Historia Del Uruguay en El Siglo XX- Capitulo 2

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  • Historia del Uruguay en el siglo XX(1890-2005)

    Ana Frega, Ana Mara Rodrguez Ayaguer,Esther Ruiz, Rodolfo Porrini, Ariadna Islas,

    Daniele Bonfanti, Magdalena Broquetas, Ins Cuadro.

    Facultad de Humanidadesy Ciencias de la Educacin

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    caPtuLo 2

    La rePbLica deL comPromiso. 1919-1933Ana Mara Rodrguez Ayaguer

    La puesta en marcha de la Constitucin en 1919 y la aprobacin de una com-pleja legislacin electoral que dio garantas al sufragio an limitado a los hom-bres, abrieron paso a una rpida ampliacin de la democracia poltica, cuyos valo-res, exaltados y matrizados por la enseanza pblica, seran eje central del mensaje celebratorio del Centenario de la Independencia. Sin embargo, el estancamiento del agro con su correlato de expulsin de mano de obra hacia las ciudades y un cre-ciente endeudamiento externo, mostraban los lmites del modelo agro-exportador, sacudido por la crisis de la primera posguerra y puesto a prueba, con mayor rigor aun, al desencadenarse la Gran Depresin. En el pice de sta, la disputa en torno a las medidas para enfrentarla (y detrs de ella, el tratamiento a dar a los intereses de Gran Bretaa, principal mercado de nuestras exportaciones), profundiz las fractu-ras ya existentes en el seno de los partidos tradicionales y posibilit entendimientos inter-partidarios: la unin del batllismo y el nacionalismo independiente dio nuevo impulso al estatismo, mientras que los sectores conservadores del Partido Colorado y del Partido Nacional sumaron fuerzas con las principales gremiales empresariales para frenar el nuevo impulso reformista. Esta vez, a diferencia de 1916, el nuevo alto tendra lugar fuera de la Constitucin, derribndola.

    La construccin de la democracia poltica. El 1 de marzo de 1919 co-menz a regir la nueva Constitucin, la segunda en la historia de la Repblica. Ese da un sbado de carnaval el batllista Baltasar Brum jur como Presidente de la Repblica ante la Asamblea General, rgano que lo haba electo de acuerdo a una de las disposiciones transitorias incluidas en la nueva Constitucin. Sera el ltimo Presidente que llegaba al poder por esta va indirecta; el prximo el Ing. Jos Serrato y los que lo sucedieron, seran elegidos por voto popular. Lo mismo sucedi con la rama colegiada del Poder Ejecutivo, el Consejo Nacional de

    resumen

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    Administracin. Sus nueve miembros (seis pertenecientes al P. Colorado y tres al P. Nacional), fueron electos de la misma forma, como parte del trabajoso acuerdo poltico procesado entre los dos grandes partidos tradicionales (y el no menos labo-rioso alcanzado en la interna de los mismos). De all en adelante, se ira renovando por tercios en elecciones celebradas cada dos aos por voto popular; en ellas el Partido Nacional lleg, en dos oportunidades, a aumentar su participacin a cuatro Consejeros, y en 1925, por escasos 3737 votos, alcanz la victoria, y con ella la Presidencia del Consejo. Fue sta la expresin mxima de coparticipacin: el Con-sejo Nacional de Administracin presidido por el lder nacionalista Luis Alberto de Herrera, y la Presidencia de la Repblica ocupada por el colorado Jos Serrato.

    Segn Gerardo Caetano que ha realizado un sustancial aporte al cono-cimiento del pensamiento y el accionar de los sectores conservadores1, en los aos veinte el proceso poltico uruguayo tuvo dos caras: el afianzamiento de la democracia poltica y el conservadurismo social; de estas dos caras, seala dicho historiador, la primera es la que, por lo general, se ha elegido recordar. El nuevo rgimen constitucional, en efecto, abri las puertas para la expansin y profundiza-cin de la democracia poltica, mediante la ampliacin del electorado, al implantar el voto universal masculino (las mujeres deberan esperar hasta 1938 para ejercer su derecho al sufragio); la representacin proporcional en la Cmara de Diputados, que garanta una equitativa participacin tanto del Partido Nacional como de otros partidos menores (Unin Cvica, Partido Socialista y, a partir de 1922, el Partido Comunista); el ingreso del principal partido de oposicin al Consejo Nacional de Administracin, y las elecciones frecuentes: entre 1919 y 1933 hubo elecciones todos los aos a excepcin de cuatro.

    Todo ello estimul y acostumbr a los uruguayos a votar. Sin embargo, este proceso de creciente participacin poltico-electoral no hubiera sido posible sin la simultnea construccin de un sistema de garantas al sufragio, de respeto de la voluntad popular, que indujese a los ciudadanos a confiar en el sistema. Para ello resultaron claves las reformas en materia de legislacin electoral procesadas en los aos 1924 y 1925, que incluyeron la elaboracin de un nuevo Registro Cvico, eliminando el sospechado registro anterior; la creacin de la Corte Electoral, con participacin de los dos grandes partidos tradicionales; y el perfeccionamiento de una compleja legislacin electoral destinada a impedir los fraudes y las presiones sobre los electores.2

    (1) Gerardo Caetano, La Repblica Conservadora. 1916-1929. 2 tomos, Montevideo, Fin de Siglo, 1992-1993.(2) Andrs Vazquez Romero y Washington Reyes Abadie, Crnica General del Uruguay. Vol. IV: El Uruguay del Siglo XX. Tomo I. Montevideo, E.B.O., 1986, pp. 288-290.

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    Cuadro 1INTEGRACIN DEL PODER EJECUTIVO (1919-1933)

    Consejo Nacional de Administracin1919 1921 1923 1925

    FELICIANO VIERA J. BATLLE Y ORDEZ (1) JULIO MARA SOSA LUIS A. DE HERRERA

    Ricardo J. Areco Juan Campisteguy Federico Fleurquin (2) Martn C. Martnez

    A.Vsquez Acevedo Alfonso Lamas Carlos Mara Morales Gabriel Terra

    Domingo Arena Feliciano Viera Juan Campisteguy Julio Mara Sosa

    Pedro Cosio Ricardo J. Areco Atilio Narancio (3) Federico Fleurquin

    Carlos A. Berro Alfredo Vsquez Acevedo Alfonso Lamas Carlos Mara Morales

    Francisco Soca Domingo Arena Feliciano Viera Juan Campisteguy

    Santiago Rivas Pedro Cosio Ricardo J. Areco Atilio Narancio

    Martn C. Martnez Carlos A. Berro Pedro Aramenda (4) Alfonso Lamas

    1927 1929 1931 1933LUIS C. CAVIGLIA BALTASAR BRUM JUAN P. FABINI ANTONIO RUBIO

    Carlos Ma. Sorn (5) Victoriano M. Martnez Toms Berreta Andrs F. Puyol (7)

    Arturo Lussich Ismael Cortinas Alfredo Garca Morales Juan P. Fabini

    Luis A. de Herrera Luis C. Caviglia (6) Baltasar Brum Toms Berreta

    Martn C. Martnez Carlos Mara Sorn Victoriano M. Martnez Gustavo Gallinal

    Gabriel Terra Arturo Lussich Ismael Cortinas Alfredo Garca Morales

    Julio Mara Sosa Luis A. de Herrera Luis C. Caviglia Baltasar Brum

    Atilio Narancio Martn C. Martnez Carlos Mara Sorn Victoriano M. Martnez

    Carlos Mara Morales Gabriel Terra Arturo Lussich Ismael Cortinas

    Presidentes de la Repblica1919-1923 1923-1927 1927-1931 1931-1933

    Baltasar Brum Jos Serrato Juan Campisteguy Gabriel Terra

    Aclaraciones: Pertenencia partidaria: en letra redonda, P. Colorado; en negrita, P. Nacional. (1) Ausente durante un largo perodo, fue suplido por Julio Ma. Sosa. (2) Por renuncia del titular electo, Jos Batlle y Ordez el 1/3/1923. (3) Por renuncia del titular electo, Alfredo Furriol. (4) Por fallecimiento del titular, Alfredo Vsquez Acevedo (julio 1923). (5) Por renuncia del titular electo, J. Batlle y Ordez. (Batlle presidi el CNA por seis meses y luego renunci; Sorn ingres al Consejo y Caviglia fue electo Presidente). (6) Sustituido por Toms Berreta. (7) Por renuncia del titular electo, Andrs Martnez Trueba.Fuentes: Gran Lindhal, Batlle. Fundador de la democracia en el Uruguay. Montevideo, Ed. Arca, 1971, p. 568; y Juan A. Oddone, Tablas Cronolgicas. Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, 1830-1967. Montevideo, FHC, 1967, pp. 102-121.

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    Fue en estos aos, en efecto, que se proces la doma del poder, de la que habl Carlos Real de Aza. Para este autor, dicho proceso implic un triple es-fuerzo: por regular, vigilar y aun debilitar al Poder Ejecutivo; por descongestionar y descentralizar la gestin estatal, y por efectivizar el ideal de gobierno democrtico.3

    No fue ste, sin embargo, un camino sin resistencias y sobresaltos. El Par-tido Colorado, partido del Estado en el gobierno desde 1865 conservaba los reflejos de una larga historia de manipulacin de la voluntad popular, que la nueva institucionalidad no hizo desaparecer automticamente. Durante la presidencia de Baltasar Brum, por ejemplo, se daran algunos incidentes paradigmticos de esta persistencia de procedimientos ilegtimos. Brum, en un intento de unificar en torno a su persona el fraccionado partido de gobierno al menos, ese fue su discurso, aunque habra otras interpretaciones posibles de su accionar, visto por algunos de sus contemporneos como un intento de proyectarse como sucesor de Batlle y Ordez, fund el ef-mero Partido Unin Colorada, que particip por nica vez en las elecciones del 30 de noviembre de 1919. La oposicin nacionalista y tambin sus con-trincantes dentro del Partido Colorado, lo acusaron de poner la maquinaria del Estado al servicio de esa apuesta electoral que tuvo, sin embargo, escasa convocatoria (obtuvo 9.151 votos).

    (3) Carlos Real De Aza, La doma del poder. Enciclopedia Uruguaya N 44, Montevideo, Arca, 1969.

    Imagen 1. Jos Batlle y Or-dez votando. (FHM/CMDF).

    Imagen 2. Ing. Jos Serrato, Pre-sidente de la Repblica entre 1923 y 1927. (Archivo E.B.O.)

