Historia Documentada de La Iglesia en Urabá y El Darien, Vol 4

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Historia documentada de la iglesia en Urabá y Darien, Volumen 4

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V o lu m e n IV

SEGUNDA PARTE

Am é r ic a E spañola, 1550-1810

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SEGUNDA PARTE

A m é r i c a E s p a ñ o l a , 1550-1810

CAPITULO I

Nuevas cap itu laciones y 'propósitos d e conqu ista p acifica en Urahá y el Darién.

SUMARIO: Capitulación de tfon Juan de V ilorla y Avila para descubrir, pacificar y poblar las provincias del río del Darién. — Expediciones de don Juan Bermejo para reconocer el río A trato (Darién). — Don Martín Dávila emprende la corxjuista de los indios Kunas del Darién. — Fundación de San Agustín de Avila. — Arrasan los indios fa nueva fundación. — Van a Cartagena €l cacique y dos capitanes de los indios Kunas a entrevistarse con el gobernador. — Expediciones de Tristancho y Francisco Maldonado para el Darién acompañados de padres agusti­nos. — La Isla de las Doncellas. — La actual isla de los muertos.— El Real de San Bartolomé. — Real de la Resurrección. — Matanza

ejecutada por los indios en el Real. — Queda la Isla de las Doncellas "arada de tantos como habían enterrado en ella. Fin desastroso de

estas expediciones.

Al comenzar la segunda parte de nuestra historia, hago mías las palabras de Santa Teresa al proseguir su autobiogra­fía después de un largo paréntesis de trece capítulos: “Quie­ro ahora tornar a donde dejé, que me he detenido creo más de lo que había de detener, porque se entienda mejor lo que está por venir”. (^).

(») v id a . C ap . X X III, a . 1.

Nueva capitulación se tomó en 1564 con don Ju an Viloria y Avila, alcalde que había sido de San Sebastián de Buena Vista de Urabá. Comprendía la capitulación las antiguas go­bernaciones de Nueva Andalucía y Castilla de Oro, internán­dose hacia los nacimientos del Atrato o Darién hasta doscien­tas leguas. He aquí el texto de la capitulación:

El Rey.—Por quanto vos Ju an de Villoría y Avila, vecino y regidor de la provincia de Cartagena, ques en las nuestras Yndias, con el celo que tenéis del servicio de Dios y nuestro, y que su Santa Fe se ensalce y nuestra corona y rentas sean acrescentadas, habéis propuesto de ir en nuestro nombre y a vuestra costa a descubrir, pacificar y poblar las provincias del río Darién que es en las dichas Yndias del mar Océano, y a procurar de traer a conocimiento del verdadero Dios y Se­ñor Nuestro y subjeción y obediencia nuestra, los indios na­turales dellas, y nos habéis suplicado vos diésemos facultad para lo hacer, que sobre ello mandásemos con vos tomar asien­to y capitulación; y habiendo visto y platicado sobre ello con los del nuestro consejo real de las Yndias, acatando lo susodi­cho y lo mucho que deseamos la conversión y doctrina de los indios de las dichas provincias y que en ella se predique Nues­tra Santa Fe Católica y ley evangéUca, y vengan al conoci­miento de ella para que se puedan salvar, le habernos tenido y tenemos por bien, y se ha acordado hacer con vos sobre el dicho descubrimiento, pacificación y población, asiento y ca­pitulación en la manera siguiente:

Primeramente, vos el dicho don Ju an Villoría y Avila ofre­céis de ir a descubrir, pacificar y poblar las dichas provincias en nuestro nombre y a vuestra costa y misión, sin que nos seamos obligados a os socorrer con cosa alguna de nuestra ha­cienda, y de gastar en esta jornada doce mil ducados, y hacer y poner a punto en el fuerte de la ciudad de Cartagena, de las dichas Yndias, para ir al descubrimiento, dos fragatas o ber­gantines de remos, cuatro canoas grandes, todas ellas suficien­tes para la navegación, bien calefeteados, artillados y proveí­dos de velas, jarcias, cables, anclas, y los marineros y gente de mar necesaria para govierno y servicio de los dichos navios, y todo lo demás que tenga necesidad, a punto y para se poner a la vela en seguimiento de nuestro viaje dentro de dos años primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de

la fecha desta capitulación, para haceros luego a la vela con el primer buen tiempo que hiciere.

Item , os ofrecéis de procurar de descubrir el paso y puerto que se entiende que hay por el dicho río del Darién a la mar del Sur, con el cuidado y diligencia posibles.

Ansí mismo, os ofrecéis que dentro de un año, que corra desde que descubrierdes el dicho puerto meteréis en las provin­cias del dicho río del Darién, veinte vacas de vientre y dos to­ros, veinte yeguas y diez caballos, cinquenta cabras y otras tan­tas ovejas con los machos necesarios, y veinte puercas con sus berracos, a vista y parecer de ios nuestros oficiales que fuesen en las dichas provincias.

Item , os ofrecéis que si en el discurso del dicho descubri­miento, tuvierdes noticia de que los negros cimarrones de la provincia de Tierra Firme están en parte que les podáis hacer daño y despoblarlos de adonde estuviesen, le haréis dándoseos la facultad que está dada por las ciudades de Panam á y Nom­bre de Dios.

Item , os ofrecéis, que en todo lo que pudierdes, procuréis quel dicho descubrimiento, pacificación y población de las di­chas provincias, se haga con toda paz y cristiandad y que go- vernéis la gente de vuestro cargo con la mejor orden, trato y cristiandad que fuese posible, para que Dios Nuestro Señor y nos seamos servidos, y los naturales de la dicha provincia no reciban daño ni agravio, antes todo buen tratam iento y exemplo.

Y, porque con mayor ánimo, comodidad vuestra y de la gente que con vos fuese, se pueda hacer el dicho descubrimien­to, pacificación y población y sustentaros en aquella tierra, os hacemos y ofrecemos de hacer merced en las cosas siguientes:

Primeramente, os damos licencia y facultad para que po­dáis descubrir, poblar y pacificar las tierras y provincias del río Darién que se incluyan en doscientas leguas de longitud y ciento de latitud, con queste distrito no entre, no vos ni la gente que Uevardes entréis en descubrimiento o gobernación questé encomendada a otras personas algunas, y os hazemos merced de la governación y capitanía general de las dichas provincias por todos los días de nuestra vida, y de un hijo heredero o subcesor vuestro o persona que vos nombráredes, con dos mil ducados de salario en cada un año, librados en los frutos y rentas que en las dichas provincias nos pertenecie­

ren, en que no habiendo, no seamos obligados a os mandar pa­gar cosa alguna del dicho salario, por lo cual os mandaremos dar título y el despacho necesario.

Por ende, cumpliendo vos el dicho don Ju an de Villoría lo contenido en esta capitulación, de la manera que ofrecéis, y mandásemos dar para las dichas provincias del río Darién, y población dellas, y para el buen trato y conversión y doctrina de los yndios, por la presente vos prometemos y aseguramos por nuestra fe y palabra real que de nuestra parte se os ofre­ce, lo mandaremos guardar y cumplir, y que contra ello no se vaya ni se pase en manera alguna, conque si vos no cumplier- des lo que como dicho nos tenéis ofrecido, no seamos obliga­dos a os mandar guardar cosa alguna de lo susodicho, antes os mandaremos castigar y se procederá contra vos como con­tra persona que no guarda y cumple los mandamientos de su rey y señor natural; y para vuestra seguridad, os mandamos dar la presente, firmada de nuestra mano, refrendada de Anto­nio de Eraso nuestro secretario. Fecha en Madrid, a doce días de diciembre de mil quinientos y sesenta y cuatro años. Yo el Rey” (^).

Esta capitulación de don Ju an de Viloria y Avila quedó sólo para enriquecer los archivos de Indias de Sevilla, como había quedado también la hecha por don Gonzálo Fernández de Oviedo en 1525.

Pocos años después de la capitulación de Ju an de Viloria, frustrada en el Darién del Norte y el Atrato, aparecen vesti­gios de una conquista pacífica de los indios de la vertiente sur del Darién en las proximidades del golfo de San Miguel y archipiélago de las Perlas. Esta conquista pacífica procedía de la audiencia de Panamá.

Fray Cristóbal Suárez, franciscano, escribía al presidente de la real audiencia de Panamá, licenciado don Diego de Vera, desde su doctrina, que tenía establecida al sur del golfo de San Miguel, en la desembocadura del río Garachiné, poblado que hizo con los indios reunidos de las lindes de las actuales repúblicas de Panam á y Colombia, por los años de 1572:

“Muy ilustre señor.—Jesús, Amor, de nuestras ánimas ins­pira y abre el entendimiento a grandes príncipes y señores, y así lo ha hecho a vuestra señoría en proveer quien adminis­

(*) P u b licad a por A . B. C uervo, ob. cit., l. IV , p ág s . 149-151.

trase a estos indios de Churuca y Talegra de cristianismo y vida política en lo qual, nuestro rey Philipo, el mesmo Jesús le hace muy señaladísimas mercedes, porque después que vine he enterrado más de treinta personas de los pocos que hallé juntos en la ribera de Churuca, cinco leguas el río arriba y según nuestra santa fe cathólica triunfan en la gloria por­que todos fueron bautizados. Los que hallé juntos, fueron treinta y nueve indios casados con sus hijos y treinta mujeres biudas y biudos y mozos y mochachos que serán como seten­ta, sin otros treinta que yo truxe que estaban en la misma ri­bera y me fue necesario quemalles los bohíos sin otras sesenta piezas (indios) que han de venir en cojiendo su maíz questá en la mesma ribera deste río arriba doce leguas más arriba, que todos son los que dicen de Churuca por el nombre del río que se dice Churuca (o Garachiné) es de muy linda agua, corre con grande ímpetu porque su nacimiento es de unas sierras muy altas (límite con Colombia) la causa de morir tantos, es que les da unos romadizos grandes con calenturas y quitándoseles con sudor se van al río a lavar (bañarse) y se pasman; yo se lo he reñido y castigado con mucho amor y díceme la lengua que ogaño se han muerto menos que otros años porque les prohibía el lavar y aún les hacía sangrar al­gunos, de lo qual ellos caen en la quenta y se iban a la mano. Tiene grandes montes, y a do están los indios es sitio muy malo y enfermo ques como pantano y no conviene a ellos estar allí, y Dios sabe lo que yo he pasado. De los de Talegra vinie­ron a Churuca doce dellos a verme y a ver qué cosa era el bautismo, y quedaron muy enamorados los quales están en el brazo del río de Balzas a la vía del este. Estará de Churuca doce leguas, son de diferente lengua. Quieren tener su asiento en la boca del rio Garachiné a orillas de la mar a do tienen agua y mucha marisca que comer y mucha leña porque todo es montes y a do hagan rozas para su maíz y puerto muy bueno para sus tractos y ellos así me han pedido y así lo quieren y los unos harán el pueblo a una parte y otros a otra, de suerte que la iglesia esté en medio para la doctrina. Dícen- me que serán éstos más de sesenta vecinos y que serán como cien piezas, sin otros muchos questán en la sierra. Yo iré allá a hablar con ellos para que se vengan y se hará todo en co­jiendo su maíz muy a servicio de Nuestro Señor Dios Nuestro y de vuestra señoría.

Estos indios de Churuca son dos caciques, el uno se llama por su bautismo don Sebastián, y ei otro don Esteban. Son muy dóciles y bien inclinados y todos ellos nuestra lengua la toman bien y creo han de ser muy buenos crisptianos.

Los de Talegra no tienen sino capitanes que se precian de gente belicosa. El cristianismo se recibe con mucho amor, porque es gente más despierta. La vecindad deste pueblo creo serán más de trescientos vecinos y terná el asiento a do digo, porque les paresce ser muy a su gusto y la disposición de la tierra es muy buena.

Al capitán meresce que vuestra señoría le haga mercedes, porque cierto él es el conquistador deste negocio y el que acier­ta a hacello.

Suplico a vuestra señoría se provea que coma, que por no tener qué comer ni vino qué beber, me vine a esperarlo a la isla del Rey con algunas indispusiciones. Pero con ánimo invencible hasta acabar este ministerio de nuestro inmenso Dios. Diecisiete de mayo de 157-2, Churuca, fray Cristóbal Suárez”.

El establecimiento de esta doctrina y la reducción de in­dios de que habla el padre Suárez, se debió al capitán Trejo, quien entró en la región en persecución de los negros cima­rrones, y con este motivo se descubrieron estos indios de Chu­ruca y Talegra, que no eran de los indios kunas darienitas, sino de los chocóes y ostíos, como dice el padre Suárez, “de diferente lengua” (^).

Al final del siglo XV I —en 1598— salió una pequeña ex­pedición a Urabá, cuyo fin principal era conocer hasta sus orígenes el río del Darién o Atrato. Don Pedro de Acuña, go­bernador de Cartagena, comisionó para ello a don Ju an Rodrí­guez Bermejo, alguacil real de las galeras de Cartagena. “Na­vegaron, dice, fray Pedro Simón, desde 16 de febrero del di­cho año, que entraron en la segunda boca a la parte poniente, hasta ciento treinta leguas río arriba (como a mí me infor­mó en Cartagena uno de lös soldados que iban en esta com­pañía) sin que topasen indios de consideración en todo el via­je, hasta que habiendo pasado el río que llaman de Oro Mira o de Oro Menor, de cuyas arenas se ha sacado gran suma de

(^) Archi d * In d ia* , A u d ien cia d e P an am á, 63-2-23 (C opia au ten ticad a en e l Archivo N acion al d * P an o m á, n . 93). E stas co p ias la s c itarem os a s í : A . N. P . n . . . .

oro, que entra en el Darién, a la parte del poniente y del va- llano de Baeza, que está a doscientas noventa leguas y llega­do a los ciento treinta, les m ataron los indios seis españoles, por un gran descuido que tuvieron, en que determinaron vol­ver el río abajo hasta llegar a C artagen a.. . E l río Oro Mira está a las ochenta leguas de su boca” (^).

Este río Oro Mira, que desemboca en el Darién o Atrato por la banda del poniente, se ha dicho que es el río Murrí. Así leemos en los “Estudios Arqueológicos y Etnográficos” de Carlos Cuervo Márquez: “El río Murrí u Oromira, como se lla­maba en tiempo de la conquista” (^).

Pero el río Murrí desemboca en el Atrato, no por la ban­da occidental sino por la oriental. Como la distancia que pone el padre fray Pedro Simón desde la boca del Darién o Atrato hasta su afluente Oro Mira — a las ochenta leguas de su boca— concuerda con el Murrí —a unos 350 kilómetros— , nos inclinamos a creer que el Oro Mira que “entra en el Darién a la parte del poniente” es el río Bojayá que, ciertamente desemboca por el poniente y sólo a unos diez kilómetros más abajo de la desembocadura del Murrí.

Don Pedro M artín Dávila, uno de los valerosos soldados del gobernador Gaspar de Rodas, fue autorizado para la con­quista de Urabá, el río Darién y las provincias de los indios cunacunas. Dávila “hizo leva de gente en toda la gobernación de Antioquia y aún en las ciudades de este reino”, dice fray Pedro Simón (' ), en que juntó doscientos soldados vaquianos, toda buena gente y de experiencia. Venían dos sacerdotes en la expedición, uno de ellos se llamaba el padre Chaves, que más tarde vistió el hábito de franciscano. Comenzó la jornada en Santafé de Antioquia de donde salieron en junio de 1596 “hechas dos lucidas compañías, cada una de cien soldados, muchos caballos de carga y camino, vacas y ganado de cerda y otros para cría y sustento”. Llegó a Urabá, donde pobló una ciudad en nombre del rey, que llamó San Agustín de Avila, cinco leguas de las aguas del mar, de la ensenada de Acia al este, en una ciudad limpia y ancha de las que llaman del ca­

(^) Ob. c it.. T ercera P arte , N oticia n , ca p . IV.(*) Tomo II, c a p . in (M adrid, segionda ed ición en 1920).(•) Ob. c it .. T ercera P arte , N oticia VII, ca p . V.

cique Diego, tres leguas del mismo pueblo, que era cristiano y muy de la devoción de españoles” (^).

Asignó en ella veinticuatro vecinos de sus soldados, y de ellos justicia y regimiento, y habiendo dado vista a todos los caciques e indios de aquellas provincias, nombrándolas por sus propios nombres y los sitios donde estaban, que fueron hasta tres mil y catorce, hizo de ellos veinte encomiendas en los capitanes y los soldados que le pareció más beneméritos. Viendo su ciudad poblada y pacífica la tierra, determinó de entrar y dar vista ai gran río Darién. Comunicando este pen­samiento con el gobernador de Cartagena don Pedro de Acu­ña, no sólo se le alabó, sino aún le remitió la “Napolitana” de las galeras con doce buenas boyas al ramo, y veinticuatro sol­dados bien armados en ella, y por su cabo al capitán Juan Rodríguez Bermejo. Don Pedro M artín Dávila dejó por su te­niente en la ciudad de San Agustín de Avila a don Gonzalo de Bolívar, quien en la ausencia de M artín Dávila, ahorcó al ca­cique don Diego. Los indios queriendo vengarse de don Gon­zalo, poniendo en lugar del cacique muerto, a su hijo Naca- remo, dieron una noche sobre el pueblo de San Agustín, ma­taron a los colonos, poniendo las cabezas en unos palos en la plaza, “después de haberlos ahumado y comídose los cuerpos y convertido en pavesa el pueblo” (^).

Así se acabó en ciernes la conquista y pacificación del Darién, pues sólo duró la expedición dos años, de junio de 1596 a mediados de 1598. El capitán de la jom ada, don Pedro Mar­tín Dávila, murió en la cárcel, “tan miserable que apenas tuvo una m ortaja con que enterrarse” (®).

Por el año de 1617 el gobernador de Cartagena, don Die­go de Acuña recibió al cacique de los indios cunacunas del Darién con otros dos capitanes que habían venido a la ciudad en un barco de don Bartolomé Marín, vecino de Cartagena. Les agasajó “con grandes cortesías, convidándolos a su mesa, que lo hacía cada día de los quince que estuvieron allí, dán­doles a beber chicha, porque no gustaban de nuestro vino. Trató el gobernador con el cacique y sus capitanes de las con­quistas que pretendía hacer en aquella tierra y de un pueblo des españoles que se había de fundar en parte conveniente;

( ' ) Pedro Sim ón , Ibid.(*] Pedro Sim ón, Ibid. {») Ib id , ca p . VII.

que se les había de predicar la ley de Dios, y que habían de obedecer al rey Philipo, y otras cosas a su bienestar del caci­que y toda su tierra, y siendo una de ellas el haberle de ayu­dar los nuestros contra ciertos pueblos de enemigos fronteri­zos que él tenía. Dentro de tres o cuatro meses trató el gober­nador se pusiese en ejecución la conquista de estas provincias ya entrado el año de 1618, para lo cual hizo un modo de asien­to con don Francisco Maldonado nombrándole por su teniente y justicia mayor. Así las cosas, llegó a Cartagena un juez de residencia contra don Frascisco Maldonado, quien, en conse­cuencia tuvo que desistir de la empresa. Para sustituirlo fue nombrado Sebastián Sánchez de Tristancho, a quien el gober­nador le dio el título de cabo y justicia mayor de esta expe­dición. Se hicieron a la vela en Cartagena el 20 de mayo de este año de 1618 con tres fragatas y dos barcos. En el puerto de Tolú, les alcanzó también don Francisco Maldonado con un barco, pretendiendo tener derecho en virtud de sus títulos que le diera el gobernador Acuña.

Prosiguieron todos en amistad el viaje y llegaron a San Sebastián de Buenavista de Urabá, donde los indios urabáes se unieron a los españoles para Ja conquista de la otra banda. Llegados a las bocas del río Darién, saltaron a tierra, siendo en esto los primeros Tristancho y fray Melchor Maldonado, re­ligioso agustino, hijo de don Francisco Maldonado. A legua y media, dice fray Pedro Simón, más adelante al sur, en el puerto de la Ensenada, a la boca de un río de muy buena agua “se escogió el sitio para el establecimiento de la pobla­ción, y “poniendo allí una cruz se dijo misa, como primera piedra de la ciudad que querían poblar, a quien llamaron des­de luego San Agustín'’ ( ) pero viendo que el lugar era panta­noso y lleno de plagas de mosquitos, volvieron a fundar en el sitio que primeramente se habían fijado “hasta un tiro lar­go de escopeta, en un buen llano, al pie de una sierra, y m ar­gen de un arroyo de buena agua que les señaló el cacique, quien les ayudó con sus indios a hacer la iglesia. Habiéndose originado diferencias entre Maldonado y Tristancho, y cono­cida por todos la mayor fuerza de los títulos de Tristancho, mandó éste a don Francisco Maldonado a embarcarse con su

(^) P robablem en te se bau tizó la p o bloción con ©l nom bre d e l san to o bispo d e H ipona por Ío d icac i6n del p ad re ag u stin o q u e v e n ia en la exp edición .

hijo, el padre Melchor y su gente y regresar a Cartagena como lo hicieron.

Los indios urabáes de San Sebastián de Büenavista ad­virtieron a los españoles que no se fiasen de aquellos indios cunacunas. Deseando poblar río arriba salió Tristancho acom­pañado de solados y de un sacerdote. Este río debió ser el Ta- nela, a cuya margen derecha estuvo Santa María de la An­tigua. Así lo da a entender fray Pedro Simón cuando dice: “El capitán Ju an de Rada, habiendo con sus barcos subido el río arriba que llaman de Pizarro (desde que estuvo don Francisco Pizarro con el capitán Ojeda, Vasco Núñez de Balboa y Pedro Arias de Avila, en Nuestra Señora de la Antigua, estuvo fun­dada en la boca de este río y una de las del Darién que se ju n ­ta en esta ensenada) y llegado al puerto señalado echó su gente en tierra e hizo aquel día una trinchera de palos gruesos y despachó luego el barco por la gente que había quedado en el Real en la m arina a donde llegaron los tres que habían es­capado de la matanza, cuando se estaban embocando para el efecto, y avisado de la que habían hecho los indios en los nues­tros, y lo mismo habría sucedido sin duda del Ju an de la Rada, la tomaron los del barco de no seguir en demanda de Juan de la Rada, sino tomar la vuelta de Isla Fuerte. Despachó tras el barco Ju an de la Rada una canoa para que socorrieran el uno al otro, que llegando a este pueblo y viéndolo quemado, sin hallar rastro de nuestra gente, volvió a dar aviso al capi­tán Rada, en que se habían pasado veinte días desde que to­dos salieron de allí, y advirtiendo el Ju an de la Rada, por la relación, que no podía ser la quema del pueblo de manos de los indios, pues no dejaron la cruz ni la iglesia en pie, sino por los nuestros, y que todos, así los soldados de Tristancho y Ma­rín como el resto que había quedado en el pueblo, habrían to­mado la vuelta de Cartagena, despachó la misma canoa, por no tener otro camino por donde saber lo que pasaba, la cual llegando a Isla Fuerte, halló allí veinticinco solados de soco­rro, que enviaba el gobernador en una caravela al Ju an de la Rada, e con orden de que se fortificase el Ju an de la Rada hasta que otra cosa le ordenase el gobernador. Ya en este tiem­po había pasado treinta y cinco días que el Ju an de la Rada estaba en aquel puesto con su gente, enferma y falta de comi­das, con que se determinó pasar allende el río, dejando escrita una carta en el palenque para que supieran donde la habían

de ir a buscar cuando volvieron los de la canoa> que llegando juntam ente con los de la caravela de los veinticinco soldados, y leyendo la carta, se despachó la canoa en demanda del Ju an de la Rada, que hallándolo y teniendo la nueva del suceso de sus compañeros, que hasta allí no la había tenido, no obstante en orden del gobernador, por verse tan falto de gente y toda enferma, determinó tomar con ella la vuelta de Cartagena, como lo hizo, y llegó a la ciudad y después los veinticinco sol­dados que había enviado el gobernador en que vino a parar toda la máquina de esta jom ada (^).

E l padre fray Adrián de Santo Tomás, O. P., misionero del Darién, rindió un informe de sus trabajos apostólicos a la au­diencia de Panam á con fecha de 13 de marzo de 1638. E n este informe hace referencia a la matanza que los indios del Da­rién hicieron en las expediciones de Tristancho, Marín y Mal- donado. E l padre Adrián fundó una reducción de indios en los altos de Tacarcuna, Cuque y Tarena. Dice el padre en relación con las mencionadas m atanzas: “Esta gente del Darién es va­lerosa, de gran ánimo y soberbios, no tienen caciques ni ca­bezas que los manden, porque cada uno es señor en su rancho y no tienen sujeción a nadie, no se juntan más de los que están más circunvecinos a sus borracheras, y cuando sus mohanes o hechiceros les dizen que el sol tiene hambre, se juntan cien­to y más y van a la guerra a buscar gente que m atar, y se tienen por felices y muy dichosos en morir en estas ocasiones, y así no temen los peligros porque dizen que con la sangre de los enemigos y la suya se sustenta el sol. Después que se des­pobló la ciudad de Santa María del Antigua hizieron estos in­dios gran m atanza en la gente que trajo de Cartagena Barto­lomé Marín, de suerte que de más de quinientas personas, no escaparon sino muy pocos y en la gente de don Francisco Mal- donado el año de veintitrés (1623) hizieron grande carnice­ría . . . Están apartados unos de otros por diferentes ríos y que­bradas una legua, dos y tres. El número de ellos no he podido con certidumbre saberlo por ser la provincia tan larga y ex­tensa que según me afirman de las diez partes de la gente no he visto hasta ahora las dos partes y son ya las que me han venido a ver más de tres mil personas chicas y grandes” (^).

(^) F io y Pedro Sim ón, ob. c it., P arte T ercera , N otid a Vn, c a p . T.nt.T.y(*) A jc b . d e In d io s, A u d ien cia d e P an am á, & 9*2^ .

Nuevo in ten to de conqu ista y p acificac ión en el D arién d e l Norte,

Ya vimos cómo don Francisco Maldonado y Saavedra vi­nieron el año de 1618 con Tristancho al Darién, pero por ca­recer de títulos autorizados para la conquista desde que el go­bernador de Cartagena don Diego de Acuña, los canceló a fa­vor de Tristancho por la intervención de un juez que actuó contra don Francisco, fueron devueltos a Cartagena por don Sebastián Sánchez de Tristancho.

Maldonado herido por esta humillación que le ocasionó en Cartagena el juez, y luego en el Darién, al ser declarado intruso por Tristancho, acudió a la corte de Madrid el año de 1620, y sabedor del mal resultado de la conquista del Tristan­cho, solicitó para sí dicha conquista. No obstante la preten­sión de otros se le concedió a Maldonado dicha conquista “y se le dieron despachos con las comunes condiciones, asientos y privilegios que suelen nuestros reyes dar a los conquistado­res y pobladores, como él lo había de ser en aquellas tierras, donde había de meter, costeados de sustento, pertrechos y na­vios a sus expensas, 400 hombres, los 250 de los reinos de Es­paña, y de éstos los 50 casados y con sus familias, y los 150 de acá de las Indias, como consta de una cédula real, despachada en Madrid a nueve de junio de 1620, donde se le da también fa­cultad para nombrar todos los oficiales y seis capitanes no más. Se le dio título de gobernador y capitán general, quedan­do determinado con esta provisión no pertenecer aquellas pro­vincias del Darién a la gobernación de Cartagena ni de An- tioquia” (^).

Las Noticias Historiales de fray Pedro Simón nos suminis­tran datos muy importantes en relación con esta conquista del Darién, emprendida con tanto entusiasmo por don Fran­cisco Maldonado que, en expresión del mismo historiador, fue “carnicería y sepulcro de españoles, como hemos visto desde los primeros pasos de la conquista y descubrimientos de estas Indias” f ) .

“Hizo tanto ruido en España, dice fray Pedro Simón, esta jornada con su nombre campanudo del Darién, como las que dijimos para el Dorado, a cuyos ecos con facilidad se juntó la

(H F zay P *d ro S im ón , ob. c it., T ercera P arte , N oticia V II, ca p . LIX.(*) Uúd.

gente de la licencia y mucha más: oficiales y capitanes de muy gran suerte, que la tenían muy buena y bien pagados de sus trabajos de Flandes y Chile y otras partes, en venir ahora a esta jornada. Puesto a pique en San Lúcar lo necesario a la jom ada y la gente, en que venían treinta hombres casados y con sus mujeres, se hicieron cuatro compañías. También se dispuso a embarcarse el padre fray Melchor Maldonado, de la orden de San Agustín, hijo del general, y de la misma orden, a su persuasión, el padre fray Diego Rangel, que estaba en San Lúcar. Se dieron a la vela el primero de mayo de este mismo año de 21 (1621). Llegaron a Cartagena a fines de ju ­nio y en septiembre del mismo año salieron de la ciudad en dirección a Tulú, donde hicieron asiento por cuatro meses. El día 5 de febrero de 1622 abandonaron el puerto de Tulú y se dirigieron al golfo de Urabá en seis fragatas y un navio en número de ochocientos, contando mujeres, niños, pardos e in­dios de servicio.

“Fueron navegando hasta el puerto de San Sebastián de Büenavista. Ancladas las naves, salieron los indios a rescatar gallinas de las nuestras, de que abundan, y otros frutos de la tierra por machetes y hachas que les dieron de los navios, de que engolosinados los indios, volvieron otros días más, y con más rescates, por su caudillo un indio, hermano del cacique, llamado Andrés, porque entre ellos hay algunos cristianos des­de los tiempos que comenzó a descubrirse esta provincia.

Hiciéronse a la vela, y llegando a querer entrar por una de las siete bocas del Darién, topó la nao capitana, donde por ser de mayor fusta, iban la mayor parte de las mujeres, niños y bastim entos. . . determinando entrar el rio arriba, resistían las grandes corrientes tanto que a pura fuerza de brazos y sir­ga, la fueron metiendo por uno de los brazos del r ío . . .

Crecían a verse los trabajos en todo el Real, asi por las enfermedades, de que pocos se escapaban, como por el poco maíz que se les daba de ración. No hallándose tierra firme, sino toda pantanosa, en una y otra parte del río, ya se vieron obligados a asentar el real en un sitio menos malo, donde lla­maban el Real de la Resurrección, por haber estado otros es­pañoles (*), de los antiguos allí rancheados que le pusieron este nombre.

En la exp adición d» Tristancho.

Determinó el general saliese el capitán Narbona, en una barca esquifada, con algunos soldados y marineros, que diesen vista al descubrimiento de algunos rastros de gente, a lo que no se pudo dar si bien se entendió no estaba la tierra sin ella, por dos canoas que hallaron varadas, con las cuales y llena la barca de pescado, volvieron a dar cuenta al general, que no les fue de poco consuelo.

E l general mandó nueva comisión a reconocer la tierra. Comenzaron luego a marchar por el pantano arriba, con tan ­ta dificultad, que muchas veces se atollaban hasta la cinta; salieron por la tarde bien fatigados a un llano, menos mal ca­mino, por donde habiendo caminado cuatro días, fueron su­biendo por una tan áspera sierra, siguiendo una trochuela, que más parecía apeadero de gatos, por donde yendo delante por sobresalientes siete soldados y un mulato, tan buen ras­trero que oliendo la tierra y rastros que topaba, si no eran de más tiempo de cuatro y seis días decía lo que se había hecho el rastro, y olíale bija desde muy lejos, y avisaba de las embos­cadas, como le sucedió ahora, que apenas hubo dicho había cerca alguna por este olor, cuando salieron de ella gran mul­titud de indios, que dando sobre los siete, aunque pelearon va­lerosamente, quedó muerto el capitán Adame, pasado de mu­chas flechas y lanzas, y le hallaron muerto con un alfange en las manos, bien ensangrentado, señal que había vengado bien su muerte, como se echó de ver en otro valiente español que también murió y le hallaron con el arcabuz en la mano, apretado por el cañón y el pecho ensangrentado, porque se­gún dijeron los que quedaron vivos, no queriéndoles dar fuego, virándole de aquella manera hizo valiente riza en los indios, vendiendo bien su muerte, como también lo hizo el mulato rastrero; otros dos quedaron, aunque vivos, mal heridos a lanzadas, y los otros dos que se escaparon, bajaron a dar aviso a los compañeros. . .

Cuidadoso el general de haber hecho la tropa tardanza de siete días no llevando orden más que para tres, y habién­dose descubierto al seteno, a la tarde, gente de el Real en un cerrillo, despachó im a barca con el capitán y soldados a reco­nocerla, que llegando y conociendo eran los que venían des­baratados, cogieron en la barca al ayudante y los heridos, por no caber más y por no poder el resto de los soldados marchar por tierra, por haber de pagarse una gran boca de mucha agua

que salía de la ciénaga, fue necesario desatar otras barcas en que vinieron todos con el gobernador, y estándose lastimando del suceso, llegaron tan en secreto por entre los muchos ár­boles que había y tan cerca del Real los indios que venían si­guiendo a los desbaratados, que sin ser sentidos, pudieron echar en él algunas rociadas de flechas, aunque sin daño, por­que los soldados de tierra y los de las fragatas se aprestaron a la defensa y seguirlos. Viendo el general el mal país que era donde todos enfermaban y muchos morían de llagas en los pies y piernas y causa de las mazamorras y de rascarse las pi­caduras de los mosquitos, tanto que a muchos se les parecían los huesos ( ') , determinó bajarse con sus fustas hasta la en­senada, como se hizo, navegando en dos días, lo que en mu­chos habían subido. Arrimaron todos a una isla de las que di­viden las bocas del río, donde saltaron en tierra y se hicieron algunos bohíos y comenzó luego a morir tanta gente que los más días se enterraban tres y hasta cuatro. Llamaron la isla de las Doncellas por haber enterrado en ella a dos que murie­ron: la una h ija de Tristancho, que llevaba allí su madre, por haber casado segunda vez con el capitán Melchor Lobo, que también estaba en la jornada. Crecían tan por la posta las enfermedades, y tan de peUgro, que aunque había médico, que se llamaba Julio Santón y dos cirujanos, por falta de medici­nas y comidas para los enfermos en estándolo lo contaban con los muertos, con que quedó la isla arada con tantos como se enterraron (-).

El general viendo que habían pasado tres meses de vera­no sin haber hecho cosa de consideración, y que iban escasean­do los víveres, despachó en su fragata al capitán Lorenzo San- filio con su hijo fray Melchor y al capitán Lobo y algunos sol­dados, a dar vista y tantear cierta ensenada que se veía tres leguas de la isla de las Doncellas (^), a donde llegando y tan­teando el sitio, y experimentando ser bueno y de buenas aguas, volvieron a dar buenas nuevas de esto al general y que era tie­

(*) En la re g ió a a q u í n om brada, ex iste aú n en nuestros d ia s un a c la s e d e m osquitos, qu e v ulgarm ente lla m a n ''m orrongoy” , su p icad u ra rom pe l a p ie l, form ando en e lla un a co stra q u e d eg en era en lla g a .

{*) E sta is la , qu e s e haU a s itu ad a frente a l a b o ca d e M atuntugo d e l r ío A trato . hoy en la s e llam a Is la d e los m u erto s". La trad ición d e los a c tu a le s h a b ita n te s d e la

a s ^ u r a qu e dicho nom bre le proviene d e qu e en la an tig ü ed ad s e enterraron m uchos cristian o s en e lla . P robablem en te s e originó e l nom bre, d e la tra g e d ia d e l g e n e ­ra l M aldonado. V éa se nuestro m ap a .

(*) Is la d e los M uertos.

rra a propósito para poder poblar, porque entre las demás co­modidades era la una, y no la menor, el no tener mosquitos. Lo que no tuvo efecto, antes estaba la más de la gente embar­cada, viéndola consumiendo por la posta, las enfermedades de pestilentes calenturas y otras y no teniendo atrevimiento na­die a ponderarle al general, lo tuvo el capitán Ju an Diéguez de Castro, llevándole un memorial desde su fragata, firmado de sus soldados, que estaban en la isla de las Doncellas. Fue este papel y las razones que le dijo el capitán Ju an Diéguez al general tan gran piedra de escándalo, que le costó la vida, pues luego que volvió a su fragata aquel mismo día envió el gene­ral al capitán Domingo de Salazar que lo prendiese. De allí a dos días salió el general con toda la gente y fragatas a tierra, para poblar un real que llamó de San Bartolomé, dejando en la isla de las Doncellas, a su mujer doña Inés de Castellanos y algunas otras mujeres, con todos los enfennos y el capellán con sólo seis soldados en guarda de todo esto, que no quedaba en pequeño peligro, pues estando la isla sólo dos o tres tiros de mosquete de tierra, les fuera fácil entrar a ellos y degollar­los los indios. . . Los indios que a todo andaban a ía mira, se determinaron a dar una mañana un madrugón sobre el Real de San Bartolomé, donde estaba la gente bien descuidada y sin defensa. Mataron la primera mujer de Tristancho. Ha­llábase el general, sin ningunas armas ni aún para defender su persona, y así hubo de defenderse de otro modo con su hijo el fraile y su mujer. Las damas y niños se escondían debajo de las camas de viento o barbacoas o donde podían, pero es­tando libre la fiereza de los bárbaros por la poca resistencia que se les hacía, lo trastornaban todo y hacían pedazos a cuan­tos topaban, si podían, o a lo menos, los sacaban de esta vida, que dicen pasaron por todos el número de muertos, de ciento. Estando defendiendo la casa del gobernador, donde estaba él, su m ujer y el hijo fraile, al cual capitán Ju an Luis de Heredia, le dio un indio con una venenosa flecha por la boca, lleván­dose de camino los dientes, aunque eran de fealdad crecidos; hízole la fuerza del veneno caer rabiando en tierra, desde don­de llevándole a una de las fraguas, murió en ella a los ocho días. No dejaran los indios tan gresto la guazabara si entre los demás que murieron, no m ataran los nuestros a uno que debió de ser principal a quien cargaron y llevaron entre cua­tro, tocando al punto a recogerse, con ciertas flechas que so­

naban mucho, hechas de huesos de espinillas de hombres, de que dejaron allí una, porque se le debió de caer a algún indio con la prisa de la huida.

Dejó tan atemorizados a los pocos que habían quedado en este ejército esta guazabara, por verse todos tan enfermos, que ya sentían más esto que la hambre, con ser ya tan por extre­mo . . . Les forzó la necesidad a que el general mandase que de alguna mochilas de harina que se habían llevado para ha­cer hostias para decir misa (que se decía hasta el asalto de los indios casi cada día, porque el robo que hubieron a las manos pienso fue también del sacro ornamento), se hiciese cada hora una paila de poleadas o puchez, de que se diese ra­ción a los soldados, que siendo esto poco, les obligó la necesi­dad a salir fuera de la boca de la ensenada algunos soldados con el padre fray Melchor, en unas fragatas a socorrerse de lo que llevaban los barcos del trato que andaban por aquella cos­ta de Tulú, que sabiéndolo el gobernador de Cartagena, envió por los soldados que andaban en esto, y su prelado, a llamar a fray Melchor, y así tomaron la vuelta de la ciudad, quedan­do los pocos soldados que habían quedado con el general en El Real despojado de San Bartolomé, con tan intolerable mi­seria de comidas, que muchos se contentaban con los afrechos de maíz pilado, y aún dicen servían algunos a las negras-del general de traerles agua y otros ministerios, porque les diesen de ellos: tal era la fuerza de la hambre y el poco socorro con­tra ella. Forzóse el gobernador, disponer cómo su hijo tomase en una fragata la vuelta de Tulú y trajese algún refresco den­tro de quince días. Hízose así y volviendo al tiempo dicho con algún socorro, se embarcó el general con toda la gente que>le había quedado en la fragata, y entendiendo que vendrían vía recta a Tulú, surgieron otra vez en la isla (isla fuerte) de don­de habían llevado antes el cazabe y negros.

Veíase el general tan afligido aquí, por los ruines sucesos, que daba a entender no querer salir del puerto, de donde salió su hijo para Tulú, y a pocos días murió su m ujer doña Inés, toda cubierta de lepra, de los malos estalajes e inclemencias del cielo que habían tenido en la jornada, cuya muerte acom­pañaron otras muchas que cada día iban sucediendo. El dueño de la isla, escarmentado de lo pasado, y saber que había vuel­to tanta gente al rebusco de lo que tenía en la estancia, des­pachó desde Cartagena im a fragata, en que recogieron una

noche en secreto todos los negros y canoas que había de ser­vicio, haciendo pedazos las que no pudieron llevar, que vien­do a la m añana desde la playa irse la fragata y canoa, fue crecidísima la aflicción, por quedar todos aislados, tan ham­brientos y sin género de socorro para salir persona de la isla, y así les obligó la necesidad de remendar con tablas una barca, que de viaje estaba al través, que aderezada y breada lo me­jor que se pudo, entró en ella el capitán Domingo Méndez Can- cio, y con ocho soldados y marineros, fiándose más en el so­corro del cielo que en el humano, tomaron la vuelta de Tolú como reconocido riesgo de sus vidas. Llegaron con favor divi­no y casi de milagro en doce dias a la costa de Toiú, siendo en buen tiempo navegación de dos días.

Hallaban también, habiendo saltado a tierra tan poco re­fugio como en el mai*, pues pidiendo a los barcos y fragatas que iban y venían a cargar en las haciendas y estancias que hay en aquella costa e islas, no sólo no se lo daban de que­rer ir a sacar a aquella isla tantas ánimas como aiii nabia a pique de perderse, pero ni aún querían acudir a ellos con so­corro de comidas, y llegado esto a tal extremo, que dando la necesidad atrevimiento al capitán Méndez para entrar en una fragata para ir a sacar la gente de la isla, fue tanto lo que se alteraron contra él los de la fragata, blancos y negros, y ios de aquella costa, que lo alanceaban y le obligaron a tomar por partido el dejarlo e irse como pudo a la viüa de Tolú, donde también halló bien poco socorro por ahora. T al era el aborre­cimiento que todos habían tomado a esta jom ada, por la mala fam a que de ella había salido, y así obligado este capitán a pasar a la ciudad de Cartagena, dieron en ella noticia de lo que pasaba a don Diego Penillo, yerno del general, que fle­tando un navechuelo que había venido por aviso de España, se embarcó y tomó la vuelta de la isla de la gente, que cuando lo descubrieron desde lejos lloraban todos de alegría, viendo en aquello el reparo de su muerte. Embarcáronse todos la. vuelta de Tolú, a cuya vista llegaron el tercero día en la tar­de, y habiendo navegado hasta la dos de la noche, acercán­dose a la villa los vecinos de ella que los vieron a aquellas ho­ras, por estar clara la luna, enviaron barcos y canoas en que se desembarcasen, como lo hicieron, y en llegando a tierra se abrazaban con ella, hechos los ojos de todos fuentes de lágri­mas, y no creían aun que aabian negado a tierras de crisUa-

nos, n i aún los que había en ella casi lo conocían, por haber llegado tan desemejados, flacos, macilentos y amarillos, que más parecían retrato de todas las miserias y aún de la muerte, que hombres, de quien las fieras tuvieron compasión en verlos en tales figuras y trabajos, que los comenzaron a renovar lue­go las memorias de los muertos, cuitándose de que habiendo salido de aquel puerto siete grandes bajeles cargados de gente, que serían por todos más de ochocientas personas, y ahora ca­bían todos en un pequeño, por no ser más que hasta ciento quince, y casi todos tan llenos de llagas, mazamorras en los pies, sobre que no se podían tener por ellas, y otras diferentes enfermedades, que murieron en aquella villa y en Cartagena de esto más de cincuenta personas, que fue el fin que tubo esta jornada, porque acompañara a los de otras muchas” (^).

Ha podido observar el lector cómo se han sucedido sin cesar intentos de colonización y de conquista cristiana en Ura­bá y en el Darién. Tantas expediciones y exploraciones orga­nizadas y presididas por capitanes de mucha valía por ambas costas del Golfo de Urabá y por el interior del Atrato y acom­pañadas por sacerdotes del clero secular y regular. Capitula­ciones hechas con todos los detalles de la pragmática real, como las de Fernández de Oviedo, Ju an de Viloria, Pedro Mar­tín Dávila, Sebastián Sánchez de Tristancho, Maldonado, etc. Pues bien; o no se llevaron a la práctica, no obstante las san­ciones reales, o sus resultados fueron muy menguados, si no estériles o verdaderos fracasos. Esta ley histórica se irá repi­tiendo en la región casi hasta nuestros días y es bueno que estemos de ello advertidos.

Moticiiiu bistoriolM, Paite leiceia. Noticio VII, cop. UX«tXHi

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CAPITULO II

M isiones de los padres dom inicos en el D arién del Sur y del Norte.

SUMARIO: Rfiaks audiencias y la extensión de su jurisdicción. — Inter­vención de ambas autoridades de Panamá en la catequización de los indios d€i Darién. — Interesante informe al rey sobre el Darién y la evangelización de sus indios por el maestrescuela de la catedral de Panamá. — Don Julián Carrisolio y A lfaraz el hombre providencial en el Darién. — Va Carrisolio a Panamá con algunos Indios principales del Darién en 1636 y regresa con un padre agustino recoleto para la catequización de los indios. — El padre agustino abandona muy pronto el Darién y regresa a Panamá. — Hace Carrisolio un segundo viaje a Panamá con indios por él catequizados y vuelve al Darién en 1637 con misioneros dominicos. — Nómina óe los padres dominicos. — Carriso- lio es nombrado por las autoridades reales de Cartagena y Panamá gobernador, justicia y alcaWe mayor de las provincias del Oarién. — Es muy bten recibido el nombramiento de Carrisolio entre los indios.— Provincia de Santo Domingo del Darién. — Amplias facultades de los misioneros dominicos. — Fundan los misioneros cinco reducciones y pueblos de indios. — Intenso apostolado del padre fray Adrián de Santo Tomás y demás compañeros entre los indios. — Privaciones y sacrficlos de los padres misioneros. — Información de méritos y ser­vicios de don Julián Carrisolio. — Los piratas holandeses aconsejan a los indios la rebelión contra el rey de España. — Alzamiento general de los indios del Darién contra los españoles. — Los misioneros se ven obligados a abandonar su campo apostólico. — [>epredaclones de

los piratas holandeses, ingleses y franceses en el Darién.

Jurisd icción de la real au d ien cia d e P anam á.—Las reales audiencias tenían por misión vigilar y evitar los abusos de los virreyes. Eran verdaderos tribunales de justicia en el Nuevo Mundo y gracias a ellas se controlaba a los virreyes, capitanes generales y demás autoridades de la Colonia. La primera au­diencia real fue la de Santo Domingo creada en 1526; vino después la de México en 1527; la de Panam á en 1538; la de Lima en 1542; la de Guatemala en 1543; la de Guadalajara en 1548; la de Bogotá en 1549; la de Charcas en 1559; la de Quito en 1563; la de Santiago de Chile en 1565, y la de Buenos Aires en 1661. La real audiencia de Panam á tenía jurisdicción, en sus principios, desde el estrecho de Magallanes hasta el golfo de Fonseca en Nicaragua. Por lo tanto, dependían de ella, las provincias del Río de la Plata, Chile, Perú, la gobernación de Cartagena y Nicaragua. El mal gobierno de su presidente, doc­tor Francisco Pérez de Robles, trajo como consecuencia, la su­presión de la real audiencia de Panam á en 1543. Volvió a res­tablecerse por real cédula de 1563. Nuevamente fue extinguida esta audiencia y anexado su territorio al virreinato y a la au- dencia del Perú. Esta supresión tuvo lugar en 1718. Por ter­cera vez volvió a restablecerse la audiencia el 21 de julio de 1722. Se suprimió definitivamente la real audiencia de Pana­má ei día 20 de junio de 1751 y se anexó al virreinato de Nueva Granada y a la audiencia de Santa Fe de Bogotá (^).

E l ilustrísimo fray Francisco de la Cámara, décimocuarto obispo de Panamá, religioso dominico, que se posesionó de su sede en 1614, después de obtener la evangelización de los in­dios de Veraguas, intentó, asimismo, la de los indios del Da­rién, por medio de algunos religiosos que mandó para reducir a los naturales rebeldes, pero los hallaron muy mal dispuestos y los misioneros corrieron peligro de ser muertos a mano de los indios. Su sucesor el ilustrísimo fray Cristóbal Martínez de Salas, canónigo premostratense, en unión del gobernador Enrique Enríquez de Sotomayor, trabajó denodadamente para obtener la evangelización y sujeción de dichos indios.

Leemos en la R eseñ a H istórica de los Obispos d e P an am á : La divina Providencia vino en su auxilio proporcionándole el bedio de que debían servirse y de que ellos hábilmente supie­

(*) Clx. B . Pftiftixa I.. H ú to iia G « n *ra l d » Pcmconá, t. I . p á g s . 141 y l ig » . (Pa< B o m á. 1948).

ron aprovecharse. Este fue un españolito, de nombre Julián Carrisolio de Alfaraz, náufrago de un bongo que hacia el co­mercio en la costa de San Blas y que fue capturado por los indios. Tendría el muchacho unos catorce años cuando cayó en poder de ellos y sólo Dios sabe por qué no lo m ataron como habían hecho con todos sus compañeros. E l chico se quedó viviendo con los salvajes, adoptó sus costumbres y aprendió su idioma. No fue sino al cabo de quince años que se vino a saber en Panamá que entre los indios del Darién había uno que era blanco, que hablaba español y que tenía mando e in­fluencia sobre ellos. Esto llamó la atención, y no se tardó en descubrir quién era el indio blanco del Darién. De él se valie­ron así el obispo como el gobernador para procurar la suje­ción de aquellas tribus sobre las cuales el españolito, merced a su inteligencia y a la energía de su carácter, había adquiri­do un predominio casi absoluto. Los reunió, habló con ellos y acabó por persuadirlos a que se pusieran bajo el amparo del gobierno español mediante ciertas promesas que se les hicie­ron, y al poco tiempo se presentó en Panamá, llevando consigo cuatro caciques para asentar las bases del convenio. Esto su­cedía en 1637.

Acto continuo se procedió a enviar religiosos, que empren­dieran la evangelización de aquellas hordas, entre ellos uno ya muy veterano en esta clase de apostolado, que había traba­jado con mucho fruto y acierto en la provincia de Veraguas, fray Adriano de Santo Tomás, religioso de un celo sin igual. Para apoyar y secundar la acción de los misioneros nada más natural y hasta necesario que investir a Carrisolio de autori­dad sobre los indios, y así lo hizo la audiencia nombrándolo alcalde y justicia mayor del Darién. Efecto de estas medidas y actuaciones fue la fundación de las poblaciones de San En­rique, San Jerónimo de Yavisa y San Ju an de Tacarcuna (^).

(‘ ) n cap ítu lo XV . T acarcu n a se en cu en tra s itu ad a en la cim a d e la cord illera de los A ndes, a 2.000 m etros d e a ltu ra , donde aún en tiem pos recien tes, qu e recu erd an los indios actu a les , h a habido un a p o b lació n num erosa d e in d íg e n a s cu n as. De S an ta M aría d e la A n tig u a a T acarcu n a es v ia }e d e do® d ía * , s i b ien d ifíc il por lo pendiente de la co rd illera , siem pre en d irección E. O.

» ,4 ^ ^ d j 'e F ro ílán de Rionegro. O . F. M., C ap-, en sus R e lacion es de la s M isiones de P ad res C apuchinos en V en ezu ela , a l tra ta r de la m isión del D arién, le d a a C arrisolio e l t i o d e m a r t m l de cam po y g ob ernad or d e l D arién, carg o s qu e e je r c ía a lo en trad a

e 06 cap u ch in os en 1648. "Fu ero n conducidos, d ice , a l sitio d e su resid en cia por e l m a esu e d e oampo don JuU án de C arrisolio y A U aras, gobernad or d e a q u e lla provincia, • in sig n e d ero to , y b ien hech or d e l a o rd en ".

Dice un historiador panameño, en relación con el Darién en esta época: “Surgió la rebelión de los Bugue Bugue en 1617. Infructuosos fueron los esfuerzos de los gobernadores Vivero y Velasco, Quiñones de Osorio y Hurtado de Corcuera. Los abo­rígenes parecían irreductibles, cuando el español Julián de Ca- rrisolio de Alfaraz,. destacado por el gobernador Enrique En­ríquez de Sotomayor, venció la resistencia de los rebeldes, obli­gándoles a aceptar las condiciones de paz por él impuestas. El tra jo a los principales caciques a Panam á en donde se conclu­yó el tratado de paz. La victoria de Carrisolio de Alfaraz, fue ampliamente reconocida con el nombramiento de alcalde y justicia mayor del Darién. En compañía de fray Adriano de Santo Tomás, recorrió el Darién y fundó las poblaciones de San Enroique de Pinogana, San Jerónimo de Yavisa, y un poco más tarde, la de San Ju an de la Vega de Tacarcuna, 1638-1644. La obra civilizadora de Carrisolio y fray Adriano de Santo Tomás, se vio turbada por los piratas y por la rebelión que éstos fomentaban entre los aborígenes como medio eficaz para distraer la atención de las autoridades y poder asaltar así, los establecimientos mineros de los españoles (^).

E l rey de España se dirigió, por una real cédula de 31 de diciembre de 1635, a las audiencias, gobernadores, virreyes, ar­zobispos, obispos, superiores de los religiosos, y a todos los que tuvieran función directa en los organismos eclesiásticos, pi­diendo remitieran copias auténticas de los documentos que po­seyeran, relacionados con la historia de la Iglesia. Estas co­pias, según decía la real cédula, estaban destinadas al cronista mayor Tamayo de Vargas, el cual por mandato del monarca, debía escribir, en latín, una Historia Eclesiástica de las In ­dias (2). Entre los que con mayor puntualidad obedecieron la real cédula, fueron los de Panamá, enviando en 1640 al rey una relación general eclesiástica de Castilla del Oro.

Para este trabajo fue comisionado por el obispo fray Cris­tóbal Martínez de Salas, de los canónigos premostratenses, “XIII<? obispo del Darién y X I9 del Panam á”, y por el cabildo de la catedral, el maestrescuela y comisario de la cruzada, li­cenciado don Ju an Requejo Salcedo. La relación, compuesta de quince capítulos, se terminó “en ocho de septiembre día de

(1) Luis N. Erozo A .. C rón ica HiMorlea so b r» « i D arién, ca p . III, p á g s . lS-16 d e la ed ición d e P an am á, 1341.

(*) A rcb. d e In d ia i, 70>S-22.

la Natividad de Nuestra Señora de mil seiscientos y quarenta años”. La relación del licenciado Requejo no pudo ser aprove­chada por Tamayo, pues murió este cronista el año siguiente de 1641, sin poder cumplir la misión que le confiara el rey. Esta relación histórica de la iglesia de Castilla de Oro perma­neció inédita en la Biblioteca Nacional de Madrid, hasta que la publicó don Manuel Serrano y Sanz en las páginas 4 al 136 de las R elacion es h istóricas y geográ ficas de la A m érica C en­tral, Madrid, 1908 (^).

En el último capítulo de esta Relación (X V ), habla el li­cenciado Requejo de la provincia del Darién y su reducción, en la que fueron, por la fecha que describe el historiador, pro­tagonistas el misionero dominico fray Adrián de Santo Tomás y Julián Carrisolio. El maestrescuela de Panam á se sirvió para su informe, de la R elación del padre Adrián sobre el Darién y sus indios. Esta relación la publicó el padre Ju an Meléndez,0 . P., en su obra: Tesoros verdaderos d e Indias, tomo III , libro1, capítulo VI. Advertimos, de una vez, que el apellido patro­nímico del padre fray Adrián de Santo Tomás era van Uffelde (Flam enco).

“Su mayor altura (del Darién) dice el licenciado Requejo, de una parte a otra es ocho días de camino por tierra, y la me­nor de seis, y la longitud del ancho de un extremo a otro será de cincuenta leguas. Los provechos de su reducción y conquis­ta son muchos. Las provincias de esta tierra son la de Urabá, que tiene quince pueblos; la segunda la de “Maritrus”, tres; de los Quimas, cuatro; los “saracunas”, cinco; de los “Quinco- tas”, ocho. Entre otras salidas que han hecho para damnifi­carnos con muertes de muchos españoles, negros e indios que se han enviado para su castigo por los desafueros cometidos en toda la costa y tierras del Darién, por más de 30 leguas, despobladas de su temor, hicieron una en el año de 1623, en que acometieron un barco, del mar del norte y mataron sus españoles, reservando sólo a Julián Carrisolio, por niño, de 14 años, que entró en servicio de un indio; alentado por muchos años, con el tiempo fue creciendo el niño y la afición de su amo, con que le dio ocasión de tratar de su reducción y paz con los españoles, poniéndoles por delante lo bien que le esta­ría para sus comodidades y buenas esperanzas de su buen tra-

Coto ccián d » lib ro * y docum ento* a la H istoria d » Am érica« t VH1.

tamiento, con que tomó ocasión el Julián, haviendo parecido un barco el año de 1635, que pescaba tortugas en la costa, es­tando su amo ausente, de habar a los que en él venían; en esta razón llegó, hizo señas y respondióle. Dio quenta de su intento, de su cautiverio y el estado en que tenía su preten­sión; comunicáronse yndios y españoles que venían en la ca­noa y barco, por medio de Julián, puesto antes en sospechas de su amo de quererse huir, y conociendo a lo que hauía ido al barco, se le agradeció y olgó; agasajaron los yndios a los que venían en él y hicieron sus rescates por más de vn año estos mismos portugueses sin dar noticias al gouemador de Cartagena de donde iban y venían; diéronsela curiosos del oro que con herramientas auían rescatado, prendiólos y sauiendo el estado en que tenían la contratación y amistad con los yndios dioles licencia para que continuasen su rescate; vinie­ron el año de 1636 y llevando en su compañía a Ju lián al go- uernador, con cuatro yndios principales; auiéndolos bien reci­bido trataron de que les diese sacerdotes que los doctrinasen e instruyesen en la fée; dioles dos religiosos descalzos de San Agustín de la Popa, que estuuieron en la ranchería del amo de Ju lián por más de diez meses, sin poder a estos yndios agre­garlos para ser doctrinados.

En este estado se hallavan quando el presidente de Pana­má don Enrique Enríquez auiendo sauido el casso y que esta provincia pertenecía a su gouiemo, escribió al gouemador de Cartagena que como ministro tan grande su magestad conti- nuasse lo comenzado por medio de los portugueses y Julián Carrisolio, persuadiéndolos que viniessen a tratar con él la paz de Panamá, y por su amo escriuió también a Julián, dán­dole ei orden que auían de tener. Llegó Julián a Panam á con siete yndios principales, a los 15 de noviembre de 1637, a los quaies se persuadió llevasen al padre Adrián de Santo Tomás consigo; bautizóse el catequizado niño de 14 años que estaba en servicio del presidente, con grande solemnidad, siendo su padrino el presidente; asistieron audiencia y cabildos eclesiás- sico y secular, y obispo, con mucho concurso de clero y gente, siendo el baptiizante el sobre dicho padre y el baptizado hijo del principal capitán y amo de Ju lián ; llamáronle don Enrique.

Con este principio se embarcó el padre Adrián a 24 de no­viembre con los yndios y Julián, muy contentos con la fiesta y agasajo que se les hicieron y vestidos y dádivas que les die--

ron, y a los 7 de diciembre de 1637 llegó con los yndios enfer­mos a la provincia de Porcu, en cuyo medio se le hizo rancho e yglesia por orden de Julián, donde bajaron los yndios a ha­cer rescate. Día de la Concepción les dixo missa, que oficiaron con mússica los yndios que llevó consigo del Guaimy ( ) con la admiración de los naturales; fuese el barco y como faltó el rescate, también los yndios que por el hauían venido, sentido el padre de auerles dejado, enbió a llamar con Julián y otro yndio ladino de su lengua, y vinieron de las dos provincias de Porcu y Sate. más de 300 personas; dioles a entender la causa de su venida, que era el que se redujesen a la Fée Cathólica y real servicio, y las comodidades que desto les vendría con la amistad de los cristianos; prometieron hacer lo que se les man- daua y enseñarse y morir en la Fée Cathólica; dieron sitio, hi­cieron pueblo e yglesia y la obediencia a su magestad; eligió por justicia mayor a Julián Carrisolio, a quien diole título de que lleuase de toda la prouincia, el cual tomó con ciertas ce­remonias la posesión della por su magestad e se pusso nom­bre de San Enrique a el pueblo del Darién, y con una cruz en la mano fue en procesión hasta la capilla que se hauía le­vantado, donde se sentaron a oír una plática que el dicho pa­dre les hizo, dándoles a entender que ya eran vassallos de su magestad, a quien tenían dada la obediencia, y que si faltassen en ella con su grande poder los castigaría; y en su nombre eligieron cacique al amo de Julián, con 237 votos, a quien los dos entregaron el bastón de capitán, que nombró teniente; eligieron dos alcaldes ordinarios y dos de la hermandad; al­guacil mayor y cuatro regidores y vn procurador de los más principales de la junta; oyeron misa y a la tarde acudieron a sus rozas y todos quissieron que les pussiesen nombres de cris­tianos, que fueron de los más principales vecinos de Panamá. Los de Sate y Porcu, arrepentidos de auer dexado al padre, por la enfermedad que auía sobrevenido a los yndios por la mudanza del temple, vinieron por él y lo lleuaron a sus pro­vincias, donde hicieron pueblos y cassa e yglesia en que vivie- sse y asstiese a cathequizarlos, y doctrinarlos, que se acauaron a los fines de Julio, ordenando en ellos el gouierno político, a que se han aficionado mucho y van creciendo en lo espiritual y temporal todo, y el presidente con su favor lo alienta dando

( ') De V erag u a*, donde e l padre A d rian h a b ía m isionado m uchos años.

lo necesario, assi para sus necessidades como para el culto di­vino; y a ios principios de septiembre, aderezado el altar con ornamentos nuevos, en vna pila dorada, comenzó el dicho pa­dre a baptizar a los que con gran afecto pedían el baptismo, que 25 de julio de 1629 estaban baptizadas más de 300 perso­nas; con esta nouedad se comouieron las prouincias a verla y entre ellas la de los paparos, que hicieron instancia en que se les hiciese pueblo, a que se partió a los primeros de agosto de1638 el padre y Julián, que hauiendo llegado a la rancheria de vn venerable viejo, natural de la provincia de Porcu que se hauía retirado a estos altos de Capetín con sus compañeros y ocho mujeres propias y hermanos, sin comunicarse en más de treinta años con ninguno de las provincias de Sate y Porcu, en cuyo medio estauan, procrearon dellas de manera que oy hay más de 500 o 600 personas, y siendo todas de una lengua, como se abstuvieron de la comunicación de los vecinos, salie­ron tartajossos, incultos, rudos y bozales, de manera que los demás hacen burla de ellos qual si fuessen aldeanos, no obs­tante que de su aliento han dado muestras en la resistencia de 40 a Ferron, que lleuaba 300 soldados; pidió al padre seña- lasse sitio para el pueblo, nombrase cacique y justicias y hi­ciese yglesia y a los 3 de agosto le nombró con Julián, y toma­ron posesión dél en nombre de su magestad dexándoles jus­ticia y regimiento, con mucho gusto, llamándole Santo To­más, con lo qual se voluieron a San Enrique, donde estando en este estado las cossas se tuvo nueua de la muerte del pre­sidente, de que hicieron mucho sentimiento, y como en su lu­gar gouernaua este reyno ei señor licenciado don Andrés Ga- rauito de León, cauallero del ávito de Santiago y oidor más antiguo desta real audiencia.

El qual luego, al punto, proueyendo como tan gran minis­tro de su magestad, y celoso de que la paz y amistad con estos nuevos conuertidos, pues era tan importante, se continuasse, despachó im barco con mantenimientos para socorrer a las necesidades tan urgentes como esta, dando mucho ánimo a tan santa obra, prometiendo no faltar de su parte a esta re­ducción.

Los de la provincia de Porcu, viniendo a que les cumpliese ia palabra de ir a su tierra, que les auía dado, dentro de tres meses, acudiendo el padre a sus buenos deseos fue con Julián por mar, y en nombre de su magestad señaló sitio, hizo pue-

Talo, diole nombre de San Gerónimo y tomó possesión; lucié­ronle cassa e yglesia en ocho días, cerca de la qual descubrió el dicho Julián cuatro quebradas de oro, que se entiende, se­gún las muestras, serán de mucha importancia; y auiendo se- ñaládoles sitios a los vecinos, se embarcó el dicho padre para Panamá, con 18 personas, las más principales de ambos pue­blos; a los 27 de diciembre fueron recluidos en esta ciudad, del nueuo gouernador, con gran amor y agassajo, dándoles vnas cassas principales donde se hospedassen, cuydando de su regalo a su modo con mucha abundancia. El día de Reyes de1639 ordenó el nuevo presidente que todos los cristianos se confirmasen, para cuya fiesta mandó hacer alarde general que les siruiese de regocijo, y temor si no acudiesen a lo que deuían, siendo padrino de los dos caciques de San Enrique y Santo Tomás de los Paparos, con quienes comió aquel día, y a los demás señaló padrinos de los capitanes más principales de la ciudad, a cuya imitación les regalaron, y agassajaron, vistiéndolos de seda a vssanza, sin gastos a su magestad; fue muy solemne y regocijado este día que en la cathedral se ce­lebraron las confirmaciones, y auiéndoles dado a todos de su hacienda el sobredicho gobernador don Andrés de Garauito de León, muchas cossas que son de estima entre ellos, los despa­chó a todos a la sobre dicha provincia, ordenando se lleuasse adelante y pussiesse en perfección la población de San Ge­rónimo.

Causaron las galas y curiosidad de los nueuos confirma­dos grande alegría y contento en sus compañeros y vecinos, y aún más con la relación del regalo y hospedaje y fiesta que el nueuo gouernador les hizo, y todos los de la ciudad, y el favor y asistencia que a todos prometió, con que se animaron a acabar el pueblo de San Gerónimo de Porcu, y el de San En­rique lo passasen más cerca de Panamá, donde mejor se pu­diesen comunicar con nosotros.

Con esta relación mandó a un escribano real lo hecho y les envió ornamentos para la nueva yglesia y lo necesario para la administración de los Sacramentos, acudiendo personal­mente al despacho de todo y enviándoles otro religioso para compañero de la redución; en todos los barcos tienen parti­cular cuydado de enviar sal a los yndios, con que están m an­sos que es cossa de admiración gente tan altiua y soberuia, en tan breue tiempo está tan sujeto, efecto del buen tratamiento

que por los dos gouernadores desta ziudad se les ha hecho. Quedan los pueblos de San Enrique y San Gerónimo en los fines de la prouincia, con mucha vecindad, hechas sus rozas, y los Páparos de paz, y los naturales muy contentos” (^).

El resto del capítulo XV trata el maestrescuela Requejo de las costumbres y tradiciones de los indios del Darién.

En el primer viaje que don Julián de Carrisolio hizo a Panam á con indios del Darién (1636) permaneció en la ciu­dad nueve días, y, de regreso al Darién, trajo consigo a un re­ligioso para la catequización de los mismos. A este padre se le menciona en la In form ación d e m éritos y servicios de C arri­solio, con el nombre de “padre fray Ignacio de la orden de San José”. Creemos que era religioso agustino recoleto, y que se ie llam a de la Orden de San José , porque la iglesia y el con­vento de los agustinos recoletos de Panam á tenía el título de S an José . En el mencionado informe se dice que “el dicho don Julián señaló el sitio donde podían fundar el pueblo y este día se dijo misa, y este testigo (capitán Ju an Lorenzo) con el dicho don Julián y el padre fray Ignacio de la orden de San José, fueron a la tierra adentro. . . y en el camino bautizó el dicho religioso dos criaturas en diferentes partes, y bajaron por el río abajo en canoas al sitio Iguerón donde hallaron a los demás que habían quedado limpiando y todos juntos em­pezaron a formar el pueblo” (-). No se tiene más noticia de este agustino misionero en el Darién. Parece que regresó muy pronto a Panamá. Esto se desprende de lo que dice el mismo testigo: “Con el dicho don Julián y este testigo se embarcó en la fragta y se vino a esta ciudad según tenía la orden del se­ñor presidente, a donde le dio cuenta de todo lo sucedido”.

La actividad que desplegó este padre fray Ignacio, en el poco tiempo que estuvo en el Darién, no debió ser muy inten­sa, a juzgar por lo que escribe el padre Adrián al presidente de la audiencia de Panamá, con fecha de 13 de marzo de 1638: “ . . .Suplica a vuestra señoría le anime mucho y le es­criba una carta a Ju lián Carrisolio, de agradecimiento, porque prometo a vuestra señoría que acude con grandes veras a la redución destos pobres, si bien es muy tímido y a no haber­me desenvuelto con valor y ánimo a poner en execución todo

(’ ) O bra y lu g ar citad os, p ág s . llS -1 2 4 .(*) Areh. d» In d ias, A u diencia d e P an am á, 69-3-43 {A. N. P ., n . 281).

lo que he hecho hasta ahora diziéndole que dixese a los yn­dios que yo lo ordenaba, el día de oy estuviéramos en el mis­mo estado que el año pasado, porque le parezió que yo me avía de contentar como el otro padre agustino en estarme mano sobre mano retirado en mi rincón y llevando el salario de su magestad” (^).

En el segundo viaje que hizo don Julián Carrisolio de Alfaraz a Panamá en 1637, en cuanto regresó al Darién con el padre presentado, dominico, fray Adrián de Santo Tomás, quien, en unión de sus hermanos de hábito, fue un verdadero apóstol de los indios darienitas, como veremos por los docu­mentos inéditos hasta ahora que vamos a presentar en se­guida.

Los misioneros dominicos que misionaron en el Darién, tanto del sur como del norte, pertenecían a la provincia reli­giosa de San Juan Bautista del Perú, provincia creada por Breve de Paulo II I de 23 de septiembre de 1539. Comprendía esta primitiva provincia dominicana, Perú, Chile, Nuevo Reino de Granada y Panamá. Los dominicos del Nuevo Reino forma­ban parte de la provincia de San Ju an Bautista hasta el año de 1567, año en que se les dio autonomía con el nombre de provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada. Los límites fijados a la provincia de San Antonino eran, por el este, hasta Acia en la parte occidental del golfo de Urabá, “Per litus maris ab oppido de Acia cum provincia Carthagine et Sanctas Martae, et promontorii de la Acia” (-).

En estas misiones del Darién-Urabá fueron ayudados los padres dominicos por don Julián Carrisolio, nombrado oficial­mente por las autoridades reales de Cartagena y Panamá, go­bernador, alcalde y justicia mayor de la provincia del Darién.

Hay en el Archivo de Indias de Sevilla una documenta­ción amplia sobre la labor evangelizadora llevada a cabo por los padres misioneros dominicos. Ellos denominaron al territo­rio asignado a su labor evangélica. Provincia de San to Domin-

(>) A rch, da In d ias, A u d ien cia d e P an am á, 69-2-29 (A. N. P ., n. 275). En noviem bre d e 1637, es cu and o vino a l D arién e l p ad re A d rián , y no en 1634, como se h a escrito en ‘ La E strella da P a n a m á " , d ía 13 d e en ero d e 1948, p ág . 3^.

(*) L a provin cia de S a n Antonino del N uevo Reino d e G ran ad a fue c re a d a en e l cap itu lo g en e ra l ce leb rad o en S a la m a n ca en 1551. P ero quedó depend iente d e la d e S a n Ju an B au tista d e l Perú, porque aú n c o re c ía d e su ficien te núm ero d e re lig io sos y d e con­ventos, "q u o sq u e m elius co a leacat et nostro R everendissim o P a tri G en era li a lite r v id eatu r” iP . Reikert, M onum enta O. P. H istórica, t. IX , p àg . 328 d e la ed. d e Rom a).

ffo del D arién. Superior de esta nueva misión fue nombrado el padre fray Adrián de Santo Tomás, presentado, “Misionero de Su Santidad y Superior de estas reducciones”. En los men­cionados documentos del Archivo de Indias se registran los nombres de sus colaboradores y hermanos de hábito, padres fray Marcos de Mejorada, fray M artín de Valencia, fray Se­bastián de la Torre, fray Domingo Vatres, fray Pedro Palomi­no Rendón, fray Jerónimo Flores y el hermano fray Luis Her­nández.

De la intensa labor evangélica de estos religiosos, de sus trabajos misioneros, de la reducción y formación de pueblos de indios, construcción de iglesias y casas, etc., hay noticias autenticas y fehacientes en los mencionados documentos. En el Archivo de Panam á se guardan copias fieles de estos docu­mentos, los que he podido examinar, gracias a la amabilidad de su ilustrado director, don Juan Antonio Susto. Ofreceré al lector un extracto lo más sintético posible, en relación con nuestra historia.

Con el objeto de que los padres misioneros tuvieran m a­yor autoridad, prestigio y protección ante los indios, fue nom­brado gobernador, alcalde y justicia mayor de la provincia de Santo Domingo del Darién, don Julián Carrisolio de Alfaraz, con encargo especial de servir de intérprete y ayuda a los pa­dres misioneros. He aquí el título de su nombramiento, exten­dido por los gobernadores de Cartagena de Indias y por la real audiencia de Panam á:

“El capitán y sargento mayor don Antonio Maldonado de Texada del consejo de guerra de su magestad en los Estados de Flandes, a cuyo cargo está el govierno de las armas en lo m ilitar de esta ciudad y provincia de Cartaxena de las Indias, etc. Por quanto con sumo desvelo se trata de la reducción y pacificación de los yndios naturales de la provincia del Da­rién y de darles el pasto espiritual conveniente a la salvación de sus almas y en la reducción de éstos se ha mostrado tan diligente y ha hecho Ju lián Carrisolio con su trabaxo y cuy- dado, los comunica amablemente y parece que su industria y maña ha de tener efecto lo que de tantos años a esta parte se ha deseado y desea y parece que es justo darle ayuda y nombrarle por su protector para que con la confianza y satis­facción que de su persona se tiene vaya procediendo en lo que ha comenzado y de presente se desea que los dichos yndios

naturales se pueblen en aquellas riberas y que vayan admitien­do y se deseen comunicar y tratar de personas religiosas de santo celo que los vaya industriando en nuestra Santa Fe y religión cathólica, por lo cual en nombre del rey nuestro señor y en virtud de la facultad que para ello tengo, le nombro y elixo por tal protector de los dichos yndios naturales de la di­cha provincia del Darién y le doy poder quan bastante de de­recho se requiere para que use y exerza el dicho oficio, de todo lo que es anexo y perteneciente y en particular para que haga las dichas poblaciones y en las partes y lugares que más có­moda les paresciere y para que puedan tratar del amparo y defensa de los indios naturales y que ningunos españoles les molesten y hagan agravio y que sin su licencia ninguno pue­da entrar en la dicha provincia e hacer rescates ni a sacar oro de sus minas y que si algunos trabaxos hicieren los dichos yndios asi ocupados por los mismos naturales como por los es­pañoles que acudieren al comercio, haga que se les paguen y se conserven en entera paz y sosiego de suerte que conozcan la utilidad y provecho que se les sigue y que así mismo se con­siga lo bien que les está el conservarse en amistad perpetua con todos los vecinos de esta ciudad (Cartagena) y los demás vasallos suxetos a la corona real y monarquía del rey nuestro señor don Felipe quarto a quien Dios guarde y prospere en mayores y más dilatados reynos y porque la ocupación del di­cho exercicio y los frutos que de tan considerable acción han de resultar ansí para poder plantar el Santo Evangelio en par­tes tan remotas, como el bien para todos estos reinos de Tie­rra Firme y que ayudándonos Dios que es el sumo poderoso se podrán recaer tantos aumentos y todos éstos se deberán al cuidado y diligencia que en obra de tanta calidad e impor­tancia pusiere el dicho Julián Carrisolio desde luego en sí mis­mo le ofrezco en nombre de su magestad la satisfacción y re­conocimiento debido y gratificándole un servicio tan singu­lar y particular como hace a Dios y a su rey y señor natural y de irle asistiendo en todo lo que pidiere y fuere conveniente para conseguir causa tan meritoria y para que desde luego conozca lo mucho que a su magestad agrada y se halle dis­puesto a gozar de muchas mercedes que esperaba de recibir de su real mano, por lo cual se debe esmerar y desvelar en usar de todos los medios convenientes por donde se pueda con­seguir la dicha pacificación y reducción de los dichos yndios.

Y porque por defecto de comisión no dexe de obrar todo lo conviniente desde luego le nombro, además de la protección que le es dada de los dichos naturales por “Justicia Mayor”, con mero y misto ymperio para que a su disposición pueda tratar de todo el govierno de la dicha provincia y evitar y pro­hibir que las personas que fueren a los dichos rescates no vuel­van a ellas y los prenda y me los remita con las causas y de­litos que constan haber cometido, procediendo con tal saga­cidad y nueva providencia que siempre conozcan y tengan en­tendido los dichos yndios naturales, que sólo se trata de su aumento y bien y utilidad y que el deseo de su magestad y el mío no va encaminado ni lleva otra mira que el darles a co­nocer nuestra Santa Fe cathólica y los errores de sus idola­trías y quán fácil y suave es el camino de la verdad y el mu­cho amor con que deben vivir con sus prójimos, asegurándoles que viniendo en consentimiento verdadero de estas acciones, se hallarán tan aventajados que no puedan desear más bien como lo yrán esperimentando y aunque este discurso requiera particular instrucción, fiando de él dicho Julián Carrisolio y del celo santo y erborosa intención con que el padre fray Juan Sahagún y otros religiosos descaizos de la orden del señor San Agustín van a esa provincia lo remito todo a su disposición pues quedo cierto que confiriendo las materias, resolverán lo más acertado y conviniente. Por lo cual doy la presente fir­mada de mi mano y sellada con el sello de mis armas y re­frendada del infrascrito secretario. En la ciudad de Cartage­na a quatro de henero de mili y seiscientos y treinta y siete años. Don Antonio de Maldonado Texada. Por su mandado, Francisco López Nieto, escribano de gobernación y público” (*).

Esta patente de Carrisolio fue confirmada por el gober­nador y capitán general y presidente de la audiencia real de Panamá, don Enrique Enríquez, el día 7 de agosto de 1637.

Así como el gobernador m ilitar de Cartagena, don Anto­nio Maldonado de Tejada, confiaba “en el dicho Julián Carri­solio y en el celo santo y erborosa intención” de los misione­ros agustinos del convento de la Popa de Cartagena que les enviaba, el presidente de la audiencia de Panamá, don Enri­que de Soto Mayor, agregaba, a su vez, en la confirmación del

; ' ) A ich . de In d ias. A u dien cia de P an am á, S9-3-34; C opia íie l en e l A rchivo N ad o- n o l d e P an am á, No. 279.

nombramiento de Carrisolio, “por quanto confiando del celo santo del padre Presentado, fray Adrián de Santo Tomás, pre­dicador general de la Orden de Predicadores y reducidor de la provincia del Guaymí, le tengo dadas mis instrucciones para que en compañía del dicho Julián de Carrisolio, vaya a la di­cha reducción a la provincia del Darién, le mando que con su parecer haga y ordene todo lo que conviene, pues quedo cierto que confiriendo las matherias resolverán lo más acer­tado” (^).

A los indios del Darién les agradó el nombramiento de Julián Carrisolio para su gobernación y justicia mayor, pues en la fecha del nombramiento, Carrisolio llevaba viviendo en el Darién con los naturales de la región catorce años y siem­pre se había entendido bien con ellos. El padre fray Adrián, con fecha 13 de marzo de 1638, informaba al presidente de la real audiencia de Panamá, lo bien que se había acogido en el Darién dicho nombramiento. “Saqué el título de Julián Carrisolio — dice— y leído les di a entender cómo vuestra se­ñoría por el grande amor que les tenía le hazía justicia ma­yor de toda la provincia para que en ella con la autoridad real les favoreciese y amparase y que aunque verdad que se­mejante oficio lo suelen tener personas muy graves y de ex­periencia, con todo eso vuestra señoría se avía determinado a nombrarle por el mucho amor que ellos tenían a dicho Ju ­lián y por parecerle a vuestra señoría que ellos serán más bien amparados del dicho que de otros. Ellos holgaron mucho y dixeron que por no haber hecho esto en Cartagena con B ar­tolomé Marín y aver nombrado otro, no avían ya muchos años sido amigos de los españoles y que estaban muy agradecidos de tal merced” (-).

Don Julián Carrisolio tenía en la fecha de su nombra­miento tan sólo 28 años, pues había sido capturado en las cos­tas de Urabá el año de 1623, cuando tenía “unos 14 años”, vi­viendo desde esa fecha con los indios. En los 14 años que con­vivió con los indígenas del Darién adquirió muchos resabios y costumbres de los naturales, por lo que el padre Adrián tuvo que dar principio a su labor evangelizadora, comenzando por Julián Carrisolio. Así le informaba el padre al presidente de

(^) A rch, d e In d ias , Ib id . [A. N. P ., n . 279).(*] A rch. d» In d io s, Ib id . (A. N. P .. n. 275).

la audiencia en Panamá. “Estoy muy consolado —le dice— de que su divina magestad abrió los ojos por mis persuasiones a Julián Carrisolio pues se determinó a dejar entrambas mu­jeres en las quales en cada una tenía un hijo y eran primas hermanas, y esto hizo con mucha prudencia porque di a en­tender a sus padres no podía contraer con ninguna dallas matrimonio por ser entrambas parientes dioles hachas y m a­chetes a sus padres para que las casasen con otros, con que quedaron muy contentos y consolados y él vive y duerme en mi rrancho y acude a hazer sus exercicios de oración con mu­cho cuidado” (^).

En las instrucciones que el presidente de la audiencia de Panamá, don Enrique Enriquez Soto Mayor, dio a Carrisolio y fray Adrián, les decía, entre otras cosas: . .lo primero, el dicho Julián Carrisolio asiste con el padre como persona que entiende lenguas y se ha criado con los dichos indios confi­riendo ambos juntos todo lo que se hubiere de disponer en ma­teria de la dicha reducción y administración de ju s t ic ia ... que escoxan el sitio más capaz para poblar diputando sitio para iglesia, plaza y calles que harán anchas o con la como­didad que se pudiese para decir misa, procurando se haga con todo cuidado y la devoción que se requiere para principio de tan santa obra en asimiento de gracias a Nuestro Señor para que sea servido y ayudarnos a conseguir el intento y disponer el ánima de aquellos bárbaros. . . que con todo afecto, amor y caridad y buen agasajo procure el padre atraer así todos los caciques principales teniéndoles por sus amigos, instando con ellos traygan sus hixos y familias a oyr misa y rezar doctrina cristiana dándoles a entender con toda suavidad la palabra del Santo Evangelio. . . Se me enviará testimonio y relaciones para que yo lo vea y disponga lo que conviene, dando aviso a su magestad, en cuyo nombre tendré cuydado de premiar el desvelo y trabaxo que en esto pusieren los dichos padres Presentado y Julián Carrisolio. 22 días de nov. 1637” (-).

E l padre Presentado, fray Adrián de Santo Tomás, en cumplimiento de las instrucciones que traía del presidente de Panamá, le informaba el día 7 de febrero del año siguiente de 1538: .Juntam os más de 300 personas naturales de las

(*) A reh. d * la d ia s . ibid . (A. N. N. n. 275).(-) A reh. d * In d io s. A u dien cia d e P an am á, ibid . (A. N. P ., n . 279.

quebradas de Capetín, Misarate, Cupe, Yabi, Pucro, Teraqui, Tuquesa, Yavissa, T u p issa .. . les dimos a entender el intento que había tenido su magestad, el cual era solamente el que recibiesen la Santa Fe Cathólica y fuesen sus vasallos y así mismo las utilidades que se les podrían seguir en vivir políti­camente y cristianamente juntos en poblaciones y habiendo entendido bien y distintamente todos a una dijeron que ellos libremente querían ponerse en el amparo real haciéndose va­sallos de tan gran rey . . .

Con lo cual yo el dicho padre Presentado tomé una Cruz adornada de flores y fui con ella cantando el Te Deum lau- damus hasta una capilla que estaba hecha y dije misa y puse por nombre a esta dicha probincia Santo D om ingo d el D arién y luego incontinenti nombraron todos los indios ministros para que fuesen recogiendo la gente para hacer pueblo y vivir en él políticamente y que sean enseñados en las cosas de nues­tra santa Fe” ( ') .

La misión de los padres dominicos en el Darién venía a ser; por las facultades extraordinarias — casi omnímodas— que ejercían en el territorio, como una misión sui juris, al es­tilo de las prefecturas apostólicas, si bien no estaba dicho territorio segregado de la diócesis de Panam á ni de Cartage­na. Al año de haber llegado al Darién, el padre fray Adrián de Santo Tomás, escribía al presidente de la audiencia real de Panamá, don Enrique Enríquez de Sotomayor: “También es necesario que vuestra señoría haga que el señor obispo me enbíe comisión en forma dándome sus veces para administrar los santos sacramentos, alzar altar y hacer yglesias y lo de- niás, comunicando este punto con el prelado de mi religión que su padre estará más en este punto, y sabrá como corren aora por la nueva sédula de su magestad estas cosas de jurisdiccio­nes” (^). La carta está fechada “en San Enrique del Darién, treze de marzo de mil seiscientos treinta y ocho”.

Era obispo de Panam á en estas fechas el ilustrísimo fray Cristóbal Martínez de Salas, de la orden Premostratense, que gobernó dicha sede de 1625 a 1640. Es de creer que accedería a la petición del padre fray Adrián, y más intercediendo el presidente de la real audiencia, don Enrique Enríquez de So-

(^) A rch. d * In d ias , A u diencia d e P an am á, ibid . (A. N. P ., b o . 279). (*) A rch. d * In d ias. A u dien cia de P an am á, 69-2-29 (A. N. P , no. 275).

tomayor, muy amigo del señor obispo y hallándose ambas au­toridades muy empeñadas en la reducción de los indios del Darién. De él escribió su maestrescuela don Ju an Requejo Sal­cedo: “Don Christóbal Martínez de Salas, de la orden Premos- tratense, canónigo regular es el 13 obispo del Darién y 11 de Panamá, tomó posesión en 7 de julio de 1626; es de la orden de San Norberto; quieto, pacífico, procura y se huelga de que los oficios divinos se digan religiosamente y con autoridad, dándosela con su asistencia y actos pontificales, en que ha sido muy continuo y que la tuuiesen sus clérigos en los días solem­nes, que parecía muy bien y se iban mejorando las cosas del culto divino. Su señoría Rma. dará m ateria muy bastante en el discurso de su vida religiosa y muchas virtudes a que en su muerte se escriuan muchos elogios y alabanzas, trahiendo a la memoria a los venideros su exemplo, con que vayan cada día en crecimiento las cossas desta santa yglesia, en la qual oy se dicen por su intención dos misas cantadas cada mes: los miércoles a San Cristóbal, y sábados a Nuestra Señora, »y ha dado 1.000 patacones para la fábrica de una capilla colateral que se está acauando” (^).

Fun dación del pu eb lo de San E nrique de P inogana (= ). Con fecha de 10 de marzo de 1638 informaba el padre fray Adrián de Santo Tomás a la real audiencia de Panam á: Yo, el padre fray Adrián de Santo Tomás y don Julián de Carrisolio, como a las diez del día juntam os toda la gente que sería como doscientas cinquenta yndios de armas tomar con mujeres y chusma. Yo don JuUán Carrisolio puse en el sitio donde a de ser la plaça un rollo y cuchillo y haciendo las ceremonias acos­tumbradas en compañía de el dicho padre Presentado, toma­mos posesión de este pueblo en nombre de su magestad y le pusimos el nombre de San Enrique de Pinogana y acabado este acto fuimos cantando el Te Deum Laudamus a la capilla que estaba hecha, dixo el dicho padre las oraciones de la San­tísima Cruz, Virgen Nuestra Señora y San Enrique, tomó po­sesión de la iglesia en nombre de su religión y del obispado de Panamá y dicha misa se procedió a la elección de cacique

(>] R «lo ción históiicQ y G eo g rá fica d e la ProTincia d e P an am ó , por don Ju an R equexo y S a lce d o , m aestrescu ela y com isario d e la B u la d e la C ruzada (1640), p u b licad o en R e lacion es h istó ricas y g eo g ráfico s d e A m érico C entral, t. X III d e C olección de libros y docum entos re ieren tes a la H istorie d e A m érica , p ág . 17 d e la ed ición d e M adrid, 1908.

( -} P in o g an a, d e pino esp o v é (á rb o l), y g an o , obu n d o n cia .

que de común consentimiento salió por todos don Enrique, hombre muy principal entre ellos (^ . Era intérprete de este pueblo el español Sebastián Crespillo, compañero del padre Adrián de Santo Tomás.

El padre Adrián, escribe en sus Memorias sobre la funda­ción de San Enrique:

. .En su condición de alcalde mayor, dice fray Adrián en sus Memorias, Julián Carrisolio “espada en mano señaló el sitio en donde debía ser la plaza y levantándole en alto dijo en altas voces: Viva nuestro poderoso Felipe IV rey católico de las Españas y de las Indias. Y ay! de quien me lo contra­diga. Y todos con grandes algazaras y gritos dijeron con gran gusto: Viva, viva, viva! “Incontinente tomé en la mano una cruz que tenía aderezada de ramas y flores y fui cantando el Te D cum laudam us hasta el sitio en donde ha de levantarse la iglesia e hincándome dije la oración de la Santa Cruz.

Poco después, los indios eligieron dos alcaldes ordinarios, un alguacil y dos regidores entre los allí presentes, todos los que recibieron sus varas símbolo de autoridad.

En la tarde, relata fray Adrián, vinieron todos donde yo estaba y me dijeron que sujetos que ellos tenían mucho deseo de ser cristianos, les pusiese nombres de santos a lo español para que en los autos de papeles no se escribiesen nombres de su tierra que eran deshonestos y les puse a todos los jefes los nombres de todos los señores de la real audiencia y de algunas otras personas principales de la ciudad de Panam á.”

San Jerón im o de Yavisa. Medio año después, en septiem­bre de 1638, ya habían fundado otra reducción de indios en el río Yavisa, según informaban a la audiencia: “Abrá seis o siete días que ocho de los yndios más principales del río de Yabisa fueron al pueblo de San Enrique y con mucha perseverancia pidieron les fuéramos a poblar, pues en su río fue donde se tomó posesión la primera vez en nombre de su magestad y que ellos tenían ya cortados todos los materiales y lo necesario para hacer iglesia, casa de padres y demás casas. . . y viendo su fervor de tener iglesia y pueblo, nos pusimos en camino desde el pueblo de Sant Enrique a este sitio donde llegamos ayer siete de septiembre y oy juntam os toda la gente y fuimos ai lugar donde estaba señalado para plaça y allí puse horca y

( ') Areh. d e India«, A u d ien cia d e P an am á, ibid . (A. N. P ., n . 279).

cuchillo, etc___ y le pusimos por nombre San Gerónimo ytomando el dicho padre Presentado una cruz enramada que tenía apercibida, fue cantando el Te Deum Laudamus asta una capilla que estaba hecha en el lugar de la iglesia y allí dixo las oraciones de la santísima Cruz, Virgen SS. Nuestra Señora, Santo Domingo y San Gerónimo, dixo misa y acaba­da tomó posesión de la dicha iglesia en nombre de su religión por el obispado de Panam á” (^).

Fue nombrado cura doctrinero de San Jerónimo de Y áB - sa el padre dominico fray Marcos de Mejorada. Datos intere­santes de su arribo a la nueva misión comunicó don Julián Carrisolio a la audiencia de Panam á: . .Certifico cómo oy que se quentan veinte y cinco días del mes de abril de el año de mili e seiscientos y treinta y nueve, llegó a este pueblo de San Gerónimo el padre fray Marcos de Mexorada, religioso de la orden de Predicadores, el qual traxo patente de su prelado y probisión real para ser cura del dicho pueblo, los quales re­caudos presentó ante el reverendo padre Presentado, fray Adrián de Santo Tomás, el que le entregó al dicho pueblo y el dicho fray Marcos quedó ejerciendo de tal cura con subor­dinación al dicho padre Presentado” (-).

En la información de méritos y servicios del padre fray M artín de Valencia, O. P., hecha en Panamá el día 18 de agos­to de 1641, consta que este misionero tomó posesión de cura doctrinero de San Jerónimo de Yabisa, el año de 1640. Empie­za la exposición para la información, con estas palabras: “Muy poderoso señor: “Fray M artín de Valencia, cura del pue­blo de San Gerónimo de la provincia del Darién, nueva reduc­ción, digo que por el año próximo pasado al tiempo que tomé la posesión del curato, etc.” (").

Como acabamos de ver por los documentos aducidos, las poblaciones de San Enrique de Pinogana y San Jerónimo de Yabisa, fueron fundadas por religiosos dominicos y no por “mi­sioneros jesuítas como se dice en la memoria del vicariato apostólico del Darién ('*).

San Sebastián d e C apetín . A mediados de junio de 1643 aparece una nueva reducción o pueblo de indios, llamado San

( i) A rch. d« In d io s, ibid . (A. N. P .. n. 279).{*) A rch . d * la d ta s . ibid . (A . N. P .. n. 279).(>] A rcb . d * In d io s, ibid . (A . N. P .. n. 279).{*) P u b licad a en 1939. oap. VUI. p ág . 66. d« la ed . de P an am á, 1939.

Sebastián de Capetín. He aquí cómo se animaron los indios, llamados Páparos, a reducirse a abrazar la Fe Católica: “ . . .Yo (Carrisolio) y el dicho padre Presentado llamamos a los más principales de su provincia y les convidamos para que asistan el día del Corpus en este pueblo de San Enrique y vean la so­lemnidad con que sus compañeros los vecinos de este dicho pueblo lo ce lebran .. . Habiendo traído el capitán Enrique con­sigo hasta diez indios principales de la provincia de los Pápa­ros, los hice hospedar en las casas del dicho don Andrés y ha­ciendo lo mismo el reverendo padre Presentado con mucho agasaxo y caridad y para que de ello conste doy el presente testimonio, lo qual pasó en presencia del padre fray Luis de Fernández.. . En la morada de el dicho padre Presentado les hablamos en las cosas de su salbación trayéndoles por exem­plo lo que habían hecho en razón de esto los de este pueblo de San Enrique y el de San Gerónimo, convenciéndoles su du­reza con muchas razones que les dixo el dicho padre Presen­tado, a lo cual respondieron que les habían parecido tan bien las fiestas del Santísimo Sacramento que quando no hubiese otra cosa más de haber visto la autoridad y devoción con que se hacían, eran bastante para que ellos por hacer otro tanto a su tiempo no dejasen de admitir lo que se les prometía y que así querían poblarse y hacer pueblo dos leguas arriba deste río de Capetín para que con facilidad les enseñasen lo necesario el padre de este dicho pueblo de San Enrique. . Hoy día 26 de junio de 1643 llegamos a este sitio donde quieren poblar los Páparos de la provincia que llaman Tilacuna, distante de San Enrique dos leguas por tierra y río arriba por sus tornos que hay, habrá quatro horas, donde hallamos treinta indios gan­dules con veinte muxeres y quince niños y niñas, los quales tenían muy limpio el sitio. Tomamos posesión en nombre de su magestad y le dimos título de pueblo con nombre de San Sebastián de Capetín (^). El dicho padre Presentado fue can­tando Te D eum Laudam us a una rramada que estaba hecha y dichas las oraciones, tomó posesión de la iglesia, y dicha misa, elijieron alcalde, alguacil mayor, regidores y procurado­res. Fuimos todos al sitio de la iglesia donde estaban los mate­riales amontonados y tomando yo y el dicho padre Presentado un horcón con todos los principales lo hincamos, y los demás

( ' ) C ap «tiB , de co p v lí. d o m id o , sigaU tca r ío tronqailo.

fueron hincando e iban labrando con mucho gusto la igle­s i a . . . ” ( ).

“Según el testimonio de uno de los que declararon bajo la verdad del juramento el día 23 de julio del mismo a ñ o . . . estaba el día de hoy la iglesia toda embarrada y solamente le faltaba la cubixa y dos casas armadas y las quatro acabadas de todo punto y hubieran hecho mucho más a haber tenido herram ientas. . . que ha sido muy gran acierto de poblallos tan cerca del pueblo de San Enrique, porque los puede doctri­nar el cura de San Enrique con que se podrá ahorrar un sala­rio de su magestad y que en todo esto han trabajado con mu­cho celo los chicos, padre y capitán y que son dignos de que la real audiencia los honre y premie”. Testigo, Andrés de Vargas Saldaña” (-). Otro testigo declaraba en la misma fecha; “ . . . preguntándoles en su lengua si estaban contentos dixeron que mucho y que así como llegó este testigo vinieron todas las indias y le dixeron que las hiciese rezar y por las importunida­des les rezó las quatro oraciones a que respondían ellas con mucha devoción y así mismo supo que todos los sustentaban el padre Presentado, fray Adrián y capitán don Julián Carriso­lio porque se lo dixeron ellos mismos y estaban muy agrade­cidos a los dichos padre Presentado y capitán. PP Ramos, in­dio ladino de Mariquita” (- ).

San Andrés de Cuqué (^).—El padre Adrián y el capitán Carrisolio veían la necesidad de hacer una reducción de indios en el alto de Tacarcuna, linde de las actuales repúblicas de Panam á y Colombia. El motivo principal era que estos indios de la cordillera hacían sus incursiones hacia la banda norte del Darién a las minas del río Cuqué en las cercanías de la primitiva ciudad de Santa María de la Antigua del Darién. El poblado que se había formado en las mencionadas minas de­seaba estar de paz con estos indios para lo qual consideraban el mejor medio su reducción y pacificación. El día 22 de abril de 1641 el padre Adrián y Carrisolio mandaron una comisión a Tacarcuna y costas del norte a traer los indios principales al pueblo de San Enrique. Cumplida la misión, “juntos los in­dios en la casa del reverendo padre Presentado, habiendo su

(1) Areh. da In d ias, A u diencia de P an am á, 69-2-29 (A. N. P„ n. 279). '- ) A reh. d e Ind ios, ibid . (A. N. P ., n. 279). l'') Ibid.i*) C uqué, sig n ifica l i o de p io jos, de cu , pioio, y qu e, m ás.

paternidad hécholes los encargos que los mineros los hacían, respondieron que como ellos eran muchos y vivían apartados unos de otros por quebradas y en ellas miganas los ranchos no estaban cerca unos de otros ni tampoco ellos jam ás habían re­conocido cabeza entre ellos no había que espantar que algu­nos hiciesen lo que los negros decían, que como se hiciese en aquella parte un pueblo y justicias se irían reprimiendo todos, y viéndoles su buen ánimo y sus buenas razones les concedi­mos yo y el dicho padre el ir a poblallos y habiéndoles agasa­jado y regalado, les mandamos fuesen a descansar del camino y nos diesen lugar a disponer nuestro viaje para vivir con ellos (0 .

