas optativas que datan del primer esfuerzo serio por aplicar un anlisisdesapasionado al asunto, los import antes y subvalorados debates entre losmarxistas de la segunda internacional acerca de lo que ell os denominaron lacuest in nacional . Veremos ms adelante por qu los mejores cerebros del

    movimiento socialista internacional -y haba en l algunas inteligenciaspoderossimas- se aplicaron a este problema: Kautsky y Luxemburg, Ot toBauer y Lenin, por citar slo unos pocos. 4

    Probablemente contendra algo deKautsky, ciertamente Die Nationalitiitenfrage, de Otto Bauer, pero tambinnecesit ara contener El marxismo y la cuest in nacional, de Stalin, no tantopor sus mritos intelectuales, que son modestos pero no despreciables -aunque un poco derivativos-, sino ms bien por la influencia poltica que tuvoms adelante. 5

    A mi j uicio, no merecera contener muchas cosas de la poca de los que hansido llamados los dos padres fundadores del estudio acadmico delnacionalismo, despus de la primera guerra mundial: Carleton E. Hayes y Hans

    Kohn. 6

    No tiene nada de raro que este tema atraj ese la atencin en unperodo en que el mapa de Europa por primera vez y luego se vio que porltima tambin se traz de nuevo de acuerdo con el principio de nacionalidad,y en que el vocabulario del nacionalismo europeo lleg a ser adoptado pornuevos movimientos de liberacin en las colonias, o reivindicativos en elTercer Mundo, a los cuales Hans Kohn al menos prest mucha atencin. 7

    Tampoco cabe duda alguna de que los escritos de ese perodo contienen grancantidad de material sacado de la literatura anterior, lo cual puede ahorrarleal estudiante mucha lectura primaria. La razn principal de que una parte tangrande de todo esto haya perdido vigencia estriba en que la principalinnovacin del perodo, que, dicho sea de paso, los marxistas habanant icipado, se ha vuelt o cosa corr iente, excepto entre los nacionalistas. Ahorasabemos y en no poca medida gracias a los esfuerzos de la poca Hayes-Kohnque las naciones no son, como pensaba Eagehot, tan antiguas como la

    4 Para una buena int roduccin. que incluye una seleccin de escri t os de los principales

    autores marxi st as de la poca, Georges Haupt , Michel Lowy y Claudie Weil l , Les, marxist es et

    la quest ion nat ionale 1848-1914. Pars. 1974 Ot to Bauer, Die Nat ional it tenfrage und dieSozialdemokrat ie, Viena, 1907 (la segunda edicin de 1924 cont iene una impor t ante

    introduccin nueva). Para un intento reciente, Horace B. Davis, Toward a Marxist Theory ofnati onalism, Nueva York. 1978.

    5El texto de 1913 se publi co j unto con escrit os posteriores en I. Stalin. Marxism and t he

    nat ional and colonial quest ion, Londres, 1936, en un volumen que ej erci mucha inf luencia

    internacional, no slo entre los comunistas, sino sobre todo en el mundo dependiente (haytrad. cast: El marxismo y la cuestin nacional, Anagrama, Barcelona 1977).

    6Carleton B Hayes, The historical evolut ion of modern nat ional ism, Nueva York, 1931, y Hans

    Kohn. The idea of nat ional ism. A st udy in i t s origin and background, Nueva York. 1944,

    cont ienen valioso material histrico. La expresin padres fundadores procede del vali osoestudio de historia filolgica y conceptual, A. Kemilainen, Nationalism. Problems concerning

    the word, like concept and classification, Jyvaskyla, 1964.

    7

    Vase su History of nat ional ism in the East , Londres, 1929; Nat ional ism and imperiali sm inthe Hither East . Nueva York, 1932.

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    historia . 8

    El sentido moderno de la palabra no se remonta ms all del sigloXVIII, predecesor ms, predecesor menos. La literatura acadmica referenteal nacionalismo se mult ipl ic, pero no hizo grandes avances en los deceniossiguientes. Algunos consideraran una importante aadidura a la misma la obrade Karl Deutsch, que recalc el papel de la comunicacin en la formacin de

    naciones, pero a m este autor no me parece indispensable.9

    No acaba de estar claro por qu la literatura referente a las naciones y alnacionalismo inici una fase tan fructfera hace ahora unos veinte aos, y, dehecho, el interrogante slo se les plantea a los que creen que fue as. Esta noes an una opinin aceptada universalmente. Estudiaremos el problema en elltimo captulo, aunque no con gran detalle. En todo caso, la opinin de esteautor es que el nmero de obras que realmente arrojan luz sobre lo que sonlas naciones y los movimientos nacionales, as como el papel que interpretanen el devenir histrico, es mayor en el perodo 1968-1988 que en cualquierperodo anterior con el doble de duracin. El texto que sigue a la presenteint roduccin debera dej ar claro cules de ellas me han parecido

    especialmente interesantes, pero tal vez convenga mencionar unos cuantosttulos importantes, entre los cuales el autor se abstiene de incluir sus propiosescri tos, exceptuando uno de ellos. 101o La siguiente lista breve puede servirde introduccin a este campo, Es una lista alfabtica de autores, con lasalvedad de la obra de Hroch que inaugur la nueva era del anlisis de lacomposicin de los movimientos de liberacin nacional.

    Hroch, Miroslav, Social preconditions of national revival in Europe,Cambridge. 1985. Combina las conclusiones de dos obras que el autor publ icen Praga en 1968 y 1971.

    Anderson, Benedict , Imagined communit ies, Londres, 1983.

    Armstrong, J., Nations before nationalism, Chapel Hill, 1982.

    Breuilly, J., Nacionalism and the state, Manchester, 1982.

    8Bagehot, Physics and poli t ics, p 83.

    9 Karl W. Deutsch, Nationalism and social communication. An enquiry into the foundations ofnati onali t y, Cambridge, Massachussets, 1953.

    10Son, adems de captulos sobre el t ema en The age of revolut ion 1789-1848. 1962 (hay trad.

    cast . : Las revoluciones burguesas. Labor, Barcelona, 1987), The age of capit al 1848-1875 (hay

    trad. cast: La era del capitalismo, Labor, Barcelona. 1989), y The age of empire 1875-1914,1987: The att it ude of popular classes towards nati onal movements for independence

    (Part es celt as de Gran Bret aa), en Commission Int emat ionale d'Histoire des MouvementsSociaux et St ruct ures Sociales, Mouvement s nalionaux d'indpendance et cl asses populaires

    aux XIX et XX sicles en Occident et en Orient , 2 vols. , Pars, 1971, vol , I, pp. 34-44; Someref lect ions on nat ionali sm,. , en T. J. Nossit er, A. H. Hanson, Stein Rokkan. eds., Imaginat ion

    and precision in the social sciences: Essays in memory of Peter Neal, Londres. 1972, pp. 385-406; "Refl eclions on "The break-up of Bri t ain , New Left Review, 105, 1977; " What i s the

    worker's count ry? , cap. 4 de mi Worlds of l abour, Londres. 1984 (hay trad. cast : El mundodel Trabajo, Crt ica, Barcelona, 1987); "Working-class internat ionalism . en F. van Holt hoon y

    Marcel van der Linden, eds., Internationalism in the labour movement, Leiden-Nueva York-Copenhague-Colonia. 1988, pp. 2-16.

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    Cole, John W. y Eric R. Wolf, The hidden frontier: ecology and ethnicity in anAlpine valley, Nueva York y Londres, 1974.

    Fishman, J., ed., Language problems of developing countries, Nueva York,

    1968.

    Gellner, Emest, Nations and nationalism, Oxford, 1983.

    Hobsbawm, E. J., y Terence Ranger, eds., The invention of tradition,Cambridge, 1983.

    Smit h, A. D., Theories of nationalism, Londres, 1983.

    Szcs, Jeno, Nation und Geschichte: Studien, Budapest , 1981.

    Tilly, C., ed. The formation of national states in Western Europe, Princeton,1975.

    No puedo resistir la tentacin de aadir a estos ttulos un brillante ensayoescrito desde dentro de la ident if icacin subjetiva con una nacin , pero conun raro sent ido de su contexto y maleabil idad histricos: Gwyn A, Will iams, When was Wales? en The Welsh in t heir history, Londres y Camberra, 1982,La mayor part e de esta li teratura ha girado en torno a este interrogante: Ques una nacin (o la nacin)? Porque la caracterst ica principal de esta formade clasificar a los grupos de seres humanos es que, a pesar de que los quepertenecen a ella dicen que en cierto modo es bsica y fundamental para laexistencia social de sus miembros, o incluso para su identificacin individual,no es posible descubrir ningn criterio satisfactorio que permita decidir culde las numerosas colect ividades humanas debera et iquetarse de esta manera,Esto no es sorprendente en s mismo, porque si consideramos la nacincomo una novedad muy reciente en la historia humana, as como fruto decoyunturas histricas concretas, e inevitablemente localizadas o regionales,sera de esperar que apareciese inicialmente, por as decirlo, en unas cuantascolonias de asentamiento en vez de en una poblacin distribuida de formageneral por el territorio del mundo. Pero el problema es que no hay forma dedecirle al observador cmo se distingue una nacin de otras entidades a

    priori , del mismo modo que podemos decirle cmo se reconoce un pj aro ocmo se distingue un ratn de un lagarto, observar naciones resultara sencillosi pudiera ser como observar a los pj aros.Han sido f recuentes los int entos de determinar crit erios objetivos denacionalidad, o de explicar por qu ciertos grupos se han convertido en naciones y otros no, basndose en criterios nicos tales como la lengua o laetnicidad o en una combinacin de criterios tales como la lengua, el territoriocomn, la historia comn, rasgos culturales o lo que fuera. La definicin deStalin es probablemente la ms conocida entres estas, pero en modo alguno lanica. 11

    Todas estas definiciones objet ivas han fracasado, por l a obvia razn

    11 Una nacin es una comunidad estable, f rut o de la evolucin histri ca, de lengua,

    territorio, vida econmica y composicin psicolgica que se manifiesta en una comunidad de

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    de que, como slo algunos miembros de las numerosas ent idades que encajanen tales definiciones pueden cali f icarse de naciones en un momento dado,siempre cabe encontrar excepciones. a bien los casos que se ajustan a ladefinicin evidentemente no son naciones (o no lo son todava) ni poseenaspiraciones nacionales, o las naciones indudables no concuerdan con el

    cri terio o la combinacin de cri terios. A decir verdad, cmo podra ser deotro modo, dado que lo que tratamos de hacer es encaj ar unas entidadeshistricamente nuevas, nacientes. cambiantes, que, incluso hoy da, distanmucho de ser universales, en una est ruct ura de permanencia y universalidad?Asimismo, como veremos, l os criterios que se usan con este propsito -lalengua, la etnicidad o lo que sea- son tambin borrosos, cambiantes yambiguos, y tan intiles para que el viajero se oriente como las formas de lasnubes son intiles comparadas con los accidentes del terreno. Esto, desdeluego, hace que sean ut ilsimos para fines propagandst icos y programticos,aunque muy poco descript ivos. Quiz esto quede claro con un ej emplo del usonacionalista de una de tales definiciones objet ivas en la polt ica reciente de