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    No faltaron tampoco las denuncias de fraude; las hubo despus de las dis-putadas elecciones de noviembre de 1922, que terminaron con la victoria del P. Colorado por escasos 7.000 votos (123.000 a 116.000) y la proclamacin del Ing. Jos Serrato como Presidente de la Repblica y en las de noviembre de 1926, donde el margen entre ambos partidos fue aun ms estrecho, motivando una tensa situacin al aproximarse la fecha de transmisin del mando y no estar culminado el escrutinio definitivo, que era objetado por los nacionalistas. Mientras se procesaba el conteo de los votos, el Presidente Serrato orden el acantonamiento de fuerzas militares en las proximidades de Montevideo, en Los Cerrillos, por lo que dichos sucesos se conocen con el nombre de la Cerrillada. Carlos Manini Rios, hijo del dirigente riverista Pedro Manini Rios, ha relatado minuciosamente aquellas y estas incidencias en sus obras sobre la historia poltica del perodo.4

    El conservadurismo social. El proceso de construccin y afianzamien-to del sistema democrtico fue acompaado paradojalmente de una entonacin conservadora. Este conservadurismo social estuvo ambientado por el protagonis-mo de los grupos de presin empresariales (Federacin Rural, Asociacin Rural del Uruguay, Cmara de Comercio, Cmara de Industrias, etc.), que se movilizaron con eficacia creciente para demorar y a veces frenar la legislacin social impul-sada por el reformismo, as como oponerse a cualquier medida que significase el avance del Estado sobre la actividad econmica o que fuese potencialmente perju-dicial para los intereses de dichos grupos.

    (4) Cfr. Carlos Manini Rios, Una nave en la tormenta; una etapa de transicin. 1919-1923. Montevi-deo, Letras, 1972; y La Cerrillada (1923-1927), Montevideo, 1973.

    Imagen 3. Baltasar Brum en su despacho. Durante su presiden-cia (1919-1923) se inaugur el nuevo rgimen constitucional que instaur un Poder Ejecuti-vo dual: el Presidente de la Re-pblica y el Consejo Nacional de Administracin. (Archivo E.B.O.)

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    Es cierto que en la dcada del veinte hubo algunas conquistas sociales: co-menz a instrumentarse la ley de pensiones a la vejez (sancionada en febrero de 1919); se aprobaron algunas iniciativas de importancia como las leyes de previsin y de indemnizacin por accidentes de trabajo (1920); descanso semanal obligato-rio (1920), salario mnimo del pen rural (1923) y, en materia de previsin social, la creacin de la Caja de Jubilaciones y Pensiones para los empleados y obreros del servicio pblico (1919). Pero tambin es cierto que en el primer caso, la ini-ciativa era bastante anterior, as como que otros proyectos fueron rechazados o, simplemente, no fueron siquiera tratados, como el que dispona la participacin de obreros y empleados en las utilidades de las empresas del Estado (1923), o el proyecto sobre salario mnimo para el trabajador urbano (1927).

    El freno al reformismo que haba tenido como hito clave la derrota de julio de 1916 y el posterior Alto de Viera continu procesndose en este perodo en una compleja trama de alianzas y compromisos, tejida tanto dentro de ambos partidos tradicionales, como entre fracciones de diferente partido y similar compo-sicin ideolgico-social. As, en el Partido Colorado, el batllismo prioriz la vic-toria electoral frente al tradicional adversario al precio de continuas negociaciones y compromisos con los restantes Partidos Colorados, originados en sucesivas escisiones de entonacin conservadora: a la primera de stas, la del riverismo (P. Colorado Gral. Fructuoso Rivera), ocurrida en 1913, se sumaron: en 1919, la del vierismo (P. Colorado Radical), liderado por Feliciano Viera, y en 1926: el so-sismo (Partido de la Tradicin Colorada, liderado por Julio Mara Sosa). En 1925 el vierismo vot fuera del lema, posibilitando as la victoria nacionalista. Al ao siguiente volvera al Partido Colorado y, muy disminuido luego de la muerte de Feliciano Viera en 1927, desaparecera a fines de la dcada de 1930. Pocos aos ms tarde, surgira el grupo Avanzar, liderado por Julio Csar Grauert, de fuerte impregnacin marxista, que se ubicara en el ala izquierda del batllismo.

    El Partido Nacional no fue ajeno a este proceso de renovacin y divisin interna, motivado, entre otras razones, por las diferentes posturas ante la agenda econmico-social del perodo, as como por las diversas visiones en torno al rol de co-gobernante que el flamante rgimen constitucional le asignaba. Son los aos del vertiginoso ascenso del liderazgo de Luis Alberto de Herrera, quien a travs de una intenssima actividad, desplegada en actos, reuniones, y giras por el interior, se esforzaba por mantener un contacto personal o epistolar con la masa de co-rreligionarios. Su popularidad en aumento lo llev a ocupar el cargo de Presidente del Directorio del Partido, y a postularse como candidato a Consejero nacional. Se opusieron a dicha candidatura los llamados conservadores (o principistas), que apoyaban las candidaturas de Martn C. Martnez y Arturo Lussich (por ello se los llam tambin lussichistas). El grupo tena como portavoz al diario El Pas, fundado en 1918 y dirigido por Enrique Rodrguez Larreta y Washington Beltrn

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    (joven y promisorio legislador, tempra-namente desaparecido al recibir un dis-paro mortal en el curso del duelo que mantuvo con Jos Batlle y Ordez, el 2 de abril de 1920). Quedaban as defini-dos claramente dos campos: lussichis-tas y herreristas (o demcratas). A la existencia de estos dos grupos se sumara luego el radicalismo blanco, liderado por Lorenzo Carnelli, que en 1924 solicit un lema propio, siendo sus dirigentes expulsados del Partido Nacional. En noviembre de 1926, su voto fuera del lema (obtuvieron 3.844 sufragios) determin que el P. Nacional perdiera la eleccin para la Presidencia de la Repblica ante su tradicional ad-versario por tan solo 1.526 votos. Otro grupo de nacionalistas encabezado por Carlos Quijano, conformara en 1928 la Agrupacin Nacionalista Demcrata Social, con notorias preocupaciones so-ciales y posiciones claramente antimpe-rialistas.5

    Como ha sealado Caetano, la renovacin y divisin interna de los dos partidos tradicionales permiti la consolidacin del sistema bipartidista y, simultneamente, dificult el arraigo de terceras fuerzas. Un ejemplo de ello fue lo sucedido con el intento de fundar un partido conservador. En 1919, numerosas personalidades pertenecientes a los sectores empresariales, decidieron organizar su propio partido poltico, la Unin Democrtica, que se present a las elecciones de noviembre de ese ao con una lista encabezada por el Dr. Jos Irureta Goyena, idelogo conservador, fundador y primordial inspirador de la Federacin Rural. La lista del nuevo partido, que inte-graban asimismo conocidos empresarios como Ramn Alvarez Lista, Antonio F. Braga, Francisco Piria, Francisco A. Lanza y Julio Mailhos, result un contundente

    (5) Sobre la interna nacionalista del perodo y, concretamente, el grupo liderado por Carnelli, cfr. Carlos Zubillaga, Las disidencias del tradicionalismo. El Radicalismo Blanco. Montevideo, Arca/CLAEH, 1979.

    Imagen 4. Luis Alberto de Herrera en su juven-tud. (Archivo E.B.O.)

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    fracaso (obtuvo 686 votos), cerrndose as el camino a la existencia de un parti-do conservador en Uruguay. El notorio policlasismo de los partidos tradicionales ofreca cmodos espacios para la expresin de aquellos intereses, como ya les haba advertido con su habitual irona Luis Alberto de Herrera. Dichos espacios haran posible, asimismo, acuerdos y solidaridades supra-partidarias.

    No obstante ello, tambin es cierto que en los aos veinte el sistema poltico uruguayo se caracteriz no solo por el bipartidismo y el protagonismo de los grupos de presin, sino tambin por la presencia de corrientes ideolgicas de proyeccin mundial, como el socialismo, el comunismo y el catolicismo, aunque por entonces las mismas convocaran adhesiones muy minoritarias: en las elecciones presidencia-les de noviembre de 1922, en las que participaron las tres corrientes, mientras el P. Colorado obtuvo el 50.05% de los sufragios y el P. Nacional el 47,12%, la expresin electoral de las tres tendencias los anarquistas no votaban sum un 2,82% (P. So-cialista 0,40%, P. Comunista 1,29% y Partido Catlico 1,13%). El mejor desempeo electoral de los partidos de ideas durante el perodo, el del Partido Comunista en 1926, fue de apenas 3.775 votos (1,31%). Su presencia, no obstante, potenci el te-mor conservador, exacerbado por un agitado contexto internacional y regional.

    Como ha sealado Jos Pedro Barrn en su trabajo sobre los conservadores uruguayos, el reformismo primero, y la revolucin rusa de 1917, despus, tor-

    Crtica de Luis A. de Herrera a la Unin Democrtica (1919)Ya que algunos respetables comerciantes se empean en constituir hogar poltico, abu-

    rridos de su larga soltera cvica, hganlo, en buena hora, recogiendo a los neutrales, a los indiferentes, a los cincuentones que todava estn por elegir novia [...], pero no lleven la confusin a los espritus desprevenidos de nuestros buenos compaeros, que podran ser a la vez miembros de la Unin Democrtica y del Partido Nacional... Recin apercibidos aquellos respetables comerciantes de que se puede intervenir en poltica, se renen y, so-lemnemente, se lo notifican al pas. A la verdad que ellos, o se levantan muy tarde, o estn demasiado absortos en discutir el precio de las facturas.

    [La Campaa, Ro Negro, 15/10/1919: Del Dr. Luis Alberto de Herrera. El Partido Democrtico y el Nacional].

    Las afinidades ideolgico sociales (1925)Al terminarse el escrutinio ha resultado lo que tanto desebamos los colorados inde-

    pendientes, la derrota del batllismo, y ella se ha producido por el triunfo de tu candidatura para la presidencia del Consejo, as que recibe las ms sinceras felicitaciones y espero ya que con mi modesto voto a los radicales hemos cooperado al triunfo de Uds., prefiriendo ese triunfo antes que el del funesto batllismo [...]. [Carta del colorado vierista Enrique Escard Anaya a Luis A. de Herrera, 22/4/1925, en MHN, Archivo Dr. Luis A. de Herrera, carpeta 3641, doc. 8].

    [Los textos han sido tomados de: Gerardo Caetano, La Repblica Conservadora, Tomo 1, p. 166; y Tomo 2, p. 95, respectivamente]

    Los Partidos tradicionaLes y Los sectores conservadores

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    naron ms fuertes los miedos conservadores pues el enemigo ya no tena nada de imaginario ni lejano.6 El ao 1919 resultara clave en ese sentido: a los sucesos revolucionarios de Europa revolucin de los espartaquistas en Alemania y de Bela Kun en Hungra se sum, en enero de 1919, la conmocin provocada por los cruentos enfrentamientos de la Semana Trgica de Buenos Aires. En medio de este clima inquietante, una fuerte agitacin sindical en Montevideo aport ma-yor espesor al temor de los sectores conservadores. A ello se sumara, en 1921, el surgimiento del Partido Comunista como resultado de la divisin del P. Socialista en el marco de las repercusiones de la revolucin bolchevique en el movimiento socialista mundial.