E l padre fray Adrián, vista la buena voluntad de los in­dios de Tacarcuna y de la banda del mar del norte, elevó la siguiente petición al capitán y gobernador don Ju lián de Ca­rrisolio; . . . “Como usted sabe, han venido los indios de la mar del norte por nuestro orden y están en buena disposición para recibir la Santa Fe si se les hiciere pueblo en sus tierras el qual fuera muy acertado se hiciese en las minas de Quequén, pues está en parte cómodo para que acudan todos los que vivan en Tacarcuna, Ururecuna y Gueracuna donde está la fuerza de la gente, con que quedaban con seguridad los negros de las minas también y por quanto yo tengo una real probi­sión despachada por los señores de la real audiencia por la qual mandan se haga esta población en las dichas minas y que la haga yo en compañía con usted. A Vmd. pido mande se haga la dicha población y assí me dé avío para ir a las par­tes del norte a hacerlas assí mismo se disponga Vmd. a yr allá para que mejor se consiga el intento”. En consecuencia don Julián de Carrisolio, fray Adrián y los indios de Tacarcuna y del norte salieron de San Enrique el día 10 de mayo de 1641, en dirección a las minas de Quequé. “Así como llegamos a la jurisdicción de Tacarcuna que es la cordillera que divide la mar del Sur con la del Norte, y aviéndoles juntado yo y el di­cho padre Presentado en el sitio que señalaron les dimos a en­tender las obligaciones con que quedaban haciendo pueblo de ser cristianos y vasallos de su magestad, me passé por todo el sitio arrancando yerbas y aortando ramas y llegando al lugar donde había de ser la plaça, puse horca y cuchillo y sacando

( ' ) A rch . cU la d io s , ibid . cu n a , hom bre (indio), es d ecir: e l hom bre por antonom asio.

mi espada desnuda di tres golpes en un palo hincado, dicien­do a cada golpe viva el poderoso señor don Phelipe quarto el grande rey de las Españas y de las Indias.

Ay quien me contradiga: A lo qual respondieron todos, viva, viva, viva con mucha algazara y alegrías le puse por nom­bre San Andrés de Cuquén y tomé posesión en nombre de su magestad juntam ente con el reverendo padre Presentado que estaba presente a todo y cantando el Te Deum Laudamus fui­mos a una rramada y acabada la misa tomé posesión de la igle­sia por su orden y por el obispado de Panam á”. Tuvo lugar este acto el día 10 de mayo de 1641.

El testigo Sebastián Crespillo declaró el día 24 de agosto de 1641: “ . . . Y empezaron la iglesia y hicieron casa donde acuden a ser doctrinados y enseñados y yo he servídoles de intérprete, y acabada la yglesia se higo una fiesta muy gran­de donde hubo grande concurso que se recogieron de las tie­rras pertenecientes a este pueblo los que iban haciendo man­tenimientos que a tenerlos se quedaran muchos de una vez y que el día de hoy quedan fechas trece casas iglesia y casa de padres y los negros quedan sacando oro con mucho gusto de ver la seguridad de que gozan el día de oy con el beneficio del pueblo. Que le parece es muy del servicio de Dios y de su ma­gestad el que esta población se lleve adelante para que demás de lo referido y el bien de sus almas se segura de que estos na­turales no se alcen con el enemigo flamenco que muchas ve­ces suelen venir a estas costas del norte” (^).

T aren a í^).— “Hecha la reducción de Cuqué, Carrisolio y el padre Adrián fueron llamados a Panam á por la real audien­cia. Los oidores de la audiencia y el padre fray Jerónimo Que­jada, prior del convento de Santo Domingo, fueron de parecer de que la población que se hacía en las minas de Cuquén con nombre de San Andrés no se hiciese en aquel sitio, sino abaxo en el mar del Norte por muchas razones. Para hacer la dicha mudanza y en virtud de lo qual luego que vine (Carrisolio) a esta provincia por el mes de febrero de quarenta y dos fui en

(1) Ajreh. d * In d io s, ibid.T oren o es e l r io a c tu a l d e T an e la , qu e originándose en lo vertien te norte d e la

co id U leio da T aco rcu n a , en treg a su s o g u o s o l golio de U rabá . H ora y m edia an tes de d e sem b o co : en »1 m or e s ta b a , en su m arg en d e rech a , lo ciudad d e S on to M a ría d e la A n tig u a d e l D arién . En lo s proxim idades d e lo prim itiva S a n ta M o ría d e b ía d e esta r esto red u cció n de T a ren a , qu e hizo e l p ad re iro y A d rián de Son to Tom ás, p u es e l fin p rin cip al d e es te p oblad o e r a poner un diqu e o los p ira ta s qu e por estos lu g are s qu e­r ía n in tern arse en e l D arién.

persona a la Mar del Norte y en el pueblo principiado de San Andrés junte la gente y les leí el dicho orden del señor pre­sidente, con lo qual los dichos naturales desampararon el di­cho pueblo y se fueron a rrozar en el sitio de Tarena, donde este año tienen muchas comidas y para coxer y el tiempo de empezar a hacer la dicha población para lo qual es menester la asistencia de sacerdote o para que se quede en San Enrique mientras el padre Presentado hace la dicha población o para que acuda personalmente a hacer la iglesia y a reducir los yndios por sí y así es menester que el dicho padre Presentado vaya a hacer la relación a los señores de la real audiencia del Estado de esta población y a pedir sacerdote que esté con ellos y los doctrine y anime a recibir nuestra fe cathólica” (^).

El testigo Andrés de Vargas Saldaña, declaró: . .Lo que sabe este testigo es que después de estar ya comenzado el pue­blo de San Andrés en las minas de Cuquén con yglesia y casa de padres y algunas casas este testigo fue por el mes pasado de febrero (de 1642) a Panam á y oyó dezir que mandaba el señor presidente que aquella población no fuese allí, sino junto al mar del Norte. . . y los llevó el dicho alcalde mayor al sitio de Tarena, medio día de camino de la mar del Norte y allí les ordenó rozasen y hiciesen comidas porque la cosecha ven­dría con el padre Presentado a poblallos y que este declarante estuvo presente a todo esto. . . Y por el mes de mayo tenían los indios sembradas más de treinta rozas y en el mes de julio las rozas espigando y dixeron a este declarante que para allá a un mes fuesen el dicho alcalde y padre Presentado a po­blallos”.

Decreto del alcalde mayor don Ju lián de Carrisolio. “El padre Adrián de Santo Tomás superior de las misiones del Da­rién hizo ante el alcalde mayor, la siguiente petición que lleva la fecha de 15 de noviembre de 1642: “Quiero a mi costa y con mi pobreza ayudar a un religioso que asista a los indios de Ta­rena, enseñándoles la doctrina y dándoles buenas esperanzas de que se poblarán donde ellos quisieren, y éste me parece pue­de ser el hermano fray Luis Fernández, muy a propósito para compañarlos y juntallos hasta que haya orden de poblarlos”. En atención a esta solicitud, Ju lián de Carrisolio decretó: “Concedo al dicho hermano fray Luis Fernández para que

(>) A reh. d« In d ias , ibid (A. N. P ., n . 273).

vaya a la banda del Norte con el cacique que está presente y recorra la gente de Tarena y los demás que andan y están derramados por las montañas de la banda del Norte y los vaya recogiendo a una parte la que más a ellos apeteciese y los vaya doctrinando y enseñando las cosas de nuestra Santa Fe sin hacer pueblo ni otra cosa, más de enseñalles y dalles buenas esperanzas de que se les poblará con brevedad para lo qual el dicho padre Presentado le dé como superior que es de estas reducciones, sus instrucciones de lo que debe hacer en el Ínte­rin que su paternidad y yo damos quenta dello a los señores de la real hacienda” ( ).

S an Ju a n de la Vega de T acarcuna. Auto de Julián de Ca­rrisolio: . .Habiendo considerado que los yndios que andan por la costa del Norte por no tener pueblo ni sacerdote y que ellos se ocupan en robos y muertes, como se ha visto estos días pasados que en las costas del Norte mataron tres hom­bres que vinieron al puerto de San Bartolomé. . . y habiendo comunicado con el Rvdo. padre Presentado, fray Adrián de Santo Tomás, superior de estas reducciones, y a quien está cometida dicha población, fuimos entrambos de parecer de ve­nir a este asiento de Quequén donde el verano pasado se ha- vían ydo juntando y haciendo sus rozas en compañía del her­mano fray Luis Fernández y así llegamos abrá tres o quatro días y assí mesmo considerando que quando el enemigo qui­siere hacer alguna demostración de querer pasar a la mar del Sur el paso forzoso es el dicho sitio de Tacarcuna que estaba como quatro días de camino del mar del Norte, les concedi­mos la dicha petición y les apercibimos estuviesen apercibidos para ir otro día al dicho sitio y vello y así lo prevey. Que es fecho en este sitio de Cuquén de la banda del Norte, a treinta días del mes de agosto de mili y seiscientos y quarenta y dos años, y lo firmamos de nuestros nombres — Fray Adrián de Santo Tomás. Por mí y ante mí don Julián Carrisolio de Alfa­raz, alcalde mayor” (= ).

A cta d e fu n dación d e S an Ju a n de la Vega de T acarcu ­n a ('*).— “En el asiento y sitio de Tacarcuna, término y juris­

{^) A rcb. d« In d ias, ibid . (A. N. P ., n. 279).(*) A rcb. d« la d ia s . A u d ien cia d e P an am á. 89-2-29. (A. N. P ., n. 275).(^) T a ca rcu n a o T a ca ra cu n a es e l m onte o cord illera m ito lóg ica y s a g ra d o de los

indios k un as. donde la trad ición in d ia , pene e l origen del nom bre; ta c a ra , herm oso, y

dicción de esta provincia de Santo Domingo del Darién, en dos días del mes de septiembre de mili y seiscientos y quaren­ta y tres años, yo el capitán don Julián Carrisolio de Alfaraz, justicia mayor de esta dicha provincia por su magestad y en compañía del Rvdo. padre Presentado, fray Adrián de San­to Tomás, predicador que es de la orden de Predicadores, co­misario del Santo Oficio, misionero de Su Santidad y supe­rior de las reducciones juntam ente toda la gente en este di­cho sitio que sería como hasta quatrocientas personas varo­nes y mujeres y niños y niñas sin otros que faltan más le ja­nos, y haviéndoles concedido este dicho sitio por pueblo, yo el dicho capitán tomé posesión en nombre de su magestad dél en señal de posesión arranqué yerbas y corté ramas y me paseé por todo el sitio, y poniendo en el sitio de la plaza horca y cuchillo, saqué la espada y dixe: Viva el poderoso señor y católico monarca don Phelipe quarto el grande rey de las Es- pañas y de las Indias, ay quien me lo contradiga! y dando tres golpes todos respondienron con mucha alegría, viva, viva, viva muchos años, con lo qual tomé posesión del dicho pueblo sin contradicción ninguna y le puse por nombre San Ju a n de la Vega d e T acarcu na, y luego el padre Presentado llevó en las manos una cruz enramada de flores y fue cantando el Te Deum Laudamus hasta el sitio a donde a de ser la iglesia don­de estaba hecha una ramada y dichas las oraciones, dixo misa y tomó posesión en nombre de S. M., de su orden y del obis­pado de Panamá de la Santa Iglesia, y habiendo nombrado alcaldes, caciques y justicias en personas graves y principales de los naturales, les dimos orden que fuesen desmontando el sitio y limpiando para empezar luego la iglesia, casa de pa­dres y demás casas, lo qual están haciendo todos con mucho gusto, con lo qual se acabó este dicho acto en este dicho pue­blo, dichos días y mes y año arriba referidos, siendo testigos a todo esto Sebastián Crespillo, Pablo de Mendoza, Ju an Gu­tiérrez, y para que de ello conste, dimos el presente testi­monio de nuestros nombres, fray Adrián de Santo Tomás, Por mí y ante mí, don Julián Carrisolio de Alfaraz, alcalde mayor” (*).

Sebastián Crespillo declaró bajo juramento, que “llegó al sitio de Cuquén en compañía del alcalde mayor y del padre

A rch. de India». Ib id . Testim onio d e 10 d e septiem bre d e 1643.

Presentado, donde vio la cantidad de gente junta y que ha­biéndoles dicho muchas cosas los dichos padres Presentado y capitán don Julián sobre hacer pueblo, dijeron que ellos no habían de sacar oro de las minas y que aquel sitio era muy bellaco para su salud y comidas y que querían poblar en Ta­carcuna, tierra muy templada y fértil y de donde con faci­lidad podían acudir al pueblo de San Enrique para proveerse de los necesario para sí y para el padre que les doctrinase y que otro día luego se pusieron en camino y llegaron a los dos de septiembre al sitio donde querían poblarse, que era una loma alta en la vega del río Tacarcuna de muy buena agua en la mitad del camino que va para la mar del Norte y para la mar del Sur y que allí vido que los dichos padre Presen­tado y capitán don Julián tomaron posesión en nombre de su magestad haciendo la ceremonia acostumbrada y pusieron nombre al pueblo de San Ju an de la Vega de Tacarcuna . . . y empezaron a traer materiales con tanto gusto que este tes­tigo a quedado maravillado de lo mucho que an trabajado, pues de el día de la fecha tienen casi acabada la iglesia que es bien grande y capaz, armada la casa del padre y otras vein­te casas que solamente les falta el cubijarlas de pa x a . . (^.

Por el mes de febrero de 1940, un padre misionero carme­lita de la prefectura apostólica de Urabá, padre Telésforo La- rrazábal de la Sagrada Fam ilia, proyectó un viaje a este lugar sagrado y mitológico de los indios del Darién a 2.300 metros de altura. Tomando a un indio por compañero, emprendió la ascensión desde la residencia misional situada cerca de la pri­mitiva ciudad de Santa María de la Antigua, llevaba subien­do dos dias por una trocha inextricable, probablemente la de los indios antiguos, pero hoy abandonada, cuando el cicerone le dice, que aún faltaba otro tanto. Al padre, que tenía que atender a las Hermanas misioneras carmelitas de su residen­cia de Unguía, le pareció que privar a las Hermanas de la misa y comunión tantos días no se justificaba con aquella curiosi­dad etnográfico-turística, y regresó desde el camino a su resi­dencia, bien fatigado y falto de sueño por haber tenido que estar en vela por las noches contra cualquier incursión de las fieras (-).

(1) A reh. de Ind ias. Ib id . Testim onio d e 10 d e septiem bre d e 1643.<*) En la rev ista m isional carm elitan a La O bra M áxim a escribim os a lg o a c e rc a de

este monte sag rad o d e los indios ku n as y d« sus te o g o n ias re la c io n a d a s con T acarcu n a 'Junio d e 1947, Son S eb a stiá n ).

La labor de los misioneros dominicos del Darién no se re­dujo a las obras materiales de reunir indios en poblados, a la construcción de iglesias y casas, sino que, y principalmente consistió en la formación moral y cristiana de los mismos. Hay en los archivos una información, hecha bajo juram ento, so­bre la labor fructífera espiritual en esta región por los men­cionados misioneros de la Orden de la Verdad, que, por lo mis­mo que no hemos visto mencionada en ninguna de las histo­rias, propias del caso, queremos destacarla aquí.

Existe un auto del alcalde y justicia mayor de la provin­cia de Santo Domingo del Darién, don Julián Carrisolio de Alfaraz, en que se manda hacer información de las poblacio­nes que hay en la provincia del Darién. “Ha cinco años — se dice en el auto— en los quales con el favor de Dios hemos re­ducido mucha cantidad de indios (1.400), los cuales, están poblados en dos poblaciones nombradas San Enrique y San Jerónimo y otro que se ha poblado en la banda del norte, nom­brado San Andrés de Ququén, donde acuden con grande cuy- dado y diligencia al servicio de Dios Nuestro Señor y de su magestad, recibiendo con grande amor y voluntad el santo baptismo y trayendo a sus hixos a que sean enseñados y doc­trinados, de los cuales ay ya algunos que saben leer en todo lo qual ha resultado gran provecho para las almas.

Abrá un mes que vino este testigo (sargento Gonzalo de Noguera) a esta dicha provincia y a asistido en este dicho pueblo de San Enrique donde ha visto muchas casas acaba­das, unas a medio hacer y otras principiadas y en las que vi­ven ya son sesenta y tres, y vido que todos los vecinos acuden con toda puntualidad a las cosas del servicio de Dios y de su magestad y avío de los españoles, principalmente vido que acu­dió muchísima gente a la semana Santa y como si fuesen re­ducidos de muchos años acudieron a limpiar las calles, traer cera para el monumento, frutas y otras cosas con tanto amor y gusto que dio mili gracias a Dios Nuestro Señor ver toda la gente tan m ansa y tan bien impuesta y pulítica y principal­mente biéndolos tan compuestos, devotos y con tanto silencio de las postas que hacían delante el Santísimo Sacramento que por quartos hicieron todo el tiempo que estuvo encerrado seis capitanes cada uno con diferentes soldados y viéndolos tan ordenados en dos procesiones que hicieron que este testigo por su curiosidad contó ciento y quarenta y siete cruces sin los

demás que ivan sin ella, y el sábado santo se baptizaron qua­renta y seis niños y niñas con mucho amor de sus padres de los quales fue este testigo padrino y otros tres españoles y todos los días que ha estado este testigo en este dicho pueblo ha visto rezar dos veces al día los niños y niñas de la doctrina y los días de fiesta toda la gente y así mismo ha visto este testigo un cclexio con sus celdas y refitorio donde están diez y seis niños separados de los demás que aprenden a leer y es­cribir y van tomando de memoria la doctrina cristiana por preguntas y respuestas y por su gusto este testigo todo el tiempo que ha estado en este dicho pueblo les ha tomado lec­ción ayudando al dicho padre Presentado que les enseña per­sonalmente con mucho amor y caridad, y también sabe que el capitán Bustillo y el padre fray Sebastián de la Torre están acabando de fundar el pueblo de San Gerónimo y que los in­dios los quieren mucho y acuden con puntualidad a su po­blación y la víspera de Ramos vido este testigo llegar a la Mar del Norte de la nueva población de San Andrés de Ququén al dicho alcalde mayor y al padre (hermano) fray Luis Fernán­dez, con cuatro justicias y hasta ocho o diez vecinos del dicho pueblo a tener la Semana Santa a este de San Enrique, . . Otro testigo (Andrés Alfonso Nieto, piloto), añade algunos de­talles más: . .Vido este testigo el orden y concierto que lle­vaban en las procesiones y con la devoción que se azotaban y llevaban las cruces a cuestas y pidiendo misericordia a voces y que el Viernes Santo vido este testigo que los más de los indios ofrendaron muchos reales llevando los padres a sus hi­jos chiquitos por delante para que adorasen la Cruz y le da­ban reales que echasen en el plato y así mismo vido este tes­tigo un colexio de diez y seis colegiales que se ocupaban en aprender a leer y escribir y están siempre con el padre. Un tercer testigo (Juan Rodríguez) añade; “ . . . y que le parece a este testigo que los dichos indios están muy aprovechados en la doctrina cristiana y que los ha visto comunicar y tratar y los ha comunicado con mucha docilidad y agrado que le pa­rece que el dicho alcalde mayor y muy reverendo padre Pre­sentado, fray Adrián de Santo Tomás, son dignos y merece­dores de que las dos magestades premien sus servicios”.

Otro testigo (el teniente Gaspar de Miranda), dice: “...E s­te año de seiscientos y quarenta y tres (1643) vino otras dos veces en diversos tiempos a el dicho pueblo (de San Enrique)

y en todas estas vaces ha hallado en el dicho pueblo mucho concurso de gente, hombres y mujeres, niños y niñas que acu­den a la doctrina, la qual se hace dos veces al día, y que así mismo oyó disputar unos niños que viven en un colegio de por sí y apartados de los demás cerca de la iglesia en sus cel­das y modo de convento disputar las cosas de la fe en pregun­tas y respuestas, y que así mismo vido en este pueblo iglesia hecha muy buena” ( ’).

El régimen y ratio studiorum de estos incipientes “cole- xios” del Darién sería como el que el mismo padre Adrián había establecido entre los indios guaimíes de Veraguas”. Man­dé __dice en su Informe— me alistasen todos los niños quehuviese de doze años abaxo, y que tuuiessen el conocimiento bastante para ser enseñados; y hallándose más de doscientos, les hize unas cartillas de mano y comencé a enseñarles a leer y rezar; y viendo que con la abundante provisión de sustento que cada día me traían los capitanes se podrían sustentar otros muchos, busqué quien me cogiera las reliquias y lograra estos desperdicios. Para esto mandé que junto a mi casa se cercasse vn lugar grande de cañas, dentro del cual mandé hazer veinte y cuatro celdicas con sus barbacoas, y mesitas y bancos de cañas; y hecho el palomar, pobléle de palomas, que fueron veinte y cuatro niños, que excogí y entresaqué por más hábiles y haciéndoles unas ropas blancas y becas de pam­panilla a fuer de colegiales, ordené que viniesen dentro de aquella cerca, dándoles nombre de seminario y haziendo rec­tor a uno de ellos, a quien los demás reconociesen por supe­rior. Los quales todos no se ocupan en otra cosa sino en apren­der a leer y escriuir, y cantar. Salían al pueblo de dos en dos muy modestos; comían y cenauan en su refectorio, corriendo por mi cuenta su sustento y regalo. Y porque no siempre estu- uiesse tirante la cuerda, llevándosse el humor a su pueril edad, les permitía, que a ratos se entretuuiessen en algunos hones­tos juegos, assistiendo yo siempre en ellos. Con este continuo exercicio, dentro de breve tiempo supieron muchos leer y es­criuir y cantar y todos los días recavan el Rosario de la Madre de Dios. Todos los demás muchachos los repartí por capita­nías, dando al capitán diez muchachos, a quienes todos los sá­bados examinassen en las oraciones y se las enseñassen con

(•) A rch. de Ir .d ic*. A u diencia d s P cn am ó , 69-2-29 (A rch. N al. de P an am á, n. 279).

caridad. Por el mes de diziembre señalé siete colegiales para que cada vno touiesse a su cargo una parcialidad de la gente grande, y todos los domingos, cada colegial lleuaua a cada ca­cique y capitán de la suya, y llamando a todos los indios de la parcialidad por el padrón se vía los que faltaban de la doc­trina” (1).

El padre Adrián, llegado de Lima a Panamá en 1622, cuan­do sólo contaba 24 años, fue destinado, en compañía de otro padre de su orden, a la conversión y catequización de los in­dios guaimíes de Veraguas. Tan fecundo y rápido fue su apos­tolado, que el año siguiente, por el mes de abril, trajo consi­go a Panam á 580 indios convertidos, para que el obispo les ad­ministrase el sacramento de la Confirmación, como se hacía también con los indios convertidos del Darién. Oigamos al pa­dre la relación de este curioso y peregrino viaje.

Llegado a las cercanías de la ciudad de Panamá con sus 580 indios, “avisé — dice— al gobernador, el qual mandó echar bando en la ciudad que todos estuuiesen apercibidos con sus armas para otro día, el qual llegado madrugué. Y para entrar en la ciudad de quien distábamos una legua, puse la gente en orden en la forma siguiente: Iba el alguacil mayor con sus plumajes y patena de oro delante siguiéndole una danza de niños, que con su tambor y flauta venían dangando a lo es­pañol : después de éstos iba el cacique B orosi con su lanza plu­mas y patenas llevando tras de sí su C abra (su capitán o lu­garteniente) a quien seguían los indios adultos y a éstos los muchachos de doctrina, las mugeres y niñas, unas tras otras: Siguióse luego el cacique Y ebeque con su C abra y su gente dis­puesta con el mismo orden que la passada, llevando delante de si una danga de niñas de la doctrina. Seguíase luego otra danga de indios grandes y detrás el cacique M onugo con el mismo orden, y tras de éstos una danga de mugeres que ve­nían cantando a lo indio, y detrás el cacique M enena con su gente. Seguíale una danga de diablicos y a éstos el cacique B aga con su parcialidad. Sucedióse una graciosa danza al uso

( ') V éa se esta R elación en T esoros V erdod eros de la s In d ias. H istoria d e la P ro rin cia d * Son Ju an B au tista del Perú d« la Orden d e Pred icad o res, t. III, lib . I, ca p . V I, ed ición d e Rom a, 1682, en tres tomos en folio. E sta ed ición - -q u e es la ún ica— es y a ra ra . A s i, en la B ib lio teca N acional d e M adrid se g u ard a en la secció n de " lib ro s ra r o s " . Hemos tenido ocosió n d e co n su ltarla tn la B ib lio teca de los p ad res dom inicos de Lim a. T ran s­crib ió esta R e lació n e l m aestrescu ela de la ig les ia d e P an am á, licen ciad o don lu án R equ ejo Solced o , en su R elación H istórica d e la Ig le sia de C astillo del Oro, p u b licad a en la s R e lacion es h is tó ricas y g eo g rá lica s d e la A m érica C entral, t. V III. (M adrid, 1908).

del Perú que precedía el cacique M edi con su gente, al que se­guían unos niños con ramos en las manos vestidos de hom­bres y mugeres cantando y dangando al uso del Perú, y tras ellos en la forma que los demás el cacique Negri. Y luego doze niños con un pendón y una cruz muy enrramada, regando en alta voz las oraciones, y detrás de todos todas las justicias por su orden de suerte que toda la processión se remataba en los dos alcaldes ordinarios que me traían a mí en medio”.

“Caminaba toda esta multitud siempre debaxo de arcos triunfales, porque, aunque no havia más que ocho, en acaban­do de passar la processión, por uno, lo passaban los indios de­lante para que volviesse a recibirla, y mudándole de esta suer­te, siempre se iba por debaxo de los arcos portátiles. Saliónos a recibir el gobernador con todos los soldados a caballo y con sus arcabuses, y en descubriéndonos a un quarto de legua de la ciudad, mandó hazer alto y ordenando los soldados en dos alas, nos estuvo aguardando hasta que llegamos. Fue pasando por en medio toda la gente, que como venían con la disposi­ción referida, cogía buen trecho, y al tiempo que llegué al es cuadrón, mandó el gobernador disparar y nos hizieron una gran salva. Acavada, apeóse de su caballo y me dio las gracias en nombre de su magestad del mucho trabajo y cuidado que avía tenido en la reducción y enseñanza de aquellos pobreci- tos. Diome un gran caballo en que pude adelantarme en su compañía hasta la ciudad y apeándome en la entrada, quando llegó la processión, me volví a hazerme en el mismo lugar que antes traía. Aquí nos hizo otra salva la infantería que a pie nos esperaba, y a la puerta de la iglesia (catedral), el señor obispo, don fray Francisco de la Cámara, vestido de pontifical, y como iban llegando ios indios, iban hincando la rodilla y besando la mano, hize yo lo mismo, y con los niños de la es­cuela y seminario entré en la santa iglesia, cantando las leta­nías de Nuestra Señora, y acabadas, dixo el señor obispo una oración en hazimiento de gracias, dándomelas a mí después y honrándome tan gran príncipe y pastor. Fue un acto este de mucho gusto, porque no huvo persona que con lágrimas de devoción y alegría no celebrasse ver reducidas al gremio de la Iglesia tantas almas y que en tan breve tiempo se huuiessen cogido tan colmados frutos de tan inculta tierra. Fueron hos­pedados los indios en las casas de la ciudad con mucho gusto de sus dueños y pusieron gran cuidado en regalarlos.

A la tarde se pusieron en orden en la plaza, y viniendo uno a uno por su antigüedad, saludaron al gobernador dándo­le algún presente de las cosas de su tierra en señal de amistad y obediencia, y más de treinta muchachos leyeron con mucha destreza en sus libros y cartillas, ocasionando mil alabanzas que daban a Dios de verlos tan aprovechados. Otro día les con­firmó el señor obispo abiendo estado seis días en la ciudad muy agasajados de sus vezinos; tomando todos la bendizión del señor obispo y beneplácito del gobernador, nos despedimos para dar la vuelta a nuestras montañas” (^).

El padre Lázaro de Aspurz, O. F. M., Cap., carga la pluma con cierto rigor al describir la labor misionera del padre Adrián con los indios del Istmo. Es cierto que el padre Arpurz se do­cumenta en los Archivos de Propaganda Fide de Roma, pero su relación no concuerda con la que otros historiadores hacen del ilustre dominico.

Dice el padre Arpurz: “Destacada figura del apostolado dominico en América es el flamenco fray Adrián de Santo To­más (von Uffelde). Entró en edad temprana en la Orden, y ya en 1621 le hallamos trabajando entre los indios del Guaimí (Panam á), como miembro de la provincia del Perú (^). En 1638, a invitación de las autoridades de Panamá, emprendió la reducción de los habitantes del Darién. Falleció en 1648 (‘ ).

“Llama la atención — dice el padre Aspurz— en este em- prendor misionero, cuyas proezas, a decir verdad, no corres­ponden en la realidad al ruido con que él mismo se encargó de divulgarlas en multitud de cartas y relaciones, el empeño singular de obtener de la congregación de la Propaganda Fide el título y facultdes de misionero. Ya en 1627 hacíase recomen­dar con este fin a la congregación; ésta se contentó con pedir informes al nuncio de Madrid sobre las cualidades y situación del religioso. Volvió él a la carga repetidas veces y, por fin, tras nueva consulta al nuncio, un decreto de ia Propaganda de 24 de noviembre de 1642 le confería el ansiado título; pero, como es natural, debió de quedar retenido el despacho en el consejo de Indias, porque en 1647 continuaba fray Adrián clamando por el título que no llegaba. Por lo visto no hallaba suficiente

(’ ) Taeoros ▼ «idad«ros d« In d ias, t. III, lib . I, co p . IX.(^) El p ad re A d rián lleg ó a P an am á en lt>22.(^) E l p'odre A d rián sa lió de P o n am á p a ra e l D arién e l 24 de noviem bre de 1637-

la “misión apostólica” que los misioneros españoles hacían de­rivar tan sin dificultad de la O m ním oda de Adriano VI (^).

La audiencia real de Panam á hizo, con fecha de 8 de mar- zode 1645, una información de oficio sobre los méritos y ser­vicios del padre Adrián”. El mismo escribió a los cardenales de la Propaganda Fide, narrando sus apostólicas labores en­tre los indios, en “las ásperas montañas del Guaimí y los abi- tadores más indomables y feroces del Darién”. La carta fue escrita en Panam á a 15 de diciembre de 1647. Ambos docu­mentos publicamos en el Apéndice.

El padre C. Bayle, S. J ., competentísimo americanista, es­cribe del padre Adrián: “Quiero, para dejar buen sabor a la boca, ingerir a la monotonía de las páginas anteriores unos deliciosos párrafos, índices de las industrias a que echaba mano el celo pedagógico para sortear las dificultades que la vida en los bosques oponía a las ansias evangelizadoras. El au­tor debió de ser ingenio alegre de pluma suelta, un poco so­carrona. “Misionaba hacia 1621 entre los bárbaros del Guaymí, el dominico fray Adrián de Uffelde” (a continuación reprodu­ce la relación que nosotros hemos aducido del colexio de niños indios del padre). Y luego añade: “en Guaymí y la nación in­tratable del Darién, donde edificó los pueblos de San Enrique, San Jerónimo, San Ju an y el colegio de niños, redujo más de diez mil naturales a la obediencia del rey. Enseñó a gentiles, bautizó tantos que en sólo niños dio al cielo más de cinco mil almas” (= ) y cita en confirmación de sus asuntos el In form e de fray Antonio G onzález d e Acuña a l nuestro padre m aestro general de la O rden d e P red icadores, pág. 108.

El historiador dominico, padre Juan Meléndez, autor de la interesantísima obra. Tesoros verdaderos d e las Indias. His­toria d e la 'provincia de San Ju a n B au tista del Perú d e la Or­den de P red icadores, fue contemporáneo del padre Adrián, vi­sitador y vicario provincial del obispado de Panam á y de la provincia del Darién. Por comisión del reverendo padre pro­vincial del Perú, padre Juan de los Ríos, hizo una información sobre el terreno de la misión del Darién para enviarla al reve-

(*} La ap o rtació n ex tra n i» ra a lo s m isión ** «sp añ olM dal Patronato R *g io , ca p . III. El padre A&pur?; c ita e l A rchivo d e la C o ng reg ación d e la P rop ag an d a F ide, SA. 142, iol. 326: 189. lote. 153, 158; 260, {ote. 66 y 67. A cta, 1629, 7 ag osto . No. 4 , fol. 311; 1642, 23 junio . No. 39, Íol. 121.

(-) E sp añ a y lo ed u cació n popular en A m érica , ca p . VI.

rendísimo padre general fray Antonio de Monroy, a Roma. En dicho informe se dice de fray Adrián Uffelde: “El padre fray Adrián Vfeldre, varón apostólico, hijo de esta provincia (de San Ju an Bautista del Perú) fue el primero que les predicó la fee (a los indios del Darién) gastando toda su vida sin fruto entre ellos; la comunicación lo hizo amable y aunque repug­naron siempre la ley de Dios que les predicaua, por opuesta a sus vicios, admitieron algunas leyes políticas que les dio que hasta hoy (1681) las observan. De este religioso se deriuó en ellos el amor a los demás que visten nuestro sagrado hábito sin querer admitir en sus tierras religiosos de otras religiones, como se experimentó en ocasión que fray Tiburcio Redín (fray Francisco de Pamplona), religioso capuchino con otro com­pañero entró a predicarles. El informe completo copiamos en el capítulo siguiente.

Favores y títulos para el padre Adrián los pedían sus mismos superiores regulares, como nos lo dice el autor de Te­soros V erdaderos d e la Indias. Escribe el padre Menéndez: “El capítulo general de 1628, exponiendo los trabajos del padre Adrián, dize en sus actas: “Pide la misma razón de los méri­tos extraordinarios, que se varíen las leyes de los premios, y que a méritos no acostumbrados sean también los premios irre­gulares y fuera de los comunes, para que sean laureados aque­llos religiosos que llegaron a la cumbre de su mismo mereci­miento. Destos es uno el R. P. fray Adrián de Santo Tomás. In ­trépidamente se arrojó a las gentes bárbaras y trabajando in­fatigablemente en los oficois de su salvación en las provincias de Tierra Firme y Veragua, consumió gloriosamente el tiem­po de siete años.

“Es cierto que ha bautizado por sus manos más de mil y quinientos gentiles.

“Por lo cual nosotros no pudiendo, aún usando de nues­tros derechos hacerle por lo menos predicador general, por no tener todavía 35 años cumplidos (en 1628), siendo así que es digno y merecedor por sus trabajos de más superiores pre­mios, postrados a los pies de vuestra reverendísima (escribían al padre general), humildemente le pedimos se digne promo­ver al honor de una predicatura general, sino también a los honores y grados de la religión: lo cual no sólo a este definí- torio y provincias sino también a las majestades divina y hu­mana católica, será agradable”.

Casi lo mismo y en idénticos elogios, volvió a pedir la pro­vincia al reverendísimo padre maestro general fray Ju an Bau­tista de Marinis en el capítulo general de 1649”, y los padres reverendísimos atendiendo a tan sagrados trabajos y fatigas, le fueron honrando siempre con los premios de la predicatura general, después con el de una presentatura y últimamente con el sagrado honor del magisterio” (^).

“Pero el espíritu grande de su celo de las almas, siendo ya viejo, y no pudiendo asistir por su persona a estos hijos, que había regenerado por la fe, a la Santa Iglesia, procurando hubiese obreros que saliesen con sus fuerzas las que él iba per­diendo con los años, les enseñaba a algunos frailes mozos y aún a los niños que no lo eran, con esperanza de que lo ha­bían de ser, a que él los iba inclinando con el trato, las len­guas de aquellos indios, para que nunca faltasen ministros de su doctrina. Y para esto, disponiéndolo los prelados asistía en el convento de Panamá, dando desde allí calor a las pro­uincias que había traído a Dios. Allí le cogió la muerte lleno de años y méritos” (-).

El reverendísimo padre maestro general de los predicado­res, Nicolás Rodussio, con fecha de 25 de enero de 1642, escribió al padre Adrián una extensa carta, en la que hace una sínte­sis de sus trabajos misioneros, le nombra vicario provincial en todo el territorio de su misión, y le concede amplias facul­tades y jurisdicción sobre los misioneros, independientemente del provincial de la provincia de San Ju an Bautista del Perú. Termina su encomiástica epístola aconsejando al padre, que,

(1) E l titu lo o g rad o d e p resen tatu ra e q u iv a lía a l g rad o d e licen ciad o , y e l d e m a es­tro o m agisterio a l de doctor. S ó lo e l . cap itu lo o m aestro g en e ra l d e la orden p e d ia otorgar e l g rad o d e m agisterio . E l núm ero d e titu lo d e la p resen tatu ra y del m agisterio era proporcionado a l núm ero d e re lig io sos d e co d o provin cia re lig io sa . A s í, en la pro­v in cia d e S o n Antonio d e N uevo G ra n a d a (Colom bia), en 1569 se conced ieron cu atro p re ien tatu ro s. En 1589, s e is p resen toturos y cuotro m agisterios. En 1608, d oce presen- ta tu ras y o ch o m ag isterios. En 1670 se fijó en d oce m ag isterios. P a ra e l g rad o de m a­g isterio s e re q u e r ía te n e r 35 añ os y 11 d e profesorado, y p o ro lo p resen tatu ra, h ab er enae&odo u a añ o de iilo so fía , dos d e te o lo g ía y h a b e r sido du rante u n añ o m aestro d e estu diontes. Lo p resen tac ió n o recom en dación d e los condidatos la h a c ía e l cop ítu lo o e l p rovin cial, y e l m aestro g e n e ra l o e l cap itu lo d eterm in aba s i a l can d id ato lo h a c ía n o no digno d el prem io. Los q u e person alm ente tra b o io b a n por o btener dichos títu los te­n ía n su ca stig o estab lec id o por lo s ley e s (C ír. M anum . Ord. Fratrum P n ed . H istórica, t. X , p. 108, 275; X I, p . 120; X III, p . 98 ; X II, p. 333 d e la ed . d e Rom o, d e B. ReilcerO-

(*) T esoros v erd arero s d e la s In d ias, t. III, lib . V , ca p . I. Este h istoriador n o s e ñ a la la le c h a d e la m uerte d el padre A d rián ; pero lo exp resió n " lle n o d e añ os y m éritos do a entender q u e se h a lla r ía sob re los sese n ta . E l p o d re A spu r*. en e l lu g a r citad o, nos h a d ich o : " lo lle c ió en 1M 8". A hora b ie n , en 1848, e l p ad re A d rián n o p a so b o d e 50 años, lo qu e no con cuerd a con la plenitud d e añ os qu e le d a e l h istoriad or dom inico.

después de la predicación del Evangelio y de Jesús Crucifica­do, predique la devoción al Santísimo Rosario de Nuestra Se­ñora, como que en él se enseñan todos los misterios de nues­tra salvación, a fin de que el enemigo del padre de familias no pueda hacer germinar la mala semilla en tierra sembrada de rosas del Rosario Mariano” (^).

El lector puede ver el texto de esta bella carta en el Apén­dice.

El padre fray Martín de Valencia, que fue cura de San Enrique, en la información de sus méritos y servicios, hecha en Panamá el día 18 de agosto de 1641, dice que “salieron de las montañas con sus mujeres e hijos y se han reducido a po­blación y policía más de quinientas personas, las quales todas acuden a la doctrina aviéndose bautizado por m í mismo tres­cientos cincuenta y dos infieles como consta en el Libro del Bautismo y están industriados en las oraciones y doctrina cristiana y viven con mucha perseverancia en todo lo que de­ven hacer como cristianos y se casan en haz de la Santa Ma­dre Iglesia” (^).

El testigo Domingo Rodríguez, declaró: . .E l padre fray M artín de Valencia tiene en doctrina ordinaria de niños más de ciento y treinta y en la doctrina mayor de toda gente, más de quatro cientas y cincuenta personas” (‘ .

Otro testigo de esta información de méritos, añade: “ . . . Este testigo fue padrino de muchos que estando allí se bautizaron mui contentos y alegres de recivir el Santo Bautis­mo. . . Los muchachos pequeños que jugavan en las calles sólo lo que hablaban era cantar la salve de Nuestra Señora, y esto vio este testigo y es la verdad” (^).

El padre fray Adrián de Santo Tomás, en carta de 13 de marzo de 1638, escribía al presidente de la real audiencia, don Enrique Enríquez de Sotomayor: “Todos los días a los que están conmigo les enseño con mucho amor los misterios de nuestra santa fee y a rrezar y a los niños a leer y escribir y

(<) M uchos de esto s docum entos re ieren tes a l m isionero p ad re A drián d e San to To­m ás, tra íd o s d e l A rchivo d e la P rop ago n d a F ide d e Rom a, en co p ia io to g rá iica , s e exh i­b ieron en la E xposición C om ercia! In tern acio n al de C olón (P an am á) qu e tuvo lu g o r del 20 de m arzo a 4 d e a b r il d e 1954, eu la S ecció n H istórica . Proceden d el A rchivo d e la P rop agan d a, E scritu ras an tig u as 142, íol. 326; 189, io ls . 1S3, 154, 158; 260, ío ls . 66 , 67. A sta , 1629, 7 d e ag osto . No. 4 , fol. 311; 1642, 23 de junio , No. 39, iol. 121.

(^) A rch. da In d ias, Ib id . (A. N. P ., n. 277).(») A rch. d e Ind ios, ibid . (A. N. P ., n . 277).(*) A rch . de In d ias, ibid . (A. N. P ., n . 277).

tengo ya más de seis que deletrean en las cartillas de que es­tán SUS padres muy gozosos, bien es verdad que son muy su­persticiosos y saben proponer con mucho ahinco sus rritos y leyes, pero con todo eso dizen que lo que yo les digo les parece mejor, y muchos dellos todos los días antes de yr al trabajo y después dél vienen a la capilla que tengo a tomar agua ben­dita y quando a los enfermos les digo el santo Evangelio y les doy a beber agua del cáliz dizen que se hallan mejor y abiados”

En los documentos arriba aducidos hemos visto también nombres de otros misioneros, además de los citados en la in­formación de Carrisolio, tales son el padre fray M artín de Va­lencia y el hermano lego fray Luis Fernández. El padre fray Martín, después de haber trabajado laudablemente como mi­sionero en el Darién, dejó el hábito dominicano y se incardinò a la orden de San Pedro, como entonces se llamaba al cleri­cato secular. En la información de méritos y servicios que él mismo hizo en la audiencia de Panamá, con fecha de 18 de agosto de 1641, comienza así su exposición: “Señor — con in­formación de oficio a pedimento del padre fray Martín de Va­lencia, religioso que fue de Santo Domingo, oy clérigo presví- tero, etc.” (2).

De los sufrimientos y privaciones que tuvieron que sopor­tar los misioneros en su ministerio apostólico, es buena prue­ba lo que el padre Adrián escribía al gobernador de Panam á:

. .E l once de este mes (marzo de 1638) llegó el capitán Juan Lorenzo con mucho gusto mío y de los que al presente esta- van en este asiento, porque llegó a tan buen tiempo que pro­meto a vuestra señoría que a quince días que no decía misa por falta de vino y otros tantos que no ha entrado en mi cuer­po más de yucas y plátano y esto muy por tasa, todo se me haze suave quando considero que el fruto que con ellos se ha sacado es grande para ser brebe el tiempo que ha que vine a esta provincia que certifico a vuestra señoría como xpiano que cada día me voy consolando mucho por verme ya con justicias y las rrosas que son las dos cosas que han de faci­litar el que vengan a conocer a Dios Nuestro Señor.

Agradezco mucho el cuydado de vuestra señoría de aver-

( ') Areh. de In d ias , ibid . {A. N. P ., n. 275).(*) A tch . d e In d ias, A u d ien cia d e P an am á, G9-3-34. (A. N. P ., no. 277).

me enbiado el sustento que al fin con eso se podrán rremidiar algunos rratos de hambre que a estar estos yndios con pobla­ciones y juntos, no fuera necesario nada de esto, porque con pedir limosna, me sustentara como lo hizieron los apóstoles y ymitándoles {roto e l original) benido con una camisa y sin alforjas; pero considerando que aquí por aora no ay cosa a que recurrir ni yo soy santo que me han de sustentar los ángeles es fuerza para que esta santa obra vaya adelante que vuestra señoría como tan gran ministro de su magestad me socorra de quando en quando, como está determinado, no ol­vidando vuestra señoría de escribir al cacique y a Julián que importará mucho que conmigo ya tiene vuestra señoría cum­plido, aunque es verdad que los súbditos se consuelan mucho con quatro rrenglones de sus superiores, y yo mucho más con los de vuestra señoría por lo mucho que amo y rrespeto a vues­tra señoría, pues después de Dios, por sólo este amor dejé mi quietud, provecho y rregalo y me puse a padescer tantos tra­bajos que sierto son muy grandes como contará a vuestra se­ñoría el capitán y el sargento” (^).

En la información de méritos y servicios de don Julián de Carrisolio declaró el capitán de artillería don Diego Flores de Miranda. En la contestación a la cuarta pregunta men­ciona a los misioneros dominicos que ejercían su ministerio sagrado en el Darién. “El dicho señor presidente de la audien­cia real (de Panamá) envió al padre fray Adrián de Santo Tomás de la orden de Predicadores, y así mismo han ido des­pués religiosos, como fueron el padre fray Jerónimo Flores, predicador de la dicha orden, el padre fray Marcos Mejorada, y el padre fray Sebastián de la Torre y el padre fray Domingo de Vetres y agora de presente (1645) va el padre fray Pedro Palomino para administrar los Santos Sacramentos y ense­ñar y plantar la fee de Cristo por cuyos medios se han redu­cido y baptizado muchos y congregados a población, cosa no acostumbrada entre ellos, pues hoy están poblados tres pue­blos, como es San Enrique, San Jerónimo y San Juan, en que tienen sus iglesias con sus pilas de bautismo y doctrinas que les enseñan a rezar. . . ” (-).

En los documentos preinsertos hemos visto también los

(>) A rcb . d« In d ias, A u diencia de P an am á, 69-2-29. (A. H. P.).(*] A rch, d e India», A u diencia d e P an am á, 63-3-34. (A- P't

nombres de otros misioneros dominicos, como del padre fray Martín de Valencia y del hermano fray Luis Fernández.

El ímprobo trabajo apostólico del padre fray Adrián y sus compañeros no fue tan estable como merecían sus privaciones y sacrificios en el Darién. En el año de 1651, es decir, a los catorce años de haber entrado el padre Adrián en compañía de don Julián de Carrisolio, hubo un levantamiento general de los indios del Darién y acabaron con todos los proyectos de su civilización y reducción pacífica, que con tan halagüe­ñas esperanzas se iba consolidando.

“El cabildo, justicia y regimiento de la ciudad, de Pana­má”, informaba al rey con fecha de 20 de noviembre de 1651: “Señor — decía— : por agosto deste presente año sin más mo­tivo ni fundamento que su mal natural se levantaron a una todos los indios de la provincia del Darién, hallándose muy agasajados y beneficiados de los ministros de V. Mg. en su real nombre efectos propios de su poca fee y poca seguridad por ser hijos de la traición que se ha conocido bastantisima- mente en la experiencia general que con esta gente se ha te­nido, cuyo interés es tan grande que a fuerza de dones y dá­divas obra aún en lo espiritual sin que en esto, que es lo prin­cipal, que se atiende, se puede esperar fruto según su obsti­nación y cuán abrazado tiene lo libre y depravado de su vida a que ayuda mucho el no governarse por una caveza sola, sino por muchas parcialidades que no es el menor inconveniente para su reducción como se ha visto con tanto tiempo que a que se les predica el Evangelio con cuidado y celo que es noto- torio assí por los religiosos dominicos como los capuchinos que desconfiados del buen subceso han ajustado por impossible el remedio destos naturales y en particular de los grandes en quien por maravilla se imprime la buena doctrina de los reli­giosos y aunque en los de corta edad está más dispuesta la materia, en creciendo siguen a sus mayores con facilidad y la libertad de sus costumbres cuyo exemplo los pervierte sin re­paro siendo después el daño m ayor. . . Los daños que al pre­sente an hecho son muchos assí en vidas de españoles negros como en haciendas. . . No todo lo allanan los ministros evan­gélicos y tal vez el tener presidio hace más efecto que lo suave de la doctrina y más con gente de calidad desta a quien el bien ni reduce ni obliga y supuesto quel subceso atribuyese a esto o al otro accidente a descubierto lo poco que hay que fiar ni

esperar en ella, por ser tan bárbaros reconocidos los daños grandes que an recivido y pueden recivir los vecinos desta ciudad y de los lugares de su jurisdicción cercanos a la pro­vincia. En cuya atención se halla este cabildo obhgado a re­presentar a V. Mg. lo que por menor refiere en esta carta y a dar que se allane y conquiste la dicha provincia a fuerza de armas, previniendo el inconveniente de mayor pesso que es la comunicación y trato estrecho que tienen estos naturales con los enemigos, los cuales con mucho cuydado les regalan y dan cuanto piden y conseguirán dellos lo que quissieren, punto que pide breve y conveniente reparo” (i).

También en la Isla del Rey, en el archipiélago de las Per­las, había, a principios del siglo X V II, una doctrina de indios al cuidado de un padre dominico. En relación con esta doctri­na informaba a la corona la audiencia de Panam á en 1607: “Los de la Isla del Rey solían tener un fraile dominico que ellos pagaban, y ya por su pobreza lo an dejado de tener” (^).

En el año de 1645 don Julián de Carrisolio mandó hacer una información de sus méritos y servicios, en la real audien­cia de Panamá, pidiendo en recompensa nada menos que “tí­tulo de marqués, adelantado o almirante de toda la provincia del Darién”.

En la exposición de motivos que aducía Carrisolio, decía lo siguiente: “ . . .Aunque con efecto se hizo jornada por parte de este reino, a cargo del capitán Gerónimo Ferrón, y por la de Cartagena se hicieron dos: una por Sebastián Tristán y otra por don Francisco Maldonado y ninguna surtió efecto, por ser los indios demasiadamente belicosos y bárbaros, y todo lo que por medios tan costosos no se pudo conseguir, lo he conseguido yo, haviendo aportado a estas provincias del Da­rién de edad de 13 años en un barco en que hivan algunos es­pañoles, a quien los dichos indios mataron, el año de veinti­trés (1623) dejándome vivo por mi poca edad, y desde enton­ces aprendido la lengua, les fui dando a entender la falsedad de sus dioses, y la verdad de nuestra Santa Fe Católica y gran­de conveniencia que tendrían de ser vasallos de vuestra alteza, oponiéndome en todas sus juntas a sus gustos y barbarida­

( ') Areh. de In d ias, A u dien cia de P an am á, 69-2-41 (A. N. P ., n . 284).(*) P u blico d a en R elaeion es H iatórieae y G eo g rá iica s d e la A m érica C e n tia l, C olección

d e lib io s y docum entos referen tes o la H istoria de A m érica , t. V III, p ág . 208 d e la ed ición d e M adrid, 1908.

des, con riesgo manifiesto de mi vida, de que resultó que por espacio de trece años que viví entre ellos, a mis persuasiones los reduje a que saliesen conmigo a pedir sacerdote que les instruyese en la Santa Fee para recibir el Santo Bautismo y Juntamente a dar la paz y obediencia a vuestra alteza como lo han hecho y es notorio, pues hay tres pueblos donde se vive en pulida con doctrina e ig le s ia ... Y porque conste y por discurso de tiempo no se confunda la verdad, y porque preten­do acudir a vuestra real persona a pedir que en premio de los dichos servidores me haga merced de título de marqués, ade­lantado, o almirante de todas las provincias del Darién y de­más que conquistare y redujere, con título de señoría y dos mil pesos ensayados de toda la superintendencia en el gobier­no, político, militar y de justicia y de dos hábitos de cualquie­ra de las órdenes militares que su magestad fuere servido, el uno para m í y el otro para el hijo primogénito que tuviere, y por agora de diez mil pesos de plata ensayada, por vía de ayu­da para poder proseguir en dichas reduciones y pacificación por haber muco más que reducir y pacificar que lo reducido, que todo confine y esté continuo vertientes a esta mar del Sur y a la del Norte. . . A vuestra alteza pido y suplico man­de se haga información de oficio de los dichos servicios.. . ” 0 ) .

El testigo Ju an Lorenzo, capitán da en su declaración al­gunos detalles interesantes sobre la persona de Carrisolio; “Dixo lo siguiente.—Que el año de mil seiscientos y treinta y seis por el mes de julio tuvo este testigo una carta del teniente Pablo Martín, vecino de la ciudad de Puerto Velo, en que le avisaba que los indios hacían robos y muertes en el distrito de esta ciudad, eran de la provincia del Darién y que esto lo sabía porque un M artín Domínguez, marino, yendo a rescatar con los indios de Urabá, se llegó a la playa del Darién con su barco a pescar tortugas y en ella vieron un mozo, al parecer, según la vestidura, aparecía indio, los cuales se quisieron re­tirar con la canoa, y que el dicho mozo les empezó a dar gritos y hacer exclamaciones en lengua española, y decir que por amor de Dios llegaran y no se retornaran que era cristiano y español, hijo del Puerto de Santa María y el dicho Martín Domínguez, visto esto, llegó a tierra, y habló con el tal mozo y le abrazó y le dijo que se llamaba Julián Carrisolio de Alfa-

(*) Arch. dt ladiot. Audiencia d® Paaamá. 69-3-34 (A. N. P., a. 281).

raz, y que el dicho M artín Domínguez hizo que salieran del monte unos indios con armas, y el dicho Julián les dijo que no se alborotaran, porque él propio les había traído allí, aguar­dando que viniera barco, por quanto les había dado a enten­der cuán buena era la ley de Dios y no la suya, los cuales in­dios llegaron con muchísimo gusto y le abrazaron al dicho Martín Domínguez y a sus compañeros y les dijeron que que­rían ser cristianos y dar la obediencia al rey nuestro señor” (i).

A la sexta pregunta dijo, que el dicho Carrisolio se ha mostrado siempre con buen égemplo de cristiano y católico y fue vasallo de su magestad entre los dichos indios, pues se ha hecho de ber que viniendo el enemigo holandés por la Mar del Norte, procurando los dichos enemigos agasajar a los in­dios que confinan con la dicha Mar del Norte, dándoles can­tidad de herramientas y cuantas y mucho rúan para hacer camisetas, y dándoles a entender de que les convenía ser sus amigos y que siempre les darían las herramientas que hubie­ren de menester, y ropa para vestirles ellos y sus hijos, con que les dieron entrada para poderse poblar allí, y pasar a esta Mar del Sur, dándoles entender a los dichos indios como los españoles no les habían de dejar que hicieran vida más que con una mujer, que contamente con eso les habían de opri­mir, y que ellos les habían de dejar libres con todas sus mu­jeres, conforme la usanza que habían tenido siempre y dán­doles a entender también que los españoles les habían de opri­mir y que lo mejor era, que se sumaran todos juntos y m ata­ran a los españoles y sacerdotes que estaban en la provincia y quedarían en su libertad, para lo cual, respecto de ser hom­bres codiciosos los dichos indios, quedaron de acuerdo de ha­cerlo así, y m atar a los españoles y a los religiosos, los cuales indios se lo contaron a otros, y los holandeses se fueron por socorro y fuerza de gente, para ponello en egecución en con­formidad con lo que habían tratado con ios indios, y los in­dios que lo habían oído a los que lo habían comunicado con los holandeses, se lo dijeron y trataron con el dicho don Julián, el cual visto esto, llamó al cacique y a los indios principales, les dijo lo que habían tratado los indios del Mar del Norte con los holandeses y que cómo se consentían aquellas relacio­nes siendo vasallos del rey nuestro señor, para lo qual el di­

( ' ) A rch . da In d ias , ibid . (A. N. P ., n. 281}.

cho don Julián con cantidad de indios bajó a la Mar del Norte y riñéndoles a ios que hablan tratado con el enemigo lo arri­ba referido los redució y aquietó dándoles a entender que eran enemigos del rey nuestro señor aquellos y que sólo trataban de engañarles y después volvieron los holandeses y no les de­jaron saltar en tierra y fue a bordo de los navios holandeses una canoa con indios, y se llevaron una india hembra de diez y seis años y un indio de veinte, por no haver venido en lo que havían tratado con ellos y los demás indios se echaron al agua y salieron a nado a tierra, y se los llevaron para en­señarles su lengua y después de savida traerles otra vez para tratar de hacer las paces, y save este testigo que con mucha facilidad puede el enemigo pasar a esta Mar del Sur si le dan lugar los dichos indios, como lo hicieron los años pasados, que pasaron la lancha en hombros, en cuarteles, y la armaron en esta Mar. Y este trato que hicieron los indios y los holandeses lo save este testigo por se lo haver oído decir a don M artín de Balencia, clérigo presbítero que en aquella sazón era cura y vicario del pueblo de San Gerónimo, de los tres que tiene fun­dados el dicho don Ju lián Carrisolio, y haberlo reducido a nuestra Santa Fee, está seguro de que el enemigo holandés no puede tomar puerto ni pasar a esta ciudad por lo mucho que quieren al dicho don Ju lián” (^).

Don JuUán Carrisoho estuvo largo en pedir mercedes a la corona por sus servicios. Con todo el rey se mostró generoso con él, teniendo en cuenta sus buenos servicios en favor de España. Los títulos otorgados los heredó su hijo. En la guerra contra los escoceses, en las costas del Darién del Norte, por los años de 1699-1700, aparece al frente de los indios leales al rey de España, don Luis de Carrisolio y Alfaraz, “maestre de campo, alcaide de Justicia mayor y capitán a guerra de la provincia del Darién” (-).

Sin duda alguna era hijo de don Julián de Carrisolio y Al- fai'az, quien solicitó de la corona para sí y para sus “suceso­res y descendientes” los honores mencionados.

Añade el ilustrísimo Rojas Arrieta:“No hallándose más los indios del Darién bajo la direc­

ción de Carrisolio que muy probablemente había muerto, pues

(’ ) A rcb . d« In d ias. A u d ien cia d e P an am á, 69*3-34. (A. N. P .. n . 2 B lj.(*) A reh. d« In d io i, A u d ien cia d e P an am á. 69*6*9. (A. N. P » n . 313).

no hemos vuelto a encontrar más nada relativo a él en los años posteriores al 1637 (^), en que por su influencia y buenos ofi­cios se sometieron. Llevados de sus instintos sanguinarios y de rapiña, volvieron a levantarse y cayeron sobre las pobla­ciones darienitas, y sobre las haciendas que allí tenían los es­pañoles, robándolas, talándolas, incendiándolas y matando a cuantos caían en sus manos. En vano se mandaron fuerzas a detenerlos y sujetarlos; no se consiguió nada, sino lo contrario, pues, irritados los indios, aumentaban sus depredaciones y ase­sinatos. Los religiosos tuvieron que salir huyendo para no ser víctimas de aquel estrago, y el gobierno juzgó más conducente suspender por entonces su persecución y esperar mejores tiempos en que con mejores elementos pudiese emprenderse campaña formal contra ellos. Se les abandonó, pues, la región, ya que no daban señales de pretender avanzar hasta la capi­tal. Fácil es concebir la pena que experimentaría el ilustrísi­mo señor Ramírez al ver terminadas aquellas misiones poco ha tan prósperas y florecientes.

Hacía ya como quince años que estas costas se habían convertido en teatro de depredaciones y crímenes cometidos por los piratas que de Francia e Inglaterra aparecían casi cada año. No van errados los hitoriadores que opinan que esta era una medida política empleada por Francia e Inglaeterra para destruir el poderío de España en América y disputarle la presa. Las expediciones de piratsis se componían de hombres, no sólo ladrones, sino también crueles y sanguinarios, man­dados por capitanes que reunían esas mismas condiciones en grado superlativo. Eran hombres tan desalmados y feroces que bien se les podía aplicar el retrato que de ellos hizo Voltaire: “Tigres dotados de razón”. No hay que admirarse que al ex­clamar un colono: “Allá asoma un buque pirata”, la pobla­ción entera se llenara de pavor” .

(^) Don lu lián d e C arrisolio y A lfaraz v iv ió b a s ta n te s a ñ o s m ás. después d e la fech a q u e s e ñ a la e l ilu strísim o R o ja s y A n ie ta , com o verem os en e l ca p ítu lo sig u ien te . Y a hem os visto cóm o estu vo p resen te a la fu n d ación de S a a lu á n d e la V e g a d e T oco rcu n a e l d ía 12 d e sep tiem bre d e 1643. Cuando los m isioneros cap u ch in os de l a provin cia d e C astillo v in ieron a l D arién en 1648, d ice la c ró n ica de la O rden C o p u ch in a: " . . .L i e * g aro n a l D arién a 14 de junio d e 164B y fueron conducidos a l sitio de su resid en cia , por e l m aestre d e cam po don Ju lián de C arrisolio y A lfaraz, g ob ernad or d e a q u e llo pro* v in c ia , e in sign e deuoto e b ien h ech o r d e la O rden, e tc ." (Pad re F ro ilán d e R ío N egro. R e lacion es d e la s M ision ei d e los Pad ree C apuchinos en sxts an tig u as Prov in cias Españo* la s , h oy R epúblieo d e V en ezu ela , 1650<1817. S ev illa . 1918).

(2) R eseñ a h istó rica de los obispos q u e h a n ocupad o l a S illa d e P an am á, ca p . XV I.

Bancroft (Hubert Howe) dice: “Los piratas caían sobre puertos y ciudades españolas de América, y, poseídos de furor inefable, asesinaban a cuantos se opusieran a sus designios, mujeres, tanto como hombres. Encerraban a los comerciantes suficientemente precavidos para esconder sus riquezas en oportunidad de evitar su pérdida; sin alimentos, entregados a las angustias de la sed, aquellos desgraciados se veían ante el dilema de quedar en la miseria o sufrir la muerte más terri­ble. Cuando las partidas de los Drake, los Parker, los Oxenham, los L’Olonnois, los Morgan, Harris, Hawkings, Wright, y, en fin aquella trágica pléyade de ingleses, franceses, holandeses; cuando esos europeos, no españoles, caían en América espa­ñola, mermaban la población y daban lugar a la reconstruc­ción de ciudades. Eran una maldición. Ya constituido el gi­gantesco imperio colonial de España, fue oficialmente crea­da por la reina Isabel de Inglaterra, en 1570, la piratería. Co­menzaron los ingleses la obra del engrandecimiento del im­perio colonial británico. Lo que los conquistadores españoles son a la historia de la península, héroes puros endosados en la literatura española, son los piratas a Inglaterra, puros hé­roes endiosados a la literatura británica. Drake es el “héroe inglés” de Burton; Morgan fue hecho caballero y nombrado gobernador de Jam aica, como consecuencia de la destrucción de Panamá. Cuando los corsarios arribaban a costas inglesas, las manos teñidas de sangre y las bodegas rebosantes en bo­tín, era fiesta nacional. La reina de Inglaterra subió a bordo del Pélikan, el barco de Draqe que circunnavegó el mundo, y le dio el título de Sir Francis D rake. Carlos II protector de Morgan, obsequió a la biblioteca de la Universidad de Oxford una silla construida con las maderas del Pélikan” (^).

Fernández Mato llam a a Drake “la zarpa corsaria de la reina Isabel de Inglaterra” (-). En trece años la piratería anglo-holandés-francesa, ocasionó a España la pérdida de qui­nientos cuarenta y cinco navios.

Holanda, tan hostil a España desde que Felipe II puso a raya en los Países Bajos sus anhelos protestantes, trató de infiltrarse muchas veces, por su propaganda antiespañola, en los dominios de ultram ar del Rey Católico. En Holanda es

( ' ) HiBtciy oi C sn tio l A m erica , S a n F ran cisco . 1883, vol. II, C it. C ap ítu los X X III-X X X III.(*) TnijUlo 7 la T ran siorm aeióa D om inicana, t. I, p. 82 d e la ed. d e M éxico, 1945.

donde con mayor fuerza empezó a tomar cuerpo, a principios del siglo XV II, la L eyen da Negra, como hemos probado más arriba. A la sombra de la Compañía de las Indias Occidenta­les, que se estableció en Leiden, y a bordo de las naves neer­landesas, muchos hombres, mancillados por la herejía y guia­dos por enconada aversión a la España católica, se lanzaron a recorrer las costas de Tierra Firme y el Darién. En esa época la flota mercante de Holanda se componía de mil doscientas naves tripuladas por setenta mil hombres. Ju an de Laet fue en 1624 el primer director de la compañía de las Indias Occi­dentales. Laet y el irlandés Tomás Gage, quien, después de haber misionado mucho tiempo en el Nuevo Mundo, apostató, dejando la blanca librea dominicana para pasar a las toldas de la herejía protestante, contribuyeron no poco en difamar la colonización española en la América. Al recorrer las flotas holandesas e inglesas las costas del Caribe, crearon una atmós­fera pesada para España en los moradores naturales del Da­rién. En estas fechas se estaba incubando rápidamente en Ho­landa la Leyenda Negra.

Una de las expediciones dirigidas por el vice-almirante Simón de Cordes con cinco buques, resolvió crear una Orden de Caballería cuyo objetivo no era otro que el de hacer todos los esfuerzos para que las armas holandesas triunfasen en el país de donde el rey de España sacaba los tesoros empleados por tantos años en hacer la guerra a los Países Bajos. La nue­va Orden se llamó El león desen caden ado (^).

A mediados del siglo X V II se presentó en las costas da- rienitas uno de aquellos foragidos que había sido el terror de La Habana, Maracaibo y Guatemala. Este foragido llamábase Francisco L’Olonnois, jefe de bucaneros, “degollador de todos los tripulantes de un barco tomado por abordaje, que chupaba la sangre de su sable, o que arrojaba al agua la indefensa m a­rinería de cuatro barcas apresadas, dejando sólo un hombre para que llevase la noticia al gobernador de Cuba” (2).

Este pirata desembarcó con algunos centenares de hom­bres y se internó algún tanto en el bosque para explorar el territorio. Los indios del Darién, que habían divisado las na­ves que se acercaban, creyendo que eran españoles que venían a atacarlos, se juntaron en gran número armados de sus fle­

( i) C íirR ó m u lo D. C arv ia , H istoria d« l a L eyen da N egra, e tc .. Prim era Parte , ca p . III.(*) C arlo s P e re y ra , B rev e H istorio d e A m 4rieo, C u arta P arte , p á g . 258 d e la ed ición

d e 1938. S a n tia g o d e C hile.

chas y macanas y los esperaron escondidos en diferentes em­boscadas. Cuando el cacique creyó llegado el momento opor­tuno, dio la voz de ataque, armando la descomunal gritería que les servía de señal en esos casos. Los piratas fueron arro­llados por los indios y acometidos cuerpo a cuerpo, siendo pocos los que se escaparon de la matanza. El cadáver de Fran­cisco L ’Olonnais, jefe de la expedición, al ser reconocido por los indios como el principal de los piratas por los vestidos es­peciales que llevaba y por el número y calidad de las armas, fue hecho pedazos y arrojado a quemar en una hoguera. Al tenerse noticia en la ciudad de este hecho providencial de los indios, se dieron gracias con una solemne función religiosa, no a ellos que no lo habían hecho por defender a los colonos, sino por defenderse a sí mismos, sino al Todopoderoso que se había valido de ese medio para librarlos de uno de los más te­mibles piratas de la época (^).

Del pirata escocés Enrique Morgan, dice la historia que apoderado de Panamá, “le llevaron muchos religiosos a su pre­sencia y el fanático luterano los hizo asesinar cruelmente a tiro de pistola. No perdonaron sexo ni edad. Las mujeres que pretendían defender su honra, eran víctimas de las más ho­rribles crueldades, y Morgan era entre todos el que más goza­ba ejerciendo el execrable oficio de verdugo. Una honestísima dama, de alta condición y de una belleza incomparable fue conducida ante el tirano, quien pretendió hacerle aceptar sus infames caricias con mil halagos y promesas. Mostróse ella insensible a su fingido afecto y le dijo con entereza: “Señor, mi vida está en vuestras manos; pero en cuanto a mi cuerpo, tocante a lo que vos me queréis persuadir, será menester que primero mi alma se separe de él por la violencia de vuestro brazo”. Enfurecido Morgan de no poder vencer su constancia hizo que la encerrasen en una hedionda bodega. Al fin, por una cuantiosa suma, pudo rescatarse, viéndose libre de Mor­gan que pretendía llevarla a la isla de Jam aica” . . . Carlos II de Inglaterra dio al pirata Morgan el título de caballero, y fue nombrado gobernador de dicha isla en 1680. La horca, dice Bancroft {History o f C entral A m erica), hubiera sido una dis­tinción más adecuada” (^).

( ') Ilu strisim o R o ja s A ir ie ta , ob. cit., ca p . XV I.( ' ) Don V icen te Restrepo, La v id a e n e l istm o d e P an am á 7 la s in version es d e los

Buconeros en e l sig lo X V II. A péndice a la trad u cción d e los V io je s d e l io n o l W a íe r a ' Istmo d el D arién , B ogotá, 1868.

Esquemelín, pirata como Morgan, describe así la ciudad de Panam á en aquella fecha (1671): “Había en esta villa (sede también de un obispado) ocho monasterios, de los cuales siete para hombres y uno para mujeres; dos magníficas iglesias y un hospital, iglesias y monasterios estaban ricamente orna­mentados con altares y cuadros, inmensa cantidad de oro y plata y otros objetos preciosos, todo lo cual habían ocultado y escondido los eclesiásticos. Además de estos ornamentos, se veían dos mil casas de construcción espléndida y prodigiosa, todas ellas, o su mayor parte, habitadas por los comerciantes de aquel país, que son grandemente ricos. El resto de los mer­caderes y vecinos de inferior categoría, ocupaban otras cinco mil casas en la ciudad. También existían numerosos establos para los caballos y muías que conducen hacia la costa del Mar del Norte el oro y plata perteneciente al rey de España como a particulares. Los campos que circundan a la ciudad se ha­llan todos cultivados con fértiles plantíos y agradables jardi­nes, que proporcionan deliciosos paisajes a los vecinos duran­te todo el año” (O-

Todavía en nuestros días (escribo en 1948), después de tres siglos, permanecen en pie las paredes maestras de muchos edificios de la primitiva ciudad, incendiada por Morgan. La catedral y varios templos pertenecientes a las órdenes religio­sas, fácilmente podrían ser reconstruidos, lo que demuestra la solidez con que fueron levantadas aquellas obras coloniales.

Los despojos hechos en Panamá, los condujo Morgan en ciento setenta y cinco acémilas, cargadas de plata, oro y otros objetos preciosos, además de unos seiscientos prisione­ros entre hombres, mujeres, niños y esclavos.

Las Memorias de aquel tiempo afirman que “sexo ni con­dición alguna escapaban a las atrocidades de Morgan, puesto que a los religiosos y sacerdotes les otorgaban aún menos mi­sericordia —recuerde el lector que era furibundo protestan­te— , a no ser que pudiera afrontar considerable suma de di­nero, capaz de constituir suficiente rescate. A las mismas mu­jeres no se les trataba m e jo r .. . y su conductor y jefe, el ca­pitán Morgan, no les daba buen ejemplo en este punto (-).

Recordando este pillaje y destrucción de la ciudad, se ha

(^) De A m erica«n sch e Z ee-R o ov en , t. II.(*) Po p «1m d« Estado. E sp añ a , se r ie co lon ial, 1169-1874, n . 708 .

colocado una placa de bronce en los muros arruinados de la antigua catedral de Panamá, que dice:

M I TABERNÁCULO YACE EN RUINAS

ER., 10, 20.

Catedral de Nuestra Señora de la Ascensión. Construida de madera en 1535, reconstruida de mampostería y consagra­da por el obispo de la diócesis, Francisco de la Cámara, el 29 de septiembre de 1626. Parcialmente destruida por incendio el día 21 de febrero de 1644 y reparada en 1649 bajo el obispo Hernando Ramírez, la consagró el obispo Bernardo de Yza- guirre.

El pirata Henry Morgan tomó esta ciudad de Panam á que encontró en llamas el 28 de enero de 1671, cuando fue destrui­da esta catedral. Ruinas dignas de admirarse, porque señalan, en el silencio de la muerte, glorias y riquezas humanas que pasaron para siempre” (^).

E l inspirado poeta colombiano Julio Flórez, cantó a las ruinas de la catedral de Panam á la vieja:

Tu m ole fan tasm a l de p ied ra bru ta ro ta por el cincel del tiem po, yergue su lacerad a rigidez, a lbergue d el gran capuz que tu in terior en luta.

El m ar am a tu paz; preciosa gruta le finges cu an do en sueños te sum erges y él se goza larízándote e l asperges de su espu m a volátil e im poluta.

T erco el Ponto sus líqu idas saban as arrastrará h a sta ti con sus arenas, y an te el oro d e lím pidas m añ an as

y d e tardes purpúreas y serenas, a llí donde tronaron sus cam pan as desgran arán sus risas las sirenas (-).

(’ ) Texto d e la ley e n d a qu e llev a la láp id a de bron ce qu e se h a co locad o en la pated occid en tal d e la prim itiva co ted ra l d e P an am á.

(*) Oto y Ebono. p á g s . 11 a 18, ed ición d e Bogotá, 1943.

Y el poeta istmeño R. Heliodoro Valle:

Aquí escribió con fu eg o en la postdata su m en sa je en p a lac io y en vivienda,M organ, e l d em on íaco p irata , el del tesoro y el d e la leyenda.

E l m ar, qu é m ar! L a brisa, qué estupen da!L a tarde es nave inm óvil d e oro y p lata , y en las espum as ya d ejó su o fren da de jazm ines la luna tim orata.

P ero la torre en p ie —la torre h ispan a— a n te la cru el desolación se u fan a de h aber hab lado en bronce y oro puro;

y con sólo pasar por esta prosa tu recu erdo es orqu ídea m ilagrosa que h a florecido sobre el v iejo m uro a- q.

De la grandeza de la vieja ciudad de Panamá, sólo quedan en nuestros días ruinas de casas, puentes, conventos y frag­mentos de murallas, que el fuego y el tiempo no pudieron destruir por el carácter sólido de la construcción, destacándo­se sobre todo la torre de la catedral. El emplazamiento de la primitiva ciudad de Panamá, es, sin duda alguna, uno de los más pintorescos y románticos del istmo, y constituye el sitio más visitado y de mayor atracción del turista. Desde la ciudad moderna se puede llegar hasta él en automóvil en menos de quince minutos a través de una carretera am|5lia y bien teni­da. El gobierno ha embellecido este lugar y conserva con cui­dado sus venerandas ruinas.

Los piratas llegaron a destruir en seis años diez y ocho ciudades y treinta y nueve poblaciones de menor importancia en la América Meridional.

El holandés Henrich Smeeks (Esquem elin), que militó con los filibusteros y piratas en estas costas en la época a que nos referimos, ejerciendo el oficio de cirujano barbero, nos refiere algunas de las hazañas de aquellos “tigres dotados de razón”.

(*) L o tc iia - ó ig o n o d e la L o tería N acion al d e B en eficen cia de P an am á, junio de 1945, n . 49.

Hablando del saqueo de Portobelo, dice; “Provista su flota (de Morgan) con todo lo necesario y cargados con los mejo­res cañones de los castillos (de Portobelo), amén de clavar los restantes que no pudo llevarse, el capitán Morgan zarpó de Portobelo con todos sus navios. A los pocos días llegó con ellos a la isla de Cuba, donde buscó un lugar apropiado para dividir con toda equidad y reposo el botín adquirido. En mo­neda sonante había doscientas cincuenta mil piezas de a ocho, además de todas las otras mercaderías, como paños, lienzos, sedas y otros géneros. Con esta rica presa zarparon nuevamen­te de allí hacia Jam aica, su punto ordinario de reunión, donde se entregaron por algún tiempo a toda suerte de vicios y desór­denes, conforme a su acostumbrada manera de proceder, gas­tando con loca prodigalidad lo que otros habían ganado con no escasa laboriosidad y fatigas” (^).

El testimonio de Esquemelín se halla también confirma­do por otro testigo autorizado. John Style se quejaba ante el secretario de estado de la Gran Bretaña por los desórdenes de los piratas ingleses. “Es cosa común, decía, entre los cor­sarios, amén de quemarlos con fósforos y de aplicarles otros leves tormentos, cortar un hombre en pedazos, primero un poco de carne, luego una mano, un brazo, una pierna, a veces rodeando su cabeza con un cordel y torciéndolo con una vara hasta que se le saltan los ojos, a lo cual llaman resta . Antes de tomar a Portobelo se torturó así a algunos porque rehu­saron indicar un camino para la ciudad, que no existía, y a muchos en la ciudad, porque no querían revelar el secreto de tesoros que ignoraban. Algunos pusieron allí a una m ujer des­nuda sobre una piedra ardiente porque no confesaba la exis­tencia de un dinero que sólo existía en la imaginación de ellos; esto se lo oí declarar a algunos con jactancia, y uno que esta­ba enfermo lo confesó con pesadumbre” (-).

(^) De A m ericaen sebe Zee-Roovers (P iia ta s de la A m éiica). n P a ite , p á g s . 89-103 de la ed ición d e 1648, Londres.

(>) C alen d ario d e p ap e les de estad o , EspañO/ S e r ie C olonial. 1669-1674, n . 138. V éa se C. H. H atin g . Los b u can ero s en la s In d ias O ccid en ta les en e l sig lo X V II, ca p . V , traduc­ció n estp añ o la , P a iis -B iu ja s , 1939.

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CAPITULO I I I

Controversias en tre e l obispo de P anam á, e l rey y los superiores m ayores de los dom inicos sobre la m isión del Darién.

SUMARIO: Origen de estas controversias. — Los obispos de Hispano­américa y los privilegios de los religiosos exentos en las doctrinas de los indios. — Carta del obispo de Panamá al rey sobre los misioneros dominicos del Darién. — El rey se dirige al general de los domini­cos. — El general de los dominicos manda un visitador a las doctrinas del Darién. — Informe del general al rey y su consejo sobre los domi­

nicos doctrineros de los indios del Darién.

En la historia de la colonización de Hispanoamérica se tropieza frecuentemente con choques y asperezas entre los obispos y los curas doctrineros de indios pertenecientes a dis­tintas órdenes religiosas, originados de privilegios de exención que los religiosos gozan, en virtud de bulas pontificias. Era pleito inacabable — dice el padre Bayle— , tenaz entre obispos y regulares, donde el celo de unos y otros por sus prerrogati­vas estuvo candente por años y años. Ei pleito de traspasar doctrinas de regulares a clérigos, constante y general. Cabe en todos su tantico de afición a lo suyo, a su clero, a su autoridad no frenada jx)r exenciones: lo que no cabe és, por tales res­petos, traicionar su cargo pastoral y el bien de sus ovejas, qui­

tándoles guardianes competentes para poner lobos o merce­narios (^).

El mismo santo arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, en el informe al consejo de Indias, da a entender que su ju ­risdicción episcopal tropezaba con los privilegios de exención de los religiosos al frente de las doctrinas. Hé aquí sus pala­bras: “Cerca de lo que vuestra alteza manda ynfformemos, si convendrá que los frayles tengan doctrinas en estas partes, para que mejor se pueda descargar la conciencia, según lo que he visto y entiendo en la visita general que a muchos años estoy prosiguiendo deste argobispado, lo que me parece con­venir es que se guarde lo proveído para la primera cédula de vuestra alteza, en que se ordena que, aviendo clérigos, sean prefferidos a los frayles, por las rrazones de que en la dicha cédula se hacen mención, y porque, teniendo las dichas doc­trinas clérigos, atendiendo a que cada uno tiene visita y a que con rigor son penados y castigados por sus pecados, procu­ran ser muy observantes” (-).

En 1537 se reunieron en Méjico los obispos de Oaxaca, Guatemala y Méjico, con motivo de la consagración de los dos primeros (Ju an López de Zárate y Francisco M arroquín). En esta ocasión tuvieron los tres prelados una conferencia, y como resultdao de dicha reunión dirigieron una carta colec­tiva al emperador con fecha de 30 de noviembre de 1537. En ella decían, entre otras cosas: “Y porque es mucho inconve­niente y detrimento a la dignidad obispal que vean estos na­turales que los frailes tengan más poder que los obispos, an­tes convendría que ellos, si alguno ha de tener, lo tengan los obispos; V. M. lo mande remediar como mejor convenga, que públicamente lo dicen, que pueden más que nosotros, y así se atreven a dispensar lo que nos no osamos, y lo predican y pu­blican que ellos pueden y no nosotros y si enviamos visitadores, dicen que no podemos los obispos subdelegar, y que a ellos da el Papa p len aria autoridad, e dicen a nuestros visitantes que los echarán en un cepo, etc.” (^).

(1) E l c l*ro M c u la i y l a «T aag e lizac ió n de A m érica , c a p . V.(*) LevUUei, O rq a u x a c tó n d e lo Iq ies io y lo s ó rd en es re lig io sas en e l v irrein ato del

Perú du ronte e l sig lo X V I, t. I. p ág . 444. En la m ism a iozm a s e d ir ig ía a F elip e II Sonto Toribio d e M ogioveio en ca r ta d e 16 de m arzo d e 1591, co n o ca sió n d e l II C oncilio Pro* v in cio l d e Lim a, convocado y presidido por é l en 1591. (Pr. C ristó bal d e C astro , San to Toribio d e M ogrovejo, M adrid, 1944), A péndice.

(•) C b . G . Ico z b a lce ta , F ray }u on d e Z um árraqa. A pén dice, p . 95 d e la ed ició n de M éxico, 1881.

Como respuesta a la carta colectiva, se les comunicaba a los prelados, que se había escrito al virrey, que si había reli­giosos díscolos avisase a sus superiores y provinciales para que los remitiesen a España ( ') . La cédula, fechada en Vallado- lid, es de 23 de agosto de 1537 (-).

En las instrucciones que el obispo Zumárraga daba a sus procuradores, decía; “Por cuanto se han ofrecido muchas du­das acerca del entendimiento de la bula que concedió el Papa Adriano a los religiosos mendicantes en estas partes, y son cosas que ei yerro en ellas es muy grave, traigan determina­ción de cómo se iia de entender e impetren de Su Santidad para los obispos destas partes todas las gracias que allí se conceden a los religiosos y no las tienen los obispos de sí, pues que no menos han de tener parte en la obra los obispos que los frailes, y algunos han dispensado en casos que el obispo no ha osado” (•’).

A los dos años (en 1539) hubo en Méjico una Ju n ta E cle­siástica, a la que asistieron los obispos, Zumárraga de Méjico, Juan López de Zárate, de Oaxaca, y Vasco de Quiroga, de Mi- choacán (■*). Uno de los acuerdos de esta Ju n ta , decía; “Se ha seguido mucha coniusión de la opinión de algunos religio­sos que pretenden tener mayor autoridad que los obispos en materia de dispensas matrimoniales. Los privilegios de los frai­les tienen valor en absencia de los obispos y sus oficiales y fuera de las dos dietas. . . Decimos y declaramos en ello nues­tra voluntad que este beneplácito y consentimiento de los obispos ni lo damos ni prestamos, ni es nuestra voluntad de le dar ni prestar a los dichos religiosos, generalmente, en cuan­to a dispensar; sino que nos lo remitan cuando el caso se ofre­ciere, etc. (^).

En 1555 se celebró el primer Concilio Mexicano en que se dejó sentir de nuevo la contradicción entre ambos cleros (®). Se pretendió que los religiosos abandonasen sus doctrinas y parroquias para dejarlas al clero secular, y para justificar esta

(1) Cfr. don Pedro T orres, La B u la O m ním odo d e A driono V I, p ág . VI.(*} Cír. P . T orres, ob. cH., ca p . VI.(*) Torres, ob. cit-, ca p . VI.(*) Cfr. Ica z b a lce ta , ob. cit., A pén dice, n. 26.(®) Ico zb a lceta , ob. cit., A péndice, p ág . 131-133.

A sistieron ol m etropolitano fray Alonso d e M ontúfar, lo» obispos Q uiroga, de M ichoocán; H oiacastro, de T la se o lo ; Iray Tom ás C asilla s , d e C h iap as, Z árc tc d e O a x a c a . V un rep resen tan te del obispo d e G u atem nl« (Toírea. o b . cit., r á g . 210).

decisión se decía, que los regulares por su institución no es­taban llamados a la cura de almas, y si lo habían hecho hasta entonces, era sólo pi’ovisoriamente a falta del clero secular” (^ .

Las órdenes religiosas presentaron a los obispos, como res­puesta, los privilegios de León X y Adriano VI, y apelaron ai rey como patrono de la conversión de los indios. El rey con­testó a esta apelación en real cédula de 30 de marzo de 1557. Declaraba el rey a los obispos, “que los religiosos pudiesen determinar entre los dichos indios los casos de matrimonios y administrar los sacramentos como hasta aquí lo han hecho, y guárdeseles acerca de ellos los privilegios y concesiones que tenían del Papa Adriano VI y de León X , o como la mi mer­ced fuese. Lo cual visto por los de nuestro consejo de las Indias juntam ente con ei sínodo por vosotros hecho, y con las dichas bulas y privilegios, fue acordado que debía mandar esta mi cédula para vos. E yo túvelo por bien. Por lo cual os ruego y encargo que cerca de lo susodicho no hagáis novedad al­guna y guardéis sobre ello a las dichas órdenes sus privile­gios y exenciones”.

Al mismo tiempo se mandaba a la audiencia de Méjico, “no consintiera ni diera lugar que a las dichas órdenes se les pusiera impedimento alguno en lo que tocaba a la observan­cia y guarda de los dichos privilegios y exenciones” (-).

El rey Felipe I I I escribía en 4 de noviembre de 1617, des­de El Pardo, al cardenal Gaspar de Borja, embajador interino de España ante la Santa Sede (1616-1619): “En mi consejo real de las Indias se ha recibido y visto vuestra carta y la co­pia que con ella enviaste de la que el arzobispo de México (don Juan Pérez de la Serna) de la Nueva España escribió a Su Santidad en razón de la bulla que llaman Omnímoda, que la santidad de Adriano concedió a los superiores de los frailes. . . y del abuso y excesos con que usan de las facultades que por ella les son concedidas. . . Por haber mostrado la experiencia que abusan dellas de manera que han podido seguirse los in­convenientes que refiere el arzobispo de México en la sobredi­cha carta que escribió a Su Santidad para acusarlos, y por haber al presente muchos obispos en las Indias, y particular­mente la Nueva España, ha parecido que se podrían moderar

(*) Cfr. P. M arian o d e C u ev as, S . I„ H islorio d * la Iq ÍM Ía m M éxico, 1. II, pága. iS a -lM d * la •diciÓB d * 1328.

I*} M sn d ie la . UU ío im C clM iástica In d ia a a . p ág . 4S7 d e la •dicián d * M éxico, 1170.

la autoridad y facultades concedidas en la dicha bula, revo­cándolas en todo lo que tocare a los españoles con quienes or­dinariamente se hacen los excesos, y dejarlas en su fuerza y vigor en todo lo que toca a los indios naturales, con quienes no hay que temer excesos ningunos, y que como gente mise­rable y nueva en la fe, para conservarse firmes en ella, tienen necesidad de todos estos socorros espirituales a lo menos por agora” (*).

Estos problemas de jurisdicción entre los obispos y los re­ligiosos duraron hasta la entrega definitiva de las parroquias a los sacerdotes seculares, lo que llevó a efecto Benedicto XIV 6^1751.

,Hay que tener en cuenta que, a veces, los informes de los prelados diocesanos al rey o al consejo de Indias, no eran de­bidamente imparciaies y desinteresados por lo que se hace ne­cesario oír a ambas partes. Así ocurre también en el presente conflicto con los misioneros doctrineros dominicos del Darién.

Era a la sazón obispo de Panam á don Antonio de León (671-1677), que luego fue promovido a la sede de Trujillo en el Perú. Durante su episcopado en el Istmo, continuaron sus irrupciones los piratas. Entre otros, el francés Lassonde Bour- nenot, favorecido por los indios darienitas, que eran hostiles al gobierno español, trató de internarse al Darién del Sur. Con­trariado el obispo por estas irrupciones de los piratas, auxi­liados por los indios cuya catequización y civilización estaba encomendada a los misioneros dominicos, creyó oportuno po­ner en conocimiento del rey las actuaciones de éstos en el Darién.

Vamos a presentar a continuación la correspondencia ha­bida entre el obispo de Panamá, el rey y los superiores mayo­res de los dominicos sobre la misión y misioneros del Darién, inédita hasta ahora, y que la hemos copiado del archivo gene­ral de Indias de Sevilla. No olvide el lector que tiene en sus manos una historia docum entada.

“Panamá.A su magestad.El obispo de la iglesia de aquella ciudad.— 30 de henero.Refiere que las continuas alteraciones de los indios del

(^) A rchivo d * la Em baiod a E ip a fio la , Lag. 114, {. 111.

Darién, por la falta en los obreros y doctrineros, le obligan a representar que los religiosos dominicos que ay en la prouin- cia del Darién a cuyo cargo están las quatro doctrinas que ay en él, no logran fruto alguno así en la doctrina christiana como en la política, por que más asisten a sus conueniencias temporales que a las espirituales, y como los obispos, no tie­nen jurisdicción en ellos, por sus exempciones, y en lo que la tienen, lo quieren hazer también exempción (y sobre cada cosa es vn pleito criminal por la osadía de los religiosos) no pueden remediarlo” (^).

“El obispo de Panamá da quenta a V. M. de lo que passa con los yndios del Darién.

Señor.Las continuas alteraciones de los yndios del Darién por

la falta en los obreros, y doctrineros de aquella prouincia me pressissan a dar esta noticia a V. M. para que probea de re­medio pues los religiosos dominicos a cuyo cargo están las quatro doctrinas que ay en él, no logran fruto alguno, pues tan bárbaros están oy como el primer día assí en la doctrina christiana como en la policía pues ni viuen en poblado ni bie- nen a doctrinar porque los religiosos más asisten a sus com- beniencias temporales que a las espirituales, y como los obis­pos no podemos en ellos nada, lo vno por sus exenciones, y lo otro porque en lo que podemos lo quieren hazer también exen­ción, y sobre cada cossa es vn pleito criminal por la ossadía de los religiossos; pues en el mandato que tengo dado quenta a V. M. en orden a que no baptissassen adultos sin estar ins­truidos en la fee, ni párbulo dejándole en poder de sus padres bárbaros, y abitadores en las montañas auiéndoselo ymbiado para que de vno en otro doctrinero passasse a todos y el vltimo me lo remitiesse con la imtimazión de todos como se haze en todas partes no le pude conseguir en vn año por discursos frí- bolos, y sin conocimiento, de que en quanto a curas, y admi­nistración de sacramentos están sujetos a la jurisdición ecle­siástica, con que embarazados en esto en cada ocassión que se ofrece no se logra lo esencial, V. M, obrara aora lo que fuere seruido que será lo mejor. Guarde Dios la católica sacra real

(^) A rcb . d * la d io s . A u d ien cia de S o n ta F e , 2S5 F 9 (F o ja ) 2 v.

persona de V. M. como la christiandad ha menester. Panamá y henero treinta de mil seiscientos y setenta y siete.

Antonio, obispo de Panam á”.

Al margen de la 2 v. dice:

“Tráese lo que está ordenado para que pasen religiosos capuchinos a asistir a la misión de los indios del Darién.

A continuación RESOLUCION del consejo:Consejo a 16 de diziembre de 1677.Al señor fiscal.El fiscal dice que las noticias que da este prelado de los

excesos de los religiosos dominicos que asisten a estas doctri­nas siendo el consejo seruido se pueden participar a su general para que los mande contener en el cumplimiento de su obliga­ción.—y por lo que mira a lo encargado al prouinciai de los capuchinos pide se repitan las órdenes que están dadas para la remisión destos religiosos. Madrid y mayo 21 de 78. (^ .

Acordado del consejo de 18 de nouiembre de 1678 sobre lo tocante a las misiones de la prouincia del Darién, Venezuela y Cumaná.

Consejo a 18 de nouiembre de 1678.Hauiendo hecho relación en el consejo el relator Castillo

de la carta del obispo de la iglesia cathedral de la ciudad de Panamá de 30 de henero de 1677 en que dio quenta de que los religiosos dominicos que ay en la prouincia del Darién a cuio cargo están las quatro doctrinas della no logran fruto al­guno assí en la doctrina como en la política porque asisten más a sus combeniencias temporales que a las espirituales y visto assimismo las demás cartas y papeles que se juntaron sobre embiai’ misioneros capuchinos para la combersión de aquellos yndids; se acordó que se escriua al general de la orden de santo Domingo lo que dice el obispo cerca de la omisión con que obran los quatro doctrineros de su religión atendien­do más a sus fines particulares que a la doctrina de los indios y encargándole prouea del remedio combeniente para el cas­tigo de aquellos religiosos, y que como tan celoso de la com­bersión de los ynfieles y que tiene tanto conocimiento de las

Indias, disponga lo que tuuiere por necesario para que los quatro doctrineros del Darién cumplan con la obligación de su oficio asistiendo con particular cuidado y aplicación a tan santo ministerio, y que vea si será bien poner otros sugetos en su lugar, adbirtiéndoles la forma en que deuen obrar para que los indios se reduzcan a Nuestra Santa Fee Católica, lo­grando el fruto de la doctrina y predicación ebangélica por ser este empleo tan del seruicio de Dios Nuestro Señor y des­cargo de la real conciencia de su magestad.

Y al obispo de Panam á se le auise lo que se escriue al ge­neral de Santo Domingo, y que esté mui a la mira de lo que obran los quatro doctrineros de aquella religión y que no cum ­pliendo enteramente con su obligación en quanto al oficio de curas proceda contra ellos para castigarlos en lo que faltaren pues le toca por su jurisdicción, y que se fía de su cristiandad y celo que atenderá mucho a la reducción de aquellos indioa por todos los medios posibles para que se consiga el fin que a tantos años que se desea.

Y al gouernador de Cartagena se le ordene que remita los autos que don Benito de Figueroa cita en su carta de 20 de febrero de 1666 para que con vista dello se tome la resolución que combenga (^).

Roma.—A su magestad.— 1679.El general de la orden de Santo Domingo 4 de marzo.En conformidad de lo que se le encargo por zédula de 6

de diciembre de 1678 sobre que proueyese de remedio conue- niente para el castigo de los cuatro í’eligiosos doctrineros de la prouincia del Darién remite con esta carta con duplicado mandando al prouincial que luego y sin otra ynformación de- poiiga a aquellos religiosos d e sus doctrinas procediendo con­tra ellos según derecho y castigando seueramente sus culpas y que en su lugar constituya sugetos de toda exempción de letras celo y virtud procurando sean muy de la aceptación del obispo de Panam á ynstruyéndoles eficazmente en el cumpli­miento de su ministerio y que vele mucho y cuide de que se empleen en él con todo desinterés y bien de las almas (-).

{^) A reh. d» In d ias, A u dien cia d e S a n ta F e, 255, F . I v .(*) A zeb. d * Indio«, A u d ien cia d« S a n ia F e , 255, F . 2 t .

Señor.Segunda vez es V. M. seruido mandarme en su real des­

pacho de seis de diziembre de 79, que prouea de remedio con­veniente para el castigo de los quatro religiosos doctrineros de la prouincia del Darién, que atentos más a sus conveniencias temporales, que a las espirituales de aquellos yndios omiten el cumplimiento de obligaciones tan precisas, como son las de cuidar con todo desuelo de su conuersión, y enseñanza. Y aun­que en respuesta, que di a V. M. sobre esta materia a los veinte y ocho de mayo del año pasado incluí carta para el prouincial de la prouincia de San Juan Baptista del Perú dándole el or­den, que juzgué necesario, para que passase luego al Darién, o lo cometiesse a persona, que lo fuesse de toda satisfacción, porque assí se aueriguassen exactamente los defectos, que se huuiessen cometido por aquellos religiosos, y que se diesse exemplar y pública satisfacción priuándoles de las doctrinas, y sugetándolos a otras penas de su arbitrio. Aora en obediencia a las reales órdenes de V. M. repito al prouincial con nueuo aprieto las disposiciones (que V. M. mandara ver en el incluso) diciéndole, que luego y sin dilación alguna, ni más informes, ni aueriguación priue y deponga de las doctrinas a dichos re­ligiosos, que las ocupan procediendo contra ellos según dere­cho y castigando seueramente sus culpas; y que en su lugar sustituía sugetos de toda exempción, letras, zelo, y virtud pro­curando sean mui de la aceptación del obispo de ia cathedral de Panamá instruiéndoles eficazmente en el cumplimiento de su ministerio, y que vele mucho y cuide, que se empleeen en él con todo desinterés, aplicándose sólo al bien de aquellas al­mas, seruicio de Dios, y mandatos de V. M. que assi se emba­razara lleguen otra vez a sus reales consexos quexas de nues­tros religiosos, lo qual lloro con lágrimas dcl corazón, pues quando V. M. con cathoUco zelo, y piedad tan generosa está honrando continuamente la religión y mi persona (aunque tan indigna) debe ser en todas partes nuestra correspondencia muy igual como lo solicito. Y si a V. M. pareciere mandarme dar en esta m ateria dirección, o reglas más encaminadas a su real seruicio, las espero y executaré con puntual obediencia asegurando, que en la frequentes oraciones y sacrificios de toda la religión se continúa pedir a Dios nuestro señor la salud y prósperos sucesos de V. M. porque assi mismo insta mi in­dignidad suplicando a la Puríssima Reyna de los Angeles in-

terceda eficazmente por ellos como toda la christiandad nece-íigr sita. Roma y marzo de 1679. titir

Señor.Besa los reales pies de V. M. su más humilde criado y obli­

gado capellán ca]Fr. Antonio de Monroy.

Al margen de la 2 v. Resolución del consejo:pi

Conssejo a 20 de septiembre de 1679.Auisarle del reciuo, y darle gracias, y remítanse estos des­

pachos al obispo de Panam á para que cuyde de su cumpli­miento (^).

Excelentísimo señor.Del reverendísimo padre general de la orden e recluido

una carta con un capítulo en que me da cuenta de una orden ’ que imbía a unos religiosos doctrineros de la prouincia del Darién y por si importare que se halle con su noticia le pon­dré aquí y es del tenor siguiente.

Segunda vez manda su magestad (que Dios guarde) que aplique el remedio necesario para la enmienda de ciertos re­ligiosos dotrineros de la prouincia del Darién, contra quienes a informado el obispo de Panamá, culpando su omisión en el ministerio que ocupan y aunque el año pasado remití en plie­go de su magestad carta al padre prouinciai de la prouincia de San Ju an Baptista del Perú, dándole orden que habiendo aueriguado por si, o persona de satisfación semejante defectos los castigase seueramente deponiendo aquellos dotrinarios y procediendo a mas exemplar demonstración; viendo aora que su mej estad insta nuebamente escriba a dicho Padre Prouin- cial que luego que reciba la mia sin mas información priue de su exercicio aquellos religiosos instituiendo nuebos dotrineros de letras, virtud, zelo y prudencia que sepan complir aquel ins­tituto con aprobación y que sean sujetos gratos al señor obispo de Panamá

Este es el contenido del capítulo. V. M. con su gran com­prehensión le dará el aprecio que se mereciere y a mi muchas ocasiones de emplearse mi obediencia en lo que fuere del mayor

i-)igrado de V. E. que Dios guerde muchos años de Madrid y tibril de 1679.