    Asia:El pueblo de habla tamil de Ceiln constituye una nacin que se distingue dela de los cingaleses segn todos los criterios fundamentales de nacionalidad,primero. el de un pasado histrico independiente en la isla que, comomnimo, sea tan ant iguo y tan glorioso como el de los cingaleses; en segundolugar, por el hecho de ser una entidad lingstica totalmente diferente de lade los cingaleses, con una herencia clsica no superada y un desarrollomoderno de la lengua que hace que el tamil sea plenamente apropiado paratodas las necesidades actuales: y. finalmente, por tener su morada territorialen zonas definidas. 12

    El propsit o de este pasaje es claro: exigir la autonoma o la independenciapara una regin que, segn se describe, ocupa ms de un tercio de la isla ,de Sri Lanka, basndose en el nacionalismo tamil . Nada ms de lo quecontiene el pasaje se ajusta a la realidad. Ocult a el hecho de que la moradaterr itorial consiste en dos zonas separadas geogrficamente y pobladas porgentes de habla tamil de orgenes diferentes (indgenas y trabajadores indiosque han inmigrado en poca reciente, respectivamente); que la regin deasentamiento tamil continuo tambin se halla habitada, en ciertas zonas, porhasta una tercera parte de cingaleses, y hasta un 41 por 100 de gentes quehablan tamil rehsan considerarse tamiles nativos y prefieren identificarsecomo musulmanes (los moros ). De hecho, incluso dejando apart e la regin

    central de inmigrantes, no est nada claro que el territorio de asentamientotamil continuo e importante. que comprende zonas de slida poblacin tamil(del 71 al 95 por 100: Batticaloa, Mullaitivu, Jaffna) y zonas donde los tamilesque se autoidentifican forman el 20 o el 33 por 100 (Amparal, Trincomalee),deba considerarse como un solo espacio, excepto en trminos puramentecartogrficos. De hecho, en las negociaciones que pusieron fin a la guerra civil

    cult ura", I. Stalin, Marxism and the nat ional and colonial quest ion, p. 8. El or iginal f ue escrit oen 1912.

    12 Ilankai Tamil Arasu Kadchi, "The case for a federal const it ut ion for Ceylon , Colombo, 1951,

    cit ado en Robert N. Keamey, Ethnic connict and the Tamil separatist movement in SriLanka , Asian Survey, 25 (9 de sept iembre de 1985), p 904.

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    de Sri Lanka en 1987, la decisin de considerar dicha regin como un soloespacio fue una clara concesin polt ica a las exigencias de los nacionalistastamiles. Como ya hemos visto, l a entidad lingst ica oculta el hechoindiscutible de que los tamiles indgenas, los inmigrantes indios y los morosson -hasta ahora- una poblacin homognea en el sent ido filolgico y no en

    ningn otro, y, como veremos, probablemente ni siquiera en este sentido. Encuanto al pasado histrico independiente , es casi seguro que la expresin esanacrnica, const ituye una peticin de principio o es tan vaga que no t ienesentido. Puede objetarse, por supuesto, que loa manif iestos obviamentepropagandsticos no deben estudiarse con detenimiento como si fueranaportaciones a las ciencias sociales, pero lo cierto es que casi cualquierclasif icacin de alguna comunidad como nacin , basndose en talescriterios pretendidamente objet ivos, estara expuesta a objeciones parecidas,a menos que el hecho de ser una nacin" pudiera probarse basndose enotros crit erios.Pero, cules son estos otros cri terios? La alt ernat iva de una definicin

    objetiva es una definicin subjet iva. ya sea colectiva (por el est il o de unanacin es un plebiscit o diario , como dij o Renan) o individual, al modo de losaust romarxistas, para quienes la nacionalidad" poda atribuirse a personas,con independencia de dnde y con quin vivieran, al menos si optaban porreclamarla. 13 Ambos son intentos evidentes de eludir las limitaciones delobjetivismo apriorst ico, en ambos casos, aunque de manera diferente,adaptando la definicin de nacin a territ orios en los cuales coexistenpersonas cuya lengua u otros cri terios objet ivos son dif erentes, comohicieron en Francia y en el imperio Habsburgo. Ambos se exponen a laobjecin de que definir una nacin por la conciencia de pert enecer a ell a quetienen sus miembros es tautolgico y proporciona solamente una orientacin aposteriori de lo que es una nacin. Adems, puede conducir a los incautos aextremos de voluntarismo que induzcan a pensar que lo nico que se necesitapara ser, para crear o para volver a crear una nacin es la voluntad de serlo:si un nmero suficiente de habitantes de la isla de Wight quisiera ser unanacin wigtht iana", habra una. Si bien esto ha dado origen a algunosintentos de edificar naciones elevando la conciencia, especialmente desde eldecenio de 1960, no es una forma legtima de criticar a observadores tanavanzados como Otto Bauer y Renan, que saban perfectamente bien que lasnaciones tambin tenan elementos objet ivos en comn. Sin embargo. insist iren la conciencia o en la eleccin como criterio de la condicin de nacin es

    subordinar insensatamente a una sola opcin las complej as y mlt iplesmaneras en que los seres humanos se definen y redefinen a s mismos comomiembros de grupos: l a eleccin de pert enecer a una nacin o nacionalidad . Polt ica o administ rat ivamente, hoy da esa eleccin debehacerse viviendo en estados que den pasaportes o que en sus censos haganpreguntas sobre la lengua. Con todo, incluso en la actualidad esperf ectamente posible que una persona que viva en Slough se considere a smisma, segn las circunstancias, como -pongamos por caso- ciudadano

    13 Karl Renner compar especfi camente la pert enencia del individuo a una nacin con supert enencia a una confesin rel igiosa, es decir, una condicin "libremente elegida, de jure"

    por el individuo que ha alcanzado la mayora de edad, y. en nombre de los menores de edad,por sus representantes legales . Synopti cus, Staat und Nati on, Viena, 1899, pp. 7 y ss.

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    britnico, o (ante otros ciudadanos de piel diferente) como india, o (anteotros indios) como gujarat i, o (ante hindes o musulmanes) como un j ainista,o como miembro de determinada casta o relacin de parentesco, o comoalguien que en casa habla hindi en vez de gujarati, o, sin duda, de otrasmaneras, Tampoco es posible, a decir verdad, reducir siquiera la

    nacionalidad a una sola dimensin, ya sea polt ica, cultural o de otro t ipo (amenos, por supuesto, que uno se vea obligado a hacerlo por la fuerza mayorde los estados). Las personas pueden ident if icarse como judas aun cuando nocompartan la religin, la lengua, la cultura, la tradicin, el origen histrico,las pautas de grupo sanguneo ni la act it ud ante el estado judo. Tampocoent raa esto una definicin puramente subjetiva de la nacin .Vemos, pues, que ni las definiciones objet ivas ni las subjet ivas sonsatisfactorias, y ambas son engaosas. En todo caso, el agnost icismo es lamejor postura que puede adoptar el que empieza a estudiar este campo, porlo que el presente libro no hace suya ninguna definicin apriorstica de lo queconst ituye una nacin. Como supuesto inicial de t rabajo, se t ratar como

    nacin a cualquier conjunto de personas suficientemente nutrido cuyosmiembros consideren que pert enecen a una nacin . Sin embargo, que talconjunto de personas se considere de esta manera es algo que no puededeterminarse sencillamente consultando con autores o portavoces polticos deorganizaciones que reivindiquen el estatuto de nacin para l, La aparicin deun grupo de port avoces de alguna idea nacional no es insignif icante, pero lapalabra llacin se emplea hoy da de forma tan general e imprecisa, que eluso del vocabulario del nacionalismo puede significar realmente muy poco.No obstante, al abordar la cuest in nacional , es ms provechoso empezarcon el concepto de la nacin" (es decir, con el . 'nacionalismo") que con larealidad que representa . Porque La nacin", tal como la concibe elnacionalismo, puede reconocerse anticipadamente; la nacin" real slopuede reconocerse a posteriori .14

    Este es el mtodo del presente libro.Presta atencin especial a los cambios y las t ransformaciones del concept o,sobre todo en las postrimeras del siglo XIX. Los conceptos, por supuesto, noforman parte del libre discurso filosfico, sino que estn enraizados social,histrica y localmente y deben explicarse en trminos de estas realidades.

    Para el resto, la posicin del autor puede resumirse del modo siguiente.

    1. Ut il izo el trmino nacionalismo en el sent ido en que lo def ini Gellner, a

    saber: para referirme bsicamente a un principio que afi rma que la unidadpolt ica y nacional debera ser congruente . 15

    Yo aadira que este principio

    tambin da a entender que el deber poltico de los ruritanos*

    para con laorganizacin poltica que engloba y representa a la nacin ruritana se impone

    14E. J. Hobsbawm, Some refl ect ions on nat ional ism", p. 387.

    15Ernest Gellner, Nations and nationalism, p. I. Esta definicin bsicamente poltica tambin

    la aceptan algunos otros autores, por ej emplo John Breui l ly, Nalionalism and the state, p. 3.

    *

    Ruritania es un pas imaginario, situado en la Europa central, donde transcurre la accin de

    las novelas El prisionero de Zenda y Ruperto de Hentzau, de Anthony Hope. (N. del t.)

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    a todas las dems obligaciones pblicas, y en los casos ext remos (t ales comolas guerras) a todas las otras obligaciones, del tipo que sean. Esto distingue elnacionalismo moderno de otras formas menos exigentes de identificacinnacional o de grupo que tambin encontraremos.

    2. Al igual que la mayora de los estudiosos serios, no considero la nacincomo una entidad social primaria ni invariable. Pertenece exclusivamente aun perodo concreto y reciente desde el punto de vista histrico. Es unaentidad social slo en la medida en que se refiere a cierta clase de estadoterrit orial moderno, el estado-nacin , y de nada sirve hablar de nacin y denacionalidad excepto en la medida en que ambas se refieren a l. Por otraparte, al igual que Gellner, yo recalcara el elemento de artefacto, invencine ingeniera social que interviene en la construccin de naciones. Lasnaciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres,como inherente ... destino poltico, son un mito: el nacionalismo, que a vecestoma culturas que ya existen y las transforma en naciones, a veces las

    inventa, ya menudo las dest ruye: eso es realidad . 16

    En pocas palabras. aefectos de anlisis, el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones noconst ruyen estados y nacionalismos, sino que ocurre al revs.