    Si bien la izquierda uruguaya era minoritaria y se encontraba dividida y enfrentada entre s, su influencia en el movimiento sindical y su ruidosa militancia en campaas de solidaridad internacional como la llevada adelante en defensa de Sacco y Vanzetti, los obreros anarquistas procesados y finalmente ejecutados en Estados Unidos el 23 de agosto de 1927 alimentaron el disgusto de los sectores conservadores. Tambin suscitaron cidos comentarios de algunos representantes di-plomticos extranjeros, que observaban con asombro la permisividad del gobierno uruguayo frente a las actividades comunistas, que gozaban de estatus legal.

    Cabe agregar que por esos aos tuvo lugar, a ambos lados del Ro de la Plata, la actuacin de los llamados anarquistas expropiadores entre ellos el legenda-rio Miguel Arcngelo Roscigno que protagonizaron en nuestro pas el sangriento asalto al Cambio Messina (1928) y aos ms tarde, la novelesca fuga del Penal de Punta Carretas por la Carbonera del Buen Trato (1931). Sus acciones que han sido narradas en la pelcula cratas de Virginia Martnez fueron cubiertas con gran sensacionalismo por la prensa grande, pretextando el reclamo (y a veces, los procedimientos) de mano dura contra el movimiento sindical y la izquierda.7

    En ese contexto, algunos conservadores miraron hacia Europa no solo la izquierda se nutrira de ideologas forneas contemplando con entusiasmo el movimiento liderado en Italia por Mussolini, que prometa progreso dentro del orden (lase: frenar el comunismo). Fue as como el fascismo cont con simpati-zantes en el seno de los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales: en el riverismo, el sosismo y el vierismo en el Partido Colorado, y en el herrerismo, en el Partido Nacional.8

    (6) Jos Pedro Barrn, Los conservadores uruguayos (1870-1933), Montevideo, E.B.O., 2004, p. 77.(7) Cfr. Salvador Neves y Alejandro Prez Couture, Plvora y tinta. Andanzas de bandoleros anar-quistas. Montevideo, Ed. Fin de Siglo, 1993.(8) Cfr. Gerardo Caetano, Las resonancias del primer fascismo en el Uruguay (1922-1929/30), en Revista de la Biblioteca Nacional. Montevideo, mayo 1987, pp. 13-36.

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    Por ltimo, un elemento a tener en cuenta al considerar la estrategia conser-vadora, es el factor militar. El batllismo se haba distanciado del ejrcito, en la me-dida que su particular forma de nacionalismo impregnado de cosmopolitismo no ambientaba el culto del tradicionalismo y el patriotismo, tan caros a la institucin militar. No contribuy a mejorar dichas relaciones la posicin contraria mantenida por Jos Batlle y Ordez y su partido en torno al proyecto de servicio militar obli-gatorio presentado en 1923 por el Presidente Serrato y su Ministro de Guerra, el Coronel Roberto Rivers. El batllismo se opuso tenazmente a la iniciativa que era, en los hechos, una propuesta de servicio militar bastante atenuada en duracin e in-tensidad. El proyecto no cont con respaldo popular y termin siendo retirado del parlamento por Serrato; Herrera, que al principio lo haba acompaado, termin por restarle su apoyo ante la firme resistencia popular, incluida la de sus correligio-narios. Era un secreto a voces que la mayor parte de los oficiales tenan simpatas por los sectores conservadores del Partido Colorado y muy excepcionalmente, por el Partido Nacional. Las investigadoras Mnica Maronna e Yvette Trochon, as como Carlos Manini Ros, en sus trabajos sobre el perodo, dan cuenta de numero-sas circunstancias en las que el factor militar pes en el acontecer poltico, lo que

    Imagen 5. Afiche del Partido Comunista urugua-yo utilizado durante la campaa electoral de 1926. Esta imagen, que se difunde por primera vez, se encuentra anexa al informe enviado al Departamento de Estado por el Ministro de Esta-dos Unidos en Montevideo, U. Grant Smith, el 30 de noviembre de 1925. En dicho informe el diplomtico sealaba: Estoy firmemente con-vencido que he visto un idntico poster bolchevi-que en Europa Central, probablemente en Hun-gra. [National Archives, Washington D.C.]

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    permite relativizar la tantas veces esgrimida prescindencia poltica de las fuerzas armadas uruguayas durante la primera mitad del siglo XX.

    Uruguay en el escenario internacional. En la primera posguerra, la orien-tacin de la poltica exterior del Uruguay continu la lnea esbozada durante el primer batllismo: el equilibrio difcil entre sus dos grandes vecinos en la feliz expresin de Dante Turcatti9 estuvo facilitado por una mejora en las complejas relaciones con Argentina. No obstante ello, como hemos sealado en trabajos an-teriores, la eleccin de Estados Unidos como escudo protector, determinada en gran medida por dichas tensiones con el gran pas vecino, se mantuvo durante este perodo, evidencindose en la entusiasta colaboracin con el sistema panamerica-no y con las autoridades de Washington, y en el apoyo a la poltica exterior estado-unidense. No obstante ello, la intervencin militar de Estados Unidos en Nicaragua en 1927 contra las fuerzas comandadas por el Gral. Augusto Csar Sandino sobre la que el gobierno uruguayo no emiti pronunciamiento alguno gener algunos sealamientos crticos desde el batllismo (Enrique Rodrguez Fabregat, Baltasar Brum), en momentos en que llegaba a su climax el sentimiento antiimperialista en Amrica Latina.

    En el mbito panamericano Uruguay continu impulsando el arbitraje obli-gatorio como frmula de solucin de controversias y apost fuertemente a la pro-teccin que el derecho internacional poda ofrecer a un pas pequeo y dbil como el nuestro.

    Dicha orientacin tuvo un nuevo y ms amplio escenario para proyectarse cuando, al firmarse el Tratado de Paz entre las Potencias Aliadas y Alemania, el 28 de junio de 1919, se cree la Liga (o Sociedad) de Naciones. Uruguay, signatario del tratado, fue miembro iniciador del organismo internacional que tendra su sede en Ginebra. En l le cupo una actuacin en cierto modo destacada, si pensamos en su pequeez territorial y su escassimo peso relativo en la poltica internacional: form parte del Consejo de la Liga, como miembro no permanente, entre 1922 y 1926; y su representante Alberto Guani presidi el Consejo en marzo de 1924 y junio de 1926, actuando asimismo como Presidente de la Asamblea Anual de 1927.10

    La actuacin uruguaya en la Liga, ensalzada desde el oficialismo colorado como un logro fundamental en la direccin de poner al pas en el mundo plan-teo en sintona con el referido cosmopolitismo que caracterizara al batllismo fue, en ocasiones, criticada fuertemente desde tiendas opositoras por Carlos Quijano,

    (9) Dante Turcatti, El equilibrio difcil. La poltica internacional del Batllismo. Montevideo, Arca/CLAEH, 1981.(10) Cfr. base de datos sobre la Liga de Naciones, en: http://www.indiana.edu/league/.

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    por ejemplo sealndose la casi indeclinable sintona entre las posiciones urugua-yas en Ginebra y la orientacin de la poltica exterior de las grandes potencias, en especial de Gran Bretaa.11

    La economa uruguaya en los aos veinte: la crisis antes de la Crisis. A fines de la dcada del veinte sealan Gerardo Caetano y Ral Jacob la economa y la sociedad uruguaya estaban de espaldas al precipicio.12 Para comprender lo que esta afirmacin implica debemos tener en cuenta como sealan M. Bertino, R. Bertoni, H. Tajam y J. Yaff13, en su anlisis de la economa uruguaya en los aos veinte que la Primera Guerra Mundial marc el fin de la hegemona britnica en el mundo, y que la economa de Estados Unidos la nueva potencia hegemni-ca no ofreca las mismas posibilidades de complementariedad con las economas latinoamericanas y, en particular, con la uruguaya: Estados Unidos era tambin productor de productos primarios, como la carne. Como advierten los referidos au-tores, el modelo de insercin externa procesado por Uruguay desde el ltimo cuar-to del siglo XIX, basado en la exportacin de productos del agro, se vio socavado por estos cambios en la economa mundial, as como por factores internos, como el estancamiento del sector agropecuario, incapaz de transformaciones tecnolgicas que permitieran una insercin diferente.

    El pas caminaba hacia el precipicio y al parecer, lo haca sin demasiada conciencia. Los amenazantes nubarrones de la crisis de posguerra (1920-1921), cuyos efectos se hicieron sentir tambin en Uruguay (fuerte cada en los precios internacionales de nuestras exportaciones en especial, el de la lana, descenso de la faena frigorfica con su secuela de desocupacin, descenso de los salarios), fueron rpidamente aventados ante los primeros sntomas de recuperacin y la vuelta del pas a la senda del crecimiento. Entre1922 y 1930 la economa uruguaya creci a una tasa de 6,6% acumulativo anual. Este crecimiento, sin embargo, tuvo caractersticas diferentes al procesado en la dcada anterior. Los precios de nues-tros productos exportables, que haban sufrido un sustancial incremento durante el conflicto mundial, experimentaron en la posguerra un marcado descenso. Simult-

    (11) Gerardo Caetano y Jos Pedro Rilla, El joven Quijano (1900-1933). Izquierda nacional y con-ciencia crtica, Montevideo, E.B.O., 1986, p. 57.(12) Gerardo Caetano y Ral Jacob, El nacimiento del terrismo, Tomo I (1930-1933). Montevideo, E.B.O., 1989, Captulo 1 (pp. 15-28). Por su parte, Ral Jacob, en trabajos anteriores destinados a anali-zar los antecedentes y consecuencias de la crisis de 1929 en Uruguay, ofrece abundante informacin que abona esa afirmacin.(13) Magdalena Bertino, Reto Bertoni, Hctor Tajam y Jaime Yaff, La economa del primer bat-llismo y los aos veinte. Auge y crisis del modelo agroexportador (1911-1930). Historia Econmica del Uruguay, Tomo III. Montevideo, Instituto de Economa, Facultad de Ciencias Econmicas y de Administracin-Editorial Fin de Siglo, 2005.

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    neamente, creci la demanda de bienes que no poda ser abastecida por la produc-cin nacional (entre ellos los derivados del petrleo, al comps del acelerado desa-rrollo del parque automotor), incrementando as sustancialmente el volumen y el monto de nuestras importaciones. A pesar de que el saldo de la balanza comercial, compensado por un aumento en los volmenes exportados, fue favorable en casi todo el perodo con excepcin de los aos 1921 y 1922 no sucedi lo mismo con la balanza de pagos (saldo del intercambio de bienes y servicios con el exterior). Durante la mayor parte de la dcada el monto de las divisas necesarias para cubrir los servicios de la deuda externa (intereses y amortizaciones) y las remesas al ex-tranjero por diversos conceptos (remesas de inmigrantes, ganancias de empresas extranjeras, etc.), fue mayor que el monto de las divisas que ingresaron al pas por concepto de exportaciones y servicios varios (turismo, etc.).