-j Exmo. señor. Besa la mano de V. E. Su mayor seruidor y capellán

F ray Pedro M artel.

Exmo. señor duque de MedinaceU (Don Ju an de la Zerda, presidente del consejo de Indias).

Al margen de la 1. RESOLUCION del consejo.Conssejo a 2 de mayo 1679.Tráigase lo que ay en esta materia.

Tráese.Conssejo a 4 de mayo de 1679.Visto, y espérese la respuesta del general de Santo Do­

mingo. (^).

Lima.—A su general.— 1680.Fray Ju an de los Ríos prouincial de la prouincia de San

Juan Baptista del Perú de la orden de Santo Domingo — 8 de mayo.

Con vista de lo que le ordenó su general, sobre que yn- formase del estado en que se hallaua la christiandad de los indios del Darién y del proceder de los religiosos de su orden que en aquella prouincia son doctrineros dize que en execu­ción dello nombró por visitador y vicario prouincial del obis­pado de Panamá y prouincia del Darién al ministro fray Juan Meléndez, encargándole se yhíormase muy expecialmente des­ta materia y relorniase con el castigo o dirección quanto ha­llase necesitaua dello y diese noticia al dicho general.

Que a tenido ynformes de algunos religiosos de virtud y celo que an asistido en el conuento de Panamá y comunicado a los dichos doctrineros y a otras personas comerciantes en­tre aquellos indios, que toda aquella tierra es muy áspera y montuosa y la gente tan bárbara que no se a sugetado al yugo del euangelio ni al dominio desta corona y que son ynconquis- tables por naturaleza y no pagan tributo como basallos ni les

alumbra la ley natural para conocer que ay Dios pues no tie-^ nen ninguno obrando cada vno lo que les dicta su apetito.

y repressenta la causa porque no admiten los dichos in- dios otros religiosos más que los dominicos en aquella prouin­cia, y la forma con que éstos se portan y mantienen y tratan . y contratan con estos bárbaros y los trauajos yncomodidades y oprobios que padezen por reducirlos a la fee, vida política y a la obediencia desta corona.

Que demás desto siruen estos religiosos en aquella prouin­cia de guardar el paso a las naciones porque con el amor y obediencia que les tienen los yndios no las admiten en sus tie­rras antes las hazen cruda guerra dando auiso para que se preuengan en Panam á como se experimentó’ el año pasado de 1679.

También da cuenta de que su religión tiene a su cuidado dos nueuas reducciones de indios en el dilatadísimo imperio que llaman del Paytiti en que asisten por la parte de Chi- quiabo vn religioso y dos por la parte de Cochabamba, ambas ciudades de aquel reyno donde an muerto algunos en este santo ministerio y se espera tener seguros frutos y mucha cosecha por lo numeroso de aquella gentilidad.

Padre nuestro reverendísimo.Porque a los órdenes de los superiores y más de el zelo

de vuestra reverendísima que con tanta vigilancia atiende a los mayores créditos de la religión deuemos sus súbditos sacri­ficar toda nuestra obediencia, yo como prouincial que soy (confieso mi indignidad) de esta prouincia de San Ju an Bap­tista de el Perú en conformidad de el orden que receuí de vuestra reverendísima para que le informase de el estado en que hoy se halla la christiandad de los yndios de el Darién prouincia conuecina a la ciudad de Panamá en el reyno de Tierra Firme, y de el proceder de nuestros religiosos en sus reducciones tratos y demás dependencias que tienen en aque­lla prouincia donde son curas: a causa de auer el rey nuestro señor (que Dios guarde) dado parte a vuestra reverendísima de los malos ynformes que auía tenido en su real consejo de Yndias de dichos religiosos curas para que vuestra reveren­dísima aplicase el remedio más conueniente a los daños pro­puestos, y así floreciese la religión christiana en aquellas par­tes a los influjos cathólicos de la real piedad de su magestad

g y zelo de vuestra reverendísima respondo en esta con las dili­gencias y noticias que tengo hechas y adquiridas en el parti- cular de m ateria tan graue y sea lo primero que en atención

de este orden de vuestra reverendísima nombre por mi visi- tador y vicario prouinciai de el obispado de Panamá y prouin-

jg cía de el Darién al muy reverendo padre ministro fray Ju an ' Meléndez diffinidor que eligió esta prouincia de el Perú para

esa sagrada curia encargándole se informase muy en especial j de esta materia y reformase con el castigo o dirección quanto

hallase reprehensible o viciado y diese a vuestra reverendísima en Roma noticia cierta de todo, como quien lo vio y trató que

g a no estar aquella prouincia vltramarina en distancia de más de quienientas leguas de nauegación para cuyo viaje era for­

zoso faltar al gouierno de toda la prouincia yo en persona j vbiera ido a uisitar aquellas doctrinas para dar a vuestra re- , verendísima las mismas noticias que le abrá participado el pa­

dre ministro diffinidor.Los ynformes que yo e tenido de algunos religiosos de vir­

tud y zelo que an asistido en el conuento de Panam á y comu­nicado a dichos religiosos curas de el Darién, y a otras perso­nas comerciantes entre aquellos yndios son que toda aquella tierra es muy áspera y montuosa la gente bárbara y siluestre tan indómita que hasta oy no han sugetado el cuello al yugo de el euangelio ni al imperio y dominio de el rey nuestro señor

! siendo inconquistables por naturaleza, tanto por su ruda y fie­ra condición como porque se retiran a los montes donde se

; hazen inexpugnables quando con las armas intentan suge- tarlos; no pagan tributo a su magestad como vasallos ni obe- desen sus leyes porque ni aún la ley natural les alumbra para conoser que ay Dios, tan bárbaros son que ni dioses tienen a quien adorar obrando cada vno lo que les dicta su apetito y desenfrenada ceguera.

El padre fray Adrián de Vfeldre varón appostólico hijo de esta prouincia fue el primero que les predicó la fee gastando toda su vida sin fruto entre ellos la comunicación lo hizo ama­ble y aunque repugnaron siempre la ley de Dios que les pre­dicaua, por opuesta a sus vicios admitieron algunas leyes po­líticas que les dio que hasta oy las obseruan; de este religioso se deriuó en ellos el amor a los demás que visten nuestro sa­grado hábito sin querer admitir en sus tierras religiosos de otras religiones como se experimentó en ocasión que fray Ti-

burcio de Redin, religioso capuchino con otro compañero en­tró a predicarles, tienen a vuestros religiosos en su modo al­guna obediencia admitiendo los alcaldes y caziques, que ellos les nombran sin tener más derecho al gouierno que la elección de el cura, el los quita y loa pone quando les párese conuenien- te, anse reducido a pueblos que antes viuían en los montes y en quatro que ay oy fundados asisten quatro curas a quienes su magestad para su congrua y alimentos da trescientos pe­sos de sínodo a cada vno, cantidad tan corta que no tienen con ella para pasar ni el tercio de el año y así se ven obliga­dos a comprar en Panam á chaquiras abujas cascaueles y otras mercerías de este género así para pagarles el seruicio personal como para rescatarles las comidas que siembran y tablones de cedro que cortan en los mentes (porque entre ellos no co­rre otra moneda ni estiman la plata) para que con la corta ganancia se les multiplique el sustento y puedan pasar todo el año los reUgiosos que allí asisten se ocupan en bautisarles los hijos que se les mueren si quieren dárselos y en esto no hazen mucha repugnancia ellos también a la ora de la muer­te admiten algunas veses el Santo Bautismo y muchas veses les impiden sus conuentículos y embriageses donde algunos que son brujos heruolarios y hechiseros inuocan al demonio que sensiblemente les responde —este padre nuestro reveren­dísimo es vn trabajo no tan varato a nuestros rehgiosos que no lo ayan comprado con su sangre porque en varias ocasio­nes los an muerto los yndios como aora 20 años lo hizieron con el padre fray Hernando de Messa cura de vno de dichos quatro pueblos fuera de otros muchos trauajos incomodida­des y oprobios que padessen de aquellos bárbaros por reducir­los a la fee obediencia a España y vida política.

Siruen también nuestros religiosos padre nuestro reveren­dísimo, en aquella prouincia de guardar el paso a las naciones inglesa y fransesa para que por aquella parte que confina con el mar de el norte no tengan paso auierto para entrar a in- uadir a Panam á u desde allí a todo este reyno porque con el amor y bodiencia que tienen a nuestros religiosos no admiten dichas naciones en sus tierras antes les cierran el paso hazen cruda guerra y dan auiso a Panam á para que se preuengan a la defensa conueniencia que se experimentó el año pasado de 79 que aulendo entrado franceses por las partes más remotas de aquella prouincia donde hauitan otros yndios no conocidos

de que teniendo noticia estos que llamamos de el Darién die­ron parte a los religiosos y éstos a Panamá donde se preuino tan felizmente la defensa que en vn pueblo llamado Cliiepo que el día siguiente que llegó nuestra gente acometió el ene­migo y le rechazaron de que ya se abrá auisado al real con­sejo de las Yndias. Estos son los exercisios y ministerios en que se ocupan nuestros religiosos en seruicio de ambas magesta- des de los quales auisará vuestra reverendísima y hará con­sulta al rey nuestro señor para que su magestad vea si son vastantes motiuos estos para que asistan allí los religiosos que al punto obedeseremos sus reales órdenes, y lo que vuestra reverendísima determinare más conueniente a la obligación de vasallos y religiosos.

Y porque el ardiente zelo de vuestra reverendísima a de alegrarse sauiendo se exercitan sus hijos en nueuas conquis­tas espirituales en tierras y prouincias hasta oy incógnitas y nunca demarcadas en estos reynos doy parte a vuestra reve­rendísima de como tenemos entre manos y están a nuestro cuydado dos reducciones de yndios en el dilatadíssimo ym- perio que llaman de el Paytiti en que asisten por la parte de Chuquiabo el padre fray Juan de Quenca y por la parte de Cochabamba (ambas son ciudades) de este reyno en que te­nemos conuentos los padres fray Francisco de el Rosario y fray Diego de Villauícensio sin otros que an muerto en este santo ministerio y algunos que esperan más ciertas noticias de los seguros frutos de esta sagrada sementera para concu­rrir a ser obreros en ella, donde será abundante ia cosecha por lo numeroso de aquella gentilidad, vuestra reverendísima como cauesa de la religión haga sacrificio a Dios de estos sus hijos y le rinda las gracias por el feruor de espíritu que les co­munica y les dé su santa bendición y a toda esta prouincia en cuyo nombre puesto a sus pies la pido como ministro y me­nor súbdito de vuestra reverendísima cuia vida guarde Dios en los supremos honores de su Yglesia. Lima y mayo 8 de 1680.

Reverendísimo padre nuestro.Postrado a los pies de vuestra reverendísima espera su

santa bendición su indigno hijo y sieruofray Ju a n d e los Ríos (*).

Consejo a 13 de agosto de 1681.Hauiendo hecho relación el relator Ferrer del decreto de

su magestad de 22 de junio deste año, y de la carta que vino con él, del prouinciai de la orden de Santo Domingo de la pro­uincia del Perú, en respuesta de lo que le escriuió su general, sobre que pasase a la aberiguación y castigo de los quatro re­ligiosos misioneros de la prouincia del Darién por las quejas que hubo de su proceder y de los demás papeles que se ju n ­taron tocantes a la materia, se proueyó por auto de relator, como lo dice el señor íiscal, y lo acordado por secretaría que se reduce a que se escriua ai obispo de Panamá cuide del cum­plimiento de lo que ordenó el general sobre remover los doc­trineros dominicos, y poner otros en su lugar, y que esté a la mira para ver lo que obrasen y el fruto que hicieren en la eonuersión y doctrina de los yndios, y que de lo que entendiere de su modo de proceder haga autos, y los remita al consejo dando quenta de lo que executare ( ‘).

Al muy reverendo padre ministro prouinciai de nuestra prouincia de San Ju an Baptista del Perú de predicadores.

Lima.Magt. ordis.Muy reverendo padre ministro prouinciai. Señor. Desean­

do en conformidad de mi obligación el augmento y fructo es­piritual de las almas, edificación de los pueblos, eonuersión de los indios, y conseruación de la puresa de nuestra religión en las doctrinas del Darién, di los órdenes que juzgué con- uenientes al padre ministro prouinciai fray Juan de los Ríos en carta de 4 de marzo del año pasado de 79. pero viendo que aún se continúan los excesos de los cuatro doctrineros que asisten en aquel paraje, por la presente mando a vuestra pa­ternidad muy reverenda que sin dilación los priue de las doc­trinas substituyendo otros cuatro religiosos de sciencia, expe­riencia y bondad de uida, y que sean del agrado del señor obis­po de la iglesia de Panam á para que con mayor seguridad se acierte en el cumplimiento de tanto ministerio; y juntam ente procure vuestra paternidad aueriguar las faltas y delictos que dichos religiosos an cometido dando la deuida satisfacción con su castigo. De todo lo executado me dará vuestra paternidad

indiuidual auiso, para ponerio en noticia de su magestad. Doy a vuestra paternidad mi bendición pidiendo sus oraciones para mí y mis compañeros. Roma y octubre 11 de 81.

Cons in Dno F. Antonius d e M onroyMagr. ordis.

Padre ministro provincial de San Ju an Baptista del Perú,lim a (^).

Roma.—A su magestad.— 1681.El general de la orden de Santo Domingo.— 11 de octubre.Refiere que en execución de lo que se le a encargado a

mandado al prouincial del Perú que luego deponga a los qua­tro religiosos doctrineros de la prouincia del Darién proce­diendo a la averiguación de sus excesos para darles el deuido castigo y que sostituya de otros quatro en quien concurran las prendas necesarias para aquel ministerio y que sean de la aceptación del obispo de Panam á y que repitiera estas órdenes hasta sauer han sido puntualmente obedecidas.

Señor.

Sñor.—En despacho de 23 de agosto deste año me manda vuestra magestad repita los órdenes al prouincial del Perú para que en las cuatro docrinas del Darién ponga sujetos de toda excepción uirtud y zelo christiano para que los indios se reduzgan a nuestra fee católica lográndose el fructo de la doc­trina y predicación euangélica: y en su puntual cumplimien­to mando al prouincial que luego deponga de su ministerio los cuatro religiosos que occupaban aquellas doctrinas proce­diendo a la aueriguación de sus excessos para darles el deuido castigo; y que substituya de otros cuatro en quien concurran las prendas necessarias para aquel ministerio y que sean de la acceptación del obispo de Panamá. Y vuestra magestad esté cierto que repetiré los mandatos hasta saber an sido puntual­mente obedecidos, pues en esta y las demás dependencias de toda mi religión no tengo gloria alguna sino la de manifestar al mundo la puntual resignación en que me hallan siempre las órdenes de vuestra magestad. Prospere Dios la real y ca­

tólica persona de vuestra magestad como la christiandad ne­cesita. Roma y octubre 11 de 1681.

Señor.Besa los reales pies de V. M. su menor criado y humilde

capellánFray Antonio d e Monroy.

Al margen de la F^ 2 v.Tráese lo que dio motiuo que se despachó por el relator

Ferrer.

Consejo a 7 de noviembre de 1681.Con todo lo que dio motiuo a esto lo vea el señor Fiscal (^).

El fiscal dice que aunque por las quejas que dio el obispo de Panam á en carta de 30 de henero de 77. de lo mal que pro­cedían los dominicos dotrineros del Darién por acordado de 18 de henero de 78. al general se le encargó el remedio y cas­tigo y al obispo se le dijo que como a quien toca por su juris­dición en el oficio de curas aberigüe cómo proceden y los cas­tigue se halla que ei general en carta de 4 de marzo de 79 enbió despacho para que el prouincial deponga los 4 religiosos que allí tienen dotrinas y que el consejo mandó remitir este despacho al obispo para que cuydase de su execución, y aun­que en mayo de 80 respondió el prouincial a su general lo que sentía y pasaba con estos dotrineros y yndios, y se vio esta carta en el consejo con el decreto de su magestad de 22 de junio de 81 y el fiscal respondió se encargase al general pu­siese en dichas dotrinas sugetos de la mayor virtud y celo que hallare y que al obispo se repitiese vsase de su jurisdición en quanto a curas y el consejo lo mandó así y acordó que al obis­po se encargase el que cuyde del cumplimiento de lo que or­dena el general acerca de remouer estos dotrineros y que actúe sobre sus excesos y remita los autos: nuevamente dada quenta al general de lo así proueydo remite nueua orden en la carta adjunta al principal para que deponga dichos dotrineros: Y porque ya se remitió al obispo otra tal del general en el año de 79. y demás le está encargado por el acordado de 13 de agosto de 81. cuide de que se cumpla y que por su jurisdición

(^) A rcb . de In d ias, A u d ien cia d e S a n ta F e , 255, F . 1 a 1 v.

proceda contra ellos en lo tocante a curas: y puede no cum­pliendo como deben pasar a priuarlos como por reales cédulas les está ordenado a los obispos: parece que siendo el consejo seruido se puede escusar el remitir la nueua orden del gene­ral, pues no es necesaria para este acto de jurisdicción en el obispo. Madrid y noviembre 8 de 81.

E l vltimo decreto está dentro.Consejo a 12 de nouiembre de 1681.Reténgase la orden que remite el general de la orden de

Santo Domingo; y escríuase al obispo de Panamá que se es­pera que abrá executado lo que se le a encargado sobre casti­gar a estos religiosos doctrineros en lo que tocare al oficio de curas, y que de nueuo se le encarga, y aueriguando sus exce­sos, los deponga de las doctrinas, y ponga en ellas clérigos de toda satisfacción como está ordenado, y que dé cuenta de lo que obrare” (^ .

En el Archivo de Indias no hemos encontrado más datos sobre esta controversia. No hay constancia de que el obispo don Antonio de León ejecutase lo dispuesto por el consejo de Indias sobre la remoción de los religiosos doctrineros de los indios. El sobreseimiento pudo provenir, o de que no se com­probó la realidad de las acusaciones —lo que parece probable por el informe que rindió el visitador nombrado por el reve­rendísimo padre general de los dominicos— , o por la promo­ción del obispo de Panam á a la sede de Trujillo en el Perú en 1677. El sucesor de don Antonio de León fue el ilustre neogra- nadino, don Lucas Fernández de Piedrahita, que, de la sede de Santa Marta, fue promovido a la de Panam á en 1681. Este prelado, se lee en la R eseñ a de los obispos d e P an am á, “tuvo noticia de que los indios del Darién habían apostatado de la fe, retirándose a los montes para continuar su antigua ido­latría, y sin temor de ser cogido por los piratas, entró en un barco, y estando en el Darién, se internó por aquellas asperí­simas montañas en busca de las ovejas descarriadas. Con aga­sajos y regalos de bujerías, de que llevó gran cantidad, hízolas volver a su rebaño; y no se apartó de aquellas tribus hasta dejarlas pobladas y sujetas a los doctrineros” (-).

(^) Areh. d « In d ia i, A u d ien cia d e S a n ta F e , 255, F . 1 a 1 v. '* ) O b. cit., ca p . X X I, p ág . 97 d e la ed ición d e Lim a, 1929.

De estas controversias entre el obispo de Panamá y los dominicos del Darién se hacen eco los historiadores capuchi­nos al tratar del establecimiento de sus misiones en el Darién del Norte y Urabá. E l historiador crítico de nuestros días, el R. P. Lázaro de Aspurz, O. F. M. Cap., en su documentada B iog ra fía de R edín , so ldado y m isionero, escribe: “ . . .Los ca­puchinos andaluces proseguirían su entrada por la costa de Urabá y ios castellanos acometerían la empresa por la parte opuesta, partiendo de Panam á. . . Después del necesario re­poso, prosiguieron los expedicionarios, en dos embarcaciones, su viaje a Portobeio.. . Un serio obstáculo, vino a salirles al encuentro; entre los indios del Darién seguían trabajando tres dominicos, colaboradores del flamenco Adrián von Uffelde. Un mes antes de la llegada de los capuchinos a Panam á había escrito éste a la congregación (de la Propaganda Fide) enu­merando una vez más sus méritos entre aquellos salvajes, ver­daderos “tigres y leones fieros —como él decía— , derramado­res de sangre humana, habiéndolos convertido en diez años en mansos corderos e hijos de la santa Iglesia Católica Ro­mana, y vasallos del rey de España, reduciéndolos a tres pue­blos. . Suplicaba de nuevo la concesión del título de “misio­nario”, que aún no había recibido, para sí y sus compañe­ros” (^).

“No bien tuvieron noticia los dominicos de que los capu­chinos venían destinados al mismo territorio, trataron de im­pedirlo por todos los medios. Ya en Cartagena se decía que los capuchinos iban a recoger la mies cultivada por otros, porque el Darién estaba convertido. Pero no tardó en confirmarse fray Francisco en la impresión que le habían dado en Roma sobre el apostolado del dominico flamenco; en realidad había de por medio un torpe negocio en combinación con cierto se­ñor rico de Cartagena, que recibía periódicamente entregas de oro del Darién: todas las cifras fantásticas enviadas al con­sejo y a la propaganda sobre los indios convertidos y colegios levantados se reducía a unas docenas de cristianos que vivían en contacto con los blancos; ios demás estaban en su infideli­dad en el interior de las selvas. Sin embargo, para evitar con­flictos dispuso que Jos capuchinos hicieran su entrada por el

{^) L a ca r ta d el p a d ie A d rián U tielde, a la qu e alud e e l p ad re Aspurz, fue escrita e l d ia 15 d e d iciem bre d e 1647.

lado opuesto (Darién del Norte) a la de los dominicos. El 28 de abril (de 1648) salían de Panamá. E l 3 de mayo llegaron al primer puesto del Darién, etc.” (^).

Sin embargo, el encuentro de los misioneros capuchinos con los dominicos fue muy amistoso y fraternal. El padre As­purz prosigue: “El 3 de mayo llegaron al primer puerto del Darién; allí se detuvieron diez días en espera de las canoas que habían de llevarles hacia el interior. En tres días llegaron al segundo pueblo de indios San Enrique, residencia misional de los dominicos”. Allí cesó —relata el padre Antonio— toda la borrasca que estaba levantada por el padre (dominico) de hacernos contradicción y se convirtió en bonanza de fiesta y regocijo; regalónos y húbose muy pacíficamente con nosotros”. Detuviéronse con el misionero veterano cerca de un mes. Des­pués prosiguieron su m archa y en ocho días de penosísimo ca­minar por selvas y quebradas llegaron al río Tarena el 12 de junio. El padre Lorenzo por su avanzada edad, tuvo que ser llevado en una ham aca a hombros de indios (^).

{>) G rond«« B lo g r a íía i . H »diii. so ld ad o y m U io n .ro 11597-1651). O b ra p rem iada en e l concurso d e k i B ib lio teca O lav e d e 1950, ca p ítu lo in . p á g . 246 d e la ed ición d e M ad n d .1951.

(*) Ib id ., p á g . 247.

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CAPITULO IV

M isiones de los padres agustinos recoletos en U rabá y el Darién.

SUMARIO; Fundación de los conventos de agustinos calzados y reco­letos en Cartajena de Indias. — El convento de Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa, centro de misiones para Urabá. — Entradas de los agustinos de la Popa a Urabá. — Fundación del puerto de Santa Ana en el río Damaquiel. — El venerable padre Alonso de la Cruz, prefecto de la misión de Urabá. — Numerosas reducciones y poblados de indios fundados por los agustinos. — M artirio de tres padres agus­tinos en Damaquiel. — Identificación del puerto de Santa Ana y del lugar del martirio de los agustinos. — Reanúdase la misión en 1635. — Entrada a la misión del Darién. — Expedición misionera al Chocó «n 1638. — Retiro definitivo de los agustinos recoletos de las misiones

de Urabá y el Darién.

En las expediciones de Sebastián Sánchez de Tristancho y de Francisco Maldonado al Darién del Norte, hemos visto figurar a dos hijos de San Agustín, los padres Melchor Maldo­nado y Diego de Rangel» si bien su labor espiritual no pudo ser muy efectiva y abundante, por el resultado trágico de am­bas expediciones.

Cartagena, cuya gobernación se extendía hasta Urabá, ^ 0 a ser durante los siglos X V II y X V III el centro espiritual

de donde se difundía la acción misionera a los extremos de la provincia. Ya vimos cómo los franciscanos y los dominicos te­nían sendos conventos en la capital y en la Villa de Tolú de donde se irradiaba su labor sacerdotal hacia el occidente.

Las dos ramas agustinianas, de los ermitaños calzados y de los recoletos, fundaron sus conventos en Cartagena. Los calzados lo hicieron en 1580. Así lo dice Ju an de Castellanos:

*‘Pues o ch en ta del S an to N acim iento corrían la luz que nos repara , cu an do fu n dó la ca sa y e l convento e l padre fray H ierónim o G uevara” ( ).

E l convento de los agustinos recoletos de la Candelaria de la Popa, lo fundó el padre fray Alonso de la Cruz Paredes, en 1608. Esta fundación tuvo origen milagroso, según cuenta la historia. Se refiere que la Santísim a Virgen se le apareció a fray Alonso de la Cruz en Bogotá, mandándole que bajara con prontitud a edificarle su convento sobre el primer cerro elevado que se le presentase a inmediaciones de Cartagena, y que en él habitaba el espíritu maligno a quien se daba culto bajo la figura de un animal enorme y feroz. El padre Alonso fue designado superior para la nueva fundación del convento de la Popa, donde estuvo viviendo en una pobre choza mien­tras se construyó la iglesia dedicada a la Virgen de la Cande­laria. Este convento fue durante algunos años centro de las misiones que los agustinos recoletos fundaron en Urabá, como vamos a ver, tomando la relación de la Historia de la Reco­lección Agustiniana.

En el transcurso de las misiones católicas, encomendadas a las órdenes religiosas, que han pasado trabajando heroica­m ente por el Urabá, la actuación más brillante, en tiempos ya lejanos, corresponde indadablemente a los padres candelarios o agustinos recoletos.

Contaron con un santo, varón extraordinario, por cuyas benditas manos Dios derramó sus gracias a torrentes en el corto espacio de tiempo de que dispuso para iniciar y organi­zar en el Urabá cristiandades de indios cual nunca se vieron jam ás en esta región.

(1) E la q ia s d» Torones Uustr«» d * Indicu, p arte III,’ E logio d e F ernán d ez d e Bustos.

La sangre de los heroicos religiosos, vertida en plena con­quista de las tribus infieles, da testimonio del celo y fervor con que acometieron y sostuvieron con inmensas fatigas la empresa sin precedentes de mantener en la Fe, durante bas­tante tiempo, innumerables y extensos poblados entre los in­domables indios costeños.

Los actuales misioneros, que trabajam os fatigosamente por las mismas tierras que santificaron con su sudor y su san­gre tan beneméritos religiosos, consideramos esa sangre pre­ciosa como una prenda de conversión para los restos de aque­llas indiadas, ya casi desaparecidas, que aún viven disemina­das por las vertientes del Darién y a las orillas del río Caimán en territorio colombiano.

Oh! Si todos nos revistiésemos del celo apostólico y pose­yésemos las virtudes heroicas que ennoblecieron en su profun­da humildad al santo apóstol agustino fray Alonso de la Cruz!

El R. P. Marcelino Ganuza, agustino recoleto, ha recogi­do en páginas de estilo sugestivo y elegante los datos y docu­mentos relativos a la Misión Candelaria en el territorio ura- bense, y los principales capítulos en que desarrolla su mara­villosa historia, son ios que a continuación copiamos, ( i ) .

Prim era en trad a a U rabá del R. P. fra y Alonso d e la Cruz (^).

Llegó, pues, el año de 1626. Vivía a la sazón en el conven­to de la Popa de Cartagena de Colombia, su fundador, el pa­dre fray Alonso de la Cruz, uno de aquellos devotos ermitaños del desierto de la Candelaria, que tanto se había distinguido por su fervor y austeridad al lado del fundador V. P. Delgado; pero aún era mayor el prestigio que había alcanzado su ex­traordinaria virtud en todo Cartagena, durante la fundación y arreglo de su comunidad. ¿Cuál no sería, pues, la admiración causada en los cartageneros por su tan inesperada como arries­gada resolución? Acabada felizmente su misión de fundar di­cho convento, y puesta en pie su observancia, y sintiéndose lla­mado por Dios para misionar a los infelices urabeños, ninguno de los peligros, dificultades e inconvenientes que le presenta­ban para disuadirlo de tan arriesgada empresa cuantas per-

(>) P. Arteaga, Historia EcUtlásUea d * Urabá. cap. XII.(*) M oBograiia á* misiones condalarios *n Colombia, R. P. iray Marcelino Ganuza,

Ag. Ree., t. I, Bogotá, Imp. de S . Bernardo, 1320.

sonas amigas y relacionadas se interesaban por tan virtuoso religioso, fueron parte para hacerle cambiar y mucho menos para hacerle disuadir de su intento.

Creció más su admiración y asombro cuando le vieron par­tir de su convento con dirección a Urabá sin otros avíos ni más armas que el breviario en la mano, un recado pobre para decir misa y sin otra compañía que un indiecito que le ayu­dase a decirla. Hasta en el rumbo que tomó en su camino había de ser extraordinario nuestro heroico misionero, puesto que, pudiendo entrar, escribe nuestro cronista, por el puerto de San Sebastián de Buena Vista, que es seguro para la en­senada y confina con los darieles, que es rumbo que han to­mado en todas conquistas y conversiones de aquellas provin­cias, dejó este camino a los padres franciscanos descalzos, para quienes negoció esta misión, como lo hicieron el año siguiente, si bien no adelantó por haber enfermado dos de los que en­traron y muerto el uno y penetró por el río Damaquiel o Mu­latos que afluye al mar poco antes de la Punta Caribana, tie­rra nunca pisada hasta entonces, por ser de gente brava ni haber puerto, que le abrió nuestro padre fray Alonso, ponién­dole nombre de Santa Ana, de quien era muy devoto. Es tie­rra doblada, áspera y montuosa, llena de animales fierísimos. Todas estas dificultades no vencían su ánimo, naturalmente inclinado a cosas arduas. Habíale criado Dios para trabajos, y por eso le dotó de gran pecho, con que supo emprender cosas al parecer humanamente imposibles; pero a la caridad cristia­na todo se le hace posible, y pudo decir con San Pablo: “Todo lo puedo en Dios que me conforta”.

Grande fue el sobresalto y extrañeza que causó a los bár­baros moradores de Damaquiel la presencia del padre fray Alonso al internarse en su busca y hallarse rodeado de sus tribus. Subió de punto su alarma, cuando, valiéndose del in­diecito, su compañero, como de intérprete, les manifestó el objeto de su excursión, asegurándoles que buscaba la dicha y bienestar de ellos, por medio de la luz del Evangelio, descu­briéndoles la belleza y sublimidad de la doctrina de la Cruz.

De la extrañeza forzosamente tuvieron que pasar a la ad­miración más profunda, a poco que observasen el porte y mo­destia del misionero, bien diferente ciertamente del de cuan­tos otros habían penetrado por aquellas provincias en busca de oro.

Sin embargo, escarmentados como estaban por tantas de­masías que habían perpetrado los blancos en todas aquellas comarcas, recelaban no fuese otro de tantos, y no acertando a explicarse la diferencia que advertían, optaron por despe­dirlo de su tierra; y tanto terreno ha ganado esta resolución que a fin de retardarla y no fuese tumultuosa y violenta, fue menester la mediación de dos caciques, cuya amistad se había granjeado el bendito misionero con su trato virtuoso y afa­ble, los cuales propusieron consultar antes al gran cacique rey de Cartaya, a quien todos respetaban. Así se hizo; mas el dic­tamen que iba a decidir la suerte del pobre misionero no pudo serle más adverso ni contrario; porque instigado por los “mo­hanes” (sacerdotes o médiums de sus ritos idolátricos) repren­dió duramente a los que le habían dado hospitalidad y ordenó que fuese desterrado de su suelo; y a no haber mediado osten­siblemente Dios Nuestro Señor, mal lo hubiera pasado.

Fue el caso que el padre fray Alonso, angustiado y pene­trado del más acerbo dolor ante la negra perspectiva de verse obligado a volverse y dejar aquellos desgraciados en su lamen­table situación, privados de los consuelos de la fe y envueltos en las más densas tinieblas del error y la barbarie, entregóse con toda su alma a la oración, a pedir al Señor muy de veras por aquellas almas rescatadas con su sangre y muerte de Cruz.Y cosa bien rara y prodigiosa: A poco tiempo enfermó grave­mente el cacique de Cartaya, el que había ordenado el destie­rro del padre misionero. Los curanderos o “leles” no se dieron tregua ni reposo, sino que agotaron toda su magia en la apli­cación de sus m enjurjes por sanar a su venerado reyezuelo. Pero el enfermo, lejos de mejorarse, se agravaba más y más por momentos y ya se desesperaba de su curación. ¿Qué hacer en tan aflictiva situación? El paciente dio la orden más ines­perada: “Llamen al padre, dijo, y búsquenlo al momento, y ruéguenle que venga porque me muero si no, y me muero sin remedio”. No les costó mucho trabajo a los mensajeros ha­llarle, pues sólo distaba de allí al lugar en que estaba ocho millas. Al punto púsose en camino y llegó a la casa del enfer­mo. ¿Cuál no sería su sorpresa al oír que pedía el bautismo? ¿Cuánta su admiración, al saber del propio cacique la historia maravillosa de su conversión y el motivo de llamarlo? La cual fue que, según refieren nuestros antiguos cronistas, apareció- sele junto al lecho, cuando se hallaba tan gravemente enfer­

mo, un venerable anciano, vestido como el padre Alonso, ame­nazándole que si no se bautizaba moriría sin remedio, y que tan pronto como prometió hacerlo, quedó completamente sano. jCómo daría gracias a Dios nuestro fervoroso misionero por tan extraordinaria conversión, y sobre todo al verle bautizado y totalmente cambiado en seguidor de la doctrina de la Cruz! Porque al momento comprendió la trascendencia que eso iba a tener en aquella comarca, y cuánto se le facilitaría la obra de convertir a todos los demás infieles.

Así sucedió; porque a continuación se siguió la conversión de las tribus del reyezuelo de Cartaya, dedicándose con todas sus fuerzas a la catequización de sus bien dispuestos neófitos, a quienes no solamente instruyó e hizo abrazar las enseñanzas del cristianismo, sino que además logró persuadirles que, de­puesto todo recelo y aversión a los españoles, les convenía ha­cer paces con ellos y ganarse su amistad, la cual serviría de mucho para que progresara su provincia m aterial y moral­mente, presentándose, al efecto, ante las autoridades de Car­tagena.

En consecuencia, y convencido el susodicho cacique de Cartaya, partió en compañía del padre misionero a la ciudad del gobernador Heredia, antes de transcurrir un año desde que saliera del convento de la Popa el padre Alonso a emprender su heroica misión.

Ignoramos cuáles serían los sentimientos del cacique en este viaje; pero no son difíciles de adivinar ios del feliz misio­nero, al regresar a su convento, y ofrecer al gobernador los trofeos de su conquista espiritual, el fruto de sus triunfos apos­tólicos. De seguro que no se cambiaría en esos momentos el humilde hijo de San Agustín ni por todos los triunfadores más célebres del mundo, al entrar en soberbia carroza a sus ciu­dades, bajo atronadores vítores y aplausos, ni aún por el in­m ortal genovés, al regresar a España, después de haber des­cubierto im nuevo mundo, engarzándolo a la corona de Cas­tilla.

Sea lo que fuere, su viaje primero de Urabá a Cartagena acompañado del cacique convertido y de los que a éste se asociaron, estuvo muy acertado, y fue un gran éxito en favor de las misiones. Porque, en primer luear, por ese medio se deshacía el muro infranqueable que, impidiendo el trato y co­municación de los colonizadores con los urabeños, priva a unos

y a otros de grandes ventajas, que desde este momento, iban a seguirse en pro de la religión y de la patria. Además, desa­parecía ante las autoridades y ante los particulares la errada creencia, si bien fundada, de que era de todo punto imposible la evangelización de aquellas tribus, tan refractarias a la civi­lización cristiana, y renaciendo en todos la esperanza de con­vertirlos, se disponían a prestarles todo su apoyo.

Así se desprende de la amable y benévola acogida con que fueron recibidos, pues, según refiere el padre cronista fray Andrés de San Nicolás ( ) el gobernador los recibió con gran aplauso y amor, los trató en nombre del católico rey muy hon­rosamente, los hospedó en su propio palacio y los colmó de favores y dádivas.

No es de extrañar los recibiera de esa manera el gober­nador que lo era don Diego de Escobar, siendo un gobernante justo, digno y estimador de la religión, dispuesto siempre a im­pulsar la colonización y la obra civilizadora del Evangelio. Adornado de relevantes prendas, gustó mucho de la informa­ción y planes del padre Alonso, de catequizar pacíficamente y sin escolta aquella provincia; pudo apreciar rectamente el espíritu del heroico misionero, todo el bien que reportaría a la religión y la patria si se coronaba la obra de aquellas mi­siones. Por esto púsose inmediatamente de parte del padre, ofrecióle toda su autoridad y apoyo, y le concedió por de pron­to los auxihos que constan en el siguiente documento, que copiado literalmente dice así:

“Diego de Escobar, caballero del orden de Santiago y ca­pitán general de esta ciudad de Cartagena y su provincia, por su magestad, etc. Por cuanto el. padre fray Alonso de la Cruz, recoleto del orden de nuestro padre San Agustín, con el favor de Nuestro Señor, ha empezado a pacificar y reducir los indios de la provincia de Urabá: lo cual viene a ser en servicio de Dios Nuestro Señor y de su magestad. Y así atento a que di­cho padre quiere volver a proseguir la dicha santa predica­ción, doy Ucencia para que el dicho padre y el hermano Luis del Castillo, donado de la dicha orden, vayan y lleven en su compañía a Diego de Salas, soldado del castillo de Santa Cruz de este puerto, que sabe la lengua de los indios, para que esté en su compañía del dicho padre Alonso de la Cruz, sirvién-

(^} Proventus m esáis d o m in ic s : Ma&ip. X .

dole de intérprete en la dicha santa obra; y por el tiempo que se ocupare, por ser en servicio de su magestad, cobre y se le pague su plata. Y manda a todos y cualesquier persona que llegare a la didcha provincia de Urabá con sus barcos, se pre­senten ante el dicho padre fray Alonso de la Cruz, para que con su licencia salten en tierra y traten con los dichos indios, guardando la orden que el susodicho les diere y traigan cer­tificación de como así lo han hecho y cumplido, lo cual cum­plan so pena de cien ducados para la cámara de su magestad, además de otras penas arbitrarias en que serán condenados.Y si alguna persona de las que fueren o de las que allí estén, debe embarcar y remitir a esta ciudad ante mí, informándome de la causa y razón porque se envían.

Fecha en Cartagena, en seis días de noviembre de 1627 años. D iego de E scobar .— Por mandato del gobernador y ca­pitán general, Alonso de la Fuente, escribano de gobernación y público”.

No fue menos cariñosa la acogida por parte del gobierno eclesiástico que lo colmó de atenciones y demostraciones de respeto y deferencia, el cual, aún las licencias que de palabra había concedido al padre misionero al partir el año anterior, las extendió ahora del tenor siguiente: “El doctor don Fran­cisco Rivero, chantre en la santa iglesia de esta ciudad de Cartagena de las Indias, provisor y vicario general en ella y su obispado, por su reverendísima el doctor Diego Ramírez de Cepeda, del hábito de Santiago, obispo de este obispado, y del consejo de su magestad. Por la presente doy licencia al padre fray Alonso de la Cruz, sacerdote de los recoletos de la orden de San Agustín, para que pueda administrar los Santos Sa­cramentos de la Iglesia en toda esta costa brava hasta Urabá, en las partes donde no hubiere cura ni estuviere sujeto a doc­trina; porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y al provecho de las almas de los fieles, que residen en las di­chas partes donde no hay doctrina. Y así mismo le concedo licencia y facultad para que pueda celebrar el Santo Sacra­mento del matrimonio y dar las bendiciones nupciales de la Iglesia, y para que pueda predicar la palabra del Santo Evan­gelio, explicándole a los dichos y en todo hacer lo que más con­venga al servicio de Dios Nuestro Señor, sobre que le encargo la conciencia. Fechada en Cartagena, en siete días de noviem­bre de mil seiscientos veintisiete años. D octor don Francisco

R ibero .—Por mandato de su merced, Luis Zapata de Ojeda, notario”.

Segun da en trad a y fu n dación de S an ta Ana.

“Cumplido, pues, muy satisfactoriamente el objeto de su viaje a Cartagena, provisto de los anteriores documentos y cobrando su celo apostólico mayores alas para continuar su ardua misión, regresó al campo espiritual, que la Providen­cia divina le deparaba, en compañía del cacique y de los nue­vos auxiliares que le habían proporcionado; el hermano Luis del Castillo y el soldado intérprete, Diego de Sala-s. Y la prime­ra providencia que tomó al llegar al río Damaquiel, por don­de antes había entrado, fue fundar el pueblo que llamó “San­ta Ana”, punto muy a propósito para iniciar, el comercio y comunicación con la ciudad de Cartagena, como así nos io atestigua el citado cronista padre Andrés de San Nicolás por estas palabras:

“Ibi, cum Alphonsus et Regulus redirent signum est erec- tum salutiferum in portu quodam, cui nomen de Sancta Anna Alphonsus indidit”.

En este lugar estableció el padre la primera doctrina con muy buen acuerdo, como punto céntrico o de partida de sus excursiones espirituales, que Nuestro Señor se apresuró a ben­decir a manos llenas; pues muy pronto consiguió tener bau­tizados en ella unos sesenta niños y algunos adultos, entre ellos dos caciques, cuyas tribus conoció al principio de su pri­mera entrada, y que tan buena hospitalidad le habían dado.

Dos cosas se propuso principalmente inculcarles desde el principio de sus instrucciones catequísticas, persuadirlos que su única aspiración consistía en ganarlos para Dios, no bus­cando sus tesoros, sino sus almas, para encaminarlas por el Evangelio ai cielo.

Pero conociendo además que el espíritu de discordia rei­naba entre aquellas diferentes tribus, y que esto constituía un gran obstáculo para practicar la doctrina de la Cruz que les enseñaba, a deshacer ese muro de división dirigía también sus mayores esfuerzos apostóUcos y su oración a Dios con todo el fervor de su alma encendida en las llamas de la caridad.

Sino que el enemigo común de las almas hacía al mismo tiempo cuanto podía para destruir la obra del celoso misio-

ñero sirviéndose de ciertos mercaderes que, conculcando las reales órdenes y atentos únicamente a sus granjerias, engaña­ban a los indios en sus tratos, los esquilmaban, sin fijarse en que así impedían grandemente el triunfo del Evangelio en aquella provincia urabeña. Y como los infelices no tenían bajo el sol más protector y padre que los amparase que su abne­gado misionero, a él le contaban y daban sus quejas, a fin de que los defendiese.

Sobre lo cual debió informar al gobernador que tan sin­ceramente le había ofrecido su apoyo y autoridad, conforme se colige de la siguiente carta, contratación, que dice:

“Padre fray Alonso de la Cruz: Dos cartas de V. R. he re­cibido, de 28 y 30 de diciembre, y me he holgado al saber que V. R. queda con salud, que yo deseo; de que haya acudido a V. R. esa gente también; espero en Dios que por medio de V. R. se ha de reducir toda esa gente a la fe y al servicio de su majestad. V. R. vaya continuando con su buen intento, que yo ayudaré en cuanto V. R. mandare y fuere menester. La carta para el padre provincial daré en viniendo, y diré que nos dé los dos religiosos que V. R. pide; que de otra manera no se ha de negociar nada. Al padre prior de la Popa escribí un papel cuya respuesta va aquí. Yo haré diligencias porque a V. R. envíen dos religiosos; y los padres de San Diego se dis­pondrán a ir a esos lugares, como V. P. dice, que tratándole vamos; y en el Ínterin que de todo se toma resolución, he que­rido vaya ese barco, que es el de arraez de Galera, y el arraez que V. R. manda que vaya. Y por la necesidad que V. P. dice en que quedaba, lleva dos arrobas de cazaba y otras dos de bizcocho y dos botijas de aceite, y dos quesos y una botija de vino; y así V. R. quisiera otra cosa avise, que se la enviaré. Salas no volverá allá. Tres barcos tengo nombrados que va­yan y vengan a ese puerto de Santa Ana, y el uno es este; yo avisaré de los otros dos: irán con licencia m ía; y a Tolú he en­viado mandamiento para que ninguno vaya a rescatar por aquella parte; y lo mismo tengo hecho aquí; sino que todos vayan a ese puerto y traigan carta de V. P. si fueren; y haré cuanto pudiere por asentar esto; y avíseme V. P. si alguno otro fuere sin licencia m ía; y quién es y cómo se llama para que se le castigue; y fío en Dios y en V. P. que ha de recibir a esa gente como se desea y también lleva Andrés M artín arraez de este barco, siete velas blancas y una caja con hostias. De

todo lo que lleva y entregase avise V. P. y en acabándose me avise, para que se le provea de lo que le faltare. Dios guarde a V. P. como deseo.—Cartagena 9 de enero de 1628.—D iego de E scobar”.

Documento elocuente en favor del gobernador, confirma­torio de la sinceridad de las promesas que había dado al padre Alonso, y que declara al par el celo y la actividad desplegados por el padre en la reducción de sus queridos urabeños. Al mis­mo tiempo que aboga porque se eliminen los obstáculos que se oponen a la realización de la misión, pide nuevos operarios: porque la mies va llegando a sazón, no se contenta con pedir a los suyos, sino que desea que vayan los padres franciscanos, cuya misión en San Sebastián sabe que no tuvo buen éxito.

Gran consuelo recibió su alma cuando vio llegar al padre Juan Laureano con un hermano coadjutor, enviado por el pa­dre prior del convento de la Popa, movido por sus ruegos; y más religiosos que le ayudaran le enviara, indudablemente, si fuera mayor su número en el convento. Con todo, dio gracias a Dios Nuestro Señor, y con la nueva ayuda hizo adelantar notablemente la misión del puerto de Santa Ana, y fundó lue­go el pueblo de Damaquiel, aguas arriba del río del mismo nombre, accediendo a las súplicas del cacique de Cartaya, por comprender su importancia grande para los intereses religio­sos de la provincia urabeña.

Sobre lo cual hablan muy alto los siguientes autorizados testimonios: “Declaración del cabo de escuadra don Ju an Ver­dejo y don Antonio Lara sobre los trabajos de V. P. Alonso de la Cruz en la provincia de Urabá, Colombia.

En la ciudad de Cartagena de las Indias a diez y seis días del mes de octubre de mil seiscientos veinte y ocho años, yo escribano, recibí juram ento de Ju an Verdejo, cabo de escuadra de la compañía del capitán don Pedro Luxán, una de las del presidio de esta ciudad, y él lo hizo en forma de derecho, y prometió decir verdad. En siendo preguntado por la petición de atrás, dijo que por el mes de mayo próximo pasado de este año, el señor Diego de Escobar, caballero del orden de San­tiago, gobernador y capitán general que fue de esta provincia, envió a este declarante a la provincia de Urabá con una carta para el padre fray Alonso de la Cruz, de la orden de Recolec­ción de San Agustín, que estaba en la dicha provincia en la conversión de aquellos indios, para que pagasen el reconocí-

miento que habían hecho a la real corona por orden del dicho padre, y supiese este declarante el estado en que dicho padre tenía la reducción de los dichos indios. Y este declarante fue a la dicha provincia de Urabá, al pueblo llamado Damaquiel y Moyarica y Chicarachica, y otros pueblos circunvecinos en que el dicho padre estaba y asistía convirtiendo y reduciendo a los indios, con otros religiosos de la dicha orden. Y este de­clarante dio la carta que llevaba del dicho gobernador al dicho padre fray Alonso de la Cruz y habiéndola recibido, trató lue­go con el dicho padre de la orden que llevaba del dicho gober­nador, y este declarante estuvo en compañía del dicho padre veinte y seis días, y en este tiempo vio que los indios princi­pales de los dichos pueblos, caciques, capitanes y mandado­res y sus mujeres y otros indios e indias acudían a oír misa y a oír rezar la doctrina cristiana que les enseñaba y catequi­zaba el dicho padre; los cuales acudían con mucha voluntad a lo susodicho y a los demás que les mandaba el dicho padre, en que mostraban mucho amor y tener mucho contento y gus­to con el dicho padre; y decían que el rey era su señor, y que fuesen allí cristianos que con ellos acudirían a conquistar la provincia del Darién y Matamoros, provincias cercanas a ellos.Y este declarante comenzó a cobrar en los dichos pueblos el reconocimiento de vasallos de su majestad, que era aves y to­tumes, que es el fruto de aquella tierra, el cual pagaban con mucho gusto, y decían que darían todo lo demás. Y por venir­se este declarante a alcanzar los galeones no acabó de cobrar el dicho reconocimiento, y lo que trajo este declarante lo en­tregó al señor gobernador, y esto es la verdad y lo que pasó; so cargo del dicho juramento, y lo firmó, y que es de edad de veinte y dos años poco más o menos, Ju a n V erdejo .—Ante mí, Andrés Pacheco, escribano”.

Existe otro documento sobre lo mismo, hecho en la ciudad de La Habana, ante el señor general don Luis de Velasco Mal- donado, testificado por don Diego Calderón, escribano, del te­nor siguiente:

“En la ciudad de La Habana en cuatro días del mes de enero de mil seis cientos y veinte y nueve años, yo el escriba­no susodicho en cumplimiento del auto de arriba recibí ju ra­mento en forma de derecho del licenciado don Antonio de Lara Mogrovejo, so cargo del cual prometió decir verdad. Y siendo

preguntado por el tenor del pedimento, dijo que este decla­rante, como teniente general de la ciudad de Cartagena y su provincia, vio que el año de mil y seis cientos y veinte y seis el padre fray Alonso de la Cruz religioso descalzo de la orden de San Agustín, trató de ir a la provincia de Urabá a catequizar y reducir a nuestra santa Fe Católica a los indios rebeldes de aquella provincia y para ello pidió permiso a Die­go de Escobar, gobernador y capitán general de la dicha ciu­dad de Cartagena, el cual viendo el buen celo del dicho reli­gioso y lo que importaba la reducción de los dichos indios, así por ser rebeldes como por confinar con los indios del Darién, se lo dio. Y el dicho religioso fue a la dicha provincia y estuvo allá algún tiempo. Y por las cartas que escribía al dicho go­bernador que vio este declarante, supo cuán bien recibido fue de los dichos indios, y cómo había hecho una iglesia en un pueblo de ellos, donde había bautizado a muchos y enseñá- doles la doctrina cristiana, y así mismo sabe este declarante que el dicho religioso trató con los dichos indios más princi­pales, caciques y capitanes, de que viniesen a la dicha ciudad de Cartagena a verse con el gobernador con los cuales vino el dicho padre fray Alonso y trataron con el dicho goberna­dor del tributo que habían de pagar a su magestad, y el di­cho gobernador les vistió y regaló algunos días en su casa, y después de ello se volvieron con el dicho religioso y otros de su orden, que todos hicieron mucho aprovechamiento, y h i­cieron otras dos iglesias, donde bautizaron mucha gente y re­dujeron a gran parte de los indios; de manera que hay mucho comercio de la dicha ciudad de Cartagena con ellos. Y sabe este declarante que tres barcos de la dicha ciudad de Carta­gena van y vienen a la dicha provincia por gallinas, maderas y otras cosas de los dichos indios; los cuales religiosos estuvie­ron con los dichos indios hasta que murió el dicho goberna­dor, Diego de Escobar, dejando hechas algunas iglesias; de todo lo cual dio cuenta el dicho gobernador a su magestad.Y este declarante sabe el mucho fruto que el dicho padre fray Alonso ha hecho, pasando muchos trabajos, como todo consta de las cartas del dicho gobernador, a que se remite este de­clarante. Que esto es la verdad, so cargo de juram ento que tienen hecho, y lo firmó de su nombre, y que es de edad de treinta años, don Antonio de L ara M ogrovejo. Ante m í: Diego Calderón, escribano”.

Mas oigamos al mismo celoso apóstol de Urabá el siguien­te informe que hubo de rendir por mandato de sus superiores, los adelantos y progresos que hacía la misión luego que tuvo por auxiliares al padre Ju an Laureano y al hermano que acom­pañó a éste:

“Jesús! María! Digo yo fray Alonso de la Cruz, religioso descalzo de mi padre San Agustín del convento de Santa Cruz de la Popa, de la galera en Cartagena de las Indias, que, ha­biéndome dado licencia mis prelados para ir a predicar el Santo Evangelio a la provincia de Urabá y el Darién, con li­cencia del cabildo, sede vacante, y del señor obispo cuando vino de España, que confirmó la que me dio el cabildo para poder administrar los Santos Sacramentos a los indios infie­les de aquellas provincias: entré el año de 1626, y he conti­nuado dos años entre los dichos indios bautizando algunas criaturas y un cacique o capitán, el más estimado entre ellos, que por todos serán sesenta poco más o menos, y de éstas se han muerto ocho o nueve.

Pudiera haber bautizado muchos más que me lo pedían: no lo he hecho por no poder asistir con ellos ni tener ayuda de sacerdote ni de nadie, sino de Dios; porque entré solo con un indio que me ayudaba a misa, y aunque me recibieron bien en mi entrada y me hicieron iglesia a donde decía misa todos los días, después de esto que se divulgó mi asistencia en la pro­vincia, vinieron de toda ella indios a verme. Hicieron sus ju n ­tas y borracheras y trataron de echarme de su tierra o m atar­m e: Y proveyó Dios que los capitanes o caciques tomaron mi causa o la de Dios y dijeron que había de estar en su tierra y que habían de ser cristianos.

Con todo esto comencé a enseñar a rezar a los niños; to­maban muy bien nuestra lengua y en pocos días rezaban can­tadas las cuatro oraciones. Los padres muy contentos de oír­los me tomaron afición y me regalaban con sus comidas. Vine a Cartagena a dar cuenta de lo que había pasado; tra je siete indios caciques y capitanes, vistiólos el señor gobernador, Die­go de Escobar. Recibiólos muy bien y a mí me ayudó mientras le duró la vida. Fue Dios servido de llevarle, y así paró todo, por haber escrito el dicho y yo al consejo y no haber respon­dido.

Digo, que sin que su majestad gaste nada, siguiendo lo que yo había tratado con el señor gobernador difunto, con el

favor de Dios y con el beneplácito de su majestad, no sólo se ganará esta provincia, sino las demás juntas, que son siete por todas, de mucha gente, muy ricas de metales, y fructífe­ras de todo lo que se planta. De lo que yo vi y de lo que me informé de los indios, pudiera decir mucho y diré poco, por el riesgo que corre el escribir y hablar de los que no son conoci­dos, ni hay mucha noticia de lo que no está poblado de cris­tianos.

Sólo digo que son tierras muy pobladas de montañas; también hay cabañas muy grandes para ganado, buenos tem­plos, muchas aguas muy buenas, los indios muy bien propor­cionados y valientes flecheros, algunos de ellos blancos entre los darienes. Otros comen carne humana, tienen diferentes ritos y lenguas, contratan unos con otros con poca seguridad y se cautivan. Tienen mohanes, hombres y mujeres que tra ­tan con el demonio; algunos le ofrcen sus sacrificios, otros no. No tienen noticia de gloria ni de infierno, más de que en mu­riéndose se van a una sierra a holgar con Guaca, que así lla­man al demonio. Queman los cuerpos cuando mueren, tienen muchas supersticiones.

De buena gana dejo lo que pudiera decir, y así digo que si hay sacerdotes tales cuales conviene a tal obra, poniéndose por ejecución lo que yo he dicho, se reducirán a ser cristianos y vasallos de su majestad. Para lo cual conviene dé el trato y puesto de rescate con los indios a una persona de caudal, que se obligue por seis u ocho años a llevarles lo que yo he tra ­tado con ellos, y a hacer iglesia con nombre de convento, y que sea fuerte para la defensa, si fuere necesario: y meta ga­nados y negros, que hagan labranza de maíz, y saquen madera de cedro para navios, y la sierren en el puerto, que hay mu­cha, y con esto se fructifica y puebla la tierra, y acude al sus­tento de cuatro sacerdotes que me han pedido para principio de su conversión, desinteresados de lo temporal, codiciosos de lo celestial, no regalados, sino fuertes y trabajadores en ia viña del Señor.

Con estas prevenciones y otras que enseñará la experien­cia con el tiempo, confío en Dios tendrá buen fin, poniendo los medios, y se ganarán estas almas para Dios, y las tierras para el rey, sin mucha costa de haciendas y vidas, más con buenos y mejores obras se vencen dificultades y se alcanzan

bienes celestiales.—Fray Alonso de la Cruz, siervo de los sier­vos de Dios”.

Este informe dio el humilde misionero en Cartagena al segundo viaje que hizo acompañado de varios caciques el año 1628, con el objeto de obviar ante el gobernador las dificulta­des que se iban ofreciendo, y a fin de dar mayor impulso y aco­meter la obra de la misión.

Desgraciadamente a poco de llegar a la ciudad murió el señor gobernador Diego de Escobar, que tanto le había auxi­liado, y con este motivo hubo de esperarse a que contestara el católico monarca a las consultas que le habían hecho sobre las dichas misiones tanto el gobernador difunto como el padre fray Alonso. La ansiada contestación real llegó por fin, pero tan satisfactoria que colmó el pecho del afligido misionero con el mayor contento. Fue una cédula real que dice así:

“El Rey.—Al gobernador de la provincia de Cartagena: fray Francisco de la Resurrección, procurador de ios agustinos descalzos del convento del Popa de esa ciudad de Cartagena^ me ha hecho relación que Diego de Escobar, difunto, mi go­bernador, que fue de esa provincia, trató en mi nombre con su religión, entrase en la provincia de Urabá a predicar y doc­trinar a los indios, disponiendo que los más principales de ella se redujesen y me diesen la obediencia, a que la dicha religión ha acudido con mucho celo y caridad; y bautizando a muchos indios y reducídolos a poblaciones, edificando algunas iglesias, y que de todo se había dado cuenta el dicho mi gobernador, y de los indios principales fueron siete a esa dicha ciudad, y asentaron pagarme en reconocimiento como a su rey y señor una gallina cada año, que con mucho gusto han empezado a pagar, como me consta de las cartas y declaraciones que pre­sentó en mi consejo de las Indias, y de lo que me informó en esta sazón el dicho mi gobernador en carta de 29 de julio del año pasado de 1627. Y para que esta santa obra vaya adelante, porque la dicha religión pretende reducir las provincias cir­cunvecinas a la de Urabá, como son las de Darién, Matamoros, Maritudes, Cataquinúes y cordilleras de la gobernación de Zaragoza, convendría evitar las causas que perturban a los indios, nuevamente reducidos en la perseverancia de lo co­menzado, que son algunos tratantes de los lugares adyacentes, que movidos de la codicia del rescate, acuden a los pueblos de la dicha provincia y se entran a la tierra adentro haciendo mu­

chos agravios y molestias a los indios, con que reciben mal ejemplo. Suplicándome que para evitar semejante inconvenien­te y mayor disposición de lo que se desea, fuese servido de mandar que en el puerto de Santa Ana, que es el principal de la dicha provincia se ponga persona que ampare y favorezca esta obra, estorbando los rescates demasiados, y que particu­larmente no consienta se lleven armas, por el inconveniente que hay de llenarse de ellas las provincias no reducidas. Y ha­biéndose visto en el dicho mi consejo, considerando que a la reducción de los dichos indios es gran daño y perjuicio la mez­cla de los soldados y otras personas vagamundas, que con color de lo religioso entran en las dichas provincias, haciendo robos- y agravios a los indios, con que pierden la devoción y cobran odio a los españoles, me ha parecido remitiros esta, como lo hago, para que, como quien lo tiene presente, proveáis lo que más convenga para remedio de estos inconvenientes, poniendo si fuere necesario en el puerto de Santa Ana, o donde os pa­reciere convenir, una persona de toda satisfacción, que estorbe la entrada de los dichos soldados y tratantes, que van a res­catar y comerciar; y dé todo el favor y ayuda necesaria a los religiosos que se ocupan en esta santa obra, como también vos lo haréis para con este alivio la prosigan, consiguiéndose los buenos efectos que se desean. Fecha en Madrid, a cinco de mayo de mil seiscientos veintinueve años. — Yo el Rey.— Por mandato del rey nuestro señor, Andrés de Roxas, secretario”.

Hermoso y muy apreciable documento que llenó al ape­nado espíritu del infatigable misionero padre Alonso y de toda la comunidad agustino-recoleta del convento de la Popa, de un santo gozo y alegría, al ver que así desaparecían varias y gravísimas dificultades que se habían presentado, a causa principalmente de haber muerto el decidido protector de la misión, don Diego de Escobar, brazo derecho del insigne após­tol de Urabá.

Pero, ¿quién podrá expresar el consuelo que recibieron al saber que no solamente aprobaba el rey y monarca de la tie­rra, sino también el del cielo por medio de su vicegerente en su iglesia?

D ecreto de la S agrada C ongregación de la P ropagan da F ide por el cu al fu e n om brado p refec to de la m isión de Urabá el

padre fray Alonso de la Cruz.

Decretum Sacrae Congregationis De P ropagan da F ide ha- bitse coram Sanctissimo. Referente Reverendissimo D. Corsio conversionem octo millium Indorum in Provincia Urabá prope Carthaginem Indiarum a Fratre Alphonso a Cruce, Ordinis Discalceatorum S. Agustini, mediante miraculossa, ejusdem Fratris Alphonsi, viventis, et absentis apparitione, quae illius Provinciae Regi Magno Carthaia nuncupato accidit, et simul petitiones Procuratoris Generalis ejusdem Ordinis, Sacra Con- gregatio decrevit ut infra:

Primo, decrevit Litteras patentes Missionarii dicto Alphon­so, cum duocecim sociis aliis, per Definitorium ejus Provincise, vel per Vicarium Generalem, vel Comissarium, pro tempore Domorum Regularium, ejusdem Ordinis prsefatis Indiis Occi- dentalibus existentium asignandis ad prsedictam Provinciam Urabá, et ad convicinas, videlicet Dariel, Maritudes, Cathacin- hues, Charivanas et Tairones.

Secundo, in defectu dicti Fratris Alphonsi censuit p r«- fecturam hujusmodi Missionis concedendam esse Religioso, ejusdem Ordinis, quem prsedictum Definitorium, vel Vicarius aut Comissailus prsefecti judicaverint idoneum doñee Sacra Congregatio de morte, vel, defectu dicti Fratris Alphonsi ad- monita, aliud decreverit G. Cardin. Borgiae.—Franciscus Ingo- lus, Secretarius.—Locus sigilli”.

Este decreto traducido libremente al castellano dice lo siguiente : Que apoyándose la sagrada congregación de P ropa­g an da F ide en la relación que hizo el reverendísimo señor Cor­sio acerca de la conversión a nuestra fe de ocho mil indígenas de la provincia de Urabá cerca de Cartagena de Indias obte­nida por la predicación evangélica del padre fray Alonso de la Cruz, religioso de los agustinos descalzos de la provincia de la Candelaria, de su maravillosa aparición al cacique de la provincia de Urabá, y juntam ente en las solicitudes y ruegos del padre procurador general de la misma orden, determinó dar las letras patentes de misionero que le ayudaran en ia misión de la dicha provincia de Urabá y en sus limítrofes, a saber, la del Darién, Maritudes, Cataquinues, Carivana, y la de Tairones, bien el definitorio de la misma provincia de la

Candelaria, bien el padre vicario general de la congregación, o finalmente, el padre comisario, según la posibilidad de las causas que tenía Ja provincia de la Candelaria.

Ordenaba también que en el caso de muerte o imposibi­lidad de dicho padre Alonso para continuar al frente de la misión, le sucediera en la prefectura el religioso de la misma orden que el citado definitorio, o el vicario o el comisario esti­maran idóneo, mientras amonestada de la muerte o defecto del padre prefecto, dicha sagrada congregación determinaba otra cosa.

La patente del misionero y las facultades extraordinarias concedidas a dicho padre Alonso, fueron del tenor siguiente:

“Sanctissimus in Christo Pater, et Dominus Noster, Do- minus Urbanus, Divina Providencia Papa octavus: Omnium hominum saluti pro suo Apostoiico muñere providere cupiens te Patrem Fratrem Alphonsum de Cruce Ordinis Eremitarum Reformatorum S. Agustini, una cum duodecim sociis ejusdem Ordinis, tibí per Deffinitorium Provincias tuse, vel per Vica- rium Generalem Congregationis Hispaniarum, et Indiarum, aut Comissarium, pro tempore domorum Regularium ejusdem Ordinis in præfatis Indiis Occidentalibus existentium adsig- nandis ad Provinciam Urabá prope Carthaginem, et ad convi- cinas, videlicet, Dariel, Maritudes, Catachinues, Charivana et Taironas, Indiarum Occidentalium, mittere decrevit, et m ittit, ut in eas cum facultatibus vobis per alias Litteras conceden- dis Evangelium Domini Nostri Jesu Christi anuntietis, et gen­tes illas doceatis, servare quæcumque S. Mater Eclesia Apos­tolica Romana præcipit, et præsertim, ut judicium universale futurum eisdem contestemini. Vos itaque rei magnitudinem et Apostolici muneris vobis comissi gravitatem serio perpendentes, in primis cávete, ne ad infidelium ritus quoslibet quovis præ- textu, vel causa accedatis. Deinde omnem adhibite curam, ut Ministerium vestrum digne et fidehter et jam (etiam) cum sanguinis effusione, ac morte ipsa, si opus fuerit, impleatis, ut inmarcescibilem Coronam a Pâtre Luminum recipere merea- mini. Datum Romæ, ex Sacra Congregatione de Propaganda Fide, die 17 de augusti 1629, Pontificatus ejusdem Sanctissimi Domini Nostri anno sexto.—G. Cardinalis Borgiæ, Locus t si­gilli. Franciscus Ingolus, secretarius.

Las facultades extraordinarias que el Papa Urbano V ili

concedió al dicho padre fray Alonso para el recto desempeño de la misión, fueron las siguientes:

Facultates concessa a Sanctissimo D. N. D. Urbano Papa V III Fratri Alphonso de Cruce presbytero Ordinis Eremitarum Discalceatorum Sancti Agustini, missionario ad Provincias Urabá, Dariel, Maritudes, Cathacinues, Caribana et Taironas, in Indiis Occidentalibus.

1) Exercendi omnes actus Parochiales, ubi non sunt Epis­copi, vel Parochi; et ubi sunt, de eorum licentia, vel si ita dis­tant, ut commode conveniri non possint.

2) Absolvendi in foro conscientise casibus reservatis per- quasqumque Constitutiones Apostohcas, et in specie per Bu- llam In CcencB Dom ini, injunctis injungendis.

3) Absolvendi ab hseresi, et schismate indos, etiam relap­sos. Dispensandi in tertio et quarto simplici, et mixto conssan- guinitatis vel affinitatis gradu, in contractis matrimonialibus ubi non sunt Episcopi, similes facultates habentes, et cum causa.

4) Declarandi prolem legitimam in prsedictis matrimoniis, de prgeterito contractis susceptam.

5) Dispensandi super quacumque irregularitate ex delieto oculto, prasterquam ex homicidio voluntario contracto, et re- laxandi suspensiones quascumque a Religiosis, ssecularibus vel regularibus incursas, praeterquam ab homine impositas, injunctis injungendis; et ubi non sunt Episcopi, vel Vicarii habentes similes facultates, vel ita distant ut comode adiri non possint, vel de eorum licentia.

6) Relaxandi juram enta, justas ob causas, ubi non sunt Episcopi, vel eorum Vicarii habentes similes facultates, vel ita distant ut comode adiri non possint, vel de eorum licentia.

7) Administrandi Sacramenta, sine caeremoniis solitis; non tamen necessariis, excepta confirmatione atque Ordine.

8) Utendi oleis et chrismate veteribus; quando nova de facili haberi non poterunt.

9) Benedicendi paramenta, distante Episcopo ultra duas dietas.

10) Benedicendi capellas et csetera que ad divinum cul- tum spectEint, ubi non adhibetur Sacra unctio.

11) Celebrandi Missas, quocumque loco decenti etiam sub terra, tribus horis ante lucem, et hyeme una hora post meri­diem, bis in die, ubi necessitas postulaverit juxta Sacros Cano-

nes, in altari portatili, sine obligatione inquirendi, an sit frac- tum, vel contineat sacras reliquias necne, quod de aliis etiam altaribus intelligitur; coram hsereticis, infidelibus, atque ex- communicatis, dummodo minister non sit hgereticus, et in casu necessitatis.

12) Reponendi habitum regulärem, et pecunise usum ha­bendi, ubi necessitas requisiverit

13) Recitandi Rossarium Beatse Marise Virginis, loco divi­ni officii, quando aut Breviarium non habere, vel ilio uti sine vitse periculo non poterit.

14) Concedendi indulgentias quadraginta dierum, in fas­tis de prsecepto, et prim ^ classis; et plenariam in diebus Nati- vitatis Domini Nostri Jesu Christi el Assumptionis Beatse Ma­rise Virginis, et semel facientibus confessionem generalen suo- rum peccatorum, ac semper in articulo mortis.

15) Utendi suprascriptis facultatibus in dictis Provinciis easque communicandi in toto, vel in parte, duodecim aliis sa- cerdotibus ejusdem Ordinis, ei assignandis per Deffinitorium Generalem ejus Provincise.

Feria V die VI septembris anno 1629.In Generali Congregatione Sanctse Romanse, atque Uni­

versalis Inquisitionis habita in Palatio Apostolico Quirinali, Sanctis. D. N. D. Urbanus Divina Providentia Papa V III con­cessit supradictas facultates praefato Fratri Alphonso de Cruce ad septennium proximum Joannes Garzia Episcop. Tuscula- nus, Cardinalis Millinus. Jos. Antonius Thomasius Sanct^ Romanas.

Las facultades extraordinarias concedidas al padre prefec­to de la misión de Urabá, eran parecidas a las que actualmen­te otorga la sagrada congregación de la Propaganda Fide a los prefectos apostólicos. Con todo, hay una diferencia nota­ble en cuanto al libre ejercicio de esas facultades Hoy, los pre­fectos apostólicos tienen territorio independiente de toda otra jurisdicción eclesiástica, donde ejercen su ministerio con la ßiisma autoridad que los obispos en sus respectivas diócesis. En las facultades que la Propaganda Fide concedió al padre Alonso de la Cruz no se asigna territorio limitado e indepen­diente, antes bien, se pone como condición para el ejercicio de dichas facultades, que sea donde no hay obispo o la distancia sea mayor de dos dietas, es decir, unas veinte leguas. De he­

cho, pudo ejercer todas esas facultades en Urabá sin restric­ción alguna, pues la distancia a Cartagena —el obispo más cercano— es mucho mayor de dos dietas.

T ercera en trad a del ■padre Alonso.

Más fácil de suponerse que de escribirse, atendida la vir­tud y celo apostólicos del insigne misionero de Urabá, fue el agradecimiento del padre prefecto apostólico al vicario de Je ­sucristo en su Iglesia por tan singular y honrosa designación; pero mayor aún el ardor de su infatigable celo, que se acrecen­tó en su alma desde ese momento, por reducir a la fe a sus queridos indios y facilitarles la conquista del cielo. Ya no pudo reposar más en Cartagena desde este día, sino que comenzó a disponer todo lo necesario para el viaje, y provisto de lo que los prelados, autoridades o personas caritativas le facilitaron, salió de nuevo en alas de su fe y caridad para sus amadas mi­siones, ya no tan sólo como en anteriores ocasiones, sino acom­pañado de los virtuosos religiosos padre fray Miguel de la Mag­dalena y fray Bartolomé de los Angeles, con la esperanza ade­más de que irían otros padres, hasta completar el número de doce, apenas se dispusiesen. Llevó también a dos negros muy entendidos en las labores del campo, y a los españoles de moralidad probada que le dio el maestre de campo don Fran­cisco de Murga para que poblasen el puerto de “Santa Ana”.

La demostración de júbilo con que los urabeños recibieron a su querido padre Alonso, después de una ausencia de dos años, fueron muy grandes y muy expresivas; más el gozo de nuestro misionero al verse otra vez entre sus amados indios y el anhelo por el bien de sus almas, fue sin comparación mayor; y como la caridad no sufre tardanzas en darse a las obras en favor del prójimo, dispongámonos a contemplar las maravillas que obró de aquí en adelante por medio de los mi­sioneros candelarios en el campo que había preparado el pa­dre Alonso.

Porque si en los dos años anteriores, en que había misio­nado el padre Alonso casi solo, el número de reducciones de in­dios ascendía a ocho mil, según se hace constar en el decreto de la congregación de Propaganda Fide, preinserto, al poco tiempo de la entrada con los nuevos dichos padres, subía a doce mil.

En prueba de lo cual léase si no ei informe que, a peti­ción del padre comisario fray Pedro de la Asunción, dio el pa­dre prefecto, cuya síntesis es como sigue:

“El puerto de Santa Ana”. E l puerto de Santa Ana que, es el primer pueblo a la entrada del arroyo de Damaquiel, a donde se ha fundado el primer convento de nuestro padre San Agustín, hase poblado de indios cristianos y algunos poblado­res que envió el maestre de campo Francisco de Murga; es si­tio señalado para ciudad.

“Mamaquiel”. El pueblo de Damaquiel está como a cuatro leguas de Santa Ana, arroyo arriba. Divídese en cuatro barrios, que cada uno tiene su capitán. Acuden todos a una iglesia; habrá como 700 almas; todos cristianos.

“Misiachica”. El pueblo de Misiachica está tres leguas del pasado, río arriba, divídese en dos barrios; tendrá como 600 almas; no son todos cristianos por falta de Ministros, y acu­den a una iglesia.

“Chicarachica”. El pueblo de Chicarachica está dividido en cuatro barrios, con sus capitanes. Dista de Damaquiel dos leguas; acuden a una iglesia; tendrá quinientas almas; son todos cristianos.

“Alfatichica”. El pueblo de Alfatichica dista una legua del pasado, río arriba; acuden a una iglesia como 400 almas; acú- deles el padre que está en Matamoros.

“Matamoros”. El pueblo de Matamoros dos leguas más arriba del pasado, es muy fértil, tiene 600 almas, acuden a una iglesia y son buenos cristianos.

“Paquitusa”. El pueblo de Paquitusa es dos leguas más arriba del pasado; tiene 200 almas y no tiene iglesia; acuden a Parabay.

“Parabay”. El pueblo de Parabay, más arriba del pasado es tierra templada y fértil; tendrá 500 almas.

“Mosio”. El pueblo de Mosio, tres leguas más arriba, es el último de la provincia de Urabá. Corre hacia el sur por aque­lla parte de la provincia de Maritudes y otras muchas de gen­te caribe en que comen carne humana. Este pueblo, como de 300 almas, tiene iglesia y es gente pacífica.

‘Mugirica”. El pueblo de Mugirica está a cuatro leguas de Damaquiel, en las costas del mar hacia Dariel; tiene dos ba­rrios con dos capitanes; serán 600 almas; tiene iglesia y es gente más dócil.

“Nacarino”. El pueblo de Nacarino, cinco leguas adelante del pasado, por la misma costa, divídese en dos barrios en que hay 300 personas.

“Numiarán”. El pueblo de Numiarán está una legua más adelante; tendrá 200 almas.

“San Sebastián”. El pueblo de San Sebastián está tres le­guas adelante, pegado a la ensenada que -divide esta provin­cia de Urabá de la de Dariel; hay sólo tres leguas de travesía en la dicha ensenada. Es gente traidora, y por eso no los co­munican los de San Sebastián; suelen de una y otra parte matarse muchos. Divídese este pueblo de San Sebastián en tres barrios, con tres capitanes; es la mejor gente de la pro­vincia; el mejor puerto por la ensenada, que lo demás es costa brava. Este sitio señalado para ciudad por el maestro de cam­po Murga; habrá 800 almas; tienen iglesia y son muchos los cristianos.

“Chichirubi”. El pueblo de Chichirubi arriba de San Se­bastián cinco leguas a la costa de la ensenada; no tiene igle­sia; serán 200 almas.

“Urabá”. El pueblo de Urabá de quien toma nombre la provincia, también se llama Gaurí; está en la cabeza de la en­senada, confina con Dariel y otras provincias; tiene iglesia; serán 300 almas (^).

Sin estos lugares otras muchas doctrinas y estancias de gente que no se han podido reducir a poblaciones; adminís- transe con mucho trabajo. De todo este gentío los más son cristianos, y los otros pocos se disponen para el bautismo; y entre tanta chusma se numerarán 2.250 indios de flechas”.

Tales fueron los trabajos admirables realizados por nues­tro celoso misionero en esta tercera entrada, en el espacio de menos de un año, del 1631 a 1632. Quince pueblos estableci­dos y organizados; diez iglesias erigidas en ellos y destinadas al verdadero culto de Dios; y doce mil y más indios reducidos a la verdadera fe y ganados para la Iglesia y para la patria, j Cuántos sinsabores, fatigas y desvelos y penalidades no im­plica para tan pocos obreros apostólicos y en tan reducido

(^) Hoy no h a y s e ñ a le s de e s ta s p o blacio n es, fu era d e S an ta A n a y S a n S eb a stiá n 4 e U rabá . Sob re e t terreno qu e ocupó l a prim era, se h a ion n ad o e l p oblad o d e D am a-

-quiel, con unos 300 h a b ita n te s ; y sob re e l lu g ar d e S a n S eb a stiá n está e l o c tu a l NecocH d e cu atrocientos h ab itan tes , £.u m a ro r ta g en te de color, com o tam bién los d e D om aquiel.

espacio de tiempo desde la primera entrada del padre Alonso en 1626!

Ya puede suponer el lector el ruido y admiración que cau­saría el florecimiento y rápida prosperidad de esas misiones en todas sus comarcas, pero señaladamente en la ciudad de Cartagena. Por nuestros cronistas sabemos que quien andaba más complacido que todos era el padre comisario o superior de nuestra agustina descalcez, por entonces en Colombia, fray Pedro de la Asunción, al ver que sus hijos daban tanta gloria a Dios y a la patria tantos vasallos; el cual no pudiendo re­primir el deseo de honrar con su presencia el oficio de los mi­sioneros y estimularles a la perseverancia, y participar en algo de sus fatigas, se dio a la mar, visitó las misiones y perma­neció algún tiempo entregado de lleno al ejercicio de la cate- quización de los indios, bautizando, convirtiendo y casando a muchos, entre ellos a un gran cacique o capitán de Dama­quiel, llamado Batahona y a su mujer.

Hasta la ciudad de Roma llegó el eco de tan brillante éxito de las misiones de Urabá, según se ve por la siguiente carta del excelentísimo cardenal Borja, que dice así:

“Al muy reverendo padre fray Pedro de la Asunción, agus­tino descalzo, Cartagena.

Muy reverendo padre: La carta que V. R. escribió a Ma­drid a su vicario general a los treinta de enero de este presente año, se recibió en esta sagrada congregación con consolación grande de los eminentísimos señores, por los buenos progre­sos que han entendido haberse hecho en aquella misión, a la cual, así como desea que V. R. la dé todas aquellas ayudas que pudiere, para que vaya adelante, y aumentarle de obreros; así también se asegura que de su parte no faltarán en ampararle y favorecerla siempre, en todo lo que para ello fuere necesa­rio; y de la misma manera estimarán saber de V. R. el fruto que en ella se irá haciendo, como también los progresos de la obra del padre fray Alonso de la Cruz, de su misma orden. Y acabo con rogar a Dios dé a V. R. aquellos sus verdaderos bie­nes.—Roma 6 de septiembre de 1631.— Para lo que V. R. qui­siere. El cardenal Borja y Velasco.—Francisco Ingoli, secre­tario”.

El sello d e Dios.

“Era el año de 1633; la Divina Providencia tenía dispues­to en sus inescrutables designios regenerar con bautizos de sangre a nuestra familia recoleta en América, poniendo su sello divino a las misiones de Urabá, y coronando a nuestros heroicos misioneros con la corona inmortal del martirio.

“Sucedió que a uno de los jefes de tribus, llamado Juan Morongo, recién convertido, baciasele muy pesado el yugo de la ley evangélica, por lo cual comenzó a torcerse en el buen camino. Casado y todo como estaba en rito eclesiástico, tuvo la desgracia de encariñarse con una pariente muy cercana a la cual entregó la posesión de su amor, quitándoselo al Espí­ritu Santo. En el camino del crimen tocó en los límites del escándalo, de tal manera que habiendo repudiado a su legí­tima esposa, vivía en público consorcio con la parienta. No hay para qué decir que el padre García de Paredes (Alonso de la Cruz) trató paternalmente de corregir el abuso, que iba causando graves daños a la nueva cristiandad, unas veces con blandura, otras veces por medio de indios buenos, que amones­taron al obcecado, ya por sí, ya por los otros padres misione­ros; no daba Morongo, empero, señales de enmienda, sino de todo lo contrario, porque el espíritu lascivo, metido en su cuer­po le obscurecía la razón y le endurecía el pecho.

Cierta vez habiéndose ausentado más que de ordinario el padre Alonso para visitar a los indios de los otros pueblos. Mo­rongo dio un paso provocativo en la m ala senda, con el que ofendió no sólo a los padres misioneros, sino a todos los cris­tianos; el paso fue que preparó grandes fiestas idolátricas, se rodeó de los leles y adivinos, y apostatando del catolicismo, se casó con la concubina según el rito gentil; a lo cual agregó el descaro de permanecer viviendo así aún después de haber regresado de su visita el anciano misionero; éste agotó lo más delicado de su celo y de su experiencia por traer al redil cris­tiano la oveja descarriada, más todo salió frustráneo, pues Morongo cada vez más enfurecido, se atrincheró en su perti­nacia, y creyéndose fuerte, poco después tomó la ofensiva, valiéndose de sus súbditos y de todos los que no eran dignos de conservar el nombre de cristianos. La autoridad ofreció su apo­yo al religioso, quien no quiso al principio apelar a este medio; más considerando que los sucesos adquirían caracteres alar-

mantés, deteiminó valerse de la fuerza, no sin unirle a cir­cunstancia de prudencia para hacerla eficazmente correctiva.

Con esta mira dejó correr el bendito padre el tiempo hasta el día de Ceniza, día que a la mente del cristiano se ofrecen grandes motivos de penitencia y pábulo de consideraciones. Multitudes de indios civilizados acudieron a Santa Ana con motivo de la imposición de la ceniza; el padre Bartolomé ha­bía acudido también a Santa Ana para que la fiesta quedase más solemne y en previsión de lo que pudiera acaecer, puesto que iba a recibir un castigo ejemplar el escandaloso Morongo. Así, pues, por la m añana dio el misionero orden de apresarlo; fue conducido a la cárcel en la que le retuvieron dos horas. Pensó el padre que con este pequeño castigo, Morongo re­flexionaría y quedaría atajado el mal; por otro lado la sanción pública lo requería. Abundando en estos sentimientos el buen religioso tomó pie de los sucesos y predicó al pueblo un terní­simo sermón; luego procedió, en compañía del padre Bartolo­mé, a imponer la ceniza a los cristianos, celebró la misa y se retiró a casa.

Morongo, hecho un tigre, desde la prisión había excitado a sus amigos a la venganza; éstos se exaltaron y concibieron sentimientos de desconfianza a los misioneros, de odio contra los españoles y de libertad salvaje; e interesado también el sentimiento de raza y compañerismo, fue adquiriendo pronto la disensión aspecto de alarma. Luego como Morongo salió de la prisión poderoso y rico como era, dio más y más impulso al plan sedicioso.

Así se explica que de un momento a otro, y sin formar al­boroto ni dar tiempo a nada, sfe formase un pelotón de indios, que, armados, corriesen a la casa de los padres misioneros a ejecutar sacrilega venganza. Rodearon la casa; al ruido se asomó a la puerta el padre Alonso, y como no pudiera expli­carse la actitud amenazadora de los indios, les dijo: ¿Qué es esto, hijos? La respuesta fue arrojarle una lanza que le atra­vesó el cuerpo de parte a parte y, además, dos flechas. El pa­dre cayó pronunciando estas palabras: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”; y expiró. El padre Bartolomé apeló a la fuga; abrió una puerta falsa, salió y en el acto arro­járonle cuatro flechas envenenadas; una en la mejilla, otra en el hombre izquierdo y dos en las espaldas; sin embargo lo­gró fugarse a los montes.

Acto continuo y en silencio los amotinados se dirigieron a las casas de las autoridades españolas, mataron a todos y corrieron al puerto, asesinaron a la tripulación del único bar­co que había y se adueñaron de él. Cuando lograron todo esto comenzaron a alborotar desaforadamente, recorriendo las ca­lles; la conmoción y alarma en la vecindad fueron atroces; los que no estaban en autos huyeron a los montes, sin poder ex­plicar el fenómeno, los adictos a los misioneros no cobraron ánimo para sacar la cara por la verdad y todos los enemigos de la religión y de la colonia se reunieron para celebrar la fies­ta del infierno. Fueron a la iglesia, profanaron las imágenes y los vasos sagrados, después hicieron lo propio con la casa de los misioneros; el cadáver del santo m ártir estaba en la puerta bañado en un charco de sangre; las llamas calcinaron la mitad de su cuerpo, que quedaba dentro, la otra mitad que daba a la calle quedó chamuscada.

Luego al momento los ministros del infierno volaron a Damaquiel donde estaba el padre Miguel de la Magdalena, muy ajeno a lo que pasaba, y así que lo vieron disparáronle una lluvia de flechas y lo dejaron envuelto en sangre; después se cebaron en su cadáver, y por último echándole una soga al cuello, lo arrastraron por el pueblo y por los campos y lo des­peñaron por un hondísimo precipicio. También en Damaquiel destruyeron la iglesia y casa de misión y m ataron a todos los españoles que había.

La venganza estaba consumada, la misión destruida, dos misioneros muertos; otro errante mortalmente herido.

El padre Bartolomé, herido gravemente como estaba, se­gún afirman nuestros cronistas, pasó el monte y luego un río a nado, llegando al lugar llamado “Punta de Piedras”, a ori­llas del mar, tres leguas distante, donde duró siete días sin comer ni beber, que no parecía sino milagro porque fuese más glorioso su martirio, al paso que era penoso porque no pudien- do curarse las heridas, se enconaron y llenaron de gusanos, por ser las puntas de las flechas de huesos de “raya” veneno­sa. En este estado halláronle unos cristianos que iban en un barco y aún pudieron socorrerle, sacáronle las saetas, quisie­ron embarcarle y traerle a Cartagena; más al tomarle en bra­zos para colocarle en el barco, repitiendo los dulcísimos nom­bres de Jesús y María, entregó el alma a Dios. Los piadosos marineros, edificados con la muerte del santo m ártir, ente­

rráronle en aquel mismo lugar, vestido según estaba con su hábito de agustino, poniendo para señal una gran cruz, te­niendo el buen acuerdo de llevar a Cartagena el hábito blan­co interior del santo con las cuatro saetas en comprobación del caso, que luego fue confirmado con la relación que dio un criado del V. P. fray Alonso de la Cruz.

El resvltado inmediato.

El resultado no podía ser lógicamente otro que el que si­guió; los indios que aún no eran cristianos, por temor a la venganza que podían tomar contra ellos las armas españolas, se huyeron a sus antiguas guaridas; los cristianos, espantados de lo sucedido, privados de sus padres misioneros, en el mayor desconsuelo y desamparo, vacilando en su fe, y con temor de que no pudiera proseguir la misión, ésta tan próspera y flo­reciente hasta el infausto acontecimiento, arruinada en un momento; los sacrilegos criminales, envalentonados con su triunfo, y gozándose de su crimen como de haber tributado con él el mayor homenaje a sus antiguos y sanguinarios dioses.

E n la ciudad de Cartagena el primerio que dio noticia de lo sucedido, fue un criado del padre Alonso que pudo huirse precipitadamente al ver caer muerto a su padre, y arribar a Cartagena en una embarcación, que la Providencia hizo que pasara por la costa, a donde se dirigió en su fuga. Confirmó la noticia el barco, cuya tripulación encontró y socorrió al pa­dre Bartolomé de que arriba se dijo, luego que arribó y entre­gó las prendas del mártir. Con lo cual, no pudiendo dudar del hecho, los unos comentaban la desgracia, los etros glorifica­ban los designios de la Providencia; el ilustrisimo señor obis­po pidió por devoción que le mostraran las saetas y hábito en­sangrentado del padre Bartolomé, y mandó, profundamente conmovido, se hiciera una relación formal de los infaustos su­cesos, la cual hecha por padres del convento de la Popa, la re­mitió a Madrid al real consejo de Indias, junto con un pedazo de flechas y el informe que obtuvo el señor gobernador de una comisión que mandó inmediatamente al teatro de los aconte­cimiento con el fin de investigarlos, la cual encontró y dio se­pultura al cadáver del padre Alonso; hallando las iglesias in­cendiadas, los pueblos destruidos y los indios que se habían huido.

El gobierno civil en el primer momento no pensó sino en aprehender a los culpables y castigarlos por las armas y con todo el rigor y peso de la ley. Mas, reflexionando luego que esta medida perjudicaría a la misión urabeña y que convenía dar treguas y esperar a que se apaciguasen los ánimos, optó por suspender los primero y esperar.

Los prelados de la orden agustiniana no juzgaron pruden­te enviar tan pronto al Urabá a ningún misionero, temerosos, y con razón, que fuera contraproducente, pues podían creer los indios irían por vengar la muerte de sus hermanos, ya que no se hallaban aún en disposición de apreciar el heroísmo que inspiraba la doctrina de la Cruz a sus leales y perfectos se­guidores. Estimaron que convenía más no reanudar inmedia­tamente los trabajos de la misión, sino esperar por algún tiem­po hasta no ver la situación de los indios después de lo aconte­cido.

In spección del cam po, exhu m ación de los restos y trasladoa C artagena.

Conforme a esta idea dejaron pasar el año infausto de 1633; mas en el mes de junio del siguiente determinaron los superiores mandar una comisión de religiosos que inspeccio­nase la misión, recogiera los sagrados cuerpos de los mártires y los tra jera a Cartagena.

Este honor les tocó a los padres Agustín de San Nicolás, Lucas de la Candelaria y al hermano coadjutor, fray Andrés de Jesús Miranda. Arreglaron el viaje con el señor Fernando de Zamora, dueño del barco que les había de conducir y bus­caron por arraez o patrón de él a Diego de Salas, que era muy práctico conocedor de la tierra y de la lengua y además ami­go de algunos indígenas, que en el año anterior había servido bien a la comisión que mandó el gobernador.

Embarcáronse el día 22 de junio de 1634, en la Santa Cruz, embarcación del dicho don Fernando y arribaron al puerto de Santa Ana, sin otra novedad que el haber sufrido una for­midable tormenta el día 27 cuando se hallaban en la isla Tor­tuga y Punta de Piedras.

Apenas saltaron a tierra advirtieron el hermoso platanar que había plantado el V. P. Alonso. Visitaron luego el punto preciso donde estaba la iglesia, y de la cual sólo quedaban aho­

ra algunos restos que se habían escapado del incendio, pie- dres y vigas carbonizadas derrumbes denegridos. Después fue­ron examinando con el señor de Salas por guía el terreno muy enmalezado ya, a fin de encontrar la sepultura del padre Alon­so; halláronla ciertamente, pero conocieron que había sido profanada, pues encontraron encima de ella algunos huese­emos. Recogiéndolos estaban cuando los marineros avisaron llenos de alarm a que venían indios en son de hostilidad. Don Diego soliólos al encuentro y habiéndolos persuadido de que nada tenian que temer de los expedicionarios, quienes única­mente deseaban recoger las reliquias de los misioneros sacri­ficados, se ofrecieron a ayudarles en la exploración, mucho más cuando vieron que podían negociar con don Fernando sobre las mercancías de machetes, hachas, etc., que dicho se­ñor había llevado con muy buen acuerdo, con el objeto de lla­marles la atención y de este modo asegurar el fin principal de la expedición.

Gracias a esta precaución y la prudencia que en todo ob­servaron con los indios, pudieron conocer perfectamente la disposición de unos y de otros; durante los días que perma­necieron entre sus diferentes tribus, alcanzaron a reunir los sagrados restos del padre Alonso, desenterraron los del padre Bartolomé, los del padre Miguel se confirmó que los habían arrojado al mar; y dispuesto todo como mejor pudieron y con­venía, el 14 del mes de julio emprendieron la vuelta, ausen­tándose el barco de Urabá a toda vela, llevando el precioso tesoro de los mártires, y dejando solitaria la cruz de la misión con sus brazos extendidos. . .

El recibimiento que hicieron en la ciudad a aquellos des­pojos mortales fue digno de Cartagena y digno de los ínclitos recoletos sacrificados en aras de la fe y de la patria. La auto­ridad eclesiástica y la civil tomaron parte principal en los fu­nerales; los restos colocáronse en precioso catafalco en la igle­sia catedral, las honras fúnebres fueron presididas por el señor obispo, con asistencia del clero regular y secular, el señor go­bernador y demás empleados de la corona, y una turba incon­table, compuesta de la aristocracia y del pueblo; todos los de Cartagena, a fuer de cristianos y muy amigos del padre Alonso y adictos de la Popa, supieron dar testimonio de sus hidalgos sentimientos. Después de los funerales fueron llevadas las re­liquias al convento de la Popa. El hábito interior y las tres

saetas del padre Bartolomé las llevó a España, el año de 1635, el padre excomisario fray Pedro de la Asunción, y fueron colo­cadas en el oratorio de nuestro convento de Madrid, según atestigua el padre cronista, fray Luis de Jesús”.

Una rectificación .

Don José Morillo publicó en la “Página Literaria” de “El Siglo”, diario católico de Bogotá, en su número correspondien­te al día 6 de noviembre de 1943 un artículo que se intitula: N ovelarlo h istórico d e C artagena d e Indias. Amor de un indio o el fra ile descabezado. En este artículo se hace relación del padre Alonso García Paredes de la Cruz, agustino recoleto y de sus compañeros, pero en el novelarlo, histórico y todo, se cometen varios errores. El martirio o muerte del misionero, padre Alonso, se pone en Santa Ana de Barú, en la isla cer­cana a Cartagena de este nombre, siendo así que íue asesinado en el puerto de Santa Ana de Damaquiel en Urabá. El año de su martirio no fue el de 1634, como afirma el señor Morillo, sino el anterior de 1633. No fue decapitado “por uno de los salvajes oprimiendo su pulida daga de granito marino”, sino que fue atravesado con una lanza y dos flechas. La misma mixtificación de Santa Ana de Barú y Santa Ana de Dama­quiel, donde ocurrió el martirio del padre Alonso de la Cruz, inserta también don José P. Urueta en su obra C artagena y s m cerca n ía s . . .

R eanúdase la m isión.

Suma debió ser la prudencia y muy apostólica la caridad del padre Lucas de la Candelaria y sobre todo del hermano fray Andrés de Jesús al tratar con los indios en su comisión de buscar los sagrados restos de los venerables m ártires; pues­to que apenas se ausentaron de Urabá (Damaquiel) para lle­varlos a Cartagena, se produjo una reacción favorable entre los que no eran cristianos, de tal suerte que comenzaron las solicitudes y peticiones más reiteradas y respetuosas, así a las autoridades eclesiásticas como civiles, pero con especialidad al convento de la Popa, para que fueran los padres a reanudar la misión suspendida por los acontecimientos referidos. Y como los religiosos no esperaban otra cosa para continuarlas, aún

a costa de su vida, si Nuestro Señor la exigiera por ganar las almas de aquellos infelices, sino que se reconocieran y com­prendieran su desgracia; a principios del año de 1635, partie­ron, por de pronto el padre Ju an de Sahagún y el hermano Andrés de Jesús, al cual habían pedido nomínatim y con sú­plicas encarecidas, por haber comprendido, al tratarle el año anterior durante el tiempo de la comisión susodicha, era de la escuela del V. P. Alonso, cuyo espíritu había heredado.

Y si las primeras entradas de nuestros heroicos misione­ros a Urabá fueron tan fructuosas, de la presente es forzoso decir que superó en rapidez y cosecha espiritual a todas las anteriores, debido quizá a las oraciones de los venerables m ár­tires en el cielo.

Vieron, luego que principiaron a trabajar en la misión, los desastres de la ruina que en un momento había causado el crimen sacrilego del Morongo, quien afortunadamente ha­llábase completamente cambiado y arrepentido. Porque de las doce mil reducciones conseguidas antes por nuestros operarios evangélicos, ya no existían sino la mitad, cuando mucho; de los restantes, unos se habían huido a remotas provincias, por temor de que las armas españolas vengaran el crimen come­tido; otros se habían vuelto a sus antiguas rancherías; pero los que habían optado por continuar en los pueblos, que no fueron totalmente extinguidos, antepusieron las ventajas de la vida cristiana y política que les habían enseñado los mi­sioneros, a la nómada y errante de las montañas.

Mas, se dedicaron con tal actividad y celo a la obra de reparar la misión, que en menos de un año consiguieron traer a la vida cristiana más de cinco mil almas de las que aposta­taron por ausencia de los misioneros, y restablecer en su anti­guo estado todos los quince pueblos arriba enumerados.

Pero, qué suma de trabajos, penalidades, privaciones y de sacrificios supone esta labor; véase el relato que de esto hace nuestro cronista, padre fray Pedro de San Francisco de Asís:

“Pasaron a Urabá estos dos esforzados campeones —el padre y el hermano susodichos— a principios del año de 1635, donde siendo bien recibidos, obraron mucho en poco tiempo. Porque, especialmente fray Andrés se introdujo hasta las gru­tas más ocultas de los montes en busca de aquellas racionales fieras que, habiendo recibido el bautismo, vivían ahora como infieles, y no habían querido convenir con los demás en la ad­

misión de nuevos ministros del Evangelio, bien hallados con la mísera libertad que los conducía a la más lamentable escla­vitud. Muchos de éstos se resistieron, y aún algunos relamién­dose en la sangre que habían derramado de los religiosos an- tecendentes, quisieron ejecutar lo mismo con los nuevos, que en alas de la caridad les llevaban como médicos espirituales la salud. Mas no permitiéndoles Dios la consecución de tan depravados intentos, sacaron a muchos de aquellas cavernas: de modo que en menos de un año se restablecieron los pueblos que habían formado nuestros mártires, y de las seis mil almas que contenían, entre cristianos y catecúmenos, con extrañas muestras de penitencia.