    3. La cuest in nacional , como la llamaban los marxistas de antao, seencuentra situada en el punto de interseccin de la poltica, la tecnologa y latransformacin social. Las naciones existen no slo en funcin de determinadaclase de estado territorial o de la aspiracin a crearlo -en trminos generales,el estado ciudadano de la Revolucin francesa-, sino tambin en el contextode determinada etapa del desarrollo tecnolgico y econmico. La mayora delos estudiosos de hoy estarn de acuerdo en que las lenguas nacionalesestndar, ya sean habladas o escri tas, no pueden aparecer como tales antesde la imprenta, la alfabetizacin de las masas y, por ende, su escolarizacin.Incluso se ha argido que el italiano hablado popular, como idioma capaz deexpresar t oda la gama de lo que una lengua del siglo xx necesita fuera de laesfera de comunicacin domstica y personal, slo ha empezado a construirsehoy da en funcin de las necesidades de la programacin televisiva

    nacional. 1717

    Por consiguiente, las naciones y los fenmenos asociados conellas deben analizarse en trminos de las condiciones y los requisitospolticos, tcnicos, administrativos, econmicos y de otro tipo.4. Por este motivo son, a mi modo de ver, fenmenos duales, const ruidos

    esencialmente desde arriba, pero que no pueden entenderse a menos que seanalicen tambin desde abaj o, esto es, en trminos de los supuestos, lasesperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses de las personasnormales y corrientes, que no son necesariamente nacionales y menos todavanacionalistas. Si he de hacer una crt ica importante a la obra de Gellner, esque su perspectiva preferida, la modernizacin desde arriba, hace difcilprestar la debida atencin a la visin desde abaj o.

    16Gellner, Nationss and nationalism. pp. 48-49.

    17Antonio Sorell a, "La televisione e la l ingua it aliana , Trimest re. Periodico di Cult ura, 14 (2-3-4, 1982). pp. 291-300

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    Esa visin desde abaj o, es decir, la nacin t al como la ven, no los gobiernos ylos portavoces y activistas de movimientos nacionalistas (o no nacionalistas),sino las personas normales y corrientes que son objeto de los actos y lapropaganda de aqullos, es dificilsima de descubrir. Por suerte, loshistoriadores sociales han aprendido a investigar la historia de las ideas, las

    opiniones y los sentimientos en el nivel subliterario, por lo que hoy da esmenos probable que confundamos los editoriales de peridicos selectos con laopinin pblica, como en otro tiempo les ocurra habitualmente a loshistoriadores. No sabemos muchas cosas a ciencia cierta, Con todo, t res cosasestn claras.La primera es que las ideologas oficiales de los estados y los movimientos nonos dicen lo que hay en el cerebro de sus ciudadanos o partidarios, ni siquierade los ms leales. En segundo lugar, y de modo ms especfico, no podemosdar por sentado que para la mayora de las personas la identificacin nacionalcuando existe excluye el reto de identificaciones que constituyen el ser socialo es siempre superior a ellas. De hecho, se combina siempre con

    identificaciones de otra clase, incluso cuando se opina que es superior a ellas.En tercer lugar, la identificacin nacional y lo que se cree que significaimplcitamente pueden cambiar y desplazarse con el tiempo, incluso en elt ranscurso de perodos bastantes breves. A mi j uicio, este es el campo de losestudios nacionales en el cual el pensamiento y la investigacin se necesitancon la mayor urgencia hoy da.

    5. La evolucin de las naciones y el nacionalismo dentro de estados queexisten desde hace t iempo como, por ej emplo, Gran Bret aa y Francia no seha estudiado muy int ensivamente, aunque en la actualidad es objeto deatencin. 18 La existencia de esta laguna queda demost rada por la escasaatencin que se presta en Gran Bretaa a los problemas relacionados con elnacionalismo ingls -t rmino que en s mismo suena raro a muchos odos- encomparacin con la que se ha prestado al nacionalismo escocs, al gals, y nodigamos al i rlands. Por ot ra parte, en aos recientes se ha avanzado muchoen el estudio de los movimientos nacionales que aspiran a ser estados,principalmente a raz de los innovadores estudios comparados de pequeosmovimientos nacionales europeos que efectu Hroch. Dos observaciones delanlisis de este excelente autor quedan englobadas en el mo. En primerlugar, la conciencia nacional se desarrolla desigualmente entre losagrupamient os sociales y las regiones de un pas; esta diversidad regional y

    sus razones han sido muy descuidadas en el pasado. A propsito, la mayorade los estudiosos estaran de acuerdo en que, cualquiera que sea la naturalezade los primeros grupos sociales que la conciencia nacional capte, las masaspopulares -los t rabajadores, los sirvientes, los campesinos- son las lt imas enverse afectadas por el la, En segundo lugar, y por consiguiente, sigo su tildivisin de la historia de los movimientos nacionales en tres fases. En laEuropa decimonnica, para la cual fue creada, la fase A era puramentecultural, literaria y folclrica, y no tena ninguna implicacin poltica. o

    18Para el alcance de esta labor, vase Raphael Samuel. ed. , The making and unmaking of

    Bri t ish national i denti t y, 3 vols., Londres, 1989. El t rabajo de Linda Colley lo he encont rado

    especialmente est imulante, por ej emplo, Whose nati on? Class and national consciousness inBri tain 1750-1830 , Past & Present, 113 (1986), pp. 96-117.

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    siquiera nacional, determinada, del mismo modo que las investigaciones (porparte de no git anos) de la Gypsy Lore Society no la t ienen para los objetos delas mismas. En la fase B encont ramos un conj unto de precursores y militantesde la idea nacional y los comienzos de campaas polt icas a favor de estaidea. El grueso de la obra de Hroch se ocupa de esta fase y del anlisis de los

    orgenes, la composicin y la distribucin de esta minorit agissante. En mipropio caso, en el presente libro me ocupo ms de la fase C, cuando -y noantes- l os programas nacional istas obt ienen el apoyo de las masas, o al menospart e del apoyo de las masas que los nacionalistas siempre afirman querepresentan. La transicin de la fase B a la fase C es evidentemente unmomento crucial en la cronologa de los movimientos nacionales. A veces,como en Irlanda, ocurre antes de la creacin de un estado nacional;probablemente es mucho ms frecuente que ocurra despus, comoconsecuencia de dicha creacin, A veces, como en el llamado Tercer Mundo,no ocurre ni siquiera entonces.Finalmente, no puedo por menos de aadir que ningn historiador serio de las

    naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista polt ico compromet ido,excepto en el mismo sentido en que los que creen en la veracidad literal delas Escri turas, al mismo tiempo que son incapaces de aport ar algo a la teoraevolucionista, no por ello no pueden aportar algo a la arqueologa ya lafilologa semtica. El nacionalismo requiere creer demasiado en lo que esevidente que no es como se pretende, Como dij o Renan: Interpretar mal lapropia historia forma parte de ser una nacin 19. Los historiadores estnprofesionalmente obligados a no interpretarla mal, o, cuando menos, aesforzarse en no interpretarla mal. Ser i rlands y estar apegadoorgullosamente a Irlanda incluso enorgullecerse de ser irlands catlico oirlands protestante del Ulster no es en s mismo incompatible con el estudioen serio de la historia de Irlanda. No tan compatible, dira yo, es ser unfeniano o un orangista; no lo es ms que el ser sionista es compatible conescribir una historia verdaderamente seria de los judos; a menos que elhistoriador se olvide de sus convicciones al entrar en la biblioteca o elestudio. Algunos historiadores nacionalistas no han podido hacerlo. Porsuerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidarmis convicciones no histricas.

    19

    Ernest Renan, Qu est que c est une nation?, pp. 7-8: Loubli et j e dira mme l erreurhistorique, sont un facteur essentiel de la formation dune nat ion et cest ainsi que le progrs

    des tudes histori ques est souvent pour la nat ionali t un danger .

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    3. LA PERSPECTIVA GUBERNAMENTAL

    Dej emos ahora la base y pasemos a los elevados picos desde los cua-les losgobernantes de estados y sociedades posteriores a la Revolucin francesaestudiaban los problemas de la nacin y la nacionalidad.

    El estado moderno caracterstico, que recibi su forma sistemtica en la erade la Revolucin francesa, aunque en muchos aspectos se anticipa-ron a l losprincipados europeos que evolucionaron en los siglos xvi y XVII, constitua unanovedad por diversas razones. Era definido como un terr it orio(preferiblemente continuo e ininterrumpido) sobre la totalidad de cuyoshabit antes gobernaba, y que fronteras o lmi tes muy claros se-paraban deotros territ orios parecidos. Polt icamente gobernaba y admi -nist raba a estoshabitantes de modo directo en lugar de mediante sistemas intermedios degobernantes y corporaciones autnomas. Pretenda, si ello era posible,imponer los mismos sistemas administrativos e institucionales y las mismasleyes en todo su terr it orio, aunque despus de la edad de las revoluciones, ya

    no int ent imponer los mismos sistemas religiosos o se-culares e ideolgicos. Yse encontr de forma creciente con que deba to-mar nota de la opinin desus subditos o ciudadanos, porque sus sistemas polt icos les daban voz generalmente por medio de diversas clases de representantes elegidos yporque el estado necesitaba su consentimien-to prctico o su actividad enotros sentidos, por ej emplo en calidad de cont ribuyentes o de reclutas enpotencia. En pocas palabras, el estado go-bernaba a un pueblo definidoterritorialmente y lo haca en calidad de suprema agencia nacional degobierno sobre su territorio, y sus agentes llegaban cada vez ms hasta el mshumilde de los habit antes de sus pue-blos ms pequeos.