    Imagen 6. Rambla de Carrasco a comienzos de los aos veinte, con abundantes automviles. (FHM/CMDF) Los primeros autos importados fueron de origen mayoritariamente europeo, pero rpidamente la industria automotora estadounidense se impuso y ya en 1919 el 60% del parque automotor era de este origen. Entre 1919 y 1930 se importaron ms de 67.000 automviles, y en 1930, el 82,5 % del monto de los automotores y sus repuestos importados por el Uruguay eran de origen norteamericano. A este gran desarrollo contribuy la expansin de la red vial, promovida con emprstitos norteamericanos.

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    Para compensar la balanza de pagos se poda hacer dos cosas: recurrir al concurso del capital extranjero cuando esto era posible o utilizar las reservas existentes. De hecho, el endeudamiento pblico creci notablemente. Entre 1920 y 1932 la emisin total de deuda pblica uruguaya alcanz los 122,5 millones de pesos.

    Pero no todo fue deuda externa: el 57 % fue deuda interna. En este senti-do, las interpretaciones historiogrficas que han planteado, para explicar el en-deudamiento externo, la hiptesis de la resistencia del capital local a financiar el proyecto reformista, son parcialmente cuestionadas por los investigadores que venimos siguiendo (Bertino et alii), segn los cuales la evidencia demostrara que el capital local ms que adoptar una constante negativa a concurrir al financia-miento del Estado, adopt una actitud racional ante las necesidades financieras del mismo: invirti en deuda pblica en funcin de las expectativas de rentabili-dad que ofreca con relacin a otras alternativas de inversin.14

    El endeudamiento estaba marcando las debilidades del modelo de insercin internacional del Uruguay. Simultneamente, y en estrecha relacin con lo anterior, se asiste en la dcada del veinte al inicio de un cambio estructural de la economa uruguaya, signado por la participacin decreciente del sector agropecuario en el producto, el mantenimiento en similares niveles de la industria y la agricultura, y el incremento del resto de las actividades econmicas (construccin, servicios), cuya contribucin al PBI trep del 24% al 37%15. De acuerdo con los referidos autores, la dcada del veinte constituye un perodo de transicin entre la crisis del modelo agroexportador iniciada a partir de 1913 y la configuracin plena de otro modelo basado en el desarrollo industrial, que ya puede percibirse en 1943.

    El segundo impulso reformista. Ral Jacob llam la atencin sobre la exis-tencia de un segundo impulso reformista, cuyos primeros indicios son perceptibles ya a mediados de la dcada del veinte y que hara eclosin con mayor fuerza, a par-tir de 1928. Este nuevo empuje se habra visto favorecido por la toma de concien-cia, en determinados sectores del espectro poltico, en torno a las consecuencias negativas que se derivaban de la presencia de intereses econmicos extranjeros en sectores estratgicos de la economa del pas; as como de otras preocupantes seales del desempeo de la economa. A esta toma de conciencia se agregara la llegada al primer plano de la poltica de un grupo de jvenes batllistas los ms destacados, Luis Batlle Berres, Pablo y Agustn Minelli, Juan Francisco Guichn, Justino Zavala Muniz, Edmundo Castillo que encabezan una reflexin crtica so-bre el proyecto batllista, haciendo hincapi en lo que an faltaba por hacer.

    (14) Bertino y otros, cit., p. 361.(15) Ibid, p. 77.

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    Ya desde 1925 el batllismo haba dado indicios de un renacer del inquietis-mo pero en 1929 tiene en sus manos puestos claves para impulsar algunas de sus propuestas reformistas: el Ministerio de Hacienda, ocupado por Javier Mendvil, y el de Industrias, Trabajo y Comunicaciones, a cuyo frente est Edmundo Casti-llo. Desde ambas carteras arremeter contra los estancieros (propuesta de que el Estado intervenga como comprador y arrendador de tierras) y el capital extranjero (proyecto de refinera con participacin estatal, proyecto de propiedad nacional de yacimientos de hidrocarburos). De todas aquellas iniciativas, la que tendra mayor repercusin en la larga duracin y levantara la ms fuerte oposicin reuniendo en su contra a las fuerzas vivas nacio-nales y a los intereses extranjeros fue el proyecto de construccin de una re-finera estatal de petrleo, presentado al Consejo Nacional de Administra-cin en agosto de 1929 por el Ministro E. Castillo.

    El proyecto, que impulsaba la participacin del Estado en una es-fera de la economa dominada por la presencia de las compaas petroleras estadounidenses (la Standard Oil de N. Jersey, a travs de su filial la West India Oil Co. y la anglo-holandesa Shell Mex), haba sido elaborado en base a la informacin y los consejos suministrados al Ministro Castillo por el Director General de Yacimien-tos Petrolferos Fiscales (YPF) de Argentina, Gral. Enrique Mosconi, enfrascado por ese entonces en un duro enfrentamiento con los trusts petroleros.

    El proyecto de refinera estatal, aprobado por el Consejo en agosto de 1929 (con el voto en contra de los Consejeros nacionalistas A. Lussich, M.C. Martnez y L. A. de Herrera), fue vetado por el Presidente Cam-pisteguy, que se hizo eco de la fuerte oposicin despertada por la iniciativa

    El 10 de agosto de 1929 el Ministro de Industrias, Trabajo y Comunicacio-nes, Edmundo Castillo, escribi al Di-rector de la empresa petrolera estatal argentina Yacimientos Petrolferos Fis-cales (YPF), General Enrique Mosconi: ...Tanto el seor Goslino como yo he-mos encontrado insuperable el informe que tuvo a bien preparar a mi pedido y para nuestro uso. No se me escapa que Ud., adems de pericia, ha puesto en l toda su buena voluntad. Excuso decirle cun obligado me siento por ello. [...] Estoy seguro de no excederme en el elogio al decir que la colaboracin del Gobierno argentino, para que mi pas se libere de la dependencia extranjera para el abastecimiento de combustibles, armoniza con la obra de los prceres de Mayo, que lucharon por la soberana de su tierra y la de los pueblos hermanos. [...] Yo no s si mi proyecto tendr xi-to en las Cmaras, porque aun cuando parezca imposible, hay quienes lo com-baten [...]. Creo que en definitiva ser cuestin de tiempo, pero tengo el placer de asegurarle, que en cualquier caso yo sabr dejar constancia, si la obra llega a realizarse, de la parte que Ud. ha te-nido en ella.

    [En: Enrique Mosconi, El petrleo argentino, Bs. As., Agepe, 1958, p. 227]

    eL Proyecto de refinera estataL y eL asesoramiento de yPf (1929)

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    en los sectores empresariales; el batllismo no obtuvo los votos necesarios en el Consejo para levantar el veto. El fracaso de la iniciativa no fue sinnimo de su abandono; por el contrario, el batllismo introducira en el parlamento una iniciativa ms radical aun: la construccin de una refinera totalmente estatal. Mientras tanto, desde el espacio editorial de El Da, Luis Batlle Berres realizaba una persistente campaa de denuncia de los trusts petroleros y de apoyo a las iniciativas del bat-llismo en materia de poltica energtica.16

    La movilizacin conservadora. Ante los intentos del reformismo por supe-rar el bloqueo de sus propuestas seala Caetano la oposicin conservadora mul-tiplic rpidamente su movilizacin poltica, experimentando una radicalizacin de sus posturas. Su eficacia organizativa se vio favorecida por la creciente integracin

    (16) Alfonso Labraga, Mario Nez, Cristina Pintos, Ana Mara Rodrguez y Esther Ruiz, El Na-cionalismo petrolero argentino de la dcada del 20 y su influencia en el surgimiento de ANCAP, en Hoy es Historia, N2, Montevideo, 1984, pp. 35-50; y Ral Jacob, Inversiones extranjeras y petrleo: la crisis de 1929 en Uruguay. Montevideo, F.C.U., 1979.

    Al Pas....Las orientaciones que se propone seguir [el Comit de Vigilancia Econmica] son

    de vigilancia y defensa como fin; de lucha indeclinable y optimista como medio, dentro del concepto de que la propia existencia exige un cuidado propio y que el derecho cuyo ejercicio se libra a manos extraas, conforma una abdicacin que lleva a la esclavitud. Y en el cami-no de ser esclavizadas van las clases laboriosas del pas, especialmente la clase ganadera, amenazada de total liquidacin por el fanatismo reformista [...]. Rompiendo imprudente-mente el orden de relacin, anticipando las mejoras sociales a las posibilidades econmicas en que ella deben fundarse, surgen a cada instante proyectos gubernativos y parlamentarios [...] que intentan repartir lo que no existe [...]; leyes de salario mnimo para que por la magia de su imperio, el trabajo tenga una retribucin superior [...] a sus mismos rendimientos [...]; leyes para disolver la herencia, que disuelven tambin los principios que organizan y prote-gen el hogar; leyes para imponer la divisin de la tierra y lanzar al pas por el abismo de su desvalorizacin violenta; y todo ello con la pretensin de crear otra vida al amparo de ese programa de muerte; de cambiar de un da para otro las formas de produccin, de propiciar optimismos creadores de riqueza; de sacar del incgnito, de la penumbra ensayista, la luz del nuevo da. [...]

    [Los integrantes de las clases laboriosas], con la divisa de su fe poltica integralmente a salvo, deben aprender a conciliar su fidelidad partidaria con sus intereses de clase, para un-gir con su voto consagratorio, solamente a los hombres del respectivo credo poltico que, a la vez, ofrezcan la garanta de compartir y defender sin desmayos su orientacin econmica [...]. Los polticos, podrn decir otra cosa; los hombres de trabajo dicen esto. [Revista de la Federacin Rural, N 124, mayo 1929; citado en: Gerardo Caetano, Las fuerzas conser-vadoras en el camino de la dictadura. El golpe de Estado de Terra, Cuadernos del CLAEH, N 28, Montevideo, abril de 1983]

    manifiesto deL comit de vigiLancia econmica (mayo 1929)

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    entre las diferentes actividades econmicas y, consecuentemente, entre sus princi-pales dirigentes (estancieros, industriales, comerciantes, banqueros), as como por la vinculacin cada vez ms estrecha entre los grupos de presin empresariales y los partidos polticos de derecha. El xito obtenido en movilizaciones conjuntas se-al el camino de la necesaria institucionalizacin del frente conservador. Despus de numerosas instancias previas, y a impulso de la Federacin Rural, en setiembre de 1929 se crea el Comit de Vigilancia Econmica, rpidamente bautizado como Comit del Vintn por el reformismo batllista. El Comit se constituy en la gran herramienta de presin poltico-gremial, representativa de los grupos dominan-tes y liderada por la Federacin Rural. Su programa: oponerse a los aprendices de brujo y al inquietismo expresiones utilizadas en la poca por los sectores conservadores para aludir al reformismo batllista y sus propuestas; enfrentar el estatismo, el burocratismo, los nuevos impuestos, el trust frigorfico (enemigo declarado de los estancieros) y luchar contra la inmigracin indeseable. De ah en adelante el enfrentamiento con el reformismo no hara ms que crecer.

    El 20 de octubre de 1929 mora Jos Batlle y Ordez y el batllismo debera hacer frente a la ofensiva conservadora en medio de una soterrada (y a veces no tanto) lucha por la sucesin.

