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HISTORIA DEL COMERCIO Y LA INDUSTRIA DE SALAMANCA Y PROVINCIA (Actas de las Jornadas celebradas en el Museo del Comercio) Salamanca, octubre-noviembre de 2011

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

HISTORIA DEL COMERCIO Y LA INDUSTRIA

DE SALAMANCA Y PROVINCIA

(Actas de las Jornadas celebradas en el Museo del Comercio)

Salamanca, octubre-noviembre de 2011

Historia del Comercio cubierta ok_Maquetación 1 23/12/11 16:21 Página 1

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DE SALAMANCA Y PROVINCIA(Actas de las Jornadas celebradas en octubre-noviembre de 2011)

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HISTORIA DEL COMERCIO Y LA INDUSTRIA

DE SALAMANCA Y PROVINCIA(Actas de las Jornadas celebradas en octubre-noviembre de 2011)

MIGUEL GARCÍA-FIGUEROLA (Coord.)

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Edición y Copyright

Museo del Comercio y la Industria de SalamancaUniversidad Ponti�cia de Salamanca. (Programa Interuniversitario de la Experiencia)Los autores

Coordinación

Miguel García-Figuerola

ISBN: 978-84-615-5683-0

Depósito legal: S. 1.771-2011

Imprime:

Grá�cas Lopewww.gra�caslope.comTeléfs. 923 19 41 31 • 923 19 39 7737008 Salamanca

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ÍNDICE

Presentación .......................................................................................................................................................................... 9

El comercio en la Vía de la Plata durante la época romanaMiguel García-Figuerola ................................................................................................................................ 11

Comprar y vender en la Salamanca medieval: las feriasÁngel Vaca Lorenzo ............................................................................................................................................ 31

El comercio en Salamanca durante la Edad ModernaFrancisco Javier Lorenzo Pinar ................................................................................................................. 57

Comercio y negocios en Salamanca durante la crisis del Antiguo RégimenJoaquín Maldonado Aparicio ....................................................................................................................... 75

Industria y comercio en la provincia de Salamanca (1986-2011). Una interpretación desde la geografía económica

José Luis Sánchez Hernández ....................................................................................................................... 105

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PRESENTACIÓN

El Museo del Comercio y el Programa Interuniversitario de la Experiencia de Castilla y León (Universidad Ponti�cia) organizaron, durante los meses de octubre y noviembre de 2011, un segundo ciclo de conferencias sobre Historia del Comercio e Industria en Salamanca y Provincia. El objetivo era ofertar una serie de ponencias que sirvieran para complementar la docencia impartida a los alumnos de la Universidad de la Experiencia.

Bajo el formato de jornadas de trabajo, las conferencias se proyectaron de un modo diacrónico intentando abarcar los grandes periodos culturales desde la época clásica al momento actual. Para llevarlo a efecto se contactó con profesores de la Universidad de Salamanca y otros reconocidos especialistas proponiéndoles, como único requisito a la hora de elegir tema para su ponencia, que el marco locacional del trabajo fuera, dentro de su especialidad, el territorio provincial o local.

El programa �nal contó con la presencia de Miguel García-Figuerola, director del Museo del Comercio y la Industria de Salamanca; Ángel Vaca Lorenzo, catedrático de Historia Medieval (USAL); Francisco J. Lorenzo Pinar, profesor titular de Historia Moderna (USAL); Joaquín Maldonado Aparicio, licenciado en Historia; Santiago González Gómez, profesor titular de Historia Contemporánea (USAL) y José Luis Sánchez Hernández, profesor titular de Geografía Humana (USAL).

Cada uno de los conferenciantes expuso, dentro de su campo de investigación, las claves de la evolución socioeconómica de Salamanca a través de la historia, claves que sirven en gran medida para explicar el momento actual. Así, en la disertación inaugural, se explicó la importancia de la Vía de la Plata en la introducción de la romanización en la zona oeste peninsular a partir de sus dos polos extremos: el ambiente militar del norte y el ambiente cultural capitalino del sur que exportaron, además de productos y moneda, gustos y modas a lo largo de la ruta.

En la jornada siguiente, el profesor Ángel Vaca profundizó en el origen de las ferias salmantinas. Remontándose a las fuentes medievales más antiguas, descubrió aspectos históricos novedosos sobre la creación y las circunstancias que rodearon las ferias anuales de la capital.

En la tercera charla, el profesor Francisco Javier Lorenzo Pinar acercó al público asistente los pormenores del comercio y la industria durante los siglos XVI al XVIII. Trabajador de aspectos concretos dentro del tema, como el comercio del libro, compartió también con el público productos novedosos de su investigación, como son las compañías de comerciantes que proliferaron a lo largo de la Edad Moderna.