    Durant e el siglo xix estas intervenciones se hicieron tan universales y tannormales en los estados modernos, que una familia hubiera tenido que viviren algn lugar muy inaccesible para librarse del contacto regularcon el estado nacional y sus agentes: por medio del cartero, el polica ogendarme, y, finalmente, el maestro de escuela; por medio de los emplea-dosen los ferrocarriles, donde stos fueran propiedad del estado; por no citar lasguarniciones de soldados y las bandas militares, que eran todava msaudibles. De forma creciente, el estado recopilaba datos sobre sus subditos yciudadanos, mediante los censos peridicos (que no se genera-lizaron hastamediados del siglo xix), la asistencia tericamente obligatoria a la escuelaprimaria y, segn el pas, el servicio militar obligatorio. En los estados

    burocrticos y dotados de un buen aparato policial, un sistema dedocumentacin y registro personales haca que los habitantes tuvieran uncontacto todava ms directo con la maquinaria de gobierno y admi -nist racin, especialment e si se desplazaban de un lugar a otro. En los es-t adosque aportaban una alternativa civil a la-celebracin eclesistica de losgrandes ritos humanos, como haca la mayora, los habit antes podanencontrarse con los representantes del estado en estas ocasiones de grancarga emocional; y siempre eran apuntados por la maquinaria de regist ro denacimientos, matrimonios y defunciones, que complementaba la ma-quinariade los censos. El gobierno y el subdit o o ciudadano se vean vin-culadosinevit ablemente por lazos cot idianos como nunca antes haba ocurrido. Y las

    revoluciones decimonnicas en el campo del transporte y las comunicaciones

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    tipificadas por el ferrocarril y el telgrafo reafirmaron y normalizaron losvnculos entre la autoridad central y sus puestos avan-zados ms remotos.Desde el punto de vista de los estados y las clases gobernantes, estatransformacin planteaba dos tipos principales de problemas polticos, sidejamos a un lado la relacin cambiante ent re el gobierno central y las li t es

    locales, relacin que en Europa, donde el federalismo era muy poco tpico ycada vez ms raro se desplazaba constantemente a favor del cent ronacional. 1

    En primer lugar, planteaba interrogantes tcnico-administrativosacerca de la mejor manera de l levar a cabo la nueva for-ma de gobierno en lacual todos los habit antes (masculinos) adultos, y, de hecho, como subdit os dela administ racin, todos los habit antes, con independencia de su sexo y suedad, se encontraban vinculados directa-mente al gobierno del estado. Demomento esto nos interesa slo en la medida en que entraaba laconst ruccin de una mquina de administra-cin e intervencin, int egrada porun conjunto muy numeroso de agentes, y que suscit aba automticamente lacuest in de la lengua o las lenguas escritas o incl uso habladas para la

    comunicacin dentro del estado, que la aspiracin a la alfabetizacinuniversal poda convertir en un asunto pol-ticamente delicado. Aunque elporcentaje de estos agentes del gobierno era bastante modesto comparadocon las pautas actuales hacia 1910 era, a lo sumo, del orden de 1 de cada 20miembros de la poblacin act iva nacional, iba en aumento, a veces con granrapidez, y representaba un nmero importante de empleados: unos 700.000en Austria Cisleitana (1910), ms de medio milln en Francia (1906), cerca de1,5 millones en Alemania (1907), 700.000 en Italia (1907), por poner slo unosej em-plos. 2

    Sealaremos de paso que en los pases respect ivos probablemente

    const itua el mayor conjunto de empleos para los que se exiga saber leer yescribir.

    En segundo lugar, planteaba dos problemas que, desde el punto de vistapoltico, eran mucho ms delicados: el de la lealtad al estado y al sis-temagobernante y el de la identificacin con ellos. En los tiempos en que elciudadano y los gobernantes nacionales secularizados todava no se en-contraban directamente cara a cara, la lealtad y la identificacin con elestado o bien no se le exigan al hombre corriente por no mencionar a lamujer corriente o se obtenan por medio de todas' aquellas instanciasautnomas o int ermedias que la edad de las revoluciones desmantel o re-baj de categora: por medio de la rel igin y la jerarqua social (Dios bendigaal hacendado y sus parientes / y nos mantenga a nosotros en el si -t io que nos

    corresponde), o incluso mediante las autoridades constituidas autnomas queeran inferiores al gobernante ltimo o las comunidades y corporaciones que se

    1La abolicin de un parlamento irlands independiente, la revocacin de la autono-ma de la

    Polonia del Congreso, la dominacin de la antigua Alemania Federal por un miembrohegemnico (Prusia) y un solo parlamento nacional, la transformacin de Italia en un estado

    centralizado y la formacin de un solo cuerpo de polica nacional en Espaa, inde-pendientede los int ereses locales, son otros tantos ej emplos de est a tendencia. El gobierno centralpoda dej ar mucho espacio para que la i niciati va local actuase con su permiso, como en Gran

    Bret aa, pero el nico gobierno federal que haba en Europa antes de 1914 era el suizo.

    2

    Peter Flora, St ate, economy and societ y in West ern Europe 1815-1975, vol. 1, ca-ptulo 5,Frankfurt , Londres y Chicago, 1983.

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    gobernaban a s mismas y formaban como una pan-t alla entre el subdit o y elemperador o rey, dej ando a la monarqua libre para representar l a vir tud y laj ust icia. Del mismo modo que la lealt ad de los nios iba di rigida a sus padres,la de las mujeres a sus hombres, que actuaban en su nombre. El liberal ismoclsico que hall expresin en los regmenes de las revoluciones francesa y

    belga de 1830, y en la era re-f ormista de despus de 1832 en Gran Bretaa,esquiv el problema de las convicciones polticas del ciudadano limitando losderechos polticos a los hombres que posean propiedades y educacin.Con todo, en el lt imo tercio del siglo xix se hizo cada vez ms mani -f iestoque la democratizacin, o al menos la electoralizacin cada vez ms ilimitadade la poltica eran inevitables. Empez a ser igualmente obvio, al menos apart ir del decenio de 1880, que dondequiera que al hombre co-rriente se lepermita participar en poltica, aunque fuese del modo ms nominal, encalidad de ciudadano con rarsimas excepciones la mujer corriente continuexcluida, ya no poda contarse con que dara lealt ad y apoyo automticos asus superiores o al estado. Especialmente no se los dara cuando las clases a

    las que perteneca eran nuevas desde el punto de vista histrico y, por ende,carecan de un lugar tradicional en el esquema general. Por lo tanto, seagudiz la necesidad de que el estado y las clases gobernantes compit ierancon rivales por la lealtad de las clases inferiores.Y de forma simultnea, como ilustra la guerra moderna, los intereses delestado pasaron a depender de la participacin del ciudadano corriente en unamedida que nunca se haba imaginado. Tanto si los ejrci tos se componan dereclutas o de voluntarios, la disposicin de los hombres a servir era ahora unavariable esencial en los clculos del got j ierno; y, de hecho, t ambin lo era sucapacidad f sica y mental para luchar, lo cual empuj a los gobiernos ainvest igarla de modo sistemtico, como en la famosa invest igacin deldeterioro f sico que se hizo en Gran Bretaa despus de la guerra de losbers. El grado de sacrificio que poda impo-nerse a los civiles tuvo que entraren los planes de los estrategas: basn-dose en ello, los britnicos, antes de1914, eran reacios a debilitar la mari-na, guardiana de los alimentos que GranBretaa importaba, reforzando la participacin del pas en la guerra de masasque se haca en tierra. Las ac-titudes polticas de los ciudadanos, y enpart icular de los t rabajadores, eran factores de muchsimo inters, dado elauge de los movimientos obreros y socialistas. Obviamente, lademocratizacin de la poltica, es decir, por un lado la creciente ampliacindel derecho (masculino) al voto, por otro lado la creacin del estado

    moderno, administrativo, que movili-zaba a los ciudadanos e influa en ellos,colocaba tanto el asunto de la nacin como los sentimientos del ciudadanopara con lo que conside-rase su nacin, nacionalidad u otro cent ro delealtad, en el primer lu-gar del orden del da poltico.Por consiguiente, para los gobernantes el problema no consist a senci-llamente en adquirir una nueva legit imidad, aunque los estados nuevos tenanque resolver este particular, y la identificacin con un pueblo onacin, fuese cual fuere su definicin, era una forma cmoda y elegante deresolverlo, y, por definicin, la nica forma en los estados que insistan en lasoberana popular. Qu otra cosa poda legit imar a las monarquas de estadosque nunca haban existido como tales, por ejemplo Grecia, It alia o Blgica, o

    cuya existencia rompa todos los precedentes histricos, como el imperioalemn de 1871? La necesidad de adaptacin surgi incluso en regmenes

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    antiguos, por t res razones. Entre 1789 y 1815 pocos de ellos no haban sidot ransformados: hasta la Suiza posnapolenica era, en algunos aspectosimportantes, una nueva ent idad polt ica. Garantes t radicionales de la lealtadtales como la legitimidad dinstica, la ordenacin divina, el derecho histricoy la continuidad de gobierno, o la cohesin religiosa, resultaron seriamente

    debilitados. Finalmente, pero no por ser menos im-portante, todas estaslegit imaciones t radicionales de la autoridad del estado se encontraban baj oun desafo permanente desde 1789.

    Esto es claro en el caso de la monarqua. La necesidad de proporcionar unfundamento nacional nuevo, o al menos complementario, para estainst itucin se haca sent ir en estados tan a salvo de revoluciones como la GranBretaa de Jorge III y la Rusia de Nicols I. 3

    Y no cabe duda de que lasmonarquas trataron de adaptarse.

    Sin embargo, aunque los ajustes del monarca a la nacin son un tilindicador de la medida en que las instituciones tradicionales tuvieron queadaptarse o morir despus del siglo de las revoluciones, la institucin del

    gobierno hereditario por los prncipes, tal como se cre en la Europa de lossiglos xvi y xvn, no tena necesariamente ninguna relacin con ello. De hecho,la mayora de los monarcas de Europa en 1914 momento en que lamonarqua segua siendo casi universal en dicho cont inente pro-venan deuna serie de familias relacionadas entre s cuya nacionalidad personal (siexperimentaban la sensacin de tener una) no t ena nada que ver con sufuncin de j efes de estado. El prncipe Alberto, consorte de Vict oria, escribaal rey de Prusia como alemn, consideraba a Alemania como su patriapersonal, y, pese a ello, la poltica que representaba con firmeza era, demodo todava ms inequvoco, la de Gran Bretaa. 4

    Las compaast ransnacionales de f inales del siglo xx se inclinaban mucho ms a escoger asus ejecutivos principales en la nacin donde tuvieron su origen, o donde seencuentra su sede central, que los estados-nacin del siglo xix a elegir reyescon conexiones locales.

    En cambio, el estado posrevolucionario, estuviera encabezado por ungobernante hereditario o no, tena una relacin orgnica necesaria con lanacin, es decir, con los habitantes de su territorio considera-dos, en algnsentido, como una colectividad, un pueblo, tanto, segn hemos visto, envirtud de su estructura como en virtud de las transfor-maciones polticas quelo estaban convir t i endo en un conj unto de ciuda-danos que podan movil izarsede diversas maneras y tenan derechos o reivindicaciones de ndole poltica.