    Era el fin de los aos veinte y Uruguay se aprestaba a conmemorar el Cen-tenario de su Independencia. Los tiempos y la forma en que escogi hacerlo, nos hablan sobre algunos rasgos de la sociedad uruguaya de entonces.

    Construyendo un nuevo relato de los orgenes. En 1923 el parlamento uruguayo debati en torno a qu fecha deba ser escogida para celebrar el centena-rio de la Independencia nacional. La discusin se polariz en torno a dos fechas: la primera, el 25 de agosto de 1825 (Declaratoria de la Independencia), fue la fecha blanca, ya que apuntaba a reivindicar la gesta encabezada por Juan Antonio La-valleja, y nacionalista en sentido amplio, en tanto aluda a una ley fundamental aprobada por la Sala de Representantes de la Provincia Oriental. La segunda, el 18 de julio de 1830, fue la elegida por el batllismo: era el aniversario de la jura de la primera Constitucin y el ao en que asumi el mando el primer Presidente de la Repblica, el colorado Fructuoso Rivera. El debate del que surgiran finalmente dos festejos, en 1925 y 1930 ha sido frecuentemente mencionado como singula-ridad uruguaya y como ejemplo de las dificultades planteadas a la construccin de la nacin, por la forma en que Uruguay conquist su independencia en 1828, con la Convencin Preliminar de Paz entre las Provincias Unidas del Ro de la Plata y el Imperio de Brasil, celebrada con la mediacin britnica. Sin embargo, ste parece ser solo un ejemplo de lo que el historiador Eric Hobsbawm ha llamado invencin de la tradicin, observable en todas las comunidades en proceso de construccin nacional y que, en cada caso, est fuertemente vinculado a determi-

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    nantes del presente de la sociedad en cuestin. En el caso uruguayo, el historiador Carlos Demasi ha defendido la hiptesis de que en el debate del Centenario aflo-ra un nuevo relato de los orgenes, estrechamente asociado a la nueva situacin institucional inaugurada en 1919.

    En el ao 1923 tambin tuvo lugar otro hecho de relevancia en la construc-cin de la conciencia histrica uruguaya: la inauguracin del monumento a Jos Artigas en la Plaza Independencia, el ltimo da del mes de febrero. Como ha sea-lado Ana Frega, la construccin monumental del hroe estuvo atada al dilatado proceso de reivindicacin de su figura.

    El Presidente Brum eligi finalizar su mandato con ese ltimo evento oficial, y en su discurso que asoci la propuesta social del reformismo con el proyecto artiguista explicitaba lo que la historiografa analizara luego con mayor deteni-

    Cundo ha llegado el momento para que una comunidad decida conmemorar su ani-versario? Generalmente se asume como una verdad indiscutible que las conmemoraciones son simples accidentes del calendario, y que ste es la verdadera autoridad que indica el momento de realizar la puesta en escena de esa recordacin en comn que est en el senti-do de la palabra. Nadie puede adelantar la fecha de un aniversario, como tampoco atrasarla a gusto: simplemente estos ocurren y cuando llega el momento solo es necesario poner en orden el programa de festejos porque el resto viene por aadidura. Pero esta idea no da cuenta de algunos hechos que pueden parecer anmalos; as las razones por las que algunos aniversarios son recordados y otros no lo son, o que esa seleccin vare con el tiempo y hoy celebra acontecimientos antes olvidados. [...] Esta movilidad temporal puede explicarse si se acepta que las conmemoraciones no ocurren sino que se instituyen, es decir que la comu-nidad las crea en momentos determinados y por razones muy precisas [...]. En este trabajo se pretende mostrar una sociedad que pas de imaginarse condenada a la guerra civil perma-nente, a una sociedad que deba ver cmo compartan el poder los partidos que antes eran enemigos acrrimos. Esta situacin oblig a una reconstruccin profunda de las prcticas polticas [...] y a una reinterpretacin del pasado que permitiera construir una tradicin de coexistencia poltica, y a la vez que construyera una identidad comn a los grupos que aho-ra compartan el poder. Estas transacciones de procedimiento no eliminaron las diferencias profundas entre proyectos polticos que recorran la sociedad. El final de la Gran Guerra haba trado muchas novedades; todas ellas parecan facilitar la difusin de las posiciones conservadoras en la sociedad uruguaya y acorralar cada vez ms al reformismo batllista. Por esa razn la construccin del pasado tuvo un marcado carcter conservador y pretendi instituir su visin de la nacin por medio de una gran conmemoracin, a la que llam el Centenario nacional y que fij para el 25 de agosto de 1925. Por su parte el reformismo levant su propuesta que involucraba otro proyecto: el Centenario de la Constitucin el 18 de julio de 1930. Como ocurre en el relato de la Historia Nacional, de su conflicto surgi una visin consensuada que ha perdurado largamente en la memoria social, pero a cambio de olvidar el conflicto de proyectos que le dio origen. [...]. [Carlos Demasi, La lucha por el pasado, Montevideo, Trilce, 2004, pp.7 y 17].

    La Lucha Por eL Pasado

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    miento: la poca de la leyenda negra haba terminado, era la hora de la apo-teosis artiguista.

    En la primera de las celebra-ciones del Centenario, la realizada el 25 de agosto de 1925, tuvo lugar otro hecho cargado de simbolismo: la in-auguracin del Palacio Legislativo, verdadero templo laico destinado a servir el culto de los valores demo-crticos y sin duda la incorporacin arquitectnica ms significativa de las realizadas en el marco de los festejos del Centenario.

    Las mencionadas no fueron las nicas huellas artsticas y arquitect-nicas que se incorporaran a la ciudad capital en el marco de los festejos pa-trios. Las arquitectas Susana ntola y Cecilia Ponte destacan la significacin de la construccin espacial e icono-grfica del imaginario nacional en el Montevideo del Centenario. Entre sus componentes fundamentales sea-lan la inauguracin del monumento al Gaucho, el 31 de diciembre de 1927, un homenaje promovido por la Fede-racin Rural del Uruguay; y el Obelis-co a los Constituyentes de 1930, cuya construccin fue concebida en el marco de las celebraciones del Centenario, pero se inaugurara tardamente en 1938.17

    Caetano ha destacado el signo de apuesta al futuro que tuvieron las iniciativas del reformismo para con-

    (17) Susana ntola y Cecilia Ponte, La nacin en bronce, mrmol y hormign armado, en: Gerar-do Caetano (Dir.), Los uruguayos del Centenario. Nacin, ciudadana, religin y educacin (1910-1930). Montevideo, Taurus-Observatorio del Sur, 2000, pp. 219-243.

    ...La inauguracin [del monumen-to a Artigas en la Plaza Independencia] supona definir para la posteridad una imagen y una simbologa asociada al hroe que se homenajeaba. A su vez, inscriba a ese personaje en una inter-pretacin lineal del pasado, como un jaln en lo que era presentado como el ineludible camino de emergencia de la nacionalidad. [...] La inauguracin del monumento a Artigas debi espe-rar cuarenta aos. La convocatoria al concurso efectuada en 1884 qued in-terrumpida hasta que por ley de 23 de marzo de 1906 se dispuso aplicar cien mil pesos oro de un emprstito para erigir un monumento al precursor de la Nacionalidad oriental, General don Jos Gervasio Artigas. [...] Es cierto que se argumentaba la falta de recursos para financiar la construccin y que, luego de comenzada, la obra fue entor-pecida por la Primera Guerra Mundial, pero tambin la demora puede ser in-terpretada como una seal del proceso para lograr unanimidad en torno a la recuperacin de la figura de Artigas. Si bien se lo presentaba como aquel per-sonaje del pasado que una a blancos y colorados, era necesario desmontar la imagen de bandolero y caudillo de los anarquistas que tanto haba atemo-rizado a los sectores dirigentes de su poca y se haba continuado alimentan-do en gran parte del siglo XIX.

    [Ana Frega, La construccin mo-numental de un hroe, en Humanas, Porto Alegre, v. 18, N 1-2, pp. 123 y 127].

    La construccin monumentaL de un hroe

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    memorar el Centenario, en las que el embellecimiento de la ciudad capital ocup un lugar central.

    El pensar al Uruguay como un pas de servicios, con nfasis en el destino turstico, no es ajeno a estas propuestas (como han demostrado R. Jacob y Nelly Da Cunha).18 En el mismo sentido debe interpretarse otro aporte arquitectnico de

    (18) Cfr. Ral Jacob, Modelo batllista Variacin sobre un viejo tema?, Montevideo, Ed. Proyeccin, 1988; y Nelly Da Cunha, El Municipio de Montevideo en la construccin del espacio turstico y recrea-tivo. Montevideo, Facultad de Cs. Sociales, Unidad Multidisciplinaria, Doc. de Trabajo N 55, 2001.

    Imagen 8. Inauguracin del Monumento al Gaucho en la in-terseccin de la Avenida 18 de Julio y Constituyente. 31 de di-ciembre de 1927. (FHM/CMDF)

    Imagen 7. Construyendo la imagen del hroe. Armado de las piezas del monumento a Ar-tigas en la Plaza Independencia, en febrero de 1923. (FHM/CMDF)

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    relevancia incorporado a la ciudad en el marco de los festejos: el Estadio Centena-rio. Porque el ftbol tambin fue protagonista en aquella conmemoracin.

    Ftbol, poltica y sociedad. En los aos veinte el ftbol era ya, sin lugar a dudas, el gran espectculo de masas en el Uruguay. Los triunfos obtenidos por la seleccin nacional en los torneos sudamericanos y, ms aun, en las Olimpadas de Pars (1924) y msterdam (1928) que equivalan a los campeonatos mundiales, cuando estos an no existan fueron decisivos en la conquista de esa popularidad. Tan decisivos como lo fue la radio.

    En 1922 habra tenido lugar la primera transmisin radial de un partido de ftbol en el Uruguay (se dice que fue la primera transmisin deportiva de la histo-ria de Amrica Latina). Jugaban Uruguay y Brasil en Ro de Janeiro y la emisin no fue ms lejos de Pando. La poltica descubra simultneamente la potencialidad de aquel medio de comunicacin: en noviembre de 1922, en la recin inaugurada Radio Paradizbal, Jos Batlle y Ordez pronunci el primer discurso poltico emitido por radio en el Uruguay. Y la poltica tambin se acercara al ftbol, reco-nociendo los beneficios de asociarse a un deporte popular en tiempos de amplia-cin del electorado y de elecciones tenazmente disputadas. Como seala Andrs Morales, el batllismo parece haber marcado el camino: en 1924, cuando Uruguay gan su primera medalla de oro en ftbol en Colombes, El Da fue el nico dia-rio uruguayo en cubrir el evento con un enviado especial: Lorenzo Batlle Berres (hermano del futuro Presidente y sobrino de Batlle y Ordez). Los xitos futbo-lsticos de la seleccin nacional, festejados a lo largo y ancho del Uruguay, fueron, sin duda, una til herramienta en ese operativo batllista de nacionalizacin de una poblacin con fuerte componente inmigratorio.