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10 PRESENTACIÓN

Joaquín Maldonado Aparicio dibujó con soltura la incidencia del �nal del Antiguo Régimen en la Salamanca del siglo XIX, provocando un encendido debate sobre las consecuencias de las desamortizaciones en la provincia.

Con un prisma social, el profesor Santiago González Pérez expuso en su conferencia el panorama de la capital salmantina en los primeros decenios del siglo XX. La ponencia resultó muy cercana a los asistentes, al tratar aspectos aún vivos en la memoria colectiva.

Culminó el ciclo el profesor José Luis Sánchez Hernández, quien analizó el panorama económico de la ciudad de Salamanca y su alfoz en el momento actual, cuando Europa y la globalización parecen tan decisivas para la industria y el comercio provinciales.

Agradecimientos

Este libro recoge el texto de cinco de esas seis conferencias pronunciadas en octubre y noviembre de 2011; en concreto, las impartidas por Miguel García-Figuerola, Ángel Vaca Lorenzo, Francisco J. Lorenzo Pinar, Joaquín Maldonado Aparicio y José Luis Sánchez Hernández. A todos ellos, y también a Santiago González Pérez, nuestro agradecimiento.

Estas segundas jornadas tuvieron como precedente el ciclo de conferencias realizado en 2010, cuando, a los ponentes citados, se sumaron el profesor Mariano Esteban de Vega, que trató sobre el comercio y la industria provincial en la segunda mitad del siglo XIX, y el profesor Manuel Redero San Román, quien, aparte de co-dirigir aquel primer encuentro, disertó sobre la economía salmantina de la etapa franquista. Para ellos nuestro agradecimiento y el reconocimiento a su labor desinteresada.

Nuestro agradecimiento también para Adoración Holgado y María Teresa Ramos, del Programa Interuniversitario de la Experiencia de Castilla y León, por haber hecho suyo el proyecto, y para Daniel Blanco García y Víctor Manuel García Salinero, que participaron como secretarios de las jornadas. Gracias también a todas aquellas personas que han colaborado para que estos ciclos de conferencias llegaran a buen puerto.

Por último queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Salamanca, a la Cámara O�cial de Comercio y a la Universidad Ponti�cia por su apoyo incondicional a esta iniciativa que es de esperar que tenga continuación en años venideros.

Museo del Comercio y la Industria de SalamancaUniversidad Pontificia de Salamanca

(Programa Interuniversitario de la Experiencia)

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA

Miguel García-Figuerola*

Introducción

Parece oportuno, antes de adentrarnos en el tema que suscita esta conferencia, introducirla exponiendo algunas cuestiones preliminares que ayuden a su compren-sión o contribuyan, al menos, a entender la forma de exposición que se ha elegido en esta ocasión.

Creemos por ello que lo primero es advertir que se van a dar por conocidas aque-llas cuestiones generales que atañen a la denominada vía o camino de la Plata. No se abordarán así en este trabajo ni su de�nición ni la problemática de su nombre, así como tampoco las controversias que suscitan su trazado, sus principales hitos o su cronología1. Mucho se ha escrito en los últimos años sobre este antiguo camino a par-tir, sobre todo, de su puesta en valor para el turismo y la divulgación de todos esos aspectos con�ictivos ha sido también muy notable2. Por ello nos ha parecido opor-tuno centrar el tema de esta exposición remitiendo al interesado a la bibliografía al uso, y subrayando únicamente a este respecto que la panorámica del antiguo camino romano ha variado ostensiblemente desde 1971, año en que publicara J. M. Roldán Hervás su tesis doctoral, y que muchas de las conclusiones allí expuestas han sido

1 Sobre estos problemas: Montalvo Frías, A. M.ª: «La Vía de la Plata a su paso por Cáceres: pro-blemas de trazado», en Sanabria Marcos, P. J. (coord.): Arqueología urbana en Cáceres: Investigaciones e intervenciones recientes en la ciudad de Cáceres y su entorno. Actas de las Jornadas de Arqueología del Museo de Cáceres, Cáceres, 2008, pp. 145-158; Gorges, J.-G., Cerrillo, E. y Nogales Basarrate, T. (eds.): V Mesa redonda Internacional sobre Lusitania Romana: Las Comunicaciones, Madrid, 2004; Sarasola Echegoyen, N. et al.: Arqueología en la construcción de la A-66 «Autovía de la Plata». Extremadura Arqueológica X, Mérida, 2006; Gillani, G. y Santonja, M. (coords.): Arqueología en la Vía de la Plata (Salamanca), Béjar, Ed. de la Fundación Premysa, 2007.