    Incluso cuando el estado todava no se enfrentaba a ningn desafo serio a sulegitimidad o cohesin, ni a fuerzas de subversin realmente poderosas, elsimple declive de los an-tiguos lazos sociopolticos habra hecho imperativo

    3Linda Coll ey, The apotheosis of George III: loyalt y, royalt y and the Bri t ish na- t ion, Past &Present , 102 (1984), pp. 94-129; para la propuesta (1832) del conde Uvarov en el sent ido deque el gobierno del zar no se basara exclusivamente en los principios de auto cracia y

    ort odoxia, sino tambin en el de natsionalnost, cf . Hugh Seton-Watson, Nat ions and st ates,Londres, 1977, p. 84.

    4 Cf. Revolut ionsbr iefe 1848: Ungedruckt es aus dem Nachlass Knig Fr iedr ich Wil- helms IV

    vori Preussen, Leipzig, 1930.

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    formular e inculcar nuevas formas de lealtad cvica (una religin cvica,segn la expre-sin de Rousseau), ya que otras lealt ades potenciales disponanahora de la posibilidad de expresin polt ica. Porque, qu estado, en la edadde las revoluciones, del liberalismo, del nacionalismo, de la democratiza-ciny del auge de los movimientos obreros, poda sentirse absoluta-mente seguro?

    La sociologa que surgi en los lt imos aos del siglo era principal-menteuna sociologa poltica, y en su ncleo estaba el problema de la cohesinsociopolt ica en los estados. Pero los estados necesitaban una religin cvica(el pat riotismo) t anto ms cuanto que cada vez reque-ran algo ms quepasividad de sus ciudadanos. Inglaterra como deca Nelson a sus marinerosen la cancin patritica mientras se preparaban para la batalla de Trafalgarespera que en este da todos los hombres cumplirn con su deber.Y si, por casualidad, el estado no lograba convertir a sus ciudadanos a lanueva religin antes de que escucharan a evangelistas rivales, perdido estaba.Irlanda, como comprendi Gladstone, se perdi para el Reino Unido tanpronto como la democrat izacin del voto en 1884-1885 demost r que la

    virtual totalidad de los escaos parlamentarios catlicos de esa islaperteneceran en lo sucesivo a un partido irlands (es decir, nacionalista); sinembargo, sigui siendo un Reino Unido porque sus dems componentesnacionales aceptaban el nacionalismo centrado en el estado de GranBretaa, que se haba creado, en gran parte en beneficio de ellos, en el sigloxvra y que todava desconcierta a los tericos que representan unnacionalismo ms ort odoxo.5

    El imperio Habsburgo, con-j unto de Irlandas, notuvo tanta suerte. Hay aqu una diferencia crucial entre lo que el novelistaaustraco Robert Musil llam Kakania (por las letras k y k, abreviaturas deimperial y real en alemn), y lo que Tom Naim, siguiendo su ejemplo, l lamaUkania (de las iniciales de Uni-t ed Kingdom).

    Un patriotismo que se basa puramente en el estado no es por fuerzaineficaz, ya que la existencia misma y las funciones del moderno estadoterritorial de ciudadanos hacen que sus habitantes participen de modoconstante en sus asuntos, e inevitablemente proporcionan un paisajeinst it ucional o de procedimiento que es diferente de cualquier otro paisaje deestos y constituye el marco de su vida, que determina en gran parte. El simplehecho de existir durante unos decenios, menos de la duracin de una sola vidahumana, puede ser suficiente para determinar al menos una identificacinpasiva con un estado-nacin nuevo de esta manera. Si no fuera as,deberamos haber previsto que el auge del fundamentalismo shi en Irn

    hubiese tenido repercursiones tan significativas en Irak como entre los shiesdel Lbano dividido, pues la mayor parte de la poblacin musul-mana no kurdade ese estado, que, dicho sea de paso, cont iene los princi-pales lugares santos

    5 Para la evolucin de la conciencia britnica, vase en general Raphael Samuel, ed.,Patr iot ism: t he making and unmaking ofBri t ish nat ional ident it y, 3 vols., Londres, 1989,

    pero esp. Linda Colley, Whose nat ion? Class and nat ional consciousness in Bri t ain 1750-1830, Past & Present , 113 (noviembre de 1986), pp. 97-117, e Imperial South Wales, en

    Gwyn A. Williams, The Welsh in their history, Londres y Canberra, 1982. Para el descon

    cierto, Tom Nairn, The enchanted glass: Br it ain and i t s monarchy, Londres, 1988, 2.a

    parte.

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    de la secta, pertenece a la misma fe que los iranes. 6

    Pese a ello, la ideamisma de un estado-nacin secular y soberano en Me-sopotamia es todavams reciente que la idea de un estado terri torial j u-do. Un ejemplo ext remode la eficacia potencial del patriotismo estatal puro es la lealtad de losfinlandeses al imperio zarista durante gran parte del siglo xix, de hecho hasta

    que a partir del decenio de 1880 la poltica de rusificacin provoc unareaccin antirrusa. As, mientras que en la Rusia propiamente dicha no es fcilencontrar monumentos a la memoria de la dinast a Romanov, una estatua delzar Alej andro II, el Libertador, se alza todava orgullosamente en la plazamayor de Helsinki.

    Podramos ir ms lejos. La idea original, revolucionario-popular delpatriotismo se basaba en el estado en lugar de ser nacionalista, toda vez queestaba relacionada con el pueblo soberano mismo, es decir, con el es-t adoque ej erca el poder en su nombre. La etnicidad u otros elementos decontinuidad histrica eran ajenos a la nacin en este sentido, y la lenguatena que ver con ella slo o principalmente por motivos pragmticos. Los

    patriotas, en el sentido original de la palabra, eran lo contrario de quie-nescrean en mi pas, haga bien o haga mal, a saber como di j o el doctorJohnson, ci tando el uso irnico de la palabra: facciosos pert ur-badores delgobierno. 7

    De forma ms seria, la Revolucin francesa, que, al parecer,

    utilizaba el trmino del modo que haban usado por primera vez losnort eamericanos y ms especialmente la Revolucin holandesa de 1783, 8

    tena

    por pat riotas a quienes demostraban el amor a su pas desean-do renovarlopor medio de la reforma o la revolucin. Y la patriea la que iba dirigida sulealtad era lo contrario de una unidad preexistente, existen-cial, y en vez deello era una nacin creada por la eleccin poltica de sus miembros, loscuales, al crearla, rompieron con sus anteriores lealtades, o al menosrebajaron su categora. Los 1.200 guardias nacionales del Lan-guedoc, elDelfinado y Provenza que se reunieron cerca de Valence el 19 de noviembrede 1789 prestaron juramento de lealtad a la nacin, la ley y el rey, ydeclararon que en lo sucesivo ya no seran delfmeses, provenzales olanguedocianos, sino nicamente franceses; como hicieron tambin, y ello esms signif icativo, los guardias nacionales de Alsacia, Lorena y el FrancoCondado en una reunin parecida en 1790, con lo que t ransforma-ron enfranceses autnt icos a los habit antes de provincias que Francia se haba

    anexionado haca apenas un siglo. 9Como di j o Lavisse:

    10La Na-t ion consentie,

    voulue par elle-mme fue la aportacin de Francia a la historia. Por

    6Sin duda la represin impeda que se expresaran tales simpatas en Irak; por otra parte, no

    parece que los grandes xitos temporales de los ejrci tos iranes invasores consi guieranalentar a expresarlas.

    7Cf. Hugh Cunningham, The language of patriotism, 1750-1914, History Work - shop Journal12 (1981), pp. 8-33.

    8J. Godechot , La grande nat ion: Vexpansin rvolut ionnair e de la France dans le monde

    1789-1799, Pars, 1956, vol. 1, p. 254.

    9Ibid.,lp.73.

    10Citado en Pierre Nora, ed., Les lieux de mmoireII*, La Nat ion, p 363 Pars 1986.

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    supuesto, el concepto revolucionario de la nacin tal como era constituida porla opcin polt ica deliberada de sus ciudadanos poten-ciales todava seconserva en forma pura en los Estados Unidos. Los nor-t eamericanos son losque quieren serlo. Tampoco el concepto francs de la nacin como anlogaal plebiscito (un plebiscite de tous les j ours, como lo expres Renn) perdi

    su carcter esencialmente poltico. La na-cionalidad francesa era laciudadana francesa: la etnicidad, la historia, la lengua o la jerga que sehablara en el hogar no tenan nada que ver con la definicin de la nacin.

    Por ot ra part e, la nacin en este sent ido como el conj unto de ciuda-danoscuyos derechos como tales les daban un inters en el pas y con ello hacanque el estado hasta cierto punto fuese nuest rono era slo un fe-nmenoexclusivo de regmenes revolucionarios y democrt icos, aunque los regmenesantirrevolucionarios y reacios a democratizarse tardaron muchsimo enreconocerlo. Por esto los gobiernos beligerantes en 1914 se ll evaron una gransorpresa al ver cmo sus pueblos se apresuraban a tomar las armas, aunquefuese brevemente, en un acceso de patriotismo. 11

    El acto mismo de democratizar la poltica, es decir, de convertir lossubditos en ciudadanos, tiende a producir una conciencia populista que, segncomo se mire, es difcil de distinguir de un patriotismo nacional, inclusochauvinista, porque si el pas es de algn modo mo, entonces es msfcil considerarlo preferible a los pases de los extranj eros, espe-cialmente sistos carecen de los derechos y la libertad del verdadero ciu-dadano. Elingls nacido l ibre de E. P. Thompson, los ingleses del siglo xvn que jamssern esclavos, estaban pront os a compararse con los fran-ceses. Esto nosignif icaba necesariamente simpata alguna con las clases gobernantes o susgobiernos, y era muy posible que, a su vez, stos sospe-charan de la lealtadde los mil it antes de clase baj a, para los cuales la gente rica y los aristcratasque explotaban al pueblo llano estaban presentes de modo ms inmediato yconstante que los extranjeros ms odiados. La conciencia de clase que lasclases t rabajadoras de numerosos pases esta-ban adquir iendo en los lt imosdecenios que precedieron a 1914 daba a entender, mejor dicho, afi rmaba lapretensin a los derechos del hombre y del ciudadano y, por ende, unpatriot ismo potencial La conciencia polt i -ca de las masas o conciencia declase entraaba un concepto de la patrie o patria, como demuestra lahistoria tanto del j acobinismo como de mo-vimientos por el est il o delcartismo. Porque la mayora de los cartistas eran tan contrarios a los ricoscomo a los franceses.