Para conseguir esto y para poner en planta la conversión de otros muchos infieles, de que prudencialmente se podían esperar para la Iglesia coposísimos írutos, compuso íray An­drés en lengua del país un libro copioso, que incluía toda la sustancia del catecismo romano; en el cual acomodándose a la rusticidad de aquellas gentes, propuso las ovaciones y los misterios de nuestra Santa Fe, con tanta fuerza y claridad, que se hizo objeto de la admiración.

Ni será fácil declarar las penalidades excesivas que hicie­ron sobresahr a su tolerancia. Porque a cada paso andaba tropezando con la muerte, por estar hidrópicos de su sangre muchos indios caribes, que le acechaban para quitarle la vida; caminando por las selvas, a pie, solo y sin m atalotaje, preci­samente a mantenerse semanas enteras con raíces y frutos sil­vestres. El tenía im a vida (si así puede llamarse) semejante en todo a la de aquellos que sólo viven para padecer en servi­cio de Dios y utilidad de sus prójimos. No obstante lo cual aún le parecía era nada lo que obraba.

Con misioneros de ese espíritu y temple tan apostólico, ¿podía dudarse ahora del éxito de la misión?

“Lo lastimoso de esta expedición fue —prosigue el cro­nista— que habiendo tenido tan buenos principios con los cua­les se aseguraba, a nuestro modo de entender, la permanen­cia y los aumentos de cristiandad tan numerosa, en poco tiem­po se desvaneció todo por culpa de la codicia, que es capaz de trastornar un mundo entero. Siempre ha sido llorado en las historias (especialmente de las Indias), el desbarato de algu­nos seculares que por atender con demasiado ahinco a sus temporales intereses, han hecho infructuosos los afanes de va­

rios ministros evangélicos, cuyo celo, coadyuvado de la divina gracia, era capaz de extender el sonido de su voz hasta los úl­timos fines de la tierra. Y así, por cierto, debiera explicarse el dolor con lágrimas de sangre, al ver, por la misma causa, des­truida una Jerusalén mística, cuyo edificio se iba perfeccio­nando sobre el cimiento de preciosas piedras.

Fue el caso, que ciertos españoles molestaron a los indios con injusticias, malos tratos, robos manifiestos, en orden al comercio; de lo cual exasperados, determinaron sacudir nue­vamente el yugo, quitando en primer lugar las vidas a los re­ligiosos. Pero interpuesto un cacique a estorbar la ejecución, sólo pudo conseguir que volviesen ellos a Cartagena, como lo hubieron de practicar por febrero de 1636, después de haber cultivado poco más de un año aquella viña, la cual quedó com­pletamente yerma desde entonces, porque no obstante las mu­chas tentativas que se habían hecho en varios tiempos, jam ás ha habido modo de convencer a los indios”.

E n trada a la 'provincia del Darién.

Misión que fue encomendada a los mismos padre Ju an de Sahagún y al hermano fray Andrés de Jesús, a quien la obe­diencia había trasladado a Bogotá, después que salió de Ura­bá. Así se halla consignado en el tomo IV del padre cronista citado, cuando dice: “Comenzando a gobernar allí la Refor­ma sin tantos sustos el padre fray Francisco de la Resurrec­ción; como se le abriese camino para la promulgación de la fe católica en la provincia del Dariel, que está colindante con la de Urabá, despachó sin pérdida de tiempo de Bogotá al her­mano fray Andrés, para que fuese a Cartagena, con orden de que luego, al punto, emprendiese esta expedición, en compa- día del mismo padre fray Ju an de Sahagún.

Aunque el padre cronista escribe Dariel cuantas veces nombra esta provincia, por el contexto se desprende que no es otra que la del Darién del Norte.

“A esta selva, pues, de intrincadas malezas, entraron a principios del año de 1637 estos varones apostólicos, por la par­te contigua de la ensenada a San Sebastián; y atropellando riesgos comenzaron a desmontarla, valiéndose unas veces del fuego de los beneficios y otras de la segur de las comninacio-

nes, y siempre de la voz de la divina palabra, que basta por sí sola para desmontar los bosques más erizados de la racional tierra, dice el cronista.

No fueron muchos los frutos que comenzaron a cosechar desde luego, pero sí prometía ser abundante la cosecha de re­ducciones a la vida cristiana civilizada a juzgar por los indi­cios que presentaba la misión y, al ver que, si no se doblega­ban inmediatamente, tampoco oponían una resistencia obsti­nada a la Cruz que les brindaba luz y consuelo. Algún fruto se recogía y no faltaban esperanzas de que sería con el tiempo mayor.

Empero, la Divina Providencia había dispuesto que ese tiempo no llegase; por una orden del gobernador que no deja­ba lugar a súplica ni dilación alguna, se hubieron de retirar los misioneros a Cartagena. ¿A qué obedecía esta orden tan terminante? ¿Podría dudarse del celo y prudencia de los re­ligiosos? En manera alguna, pues hartas pruebas tenían da­das de ello desde que habían misionado en Urabá. ¿Habría mediado, tal vez, algún reclamo de pai’te de otra comunidad que pretendiera su reducción? Esta orden fue inexplicable, un enigma indescifrable, su explicación nadie la pudo saber, y continúa siendo un verdadero misterio en la historia de las misiones.

Tuvieron, pues, que dejar su labor comenzada y adorando los juicios inescrutables del Altísimo volverse de nuevo a su convento de la Popa, a disfrutar del sosiego de la celda, del cual les iba a sacar muy pronto la obediencia para formar otra expedición “a la provincia del Chocó”, como así sucedió.

En el capítulo anterior hemos indicado el motivo even­tual de la entrada de los padres agustinos recoletos a la misión del Darién. Fue a Cartagena en 1636 el español Julián Carri­solio de Alfaraz, que vivía hacía muchos años con los indios del Darién, llevando consigo cuatro indios principales, que fueron recibidos muy bien por el gobernador de la ciudad.

Trataron con el gobernador de que les diese sacerdotes para que los doctrinase e instruyese en la religión católica. Dioles el gobernador dos religiosos descalzos de San Agustín del convento de la Popa. En la R elación del licenciado Requejo se dice, que estos dos religiosos estuvieron en el pueblo del amo de Julián Carrisolio, que se había fundado con el nom­bre de San Enrique. Estuvieron los padres en dicho pueblo

de indios, por más de diez meses, sin poder a estos yndios agregarlos para ser doctrinados”.

M isión chocoan a.

Habiendo comenzado don Juan Vélez de Salam anca a tra­tar la conquista de los chocoes (chocoanos) provincia de in­dígenas que está situada a un lado del Darién. y no lejos de Urabá, pero con distinta lengua, pidió para él conquistador religioso al padre comisario de los agustinos recoletos, fray Francisco de la Resurrección. Y como este religioso prelado ar- dia en la gloria de Dios y en el celo apostólico de la salvación de las almas, pronto accedió a esa solicitud, nombrando al efec­to a los padres fray Salvador de San Nicolás, fray Lucas de la Candelaria y fray Nicolás de San Juan Bautista, y designán­doles por compañero al hermano fray Andrés de Jesús ( ') .

Hacia fines del año de 1637 o a principios del siguiente debió realizarse dicha expedición; y, omitiendo lo referente a la conquista m ilitar del Chocó, ¿qué nos dice la historia sobre la espiritual de nuestros misioneros?

“Casi todo el año de 38 (1638) emplearon estos varones in­signes en sembrar la palabra divina en aquella tierra, después de haberla cultivado. Caía unas veces la semilla entre piedras, otras entre espinas, que se convertían ordinariamente contra los operarios, causándoles persecuciones ciertamente formida­bles; de modo que llegaron a derramar por las heridas no poca sangre en una o dos ocasiones. Mas, para su consuelo, no dejó de emplearse la semilla en bien sazonada sementera, que libre de estos estorbos, produjo multiplicados frutos. Especialmen­te vieron de contado la cosecha en muchos párvulos a quienes regeneraron con las aguas bautismales en el ser de la gracia, e inmediatamente salieron de esta vida para volar a la eterna; como también en algunos pueblos que formaron, sujetos al nombre de Cristo y al dominio del rey católico” (*).

(^) Don Ju an V ¿lez d e G u ev ara y S a la m a n ca ca b a lle ro de la orden de C a la trav a , tomó asien to y cap itu loció n p a ra p a c lfíca r los indios d el Chocó y b e n e iie ia r sua m in as d * oro. Por u n a d e la s c lá u su la s d e es te convenio s e le extendió e l titu lo d e gobernad or d e A ntioquia, e n S a n Lorenso, a trein ta d e octubre d e 1634, ca rq o q u e p rin c ip iaría a e je rc e r cu and o h u b iese exp irad o e l p laso dado a l cap itán A lonso Turrillo d e Y e b ra qu e e r a b a s to ju n io d e 1630. S e le prohibió a V élec d e G u eT ora n om brar por ten ien tes o n ia^ u ao d e lo s bab ito n tes d el C h ocó. T en d ría qu e traerlo s d e Esp afta , p rev ia ap robación d e l CoDsejo d e la d ia s .

(») C («B Ícaa . L IV . D. VIU, c . VI.

Lacónico y parco en elogios hállase el cronista, al referir­nos la conquista espiritual de nuestros misioneros del Chocó. Pero no tanto que no se pueda colegir por su conciso relato primeramente, la intrepidez o ninguna cobardía para acome­ter una reducción tan arriesgada, pues nada les asusta ni in­timida cuando ven de por medio la gloria de Dios y el bien de los prójimos. Segundo, que no fue estéril su labor, sino que alcanzaron a bautizar a muchos niños, quizá también a algu­nos adultos, aunque a costa de muchos trabajos y pesadum­bres. Tercero, a formar pueblos, lo cual implica ei vencimien­to de múltiples y graves deficultades, el haber pasado por grandes amarguras y sulrido duras persecuciones. Finalmente, para realizar todo esto tuvieron que aprender el dialecto cho- coano, aprendizaje que exige hartos alanés y que de tal suer­te y con tal perfección aprendió singularmente el hermano fray Andrés, que en él escribió y compuso un catecismo o re­copilación de los principales misterios de nuestra fe y oracio­nes de la Iglesia, como lo había antes practicado con el de Urabá.

Toda esta labor evangélica en ei breve espacio de un año, es para bendecir a Dios y para enaltecer a una comunidad que tan ilustres y apostólicos obreros producía.

Sin embargo, una misión como la dél Chocó, que no tuvo tan ventajosos principios y prometía además con el tiempo, óptimos y abundantes frutos para la religión y la patria, ve­mos por la historia que no se prosiguió, sino que, al contrario, los obreros evangélicos, cuya caridad y celo por las almas ha­bían sido suficientemente acreditados, desistieron de su labor precisamente cuando se acercaba el tiempo de cosechar el fru­to de sus sudores y fatigas.

¿Qué sucedió, pues, en su provincia? Algo grave debió de acontecer indudablemente en relación con la obra de los pa­dres misioneros. La historia da a entender que se repitieron en esa misión los mismos obstáculos que surgieron en la de Urabá. Los bucaneros, piratas y negociantes, se introdujeron también aquí y se frustró la misión, a pesar de contar en esa los religiosos con el apoyo del piadoso conquistador Vélez de Salamanca. En vista de lo cual pudieron temer con fundamen­to nuestros misioneros fuesen inútiles en breve todos sus tra­bajos y este temor los determinó quizá a suspender su labor y tornarse a su convento.

Pero también refiere la historia que en ese mismo tiempo aconteció que la descalcez agustiniana estaba en Colombia en una prueba tan dura, que la juso al extremo de extinguirse, y hubiera sido extinguida, a no mediar la actividad, celo y com­petencia del susodicho padre fray Francisco de la Resurrec­ción en asuntos de orden jurídico eclesiástico; es fuerza atri­buir también a esto la salida del Chocó de nuestros religiosos. Y, en todo caso, resulta que se frustró también esta misión ju n­tamente con las anteriores; pero de tal suerte que aun cuando posteriormente a los nuestros, intentaron los otros nuevos mi­sioneros, como los padres capuchinos y jesuítas, nada pudie­ron conseguir, y de ahí que mientras en el resto del país se consiguió la reducción de la mayor parte de los indios a la vida cristiana y civilizada, en esas regiones no ha podido pene­trar el reinado de la Cruz, en el espacio de tres siglos desde que fueron descubiertas. Fenómenos que hace pensar a cual­quier mediano observador, y, si es católico, no puede menos de preguntarse el porqué de la permisión divina, siendo cierto que todos los moradores de esas tierras, al igual que los demás descendientes de Adán y Eva, fueron redimidos con el precio de la sangre de un Dios humanado por amor al hombre. Quie­ra el cielo que lo que no se consiguió entonces, obtengan ahora los insignes hijos del V. P. Claret, encargados de ia prefectura del Chocó y los celosos misioneros carmelitas en el Urabá! (^).

(^) M o n og rafía d * laa n iiio n o B v ira s d * lo t agu stin os Tocolcto* <cond»larioa) *n Co­lom bia. S ig lo X V ll-X X , t. 1, P arte I. ca p s . 111 a l X incluBive. Ed ic. d« Bogotá, 1920.

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CAPITULO V

Los h ijos de San Francisco en las m isiones del C hocó y Urabá.

SUMARIO: La provincia franciscana de Santa Fe de Nueva Granada.— Entran los franciscanos en 1649 "a la reducción de los gentiles del Chocó y Darién". M artirio de un misionero y retiro de la misión. — Se reanuda la misión. — Emulos de su apostolado. — Las autoridades civiles y eclesiásticas ordenan que sigan los franciscanos en la misión.— Informes del reverendísimo padre comisario de las Indias sobre las misiones del Chocó. — Cartas del presidente de Santafé y Antioquia.— El clérigo don Antonio de Guzmán. — Misiones de los franciscanos en el extremo oriental de Urabá. — El obispo de Cartagena de Indias,

mal informado, manda levantar la misión de los franciscanos.

La seráfica orden franciscana, ya desde 1565, en el capí­tulo general celebrado en esta fecha en Valladolid (España), estableció cuatro provincias religiosas en la América meridio­nal; la de San Pablo de Quito, Ecuador; la de San Antonio de Charcas, Argentina; la de Santafé de Bogotá en el Nuevo Reino de Granada y la de la Santísim a Trinidad en Chile.

La provincia de Santafé de Nueva Granada era extensísi­ma, “cuyos límites eran, según el padre Pedro Simón, mirando a las partes occidentales, la mayor parte de la gobernación y

provincias de Popayán; por la de septentrión, los dos gobier­nos con sus enteras provincias de Cartagena y Santa Marta; por la parte del nordeste, hasta la demarcación de este, todas las provincias de la gobernación de Venezuela; en cuanto al oeste, el puerto de Burburata, por las provincias de Barquisi- meto y Tocuyo con todo lo demás que corre a este reino, y por la del este y sur todo lo que se fuera de nuevo conquistando, sin límites ni términos trazados, como no los tienen hoy (1623) las conquistas por aquellas partes” (^).

El R. P. Gregorio Arcila Robledo, O. M. F., distinguido his­toriador crítico de la orden seráfica en Colombia, publicó en la revista “Voz Franciscana” de Bogotá, en el número de abril de 1938, las siguientes páginas referentes a Urabá:

“Consta —dice— en el libro de decretos de la provincia que corrió por los años de 1649, página 37, que siendo vice­consiliario general de esta provincia y residiendo en el con­vento de Cartagena nuestro muy reverendo padre fray Juan Ortiz Nieto, determinó entrar a la reducción de los gentiles del Chocó, del Dariel, y del Dorado, el padre fray Matías Abad para que inspeccionándolo todo, diese noticia para resolver lo conveniente. Hízolo así el padre Abad, y a pocos días escribió pidiendo operarios por ser la mies muy abundante. Esto sa­bido por la real audiencia, asignó provisiones competentes al expediente, y el venerable definitorio se sometió a la voluntad del superior. Varios religiosos fueron enviados sin que por lo pronto se viera más fruto que el martirio del venerable padre Abad a manos de aquellos bárbaros. Su cuerpo fue trasladado a Cartagena. Los demás religiosos se retiraron por entonces, pero en el año de 1669 el padre íray Miguel de Castro Rivade- neira, electo provincial de la Nueva Granada, hizo viaje a Es­paña a solicitar de la reina le diese una misión de francisca­nos españoles para el Chocó, la cual le concedió doce religio­sos sacerdotes y un lego. Como el padre Rivadeneira había es­tado seis años en el Chocó con mucho fruto de conversiones, le fue concedido por el reverendísimo padre comisario general de España, el título de proministro, confirmado por el general de la orden, fray Francisco Marín Rini de Plicio en 1670.

El gobernador de Antioquia doctor Francisco de Montoya Salazar, recibió carta de la reina, en que le ordenaba dar a

(^) N oticias iiistoria les , etc. P arte III, N oticia VII, ca p . XLV.

los misioneros franciscanos del Chocó todas las facilidades para su viaje, ornamentos y todo lo necesario a su entrada a la dicha provincia.

Según relación de dicho libro, la reina costeó mil quinien­tos pesos, y la provincia de Santa Fe cuatro mil quinientos cincuenta y seis, que tomó prestados con obligación de pagar los intereses hasta satisfacer la deuda, que fue después de va­rios años.

Don Gabriel Díaz de la Cuesta, gobernador de Popayán, reclamó de la real audiencia que la misión se entregara, no a los franciscanos, sino a los jesuítas, exponiendo muchas ra­zones, pero no fue atendido por cuanto era orden real. Entró pues la misión con el padre Rivadeneira, como comisario de la misma, reservándose el definitorio derecho de nombrar los sucesores, tanto del comisario como de los misioneros, cuando fuere necesario.

Se formaron algunos pueblos en dos años, pero el nuevo provincial, fray Bernardino Luque, comisionó al padre fray Esteban de AvUés, procurador de la provincia, acompañado de fray Dionisio Palomino, fray José Flórez y fray Ju an de Lla­nos. Disgustados los indios por este cambio, se revelaron como soberbios y sin religión, los m ataron y quemaron el cuerpo del padre Avilés, conservándose ileso el corazón que había ardido en caridad por ellos; al padre Flórez, atado a un poste, lo di­vidieron por todas las coyunturas; al padre Llanos lo atrave­saron con una lanza al pretender huir y al padre Palomino lo apalearon, y del estropeo murió. Los demás lograron escapar.

El licenciado don Carlos de Alcedo Sotomayor, comisiona­do por el gobernador de Popayán para averiguar los hechos, logró pacificar a los indios, y habiendo llamado de nuevo a los padres franciscanos los restituyó a su misión con el padre fray José de Córdoba por superior, y por compañeros al padre fray Ju an de Figueroa, fray Andrés de Cárdenas, fray Ignacio Angel, fray Antonio Pérez, fray Francisco Hernández, fray An­tonio Hernani y el hermano lego fray Bernardo Celi.

Por haber logrado atraer de nuevo a los indios a la doc­trina, fue nombrado el padre Córdoba, por el capítulo, comi­sario de la misión, oficio que desempeñó por muchos años, a pesar de las frecuentes quejas que contra él y su gobierno se llevaron a los tribunales. En efecto, muchas acusaciones le imputaron al padre Córdoba, no sólo ante los superiores de la

orden, sino también ante la real audiencia, pero como siem­pre logró defenderse y quedar libre de los cargos hechos, bien se comprende que era prevención personal de sus gratuitos enemigos.

En 1681 el señor Alcedo de Sotomayor entregó al arzobis­po de Bogotá una carta del rey en la que le dice que el procu­rador de la provincia del Chocó le comunica que la misión de los franciscanos del Chocó ha terminado por las muchas fal­tas del padre Córdoba y que es mejor que la entregue a los jesuítas. Mas el rey suplica al arzobispo que averigüe y casti­gue o haga castigar a los defectuosos, pero que en todo caso se llame a los franciscanos, si es cierto que se han retirado, y se les entreguen de nuevo aquellas misiones, y que en sus ca­pítulos o definitorios se vayan nombrando sus reemplazos.

Muerto el padre Córdoba, a quien no habían podido ven­cer en juicio, no obstante que fuera depuesto en su oficio, fue nombrado por comisario del Chocó el padre fray Diego de Acu­ña, en asocio del proministro fray Manuel de Caicedo y los padres fray Francisco Caballero y fray Simón Vargas. E l co­misario entró a la tribu de Cunacunas con los padres fray Francisco Hernani y fray Antonio Hernández, y cuando hu­bieron catequizado y bautizado a más de mil indios y les le­vantaron buena iglesia, volvió el comisario al Chocó dejando a los compañeros para continuar la misión. Pero, al poco tiem ­po los indios se levantaron contra ellos, lös mataron, ludibria- ron sus cuerpos, arrasaron el templo y volvieron a sus anti­guos errores en los que aún perseveran. Esto ocurrió el día22 de agosto de 1698.

De estos mártires, dice el padre Arcila, envió la provincia informe oficial al capitulo general de 1700.

“Ultimamente fueron enviados once sacerdotes y tres her­manos legos, a saber: fray Félix Forero, fray José Caballero, íray José Forero, fray Antonio Ayala, fray José Vázquez, fray Alonso Salazar, fray Ambrosio Bautista, fray Ju an Domingo Calderón, fray Jerónimo Rodríguez, fray Ju an Donoso y los hermanos fray M artín Salcedo, fray Juan Zárate y fray Ju an Forero, que aún allí están trabajando con algún fruto en la catequización de esos pobres salvajes (se. en 1717)”.

“En 1694 el R. P. fray Manuel de Caicedo que era guar­dián del convento de Santa Fe, fue enviado al Chocó, donde ya había estado por algún tiempo y había dado pruebas de

SU prudencia, celo y abnegación como superior de esa misión. Así lo declaró el obispo de Popayán refiriéndose a la última permanencia del padre Caicedo en esa región, pues habiendo recibido quejas contra él, tuvo la prudencia de no creer sus chismerías ya que dicho señor obispo, doctor fray Manuel de Villafañe fue a practicarle visita canónica para convencerse, y luego escribió al provincial manifestándole no haber encon­trado en otras provincias indios tan bien preparados para la confirmación y demás Sacramentos como los del Chocó, ni templos tan bien ornamentados, ni culto tan magnífico como los que dirige el comisario fray Manuel Caicedo, y pidió que se lo dejaran en aquel puesto y lugar donde estaba haciendo tanto bien” (^).

Lo mismo dijo el gobernador de Popayán, don Pedro Bo- laños, y concluía manifestando que convenía sostenerlo por el cuidadoso cumplimiento de sus deberes, por el cariño que le profesaban los indios, por el buen arreglo de la casa parroquial y escuelas y demás comodidades temporales, como también por su expedición en el manejo de la lengua. De igual modo se expresaron después el nuevo gobernador de Popayán, el m ar­qués de San Miguel y los presidentes de la audiencia don Die­go de Córdoba y don Francisco Meneses, y a sus reclamos se sometieron incondicionalmente los comisarios generales del Perú, fray Miguel de Mora, fray Esteban Marcos de Mendoza y fray José Cuadros en vista de tan buenos informes. Estuvo el padre Caicedo más de veinte años de superior de aquellas misiones hasta que él voluntariamente presentó su renuncia el 20 de agosto de 1716.

En 1719 vino de visitador a Colombia el R. P. José Palcos, de la provincia de Chile, con comisión del comisario de las In ­dias residente en el Perú, de obtener el sentir de los padres graves de esta provincia, sobre si convendría o no entregar al ordinario nuestras misiones chocoanas, por cuanto se habían recibido informes en pro y en contra. Los padres rindieron al visitador por escrito sus respectivos pareceres. A continuación se reproduce el del padre Barroso, ex-provincial de Nueva Gra­nada. El padre Diego Barroso, dice en otra parte el padre Ar­día, fue un hombre de una sabiduría proverbial, de suma pru-

( ') Este obispo — décim ocu aito de P o p ay án — lla m á b a se M ateo V illa ia ñ e y Panduro. ca n n e lita ca lsa d o , y no M anu el, com o le lla m a e l p ad re A rcila .

dencia y gran trabajador, literato magnífico y fundador del colegio de San Buenaventura. Su exposición sobre las misiones es una obra m aestra” (^).

He aquí la exposición:Digo, pues, resolutivamente que es conveniente que esta

santa provincia sostenga las misiones del Chocó:1.—Por el derecho de posesión actual, mediante largo y

sostenido trabajo no menos que de ingentes gastos y sacrifi­cios de los religiosos que han bañado con su sangre esos lu­gares.

2.—Por el deslustre que sufriría la comunidad en el pro­ceso de la renuncia habiendo de declarar en cada tribunal las causas con que quedaría implicado el honor de los religiosos que han sufrido acusaciones, y el de otras muchas personas, por lo cual es mejor no meneallo.

3.— Por la confianza que el rey nuestro señor ha mostra­do a nuestra orden, pues a pesar de informes contrarios a los misioneros, siempre persuadió al señor arzobispo de Popayán que en las doctrinas que se fueran reduciendo, pongan minis­tros de los mismos religiosos y no a otros sacerdotes, y lo que escribió el señor arzobispo de Bogotá al que antes me referí, de llamar de nuevo a los franciscanos para que continuaran con la misión del Chocó. Es, pues, cosa de justicia corres- ponderle.

4.—Ya se ha visto que tanto el señor rey como la reina han tenido que hacer gastos de mucha consideración para ia fundación y sostenimiento de las misiones del Chocó, ya en­viando misioneros desde España, ya ordenando que de la caja real se les dieran ornamentos, vino y todo lo necesario para el culto y para la vida corporal de los mismos. No menores gas­tos ha tenido que hacer esta provincia enviando de su seno los reemplazos de nuestro personal más útil y costeando sus traslaciones hasta esas distintas regiones.

Así lo siento y manifiesto en este nuestro convento de la Purificación de Nuestra Señora (Bogotá) a 18 del mes de no­viembre de 1719. Fray Diego Barroso, firmado” (-).

Relacionados con los misioneros franciscanos de esta épo­ca son los documentos que agregamos tomados del Informe

(^) La o b ra civ ilizad o ra d e la Ig le s ia «n C olom bia, p ág . 224, ed . d e 1936, Bogotá.(=>) A rchivo d e Ind ios, iondo "S a n ta F e " , leg s. 402 y 403. C opia del padre A nacleto

A ceved o, O . F . M.. h istoriad or colom biano, C ir. apud. P . ArcUa, loe. cit.

que el reverendísimo padre Gutiérrez, prefecto apostólico del Chocó publicó en 1929 (páginas 13 y 14).

El primero es una carta del gobernador de Antioquia al padre comisario de la misión contestando a la que el padre le escribió “representándole sus necesidades y de sus compañe­ros, y para pedirle que entre los indios y negros se les señalase congrua para su sustento y que, de no concederle lo que pide, es imposible conservarse asistiendo a la provincia”.

“Padre muy reverendo: He visto su carta de vuestra pa­ternidad con agradecimiento a lo fino de su obrar en lo apos­tólico de su ocupación y con lástima en lo de ver padecer a vuestra paternidad y a sus compañeros religiosos las necesi­dades de que me da noticia, cuando me hallo tan imposibili­tado de remediárselas por ahora en m ateria fija ; como más por extenso escribo al gobernador Ju an Bueso de Valdés, a cuya carta me remito, asegurando a vuestra paternidad re­verenda que puede estar cierto de mi buena voluntad en lo que me sea posible y esto sin que necesite de repetir protesta, ni aquello que toca vuestra paternidad, sobre que tributen esos indios por los informes siniestros con que parece se hallan de hostilidades suyas, siendo como es tan notorio se ocasionaron los disturbios e inquietudes de esa provincia, no por ellos, sino por los excesos que cometieron y obraron en ellas los tenien­tes Cárdenas y Arce Camargo junto con los padres misioneros antecesores de vuestra paternidad: Dios Nuestro Señor lo en­camine, premie sobre todo y guarde a vuestra paternidad muy reverenda para bien de esas almas y cristiandad del Chocó muchos años. Antioquia, septiembre trece de seiscientos y ochenta y uno. Diego Rodillo de Arce.”

Carta del señor presidente de Santa Fe al gobernador de Antioquia, recibida el 16 de septiembre de 1681.

“Señor don Diego Rodillo de Arce: He visto los testimo­nios de autos que vuestra merced me remitió: el uno acerca de la prisión de don López de Cárdenas y auxilio dado al pa­dre Comisario de la religión de San Francisco para que ven­gan aquí llamados de su provincia los padres fray José de Córdoba y fray Pablo Ruis; y el otro tocante a la entrada de corsarios al río Atrato y prevenciones de la disposición de vuestra merced, no contentándose con hacerles, sino pasando a costear de su hacienda armas y municiones que ha pedido en Cartagena. En lo primero estoy muy gustoso de lo que se

ha conseguido para la quietud y bienestar de esa provincia.Y en lo segundo doy a vuestra merced muy cumplidas gracias en nombre de su magestad y por mí de sus continuas finezas en el real servicio y su galantería tan a ocasión de saber gus­tar y suplir lo que no consiguiera de otra forma por la falta de medios y participo a vuestra merced los avisos que he te­nido del gobernador de Cartagena y almirante de la armada de Barlovento de haber buscado a esos enemigos y por haber estado encerrados, y que volvía la armada a las costas de Por- tobelo con el mismo designio que si no hubiera dado con ellos, por lo menos servirá de ahuyentarles en el sobre aviso con que viven y noticia de que tendrán de buscarlos, causas de que en la tierra adentro es imposible perseverar sin tener res­guardo y acogida en la mar y ésta no puede ser permanente por los tiempos y consumo de bastimento aunque no obstan­te no debemos asegurarnos. Santa Fe, 8 de mayo de 1681. Besa la mano de vuestra merced su muy cierto amigo y servidor don Francisco de Castillo de la Concha.”

El reverendísimo padre Gutiérrez dice ser copiados del Ar­chivo de Indias estos documentos, pero no trae más detalles.

En estas fechas era comisario de los franciscanos en el Chocó el padre José de Córdoba, como hemos advertido arriba.

Del padre Ju an Domingo Calderón, escribe el padre Ar­cila (1. c .) ; “he aquí un misionero de verdad. Fue párroco de San Francisco de Quibdó en nuestras magnas misiones cho- coanas. Defendió los indios contra los empleados del gobierno que los abrumaban con intolerables cargas. Le hicieron algu­nos cargos, pero el visitador eclesiástico, padre Nicolás Hines- trosa, lo declaró “inmune de toda imputación maléfica”.

Del padre fray José Forero, dice el mismo padre Arcila (1. c . ) : “E l primer apóstol de los indios cunacunas en el Chocó, fue el padre fray José Forero, quien, con 50 indios que del monte cerrado extrajo, fundó el pueblecito de Beté”.

Del padre Miguel de Rivadeneira, afirma el mismo histo­riador Arcila: “Después de prodigar allí (en el Chocó) su co­razón y su salud en pro de los indios, y haber desempeñado el oficio de comisario de misiones en el Chocó, fue sublimado al provincialato. Antes ya había estado dos años en esas reduc­ciones, donde convirtió no pocos infieles, y fundó varios pue­blos (ibid).

Del padre Caicedo: “Uno de los verdaderos gigantes mi­sioneros de que se gloría esta provincia franciscana, es el M. N. P. fray Manuel Caicedo, deudo allegado de la santa María Clemencia Caicedo. En 1694 partió para el Chocó con otros doce compañeros de misión. Como fuese acusado ante el obis­po de Popayán, por vista de ojos declaró el mismo Villafañe “que nunca en su vida había visto neófitos tan bien prepa­rados para recibir los Sacramentos, como los indios del padre Caicedo, ni iglesias tan decentes y culto tan solemne como en sus iglesias”. Por 14 años fue superior de las misiones chocoa­nas en las cuales moró durante un cuarto de siglo. Caicedo fue de los famosos lenguaraces que hemos tenido en estas re­giones”.

Del padre José de Córdoba, escribe: “Contra el padre José de Córdoba se levantaron ciertamente muchas acusaciones, pero nunca se le pudo probar nada. Lo que sí está probado es haber sido un portentoso misionero, pues, después del m arti­rio del padre Avilés y compañeros, entró al Chocó de comisa­rio de la misión. Vivió allí largos años y fue el glorioso funda­dor de la Candelaria de Payta, San Ju an de Niguá, Nuestra Señora de Lloró y San Sebastián de Niguá”.

Del padre Dionisio Palomino: “El cual en la sublevación de los indios fue por éstos azotado horriblemente, y desollado vivo” (Ibid).

A continuación vamos a copiar el documento que trae Pi- ñeres (ob. cit., p. 123), por referirse en él a los misioneros fran­ciscanos de este tiempo:

*‘C hocoes. La provincia del Chocó con otras naciones con­finantes, es de los gobiernos de Antiochia, Popayán y Pana­m á: De natural tenaz en sujetarse, atroces en muertes, cau­telosos en traición, aprovechándose del descuido o confianza de los españoles. Su tierra es rica de oro, y para conquistarla se han hecho varias capitulaciones; la primera fue de don Ju an Vélez de Guevara, caballero del hábito de Santiago, marqués de Quintana, y después la del Br. Antonio de Guzmán que reduxo algunos indios a poblaciones. Ultimamente el rey man­dó cesar capitulaciones y que se redujesen por la predicación, embiando de España religiosos franciscanos misioneros apos­tólicos, con gasto que se ha tenido de la real hacienda de trein­ta mil pesos y con calidad de no encomendarse los reducidos.

sino en la real corona, y que no tributen en los diez primeros años.

Por parte de los gobiernos de Antiochia y Popayán, se ha ido pacificando y haciendo pueblos distintos y hay los que adelante se ponen. Fray Tomás Abad (^), que fervoroso fraile lego de San Francisco de este Nuevo Reino de Granada, entró de M isio .. . (sic) que los de España, con el padre fray Jacinto Hurtado y otros religiosos que fueron de Santa Fee, llegó al río Atrato, y tuvo reducidos y catequizados y con yglesias par­cialidades de yndios que otros contrarios sus guerreadores los asaltaron y dieron muerte, y el religioso con la aureola del mártir.

Después Ju an López García, residente en el gobierno de Popayán, por la vía de la ciudad de Anserma entró a pacifi­car y hizo pueblo nombrado San Francisco de Atrato: y otro de Nuestra Señora del Pilar de Tadó, cuyos pobladores con­tribuyeron desde el año de 1667 como también los de otro pue­blo de Yragugo, que se habían empezado a reducir en tiempo del obispo de Popayán, don Diego de Montoya, y se revelaron, otra población de yndios de la provincia de Noamaná.

Por parte de Antioquia, como se apuntó: al doctor Anto­nio de Guzmán, clérigo ferboroso y bien recibido de los yndios, fue reduciéndolos y haciendo algunos pueblos, y entablando en su tierra labor de minas de oro con cuadrillas de esclavos, de sus parientes y otras personas, hasta que los padres misio­neros, se interpusieron y se les adjudicó, dejando con pronta obediencia, y los pueblos son:

Nuestra Señora de la Candelaria de Tayta de yndios cita- rá-chocoes, San Ju an de Niguá, también citaraes — San Se­bastián de Niguá, de los mismos.—Nuestra Señora de Lloró: Fundólo fray Josef de Córdoba, misionero.

El Tadó es cabeza de provincia de Thatam á y confinan los reducidos con las provincias de Sorvio, Burgumea, contra­rios a los chocoes, y noanames y los últimos con el río Darién a la parte de Panamá, tierra firme con Portobelo, con los cuna- cunas que están cercanos al mar a la parte del sur del río, a quatro y seis leguas los más cercanos y por tiempos salen a cazar y pesquerías de la mar.

(1) Como a c a b a d e decirn os e l p ad re A rcila , este herm ano iran císcan o m isioaeio , lla m á b a M M a tía s y d o Tom ás.

De los Noaná fue cacique don Gregorio Malega. La pro­vincia de Citará toma el nombre de un río que le tiene; y los que de ella se redujeron eran 616 almas que hasta ahora no tributan los gandules de estos chocoes por cédula real de 18 de mayo de 1674 hasta pasar diez años de su reducción.

El padre Dionisio de Camino (Palomino) trató de hacer un “arte” de la lengua chocoana que desistió por parecerle muy rudimentaria y, por lo tanto, inadecuada para enseñar a los indios las verdades cristianas”.

Del sacerdote don Antonio Guzmán “clérigo ferboroso y bien recibido de los yndios”, nos da interesantes datos el pres­bítero don Gonzalo Uribe Villegas en su obra inédita “B iogra­f ía de sacerdotes an tioqueños desde la colon ia h asta nuestros d ías’' (^).

“Doctor don Nicolás Antonio del Pino Guzmán.—Nació en la ciudad de Santafé el 2 de febrero de 1656 del legítimo ma­trimonio de los nobles y distinguidos esposos don Antonio del Pino y doña Magdalena de Guzmán y Miranda. Su padre re­solvió enviarlo a España a que hiciese en una de las univer­sidades famosas de la Península, su carrera. En la Universi­dad de Salam anca cursó todas las asignaturas para su carre­ra y fue un notable colegial que vistió la banda universitaria de honor por su gran aprovechamiento. Recibió todos los títu ­los académicos que se concedían entonces y fue maestro, licen­ciado y bachiller. Al estudiar el derecho civil español y roma­no, sobresalió entre todos sus compañeros, y lo mismo en los cursos de las licencias sagradas. Obtuvo los títulos de doctor en derecho civil y canónico y en Sagrada Teología. Terminada su carrera, avisó a sus padres que era tiempo de venirse, y mientras éstos disponían lo necesario para el viaje, recibió en la catedral de Salam anca las Ordenes Sagradas de manos del excelentísimo señor patriarca de las Indias, doctor don Antonio Benavides y Bazán, arzobispo in partibu s de Tiro, el23 de diciembre de 1681, a título de patrimonio. Cantó la misa el primero de enero de 1682 y fue nombrado capellán de ho­nor de la capilla real, para cuya colocación trabajaron sus parientes a fin de no dejarlo venir a América, porque decían

(^) Lo p o rte correspond iente a los sacerd o tes de la ciu dad d e S a n ta ié de A ntioquia. se h a pu blicad o en la tercera porte d e la m on o g rafía Cuarto cen ten ario d e la Prim era M isa solem ne ce leb ra d a en (errilorio antioqueño. (M edellin , 1941). La nota b io g rá iica del

.señor G uzm án es la se ñ a la d a con e l núm ero 48.

que en la corte hacía una magnífica carrera, pero el joven sacerdote contestaba a esto que en América había mucha ne­cesidad de operarios. Al partir para las regiones americanas, el monarca español don Carlos II le mandó expedir una real cédula, instituyéndolo canónigo de la catedral de Santafé de Bogotá; documento que ni siquiera presentó para su auten­ticación.

Al volver a su hogar, donde sus padres lo aguardaban con muchos obsequios valiosos, entre ellos un rico cáliz de oro y piedras preciosas, se dedicó con gran celo y fervorosa piedad al desempeño de su ministerio. Lleno de amor a Dios e infla­mado su corazón en la caridad para con los prójimos, quiso llevar el conocimiento del Redentor a las regiones del Cho­có (^), y fue el primer misionero que entró en esa región tan necesitada de operarios y donde había tantas almas para salvar. En esa abandonada tierra permaneció cinco años de 1680 a 1685 (-), sin más compañía que el padre Ju an Bautista Dávila, y dos sirvientes que le proporcionó su padre.”

Es meritoria la obra del doctor Pino y Guzmán, y al es­cribir la historia de las misiones del Chocó, ocupará el primer lugar este sabio y fervoroso apóstol, que, educado en España, se lanzó a las soledades de las selvas del río Atrato a conquis­tar almas para el cielo; su labor fue muy fructuosa, pues bau­tizó cerca de dos mil niños, administró el matrimonio a más de 200 persona y estableció doctrinas por todas partes. Hubie­ra permanecido en esos retiros por toda su vida, pero la salud se le quebrantó y su padre envió cargueros a sacarlo de esos mortíferos climas”.

Este benemérito sacerdote no fue el primer misionero, que entró en el Chocó, pues antes que él trabajaron en la región del Chocó y Urabá religiosos jesuítas, franciscanos y de otras órdenes religiosas.

El presidente de la real audiencia de Santafé, Andrés Ve­nero de Leiva, apoyado eficazmente por el gobernador del Chocó, Melchor Velazquez, dispuso en 1573, que entrasen en la región dos misioneros de Santo Domingo para la reducción

(^) Con e l nom bre d e Chocó se e n te n d ía tam bién c a s i todo U ra b á ; es decir, la h oy a d e l r ío A trato y la co sta occid en tal d el G olio d e U rab á o s i D arién d el Norte.

(*) Los c in co añ os qu e e l podre G uzm án m isionó en e l Chocó no pueden estar in­clu id os entre e l añ o da 1680 y 1685. com o escrib e e l autor d e la s B io g ra fía s , pues, poco a n tes nos h a dicho qu e e l p a a re Guzm án can tó en E sp añ a su prim era m isa e l 19 de en ero de 1682.

de los indios chocoanos. Su labor misionera fue escasa, lo que atribuye un historiador al “jenio de esos indios que era mui feroz y belicoso y era demasiado ecsijir de los esfuerzos de dos hombres” (^ .

Los primeros sacerdotes que entraron en las provincias del Chocó con su primer gobernador, don Melchor Velázquez, lo hicieron en 1573 precediendo más de un siglo al presbítero Antonio Guzmán. El sacerdote secular, llamábase Cristóbal So­lano, y “un fraile, no se de qué orden — dice fray Pedro Si­món —que iba por capellán ( ) que fue muerto por los indios con otros nueve españoles que acompañaban al gobernador. Con el segundo gobernador del Chocó, Melchor de Salazar, ca­pituló el doctor Antonio González, presidente de la real au­diencia de Santafé en febrero de 1592, con la cláusula de que llevase uno o dos sacerdotes, clérigos o frailes, para capellanes y administración de los Sacramentos” (®).

“Fray Andrés Mexía, religioso de esta santa provincia (de Nueva G ranada), predicador, misionero y cura de la población de indios caribes recién convertidos a nuestra santa fe, atraí­dos de la provincia de Urabá fundada en el sitio nombrado la Sabaneta (bajo Sinú), que se titula San Pedro de Alcántara y Nuestra Señora de Guadalupe, jurisdicción inmediata de la villa de Santiago de Tolú, ante vuestras paternidades muy re­verendas se presenta, y dice que habrá catorce años (entró el padre en 1670) cuando esta santa provincia instituyó y nom­bró por comisario de esta misión de Urabá al padre predica­dor fray Andrés de P a d illa .. . quien con su virtud y celo de las ánimas, luego que tomó la posesión de estos parajes, sin dilación alguna subió río arriba (el Sinú) y se remontó con espíritu fervoroso, hasta los pueblos más incógnitos de aque­lla gentilidad, caminando a pie descalzo por caminos de tie­rra y pasando las desdichas y calamidades que se dejan enten­der y no acaban de ponderar todos los de este partido que las vieron y supieron. Gastó más de tres años en este santo em­pleo en que reduxo con su cariño y ejemplo multitud de indios, de suerte que se vieron obligados a seguirle hasta donde fuere

(*) ]o s¿ Antonio de P laza , M «m oría« p a ra la H istoria d * la N u«va G ran ad a d e sd * b u

dM cubiim U nto h a s ta a l 20 d * iulio d * 1810, ca p . X IV .(*) O b. d t . ; T ercero Parte . N oticia, co p . II.(•) F ra y Pedro Sim ón. Ibid.

SU voluntad, y con este conocimiento me escribió una carta a la villa de Tolú.

Volvió a subir el río arriba el dicho padre fray Andrés en solicitud de los indios, y los trajo gustosos, y alegres, hallán­dome presente al desembarque en la punta que dicen Momi, y en este reconocimiento experimenté mucha joviaüdad, y amor a los indios con el padre, y conmigo porque les dije era su hermano; y así en ese tiempo como en el que corrió adelante para fundarlos jam ás les faltó el sustento de la comida y be­bida, como también las muchas limosnas que le hacían para este fin algunos devotos afectuosos de la ciudad de Cartagena.

. . .Al cabo de un año teniendo el dicho padre fray An­drés algún alivio porque los indios tenían su labranza y casas en que vivir, me solicitó personalmente y me pidió les asistiese a los indios mientras pasaba a Cartagena a buscar algunas providencias para hacer la iglesia y ornamentos máts decentes; y me obligó a que viviera y estuviese con los indios algún tiempo en que les reconocí mucho afecto y deseo de saber la doctrina cristiana y misterios de nuestra Santa Fe, por cuya razón se engendró inclinación para asistirles sin dejarlos de la memoria donde uiera que la religión me ha nombrado, y por mi elección hubiera excusado en estos medios las honras y conveniencias que me han hecho por sí lograba medio de este gusto.

Volvió el padre fray Andrés del viaje que hizo a Cartage­na y trajo mucha clavazón para todos los instrumentos de carpintería: barretas, palas, azadones, hachas, tela de plata para casullas, manual mexicano; sal, tabaco, azúcar, ropa he­cha y otras provisiones en fomento de este pueblo. Puso en ejecución la labranza y corte de maderas para hacer la igle­sia pagando adelantado a los oficiales, y habiendo levantado la capilla de su morada en que tenía todos los materiales pre­venidos para levantar la iglesia, se lo llevó Dios al descanso de su gloria en donde le habrá premiado Su Majestad tantos trabajos, peligros, molestias, aflicciones y desvelos que puso en esta vida por agradarle en ministerio tan santo.

Vino en su lugar el padre fray José Carrillo y asistió poco más de un año y medio a la doctrina y se promovió al con­vento de Cartagena por maestro de novicios, y se nombró por misionero al padre predicador fray Bernardo de Molina, quien al punto que tomó la posesión, solicitó por las maderas pre­

venidas, convocó los oficiales carpinteros, buscó los manteni­mientos de limosna que le dieron los vecinos y levantó la igle­sia; la cual quedó acabada con mucha perfección y grandeza el año pasado de 1712; y se adornó con un altar muy curioso con estampas devotas; la Virgen de Nuestra Señora de Gua­dalupe de vulto con su corona de plata, San Pedro de Alcán­tara y otro altar mediano, dos escaños nuevos y otras cosas esenciales para el manejo de la iglesia” {^).

Misionaron en esta región de Urabá los padres Andrés Mexía, Andrés Padilla, Agustín Sánchez, Manuel López, co­misario de misiones y Esteban Pestaña.

E l obispo de Cartagena, mal informado, levantó esta fun­dación en 1714.

El padre fray Andi’és Mexía terminó su informe al defi- nitorio excitando a que se recurra a Su Santidad para reno­var con acuerdo del derecho y acción que tiene la religión a esta misión de Urabá. Desde el pueblo de San Pedro de Alcán­tara, julio 8 de 1714 años. Venerable Definitorio. El menor siervo y humilde hijo de esta santa provincia, fray Andrés Mexía” ( ') .

E l obispo que mandó levantar esta misión de Urabá fue Antonio María Cassiani, religioso de San Basilio, catedrático que había sido de vísperas de la Universidad de Alcalá, electo para Cartagena el año de 1713 y que gobernó la diócesis hasta el 25 de noviembre de 1717, en que murió.

El territorio o región de Urabá, por su oriente, no se ex­tiende sino a los límites departamentales entre Antioquia y Bolívar, o sea hasta la punta de Arboletes; y el golfo de Mo- rrosquillo, donde desemboca el río Sinú, se halla a unos 100 kilómetros más al oriente. La razón principal de llamarse en las Crónicas Franciscanas “Misión de Urabá” a éstas del bajo Sinú, parece ser que los indios en dichas misiones o reduccio­nes congregados, eran conducidos por los misioneros desde los territorios propiamente dichos de Urabá.

‘ Iban viento en popa nuestros misioneros de Urabá, es­cribe el padre Arcila, cuando en el momento menos pensado se vieron envueltas en un torbellino de pleitos y persecución supremamente enojosos y perjudiciales. Comenzó el descon-

AxcU t o Ngcío so I d * Bogotá. Fondo Cm it m ío * . t . XXV . (*) "V o s F ra n c is c a n a " d e B ogotá, No. 131 d e 1936.

cierto por el pleito que la señora doña Francisca Baptista en­tabló por medio de sus apoderados y adulones interesados por la posesión y usufructo de los indios que el padre Padilla ha­ba extraído del seno de la montaña. Los enemigos de los re­ligiosos acudieron en esta coyuntura al amparo del señor obis­po de Cartagena, señor ilustrisimo don Antonio María Casiani, el cual, dando crédito en mala hora a embelecos y triquiñue­las de un tal Ju an Andrés, astuto y ladino maniobrante de doña Fi’ancisca, contra los religiosos, y sin oír a éstos quitó la misión a los franciscanos”.

Los franciscanos así despojados de su misión, apelaron al rey, y el ministro provincial recibió, en contestación, la real cédula siguiente: “Hallándose (dice su majestad) aquella pro­vincia en posesión de la misión de Urabá en las cordilleras del Darién, jurisdicción de la provincia de Cartagena, con re­ligiosos puestos en cuatro pueblos que sus misioneros habían fimdado, como son San Pedro de Alcántara, Jesús María y José, Guadalupe y San Sebastián, fueron despojados de ella violentamente el año de 1714 por don fray Antonio María Ca­siani, obispo que es de aquella diócesis, quien de propia auto­ridad puso clérigos seculares sin atender a los derechos de la religión, que le fueron presentados. Habiendo apelado ante el juez metropolitano de la ciudad de Santa Fe en sede vacante, con vista de lo ejecutado por el obispo, se declaró por senten­cia de 20 de septiembre de setecientos y quince, deber ser res­tituidos dichos pueblos a los religiosos, con misioneros y fun­dadores de ellos Ínterin que dicho obispo de Cartagena erigie­se en parroquias, cuya sentencia se declaró por pasada en au­toridad de el juzgado, en ocho de octubre del mismo año y se despachó ejecutoria para su cumplimiento por dicho juez me­tropolitano al referido obispo y cabildo eclesiástico de Carta­gena, lo cual no tuvo efecto, y aunque después don Jorge Vi- llalonga, siendo virrey de aquella provincia, despachó su ex­horto al mismo fin, al provisor y cabildo eclesiástico en sede vacante y se les hizo saber, impidió el cabildo su ejecución con varios pretextos, quedando la religión desposeída de los pue­blos y misión en perjuicio de la conversión de aquellas almas,, como consta de un testimonio de autos que ha presentado su­plicando se mande que el obispo de Cartagena ponga en po­sesión de sus pueblos y misión a dicha provincia de San Fran­

c i s c o y SUS r e lig io s o s , a r r e g la n d o e n to d o a lo d is p u e s to p o r r e a le s c é d u la s .

“Y visto en mi consejo de las Yndias con lo que al final de él se ofreció, he resuelto se observe y ejecute lo determina­do por el juez metropolitano de Santa Fee, poniéndose en po­sesión de los referidos pueblos y misión a los religiosos de San Francisco de dicha provincia del Nuevo Reino de Granada.

Y por lo tanto ruego y encargo al reverendo obispo de la ciudad de Cartagena que así lo cumpla y ejecute sin dar lugar a nuevas quejas, que tal es mi voluntad.

Dado en San Ildefonso a siete de septiembre de mili sete­cientos veinte y cinco.

Yo el Rey. Por mandato del rey nuestro señor, don Juan de Arana” (^).

A esta real cédula se hizo sordo ei prelado diocesano de Cartagena. Vino nueva real cédula que el rey manda y deter­mina que le restituyan las misiones de Urabá a la orden fran­ciscana por parte del señor obispo de Cartagena, y que si se hacía renuente, esta vez también, pretextando esto o aquello, entonces que “el metropolitano por el mismo hecho haga for­mal erección de aquellos curatos en los religiosos doctrineros que por su provincial se presentaren”, y que la autoridad ci­vil no admita presentaciones del señor obispo Casiani; que entre enseguida en posesión a los religiosos franciscanos y salgan los clérigos; para que se reparen los atrasos por tantos años de nuestras dichas misiones, se procure la conquista de innumerables infieles, y se haga la comunicación de aquella misión con las contiguas de las provincias del Sinú, Darién, Cunacunas, Chocó, y Citará”. Y que finalmente, si el señor obispo de Cartagena pone óbice, ejecute la sentencia judicial y real cédula ei ilustrísimo señor arzobispo de Santa Fee.

De San Ildefonso, a 6 de septiembre del 727. Yo el Rey. Por mandado de el rey nuestro señor, Francisco Paz Ro­m án” (-■).

El padre Arcila, dice a continuación: “Final de todo fue que ganamos en toda línea”, pero no dice si el obispo les de­volvió todos los pueblos de indios de que les había despojado.

(>) Archivo N acion al d e B oqotá. M isce lán eo , t. 84, h . 542. c it. por e l R . P . G regorio A rcila Robledo. O . F . M., en M isiones F ra n c isca n a s en C olom bia, p . 95 y sig s. d e la ed . d e Bogotá, 1951.

(*) A rch. N al. de B ogotá, ibid . m.

El ministro provincial, R. P. Jerónimo de Camino, rese­ñando la provincia, escribió a Madrid en 1763: “En las con­versiones de Urabá hay dos religiosos, que son: padre fray Pedro de Cuesta y padre fray Francisco Rodríguez”.

El mismo ministro provincial, exponiendo al gobierno vi­rreinal, con fecha de 11 de noviembre del 1763, los trabajos misionales, y dándole cuenta de las limosnas recibidas y de los estipenndios misionales que se les adeudaban, se expresa del modo siguiente, en lo tocante a nuestras misiones urabaes, de que ahora tratam os: “En las conversiones de Urabá, redujo la religión tres pueblos que son: San Sebastián, Nuestra Se­ñora del Rosario y San Pedro de Alcántara, de las que sólo mantiene hoy (1763) la de San Sebastián por haberse entre­gado al clero secular las otras dos” (^).

CAPITULO VI

Los padres d e la C om pañía de Jesú s en las m isiones de Urabá, Chocó y el Darién.

SUMARIO: Llegada de los padres jesuítas a Panamá y al Nuevo Reino de Granada. — Entran a misionar al Ctiocó-Urabá. — Evangelizan a 62.000 indios en 32 años. — Fundan poblaciones. — Emulos gratuitos de su fecundo apostolado entre los indios. — Los jesuítas defensores de los indios en los Reales de minas del Chocó. — Dictamen de un his­toriador contemporáneo sobre las misiones de los jesuítas en el Chocó.— “ Los jesuítas supieron hacerse amar de los indios” . — San Pedro

Claver y los negros de Urabá. Chocó y el Darién.

Antes que al actual territorio de Colombia, llegaron los padres jesuítas al istmo de Panamá. En 1568 pasó por Pana­má el primer grupo de ocho jesuítas con dirección al Perú. El padre Ruiz Patillo, que iba al frente de la expedición, dice la historia, que predicó en la catedral con aplauso y admira­ción de la colonia panameña. Doce años más tarde cruzó el istmo otra expedición de doce jesuítas en la misma dirección. También ejercieron el ministerio en la catedral durante su per­manencia en la ciudad, distinguiéndose como orador, el padre Baltasar de Piñas. Los vecinos demostraron mucha simpatía

y aprecio hacia los hijos de San Ignacio, por eso, en 1575, pi­dieron al virrey del Perú, don Francisco de Toledo, el estable­cimiento, de una residencia de la Compañía en Panamá. En efecto, en 1582 llegaron al istmo cuatro padres, iniciando en seguida sus labores apostólicas, y dieron principio también a un colegio de enseñanza superior, que más tarde se convirtió en Universidad de San Javier. En 1749 se expidió por el mo­narca español una real cédula, con fecha de 3 de junio, en virtud de la cual quedaba establecida dicha universidad. El ilustre panameño, don Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, X X X II obispo de Panamá, dotó la Universidad con sus bienes, y, aunque promovido a la sede de Trujillo en el Perú, para la que salió el día 10 de marzo de 1759, siguió favorecien­do a la Univerisdad de los padres jesuítas de Panam á hasta que murió el día 11 de marzo de 1777 en la capital de su nueva sede.

Un historiador panameño dice, que “los jesuítas dejaron un recuerdo que no han podido destruir los siglos, porque su­pieron construir desde la escuela la cultura que es eterna y fructífera” (^).

Llegaron a Colombia (Nuevo Reino de Granada) los jesuí­tas en 1589 en compañía del presidente y gobernador, don An­tonio González. En aquellas fechas, era la cuarta orden reli­giosa que estaba autorizada para fundar en las Indias. El li­cenciado don Pedro Ordóñez de Ceballos, que residió en Nue­va Granada en la segunda mitad del siglo XVI, escribe: “De ordinario vienen de las Indias a España frailes para llevar re­ligiosos a costa de su majestad, y es parecer de muchos que el consejo haga que los padres de la Compañía de Jesús vayan en cada flota muchos, porque son grandes obreros de la viña del Señor, y de quien más han ayudado los obispos para la predicación, doctrina y enseñanza de loa naturales, y a quien más siguen, así los naturales como españoles, en sermones y confesiones, por celo con que se aplican a la conversión de los indios y a la lengua y el fruto copioso que han hecho en todas las partes donde están. No quiero por lo dicho excluir al merecimiento grande que todas las demás religiones tienen en este ministerio de reducir almas a Dios, pues todas ellas

(>] E. P e te ira J.. H istoria G «nero l d * P an am á, t. I, p. 192 d s la ed . de 1948 (P an am á).

son tan provechosas y ha habido varones tan perfectos y de im portancia” (^ .

Un historiador americano, que no peca de clerical, dice de los padres jesuítas: “los mismos que escribieron tan mal de los frailes, vindican a los jesuítas el honor de que algunos quisieron privarlos. Sus miembros, comprendiendo que el tra ­bajo es sobre la tierra el destino del hombre, cultivaron sus entendimientos con vastos y profundos estudios, llevando a todas partes hermanadas, como deben estarlo siempre, las lu­ces de la religión y la ciencia. A imitación de los antiguos be­nedictinos y de otras órdenes sabias, publicaron trabajos lite­rarios excelentes; como los dominicos, defendieron constante­m ente la causa de los pobres indios, vejados y oprimidos; y por lo menos mejor que los observantes, supieron en algunos lugares de América reducirlos a la vida y policía de los pueblos cultos. Fueron sus costumbres ejemplares y puras, y con esto y sus riquezas, sus bien mantenidas comunicaciones con el mundo entero, la instrucción pública que a su cargo estaba y una disciplina adecuada para mantener unidas y trabadas las inmensas partes de su inmenso edificio monástico, adqui­rieron un poder e influencia extraordinarios en casi todos los países católicos. Fue su vida en general inocente, laboriosa y útil. Su persecución y su despojo fueron tan crueles como ini­cuos, y no tuvieron origen en ninguna idea generosa de polí­tica y conveniencia pública, sino en las de venganza y de co­dicia” (-).

El historiador protestante W. Robertson, que no siempre alaba a ios misioneros del Nuevo Mundo, dice de ios hijos de San Ignacio: “Los jesuítas, tanto de Méjico como del Perú, observaron siempre una regularidad de costumbres irrepren­sibles” (-0.

El virrey del Perú, don Martín Enríquez, en carta del 17 de febrero de 1583, decía a Felipe I I : “Los de la Compañía de Jhesús son muy útiles en esta tierra y así será vuestra ma­jestad servido de mandar enbiar la cantidad que piden y aun­

( ’ ) V ia j« d«l Mundo, Segundu P arte , ca p . X X II, p . 361 d e la ed . de Buenos A ires, 1947.(*) P. M. B ara lt, R esum en d e la H istoria de V en esu ela desde e l descubrim iento d e su

(errilorio por lo s ca ste lla n o s en e l sig lo XV I h a s ta e l añ o de 1797, t. I, ca p . XV (B ru jas, 1939).

(») H istoria de A m érica , lib . VIH. t. IV , p ág . 424 de la trad u cción d e Am at. Bur- d é o s , 1827.

que fuese más serían los yndios aprovechados porque acuden muy bien a doctrínanos” (^ .

Su sucesor en el virreinato, el conde de Villar, en carta a su majestad, hacía también el siguiente elogio de los misione­ros de la Compañía: “Aunque parece hauer todos los religio­sos cumplido muy bien con su obligación, es cierto que los de la Compañía lo han hecho singularmente y con gran exemplo,, y de manera que Nuestro Señor ha sido muy seruido y vuestra m ajestad y estos naturales doctrinados en nuestra santa fee cathólica” (^).

La real audiencia de Panam á escribía al rey, con fecha de 31 de julio de 1606, pidiendo ayuda “para la prosecución de la iglesia que los padres de la Compañía de Jesús van ha­ciendo de piedra por haberse con el tiempo acabado la que tenían de madera, y la tienen ya fuera de los cimientos, y le­vantadas algunas paredes, por ser la obra de piedra y ladrillos por lo menos les costará más de veinte mil ducados”. La causa que aducen para mover la clemencia real, es la pobreza de los vecinos de la ciudad para contribuir con sus limosnas, y por­que los religiosos de la Compañía “se ha visto el gran fruto que han hecho en este reino, ocupándose en obras santas y pías, administrando los Sacramentos y predicaciones y enseñanza de la doctrina a los naturales dél, y la gram ática a los hijos desta ciudad con mucha virtud, negocio de mucha considera­ción el hacerlo y proseguirlo en los tiempos venideros” (^).

El malogrado primer prefecto apostólico de Urabá, fray José Joaquín Arteaga de la Virgen del Carmen, cantó en ins­pirada poesía las glorias de la Compañía de Jesús, poesía que se conservaba inédita y que se publicó después de su muerte, en Lu2 C atólica de 19 de agosto de 1927. No está fuera de pro­pósito en este lugar su inserción.

N ació, vivió, m urió y esp lendorosa resu citó tam bién com o Jesú s ; pues qu iso que en hum ildes apariencias venciese a l m undo derram ando luz.

(>) A rch . d * In d ias, 70-1-30. P u b licad a por R. Levillier, ob. c il., t. I, p ág . 160 d e la ed ició n citad a .

(*) C arta d e 17 d e a b r il d e 1586. A rch . d e Ind ios, 70-1-31. P u b licad a por R. Levillier, loe . c it ., p ág . 335.

(») A rch . d e Ind ios, A u dien cia d e P an am á. 63-2-40. (A. N. P ., n . 22).

L a m ística penumbra de un santuario envolvióla en sus som bras a l n acer, com o las som bras del olvido un día ocu ltaron la cuna de Belén .

T estigo R om a de su vida ocu lta vio en su labor titán ica y tenaz de virtud y saber las nuevas arm as en sus m anos ciclópeas brillar.

L a Ig les ia le ten dió m an to d e púrpura por do pasó con a ire triun fador: joven y h erm osa se llegó h a sta Trento, llen a de gozo a llí la coronó.

E hizo m ilagros cu al Jesú s, un d ía en m an os de sus santos, y Jav ier fu e im agen del divino apostolado con que Jesú s a l m undo dio su fe.

F u e d ejan do tam bién en su Calvario hu ellas d e san gre; coron ada fu e de sangrien tas esp inas; persegu ida con voces d e baldón y de desdén.

Y aqu ella m an o que su sien un d ía con gajos de lau reles coronó, la h izo ba ja r e l cuello y con su diestra su b lan ca tez de sangre em purpuró.

Sus fieros enem igos vencida la creyeron cu an do a fren tosa m u erte le d ieron en la cruz, m as pron to coron ada con estupor la vieron alzarse del sepu lcro vertiendo g loria y luz.

E ra u na p ru eba ru tilan te y bella, volvió a surgir en tre ban deras m il, con a ire m ilitar siem pre an im osa a la Ig les ia o tra vez d ijo : '‘H em e aqu í”.

Y llorando de gozo el g ran Jera rca ungió su sien con óleo d e valor y la vanguardia de sus nobles huestes p a ra la etern a lu cha le entregó.

L u ch a en tre e l B ien y el M al, lu ch a por Cristo:L lam ada a l nob le cam po de honor acudirá con su triu n fa l en señ a:“In m olarse a m ayor g loria d e Dios'\

El primer provincial del Carmen Descalzo, y confidente íntimo de Santa Teresa, escribía en 1611: “Por el tiempo en que comenzó a predicar públicamente M artín Lutero, que fue el año de 1617, se entregó a Dios de veras un soldado espa­ñol, llamado Ignacio de Lroyola, y dejando las libertades sol­dadescas, creció tanto en espíritu, que fundó la Compañía de donde han salido tan valerosos soldados de la capitanía de Jesús, que han resistido, resisten y resistirán a la herejía tan valiente y esforzadamente como vemos, enarbolando la ban­dera de Cristo en la China, y en otras partes de la Indias Oc­cidentales y Orientales, ganando innumerables almas para la Iglesia Católica Romana” (^).

Vino en 1605 el padre Diego de Torres, de Lima al Nuevo Reino de Granada, a constituir, por orden del general Claudio Aquaviva, una vice-provincia de la Compañía de Jesús. Ha­llándose en Cartagena como vice-provincial, “inauguró, o me­jor, preludió, las misiones entre infieles, haciendo con el pa­dre Alonso de Sandoval una excursión a las tribus de Urabá. Intentaba explorar el campo para fundar una misión en toda forma; pero de una parte las dificultades provenientes de los comerciantes que en aquellas tierras se habían hecho podero­sos, y la otra el haber recibido orden de regresar al Perú, hi­cieron que el proyecto de la misión viva, por entonces, se sus­pendiese” p ).

Según relata el padre Sandoval, el viaje fue muy acciden­tado en los nueve días de la travesía desde Cartagena a Ura-

(X) "D e clam ació n en q u e s e tra ta d e la p erfec ta v id a y virtu des h ero icas d e la b e a ta m ad re T eresa d e Jesú s y de la s fun d acion es d e su s m onasterios'*, en B ib lio teca M ística C arm elitan a , t. XV I. O b ra d e l p ad re Jerón im o G rocián d e la M adre d e D ios, t. I I , p á g s . 488>489 d e l a ed ición d e l p ad re Silv erio d e Son to T ereso , Burgos, 1935.

(*) P ad re D an iel Restrepo, S . J., Lo C o m p añ ía d e Jesú s en C olom bia. O b ra escrita con motivo d el C uarto C enten ario de la C o m p añ ía d e Jesú s. (Bogotá, 1940), ca p . I!I.

bá, que él mismo describe en una narración familiar. “Llega­ron al río Damaquiel — dice— y fueron muy bien recibidos por los indígenas y levantaron entre ellos una capilla dedicada a la Virgen de Loreto. La tierra es toda montañosa, llena de ríos y quebradas, muchos pantanos, pocas llanuras; los caminos cerrados, y cursados de muy poca gente. Las rancherías y po­blaciones están las más en alto, y cada una habitarán seis­cientos cincuenta a sesenta indios”. Luego prosigue descri­biendo las comidas, vestidos, costumbres, vida familiar y reli­giosa de los indígenas” (’ ).

A mediados del siglo X V II entraron varios misioneros je ­suítas en la región del Chocó-Urabá: los padres Pedro de Cáce- res y Francisco de Horta; más tarde figuraron en dicha misión los padres Benito Carvajal, Antonio Marzal y Ju an Izquierdo. “Después de un tercio de siglo, viendo los padres la tiranía con que los empresarios de minas empleaban a los indios y cómo ambicionaban la cura de almas algunos sacerdotes, en­tregaron a éstos la misión, y fueron a buscar en el Amazonas nuevos y más dilatados campos para su celo” (-). Los padres jesuítas que entraron en estas misiones en 1654, les sostuvie­ron durante treinta y dos años, hasta el año de 1687, traba­jando con tan buen éxito que llegaron a convertir 60.000 in­dios. Los misioneros llegaron a conocer los diversos idiomas indígenas de la región y fundaron florecientes centros de cris­tiandad. Todo auguraba prosperidad, cuando algunos enemi­gos de la Compañía de Jesús, juzgando que lograrían las cuan­tiosas riquezas de que suponían dueños a los jesuítas, desen­cadenaron contra ellos una borrasca. Sobre el particular lee­mos en un informe misional del Chocó: “Pero la emulación y la envidia de quienes veían tan pujantes estas cristiandades, como no se conocían otras en Colombia, armáronse de las ar­mas más villanas, para indisponer a los jesuítas ante los su­premos poderes de la Iglesia y de la Nación. Y si la autoridad

Cír. la o b ra del padre San d o v al: N atu raleza, P o lic ía S a g ra d a y P rofan a , costum ­b res y ritos. D iscip lin a i C athecism o «T on g élico d e todos e tio p e s , por e l p ad re A lonso d * S an d o v a l de la C o m p añ ía d e le s ú s , recto r d e l Colegio d » C artag e n o d e la s In d ias, Se* v illa , 1627. N ueva ed ición con introducción del p ad re A n g el V a lt ic n c , S . I-, Bogotá/ 19S6. C ir. P. V a ltie rra , Introducción, p ág . X II.

(?) P ad re D an iel R estrepo, Ib id ., ca p . X II. Por lo qu e d ice e l p ad re D aniel, se d educe qu© e l señ or M ardonio S a la s a r no està en la v erd ad cu an d o afirm a qu e e l p eríodo as ig n ad o a lo s je s u íta s p a to a d e la n ta r o b ras m ision ales en e l C hocó, fue entre 166S-1680, ("G e o g ra fía Econ óm ica d e C o lom bia", C hocó. P a rte Seg u n d a, ca p . IX ).

civil sentenció en favor a los acusados, el veredicto de la supre­ma autoridad eclesiástica fue adverso y, triunfando el odio, los padres jesuítas, después de haber regado con sus sudores y sembrado con lágrimas en esta tierra desdichada hubieron con ellos de abandonarla esta y todas las demás misiones que re­gían en la jurisdicción del arzobispado de Bogotá, pues, se les había privado de las facultades ministeriales” (•).

Entre las poblaciones que fundaron los primeros jesuítas misioneros del Chocó, padres Francisco de Horta y Pedro Cá- ceres, se encuentra Quibdó, entonces llamado Citará, lo que se verificó el año de 1654, si bien no en el mismo lugar que ac­tualmente ocupa la capital de la intendencia del Chocó. A prin­cipios del siglo X V III, por el año de 1702, “según algunos his­toriadores, aumentaron los pobladores y vino a dar a la funda­ción el carácter de población Francisco Berro, colonizador es­pañol, mediante acta firmada por los vecinos con el nombre de San Francisco de Quibdó” (-).

Con las labores evangélicas de los padres jesuítas en el Chocó está relacionado el pacto que los representantes del rey de España celebraron con los indios por el año de 1660 en vir­tud del cual éstos reconocían la autoridad real y se compro­m etían a pagarle los diezmos y primicias. Este pacto era como consecuencia de haberse dado de paz los indios.

Existe un exhorto del general don Carlos de Alssedo y Soto Mayor, gobernador de las cuatro provincias del Chocó, dirigi­do al visitador general eclesiástico y vicario pedáneo de dichas provincias.

“Exhorto, dice, de Alssedo a cuyo cargo está el gobierno de las cuatro provincias del Chocó: Payá, Noanamá, Citará y Ta- tamá, para pedir al visitador general “por comisión del vene­rable capítulo, sede vacante, de este obispado (Popayán), que suspenda en cuanto a los indios los edictos sobre arrendamien­to y cobro de diezmos en esas provincias y que informe al ve­nerable Cap.; y para ello dicta leyes eclesiásticas y civiles que prueban la obligación de todos al pago de los diezmos; pero hacen ver las razones para suspender el cobro a los indios que

(^) Roto. P . F ran cisco G utiérrez, C. M. F ., prefecto ap o stó lico del C h ocó. Inform * de la P reisctu ro A postólica d e l Chocó du rante la ad m in istración de los M isioneros del In m a­cu lad o C orazón de M a r ía , 1909-1929, e lab o rad o con m otivo d e la g ran d io sa Exposición M isional Esp añ o la d e B arcelo n a . Q uibdó, 1929, P arte I , c a p . III.

(^) G eo g ra fía Económ ico d e C olom bia. C hocó, P arte T ercera , ca p . IX.

se dieron de paz los años pasados en 1650, 60 y 61, ofreciendo pagar al rey y a los curas doctrineros, etc.” (^).

En la misma época que los padres jesuítas aparece en el Chocó, como cura doctrinero, un sacerdote secular, llamado Luis Antonio de la Cueva, quien hace un reclamo ante los jue­ces de residencia de la gobernación del Chocó:

“Autos que acompaña el presbítero de la Cueva (cura y vice-Juez eclesiástico de las provincias de Noanamá, y Chocó del Tatam á, primer misionero y pacificador de dichas provin­cias y de las del Chocó, del Payá y C itará), a la demanda que presentó ante el juez de residencia contra el gobernador don Gabriel Diaz de la Cuesta por 300 pesos de oro fino del Chocó, que se le debían de sus estipendios como cura de San Lorenzo de la Vega de Supia; por las calumnias que alegó dicho gober­nador contra él, a pesar de sus servicios, que el rey reconoció en real cédula y por haber requerido a don Pedro de Arboleda Salazar, vicario general por el señor Liñán y Cisneros, para que no permitiera volver a su beneficio, de donde estaba au­sente (en 1672) hacía un año, etc. Demanda y decreto que re­cayeron sobre ella, primero del juez receptor de residencia de Anserma, don Pablo Correa de Soto y luego del gobernador y juez mayor de residencia don Miguel García, en diciembre de 1674 y en febrero de 1675, respectivamente. El presbítero de la Cueva dice en uno de los memoriales dirigidos a don Pedro de Arboleda Salazar: “fui el primero que planté la fe de mi vida en todas cuatro provincias” y hace “más de veinte años que proseguí en esta fracción (Noanamá y Chocó del Tatam á) y que me hallé a poblar y fundar el pueblo de San Francisco Javier de la Concepción de Cajamarca, y fui doctrinero de estos indios como a Vm. consta” (-).

La real cédula en la que el rey (dice) reconoció sus ser­vicios, es del tenor siguiente: “Acuerdo de la junta de la real hacienda, compuesto por el gobernador de Popayán o su te­niente y por los oficiales reales, sobre aumento de estipendios del maestro don Luis de la Cueva, cura doctrinero de los indios de Noanamá y Raposo y compra de un ornamento; sobre li­branza dada a ios padres jesuítas para que puedan entrar a doctrinar a los indios del Chocó, y comprar un ornamento po­

(^) C atálo go G en era l d el A ich . C en tra ! del C au ca , R ei. 18>03 Col. E-l-2>d. O b ra pu­b lica d a por don Jo sé M a ría A rbo led a Llórente.

(*) C ató logo cit.. R e í. 19-05. Col. C . I.-14 r.

bre 516 pesetas y 4 reales, y sobre petición hecha por don Ju an Escudero, jesuítas, cura doctrinero de los indios noa- namaes del río Raposo, en el distrito del puerto de Buenaven­tura, etc.” (^).

La gloria de ser el primer misionero y pacificador de in­dios de una región o provincia, es muy llevada y traída por distintos operarios evangélicos. Por lo que vamos anotando, verá el lector que el presbítero de la Cueva no fue el primer misionero que entró en las provincias del Chocó. La historia es aliada inseparable de la justicia distributiva.

Hondo y trascendentallsimo papel jugó la esfera religiosa en el gobierno de la mayor parte de la colonia chocoana, de­bido a que en ocasiones fue solamente el ascendiente espiritual lo único realmente pacificador de la arriscada belicosidad del indio noanamá, chocó o citará, quienes pedían la paz sólo en casos extremados, en que se comprometió a reconocer diezmos al soberano. E l pago de diezmos, pues, venía a ser la señal de acato y sumisión, y el no pago, la animosidad y rebeldía. De ahí que no sea exagerado decir que el diezmo fue por mucho tiempo el vínculo de unión entre los indios y la metrópoli. Esta circunstancia llevó a la corona a confiar grandes porcio­nes de territorio al gobierno y tutela de los misioneros, con­cediendo así mucha importancia al orden eclesiástico, que pasó a ser rama de la administración general, con amplia fa­cultad para el cobro de los diezmos. . . Eso explica por qué fueron tan numerosos los sacerdotes en el Chocó durante la Colonia: había curas en Chirambirá, en Cuéllar, Noanamá, Sipi, San Agustín, Citará, Tadó y muchos villorrios y centros mineros (-). La importancia de su misión puede valorarse ade­más, en el hecho de que a cada pueblo se destinaba a veces, no un solo sacerdote, sino a varios. Y no puede negarse en conclusión, que fue mucho más fecunda y poderosa en el Cho­có la obra realizada por los jesuítas y misioneros en la Colonia, que la que haya podido conseguirse en cualquiera otra etapa posterior.

Consta en numerosos documentos hasta qué extremos los reyes de España para asegurar una vida tranquila y cómoda

(1) C atálo go cit., RftI. 4-55. Col. C. I.-12 r.{») Só lo en e l b a jo A trato. en #u b a n d a d e re ch a , h a b ía cu ra s en los pueblos d e

S a n Io#é d e M u rrí, S a n Bartolom é d e M urindó. y Jig u am ian d ó, situado» en aus resp ec- tíTOs r ío s epónim os. aflu en tes d e l A trato , com o puede v e rse en e l m ap a prelim inar.

a los súbditos de ultramar, y concretamente, en el caso que nos ocupa, del Chocó, y de cómo los soberanos se confiaban más de lo dicho y atestiguado por misioneros acerca de las crueldades cometidas por sus agentes en América, que de estos mismos. En este sentido, los jesuítas jugaron un gran papel en los reales de minas de las provincias del Chocó, donde eran los celosos guardianes de los mineros, por cuyo buen trato in­tervenían siempre y cuando ellos eran maltratados inmiseri- cordemente, elevaban su queja al soberano, quien no vacilaba en enviar inmediatamente visitadores, y enviados especiales para ante los alcaldes mayores de minas, jefes natos del go­bierno de las reales minas” (’).

Es de encomiar el juicio acertado que, imparcialmente, emite don Mardonio Salazar sobre la obra de los misioneros en el Chocó, en particular de los padres de la Compañía de Jesús.

“Los padres jesuítas conociendo el deseo del clero secular de disfrutar de los curatos, hicieron entrega de sus misiones del Chocó en 1689 y se retiraron a las selvas del Amazonas. Al tiempo de partir hicieron esfuerzos supremos para que los in­dios se comprometieran a ser leales a los níievos curas, y los naturales prestaron, en consecuencia, la obediencia a los te­nientes, para las tres provincias que integraban entonces el Chocó. Los indígenas agotados por el rudo trabajo de las mi­nas, empezaron a morir rápidamente y los que sobrevivían, celosos de la palabra empeñada a los jesuítas, de no hacer daño a los españoles, abandonaron su país, cediéndolo a sus agre­sores. Es preciso anotar las misiones realizadas en el Chocó por frailes dominicos” (^).

Esos padres de la Compañía de Jesús lograron con perse­verancia y espíritu humanitario atraer a la vida social a las tribus indígenas que no cedieron a la violencia ni a la fuerza de las armas de los conquistadores. Treinta y dos años perma­necieron estos misioneros en esta comarca y su labor en ese relativamente corto lapso fue tan benéfica y fructuosa, que en 1687 el gobierno español juzgó conveniente establecer en ella el régimen ordinario de las demás colonias y creó, en efecto, las tenencias de Noanamá, Citará y Chocó a Baudó, haciendo

(^) Salom ón M ardonio S o la z a r , en G « o q ra iia Económ ica d * C olom bia. C hocó. Segú n* d a Forte , ca p . IX .

(*) Ib id . Seg u n d a p a r le , ca p . III.

de los pueblos parroquias seculares. E l retiro de los jesuítas fue de funestas consecuencias, pues los alcaldes, corregidores, alguaciles y mercaderes trataron de manera tan vejatoria y abusiva a los indios, que éstos no tardaron, acobardados, en volver a internarse en las montañas (^).

ü n historiador critico de nuestros días, francés de nación, ha escrito: “Por paradójico que esto pudiera parecer, la expul­sión de los jesuítas de los dominios de España, es una de las causas de la revolución: “La dispersión de esta orden hizo tanto por la independencia de la América del Sur como el ejem­plo de los Estados Unidos, la propaganda de la revolución francesa y el estímulo y protección de Inglaterra” (= ). Hizo aún más. Desde su partida, los criollos y los indios amaban menos a la madre patria, estaban a la vez heridos en sus sen­timientos religiosos, dañados en sus intereses materiales y es­pirituales, afligidos en su corazón, atribulados en su espíritu. Los religiosos jesuítas habían sabido hacerse amar de todos. La mayor parte de 1o bueno y útil que para la civilización de América se había llevado a efecto, el desarrollo de la instruc­ción primaria y superior, el progreso de la agricultura, era obra suya. En una palabra, la prosperidad m aterial y moral de América habla sido preparada desde mucho tiempo por los jesuítas” ('O. Habían obrado siempre con tanta dulzura como habilidad, y los historiadores, no sospechosos de parcialidad en su favor y que antes bien les son hostiles, reconocen que, desde su marcha, hubo en parte de la población india un re­troceso hacia las antiguas costumbres C-*).

Gran parte de la evangelización de Urabá y el Darién se debe al apostolado fecundísimo y largo que San Pedro Claver ejerció a principios del siglo X V II en Cartagena con los ne­gros esclavos importados de Africa. El colegio de los padres jesuítas está situado, y como empotrado en las murallas que por el sur circundan la ciudad. Al pie de dichas murallas está el puerto. El Santo, que habitaba una celda que da sobre dicha m uralla a pocos metros del puerto, vigilaba desde su celda la aparición de los buques negreros en la extensa bahía, una de

(») Ib id .(*) A lberto Sorel, L 'E u to p * et la rÓTolution iran g a is» , t. I , p á g . 272.(*] /. M oncioi, B o lív a r «t I'em an eip ation dM cotonivs »»p ag n oles, p ág . 64, citod o por

M ariu s Andró e a su o bra , E l iin del Im perio E spañ ol en A m érica , c a p . III.(*) M arius A ndré, E l iin d e l Im perio Espoñol en A m érica , ca p . II I , p ág . 96 d e la ed.

d e B arce lo n a , 1939.

las mayores y mejores de la América, y, para cuando arrim a­ban al muelle, allí estaba San Pedro Claver, esperando a sus negritos para prestarles sus auxilios. Aquellos negros esclavos eran conducidos a Cartagena para de allí distribuirlos a dis­tintas partes de América. Una buena parte eran comprados por los dueños de las minas de Urabá, el Chocó y el Darién. Pero, antes de partir para su nuevo destino, eran catequizados, y preparados para el bautismo por Claver. Regenerados por las aguas del santo bautismo, partían luego para el golfo de Ura­bá, y muchos de sus amos proseguían con ellos el apostolado comenzado por San Pedro, recomendados con particular inte­rés al cuidado cristiano y buen tratam iento de sus nuevos dueños.

La escalinata de piedra que conduce a los claustros del convento, da en su primer tramo con la celda del santo patro­no de los negros. Sobre el dintel de su puerta se lee: “En este aposento murió San Pedro Claver a 8 de septiembre de 1654”. Hoy se halla el aposento convertido en devota capilla, donde he tenido la dicha de celebrar en distintas ocasiones, la santa misa. jCuántas veces el santo bajaría y volvería a subir aque­llas escaleras en cumplimiento de su misión apostólica con sus negritos africanos recién conducidos a tierras americanas! E l santo se ocupó en esta tarea apostólica desde 1615 a 1654. Sus biógrafos cuentan hasta trescientos mil negros bautizados por San Pedro Claver (^).

Es consolador para el misionero comprobar, a vista de ojos, la fe centenaria de las gentes de color de las costas de Urabá y de las márgenes del río Atrato y de sus afluentes, poblados en su mayoría por los descendientes de los que San Pedro Cla­ver bautizó en Cartagena, antes de ser conducidos por sus en­comenderos y dueños a Urabá y el Darién. Muchos de ellos han vivido sin conocer al sacerdote católico, o apenas han re­cibido visita del mismo sino tardíamente. En previsión de esta morosidad, ellos mismos administraban el santo bautismo a los

{^) Los restos sag rad o s d e S a n Pedro C lav er d e sca n sa n en u n a a r t is t ic a urn a, b a jo a l a lta r m ay or del tem plo d e la C o m p añ ía qu e, d esd e qu e León XIII en 1888 lo canonizó, e s tá d ed icad o a l san to p a tró n d e los n eg ro s. E l m ism o p ontífice re g a ló a l tem plo d e San Pedro C lav er d e C a rta g e n a u n m ag n ífico órg an o , qu e le h a b ía sido obsequ iad o en sus b o d as d e oro sace rd o ta les en e l mism o añ o d e 1888. Es e l tem plo d e S a n Pedro C laver " a la o b ra d e a rq u itectu ra e c le s iá s tic a m ás r ic a e im portante qu e se construyó en C ar­ta g e n a du rante la é p o ca co lo n ia l" (E. M. D orta, C a rio g en a de In d ias. L a ciudad y su» monum entos, ca p . V I, p ág . 133 d e la ed ició n de Sev illa , 1951).

niños para lo cual había algunos suficientemente instruidos, los que aplicaban la fórmula, rectamente, si bien después aña­dían algunos rezos y ceremonias algún tanto profanas.

Es edificante el entusiasmo con que celebran en sus case­ríos y poblados las fiestas religiosas: las Pascuas, solemnida­des de la Santísim a Virgen en sus diversas advocaciones, de los santos patronales de la localidad o del río, etc. Anteceden a estas fiestas el novenario concurrido, el volorio de la noche precedente, lo pasan en la capilla, o en su defecto, en la casa más céntrica y más acomodada ocupados en rezar y cantar. Para esto hay en cada lugar algunos que dirigen el rezo y el canto, siendo coreados por todos los asistentes. En estas fies­tas, clericalmente acéfalas, no falta la procesión con la im a­gen o cuadro del santo homenajeado, que es conducido fre­cuentemente en procesión fluvial en cayucos profusamente adornados con flores y vistosas palmeras, atronándose la selva ilímite con el estampido de cañonazos y tiros de escopeta.. .

Cuán profundamente grabaron la fe en estas gentes aque­llos colonizadores que la trajeron de allende los mares, pues ni los años, ni la carencia del sacerdote han sido bastantes para borrarla de sus almas, y no espera otra cosa para avivar­se prácticmaente, sino la presencia del operario evangélico que asiduamente la cultive. Que su patrono, San Pedro Claver en­víe operarios a esta viña que él plantó y bendijo desde su al­menada morada de Cartagena de Indias!

CAPITVLO VII

M isiones de los padres capu ch in os en Urabá y el Darién.

SUMARIO: Establécese en Darién en 1648 la misión de los padres capuchinos. — Fray Francisco de Pamplona (barón Tiburcio de Re- dín). — Llegada providencial de fray Francisco y sus compañeros al Darién. — Nombrado pref«cto de la misión el padre Antonio de Ovie- * do. — Hostilidades de los indios. — M artirio dei padre prefecto. —Se acaba la misión del Darién por la persecución de los indios. — La misión de Urabá. — Vicisitudes del viaje de los nuevos misioneros y su establecimiento en Urabá. — Los indios de Damaquiel intentan ahor­car a los misioneros capuchinos. — Se retiran de Urabá por orden del reverendísimo padre general a causa de la escasez de personal en la provincia de Andalucía a la que pertenecían. — Reanudan la misión del Darién los capuchinos de la provincia de Castilla. — Fundan varias poblaciones. — Dejan la m'isión hostilizados por los leres (sacerdotes)

de los indios.

A mediados del siglo X V II entraron a colaborar en las misiones de Urabá y Darién los religiosos capuchinos emu­lando a sus hermanos de hábito los franciscanos. El religioso de más relieve que intervino en estas misiones —aunque no por largo tiempo— fue el santo barón fray Francisco de Pam-

piona, el famoso Tiburcio de Redin, barón de Bigüezal (^), an­tiguo general de la armada de Cataluña, de una vida noveles­camente aventurera en el mundo, que abrazó la orden seráfi­ca entre los capuchinos, con el nombre de Francisco de Pam­plona. Su ejemplo arrastró tras de sí para la orden capuchina a varios nobles caballeros de hábito, Ju an Rodríguez de Are- llano, Alonso de Pedraza, Diego Alberto de Forres, José Queipo de Llano, etc. Dedicóse fray Francisco de Pamplona, como nos dirá el cronista de su orden, con celo extraordinario al apos­tolado entre infieles, primero en el Congo.

Fray Francisco de Pamplona (Tiburcio de Redín) es quien con su influencia en la corte de España — en las fechas que los reinos de España y Portugal estaban unidos— allanó las dificultades y contratiempos que ocurrieron para la primera expedición de religiosos capuchinos a la misión del Congo en Africa. Se embarcó fray Francisco con tres padres y dos her­manos legos en San Lúcar de Barrameda, el día 20 de enero de 1645, haciéndose a la vela el 4 de febrero y llegaron al Con­go el día 25 de mayo del mismo año, día de la Ascención del Señor. Nada menos que la sagrada congregación de Propagan­da Fide considera a fray Francisco de Pamplona como funda­dor de la misión del Congo. Al año siguiente, fray Francisco en compañía del padre Miguel de Sessa, regresó a Europa a conseguir nuevos operarios para el Congo. Habiendo muerto el padre Miguel en su viaje, llegó a Roma fray Francisco el día 24 de julio de 1646, y fue recibido con grandes muestras de agradecimiento por la sagrada congregación de Propa­ganda.

Francisco reclutó en España seis misionero« de su orden, los que se embarcaron, en unión de otros ocho, el 14 de octu­bre de 1647, llegando al Congo el 6 de marzo del siguiente año de 1648.

El padre Mateo de Anguiano, religioso capuchino, predi­cador de la santa provincia de Castilla, procurador y secreta­rio de la misma, y guardián de los conventos de Alcalá de He­nares y de Toledo, escribió la vida del padre Francisco de Pam-

{ ‘ ) F ray F ran cisco e s c r ib ía su títu lo d e b a ro n ia a s í : B iu szar, como co n sta en el testam ento qu e h iio en T a ro ío n a e l d ía ocho d e a b r il d e 1639: " . . . Y o . ír a y F ran cisco d e P am p lon a, relig ioso novicio del convento d e los cap u ch in os d e la ciu d ad d e T ara- zona, llam ad o en e l sig lo don T iburcio d e R ed in , caboU ero, señor de R ed ín y b a ró n de B iu ezar, e t c ." (Cir. Larroyoz, ob. cit.. A péndice, p ág . 117).

piona, con este título: “Vida y virtudes del capuchino español, y venerable siervo de Dios, fray Francisco de Pamplona, reli­gioso lego de la seráfica religión de los menores capuchinos de nuestro padre San Francisco, primer misionero apostólico de las provincias de España para el reino del Congo en Africa y para los indios infieles en América, llamado en el siglo don Tiburcio de Redín, caballero del orden Santiago, señor de la ilustrísima casa de Redín en el reino de Navarra, barón de Bi- güezal, capitán de los más célebres y famosos de su siglo” (Madrid, 1704, impr. Real. G. de Sorarraín, al citar esta vida en su C atálogo de Obras E uskaras (Barcelona, 1891), No. 179, añade esta nota: “Don Tiburcio de Redín nació en Pamplona el año 1597, a los 14 años se ciñó la espada y partió para Mi­lán para tomar parte en las fatigas de la guerra. En 1622 recibió el real despacho de capitán de mar y guerra; en 1624 le fue concedido el hábito de Santiago y después de una vida alegre y pendenciera, en 26 de julio de 1638, vistió el hábito de religioso lego capuchino, tomando el nombre de fray Fran­cisco de Pamplona, y después de varios viajes al Congo, a Roma, a Panamá, a Granada y a la Dominica, en el último que hizo a Venezuela, enfermó antes de llegar a la Guaira y murió a poco de desembarcar en dicho puerto el día 31 de agosto de 1651” P ).

El papa Inocencio X , teniendo en cuenta sus cualidades le invitó a que se ordenase de sacerdote y hasta llegó a ofrecerle el capelo de cardenal y el generalato de las galeras pontificias. Fray Francisco declinó modestamente la oferta del Papa y siguió toda su vida la humilde profesión de lego capuchino. Reclutó en España seis misioneros de su orden, los que se em­barcaron en unión de otros ocho, el 14 de octubre de 1647, lle­gando ai Congo el día 6 de marzo del siguiente año de 1648.

Fray Francisco no acompañó a esta nueva expedición de capuchinos al Congo, pues a fines de 1647 partió de España con la expedición destinada a las Indias Occidentales. Llega­ron a Panamá en enero de 1648 y de allí marcharon al Darién,

(^) El titu lo com pleto d e la o b ra filo ló g ica de G . d e So ra rra ín , es com o sig u e: "Ca< tálogo g e n e ra l cronológico d e la s o b ra s im presas referen tes a la s prov in cias d e A lav a , G uipuscoo, V isc a y o y N av arra , a su s h ijo s y a sus len g u as éu sk o ra o escrito s en e lla , form ando en v ista d e los tra b a jo s d e los señ o res N. Antonio. G allard o Brunet, Muñoz y Rom ero. A llende S a la z a r , H. Vinson y otros, con un ín d ice de au tores por orden a lfa b é ­tico Y n otos correspond ientes, a rreg la d o p a ra uso exclusivo d e su autor, G. d e Sora- rra ín . B o rcelon a , 1891.

donde con nueve religiosos españoles, siete de ellos padres y dos legos, desarrolló el hermano Francisco un maravilloso apostolado.. . Hizo otro viaje a España con objeto de reclutar más personal, y a su vuelta, en 1650, marchó a evangelizar una de las islas de Barlovento llamada Granada. Sin embargo, sus deseos no puedieron realizarse, pues por haberse declarado la guerra entre España y Francia, el gobernador francés de la India le prohibió ejercer en ella su apostolado.. . La contra­dicción es señal de las obras de Dios. Lenguas viperinas empe­zaron a calumniar a los indios, recurrían a falsos milagros. Los misioneros en un principio, despreciaron tan burdas espe­cies; pero, al ver que el consejo de Indias deseaba informarse sobre tales acusaciones, decidieron que un miembro prestigioso de la orden pasase a España a defender el buen nombre de los misioneros contra las maniobras de los enemigos de la re­ligión. Todos convinieron en que el más indicado era el her­mano Francisco de Pamplona, y embarcó fray Francisco en Cumaná el 15 de agosto de 1651 . . . Su fortaleza física se ha­bía derrumbado. Pronto las fiebres propias de aquel litoral, le atacaron con violencia y le pusieron en grado de extrema gra­vedad . . . Haciendo un esfuerzo supremo para escribir varias cartas, entre ellas una a los religiosos de la misión y otra al rey Felipe TV, exponiéndole las dificultades de la misión del Darién y pidiéndole que la protegiera. Como el buque había de hacer escala en la Guavra. luzgaron todos lo más convenien­te desembarcar allí al enfermo, pues en caso de nroseguir con él el viaje a España, era lo más probable que falleciera en la travesía. Llegado a la Guayra. balaron a tierra al paciente. Por circunstancias providenciales se encontraban en La Guay­ra dos religiosos capuchinos, quienes no se apartaron ni un punto de su hermano en religión. El mal avanzaba rápida­mente; escoltado por un piquete de soldados e iluminado por los cirios, el Dios Eucaristía viene al pecho de su fiel servi­d o r . . . jAdiós! [Hasta el cielo! Era el 31 de agosto de 1651. Contaba Francisco cincuenta y cuatro años de edad. Aquel cuerpo que tanto trabajó por el Rey de los Reyes, fue sepul­tado en la iglesia de la Guayra, y en aquella tierra americana esperan sus restos mortales el día de la resurrección de la carne” (*).

(^) D * av «B tu i»ro a ap ó sto l o fray F ran cisco d» Pam plona, m isionero copuchino, cap . X V m -X lX . M adrid, s ; a — O b ra prem iad a en e l concurso d e la B ib lio teca O lav e d e 1945.

Don Javier Larrayoz forma el compendio biográfico de íray Francisco de Pamplona con los siguientes datos:

1597-1651.

1597 (11 de agosto).— Nacimiento.1612.—Marcha a la guerra de Italia.1613-19.—Sirve en la campaña contra el duque de Saboya. 1619.—Regresa a España.1622.—Es nombrado capitán de mar y guerra.1624.—Felipe IV le otorga la investidura de Santiago. 1624-35.—Sirve en la Armada del Océano.1633 (junio).—Se apodera de la isla de San Cristóbal.1633 (septiembre).—Se apodera de la isla de San Martin.1635.—Gobernador general de la armada de Cataluña.1636.—Asciende a mariscal de campo y toma parte en la

campaña de Francia.1636 (abril).—Es herido gravemente en una reyerta.1637 (julio).— Ingresa en el noviciado de la orden capu­

china.1638 (agosto).—Hace la profesión solemne.1638-44.—Reside en varios conventos de Navarra y Aragón.1644.— Es designado para m archar a misiones.1645.— Marcha a las misiones del Congo.1646 (marzo).—En Inglaterra.1646 (24 de junio).—Se entrevista con el Papa.1647.—Organiza una nueva expedición misionera al Da­

rién de Urabá.1647-51.—^Ejerce el apostolado en América.1651 (31 de agosto).—Fallece en La Guayra.

De la m isión del D arién h ech a por los padres capu ch in os de la provincia d e Castilla.

El reverendo padre Alejandro Valencia, provincial de Cas­tilla, escribía a la Propaganda Fide, con fecha de 26 de no­viembre de 1649:

Emmos. señores.De la entrada que los religiosos de esta provincia de Cas­

tilla hicieron en el Darién, por orden de W . Eminencias, he­mos tenido buenas nuebas, y de los progresos de aquella mi-

sión, cuios términos son muy estrechos. Y así con parecer y consentimiento de los padres definidores (cuias firmas no ban en esta por estar ausentes) suplico a vuestras Eminencias se sirvan de nombrar por misionero de aquella misión, al padre fray Francisco de Vallecas, al padre fray Antonio de Caller, predicadores y al HP fray Hilario de Torrejón, religioso lego, dando licencia así a estos religiosos como a los demás que fueren, y en los que están allá, para que puedan estenderse en la predicación del St. Evangelio, por tierras de los infieles del Pirú, porque ai hoi algunos que desean, y piden religiosos sin que aia quien les acuda, y socorra en tan extrema necesidad y los padres de la provincia de la Andalucía que tenían la mi­sión de Urabá, que confina con el Darién, la han dejado por los muchos religiosos que han muerto en la peste que ha pa­decido aquella provincia. Así mismo suplico a W . Eminen­cias que para consuelo de los padres misioneros, se sirvan de declarar que la suspensión de las gracias, facultades, e indul­gencias concedidas a la misión de esta provincia, no se suspen­dan el año que viene del Jubileo, pues la causa es tan del ser­vicio de Nuestro Señor y de la Santa Yglesia Romana. Nues­tro Señor guarde a VV. Eminencias para el augmento de su Santa Fe, como puede y deseo. Madrid y Nobre. 26 de 1649.

Emmos. y Rmos. señores.A los pies de W . EE.