2 Cerrillo Martín de Cáceres, E.: «La puesta en valor de la Vía de la Plata en Extremadura: el proyecto Alba Plata», en Domínguez Arranz, M.ª A. (coord.): El Patrimonio Arqueológico a Debate: su valor cultural y económico. Actas de las Jornadas celebradas en Huesca el 7 y 8 de mayo de 2007, Huesca, 2009, pp. 101-112; García González, L.: «Los grandes ejes territoriales turísticos peninsulares. La di�cultad de plani�car, articular y consolidar productos turísticos espaciales. El ejemplo de la Vía de la Plata», Estudios Geográ�cos, 34 (1), 2004, pp. 145-162.

* Director del Museo del Comercio y la Industria de Salamanca.

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de�nitivamente rebatidas con posterioridad, al demostrarse que en muchos puntos son insostenibles3.

La segunda idea preliminar atañe a que la óptica desde la que se desarrolla el discurso es de índole arqueológica. El presente texto va a tratar de mostrar, a través de los hallazgos materiales, los distintos intercambios comerciales que se producen en el entorno de la vía de comunicación que conocemos metodológicamente como calzada de la Plata y su repercusión en la actual provincia de Salamanca. Intercam-bios que, según entendemos se producen, fundamentalmente, en dos sentidos: de norte a sur y de sur a norte.

Ahondando en este punto nos parece oportuno indicar que el tema expuesto ha sido sugerido por la numismática; el panorama que muestran los hallazgos moneta-rios a lo largo de las provincias por las que transcurre el viejo camino romano está en el origen de la hipótesis que aquí se desarrolla. El conocimiento directo de la arqueo-logía leonesa, salmantina y cacereña ha sido también decisivo a la hora de redactar las consideraciones que aquí se exponen.

Somos en cualquier caso conscientes de que el discurso, en su planteamiento, es excesivamente simplista, pues no parece muy convincente considerar que la roma-nización de la actual provincia de Salamanca se produjera exclusivamente a través de la Vía de la Plata y, también, que no siempre es fácil determinar qué pudo llegar desde el foco septentrional y desde el meridional. Pero sí creemos que, en líneas generales, el esquema sí sirve para explicar los aspectos más relevantes de la roma-nización en esta zona de la Península y sus consecuencias. En este sentido, quiero advertir también al lector que el tono divulgativo utilizado nos ha parecido acorde con el contexto en que este trabajo fue concebido, dado que las conferencias fueron programadas para un público determinado: los alumnos del Programa Interdisci-plinario de la Experiencia, asistentes a las Jornadas de Historia del Comercio y la Industria de Salamanca celebradas en el Museo del Comercio.

1. Precedentes prehistóricos y prerromanos. La presencia de las culturas meridionales en la Meseta Norte

Desde la época prehistórica se articulan varias vías de comunicación cuya �na-lidad será unir las zonas más extremas de la península Ibérica. Para su logro, estos caminos superarán las distintas barreras físicas que di�cultan dicha comunicación: los ríos y los sistemas montañosos requerirán el conocimiento de los mejores vados y la adecuación de los pasos más asequibles para el tránsito de personas, animales y mercancías.

En lo que se re�ere al sistema Central, en la zona oeste de España, hay que men-cionar el corredor de Béjar, que separa el segmento sierra de Gata/sierra de Francia

3 El propio autor se re�ere a ello en sus recientes trabajos: Roldán Hervás, J. R.: «El Camino de la Plata: iter o negotium», Gerión, vol. Extra, 2007, pp. 323-340; idem: «El camino de la Plata. Historia de una vía romana», en Montalvo Frías, A. M.ª (coord.): La Vía de la Plata: una calzada y mil caminos. Museo Nacional de Arte Romano, Mérida, 21 de febrero al 13 de abril de 2008, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemo-raciones Culturales, 2008, pp. 41-48.

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del de Béjar y el corredor de las Mesas que distingue la sierra de Gata de la sierra de la Estrella, ya en Portugal.

Desde las etapas prehistóricas una de esas vías de comunicación que unirá norte y sur en la zona oeste peninsular transcurrirá por el corredor de Béjar, donde va a con�gurarse, más tarde, la Vía de la Plata.

Las in�uencias más notorias que muestra la arqueología en esos momentos pre-históricos son en dirección sur-norte, viajando desde el más evolucionado mundo tartésico hacia el interior peninsular, más reacio a las in�uencias mediterráneas. En-contramos así objetos y productos manufacturados procedentes de las culturas me-ridionales. Estelas Decoradas del Suroeste, jarros tartésicos y quemaperfumes que cruzan el sistema Central adentrándose en la Meseta Norte. La explicación tradicio-nal de estas incursiones ha sido siempre la búsqueda de metales, fundamentalmente estaño4.