    Lo que haca que este patriotismo populista-democrt ico y j acobino fuesesumamente vulnerable era el carcter subalterno, tanto objetivo como entre las clases t rabajadorassubjet ivo, de estas masas-ciuda-danas. Porqueen los estados en los cuales se desarroll, el orden del da poltico delpatriotismo lo formularon los gobiernos y las clases gober-nantes. El desarrollode la conciencia polt ica y de clase entre los t rabaja-dores ense a stos aexigir y ejercer derechos de ciudadano. Su trgica paradoja fue que, dondehaban aprendido a hacerlos valer, ayudaron a hundirlos de buen grado en lamatanza mutua de la primera guerra mun-dial. Pero es signif icativo que los

    11

    Marc Ferro, La grande guerre 1914-1918, Pars, 1969, p. 23 (hay trad. cast.: La gran guerra,Alianza, Madrid, 1970). A. Offner, The working classes, British naval plans and the coming of

    the Great War, Past & Present , 107 (mayo de 1985), pp. 225-226.

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    gobiernos beligerantes hicieran llama-mientos pidiendo apoyo a esa guerrabasndose no slo en el patriotismo ciego, y todava menos en la gloria y elherosmo machistas, sino en una propaganda que iba dirigidafundamentalmente a civiles y ciudadanos. Todos los beligerantes principalespresentaron la contienda como una guerra defensiva. Todos la presentaron

    como una amenaza procedente del exterior, una amenaza que se cerna sobreventajas cvicas propias de su propio pas o bando; todos aprendieron apresentar sus objet ivos blicos (con cierta inconsecuencia), no slo como laeliminacin de tales amena-zas, sino como, en cierto modo, la transformacinsocial del pas en be-neficio de sus ciudadanos ms pobres (hogares parahroes).Vemos, pues, que la democratizacin poda ayudar automticamente aresolver los problemas de cmo los estados y los regmenes podan ad-quirirlegit imidad a ojos de sus ciudadanos, aunque stos fueran desafec-t os.Reforzaba el patriotismo de estado, incluso poda crearlo. A pesar de todo,tena sus lmites, en especial cuando se enfrentaba a fuerzas alterna-tivas que

    ahora eran ms fciles de movilizar y atraan la lealtad cuyo nico depositariolegt imo era el estado, segn l mismo. Los nacionalis-mos independientes delestado eran las ms formidables de tales fuerzas. Como veremos, iban enaumento tanto en nmero como en la escala de su atractivo y, en el ltimotercio del siglo xix, formulaban ambiciones que incrementaban su amenazapotencial a los estados. Se ha sugerido con frecuencia que la propiamodernizacin de los estados est imul estas fuerzas, si no las cre. De hecho,las teoras del nacionalismo como fun-cin de la modernizacin ocupan unlugar destacadsimo en la literatura reciente. 12

    No obstante, sea cual sea la

    relacin del nacionalismo con la modernizacin de los estados decimonnicos,el estado haca frente al nacionalismo como fuerza polt ica ajena a l, muydistinta del patriotis-mo de estado, y con la cual tena que llegar a unacuerdo. Sin embargo, poda convertirse en un recurso poderossimo para elgobierno si se lo graba integrarlo en el patriotismo de estado, para que hicierade compo-nente emocional central del mismo.

    Desde luego, a menudo esto era posible mediante la simple proyec-cin delos sentimientos de identificacin autentica, existencial, con la patria chicade uno sobre la patria grande, proceso que registra la ex-pansin filolgica delalcance de palabras tales como pays, paese, pueblo o, de hecho, patrie,vocablo que en 1776 la Academia francesa todava defina en trminoslocales. El pas de un francs era meramente la part e del mismo donde

    casualmente haba nacido.13

    Simplemente a fuerza de convertirse en unpueblo, los ciudadanos de un pas pasaban a ser una especie de comunidad,aunque era una comunidad imaginada, y, por lo tanto, sus miembros buscabany, por ende, encontraban cosas en comn, lugares, costumbres, personaj es,recuerdos, seales y smbolos. O bien la herencia de secciones, regiones ylocalidades de lo que haba pasado a ser la nacin poda combinarse para

    12 Desde Karl Deut sch, Nat ional ism and social communicat ion. An enquir y int o the

    foundations of nationality, Cambridge, Massachuset ts, 1953; Ernest Gellner, Nat ions and

    nat ionasm, Oxford, 1983, es un buen ej emplo. Cf. John Breuil ly, Refl ect ions on nat iona-lism, Phdosophy and Social Sciences, 15 (1 de marzo de 1985) pp 65-75

    13J. M. Thompson, The French revolution, Oxford, 1944, p. 121.

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    formar una herencia completamente nacional, de tal modo que incluso losconflictos antiguos llegaran a sim-bolizar su reconciliacin en un plano mselevado y comprensivo. De esta manera Walter Scott edific una Escocia nicaen el territorio empapado en sangre por las guerras de los habitantes de lasHighlands y las Low-lands, los reyes y los firmantes del pacto de los

    presbiterianos escoceses, y lo hizo poniendo de rel ieve sus antiguas divisiones.En un sentido ms general, el problema terico, tan bien resumido en el granTablean de la gographie de la Franee (1903), de Vidal de la Blache, 14

    tuvoque resol-verse para prcticamente todos los estados-nacin, a saber: cmoun fragmento de la superficie de la tierra que no es ni isla ni pennsula, y quela geografa fsica no puede considerar apropiadamente como una sola unidad,se ha elevado a la condicin de pas polt ico y f inalmente se con-vi rt i en unapatria (patrie). Porque todas las naciones, incluso las de extensin mediana,tuvieron que construir su unidad basndose en la dis-paridad evidente.

    Los estados y los regmenes tenan todos los mot ivos para reforzar, sipodan, el patriotismo de estado con los sentimientos y los smbolos de

    comunidad imaginada, dondequiera y comoquiera que naciesen, yconcentrarlos sobre s mismos. Sucedi que el momento en que la demo-cratizacin de la poltica hizo que fuera esencial educar a nuestros amos,hacer italianos, convertir campesinos en franceses y unirlo todo a lanacin y la bandera, fue tambin el momento en que los senti-mientosnacionalistas populares o, en todo caso, de xenofobia, as como los desuperioridad nacional que predicaba la nueva pseudociencia del racismo,empezaron a ser ms fciles de movilizar. Porque el perodo comprendidoentre 1880 y 1914 fue tambin el de las mayores migracio-nes de masasconocidas hasta entonces, dentro de los estados y de unos estados a otros, delimperialismo y de crecientes rivalidades internacio-nales que culminaran conla guerra mundial. Todo esto subrayaba las di-ferencias entre nosotros yellos. Y para unir a secciones dispares de pueblos inquietos no hay formams eficaz que unirlos contra los de fue-ra. No es necesario aceptar elabsoluto Primat der Innenpolitik para reco-nocer que los gobiernos tenanmucho inters nacional en movilizar el nacionalismo entre sus ciudadanos. Ala inversa, nada superaba el con-flicto internacional en lo que se refiere aestimular el nacionalismo en ambos bandos. Es conocido el papel que ladisputa en torno al Rin en 1840 desempe en la formacin de estereot iposnacionalistas as france-ses como alemanes. 15

    14Fue pensado como primer volumen de la famosa Histoire de la Tranceen varios volmenes

    con edicin a cargo de Ernest Lavisse, monumento a la ciencia positivista y a la ideologarepublicana. Vase J. Y. Guiomar, Le t ablean de la gographie de la Frunce de Vidal de la

    Blache, en Pierre Nora, ed., Les lieuxde mmoire, II* pp. 569 y ss.

    15El bando francs puso en circulacin universal el tema de las fronteras naturales de la

    nacin, expresin que, contrariamente al mito histrico, pertenece en esencia al siglo xix.(Cf. D. Nordmann, Des limites d'tat aux frontires nationales, en P. Nora, ed., Les lieux de

    mmoire, II**, pp. 35-62 passim, pero esp. p. 52.) En el bando alemn la campaa publica delotoo de 1840 produjo el avance del moderno nacionalismo alemn como fe nmeno de

    masas, que fue reconocido casi inmediatamente y por primera vez__porprncipes y gobiernos. Cf. H.-U. Wehler, Deutsche Gesel lschaft sgeschichte 1815-1845/ 49, vol.

    II, Munich, 1987, p. 399. Tambin produjo un himno casi nacional para el f uturo.

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    Naturalmente, los estados usaran la maquinaria, que era cada vez mspoderosa, para comunicarse con sus habit antes, sobre t odo las escuelasprimarias, con el obj eto de propagar la imagen y la herencia de la na-cin einculcar apego a ella y unirlo todo al pas y la bandera, a menudo inventandotradiciones o incluso naciones para tal fin. 16

    Este autor re-cuerda que fue

    somet ido a un ej emplo de tal invencin polt ica (infruc-t uosamente) en unaescuela primaria de Aust ria a mediados del decenio de 1920, baj o la forma deun nuevo himno nacional que t rataba desesperada-mente de convencer a losnios de que unas cuantas provincias que haban quedado cuando el resto deun extenso imperio Habsburgo se separ o les fue arrebatado formaban unconj unto coherente, merecedor de amor y de devocin pat ritica: no habams fcil la tarea el hecho de que la nica cosa que tenan en comn era loque haca que la mayora abrumadora de sus habit antes quisieran unirse aAlemania. Aust ria alemana , empezaba el curioso y efmero himno, tu,t ierra magnfica (herr li ches), te amamos , y cont inuaba, como caba esperar,con una especie de charla turst ica o leccin de geografa que segua los

    arroyos alpinos que bajaban de los glaciares al valle del Danubio y Viena yconclua con la afirmacin de que esta nueva Aust ria residual era mi patria(mein Heimatland)17.Si bien es obvio que los gobiernos se encontraban ocupados en pract icar unaingeniera ideolgica consciente y deliberada, sera un error ver en estosejercicios una pura manipulacin desde arri ba. A decir verdad, sus mejoresresultados los daban cuando era posible edificar sobre sentimientosnacionalistas extraoficiales que ya exista, fuesen de xenofobia demtica ochauvinismo la palabra-raz, al igual que j ingosmo aparece por primeravez en el demaggico music-hall o vodevil - 18 o mas probablemente, en elnacionalismo de la clase media y media baja. En la medida en que talessentimientos no fueron creados sino nicamente tomados en prstamo yfomentados por los gobiernos, los que as obraban se convirt ieron en unaespecie de aprendiz de bruj o. En el mejor de los casos no podan controlar porcomplet o las fuerzas que haban dejado en liberad; en el peor, pasaban a serprisiones de las mismas. As no es concebible que el gobierno bri tnico de1914 o, a decir verdad, la clase gobernante britnica, deseara organizar laorga de xenofobia antialemana que barri el pas tras la declaracin deguerra y que, dicho sea de paso, oblig a la familia real britnica a cambiar elvenerable nombre dinst ico de Guelph, por el de Windsor, que suena menosalemn. Porque, como veremos, el t ipo de nacionalismo que apareci en las

    postrimeras del siglo XIX no tenan ningn parecido fundamental con elpatriotismo de estado, ni siquiera cuando se pegaba a l. Paradj icamente, su

    16E. J. Hobsbawm, Mass-producing t radi t ions: Europe 1870-1914, en E. J. Hobs- bawm y T.Ranger, eds., The nventi on oft radit ion, Cambridge, 1983, cap. 7 (hay trad cat L'inventde l a

    tradicinEumo, Vic, 1989). Guy Vincent , L'cole pri mairef rangaise: tude sociol ogique, Lyon,1980, cap. 8: L'cole et la nation, esp. pp 188-193

    17 Este himno fue sustituido luego por otro, geogrficamente en trminos mas generales, pero como

    pocos austracos crean en Austria- que recalcaba su condicin alemana con ms enfasis, adems de

    introduicr a Dios con la meoloda de Haydn que compartan el himno Hasburgo y el Deutschland

    beralles, dicho sea de paso.18 Cf. Gerard de Puymege, Le soldat Chauvin, en P. Nora, ed. Les lieux de mmoire, ep. Pp. 51 ysss. El

    Chauvien original parece que se enorgulleca dela conquista de Argel.