Fr. Alejandro de Valencia Prov. de Castilla, suplica a W . eminencias sean servidos de delegar su authoridad en el señor Nuncio, que está aquí en Madrid para subrrogar ios misiona­rios que faltaren, nombrando otros en su lugar, por lo lejos que está essa santa ciudad ( ') .

Oigamos al historiador capuchino, padre Froilán de Rio- negro el relato de las labores apostólicas de los hijos de la pro­vincia de Castilla en el Darién: “Determinaron — dice— los padres capuchinos, después de dar los beneficios de su celo apostólico por las misiones de Africa, pasar a cultivar los dila­tadísimos campos de la América”, siendo la guía y primer colón entre ios nuestros, dice el historiador fray Mateo de An- guiano, el V. siervo de Dios fray Francisco de Pamplona: a cuyo apostóUco zelo, e infatigable desvelo, se deue (después

de Dios) los señalados frutos, que la religión ha cogido entre los indios gentiles destas provincias como también quanto has­ta aquí hemos referido”.

Este santo religioso obtenidas las facultades necesarias de la sagrada congregación y de la santidad de Inocencio X para establecer una misión en la provincia del Darién, y los despa­chos de su majestad el rey Felipe IV y del consejo, se embarcó en los galeones con otros cuatro compañeros, habiendo sido confirmado por prefecto de la misión el padre Antonio de Ovie­do, que había tenido el mismo nombramiento en su provincia.

Llegaron al Darién a 14 de junio del año 1648, “habiendo primero pasado por las ciudades de Cartagena, Puerto Velo y Panamá, para exhibir los despachos que llevaban a los minis­tros reales, y tomar de ellos las noticias necesarias para su me­jor dirección.

En el ínterin que se daba forma para entrar en el Darién, padecieron todos grauíssimas enfermedades en Panamá; que les duraron desde el 15 de henero, asta 28 de abril.

Ya convalezidos y dispuestas las cosas, se embarcaron para el Darién, que dista de Panamá, como sesenta leguas; y fueron conducidos al sitio de su ressidencia, por el maestre de campo don Julián de Carrisolio y Alfaraz, gouernador de aque­lla prouinzia, e insigne deuoto y bienhechor de la orden. Con el auxilio de Dios y el amparo deste ilustre cauallero, se dio principio a la misión; fueron recogiendo indios y domesticán­dolos: y en teniéndolos juntos, se edificó yglesia.

El primer pueblo que se fundó, fue en el sitio llamado Ta­rena: la yglesia se dedicó a la Concepción Puríssima de N. y a la población se llamó desde entonces S. Buenaventura de Tarena; a caussa de hauerse zelebrado en él la primera missa solemne el día de N. P. S, Buenauentura a los 14 de julio del año referido de 1648. Después se hizo otra poblazión, y se fun­dó Yglesia, dos leguas de Tarena: y en estas dos poblaciones se juntaron más de docientos indios.

Cada día se iban recogiendo más, viendo el agasajo y buen trato de los religiosos, a que correspondían ellos con baS' tantes demostraciones de agradecimiento (i).

(M Prob ablem tnto esta po blació n de T aren a (T an e la) estu vo situ ad a en e l mismo punto qu e el poblado o redu cción de indios qu e e l mismo C arrisolio y e l p ad re fray A drián de San to Tom ás, O . P ., h a b ía n h ech o en 1642. Hoy no ex iste vestig io a lg u n o de esta po blació n .

Volvióse a España fray Francisco de Pamplona, con otro religioso, ya anciano y achacoso, fray Lorenzo de Alicante, a pedir nuevos operarios, representando a los superiores el buen estado en que quedaba la misión.

Llegado a España fray Francisco, obtuvo de Felipe IV una carta de recomendación, firmada en Aranjuez el 22 de abril del mismo año de 1649, para el cardenal Albornoz, del tenor si­guiente ;

“Muy reverendo en Cristo padre cardenal Albornoz, de mi consejo de estado, mi muy caro y muy amado amigo; fray Francisco de Pamplona, de la orden de capuchinos, que se os presentara con esta carta, pasa a besar el pie de Su Santidad y darle cuenta de algunos particulares que se ofrecen en ra­zón de la propagación de nuestra santa fe en la provincia del Dariel, a donde fue en compañía de otros religioáoó con permi­sión y licencia m ía; y aunque escribo a su beatitud en reco­mendación suya, he querido también encargaros a vos, como lo hago, le asistáis y favorezcáis en ellos, pues el fervor y afec­to con que se emplea en servicio de Dios y de nuestra sagrada religión y lo que también trabajó en la milicia, siguiendo mis banderas, antes de ser religioso, merece todo lo que por el hi- ciéredes en esta ocasión; en que me complaceréis mucho” ( ‘).

“Nombraron para esta jornada sólo cinco, con ánimo de ir enviando según lo pidiesse la necesidad, éstos fueron el P. fray Francisco de Vallecas, el P. fray Miguel de Madrid, el P. fray Gerónimo de Cobeña, el P. fray Joseph de Villalvilla, y fray Hilario de Torrexón, religioso lego”.

“Passado algún tiempo comenzaron las hostilidades or­dinarias de unos yndios con otros; los cuales con suma fazi- lidad se alborotan y ponen en arma, ayudándoles a esso mu­cho las defenssas del pays; como son los ríos y montes y como son naziones diuerssas, y confinan unas con otras rara vez dexa de haver guerras entre ellos.

Los primeros que se encuentran, passado Panam á son los darienes: luego se siguen los chocoes, los gorgonas, urabaes, noanamas y los bugutas: todo tierra firme con el reyno de

(1) Apud. P . Aapurz, ob. cit., ca p . XIV . E l p ad re Julio A . T arso e s c r ib ía d esd e M adrid co n lech a d e 19 d e septiem bre d e 1652 a l ca rd en a l Pompili d e la P rop ag an d a F id e, que fra y Luis d e S a la m o n ca , nom brado p a ra ir a l D arién en co m p añ ía d e l p ad re fra y M iguel d * M adrid, h a b ía en ierm ado en «1 cam ino, y por e llo h ie Buatituido co n e l p a d ie tray J e r ó a ia o d * C onsu egra.

Santa Fee, Quito y Lima, Comenzaron las hostilidades enton­ces los gorgonas, con esso se amotinaron los darienes y éstos dieron tras de los chocoes, no obstante que son menos en nú­mero. Púsose en armas toda la prouincia y juzgando seria medio para sosegar los tumultos y hostilidades el poner a la entrada, y passo principal de los darienes una guarnición es­pañola; apenas la vieron los indios, quando se amotinaron todos, creyendo que aquel aparato militar se preparaba para rendirles a fuerza de armas.

Procuraron los religiosos sosegarles, persuadiéndoles no era lo que pensaban; sino que antes se ordenaba aquella guar­nición para su defensa; pero por más diligencias que hizieron no hubo forma de apearlos de su ymagmado temor.

Prosiguieron sus hostilidades, y como se juntaron muchos, mataron a quantos españoles, y negros encontraron por la provincia; después dieron tras de los religiosos y por primer diligencia les robaron quanto tenían de hornamentos y cossas usuales. Luego llevaron al P. Francisco de las Canarias a una isleta, y le dexaron allí para que pereciese y nadie le pudiese socorrer. Viéndose el religioso sin remedio humano, se enco­mendó a Dios y se echó a nado, y desta suerte con inmenso trabaxo y continuos riesgos, salió cassi milagrosamente de en­tre aquellos bárbaros.

Al P. fray Basilio de Valdenuño, su compañero, le suce­dió cassi otro tanto; porque le tuvieron presso y le dieron muy mala vida: unos lueron de opinión que los matassen a ambos; otros discurrieron que era mejor tenerle preso, para que por su respeto se consiguiera paz entre los españoles; temerosos de que éstos les hauían de hazer guerra, viendo los daños que hauían caussado con su levantamiento y que al fin los hauían de castigar. Los demás padres se hallaban ocupados entonces en las provinzias vecinas, para recoger indios, poblarlos, tra- baxaron lo que no es decible en esso; pero no se pudo efectuar nada, assi por ser indómitos, como por el nuevo accidente de sus vecinos los darienes.

Con esto zessaron las reducciones por muchos años hasta que se sosegó el tumulto de los yndios levantados; y los gor­gonas se compusieron con los españoles y les pidieron los de- jassen ir a viuir a las riberas del río Chagre, zercano a Pana­má. Entonces se apartaron de los darienes, excepto unas doze familias que no quisieron dexar su tierra, a todos los demás

les concedió su Magd. el sitio referido. Con esta separazión delos gorgonas, quedaron más rezelossos los darienes y assí por su fiereza y la mala vezindad de otros; como porque se hallan próximos, y saben los parajes por donde los enemigos y pira­tas pueden hacer daño a los españoles: los han introduzido varias veces por sus ríos y tierras para que saqueen y roben a Panam á y otras ziudades; con gran daño y estrago de la gente.

Pai-a evitar este riesgo y otros semexantes, se proveyó de la guarnición española que diximos a caussa de que es muy común a ios piratas y enemigos el ganarles la valuntad a los yndios; y por el interés de algunas sartas de abalorios y cossas semejantes que ellos estiman, los guían y acompañan. Estos entran ordinariamente por la parte que llaman ordinariamen­te el playón, y rancho viexo; después suben a la cordillera del Norte y se embarcan en los ríos que vienen a dar al escucha- dero que es a donde desembocan todas estas aguas en el mar del Sur”.

Fray Antonio de Oviedo, vice-prefecto (prefecto) de las misiones capuchinas del Darién, escribe al cardenal Capponi de la Propaganda, que pudiéndose esperar poco fruto de la misión en el Darién le conceda la facultad de mandar a sus misioneros a lugares circunvecinos, sin dejar completamente el Darién. La carta es de mediados de julio de 1649.

“Viendo pues los misioneros el mal estado de las cosas de los darienes y que no le hauían de tener mejor en muchos años; trataron de probar la mano en otras provincias; y ha­llando ygual repugnancia en ellas y que ios naturales no que­rían reducirse a poblazión, determinaron dexarlas y retirarse a España. Quisso no obstante el P. prefecto hacer la última diligencia en la m ateria; y aunque las esperanzas eran cortas, con todo eso, guiado de particular impulso, y de un ardentí­simo zelo de la eonuersión de las almas (dexando a sus com­pañeros en parte segura) tomó una canoa y llevando consigo un español y cinco yndios, dos naturales de Panam á y tres de los que él mismo auía reducido, se encaminó a los chocoes. Después queriendo passar adelante a explorar los ánimos de los bugutas, le dexaron los que le acompañaban; y desde la entrada del río que va a esta nazión se volvieron. Hecháronle en tierra y íue subiendo río arriba, sin llevar intérprete ni

quien le acompañase; apenas hubo saltado en tierra quando le cogieron ios yndios gorgonas, que confinan por aquel paraje y le hicieron pedazos; dándole una muerte cruelíssima y tal cual se manifestó después por el castigo del Cielo que vino so­bre sus agresores y descendientes, hasta que sse acabaron todos en la segunda generazión. Diéronle muchos saetazos y lanza­das; y después para mayor alarde de su crueldad, le partieron el casco de la caueza, le partieron e hicieron de él un vasso, en que bebían. Desde entonces plagó Dios de una lepra horri­ble al modo de escamas de peces a todos los agresores; y poco a poco se fueron acabando todos.

De los descendientes de éstos, hallaron nuestros religio­sos que pasaron a Panam á el año de 1680, dos muchachos de hasta 8 o 9 años; y Uegando al río Chagre, a donde los años pasados se retiraron los gorgonas, y hablando con los indios más ladinos, les informaron de todo lo referido y les mostra­ron los muchachos diciendo, estos solos han quedado ya de los que m ataron a otros de vosotros. De allí a poco tiempo murie­ron también los muchachos, con que se extinguieron todos, hasta la segunda generación.

Llebados de zelo charitatibo, no inferior al de el P. fray Antonio de Obiedo, prefecto de la misión, murieron poco des­pués dos de sus compañeros siruiendo a los apestados. Suce­dió pues que hauiéndole esperado cerca de un año en el sitio a donde les mandó asistir a todos, hasta su vuelta (porque juzgó sería brebe); como se dilató el auisso, y la noticia tanto tiempo, hizieron juicio de lo que en la verdad sucedió. Después en el año siguiente que fue el de 1653 hubo una peste vorací­sima en las ciudades de Puerto Velo y Panamá; y estando para volverse a España por no perder ocasión tan de gloria de Dios y bien de las almas, se diuidieron en dos partidas, y unos fue­ron a seruir a los apestados en Panamá, y otros al Puerto Velo. El P. fray Joseph de Villalvilla murió en Panamá; fue sepul­tado en el convento de N. P. San Francisco de Panam á la Vie- xa y allí están sus huesos hasta oy pues aunque se mudó la ziudad, al sitio donde al presente se halla, no me pareze (se­gún tengo entendido) han sacado los huessos de religiosso al­guno.

El padre fray Francisco de Vallecas, murió en Puerto Velo, en el mismo exercicio de seruir a los apestados; y uno y otro

con grande edificazión de aquellas ciudades, por su admirable piedad.

Fue depositado su cadaver en la parroquia y se le dio se­pultura señalada: conséruasse gran memoria de estos dos re- iigiossos y deste último, es muy digno de notarse que iiauiendo viuido muciios años, quebrado el espinazo y por esta causa cargado de hierro a raiz de las carnes, a modo de un soldado armado con peto y espaldar; ai nn de ellos, coniiado en Dios, passò a la missión de Guinea en compañía del V. P. iray Se- raphín de Leon: aespuea volvió a España y se alisto a esta mis- sion y antes ae partir a la primera se ios quito (y los he visio muciias \ezen) y se haiio nabii para proseguir ei viage y per- seuerar en el ministerio; siendo assi que antes no se pooia me­near sin ellos. A los uemas compañeros les conseruo Dios la saiuü en medio del contagio; y passado éste, se voluieron a España en los primeros gaieones ; quedanaosse aqueiia missioii sin obreros, liasta el año de ibüU en que se voluio a continuar por los hijos de la misma proumcia de Castilla.

De La m iasión de U rabá, vezina a la del D arién, h e ch a p or los hijos de la provincia d e Andaluzia, que pasaron a G uinea el

añ o d e 1646,

Es la prouincia de Urabá una de las más vezinas al Da­rién, habitábanla yndios gentiles por los años de 1648 y ai presente se hallan muchos que toüavia lo son; sm embargo de hauer traído muchos obreros evangéücos que la han culti­vado, y están tan cerca de la ziudad de Cartagena, adonde ay diíerentes comunidades, que pueden entender en su reducción a la íee; pues apenas dista de ella como quarenta y quatro leguas, yendo por agua. En el año referido aportaron a Carta­gena los padres de la provincia de Andalucía que passaron a la missión de Guinea el año de 1646. Los quales, hallándose con facultad para venir de Alrica a América, enderezaron su viaje a Cartagena, para dedicarse a trabaxar en alguna nueva misión de los yndios gentiles, vecinos a ellas, como en efecto lo hicieron en la provincia de Urabá, vecina a la del Darién. Los religiosos que aportaron a Cartagena fueron nueve entre padres y legos.”

Sobre esta expedición de padres capuchinos misioneros y las vicisitudes de su viaje hasta llegar al territorio del Darién y Urabá, transcribe el padre Cesinale el siguiente documento tomado de las Actas Ec., 16 de noviembre de 1648, pág. 179.

Sobre estaReí. Emm. Dom. Card. Broncatio litteras Nuntii Hispan.,

Episcopus ac Magistratus Carthaginas in Indiis Occident, in quibus continebatur Cappuccinos Missionaries, ad Nigritas ejectos, “Maragnon” degentes; sed quum pervenissent in Ura­bá et Darién, provincias Episcopo Carthaginas subjectas, ibi íuisse monitos iter ad dictos gentiles esse dil'ficillimum eos- que sub Lusitanis esse et propterea melius esse ut ad curam gentilium, dictarum Provinciarum manerent. Cum resolvissent consilio tot virorum prudentum acquiescere instabant ut eis concederetur Missio Ec. S. C., visis liltens, pr^edictis, in quibus ctiam íiebat mentio de progressibus, quos preedicti Missionarii in conversiones dictorum gentilium in dies íaciebant, praedic- tis Capuccinis Misoionem ad Provincias Urabá et Darién de­crevit. Insuper quia Capuccinis de Castelia concessa etiam luit Missio ad Provinciam Darién, S. C. jussit per Nuntium His­pan. commoneri tam prasdictos Missionaries Nigritarum, quam Missinonarios Castellse ut in ea Provincia, quae amplissima est, loca occupent diversa, ita ut una Missio alteri non sit impedi- mentum” (‘).

“Una primera expedición de éstos, capitaneada por fray Gaspar de Sevilla, llegó tras una tentativa fracasada en Gui­nea. Por lo que pudiera ser, la Propaganda les habla asignado la región del Amazonas, y ellos, llegados que fueron a Carta­gena (25 de julio de 1648) lo primero en que pensaron fue curarse de la enfermedad que les acompañara durante el via­je. Apenas entraron en convalecencia, preguntaron por la re­gión del Amazonas, en cumplimiento de la orden que llevaban; empero ei obispo, el gobernador y otros les expusieron la difi­cultad del viaje, que el lugar estaba sujeto a los portugueses; que por lo mismo se detuviesen en las provincias de Urabá y Darién, donde había tanto que hacer. Vinieron en ello en ei entretanto que llegasen nuevas órdenes de Roma, y si Roma confirmaba el plan propuesto, ocuparían el vasto territorio junto con sus hermanos de la provincia de Castilla. Algunos

P. C «a io a l* . S to iio d«U * M iauoni d«i C appu cin i. T . U l. ca p . XV I. (Edit. B<uBa, 1873).

se declararon contrarios allí mismo, y fue necesario luchar en Cartagena para abrirse camino para las provincias; para los demás la lucha consistía en palabras; para los nuestros en hechos; predicación y ejemplo; de donde se dice que se cogió fruto considerable, la ciudad reformada. Vencida entonces la opinión (adversa), surgió un nuevo obstáculo para irse a los bosques; y fue que no saliesen de la ciudad, en vista de la es­tima que se ganaron, y de la necesidad que había. Se opuso a esto Gaspar y consiguió mandar allí a Diego de Guadalcanal y Luis de Priego para prueba” (’ ).

“Habiendo pues llegado a Cartagena, dice el P. Froilán de Rionegro, y restaurándose algo de la falta de salud y cansan- zio de tan larga nauegación con la charidad y assistenzia que tubieron en los ziudadanos, se fueron a la pressencia del obis­po y del gouemador y les mostraron sus despachos assí de la sacra Congregazión como del rey. Después les significaron sus buenos deseos de ocuparse en alguna missión de los yndios vecinos y les suplicaron se sirviessen de señalarles sitio a don­de poder trabaxar. El obispo y gouemador y aún toda la ziu­dad, se edificaron sumamente de la proposición; y como vies- sen la necesidad que hauía de tales operarios, trataron luego de darles empleo competente a su fervoroso zelo. Dioles el obis­po una cassa en la ziudad para hospicio, y el gouemador y demás ministros les señaló la prouincia de Urabá, para que en ella se aplicasen a la reducción de los yndios gentiles, como lo hizieron.

Vencidas pues las dificultades que se ofrecieron y viendo el fruto que se hazía en el hospicio; determinó el vice-prefecto que se quedassen algunos padres en él para continuarle; y que otros de los que se hallaban con mejor salud y más fuer-

(>) "D icostono un a prim a spedizione, ca p o G a sp a r de Sev ig lia . av v en n e, como ve­demmo. in seguito d e un tentativo ialUto in G uin ea. In prevenzione. P ro p ag an d a as- seg n o v a l'A m azzone, ed eglino piunti a C a rta g e n a (25 luglio 164B) presero anzitlutto a c u ra rs i d a lla infirm itó ch e ve li a v e v a ecco m p agn ati. C onvallescen ti, ch asero dell Am az­zone, secondo il m andato : m a il vescovo, i l gobernatore cd a ltri osseraron o ch e il p a s­s a g g io e r a ^ i i ic i le , i l luogo sog g etto a l P rotog h essi; eppero s i ferm assero n elle province d i U rab á e di D arién , ove era g ra n b en e a ta re . A ssentirono fino □ nuovi ordini da Rom a, a q u esta conferm ava, com prendessero il v asto sposio con i ira te lli C astig liani. A lcuni s i opposero au l luogo, e b isogn ò lottare a C artag en a p er ap p rirsi la v ia a lle p rov in ce: la lotta p er g li a ltri co n sistev a in p aro le , p er i nostri in la tti, p redicazione ed essam pio, onde il frutto s i d isse co n sid erab ile , la città riform ata. V inta a llo ra l’oppinionc, tu ro * nuovo ostacu lo p el bosco , e fu ch e non u scissero di c itta , gu ad ag n ato il favore, v isto il v isogno, G a sp a re s i oppose ed ottenne di m an darvi Diego G u a d a lca n a l e Luigi d e P lie g o com o a sag g io (6). C «stn ale , ob. cit., t. II . ca p . XIV.

»

zas fuessen a explorar los ánimos de los yndios gentiles de Urabá. Con esta resolución se partieron por mar a los 14 de septiembre del mismo año de 1648, los padres fray Luis de Priego y fray Diego de Guadalcanal, llegaron al puerto, que llaman de San Sebastián, distante de Cartagena como qua­renta y cuatro leguas poco más o menos y en él desembarca­ron y comenzaron a tratar con los yndios y a darles noticias del fin que los llevaba a su tierra; que era de hazerlos cristia­nos para que por ese medio conociessen a Dios, viviessen bien y se saluassen.

Fueron los dichos padres muy bien recluidos de los yndios, y cada uno les ofrezla lo que tenia en cassa, si bien todos eran pobres. La primera población que se hizo fue la de Tunucuna, vezina al puerto de San Sebastián, como dos leguas y media. En ella fabricaron yglesia los yndios y cassa para los padres, todo brebemente; porque como lo hazlan con gusto y los ma­teriales se hallan a la mano, por ser de palos, paxa y varrò, en pocos días concluyeron con la fábrica. Llegó el día de N. S. P. San Francisco que es a los cuatro de octubre, y en él se ze- lebró la primera missa solemne con gran júbilo y alegría de los yndios vezinos, y de otros muchos comarcanos que acudie­ron a la solemnidad llamada de la curiosidad, y para poder dar noticia de lo que jam ás hauían visto.

Enseñábanles los padres la Doctrina Christiana, y ellos la oyan con mucho gusto, y con el mismo se esmeraban en so­correrles con lo que podían para su sustento. Fueron cathe- quizando a los adultos, y baptizando a los párvulos: y en bre­ve espacio de tiempo, se adelantó mucho aquella nueva chris­tiandad; de forma que pudieron extenderse los padres algunas leguas más para hacer otras poblaciones. Para este fin como también para informar al vice-prefecto, y a los compañeros que residían en él (quedándose en la poblazión el P. fray Die­go de Guadalcanal) : se embarcó en la misma embarcazión que fueron el P. fray Luis de Priego, y vino a Cartagena. Dio no- ticia del buen reciuimiento que les hauían hecho los yndios, y de lo gustossos que se hallaban con los religiossos; y con acuerdo de todos, se determinó se volviesse dicho padre con tres compañeros, para que se fuessen haziendo más poblazio- nes y extendiendo nuestra fee cathólica por todas partes.

Executosse assi, y el P. fray Luis llevó consigo tres reli-

giosos, de los quales el uno fue preciso se voluiese luego por hauérsele agrauado sus achaques. En Tunucuna como la gen­te era ya doméstica, se quedaron para cuydar de ellas los pa­dres missionarios más modernos, los demás con un religiosso lego, passaron a formar otra nueva poblazión en el sitio lla­mado Tumbiana, distante del puerto de San Sebastián, azia la costa, treze leguas y media. En este sitio que, según dice, es amenissimo, se dedicaron a trabaxar los padres fray Diego de Guadalcanal, fray Luis de Priego, llevándose consigo a fray Alonso de Vélez; exercitaron el ministerio algunos messes; pero reconociendo la falta que les hazia el no tener fiel intérprete de la lengua, se resolvió el padre fray Luis a venirle a vuscar a los pueblos de yndios que están camino de Cartagena.

Con esta ocassión se quedó solo en Tumbiana el P. fray Diego de Guadalcanal prosiguiendo la enseñanza de aquellos yndios; y el padre fray Luis de Priego con fray Alonso de Vé­lez, se pusieron en camino.

Padezieron grandes penalidades en este viaje, y aún al passar por el pueblo de Damaquiel, los quisieron ahorcar los yndios dél: librólos Dios milagrosamente de sus manos, pero con las fatigas del camino y con el mal passar y malos tra ta­mientos enfermó el P. fray Luis de calidad que se vio obli­gado a retirarse al hospicio de Cartagena, para curarse. Llegó a él, pero ya tan sin fuerzas que no se pudo executar para su remedio, medicina alguna de considerazión; y assí sólo se aten­dió a las del alma. Reciuió los Santos Sacramentos con suma piedad y reuerenzia: y con esta saludable preparación entre­gó su alma a Dios dentro de muy pocos días ( i ) .

Sintieron grandemente todos los compañeros la pérdida de tan importante missionario, y zelebraron sus exequias con muchas lágrimas: no tanto por la pena de verse priuados de su amable compañía, quanto por el gozo que caussó su dichos- sa muerte.

Por esta caussa de la muerte del padre fray Luis, ordenó el viceprefecto que la misión que estaba en Tumbiana se ju n ­tase con la de Tunucuna, cerca del puerto de San Sebastián;

(1) E l P. C esin a le (loe. cit.) trae e s ta nota sobre ol P. Luis de Priego : " I Bullario dell'O rd ine (V. 374) lo fa m orire in A frica, poi (V II, 335) in A m érica . Seg u iam o l'A nguiano ch e le*«e n ei reg istri d e lla Prov in cia ed a g g iu n g e : "F u e verd ad eram ente b a ró n ap o stó ­lico y extático , de g ran n eg ació n y m ortificación : todos le v en e ra b a n por ta l y por muy favorecido d e Dios con v a ria s m arav illas . {Fr. M ateo d e A ngiano. XV II. 305).

pero en el ínterin que se pudo efectuar esto, y que llegó el orden se passaron más de seis messes. . . Como se vio solo el P. fray Diego de Guadalcanal, y no llegaban compañeros, es­criuió al P. prefecto de la missión del Darién, pidiéndole se sirviesse de embiarles algún religioso sacerdote para su con­suelo espiritual, por algunos días. Hízolo assí el prefecto, y le embió el P. fray Basilio de Valdenuño, con el siervo de Dios fray Francisco de Pamplona; y passados veynte días se voluie­ron a su ressidenzia; y el P. fray Diego prosiguió su misión, asta que tubo nuevo orden, para azercarse a Cartagena.

En este estado se hallaban las cossas de esta missión quando reciuió auisos de España el viee prefecto de las car­tas que havía escrito a los superiores, dándoles noticia de lo que les havía sucedido en Guinea y de la resolución que ha- uían tomado, de emplearse en la conuerssión de los yndios vezinos de Cartagena, sobre lo qual les pidió su consejo, y pa­recer para permanecer en dicha missión. El orden que se les embió fue del general de nuestra congregación y del prouincial de Andalucía, mandando uno y otro que se redugessen a Es­paña en la primera ocasión a causa de hallarse su prouincia muy exausta de religiosos, por ser muchos los que hauían muerto en los años precedentes siruiendo a los apestados; y tener ocupados otros, en diferentes ministerios de la orden. Dioles noticia el vice-prefecto a sus compañeros de la resolu­ción de los superiores y les ordenó que se fuessen azercando a Cartagena para voluerse a España en hauiendo ocassión.

Por esta causa, se dexó la missión de Urabá, y el hospicio de Cartagena; en medio de ir las cossas, con la prosperidad que hemos visto. El vice-prefecto hallando la ocassión a la mano, se vino delante en compañía del P. fray Francisco de Vallecas. y del sieruo de Dios fray Francisco de Pamplona, que trahía orden del prefecto del Darién, para conducir nuevos operarios. Salieron de Cartagena a los 26 de octubre de 1648 y llegaron a España el siguiente año de 1649. Todos los demás religiosos fueron llegando a Cartagena, y hallando ocassión, se embarcaron para España; sintiendo bastante el dexar aque­llas nuebas christiandades, al tiempo que iban ya cogiendo el fruto de sus trabajos”.

“Dieron parte de todo al obispo y gobernador de Cartagena para que proveyesen de remedio a aquellas almas, y prefirien­

do la obediencia al sacrificio, se partieron para España con gran pena y sentimiento de los ciudadanos de Cartagena, que los amaban tiernamente, y deseaban tener siempre en su com­pañía, para gozar de su doctrina y buen exemplo” (*).

El padre fray Francisco de las Canarias escribe a los Car­denales de la Propaganda Fide exponiendo las dificultades de su trabajo misional entre los indios del Darién, de los cuales dice: “qui sunt veluti animalia bruta ac crudelissima”, y pide se le asocien dos padres y un hermano lego para extender su misión del Darién al río Marañón. La carta está firmada en San José del Darién. 9 de septiembres de 1648,

Un historiador contemporáneo de la orden capuchina ha­bla del resultado de esta misión del Darién y Urabá:

“El primer año de apostolado fue casi estéril; la audien­cia de Panamá, por complacer a los dominicos, había asigna­do a los capuchinos parajes despoblados donde la reducción de los indios era imposible. Pero su buena fortuna les deparó un decidido protector en el nuevo presidente de la audiencia, don Ju an de Cebrián, pariente de fray Francisco, llegado en 1649; éste hizo nuevo reparto de las zonas de evangelización, quitando a los hijos de Santo Domingo casi todo el territorio y confiándolo a los capuchinos; hasta se dejó decir que su plan era echar a aquéllos totalmente del Darién. Gran parte de los indios estaban bautizados por los primeros evangelizadores, pero no vivían como cristianos. Los capuchinos optaron por no bautizar sino a los que estuvieren suficientemente ins­truidos.

En 1650 llegó un refuerzo de cinco nuevos misioneros, con los que se esperaba dar mayor impulso a la dura tarea de las reducciones. Contaban ya con tres pueblos y planeaban otros nuevos.

Pero he aquí que de pronto las diferentes tribus, belico­sas por naturaleza, comenzaron a hostigarse crudamente. En­tonces el gobernador, temiendo peligrase la vida de los misio-

(^) P . FioU án d e Rionegro, R e lacion es d e la m isione* d e lo i padre« capu chino« en sus onti^uo« prov in cias esp añ o las , h oy R ep ú b lica d e V en esu ela , 16S0'1B17 (Sev illa , 1918). T. II. L a m isión d el D arién h ech a por los hiios d e la provincia d e o stilla . E l F . C esin ale d ice q u e reg resaron a su s conventos de E sp añ a en a b r il de 1647, " sc e n s o la polvere, r ito raaren o a lie loro c e i le " . T én g ase en cu en ta qu e en a q u e lla s fech as, entre los ca p u ­ch in os e l títu lo de prefecto lle v a b a e l superior provincial, y e l prefecto efectivo d e la m isión , lla m á b a se vice-prefecto.

ñeros, cometió la imprudencia de enviar un destacamento de soldados, que ocuparon uno de los pasos estratégicos. La pre­sencia de aquella guarnición española fue como la orden de un levantamiento general; hubo saqueos y mantanzas en las poblaciones vecinas, y con dificultad pudieron salir con vida los misioneros. Dos de ellos cayeron en poder de los indios: el padre Francisco de las Canarias fue confinado en un islote y tuvo que evadirse a nado; el padre Basilio de Valdenuño fue sometido a malos tratos, hasta que el temor a las represalias de la tropa les hizo ponerlo en libertad.

Por fin la tribu de los gorgonas, causante de la revuelta, decidió a pactar con los españoles y pidió para establecerse las márgenes del río Chagre. Allí acudieron los misioneros a reanudar su interrumpida labor; pero los gorgonas no eran de mejor condición que los demás indios. Habituados, como todos los del Darién, a una política artera de doble juego, vivían siempre al atisbo de las arribadas de los piratas enemigos de España para apoyar sus desembarcos y caer con ellos sobre las poblaciones desprevenidas.

El prefecto de la misión acabó por desalentarse. Quiso, con todo, probar un último intento, con la esperanza de ter­m inar su vida en el martirio. Parecióle que la actitud refrac­taria de los indios conocidos hasta entonces se debía al des­dén con que miraban a los españoles por la proximidad en que habían vivido por espacio de siglo y medio; decidióse, pues, a penetrar en el interior en busca de nuevas tribus. Tomó una canoa, y acompañado de un español y cinco indios cristianos llegó a la desembocadura de un río en que habitaba la tribu de los bugutas. Allí le dejaron los acompañantes; y solo, y sin intérprete ni guía, siguió rio arriba, hasta que cayó en manos de un grupo de indios gorgonas, de los que no quisieron seguir el ejemplo de sus congéneres sometidos al gobernador; el ce­loso padre Antonio comenzó a predicarles con el crucifijo en alto, pero al momento cayó atravesado con saetas y lanzas. Los gorgonas solemnizaron la victoria con una loca borrache­ra en que el cráneo del prefecto pasó de mano en mano sir­viendo la bebida fermentada. Era el mes de septiembre de 1652. El padre Antonio de Oviedo fue el primer capuchino que ofrendó su vida a manos de los indios americanos; otros mu­chos le seguirán en la misma inmolación.

Los demás misioneros esperaron inútilmente por más de

un año la vuelta de su jefe. Por fin optaron por regresar a España, dando por imposible la prosecución de la empresa” (^).

El R. P. Lázaro Aspurz en su meritísima biografía crítica de fray Francisco de Pamplona —Redín. S oldado y m ision e­ro— , hace esta pregunta: ¿Qué ha sido de los restos de fray Francisco? Su respuesta es la siguiente: Consta que recibie­ron sepultura en la antigua parroquia de La Guaira, bajo las gradas del altar mayor al lado del evangelio. Allí fueron ob­jeto durante muchos años de la devoción de los vecinos del puerto y de Caracas, y a la protección del siervo de Dios atri­buían éstos el verse libres de las incursiones de los piratas, de que tantas veces eran víctimas las demás ciudades costeras. Con el fin de ponerlos más a seguro y con más decoro, tras­ladáronlos después a otro lugar de la misma iglesia; y que­daron admirados, al desenterrarlos, de que todavía se conser­vase el cuerpo entero y flexible; sólo le faltaba la punta de la nariz.

En 1676 el padre Francisco de Puente propuso a los supe­riores de Navarra el traslado de los restos a España, obtenien­do orden del rey para el gobernador y el obispo de Caracas de entregarle a los capuchinos; para ello había que interesar en el asimto al reino de Navarra y a los parientes de fray Fran­cisco. Podría traerse en el patache de la M argarita hasta Cádiz, y después de aquí en algún navio, hasta el puerto de Pasajes, porque llevándolos por tierra “tengo por cierto — decía— que, con el afecto que generalmente le tienen en la Andalucía per­sonas de todos estados, no le han de dejar pasar adelante”.

Al año siguiente partía el mismo padre Francisco, legal­mente autorizado, con encargo de traer a España los restos. Presentóse en Caracas, formalizó todos los requisitos con el obispo y el gobernador, apoyado por el general de la armada don Miguel de Laiseca; habíase firmado ya el acta de entrega cuando, enterados los habitantes de La Guaira de que se lle­vaban su tesoro, se amotinaron de tal forma que hubo que desistir.

Sobre el destino posterior de los restos hay dos versiones. Según una de ellas, atestiguada en el siglo X V III por el padre Lorenzo de Toledo, quien afirmaba haberse recibido de labios

(^) P . Lázoro d e Aspurz, R ed in . Soldado y M isionero, ca p . X V (M adrid, 1951).

del padre Mateo de Anguiano, habrían ido por segunda vez los capuchinos, acompañados de un sobrino del siervo de Dios, a La Guaira, totalmente de incógnito; para evitar la oposi­ción del pueblo, los religiosos pasaron la noche en la iglesia; abrieron el sarcófago, extrajeron el cuerpo y lo llevaron en un navio cautelcKamente. Así pudieron llegar sin tropiezo con el piadoso hurto a Cádiz. Después lo llevaron a Madrid y lo de­positaron en la iglesia del convento de San Antonio del Prado. Hoy no existen ni la iglesia ni el convento, por haber sido derruidos para dar lugar a la actual plaza de las Cortes.

Según la otra versión habrían permanecido los restos en su iglesia de La Guaira hasta el terremoto de 1812, que derri­bó el templo; cuando en 1847, a ruegos del conde Gundularín, hizo indagaciones el padre Ramón de Murieta, halló el solar de la antigua parroquia convertido en una gran plaza y nadie supo darle noticias del sepulcro de fray Francisco.

A principios de nuestro siglo el padre Froilán de Rione­gro creyó haber dado en La Guaira con los verdaderos restos del fundador de las misiones capuchinas y con las pruebas de su autenticidad; restos y documentos fueron encerrados en una urna sellada que se conserva en la residencia de los ca­puchinos de Caracas. En definitiva, creemos imposible que pueda ya darse con el sepulcro de fray Francisco” (^).

{ ' ) R e d ín , Sold ado y M iaiontro, co p . X IV , p ág . 279*280 d e la ed . d e M adrid, 19S1.

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CAPITULO VIII

Los padres capuch in os rean u dan la m isión del D ariénen 1666.

SUMARIO: Aci>erdan el obispo de Cartagena y el gobernador y capitán general de la plaza reanudar la misión del Darién con los padres ca­puchinos. — Providencial llegada de {k)s padres capuchinos a Carta­gena. — Petición de los indios del Darién al obispo de Cartagena. — El gobernador reúne una junta de doctos juristas y tiíólogos para resolver la cuestión. — El gobernador, siguiendo el parecer de la junta, acude al rey. — Exposición de fray Eusebio de Sevilla. — El gober­nador manda a Madrid los autos. — El consejo de Indias pide a los superiores de los capuchinos el envío de misioneros al Díwién. — Ex­posición del provincial de los capuchinos al consejo de Indias sobre el envío de misioneros al Darién. — El padre provincial ofrece siete misioneros para el Dafién. — Memorial de las cosas necesarias para los misioneros. — Se hace cargo de la misión del Darién la provincia de Castilla. — Cuatro recaudos de decir misa para los misioneros. — El provincial presenta para prefecto de la misión a fray Bernardino de Madrid y ratificación del rey. — Envío de nuevos misioneros a! Da­rién. — El año de 1689 regresan los misioneros a España. Síntesis

histórica de esta misión hecha por los historiadores capuchinos.

Debido, indudablemente, a la recomendación que los mi­sioneros capuchinos hicieran al obispo y gobernador de Carta­gena, al abandonar su campo del Darién en 1648, proyectaron

en 1665 el obispo de Cartagena, don Antonio Sanz y Lozano, y el gobernador y capitán general de la plaza, don Rafael Cap- sir y Sanz la reanudación de la misión del Darién con los mis­mos padres capuchinos españoles de la provincia de Castilla. E l motivo ocasional de tomar esta decisión, fue la presencia en Cartagena de dos padres capuchinos que de la misión de Ve­nezuela habían llegado a la Ciudad Heroica, con intención de dirigirse a España; se llamaban fray Bernardino de Sevilla y fray Pedro de Soria. El padre Bernardino se dirigía a Espa­ña por motivo de enfermedad y fray Pedro era el compañero que los superiores le habían señalado. Después de algunos días de permanencia en Cartagena, fray Bernardino se vio alivia­do de su enfermedad y quiso ponerse a las órdenes del obispo. El prelado y el gobernador propusieron a los dos padres capu­chinos la misión del Darién para cuya oferta y nombramiento se creían autorizados por las bulas potifíelas que concedían a los reyes de España facultades para designar y señalar te­rritorios y misioneros para ellos, y ser el gobernador y capi­tán general de Cartagena, delegado real para tales casos. Fray Bernardino se ofrecía de buena voluntad para aceptar la pro­puesta y hasta insinuaba la idea de que podrían pasar algu­nos misioneros más de Cumaná, pues dijo que había allí 23 misioneros y sólo 7 poblaciones.

(Fray Miguel de Madrid escribe a los cardenales de la Pro­paganda, cómo había regresado del Darién para procurar nue­vos misioneros. Hace relación de los progresos que había he­cho la misión. Pide se le den órdenes al nuncio apostólico de Madrid para que lo manden nuevamente a su campo de apos­tolado. La carta está fechada en Toledo a 2 de junio de 1652).

Por otra parte, los indios del Darién habían manifestado, repetidas veces, al obispo y gobernador de Cartagena, deseos de tener misioneros católicos. En el auto que con este motivo dictó el mariscal de campo, don Benito de Figueroa y Barran­tes de la orden de Alcántara, en Cartagena, a 4 de enero de 1666, aparece la declaración de Francisco Gaspar, que dice: “Dixo que fue llamado del señor obispo, don Antonio Sanz y Lozano, que lo es de esta ciudad, para llevar unas cartas al Dariel a don Ju lián de Alfaraz, ofreciéndole que iría el padre fray Bernardino de Sevilla, religioso capuchino y que viniesen indios para la seguridad de el religioso, como en efecto las llevó, y traxo respuesta de ellas, trayendo en su compañía a

don Sebastián cazique de Tarena con otros tres indios, que al presente se hallan en esta ciudad. Preguntado cuántas veces ha estado en el Dariel y en qué tiempos, dixo, que 10 o 12 veces en los tiempos de los antecesores de su señoría, que fue de los señores don Pedro Zapata, Fernando de la Riva Agüero y Diego de Portugal. Dixo que la primera vez que fue al Dariel fue con licencia, porque llevaban padres de Santo Domingo, y otra vez fue también con licencia para llevar cuatro indios que habían venido de San Sebastián (de U rabá), y que es de edad de 36 años poco más o menos” (^).

El compañero del padre Bernardino, sin embargo, no era partidario de aceptar la misión del Darién por faltarles el per­miso debido de sus superiores regulares. Para mejor acierto y seguridad, el gobernador de Cartagena mandó reunir “una junta de personas doctas así en la jurisprudencia como reli­giosos teólogos”, proponiendo en ella todos los puntos y difi­cultades que se ofrecen”. Estos puntos eran:

1.—Si podían o no enviar los nuevos misioneros al Darién.2.— Si los padres fray Bernardino de Sevilla y fray Pedro

de Soria podían dejar la misión de Cumaná para trasladarse al Darién, sin contrariar a sus superiores.

3.—Si en caso de que puedan ir al Darién sin escrúpulo, se les podrían dar las licencias y si podrían hacer el oficio de curas en el Darién.

4.—Si el obispo de Cartagena les podrá dar las licencias ministeriales como obispo más cercano.

5.— Si en caso de ir solo el padre Bernardino, podrán re­sultar inconvenientes.

6.—Si el obispo de Cartagena les podrá nombrar sin pre­via presentación del gobernador por tener el derecho de patro­nazgo.

La ju n ta se reunió el día dos de enero —sábado, de 1666, en la casa del gobernador. Se citó también al doctor Ju an Gue­rrero y Freyle, provisor y vicario general del obispo y canóni­go de la santa iglesia catedral, pero el prebendado se excusó de asistir por insinuación de su prelado.

Dieron su parecer favorable a la nueva misión, los padres fray Francisco Núñez de la Mota, prior de los agustinos, y el padre Presentado fray Simón de Avilés, mercedario.

El licenciado don Diego de Baños Sotomayor, del consejo de su majestad y el inquisidor don Ju an Diego del Corro Ca­rrascal dieron su voto negativo. Estuvieron presentes en la junta, Lope de Ceballos Barreda, teniente general de su m a­jestad, y los padres fray Pedro de Achuri, maestro dominica­no, fray Esteban de Echaburu, vicario general de los fran­ciscanos, fray Francisco Carrillo, guardián de los franciscanos de San Diego, y padre Antonio Pérez de la Compañía de Jesús.

La mayoría de votos fue de que ni el gobernador ni el obispo podían enviar a los mencionados misioneros capuchi­nos al Darién, sin previa consulta a España, al consejo de su majestad. Tan hermoso proyecto quedó sepultado en el pa­peleo oficial, pues los capuchinos no volvieron a aparecer en el Darién hasta el año de 1680.

En el archivo general de Indias de Sevilla, A udiencia de S an ta F e, 255 (en la signatura antigua 73-3-17) se encuentra un abultado legajo in folio, de 97 folios sobre esta “Misión en el Darién que pretendió hazer fray Bernardino de Sevilla en 1666”. Tan detallada documentación nos demuestra la impor­tancia y seriedad con que se procedía por la corona y sus mi­nistros en todo lo concerniente a las Américas. Es bueno que tomen razón de esto, los que suelen alardear contra las defi­ciencias del gobierno español en el régimen de sus colonias en el Nuevo Mundo.

Por tratarse de documentos inéditos sobre la evangeliza­ción del Darién o Castilla del Oro, por los padres capuchinos que con todo cuidado hemos transcrito personalmente del Ar­chivo de Indias de Sevilla, merecen se pongan aquí como en su propio y adecuado lugar. Helos a continuación.

Cartaxena.— 1666.A su magestad.E l gouernador don Benito de Figueroa.— 26 de febrero.Da quenta de hauer llegado a aquella ciudad fray Ber­

nardo de Seuilla y el intento que tuvo de yr por missionario a la prouincia del Darién, y que el obispo quiso darle despa­chos para ello. Y por hauer reconocido que por n ingún titu lo le tocau a, hizo ju n ta de las personas más doctas sobre si se le debía, o no conceder licencia, y resoluieron lo que con sta por los au tos que remite y dice que si con vista dellos pareciere

-conueniente que se haga esta misión, se em híen religiosos para ■ellos.

Señor.Hauiendo llegado a esta ciudad el padre fray Bernardo de

Seuilla religioso capuchino y misionario de las prouincias de Caracas y Cumaná en la ocasión pasada de galeones con li­cencia de su prelado para ir en ellos a España no lo consiguió a causa de hauerle sobrevenido vna enfermedad al tiempo de su embarcación. Viéndose, después de algunos días, libre de €lla trató de ir a ser misionario a la prouincia del Darién en la costa del norte, de que me dio noticia y que a ese fin escri­bía, en compañía del obispo de esta ciudad que insistió en ello, a don Ju lián Cansoli ( ) de Alfaraz su gouernador, y vinieron de orden suya, y a instancia de este religioso el cazique y otros quatro yndios a llevarle; y para hallarme en conocimiento del ánimo de aquellos ynfieles por lo que esta m ateria miraba ai seruicio de Nuestro Señor y el de V. M. en la redución suya a nuestra santa fee, di licencia para que lleuasen las cartas.

Hállase aquí otro religioso compañero suyo en la misma misión que también tiene licencia para pasar a España, que me insinuó no debía el padre fray Bernardo dejar de proseguir su viaxe en cumplimiento de la obediencia de su prelado, y juntam ente me adbirtió como el obispo disponía darle título y nombramiento de misionario de aquella prouincia al dicho padre fray Bernardo. Y reconociendo que por ninguna acción ni derecho le tocaba, deseando obrar con todo acierto en m a­teria tan graue, hize formar vna junta de los sujetos más doc­tos en ambas facultades que ay en esta ciudad, para que en ella determinasen si se le debía, o no conceder a este religioso la Ucencia que pretendía para ir a dicha misión, y resolu ieron lo que consta por los autos que remito con esta que V. M. se seruirá de mandarlos ver para tomar la resolución que más conuenga y si con vista de ellos pareciere conueniente el que se haga esta misión, V. M. se seruirá de mandar se inuíen re­ligiosos para ello, pues de los yndios que estuvieron aquí he reconocido tienen voluntad de que vayan padres espirituales. Guarde Nuestro Señor la cathólica y real persona de V. M.

(^) C a n iso lio es su apellid o.

como la christiandad a menester. Cartagena y febrero 26 de 1666.

B en ito d e F igu eroa y B arrantes.

Consejo a 9 de septiembre 1666.Véalo el señor fiscal con los autos (^).

Testim onio d e los autos sobre la m isión que pretend ió hazer fra y B ern ardo de Sevilla capuchino.

Zédula.—El Rey.—Don Raphael Capsir y Sanz mi gouerna- dor y capitán general de la prouincia de Cartagena, el maes­tro de campo don Benito de Figueroa y Varrantes siendo go- uernador de esa prouincia dio quenta en carta de veinte y seis de febrero de el año pasado de mil y seiscientos y sesenta y seis de hallarse en esa ciudad fray Bernardo de Seuilla reli­gioso capuchino misionero de las prouincias de Caracas y Cu- maná, el que tenía licencia de su prelado para voluer a es­tos reynos y que no lo hauía podido conseguir, por hauerle so­brevenido vna enfermedad al tiempo de envarcarse, y que ha­uiendo mejorado de ella trató de entrar a la missión de la prouincia de el Darién, para cuyo efecto hauía entendido que el obispo de la yglesia cathedral de esa ciudad intentaua dar­le título y nombramiento de missionero, y que reconociendo qu e p or n inguna acción n i d erech o le tocau a hizo formar vna ju n ta de los sugetos más doctos, en ambas facultades, de los que hauía en esa ciudad, con deseo de obrar en esta m ateria con todo acierto, para que determinasen si se deuía, o no con­ceder a este religioso la licencia que pretendía, para ir a la dicha misión, y resoluieron lo que constaua por los autos, que dixo remitía, y hauiéndose visto por los de mi consejo de las Yndias con lo que sobre ello dijo y pidió mi fiscal en él, y re- conocídose que no se han recluido los autos, que el dicho don Benito de Figueroa, cita eir su carta de veinte y seis de febre­ro de seiscientos y sesenta y seis ha parecido ordenaros y man­daros (como lo hago) los remitáis en la primera ocasión que se ofrezca para que con vista de ellos se tome en esta materia la resolución que convenga. Fecha en Madrid a diez y siete de diciembre de mil y seiscientos y setenta y ocho años.— Yo el

Rey. — Por mandado del rey nuestro señor. — Don Francisco Fernández de Madrigal.— Y están al pie y en la buelta cinco señales de rúbrica”.

A uto .— En la ciudad de Cartaxena de las Yndias en vein­te y seis de el mes de marzo de mil seiscientos y ochenta años el señor maestro de campo don Rafael Capsir y Sanz gouer­nador y capitán general de esta ciudad y prouincia por su ma­gestad.—Dixo que por cuanto su magestad (que Dios guarde) por su real zédula su fecha en Madrid en diez y siete de di­ciembre de el año pasado de setenta y ocho manda que los au­tos que el maestro de campo don Benito de Figueroa y Barran­tes, siendo gouernador y capitán general de esta provincia hizo sobre hauer venido a esta ciudad fray Bernardo de Seuilla religioso capuchino misionario de las prouincias de Cara­cas, y que hauiendo mejorado de vna enfermedad, que tuuo, el illustrísimo señor obispo de este obispado intentaua darle título y nombramiento de misionario de el Dariel, y que ha­uiendo hecho ju n ta dicho señor gouernador de los sugetos más doctos que se hallauan en esta ciudad sobre el caso se resol- uió lo que constaua de dicha junta, y manda su magestad se rem itan dichos autos originales, mandó se notifique a todos los escriuanos públicos y reales de esta ciudad en cuyo poder paran dichos autos originales los exiuan luego y así lo pro- ueió y firmó.—Capsir.—Ante mi Bartholomé de Salinas es- criuano.

A uto .—En la muy noble y muy leal ciudad de Cartagena de las Yndias en tres días de el mes de diciembre de mil y seiscientos y sesenta y cinco años, su señoría yllustríssima el señor doctor don Antonio Sanz Eozano, por la gracia de Dios, y de la santa sede apostólica obispo de este obispado de el con­sejo de su magestad. Dijo que por quanto algunos yndios in­fie les d e e l D ariel a la vanda de el norte en el Real de Santa Cruz, de los mayores y caciques entre ellos han venido en di­ferentes ocasiones a esta ciudad, y en particular gouernando esta prouincia el señor maestre de campo don Diego de Por­tugal cauallero de el orden de Alcántara a pedir padre espi­ritual que los instruya en las cosas de nuestra santa fee cathó­lica, y les dé el sancto baptismo, mostrando deseos de ser chris- tianos, y salir de la ciega gentilidad, en que viuen, y que aora

por cartas, y nuncios que de allá han venido, han hecho las. mismas instancias, ayudando por ellos, y con ellos a este sanc- to fin don Julián de Alfaraz persona español, que ha muchos años que asiste con ellos y está casado en aquella parte, y para reconocer si es verdadera moción y que de corazón lo solicitan y piden se les ha suspendido dándoseles esperanzas de que se­rían socorridos con el pasto espiritual, que pedían, y finalmen­te al presente han venido quatro yndios, y entre ellos el ca­cique de el pueblo de Tarena, y han pedido padre espiritual, y que sólo a esto han venido, y para tomar resolución la que más sea de el seruicio de ambas magestades en la reduzión,. y sugeción, y conseruación de estos yndios, para que con esto se puedan pacificar, y reducir los demás pueblos, que corren por el dicho Dariel, que es paso cercano a la ciudad de Pana­má, y peligroso si en otra manera fuese ocupado de algunas naciones enemigas extrangeras, mandó se ponga con este auto las cartas que en esta razón se han remitido, y se les reciua a los dichos yndios sus declaraciones, para que digan a lo que vienen, y lo que vuscan y solicitan, y si algunos no fueren la­dinos en nuestra lengua española se examinen por intérprete en el mejor modo que se pueda entender, y por lo que toca a lo pasado así su señoría yllustrísima lo certifica, y así io proueyó y mandó y firmó.—Antonio obispo de Cartagena.— Ante mí Francisco Gutiérrez de Xereda notario.

Carta. — YUustríssimo señor. — Recluida carta de vuestra señoría yllustríssima por mano de Francisco Gaspar su fecha de treze de agosto de sesenta y cinco, que fue para mí de mu­cho gusto por saber goza vuestra señoría de entera salud y de mucho consuelo espiritual por saber que ay persona y re­ligioso de las partes y virtud, que se requiere por la asistencia de los naturales de esta prouincia.—En otra tengo auisado a vuestra señoría la dilación de el camino que ay de esta mar de el Sur a la de el norte que ay cincuenta leguas y estos na­turales no han tenido caziques ni cauezas que los gouernara, que desde que los comuniqué he puesto personas, a mi satis- fación de los mismos naturales, para que los gouierne, y con mi agasajo, industria, y buen zelo tengo fundados quatro pue­blos en esta costa de el sur, en que cada vno de ellos asiste vn religioso de nuestro padre Santo Domingo por curas, y assí fío en la virtud, y partes de el padre fray Bernardo de Seuilla, que

ha de venir que con su agasajo, y buen zelo, ha de grangear las voluntades de los naturales, con que fio en su Diuina Ma­gestad, que ha de ser fruto.—Yo estoy de partida para la ciu­dad de Panamá, y fío en su Diuina Magestad de voluer para fines de nobiembre para esta prouincia y en llegando a ella de buelta despacharé a vn theniente mío español, para que vaya a receuir al religioso que viniere, para que delante de su paternidad les dé a entender a los naturales, pues que sabe la lengua, la forma y disposición, y con la veneración, que se deue al padre fray Bernardo, para que mediante eso acudan a todo aquello que se deue al seruicio de Dios, de quien confío ha de estar con mucho gusto, seruiráse vuestra señoría yllus- trísim a de aviar al padre fray Bernardo para fines de noviem­bre, que salga de esa ciudad para esta prouincia a donde, para entonces, tendré el despacho necesario, para el receuimiento de su paternidad con mucho gusto mío, y de toda la prouin­cia.— He sabido que acuden a esos puertos de el norte muchas canoas de esa ciudad adonde vienen muchos hombres de po­cas obligaciones nos inquietan los naturales, que éstos han de ser causa para que no se recojan a pueblo y doctrina, y así pido a vuestr aseñoría de intimarle al señor gouemador para que dé orden para que no vengan ninguno de éstos sino Fran­cisco Gaspar, y las personas que fuesen más convenientes para el religioso que mediante esta diligencia se sacara fruto.— No se ofrece otra cosa de que auisar a vuestra señoría cuya vida guarde nuestro señor muchos años con los aumentos que la persona de vuestra señoría merece; de este Real de Sancta María a siete de septiembre de mil y seiscientos y sesenta y cinco años: Beso la mano de vuestra señoría yllustrísima.— Don Julián Carrisolio de Alfaraz.

C arta .—Señor gouemador don Benito de Figueroa por vna de el señor obispo de esa ciudad he tenido razón como de pre­sente ay religioso suficiente para esta prouincia y costa de el mar de el norte, y así olgaréme que vuestra señoría lo fomen­te, y ponga calor en ello, para que con su ayuda y buen celo tenga este religioso buen despacho para poderse conducir a esta prouincia que confío en Dios que con la venida de su pa­ternidad se hará mucho fruto. Yo de mi parte acudiré a ayu­dar. y fomentar en todo lo posible, en seruicio de Dios y de su magestad, y en todo lo que se le ofreciere de el seruicio de el

religioso que viniere.—El portador de esta es Francisco Gaspar, que es la persona que ha solicitado el hablar al señor obispo para que venga religioso, hame dado noticia de algunas per­sonas de pocas obligaciones, que acuden a esa costa de el norte en canoas, vuestra señoría se informe de el dicho Francisco Gaspar, y conforme su ynforme podrá poner el remedio con todo rigor para que no vengan, porque si perseueran con sus viages impedirán a la nueua población, y no dejarán poblar a los naturales, porque los inquietan con algunos enredos, y así quitando este embarazo de esta gente se conseguirá nues­tro zelo.—Al señor obispo escriuo largo y por conocer mostrará su carta a vuestra señoría adonde por ella se enterará vues­tra señoría de todo, y así no hago nueua relación por no ser más largo, cuya vida guarde Dios muchos años con los aumen­tos que vuestra señoría merece. De este Real de Santa María a siete de septiembre de mili y seiscientos y sesenta y cinco años.—Beso la mano de vuestra señoría.— Don Julián de Ca­rrisolio de Alfaraz.

C arta .— Mi padre fray Bernardo de Seuilla.—La de vues­tra paternidad recluí su fecha de trece de agosto de sesenta y cinco adonde por ella me manifiesta el buen zelo y solicitud que vuestra paternidad me auisa para venir a esta prouincia adonde yo mismo me doy el parabién por las partes que en el padre se hallan, que así me lo escriue el señor obispo, adonde reconozco, que no será menos.—Al señor obispo escrivo largo dándole quenta por mayor de la disposición y forma que ha de hauer y assí por la carta de su señoría yllustrísima podrá vuestra paternidad enterarse de todo.—Y tengo ya dispuesto y auisado a los naturales de la prouincia de que viene vuestra paternidad a asistirles, y se han holgado mucho, y en trayén- dome Dios con bien de la ciudad de Panamá adonde de pre­sente quedo de partida, que en todo el mes de nobiembre es­toy de buelta en mi casa, luego al punto despacharé a vn the- niente mío español al mar de el norte para que reciua, y de a entender a los naturales la obligación que tienen en la vene­ración y respeto que deuen tener a vuestra paternidad pues que el theniente sabe la lengua.—A Francisco Gaspar escriuo largo dándole cuenta de la disposición que ha de hauer con los naturales; no se ofrece otra cosa sino que Dios guarde a vuestra paternidad muchos y felices años. De este Real de

Sancta María a siete de septiembre de mil y seiscientos y se­senta y cinco años.— Besa la mano de vuestra paternidad.— Don Julián de Carrisolio de Alfaraz.

Carta. — Señor Francisco Gaspar. — La carta de vuestra merced recluí su fecha de quince de agosto que fue para mí de mucho gusto, por saber goza de saluz, y por saber la soli­citud y cuidado que vuestra merced ha puesto en buscar al religioso, que venga a esta prouincia, yo de mi parte le doy el agradecimiento a vuestra merced por ser seruicio Dios y de su magestad.—Al señor obispo, y al señor gouernador les escri- uo, para que le agradezcan a vuestra merced la solicitud y cuidado que pone en fomentar esta nueua población de Tare­na, y al señor gouernador en particular que se informe de vuestra merced de las personas, que fueron perjudiciales en esa costa, y que les ponga graues penas para que no bueluan a ella porque no perturben a vuestra merced su buen (sic) y que no consienta su señoría que vengan a esta costa en bar­cos, ni en canoas, si no fuere vuestra merced, y la gente que huuiere menester para su barco, y para la asistencia de el padre. Vuestra merced es el que ha de aviar todo lo necesario con su barco para ese pueblo pues lo ha empezado a fomentar y lograr su trabajo en los rescates, y que no tenga ese logro sino fuere vuestra merced.—Yo estoy de partida para la ciu­dad de Panamá adonde con el fauor estaré de buelta para fines de nobiembre, y a mediados de diciembre despacharé a vn theniente español, con que para Pasqua de nauidad estará allá en Tarena a recluir al padre y a vuestra merced y le de­ja ré orden de la disposición que ha de hauer de el pueblo, y el trato, y contrato, que ha de hauer con los naturales, para que nunca tengan quexa de vuestra merced, y quede todo asentado para lo de adelante, y dar a entender a los natura­les el respeto que se le deue tener al religioso, y cómo han de acudir a la doctrina, y a la fundación de el pueblo. En quanto a lo que vuestra merced dice de los naturales, vuestra merced vea en Tarena dos o tres de los más ladinos, y vea si los que puede lleuar para que vengan acudiendo, y acompañando al padre, reseruando siempre al cacique don Sebastián, por ser viejo, y achacoso y puede ser que de el viage le resulte algún accidente, y se muera, y después nos haga falta.—Por porta­dor de esta que es el hijo de el capitán don Martín de Valencia,

que le diga a su tío don Sebastián y a todos los demás natu­rales cómo vuestra merced va aora por el padre, y que para Nauidad, a más tardar, con el fauor de Dios ha de estar el pa­dre ya en Tarena, y así le envío orden al cacique don Sebas­tián para que desde luego recoja toda la gente y hagan vna casa en la mar, para que se desenbarque el padre en ella, y otra en Tarena donde se ha de hacer el pueblo, para que en este verano puedan los naturales hacer sus rozas a donde ha de ser el pueblo, que viendo al padre que ha venido, y le asis­te, se animarán a trabajar, así todos los que están alrededor de Tarena como muchos que bajarán de la tierra adentro.— Vuestra merced sepa que ay cinquienta leguas desde este puer­to de Tarena de la mar de el norte, y esto de muchas cordille­ras, y muchas serranías, y el camino de mucho enfado y esto se camina en ocho días, y así las cartas que se despachan con algunos yndios, que tienen sus viuiendas por acá, por ser el camino dilatado se les hace mal de voluer con las cartas, y así pierden las cartas, y así mientras las cartas no vinieren con vecinos, por que de Tarena no puede hauer respuestas segu­ras.—Hame dicho el portador que los yndios tienen miedo de ir a Cartagena, por temor de los flamencos enemigos, porque según dicen han ' cogido a vn natural de éstos y a buelto a la prouincia, y a dicho el mal trato que los flamencos les hacen, y así vuestra merced anime a los que pudiere para que vayan en su compañía.—Esta carta la podrá vuestra verced ense­ñar al religioso que ha de venir, para que más se anime, y dis­ponga con breuedad su viage.— Vuestra merced se sirua de traherme vn adorote de cazaue, que el theniente quando vaya pagará el costo que huuiere hecho y me lo aviará con los yn­dios, que han de venir con el que va disponer esa población sabe muy bien la lengua, y podrá disponer todo lo que quisiere con los naturales vuestra merced a quien guarde Dios de este Real de Sancta María a siete de septiembre de mil y seiscien­tos y sesenta y cinco años.—De vuestra merced que su mano besa.—Don Julián Carrisolio de Alfaraz.

In form ación .—D eclaración d e don Sebastián Carrillo, ca ­cique d e S an ta Cruz.—En la muy noble y muy leal ciudad de Cartagena de las Yndias en tres días de el mes de diciembre de mil y seiscientos y sesenta y cinco años, su señoría yllus­trísima hizo parecer ante sí a vn yndio, que se dijo llamar

don Sebastián Carrillo, y ser cacique de la población y sitio nombrado Santa Cruz.

Preguntado a qué vino de su tierra a esta ciudad.—Dijo que venía a lleuar al padre capuchino que su señoría yllus- trísima hauía auisado por cartas tenía buscado mediante los ruegos y pedidos que habrá dos años ha hecho este declaran­te y don Julián de Alfaraz cauallero de el orden del señor San­tiago maestro de campo y justicia mayor de el Dariel su cu­ñado que está casado con su hermana, a su señoría yllustrí­sima y a los demás conuentos de esta ciudad.

Preguntado si es christiano, y quánto ha que se baptizó, dijo que sí, y que le baptizó vn religioso, que no supo decir de qué religión (■*), y que le baptizó ya hombre grande, y que se le han oluidado todos los misterios de la fee y esto responde.

Preguntado si en su distrito ay más yndios que sean chris- tianos, y si todos sus yndios piden padre espiritual, para que vaya a baptizarlos, y enseñarles la doctrina christiana dijo que ay muy pocos, y que los que ay no saben la doctrina christiana por hauérseies oluidado, que todos los yndios de su jurisdic­ción están muy gustosos, y deseosos de ser christianos, y pi­dieron a este declarante viniese por el dicho padre espiritual, y están aguardando todos los dichos yndios a la lengua de el agua para recluirle, y esto declaró en nuestro vulgar castella­no por ser algo ladino y para que conste mandó su señoría se ponga por íee y lo firmó.—Antonio obispo de Cartagena.—Ante mí Francisco Gutiérrez de Xereda, notario.

E luego incontinenti en el dicho día mes y año dichos su señoría yllustrísima el señor doctor don Antonio Sanz Loza­no obispo de este obispado de el consexo de su magestad, hizo parecer ante sí a tres yndios, que los dos digeron ser christia- nos, y el otro gentil, y llamarse Gaspar, y Domingo, y Anto­nio, y se les preguntó por su señoría yllustrísima a qué han venido de su tierra a esta ciudad digeron los dos christianos, que se les entiende lo que hablan, por hauer estado en la ciu­dad de Panamá, que vienen en compañía de don Sebastián Carrillo su tío y suegro cacique de el sitio nombrado Sancta Cruz, que vino a esta dicha ciudad a buscar vn religioso para que los baptice, y enseñe los misterios de nuestra santa fee

(*) C reem os qu e e l re lig io so b o u tisan te d eb ió ser dom inico, p u es e a e s a s ie c b a i eran cu ra s doctrineros en e l D arién del Sur d ichos re lig iosos com o h em os visto en lo s cap ítu lo s precedentM .

cathólica, porque aunque en el dicho sitio ay algunos christia- nos no saben los misterios y todos los dichos yndios de el di­cho distrito que digeron hauer muchos en el dicho distrito y ser como hormigas dando a entender mucho número de y n ­dios, y que todos desean ser christianos, y que se les enseñen los misterios de nuestra santa fee cathólica, y para que conste mandó su señoría yllustrísima se ponga por fee, y diligencia, y así lo firmó.—Antonio obispo de Cartagena.— Ante mí Fran­cisco Gutiérrez de Xereda, notario.

Testigo.—Francisco G aspar.—En la ciudad de Cartagena de las Yndias en tres días de el mes de diciembre de mil y seis­cientos y sesenta y cinco años su señoría yllustrísima para más justificación de lo contenido en el auto que está por ca- ueza hizo parecer ante sí a Francisco Gaspar vecino de esta ciudad de el qual su señoría yllustrísima reciuió juramento por Dios nuestro Señor y por vna señal de cruz en forma de derecho y hauiéndolo fecho prometió de decir verdad, y siendo preguntado por su señoría yllustrísima.—Dixo, que habrá, que va y viene a la costa de Dariel, donde asiste el maestro de campo don Julián de Alfaraz de más de catorce años a esta parte y abrá dos años que el cacique don Sebastián, y el di­cho don Julián le encargaron a este declarante buscase en esta ciudad algunos religiosos, que fuesen a la dicha costa, que querían ser los yndios de ella christianos, y para ello trajo cartas de el dicho don Julián y las dio a su señoría yllustrísi­m a y al señor gouernador don Diego de Portugal cauallero de el orden de Alcántara, y este testigo habló en los conven­tos de Santo Domingo, y San Francisco, y todos dieron bue­nas esperanzas, que se buscarían, y se enviarían, y en la vlti- ma ocasión y viage, que habrá tres meses trajo otras cartas, y su señoría yllustrísima respondió que ya tenía vn religioso para enviar a la dicha prouincia de el Dariel y luego que el dicho cacique don Sebastián lo supo se partió de la dicha cos­ta a esta ciudad en vna canoa en compañía de tres yndios para lleuar al dicho padre religioso y sabe que todos los dichos yndios de la costa tienen mucho deseo de ser christianos, y algimos lo son, y están oluidados de los misterios de nuestra santa fee cathólica, y de ir el dicho padre religioso a la dicha costa de el Dariel será de mucha importancia así por el fruto que sacará de el pasto espiritual, como de guardar aquellas

costas que no se apodere de ellas el enemigo, o enemigos de la corona de Castilla, y esto dijo ser la verdad so cargo de el juramento, que tiene fecho, en que se afirmó y ratificó, y no lo firmó porque dijo no saber, y que es de hedad de treinta y cinco años y lo firmó su señoría yllustrísima.—Antonio obis­po de Cartagena. — Ante mí Francisco Gutiérrez de Xereda, notario.

Testigo Andrés M oreno .—En la ciudad de Cartagena de las Yndias en tres días de el mes de diciembre de mil y seis­cientos y sesenta y cinco años, su señoría yllustrísima el señor doctor don Antonio Sanz Lozano por la gracia de Dios y de la santa sede appostólica obispo de este obispado de el consejo de su magestad, para más aberiguación de lo contenido en el auto que está por cabeza de estos autos hizo parecer ante mí a Andrés Moreno vecino de esta ciudad, de el qual su señoría yllustrísima hizo y reciuió juram ento por Dios nuestro Señor y por vna señal de cruz en forma de derecho, y lo hizo y pro­metió decir verdad, y siendo preguntado por su señoría yllus­trísima dixo, que de vn año a esta parte ha hecho algunos viages a la costa de el Dariel y llegando a algunas poblaciones, que están a la lengua de la mar, algunos yndios de las dichas poblaciones, que entienden y hablan algunas cosas en nues­tro lenguaje castellano le significaron a este testigo, cómo te­nían mucho deseo de ser christianos todos los yndios de aque­lla prouincia, y que por ello hauían enviado a buscar padres espirituales a esta ciudad, y que aunque hauía algunos chris­tianos lo eran tan solamente en el nombre, porque no sabían ningunos de los misterios de nuestra sancta fee cathólica, y en esta ocasión visto está en esta ciudad don Sebastián Ca­rrillo cacique de aquellas poblaciones a buscar algún religioso que les vaya a baptizar e instruir en los misterios de nuestra sancta fee cathólica, y le parece a este testigo que en ir a esta misión se hará gran seruicio a entrambas dos magestades así por el fruto, que se puede sacar en reducir y sacar a aquellos infieles de la gentilidad en que están, como porque de no so­correrse los pueden ocurrir algunas naciones extrangeras, y enemigas de nuestra santa fee cathólica y de la corona de cas­tilla, y por ello infestarse aquellas costas, por ser el paso tan necesario para la ciudad de Puertobelo, todo lo qual dijo ser la verdad so cargo de el juram ento que fecho tiene en que se

afirmó, y ratificó, y no firmó, porque dixo no saber y que es de hedad de veinte y seis años, firmó su señoría.—Antonio obispo de Cartagena.—Ante mí Francisco de Xereda, notario.

Testigo Antonio P acheco.—En la ciudad de Cartagena en quatro días de el mes de diciembre de mil y seiscientos y se­senta y cinco años su señoría yllustrísima para más aberi­guación de lo contenido en el auto que está por cabeza de estos hizo parecer ante sí a Antonio Pacheco residente en esta ciu­dad de más de seis años a esta parte, de el qual su señoría yllustrísima reciuió juram ento por Dios, y por vna señal de cruz en forma de derecho, y prometió decir verdad, y siendo preguntado por el auto dixo—que en el dicho tiempo de seis años ha hecho once viages a las costas de el Dariel, y asistido en algunas poblaciones, que están a orillas de la mar por al­gunos meses, y entre los yndios de dichas polaciones ay yn­dios que entienden y hablan en nuestra lengua castellana, y le decían a este testigo, que todos los yndios de aquella pro­uincia tenían deseo de ser christianos, y para ello hauían en­viado a pedir padres espirituales a esta ciudad, y a la de P a­namá para que los baptizase, e instruiese en nuestra santa fee cathólica, porque aunque hauía algunos baptizados no sabían los misterios de nuestra santa fee cathólica, y tiene por cierto que los dichos yndios de todo corazón piden, y quieren ser christianos porque en llegando a los puertos los dichos yndios liegauan a este testigo, y a los demás que ivan en su compañía que les enseñase el padre Nuestro y la Aue María, y les pedían los rosarios para rezar, y le parece que se hará seruicio gran­de a ambas magestades en enviar a la dicha provincia algún religioso missionario así por el Iruto, que puede sacar en la conversión de aquellas almas, como porque no se infestasen las dichas costas de enemigos de nuestra santa fee cathólica, y de la corona de Castilla, y no se podrá pasar ni comerciar para la ciudad de Puertobelo, y Panamá, todo lo qual dixo ser la verdad so cargo de el juram ento que fecho tiene en que se afirmó y ratificó, y lo ñrmó y que es de hedad de cin­quenta años, y lo rubricó su señoría.—Antonio Pacheco.—Ante mí Francisco Gutiérrez de Xereda, notario.

Auto .— En la muy noble y muy leal ciudad de Cartagena d e l a s Y n d i a s e n q u a t r o d í a s d e e l m e s d e d ic i e m b r e d e m i l

y seiscientos y sesenta y cinco años su señoría yllustrísima el señor doctor don Antonio Sanz Lozano por la gracia de Dios y de la sancta sede apostólica obispo de este obispado de el consejo de su magestad.—Dixo que por constar, como consta por la ynformación y venida de los yndios de el Dariel, y que parece es moción de Dios nuestro Señor que tantas almas se reduzgan y conviertan a nuestra santa fee cathólica, y ley evangélica, y que salgan de el gentilismo e ydolatría en que hasta aora han estado, y viuido, confiando en Dios nuestro Señor será seruido de ayudar con medios, y auxilios para este tan sancto fin, y atendiendo a la obligación que a su señoría yllustrísima toca en lo espiritual, a que pertenece esta mate­ria, deseando también con esto descargar la conciencia de su magestad, que Dios guarde, que como patrono de estas Y n­dias tiene a su cargo la reducción, y conversión de estos bár­baros, y su conseruación ,y que estando en paz, y quietud sea segura de que por aquellas partes no entren naciones extran­geras, ni las ocupen, que juntas con el número grande de yn­dios, que allí se hallan ponen en peligro esta prouincia, y la de Panam á por la cercanía que tienen a entrambas, mando que se les dé por aora vn padre espiritual, que con ellos vaya, y les asista y reconozca si el ánimo de éstos, y de los demás es verdadero deseo de su conversión, para que conforme el fru­to que fuere obrando pida después más obreros para la viña de el señor y que por aora esto no sea a costa de la real ha­cienda, pues no faltarán personas piadosas, que alienten, y ayuden a tan santo fin con sus limosnas, y con ellas al padre espiritual lleue los ornamentos, y lo demás necesario, porque al presente se halla en esta ciudad el padre fray B ernardo de Seuilla relig ioso capu ch in o misionero, para la prouincia de Ma- racaybo y es persona aprouada, y enviada por su magestad, y a sus expensas, y que por su poca salud vino con licencia de su superior para ir a España a curarse, y no pudo enbarcarse, por hauérsele agrauado la enfermedad de gota coral, y ha sido Dios Nuestro Señor seruido de que se halle mejorado'en salud con que le tiene por muy a propósito, para estos prime­ros pasos, y sus progresos, a quien de parte de Dios Nuestro Señor y de su magestad católica exorta y requiere su señoría, y de la suya pide acepte esta misión, y se disponga luego para salir a ella pues se halla habilitado y aprouado en misionero, y con la salud para voluerse a su misión que no le está dene-

gado ni prohiuido, por hauer cesado la causa que le motiuó a venir a esta ciudad, y hauer en ella conseguido la salud, que juzgó conseguirla solamente en España, con advertencia de que en las demás religiones no se han hallado religiosos, que tengan por aora espíritu, y voluntad para salir a esta conver­sión, y se le haze saber al dicho padre fray Bernardo de Seui­lla, que de excusarse de esto se vsara de la mano y jurisdic­ción hordinaria para que lo cumpla, y el presente notario haga relación de estos autos al señor maestro de campo don Benito de Figueroa y Barrantes, cauallero de el orden de Alcántara gouemador y capitán general de esta ciudad y prouincia, para que por lo que a su señoría toca se sirua en nombre de su m a­gestad de dar a estos yndios y al dicho padre misionero paso y licencia, y los demás auxilios que huuieren menester para que se consiga este santo fin, y si su señoría quisiere vn testi­monio o más de estos autos se le den por el presente notario, en manera que hagan fee, que de todo se dará quenta a su magestad, y señores de su real consejo de Yndias, y a los pre­lados superiores de el dicho padre fray Bernardo de Seuilla y a la sacra congregación de Propaganda Fide, con los demás auisos y noticias que diere el dicho padre fray Bernardo, en que tendrá particular cuidado, por el que causará el deseo de saber el fruto, que se consigue, y despáchesele titulo en forma al dicho padre con las facultades de misionero, y todas las de­más necesarias, para que no por falta de jurisdicción cesse, ni suspenda en el bien de las almas, y así lo proueyó mandó y firmó.— Antonio obispo de Cartagena.—Ante mí Francisco Gu­tiérrez de Xereda, notario (^).

Lo que parece destos papeles es, que fray Bernardo de Seuilla capuchino, que estaba en las misiones de Venezuela y Cumaná, con licencia se voluía a España por sus enfermeda­des y aportó a Cartaxena para venir en los galeones del señor don Manuel de Vañuelos, y que no vino en ellos por agrauár- sele la enfermedad en Cartaxena y de donde escriuió el año de 1666 las dos cartas adjuntas, la de 18 de m arzo, con vna bula de Su Santidad sobre las misiones, en que pide se diuidan las de Venezuela y Cumaná, ésta a los padres aragoneses y aquélla a los andaluces, en que no está tomada resolución, y

será menor (sic) corra por la secretaría de nueva España don­de paran los papeles de dichas misiones.—L a o tra ca r ta es de 12 del mismo en que propone con autos como auiendo sanado de su enfermedad en Cartaxena el obispo le trató de imbiar a la reducción de los indios del Dariel y que le pidieron los prin­cipales para este fin y su gouernador, y que sin embargo de no traer licencia de sus superiores para esto ni de su mages­tad, remite pareceres de las religiones de que podría ir a dicha misión, y las cartas adjuntas de los cauildos y otros pidieron a su magestad le embiase a ello por tan conueniente.

E l gouernador que era don Benito de Figueroa escriue la carta de 26 de febrero de dicho año, y dice no asintió a em- biarlo como el obispo quería, porque el compañero de dicho religioso le dijo no podía ni debía ir, ni le tocaba dicha mi­sión, sobre que dice hizo autos que remite, y éstos no están aquí:— sobre esta remisión del padre Seuilla a la misión del Dariel, que se disputaba el año de 66 y aparece que después de 12 años, puede tener diferente curso y que ni el religioso estara allí.—Y que no hay que resoluer en este punto, sino que se v ea la respu esta d el señor fisca l de 13 de septiembre de 77, que está en la carta de 12 para que los dominicos a cuyo cargo está la misión del Dariel, y el obispo de Panam á den cuenta de su estado, que no está vista dicha respuesta.—Y en lo que toca a otro memorial que dice este religioso en la carta de 12 auía embiado en dichos galeones y corría por secretaría de Nueva España acerca de las misiones de Caracas, no parece le haya, sino es que sea dicha carta de 18, y desto sin embargo de la dada podrá dar nueua noticia la secretaría de nueva Es­paña por que el memorial adjunto de dicho fray Bernardo es sobre lo referido de las misiones del Dariei <*).

Granada.—Nouiembre 30 de 1677.Fray Eusebio de Seuilla capuchino (^).Da quenta de que don Joseph Daza gouernador de Carta­

gena le pidió que se quedase allí para doctrinar a vnos indios que ay poblados hacia la ensenada del Dariel, y que por no tener lizcncia de su magestad, ni de sus superiores y hallarse

(1) A rch . d * In d ias. Aud. d e S a n ia F e, 255, Fí* 1 a l l v.{*) E l nom bre de este m isionero capu chino n o es Eusebio n i Bernordo, sino B e m a i-

d iño. Advertim os qu e, en a l a n o s docum entos an tiguos, se escrib e D ariel, eo v e t de DariAa.

solo vino a España a proponer (como lo haze) que su magestad ordene al prouincial de Andalucía que embíe misioneros para aquella reduzión.

Exmo. señor.Quiera la magestad de Dios nuestro Señor, que esta halle

a V. E. con muchos aumentos de su diuina gracia y la salud corporal de que más se a de seruir su magestad ynfinita para servir a V. E. la tenga, quien a V. E. escriue esta carta es vn religioso capuchino que el año de 58 (1658) pasó a la conber- sión de los yndios de la prouincia de Caracas con otros de la mesma orden por orden de su magestad (que Dios aya) y de los superiores de la orden adonde mediante el fabor diuino traduge al lenguage de los indios que llaman guamonteses y les predicaba el santo euangelio en su ydioma y modo de ablar baptizé a muchos y según el orden de nuestra santa Madre la Yglesia los casé, y es cierto que se hubiera hecho más fruto en las almas si muchos de aquellos bárbaros no se nos hubie­ran buelto a yr a sus tierras después de hauerlos nosotros tray- do con artos trabajos a poblarse con otros indios que teníamos más domésticos que son los que de presente perseberan pobla­dos y hauiendo gastado, señor excelentísimo, el tiempo en es­tos exercicios de la combersión de las almas en aquellas tie­rras diéronme algunos achaques bien graues, yo traté de he­ñirme a España para tener alguna quietud en la soledad vna celda por que allá pasé muchos trabajos y ya La deseaba ha­uiendo estado por allá casi diez y ocho años, y en la ocasión que llegué a Cartagena para embarcarme en galeones, el go­uernador de aquella plaza llamado don Joseph Daza me rogó que me quedase allí para doctrinar a vnos yndios que ay po­blados azia la ensenada del Dariel tres días de viage más allá de Cartagena mas como no tenía en la ocasión licencia de su magestad, ni de mis superiores para hazer nueba misión y yo solo en aquellos desiertos me hauía de quedar, tomé por reso­lución el benir a España y tratar de que biniese misión en forma para aquellas tierras y para esto ablé con vn español que en la dicha ciudad de Cartagena está abesindado para que me diese noticia destos indios y de sus poblaciones porque les a comunicado por espacio de diez o doze años y así me dijo que en la ensenada del Dariel por la banda del este ay vn pueblo de indios que llaman San Seuastián, que tendrá más

de 500 almas y que dos leguas de allí ay otro que tendrá la misma cantidad de gente que llaman chucherubi y que la tie­rra adentro ay otro que llaman Matamoros que tendrá más de mil almas y otros más pequeños que tendrán a 200 y a 300 almas el vno llamado Ceraba, y el otro Chicharanchicha, en fin como nombres de indios es su denominazión y que ay otros muchos que de sus nombres no se acordaba avnque sabe que están en aquella tierra. Ruego a V. E. que se compadezca de aquellas pobres almas redimidas con la pasión y muerte de Christo nuestro Señor, y que sea cooperador para su salbazión pidiendo a su magestad que ordene al padre prouincial desta prouincia que embíe misionarios a aquellas pobres gentes que el no hazerlo yo es porque me podrán decir que la prouincia tiene misión en la prouincia de Caracas y en ios tres presidios de Africa y así, si V. E. quiere obrar eficazmente ordénelo así como he dicho absolutamente que se executará si así biniere el orden y Dios nuestro Señor, multiplicará religiosos en la pro­uincia pues por su amor están tantos ocupados en misiones y con esto podré yo estar sin cuidado y el escrúpulo que podía tener sino lo comunicara, rogara a V. E. para que sea amparo de aquellas pobres almas por quien se derramó la preciosísima sangre de nuestro Redemptor Jesuchristo y el premio crea V. E. lo tendrá de la Magestad de Dios Nuestz’o Señor, y si en esta prouincia no se efectuare esto puede V. E. proponerlo a la de Castilla o a otra de esotros que yo de mi parte procuraré yr supuesto que me alio ya mejor de mis achaques, y más que aora en la ocasión destos galeones puede ser que si se auían los misionarios presto bayan y no será menester que su mages­tad gaste nada por que esta gente que anda en la carrera de Indias son deuotos y nos licuarán por amor de Dios ruego a V. E. que lo proponga de muerte que no se sepa de donde a tenido las noticias y que es seruicio de las dos magestades, pava que todos se animen y más con la sangre de Christo Nuestro Señor, que se pierde en aquellas pobres almas y bea V. E. en qué le puedo yo seruir que siempre lo aré con muy buena voluntad, cuya vida nuestro Señor en su santo serui- ció guarde, fecha en Granada a 30 de nouiembre de 1677 años. De V. E. capellán que su mano besa.—Fray Eusebio de Seuilla yndigno capuchino.

Exmo. señor conde de Medellín pressidente del consejo de Indias.

Al margen de la F. 2 v. de la copia de esta carta la resolu­ción del consejo;

Conssejo a 7 de diziembre de 1677.Escríuase al prouinciai de Andalucía que por lo mucho

que ymporta asistir a esta misión por ser tan del servicio de Dios Nuestro Señor, preuenga algunos religiosos los que le pa­recieren más a propósito para esta obra para que pasen en los primeros galeones a Cartagena, y que dé quenta de los que eli­giere y del número que podrá embiar para que con esta noti­cia se den los despachos necesarios así para el pasage como para que allá sean asistidos de los gouernadores y no se diga el autor desta carta y embíese copia della al señor presidente.

El padre Bernardino de Sevilla insinuó probablemente al presidente del consejo de Indias que silenciasen su nombre para que sus superiores religiosos jerárquicos no llevasen a mal el haber acudido directamente al cardenal prefecto de la Pro­paganda Fide de Roma. Lo que da margen para sospechar que algún sector de la orden no era partidario de estas misiones.

En efecto, tenemos el caso relatado por el padre L. Aspurz que confirma estas sospechas. El P. Lorenzo Magallón, mien­tras negociaba en Madrid la reanudación de la misión de Cu- maná, escribía al prefecto de la Propaganda Fide, el 24 de noviembre de 1656: “En algunas que tengo escritas a vuestra eminencia he significado cuán importante es el silencio en orden a que el consejo o su majestad no sepan que los capu­chinos escribimos a la Sacra Congregación o que nos valemos del señor nuncio para el despacho de alguna misión de las In ­dias; con que es preciso el guardarle de tal suerte, que si en algún tiempo el consejo llegase a entender que nos valemos de su ilustrísima, al punto está deshecha la misión, y los ca­puchinos seríamos gravísimamente reprendidos; porque dicen que su majestad tiene bulas apostólicas de Alejandro VI y otros sumos pontífices, y creo que sólo los capuchinos que pasamos a las Indias recurrimos a la Sacra Congregación y que sólo pasan los otros religiosos con los derechos de su majestad y li­cencia de sus superiores o aprobación de ellos” ( ’).

La oposición de algunos en la orden para las misiones, dio motivo para que algunos miembros partidarios de las mi­siones acudiesen sigilosamente a la Propaganda Fide. Así lo da a entender el padre Basilio de Valdedueño “La principal causa de haber acudido a la Sagrada Congregación obrando con esta cautela y secreto ha sido — dice —el haber visto por experiencia la grande resistencia que algunos de los padres más graves della han mostrado siempre a semejante empleo (de m isiones)” (^).

Seuilla.— 21 de diciembre de 1677.Al señor secretario.

Fray Joseph de Campos prouincial de los capuchinos.Responde a lo que se le escrivió cerca de que prebiniese

los religiosos que le pareciesen más a propósito para que se empleasen en la redución de los yndios del Dariel y refiere las entradas que han echo los de su orden a esta prouincia, y que se han desbanecido por la fiereza de aquellos naturales quedando con conocimiento de que si primero no se sujeta por armas el Dariel no ay que esperar fruto de las misiones, dice lo que a servido su religión en otras, y asimismo en dos misio­nes qeu tienen las Yndias vna en los llanos de Caracas, y otra en los Cumanagotes, y Venezuela y lo que han gastado en ellas por no hauérseles dado cosa alguna de la real hazienda, y quan apurado está de sujetos que tengan el espíritu que se rrequiere pam este ministerio por cuya causa propuso al señor conde de Medellin que para que se pudiesen conseruar las mi­siones que tiene aquella prouincia, era necesario que se pidiese a su general, que de las demás de España diese cada una qua­tro o cinco relijiosos cada diez o doce años y que de lo que re­sultase desta petición a su general, dará quenta al señor pre­sidente, antes de partirse a Roma y concluye con que si aque­lla prouincia tubiera relijiosos a propósito para este fin los die ra con mucho gusto.

Reciuo la de V. S. de 7 de diciembre con lo acordado en el real consexo de Yndias sobre la redución de los yndios de el Dariel a nuestra santa fee cathólica y a la obediencia del rey nuestro

{^) R *d ín . Sold ado 7 m iaionore, c a p . XV .

señor qeu se reduze a que preuenga yo, los relijiosos más a propósito que me pareziere para que se empleen en tan santa obra y después de rendir las deuidas gracias al consexo por las onrras que es seruido de hacer a esta prouincia, me allo con obligación de decir a V. S. (para que lo participe al consexo) cómo el año de 1647 despachó esta prouincia vna misión a Guinea de 14 relijiosos, y hauiendo presso los gouernadores de Portugal al prefecto, y a su compañero, y conducidolos a Lis­boa otros quatro pasaron a la misión de el Congo donde mu­rieron, y los que quedaron no hallando otro camino para vol­uerse a España se embarcaron para Cartagena de las Yndias en vn nauío que Ueuaua negros. Aquí a ynstancias de dicha ciudad, que les pidió se sacrificasen a Dios entrando en el Da- riel a la combersión de aquellos miserables yndios, hauiendo hecho prebención de hachas, machetes, cuchillos y otras cosas que pidieron a ios fieles de limosna para agasaxar a los yndios, facilitar la entrada, y introducirse con los naturales, en vnas vareas, que llaman chatas en que suelen ir a comerciar con aquellos pueblos de el Dariel los de Cartagena, fueron de dos en dos, los padres, fray Ju an de Seuilla, fray Diego de Guadal- canal, fray Luis de Priego, fray Juan de Vergara, fray Alonso de Vélez, y fray Blas de Ardales, estos seis relijiosos se diuidie­ron en los pueblos de la Vrauá, y San Sebastián donde estu- bieron más de seis meses, y hauiendo dado todo lo que lleua- uan a los yndios, y trauaxado, quanto les fue posible para su redución desesperados de hacer algún fruto por lo fiero y te­rrible de los naturales y reconociendo juntam ente, que no se podían conseruar y que se hallaban mui faltos de salud desam­pararon la misión de el Dariel; el padre fray Luis de Priego murió de vna picada de vna culebra de campanilla; el padre fray Ju an de Seuilla perdió los ojos y los demás se boluieron tan enfermos a Cartaxena que acauando de llegar murió allí el padre fray Ju an de Bergara y los restantes se embarcaron en Cartagena tan deuilitados, que murieron poco después que llegaron a España en este conuento de Seuilla.

El año siguiente en los galeones que lleuó don Antonio Ysassi fue vna misión para el Dariel, que conduxo el hermano íray Francisco de Pamplona, en el siglo don Tiburcio de Redín; cuio prefecto fue el padre fray Antonio de Vbiedo, y se com­ponía de seis relijiosos éstos entraron por tierra firme por la parte de Panamá y llegaron al Dariel en donde estubieron al­

gún tiempo. Al padre fray Antonio de Vbiedo prefecto de aque­lla misión le comieron los cariues, y los compañeros viendo, que no se podían conseruar, faltos de salud, y de medios para sustentarse se voluieron a Cartaxena donde murieron algu­nos, y asimismo los otros, siruiendo en los hospitales en vna epidemia que hubo aquel año; quedando con conocimiento que si primero el rey nuestro señor no sugeta por armas el Dariel no ay que esperar fruto con las misiones y los que fueren, yrán más a ser mártires que misioneros; doy estas noticias por si acasso, fueren de alguna combeniencia en el consejo, que son las que tube de ios relijiosos de esta prouincia que voluieron a España.

y quanto la misión de el Dariel estubiese oy corriente la entrada y domesticada la váruara fierega de su naturales para recluir el ebangelio, sin hacer sangre, digo con yngenuidad a V. S. que no puede esta prouincia hacerse cargo de esta misión, porque las pestes del año de 37 en Málaga, y la general de el año 49 y 50 en que los relijiosos de esta prouincia se dieron a seruir en los hospitales murieron cerca de 100 relijiosos en tan sancto exercicio y de 30 años a esta parte an sido tantas las misiones, que an salido de ella para el Congo, y para Sie­rra Leona, y otras partes, que está apurada de sugetos, que ten­gan espíritu de misioneros, y si alguno pide ir a la misión co­nozco con ebidencia, que no es a propósito, porque quien no es hombre en la tierra menos lo será en la mar, y como no es todo vno tener vocación de capuchino, que de misionero, por­que para esto es menester segunda vocación, y en mi aprecio con más auxilios que la primera, porque las misiones tienen muchos riesgos y más peligros, y necesitan los misionarios de ser como los venzexos que aún mismo tiempo comen y vuelan, y quien no tubiere estas propiedades no es bueno para misio­nario, y en los conbentos tienen quien los enseñe con el exem­plo, quien los adbierta con charidad, y si es necesario quien los castigue con rigor, y gouernándose los misonarios por su arbi­trio añadiéndose que los prelados no podemos obligar a los súb­ditos que son a propósito para que vaian a estas misiones por­que es sobre lo que prometieron a Dios en la regla, sólo pode­mos embiar a los que piden ir a ellas, si conocemos según el dictamen de nuestras conciencias que tienen prendas para el ministerio.

Y esta prouincia, señor, a cerca de 40 años que tiene a su

cargo el dar ministros para lo espiritual por mandado del rey nuestro señor a los tres presidios de el Africa como son el puer­to de San Miguel o la Mamora, el de Melilla, y el Peñón, que nos questan muchos relijiosos, muchos trabajos y muchos des­créditos, y no obstante los conserua esta prouincia por el ser­uicio de ambas magestades.

Tiene esta prouincia de 20 años a esta parte por orden de su magestad dos misiones en las Yndias vna en los llanos de Caracas y otra en los Cumanagotes, y Beneçuela donde an asistido más de 20 relijiosos, y los a conseruado, y se conser- uan (en faltando vnos) remitiendo otros sin que el rey nues­tro señor ni para la preuención de los que necesitan sus per­sonas para ir a dichas misiones ni para que se sustenten en ellas les aia dado ni dé más que el pasage para las Yndias, y unos cinco ornamentos al padre fray Francisco de la Puente este año por auerse podrido los que tenían escondidos en los montes, con la ymbasión del ynglés, y todo lo que an necesi­tado dichos misionarios, antecedentemente de ornamentos li­bros y otras cosas necesarias, las a dado esta prouincia, y allá se sustentan los misionarios con frutas silbestres cultibando la tierra para tener algún arroz o mahiz, y algunos tasaxos, que les dan los vaqueros que auitan en aquellos llanos siendo así que a los misionarios de los padres descalzos de nuestro señor padre San Francisco no muy distantes de allí les da el rey nuestro señor (sin el pasage) no sé que cantidad para la preuención de las necesidades de sus personas, y para el sus­tento de los misioneros les libra tantos mili pesos en Caracas, que corresponde a 50 escudos por cada misionero cada año, y nada de esto, señor, hemos pedido asta oy ni se pide conten­tándonos con viuir apostólicamente y que se les ponga presi­dios de soldados, que sugeten a los yndios, y amparen a las mi­siones como los tienen los padres descalzos para que puedan hacer algún fruto. Doy esta noticia para que la tenga el con­sexo de lo que an hecho, lo que hacen y lo que padecen los mi­sionarios capuchinos, y lo que sirue a su magestad esta pro­uincia, que no sólo se a desfrutado de los mejores sugetos que a tenido sino también de las alaxas, y apurado los debotos de ella para auiar los misonarios, que en tanto tiempo an sido cantidades grandissimas.

Esta prouincia, señor, consta (sin los tres presidios del Africa de 20 combentos repartidos en los quatro reynos de

Andalucía, Seuilla, Granada, Jaén, y Córdoua, y se compone de 400 relijiosos destos tengo, valdados por viexos y enfermos auituales más de 100—y como el camino de la penitencia no es apetecible a lo humano, y los andaluces son poco robustos para los rigores de nuestra vida, se sigue que sean tan pocas las recepciones que apenas se pueden gouernar los conbentos por la penuria de relijiosos quando las demás de diferentes relijiones los tienen con abundancia; este fue el motiuo para suplicar yo al Exmo. señor conde de Medellín que si el rey nues­tro señor se daua por bien seruido se prosiguiesen las misio­nes, que tiene esta prouincia era necesario que se pidiese a mi general diese orden para que de las demás prouincias nuestras de España diese cada vna quatro o cinco relijiosos en cada diez o doce años que fuesen a propósito para el ministerio, y con esto se podrían conserbar con decencia y fruto las misio­nes; y de otro modo era preciso dexarlas a esta prouincia, por­que tengo por menos yncombeniente dexar las misiones que embiar los que no tienen prendas, y espíritu de misionarios que todo me lo an enseñado las experiencias de dos veces mi­nistro prouincial, prefecto general de las misiones de las resul­tas de esta petición a mi general, daré quenta el Exmo. señor presidente de ei consejo antes de partirme a Roma al capítulo general, y concluio con decir a V. S. que esta prouincia y quien la gouierna desean mucho seruir a las dos magestades y en quanto su magestad le a ordenado asta aora a seruido con todo desbelo como lo dizen las experiencias, y pues que aora se es­cusa de dar relijiosos para la misión de el Dariel, no los tiene, que a tenerlos de vastante espíritu para misionarios aunque quedasen cerrados los conuentos los embiara con mucho gusto para seruir a las dos magestades la Diuina guarde a V. S. mu­chos años como deseo y e menester. Seuilla y diciembre 21 de 1677.

Muy señor mío.Besa la mano de V. S. su capellán y mayor seruidor.Fray Joseph de Campos provincial de los capuchinos de

Andalucía.