A propósito de ello las fuentes literarias (Estrabón y Posidonio) citan las legen-darias Casitérides5, que se suelen identi�car con los yacimientos de Cornualles, explotados desde la Prehistoria. Conviene en cualquier caso precisar que aquellos hallazgos arqueológicos también se han tratado de vincular a los movimientos de pueblos ganaderos, per�lándose la idea de una trashumancia incipiente característi-ca de aquellas épocas prehistóricas.

Las Estelas Decoradas del Suroeste

Con el nombre de Estelas Decoradas del Suroeste o Estelas Extremeñas conocemos un tipo de monumento pétreo, en el que se ha grabado una serie de objetos6. El elemento común es casi siempre un escudo redondo, a veces con escotadura. A esta pieza gra-bada suelen acompañarle representaciones de armas, sobre todo espadas y lanzas. Hay estelas en las que �guran también representaciones antropomór�cas, como los ejemplares de Solana de las Cabañas (Cáceres), Cabeza de Buey, Magacela o Fuente de Cantos (Badajoz). Es común en otras estelas el grabado de carros como ocurre en los hallazgos de Fuente de Cantos, Solana de las Cabañas y Cabeza de Buey.

Su marco geográ�co sobrepasa la vertiente septentrional del sistema Central en tierras portuguesas y salmantinas. Los ejemplares de Foios, Baraçal, Meimao y San Martín de Trevejo son los más norteños, junto con el último hallazgo del que tene-mos conocimiento y que acaeció, en 2009, en Robleda, en las estribaciones salmanti-nas de la sierra de Gata7.

La historiografía ha llamado reiteradamente la atención sobre otros materiales de origen oriental que parecen haber llegado desde el sur hasta el interior de la Meseta Norte. Entre ellos se encuentran algunos muy característicos de las culturas

4 Martín Bravo, A. M.ª: Los orígenes de Lusitania. El I milenio A.C. en la Alta Extremadura, Madrid, 1999.

5 Estrabón, Geografía, III, 2, 9 y III, 5, 11. Kassiterides vendría etimológicamente del griego, Kassite-ros = estaño).

6 Celestino Pérez, S.: Estelas de guerrero y estelas diademadas. La precolonización y formación del mundo tartésico, Barcelona, Bellaterra, 2001.

7 Según la noticia de prensa pareció en el lugar denominado La Choza del Fraile, situado entre Roble-da (Salamanca) y Descargamaría (Cáceres). La pieza, de pizarra, mide 150 cm de largo x 49 cm de ancho mayor y 18 cm de grosor.

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meridionales que �orecen en el último milenio antes de la era cristiana, como las fíbulas de codo, que aparecen físicamente en los castros meseteños. El contexto mejor conocido, y que ha servido de comparación tipológica y cronológica, es el que aportara el depósito de la Ría de Huelva y que se suele fechar en torno a los inicios del último milenio antes de Cristo (1000-800 a. C.)8.

Encontramos también elementos de joyería, jarros de bronce denominados «tar-tésicos» y thymateria, quemaperfumes de uso ritual, que se suelen relacionar con el culto a la diosa Deméter. Estos objetos han aparecido así mismo en contextos cas-treños de la Meseta Norte: es el caso de los Thymateria encontrados en el castro de Sanchorreja (Ávila)9 o el brasero hallado en el castillo de La Mota, Medina del Campo (Valladolid)10.

Estos productos importados se han venido relacionando con la aristocracia de estas culturas y han aparecido, aunque no exclusivamente, en contextos funerarios. Se fechan en la primera mitad del primer milenio a.C. (siglos vii-vi) y, como venimos exponiendo, su presencia se asocia a las vías de comunicación utilizadas desde el área de in�uencia tartésica. Ahora bien, sería interesante concretar y precisar bien la entidad de esas rutas en su caminar hacia el norte, pues, alguna de ellas, como la que asciende por las proximidades del cerro del Berrueco y el valle del Corneja, pudo ser tan importante como la que más tarde articulará el imperio romano para la comuni-cación entre ambas mesetas y que hoy denominamos Vía de la Plata.

En cualquier caso, el hallazgo de estos materiales no demuestra por sí solo la existencia de un comercio regular entre Tartessos y las regiones interiores penin-sulares11. Habría que pensar más bien en contactos puntuales o periódicos. Su pre-sencia en yacimientos arqueológicos situados cerca de las vías que conectan ambos territorios ha llevado a pensar en la existencia de unas relaciones debidas al mundo agropecuario.