    En 1928, como ya vimos, Uruguay ganara nuevamente la medalla de oro en las Olimpadas de msterdam, esta vez venciendo a Argentina. En el Congreso de la FIFA realizado al finalizar dichos juegos, se resolvi organizar un campeonato mundial de ftbol. Uruguay se postul como sede, en una apuesta que daba cuenta no solo de la importancia que este deporte haba alcanzado en el pas, sino de la vocacin de proyeccin mundial que haba caracterizado al Uruguay batllista: el pequeo pas modelo. En mayo de 1929 Uruguay fue elegido como sede, inicin-dose as un titnico esfuerzo que supuso la construccin e inauguracin, en poco menos de un ao, del primer estadio del mundo construido especialmente para este deporte: el Estadio Centenario, hoy monumento histrico del ftbol mundial.

    El arquitecto Juan Antonio Scasso, Director de Paseos Pblicos del Munici-pio de Montevideo, fue designado como director y proyectista de la obra. Scasso integr junto a Leopoldo Agorio, Mauricio Cravotto, Milton Puente, Octavio De los Campos e Hiplito Tournier una generacin de arquitectos que impuls una importante renovacin de la arquitectura uruguaya, inspirada en parte en la obra

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    y la presencia de Le Corbusier, el gran arquitecto francs que en la primavera de 1929 visit Montevideo, y lleg a esbozar una propuesta para el desarrollo de la ciudad.

    El estadio fue inaugurado an sin terminar el 18 de julio de 1930, seis das despus del comienzo del Campeonato Mundial. Haba sido construido en menos de un ao.

    En la final, disputada el 30 de julio de 1930 Uruguay venci por 4 a 2 a Argentina. El vecino rioplatense haba sido desde siempre el gran rival, quizs por que en ese proceso de construccin de identidad nacional en el que el ftbol jug un importante papel la afirmacin de pertenencia se vuelve ms imperativa frente a aquellos que ms se asemejan a nosotros.

    El pas festej ruidosamente: Uruguay campen del mundo!. Cuando se apagaron los fuegos de artificio y los relatos de la hazaa se aplacaron, la lucha poltica retorn al centro de la escena nacional. Porque el ao del Centenario era tambin ao electoral.

    Las elecciones nacionales de 1930. Como han sealado Caetano y Jacob19, las elecciones generales de noviembre de 1930 fueron un verdadero plebiscito, en el que el eje del debate poltico se ubic en una definicin a favor o en contra del programa reformista.

    A comienzos de ao los sectores conservadores haban recibido el espalda-razo del Presidente Campisteguy, quien en su mensaje anual a la Asamblea Gene-ral, se sum a los reclamos antirreformistas pidiendo un nuevo alto en materia de legislacin social.

    (19) Gerardo Caetano y Ral Jacob, El nacimiento del terrismo, Tomo I (1930-1933). Montevideo, E.B.O., 1989, Captulo 8.

    Imagen 9. Vista area del Estadio Centenario durante la final entre Uruguay y Ar-gentina, el 30 de julio de 1930. (Archivo E.B.O.)

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    En el ao electoral, las fuerzas conservadoras, con el Comit de Vigilancia Econmica a la cabeza, desplegaron una fuerte ofensiva poltico-gremial, en la que se pas de los reclamos a las amenazas. As, los planteos destinados a las exigen-cias de impedir la aprobacin de todo nuevo gravamen, incluyeron la resolucin de recurrir al lock-out patronal y si esto no resultase suficiente, de realizar un movi-miento de resistencia general mediante una negativa a pagar impuestos (la huelga de bolsillos cerrados, al decir de Luis Alberto de Herrera).

    En las elecciones realizadas el 30 de noviembre triunf el Partido Colorado por algo ms de 15.000 votos. De un total de 318.760 votos emitidos, el P. Colo-rado haba obtenido 165.827 y el P. Nacional 150.642 (el herrerismo, su fuerza mayoritaria, haba cosechado 132.345 votos). El batllismo haba tenido una buena votacin (136.832). Fue electo Presidente el Dr. Gabriel Terra, candidato que haba contado con el apoyo del batllismo. Por escaso margen, el lder riverista Pedro Manini Ros no pudo acceder a la Presidencia, ya que no alcanz el 17,5% de los votos colorados, porcentaje que lo hubiera consagrado vencedor, segn el criticado acuerdo preelectoral celebrado con los batllistas.

    El resultado electoral disgust a los sectores conservadores que auguraron un futuro sombro para el pas, al tiempo que reprocharon el ejemplo de Luis Al-berto de Herrera es claro a quienes haban puesto las solidaridades partidarias por delante de la causa comn antirreformista.

    Ral Jacob seala que a pesar de la victoria colorada, el acto electoral haba dejado un panorama poltico complejo. Gabriel Terra, poltico colorado de larga trayectoria pblica entre otros cargos, haba ocupado los de legislador, Ministro en varias carteras, diplomtico e integrante del Consejo Nacional de Administra-cin aunque electo con el apoyo del batllismo, se situaba ideolgicamente a la derecha de dicho movimiento; ello auguraba dificultades en su relacin con el Consejo Nacional de Administracin, con mayora batllista. En el Senado haba una clara mayora nacionalista, lo que implicaba una capacidad total de bloqueo de las iniciativas reformistas, y en la Cmara de Representantes, merced a la re-presentacin proporcional, nadie y todos, en palabras del nacionalista Gustavo Gallinal. Para el Partido Nacional, la derrota sufrida cuando todo pareca indicar que la victoria estaba al alcance de la mano, aparej una crisis interna hubo fuer-tes cuestionamientos a Luis A. de Herrera por su conduccin de la que surgira en 1931 la escisin del nacionalismo independiente.

    El escenario poltico era complejo y las perspectivas econmicas, sombras. Desde el mundo exterior llegaban seales inquietantes: en Amrica Latina, una su-cesin de golpes de estado acababan con los gobiernos de Legua en Per (agosto), de Hiplito Yrigoyen en Argentina (setiembre) y de Washington Luz en Brasil (octubre). La crisis econmica vena acompaada por crisis polticas y Uruguay no sera una excepcin.

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    La poltica econmica del Consejo Nacional de Administracin y el na-cimiento del dirigismo. En 1931 la crisis econmica se instalara con toda su fuerza en el pas: las exportaciones correspondientes a ese ao disminuyeron en volumen y en valor; el nmero de desocupados de la industria manufacturera trep a aproximadamente 30.000; y la moneda nacional (el peso) se desvaloriz en un 60% entre abril y octubre del mismo ao. La disminucin del volumen y el precio de nuestras exportaciones aparej una sensible merma en la recaudacin fiscal, to-dava fuertemente asociada a los derechos aduaneros, poniendo en serios aprietos al Estado para hacer frente a sus crecientes obligaciones.

    Ante la dura realidad, se instal un fuerte debate en torno a las recetas para enfrentar la crisis. Lo que estaba en discusin, advierte R. Jacob, era quin pagara los costos de la misma. En ese contexto, el batllismo radicaliz las posturas estatis-tas e intervencionistas. El ao 1931 marca, como seal Carlos Quijano, una sig-nificativa inflexin en cuanto al papel del Estado en la conduccin de la economa uruguaya, inicindose la etapa del dirigismo. El 19 de mayo de 1931 el parlamento uruguayo aprob una ley que otorg al Banco de la Repblica Oriental del Uru-guay un severo control sobre las operaciones de cambio, que alcanzara al traslado de capitales, prohibindose las negociaciones que no respondiesen al movimiento regular y legtimo de las actividades econmicas y financieras, segn lo expresa-ra el Ministro de Hacienda de entonces, el batllista Eduardo Acevedo lvarez. La medida no era una originalidad del Uruguay sino un arbitrio al que estaban recu-rriendo numerosos pases en diversas partes del mundo, como una estrategia para enfrentar las dificultades de la coyuntura econmica mundial (Brasil haba adopta-do una medida similar a comienzos de 1931 y Argentina lo hara cinco meses ms tarde). Esa y otras disposiciones puestas en vigor en esos meses, depositaron en manos del banco estatal el control absoluto de los cambios internacionales.

    La forma en que se distribua la moneda extranjera fue objeto de preferente atencin y fuertes presiones por parte de los diferentes sectores de la actividad econmica vinculados al comercio exterior, as como de los inversores extranje-ros que deban enviar remesas a sus pases de origen, por diferentes conceptos. A ellos se agregaran los tenedores de la deuda pblica uruguaya, el pago de cuyas amortizaciones fue suspendido en enero de 1932. Para presionar al gobierno uru-guayo, los intereses extranjeros recurrieron al apoyo de sus respectivos gobiernos, tanto en las metrpolis como a travs de las representaciones diplomticas, como lo prueba ampliamente la correspondencia diplomtica inglesa y estadounidense del perodo.

    Gran Bretaa era sin duda el pas que estaba en mejores condiciones para presionar ya que era el principal comprador de nuestras carnes, con todo lo que esto significaba en la marcha general de la economa uruguaya. El temor a perder

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    dicho mercado llev al Consejo Nacional de Administracin a plegarse a la consig-na de comprar a quien nos compra, levantada por los estancieros, que procuraba atender los reclamos britnicos sobre la desfavorable posicin de sus intereses en el comercio exterior uruguayo. Para decirlo con cierto esquematismo, los ingleses se quejaban de que Uruguay, con las libras que obtena por la venta de carne a Gran Bretaa, pagaba las compras que realizaba en Estados Unidos. Otro tanto suceda con Argentina aunque, naturalmente, en mayor escala. En el marco de la Gran De-presin, Gran Bretaa decide presionar a fondo y convoca en 1932 la Conferencia de Ottawa donde, reunida con sus dominios, aprueba la llamada preferencia im-perial, que asignaba cuotas preferenciales de sus compras de carne a sus dominios (Nueva Zelandia y Australia eran los grandes competidores del Ro de la Plata en ese rubro). Las carnes rioplatenses tendran una parte del mercado, pero se trataba de una cuota muy disminuida ya que se tomaba como base el ao 1931, que haba sido de apreciable descenso de dichas exportaciones. A partir de ese momento Uru-guay, al igual que Argentina, desarrollarn una intensa actividad diplomtica en busca de llegar a un acuerdo comercial con Gran Bretaa, que permitiese mejorar el acceso al mercado ingls. Uruguay recin lo conseguira en 1935.

    En medio de una situacin que se agravaba da a da, el Presidente Terra na-vegaba con habilidad, procesando un rpido distanciamiento del batllismo y mos-trndose cada vez ms receptivo a los reclamos conservadores. En junio de 1931 hizo pblico un proyecto de ley para reprimir la inmigracin indeseable que sera aprobado el ao siguiente, en sintona con los planteos conservadores y en claro desafo a las posturas del batllismo, histricamente partidario de la poltica de puertas abiertas a la inmigracin. Los sectores conservadores, a su vez, des-plegaron una clara estrategia de rodear a Terra (que recuerda sugestivamente la actitud de las fuerzas vivas en apoyo de Feliciano Viera, despus del Alto de 1916), apuntando a separarlo an ms del reformismo: se suceden los banquetes en su honor, las notas de adhesin y el Comit de Vigilancia Econmica pide poderes discrecionales para una sola persona, que no nombra pero nadie ignora de quien se trata.