Señor don Francisco Fernández de Madrigal mi señor.Consejo a 11 de henero de 1678.Respóndasele que por ser tan del seruicio de Dios nuestro

Señor» y de la obligación de su magestad procurar por todos

los medios posibles la redución, y eonuersión de los yndios del Dariel se le encarga que con el buen celo que manifiesta dis­ponga con el padre general que de las prouincias de España señale el número de religiosos que le pareciere necesario para que vayan a ocuparse en la eonuersión de aquellas almas, pues por medio de sugetos tan exemplares y desnudos de las con- ueniencias humanas, se puede esperar que se consiga el plan­tar la religión cathólica en la prouincia del Dariel, que por ser tan dilatada, y poblada de gente, tendrán bien en qué exer- citar su espíritu, no pudiendo su magestad valerse para seme­jantes reduciones de la fuerera de las armas, sino principal­mente de la predicación, y doctrina espiritual, que es el me­dio por que más se puede asegurar que ia divina misericordia mueua los corazones de aquellos infieles para que templando ios efectos de su gentilidad, admitan la enseñanza y doctri­na de los misioneros; y por todas estas consideraciones espera el consejo, que encam inará esta m ateria de suerte que se lo­gre el fin que se desea, y que de lo que resultare vaya dando quenta (^).

Cádiz.— 1678.—Al señor secretario.Fray Christoual de Málaga.— 1<? de mayo.Refiere que por estar a su cuydado el gouierno de aquella

prouincia de capuchinos, por ausencia del prouinzial fray Jo ­seph de Campos, determinó abrir la carta que se le escriuió de orden del consejo, encargándole preuiniese algunos religiosos para la misión del Dariel, para que fuesen en los próximos ga­leones, y respondiendo a ella, dize no es posible preuenirioo para tan breue, y que aunque lo estubiesen, pone en duda el que huuiera quien los lleuase por causa de yr en dichos galeo­nes siete capuchinos para la misión de Caracas, pues no obs­tante la lizencia que tienen de su magestad y asignación de marauedises para su sustento por ser tan corto, los lleuan los capitanes de limosna, y que sin embargo de este ynconuenien- te escriuirá a todos los conuentos de la prouincia para sauer si ay algunos religiosos que quieran yr (*).

(^) O b. cit., ca p . X I.(2) A rch . d * lo d ia i . Aud. d e S an ta F e . 2&5, F 9 1 a 3

Estando a mi cuidado el gobierno desta provincia de ca­puchinos de Andaluzía por ausenzia al capítulo general de nuestro reverendo padre fray Joseph de Campos provincial de dicha provincia, determiné abrir la carta que vuestra señoría le escriuió, su fecha de 12 de abril, en que le auisaba cómo el consejo auía acordado preuiniese dicho reverendo padre pro­vincial algunos religiosos para la misión del Dariel; y que fuese con la brebedad posible, para que los galeones que están próxi­mos a salir los lleuasen, a que respondo no ser posible poder­los preuenir para tan brebe; y casso que estubiesen preuenidos ponía en duda el que ubiese quien los Ileuara, por causa de ir en dichos galeones siete capuchinos para la misión de Caracas y no obstante la lizenzia de su magestad y asignazión de ma- rauedises para su sustento (por ser tan corta) los lleuan los capitanes de limosna, pero no obstante este yncombeniente por obedezer a el mandato de su magestad escriuiré a todos los conventos de la provincia para sauer si ai algunos religio­sos que quieran hazer este seruizio a Dios y a su magestad y daré auiso a vuestra señoría de las resultas a quien me guar­de Dios los años de mi deseo. Cádiz y maio 19 de 1678.

Besa la mano de vuestra señoría su más servidor.Fray Christóbal de Madrigal.

Señor don Francisco Fernández de Madrigal y señor mío. — Consejo a 10 de Mayo de 1678.

Respóndesele que procure embiar el mayor número de re­ligiosos que se pueda, y ordénese a don Ju an de Montaluo y al general de los galeones que dispongan su envarcación, y que los lleuen de limosna, por yr a ocuparse en tan santo minis­terio, y tan del seruicio de Dios nuestro Señor, y de su ma­gestad (0 .

Cádiz.— Al señor secretario.— 1678.Don Juan Ximénez de Montalbo— 29 de Mayo.Auisa del reciuo de la orden que se le dio sobre que dispu­

siese la embarcación de los religiosos que están mandados pre­uenir para la misión del Darién, y dize que por su enferme­dad no a podido ver a fray Christoual de Málaga para sauer

el estado que tiene esta materia, y que lo procura hazer, para ayudar a ella, como deue” (^).

En carta de 10 del corriente me dice vuestra merced como se le escriue al padre fray Christóual de Málaga procure yn- biar a la probincia del Dariel el mayor número de religiosos que se pueda para que se empleen en la conbersión de aquellas almas y que me ordena el consexo disponga su enbarcación y que los lleben de limosna; por mi enfermedad no e podido ber a fray Christóbal de Málaga yo procuraré berle y saber el estado que tiene esta m ateria y por lo que a mí toca ayudaré con las beras que deuo. Guarde nuestro Señor a vuestra mer­ced muchos años como deseo. Cádiz y mayo 29 de 1678.

Ju an Ximénez de Montalvo y Saravia.Señor don Francisco Fernández de Madrigal.

Conssejo de 7 de junio de 1678.Que lo fomente quanto pueda por lo que conuiene vaya a

esta misión” (= ).

Cádiz.— 11 de junio de 1678.Al señor secretario.Fray Christóual de Málaga.Da quenta de que no faltan religiosos para la misión del

Darién, aunque su hauío en estos galeonoes le tiene por difi­cultoso por falta de la prouissión necesaria, hallarse aquella prouincia sin medios por la aflicción y pobreza con que está Andaluzía. Que respecto de ser esta misión nueba es preciso lleuar para su estabilidad todo seruicio de altar como es or­namentos, cálizes, misales, y lo demás para el cumplimiento deste ministerio. Que cada religioso necesita para el viage de mar, vn trasportín, vna frazada, almoadas, vna arquilla para sus trastillos, ocho v diez pares de paños menores, lo qual y otras cosas que no refiere, vale muchos reales, y no se hallan porque apenas se consigue el sustento preciso, y dize que si esto se pudiera dilatar algunos meses para preuenir lo nece­sario sería conueniente, y que esta es la causa porque las mi­siones no tienen los progresos que se desean, y los misioneros

que buelven desasonados, entibian a otros muchos que pudie­ran seruir en este ministerio.

Que para quando ayan de yr estos religiosos es necessario embiar despachos para que sean admitidos sin resistencia” (^).

Doy notizia a vuestra señoría como no faltan religiosos para la misión del Dariel, aunque su auío en estos galeones por estar tan próxima su partensa lo tengo por mui dificul­toso, por falta de la prouisión necesaria, y hallarse esta pro­vincia sin medios respecto de la aflicción y pobreza en que está el Andaluzía. Esta misión es nueba con que para su es­tabilidad es preciso lleuar todo seruicio de altar, como son or­namentos, cálices, misales, y todo lo demás para el comple­mento deste ministerio. Cada religioso para el viaje del mar a menester un trasportín, una frazada, almoadas, vna arquita para sus trastecillos, ocho o diez pares de paños menores, por­que en el mar no se laua ropa: todas estas cosas y otras que no refiero valen muchos reales, y no se hallan con la mendi- cazión, porque apenas se consigue escasamente el sustento pre- zisso, no doi parezer, mas es prezisso dezir lo que siento, si esto se pudiera dilatar algunos meses para preuenir lo necessa­rio sería conueniente, y esta es la causa porque las misiones no tienen los progresos que se desean, y los misionarios que bueluen desazonados entibian a otros muchos que pudieran seruir en este santo ministerio, para quando aian de yr estos religiosos es necesario que su magestad embie los despachos necesarios para que sean admitidos sin resistencia, de mi par­te no omitiré cuidado ni diligencia porque deseo que en esto quede seruido, Dios, el rey nuestro señor y el señor conde de Medellín guarde Dios a vuestra señoría muchos años. Cádiz y junio 11 de 1678.

Besa la mano de V. S. su capellán.Fray Christóbal de Málaga.Señor don Francisco Fernández Madrigal.Consejo a 21 de junio de 1678.Que se ha estrañado mucho su carta en la qual manifies­

ta que tiene mui tibia su fee y deuoción a la propagación della pues pone tantas dificultades y hace representaciones que has­ta aora no se han hecho por ningún religioso de su orden ni

de otra; y que se escriba al presidente lo que este religioso es­cribe, que le llame y que lo que pudiere disponer en quanto a algunos ornamentos y los trastos que pide lo disponga que le da para ello facultad el consejo” (^).

Muy poderoso señor.El prouincial de los capuchinos desta prouincia de

Castilla.

Muy poderoso señor.El prouinzial de los capuchinos desta prouincia de Cas­

tilla dize: Que de orden de vuestra alteza tiene ya preueni­dos siete religiosos para que bayan a la missión del Dariel y que en conssideración de que necessitan llebar para adminis­trar los sacramentos algunos rituales, missales, cathezismos y cartilla y otros de controuerssias, como también algunas herramientas para cultibar algún pedazo de huerta de don­de ha de salir el sustento principal de los missionarios asta que bayan domesticándose los yndios, y respecto de que en muchas leguas no ay población adonde poder recurrir a pe­dir vn poco de zera para zelebrar, ni harina para las hostias, y que a los principios padecerán suma penuria de todo.—Pide y suplica a vuestra alteza sea seruido mandar dar de pres­sente alguna aiuda de costa para lo referido; y recomendar a los reales ministros de Panamá y a el obispo a dichos mis­sionarios para que con su auxilio, y assistencia de las cossas referidas puedan atender a el seruicio de ambas magestades en que recluirá merced y limosna.

Conssejo a 26 de octubre de 1680.Que la casa de la contratación los prouea de lo que se

pide, y embíense despachos al obispo, pressidente, y audiencia de Panamá encargándoles den todo el fauor y asistencia ne­cesaria para que mejor puedan obrar en tan santo minis­terio (^).

M em oria de las cosas que n ecesitan los religiosos que em bía su m agestad a la m isión del Dariel.

Vnos hierros de hazer hostias.Seis hostiarios de oja de lata.Vna caja de madera para guardar las ostias en panes. Vnas tijeras para cercenarlas.Siete cruces de madera llanas.Seis ymágenes pequeñas de diferentes santos.Quatro pares de candeleros de madera ordinarios.Vna caja con dos vasos para el santo olio y chrisma.Vna cajita paqueña para el veático si fuere necesario. Quatro campanillas pequeñas.Dos campanas de a dos arrobas poco más o menos. Quatro arrobas de cera blanca.Diez y seis arrobas de azeyte, la qual y la cera, a de que­

dar asentado, para todos los viages de galeones dando auiso de la necesidad.

Vna arroba de arina para ostias al principio.Quatro toallas de limpias manos de lienzo grueso. z Vn estuche de cirujano cumplido.Otro con lancetas.Siete nauajas de cortar ramas para hacer alguna caua-

ña quando se separen los religiosos.Tres resmas de papel blanco.Siete tinteros.Dos magos de cañones.Un libro de papel blanco encuadernado para notar los

que se bauptizaren y lo demás tocante a la misión y a su magestad.

Siete candiles de poco valor.Dos sierras vna grande y otra paqueña.Quatro barrenos diferentes.Dos azuelas.Quatro hachas de partir leña.Siete azadas.Siete almocafres.Quatro piquetas pequeñas.Siete mantas.Una pieza de lienzo para vendas y almohadas y otras ne­

cesidades de los que cayeren enfermos.

Una gruesa de abujas.Siete dedales.Dos libras de ylo.Doscientas cartillas.Seis Rittuales Romanos.Dos Biblias.Quatro libros escolásticos—los dos de controbersias.Ocho libros morales.Ocho libros espirituales.Sesenta catecismos.Seis quadernillos de santos nuebos para el rezo.Vn libro sobre los Euangelios, que es Maldonado.Doce lesnas.

Todo lo qual yo fray Félix de Bustillo, prouinciai de esta prouincia de capuchinos de Castilla, halló ser precisso para el buen logro y consistencia de la misión y como tal lo firmo. En este nuestro conuento de San Antonio de Madrid a 26 de octubre de 1680 años. — Fray Félix de Bustillo. — Mro. pro- uincial (^).

Muy poderoso señor.El prouinciai de los capuchinos de Castilla.

Muy poderoso señor.El prouinciai de los capuchinos desta prouincia de Cas­

tilla dize, que de orden de V. A. tiene dispuestos siete religio­sos para que pasen en galeones a executar los órdenes que V. A. fuere seruido mandarles dar: y que en conssideración de que en el Dariel, no tienen persona a quien pedir algunos recaudos para dezir missa, ni tampoco medios para pagar los fletes de la embarcación; ni domicilio adonde guarezerse los que cayeren enfermos durante la misión por no hauer queri­do xamás su religión admitir conuentos en las Yndias, sino sólo missiones, para conseruarse assí en la altissima pobreza que professan.

En cuya conssiderazión pide y suplica a V. A. sea seruido mandar librar sus reales despachos, para que a dichos reli­giosos missioneros se les conduzga asta el Dariel y que allí se

les den quatro recaudos para dezir missa, y dos o tres pipas de vino para el mismo efecto; y que se les dé facultad para poner vn hospicio en el sitio o parage de la missión adonde pareziere a V. A. para que puedan curarse los religiosos que enfermaren como la tienen los de la misión de Caracas en que recluirá merced y limosna de la piadosa mano de V. A.

Resolución del Consejo.Consejo a 19 de octubre de 1680.Embíese orden a la Casa de la Contratación para que es­

tos siete religiosos se repartan y acomoden en los galeones que están para hacer viage a Tierra Firme vno en cada vno, y esto mismo se escriua al general de ellos encargándoles que lo dispongan con todo cuydado, y a la casa se le diga que los prouea de quatro recaudos para decir misa y dos o tres pipas de vino para ei mismo efecto, y también se les de despacho para que los officiales reales de Cartagena y Panamá les pro- bean de lo que presisamente fuere necesario desde que desem­barcaren hasta el Dariel, y por despacho aparte se les conce­da facultad para poner vn hospicio en el sitio o parage de esta misión que pareciere más conueniente para que puedan cu­rarse los religiosos que enfermaren como le tienen los de Ca­racas y siendo esto de consulta se haga.

Señores.— Santillán.—Ochoa.—Don Bernardino.—Aluara- do.—De Castillo (^).

El marqués de Brenes.El señor don Ju an Ximénez de Montaluo dio quenta en

carta de 24 de septiembre passado de las razones porque se escusaba el prouincial de los capuchinos de la prouincia de An­dalucía de embiar en estos próximos galeones religiosos de su orden a la misión del Dariel, y con esta ocasión y deseando el consejo que en aquellas prouincias aya misioneros para acu­dir a la conuersión de los indios de ellas se hicieron diligen­cias con el prouincial de la de Castilla para que los embiase, y a dado memorial representando que tiene prontos siete re­ligiosos para este efecto, y entre otras cosas supplica a su m a­gestad se sirua de mandar que sean conducidos a aquella pro­uincia y que se les den quatro recaudos para decir missa y dos

O tres pipas de vino para el mismo efecto, y hauiéndose visto en el conssejo se ha acordado diga a V. S. disponga que estos siete religiosos se repartan y acomoden en los galeones del cargo de V. S. vno en cada galeón, que en carta de oi día de la fecha se da noticia desto a la Casa de la Contratación y se le encarga les prouea de los quatro recaudos para decir misa y de las dos o tres pipas de vino que se piden, guarde Dios a V. S. muchos años como deseo.

Madrid 21 de octubre de 1680 (^).

Señores presidentes y jueces oficiales.El padre prouincial de los capuchinos de la prouincia de

Castilla a dado vn memorial en que refiere que tiene preueni­dos siete religiosos para la missión del Dariel, y que necesitan de lleuar para administrar los Santos Sacramentos algunos rituales, misales, catecismos, y otros de controversias, y algu­nas herramientas para cultibar algún pedazo de güerta, cera, arina, y los demás géneros que se contienen en vna memoria que ha presentado, y suplica a su magestad (entre otras co­sas) se sirua de mandar que para lo referido se aplique algu­na ayuda de costa, y hauiéndose visto en el consejo se a acor­dado diga a vuestras mercedes dispongan que estos siete reli­giosos sean proueídos de todos los géneros que en la dicha memoria se contienen que original remito a vuestras mercedes con esta y que todo se embarque en los galeones que señalare el señor general marqués de Brenes y también los 4 recaudos para decir misa y las dos o tres pipas de vino que se auisó a vuestras mercedes en carta de 21 deste mes proueyesen a es­tos religiosos para que todo se les pueda entregar en el puerto donde desembarcaren, guarde Dios a vuestras mercedes como deseo.

Madrid, 26 de octubre de 1680 (-).Señores presidente y jueces oficiales.

Consejo a 26 de octubre de 1680.Dígase al padre prouincial de la prouincia de Castilla que

atendiendo al celo y cuidado con que a dispuesto vayan a la misión del Darién los siete religiosos que a propuesto se le en­carga continúe el asistir a todo lo tocante a ella fomentándola

en quanto se ofreciere, pues como prelado desta prouincia deue cuidar de ella, representando al conssejo lo que se ofreciere para que tenga el buen logro que se desea por ser la obra tan del seruicio de Dios nuestro Señor sin embargo de la orden que se dio al padre prouinciai de la prouincia de Andalucía el año de 1662 (^).

Seuilla.—A su magestad.— 1680.La Cassa de la Contratación a 29 de octubre.Que queda proueído auto para que a los siete religiosos

que se han de embarcar a la misión del Dariel se les prouea de quatro recaudos para decir misa y de tres pipas de vino y que el señor don Ju an de Montaluo dispondrá en Cádiz que vaian bien acomodados en los galeones como el consejo lo manda.

Señor.En cumplimiento de la orden de vuestra magestad dada

en carta del señor secretario don Francisco Fernández de Ma­drigal de 21 del corriente queda proueydo auto para que por la factoría de esta cassa se preuengan quatro recabdos de de­cir missa, y por la proueeduría general tres pipas de vino que vuestra magestad manda a los 7 religiosos capuchinos de esta prouincia que an de pasar a la misión del Dariel; y yo el pres­sidente en los puertos dispondré con el general el que estos religiosos vayan en galeones con toda comodidad y decencia en la forma que vuestra magestad lo encarga. Católica cesá­rea real persona dé Dios muchos años. Seuilla y octubre 29 de 1680.

Ju an Baptista de Aguinaga.—Ju an Ximénez de Montalvo y Saravia.—Francisco Lorenzo de San Milian (2).

Con mucha anterioridad tenían provisto los Reyes Cató­licos que la Casa de Contratación de Sevilla proveyese con ge­nerosidad los gastos que demandaban las expediciones de los religiosos al Nuevo Mundo. Por real cédula de 31 de diciembre de 1607 se disponía minuciosamente lo que se había de propor­

cionar a los religiosos de las órdenes, entonces autorizadas para pasar a las Indias. Dice así la cédula:

D om inicos.—A cada dominico para su vestuario blanco y negro, cama, hechuras, m atalotaje, por el tiempo de la em­barcación de él y su lego, porte de los libros, flete hasta San- lúcar y los demás gastos precisos y necesarios, se den a cada uno novecientos y siete reales y diez maravedís; y más libra­mos en nuestras cajas reales de la Nueva España dieciocho mil trescientos y veintiséis maravedís por el flete de cada re­ligioso y la parte de una cámara que le toca desde Sanlúcar a Nueva España y el flete de media tonelada de su ropa.

F ran ciscan os calzados y descalzos (capuchinos).—Por cada franciscano calzado, en la misma forma, setecientos noventa y seis reales y el flete a Nueva España.

Igual. Por cada franciscano descalzo setecientos catorce reales y medio de la misma cantidad.

Agustinos.—Por cada agustino mil cuarenta y nueve rea­les y la misma cantidad.

M ercedarios.—Por cada mercedario ochocientos cuarenta y nueve reales y los mismos dieciocho mil trescientos y vein­tiséis maravedís del pasaje que los anteriores.

Jesu ítas .—Por cada jesuíta mil veinte reales por el primer concepto y el pasaje igual (^).

En estos dineros estaba comprendido el transporte, pero no la alimentación de los religiosos durante la travesía, que también era de cuenta del Estado. Según un documento del Archivo de Indias (-), la Casa de Contratación embarcaba por cada religioso los siguientes víveres: un quintal de bizcocho en un barril de madera; dos carneros para cada religioso; can­tidad de bacalao para las vigilias; especias; m aterial de coci­na para guisar; vasijas y vasos para beber; una arroba de pa­sas; arroz y legumbres; media arroba de alcaparras; dos arro­bas de aceite; una arroba de vinagre; tres de vino; ocho boti­jas de agua; gallinas y huevos para caso de enfermedad. Si el viaje era de duración normal esta despensa bien abastecida contenía alimentos para algún tiempo después del desembar­

(1) Ley 6 . t í t , X IV . lib . I.(* ) A rcb . d e lndlof< 155-1*1.

que, que tal debía ser la intención del consejo, durante el ca­mino ulterior hacia el camino de destino.

Pero, si a causa de borrascas o piratas la travesía aumen­taba en duración varias semanas, lo que solía ser muy fre­cuente, los alimentos se corrompían, se hacía necesario arro­jarlos al mar y el hambre hacía por vez primera su aparición ante los religiosos para ser compañera conocida a lo largo del resto de su vida en Indias. “Es nuestra voluntad — dice la real cédula de Felipe I I I de 31 de diciembre del mismo año 1607— que a los comisarios de los religiosos que se despachen a las Indias se les entregue el dinero que se les hubiere de dar para la compra de sus vestuarios y m atalotaje para que por su mano compren lo que les conviniere con que no excedan de la canti­dad que está señalada al religioso de cada orden y . . . porque los comisarios no lleven mal proveídos a los religiosos, m an­damos que se hagan las compras con intervención de la Casa de Contratación de Sevilla, para que el favtor y otro de los jueces oficiales de ella, el que fuere nombrado, lo vea com­prar (O-

Padre prouincial de los capuchinos de la prouincia de Castilla.

Frai Francisco de Tauste prefecto de la misión de capu­chinos de Caracas dio memorial en el conssejo por sí y en nombre de los misioneros de su orden que en ella residen y de los que aora se embían de la prouincia de Castilla a la mi­sión del Dariel, representando que el año de 1662 instituyó su magestad por comisario general de dichas misiones al padre prouincial de la prouincia de Castilla, el qual por justas cau­sas que entonces tuuo se exsimió desta ocupación con cuio motiuo se dio esta comisaría al padre prouincial de Andaluzía en quien está al presente y que an experimentado los misio­narios que de estar esta comisión en la prouincia de Andalu­cía no se logran los fines que su magestad desea en su institu­ción pues para las ocurrencias de la misión regularmente deue recurrirse en esta corte a su magestad y al consejo adonde re­side el prouincial de Castilla quien por la cercanía tiene la oportunidad de poder hacer las representaciones que se ofre-

(*) L ey 7, t it . X IV , lib . I. E s ta p à g in a hem os transcrito d e la m eritoria o b ra d e don Antonio Ibot León, L a Ig le s ia y los e c les iá stico s esp añ o les en la em p reso d e In d ias, c a p . X I, p á g s . 469-471 d e la ed ición d e B arce lo n a , I9&4.

cen a las misiones y executar las órdenes que se dieren, y que depende en gran parte la conseruación destas misiones en que el padre prouinciai de Castilla sea comisario general de ellas que oy se halla ávil para exercer este ministerio, y supplica a su magestad sea seruido de nombrar por comisario de ella al padre prouinciai de Castilla y que cese el de Andalucía, y hauiéndose visto en el conssejo se ha acordado diga a vuestra reverendísima (como lo hago) que atendiendo al celo y cuida­do con que vuestra reverendísima a dispuesto vayan a la mi­sión del Dariel los 7 religiosos que ha propuesto encarga el conssejo a vuestra reverendísima continúe el asistir a todo lo tocante a ella fomentándola en quanto se ofreciere pues como prelado de esta prouincia deue vuestra reverendísima cuidar de ella, representando al conssejo lo que combiniere para que tenga el buen logro que se desea por ser la obra tan del ser­uicio de Nuestro Señor sin embargo de la orden que se dio al padre prouinciai de la prouincia de Andalucía el año de 1662, guarde Dios a vuestra reverendísima como deseo.

Madrid, 26 de octubre de 1680 (^).

Señor.El prouinciai de los menores cappuchinos de esta prouin­

cia de las dos Castillas, representa a vuestra real magestad como los años pasados, imbió vnos religiosos a la missión del Dariel, por orden de vuestra magestad y nombró por prelado de ella al padre fray Bernardino de Madrid, por concurrir en él las prendas que se requieren para dicho puesto, y auiendo reconocido para el espediente de dicha missión y mayor ser- bicio de vuestra magestad ser necesario sv real nombramiento. Suplica le haga vuestra real magestad en el dicho padre que recluirá merced.

Consejo a 14 de noviembre de 1682.Dígase a este prouinciai que presente el nombramiento

que a de hacer de comisario desta misión para que con vista del, se le dé el despacho de licencia, y auiamiento para su viage.

Tráese el nombrameinto de prelado y prefecto de la mi­sión del Dariel hecho por el prouincial en fray Bernardino de Madrid.

Consejo a 18 de nouiembre de 1682.Désele paso de la patente y nombramiento que presenta

y cédula de auxilio como se ha dado a otros misioneros (i).

Copia de la patente que dio el prouincial de los capuchi­nos nombrando a fray Bernardino de Madrid por prelado de la misión del Dariel.

Fray Bernardino de Toledo predicador ministro prouin­cial de los frailes menores cappuchinos desta prouincia de la Encarnazión de las dos Castillas, y comisario general de la misión del Dariel con consulta de los reverendos padres defi­nidores; nombro por prelado y perfecto (prefecto) de dicha misión del Dariel al padre fray Bernardino de Madrid predi­cador capuchino desta nuestra prouincia y suplico a vuestra magestad se sirua de confirmar de nuestra mano sellada con el sello mayor de nuestro oficio y refrendada de nuestro secre­tario en 17 de nouiembre de 1682.—Fray Bernardino de Tole­do ministro provincial.—Por mandado de nuestro muy padre prouincial.—Fray Ambrosio de Pinto, secretario (-).

El fiscal dize a visto el memorial presentado por parte de fray Agustín María de Granada religioso capuchino desta pro­uincia de Castilla en que refiere que hauiendo ydo el año de 1681 con la misión que de orden del conssejo, pasó a la pro­uincia del Darién y buelto a estos reinos con las lizencias ne­cesarias asi por la poca disposición que hay en aquellos natu­rales para hazer fruto la predicazión de nuestra santa fee como por comunicar con sus prelados algunas cosas de que parezió nezesario ynformarles auiéndolo concluido pide lizen- cia al conssejo para boluer a dicha misión presentando paten­te de su prelado para boluer con dos compañeros que nombra y añade que no pudiendo tener efecto en aquella prouincia la misión puedan emplearse en qualquiera otro parage en este

ministerio, y dize el fiscal que concediéndoseles licencia a di­chos religiosos para dicho efecto a de ser para que exerzan la misión en el Darién para donde está determinada por su magestad a consulta del conssejo y para donde la patente le da lizencia y no para otra parte en que el conssejo siendo ser­uido mandará se les den los despachos acostumbrados.

Madrid y agosto 30 de 1684 (^).

Nos fray Antonio de Caller predicador primer difinidor padre de la prouincia de padres capuchinos de los reinos de Castilla y vicario prouincial de ella y juntam ente comisario general de Yndias para la misión del Darién. Al padre fray Agustín María de Granada hijo desta nuestra santa prouin­cia predicador y misionero appostólico salud en el Señor.— Atendiendo a los deseos que V. E. nos a significado a mí y a otros padres definidores desta prouincia tiene de boluer a con­tinuar la misión que en el Darién empezó debajo de la obe­diencia del padre fray Bernardino de Madrid su prefecto y que ynterrumpió por legítimas causas que le obligaron a bol­uer a España con la lizencia y obediencia del dicho prefecto por no defraudar aquellas almas de los aumentos espirituales que con la luz del Evangelio esperamos de su zelo y buenos deseos V. E. ayudado de Dios les comunicará en virtud desta por lo que a nos toca le damos lizencia con el mérito de la santa obediencia para que alcanzando primero el precepto del rey nuestro señor que Dios guarde a quien con esta nuestra obediencia se presentara en su real consejo de Yndias supli­cando le mande dar los despachos necesarios para pasar a di­cha misión según viere conuenir a su real seruicio pueda bol­uer a continuar dicha misión en la forma que antes esto es debajo de la obediencia del padre fray Bernardino de Madrid o otro qualquier prefecto que por tiempo fuere de dicha misión sin poder en tiempo alguno devajo de algún pretesto apartarse de lo que él como prelado suyo le ordenare y en esta confor­midad, luego que llegue a Yndias sin andar bagando por parte alguna ordene lo que huuiere de hauer así en lo que toca a la misión como en todo lo demás en que vn religioso según su estado deue estar sugeto a su prelado.

Y para el viage hasta llegar a presentarse a dicho prefec­to le asignamos por sus compañeros al padre fray Esteuan de Pastrana predicador y misionero appostólico de dicha misión y al padre fray Gerónimo de Peñazerrada asimismo predicador y misionero appostólico de la misma misión del Darién man­dando a todos tres y a cada vno en particular no se aparten en manera alguna ni estravíe de los demás encargándoles con parte afecto de tal suerte atiendan a administrar a los demás la Diuina Palabra que no se oluiden de sí como nos dize lo hazía el apóstol en estas palabras: “Castigo corpus meum ne cum aliis prEedicauerim, ipsse reprobus efficiar”, vaya V. E. en paz con la bendición de la Santísim a Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo y de Nuestra Señora, nuestro padre San Fran­cisco y la paternal nuestra. Dada en nuestro real convento de la Paciencia a 27 de agosto de 1684. Fray Antonio de Caller vuestro padre.—Por mandado de nuestro muy reverendo padre fray Ygnacio de Almeyda, secretario (^).

Señor.Fray Agustín María de Granada, predicador del orden de

capuchinos y missionario apostólico, por su real mandato de vuestra magestad en la missión que passò a la prouincia del Dariel año de 81, en que fue por prefecto, el padre fray Ber­nardino de Madrid, los quales hauiendo llegado a aquel paraje, y reconocido la impossibilidad para consseguir el fin que se dessea obtubo licencia para bolber a España con su compañe­ro a representar a vuestra magestad dicha impossibilidad, y a sus prelados algunas cosas de que necesitaban para su maior bien y gouierno espiritual; y por quanto a conseguido de sus prelados feliz logro en su pretensión, y nueba licencia para bolber a dicha missión.

Por lo qual supplica a vuestra magestad sea seruido de darle licencia, para que pueda bolber con dos compañeros que le an concedido sus prelados, que son el padre fray Esteban de Pastrana, y el padre fray Gerónimo de Peñacerrada, per­mitiéndolos vuestra magestad que a no tener hechura lo del Dariel, puedan emplearse en el sancto exercicio de missiona­rios en otro qualquier paraje de aquella prouincia, donde más cómodamente puedan lograr la gloria de Dios, y el seruicio de

vuestra magetad. Mandando que sus gobernadores, y demás ministros donde llegaren les den el fabor y aiuda que hubieren menester, tratándolos como a ministros evangélicos embiados por vuestra magestad que en ello reciuirá merced.

Conssejo 29 de agosto 1684.Lléuese al señor fiscal con lo que huuiere.El fiscal dice a uisto el memorial pressentado por parte

de fray Agustín María de Granada religioso capuchino de esta prouincia de Castilla en que refiere que auiendo ydo el año de 81 con la missión que de orden de el conssejo passò a la pro­uincia de el Darién, y buelto a estos reynos con las lisencias necesarias assí por la . poca dispossición que hay en aquellos naturales para hacer fruto la predicación de nuestra sancta fee como por comunicar con sus prelados algunas cossas de que pareció necessario informarles auiéndolo concluydo pide lissencia al conssejo para voluer a dicha missión pressentando patente de su prelado para voluer con dos compañeros que nombra: Y añade que no pudiendo tener efecto en aquella pro­uincia la missión puedan emplearse en qualquiera otra paraje en este ministerio. Y dice el fiscal que concediéndoseles lissen­cia a dichos religiosos para dicho efecto a de ser para que exergan la missión en el Darién para donde está determinada por su magestad a conssulta de el conssejo y para donde la patente le da lisencia y no para otra parte en que el conssejo siendo seruido mandará se les den los despachos acostumbra­dos. Madrid y agosto 30 de 1684.

Conssejo 31 de agosto 1684.Como lo dize el señor fiscal y execútese luego el despacho

para que se vayan (O-

Cádiz.—Al señor secretario.— 1689.Fray Francisco de Luque, comisario general de las misio­

nes de Indias.— 17 de julio.

Refiere que hauiendo llegado a aquella ciudad fray Ber­nardino de Madrid capuchino y prefecto de la misión del Da­rién, en los nauíos que an venido de la Hauana y traído con-

sigo vn ornamento para decir misa con su cáliz y patena de plata dorado, fue con este religioso a comunicar con el pre­ssidente de la casa lo que hauía de hacer con este ornamento y otro que trajo fray Gerónimo de Piedrayta misionero del Da­rién con vn cáliz y patena de estaño que por lo yndecente se a desuaratado y que dijo el dicho pressidente se le entregasen los dos ornamentos hasta que el consejo determinase, y dice que respecto de yr en tanto aumento la misión de la Trinidad y la Guayana le parece será bien aplicarlos a ella, de que da quenta para que se le auise lo que se a de executar.

Hauiendo llegado a esta ciudad el padre fray Bernardino de Madrid capuchino y prefecto de la misión del Dariel en los nauíos de guerra que vinieron de la Abana trujo consigo vn ornamento para decir misa con su cálix y patena de plata do­rado y con dicho padre fui a uer al señor presidente de la casa y consultar qué se haría con dicho ornamento y juntam ente con otro que trujo el padre íray Gerónimo de Piedrahita misio­nario del Dariel con un cálix y patena de estaño que por lo in­decente se a desbaratado, y dicho señor presidente dijo se me entregasen los dos ornamentos hasta que el consejo determi­nase y iendo con tantos aumentos la misión de la Trinidad y Guayana me parece será bien el aplicarlos a esta misión y así suplico a V. S. lo consulte con el consejo i me lo participe para que io pueda obrar estando siempre a su obediencia y a la de V. A. cuia vida guarde Dios quanto desseo por muchos años.

Cádiz y julio 17 de 1689 años.

Su mayor cappellán y más obligado servidor Fray Fran­cisco de Luque provincial y comisario general de Yndias Oc­cidentales.

Señor don Francisco de Amolaz y señor mío.

Resolución del consejo.Consejo a 20 de julio de 689.Responderle que se entregue todo y se aplique para la mi­

sión de la Trinidad y la Guayana como lo propone (O-

Los historiadores capuchinos recopilan así la labor apos­tólica de sus misinoneros en el Darién en esta época { ’) :

Vuelven a con tinuar la m issión del D arién los h ijos d e la provincia de C astilla por orden del rey nuestro señor don

C arlos II.

Dessauziados los primeros padres de poder en muchos años conseguir fruto alguno en el Darién, y provincias zir- cunvecinas, por ocasión de las guerras, y su reueldía en redu­cirse a poblaciones se voluieron a España. . .

Llegó el año 1680 y en él (después de 26 que carezió de operarios esta nazión) se trató de su reducción a la fee con nuebo esfuerzo.

Significósele al rey nuestro señor don Carlos II la necesi­dad que hauía de embiar una missión a la prouincia del Da­rién, assí para la reducción de los indios como para el socorro espiritual de los españoles que se hallan en aquel parage, tra- baxando en las minas de oro; y también para que, domesti­cados los yndios, zessasen las hostilidades de ellos; y no intro- dugessen por sus tierras y ríos a los enemigos y piratas, como lo suelen hazer guiándolos por tierra, y dándoles canoas para passar lo ríos, sólo a fin de vengarse de los españoles.

Con este informe hecho a su magestad, sobre Indias, man­dó a los de su conssejo se dispussiese nueva missión para el Da­rién; y que respecto de haber sido capuchinos de Castilla, los primeros que la hizieron, desde el año de 1648 y fueron bien admitidos de los yndios, se le pidiese al provincial de esta pro­vincia, tomase a su cuydado el disponer el número de religio­sos de su obediencia, que pudiese para esse efecto. Era a la sazón pressidente de Indias el excelentísimo señor don Juan de la Zerda duque de Medinaceli y Cardona; el qual con los ministros del conssejo, mandó dar auiso al prouinciai, de lo que su magestad hauía acordado; insinuándole el espezial desseo que tenia, de que los religiosos, fuessen desta provincia.

Sauido el orden de su magestad ofreció el prouinciai exe- cutarle con la brebedad, que se le mandaba; hízolo notorio en la prouincia; y sin embargo de hallarse exausta de religiosos,

(1) Cfr. P . C esin a le , S to ria d elle M issiom dei C appucín i, t. III, cap . X IV {Rom a. 1873), ira y F ro ilán d e R ionegro. R e lacion es de la s m isiones d e p ad res capu ch in os en V enezu ela. La m isión del D arién y U rab á , t. II . (Sev illa , 1918).

escogió siete para dar principio a la missión: quedando a su cuydado el irla socorriendo de operarios, conforme la necesidad lo pidiese.

Dispuestos ya los religiosos en Madrid, mandó su mages­tad se les diessen los despachos necesarios, y quanto fuesse m enester para la conducesión y buen logro de su ministerio.

Passaron luego los religiosos a Cádiz y allí se embarcaron en los galeones, los cuales salieron por henero del 81 experi­mentando en el viaje terribles borrascas, y contratiempos; mas al fin llegaron con salud a Panamá. Aquí pagaron el tributo que los primeros, y que suele ser común a los que passan de España, padeciendo graues y penossas enfermedades, pero Dios fue seruido no pereziesse ninguno.

Dos poblaciones llegaron a tener estos padres, una a la riuera del río Tuira, o Tarena de asta quinientas almas, dedi- .cada como la primera que estubo en el mismo sitio a la Con- .cepción Purísima. Otra en la ribera del río Paya dedicada al gloriosísimo patriarca San Joseph, de trescientas almas. Cos­tóles sumo trabaxo el poblarlos, y mientras hubo que darles .de los trastos y cossillas que ellos apetecen acudían puntuales a la enseñanza; pero en faltando los abalorios, cascabeles, na- vaxas y otras cossas deste género, luego se fueron trasmon­tando, a viuir en su acostumbrada libertad, vagueando de unas en otras partes. Por esta caussa, por la de sus continuas hostilidades y guerras y especialmente por las continuas in­fluencias de los que llaman leres, es casi imposible el reducir estas gentes a poblazión, ni conseguir de ellas fruto alguno, si Dios con su diuino poder no lo remedia.

Leres llaman a sus sacerdotes, a los que los curan en sus enfermedades y a los que exerxitan otros ministerios; todos son grandes hechiceros, y tienen pacto explícito con el demo­nio. Para hablarle hazen mil diabluras, y le sacrifican humo de cacao y de tabaco: algunos leres dicen que hablan con las ánimas de los difuntos y dicen les dan noticia de varios sucesos futuros; pero lo zierto es, que quien les habla es el demonio. Los orfáculos de estos leres los tienen por verdades infalibles, y les hacen creer notables desatinos. Toda esta nazión conser- ua algunos vestigios judaicos de sus antiguos progenitores; y por tradición de padres a hijos tienen noticia bastante de la creación del mundo, del dilubio general, y de la venida de .Christo Señor Nuestro al mundo; pero sus vicios y torpezas

innumerables, los tienen sumergidos en el estado más infeliz que es creyble.

Finalmente, viendo los missionarios zerradas las puertas para proseguir en su ministerio, determinaron retirarse a Pa­namá, para dar noticia a su magestad del estado de aquellos yndios y pedir lizencia para voluerse a Castilla. — Al margen: (Retiráronse de los indios de orden del gouernador, por pues­ta en arma la prouincia, e invadida de muchos pyratas, ayu­dados de los mismos indios.—Hizieron entonces grandes des­trozos los darienes, matando a muchos españoles y negros).

Los últimos que quedaron en la missión y perseueraron hasta el año de 1689, fueron el prefecto fray Bernardino de Madrid con otros cuatro religiosos, que todos vinieron juntos a España.

E l consejo de Indias emitió el siguiente juicio encomiás­tico de las misiones de los padres capuchinos: “La Mesa puede asegurar que las misiones de los capuchinos son tal vez las más bien servidas y desempeñadas” (^).

CAPITULO I X

Los obispos d e P an am á tom an p arte activa en la reducción y evangelización de los indios darien itas.

SUMARIO; El obispo Fernández Piedrahita (1669 a 1688). — El pe­ligro protestante en el Darién. — Colonia escocesa en el Darién del Norte. Aliados el virrey del Perú y los gobernadores de Panamá y Car­tagena, -expulsan a la colonia protestante del Darién. — Santa Teresa de Jesús declarada por real cédula, patrona dei Darién. — Los indios instigados por los ingleses, hacen una feroz matanza en los franceses del golfo. — Invasión de piratas protestantes procedentes de Holanda, Francia e Inglaterra. — El ilustrisimo Llamas y Rivas, carmelita, obispo-gobernador de Panamá. — De nuevo la piratería extranjera óbice

para la evangelización de los indios del Darién y Urabá.

El ilustrisimo señor Lucas Fernández de Piedrahita, na­tural y canónigo de Santafé, autor de la H istoria G eneral de las C onquistas del Nuevo R eino de G ranada, y vigésimo primer obispo de Panam á, a poco de hacerse cargo de su diócesis, “tuvo noticia de que los indios del Darién habían apostatado de la fe, y retirádose a los montes para continuar su antigua idolatría ( y sin temor de ser cogido por los piratas, entró en un barco, y estando en el Darién, se internó por aquellas as­

perísimas montañas en busca de las ovejas descarriadas. Con agasajos y regalos de bujerías, de que llevó gran cantidad, hízoles volver a su rebaño, y no se apartó de aquellas tribus hasta dejarlas pobladas y sujetas a los doctrineros. En los do­mingos salía a predicar y enseñar la doctrina cristiana por las plazas y calles; edificante ejemplo seguido por los curas y religiosos en los demás pueblos de indios. Este prelado misio­nero murió en 1688 (^).

“El doctor Lucas Fernández de Piedrahita, escribe un his­toriador de nuestros días, merece recordarse por su amor a los aborígenes y por su valor contra la campaña de saqueo y ban­dolerismo de los piratas. Viajó por mar desde Panam á hasta el Darién. Por los medios persuasivos se atrajo a los caciques principales y aseguró la paz con los aborígenes, burlando así la campaña de corrupción en que estaban empeñados los “la­drones del m ar”. En tiempos extraordinarios, hombres excep­cionales como Julián Carrisolio de Alfaraz y el doctor Lucas Fernández de Piedrahita, no sólo son necesarios por su valor, sino también por su acción decisiva y la historia al recoger sus nombres, erige su fama en un monumento de gloria que hace olvidar, si esto es posible, el drama doloroso de los abo­rígenes, contra quienes ambiciosos vulgares y voraces aventu­reros colmaron su saña” (^).

El prelado Piedrahita empleó sus rentas en la reducción de los indios del Darién, en hacerles presentes para atraerlos, gastando más de ocho mil pesos en ello.

El sucesor de Piedrahita, don Diego Ladrón de Guevara, quien ejerció simultáneamente los dos poderes civil y eclesiás­tico durante veinte meses, impulsó también las misiones entre los indios darienitas, organizándolas y llenando las vacantes dejadas por los doctrineros muertos y desaparecidos en las persecuciones.

Durante el gobierno espiritual del ilustrísimo Guevara, tuvo lugar en el Darién del Norte el intento del establecimien­to de la colonia escocesa, con gran peligro para los católicos, ya que dicha colonia procedía de un país protestante.

El proyecto de que Escocia tuviese participación en el co­mercio del Nuevo Mundo era de Guillermo Paterson, quien

(1) Ilu stiisim o R o jas A rrieta , ob. c it., ca p . XXI.(*) Luis E. Erazo, A . C ró n ica h istó rica sobre e l D arién , III, p ág . 16 de la ed ició n d e

P an am á. 1941.

había ejercido en América sucesivamente la profesión de mi­sionero (protestante) y de comerciante (^). Después de haber visitado el Darién, quedó prendado de su fertilidad y situa­ción y planeó aquí una colonización. Regresó a su patria en 1686 donde hizo propaganda de su idea de colonización.

Para lugar de la colonia se fijó en el puerto de Acia con bahía adecuada para buques de alto bordo. Se creó en Esco­cia una compañía, denominada del Darién, con aprobación del parlamento. Pronto se inscribieron para la expedición al Darién 1.200 hombres con más de 300 jóvenes de las princi­pales familias del país. Salió la expedición de Leith el 17 de julio de 1698, compuesta de tres buques de guerra y dos trans­portes. La escuadra fondeó en Acia el 30 de octubre del mis­mo año, donde fueron recibidos bien por los indios, sobre todo por su cacique Andrés, con quien celebraron un tratado de alianza y amistad extensivo a todos los indios hasta el propio golfo de Urabá. Tomaron posesión los escoceses de las costas entre el cabo Tiburón y puerto de Suribán, con curenta mi­llas inglesas de fondo tierra adentro, siendo base fundamen­tal del tratado con los indios mutua asistencia contra los es­pañoles. El ánimo de la compañía era hacer otro estableci­miento en el mar del Sur y establecer comercio con aquellas provincias. Posesionados los escoceses del punto más aparente para sus proyectos de colonización, bautizaron el lugar con el nombre de “Nueva Edimburgo”. Para su defensa erigieron un fuerte, que denominaron de San Andrés, armado de cincuenta cañones por el temor de ser acosados por las fuerzas espa­ñolas (-).

Enterado el gobernador de Panamá, don Pedro Luis En­ríquez Caballero, conde de Canillas, de la llegada de la expe­dición escocesa al Darién, se aprestó para desalojarla, pero los escoceses, y los indios a quienes habían armado, pusieron fuerte resistencia a la fuerza del gobernador. Mas, acosados los nuevos colonos por el clima desfavorable y la escasez de víve­res y las enfermedades, que hacían estragos en ellos, abando­

(1) Ju an B. S o sa y Enrique I. A rce. Com pendio de H istoria de P an am á, c a p . V II ¡P a ­n am á. 1941].

{*) E ste íuert© d e S a n A ndrés e s ta b a en la s c e rc a n ía s d e A cia y no " e n e l sitio mis- rao en donde h a b ía sid o S a n ta M o ría la A n tig u a", com o afirm a e l doctor don Emilio Robledo e n su erudito d iscu rso a l c lau su rar la a sa m b le a d ep artam en tal d e A ntioquia sus ses io n es ex trao rd in arias en e l m es d e diciem bre d e 1929. Cír. A n cle s d e lo A sam b lea y Album d e la C o rre tera a l M or. p ág . 92 d e la ed . d e 1930, M edellín .

naron su Nueva Edimburgo el día 15 de octubre de 1699. Por las buenas nuevas que habían llegado a Escocia a raíz de la entrada de Paterson en el Darién, se formó otra lujosa expe­dición, pues ignoraban que hubiesen desalojado la región los primeros colonos. Salió esta nueva expedición de 1.300 hom­bres de Clyde el 24 de septiembre de 1699 y llegó a Acia el 30 de noviembre del mismo año.

La noticia de que los escoceses se habían apoderado del Darién del Norte, alarmó sobremanera a España. Inmediata­mente se ordenó por la corona al virrey del Perú, conde de Moncloa, enviase 500 soldados a Panamá. Los gobernadores de Santafé de Nueva Granada y Quito fueron también avisa­dos para que prestaran su ayuda para el efecto. De España lle­garon dos buques de guerra, los que unidos a otros cuatro que se hallaban en Portobeio se pusieron bajo las órdenes del al­mirante Francisco Salmán. Entre los gobernadores de Pana­má, conde de Canillas, y el de Cartagena, Juan de Pimienta, planearon un ataque combinado con sus dos escuadras, que se componían de 1.500 hombres. El general Juan de Pimienta se puso a la vista de los escoceses en la bahía de Acia o Nueva Caledonia y abrieron fuego del 28 al 29 de marzo. Si bien al principio parecía inclinarse la victoria a favor de los escoce­ses, el general Pimienta, sin desalentarse, siguió atacándolos y hostilizándolos con tan buen resultado, que los invasores co­menzaron a flaquear. Pimienta intimóles la rendición, pero los escoceses contestaron que estaban resueltos a morir antes que rendirse. Que sólo abandonarían el Darién si se les permitía salir con los honores de la guerra. Siendo el fin principal de la campaña emprendida por España, desalojar al enemigo del Darién, creyó oportuno el general Pimienta otorgarles ese ho- no)‘ y se firmó la capitulación el día 11 de abril de 1700. Luis de Carrisolio, hijo del famoso don Julián, a cuyas órdenes se pusieron 200 indios leales al rey, tuvo su buena parte en la expulsión de los escoceses del Darién. Las fuerzas españolas entraron en Nueva Edimburgo el día 11 de abril de 1700, y, dos días después, los buques escoceses levaron anclas abandonan­do el Darién. El general Pimienta entró en Cartagena victorio­samente el 8 de mayo del mismo año.

No obstante haber sido expulsados los escoceses de las cos­tas del Darién a fines del siglo X V II, la corte de Londres no se olvidó de sus proyectos contra el Darién, sin embargo de haber tenido éxitos tan desgraciados. El virrey de Santafé re­cibió en 1779 un comunicado oficial de la corona de España, en el que se decía: “El paraje a donde, según noticias, dirige Inglaterra en el día sus miradas, es el puerto nombrado La Calidonia, donde estuvieron establecidos los escoceses en el rei­nado del señor Carlos II y fueron desalojados por el general Navarrete. Internándose desde este puerto se encuentra a cin­co leguas de distancia el río Congo, navegable por canoas y barcas chatas, que corre por espacio de quince leguas hasta desembocar en la mar del Sur por la bahía dei mismo nom­bre. En fin, los ingleses desde que tuvieron el asiento de ne­gros, conocen por palmos todas las costas del istmo, de que le­vantaron planos exactísimos, y no es extraño que formen sus proyectos contra ellas; pero el rey tiene una justa confianza de que V. E. hará por su parte los últimos esfuerzos para que sus tentativas sean tan inútiles y desdichadas, como lo han sido hasta el presente. Dios guarde a V. E. muchos años. San Ildefonso a 15 de agosto de 1779.—José de Gálvez” (i).

Como el éxito del desalojamiento de los escoceses había de redundar en bien de ambas majestades, pues no sólo que­rían entrar en los dominios del rey de España, sino también implantar la herejía protestante en ellos, las autoridades or­denaron hacer públicas rogativas y preces por el feliz resulta­do de las armas de su majestad católica. El mariscal de cam­po, don Melchor Vélez Ladrón de Guevara, contestando a un oficio del conde de Canillas, de 15 de marzo de 1700, le decía, en carta fechada a 25 del mismo mes de marzo en el campo de Matanzas: “Toda nuestra gente se portó con gran valor, les he dado las gracias y espero que usía ilustrísima se las ha­brá dado por todos a Dios Nuestro Señor, no dudando que las oraciones de usía ilustrísima y el celo con que dispuso, se tu­viese a su Divina Magestad patente en ese reino, nos dieron tan buen día (el jueves en que le celebra la Iglesia general­mente) que podemos decir que dejamos bien vengados a los que venían con don Miguel Cordones. Quiera Dios continuar­

• M ArebiTO H istórico N acion al d» S a n to ié . S a ló n d e la Colonia "P ro to co lo ". 1605 a 1810, No. 6 , lb 2 tollos. 14C recto a 149 recto . Pu blicad o en R»TÍsta del ArchÍTo N acion al d e Bogotá, No. 44, p ág . 30, de 1942.

nos los buenos sucesos y hacerme la gracia de que pueda en breve dar a usía ilustrísima la noticia de la rendición de esta plaza como lo deseo” (^).

El señor conde de Canillas, don Pedro Luis Enríquez Ca­ballero, en carta de 25 de abril de 1700, fechada en Portobelo, informaba a su m ajestad: . .E l día de Pascua de Resurrec­ción (11 de abril de 1700) se entregó la plaza y fortificaciones de los escoceses y entraron en ella las armas de su majestad, habiendo estado sitiados por mar y tierra, como su majestad lo previno, treinta y siete días yéndoles ganando el terreno en aquellas asperezas de montañas hasta que nuestro cañón se puso a distancia de poder batir (-). Sus capitulaciones son las siguientes:

1._-Todos los oficiales, soldados y demás gente de dichas fuerzas, podrán embarcarse libremente y sus tropas salir con armas y bageles, tambor batiente y bandera desplegada.

2.—Permíteseles catorce días para que puedan embarcar­se y embarcar agua y leña para su viaje.

3.—Que pasado el término de los catorce días se les per­m itirá esperar el primer tiempo para su pertenencia con to­das sus naos armadas con todo lo necesario de guerra.

4.—Concédeseles la pólvora y demás pertrechos correspon­dientes al cañón de sus naos para que puedan defenderse en su navegación a Escocia.

5 . Restituyeseles recíprocamente los prisioneros vasallosde su majestad británica.

6 . Concédeseles el no hacer mal a las naos que pudieranvenir en el espacio de dos meses y se les permitirá hacer agua y leña con tal que no demuestren ni intenten hacer hostilidad alguna por agua ni tierra.

7 .—Niégaseles el capítulo en que piden no se castiguen a los yndios que han sido de su partido.

8.—Que el excelentísimo señor don Ju an Pimienta les dará las seguridades y rehenes que necesiten para la seguridad de las condiciones referidas en que no han pedido más que la de su palabra.

9 . En continuación de los capítulos del castillo de SanAndrés y plaza de Calidonia, con unánime consentimiento en-

(*) A rch . d« Ind U », A u d ien cia d e P an am á, 69-6-9 (A. N. P ., No. 317}.(*) A rch. de Ind ios, A u d ien cia de P an am á, 69-6-9 (A. N. P ., No. 321).

tregan estas fuerzas a las armas de su majestad católica, con todas las piezas que en él hay, morteros y todos los demás pertrechos militares que hay en dichas fuerzas, permitiéndole sólo sus armas a los oficiales; una escopeta a cada soldado con la cual en una hora firmándoles estas condiciones están llanos a entregar una puerta del castillo, dándoles los rehenes men­cionados.

10.—Juram os que no haciéndonos ninguna hostilidad, no haremos a los vasallos de su majestad católica desde que sal­gamos de aquí en mar ni en tierra hasta entrar en la Bretaña, ninguna de nuestra parte. Firmado de los dos comandantes.— Jacobo Gibronewill Robol ( ) La fecha de la capitulación es de 11 de abril de 1700, y se hizo en Calidonia el mismo día que se tomó la plaza. Decía el conde en la mencionada carta : “De cuyo subceso he dado a Nuestro Señor las públicas gra­cias que devo y así lo a executado también esta ciudad de Portobeio y la de Panam á” (-).

En efecto: en una relación conjunta del conde Canillas y del gobernador de Cartagena, don Ju an Pimienta, se lee:

. .E l lunes siguiente de la quema de la fragata (20 de abril), a hora de las 10 de la mañana, entró el Florisán (navio) con la noticia de haber ganado a Calidonia, viniendo a traer este aviso el maestre de campo, don Antonio de Paredes. E l señor conde a esta misma hora avisó al vicario don Ju an José San- dino, que lo es de la iglesia parroquial (de Portobeio) se sir­viese tener el Santísimo Sacramento descubierto, que obede­ció con grande amor. Luego al instante fue su señoría acom­pañado de todos los cavos militares y republicanos, y entró por el pueblo a dar gracias a Dios por este subceso. Esta noche se celebró con luminarias, mucha artillería y una mokiganga que hicieron los soldados. El día siguiente se cantó una misa solemne, con el Santísimo descubierto, un escuadrón de la pla­za que dio muchas cargas, y artillería durante la misa, y por la noche el presidio de Panam á tuvo un bureo en el que vito­reaban a los dos campeones, los dos señores conde de Canillas y don Ju an Pimienta, pidiendo a Dios muy tiernamente, salud para nuestro rey, y aciertos en su monarquía, que se la dilate la divina misericordia para terror de sus enemigos, y creo ver­

daderamente no ha permitido su Divina Magestad que se m an­che el reino de Tierra Firme con tan mala semilla, ni lo per­m ita por siempre jamás. Amén” (^).

El monarca español Carlos II, gozoso porque con la salida de los escoceses de sus dominios del Darién, se había conjura­do el peligro protestante que se cernía sobre los católicos de Tierra Firme, envió una real cédula a la audiencia de Santa fe de Nueva Granada ordenando que se hiciera una fiesta anual votiva a Santa Teresa de Jesús, y declarándola por Pa- trona del Darién. En la mencionada cédula se expresan los motivos de esta disposición real.

El Rey (Carlos I I ) .—Presidente y oydores de mi audien­cia de la ciudad de Santa Fee en el Nuevo Reino de Granada: Haviendo llegado a mi Real noticia de haver desamparado los escozesses el puesto que havían ocupado en el Darién, el día quinze de octubre del año pasado ( ) que es en el que zelebra la Iglesia, la festividad de Santa Theresa de Jesús, a quien profeso la devoción correspondiente a su virtud, resolví hazerla el obsequio de una fiesta en el conbento de Nuestra Señora del Carmen; y respecto de haver buelto aquéllos a querer ocu­par el mismo puesto con mayores fuerzas y havcrse consegui­do por medio de mis armas su esterminio; he resuelto declarar que la fiesta de la santa sea anual y votiva, declarándola por patrona y protectora de aquellas provincias, y las demás del Darién, para que por su interzesión se mantengan en la pureza de la religión, que facilitará su ruego con Nuestro Señor, y en señal de mi reconozimiento, os prevengo que en caso de ha- zerse fortificazión en aquel paraje, o dejando señal, se ha de llam ar de aquí adelante Santa Theresa del Darién, para que siempre quede esta memoria y así se ejecutará, y lo partici­paréis a los gobernadores y corregidores del distrito de esa audiencia, para que lo tengan entendido, de Madrid, a 28 de septiembre de 1700.—Yo el Rey.

Por mandato del rey nuestro señor, D. Dom*?. Gs. de Galo Mondragón, Conssdo.

(^) Areh. d * In d ias, A u diencia de P an am á, 63-6-9 (A. N. P ., No. 319).(*) Este decreto h a ce re feren cia a la prim era sa lid a d e los esco ceses. D eiinitivam ente

s a lie ro n del D arién e l d ía 11 de a b r il d e 1700, com o d e jam os an otad o y probado.

A la audiencia de Santa Fee, participándole vuestra m a­gestad se haga fiesta anual y votiva a Santa Theresa de Jesús, y declarándola por protectora del Darién” (^).

Relacionada con esta victoria de las armas españolas con­tra los herejes escoceses, está la siguiente poesía, saturada de un genuino españolismo teresiano.

A LA S a n ta P a tr o n a d e U r a bá

F u e nuestra S an ta en su edad prim era de un apóstol g raciosa m iniatura.T eresa en su niñez cu al m isionera h a c ia tierras de m oros se aventura.

Del p ro fe ta d e Dios a l ígneo celo en su gran corazón prendió la llam a;T eresa nuevo apóstol del Carm elo.Con la R eform a d e su luz lo in flam a.

Conventos de T eresa, palom ares, donde salen tus h ijos a bandadas, llevando com o n ido tus ‘M oradas” en su raudo volar h a c ia otros m ares.

Conventos de T eresa, sois ban deras que en lejan os con fines se levantan.B an deras del C arm elo, m isioneras, por la excelsa doctrin a de la S anta!

L a que en la tierra cam in an do llega a recorrer los ám bitos de España.No d escan sa en el cielo y an dariega qu iere en A m érica repetir su hazaña.

Se escu ch a en él D arién la voz valien te de un soldado del rey cuando im plora la v ictoria de su e jérc ito , a l fren te va la Santa, cual m adre y protectora .

L a que supo conqu istar las alm as, roban do aqu í en la tierra corazones, desde la g loria de laurel y palm as y es am paro y b lasón de estas m isiones.

C uando la Ig lesia su loor en ton a el eco d e los vuestros lo acom pañ a; proclam an do a la San ta por patron a can tá is e l h im no que le can ta E spaña (^).

A d e l a d e M e d in a ,con e l seudónim o de "G itan iU a d el Car* m eló ", cé leb re p oetisa g ad itan a contem ­p o rán ea .

Sabido es de todos, la valla que opuso Santa Teresa con su Reforma del Carmen y sus escritos al protestantismo. Con razón se le ha llamado “terror de los herejes, espada y m arti­llo de los luteranos, atleta que desafía a Lutero, nueva Débora que introdujo la confusión en el campo protestante, etc.”

Esta clase de festividades votivas se imponía frecuente­mente el mismo pueblo y los Reyes Católicos en agradecimien­to por favores obtenidos de la Divina Providencia por media- íiión de alguno de sus santos protectores. Por una real cédula de 1<? de noviembre de 1626, se instituyó una fiesta anual al Santísimo Sacramento para el día 29 de noviembre, por ha­berse salvado la flota de Nueva España el día 4 de diciembre de 1625, la que estuvo a punto de ser tomada por el enemigo. Estas fiestas venían a ser oficiales, a las que tenían que asistir todas las autoridades de los virreinatos, audiencias y goberna­ciones. Sólo la ciudad de Panamá, tenía a principios del sigloX V II, seis fiestas votivas. En una relación de la audiencia real, se lee: . .Item , las fiestas votivas que haze son las siguien­tes: 1 El 10 de enero, día de San Pablo ermitaño, por la vic­toria que se alcanzó contra ingleses, 2 En 25 de marzo, día de la Anunciación. 3 En 23 de abril, día de San Jorge, por la victoria que se alcanzó de los Contreras. 4?' En 25 de julio, fiesta de Santiago. 5 En 21 de noviembre, fiesta por el tem­blor de tierra que uvo en esta ciudad. 6 En 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, por la victoria que se alcanzó de Ro­

(*) P u b licad a en Luz Ca>ó!ico, IS d e octubre de 1930.

drigo Méndez. En cada vna destas fiestas se gastan treinta y dos pesos, que montan 192 pesos ( ') .

En el mismo año de 1700, en que fueron expulsados defi­nitivamente los escoceses del Golfo de Urabá, llegaron algu­nos franceses con intención de establecerse como la proyecta­da colonia de Pátterson, y fundaron al Este del Golfo, entre el actual Turbo y San Sebastián de Buenavista de Urabá (Neco- cli) grandes cacaotales. Estos franceses llegaron a casarse con mujeres indias Kunas, mezclándose con dicha raza. En las ca­pitulaciones que estos indios fijaron con la corona de Espa­ña en 1724, exigieron, con toda lealtad, que no se les manda­sen frailes por misioneros, ni se nombrase ninguna autoridad que no fuese de España, prohibiendo, además, a todo criollo la entrada en su territorio, que entonces tenía 20.000 habi­tantes” (“).

Si bien los escoceses, después de su expulsión del Darién no volvieron a hacer población en esta costa, no por eso per­dieron la esperanza de formar algún día una colonia o estable­cimiento en ella. Así lo daba a entender en un discurso pro­nunciado en Londres Mr. Pultney, miembro de la Cámara Baja el año de 1739, inserto en el tomo VI del Estado Político de la Europa, que dijo; “Podrá volverse a suscitar el proyecto de los escoceses, y esta sociedad se animará a volver a tomar pose­sión de lo que antes ha sido suyo”; y el gobernador de Jam ai­ca, poco después, en tiempo de la guerra, escribió a los fran­ceses habitantes del Golfo, proponiéndoles se pusiesen bajo la protección del rey de Inglaterra, ofreciéndoles que les defen­dería y atendería en todo; cuya diligencia a poco tiempo reite­ró el almirante Knowles, pero los franceses despreciaron una y otra, y j'emitieron las cartas al virrey, don Sebastián de Esla­va, según relación de uno de ellos nombrado Pedro Basiner, que llevaba establecido 25 años en el Golfo de Urabá. No ha­biendo logrado los ingleses este designio y conservado siempre el de establecerse en esta costa, para lo cual le sería mucho obstáculo de españoles y de súbditos del rey, procuraron des­

( ‘ ) R elación qu e por m andado del co n se jo hizo y enT to lo au d ien cia d e P a n a m á en 1607, p u b licad a en R elacion es H istóricas y G eo g rá ficas de A m érica C entral. Colee, de Libros 7 Documentos re ieren ies a la H istoria d e A m érica , T . V III, p ág . 165 d e la ed. de M adrid, 1908.

{*) F . I. V erg a ra y V elasco , N otas a la G e o g ra lia U n irersa l d e Beclú s, C olom bia, ed i­c ió n o fic ia l, Bogotá, 1893, p ág . 375.

hacer el establecimiento de los franceses que ya estaban suje­tos al rey de España por quien hablan sido indultados. Para lograr este designio sedujeron con regalos y sobornos a los in­dios y los indujeron a que matasen a todos los franceses, di- ciéndoles les querían arrebatar sus tierras apoderándose de ellas, para lo cual iban extendiéndose por todos los ríos, que asi habían empezado en la Martinica y que después mataron a todos los indios adultos, y se quedaron con los muchachos, alzándose con la India. Con estas razones, juntándose el ca­pitán o cacique del río Mosquito, llamado Ramón Mascana, con los demás pueblos, en los años de 1757 a 1758, acometie­ron a los franceses que se hallaban repartidos en distintos lu­gares y m ataron a 87 de ellos, obligando a los demás a aban­donar sus labranzas y salir del Darién.

El indulto a que se hace alusión, obtenido por los fran­ceses, les fue otorgado por la R eal P iedad el año de 1740. A principios del siglo X V II pasaron a estas costas del Darién “mu­chas cuadrillas de foragidos de varias naciones, dice una re­lación de la época, levantados y gobernados de sus capitanes, Miguelillo; San Martín, Peti Pierres (nombrado comúnmente Pitip ié), Pierre el clérigo, el Mulato de la Martinica, el holan­dés Daniel y otros quienes saltaron con sus piraguas armadas a ejecutar las muertes y latrocinios que les dictaba su licen­ciosa vida y depravadas costumbres, refugiados en el golfo del Darién los más, y algunos en Calidonia (Acia) y Cayos de la punta de San Blas. Algunos de estos fueron ahorcados en Pa­namá, otros muertos por los indios caravas, y escarmentados los demás se emplearon en hacer plantaciones y en la pesca de Carey. Todos ellos, en número de 60, la mayor parte france­ses, pidieron el indulto, y la real piedad se lo concedió por el año de 1740, después de lo cual empezaron a hacer plantacio­nes de cacao y otros frutos, y concurrieron algunos otros de la misma nación hasta el año de 1757, repartidos en el Golfo de Urabá” ( ‘).

En 1716 fue electo para vigésimo quinto obispo de Pana­má nuestro hermano de hábito el limo. P. Juan José de Lla­mas y Rivas, Carmelita, natural de Murcia, y provincial de la

{ ') D escripción del Golfo d el D a riin , p u b licad a por A . 6 . Cuervo, C olección de do> cum entos inéditos, etc., T. II, p ág . 2S4 y sig s. o Ed. d e Bogotá, 1892.

Orden en Andalucía. Suprimida la audiencia de Panamá y des­tituido el mariscal Hurtado del mando, éste fue encomendado por el rey al nuevo prelado, “quien positivamente reunía todas las condiciones que tan difícil cargo requería. Hombre pací­fico y prudente, comenzó por reconciliar aquellos ánimos tan divididos, tratando a todos con igual mansedumbre, dulzura y equidad, haciéndoles comprender que no había sido enviado para castigar agravios, ni para reparar injurias, sino para res­tablecer la paz, la armonía y la buena inteligencia entre los individuos y las familias; que la doble autoridad de que se ha­llaba investido sería toda empleada en promover la concordia y el bienestar de todos sus subordinados, sin distinción de cla­ses ni de condiciones”. Este elogio tejió el limo. Llamas y R i­vas, su sucesor Rojas Arrieta en su “Reseña de los obispos de Panam á” (^). El obispo Llamas y Rivas no era Carmelita Des­calzo, sino de la antigua observancia.

Durante la administración de este prelado siguieron las in­vasiones de los piratas, las que paralizaron casi por completo la acción misionera entre los indios, viéndose algunos misio­neros obligados a abandonar por completo su apostolado entre los indígenas. Las tribus de indios viéndose sin misioneros que -OS doctrinasen, volvíanse a su antigua idolatría y salvajismo. El limo. Llamas y Rivas, dándose cuenta de la situación, trató de remediar con prudencia el mal. Para mejor asegurar la re­ducción de los indios por medio de los misioneros, trató de es­tablecer colonos en la región habitada por los indios, la que había quedado desierta desde la horrible m atanza que perpe­traron ios indígenas hacia el año 1620. Por exhortaciones del prelado y gobernador Llamas Rivas, no pocos colonos se resol­vieron a ir a poblar el Darién. “Formáronse nuevas poblaciones más o menos en los mismos sitios en que habían existido las anteriores, y tomáronse todas las providencias que se juzgaron convenientes para impedir nuevas irrupciones de los bárba­ros” (= ). El sucesor de Llamas R., carmelita calzado como él, llamado Bernardo Serrano, “no hizo más que continuar adelan­te con las obras ya puestas en acción, comunicándoles nuevos alientos y bríos”. Hasta el año de 1725 en que fue trasladado al Cuzco.

(») C ap . XX V d» l a ob. cit.(*) n>id.

“Las frecuentes tentativas del elemento extranjero para apoderarse del Darién y las sublevaciones continuas de los in­dios de esta región, dice el limo. Rojas Arrieta, nos sugieren la idea de examinarla un poco más de cerca a fin de descubrir las causas que en ello pudieran influir, y darla a conocer a nues­tros lectores.. . ”. Hasta el año de 1727, se contaban en la pro­vincia de Santa María la Antigua ( ') , diez poblaciones de in­dios cristianos y sujetos al rey, pero libres de tribus, que eran: Congo, Balsas, Acanti, Payá, Yavisa, Sanibre, Pirre, Matuma- guntí, Taparacá y Tupisa. Gracias al sistema de la lenidad, estas poblaciones aumentaban con indios que de las montañas venían a ellas a hacer parte de la sociedad civil abrazando la religión sin repugnancia pues, aunque idólatras, no eran tan aferrados en sus creencias como otros. Dichos indios adelan­taban en la agricultura; tenían muy buenas labranzas de cuyos productos no sólo sacaban lo suficiente para la sana subsis­tencia de su familia, sino aún para proveer de víveres a los mi­neros, de quienes nunca quisieron recibir oro en pago, sino géneros, herramientas y bujerías; . . .

La codicia de los extranjeros y las malas pasiones de los naturales incitados por aquellos desgraciaron esa provincia lla­mada a ser la más rica y feliz, y conspiraron a ella hasta los mismos que debieran propender a su progreso, no solamente por los intereses sociales, sino por el de religión. Agregábanse a esto las sugestiones de los extranjeros que se m etían allí en busca de oro y no perdían ocasión para concitar a los natura­les contra el gobierno. Uno de ellos fue un francés llamado Car­los Tibón que, después del primer saco que en 1712 habían he­cho los ingleses en Santa Cruz llevándose toda la riqueza y es­clavos de las minas, vino con ochenta franceses de los foragi­dos que infestaron la provincia, y juntando trescientos indios del Golfo de Urabá entraron a sangre y fuego. El presidente de Panamá don Manuel Alderete mandó una fuerza en persecu­ción de los bandidos, nombrando jefe de ella al mestizo Luis García, de gran prestigio, siempre que capturara o m atara al cabecilla Tibón. Consiguió García lo que deseaba matando a Monsieur Tibón, y venido a Panamá, es presentado al presi­dente para que le diera el premio. El señor Alderete, que esta­

(^) Mo es So n ta M a ría la A ntiguo que estuvo en e l D arién d e l Norte, sino e l R eal d e S an ta M o ría , p obloción en la m arg en izquierd a del r ío T uira ce rco de >u desem - b e e a d iu a m • ! GoUo d * S a n M iguel.

ba a la sazón ocupado en un asunto importante de galeones, no despachó a García prontamente como esperaba, y cansado éste de aguardar en Panam á sin recursos para vivir, tomó el partido de reemplazar él mismo y con ventaja, a Mr. Tibón. Gar­cía tenía la idea de no sólo emanciparse de los españoles, sino también su exterminio y el de todos los indios que no se unie­sen a la causa que él llamaba de la libertad e independencia del Darién. García se había puesto de acuerdo en estos planes con los franceses que estaban casados con indias en aquellos pueblos. Dio el primer golpe sobre Yavisa, donde mató al cura, al alcalde, al teniente y demás indios que no quisieron seguir­le, y robó cuanto tenían; esto ocurrió por los años de 1728” (^). Alentado García por el éxito de su estreno y llamándose “Li­bertador del Darién” siguió adelante en sus depredaciones. “De Panamá salió una fuerte expedición que atacó a García con la mayor eficacia hasta desalojarlo de los principales centros estratégicos. El “Libertador del Darién”, con el grueso de sus fuerzas, ocupó una de las riberas del Chucunaque y confiado en la bravura de sus tropas y en la ferocidad de los aborígenes de esta región, después de reforzar sus huestes con un nume­roso ejército de flecheros, decidió resistir para tomar la ofen­siva. Acorralado en una de las sinuosidades del río Chucima- que, sin más línea de defensa que las aguas de dicho río luchó con ferocidad, hasta caer sin vida. Sus fuerzas fueron aniqui­ladas completamente por el fuego terrible y certero de las fuer­zas legítimas. Los aborígenes pelearon en tan desigual batalla con valor admirable, pero sólo cadáveres cuya sangre enro­jeció las aguas del Chucunaque, fue lo único que quedó, des­pués de esta jornada, como restos de la flamante “tropa liber­tadora” (’).

El odio que ios indios tienen a los españoles viene en su mayor parte de las sugestiones de los extranjeros situados en las costas de las Mulatas. Estos los han imbuido en que los es­pañoles les enseñan la religión para hacerlos esclavos; y con tal idea, cada día se fue haciendo más dificultosa la reducción de éstos a la fe, y, por consiguiente, la civilización de estos bár­baros ha venido a ser poco menos que imposible, pues que para conseguirla sin destruirlos y aniquilarlos, no hay otro medio

(1) Ob. d t., Cap. XXVm.(*) Luis B. Eraso A., Crónico Histórica sobr* •! Darién. T. III. pág. 18-19 de la ed.

de PtrnomA,

que el de la Religión. De aquí vino el que esos indios se hi­cieran tan crueles con los misioneros, no contentándose con darles simplemente la muerte, sino con dársela atormentándo­los con venganza del crimen que les atribuían, de tenderles un lazo para esclavizarlos. Los Padres Candelarios en Urabá fue­ron casi todos mártires de la fe por ese engaño. Sirva esto de explicación a aquellos que con poco criterio y menos conoci­miento de las circunstancias y de los tiempos y lugares, se per­miten censurar el poco adelanto de la evangelización de la masa indígena en tiempo de la colonia” (^).

En confirmación de lo que dice el limo. Rojas Arrieta, te­nemos el testimonio del misionero del Darién, fray Adrián de Santo Tomás, O. P., quien, con fecha de 13 de marzo de 1638 escribía al presidente de la real audiencia de Panamá, don En­rique Enríquez de Sotomayor:

“. . . De la conversión de estos yndios se servirá mucho su majestad en que esos yndios sean sus vasallos, porque los ho­landeses pueden por esta parte del mar del Norte, tener muy fácil entrada en esta mar del Sur y soy informado destos yn­dios que tenían ya en estos puertos de la mar del Norte cal y ladrillo para fabricar y que cada día vienen a hacer aguada y les dejan en la playa cuentas de hachas y machetes, procu­rando su amistad y a no aver estado en esta provincia Julián Carrisolio que les daba a entender la mala vida destos, ya obie- ran hecho pases” (-).

El limo, señor Diego Morcillo Rubio y Auñón, vigésimo oc­tavo obispo de Panamá, hizo todo lo posible para la reducción de los indios del Darién, secundado eficazmente por el goberna­dor Martínez de la Vega. Se hizo una capitulación con los caci­ques del Norte y Sur del Darién. El de Sur llamábase Juan Sau- ní, hijo de francés e india; del Norte o Golfo de Urabá, era Fe­lipe Uriñaquicha. Esta capitulación o tratado de paz celebra­do el día 20 de julio de 1741, fue aprobado por el virrey de Nue­va Granada, don Sebastián de Eslava.

En el proyecto que formó don Jerónimo Sancho, ayudan­te mayor de la plaza de Panamá, para laborear las minas de Santacruz de Cana en el año de 1780, leemos: “. . . Aunque por

( ’ ) R o jo s A rri«ta, ib id . T res p ad res fueron m artirixados.(*] A rch . d * In d ias. A u d ien cia d e P an am á, 62*2‘29i

algún intervalo de tiempo, desde el año de 1740 hasta el de 1755, se estuvieron los indios sin hostilizar estos pobres vasa­llos, no ha sido, según colijo, por virtud de su humanidad, que ninguna se les reconoce, sino, o porque no tuvieron quien les ayudase a cometer alevosías, como así cometieron asociados con los extranjeros^ o mientras hubo número de pueblos y hom­bres en la provincia que les causaba respeto de ser castigados, como en efecto lo eran en sus montañas, en tiempo del maestre de campo Carrisolio, y de los capitanes Estrada y Cabrejo, cuya conducta, según estoy informado, es impróbale por bárbara e inhumana; pero luego que murieron éstos (que alguno fue a manos de aquellos) y vieron despoblada dicha provincia, corrie­ron el velo de su cobardía y con alevosas salteaduras continua­mente han consternado y afligido dichas pobres gentes hasta el año de 78 (1778) que se experimentaron las últimas, acaso por el cuidado que puso el gobernador en desviarlos y perse­guirlos, contra ellos con las cuales se ha conseguido la seguri­dad de los pueblos y los principales tránsitos de la provincia, mas no se puede tener la misma confianza de los trabajadores exteriores de oro, agricultura y maderas” (^).

(^) A rch. H U tóiico N acion al d e S a n ta fé , S a ló n d e la Colonia, "P ro to co lo ", 1605 a 1810. ni'.Tn 6.162, fol. 206 recto . P u blicad o por R evista del A rchivo N acion al, Bogotá, 1942. N9 44, p á g . 34*35.

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CAPITULO X

T ratado de paz de los caciques del D arién con la coron a de E spaña en la p erson a del presiden te-gobernador de

P anam á.

SUMARIO: Don Felipe de Uriñaquicha, cacique de los indios del Darién del Norte. — Don Juan Sauní, cacique del Darién del Sur. — Once puntos propuestos por los dos cack^ues para ta capitulación. — Pasa el gobernador el texto de la capitulación al obispo para su aprobación. Introduce el prelado algunas enmiendas en la capitulación. — Los in­dios piden que los misioneros que la corona nombre para el Darién sean padres jesuítas. — El gobernador de Panamá publica un bando otor­gando perdón gerwral de parte del rey a los caciques e indios del Da­rién. — Grados militares con remuneración otorgados a los dos caciques Uriñaquicha y Sauní. — Capitanes subalternos de los caciques también reciben remuneración. — Juran vasallaje los franceses del Darién y Urabá al rey de España. — Se les obliga a vivir como católicos a los franceses y que admitan misionero que les administre los Sacramentos. — De acuerdo con la capitulación entran religiosos jesuítas a misionar en los cacicazgos del Darién. — La historia de los indios se repite. — Informes pesimistas de los padres misioneros jesuítas al virrey de Nue­va Granada. — Retiro definitivo de los misioneros jesuítas del Darién

y Urabá.

La población indígena del Darién en la fecha que la co­rona de España tomó la determinación de su reducción y ci­vilización, a que hace alusión el manuscrito precedente, se

componía de dos cacicazgos mayores; uno al Sur, y otro al Norte en el Golfo de Urabá. El cacique mayor del Darién del Sur era don Ju an Sauní, hijo de padre francés y madre india. De él dependían los caciques inferiores o capitanes Juan de Dios, con residencia en el río Chucunaque, Tomás Mulagana, con residencia en Subcutí; Ju lián Goacagopiti en el río Caña- zas; Diego de Matumagantí en el río de Mage; Luis del Castillo en el río Pirrí; José Ibarra en el río de las Balsas y Ventura de Matumagantí. En el cacicazgo de don Ju an Sauní había 1721 familias de indios.

El cacique mayor del Darién del Norte y Urabá llamábase don Felipe Uriñaquicha, que residía en el río Tiliganti actual bahía de Triganá en la banda occidental del Golfo de Urabá. Los caciques subalternos o capitanes de Uriñaquicha eran; F'rancisco del Coco, en el rio de este nombre; el Lere don José Chichigana en el río Turbo; Francisco Totucua en el río Tili­ganti; el Lere (') Loregana del río Tuira con residencia en Paya. Se componía el cacicazgo de don Felipe Uriñaquicha de tres mil doscientas veinte y dos familias de indios.

Los dos caciques, don Ju an Sauní y don Felipe Uriñaqui­cha se presentaron al presidente y gobernador de Panamá, Ex- cmo. señor don Dionisio Martínez de la Vega “a pedir el per­dón general por sí y en nombre de los demás caciques natura­les de sus mandos”, se firmó una capitulación entre los dos caciques y el representante de la corona de España, que lo era el presidente de la audiencia de Panam á y gobernador de la misma plaza don Dionisio Martínez de la Vega. Esta capitula­ción o tratado de paz firmó también el obispo de Panam á don Pedro Morcillo Rubio y Auñón y lleva la fecha de 20 de julio de 1741. He aquí la capitulación:

C apitu lación de los caciqu es del Darién.

Exorno. Señor:Don Felipe de Uriñaquicha, cacique y cabeza principal de

los indios que habitan la provincia del Darién por lo que mira a la parte del Norte, Golfo del Darién y Ensenada de Urabá y río de Astracto de una y otra banda, por mí y en nombre de

(>] B1 I t r « h a ce v eces d e sacerd o te y p roteta entre los indios d arien itas. Aún en n u es­tros d ia s se co n serv a esta dignidad entre los indios cu n as, v iniendo a ser la prim era p e n o a a e a d ig n id ad d esp u és d e l cac iq u e.

los demás caciques de aquellos pueblos y quebradas, que lo son don Francisco del Coco, que lo es del río de su apellido, y se­gundo en el mando de todos los que son de mi jurisdicción, don Francisco Totoga, que lo es del río Tiliganti, el Lere don José de Chichigana, que lo es de la Ensenada Brava y río de Turbo, y el Lere Loregana, que lo es del río Paya, con otros cabos que habitan diferentes ríos con corto número de indios sujetos a mi mando y a los sobredichos caciques, hago presente a V. E. con el debido acatamiento, como presidente gobernador y ca­pitán general de este Reino y comandante general de él y sus provincias, y en quien reside toda la autoridad real, que ha­biendo llegado a mi noticia y a la de los citados caciques, la benevolencia con que V. E. se dignó, atendidas las circunstan­cias de los motivos y capítulos que propuso el cacique coronel, don Ju an de Sauní con los demás caciques de su fracción, que habitan montañas de la cordillera a esta parte del Sur de di­cha provincia del Darién, concederlos a estos el perdón gene­ral que pidieron en virtud de la obediencia que dieron a su m a­jestad, dueño y señor natural de estos dominios, deseosos de vivir en los mismos términos yo, todos mis parciales y súbdi­tos, solicito por medio de los expresos que despaché a V. E. el que se sirviese admitir nuestra obediencia para concedernos el perdón general, en atención a la resignación de sujetarnos a vivir como vasallos de su majestad, y como en las respuestas que merecieron de V. E. reconocimos toda seguridad en nues­tro contento, así por el tratam iento tan afable que experimen­taron con otras demostraciones de gratificaciones, que pues­tas en nuestra mayor atención, nos obligaron a solicitar con más esfuerzo ver logrados nuestros intentos. Y como de esto tenemos visto el bien que nos resulta, y el que apetecemos, se­gún lo que se trató conmigo y los demás caciques por el capi­tán don Joaquín Valcárcel, protector nombrado de los natura­les de dicha provincia, que con órdenes de V. E. pasó a verse conmigo, y los demás mis parciales, en la parte donde habien­do celebrado juntas generales con ellos, visitado toda mi juris­dicción para dejarlos del todo impuestos. Resolvió, con el dic­tamen, que unánimes dieron a lo que yo practicase, hacer mi venida a esta plaza, y como en mi marcha que he traído llegué a los parajes y poblaciones donde habita el citado cacique co­ronel don Ju an Sauní y lo suyos, pertenecientes a esta parte del Sur con quien comuniqué mis designios y fines de mi ve­

nida ante V. E., e instruido nuevamente por él, y de los suyos del modo con que V. E. les concedió el perdón, luego que die­ron la obediencia a S. M., capítulos que para ello hicieron, y el despacho que les libró V. E. del citado perdón general, ca­miné con más alientos a mi empresa, fiado en que lograría el noble y piadoso pecho de V. E. ser admitido con mis parciales y naturales en el mismo modo y con las circunstancias que se dignó franquear a los sobredichos y pues he merecido en vir­tud de las órdenes de V. E. ponerme en su superior presencia, de quien me hallo más atendido de lo que esperaba, y lleno de honras con otros honores, que en nombre de S. M. promé­teme conceder, reconocida mi fidelidad, para que en todos tiempos conste, y yo con los caciques y parciales míos nos arre­glemos al cumplimiento de lo que debemos ejecutar, instruido en el presente, y por tercera vez reconocidos los citados capí­tulos. que son los siguientes:

19 . . .A dos clases se deberán considerar reducidos los ha­bitantes del Darién: unos que siempre han habitado las ver­tientes al norte, en las márgenes de diferentes ríos y quebra­das, que desprendidos de la cordillera, separan los mandos de los caciques en que se dividen, y otros que tuvieron sus pobla­ciones y sus plantaciones en las vertientes del sur, bajo la dis­ciplina de los curas y tenientes; y como el continente de la provincia sea tan dilatado y crecido el número de los que lo pueblan hasta en más de 20 mil personas de todas clases, cu­yas viviendas están dispersas por toda la provincia, buscando cada uno los parajes más cómodos para sus plantíos y labran­zas, sería difícil e insoportable a nuestra pobreza que aban­donadas nuestras labores a que están reducidos los únicos bie­nes de que vivimos, nos poblásemos en terrenos limitados, per­m itirá V. E. que nos mantengamos libremente en nuestros des­tinos, sin que se nos precise ni obligue a ningún cambio de él para poblar en determinado paraje, y que así quede libre y a elección de cada uno el avecindarse en los pueblos que forma­ron, o en los pueblos de aquellos que desde luego quieren po­blarse y demás que en lo sucesivo se vayan agregando.

20 . . .Que viviendo recelosos por la antigua experiencia de las vejaciones de curas doctrineros, no se nos pongan nin­gunos con este título y que si se nos envían sujetos de cono­cida virtud y buenas costumbres, excluidos todos los religio­sos, excepción de los PP. d e la C om pañía, quienes con el titu ­

lo de misioneros, prediquen e instruyan en los misterios de la Santa Fe, bauticen, enseñen la doctrina, celebración de los oficios cristianos, y demás que corresponde a su ministerio.

3 . . - Que no se nos haya de precisar ni violentar a nin­guno con extorsiones ni amenazas a abrazar la religión cris­tiana, por los malos efectos que las involuntarias conversiones pueden producir, sino que atrayéndolos por la predicación, buenos ejemplos y suave trato, se vaya conduciendo a cada uno al término que desee y voluntariamente abrace de corazón la religión que se le predica, sin que a los que no se catequizare se les pueda a jar ni baldonar por esta razón, ni impedirles el trato y comunicación de unos con otros.

. . .Que ni a éstos ni a los que se bautizare se les grave con contribución alguna, ni con el pretexto de mantener mi­sioneros, ni por limosnas de bautismos, casamientos ni en­tierros.

59 . . .Que por la misma razón de extorsiones y violen­cias que experimentamos en los tenientes generales, no se nos haya de poner ninguno de esa clase para el gobierno de los naturales, quienes deberán estar bajo las órdenes de sus res­pectivos caciques, y todos a la mía, el cacique mayor don Juan Sauní y los demás al comando del gobernador de la provincia.

69 ...Q u e teniendo experiencia de la afabilidad y buen trato que hemos experimentado en los españoles europeos, no se nos haya de destinar para el mando ninguno que no lo sea.

79 . . .Que además del cacique que deberá haber en cada pueblo para el gobierno y corrección de los naturales de su mando, haya de haber un capitán en cada río, que sujete a los que no estuvieren poblados, y habitaren en sus términos, en quienes m ilita la misma sujeción que en los caciques.

89 . . .Que para nuestra defensa y la de nuestras causas, y poder exponer justificadamente nuestras quejas o pretensio­nes respectivamente, se nos haya de poner un protector que sea sujeto de respeto y conducta y europeo, y que a éste se haya de recurrir con el sueldo correspondiente de la real ha­cienda, sin pensión, ni gravamen de los naturales, de modo que pueda cómoda y decentemente mantenerse, sin otra aten­ción que la de nuestro cuidado y amparo, a cuyo fin y para que más cómodamente pueda hacerlo, oyendo y entendiendo las quejas de cada uno, sin necesidad de tercero que se las ex­plique, haya de saber precisamente la lengua general de la

provincia u obligarle a que la aprenda dentro de un breve tér­mino.

QQ Que en atención a que los principales sujetos de quien experimentamos las vejaciones y molestias, fueron los mula­tos, zambos y negros, no se haya de permitir ni a éstos ni a otro alguno de color entre en la provincia ni pase por ella, bajo penas que a éste se impongan, y que sólo puedan entrar a avecindarse, tratar y comerciar en ella españoles tales en la calidad y a fin de que no se internen sujetos de estragadas costumbres, no pueda pasar a ella persona alguna que no lleve expresa licencia del superior gobierno.

lOí* Que para la observancia del antecedente punto haya de permitirse a cualquiera de los caciques o capitanes que en­contraren a algunos que no tenga la antedicha licencia, o sea de color, lo aprehenda y entregue al gobernadoi de la provin­cia, para que éste le dé el castigo o destino correspondiente, y lo mismo pueda ejecutar con cualquiera que nos vejare o molestare.

119 Ultimamente, que se nos hayan de dar los Paniquiris y moras que antiguamente se nos daban y S. M. tiene conce­didas.

Espero de la benignidad de V. E. que en lo perteneciente al primer punto de dichos capítulos, en cuanto a la exclusión que V. E. hizo a los franceses que habitan en la parte de mi mando y demás de mis parciales, se sirva conceder a éstos la residencia allí por estar con mujeres naturales de dicha pro­vincia e hijos que han tenido con ellas y connaturalizados de muchos años hasta el presente, y que siendo el número de éstos hasta sesenta y siete, se hace preciso conceder a la instancia que hacen para no apartarse de aquellos parajes, y sí sólo pro­mete a V. E. por mí y en nombre de todos, que a éstos no se les agregará más dinero de los expresados, pues de intentar ir a aquellas partes otros de esta nación, o de otra cualquiera que no sean españoles y con las licencias prevenidas en los capítulos nueve y diez, serán repelidos los que lo intentaren y correspondientemente puede V. E. estar en la entera satisfac­ción que por aquellas partes no se ejecutará ni permitirá ha­cer el menor trato ni comercio lícito ni ilícito, ni se dará en­trada por el río de Abstracto para que lo internen a las pro­vincias del Chocó, en cuya conl'ormidad sujetándonos a todas las demás cláusulas de los citados capítulos, me prometo que

en nombre de S. M. (q. D. g.) mi rey y señor, que desde luego por tal le reconozco, se sirva V. E. en su real nombre admitir nuestra rendida obediencia y darnos el perdón general que pedimos conforme a la benignidad que tenemos recibida a V. E. A.

En la ciudad de Panamá en diez y ocho de mil setecientos cuarenta y uno.

Ju a n R a fa el S im ancas: Intérprete nombrado de la satis­facción del cacique principal don Felipe Uriñaquicha, que le trajo consigo, dijo, que todo lo expuesto en esta representa­ción se le ha manifestado palabra por palabra para su inteli­gencia, y juntam ente Juan de Urive, intérprete nombrado por S. E., ambos sabedores de la lengua castellana y de la del di­cho cacique, quien por ellos dijo ser todo el contexto de dicha representación hecho de su espontánea voluntad, y por no sa­ber firmar el dicho intérprete Ju an Rafael, lo hizo el intérprete nombrado Juan, de que yo el presente escribano doy fe.

Ju a n Urive.—Ju a n Carrión.

Como en la época colonial ambas autoridades, la eclesiás­tica y la civil, obraban de común acuerdo, el gobernador don Dionisio Martínez de la Vega, una vez concertada la capitula­ción con el cacique Uriñaquicha, remitió todos sus capítulos al obispado de la diócesis panameña. Don Pedro Morcillo hizo al margen de cada punto las observaciones convenientes, que copiamos a continuación:

Al 19 punto. . . En este punto se entenderá que por lo que respecta a dicho cacique principal don Felipe y los suyos, que son de la parte del norte, y siempre han habitado dispersos en sus vertientes, como hoy se hallan situados, se les concede la libertad que piden por el tiempo de diez años, en cuyo tiem­po se encarga a dicho cacique proporcione con los naturales de su mando poblaciones correspondientes a su número, y en los parajes más cómodos y a propósito para sus labores, y en cuanto a los franceses levantados, teniendo presente la con­clusión de su pedimento en que se incluyan esos capítulos, se resolverá en el particular en el que se internará en su lugar.

Al 2 9 . . . A este segundo punto se entenderá que siendo dicho cacique principal y todos los naturales sus súliditos, y

demás caciques de su mando, que habitan en la parte del nor­te, y no han estado sujetos a la Iglesia, se destinarán misio­neros al propósito de su reducción, de los que proponen.

Al 39—En este capítulo se les concede la libre comunica­ción de unos con otros, bien entendido que ésta habrá de ser para lo económico y no para entenderse a materias de religión y supersticiones, porque en caso de contravención, serán casti­gados y en cuanto a la comunicación con los levantados, se dirá a la conclusión lo que se ha de hacer con reglamento al primer capítulo.

Al 49—En este punto se les concede en un todo, quedando al arbitrio de S. M. la manutención de los misioneros.

Al 59—En este punto se les concede lo que pretenden, bien entendido que para el castigo de los indios que delinquieren, darán parte a los caciques de la provincia para que se obre según lo prevenido por su majestad.

Al 69—Para lo que se pide en este punto se destinarán al mando de la provincia oficiales españoles de la mayor satis­facción y conducta.

Al 79— A este punto sobre los caciques que deberá haber en cada río para la sugeción de los naturales que no estuvie­ren poblados, se entenderá con reglamento a lo prevenido en los puntos primero y sexto.

Al 89—A este punto se pondrá en la provincia un teniente protector en los términos que se pide.

Al 99__ A este punto en que pretenden la exclusión de mu­latos, zambos y negros y demás gente de color para el comer­cio de la provincia, se entenderá hmitada solamente a los li­bres de esta clase y no a los esclavos, que con los españoles que tuvieren licencias, pasasen al beneficio de las minas, u otros ministerios para cuya observancia se publicará bando.

109__En este punto se concede en cuanto a la gente decolor que encontraren sin licencia y en cuanto a los españoles y demás que la tuvieren, deberá ser sólo precediendo noticia y permiso del gobernador de la provincia.

119__A este punto se representará a S. M. en cuya realpiedad deben esperar el mayor alivio, y en el ínterin se les ocurrirá, según las ocasiones y en los términos que convenga.

A la última conclusión en que se pide la permanencia de los franceses que habitan en la parte del norte, teniendo pre­sente la gravedad de esta materia, la real cédula de S. M. dada

en el Pardo a veinte y siete de mayo de setecientos y cuarenta, los puntos de la representación hecha por el teniente protector que está en la pág. 40 de los autos sobre el particular, el de­creto puesto a su continuación y respuesta que dio el señor íiscal de esta audiencia, con lo que verbalmente ha vuelto a exponer refiriéndose a este mismo punto, reserva del 1<? y 39 a esta determinación, se deberá entender que la permanencia de los franceses con la comunicación en el trato clandestino en que están con las indias, fuera de los términos del divino precepto que deben guardar por ser católicos, apostólicos, ro­manos, ha de ser por el tiempo de un año, que es el que se considera preciso para que informado S. M. resuelva lo que fuere servido, pues como tales católicos, se hace indispensable el que vivan bajo de las reglas de nuestra Santa Madre la Igle­sia y con la precisa obligación que los hijos que tienen en las dichas mujeres, y en el dicho término tuvieren, se hayan de bautizar y educarlos en la doctrina cristiana, bajo de las pe­nas que de no hacerlo se les impondrán, por ser todo apartado de la religión católica que están obligados a observar. Y en cuanto a que no se les agregarán otros de su nación, ni de otra, se dará providencia que el teniente protector firme lista de todos los que hubiere en aquellos parajes, y por ella se sepa fijam ente su número, quedando en la inteligencia de que ni por ellos, ni por el río de Abstracto, ni otra cualquiera parte se haya de tener trato lícito ni ilícito con otras naciones, pues solamente se les permita lo hagan con los españoles, que con licencia fueren a tratar con ellos, siendo del cuidado del prin­cipal, y del de los demás cabos y caciques sujetos a su mando, celar esta disposición con la mayor vigilancia, y que no se haga internación por el citado río de Abstracto a las provincias del Chocó, dando cuenta de cuanto ocurra en este asunto a este superior gobierno y al gobernador de la provincia.

Los cuales vistos debo decir a V. E. que siendo los mismos que se practicaron con el coronel don Ju an Sauní, no tengo quo objecionarlos, por estar arreglados a lo que en aquel tiem­po se tuvo presente ser a) servicio de S, M., a excepción de los franceses levantados, a los que teniendo presente V. E. son católicos apostólicos romanos (como ellos confiensan) se les deberá precisar a que vivan arreglados a nuestra sagrada re­ligión, admitiendo eclesiástico cura que les administre los San­tos Sacramentos y los instruya en los misterios de nuestra

Santa Fe Católica, bien entendido que por lo que mira a los matrimonios, que suponen tener contraídos con indias de aquel país, para que se revaliden éstos se hace preciso traigan ins­trumentos que justifiquen no ser casados en sus patrias, ni en otra parte alguna, con lo que soy de sentir les conceda V. E. (siendo servido) lo que piden en inter. S. M. (Dios le guar­de) resuelve lo que tuviere por conveniente, y así mismo man­dar se publiquen todos los referidos juntos por ser del servi­cio de ambas majestades.

N. S. guarde a V. E. muchos años. Panam á y juUo y veinte de mil setecientos cuarenta y uno.

Excmo. señor B. L. M. de V. E. su más apasionado y se­guro capellán,

Pedro, obispo de Panamá.