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    lealtad bsica no iba dirigida al pas , sino solo su versin part icular de esepas: a un concepto ideolgico.La fusin del patriotismo de estado con el nacionalismo no estatal fue jarriesgada desde el punto de vista poltico, toda vez que los criterios de aquleran comprensivos, por ej emplo t odos los ciudadanos de la repbli -ca

    francesa, mientras que los cri terios de ste eran exclusivos, por ej emplo slolos ciudadanos de la repblica francesa que hablaran la lengua fran-cesa y, encasos extremos, que fueran rubios y dolicocfalos. 19

    Por consi-guiente, elcoste potencial de fundir uno con otro era elevado all donde la identificacincon una nacionalidad alineaba a quienes rehusaban asimi -larse a ella y sereliminados por ella. Haba, en Europa, pocas naciones- . estadoautnticamente homogneas como, pongamos por caso, Portugal, aunque amediados e incluso en las post rimeras del siglo xix, existan an | grannmero de grupos potencialmente clasificables como nacionalidades que nocompetan con las pretensiones de la nacin oficialmente dominante, ascomo un nmero inmenso de individuos que buscaban ac- j t ivamente la

    asimilacin a alguna de las nacionalidades y lenguas de cult ura dominantes.Sin embargo, si la identificacin del estado con una nacin compor-taba elriesgo de crear un contranacionalismo, el proceso mismo de su modernizacinhaca que esto fuese mucho ms probable, toda vez que entraaba unahomogeneizacin y estandarizacin de sus habit antes, esencialmente pormedio de una lengua nacional escrita. Tanto la ad-ministracin directa deun nmero inmenso de ciudadanos por parte de los gobiernos modernos, comoel desarrollo tcnico y econmico, requieren esto, porque hacen que laalfabetizacin universal sea deseable y el desa- rrollo masivo de la educacinsecundaria, casi obligatoria. La escala en que acta el estado y la necesidadde contactos directoscon sus dudada- nos son los que crean el problema. Porconsiguiente, y para efectos prc- ticos, la educacin de la masa debellevarse a cabo en una lengua verncu- la, mientras que la educacin de unalite reducida puede efectuarse en una lengua que el grueso de la poblacinno ent ienda ni hable o, en el caso de las lenguas clsicas como el lat n, elpersa clsico o el chino escrito clsico, que no las entienda ni hable nadie enabsoluto. Las transacciones administrativas o polticas en el pice puedenhacerse en una lengua que resulte incomprensible para la masa del pueblo,que es como la nobleza hngara llevaba a cabo sus asuntos parlamentariosantes de 1840, en lat n, o todavaen ingls, en la India, pero una campaaelectoral donde exista el sufragio universal debe efectuarse en la lengua

    verncula. De he-cho, la economa, la tecnologa y la poltica hacen que cadavez sea ms esencial una lengua de comunicacin habladapara las masas necesi-dad que se ha visto intensificada por el auge del cine, la radio y lat elevi-sin, de t al modo que lenguas que en un principio fueron pensadascomo lenguas francas para personas que hablaban lenguas vernculasmutuamente incomprensibles o como idiomas culturales para las gentes

    19 Para el f uerte elemento racista en los debates en torno al nacionalismo francs, vase

    Pierre Andr Taguieff, La forc du prj ug: essai sur l e racisme et ses doubles, Pars! 1987,pp. 126-128. Para el carcter novedoso de este racismo-darvinista, vase Gnter Na-gel,

    Georges Vacher de Lapouge (1854-1936). Ein Beit rag zur Geschicht e des Sazial dar-winismus inFrankreich, Friburgo de Brisgovia, 1975.

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    educadas, o que funcionaban como tales, pasan a ser la lengua nacional: elchino mandarn, el bahasa en Indonesia, el tagalo. 20Si la eleccin de la lengua nacional oficial se hiciera slo por co-modidadpragmtica, sera relativamente sencilla. Bastara con escoger el idioma conms probabilidades de ser hablado y comprendido por el ma-yor nmero

    posible de ciudadanos, o el que ms facilitara la comunica-cin entre ellos. Laeleccin por Jos II del alemn como lengua adminis-trativa de su imperiomultinacional fue muy pragmtica en este sentido, como lo fue la del hindipor Gandhi como lengua de la futura India inde-pendiente la lengua natal deGandhi era el guj aratiy, desde 1947, la eleccin del ingls como medio decomunicacin nacional que fuese me-nos inaceptable para los indios. En losestados multinacionales el proble-ma poda resolverse en teora, comotrataron de resolverlo los Habsburgo a partir de 1848, dando a la lengua deuso comn (Umgangsprache) cierto reconocimiento oficial en un niveladministrativo apropiado. Cuando ms localizado e inculto, es decir, mscerca de la vida rural tra-dicional, menos ocasiones de conflicto entre un

    nivel lingstico, una en-tidad geogrfica y otra. Incluso en los momentosculminantes del conflic-to entre alemanes y checos en el imperio Habsburgotodava era posible escribir:En un estado mult inacional podemos dar por sentado que incluso los que noocupan ningn puesto oficial se encuent ran baj o el est mulo, mejor dicho, laobligacin de aprender l a segunda lengua: por ej emplo los comerciantes, losart esanos, los t rabaj adores. Los campesinos se ven menos afectados poresta obligacin defacto. Porque la autosegregacin (Abgeschlossenheit ) y laautosuficiencia de la vida de pueblo que persisten hoy da, significan queraramente se dan cuenta de la proximidad de un asentamiento donde se hablauna lengua diferente, al menos en Bohemia y Moravia, donde la gente delcampo de ambas naciones disfruta de la misma posicin econmica y social.En tales regiones la frontera lingstica puede permanecer invariable durantesiglos, especialmente porque la endogamia pueblerina y lo que en la prcticaes el derecho prioritario de compra [de propiedades] por miembros de la co-munidad limitan la entrada de extraos en el pueblo. Los pocos extraos queentran en l son asimilados e incorporados pronto.21

    Pese a todo, la lengua nacional raras veces es un asunto pragmtico, ymenos todava desapasionado, como demuest ra la poca disposicin areconocerla como conceptual, presentndola como histrica e inventandotradiciones para ella. 22

    Ante todo no sera pragmt ico y desapasionado pralos

    20Cf. por ej emplo, sobre las Fil ipi nas: Land of 100 tongues but not a single lan-guage, New

    York Times (2 de diciembre de 1987). Para el problema en general, vase J. Fishman, Thesociology of language: an interdisciplinary social science approach to lan-guage in society,

    en T. Sebeok, ed., Curr ent t renas in l inguist ics, vol. 12***, La Haya-Pars, 1974.

    21 Karl Renner, Das Selbstbest immungsrecht der Nat ionen in besonderer Anwen- dung

    aufOesterreich, Leipzig y Viena, 1918, p. 65. Esta es la segunda edicin, reescri ta, de DerKampfder sterreichischen Nat ionen um den St aat , 1902, por el autor austromarxista, que

    tambin era hij o de un campesino alemn de Moravia.

    22

    Muchas comunidades de habla crean y cultivan mitos y genealogas relativas al origen y laevolucin de las variedades estndar [de su lengua] con el fin de quitarles nfasis a losnumerosos componentes de cosecha ms reciente que contienen ... Una variedad alcan za

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    idelogos del nacionalismo tal como evolucion despus de 1830 y setransform hacia finales de siglo. Para ellos la lengua era el alma de unanacin y, como veremos, de modo creciente, el criterio crucial de na-cionali dad. La lengua o lenguas que deban usarse en las escuelas secun-dariasde Celj e (Cill i), donde coexist an hablantes de alemn y de eslove-no, distaba

    mucho de ser una cuestin de comodidad administrativa. (De hecho, esteproblema convulsion la poltica austraca en 1895.) 23

    23

    Excep-tuando los msafort unados, todos los gobiernos de pases mult il inges eran conscientes delcarcter explosivo del problema lingst ico.

    Lo que contribua a hacerlo todava ms explosivo era que, dadas lascircunstancias, todo nacionalismo que todava no se identificara con un estadose volva necesariamente poltico. Porque el estado era la mqui-na que debamanipularse para que una nacionalidad se convirtiera en una nacin, oincluso para salvaguardar una situacin existente contra la erosin histrica ola asimilacin. Como veremos, el nacionalismo lingstico se refera y serefiere esencialmente a la lengua de la educa-cin pblica y el uso oficial.Tiene que ver con la oficina y la escuela, como los polacos, los checos y loseslovenos no se cansaban de repet ir ya en 1848. 24

    Tiene que ver con si lasescuelas de Gales deben impart ir la inst ruccin en gales adems de en ingls,o incluso sloen gales; con la necesidad de dar nombres galeses a lugares delprincipado que nunca los tuvieron porque no fueron poblados por gentes quehablasen gales; con la lengua de los indicadores de carretera y los nombres delas calles; con subvenciones pblicas a un canal de televisin en gales; con lalengua en que se efectan los debates en los consej os de dist rit o y que se usapara redactar sus actas; con la lengua en el impreso de solicitud del permisode conducir o las facturas de la electricidad, o incluso si deben repartirse

    impresos bilinges, o impresos aparte para cada lengua, o, quiz, algn da,solamente un impreso en gales. Porque, como dice un autor nacio-nalista:En un tiempo en que el gales todava se hallaba razonablemente fuera depeligro, Emrys ap Iwan vio la necesidad de hacerlo una vez ms lengua ofi-cialy lengua de educacin si se quena que sobreviviese.25

    As pues, de una forma u ot ra, los estados se vieron obligados a llegar a unacuerdo con el nuevo principio de nacionalidad y sus sntomas, pudieran ono ut ilizarlo para sus propios f ines. La mejor manera de con-cluir el presentecaptulo es examinar brevemente la evolucin de las ac-titudes de los estadosante el problema de la nacin y la lengua a mediados del siglo xix. La cuestinpuede seguirse por medio de los debates de ex-pertos tcnicos, a saber: los

    estadsticos del gobierno que intentaron co-ordinar y estandarizar los censos

    historicidad cuando llega a ser asociada con algn gran movimiento o tradicin ideolgico onacional. J. Fishman, The sociology of l anguage, p. 164.