    La movilizacin conservadora cuyas diferentes instancias y cambios de entonacin han sido examinados detalladamente por Gerardo Caetano, cuyo an-lisis seguimos pas de la mera protesta ante la poltica econmica del Conse-jo Nacional de Administracin, a la elaboracin de propuestas alternativas, que implicaban un paso adelante en la concepcin y explicitacin de un futuro sin el reformismo. Mientras tanto el batllismo, que maniobraba procurando romper el bloqueo poltico en que se encontraba en el parlamento, a mediados de 1931 lleg a un acuerdo con el nacionalismo independiente, sector opuesto al herreris-mo. Dicho entendimiento, que permita el desbloqueo de las propuestas batllistas, provoc una furiosa reaccin conservadora, que explot polticamente el hecho

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    de que el entendimiento interpartidario inclua un reparto poltico a nivel de los directorios de los Entes Autnomos: Herrera se refiri despectivamente al acuerdo como pacto del chinchuln.

    Las consecuencias ms significativas del acuerdo, sin embargo, quedaron en evidencia en octubre de 1931, al aprobarse una serie de medidas de singular importancia: el monopolio estatal de los telfonos (a las Usinas Elctricas del Es-tado se agregaban ahora los telfonos, crendose la UTE, Usinas y Telfonos del Estado) y, fundamentalmente, la aprobacin el 15 de octubre de ese ao, de la ley de creacin de ANCAP (Administracin Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland). Dicha ley, sin duda el punto ms alto del segundo impulso reformista, asignaba al Estado, por intermedio del nuevo Ente, dos monopolios: el del alcohol y carburante nacional (tema que vena siendo discutido desde dos dcadas atrs), y el de la importacin y refinacin de petrleo crudo; tambin le atribua un mo-nopolio condicional: el de la importacin de carburantes lquidos, semi-lquidos y gaseosos cuando la refinera a construir produjese el 50% de la nafta que se con-suma en el pas (la disposicin implicaba, como lo fundamentaron los firmantes del proyecto, una precaucin necesaria ante la posible aplicacin de represalias por parte de las empresas petrolferas, que pudiesen cortar el abastecimiento de com-bustibles refinados). El temor a las posibles represalias de Gran Bretaa nuestro mayor comprador de carne explica la otra importante restriccin en los alcances del proyecto: en su articulado solo se habla de combustibles lquidos, dejando afuera los combustibles slidos o sea, el carbn, que todava consuma el pas, la mayor parte del cual vena desde Gran Bretaa. A la ANCAP se le encargaba tam-bin, aunque no con carcter exclusivo, la fabricacin de portland para las obras pblicas.

    El proyecto, que debi enfrentar la oposicin de los sectores conservadores del Partido Colorado, y del herrerismo consecuente con su tradicional antiesta-tismo tampoco fue apoyado por el representante socialista Emilio Frugoni quien dijo estar en contra porque crea que las disposiciones contenidas en el proyecto se traduciran en un incremento del precio del combustible de uso popular (el quero-sene), y que el Ente a crearse sera un nuevo instrumento de clientelismo poltico.

    La iniciativa pareca destinada al fracaso: en el peor momento de la de-presin un pequeo pas latinoamericano, no productor de petrleo, emprenda la quijotesca aventura de crear un ente petrolero estatal. La Standard Oil y la Shell Mex, que haban intentado quizs algo tardamente impedir la aprobacin del proyecto de ley, se mostraron entre preocupadas e incrdulas y el representante diplomtico de Estados Unidos en Montevideo aventur la opinin de que todo pareca ser un mero gesto poltico, en busca de apoyo electoral. [ver recuadro]

    Cuando el Directorio del flamante Ente autnomo encabezado por el ancia-no historiador y destacado hombre pblico Dr. Eduardo Acevedo Vasquez llam

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    a licitacin para la provisin de nafta y querosene, las compaas petroleras nor-teamericanas y britnicas no se presentaron al llamado, aduciendo que no estaban en condiciones de negociar en los trminos contemplados en el mismo (el contrato prevea el pago de una parte con productos nacionales). Finalmente fue adjudicado a la empresa petrolera estatal sovitica Iuyamtorg, que s se haba presentado a la licitacin. El encono de los representantes de las compaas petroleras extranjeras creci.

    El proyecto de creacin de ANCAP haba sido visto por los sectores con-servadores como una verdadera declaracin de guerra: el 14 de octubre de 1931, mientas el parlamento discuta el proyecto, tena lugar un paro patronal. El Presi-dente del Consejo Nacional de Administracin, el Ing. Juan P. Fabini, se neg a re-cibir la delegacin de los sectores patronales. El Presidente Terra, por el contrario,

    MontevideoFechado Octubre 14, 1931

    Recibido 11:20 p.m.

    Secretario de EstadoWashington, D.C.[Con referencia a telegrama] 66, Octubre 14, 7 p.m.

    La Cmara de Diputados aprob el da diez un proyecto de ley creando un organismo industrial nacional encargado del desarrollo y administracin del monopolio del alcohol y la importacin, refinacin y venta de petrleo y sus derivados y del cemento, y se informa que fue aprobado por el Senado a ltima hora de hoy. El Parlamento clausura sus sesiones maana.

    En relacin con este tema, vanse despachos 59, 82, 120 y 122 informando que se con-templaba la creacin de dicho monopolio. El mismo fue aprobado no obstante la insatisfac-cin general y actos de protesta: en efecto, todos los comercios de esta ciudad se encuentran cerrados en el da de hoy en protesta contra este tipo de leyes.

    Confidencial. Los intereses norteamericanos de la industria del cemento, si bien lamen-tan la aprobacin de esta ley, son de la opinin de que no ser puesta en prctica por aos, si es que alguna vez lo sea, fundamentalmente debido a la falta de rubros para llevarla a cabo. Concuerdo con esta opinin, agregando que esta ley parece ms un gesto poltico en relacin con las prximas elecciones de noviembre, que algo pensado para ser puesto en prctica de inmediato. Los representantes de la West India Oil Company, con los que me he mantenido en estrecho contacto, si bien temen la prdida de sus propiedades sin indemnizacin, tienen mayor temor a una eliminacin gradual como consecuencia del proyecto relativo a importa-cin de gasolina rusa para uso del Estado y de las empresas pblicas, la que, no obstante, es una iniciativa separada y probablemente tambin ser aprobada. WRIGHT.

    [Telegrama del Ministro de Estados Unidos en Montevideo, J. Butler Wright, al Secre-tario de Estado Henry L. Stimson, 14 de octubre de 1931. National Archives (Washington, D.C.), Doc. N 833.6363/16. En: Ana Mara Rodrguez Ayaguer, Seleccin de Informes de los Representantes Diplomticos de los Estados Unidos en el Uruguay. Tomo I: 1930-1933, pp. 70-71]

    La diPLomacia de estados unidos y La creacin de ancaP

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    fue ovacionado al arengar a los manifestantes desde la casa de Gobierno, apoyando su petitorio y enfatizando la necesidad de reformar la Constitucin.

    De all en adelante, la situacin solo tendi a agravarse. El salto cualitativo estuvo dado por la instrumentacin de un movimiento paralelo al de las gremiales empresariales, a nivel de los sectores polticos de derecha: rodear a Terra, separarlo del batllismo, conformar una alianza poltico-gremial que atravesara las fronteras partidarias y se constituyera en un slido grupo de apoyo al Presidente para derri-bar el odiado rgimen. Comenzaba a gestarse el terrismo.

    Terra, a su vez, hara lo suyo para proyectar su figura de hombre fuerte: en febrero de 1932 la existencia de un supuesto complot comunista pretext un des-pliegue de fuerza represiva que lleg a la ilegal detencin del legislador comunista Lazarraga, al cierre de sindicatos, detenciones de militantes obreros, etc.. En julio, un incidente con Argentina (el Crucero Uruguay, en visita de cortesa a Buenos Aires para los festejos del 9 de julio, no recibi los honores de rigor, sospechado de llevar a bordo un oficial argentino exiliado), termin en una sorpresiva aunque corta ruptura de relaciones con el pas vecino. El Presidente, que era de acuerdo a sus potestades constitucionales el que haba adoptado dicha resolucin, se mos-traba ante la ciudadana como el defensor de la soberana y antes lo haba hecho como garanta del orden contra la subversin; era el perfil idneo para encabezar la alianza conservadora. Se estaba conformando lo que Herrera llamara la sagra-da comunin de marzo.

    El 31 de marzo de 1933: crnica de un golpe anunciado. El golpe seala Caetano haba sido planeado y anunciado y los rumores golpistas estaban en la opinin pblica desde haca bastante tiempo. El Da y El Pas y por supuesto los rganos de la izquierda denunciaron reiteradamente que en las sombras se tramaba el golpe contra las instituciones democrticas. Juan Antonio Zubillaga, un destacado idelogo conservador, habra sido el primero en hablar abiertamente de la salida golpista. El 5 de junio de 1932 escribi en La Maana: Siempre y dondequiera: antes que una absurda institucin o una oligarqua concluya con el pas, bienvenida ser la revolucin que lo evite. Al da siguiente su llamado gol-pista fue comentado por Herrera en el El Debate, con estas palabras: As habla un colorado de ley y un ciudadano de una sola pieza. Huelga decir que pensamos exactamente lo mismo.20

    (20) La Maana, 5 de junio de 1932: Del Sr. Juan Antonio Zubillaga. El significado de la paz y de la revolucin. Ante el pas sin gobierno y en bancarrota; El Debate, 6 de junio de 1932: Opinin colorada. Citados en Gerardo Caetano, Las fuerzas conservadoras en el camino de la dictadura. El golpe de estado de Terra, Cuadernos del Claeh, n 28, Montevideo, abril 1983, pp. 43-89.

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    El 30 noviembre de 1932 se realizaran elecciones para la renovacin de un tercio de los integrantes del Consejo Nacional de Administracin. El riverismo y el herrerismo proclamaron la abstencin, postura que fue apoyada y promovida por el Comit de Vigilancia Econmica. Las cartas estaban echadas y la concrecin del golpe era cuestin de tiempo. Simultneamente se lanzaba una gran campaa propa-gandstica reclamando una inmediata consulta a la soberana popular para reformar la Constitucin. Arreciaban las denuncias de los sectores antigolpistas sobre las ver-daderas intenciones de esta ofensiva reformista; ejemplo de ello es la declaracin del Comit Ejecutivo del Partido Socialista que ofrecemos en recuadro.