Como ya se ha señalado, la trashumancia pudo in�uir en la elección de las zo-nas de asentamientos de los pueblos ganaderos situados en la Meseta Occidental, obligando a una serie de movimientos periódicos hacia la zona de pastos en Extre-madura y el valle del Guadalquivir durante el invierno, mientras que en verano se buscarían las tierras altas de la Meseta.

Esta trashumancia se acompañaría de contactos e intercambios esporádicos que explicarían la presencia tanto de cerámicas procedentes de la Meseta en plena región de Tartessos (Sete�lla) como, de igual manera, los hallazgos aislados de objetos del

8 Almagro Basch, M.: «El depósito de la ría de Huelva», Ampurias, II, 1940, pp. 85-143.9 Los Castillejos de Sanchorreja es un poblado forti�cado que ocupa la parte alta de un cerro situado

a más de 1.500 m de altura y que domina el valle Amblés. Se trata de uno de los yacimientos más im-portantes de la Primera Edad del Hierro en la Meseta Norte. Su carácter excepcional hay que vincularlo, entre otras muchas razones, a su ubicación en el paisaje, su papel en las redes de intercambio y el control ejercido por una fuerte aristocracia local. La muralla encerraba una super�cie de unas 12 ha. En su interior se identi�can tres recintos, uno principal o acrópolis y otros dos secundarios: González-Tablas Sastre, F. J. y Domínguez Calvo, A.: Los Castillejos de Sanchorreja. Campañas de 1981, 1982 y 1985, Salamanca, 2002; Álvarez-Sanchís, J. R.: Los vettones, Madrid, 1999.

10 Vid. Barril Vicente, M. y Galán Domingo, E. (eds.): Ecos del Mediterráneo: el mundo ibérico y la cultura vettona. Catálogo de la exposición, Ávila, Diputación provincial, 2007.

11 Celestino Pérez, S. y Jiménez Ávila, J. (eds.): El Periodo Orientalizante, Actas del III Simposio Inter-nacional de Mérida: Protohistoria del Mediterráneo Occidental, Mérida, 2005, dos vols.

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denominado «horizonte orientalizante» en la zona oeste de la Meseta y que hemos citado de pasada más arriba: broches de Sanchorreja (Ávila), bronces y cuentas de pasta vítrea de El Berrueco (Salamanca), bronces de El Raso de Candeleda (Ávila), jarros como el hallado en Coca (Segovia) y piezas de joyería de Villanueva de la Vera, (Cáceres) entre otros.

Con posterioridad a ese periodo orientalizante encontramos otra serie de ele-mentos que podría relacionarse también con los ámbitos culturales meridionales y orientales. Aunque al hablar de ellos no podamos hacerlo vinculándolos propiamen-te al comercio, sí que expresan in�uencias de ambos mundos desarrolladas en la Meseta Norte. Las esculturas de verracos, que consideramos tan características de esta zona oeste de la Península, podrían tener su origen en la estatuaria ibérica y, en de�nitiva, en tradiciones mediterráneas. No es éste un ejemplo aislado de estas in-�uencias, de tal manera que la personalidad cultural de los vettones aparece como el resultado de una mezcla de in�ujos culturales, en las que el elemento mediterráneo (orientalizante) tiene un papel relevante12.

En conclusión, podemos decir con propiedad que estos productos y estas in�uen-cias culturales son evidencia de unas complejas relaciones comerciales, económicas y políti-cas entre todos los territorios que se encuentran, en principio, entre el Norte de la Península y el Bajo Guadalquivir13. Evidencia que delata no sólo su presencia en la Meseta Norte, sino también la constatación de que muchos de esos objetos con sabor foráneo son productos de imitación local y no, propiamente, importaciones del sur.

2. Época romana. Los materiales arqueológicos como ejemplo del comercio y la industria en los inicios del Imperio

En este contexto de relaciones intensas entre el norte y el sur peninsular llegan los romanos a la península a �nales del tercer siglo antes de la era cristiana. Paci�cado el territorio, una de sus primeras preocupaciones será articularlo en orden a conseguir un mejor control de la población y de los recursos económicos. Para ello utilizaron, siempre que fue posible, la infraestructura ya existente; de esta manera, muchas vías de comunicación se integran ahora en la red viaria romana sirviendo de nexo entre las nuevas sedes de administración territorial, que hay que entender también como centros de distribución de productos (que en el Noroeste recibieron el nombre de fora) que impulsaron además la forma de vida romana.

En la red viaria aparecerá un camino en el oeste peninsular de�nido por su sentido norte-sur y que tendrá, al �nal de su recorrido, dos ciudades de primer orden administrativo. Esta artería unirá la capital del Conuentus Asturum14, Asturica

12 Álvarez-Sanchís, 1999; Álvarez-Sanchís, J. R.: Los señores del ganado. Arqueología de los pueblos prerromanos en el occidente de Iberia, Madrid, 2003.