    23W. A. Macart ney, The Habsburg empir e, Londres, 1971, p. 661.

    24P. Burian, The state language problem in Od Austria, Aust rian History Year- book, 6-7

    (1970-1971), p. 87.

    25Ned Thomas, The Welsh ext remist: Welsh poli nes, l it erature and societ y t oday, Talybont,

    1973, p. 83.

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    nacionales peridicos que, a part ir de mediados de siglo, pasaron a ser unaparte normal de la maquinaria de documentacin que necesitaban todos losestados avanzados o moder-nos. El problema que se plante en el PrimerCongreso Estadst ico Inter-nacional, celebrado en 1853, era si en tales censosdeba incluirse una pregunta relativa a la lengua hablada y la relacin que

    tuviera, si tena alguna, con la nacin y la nacionalidad.No tiene nada de extrao que el primero en abordar el asunto fuese el

    belga Quetelet, que no slo era el fundador de las estadsticas sociales, sinoque proceda de un estado donde la relacin entre el francs y el fia-meneoya era un asunto de cierta importancia poltica. El Congreso Esta-dsticoInternacional de 1860 decidi que la pregunta sobre la lengua fue-se optativaen los censos, que cada estado decidiera si tena import ancia nacional o nola tena. El congreso de 1873, sin embargo, recomend que en lo sucesivodicha pregunta se incluyera en t odos los censos.El punto de vista inicial de los expertos era que la nacionalidad de un

    individuo no la determinaran las preguntas de los censos, excepto en elsentido que los franceses daban a la palabra, a saber: la condicin de ciu-dadano de tal o cual estado. En este sent ido la lengua no tena nada que vercon la nacionalidad, aunque en la prctica esto significaba sencilla-menteque los franceses, y quienquiera que aceptase esta definicin, cual era el casode los magiares, reconocan oficialmente una sola lengua den-tro de susfronteras. Los franceses sencillamente descuidaban las dems reglas; losmagiares, que difcilmente podan hacer lo mismo, ya que me-nos de la mitadde los habitantes de su reino hablaban esa lengua, se vean obligados acalif icarlos j urdicamente de magiares que no hablan ma-giar, 26

    del mismo

    modo que ms adelant e los griegos llamaran griegos eslavfonos a loshabit antes de las part es de Macedonia que se anexio-naron. En resumen, unmonopolio lingstico disfrazado de definicin no lingstica de la nacin.Pareca evidente que la nacionalidad era demasiado complej a para que deella se apoderase la lengua sola. Los estadst icos de los Habsburgo, que tenanms experiencia de ella que nadie, opinaban (a) que no era un atri-buto deindividuos, sino de comunidades, y (b) que requera el estudio de lasituacin, la demarcacin y las condiciones climticas, as corno estu-diosantropolgicos y etnolgicos de las caractersticas fsicas e intelec-tuales,externas e internas de un pueblo, de sus costumbres, moralidad, et-ctera. 27

    El doctor Glatter, ex director del Instituto Estadstico de Vicna, fue todava

    ms lejos y, como era propio del espri t u decimonnico, deci-di que lo quedetenninaba la nacionalidad no era la lengua, sino la raza.Con todo, la nacionalidad era un asunto poltico demasiado importante paraque los encargados de confeccionar los censos la pasaran por alt o.Era claro que tena algunarelacin con la lengua hablada, aunque slo fueseporque desde el decenio de 1840 la lengua haba empezado a des-empear unpapel significativo en los conflictos territoriales internaciona-les, de formamuy destacada en el asunto Schleswig-Holstein, que se dis-put aban daneses y

    26 K. Renner, Staat und Nat ion, p. 13.27

    Emil Brix. Die Umgansparachen in Altsterreich zwischen Agit at ion und Assimi lat ion. DieSprachenstat ist ik in den zisleithanischen Volkszhlungen, 1880-1910, Viena Colonia-Graz,

    1982, p. 76. La crni ca de los debates estadst icos que se da aqu se basa en esta obra.

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    alemanes, 28aun cuando antes del siglo xix los estados no haban utilizado

    argumentos lingsticos para respaldar sus pretensio-nes territoriales. 29Pero

    en 1842 la Revue des Deux Mondesya sealaba que las verdaderas fronterasnaturales no eran determinadas por monta-as y ros, sino ms bien por lalengua, las costumbres, los recuerdos, todo lo que dist ingue una nacin de

    otra, argumento que, forzoso es recono-cerlo, se usaba para explicar por quFrancia no deba aspirar necesaria-ment e a la frontera del Rin; del mismomodo que el argumento de que el idioma que se habla en Niza slo tiene unparecido lejano con el i taliano dio a Cavour una excusa oficial para ceder esapart e del reino de Saboya a Napolen III. 30

    El hecho innegable es que la lengua

    se haba convertido en un factor de la diplomacia internacional. Obviamente,ya era un factor de la poltica interior de algunos estados. Asimismo, comoseal el Congre-so de San Petersburgo, era el nico aspecto de lanacionalidad que al me-nos poda contarse y disponerse obj et ivamente enforma de cuadro.31

    Al aceptar la lengua como indicador de nacionalidad, el congreso no slo

    adopt un punto de vista administrativo, sino que tambin sigui losargumentos de un estadstico alemn que afirm, en publicaciones influ-yentes de 1866 y 1869, que la lengua era el nico indicador adecuado para lanacionalidad. 32

    Este era el concepto de la nacionalidad que desde haca

    tiempo predominaba entre los intelectuales y nacionalistas alemanes, dada lafalta de un estado-nacin alemn nico y la dispersin a lo largo y an-cho deEuropa de comunidades que hablaban dialectos germanos y cuyos miembroseducados escriban y lean el alemn estndar. Esto no signif i-cabaforzosamente la demanda de un solo estado-nacin alemn que in-cluyera atodos estos alemanes tal demanda era y sigui siendo total-mente hurfana de realismo,33

    y en la versin puramente filolgica de Bckhno est nada claro qu grado de conciencia y cultura comunes en-t raaba;porque, como hemos visto, por motivos lingsticos lgicamente inclua entrelos alemanes a los hablantes de yiddish, el dialecto germano medieval quehaba sido modificado hasta convert irse en la lengua uni -versal de los j udosorientales. A pesar de ello, como tambin hemos visto, las reivindicaciones

    28 Cf. Sarah Wambaugh, A monograph on plebiscit es, wit h a coll ect ion ofoff icial documents,Carnegie Endowment for Peace, Nueva York, 1920, esp. p. 138.

    29 Nordmann, en P. Nora, ed. , Les lieux de mmoire, II**, p. 52.

    30Ibid., pp. 55-56.

    31Brix, Die Umgangsprachen, p. 90.

    32 Richard Bockh, Die stat ist ische Bedeutung der Volkssprache ais Kermezeichen der

    Nationalitat, Zeit schri f t f r Vlkerpsychologie und Sprachwissenschaf t , 4 (1866), pp. 259-402; el mismo, Der Deutschen Volkszahl und Sprachgebiet in den europaischen St aaten^zm,1869.

    33Hasta Hit ler haca una distincin ent re l os alemanes del Reich y los alemanes nacionales{Volksdeutsch) que vivan allende sus fronteras pero a los que poda ofrecerse la opcin de

    volver a casa, es decir , al Reich.

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    terr itoriales basadas en argumentos lingst icos ahora eran posibles lacampaa alemana de 1840 haba rechazado la demanda francesa de unafrontera en el Rin precisamente por este motivoy, fue-sen cuales fuesenexactamente las implicaciones de la lengua, ya no po-dan pasarse por altodesde el punto de vista poltico.

    Pero, qu era exactamente lo que haba que contar? Al l legar a este punto sedisolvi la aparente analoga censal de la lengua con el lugar de nacimiento,la edad o el estado civil. La lengua supona implcitamente una eleccinpoltica. En calidad de erudito, Ficker, el estadstico austra-co, rechazaba laeleccin de la lengua de la vida pblica, que el estado o el partido podaimponer a los individuos, aunque sus colegas franceses y hngaros lo j uzgabantotalmente aceptable. Por la misma razn rechazaba la lengua de la iglesia yla escuela. Sin embargo, los estadst icos de los Habsburgo, guindose por elespri tu del l iberalismo del siglo xix, t rata-ron de dejar espacio para el f lujo ylos cambios de la lengua, y, sobre todo, para la asimilacin lingstica,preguntando a los ciudadanos cul era, no su Mut t ersprache o (en sentido

    literal) la primera lengua aprendida de su madre, sino la lengua familiar, esdecir, la lengua que se hablaba habi-tualmente en el hogar, que poda serdiferente.34Esta ecuacin de la lengua y la nacionalidad no satisfaca a nadie: a losnacionalistas, porque impeda a los individuos que hablaban una lengua encasa optar por otra nacionalidad; a los gobiernos ciert amente al go-biernoHabsburgo porque saban reconocer un asunto espinoso sin ne-cesidad detocarlo. De todos modos, subvaloraron su capacidad de resultar espinoso. LosHabsburgo aplazaron la cuest in de la lengua hasta despus de que seenfriaran los nimos nacionales, que tan visiblemente se haban calentado enel decenio de 1860. Empezaran a contar en 1880. En lo que nadie repar fueque hacer semejante pregunta bastara en s mismo para generar nacionalismolingst ico. Cada censo ser a un campo de batalla entre nacionalidades y losintentos cada vez ms complicados de satisfa-cer a las partes enfrentadas quehacan las autoridades no lograron su ob-j et ivo. Lo nico que produj eronfueron monumentos de erudicin desin-t eresada, como los censos aust racos ybelgas de 1910, que sat isfacen a los historiadores. En verdad, al hacer l apregunta sobre la lengua, los censos obligaron por primera vez a todo elmundo a elegir, no slo una naciona-lidad, sino una nacionalidad lingstica. 35

    Los requisit os tcnicos del mo-derno estado administ rativo una vez msayudaron a fomentar la aparicin del nacionalismo, cuyas transformaciones

    estudiaremos a continuacin.