Don Dionisio Martínez de la Vega, gentil hombre de cá­m ara de S. M., teniente general de sus reales ejércitos, gober­nador y capitán general y comandante general de este reino de Tierra Firme, provincias de Santiago de Veraguas, Darién y Guayaquil, y presidente de la real audiencia y chancillería que reside en esta ciudad de Panamá, etc.

Por cuanto deseando mi fidelidad dejar en el todo de la obediencia de S. M. los indios naturales de la provincia del Darién por el beneficio tan grande que resulta a su real ser­vicio previene las providencias correspondientes a este logro que los caciques que se hallan poblados en la parte del norte, bajo de la superioridad del principal de ellos, nombrado don Felipe Uriñaquicha, se hallan sabedores de ser S. M. dueño y señor de estos dominios, y de las disposiciones que practique con el cacique coronel don Ju an Sauní, cabeza principal de los que se hallan a esta parte del sur, montada la cordillera principal, cuando vino a esta plaza a dar la obediencia y pedir el perdón general que en virtud de la facultad real me es con­cedida, de cuyas operaciones, habiendo dado cuenta a S. M. merecí su real aprobación en cédula dada en el Pardo a veinte y siete de marzo del año próximo pasado de setecientos cua­renta, y habiendo conseguido el fin a mi intento por los ex­presos que despaché bien instruidos con las órdenes que les di a tantear esta importancia, además de haber dado curso a los pliegos que despaché del real servicio por esta vía a la plaza de Cartagena, al Excmo. señor virrey de estos reinos, teniente

general don Blas de Lezo, comandante de los galeones que es­taban en aquel puerto, tuve la complacencia que puestas las órdenes de mis instrucciones en la debida ejecución, se movie­sen los ánimos del citado cacique principal, don Felipe de Uri­ñaquicha y demás sus parciales, que habiendo juntas genera­les y noticias de la benevolencia y trato que se dio al cacique coronel don Juan Sauní y los suyos con las demostraciones que experimentaron de los cortejos y Paniquiris que previne se les asistiese, por varios expresos que despachó de su con- íianza para asegurarse de esta verdad, resolviese venir a esta plaza a dar la obediencia a S. M., y pedir el perdón general, por sí y en nombre de todos, y aunque se hallaba bien ente­rado por medio de los intérpretes de su lengua de los capítu­los que me hizo dicho cacique coronel don Juan Sauní, y que éste en la vista que tuvo con él cuando pasó por los parajes de su habitación, le impuso de la verdad y firmeza con que se cumplían, con otros razonamientos correspondientes asegurar­lo en el fin de su intento. Previne después que hizo su llegada, en varias audiencias que le he dado sobre su pretensión, fue­sen nuevamente instruidos por intérpretes de los citados capí­tulos y de las resoluciones que le di a cada uno de ellos para su precisa observancia y cumplimiento, y en su inteligencia me hizo la representación, con inserción de ellos, que son los que quedan referidos; mandado también para que le conste que la resolución se le hiciese notorio al expresado cacique principal don Felipe de Uriñaquicha por los intérpretes para que entendiendo de ella, y de que en lo demás que no compren­de expresamente ha de estar sujeto por sí y todos los suyos a las leyes, ordenanzas y demás disposiciones de S. l\i., y quc cada uno proporcione en la parte que le toca lo correspondien­te a su observancia. En cuya conformidad por medio de los citados intérpretes ha hecho comprender al citado cacique don Felipe de Uriñaquicha la gran piedad del rey con que los ha mirado durante la sublevación en que han vivido, con las de­mostraciones de su real benignidad se ha dignado franquear en la citada real cédula, y que atendiendo al seguro que por sí se les ha concedido, y a la resignación y sincero ánimo con que se someten y rinden sus armas a las de S.M. jurándole una pura, perpetua y perfecta obediencia, desde luego los admito y recibo en ella en su real nombre, y usando de las facultades con que me hallo, y se digna concederme, les concedo el per­

dón general que suplican de todos los acaecimientos que han tenido, y cualquiera mota que de ello pudiera resultarles para que se hayan y tengan como perfectos y leales vasallos de S. M. el que hará que se publique por bando para que en su inteli­gencia sean reconocidos por tales, y en cuanto a los puntos que van expuestos al fin de establecer un cómodo y seguro mando en toda la provincia, la que siempre y en su todo ha estado en el dominio de S. M. lo deberán reconocer y confesar dicho cacique principal, cabos y demás caciques, con todos los indios de su mando, deseando su mayor alivio; desde luego les concedo y otorgo sus súplicas en la manera que queda di­cho. En fe de lo cual mandé librar el presente firmado de mi mano, sellado con el sello de mis armas y refrendado del in­frascrito escribano de cámara, gobierno y guerra.

Dado en Panam á en diez y nueve de julio de mil setecien­tos cuarenta y un años.

Don Dionisio Martínez de la Vega.—Por mandado de S. E.

Ju a n Carrión.

En la ciudad de Panam á en veinte de julio de mil sete­cientos cuarenta y un años, estando en presencia del Excmo. señor don Dionisio Martínez de la Vega, gentil hombre de la cámara de S. M., etc., don Felipe de Uriñaquicha, cabeza y ca­cique principal de los caciques e indios que habitan la parte del norte de la provincia del Darién y golfo de este nombre, ensenada de Brava y río de Abstracto, de una banda a otra, leí punto por punto el despacho antecedente a Ju an Rafael de Sim ancas y Ju an de Urive, intérpretes nombrados, quienes se lo hicieron comprender en su idioma, y enterado de todos ellos ,dijo que resignadamente admitía por sí y en nombre de todos sus caciques y súbditos sus resoluciones, y en consecuen­cia juró según costumbre la obediencia y rendido vasallaje a V. M. q. D. g.) a lo que dicho Excmo. señor dijo le admitía y admitió en su real nombre, quien lo firmó con el citado intér­prete Ju an Urive (por decir el otro no saber firmar) en nom­bre del expresado don Felipe Uriñaquicha, siendo testigos el sargento mayor don José Olaguer, capitanes don Antonio Pas­cano y don Manuel del Frago, de que yo el presente escribano de guerra doy fe. Don Dionisio Martínez de la Vega.—Ju an de Urive.—Ju a n Carrión.

En el mismo día 20 se libró el bando que se previene en este despacho en orden al perdón general que se ha concedido al cacique y naturales de la provincia del Darién del Norte, y para su trato y comunicación con ellos, el que se publicó en esta ciudad, y de él se sacaron seis copias, para remitirse al comandante gobernador de dicha provincia, otra a Portobeio, otra a Chepo y Tarabe, y la otra para la Villa de los Santos, ciudad de Natá y provincias de Veragua, doy fe.—Carrión.

A los jefes indígenas del Darién se les concedió por el rey grados militares remunerados, que para aquellos tiempos era una remuneración apreciable, toda vez que era superior a la asignación concedida a los misioneros y curas doctrineros de los mismos indios darienitas. En el siguiente documento se es­pecifican estos honores y gratificaciones ( )

“En la ciudad de Panamá, en veinte y uno de julio de mil setecientos cuarenta y un años, el Excmo. señor don Dionisio Martínez de la Vega, gentil hombre de cámara de S. M., etc., dijo que en virtud de la real cédula, que está por cabeza de estos autos, dada en el Pardo a veinte y siete de marzo del año pasado de setecientos y cuarenta, se digne S. M. aprobar todo lo que en su real nombre se le concedió al cacique coronel don Ju an Sauní y demás naturales de la provincia del Darién, en lo perteneciente a esta parte del sur montada la cordillera ge­neral y que en su consecuencia siga las demás disposiciones por los mismos términos hasta ver lograda su perfección, en cuya conformidad practicadas las diligencias que parecen en estos autos, y haber venido a esta plaza el cacique principal don Felipe Uriñaquicha por sí y en nombre de los demás ca­ciques y naturales de su mando que habitan dicha provincia, a la parte del norte, montada la cordillera general en el golfo del Darién, ensenada de Brava y río de Abstracto de una y otra banda, a dar la obediencia a S. M. y pedir el perdón gene­ral en la misma conformidad que el dicho cacique coronel don Ju an Sauní, lo que habiéndoles concedido según se hace cons­tar desde la página 60 hasta esta, teniendo presente la real decisión a la aprobación del capítulo séptimo y resolución que

( '] Los estipendios que p a g a b a la c a ja re a l a los m isioneros y cu ra s doctrineros da lo s indios d el D orién eran 300 pesos a l aAo.

a él dio S. E. con la facultad que en el primero se digna S. M. ampliarle sobre los nombres de los capitanes, grados y sueldos a dichos caciques, habiendo S. M. nombrado en lo pertenecien­te a dicha provincia del Darién, por lo que se mira a la parte del norte, al dicho don Felipe de Uriñaquicha, por cacique principal y comandante de todos los caciques y naturales de los parajes, ríos y quebradas de su mando, con el grado de co­ronel, se le asistirá con treinta pesos al mes de sueldo; y res­pecto al informe de éste de ser los caciques de su satisfacción, y de mayor número de indios (a quienes ha dado S. M. paten­tes de capitanes) :

Don Francisco del Coco, que lo es del río de su apellido, y su subalterno.

E l lere don José Chichigana, que habita en la ensenada de Brava y río de Turbo.

Don Francisco Totucua, que lo es del río Tiliganti, Tiglas y sus agregados.

El lere don José Loregana, que lo es del río de Paya, a cada uno de éstos se le dará el sueldo al mes de trece pesos, y estando en lo perteneciente a dicha provincia de toda esta parte del sur, nombrado por su cacique principal y comandan­te para su mando y gobierno don Ju an Sauní, con el dicho grado de coronel, de la misma suerte se le asistirá con treinta pesos de sueldo al mes, y por los informes que a S. E. ha dado, las veces que ha estado en esta plaza, y los que ahora nueva­mente han sido repetidos por el teniente protector don Jo a ­quín Valcárcel, de ser los caciques de su satisfacción, sujetos a su mando, y de mayor número en los parajes, ríos y que­bradas donde habitan (que así mismo S. E. les ha dado pa­tentes de capitanes) :

Don Ju an de Dios, que lo es del río Chucunaque.Don Tomás Mulagana, del río Subcutí y Suetí.Don Julián Goacagopiti, del río de Cañazas.Don Diego de Matumagantí, del río de Mage.A cada uno de éstos se les dará al mes el sueldo de trece

pesos, y siendo preciso atender la lealtad con que se han man­tenido en la obediencia de S. M., sin haber faltado al cumpli­miento de sus reales órdenes, y estando prontos a cuanto se ha ofrecido de su real servicio, los caciques de los pueblos que están a la parte del Real de Santa María en dicha provincia y lo son don Luis del Castillo, del renombrado Pirrí, y don

José de Ibarra, el de Balsas, se les asistirá asimismo a cada uno con trece pesos de sueldo al mes; para lo cual ordena y manda S. E. al contador del sueldo y real hacienda de estas reales cajas, forme lista separada según sea la clase que va prevenida, abriendo su asiento a cada uno para que goce de los sueldos que van señalados a los que en virtud de este auto serán bien pagados, y por él pasarán los pies de lista a la pro­veeduría y pagaduría general de este reino, para que de ella reciba el importe de todos, el citado teniente protector don Joaquín de Valcárcel y los pase a los nominados según su clase y de él se darán los testimonios correspondientes, por el cual así lo proveyó y firmó con parecer de su asesor general y au­ditor de guerra el licenciado don Roque Martínez Carrillo, quien lo firmó.—Sandoval.-Carrión.

En la ciudad de Panamá, en veinte y dos de julio de mil setecientos cuarenta y un años, el Excmo. señor don Dionisio Martínez de la Vega, gentil hombre de la cámara de su m a­jestad, etc., dijo, que en virtud del decreto de seis de junio del año pasado, que está en la página 44, se concedió a Ju an Su- livan, de nación francesa, por sí y en nombre de sesenta y cin­co hombres de la nación que habitan levantados en la parte del norte de la provincia de Darién, el perdón general que pi­dieron, por ser su voluntad acogerse a la protección y amparo de S. M. a quien juraron vasallaje y reconocimiento por su rey señor, y respecto a que todos ellos hicieron el juramento, que se cometió al teniente protector don Joaquín de Valcárcel, según parece de las diligencias que corren desde fs. 51 hasta 59, en que se halla incluso un despacho librado por el Excmo. señor virrey de estos reinos y dado en la ciudad de Cartage­na a trece de agosto de dicho año pasado, haciendo referencia al citado decreto sobre dichos franceses, y para que se les am­pare en la posesión de las tierras en que están, declarando di­cho Excmo. señor virrey quedar sin efecto la exclusión de és­tos, que en el punto primero de lo convenido con los indios se propuso de que hubiesen de salir de aquella parte y venir a la del sur, lo que desde luego los m antenía y amparaba para que estuviesen donde se hallaban poblados, y juntándose entre sí eligiesen capitán a guerra, con aprobación de S. E. dicho señor presidente y comandante general, en cuya conformidad habiendo venido a esta plaza el dicho Ju an Sulivan con otros

dos de su nación, y haber expuesto éstos que en la junta que hicieron para esta elección la ejecutaron en don Santos Bu- Ilico, uno de los dos que han venido y habiendo S. M. man­dado despacharle el título de capitán de guerra, para que éste se mantenga en la autoridad y respeto que los suyos deben darle como superior, y atendiendo a los servicios que ha eje­cutado de concurrir al pronto despacho de los expresos que S. E. ha despachado por dicha providencia a la de Cartagena, con pliegos del real servicio, le señalaba y señaló veinte pesos de sueldo al mes, para lo cual el contador del sueldo y real hacienda de estas reales cajas, en la hsta mandada de formar de los caciques principales, y demás caciques sujetos al mando de ellos, les abrirá asiento, a fin de que por ella les incluya en lo que diere de la provincia y pagaduría general de este reino, donde se entregará al citado teniente protector para su remi­sión, tomando testimonio de este auto cada oficina para que por él se les pase en cuenta y les sirva de comprobante a su data.

Y en atención a lo que ha tratado S. E. con el ilustrisimo señor obispo de este Reino, sobre los puntos que hizo el caci­que don Felipe Uriñaquicha y resoluciones que a ellos se die­ron, teniendo presente lo concerniente a dichos franceses so­bre el punto de religión por ser católicos, apostólicos, romanos todos los que habitan en dicha parte del norte, según tienen confesado, se le hará saber al citado capitán a guerra, don Santos Bullico, para que enterados por sí y haciendo saber a los suyos se hayan de arreglar a vivir a nuestra Sagrada Re­ligión, y admitiendo cura que les administre los Santos Sacra­mentos y los instruya en los misterios de nuestra Santa Fe Católica, luego que por S. M. venga la real decisión en este particular, y para en el caso que quieran contraer matrimo­nio con las mujeres indias naturales de dichas provincias, se­gún se previene para el Santo Sacramento, hayan de traer ins­trumento que justifique no ser casados en sus patrias, ni en otra parte alguna, pues de esta suerte, además del beneficio espiritual que resultará a la seguridad de sus almas, se les franquearán los demás temporales para su mayor descanso y mantención de ellos, sus mujeres e hijos que tuvieren y de este auto se le dará un testimonio a dicho capitán a guerra, para que con mejor inteligencia de lo que en él va prevenido, queden impuestos a su observancia, y por él así lo proveyó,

mandó y firmó con el comparecer del licenciado don Roque Martínez Carrillo, su asesor y auditor de esta plaza, quien tam­bién lo firmó.

• Martínez de la Vega.— Carrillo.—Ju a n Carrión.

En este día saqué dos testimonios que se previenen en este auto, y entregará el uno al contador del sueldo, y el otro al capitán francés. Doy fe .— Carrión (^).

Poco tiempo después de haberse obtenido esta pacificación de los indios del Darién, el gobernador don Dionisio Martínez de la Vega fue llamado por el rey a España, donde, en recom­pensa de sus servicios, le confinó el monarca el título de m a­riscal de campo. El obispo Morcillo Rubio y Auñón murió en Panamá en el mismo año de 1741.

De conformidad con las capitulaciones celebradas con los caciques Sauní y Uriñaquicha, en las que, a solicitud de los indios, se determinó que los misioneros que habían de evan­gelizarlos fueran jesuítas, el provincial de Quito, P. Carlos Brentano mandó al cacicazgo de don Ju an Sauní, o sea al Da­rién del Sur, a los padres Joaquín Alvarez y Claudio Escobar. Para el cacicazgo de don Felipe Uriñaquicha se nombraron los padres Pedro Fabro y Salvador Grande. Los misioneros del Darién dei Sur bautizaron al jefe indígena, enfermo de virue­las, y obtuvieron que su hermano y sucesor ratificase el tra ta­do de paz o capitulación celebrada con el gobernador de Pana­má. El padre Alvarez llevó consigo a Panam á al cacique y su esposa con varios indios y fueron confirmados por el obispo don Ju an de Castañeda Velázquez y Salazar que gobernó la sede de Panamá desde el año de 1743 a 1749. En esta ceremo­nia, que tuvo lugar en el propio oratorio del prelado, fue pa­drino del cacique el gobernador, Dionisio de Alcedo y Herrera. El padre regresó al Darién del Sur con sus indios y consiguió bautizar algunas otras familias indígenas, pero no consiguió mayor progreso en la misión.

El padre Jacobo Walburger, que entró en 1745, y fue cura doctrinero de Yavisa, elevó al rey una exposición, en la cual manifiesta que en tres años no pudieron obtener cosa alguna

(’ ) Todos estos documentos están publicados por don Antonio B. Cuervo en su Colec­ción de documentos inéditos sobre la geografía y la historia de Colombia, socados del Archivo General de Indias de Sevilla, t. II. págs. 282 y sigs.

él ni SU compañero, pues sólo sacaron setecientos veinte indios de los montes, los cuales se les murieron de alfombrilla” (*).

Monseñor Heredia citado por el padre Daniel Restrepo (-), dice al tratar del año 1750: “Muere en las misiones del Da­rién el apostólico padre Walburger, que tan gloriosamente ha­bía trabajado en los Guaimies y en el Darién. Los indios le llo­raron amargamente. Sucedióle el siciliano padre Francis, el cual llegó a poseer el idioma del Darién con gran perfección, y compuso en él la gramática, diccionario y catecismo. En sus continuos viajes se quebró una pierna, y tuvo que salir de la misión, quedando ésta desamparada” (•*).

Sobre la misión de los padres jesuítas en el Darién nos dice el ilustrísimo Rojas de Arrieta: “Los indios del Darién habían seguido quietos después de los tratados celebrados con el ilustrísimo señor Morcillo con sus caciques, pero esa quie­tud no inspiraba confianza, conociéndose el carácter de estos indios, se temía que el día menos pensado volvieran a suble­varse”. Su razón tenía la leyenda que hasta hace poco se leía a la entrada del Darién del Sur. Los españoles levantaron un castillo o casa fuerte en la isla que forma el río Tuira en su desembocadura de dos millas y media, entre su boca grande y boca chica, isla que se denomina el Encanto, pero que los primeros colonizadores lo denominaron E scu chadero, porque les servia de atalaya y de escu cha ante las ruidosas acometi­das de los indios darienitas. En una roca incrustada al pie del castillo grabaron los españoles los siguientes versos:

Cuando en tres a l D arién en com ién date a M aría; en tu m ano está la en trada, en la de Dios la salida.

Si bien se habían enviado misioneros a residir entre los indios, a fin de mantenerlos en la sumisión, y se habían esta­blecido autoridades para proteger y apoyar a los misioneros, sin embargo el señor Castañeda deseaba dar más consisten­cia y seguridad a esta misión, no considerándola suficiente­mente tranquilizadora. Comunicó sus proyectos con el supe­rior de los padres de la Compañía de Jesús, proponiéndole al

( '} José I. Bordo, Historia d» lo Compañía d * Itsú t «n la Nu*va G ranada, t. II, c. VI. (») Ob. cit., cap. XII.(*) J. F. Heredia, S. ]■, Lo antigua prorincia d * Quito, p. 28 de la ed. de Quito, 1924.

mismo tiempo que tomasen a cargo esa empresa; y esto bene­méritos sacerdotes que no aspiraban a otra cosa sino a exten­der la fe de Jesucristo por doquiera, y, sobre todo, entre los infieles, no se hicieron rogar, antes bien aceptaron gustosos la penosa y difícil misión.

En los tratados celebrados con los caciques Uriñaquicha y Sauní, el ilustrisimo señor Morcillo se había comprometido a enviarles misioneros que residieran entre ellos, les constru­yeran iglesias, y los doctrinaran, los enseñaran a cultivar la tierra, los instruyeran en algunos ramos de industrias y artes, establecieran escuelas para su hijos, etc., y nadie mejor que los padi’es jesuítas podrían satisfacer estos compromisos que respondían a otros tantos medios de civilización. Se concertó con el gobernador Alcedo la fundación de la misión, se toma­ron las providencias necesarias para asegurar su buen éxito, y los padres fueron enviados a establecerse entre los salvajes. Trabajaron con celo y denuedo estos valerosos misioneros, lo­grando en poco tiempo fundar las misiones catequistas de Mo- lineca, Balsas, Tucutí y Cupé. Una parte de ellos se internó hasta las cabeceras del Chucunaque, mientras la otra traba­jaba entre los indios de Calidonia y San Blas. Pero el enemigo de las almas se introdujo también entre aquellos salvajes por medio de los perversos extranjeros que les sugerían que el que­rer convertirlos al catolicismo no era más que un medio para esclavizarlos más fácilmente. Y les removían al antiguo odio contra los españoles. Los indios de esta manera sugestionados, comenzaron a manifestarse recelosos, esquivos y huraños con los misioneros, de suerte que no poco trabajo costaba a éstos poder reunir unos cuantos. A pesar de los esfuerzos que los padres hacían para inspirarles confianza, haciéndoles ver la falsedad de lo que esos aventureros les decían, y no obstante la vigilancia desplegada por las autoridades para impedir la entrada al territorio a estos malos consejeros, los indios con­tinuaron retraídos y acabaron por manifestarse abiertamente hostiles a los misioneros. A esto se agregó una epidemia de sarampión que se desarrolló entre ios indígenas y los padres tuvieron que abandonar el territorio a la barbarie de los ha­bitantes” (/).

Parecida suerte corrió también la misión del norte en el cacicazgo de Felipe de Uriñaquicha, confiada a los padres Fa­bro y Grande. La causa de no consolidarse su labor evangeli­zadora se halla en la intromisión de los piratas franceses, ho­landeses e ingleses, que casi en su totalidad venían a ser he­rejes, calvinistas y luteranos. Un padre jesuíta ilustre, el padre Félix Restrepo, rector de ia Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, nos dice que la causa principal de la esterilidad de la obra de los misioneros “procedía de los herejes. Calvinistas y luteranos infestaban los mares y recorrían las ciudades de la costa. Juntando un fin político y de grangería con el odio religioso, mataban al misionero que caía en sus manos y ar­maban con armas de fuego a los bárbaros para que las vol­vieran contra los españoles” (^).

En la Relación de mando del virrey Eslava, se dice: “Para dar principio a las misiones del Darién en la provincia de Panamá, preparó S. E. los ánimos de aquellos indios por me­dio del cacique don Felipe Uriñaquicha (-) y del que le servía de intérprete y protector y después remitió a los padres Pe­dro Fabro ( ) y Salvador Grande de la Compañía de Jesús, costeándoles todo lo necesario y con algunos regalos para los caciques e indios; pero habiéndose dejado persuadir éstos del mal influjo de los franceses que habitan en aquel golfo, se volvieron a Cartagena dichos misioneros conociendo que por la banda del norte no estaban los ánimos en disposición de se­guir el estandarte de la fe, por lo cual insistió S. E. a que no se desistiese de la predicación del Evangeho por la parte del sur, por si acaso pudiese penetrar sus luces a los que se ha­bían mostrado tan ciegos en la banda del norte (^).

A mediados del siglo X V III se fundó en la ciudad de Pa­namá por el sacerdote nativo de la misma, la Universidad San Francisco Javier, en el colegio de los jesuítas con tres cátedras, de filosofía, teología, moral y de escolástica, donde podían los estudiantes obtener los grados de bachiller, maestro y doctor, según los privilegios de la Compañía, conforme a la bula del

La mitión d * España *n la conquista de América. Discurso pronunciado por el R. P. Félix Restrepo, S. I-, redor de la Universidad Pontificia laveriana de Bogotá, en la Academia de la Historia de la misma ciudad el d ía 12 de octubre de 1940.

( ) En la relación se le llam a Omaquicha.( ) En la relación se le da el nombre de Pedro Leiebre.(«) Relación de Mondo« de 1751, pág. 47 de la ed. de Bogotá, 1910.

Papa Pío IV, de 9 de agosto de 1561, según la cual se concedía a la Compañía el privilegio de que en los lugares en donde no existiera universidad pudiesen sus estudiantes, graduarse de bachiller, licenciado, maestro y doctor. Este mismo privilegio fue confirmado, con algunas ampliaciones, por el Papa Gre­gorio X III , en su Bula de 7 de mayo de 1578, y a ambas bulas se les dio el pase para su uso en el Consejo de Indias, el 5 de septiembre de 1620. El fiscal de su majestad el rey, el 5 de di­ciembre de 1748 y luego el 6 de febrero de 1749 pidió a su ma­jestad la confirmación de la licencia, cosa que fue aprobada por el Real Consejo de Indias el 11 de febrero de 1749. El 3 de junio de 1749 por el real decreto, dado en Aranjuez, se con­cedió licencia a fin de fundar tres cátedras con la facultad de dar grados.

Don Antonio Porto y Costas en el informe de la explora­ción y reconocimiento de la costa de Mosquitos que hizo el año 1789, dice al respecto: “Los ingleses —dice— se aprove­chan de la ocasión para vituperar el trato de los españoles y ensalzar el de su nación. Para tener estas naciones a nuestra devoción, sería importantísimo pedirles a algunas principales, algunos de sus hijos para educarlos, de cuyo sistema se segui­ría una paz inalterable, porque siempre temerían cayesen so­bre sus hijos las consecuencias de cualquiera deslealtad suya; y sería más ventajoso este proyecto si se pudiese conseguir de cada uno de los principales un muchacho que serían otros rehenes de paz. Todos estos arbitrios serían saludables, y para que lo fuesen más convendría extirpar enteramente el trato y frecuencia con la nación inglesa” (^ .

Cuando en 1761 fondeó en el golfo de Urabá, frente a Acandí, la goleta del teniente don Francisco Javier Monti en reconocimiento y exploración del golfo de Urabá, vinieron los indios de Tolo y Acandí en unas piraguas, se apoderaron de la goleta y mataron a la tripulación; luego llevaron a tie­rra la goleta y sacaron toda su carga. Confesaron los indios, que habían hecho este escarmiento porque los ingleses les en­cargaban que no consintiesen españoles en sus tierras (-).

(’ ) Antonio B. Cuervo, ob. cit., t. I, pág. 462.(*) Ibid, páq. 498.

Por los informes que los padres jesuítas, Fabro y Grande rindieron al virrey de Nueva Granada, don José Pizarro, vién­dose obligados a retirarse de la misión por la esterilidad de sus trabajos y por la intromisión de los herejes-piratas, se conje­tura que su labor espiritual entre los indios no pudo consoli­darse (^).

El P. Daniel Restrepo en su mencionada obra, aduce las palabras del P. Antonio Julián, S. J . , quien aludiendo a la cizaña sembrada por los extranjeros en el Darién, dice “que­da no sólo sin fruto, sino como aquellas ciudades que leemos en la Divina Escritura, sembradas de sal, al rigor y enojo de los vencedores, para que nunca más saliera en ellas pimpollo ni fruto. Así o poco menos queda el Darién, y lo que es peor, impenetrable a operarios que vayan a arrancar la cizaña y a sembrar otra vez el grano evangélico. . . El Darién, antigua y riquísima provincia del rey de España, está de una vez per­dido en m ateria de religión” (-).

“Pesimista en extremo parece aquí el P. Julián, agrega por su parte el P. Daniel Restrepo. Por entonces, mal andaban las cosas; pero Dios es poderoso y ama su viña; y entre otros au­xilios que al correr de los tiempos ha enviado al Darién, mo- dernísimamente ha proveído aquellas tierras de misioneros tan eficientes y abnegados como los Padres Carmelitas, los cuales han formado allí para la Iglesia cristianos excelentes, y para la patria nuevos y dignos ciudadanos”

Prosigue el mismo P. Daniel Restrepo: “Por informe que a S. M. dieron el Virrey Eslava y el Obispo de Santa Marta,D. José Nieto Polo, vinieron con el nuevo Virrey D. José Al­fonso Pizarro, marqués del Villar, siete padres Jesuítas que llegaron a Cartagena en noviembre de 1749 y a poco desem­barcaron otros siete. El marqués de la Ensenada, en las ins­trucciones que de orden del rey daba al del Villar, le decía: “Si por no tener estos sacerdotes práctica todavía de la lengua y costumbres de los bárbaros, no tuviere V. E., por convenien­te meterlos luego entre aquellos indios, podrá V. E. mandarlos entre tanto al Darién a tomar luces y experiencia de las Na­

(>] El iniorme lleva la lecha de 17S3.(-) La P*rla de América —Santa Marta—, págs. 308-303 de la edic. de París, 18S4. (») Ob. Cit. Cop. XII.

ciones incultas; y después de algún tiempo, llamarlos e intro­ducirlos en la Provincia de Santa Marta, a fin de reducir y pacificar esta nación de los Guajiros” (^). Los padres, oídos los informes de Fabro y Grande, a que hemos aludido poco ha, no creyeron prudente ir al Darién; y entre tanto llegó otra real orden en que se decía que a G uajira vinieran los pa­dres capuchinos de Venezuela y los de Guajira, de la misma orden, pasaran a los Chimilaes: los jesuítas se destinaban pa­ra el Darién. Sorprendidos y desconcertados con esta orden contradictoria, el nuevo obispo de Santa Marta, don José J a ­vier Arauz, llamó al superior de los capuchinos de la Guajira, P. Oliva. Oigamos de boca del P. Julián, que tomó parte en los hechos, y que era uno de los cotorce jesuítas mencionados, cómo sucedieron las cosas: Vino inmediatamente el P. Pre­fecto; y pidiéndole su ilustrísima informes dei estado de aque­lla misión, y de la nación de los guajiros, le respondió con toda sinceridad el padre: Señor, aquella misión se halla en deplo­rable estado: Nosotros, cinco que somos, casi nada podemos hacer entre los guajiros, ni servimos de otra cosa que de ser testigos de sus maldades: de buena gana dejáramos sus tie­rras a los nuevos misioneros, y nos volviéramos a España, o las dividiéramos con ellos, que para todos hay campo bastante para trabajar. Estas mismas expresiones oí yo de la boca, no solo del mismo padre, sino de los otros cuatro, con quienes amigablemente traté sobre éste y otros asuntos; y no hubo uno que no me dijera las mismas o semejantes palabras” (-).

Esas relaciones de autor tan honorable como el P. Ju li;n , sirvieron a Groot para deshacer las desorientadas apreciacio­nes del doctor José Antonio Plaza, quien en sus M em orias asevera que los jesuítas traídos por Pizarro se encargaron de la misión de Santa Marta, y que no adelantando nada estas misiones, el virrey Pizarro les mandó suspender los trabajos, reemplazándolos con capuchinos. Se ve que a pesar de la bue­na voluntad de los nuestros y de la benevolencia de los padres capuchinos al admitir nuestra colaboración, ésta no pudo lle­varse a efecto (^).

Entre los catorce jesuítas que fueron destinados al Darién

(!) P. Julián, ob. cit., p á?. 240. I>) Ibid., pág. 245.(•) Ob. cit., cap. XII.

— leemos en E jem érides C olom bianas—, se contaba el padre G rande, grande más por sus cualidades y su talento que por el apellido, y el P. Fabro, que había figurado en Europa entre los escritores notables de la compañía, y que luego fue provin­cial del Nuevo Reino, tuvieron que regresar del Darién, por­que el trato de los extranjeros con los indios, no facilitaba las misiones” {*).

i ’ ] Hermano Luis Gonzoga (Pacíiico Ooral] dal Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, uág. 49 de la edic. de Bogotá, 1920.

CAPITULO XI

R eiteradas gestiones d e los R eyes Católicos para la evangeli­zación y reducción de los indios del D arién y d e Urabá.

SUMARIO; Actuación de las autoridades eclesiásticas y civiles de Pa­namá y Cartagena en Urabá y el Darién. — Dictan>en para el buen éxito de la pacificación de los indios. — Censo de los Indios del Da­rién y Urabá a Mediados del sigto XVIII. — Diligencias de reconoci­miento del Darién y Urabá. — La comisión responde a cuatro preguntas formuladas por el rey. — Poca seguridad para ios misioneros entre los indios. — Un padre dominico francés entre sus paisanos ctel Darién y Urabá. — El virrey Solís manda ai gobernador de Cartagena que lega­lice la estancia de los franceses en el golfo de Urabá. — Piden los fran­ceses (casados con mujeres indias) "govierno político con párroco y juez que los govierne". — Informe del virrey Solís sobre Urabá en la relación dei mando. — Entrada de varios sacerdotes seculares a Urabá.

Uno de los más distinguidos historiadores de las Indias, el carmelita padre Antonio Vázquez de Espinosa, en el capí­tulo que dedica en su D escripción de las In d ias O ccidentales, al gobierno de Cartagena y al distrito de su obispado, dice: “Tiene el obispo de Cartagena de distrito Este-Oeste, desde el río grande da la Magdalena por donde confina con el de Santa

Marta hasta el rio Darién, que está al oeste 80 leguas, y nor­te-sur otras 80” (^).

Como habrá observado el atento lector, la acción de las dos potestades, eclesiástica y civil, en la región de Urabá, y del Darién del Norte, viene siendo combinada. La parte oriental del golfo, era atendida por las autoridades de Cartagena de Indias, mientras que la occidental era administrada por Pa­namá, con raras intromisiones en la parte opuesta a sus res­pectivas jurisdicciones. Prácticamente seguia en pie la demar­cación que hiciera Fernando el Católico para las gobernacio­nes de Ojeda y Nicuesa. En esta resolución real se apoyan sin duda algunos hitoriadores panameños para afirmar que los límites de la nueva república del istmo llegan por el oriente hasta el río Darién o el Atrato.

E l autor anónimo de D ocum entos para la H istoria del D epartam ento de Bolívar, trae una relación de los curatos que contiene la provincia y diócesis de Cartagena de Indias, en que son iguales de extensión las potestades eclesiástica y se­glar, y en seguida añade: “Esta dicha provincia y obispado de Cartagena, comprende el territorio que se abraza entre los grandes ríos de Magdalena y el Atrato, San Ju an o Darién”. Tenemos, pues que la acción simultánea de ambas autorida­des se extendía hasta el propio Golfo de Urabá. Más aún, los sacerdotes eran verdaderamente misioneros que no tenían te­rritorios definidos para sus actividades, sino que venían a ser como vicarios cooperadores del prelado diocesano. Esto se deja entender en el mencionado documento: . . Ni en una ni en otra parte — se dice— tiene fixas establecidas por partidos, ni aun en lo eclesiástico, pues todos los curas del obispado son vicarios independientes, a excepción de una y otra vez que a voluntad de los prelados, ha solido dividirse por partidos” (-).

(*) Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, Segunda Parte. Lib. II, cap. III, núm. 924 de la ed. de Washington. 1948.

(*] Documentos para la Historia del Departomento de Bolívar, compilados por Eduardo T. de Piñeres, pág. 133 de la 2í> edición, Cartagena, 1924. — A estos docu­mentos anónimos, que Piñeres publicó, se refiere, indudablemente, el historiador don Joaquín Acosta en su Compendio del Descubrimiento y Colonixaeión de la Nueva Gra­nada, cuando escribe: "Durante mi residencio de algunos d ías en Cartagena en 1845, me franqueó el ilustrísimo señor Sotomayor. obispo de aquella diócesis, un tomo ma- niiscrito, cuyo titulo es Crónico y noticia de la conquista y población de la Provincia de Cartagena, escrita en tiempo del señor Pereda en 1767, por su Secretario escudero, que en un viaje a Bogotá, tuvo ocasión de leer la historia manuscrita del padre fray Pedro Simón y otroc autores. En su resumen copia a fray Pedro Simón y no indica fuente alguna desconocida hoy en donde haya podido odquirir noticias particulares

Cuando por capitulación, celebrada en Madrid a 24 de agosto de 1569, entre el rey y el capitán Andrés de Valdivia, se le nombró, por defectuosa información, gobernador y capitán general de las tierras comprendidas entre los ríos Magdalena y el Darién (Atrato), hubo protestas de las gobernaciones de Cartagena y Popayán. Escribe fray Pedro Simón: “Habiendo el capitán Andrés de Valdivia pasado a España y procurado allí alcanzar para sí la gobernación de Antioquia. tomó asiento con el Consejo de las condiciones con que había de obtenerla. Se le despacharon títulos de gobernador y capitán general de las provincias de Antiochía y tierras de entre los dos ríos y provincia de Urabá hasta el mar del norte, en el cual título se ha de advertir, que como en aquellos tiempos no estaba tan informado el consejo de la cosmografía de esta tierra, hacían los que pedían relaciones siniestras, para más extender sus jurisdicciones, y así sucedían diferencias cada día entre los gobernadores convecinos, y las que se siguieron entre don Pe­dro de Heredia y Andrés de Valdivia, y don Jerónimo de Sil­va, gobernador de Popayán, sobre la misma gobernación de Antiochía y pudiera ser las hubiera mayores si Valdivia no muriera tan temprano, por decir su título que se extiende hasta la mar del norte y provincia de Urabá, que todo esto era de la gobernación de Cartagena” ( ’). En efecto: D. Pedro de Heredia creía que su gobernación de Cartagena llegaba hasta la ciudad de Antioquia. Por este motivo encarceló y re­mitió a España a Jorge Robledo, fundador de la ciudad de Antioquia, como usurpador de su jurisdicción. En el proceso que levantó en San Sebastián de Buena Vista de Urabá con­tra Robledo el día 20 de marzo de 1542, decía Heredia: . . F a ­llo que debo declarar y declaro la ciudad de Antiochía que el dicho Jorge Robledo, dize aver poblado estar poblada e asen­tada dentro de los límites de esta mi gobernación de Cartage­na y en lo mejor della y en consequencia devo pronunciar e pronuncio por ninguna dicha población” Don Jorge Ro­

respecto de la provincia de Cartagena. Q uéjase de la coniusión que resulta si se quie* ren cam biar los sucesos de la jornada de don Pedro de Heredia a los cantones de Barlovento con las distancias 7 situación actual de los pueblos. M aniiiéstase iam iliaii- zado con los hechos de la conquista, y creo que es una obra que debería copiarse pa> ra conservarla en un elimo más propicio a los archivos que el de nuestra costa". (Ob. cit., páq. 279 de la 29 edición de 1910 en Bogotá).

(’ ) Noticias Historiales, Parle III, Noticia V, cap. VII.(*) Cír. E. Robledo, Vida del M ariscal Jorge Hobledo, págs. 217 y sigs. de la ed.

de Bogotá, 194S.

bledo apeló al Consejo de Indias, y éste dio la razón al funda­dor de Antioquia, revocando la sentencia de Heredia el día 5 de noviembre de 1543 en Valladolid. Declaró el Consejo que la ciudad de Antioquia no quedaba en la gobernación de don Pe­dro de Heredia, sino en la de don Sebastián de Belalcázar.

De acuerdo con la descripción que hizo la Expedición de Fidalgo a fines del siglo X V III para el reconocimiento de las costas del Caribe desde Maracaibo hasta el Chagres, la pro­vincia de Urabá estaba comprendida al Este por el río Sinú desde su desembocadura en el golfo de Cispata subiendo su curso hasta la desembocadura de su río afluente Taraguay o Jaraguay que, según noticias de la misma expedición, está a 39 leguas de Cispata y a cinco jornadas de Montería, y le cae al Sinú por la banda izquierda, teniendo su nacimiento en la cordillera del Abibe al Este de Turbo. Por el Oeste, el río Atra­to o el Darién, y por el Norte, queda limitada por el mar Ca­ribe (*). En el mismo informe, se añade: “La provincia de Car­tagena se extiende por el Oriente hasta el río de la Magdale­na, prolongándose al Sur 200 leguas; da la vuelta con el río Atrato o del Darién, de donde vuelve al Septentrión hasta su desembocadura en el Golfo de Urabá o del Darién del Nor­te» O .

Cuando en 1648 la Santa Sede confió a los padres capuchi­nos las misiones del Darién y Urabá, se hacía constar que di­chas provincias, es decir, Darién y Urabá, estaban sujetas al obispado de Cartagena: “...C u m pervenissent in Uraba et Darien Provinciaes, Episcopo Carthaginae subpectas” (^).

Por D arién, se entiende, a veces una zona corta de la costa occidental del Golfo de Urabá, y otras veces toda la parte oriental del Istmo, norte y sur; de ahí la denominación del Darién Provincias, Episcopo Carthaginae subjectas” C).

Cuando en 20 de junio de 1900 la sede episcopal de Car­tagena de Indias fue elevada a arzobispado, la silla de Pana­má fue elevada por la Santa Sede a arzobispado, quedando como sufragáneo el obispo vicario apostólico del Darién con sede en Colón.

(*) A. B. Cuervo, ob. cit., t. I, pág. 133.(<) A. B. Cuervo, ob. c i t , pág. 119.(*] P. Roque Cesinole, O. M. Qap- Storio delle Missione dai Coppucini, t. II, cap.

XIV (Romo. 1873).

Durante el siglo X V III hizo la corona de España inauditos esfuerzos, secundada fielmente por el poder eclesiástico, para la reducción y catequización de los indios y rebeldes del Da­rién. Para este fin, los gobernantes sugirieron los medios más prácticos y asequibles, pero el resultado fue casi nulo. La pa­cificación pura ha sido poco estable. A la menor ocasión, real o aparente, los resabios atávicos de los indios anulaban todos los esfuerzos de los misioneros pacíficos.

Existe un informe anónimo de 1739, hasta hace poco iné­dito. Este manuscrito de 20 páginas se conserva en el Museo Etnográfico de Gotemburgo (Suecia) bajo el numeral B-2717. El informe está fechado en Madrid a 13 de enero de 1739, pero su autor, como lo da a entender el texto, fue alguno de los go­bernantes de la época en Tierra Firme. Se publicó el manus­crito en la revista E tn olog iska Studier, 10, 1940. — Ethnogra- phical Museum, Goterborg. El sabio etnólogo sueco, Henri Wassen, ha publicado este interesante manuscrito, precedido de una excelente Introducción, en el B oletín d e la Sociedad G eográfica de Colom bia, en el número de julio de 1941 (Bo­gotá). A continuación transcribimos lo pertinente a nuestra historia.

D ictam en para el buen éx ito que podría ten er la p ac ifi­cación o conqu ista d e los indios cu nacun as de la provincia del D arién, que en el añ o de 1728 se em prendió y se m alogró, por las razones que el p residen te d e P an am á in form aría en ­tonces.

“Independiente de los motivos que expongo, m ilitan para la sujeción de los indios darienitas o cunacunas situados en la parte del mar del norte entre Cartagena y Portobelo, no solo el reparo y medio de las hostiUdades que en aquella costa ejecutan los piratas, donde sus naturales los auxilian y abri­gan, sino también las que de los mismo experimentan las Pro­vincias de dicha Cartagena y Portobelo, robando con sus pi­raguas, y aun balandros que arman, las que pasan de una parte a otra; como también las canoas, y embarcazas peque­ñas que a ellas conducen los víveres en tal grado que han lle­gado a tener bloqueadas en algunas ocasiones ambas plazas, según lo ejecutó uno, nombrado Miguelillo, el año de 1710, y después hizo lo mismo otro llamado Pitipié, manteniéndose

con distintas embarcazas, muchos años, en dicha costa del Darién, que al presente se halla igualmente infestada de es­tos enemigos levantados, y habitado de ellos en el número de más de 500, el pueblo de Tarena (fundado y el de Cacarica el año de 1701 por los padres franciscanos), que unidos en mayor fuerza, si concurren a la protexión de cualquier prín­cipe extranjero, era de temer lo propio que sucedió con los escoceses el año de 1697, que poblaron y se fortificaron en la misma costa y sitio nombrado Calidonia. . . (^).

Se debe precaver otro suceso semejante en la presente constituzión que hoy se halla dicho reyno principal antemu­ral del Perú sobre todo lo cual se haze digno de atenzión y aun egecutan al remedio de los maiores insultos que prevale- zen por los indios con los pueblos confinantes de dicha pro­vincia del Darién, extremándose sus tiranías desde el año 1727, que pasaron a cuchillo a los vecinos del pueblo de Cana, y Ri. de Santa María, y quemaron al de Chepigana, abrassan- do hasta los templos y sus curas, con robo de los vassos sa­grados, y exclavitud de la gobernadora, sus hijas, y criados, lo que hubo de dar motivo a emprender la conquista en el año de 1728 por el presidente de Panamá, don Manuel de Al- derete, malogrado, después de haverse gastado en ella más de zien mil pesos según consta de los informes con que daría quenta al rey; y para no poner a esta contigenzia, passo a ex­poner en cumplimiento de lo ofrezido, al modo de consseguir- se importante triunfo y conquista de dicho Darién, según mi corta conprehensión, noticias y pruebas.

Primeramente, conbendrá ante todo mandar al presiden­te de Panamá construya un nuevo fuerte en el Real de Santa María y propio parece que lo egecutó don Manuel de Aldere- t e . . . y poco después fue quemado de los indios, como tam ­bién el mismo pueblo de Santa María y otros cincunvezinos de los darienes ya reducidos por la parte de la Mar del Sur, de que se fueron algunos con los rebeldes que están poblados en la del Norte, y son los que se deben pazificar, o conquistar, para quedarlo toda aquella rica provinzia. . .

Por ambas partes del sur y dei norte se debe emprender este negozio, conduciéndose en Panam á en las embarcacio-

(>) Modificamos ta crtogralía y puntuación del in iom e p ata facilitai su lectura. Henri W asen la publica ajustado "Cuidadosamente a l orginal, tantc en la ortogralía como ea la contrataci^q de las palabras y abreviaturas".

nes que allí hay al propio Real de Santa María 500 hombres buenos de la gente paisana de su distrito, consistiendo en blancos, negros, mulatos, zambos, y quarterones. . . que a mi entender será en dos cuerpos que suban por el río de las Ca- ñazas o el que fuese más adecuado de los distintos que hay par yr a recalar por la montaña (donde solo en dos partes es practicable el paso; el uno al pueblo de Palión y el otro a la Calidonia o Tarena al tiempo y día señalado que se acordase con la tropa, que se enbiará de Portovelo, Cartagena, y pro- vinzia de Citará, vajando ésta por el río Atrato.

De la provinzia de Citará confinante de la del Darién, po­drán mandarse vajar 500 hombres, los 300 naturales indios, y los 200 de las castas distintas que allí h a y . . . De Cartagena, soy dictamen, se embien 200 hombres de la gente mejor mi­liciana . . . hechando mano de algunos que habrá muy vaquia- nos de la costa del Darién, y también se incluirán otros exper­tos de la villa de Tolú, poblaciones del río del Zinú y Sabanas, donde hay cuantos se necesitan para el conoziniiento de aque­llas costas y montañas, y asimismo muchos prácticos en Car­tagena para las embarcaciones que envíen armadas deverán conducir esta tropa con todas las armas necesarias así para ella como para la gente del Chocó y Portovelo pues allí podrá no haber las suficientes y por lo consiguiente llevarán los vas- timentos para todo el conjunto; esto es inclusive los 500 hom­bres que han de venir por la parte de Panamá y costa del sur, cortando la montaña, su falda, hasta la mar del norte. Las embarcaciones deverán ser tres o quatro buenas balandras hasta de 10 a 12 cañones acompañándolas quatro buenas pi­raguas . . . llevando cada balandra un capellán, cirujano, un barbero, galafate, armero, carpintero, condestable, y algunos artilleros, a más de los correspondientes a cada u n a . . .

Para asegurar más vien el logro, y mejor efetto, de todo lo expuesto, será preziso vage al tiempo que se señalare de Portovelo, la gente buena que allí se pueda juntar. Que con­sistiendo el todo de esta gente 200 a 300 hombres, vastará: deviendo pasar a una de las islas de enfrente del Platón, aque­lla que se señalare de acuerdo con el que viniese comandando el todo de la tropa de Cartagena y C hocó. . . Teniendo los in­dios que acudir a tantas partes por las mismas distintas ope­raciones nuestras aún propio tiempo será el medio y modo más seguro de venzerlos, y rendirlos, a muy poca o ninguna

costa de sangre; siendo a lo que se deve atender y esto pende del proyecto que se haga en Cartagena y Panamá, con indi­viduales noticias que se soliciten, tan fáciles conseguir del es­tado del país, de los indios, y levantados que entre sí, están liados separadamente, respecto que de unos a otros tiempos, puede variar en mucho su constituzión, ya por epidemias que entre ellos hay, en que perezen pueblos enteros, y ya porque se mudan a otras distancias . . .

Pacificados los de la costa del norte, y extinguidos en ellos todos sus pueblos, extrañando los agitadores a la isla de Cuba y Santo Domingo, lo quedarán por su naturaleza, quantos indios hubiere en aquellas provincias internas, don­de a largas distanzias, hay tal cual pueblo por reduzir, y tam ­bién algunos que no se habrán descubierto, sin saver los unos de los otros, ni tendrán el abrigo, que hasta aquí los levanta­dos y, finalmente, con las notas que llevo expuestas, se podrá arreglar esta empresa en muy distinta seguridad de su logro, que las antecedentes . . .

Y por si se ofreciese el reparo, que aunque cortados los indios en la forma expuesta, pueden como tan prácticos bus­car su retirada por lo menos inaccesible de los montes, inter­nando a ia parte del mediodía que es la de Popayán, será assí más fácilmente cortados de la tropa de los Citaráes y su escolta, rendido que sea el pueblo de Tarena, que consiste en levantados. . . Nunca intentarán aquella retirada pues por ella venían a dar en manos de sus mayores enemigos que ocu­pan toda la dilatada provincia de C ita rá . . .

Tampoco le es accesible atravesar el Golfo del Darién (Urabá) para penetrar a las tierras de Urabá, montes de Be- tancí y cabeceras del Zinut, por hallar también cortados de las piraguas y balandras . . . quedando ante todo abrasados los plantíos de birolés, pues de otra cosa no pueden formar sus dañosas armas de flecha; y de esta forma estarán privados de todo recurso, y sin otro que el de entregarse a discreción, sin el motivo de la mortandad que nuestra empresa causaría de una y otra parte” . . .

Del movimiento religioso y civil en el Golfo de Urabá en la segunda mitad del siglo X V III podemos formarnos una idea aproximada, de los datos que hallamos en las diligencias del reconocim ien to del D arién del Noi'te, o sea de ambas bandas del Golfo de Urabá, llevadas a efecto por orden de Su Majes­

tad el rey de España. Los autos originales se conservan en el archivo mayor de la gobernación de Cartagena de Indias. Te­nemos en nuestro poder una copia auténtica de estos Autos, hecha el 27 de abril de 1761. Vamos a entresacar de este ma­nuscrito, todo lo relacionado con la historia eclesiástica de esta región de Urabá, referente a la época que estamos histo­riando.

El secretario del despacho de Indias escribía al goberna­dor de Cartagena, a cuya jurisdicción pertenecía el Darién en la época de nuestra historia:

“Me manda S. M. prevenir a V. S. procure cultivar mucho la amistad de los yndios y suavemente se tratte con ellos y admitan eclesiástico que los doctrine mirando con examen anterior de su inclinación que sea regular y secular que se acomode a ella, y, en caso de lo primero, también según su inclinación la religión y fraile o jesuíta, y avisando a V. S. el recibo de esta orden y de quanto con estos incidentes vaya ocurriendo, dará V. S. también noticia al virrey de Santa Fé” ( ') .

“Me manda S. M. decir a V. S., prosigue, que supuesta la continuación de la buena correspondencia con aquellos in­dios, trate V. S. con el comandante de las guarda costas el co­nocimiento más exacto de aquella ensenada y si hay paraje proporcionado a la construcción de un pequeño fuerte para precaver la vuena acogida de extranjeros sin estar tampoco a riesgo de los que le guarnescan de la inconstancia de ios in­dios, cuya resolución se comunica también con esta fecha al virrey de Sta. Fe, y se le prevenga a V. S. a efecto de que los informes que resulten para noticia de S. M. sean con comu­nicación recíproca” (-). Estas reales órdenes llegaron a Car­tagena a principios de septiembre de 1760 en el navio San Pedro que zarpó de Cádiz.

“En la ciudad de la Cartagena de Indias en tres días del mes de septiembre de 1760 años el Sr. D. Diego Tabares, ca­ballero de la orden de Santiago, mariscal de campo de los reales ejércitos y gobernador de esta plaza y provincia, e tc .. . Obedeciendo como se obedecen en la forma acostumbrada las expresadas superiores reales órdenes se guarden, cumplan y

( ') Real Cédula de 19 de lebrero de 1760 a l gobernador de Cartagena, firmada por don Julián de Arriaga, Srio. del despacho de Indias, Madrid.

(*) R»ol CM ula de 7 d» lebrero de 1769 a Id.

executen según y como en ellas se contiene y que en su conse­quencia respetto de hallarse encargado don Manuel Hilario Bravo, alférez real de la villa de Tolú por comisión de dicho excelentísimo señor virrey del reconocimiento y conquista del presitado paraje del Darién con cuyo motivo se considera ins­truido este sujeto assí del estado de aquellos indios como de su inclinación a la fee cathólica y admisión de eclesiásticos que doctrinen y de lo demás que pueda conducir a la buena carta orden para que comparezcan el suso dicho en esta ciu­dad con la brevedad possible a fin de dar a Su S^ la noticia e informe que corresponde y que para tratar con el expresado comandante de guardacosta sobre el consabido puntto ses les pase villette de oficio suplicándole se sirva concurrir en el pa­lacio de su señoría en la sala de juzgado de la R. A. de esta ciudad en el día de mañana, a oras de audiencia para la con- beniente resolución. Se le citó también al alcalde de Tolú que reside en el sitio de Lorica, partido del río Sinú. Necesitando para poner en exejución ciertto asunto de la mayor importan­cia del real servicio y que eficazmente me encarga su m ajes­tad practique con fabular con Vmd. sobre el particular porlo que puede conducir a su mejor aciertto le prevengo por es­ta que luego que la reciva sin pérdida de tiempo venga a esta ciudad a verse conmigo. Diego Tabares”.

El capitán de la fragata llamábase don Pedro Bermúdez y fue nombrado práctico Miguel José de León, español, len­guaraz de dichos indios del Darién.

La comisión tenía cuatro puntos:

P rim ero .— “Sobre el medio de que se podrá usar para es­tablecer en lo subcesivo una buena y segura correspondencia con los indios darienes, cunacunas, caledonios. chocoes y de­más de la costa de dicha provincia del Darién.

Segun do .—acerca de que se podrá valer este gobierno y comandancia general para la introducción en aquel distritto de doctrineros evanjélicos y si los indios en el todo o parte de las enumerdas costas se inclinan a eclesiásticos seculares o regulares y de citas a ciertas religiones de frayles o jesuítas.

El tercero .—si considera que por estte medio se consegui­rá la reducción de dichos naturales a la fe cathólica que vi­van en poblaciones bajo campana y de gobierno ordinario que los demás indios de los cinco pueblos de partido del Sinú de

que el informante fue corregidor en el tiempo del Excmo. virrey Eslava.

El cu arto .—Sobre el paraje más cómodo para el estableci­miento de un fuerte ya sea en el interior del golfo o a su en­trada en las inmediaciones de los ríos Caimán y Banana de donde fueron expulsados últimamente los franceses por los ex­presados indios con cuya fortificación se asegure en adelante no sólo precaver la nueva acogida de extranjeros sino es tam ­bién el riesgo que a la tropa de su guarnición puede amena­zar, la inconstancia de los indios.

Y en qu in to lugar diga las noticias que tiene adquiridas de aquellas provincias en fuerza de la comisión que le ha dado S. E. o por otros motivos que para esto tenga, expresando por una regulación prudencial el número de indios que habitan en aquellos parajes, destinación de sus naciones y ordinario modo de vivir, si tratan o no con los extranjeros, y si éstos pueden tener algún objeto útil para solicitar su establecimien­to en el expresado Darién como lo tuvieron antiguamente los escoceses en la Senada o bahía de Calidonia y si el terreno ofrece algunas ventajas a los españoles que allí quieren ave­cindarse, cuáles sean éstas como también sus cercanías o apro- ximidades con poblaciones del rey y por la parte de Barloven­to y Sottaven to ..

En 1714 vinieron los indios del Darién hasta el río del Sinú asociados o capitaneados de un tal Miguelillo (por cuyo fallecimiento en continuación de semejantes extranjeros acau­dilló un francesillo Pitipié) y m ataron algún número de per­sonas españolas libertándose del mal suceso don Manuel Cau- dís de Salazar, cura de San Ju an de las Plamas (^), por ha­berse acogido y metídose entre las piernas de Miguelillo (na­tural que se dice de las islas Canarias, lo llevaron al golfo a dicho eclesiástico, lo pusieron a trabajar y, finalmente, res­catado con el precio de algunas hachas y machetes que se remitieron desde el río del Sinú y las condujo por tierra Fran­cisco Velázquez. Continuaron estos daños hasta el año de trein­ta y siete que pidieron perdón los franceses que estaban in­corporados con ellos y se les otorgó general en que se contu-

(^) San }uan de la s Palmos tue fundado por Alonso de Heredia a una distancia ds 150 metros de lo que hoy es "P uriaim a" en el distrito ds Momil en el departamento de Bolívar (Colombia).

vieron un poco. Los indios Calidonios del Coco y sus inmedia­ciones nunca he oído decir ni sé, hayan hecho buena liga con los españoles; sólo tengo noticia y experiencia en mi tiempo se han asociado bien anttes con los franceses y de dos años a esta parte con los ingleses. Esto es desde que mataron a los franceses havitantes del golfo (1754). Son unos trescientos in­dios afectos a los ingleses y resistentes a los españoles.

Paso a responder a los puntos interrogados por su orden valiéndome para ello de mi misma experiencia de las relacio­nes que por más verídicos aya oydo y de lo que mi corto al­cance prudencialmente juzgare por más verosímil.

I) En cuanto a lo primero: Digo que medio absolutamen­te cierto para establecer una segura en lo subsesivo y buena correspondencia con los yndios de quienes habla el interroga­torio, no la alcanso. No asegura ni buena respetto de los Cali­donios Cocoes y de los otros sus inmediatos por la notable opo­sición que a los españoles tienen, quienes nunca han querido avenirse prefiriendo siempre comunicación y tratto a los ex­tranjeros, causa por la cual se les acomoda el nombre de re­beldes a la nación española y ya se ve con los enemigos mal se avienen buena ni segura correspondencia. Por lo que mira a los otros yndios que havitan de la parte acá del golfo, vanda del Sinú, segura correspondencia tampoco la imagino; porque ha enseñado la experiencia que sin embargo de que los espa­ñoles los han tratado con toda dulzura admitiéndoles en esta ciudad (Cartagena) y en el río del Sinú a ellos, sus efectos y frutos, retribuyéndoles la justa recompensa e valor y que los señores gobernadores y aún virreyes han entendido en dulze- rarlos y con buenos modos atraherlos a la cathólica religión y regular modo de vida, pasándoles patentes de capitantes y otras gracias semejantes; sin embargo de tantos beneficios, cuando se les ha antojado han perseguido y muerto a los mis­mos españoles según la proporción que han hallado, como su­cedió con don Jph. Cristóbal Gonzálex ahora algunos años y no ha muchos que don Francisco Faxardo y los que a ellos acompañavan y sobre este conosimiento práctico de su insta­bilidad y doble ánimo, se puede formar retto juicio de seguri­dad. En quanto a buena consibo, que pues no se ha aliado tan­to con los extranjeros especialmente rechazados y separados de entre ellos los franceses habiendo dado buena acogida a las

embarcaciones españoles que legítimamente allí han ido a líci­tos negocios para el beneficio de sus frutos de que ya queda hecha mención.

En quanto a lo segundo, digo que embiar doctrineros o re­ligiosos solos para reducirlos a la fee es exponerlos a manifies­to riesgo, aun quando preseda el proponerlos de antemano y que ellos consientan en que vayan, por la inseguridad que de su proceder se deve jusgar, si van acompañados con gente para hacer población entre ellos, asiste la duda del buen o mal re­cibimiento que les harán y quando se consiga con los yndios que asisten del lado de ayá vanda del Sinú están entonces ex­puestos a los asaltos de enfrente calidonios, chocoes y sus alia­dos y aunque se formare un pequeño fuertte en esta banda que pudiese guarecerles por la marina hasta donde alcanzase el cañón de los tales calidonios, empero de los barcos extran­jeros, fácilmente podrían destruir y demoler el tal castillo.

Que tengan inclinación a determinada religión o clérigos seculares no lo sé, y por lo que mira a los ya referidos calido­nios y sus agregados mediante su conosida rebeldía, juzgo de una vez inapto el intento de que admitan religiosos en el esta­do presente de las cosas. Uno y otro lo compruevo con lo que en tiempo del Excmo. señor virrey Eslava (1740-1749) sucedió que habiendo mandado para este mismo efecto a los verdade­ramente virtuosos y doctos padres Salvador Grande y Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, habiendo sido encaminados al golfo (de Urabá) y personalmente estado con los yndios a la banda de acá en el río Caimán algún tiempo, se retiró el pa­dre Salvador para Cartagena atravesando la m ontaña y bus­cando las cabeceras del río Sinú donde se embarcó y se vino para Lorica recibiendo yo allí como corregidor que entonces era y suplicóme su avío para venirse a la ciudad el que le franqueé y con motivo de tratar sobre el golfo y disposición de los naturales, me respondió que por lo que miraba a los ca­lidonios y demás indios del otro lado, tenía por cosa imposible su reducción; que por lo que hacía a los de la vanda de aquí, por sumamente remota atribuyéndolo el padre a la liga que con los franceses que entre ellos havitaban ttenían, pero que separados puede ser tubiese mejor éxito el deseo y que venía a suplicar a Su Excia. sirviese mandar retirar a su compañero por que el pretendido entonces era en vano.

En el tercero expongo que mediante ios graves inconve.

mentes que dejo referidos, medio seguro y suave para redu­cirlos a religión y modo de vida, como el que tienen los pueblos del río de Sinú de que fue corregidor, no lo trasluzgo excepto el que después diré.

En el quarto considero (según la memoria se deja infe­rior, estará en tantos años que ha que por alli estuve) que el paraje más apropiado para construir un fuerte que pueda guarecer la tropa que lo guarneciere de los insultos de los yn­dios y que al mismo tiempo sea el más apto para su inexpug- nabilidad y que más pueda contener a los extranjeros y qui­tarles su negociación especialmente con los calldonios que son los que ahora tienen más frequente con los ingleses es en bahía Calidonia, por otro término conocida por Bahía de los Escoceses, que inmediato a su entrada tiene una ysla peque­ña llamada de Loro) impidiendo los muchos arrecifes que hay el que las embarcaciones puedan aproximarse con facilidad.

En el quinto, digo que ya dejo expuesto, el número de yndios juzgo hay más o menos en todo el golfo y costa del Da­rién también su única nación cunacunaes, el modo con que se alojan sus inclinaciones y vivir ordinario es mucha parte del ocio y mui frequentes bebesones de chicha que se conbidan unos a otros.

Digo que si en el paraje de la Calidonia se hiciese una fortaleza no tan pequeña, proporcionada para la guarnición de cincuenta hombres de armas en cuyo contorno o alredor hasta donde pudiese amparar el comandante se hiciese pobla­ción de españoles remitiendo allí por vía de destierro o en la forma que se tubiese por más conbeniente los bagabundos de- linquentes y mujeres dignas de la expulsión de esta ciudad y sus provincias se conseguiría lo primero que impidiendo la buena situación donde el castillo se constituya de que se pue­dan aproximar embarcaciones extranjeras al tal paraje de la Calidonia, se evitará no únicamente el que se vengan a esta­blecer o fundar, sino también hasta que se aproximen al tratto, porque supongo que los guardacostas con su continuo xelo ayudarán mucho a impedirlo, no sólo en el paraje de la Cali­donia, sino en todo el golfo de Urabá.

Supuesta la fortaleza y población referida, no tan sólo irán los españoles extendiendo en la ocupación del terreno, sino en lo más principal que los naturales yndios calidonios y chocoes y agregados se hallan como quien dise ayslados y su­

jetos por todas partes por lo que mira al mar con la fortaleza y sus embarcaciones y por lo que respecta a tierra cercados por las espaldas, aislados, por las poblaciones de españoles del mar del sur, con las de Portobeio y con las de los yndios pací­ficos chocoes de que resultará de que no pudiendo ocurrir a los extranjeros sus amigos y no teniendo donde situarse que no sean sus enemigos por un lado el amor de no perder sus terrenos y plantíos; por otro la afabilidad y agrado que no­tarán en los españoles y por otro las entradas que éstos po­drán hacer por donde ellos estuviesen con prudencia, mode­ración y pausadamente, se podrá fundar esperanza de que se vengan a reducir y entonces tengan mayor conbeniencia y cabimiento la entrada de religiosos para el entable de doc­trinas.

Lo tercero que así sujetos los chocoes y calidonios de la dicha vanda del golfo en la parte de Caimán cuyos genios no son tan feroces, viéndose ya sin ocurso ni a extranjeros ni a los de su misma nación (que aunque enemigos pudieran con mayores causas pasarse a ellos) dulcificados también por los españoles en los términos que de este mismo assumpto atrás queda h e ch o .. . así se conceptúa que o admitirán doctrinas o se pasarán a las que hay en el río del S in ú . . . Si en estos tér­minos la idea no surte efecto, no juzgo sino es que sólo por armas se pueda lograr de que prescindiendo a vista de que la mente de su majestad es que la reducción sea por medio pa­cífico”.

Este informe fue rendido por don Manuel Hilario Bravo, alférez mayor de la Villa de Tolú y juez de comisión de la pa­cificación de los indios del Darién, y está firmado en Cartage­na a 30 de septiembre de 1760.

“En carta de treinta y uno de octubre del año setecientos cincuenta y siete acompañada de dos testimonios, expuso V.E. que estando para hostilizar a los franceses foragidos que ha- vitavan el Darién en virtud de las órdenes que se comunica­ron a V. E. por esta vía reservada havía recibido V. E. varias noticias en cartas del governador de Cartagena sobre los in­sultos que practicaron con ellos los yndios cunacunaes, instán­dose de los yngleses y la pretensión que hicieron los franceses para que dándoseles gobierno político, se les enbiasen ecle­siásticos que les ministrasen el pasto espiritual instruyendo a los yndios de aquel golfo en nuestra santa fee como havía em-

pesado a practicarlos un religioso dominico francés, jurando vasallage a S. M. y implorando su real protección, suspendien­do V. E. en consideración a estos incidentes y demás noticias que refiere hostilizarlos mandando al citado governador que ínterin deliverava el rey lo conbeniente sobre el asunpto se recorriesen aquellas costas con particular cuidado. Y enteradoS. M. destos hechos y de las órdenes expedidas anteriormentte en esta m atteria lo que asimismo ha expuesto el consejo de Yndias en consulta de nueve de noviembre de mil setecientos cinquenta y ocho aprueva lo executado por V. E. en la expre­sada suspensión de hostilizar a los franceses mencionados y se ha dignado admitirlos baxo de su real protección y amparo. En su consequencia manda su majestad que V. E. les haga enttender la gracia y benignidad que éstos les dispensa, pues pudiendo usar del rigor de hostilizarlos, les consede S. M. el honor de que sean sus vasallos. Assí mismo manda que comu­nique V. E. las órdenes conbenientes assí para el governador civil y político de los mencionados franceses, como para que las personas que exerzan los oficios de administración de jus­ticia sean españoles precisamente para precaver toda sospe­cha y que no se introduzcan más. Que también ha de dispo­ner V. E. que passen curas doctrineros de Quito o del paraje más conbeniente y que sean clérigos seglares para que les mi­nistren el pasto espiritual instruyendo a los yndios de aquel golfo en nuestra santa fee y que esté V. E. a la mira de si puede seguirse algún inconbeniente de la permanencia en aquel país del religioso dominico que se ha dicho en cuyo caso podrá V. E. expelerle y hacerle embarcar en el primer navio encargando al capitán le dejé en Cádiz para que desde allí se restituya a Francia de donde salió fugitivo para esos dominios”.

Por este tiempo, el río Turbo era bastante habitado por indios y una pequeña colonia de franceses, de la que induda­blemente era capellán, o párroco, el padre dominico de quien se habla en la relación. Además de unas cien familias y 22 franceses del río Turbo, a unos treinta kilómetros más al este, se estableció un pueblo, llamado Surape, de más de cien fa­milias. En esa época, muy entrada la segunda mitad del sigloX V III, el río Turbo salía derecho al golfo de Urabá por la pun­ta de Turbo cerca del actual pueblecito de Yarumal, cuyo an­tigua cauce es conocido, en nuestros días, con el nombre de m adre vieja. Más tarde, al correr sus aguas por donde está la

actual población de Turbo, saliendo su nuevo cauce a la cié­naga de Pisisí (la actual bahía de Turbo), se abrió una boca hacia el sur, la que fue ensanchándose, quedando así la cié­naga de Pisisí, convertida en bahía. Si el río volviese a salir por su m adre v ieja al golfo, es cierto que ganaría el pueblo de Turbo, que hoy se ve molestado con frecuentes inundaciones; pero su bahía se convertiría otra vez en ciénaga por la unión de la punta de las Vacas, o San José, con el continente al este en las cercanías de la desembocadura del río Casanova. Hoy, 1957, ha vuelto el río Turbo a su primitivo cauce.

Carta del virrey Solís al mariscal de Campo en Cartagena, don Diego Tabares, gobernador de la provincia y caballero de Santiago (1754-1761).

“A V. S. prevengo que además de cumplir con toda breve­dad con las reales órdenes que le vinieron y de que pasé copia con fecha de diez y nueve de agosto sobre el indulto y protec­ción real concedida a aquellos franceses y sobre el govierno político que se deve establecer, me informe si han quedado algunos de éstos en aquellos parajes y si mantienen aún sus sembrados y casas, y si en esa ciudad (Cartagena) existen todavía algunos de aquellos que allí hicieron sobre estto su instancia y en qué forma se podría establecer el expresado govierno, con expresión de los sujetos que parecieren aptos para obtener cargos que se hubiesen de erigir y quales y quan­tos deviesen ser y con qué sueldos y de qué ramos. Y en el particular del fuerte que se óblese de construir que añada V. S. sus planos y qué arvitrios y economías se devían practi­car para erogarlos con menos desembolso y con mayor breve­dad de la obra, acompañando V. S. en uno y otro particular los documentos o diligencias que le pareciesen correspondientes a la mejor instrucción y para con su vista y con lo que tam ­bién expusieren los expresados gobernador de Panam á y co­mandante de los guardacostas tomar consiguientemente las demás providencias que corresponden. Dios guarde a V. S. mu­chos años. Santa Fe y septiembre veinte y cinco de mil sette- cientos sesenta. Jph. de Solís Folch de Cardona.

Se publica por vando en la forma ordinaria que todos y cada uno de los dichos franceses estantes y havitantes en el distrito de esta ciudad (Cartagena) se presenten dentro de los seis primeros días por ante el presentte escrivano por quien

se anotará a continuación el nombre de cada uno de ellos, su calidad, arraigo y demás circunstancias particularmentte la de ser o no de los que ocurrieron a esta cidad, y representa­ron dicho establecimiento de govierno político recibiéndoseles por el mismo Excmo. sus respectivas declaraciones en orden a los de su nación sussisten en Darién con casas, cascaguales u otros sembrados de maíses (^).

Para que todo lo referido tenga cumplido efecto y se pue­da formalizar el citado informe pedido por S. Excia. ordeno y mando lo executten asi como viene expuesto, los prenotados franceses dentro del término de los enumerados seis días que para ello llegue a noticia de todos lo hago publicar a son de caxas de guerra fho. en esta ciudad de Cartagena de las Indias en diez y ocho días del mes de diciembre de mil setecientos y sesenta años. D. Diego Tabares. Por mandado de Su Sa. Jph. Franco Pimentel escrivano theniente pp<? mayor de gober­nación.

El bando se publicó por “Vos de Jph. Pantaleón de Boba- dilla, q. es negrito criollo esclavo en los parajes acostumbrados de la ciudad y su barrio de Getsemaní”.

Entre otros comparecieron a declarar los franceses si­guientes:

“Compareció ante mí Pedro Marsinet de nación francés y dixo que con noticia que ha tenido de lo que se ha mandado por el señor governador y comandante general de esta plaza y prov^ por el bando que se publicó en ella el día dies y nueve de disiembre del año próximo pasado cumpliendo con dicho mandato como uno de los franceses que han habitado el golfo del Darién se presentaron y presentó ante mí para el efecto en dicho bando prevenido por lo que en virtud de mi comisión le recibí juram ento que lo hizo por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz, según forma de derecho en cuyo cargo prome­tió decir verdad en lo que supiere y fuere preguntado. . . Dixo que el exponente es de estado casado en el pueblo de San Ni­colás de Barí del río Sinú con una yndia nombrada Rosa, na­ción Cunacuna que traxo del dicho Darién en su compañía en la última imbación de los yndios con la que tiene tres hijos, dos hembras y un baróij. Que se mantuvo en el referido golfo

(>) Bando de 14 de noviem bre de 1760 en C artag e n a .

del Darién veinte y cinco años en el tráfico de pescar carey y sembrar cacaguales. Que habrá seis o siette años que bino del Darién a esta ciudad junto con otros cinco o seis france­ses a pedir al señor governador general les pusiese govierno político en aquel paraje dándoles quien los governase y cura que les administrase los Sacramentos, porque querían esta­blecerse allí, cuya pretención se repitió por otros franceses y entre ellos Mr. Reynot que trajo la voz de todos los demáy que avitaban en aquel golfo y siempre se les daba por respues­ta que era necesario escrivir a S. M. y a Santa Fee, que poco después sobrevino la dicha imbación de los yndios bravos con­tra ellos y desampararon aquellos parajes. Que tiene por cier­to no se halla en lo presente francés alguno en el citado golfo del Darién, habiéndose apoderado dichos yndios de sus caca­guales y casas. Que el exponente está pronpto a bolver a ra­dicarse en él en caso que se establezca govierno político lle­vando a su mujer y sus hijos. No firmó por no saver; declaró ser de cinquenta y un años. . . ”

“Compareció Luis Guerneyo de nación francés. Dixo que el exponente es de estado soltero, que residió en el predicho golfo del Darién 14 meses, manteniéndose en una estancia de cacagual que le dio graciosamente un paizano suyo nombrado Mr. Rasel aque murió en esta ciudad. Que se retiró huyendo quando los yndios bravos inbadieron la primera vez (1750- 1751) y desde entonces reside en el río del Sinú y que se halla en ánimo de restituirse a dicho golfo si se establece el dicho gobierno político que tenían pedido antecedenttemente los franceses que allí habitavan. Que los pocos franceses que han quedado están en el mismo hábito”.

“Compareció Antonio Cérico de nación francés. Dixo que el exponente es de estado soltero. Que residió en el predicho golfo del Darién con los demás de su nación que allí havita- van el tiempo de ocho años exercitó en la ciembra de cacao, tabaco, plátanos y otros frutos con que se mantenía. Que ha­biendo enfermado tan gravementte que llegó a baldarse, se vio obligado a benir al río del Sinú a curarse por haberse pos- irado de suerte que andava con dos muletas. Que se hallaba en dicha Darién quando ocurrieron a esta ciudad los france­ses habitadores en el golfo a pedir el amparo real. Que el de­clarante deseaba continuar allí su havitación, que gustosa­mente volberá a residir en el citado golfo.

Compareció ante mí Francisco Probot de nación francés. Dixo que el declarante es de estado casado en el río del Sinú con Paula María de Estrada, de color pardo, avrà como pocos más de 2 años. Que residió en el golfo del Darién, onse años hasta la segunda ymbación de los yndios bfavos. Que mien­tras se mantuvo en él se exercitaba en la siembra de cacao, que se halla en ánimo de restituirse allí en caso que se haga el establecimiento”.

“Compareció Pedro Girat, de nación francés, dixo que el exponentte es de estado casado en el río del Sinú, con Angela Ramos, m ujer blanca, sin hijos ha quatro años que se avesin- dó y havitó en dicho golfo cerca de tres años. Exercitado en la siembra de cacao y plátanos y cuyas sementeras dexó allí des­amparadas quando las inbadieron la primera vez los yndios bravos. Que poco antes avrà como cinco años poco más o me­nos, acompañó desde dicho Darién a don Ju an Baptista Rey- mond que bino en una piragua con quatro bogas a esta ciu­dad a pedir a dicho governador por sí a nombre de todos los demás franceses que havitavan el dicho golfo que se poblase aquel paraje y pusiese en forma de govierno político con pá- rrocho y juez que lo governasen ygualmente. Que se halla con ánimo de ir a él con su familia” (^).

Los cacaguales existentes en el golfo del Darién y planta­dos por los franceses que habitaron allí desde el año 1700, fue­ron los siguientes:

Setenta y tres cacaguales y establecimientos, con un total de ciento cinco mil ochocientos palos o árboles. A fines del siglo X V III ya no existían franceses en el golfo y esos caca­guales pasaron a poder de los indios. Aún en nuestros días he­mos podido observar, en nuestras frecuentes excursiones por las selvas de Urabá, árboles corpulentos de cacao, enmaraña­das sus ramas entre bejucos de toda clase, y en completo abandono.

(1) ' ’D U igtRcios d» Raconoeim Unto d ^ D arién . M anuscrito, co p ia d e los au tos o iig in a- le s q u e se co n serv an en e l arch iv o público m ayor de la g o b ern ació n d e C artag e n a de In d ias qu e e s ta b a en propiedad d e don M atheo C arrasq u illa . T raslad o qu e v a cierto y v erd ad ero p a ra en treg a r a l señ or g ob ernad or d e lo p la io y provincio p a ra electo de d a r cu en ta a l excelentísim o señ o r v irrey d e es te re in o en 73 folios (por am bos lad os). En fe d e esto lo signo y iin n o en C a rta g e n a de In d ias en 27 d io s d el m es de a b r il de 1761 añ o s , Jo sé F ran cisco P im eatel, escriv an o d e su m o g e«tad ".

La odisea del padre Salvador Grande sólo admite compa­raciones con las hazañas de Balboa y de los primeros capita­nes de Castilla del Oro. Nosotros que conocemos la ruta apro­ximada que el padre siguió, saliendo de Urabá hacia las cabe­ceras del río Sinú, ruta contemplada desde el avión, estamos capacitados para admirar el heroísmo de este misionero je­suíta. Tuvo que atravesar los ríos Mulatos, Iguana, Damaquiel y San Juan en sus partes altas, siguiendo la misma dirección que el capitán Francisco Becerra, quien, doscientos cincuenta años antes, saliendo de Santa María con 180 soldados y toman­do tierra en las cercanías de San Sebastián de Urabá y del río Caimán, atravesó estos parajes para salir al río Sinú don­de los indios acabaron con el capitán y todos sus soldados.

El padre Pedro Fabro, compañero del padre Salvador Grande en la Misión del Darién, terminada su estadía entre los Darienes, vino a Bogotá “para regir la provincia”, dice el padre Daniel Restrepo (^).

El excelentísimo señor virrey de Santafé, don José Solís, escribía en su “Relación del Mando” a su sucesor Mesía de la Zerda: “En la costa del Darién en consecuencia de varios in­formes hechos a la corte sobre lo advertido en sus sucesos, i sobre lo pedido por los franceses refugiados allí, últimamente han venido órdenes para fabricar en paraje acomodado un fuerte; para recibir a dichos franceses bajo la protección real poniéndoles gobierno propio político, y para que a los indios se les envíe sacerdotes a su satisfacción; para cuyo cumpli­miento se han pedido distintos informes i diligencias a los gobernadores de Cartajena i Panamá i al conmandante de guardacostas, avisándose de ello a España, i se esperan estos documentos para lo demás que se deba practicar en ejecución de las citadas órdenes” (•).

El virrey Mesía de la Zerda, escribía, a su vez, en la rela­ción del mando: “Los indios del Darién y Calidonia, con la seguridad de que no son acometidos con el rigor de las armas, fiados, en la blandura con que se les trata y a que induce el precepto de las leyes, no omiten ocasión en qué saciar su en­cono o avaricia, embarazando los tránsitos o inquietando los habitadores. Se hace preciso solicitar su contensión, ya con

(>] L a C o n p a ñ io d « Jm ú i «n C olom bia, ca p . X II.(*) R «lació n do Cttodo, e tc., te ch a d a en S o n ta ié a 25 de noviem bre d e 1760. Pu bli­

c a d a en lo R e v ista d e l A rcb iro R acio tta l, m arzo d e 1936. núm ero 3, p ág . 93, Bogotá.

entradas, ya facultando a los circunvecinos para que los es­carmienten” (^).

Por esta misma época, si hemos de creer al autor de gra fía s d e sacerdotes an tioqueños desde la C olonia h a sta nues­tros días, misionó por el Chocó otro padre jesuíta llamado An­tonio de Guzmán. Nació en Santa Fe de Antioquia el año de 1710, y entró en la Compañía de Jesús en Santa Fe de Bogotá. De él escribe el mencionado padre Uribe: “Los padres del je ­suíta don Antonio de Guzmán, fueron miembros ilustres y de esclarecidas familias, que se habían distinguido en la península por su heroicidad en la guerra contra los moros y que pusie­ron muy alto sus nombres en el Nuevo Mundo, en las conquis­tas del Perú y de las otras costas del mar de Balboa. Fue nieto del conquistador del Chocó, Urabá y el Darién, don Francisco de Guzmán y Céspedes, y el mismo padre Guzmán fue con­quistador para el reino de Cristo de los indios de esas re­giones (Chocó, Urabá y D arién), y juntó las ejecutorias del ilustre sabio a las del abnegado misionero de la Compañía de Jesús (“).

M onografías d e A ntioquia, hablando de Turbo, dice: “El 1753, el capitán Guzmán figura como dueño de estas tierras, y su nieto, fray Antonio de Guzmán, es jefe de la misión cate- quizadora”. No sé de donde tomó el autor estos datos categó­ricos. Lo que sí es cierto, que la historia nunca da el trata­miento de fray a los religiosos de la Compañía de Jesús.

Hacia el año 1765 viajaron al Chocó-Urabá, como misio­neros, varios sacerdotes seculares de Antioquia, entre otros el presbítero Agustín de Salazar, quien, ordenado de sacerdote el 17 de marzo de 1760 “y deseoso de salvar las almas, se in­ternó en el Chocó con los presbíteros doctores don José Jeró­nimo de la Calle y don José Antonio de Posada, donde predi­caron la fe a los indios y consiguieron muchos triunfos para la Iglesia. En estas regiones incultas recogieron a los desgra­ciados indios, les hicieron chozas y los juntaron a vivir en co­munidad. Al regreso del Chocó se quedó (don Agustín Salazar) de párroco en el sitio de San Carlos de Cañas Gordas, llamado así en recuerdo del rey de España don Carlos III. Residió en

(^) R alacio n es de m ando d« lo s v irrey es de N ueva G ran ad a , ed ición de Bogotá, 1910, p á g in a I IS .

(2) O b . cit.

la ciudad de su nacimiento (Antioquia) del año de 1780 hasta su muerte (23 de abril de 1833). El presbítero don Francisco Javier Rodríguez, también de Santa Fe de Antioquia, empren­dió su viaje al Chocó a juntarse con los presbíteros doctores don José Jerónimo de la Calle y don José Antonio de Posada y don Agustín de Salazar, y al poco tiempo salieron estos be­neméritos misioneros de esa solitaria región sin haberse ha­llado con el presbítero Rodríguez, de quien no se volvió a te­ner noticia alguna. Después se conjeturó mucho sobre su muer­te; que se había ahogado, que le había mordido una culebra; pero es lo cierto que nada se probó y que el humilde sacer­dote no volvió del Chocó” (O-

Parece que la permanencia de estos sacerdotes en el Cho­có no debió ser larga, pues don Agustín Salazar, ordenado, como hemos dicho, el 17 de marzo del año 1670, a los diez años, o sea en 1680, ya residía en su ciudad natal, después de haber sido misionero en el Chocó y párroco en Cañasgordas, Sope- trán y Buriticá, habiendo ejercido la cura de almas en Cañas- gordas durante diez y siete años, si hemos de creer a lo que se ha escrito recientemente en las M onografías de A ntioquia, cuyo texto vamos a transcribir a continuación:

Con fecha 18 de octubre de 1764, se despachó por la coro­na, una real cédula que ordenaba enviar un sacerdote doctri­nero a todas aquellas regiones distantes más de cuatro leguas de la cabecera de una parroquia servida por cura de almas. En esa fecha el lugar más occidental del departamento de Antioquia con residencia de cura doctrinero para que asistie­ra a los colonos de Sabanalarga y a los negros que trabajaban en las minas de “San Antonio de Buriticá”, con sueldo de 270 pesos de oro fino. Setenta pesos debía pagar el encomendero de los indios de la región, y los doscientos restantes, los amos de los negros mineros. Este cura doctrinero llamábase don Francisco Solano y Salazar.

Estando el territorio de Cañasgordas, Frontino y Dabeiba comprendido en la real cédula indicada, y poblada de indios naturales, las autoridades eclesiásticas y civiles resolvieron en­viar a dichos lugares a los maestros Mateo Oquendo y Javier Combas con la misión de recoger a los indígenas diseminados e instalados a vivir en poblado. En vista del éxito de esta mi­

(^) G onzalo U ribe, ob. c it., p ág . 153.

sión, que logró reunir veintinueve familias, se envió un cura doctrinero dependiente de la parroquia de Buriticá, para la enseñanza de la religión católiga. El 19 de septiembre de 1781 el señor vicario superintendente de la provincia, doctor Juan Salvador de Villa y Castañeda, que era a la vez cura de Mede­llín, al enterarse de un despacho del obispo de Popayán eri­giendo en parroquia independiente el sitio ( ’) de Cañasgor- das, se dispuso a obrar de acuerdo con el gobernador de la provincia de Antioquia para la provisión del nuevo curato, y al efecto mandó que se fijaran edictos para efectuar la opo­sición o concurso para la elección de párroco. El 25 de junio de 1782, el presbítero don Agustín Salazar, presentó solicitud de oposición ante el vicario, y el gobernador don Cayetano Buelta Lorenzana dictó el decreto de nombramiento el 17 de agosto siguiente, asignándole a Salazar el cargo de cura de la parroquia de San Carlos de Cañas Gordas, donde ejerció du­rante 17 años (2).

Lo que dice la M onografía de A ntioquia de don Agustín Salazar, no concuerda con la biografía que hace de este sacer­dote don Gonzalo Uribe V., pues, “residiendo en la ciudad de su nacimiento (Antioquia) del año de 1780 hasta su muerte (1883)”, m al pudo haber sido nombrado por decreto de 17 de agosto de 1782 “cura de la parroquia de San Carlos de Cañas- gordas” (= ). Nos parece que don Gonzalo Uribe pudo estar bien documentado para esbozar la pequeña biografía de don Agustín Salazar.

(«) En la "R e la c ió n d e cu rato s que con tien e la provincia y d ió cesis d e C artag e n a d e In d ias , en qu e son ig u a les d e extensión la s po testad es ec le s iá s tico y secu la r, co n so la ex cep c ió n de la c iu d ad d e C áceres. qu e en lo ec les iástico p erten ece a l obispado d e C ar­ta g e n a . y en lo tem poral, o bed ece a la g ob ern ación d e A n tio q u ia ". q u e tra e Eduardo G . de P iñ eres (ob. c it.. p ág . 133 a 142). se h a ce e s ta d istinción en tre sitio , pueblo y doc­tr in a : " E s d e ad v ertir, d ice , qu e en e s ta provin cia (de C artag e n a) se d a e l nom bre de s itio , q toda co n g reg ació n en e l v ec in d ario com o no te n g a títu lo d e ciu d ad , v illa , equi- v o len te a e l lu g ar en E sp a ñ a y p arro q u ia en o tras p artes, como en e l a n o b is p a d o de S a n ta F e e : e l nom bre d e p ueblo , es a q u í determ inado y ca ra cte rís tic o , d e los q u e son h ab itad o s d e indios, y tam bién su e len U am arse d o ctrinas: en cu y a d istinción s e d ice a lo s d em ás d e loa v ecin d arios com unes d e la provin cia , com o de m estizos, procedentes d e b la n co e indio, m ulato, to m b o s, y otros m ixtone* .

(3) M on og ro iias d e A ntioqulo, p á g s . 107-109, ed. d e M ed ellín , 1941.(•) O b. y loe. cit.

CAPITULO X II

Más expediciones p a ra el reconocim ien to y pacificac ión de las costas de Urabá y el Darién.

SUMARIO: Sublevación de los indios dei Darién en 1750. — El Caci­que Bartolomé Estrada entra en negociaciones con las autoridades reales. — El arzobispo-virrey Caballero y Góngora baja a Cartagena para intervenir activamente en la reducción y pacificación de los indios de la costa del Darién. — El lere, o sacerdote de los indios del Darién, presta juramento de fidelidad ante el arzobispo-virrey de Nueva Gra­nada. — Diario de exploración del brigadier don Antonio de Arévalo realizada en las costas de Urabá y el Darién. — Como (medida para la verdadera instrucción y doctrina de los indios) se propone al rey la prohibición de su trato con ingteses. — Fur>daci6n de cuatro poblacio­nes o establecimientos en las costas de Urabá y el Darién; Carolina, Concepción, Mandinga y San Carlos de Caimán. — Ejercen su aposto- 'ado los franciscanos en San Carlos de Caimán. — Proyecto de enviar 150 fam ilias del Sinú a las costas del Darién en calidad de colonizado­res. — Expedición de Fidalgo desde Maracaibo hasta el río Chagres que duró quince años. — Varios sacerdotes de esta expedición. — In- fornws desfavorables del virrey don Francisco Gil y Lemus sobre los establecimientos de las costas del Darién. — Por real cédula de abril de 1789 se dispone abandonar dichos establecimientos. — Don Antonio de Arévalo destruyó los fuertes "demoltendo las iglesias para que no

fueran profanadas por ios indios saWajes.

En 1750 hubo un feroz levantamiento de los indios da­rienitas que pasaron a cuchillo a los moradores de algunas poblaciones, y el siguiente de 1751 bajaron hasta las cercanías de Chepo, destruyendo el fuerte de Rerable. Volvieron a levan­tarse en 1754 los salvajes contra la colonia de franceses que se había establecido en la costa norte del Darién, confiando en la protección del gobierno. Sorprendidos los colonos por la in­diada, fueron ultimados antes de que la protección guberna­mental pudiese auxiliarlos. Los indios chucunaques se levanta­ron también el mismo año de 1754 y cayeron sobre Yavisa, situada en la margen derecha del río Chucunaque, matando sin piedad a sus habitantes.

Siendo gobernador interino de Panamá don Nicolás Qui- jano, se intentó de nuevo la pacificación de los indios del Da­rién. Ya se venían de tiempo atrás tomando medidas enérgi­cas para ello y debido a estas medidas, los indios resolvieron ponerse voluntariamente bajo el amparo del gobierno del rey de España. A este fin el cacique, llamado Bartolomé Estrada, entró en negociaciones con las autoridades reales, y convínose en que las tribus dispersas se agruparían en poblaciones a fin de poder ejercer sobre ellos la acción del gobierno y de los misioneros. Al efecto, se formaron varios pueblos como Cupe, Molineca y Tichiche, pero algunos caciques que vivían en el Chucunaque y la costa de San Blas, se negaron a aceptar este convenio, quedando enemistados con los que se habían some­tido. Para protegerlos contra sus ataques, se erigieron fuertes en Crepigana, Yaviza, Cana y Real de Santa María. Esto no impidió que en 1775 dichos indios rebeldes asaltaran el esta­blecimiento minero de Pásiga en donde trabajaban 400 perso­nas de las cuales sólo 50 escaparon, entre ellas el cura doc­trinero ( ’).

El 25 de mayo de 1779 tomó posesión del arzobispado de Santa Fe de Bogotá el ilustrísimo señor don Antonio Caballe­ro y Góngora, que había sido obispo de Yucatán. El 15 de junio de 1782 asumió el mando civil y m ilitar del Nuevo Reino de Granada, razón por la cual se le llama el Arzobispo Virrey. Una de las obras que tomó con mayor entusiasmo fue la re­ducción y pacificación de los indios del Darién, para lo cual le daba mayor garantía su doble investidura de ambos pode-

res. Vino una real cédula al arzobispo virrey para que se ocu­pase la costa del Darién. Bajó a Cartagena el señor Góngora, y habiéndose procurado los recursos necesarios, armó una ex­pedición que puso al mando del mariscal don Antonio de Aré­valo, la cual salió en enero de 1785 y ocupó a Caimán, Man­dinga y La Concepción; pero como aún faltaba Calidonia, se le mandó más gente a los seis meses, y sin resistencia se ocupó, dándole el nombre de C arolina del D arién. Procedióse luego a fundar una población por la parte del sur en Puerto Princi­pe, y por la del norte se hicieron los desmontes y se constru­yeron casas y fuertes para defenderse de las invasiones de los indios. Entonces se recibió la providencia del gobierno Britá­nico para el gobernador de Jam aica en que se le prohibía auxi­liar en modo alguno a los indios del Darién, providencia bas­tante eficaz para desalentarlos, pues a pocos días vino a Car­tagena el lere o gran sacerdote de Mandinga a prestar jura­mento de fidelidad ante el arzobispo virrey, 'a nombre de ocho pueblos sobre los cuales ejercía él su jurisdicción. Todo pre­sentaba favorable aspecto, pero, bien pronto volvieron los in­dios a sus traiciones y atacaron el fuerte de Carolina, de don­de fueron rechazados. Discurrióse el arbitrio de persuadirlos a la paz y obediencia al gobierno español por medio del inglés Henry Hooper que hacía veinte años comunicaba con ellos y entendía perfectamente su idioma. Hecho cargo de la comi­sión, persuadió al cacique principal, Bernardo Estola —que era mirado entre ellos con veneración— para que con otros cuatro caciques pasase a Cartagena a sentar capitulaciones con el virrey de Nueva Granada. En efecto; pasaron a Carta­gena los caciques Bernardo Estola, Guillermo Kalique, Jorge Angani, Francisco Guaycolí y Souspaní Urruchurchu. Las ca­pitulaciones entre el arzobispo virrey y los caciques del Darién se firmaron en Turbaco el día 21 de julio de 1787, y se estipu­laron las siguientes bases: a) el reconocimiento de la sobera­nía del rey de España; b) la renuncia solemne de comerciar con ingleses ni otros extranjeros; c) no mantener gente ar­mada, ni usar de otras armas que flechas y macanas, y las herramientas que pudieran ser ofensivas, en muy corto nú­mero, para el servicio de sus labranzas, y d) no ocurrir para la decisión de sus asuntos y quejas, sino a la autoridad de los comandantes de los nuevos establecimientos.

El arzobispo virrey recibió del monarca español la siguien­te comunicación:

‘'R eservada .—El rey se ha enterado con mucha compla­cencia por la carta reservada de V. E. de 19 de febrero de este año, número 259 y demás documentos que la acompañan, de los ventajosos progresos que se experimentan en la conquista del Darién, de lo adelantada que se halla la apertura del istmo que divide los dos mares del norte y sur, y su majestad aprue­ba las acertadas medidas que V. E. ha tomado para su con­clusión y de la dicha conquista, no dudando que, a esfuerzos de su actividad y celo, llegue a conseguirse el uno y otro par­ticular el feliz éxito que se promete, logrando sujetar los in­dios bárbaros de aquella provincia a la religión y al feliz do­minio de nuestro soberano. Dios guarde a V. E. muchos años. Aranjuez, 18 de junio de 1786 (*).

Así logró el arzobispo virrey, cuando el real tesoro estaba exhausto, y sin más fuerzas que el regimiento de la Princesa y las milicias de Panam á y Cartagena, establecer algún sis­tema de regularidad entre los bárbaros del Darién, cuya re­ducción, emprendida con tantos recursos hacía cien años, no se había podido conseguir. No creyendo, sin embargo, que el Darién quedaría establemente sujeto por estos medios, sino que era preciso echar mano del sistema de colonización, trató de traer familias norteamericanas; pero hubo de suspenderse la ejecución de este plan, por aguardar a que se disipasen las fiebres ocasionadas por los desmontes emprendidos, que tanto estrago habían hecho en la guarnición. “En 1788 renunció el virrey su elevado puesto, deseoso de regresar a su patria, y cansado y decepcionado por no haber obtenido el éxito feliz que se prometía en sus empresas de conquista y colonización de las tribus del Darién y Mosquitos. Se separó del mando el 7 de enero de 1789. Fue promovido a Córdoba, en España, don­de murió, cuando había sido honrado por el Sumo Pontífice con el cardenalato” (-).

“Es probable, dice Rojas Arrieta, que si hubiera continua­do por algunos años más, siguiendo luego las misiones a la

(1) A rchivo H iitórico N ocional do S on ta F * . S a ló n d e la C olonia. 1605 a 1810, No. 6162. Jolio 193 recto y vuelto. C om unicación p u b licad a por l a HeTi»ta del A rchivo N ocional. No. 44, 1942, Bogotá, p ág . 27.

(*) Jo a q u in O tp in a , D iccionario Biogrótico y B ib lio g ráfico d e C olom bia, tomo I. p á ­g in as 363-36S.

colonización, la religión habría completado la obra social y civilizadora de aquellos bárbaros, con tantas riquezas natura­les, que sólo se habían empleado en asesinar, a instigación de los ingleses y holandeses, así como los franceses y holandeses habían instigado y pervertido a los caribes del Orinoco”

Tenía el arzobispo virrey dos palacios; uno de ellos en Cartagena que le costó veinte mil pesos, el cual cedió al rey “para que los virreyes tengan un retiro a donde convalecer de sus accidentes y evitar la intemperie de la plaza”, y otro en Santa Catalina de Turbaco.

Con el fin de fomentar la reducción y civilización de los indios del Darién de la manera más suave y favorable a los mismos indígenas y de estimular la colonización de tan vasta y rica comarca, la corona confió el estudio de estos proyectos a hombres conocedores de ia región y capacitados para llevar a cabo un estudio variado sobre la materia. Uno de estos comi­sionados fue el brigadier e ingeniero don Antonio de Arévalo, quien llevaba más de 25 años residiendo en el Nuevo Reino de Granada, según confiesa él mismo en una comunicación al soberano de España, de fecha de 26 de junio de 1777.