13 Caldente y Rodríguez, P. et al.: «Nuevos recipientes rituales metálicos: la problemática de su distribución peninsular», Zephyrus, 49, Salamanca, 1996, p. 200.

14 Partido jurídico romano incluido en la provincia de Gallaecia con capital en Asturica Augusta. Sus límites no están lo su�cientemente claros, pero comprendía los actuales territorios de las provincias es-pañolas de León, Asturias, la mitad occidental de Zamora y la mitad oriental de Lugo y Orense. También incluía la región portuguesa de Tras os Montes. Su nombre proviene de la instalación de los astures en dichos territorios.

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Augusta15, sede de la Legio X Gemina, con la capital de la Lusitania (Emerita Augusta). En realidad, lo que denominamos vía de la Plata no fue o�cialmente un único camino. Según el Itinerario de Antonino (fuente documental del siglo iii d. C.) sería la con�uencia de dos vías que, viniendo desde direcciones opuestas, con�uían cerca de Ocelo Durii para dirigirse –como una sola– hacia la provincia Tarraconense. Esa arteria, cuya huella seguirá siglos más tarde las cañadas ganaderas, será conocida desde el siglo xvi, en alguno de sus tramos, como vía de la Plata.

El camino que unía Asturica Augusta con Emerita Augusta sirvió para introducir el modo de vida romano en el oeste peninsular. Fue la fórmula necesaria para alcanzar los objetivos que marcaron la conquista, asentada sobre móviles económicos. Desde esta perspectiva la introducción de maquinaria y adelantos técnicos –como el ara-do–, la generalización del uso de moneda entre la población indígena16 y el comercio de nuevos objetos de uso cotidiano fueron consustanciales con el proceso de roma-nización, entendida ésta como un proceso de alcance cultural.

Los polos de irradiación cultural

La multiplicidad geográ�ca del espacio que recorre el camino explica la heteroge-neidad cultural en el trayecto. Además, la vía de la Plata atravesaba varios ámbitos administrativos y sociopolíticos, cuestión que in�uirá en el intercambio de objetos e ideas en uno u otro sentido a lo largo de la vía de la Plata.

Por un lado está el ámbito capitalino de Emerita Augusta, una colonia fundada por antiguos legionarios en el interior de una Hispania pací�ca y rápidamente roma-nizada17. Por otro lado, durante el reinado de Augusto, la realidad gubernativa del Noroeste hispánico aún no estaba plenamente asentada. Existía allí una diversidad administrativa derivada en parte de la situación bélica por la que había atravesado la zona. De esta manera, en el norte, el elemento militar, estaba aún en guardia tras las últimas acciones llevadas a cabo contra los pueblos indígenas del norte. Además la explotación de las importantes minas de oro en la zona obligaba al mantenimiento de una tropa preparada para entrar en acción.

Estas dos realidades hicieron que la in�uencia cultural se expandiera de forma diferente, de tal manera que mientras desde el norte se producirá una romanización en la que el elemento militar fue el factor determinante, desde el sur se irradiará mediante fórmulas civiles y urbanas, a partir del intento de imitación del espejo capitalino que Mérida signi�có para su realidad circundante.

15 Fundada hacia el 14 a. C. Se ha podido demostrar su origen militar mediante trabajos arqueo-lógicos, en especial debido al hallazgo de dos fosos paralelos (fossae fastigatae) que se identi�can con el sistema de defensas de un campamento militar. Su parecido con hallazgos similares de instalaciones campamentales hace posible eliminar cualquier duda sobre su origen. Quizás fue T. Mañanes el primero en determinar el carácter campamental de Asturica Augusta. P. Le Roux piensa que el campamento se fecharía en época de las Guerras, siendo trasladado a Petauonium al terminar las mismas.

16 Estrabón (Geografía, III, 3, 7) nos cuenta que, en época prerromana, las transacciones comerciales se realizaban mediante el trueque de productos o mediante láminas de plata.

17 Según un texto de Dión Casio. A. M. Canto duda de que sea una fundación ex novo. Considera que, aparte de los restos indígenas, hay testimonios anteriores, de época de Julio César. Canto, A. M.: «Colo-nia Iulia Augusta Emerita: consideraciones sobre su fundación y territorio», Gerión, 7, 1989, pp. 149-205.

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Y en el centro de dicho trayecto bidireccional, la actual provincia de Salamanca y el sur de Zamora será una zona de tránsito, sin grandes ciudades, con grandes espa-cios vacíos, en cuyo trayecto, podemos imaginar, había que afrontar ciertos riesgos y acechaba el peligro.