    La reaccin conservadora ultimaba detalles del (su) entendimiento interpar-tidario: hubo entrevistas entre Herrera y Terra y entre Manini y Terra. Se realizaron gestiones para asegurar el apoyo o neutralidad de los militares. La ofensiva golpista incluy la convocatoria al parecer, idea de Herrera de una Marcha anticolegialista sobre Montevideo, planeada para el 8 de abril. La idea apelaba a la memoria de la reciente Marcha sobre Rio de Janeiro protagonizada por el movimiento golpista

    Sin nimo de contribuir a las alarmas circulantes que se han intensificado en los l-timos das con motivo de las actitudes del herrerismo y de su cmplice, el presidente de la Repblica, el Comit Ejecutivo del Partido Socialista, atento a la innegable gravedad de la hora, formula ante el pueblo trabajador del pas la siguiente declaracin:

    Que considera expresiones de la ms torpe y criminal politiquera el frenes reformista, y con l, todas las prdicas tendientes a hacerle creer al pueblo que lo nico que puede interesarle para su salvacin es la supresin del colegiado o la instauracin del parlamen-tarismo. []

    Que denuncia la propaganda y los trabajos revolucionarios del herrerismo como una contribucin, tal vez deliberada, a los planes polticos del presidente de la Repblica, que a pretexto de abrir camino a la reforma constitucional y terminar con el predominio de ciertas camarillas oligrquicas, prepara las cosas para erigirse en dueo de la situacin e implantar la dictadura.

    Que la prohibicin del mitin callejero organizado por este Comit para el viernes 10 del corriente, con el fin de reclamar la renuncia del doctor Terra, constituye el primer paso en el camino de las medidas arbitrarias que nos irn internando, sin autorizacin del Parlamento, en el cerco de un estado de sitio.

    Que protesta en la forma ms categrica contra esa prohibicin, que atenta a la libertad de reunin y de palabra y contrasta con la tolerancia sistemtica que el gobierno observa para con las ms descaradas incitaciones a la ilegalidad y la violencia por parte de los reaccionarios.

    [En: Emilio Frugoni, La revolucin del machete. Panorama poltico del Uruguay. Bue-nos Aires, Editorial Claridad, s/f, pp. 241-242]

    decLaracin deL comit eJecutivo deL Partido sociaLista ante la sedicin reaccionaria (10 de febrero de 1933)

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    que encabez Getlio Vargas en Brasil, en octubre de 1930 (y quizs, retrocediendo algunos aos ms, a la Marcha sobre Roma, movilizacin fascista que en 1922 ha-ba llevado a Mussolini a la primera fila de la escena poltica italiana). Los hechos se precipitaron: el 30 de marzo El Da public un manifiesto de destacados polticos batllistas advirtiendo contra los propsitos antidemocrticos que se escondan en la consulta popular propuesta. Terra respondi decretando las medidas prontas de se-guridad, traducidas en la aplicacin de una estricta censura de la prensa, la interven-cin de los Entes Autnomos y la prohibicin de la Convencin batllista que estaba convocada. Esa noche la Asamblea General, despus de una larga y tumultuosa se-sin, dej sin efecto las Medidas de excepcin adoptadas por el Presidente. Terra se traslad al edificio del Cuartel de Bomberos en la actual Plaza de los Treinta y Tres Orientales y desde all, con el apoyo de bomberos y policas y la aquiescencia de las fuerzas armadas decret la disolucin del Consejo Nacional de Administracin y del parlamento, disponiendo el arresto de los integrantes del Consejo Nacional de Administracin, as como de algunos legisladores y dirigentes polticos.

    El nico episodio de sangre de la jornada golpista lo protagonizara el Conse-jero Baltasar Brum, que se resisti al arresto, permaneciendo varias horas al frente de su casa, armado y rodeado de familiares y correligionarios. Terra, al saber de su actitud, haba ordenado a las fuerzas policiales no proceder y esperar, apostando a vencerlo por cansancio. Despus de esperar durante varias horas (al pueblo que fue-se a rescatarlo del cerco policial?, el apoyo de fuerzas militares leales?) y luego de desechar la posibilidad de asilarse en la embajada de Espaa, finalmente se suicid.

    Su gesto y el de los estudiantes universitarios que se declararon en huelga y ocuparon la Facultad de Derecho, junto con su decano el Dr. Emilio Frugoni, fueron las nicas expresiones pblicas de resistencia al golpe. Sobre esta circunstancia hubo y hay variadas especulaciones. No parece haber duda en torno a dos circunstancias: el golpe no haba tomado por sorpresa a nadie; la difcil situacin econmico-social creada por la crisis y la prolongada y vocinglera propaganda anti reformista parece-ran haber erosionado la credibilidad de los uruguayos en el rgimen depuesto.

    Ral Jacob enumera los apoyos que recogi la Revolucin de Marzo: he-rreristas, riveristas, radicales (vieristas) y tradicionalistas colorados (sosistas), dos ex integrantes del Consejo Nacional de Administracin (Andrs Puyol y Federico Fleurquin), y el apoyo moral de los ex Presidentes Claudio Williman, Juan Cam-pisteguy y Jos Serrato, que acept la Presidencia del Banco de la Repblica. Al parecer tambin cont con el apoyo de la Masonera, en la cual el Presidente Terra se desempeaba como Gran Maestre. En das siguientes, recibira el apoyo y la solidaridad de las fuerzas vivas: la banca, el comercio, la industria, el capital ex-tranjero. Y, naturalmente, el entusiasta apoyo del Comit de Vigilancia Econmica que, sugestivamente, se disolvera antes de fin de ao, dando a conocer una decla-racin en la que expresaba su conviccin de haber cumplido con su cometido.

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    Luis Alberto de Herrera, que haba viajado a Brasil precipitadamente y en forma reservada precisamente antes del golpe, desde el pas vecino hizo elogiosos comenta-rios sobre lo sucedido y sobre la patritica actitud del Presidente Terra. Los sectores conservadores y los intereses estadounidenses y britnicos estaban exultantes. Su con-formidad fue trasmitida por los diplomticos respectivos y se reflej en el aval de los imperios: ante la ruptura institucional, el Departamento de Estado sostuvo que no era necesario realizar un reconocimiento del rgimen dado que se trataba de la continuidad del mandato del Presidente electo. Otro tanto hara el Foreign Office. De esta forma, sin un publicitado apoyo pero con una tcita bienvenida de las Legaciones de Estados Uni-dos y Gran Bretaa, Terra iniciaba una gestin que, sin embargo, lo mostrara como un hombre de extrema habilidad y sorprendente capacidad de maniobra. 21

    (21) Un pormenorizado relato de los antecedentes del golpe, de su ejecucin, as como de las con-secuencias del mismo en el imaginario colectivo uruguayo, en: Gerardo Caetano y Ral Jacob, El nacimiento del Terrismo, T. III: El golpe de estado. Montevideo, E.B.O., 1991.

    Imagen 10. 31 de marzo de 1933, da del golpe de estado: Baltasar Brum, integrante del Consejo Nacional de Adminis-tracin (ltimo de izq. a der.), decidido a resistir su arresto, espera con un revlver en cada mano a la puerta de su casa. Lo acompaan familiares y correli-gionarios. (FHM/CMDF)

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    La oposicin al rgimen agrup a los batllistas, los blancos no golpistas (nacionalistas independientes, radica-lismo blanco, sector liderado por Car-los Quijano), socialistas y comunistas. Muchos de ellos fueron vctimas de la represin: hubo detenciones de di-rigentes y de militantes y algunos de ellos fueron a parar a la Isla de Flores, habilitada como penal; tambin hubo destierros, aproximadamente unos se-senta. Y hubo torturas, practicadas por la polica poltica. El 23 de octubre de ese ao, se produjo un incidente que provoc honda conmocin en las filas opositoras: el asesinato del dirigente batllista Julio Csar Grauert.

    Desde el punto de vista institu-cional, en esta primera etapa acompa-aron a Terra en su gestin una Junta de Gobierno de nueve miembros (Te-niente General Pablo Galarza, Alber-to Demicheli, Francisco Ghigliani, Andrs Puyol, Pedro Manini Ros, Jos Espalter, Roberto Berro, Aniceto Patrn y Alfredo Navarro). Fue desig-nada, asimismo, una Asamblea Deli-berante que hara las veces de poder legislativo, de 99 miembros, que al poco tiempo seran reducidos a 15.

    De todas formas, llama la aten-cin la temprana vocacin de regreso a la institucionalidad: el 25 de junio de 1933 se realizaron elecciones para la Convencin Nacional Constituyente que se encargara de poner fin al origi-nal rgimen constitucional instaurado en 1919. En las elecciones participa-ron: herreristas, riveristas, colorados tradicionalistas y radicales y los bat-

    El 23 de octubre [de 1933], Grauert, prosiguiendo su campaa con-tra la dictadura, se une, en el Teatro de la ciudad de Minas, a Guichn y a Mi-nelli (Pablo), participando en un acto, en el que el batllismo reclama el retor-no de las libertades pblicas. Despus del acto la polica pidi a los tres que se constituyesen detenidos por violar las disposiciones sobre la libertad de expresin. Grauert, Guichn y Minelli se niegan a acatar la orden y vuelven a Montevideo el 24. Al llegar al Km 35 de la carretera a Pando la polica los detu-vo y luego dispar sobre ellos. Los tres fueron llevados al centro asistencial de Pando. All fue mi hermano Julin. La polica lo detuvo indicndole que toda vez que se presentase ira a parar al ca-labozo. Durante algunos minutos logr conversar con el mdico que atenda a los tres hombres. Julin, que es mdico, le rog que tuviese presente el peligro de infeccin gaseosa y el inconvenien-te de vendar a los heridos. Despus de cuarenta horas, vendados y en grave estado, Grauert y Guichn, los dos he-ridos de bala, son trasladados al Hospi-tal Militar de Montevideo, mientras que Minelli, intoxicado por los gases que les arrojaron dentro del coche, queda en Pando. El 26 mora Julio rodeado por un reducido grupo de amigos y de su esposa Maruja. Grauert tena 31 aos. (Relato de Justino Zavala Mu-niz, realizado aos despus de los suce-sos, recogido en: Kurken Didizian, Ju-lio Csar Grauert, discpulo de Batlle. Montevideo, Ed. Avanzar, pp. 30-31. Citado en: Ral Jacob, El Uruguay de Terra. 1931-1938. Montevideo, E.B.O., 1983, p. 68).

    La muerte de JuLio csar grauert

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    llistas reformistas (terristas), cvicos y comunistas. Se abstuvieron: los batllis-tas netos, nacionalistas independientes, blancos radicales y socialistas. Votaron un 58% de los habilitados y hubo denuncias de fraude. La Convencin Nacional Constituyente, que presidira el Dr. Juan Campisteguy, se instal el 25 de agosto de 1933. De ella saldra, como se ver en el prximo captulo, la tercera Constitu-cin de la Repblica, la Constitucin de 1934, en la que se eliminara el criticado ejecutivo colegiado.

    Como se ver en las pginas siguientes, algunas de las propuestas ms con-servadoras no fueron incluidas en el texto de la nueva Constitucin. En esto como en otros aspectos del terrismo, no todo fue ruptura con las propuestas y realizacio-nes del criticado rgimen depuesto. Ya por entonces en el Uruguay haba formas de ver y sentir la realidad que se mostraban difciles de destruir.

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