La real cédula por la cual se le nombra a don Antonio~de Arévalo ingeniero director de los reales ejércitos, plazas y fron­teras, es de tenor siguiente: “Por cuanto atendiendo a los méritos y servicios de vos brigadier e ingeniero en jefe don Antonio de Arévalo, he venido en elegiros y nombraros como en virtud del presente os elijo y nombro por ingeniero direc­tor de mis reales ejércitos, plazas y fronteras, con el sueldo de doscientos diez escudos de vellón al mes y demás de él, ha­llándoos en campaña ocho raciones de pan y ocho de cebada al día. Por tanto, mando al capitán general y gobernador de las armas del ejército o frontera donde yo os destinare dé la orden conveniente para que se os ponga en posesión del refe­rido empleo, y que así él como los demás cabos, mayores y menores, oficiales, soldados de mis ejércitos os ayuden y ten­gan por tal ingeniero director, guardándoos y haciéndoos guar­dar las preeminencias y exenciones que os tocan bien y cum­plidamente que así es mi voluntad, y que el intendente de la provincia o ejército donde fuereis a servir dé la orden nece­saria para que se tome razón de este despacho en la contadu­

ría general donde se os formará asiento con el sueldo y racio­nes que quedan expresadas, y el goce de uno y otro desde el día en que tomareis posesión del citado empleo, precediendo el mencionado asiento. Dado en el Pardo a catorce de marzo de mil setecientos setenta y cinco” (^).

Don Antonio de Arévalo escribió el informe con pleno co­nocimiento del Darién del Norte y del golfo de Urabá, pues vino a principios de 1761 como ingeniero para el reconocimien­to y exploración de la costa de Calidonia y del golfo del Darién. Existe un diario de esta expedición confiada al teniente de navio don Francisco Javier Monty, que se intitula: “Diario de lo acaecido en la salida que se hizo de este puerto (Carta­gena) con el jefe que de S. M. nombrado El Güilo del mando del teniente de navio don Francisco Xavier Monty, y se con­serva la goleta nombrada Las Dos H erm anas para el puerto de Calidonia y golfo del Darién a conducir de orden de S. M. los ingenieros de esta plaza don Antonio de Arévalo y don Antonio de Narváez para sacar el plano de dicho golfo y costa de la Calidonia y diferentes comisiones del real servicio para cuyo efecto me dio orden el capitán de navio y comandante de los guardacostas de Tierra Firme don Francisco María Spí- nola para que a los expresados ingenieros concurriere con to­dos los auxilios que para el logro de esta comisión fueren ne­cesarios, así en embarcaciones como en guarnición y tripula­ción armada para sus resguardos en los desembarcos me pidie­sen, io que con la más exacta observación he practicado” (-).

La expedición salió de Cartagena de Indias el día 1<? de enero de 1761, y, después de cumplir su comisión, regresó al mismo puerto el día 26 de febrero del mencionado año de 1761.

Don Antonio de Arévalo rindió en 1761 un detallado in­forme del estado en que se hallaba el Darién del Norte y el golfo de Urabá. Después de exponer la situación del golfo con sus puertos, radas, surgideros, calas, bajos cayos e islas; cali­dad de la tierra, sus montes, minas de oro, frutos, maderas y materiales, su fertilidad y abundancia, comodidades de sus ríos para la conducción y facilidad de las fábricas, propone un plan completo para la reducción y pacificación de los indios y la colonización del Darién.

(1) ArchÍTo N acion al. R e a l A u d ien cia . C un d inam arca, t. IX . P u blico d a en B o letín d e la Socied ad G eo g rá fica de C olom bia, Bogotá, ju lio d e 1941, p á g s . 28-29.

(*] C olee. D oes, d e A . B . Cuervo, t. I, p ág s . 483-484 d e la ed. d e Bogotá, 1891.

He aquí algunas de las razones principales que aduce en su informe:

La primera, dice, es “que se facilitará así que estos indios que en medio de la cristiandad y vasallos de un monarca tan justam ente nombrado por antonomasia el Católico, que per­manecen aún en su ciega gentilidad, logren la verdadera doc­trina e instrucción y se conviertan a nuestra sagrada religión, que desean ya abrazar muchos de los pacíficos del golfo.

Segunda. Fomentando el cultivo de la tierra podrá hacer­se en poco tiempo una de las mejores de la América, y que más rinda a nuestro soberano. Pues si unos pocos foragidos franceses, a quienes su vida holgazana indujo a vivir de la piratería, en tan pocos años, sin principio alguno, empezaban ya a hacerla florecer y tenían ya más de cien mil pies de ca­cao, ¿que progresos no se deben esperar poniendo en ella gen­te laboriosa y aplicada al trabajo y teniendo cuidado en fo­mentarla?

Para evitar el trato de los indios con los ingleses, don Antonio de Arévalo propone como muy conveniente que a al­guno de los capitanes de indios se le asigne un sueldo por el rey. “Es de creer, dice, que por no perder el sueldo, no inten­tarán hostilidades contra los españoles” ( ’ ). “Convendrá, dar­les, añade, en la misma fortaleza que se construya para que ocurriendo precisamente por allí, vayan entrando en este gé­nero de sujeción, frecuenten el trato con nuestra gente, y el oficial que en ella mande pueda enterarse de las inclinacio­nes de todos”. Parece necesario sacar de allí algunos capita­nes conocidamente infieles, especialmente al capitán Pancho de Calidonia, pues a más de ser fugitivo, apóstata y rebelde, es amigo íntimo y apasionado de los ingleses y enemigo irre­conciliable de los españoles contra quienes siempre está m a­

(^) E a e l reconocim iento de la co sta d e l D orién d»l N orte, v erificad o a princip ios de este añ o d e 1761, don A ntonio de A rév alo . s e encontró con el cac iq u e Pan cho , d e C ali* don ia , qu e te n ía p aten te d e cap tián con b a stó n d e puño d e oro, q u e le h a b ía rem itido e l g ob ernad or d e la m a ico . E l d ía 16 d e febrero v isitó lo com isión o l c a c iq u e P an ch o en su c a s a , y le propusieron s i q u e r ía poten te d e cap itán d e l re y de Espoñ o p a ra qu e go* z a s e d e l sueldo qu e g ozab an los otroe ca p ita n e s indios. Les respondió q u e no. pues la te n ío del g ob ernad or d e Ja m a ica . L es d ijo e l cap itán P on ch o qu e los in g leses le s tienen aseg u rad o qu e los esp añ o les les qu ieren lom arles su s tie rras y ech arlo s d e a q u e lla s itu a ­ció n . y p a r a con seguirlo determ in aban h a c e r forto lezas y a s i p rocu rasen no adm itirles au n q u e v in iesen con m u estras de am istad ; qu e ellos co n cu rririan p o ro im pedirlo con pertrechos y m uniciones y todo cu anto au x ilio n ecesitasen [D iario, e tc .).

quinando irrupciones, y como es el más aborrecido al mismo paso de algunos, o los más de ellos por su mala fe, siempre habrá que recelar de él en la población que debe hacerse; y verificada ésta y la reducción de dichos indios, será convenien­te castigar con severidad a los que se mantuvieren rebeldes, o tratasen alguna conspiración, pues siendo las dos pasiones dominantes de ellos, el interés y el temor, es de esperar que acometidos por ellos con estas dos providencias, se logre su total sujeción y reducción.

En cuanto a la necesidad y conveniencia de poblar el Da­rién, que el señor Arévalo propone, atendiendo a las órdenes del rey sobre el asunto, aduce las razones que ha habido para la elección de las riberas del río Caimán en la costa oriental del golfo de Urabá. El río de que trata es el Caimán Nuevo para distinguirlo del Caimán Viejo a unas dos millas más al norte en la misma costa. Con la fundación en el río Caimán, dice el brigadier Arévalo, se irán pacificando estos indios con el buen trato que experimentarían, y sueldos que les asignen a los capitanes de ellos, logrando así apartarlos de la amistad con los ingleses, y quitar a éstos toda idea y esperanza de ocu­par el Darién a vista de los establecidos. Propone, asimismo, Arévalo, que para defensa de las bocas del río Darién o Atrato, queda el fuerte de Caimán bien situado, desde cuya vigía se ven todos los brazos de dicho río y costa que entre ellos inter­media.

Los indios de toda la costa oriental del golfo, dice el in­formante Arévalo, son muy afectos a los españoles, dóciles y fáciles a reducirse a nuestra sagrada religión, que verificado como se espera, pues lo desean muchos de ellos, y han hecho bautizar sus hijos, sería un incentivo poderoso para la conver­sión de los otros a quienes moverá mucho su ejemplo. En la satisfacción del buen afecto y lealtad de estos indios se ani­mará mucha gente a venir a establecerse aquí, lo que no eje­cutarán quizá en otra parte donde no hubiese igual seguridad, pues aunque para esto hubiese tropa, no podría guardar a todos los indios en sus diversas labranzas, que es preciso en­tablen para su manutención, siempre tendrían temor y no querrían exponerse a ser acometidos de los indios infieles que como prácticos en sus tierras, lo podrían hacer a su salvo, siempre que los viesen solos, o en corto número, lo que no su- ■cede en el río Caimán, donde los pocos indios que hay son

leales, y los rebeldes estando en la costa opuesta, es preciso vengan embarcados para cualquier empresa y sean vistos de la población y vigía, o de los indios de esta parte igualmente interesados en oponerse a ellos.

Que en esta costa oriental se hallan la mayor parte de los cacaguales y muchos platanares que tenían los franceses que la habitaban y casi todos han muerto o retirádose a sus colo­nias, estando en medio de ellos el río Caimán y a sus orillas la mayor parte de dichas labranzas. Que poblado este golfo se quitará el abrigo a los piratas y levantados, que regularmente se refugian a él por las inmediaciones a las bocas del Sinú y demás parajes donde ejercen sus crueldades. Que poblada y fortificada esta parte del dicho golfo de Urabá se estrecha bas­tante y se ve claro de una a otra costa, se impedirá el trato ilícito que se hace por los ríos Darién y Guachuba (León) aunque los extranjeros vengan a él, y podrá facilitarse así un comercio muy importante por los dos con las ricas provincias del Chocó y Antioquia que tanto beneficio recibirían.

Para el fuerte del Caimán establece el mencionado bri­gadier un cuartel para la tropa; una capilla para celebrar la misa y administrar los Santos Sacramentos a la tropa y po­blación; un hospital para los enfermos; habitaciones para el comandante y oficiales del fuerte y para un capellán y un cirujano que es preciso haya en él; cocinas y lugar común; un almacén para pólvora; otro para pertrechos y otro para víveres. Edificios todos que se han tenido por indispensables.

El brigadier don Antonio de Arévalo firmó su descripción e informe en Cartagena de Indias a 31 de marzo de 1761. El original de este informe se conserva en la biblioteca de manus­critos del departamento de hidrografía de Madrid. Se sacó una copia para don Antonio B. Cuervo, con el regio beneplácito, el día 31 de marzo de 1888 (^).

En 1784 se fundó en un cerrito cerca de la desembocadura del río Caimán Nuevo (Ipkitinala), donde hoy vive una tribu de 200 indios cunas, un pueblo de españoles protegido de pe­queño fuerte, cuyas ruinas aún se ven, con objeto de cate­quizar y atraer a la amistad de España a los indios y evitar el comercio ilícito e invasiones que los extranjeros hacían por

( ' ) Pu blioado por A . B. C uervo. "C o le cció n de docum entos i o ^ t o s sob re la g e o g ra fía y la h istoria d e ColOMbia'*. I. II, p á g s . 2SI-273. Bd. d e B ogotá. 1892.

los ríos Atrato y León a las provincias del Chocó y Antioquia. Por demás está decir que este establecimiento tenía su cape­llán sacerdote, cuya actuación no sólo se extendía a los espa­ñoles, sino también a los indígenas. Por los años de 1791 a 1792 íue demolido el fuerte y abandonada la población por disposición del virrey don Francisco Gil y Lemus, con sumo sentimiento de los pobladores e indios que vivían en perfecta buena armonía (^).

Al oeste del cabo Tiburón en las inmediaciones donde es­tuvo Acia, población fundada en tiempo de Pedrarias Dávila, se estableció en 1784 una nueva ciudad con el nombre de Ca­rolina, con el fin también de atraer a los indios lo mismo que en el río Caimán y evitar que en aquella costa se estableciesen los extranjeros.

En el diario de una expedición reservada que el capitán de fragata de la real armada, don Luis Arguedas hizo por or­den del excelentísimo señor virrey de Santafé en 1786, propo­nía al virrey el envío de ciento cincuenta familias del Sinú a Carolina en calidad de pobladores. La propagación de estas familias, dice, y aún de otras, noticiosas de las ventajas del nuevo terreno, darían margen a que voluntariamente se trans­firiesen muchos poco a poco, con lo cual insensiblemente y en corto tiempo se conseguiría hacer muy vasta esta población de Carolina; a esto se agrega que con las seguridades que dan mu­chos de los ríos y abundantes minerales de oro y excelentes maderas tal vez se arrim arían algunos sujetos acomodados a pasar con sus negros para fundar haciendas y todos juntos disputarían con ventaja sus terrenos y posesiones (-).

No obstante tan buenos proyectos de colonización, Caro­lina, en la misma fecha que el pueblo de Caimán — 1791-92— fue abandonada definitivamente.

Se construyeron, además, en la misma época otras dos po­blaciones al estilo de Caimán y Carolina y se llamaron La Concepción en el río y ensenada de su nombre en la costa de las islas Mulatas, y Mandinga en el río y ensenada de su nom­bre al este del golfo de San Blas. Todas estas poblaciones están construidas, se dice en el mencionado diario, por el mismo mé­

( ‘ ) En e l croqu is del r ío C aim án , qu e publicam os en e l cap itu lo XIX d e la te rce ra porte , señ a lam o s e l punto aproxim ado donde estuvo e l pueblo-íuerte qu e, en esta oca> sión , construyeron los espoñoles.

(*) A . B . Cuervo, ob. cit., p áq . 390.

todo que el de Carolina, y así la población participa de las malas influencias de los árboles que los rodean, porque aún los desmontes están demasiado inmediatos a las casas; así se nota igual mortandad que a los principios de la fundación en los pobladores. Todos los fuertes se hallan colocados a la ori­lla de la playa y en cuanto al tendero de las embarcaciones sólo es bueno en Mandinga, pues en Concepción y en Caimán están tan desabridos los buques, que fondeados en tiempo de brisas reciben los golpes de mar por las bordas. Los defectos que se notan en la población y régimen de Carolina son los mismos que en los otros tres fuertes que es cuanto puedo de­cir por las conformes noticias que siempre han dado los que han fondeado en ellos (^).

Del informe o diario del comandante Arguedas se infiere que en estos cuatro establecimientos había sacerdotes, pues propone al rey una reducción del crecido número de emplea­dos en el Darién. “Se ahorraría el rey, dice, el crecido número de pagas y manutención de tantos contramaestres, prácticos, cirujanos, capellan es y contadores, etc.

Todas estas poblaciones —Carolina, Mandinga, Concep­ción y Caimán— se construyeron en las costas del Darién del Norte, y no cerca del golfo de San Miguel o Darién del Sur, como escribe Ramón M. Valdés en su G eogra fía del Istmo^ de P an am á (®).

En la expedición de Fidalgo, que duró no menos de 15 años (1780-1795), se hallaban, por lo menos, dos capellanes. Capellán del bergantín “Empresa”, don Ju an Sastre y Cer- vera, y capellán del “Alerta”, don Francisco Palarés.

Como se hace notar, aunque incidentalmente, por algunos historiadores, los indios de estas costas caribes se hacían bau­tizar por los capitanes y tripulantes de buques que llegaban a sus tribus.

Así Fidalgo (ob. cit., pág. 39) hablando de los indios de la Goajira, dijo: “Solicitan el bautismo de los niños, no por creencia, sino por utilidad que reportan, pues los capitanes de los barcos en virtud de su calidad de padrinos (a quienes eli­gen para este fin) les regalan, y este interés hace bauticen

(1) Ib id ., p ág . 396.(*) Ib id , p ág . 595.(3) P ág . 18 d e lo ed . d e B ogotá, 1898.

SUS niños cuantas veces puedan sin desprenderse de ellos. Ha­cemos esta advertencia para que no se abuse de este sacra­mento, y como sería muy cruel negárselo absolutamente para aquellos párvulos que estando en peligro de muerte pueden lograr tan gran beneficio; pide la prudencia que a lo menos no se bautice niño alguno que llegue al año a no ser que ten­ga noticia cierta que en todo el tiempo de la edad del que qui­sieren bautizar, no hubiese llegado barco alguno a la costa, porque si hubiese habido alguno en ella, está ya bautizado por la razón expuesta; y con esto se evitará muchas veces la re­petición del sacramento en un mismo individuo, sin privar­les absolutamente de sus efectos para el caso del fallecimiento y siempre sea administrado bajo condición. Esta es la doctri­na del sapientísimo Pontífice Benedicto XIV y de los Santos Padres de la Iglesia.

Hablando más en particular de los indios de Urabá y cos­ta del Darién, dice el mismo Fidalgo: “Parte de estos indios están bautizados, y, por consiguiente, tienen nombres de San­tos, siguiéndose aquí por los tratantes el mismo desorden y abuso que se dijo en nota relativa a los indios goagiros, y sue­len bautizar sus niños tantas veces como pueden por el interés que reportan de los que nombran padrinos (Ibid., pág. 185).

Tan antiguo era este vicio de los indios, que las constitu­ciones sinodales, hechas por Santo Toribio de Mogrovejo en el Perú en 1586, se decía en el capítulo I : “Todos los curas de yndios de aquí adelante tendrán particular cuidado en leer una vez en cada año, estando congregados los yndios, los li­bros de bautizados, confirmados y casados, para que los yn­dios no puedan pretender ynorancia bautizándose, confirmán­dose y casándose dos veces, siendo la primera m ujer viva, lo cual assí hagan y cumplan los dichos curas con mucho cuy- dado con apercivimiento que se procederá contra ellos” (■‘).

Desde los primeros días del descubrimiento parece haber­se introducido entre los naturales del Nuevo Mundo la costum­bre de tomar los nombres y apellidos de españoles ilustres. Oviedo nos habla del licenciado Alonso Zuazo, quien, habiendo quedado en Méjico de gobernuador en ausencia de Cortés en su expedición a la provincia de Hibueras, se propuso acabar

( ' ) P u b licad as por R . Levillier, ob. cit., t. II, pp. 239 y sig s. de la ed . de M adrid , 1919.

con los ídolos con asombro de los indios. Estos mandáronle una comisión para pedirle cuenta de su actitud, pero conven­cidos por el prudente razonamiento del magistrado goberna­dor, acabaron por hacerse sus amigos. “Respondieron —dice Oviedo— aquellos conocían bien la verdad quel licenciado les decía, e que si él quissiese ser su padrino estaban prestos de se hacer christianos con toda su gente e destruyr todos los ydolos de su tierra, e querer la ymagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María, porque a Dios e su ymagen no lo com­prendían bien. E assí el licenciado les hizo dar una ymagen de Nuestra Señora e con ella e con ellos se fué a la iglesia, e se baptizaron e llamáronse como él, aunque el apellido de Zuazo no lo podían bien expressar e súpose como luego colo­caron la ymagen de Nuestra Señora en el más alto Qü (que assí se dicen los templos de toda su tierra) e assí se destruye­ron todos los ydolos que tenían en ella” (^).

Entre los indios kunas de Urabá subsiste aún esta cos­tumbre, razón por la cual hemos conocido indios con los nom­bres de Alfonso de Borbón, Pedro Nel Ospina, Olaya Herrera, Tomás Carranza, Manuel Díaz G ranados. . . Nosotros mismos hemos bautizado indios con los nombres de personajes nota­bles y destacados políticos que, llegados esporádicamente a nuestra misión, apadrinaron a los bautizandos, quienes una vez regenerados por las aguas del bautismo, quedaban en po­sesión de los nombres y apellidos de sus padrinos.

También hemos conocido en nuestros tiempos iteración del bautismo por los mismos motivos que insinúa don Joaquín Fidalgo; sobre todo, cuando los indios se han visto en presen­cia de blancos, a su juicio, ricos y generosos.

En julio de 1787, aparece un sumario contra don Ignacio Cogollos, médico cirujano del fuerte de Caimán, denominado de “San Carlos”, acusado por el comandante de dicho fuerte, don Pedro Prieto del Campillo “capitán de infantería del re- ximiento de milicias blancas de la plaza de Cartagena”. La acusación versaba sobre vender las medicinas del “Rl. hospi­tal de Caimán que el rey mandaba para sus tropas y poblado­res, les suministraba a quien hubiera menester sin ynterés alguno”. Y porque dicho cirujano no quiso dar un certificado

de enfermedad para que el teniente de miicias pardas don An­tonio Dueñas, residente en el fuerte de San Carlos de Caimán pasara al Rl. hospital de Cartagena por ser “la enfermedad que sijpone cuasi ninguna y que se puede medicinar en este fuerte mediante a que no corre ningún peligro de vida soy de parecer no ser acreedor a que se retire por enfermo a la ciu­dad de Cartagena”.

En dicho sumario testifican, entre otros, don Antonio del Corro, capitán de la G aleota de S. M. L a E lena, que se hallaba fondeada en el río Caimán, don José Riquelme, capitán de la Galeota de S. M. L a L iebre, don Miguel Nicolau, don Jerónimo de Serna, ministro Proveedor y subdelegado de real hacienda, don Antonio Sambrano, sobrestante mayor de las obras de S. M. de este fuerte, Antonia Aviles, mujer lexítima de Blas Blanquicel”. Estas declaraciones juradas se tomaron el día 14 de julio de 1787.

El acusado don Ignacio Cogollos pidió un certificado al padre capellán del fuerte, que era un padre franciscano, como veremos. E l fuerte y población de San Carlos de Caimán era reciente en la fecha en que se tomaron las declaraciones, pues en el sumario, pág. 11 , se le llama “nuebo establecimiento, nueba población”. Consta que el hospital del fuerte se deno­minaba “de San Elíseo, pág. 14, del cual fué cirujano don Ig­nacio Cogollos, durante siete meses, a quien sustituyó en no­viembre de 1787 don Andrés González Estrella, médico militar del real hospital de San Lázaro, cirujano del regimiento de in­fantería de milicias blancas voluntarias, quien fué destinado de orden superior para la asistencia de los enfermos del hos­pital de San Elíseo de Caimán. Se hace notar en las declaracio­nes que antes del comandante de Caimán, don Pedro Prieto del Campillo, hubo otro llamado Josef López Durán y se habla también de vecinos fundadores, civiles, lo que prueba que ade­más de la guarnición del fuerte, existía población civil. Asi­mismo, se hace mención de mujeres legítimas que, con previa licencia de sus maridos, daban declaraciones.

Apresado don Ignacio Cogollos por el comandante, el 14 de julio de 1787, “se le sacaba de la prisión con un ordenanza dos veces al día a pasar visitas de enfermos. E l fiscal interino Berrío dispuso como providencia: “Considerando la falta que hay de facultativos de esta clase para la asistencia de los en­fermos de las nuebas poblaciones, podrá V. Excia. (el virrey)

si es serbido dar por compurgado el delito con la prixión que ha sufrido”.

De conformidad con lo propuesto por el fiscal Berrio, se ordenó al subdelegado de la intendencia don Pedro Fernández de Madrid, “que dispusiese el pase del cirujano Cogollos a otro establecimiento”.

El cirujano Cogollos se dirigió al capellán del fuerte de San Carlos de la siguiente manera:

M. R. P. fray Joachin Salguero. Muy señor mío: estimaré a V. P. me haga el favor de certificar a continuación de ésta, mi modo de vida, costumbres y modales que hubiere experi­mentado en mi persona en el dilatado tiempo de siete meses que ha que me hallo en este establecimiento y si le consta a V. P. que yo siempre he cumplido con toda exactitud en el ministerio de mi oficio sin dar lugar a quejas, por lo que si sabe V. P. si acaso he sido artopellado alguna vez por el ante­rior comandante y lo demás que V. P. supiere sobre este par­ticular, a cuyo favor le viviré agradecido. Dios guarde la vida de V. P. M. Rma. Caimán y julio 14 de 1787. — Hno. de V. P. su mayor servidor. Ignacio Cogollos.

Certifico yo, fray José Joaquín Salguero, religioso de N. P. Seo. Sn. Francisco y actual capellán de este real fuerte de San Carlos de Caimán, en el mejor modo de derecho que pue­do: Que conozco el espacio de siete meses por médico y siru- jano de este establecimiento a don Ignacio Cogollos, el que ha cumplido exactamente con su ministerio, visitando y cu­rando a sus enfermos con promptitud, no solamente a las ho­ras acostumbradas, sino también en las que ha sido llamado, assy por soldados como por fundadores, sin negligencia algu­na. Assymismo certifico que en lo que pertenece a su natural prosedimiento no ha dado mala nota de su persona, ni le he conoscido ensenagado en vicio alguno; y porque conste doy esta certificación a petición de dicho don Ignacio Cogollos; la que sy fuere necesario dar vajo la religión y el juramento in verbo sacerdotis, estoy prompto con el fin de que sirva para los effectos que mejor convengan; y porque conste lo firmo en este Rl. fuerte de San Carlos de Caimán, en 14 días del pre­sente julio, el año de mil setencientos y ochenta y siete. Fray Josef Joaquín Salguero”.

Es probable que hubiese también más religiosos como ca­pellanes en San Carlos de Caimán, a lo menos sucesivamente.

Así lo da a entender el padre Salguero en su declaración al decir o llamarse “actu a l capellán de este real fuerte de San Carlos” (1).

En 1782 aparece en S. Sebastián de Büenavista un padre franciscano misionero, llamado fray José Alvarez

No hay duda de que la acción ministerial de estos cape­llanes religiosos del fuerte se extendería no solo a la guarni­ción y pobladores, sino también a los indígenas del río Cai­mán, que en aquel tiempo eran bastante numerosos.

Hoy día, después de siglo y medio, se descubren las ruinas del fuerte de San Carlos del Caimán, cerca de ia desemboca­dura del río en el golfo de Urabá. Varios vecinos de Turbo han traído de Caimán ladrillos para sus hornos y fogones.

En las proximidades de este fuerte de San Carlos de Cai­mán, sino en el mismo punto, es donde Julián Gutiérrez capi­tán del gobernador de Panamá, Barrio Nuevo, pobló y levantó su fortaleza, cuando, a las órdenes de su gobernador, vino des­de Acia a oponerse a los hermanos Heredias en las inmedia­ciones de San Sebastián de Buena Vista de Urabá, como he­mos visto en su lugar.

En la provincia del Darién se ha hecho famosa, dice Fran­cisco Silvestre en su “Descripción” (^), en el día — escribía en 1789— por lo que ha sonado, su pacificación por algunos mi­les de pesos que en ella se han gastado por algunos miles de almas, que han muerto en ella por una porción de accidentes que han hecho abominables hasta su nombre, siendo su pobla­ción sumamente reducida en quanto a católicos, y estos hacia las márgenes del mar del sur y golfo de San Miguel, la tienen sojuzgada los indios gentiles, que, según los más prudentes cómputos, no llegan a 1.500 almas . . . Han mantenido mu­chos años comercio con los ingleses, de que no faltarán algu­nos entre ellos; y aún se dice, que tienen un ministro de esta nación, así como se encontró en tiempo del R. Zerda uno con el título de capitán, despachado por el gobernador de Jam aica,

(1) Sum ario conU a don Ig n acio Cogollos, c iru jan o del íu erte d e C aim án , (1878)

A re. P . A. U.(*) ArchiTOB N acional d e Bogotá, C u ras y O bispo«, T . X X V I, ío l. 873.{») En los h istoriadores, contem poráneos d e F ran cisco Silv estre , es frecuen te h a ce r

re sa lta r l a d esp ob lación in d íg e n a del D arién. E sta d esp ob lación s e d eb e entender de indios cristiano s y reducidos, y conocid os en ton ces. Las es ta d is tica s m á s recien tes arro­ja n e l núm ero d e 20.000 indios k u n as y 6.000 c a tío s o ch o eó es en e l mism o territorio.

y también su uniforme. Para detener sus correrías, se estable­cieron en aquel tiempo varias piraguas armadas con que se contuvieron. Después de su gobierno se fueron alterando las provincias por sus sucesores; y los yndios volvieron a engañar­los a sus correrías. Se informó a la cohorte de lo que conve­nía para irlos sujetando, y se han ido respectivamente valien­do de arbitrios, que no han surtido ni pueden surtir efecto, atendiendo a su carácter pérfido, y ninguna religión. El me­dio único es ir formando poblaciones por la parte de la costa del norte, Darién y Panamá, con destacamentos a corta distan­cia, y que estos pueblos puedan en cualquiera caso repentino auxiliarse unos a otros para irlos acercando, estrechándolos y acometiéndolos, sin atención, ni miramiento alguno a cual­quiera leve daño que cometan, como apóstatas de la religión y del estado, como enemigos crueles y malos vecinos; y en inte­ligencia de que por regalos o motivos de religión, jam ás abra­zarán ésta, a que tampoco se les debe forzar, sino quando sin arbitrios se vean rodeados, y perseguidos por todas partes, sin darles lugar al auxilio, ni trato con los iñgleses, ni cuales­quiera otros extranjeros; lo que puede irse logrando con el tiempo; y que los hijos o nietos de éstos cayan entrando en el gremio de nuestra rehgión, estableciéndolos en las mismas po­blaciones españolas.

En el presente gobierno del señor Góngora se ha intenta­do abrir un camino de norte a sur, y poblar con ingleses colo­nos y otros extrangeros. Dios ha permitido que no tenga efec­to; porque era lo mismo que poner aquel tereno en manos de nuestros enemigos.

Llegado el señor Góngora a Cartagena con el objeto, se­gún órdenes de la corte de reducir y pacificar a los yndios del Darién, formando algunas poblaciones en su terreno . . . se procuró después atraer a los yndios, que para tratar de su re­ducción y paz, pasaron a Cartagena los principales caciques, donde se les obsequió y regaló por el señor virrey excesiva­mente. Se hicieron varios ejercicios de fuego a su presencia de tropa y cañón y con el objeto sin duda de intimidarlos. Se extendieron unas capitulaciones, que ellas mismas aún en su sentido literal, dan bien a conocer, que era una subordinación y paz de estos yndios apóstatas de la religión y del estado, solo simulada y aparente. Para verificar las premeditadas pobla­

ciones en el Darién se echó mano de un religioso capuchino, que había acompañado al virrey (Caballero y Góngora) en sus entradas al Socorro, de cuya jurisdición y de todas las otras inmediatas, con seducciones, y engaños contrarios a los sanos principios de nuestra religión, a la caridad, humanidad y leyes civiles, logró sacar y conducir por sí mismo una por­ción considerable de colonos de todos los sexos y edades, que, despoblado aquello, han servido de cebo a la muerte en su tránsito hasta el Darién, y después de llegados, con horror, odio y escándalo de todos aquellos vecindarios, aumentando el que se tiene al gobierno. . (^).

La colonización proyectada por el arzobispo virrey, tenía sus inconvenientes para la corona de España, como observan algunos historiadores. Francisco Silvestre en su “Descripción del Reyno de Santa Fé de Bogotá” dice: “Este arbitrio solo pudo sugerir la ignorancia más crasa de lo político, o de algu­no que fuese enemigo de la patria o del estado. Fue éste el de conducir una porción de pobladores o colonos para establecer­los en las proyectadas poblaciones del Darién, a extrangeros de las colonias de los Estados Unidos de América y de las islas, y demás posesiones extrangeras, que efectivamente se condu­jeron hasta más de mil y quinientas personas de todas las na­ciones y de ambos sexos, y en que hay de todas religiones y sectas para que, no faltando la católica, sus abusos y resabios, se extendiese más la relaxasión con perjuicio de la religión y del estado y contra sus sabias máximas y leyes; siendo en esto lo más notable y que puede mirarse como un especial castigo de la mano del Altísimo, al verse executado por un prelado, que es el primer pastor y doctor de la religión en el virreynato, al propio tiempo que su protector como virrey. Es evidente, que, si han llegado a establecerse en las poblaciones del Darién co­lonos en que temprano o tarde (que no sería mucho) viniese tiempo del error, que procuró enmendarse” C ). a parar aquel territorio, ha permitido que se conociese en

Nada hemos hallado de las actividades que pudo ejercer el padre capuchino en el Darién en estos ensayos de coloniza­ción del virrey Caballero y Góngora.

(1) D«#cripción c ita d a . C ap. X I, A its, 92 y 169.{*) D M ciip clón c it. C ap . X II, Art. 173, p ág s . 120-121 d e la ed ic. d e P an am á, 1927.

Le sucedió a Góngora en el virreinato de Nueva Granada don Francisco Gil y Lemus, quien, en su corto período de man­do, rindió a la corte de España un informe desfavorable sobre la colonización y reducción del Darién. Añadió que eran gran­des los sacrificios pecuniarios y de gente para el sostenimiento de las cuatro poblaciones de Carolina, Concepción, Mandinga y Caimán. El gobierno, de conformidad con el informe del vi­rrey, resolvió abandonar aquellos establecimientos, conservan­do solamente el de Caimán. Por real cédula de abril de 1789, se ordenó, por fin, que se abandonase también Caimán y todo el territorio del Darién con todos los establecimientos en él fundados. E n consecuencia, el mariscal don Antonio de Aré­valo destruyó los fuertes que se habían hecho para defensa de las cuatro poblaciones mencionadas, demoliendo sus iglesias para que no fueran profanadas por los salvajes darienitas. Los indios, naturalmente, apenas hubieron salido los españo­les del Darién, volvieron a sus antiguos hábitos de ferocidad y barbarie.

Los historiadores franciscanos hablan ampliamente del colegio de misiones de Propaganda Fide de su orden en Pana­má fundado en 1785, y de sus actividades misioneras en las provincias de Veraguas y Chiriquí en la reducción de los indios de San Buenaventura de las Palmas, San José de Tolé, San Antonio de Guaimi, Nuestra Señora de los Angeles de Guala- ca, San Francisco de Dolega, de Nuestra Señora de los Reme­dios . . . y nada dicen de sus actividades al oriente del Istmo, o sea por el Darién del norte o del sur (^).

Sin embargo, el vicario general de los franciscanos pedía al Papa Pío VTI nombrase a fray Antonio Perenal, comisario y prefecto de las misiones del Darién y Veraguas, y al mismo tiempo suplicaba a Su Santidad para el colegio real de misio­nes de Panam á las gracias y privilegios concedidos a los cole­gios del Perú y de Santa Fé de Bogotá. Gracias que fueron concedidas, pues, don Antonio Vargas, ministro de España en Roma, agradecía al secretario de la Propaganda Fide, mon-

(^) C ir. P . G regorio A rcU a Robledo, O . F . M ., Los fO aio aas Frcraeiseeaios en Colom* b ia , IV . M U ioaM d e l C oleg io d e S a n F ro n tieeo d e P o n om á, p á g s . 7&-B7 d e la 19 ed. d e Bogotá. 1951.

señor Pedicini, la facultad y patente de comisario prefecto para fray Antonio Perenal, con fecha de 27 de julio de 1819 (^). Por lo visto, todas las actividades del dicho colegio de misiones se dirigían a las provincias mencionadas de Veraguas y Chi- riquí.

{ ! ) Am bos docum entos d e l A rchivo d e la P rop ag an d a F id e d e R om a, s e exhibieron ío tocop iad os en la E xposición C om ercial In tern acio n al d e C olón (P an am á) en e l P ab e- Uón Pontiíieio. núm eros 26 y 27. D icha exp osición tuvo lu g ar del 20 de m arzo a 4 de

a b r il d e 19S4.

CAPITULO X I I I

R eanudan los padres jran ciscan os sus m isiones en el C hocó y Urabá.

SUMARIO: Colegios de Propaganda Fide de los franciscanos en Nueva Granada. — Solicitud del Rey Católico por las misiones entre indios. — Real cédula al virrey de Nueva Granada sobre si convendría f ija r al co­legio de Propaganda Fide de Cali la evangelización de los indios cunas del Darién. — Informe del obispo de Popayán sobre el personal de los colegios de Propaganda Fide de Popayán y Cali. — Real cédula del virrey de Nueva Granada sobre el colegio de Popayán. — El rey en­carga al padre comisario general de las Indias dé providencias corres­pondientes para la buena marcha del Colegio de Misiones de Popayán. — El virrey Solís confía a los frarKrscanos la evangelización de los indios cunas de Urabá. — San José de Murrí, centro de Misión en el Atrato. — El padre franciscano fray Paulino SaJazar funda con indios cunas el pueblo de Sao Bartolomé de Murindó. — Marcos de la Peña, canario, capitán de los lr>d¡os cunas de Murindó. — Escolta que man­da el rey para los misioneros entre Jos cunas. — Muerto el capitán Peña, los indios acaban con el pueblo de Murindó. — El padre Salazar se salva escondiéndose en el monte. — Misioneros franciscanos en los

ríos de Jiguamiandó y Pavarandó. — Vigías del río Atrato.

La misionerísima orden franciscana tenía a mediados del siglo X V III en el Nuevo Reino de Granada, nada menos que tres colegios de misiones y de Propaganda Fide, cuyos miem­

bros estaban dedicados a misiones entre infieles indígenas. Eran estos colegios de Propaganda Fide, el de Panamá, donde residía el reverendo padre comisario y prefecto de misiones, y centro de misiones para el Darién y Tierra Firm e; el de Po­payán que surtía de misioneros al Caquetá y Putumayo, y más tarde al Chocó; posteriormente se fundó el colegio de mi­siones de Cali, al que se le asignó parte del territorio que pri­meramente administraba el colegio de Popayán (^).

Fray Bernardo de Jesús en carta de 28 de febrero de 1765, escribía al virrey de Santa F é : “Pongo en noticia de V. E. có­mo con la ayuda de Dios, tengo casi acabado el colegio de mi­siones que estoy fundando en Cali, no sin la pensión de los muchos trabajos y fatigas que cuenta esta fundación: Hállo- me al presente falto de operarios, para el abasto del mucho pasto espiritual que pide esta ciudad y todo este distrito; no tengo al presente más que tres compañeros sacerdotes, de ellos los dos son europeros, que vinieron para las conversiones de infieles; de estos dos, uno de ellos estuvo en las montañas al­gunos años. E l otro está en la provincia del Chocó, a donde le envié a jun tar algunas limosnas para ayuda de esta funda­ción . . . E l que todavía no ha entrado a las montañas de in­fieles, cumplirá su destino entrando en las conversiones que se han de asignar a este colegio, pues todo mira al servicio de ambas majestades, si no se arruina el colegio de Cali, que está a punto de formalizarse para el mismo efecto (^).

Este colegio de misiones de Cali, tenía sus enemigos, pues el reverendo padre comisario general del Perú, fray Francisco Huertas, encargado para visitar los colegios de misiones de Popayán y Cali, informaba al virrey de Nueva Granada con fecha de 20 de mayo de 1766: “Estto prevengo a V. E. porque tengo entendido, inteligenciado con el limo, de esta ciudad (Popayán) haber hecho Informe a fin de que no subsista el colegio que el reverendo padre Lardo está fundando en Cali, y soy de sentir que el destruirlo será contra la voluntad divi­na que es mucho el fruto que conozco hacen los pocos padres, y advierto que es pasión e influjo de algunos sugetos con capa de mayor bien; ni menos conviene el que sea hospisio sugeto

(1) "T a m b ié n en T u n ja funcionó u n tercer co leg io , p ero d eb ió d e U e ro r u n a e x is­te n c ia lán g u id a y d esm ed rad a, ci e s q u e p asó d e em b rio n a r ia ", esc rib e e l P . lo sé A b el S a la z a r , ag u stin o reco leto , e n s u o b ra : Los Estudios Eclesiástico« Superiores en e l Nue- »o Reino d e G ran ad a . P . L, o ap . V I, Art. II, T . 2> M adrid, 1946.

(«) D ocum entos inéd itos d e A . B . C u erro , t IV . p ág s . 232-233.

a este de Popayán por muchas y nada buenas consecuencias que entre los moradores habrá; esto es lo que siento en Dios” (1).

Por haberse suprimido las misiones que el colegio de pro­paganda de Cali tenía en la provincia del Raposo (-), a causa de la mortandad que experimentaron los indios infieles por la peste de viruelas, el reverendo padre comisario general de las Indias fray Manuel de la Vega, suplicó al rey que de los treinta religiosos misioneros que en el año de 1775 se asignaron al co­legio de Propaganda Fide de Popayán, quince se destinasen al de Cali, y que convendría “dividir entre ambos (colegios) las que están ai cuidado del de Popayán, para que por este medio se aumenten las reducciones”. “Visto en mi consejo de las In ­dias, dice la Rl. cédula, con lo que dijo mi fiscal ha resuelto que el gobernador y revedendo obispo de Popayán, ejecuten de común acuerdo la expresada decisión del territorio de misio­nes en los términos propuestos”.

E l Virrey Solís en la relación del estado del virreinato de Santafé hecha en 1760 a su sucesor, el Bailio Frey don Pedro Mesía de la Zerda, escribía: “Por la urjencia que justificaba el colejio de misioneros que tiene la relijión de San Francisco en Popayán, para las misiones que cultivan en aquella provin­cia, les he mandado assignar una escolta pequeña con su ca­bo. La convención de los indios andaquíes en el obispado de Popayán modernamente se ha encomendado por S. M. al re­ferido colegio de franciscanos misioneros de Popayán, i se ha mandado se les de por este superior gobierno los ausilios que necesiten. I habiéndosele escrito al padre prefecto o superior, sobre que avise los que le convengan ha rrespondido está es­perando las órdenes de su comisario jeneral, a quien vino de la corte para que dicho colegio se encargue de estas misiones. Habiéndose consultado al gobernador de Panamá sobre refor­

(1) D ocum *ntoi d e A . B. C uervo, t. IV , p ág s . 238-239.(*) L a proT Íncia d el Hoposo e s la b a s itu ad a en lo costo d el P o c iiico en e l antiguo

estad o d e l C au ca , y la p o b lació n epónirao d e la provin cia , es ta b a , según E sq u erra , a 39 s r 25“ d e lon g , occid . 39 28' 2 0 " la t. n orte, d istan te de Bogotá 63 m iriám etros (Dic­c io n ario G eográU co d e lo« E stad os Unidos d e C olom bio , Bogotá 1879). E sta prov in cia era co lin d an te co n l a d el C hocó, pues hubo un p leito d e lím ite s en tre e l C hocó y e l R ap o­so , q u e íu e llev ad o h a s ta la m ism a m etróp oli d e E sp añ a p a ra su defin ición , tra s larg o p ap e leo d e trám ites y a leg ac io n es , com o co n sta en e l "C a tá lo g o G en ero l d e ta llad o del a rch iv o ce n tra l d el C a u c a " b a jo lo p artid a 4828. Col. I. I. 5 or. c itad o por la G eo g ra fía Econ óm ica d e Coloml^ia C h o có " (T. V I) p ág . 228, ed . d e Bogotá, 1941,

ma de estado eclesiástico i religioso de aquella ciudad, vino real cédula para que se informase sobre ello (^).

A principios de 1783 se recibió una real cédula fechada en San Ildefonso a 24 de 1782 en la cual se ordenaba al virrey de Santa Fe que informase si sería conveniente separar de las misiones del Caquetá a religiosos franciscanos del colegio de Cali y mantenerles en las de los indios cunas del bajo Atrato (Chocó). El cabildo secular de Cali, decía en su informe: “Se­ñor; Deseosos de egercitar su apostólico ministerio, los misio­neros franciscanos del colegio de esta ciudad, solicitaron que los de Santa Fe les diesen las misiones de los indios infieles nombrados cunacunas que se sitúan mediatos a la provincia de Citará del gobierno del Chocó. . . Y como verificada la di­misión o condescendencia del diocesano con aprobación del vice-patrono real, tomada ya la posesión y situado un religioso en el pueblo de Murrí, que sirve de escala, se tenga noticia de que V. M. les asignó la que llaman del Caquetá, procede es­te cabildo con el más profundo respeto a informar el ánimo regio de V. M. ser mas conveniente se les separe de aquella, y mantenga en el servicio de los dichos cunacunas: Pues el mo­tivo que tuvieron para resignarla los encargados de su cuida­do, se cree no fue otro que los crecidos gastos que impenden en sus transportes por la suma distancia en que se hallan, y no poder oportunamente ocurrir, a su asistencia, lo que asi­mismo sucedería por igualdad de razón con estos religiosos de la ya nombrada del Caquetá, cuando por el contrario, con el auxilio que les presta la cercanía respectiva que hay de este lugar a los cunas pueden con mayor comodidad y menos cos­tos pasar a sus reducciones de que se espera conocida ven­ta ja (^).

En vista del informe del cabildo al rey, éste se dirigió por otra real cédula al virrey de Nueva Granada y le decía: “. . . El cabildo secular de Cali ha dirigido la representación de 9 de junio de 1781, de que os incluyo copia, de sobre que a los reli­giosos de aquel colegio se les mantenga en las misiones de cunacunas y se les separe de las que se les aplicó de Caquetá. Y visto en mi consejo de las Indias con lo que dijo mi fiscal, he resuelto me informéis, como os lo mando, lo que se ofre­

(1) V éa se R e v u to d e l AtchíTO N a c ió n ^ , Bogotá, m arzo d e 1936, p á g s . 81-95.(*) InioTme liimado ep Ooli a 9 de junio de 1781. — Cfr. A. B. Cuervo, 1. c.

ciere y pareciere sobre el contenido de la citada representa­ción ( ') .

Hay constancia de que religiosos misioneros de los dos co­legios de Popayán y Cali recorrían periódicamente la región del Chocó. Ya nos aseguró fray Bernardo que uno de los reli­giosos del Cali “está en la provincia del Chocó”. En la nómina de religiosos de Popayán que salieron a misionar del año 1787 a 1788, fray Baltasar Luis de Santa María Pérez, testifica: “Se advierte que los padres fray Luis Quiñones y fray Marcos Cal­derón, hace más de dos años que están fuera del colegio pi­diendo limosnas en las provincias del Chocó, y en este ejerci­cio andan también predicando y confesando”

El colegio de propaganda de misiones de Popayán tenía en el Chocó una hacienda y minas, pues en el Archivo Colonial de Santa Fe de Nueva Granada hay constancia de unas cuen­tas que rinde el administrador de ellas, llamado Pedro Salinas Becerra, vecino de Cali, cuentas pertenecientes al año de 1759 (3).

En estos colegios de misiones de Popayán y Cali era bas­tante escaso el personal, dada la extensión de misiones que les estaba asignada a cada uno de ellos. Esto se infiere de una real cédula fechada en Madrid a 18 de marzo de 1791. . . Pre­guntado el guardián (de Popayán) si considera necesario fue­sen de España algunos religiosos, respondió que aunque en­tonces estaban las misiones bien asistidas con los on ce ope­rarios permanentes que tienen, podrían padecer detrimento, por las enfermedades peligrosas que contraen frecuentemente en aquellos climas destemplados, y por no tener la comunidad individuos aptos para reemplazarlos; pues los que la compo­nen son ancianos, o habitualmente enfermos, de resultas de haber estado en las expresadas misiones; en cuyo supuesto le parecía necesario, fuesen de España algunos religiosos, que con su celo y actividad, contribuyan al aumento de ellas, y conservación del colegio de misiones respecto a que hace cinco años que no se da hábito en aquel noviciado. . . Que el reve­rendo obispo de aquella diócesis, a quien pedisteis informes so­bre el asunto, os respondió en carta de quince de marzo ante­

en) S a n Ildefonso, a 24 d e ju n io d e 1782, A . B . C uervo, ibid .(*) D oram entos d e A . B. Cuervo, ibid.(*) ArehtvQ C olon ial. M inas d e l C au co , t. II , p ág ». 623 a 67§,

rior, que el colegio de misiones tiene veinte y nueve sacerdo­tes, de los cuales catorce pasan de sesenta años de edad, y es­tán habitualmente enfermos, sin que se pueda contar con es­tos catorce, para más que las obligaciones de la religión del claustro, que de los quince restantes, hay ocho ocupados en las misiones, dos pidiendo la limosna acostumbrada en la provin­cia del Chocó, dos convalecientes fuera de la casa, y el guar­dián haciendo la visita de las misiones. Que también tiene el colegio cinco jóvenes coristas, uno casi ético, y los otros cuatro capaces para empezar las tareas del instituto a vuelta de al­gún tiempo. Que de los veinte y nueve sacerdotes, seis fueron de España en la última misión y que es bastante creible, que dentro de cuatro años en que cumplen el decenio, quieran vol­ver a su patria, o incorporarse a alguna de las provincias de América, como pueden ejecutarlo según reales órdenes y los estatutos de la religión, expresando finalmente, considera muy necesario se pidan a España doce religiosos, para que la comu­nidad pueda conservar y cumplir las dos obligaciones más esenciales de su instituto, que son: catequizar a los infieles y predicar a los fie les . . . He venido en conceder a la misión de dieciseis religiosos que expresa el mismo comisario general en su citado oficio (30 de Sept. de 1790), encargándole se haga la colectación de sujetos de robustez y la actividad correspon­diente, para el desempeño de las misiones (^ .

Como se deduce del texto de la precedente real cédula, los padres misioneros que se dedicaban a la conversión de los in­dios infieles, gozaban del privilegio de poder volver a la madre patria después de diez años empleados laudablemente en la misión, o de quedarse en algunas provincias religiosas de Amé­rica. Este privilegio de la orden franciscana estaba también reconocido por real cédula del monarca español, que era pa­trono de todas las misiones del Nuevo Mundo. Otras órdenes religiosas tienen también en su legislación parecidos privile­gios para los que se emplean en tierra de infieles. Las ins­trucciones de misiones de carmelitas descalzos facultan a los misioneros entre infieles para que, pasados laudablemente doce años en la misión puedan volver a la madre patria tem­poralmente.

El número de reUgiosos de estos colegios de misiones de

Popayán y Cali no podía sin dispensa, pasar de treinta y tres; los novicios no podían ser menores de veinte años; los sacer­dotes que provenían de la provincia estaban obligados a pre­pararse a su ministerio con un año de noviciado.

La lección de la mañana en estos colegios, versaba sobre temas pertenecientes al ejercicio de la misión, a las lenguas indígenas o a la teología mística. La de la tarde, se dedicaba íntegramente a la moral y casos de conciencia.

Estos dos colegios de misiones de ia propaganda de Cali y Popayán, dice un ilustre escritor de nuestros días, no pro­dujeron, desgraciadamente, los bienes que eran de esperar; en malos tiempos se fundaron y no llegaron por eso a su com­pleto desarrollo. Más tarde, se trató de trasladarlos a Santa Fe, pero no se efectuó lo proyectado (^).

R educciones d e M urrí ba jo :

A mediados del siglo X V III se hicieron algunas reduccio­nes de indios cunas en el bajo Atrato. Hasta esa época los in­dios cunas, cuna-cunas o darienes, aparecen poblando las ver­tientes de la serranía del Darién y ambas costas del golfo de Urabá, pero no se habían internado al sur del territorio en los ríos afluentes del Atrato.

La reducción o población de indios cunas más meridional, es la del río Murrí. En una relación del último tercio del siglo X V III se lee respecto del pueblo de Murrí: “El pueblo de San José de Murrí lo gobierna en lo espiritual el cura que es i’eli- gioso de Nuestro Padre San Francisco, por ser cabeza de mi­siones de las que debe tener su religión, provincia de Santa Fe, en el gentilismo, nación cuna-cuna, en lo temporal el corre­gidor de los indios de esta naturaleza, de macana puede haber 50 ó 51 y las casas son 15. De blancos la del cura y corregidor y dos de mulatos libres. Del pueblo para arriba tienen los in­dios sus estancias de platanares y rocerías de maíz, hasta el sitio donde estuvo primero fundado el pueblo. De la boca al pueblo hay una hora y media, y hasta la última estancia de indios, un día de navegación. Es río fértil para plátanos y maíz, abundante en cedros, pero están en precipicios que no se pueden labrar ni menos echarlos al río porque todos se quie-

f i ) P . Jo sé A b el S a la z a r d * Cristo R ey , Agustino R ecoleto , Los Estudios EclM íásticos Superiores « I NueTo Reino d» G ran ad a , P . I., ca p . V I, o rí. II, $ 2. M adrid, 1946.

bran en los peñascos por la formidable intrepidez de las co­rrientes. Tiene minerales, serán ricos, pero nadie se ha dedi­cado a trabajar” (^).

Hemos podido localizar personalmente este pueblo de San José de Murrí en un altozano en la banda izquierda del río entre las quebradas o riachuelos afluentes del Murrí, Guspa- chá por el este y por suroeste el Bobica. Aún se puede ver la pila de piedra que sirvió para recipiente de agua bendita en la iglesia, bastante bien labrada, y de unos 40 centímetros de diámetro. Las campanas de San José de Murrí, hoy se encuen­tran en el caserío de La Isla, situado en la margen izquierda del brazo occidental de la gran isla del Atrato. La altiplanicie que ocupó San José de Murrí hasta fines del siglo X IX , es hoy cementerio de los habitantes que moran a la vera de este río.

En la visita que practicamos al río Murrí en 1929 encon­tramos en la casa particular de Casildo Abadía, dos imágenes de talla, de San José y San Antonio, que pertenecieron a la iglesia de San José de Murrí. En casa de Abadía celebraban sus festividades con velorio o velación, la noche que precedía al día de dichos santos. No obstante el cuidado de los vecinos para conservar estas imágenes, el comején las tenía desfigu­radas. La Prefectura Apostólica de Urabá, queriendo resucitar la memoria del primitivo pueblo, ha reunido unas quince fa­m ilias en un lugar aparente, algo más arriba del primer pue­blo, en la confluencia del río Jarapetó con el Murrí. Allí se ha edificado una capilla razonable de madera y techo de zinc, es­cuela primaria e inspección de policía. Para suplir a la ima­gen de San José, casi inservible, se ha traído una buena escul­tura del Santo Paíl-iarca, protector de los vecinos del nuevo pueblo de Murrí.

Era tan extenso el distrito de San José de Murrí, que lle­gaba hasta el propio golfo de Urabá, incluyendo dentro de sus límites el que después formó el distrito de Turbo. El poder ejecutivo, que en 1846 erigió el distrito de Turbo, decía; “Ru­fino Cuervo, vicepresidente de la Nueva Granada, encargado del poder ejecutivo, visto el expediente que crea o para averi­guar la conveniencia de erigir en distrito parroquial el parti­do de Turbo, gue hoy p erten ece a l d e M urrí, y resultando bien comprobada la necesidad de dicha creación, por la distancia

(>) D ocum vntot in id ito * d e A . B. C uervo, t. II. p á g s . S lS -S l? .

de Turbo a Murrí (i). Decreta: Artículo 19—Erígese en dis­trito parroquial el partido de T u rb o .. . Artículo 49—Comuni­qúese este decreto a la autoridad eclesiástica de la respectiva diócesis, para que en consecuencia se sirva organizar por su parte la nueva parroquia, uniformando los límites con los del distrito parroquial. Dado en Bogotá, a 5 de septiembre de 1846” (-).

En 1870, cuando el Chocó pertenecía al estado soberano del Cauca, la municipalidad del Atrato por ordenanza número 4 de 4 de mayo de 1870, creó el distrito de Murrí, territorio ex­tensísimo que comprendía, además del río Murrí, Vigía del Fuerte, Buchadó, Opogadó, Montano, Napipí, Cupicá y Jura- dó. Diez años más tarde, la cebecera del distrito de Murrí se estableció en Vigía del Fuerte (-O-

M urindó. — El virrey Solís que gobernó del año 1753 al 1761, confió a los franciscanos la catequización de los indios cunas de Urabá-Chocó. El gobernador de la provincia del Cho­có, don Francisco Martínez, ayudó sobremanera para que se llevase a cabo la reducción de los indios cunacunas, como en­tonces se llamaba a los del Darién que habitaban el viejo Atra­to. El capitán de los indios mencionados llamábase Marcos de la Peña natural de las Islas Canarias, pero que llevaba va­rios años conviviendo con los indios cunas cuyo idioma cono­cía perfectamente. Don Manuel Rivas Groot dice de este ca­pitán: “Establecido entre los indios, llegó a hacerse jefe in­mediato del cacique (*) y como hombre religioso procuraba comunicar las luces de la fe entre los gentiles; era un grano de preciosa semilla que Dios había dejado caer en aquellas tierras agrestes e incultas, que germinando con trabajo entre las plantas espinosas, por fin llegó a producir una mies que se cultivó con fruto bajo el gobierno del señor Solís”

El capitán Marcos de la Peña, cuando tuvo reunidos al cacique y a sus súbditos, se dirigió al capitán del Vigía de San

{*) T rescien tos kilóm etros aproxim adam ente siguiando ol curso d : l r io Atrato.(-) C o dificación N acionol. t. X II, p ág . 388.

V éa se , E l C hocó.— A y er y Hoy, por D eliino D íaz , secretario de gobierno, p ág in a 16 y 21 d e la ed ició n d e Q uibdó, 1936.

(*) E l títu lo d e cap itán s e d a a l inm edioto en d ign id ad después del ca c iq u e ; aún .en nuestros d io s co n serv an los indios cu n as literalm en te esta je ra rq u ía .

H istoria E c le s iástica y C ivil d e la N ueTa G ran ad a .

José de Atrato ( ) dando cuenta de este hecho entre aquellos indios, le pidió interesarse con el gobernador para que le en­viase un sacerdote doctrinero, le señalase terrenos y los auxi­liara con recursos para formar poblado bajo la ley cristiana y la autoridad del rey. El gobernador recibió con alborozo, como creyente, la noticia y pidió facultades para fundar las pobla­ciones cunacunas. El virrey, llenando las formalidades del caso expidió despacho favorable conforme lo solicitaba el goberna­dor Martínez. Ei gobernador del Chocó, ante el aviso del ca­pitán de la Peña, siguió al río Murindó acompañado del padre fray Pedro Salazar (^), como misionero, de algunas otras per­sonas y de gran número de indios chocoes, llevando efectos para repartir a los cunacunas y materiales para construir igle­sia. Ya en el sitio, que denominaron San Bartolomé de Mu­rindó, el gobernador y sus acompañantes fueron recibidos ca­riñosamente por los indios. El gobernador Martínez, valién­dose del capitán de la Peña, intérprete, pactó sus capitulacio­nes con el cacique y sus capitanes. Fue condición del arreglo que no los gobernaran extraños, sino los mismos indios, y que sólo el capitán de ia Peña se encargaría de gobernarlos con el cacique Marcos Tanna, que ya era cristiano, con otros in­dios principales. El día primero de octubre de 1759 se pusie­ron en vigencia las capitulaciones y el gobernador, después de señalar sitio para el pueblo, obsequió a los indios con los efec­tos que había llevado, consistentes en género, herramientas y bujerías. Igualmente repartió carne de m an atí y otros comes­tibles, con lo cual se atrajo la simpatía y adhesión de aquellos indios. El día 2 de octubre se hizo que los indios chocoes cons­truyeran una capilla, administrando el bautismo a muchos párvulos y adultos. El señor Solís solicitó luego al padre fray Ignacio Molano, provincial de los franciscanos que esta orden se encargase de las misiones de los indios cunacunas, y en tal virtud se encargó como misionero para continuar la labor, al padre fray Orencio Candía. Así quedó formada una nueva cris­tiandad y el virrey Solís dio las gracias y felicitó al goberna­dor Martínez en carta muy honrosa” (^).

(*) Cre«m o8 q u e este S a n José d e A trato e r a la p o b lació n qu e existió en e s a ép o ca ce rc a d e la d esem bo cad u ra d e l M urrí en e l A trato.

(*) Este p ad re ira n c isca n o m isionero, s e lla m a b a Ju an Pauilino. no Pedro, com o d ice e l h istoriodor d e su o id en , p ad re G . A rd ía . V o* F ra n c isca n a en C olom bia, p . 43, Bogotá, 1951.

(*) Salom ó n S a la z a r , G e o g ra ita Econ óm ica d e C olom bia. C hocó. P arte II, ca p . III. Ed. d e Bogotá, 1943.

Del padre Ju an Paulino Salazar, fundador del pueblo de San Bartolomé de Murindó nos dice su hermano de hábito, pa­dre Gregorio Arcila: “El integérrimo virrey Solís Folch y Car­dona entregó a los franciscanos la misión de los cunacunas, donde sobresalió el lenguaraz fray Paulino Salazar, de quien decía en 1759 el procurador fray José Antonio Salgado, al pro­ponérsele al gran mandatario como primer cura de aquella misión: “Fray Paulino Salazar, quien por estar instruido en la lengua de los dichos cunacunas, a quienes ha comunicado repetidas veces en el dilatado tiempo de 30 años y que ha de continuar en traer al cunacuna a fin de reducir aquellos indios, es muy al propósito para el ministerio que se solicita” (O-

El virrey Solís Folch de Cardona, en su R elación del E sta­do en el año de 1760 escribía: “Los infieles nombrados cuna- cunas en el Gobierno del Chocó, según aviso de aquel gober­nador, salieron pidiendo se les señalase pueblo, resguardos y padre; i el proceder en esto con toda prudencia, celo y bre­vedad se ie cometió al mismo, ordenándole pasase personal­mente a reconocerlos, e indagar su ánimo, i a lo demás con­ducente a buen éxito dando cuenta i pidiendo los ausilios ne­cesarios.

Por la urjencia que justificaba al colejio de misioneros que tiene la relijión de San Francisco en Popayán, para las misiones que cultivan en aquella provincia, les ha mandado asignar una escolta pequeña con su cabo, cometiendo su arre­glo i presta aquel gobernador, quien dará cuenta de lo que practicase o hubiera practicado” (-).• Uno de los primeros negocios que este virrey (Mesía de la Zerda) se ocupó, fue — dice José M. Groot— el de la misión de los indios cunacunas de la provincia del Chocó, la cual ha­bía dejado planeada su antecesor mediante las diligencias del activo y celoso gobernador don Francisco Martínez, de quien recibió carta avisándole que habiendo bajado últimamente al río Murindó a hacer arreglos con el nuevo poblado de indios cunacunas, habían venido seis de ellos con el capitán Barto­lomé a suplicarle fuesen a carearse con un indio cunacuna, capitán de Cacarica (en el bajo Atrato) que solicitaba con

C‘ ) R ev. V os fra n c is c a n a , d e Bogotá, octubre, 1937.(*) R e lació n d e Estado d el V irreinato d e S a n ta ié h e c h a por e l Excmo. señ or Jo sé Solía

a l Excm o. señ o r B a ilio F re y D. Pedro M e s ía d e la Z erd a", 25 d e noviem bre d e 1760, p u b licad a en R evista del A rchivo N acion al, m arso d e 1936. núm ero 3, p á g s . 62-83, Bogotá.

todos los indios de su obediencia el mismo beneficio que los de Murindó, porque deseaban con ansia profesar la fe cristia­na y que les pusiesen un padre que les instruyese en ella. E l virrey mandó se señalase un padre misionero que fuese a ser­vir a aquellos indios” (^ . No conocemos el nombre de este pa­dre misionero que fue destinado para los indios cunas del río Cacarica.

En la relación de mando del virrey Eslava, de 1751, se dice: A los indios del Chocó extraídos de los cimarrones y re­ducidos a pueblos, y a los residentes en ellos, encargó S. E. fue­sen tratados con la más benigna compasión; excusándoles apremios, vejaciones y demás motivos que los retiraba de la verdadera instrucción y documentos de la doctrina cristiana, y para que no careciesen de tierras en que sembrasen sus m aí­ces, con inmediación de las reducciones, les mandó S. E. re­partir y asignar las necesarias (-).

La citada relación anónima, publicada por Cuervo, sigue diciendo: “El río Murindó se destinó a los indios cunacunas, que voluntariamente pidieron su reducción el año de 57 o 58 (1758), siendo gobernador interino el maestre de campo don Francisco Martínez, y en él se fundó el pueblo de San Barto­lomé de Murindó, y el año de 70 o 71 (1771) habiendo muerto el capitán y fiscal, los indios una noche, ocultándose el cura religioso en el monte, a la m añana siguiente encontró el pue- lo desierto, retirándose los indios a sus tierras. En el día está fundado en lo que era pueblo, un libre cultivando platanadas del rey, y entablando mineral en una quebrada con pocos ne­gros. Dícese hay buenas minas en este río, y fértilísimo para, plátanos (■’)•

La población que entre el gobernador del Chocó y el padre franciscano fray Ju an Pauhno Salazar fundaran en el río Mu­rindó el día de San Francisco del año 1759 ha subsistido casi sin interrupción, si bien con escasa prosperidad. En nuestros días, es uno de los distritos más aislados del departamento de Antioquia. Ha seguido siendo titular de la parroquia y del

(1) H istoria EclA sióstica y CivU d«l Nuevo R«ino d» G ran ad o , I, ca p . XXV III. El r io C a ca r ica (K alcircana en indio) es o ilu en te izquierdo del A trato en su s proxim idades en la d esem bo cad u ra d e i qolio d e U rabá .

(*) R »lació n d e M ando d e l v irrey E s la v a . Edic. d e Bogotá. 1910, p ág . 47.(’ ) D ocum entos inéditos d e A . B. Cuervo, t. II , p ág . 318.

pueblo el apóstol San Bartolomé y adorna su iglesia una bellí­sima estatua barcelonesa del santo y el misionero ha residido de manera permanente en el pueblecito durante la existencia canónica de la prefectura apostólica de Urabá, confiada a los padres carmelitas.

Cuando el Chocó formaba parte del estado soberano del Cauca por una ordenanza de 4 de mayo de 1870 se creó el dis­trito de Murindó “compuesto de la villa de este nombre, de las aldeas de Riosucio y Pavarandó, y de las secciones de Jigua­miandó, Tadía y Domingodó”.

Estos límites fueron cambiados por otra ordenanza de 12 de febrero de 1880, por la cual la cabecera de Murindó pasaba a la villa de Riosucio, y se le agregaban los caseríos de Mu­rindó, Pavarandocito y Vijía de Curvaradó, y las secciones de Jiguamiandó, Tadía y Domingodó (^).

A principios de este siglo era tan precaria la vida civil del antiguo distrito de Murindó, que el gobierno departamental, por disposición de la asamblea de Antioquia de 1913,

CONSIDERANDO I

19—Que en la cabecera del distrito de Murindó no existe personal suficiente para desempeñar los diferentes destinos municipales;

29—Que por su situación y circunstancias locales presen­ta dificultades para ser centro de la administración muni­cipal, y .

30—Que la población llamada Vigía del Fuerte (corregi­miento de Murindó) posee cárcel, local para escuela, y un per­sonal suficiente y apto para el desempeño de los empleos mu­nicipales, con la ventaja de hallarse en mejor situación topo­gráfica (“),

ORDENA:

Artículo 19—Trasládase la cabecera del distrito de Murin­dó a la población del “Vigía del Fuerte”, quedando el munici­pio con este último nombre.

Artículo 29—El prefecto de la provincia de Turbo tomará todas las medidas convenientes para hacer pasar a Vigía del

(>) E l C hocó. A y«r y Hoy, por D elfino D íaz, p á g s . 16 y 22 d e la ed ic. de Q uihdó, 1936.(*) V ig ía d»l Fuerte s e h a lla s itu ad a en la m argen d e re ch a del r ío A trato, donde

h ocen e s c a la los bu qu es co stan ero s y ilu v io les qu e d e C a rta g e n a n a v e g a n a Q uibdó, m ien tras qu e M urindó e s tá en su r io epónim o, a flu en te del Atrato o cu atro h oras de d isto n cia d e su d esem bo cad u ra (Noto d e l A .).

Fuerte los archivos municipales, muebles y enseres pertene­cientes al municipio (^).

Dado en Medellin a 24 de abril de 1913.

A pesar de las razones expuestas en los con ú deran dos para el traslado de la cabecera, ésta se reintegró a Murindó por dis­posición de la misma asamblea departamental del siguiente año de 1914. La ordenanza número 13 de 27 de marzo decía: “Derógase en todas sus partes la ordenanza número 39 de 25 de abril de 1913. En tal virtud, vuelve la cabecera del distrito de Vigía del Fuerte a ser trasladada a la población de Murin­dó y el distrito llevará de nuevo el nombre de Murindó”. (-).

J ig u am ian d ó .—No lejos de Murindó existió en la misma época otra población, asistida también por un sacerdote, en el río Jiguamiandó, que quiere decir en el idioma de los indios, chocoes o catíos, río de fiebres, de jiguam ia, fiebre, y do, río. Rogamos al lector que para mejor localizar estos puntos se fije en el mapa que se ha colocado en el último volumen.

En la relación mencionada se dice: “Más abajo (del Mu­rindó) sale el río Jiguamiandó. Desde la boca a la quebrada de Urada que sale a la izquierda, son tres días de navega­ción (^). Subiendo esta quebrada del Tamboral hay Real de minas de los herederos de don José Leonardo de Córdoba. Es cuadrilla crecida. A los principios del descubrimiento de estos minerales se encontró una cañada o amagamiento de aguas vertientes al Tamboral que dio más de seiscientas libras de oro en polvo.

En lo espiritual administra el cura que puso el obispo de Popayán. Este cura administraba también el pueblo de Pava- randó y San Antonio de Riosucio, ambos pueblos fundados asimismo en tiempo del virrey Solís. El pueblo de Pavarandó (no se confunda con Pavarandocito de reciente existencia) es­taba situado en la confluencia del río de su nombre con el Riosucio, donde aún en nuestros tiempos existe un pequeño caserío de gente de color. El pueblo de Riosucio estaba muy

{>) O rdanonza« exp ed id as en la s sesio n es d e 1913. p ág . 83. M edellin .O id en an zo* ex p ed id as en 1914, p á g . 19, M edellin .

(*) Nosotros hicim os es te reco irid o en d os d ía s en e l m es d e ogo sto d e 1929. pero con bu enos b o g a s ; e l r io e s ta b a d e sh ab itad o h a s ta e l U rad a , d e modo q u e tuvim os que p a s a r la noche en un ran ch o im provisado. H oy h a n entrado alg u n os lo b rad o res qu e h an hecho su s ch ozas d e v iv ien d a en lo s m árg en es d el Jig u am ian d ó.

cerca de Pavarandó, según la mentada Relación, que dice: “ ...L u eg o desagua el río Sucio, caudaloso y de muchas co­rrientes, y a mucha altura se ha fundado un pueblo de indios, con Ucencia del excelentísimo virrey, San Antonio de Riosucio. de los que había cimarrones en estos retiros e instancias de don Antonio de los Santos. Tendrá quince casas de macana. E l cura de Jiguamiandó es el que administra en lo espiritual y lo temporal corre a cargo del insinuado don Antonio de los Santos. A una vuelta del río del pueblo para arriba, sale el riachuelo de Pavarandó, y en una quebrada que le tributa tiene su Real de minas el citado don Antonio de los Santos; en el día es el mineral de fama que produce mucho oro. Es cua­drilla razonable. Este río es fértilísimo, se da cuanto se siem­bra, arroz, fríjoles, plátanos y maíz en abundancia (^).

En la desembocadura del río Sucio en el Atrato, en las proximidades de la actual población de Riosucio, existió un puesto de vigía para resguardo del Atrato y del río Sucio, hasta que en el año de 1766 los indios cunas acabaron con el puesto. La Vigía se trasladó al otro brazo del río Sucio, llamado de Curvaradó. A esta banda del N., dice la relación, se halla fun­dada a la orilla del Atrato, la casa del Vigía de San Nicolás de Curvaradó que se traladó en el año de 66 (1766) siendo gobernador de estas provincias don Nicolás de Perea, después de la matanza que hicieron los indios cuna-cuna del capitán del Vigía y ocho personas, quemando la casa establecida al frente de la boca del río Sucio (-).

Cuando nosotros visitamos la primera vez el río Jigua­miandó en 1929, había en el lugar llamado Yavisa un caserío de 280 habitantes de gente de color y en las cabeceras del río unos 130 indios catíos. Cuando dos años antes los visitó el padre Rafael María, estos indios se remontaron abandonando sus 12 tambos o bohíos y escondiéndose en ia selva.

Sobre las misiones franciscanas entre los indios cunacunas del Atrato escribe el historiador de la orden seráfica, R. P. Gregorio Arcila Robledo: “El día 12 de mayo de 1759 oficiaba el virrey Solís a la autoridad eclesiástica de Santa Fe, deán y cabildo eclesiástico, sede vacante, comunicándole la existen-

(^) Doeumeotos ia éd ito t d e A . B. C uervo, t. II , p ág . 319.(>) Docume&toc Inódliot, ibid . V éa n se esto s dos lu g are s identificados en nuestro m ap a

d e U rabá .

eia de la nueva misión, formada provisoriamente a diligencia del señor Marcos de la Peña, quien por su celo apostólico habia conseguido inducir a nuevas tribus cunacunas a fundarse es­tablemente en un pueblo de la región. Que no fue obra de la causalidad su entrega a nuestra provincia, sino deseo e inte­rés especial del mandatario, lo prueban, sin lugar a duda, las letras obedienciales libradas por el provincial franciscano fray Ignacio Molano (confesor del virrey y consejero en su ingreso a la orden seráfica), al R. P. fray Orencio Candía, alumno de esta provincia, fundador de Murindó, centro de las nuevas misiones cunacunas, documento en el cual se lee: “Por cuanto el excelentísimo señor virrey don José Solís nos ha manifestado que la administración de los cunacunas en la provincia del Chocó corra por parte de nuestra religión, y que ésta nombre religioso competente que pueda ejercer dicho ministerio, ex­pidiendo para este fin su real despacho en 20 de junio de este presente año (1759), por tanto, teniendo experiencia de su re­ligiosidad, prudencia y celo, asignamos y nombramos a vues­tra reverencia por misionero y operario en la conversión de los cunacunas. Santa Fe, 17 de agosto de 1759.

El R. P. fray José Antonio Salgado, procurador de la se­ráfica provincia santafereña, una vez recibida la propuesta u oferta de parte de Solís, por cuanto los cunacunas habían sali­do “a las provincias del Chocó”, y de los cuales se contaban ya “60 de los reducidos”, hace ver que las misiones del Chocó están anejas al Nuevo Reino, y por la parte donde están prin­cipalmente establecidas las flamantes misiones de cunacunas es la que comprende el río Murrí, que es donde se pretende al presente establecer dichos cunacunas, “por lo que a esta mi provincia y no a la de Quito que es a la que están sujetos los misioneros de Popayán, pertenece la instrucción y enseñanza de aquellos infieles”.

Entre los misioneros que esta provincia santafereña que ha hecho tanta labor apostólica en la misión, cual lo demues­tran el crecido número de pueblos que administran, dice el padre Salgado: “Hay muchos que pueden destinar a dicho mi­nisterio, y aún fuera de aquellas provincias (cunacunas) se encuentra un religioso el cual es cura del pueblo nombrado Los Cerritos, llamado fray Ju an Paulino Salazar, quien por estar instruido en la lengua de dichos cunacunas a quienes ha co­municado repetidas veces en el dilatado tiempo de 30 años

que ha que continúa en traer al cunacuna a fin de reducir aquellos indios, es muy a propósito para el ministerio que se solicita, en cuya atención siendo del superior agrado de vues­tra excelencia, se puede destinar este religioso para la instruc­ción y enseñanza de los indios cunacunas recién reducidos”.

De paso notaremos que este gran lenguaraz cunacuna fray Ju an Paulino Salazar, llevaba en esta época ya sus 30 años de misiones, espacio dilatado que venía tratando de evangelizar los cunacunas, luego desde 1729 empezó la labor.

Con ser el padre Salazar de tales prendas, misionero ex­perimentado, dominador de la lengua cunacuna como ningu­no, y contar con las ejecutorias de 30 años de conocimiento y trato de esas tribus, el señor Solís no lo aceptó para el cargo de reductor de los nuevos indios, porque él, varón de concien­cia recta, tomaba el asunto con el interés que el asunto pedía, y dijo que el cura debía residir en su parroquia. En vista de lo cual fue preferido el padre fray Orencio Candía, cuyo nom­bramiento ya nos es conocido (se le llama Orencio y Oneció). Este famoso misionero, “primer fundador de Murrí”, merece una buena biografía y que su retrato luzca en los muros del convento máximo, donde se educa nuestra juventud, lo pro­pio que el fundador de las misiones de que al presente tra ta­mos, padre Ju an Paulino Salazar, pues son de los grandes per­sonajes de nuestras misiones.

Escribe el padre Arcila:Hacia el año de 1698, el R. P. fray Diego de Dueñas, co­

misario de misiones, hizo una entrada a los cunacunas o pro­vincia del Darién, donde fundó el pueblo de San Diego de Tarena, donde fueron bautizados seis mil indios, “Ubi a præ- dicto Patre comissario sunt reductæ ad fidem et baptizatæ in præterito anno millesimo sexcentesimo nonagessimo sépti­mo, sex millia personæ”.

En otra provincia del Darién, prosigue el padre Arcila, dicho padre Diego Dueñas, junto con sus compañeros, fundó el pueblo cunacuna de la Inmaculada Concepción de Cacarica, “ubi baptizati et ad fidem reducti sunt cuatuor mille ex genti- libus illius Provincias cum spe maioris progressus”.

Por este documento de excepcional garantía, pues se trata de un informe del capítulo provincial dirigido con firmas de

todo el definitorio, al capítulo general de ese mismo año (1698), en sólo dos años se hicieron sus 10.000 conversiones de indios cunacunas (^).

En esta misión de los indios cunacunas los padres fran­ciscanos tuvieron sus mártires de la fe, pues murieron a m a­nos de los indios los religiosos misioneros padre Antonio Her­nández y el hermano lego fray Francisco de Hernani. En el informe del definitorio provincial, celebrado en 1698, se dejaba esta constancia: “In qua conversione (en la segunda del Da­rién), propter zelum fidei crudeliter occisi ab infidelibus et noviter conversis die vigésima secunda mensis Augusti anno Domini millesimo sexcentesimo nonagésimo octavo ex nostris religiosis. P ater Prcedicator F ra ter F ranciscus d e H ernani P a­ter Proedicator F ra ter Antonius H ernández, et ex alienis unus Prasdicator Ordinis Beati Patris nostri Sancti Dominici et no- vem sseculares, inter quos clientuli Patrum Prsedicatorum”.

Queda establecido —termina el padre Arcila— que en las misiones cunacunas trabajaron tres de los grandes y benemé­ritos misioneros de esta santa provincia, cuales fueron los pa­dres fray Paulino Salazar, fray Orencio Candía y el comisario fray Diego de Acuña. Fulgen en la corona de estas misiones dos rubíes de incomparable valor: los sagrados mártires, vene­rable fray Francisco Hernani, hermano lego, y el venerable padre fray Antonio Hernández” (^).

Hasta aquí el historiador seráfico de Colombia, R. P. fray Gregorio Arcila Robledo, quien corrobora todas sus afirmacio­nes con documentos de los archivos nacional de Colombia y de la orden seráfica de Santa Fe.

A principios del siglo X V III giró la visita canónica a estas misiones franciscanas del Chocó y Urabá el obispo carmelita de Popayán, limo, fray Mateo Panduro y Villafañe, cuya ex­tensa diócesis llegaba hasta el golfo de Urabá. Acompañólo como secretario de visita, su hermano de hábito, el padre fray Manuel de Abastas y Castro. E l prelado, una vez girada la visita-a las misiones, “escribió al padre provincial de los fran­ciscanos manifestándole no haber encontrado en otras provin­cias indios tan bien preparados para la confesión y demás sa-

(’ ) Loa m isio a ct lranci*c< m as an C olom bio. Estudio docum ental por e l P. Ira y Gre* ^ orio A rcila Robledo, O . F . M ., pág. 42 o l 49 d e la ed . d e Bogotá, 1951.

í*) P. A rca a , ibid .

cramentos, ni cuitó tan magnífico como los que dirigía el pa­dre comisario fray Manuel de Caicedo” (^).

Los últimos virreyes de Nueva Granada insisten en sus R e­lacion es d e m an do, sobre la necesidad de fomentar y sostener los colegios de misiones para la conversión de los indios infie­les y su buena catequización. E l virrey Ezpeleta exponía a su sucesor: “Con esta preciosa circunstancia del estudio de los dialectos indígenas, debe concurrir otra no menos esencial y es la vocaión del misionero, o su buena intención o talento, que pueden suplirla; porque sin estas cualidades poco fruto puede esperarse del trabajo de los conversores. Los religiosos que han sabido escoger sujetos para sus respectivas misiones no han dejado de hacer progresos en ellas; y sería de desear que todas las que tienen reducciones de indios a su cargo es­tablecieran una especie de aprendizaje, para servirlas con uti­lidad, pues de este modo no tardarían en tener religiosos a propósito para su buen desempeño, así como no les faltan y procuran formarlos para el pùlpito y cátedra, que sin duda les merecen mayor atención que el importantísimo objeto de las misiones, a que en lo general no se destinaba antes (no así ahora sucede lo mismo) sino a los religiosos inútiles para el claustro, como lo informó a S. M. el arzobispo virrey” (-).

Su sucesor, don Antonio de Mendinueta, escribe: “Los re­cursos propuestos por mi inmediato antecesor son, desde luego, muy oportunos, y nada lo es tanto como la formación de instrucciones que sirvan de regla a los misioneros; pero en mi concepto lo primero que debe procurarse es, el estableci­miento de colegios de misioneros en donde se formen sujetos capaces de tan alto ministerio.

Aun cuando el establecimiento de religiones en la América se hubiera permitido con otro designio que el de la propaga­ción del Evangelio, punto que no admite duda ni disputa por estar bien clara en este punto la legislación que desde el mo­mento en que se les encargó y aceptaron las misiones vivas, debió ser su primer cuidado formar un plantel de operarios para desempeñar dignamente esta obligación.

(^) P ad re A rcila , o b . cit., p ág . 21. E l o bispo Panduro y V illa la ñ e , ca ted rático d e Sa* la m a n ca , iu e preconizado p a ra la sed e de P o p ay án en 1696. En 1717 Íu e prom ovido a la sed e d e L a Paz en B o liv ia , donde e l añ o sig u ien te d e su en trad a , b izo la íu n d ación d e l convento d e lo s carm elita« d e sca lz a s . M urió en L a Paz e l d io 21 d e m a n o d e 1722.

(*) R e la c ió n de m ando d el v irrey Ezp eleta o M endinueta en 1796.

No podía presentarse para esto otro mejor medio que el de la erección de colegios o seminarios de misiones, en donde probada la vocación y disposiciones de los religiosos para este ministerio, se instruyesen en el modo de ejercerlo fructuosa­mente, aprendiendo la lengua de los indios, tomando noticia de sus costumbres y de su carácter, y en una palabra, en los seminarios en donde únicamente podrán formarse ministros como los jesuítas los tuvieron en sus colegios.

De allí habrían salido, no sólo varones apostólicos, sino apóstoles instruidos como deseaba el arzobispo virrey, que reu­niendo a los conocimientos generales de su profesión religiosa, los demás que se necesitan para atraer a los indios, fijar su inconstancia y hacerlos probar las comodidades de la vida so­cial y preferir el buen orden civil a una vida errante y ociosa, hubieran tenido la noble satisfacción de presentar unos ver­daderos fieles a la religión y unos vasallos útiles al estado.

Esta indiferencia de los regulares hacia un punto tan in­teresante anuncia nada menos que el total abandono de las conversiones y llama la atención del gobierno para aplicar el conveniente remedio. Yo no hallo otro mejor que el de la erec­ción de colegios en los parajes que sirven de escala o entrada a las misiones, o en otros que se consideren más oportunos; y aun cuando para mantenerlos fuera necesario suprimir al­gún convento del respectivo instituto, no debe ser esto un obs­táculo que detenga una providencia tan urgente. Fundados los colegios, no debe perdonarse medio alguno para conservarlos en el mejor pie posible, dictando reglas fijas para la instruc­ción de los misioneros: punto que es preciso vayan de acuerdo la religión y la filosofía, y por lo mismo exige tratarse por una mano tan hábil como diestra. Sería ocioso repetir que el ■estudio de la lengua de los indios mereciera en estos reglamen­tos el primer lugar, y que una no interrumpida aplicación sa­brá vencer cualquiera dificultad que se presente para conse­guir un diccionario completo de cada nación. Las leyes miran como preciso este estudio, y así lo persuade la razón” (*).

Todos estos saludables proyectos de los últimos virreyes no llegaron a la realidad, pues los primeros años del siglo X IX no eran propicios para ello, debido a las agitaciones de la in­dependencia americana.

M) Rftiación d * m ando del v irrey M en dm u*ta a su su cesor A m or y Borbón en 1803.

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In Dei Filio tibi dilecto Reverendo admodum Patri Prae- sentato fratri Adriano TJfelde a Sto. Thoma, Ordinis Praedica- torum in Regno, vulgo, de Tierra Firme, inter occidentales Indos pro Xpo. laboranti, Fr. Nicolaus Rodissius totius ejus- dem Ordinis Genlis. Maggister, et servus, salutem et fidei zelum.

Quamvis de tuis pro Ecclesia Sancta Dei laboribus ab ipso assumptionis nostra exordio certiores facti fuerimus; receptis tamen nuperrime litteris, quibus fusius exponis, quae operatus est Deus tibi inter gentes, ingenti gaudio perfusi sumus, quod iam fecerit te Deus in gentem magnam, et benedixerit tibi, magnifierit nomen tuum, et in te benedicantur universas cog- nationes Regni, quod vulgo dicitur, de Tierra Firme, ubi in diuersis eius Prouinciis, iam viginti gentilium Indorum oppi- da Xpi. iugo subegisti. Duo uidelicet in Prouincia de Guaimi; tria in Prouincia del Darién; et quindecim in Prouincia de Hu- rabà. Fuit sine dubio, fili mi, manus Domini tecum, et abstu- listi opprobrium nostrum inter efferatas et indómitas nationes, quibus hactenus scandalum fuerit xptianum nomen, dum uide- runt te mitem et mansuetum, sola fide, et charitate munitum, non ferro, sed cruce Xpi. onustum, bellum aggredientem, non contra ipsos, sed aduersus fortem armatum custodientem atrium suum, et in pace omnia possidentem, m irati sunt, et admirati hominen non quserentem bona ipsorum, sed ipsos: unde iure optimo, qui post aurum non abiit, nec speravit in

pecunia, et thessauris, fecit mirabilia in vita sua, et in uerbis suis monstra placauit; quomodo enim ab idolorum cultura des- titissent si prsedicatorem abaritise, hoc est, idolorum servituti adddictum uidissent. Prsedicasti, fili mi, gentilibus, et xptianis, omnibusque exemplo (m iti), quod sine sacculo, et sine pera efficax redditur euangelica prsedicatio, et suadentur homines facere sibi sacculos, qui non veterascunt thesaurum non deffi- cientem in ccelis. Filius accrescens Ecclesise Catholicse fuisti, Filius accrescens et decorus aspectu (uideris), dum animse cre- dentium iam discurrerunt super murum et adimpleris in car­ne tua qu£e dessunt passionum illius, qui fecit utraque unum, infidelitatis pariete sublato, fideles amplexantur, et agnoscunt u t fratres eos qui heri et nudiustertius fiebant quasi coluber in via et cerastes in semita mordentes ungulas equi, ut caderet assertor eius retro, nec tuto viator et peregrinus Christianus ad iam subactas Prouincias transmeare ualeret.

Ut igitur sedeat in forti atrius tuus, et dissolvantur uincu- la brachiorum et manuum tuarum, et ullum domesticum obs- taculum artibus hisce conatibus occurrerit, post imploratum super te SSmi. Patriarchse nostri Benedictionem, cuius meri- tis et precibus Deus erit adiutor tuus, et Omnipotens benedicet tibi.

Tenore prgesentium, nostri gravante Officii, te Rev. dum Adm. P. Presentatum frem. Adrianum Ufelde a Sto. Thoma, instituimus instutumque declaramus vicarium Provlem. in ves- trium omnium locorum, quoe hactenus ad Xpi. fidem adduxisti,et Deo dante, adducturus es.................... facúltate, ut possis nonsolum ex Provincia ntra. Sti. Joannis Baptce. Regni Peruani, sed ex quacumque alia Ordinis ntri. fratres, quos ibi repereris idoneos zelo fidei, et religionis accensos, in Parochos, sive Doc­trinarios, ut vocant, fidelibus illis concedere; quos vero non ju- dicaveris idoneos, amovere, et ad suas Provincias et conventus remittere. Dantes tibi super omnes et singulos Ordinariam auctoritatem et potestatem, ut te tamquam verum et legiti- mum suum Superiorem, et Prelatum agnoscant, tuisque ius- sibus, in omnibus pareant, prout in virtute Spiritus Sti. et Stae. Obasdientise sub forti prsecepto harum serie, ipsis iniungimus. Nec licitum sit Ptri. Provli. praedictae Provinciae, pro tempore existenti, aliquem in Parochum uel Doctrinarium, uel quo­cumque modo ad ea loca destinare sine tuo consensu, et be­neplacito; quod si secus fecerit totum sit irritum, et inane, et

ab officio ipso facto sit, et censeatur absolutus; Parique pcenasubjectum uolumus si negligens fuerit .................. opportunosoperarios transmittere. Te autem quamvis quoad ......... sio-nem subiectum velimus ipsi Patri Pro vii. prefato; quoad Prae- dicationem autem attinet et conversionis infidelium illi subiec­tum non eris, sed prout destinabis in corde tuo non ex tris- titia, aut necessitate, sed hilariter in benedictionibus semina- bis, ut de benedictionibus et m etas: scimus enim promptum animum tuum, pro quo de te gloriamur apud omnes; qui autem administrator semen seminasti dum multiplicat semen suum ........... administrandum praetabit, augebitque incre­m enta frugum iustitiffi tuse, ne autem aliis pradicaueris, ipse reprobus efficiaris. De reliquo, quominus reposita tibi sit coro­na iustitise, quam redet tibi Dominus in illa die Justus Judex; munuscula tamen quse Pater habet in sua potestate tibi ultro danda iudicamus, ac proinde tenore prassentium, nostrique gravato officio nec non Aplica, quatenus opus esset nobis con­cessa, Gradum, et gratias omnes hactenus tibi a Nobis datas, confirmamus, et in suo robore permanere volumus et declara- mus non obstantibus quacumque Graduum reformatione vel innovatione a Nobis vel facienda in prefata Provincia Sancti Joannis Baptistse, uel in qualibet alia Ordinis nostri, aut pro ipso Ordine in communi: non enim exteris communes ordina- tiones de te fari possunt; siquidem eleuans te supra te et supra omnes, quotidie altiera pro Christo moliri non desinis, uelle- musque, si possemus, quia sunt hasc, adiicere multo malora, quse humilitas tua eodem passu respuit, quo meritum progre- ditur. Denique enim nil magis ad plantadam et fouendam Fidem, erroresque eliminandas post Euangelii prsedicationem, in populis ualet, quam prsedicatio Devotionis SSmi. Rosarii (siquidem ad hunc effectum primitus instituta dignoscitur, et in eadem de omnibus salutis nostrae mysteriis fideles edocen- tur, ac eorum erga Deiparam obsequium, et amor, mirum in modum excitatur, unde omnium cselestium carismatum copia animabus accrescit) post prasdicatum Christum Crucifixum et absolutam christianam Cathechesim, ne sementem Patris familias, inimicus suffocare ualeat, agrum Dominicum hisce Rosis sepies. Diabolo eiusque suggestionibus, ac hominis sua- sionibus. Vale. In quorum fidem etc. Datum Romse in Con- ventu nostro Sanctae Marias super Minervam die 25 Janua- rii 1642.

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In form ación de o ficio de la au d ien cia rea l de P an am á de los m éritos y servicios de fray Adrián (V felde)

de San to Tom ás, O. P.

“Señor. En conformidad de las reales cédulas despachadas a esta audiencia sobre que ynforme en razó’n de los sugetos que an servido a S. M., y que fueren capaces de que S. M. los honrre conforme a sus servicios y letras, a hecho esta ynfor- mación de oficio de los méritos y servicios del Presentado fray Adrián de Santto Thomás que es la que ba con esta. Por ella consta aver servido a S. M. en la reducción de los 3mdios del Guaymí, gobernación de Varagua catorce años, donde con su yndustria y ttravajo los sacó de las montañas y redujo a dos poblaciones que viven en justicia dando obediencia y tributo a V. M. y estando en este ministterio fue llamado el dho. padre para la reducción de los yndios del Darién que acettó con mucho gusto mediante su desvelo y travajo se redujo aquella provincia teniendo ya en siette, que se le encargó quattro pue­blos reducidos a ntra. santta ffee y se espera gran progreso en este reino. Por la quiettud con que oy biven los otros 5mdios y la inquietud que tenían con los acomettimientos que hacían al pueblo de Chepo robándoles y mattando los esclavos de los aserradores y trapiche y estancias y hattos de ganados, por lo y las muchas parttes, lettras y virtud del dho. padre Presen- ttado a parecido a esta audiencia informarlo a V. magestad

para que con su grandeza sea servido de honrrarle conforme a la calidad de los servicios que tiene hechos y sus buenas par­ttes. Guarde Dios a vuestra majestad como la xpttiandad a menester. Panam á marzo diez y seis de mili seiscienttos qua- rentta y cinco años. Don Ju an de Vera Vazán, licenciado. Don Hernando Velasco. Por mandado de la real audiencia don Ga­briel Martínez de Salas. Concuerda con el ynforme original de que doy ffee.

Escribano de cámara (nombre ilegible).

Damos fee que don Gabriel Martínez de Salas de quien ba auttorizado el testimonio de suso es tal escrivano de cámara de la real audiencia desta ciudad y reyno y a sus auttos y tes­timonios se les a dado y da enttera fee y crédito.

En la ciudad de Panam á del reyno de Tierra Firme en veyntte y cinco días del mes de setiembre de mili y seiscientos y quarenta y seis años.

Siguen tres firmas indescifrables.

C arta de fray Adrián de U felde a la S. C. d e Propaganda, presen tan do su h o ja d e servicios.

El estar de ordinario en el retiro y soledad de los montes asistiendo a la conversión y aumento de las mies que el Señor ha sido servido de encomendarme: . . . he acudido a su obli­gación dando quenta a esta Sta. Congregación de Vras. Emi­nencias del ejercicio en que le ocupa la obediencia.. . Ahora a Vtras. eminencias digo: De edad de veinte y cinco años entré en las ásperas montañas del Guaimí pobladas de bárbaros que jam ás abían sujetado el cuello al yugo de la fe y aviendo yo solo con un intérprete asistido sufriendo dos años que tardé en reducirlos y persuadirles de dejar aquel sitio áspero en que se avian criado, los venzi, ayudado de la gracia divina y los saqué a unas vegas llanas cercadas de pueblos de españoles y de otros yndios allí poblados, los catthequisé, baptizé y re­duje a vida política y sosiable con las demás gentes, instru­yéndolas en todo aquello que su corta capacidad permitía, sin perder de vista a otros que no avían querido dejar la montaña, para los quales fundé otro pueblo que sirviese de almásigo y seminario para irlos trasplantando a su tiempo al pueblo pri­mero y principal. En ocasión que gozaba de algún reposo por ver aprovechados estos mis hijos primeros, me arrancaron dél por orden de la magestad cathólica el presidente y la audien­cia real de Panam á para enbiarme a otras más ásperas y agrias

montañas y de abitadores más indomables y ferozes en la provincia del Darién que por estar más vezina a Panam á cuyas haziendas y confines molestan estos bárbaros con continuas correrías en tropas robando y matando a quantos encontraban sin poder ser castigados por retirarse luego a lo agrio e inculto de sus tierras. Entre estos tigres y leones fieros derramadores de sangre humana a dies años poco menos que vivo aviándoles convertido en mansos corderos e hijos de la Santa Yglesia Ca- thóUca Romana y bassallos del rey de España reduciéndolos a tres pueblos: San Enrique, San Jerónimo y San Ju an y otro que se va perfeccionando que se llam a San Sebastián. Para esta mies como a sido tanta o ávido menester obreros que me ayudasen y los principales han sido dos el P. fray Jerónimo Flores y el padre fray Pedro Palomino Rendón los quales me han ayudado con gran amor y caridad ayudando a los yndios en sus enfermedades con perseverancia y sufrimiento de lo qual a resultado gran fruto para la Santa Yglesia militante y triunfante.

E dado quenta a V. Eminencias de los travajos que e pade­cido en la conbersión destas dos provincias qiie e traído al yugo de la Santa Yglesia Cathólica Romana para que tengan noti­cia de lo que este humilde siervo con la gracia dé öiös a obra­do de esta parte de mies que se le encomendó y para que V. eminencias como juezes de la fee y amparadores della me pre­mien con las gracias que suelen acostumbrar hazer a quienes me favoreciesen con el título de misionero ( ) para qüé pue­da con más mano ocuparme en tal ministerio. £)e V. eminen­cias cuyas personas guarde Dios muchos años para conserva­ción y propagación de la fe.

Panamá, 15 de Diz^ de 1647.

Fr. Adrián de San to T hom as ........

O) En los esp acios v a c ío s h a y a lg u n a s p a la b ra s b o rrosas, cu y a om isión no' a lU ra e l sentido d » la irase .

NDICE

Capítulos P&glnas

I. Nuevas capitulaciones y propósitos de conquista pacífica en Urabá y el D a rié n ............................................................................... 7

II. Misiones de los padres dominicos en el Darién del Sur y delNorte ..................................................................................................... 27

III. Controversias entre el obispo de Panamá, ei rey y los superio­res mayores de los dominicos sobre la misión del Darién . . . . 82

IV. Misiones de los padres agustinos recoletos en Urabá y el Darién 104

V. Los hijos de San Francisco en las misiones del Chocó y Urabá 144

VI. Los padres de la compañía de Jesús en las misiones de Urabá,Chocó y el Darién ............................................................................. 162

VII. Misiones de los padres capuchinos en Urabá y el D a rié n ........ 175

VIII. Los padres capuchinos reanudan la misión del Darién en 1666 197

IX. Los obispos de Panamá toman parte activa en la reducción yevangelización de los indios darienitas ...................................... 245

X. Tratado de paz de los caciques del Darién con la corona deEspaña en la persona del presidente-gobernador de Panamá . . 263

XI. Reiteradas gestiones de los Reyes Católicos para la evangeliza­ción y reducción de los indios del Darién y Urabá .................. 287

XII. Más expediciones para el reconocimiento y pacificación de lascostas de Urabá y el Darién .......................................................... 312

XIII. Reanudan los padres franciscanos sus misiones en el Chocó yU ra b á ..................................................................................................... 331

APENDICES

1..................................................................................................................... 353

II. Información de oficio de la audiencia real de Panamá de los méritos y servicios de fray Adrián (Ufelde) de Santo To­más, O. P ............................................................................................... 357

III. Carta de fray Adrián de Ufelde a la S. C. de propaganda, pre­sentando su hoja de se rv ic io s.......................................................... 359

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e l 13 d e Ju n io d e 1957, e n los

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