La interconexión entre estos ámbitos caracterizará el �uido económico por la vía de comunicación: desde el norte viajarán productos relacionados con esas unidades militares existentes en la provincia de León y norte de Zamora. Existe una serie de objetos relacionados con ese mundo –y sólo con él– y que tiene una constatación ar-queológica en la presencia de materiales concretos que no encontramos, más al sur, en Salamanca: lucernas, monedas o ciertos tipos de cerámica.

Desde el sur llegarán otros productos característicos del ámbito capitalino, es decir, de Augusta Emerita, ciudad que se imbuyó rápidamente de la cultura romana, de tal manera que imitaría profusamente los modelos y las costumbres de la metró-poli, cuestión que re�ejan la arquitectura o el mundo funerario18. En torno a Mérida aparecen también profusamente las monedas, las ánforas o las lucernas. Hablamos de una variedad de materiales relacionada ahora, en el siglo i, con la sociedad civil y que denota arqueológicamente la intensidad de la romanización.

Sin embargo, a medio camino entre las cabeceras de la vía –representado por la actual provincia de Salamanca y el sur de Zamora– encontramos un vacío monetario y la ausencia de ese material arqueológico que venimos citando: no hay ánforas19, no hay lucernas y los productos de uno y otro lado llegan muy esporádicamente a esta periferia de la romanización.

3. La romanización militar

Nos situamos cronológicamente en los momentos en que la conquista de la tota-lidad de Hispania se hace efectiva, a �nales del siglo i a. C. y a lo largo del primer siglo de nuestra era20. En este contexto cronológico los materiales arqueológicos que vamos a considerar indicativos del grado de romanización son los siguientes:

La moneda militar

Aunque la moneda se conociera en la Península desde mucho antes de la llegada de Roma, será a partir del periodo de conquista cuando empiece a utilizarse con asi-duidad. En el proceso de monetización de la población hispana, fundamentalmente en la zona que nos ocupa, debió ser trascendental el papel del ejército. De hecho a él se enfoca la producción y comercialización de productos que la arqueología descubre

18 P. Le Roux ha re�exionado sobre el papel de «capital provincial» que representó Mérida. Indepen-dientemente de su carácter administrativo y de la potencia de su contingente militar en activo, cuestión aún por resolver, no puede caber duda sobre la irradiación cultural que ejerció sobre su entorno. Vid. Le Roux, P.: «Mérida capitale de la province romaine de la Lusitanie», en Gorges, J.-G., Cerrillo, E. y No-gales, T. (eds.): V Mesa Redonda Internacional sobre Lusitania Romana: Las comunicaciones, Cáceres, 7, 8 y 9 de nov. de 2002, Madrid, Ministerio de Cultura, 2004, pp. 17-31.

19 Las ánforas de aceite de la Bética y de garum llegan, al parecer, hasta Caparra. Ello independiente-mente de que fueran también producidos en la Lusitania, como se ha demostrado.

20 Le Roux, P.: Romanos en España. Ciudades y política en las provincias (siglo II a.C.-siglo III d.C.), Barce-lona, Bellaterra, 2006.

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vinculados a sus campamentos y a sus zonas de in�uencia. Por otro lado, la cannaba que se formaba en los entornos campamentales era lugar de contactos comerciales donde a�uía la moneda militar, puesta en circulación por los soldados.

Esta moneda de uso legionario mantiene, una vez puesta en circulación, unas características determinadas, que la distinguen frente a la de otras zonas en que el elemento militar no es tan in�uyente en la economía monetaria. En estos contex-tos pericampamentales encontramos monedas partidas, monedas contramarcadas e imitaciones de piezas o�ciales realizadas por la administración.

En efecto, en estos contextos es fácil encontrar fragmentos de moneda cuya par-tición responde a un hecho consciente. La causa de la partición de moneda en la pe-nínsula Ibérica parece responder a una necesidad imperiosa de moneda fraccionaria, resultando una práctica muy común en los bronces de acuñación hispana.

En líneas generales el fenómeno de la partición de monedas tuvo lugar en dos momentos diferentes, un primer periodo que acaece en el cambio de era (20 a. de C. al 30 d. C.), siendo entonces un hecho generalizado en todo el occidente del Imperio, concretamente en la Galia, zona del Rin, Italia, Sicilia e Hispania. Básicamente se corresponde con una reforma metrológica para adaptar la antigua moneda al nuevo sistema monetario implantado por Octavio.

Un segundo periodo (30 al 40 d. C.), en que la partición de monedas afecta a los ases de Octavio y Tiberio junto a piezas autóctonas, que al ser partidas se convierten en semises.

Hasta ahora se había planteado la partición de la moneda en Hispania como un hecho relacionado posiblemente con el grado de romanización de un determinado yacimiento o más bien vinculado al ámbito civil del mismo, donde es lógico pensar que sea más necesaria la utilización de valores fraccionarios. Pero, examinando los lugares en los que han aparecido monedas partidas, se observa que todos ellos pare-cen poseer un denominador común: «la presencia del ejército».

El hallazgo de este tipo de monedas no quiere decir que necesariamente tuviese que haber tropas legionarias en la zona; sin embargo, el ámbito de circulación de la moneda partida se circunscribe a la región donde se halla el campamento militar, donde la población civil por razones obviamente económicas adopta también este sistema.

El contramarcado es una forma de cambiar el valor de una moneda o de reintro-ducirla legalmente en el circuito económico. No obstante, la función del contramar-cado debió ser mucho más amplia, pues hay multitud de resellos presentes en la moneda antigua de Hispania (se conocen más de 100 tipos) y de muchos de ellos se ignora aún su origen o signi�cado. Gran parte de las contramarcas utilizan caracte-res o símbolos latinos, aunque existen algunas con signos ibéricos o celtibéricos.

Las monedas contramarcadas son casi siempre bronces. Es durante la dinastía Julio-Claudia cuando se observa la mayor variedad y cantidad de monedas resella-das, coincidiendo con el mismo fenómeno en otras zonas del Imperio. Las últimas contramarcas en piezas hispanorromanas corresponden a la época de Nerva-Nerón, ya con todas las cecas hispanas prácticamente cerradas.

Un dato relevante para llegar a demostrar la relación entre las monedas partidas y la �gura del ejército es la presencia de numerario contramarcado con la cabeza del

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 19

águila legionaria (hecho frecuente en ases de Tiberio), cuya concentración es elevada en los circuitos monetarios del noreste peninsular.

Con una misma funcionalidad, cubrir el vacío de aprovisionamiento monetario por parte de Roma, se acuñaron en diversas cecas locales las denominadas «mone-das de imitación», que se atribuyen a la administración local. El cierre de las cecas provinciales en época de Claudio I implicaría la fabricación de estas piezas para cubrir las necesidades en ciertos ámbitos, como el militar, donde la falta de moneda podía ocasionar con�ictos de alcance.

Cerámica. Producciones militares

La investigación ha tratado de reconstruir las formas de comercio ejercidas en los primeros tiempos de la presencia romana en Hispania. Se ha puesto así de relieve el elemento privado interesado en la explotación económica de los nuevos territorios. Junto a la �gura del comerciante itálico surgirían también los agentes comerciales encargados de distribuir la producción en áreas concretas de las zonas conquistadas.

Hasta el cambio de era, momento en que empiezan a organizarse estas produccio-nes en la península Ibérica, la importación de cerámicas y otras producciones a�nes no es un fenómeno homogéneo en toda Hispania. Los artículos itálicos y gálicos se distribuyen (se venden) por zonas muy concretas, las más romanizadas: municipios, colonias, zonas militares y sus entornos. Por ello están muy presentes en las capitales de los conuentus como Asturica Augusta y en Mérida.

La manufactura de sigillatas abarca un amplio marco geográ�co y cronológico. Estas cerámicas surgen en Italia hacia el 45 a. C., pero durante todo el periodo impe-rial serán imitadas, en la Galia, Hispania y el Norte de África, donde desaparecen del mercado hacia el siglo vii d. C.

La Terra Sigillata Hispanica comenzará su producción a mediados del siglo i d. C. e irá desplazando paulatinamente los productos importados de la Galia. Será un producto fabricado sólo en centros bien localizados aunque se distribuyó profusa-mente por toda la península y en la actualidad se especula con la más que probable imitación de piezas en ámbitos locales.

En el cuadrante noroeste de la Península se ha atestiguado la importación de varios tipos de cerámica con la �nalidad de cubrir las necesidades del ejército. Bajo el nombre genérico de «producciones cerámicas militares»21 se agrupan estas piezas, entre las que cabe citar las sigillatas itálicas, las cerámicas de paredes �nas y otras de cocina y de almacenaje, como puedan ser las ánforas, los denominados morteros y las lucernas de tipología romana.

En las primeras décadas del siglo i d. C. las importaciones cesan y las necesida-des serán cubiertas por talleres locales que imitan, o tratan de imitar, esos productos foráneos. Estas producciones locales –de TS, cerámicas de paredes �nas, morteros y platos de engobe rojo, lucernas y ánforas– se realizan, en un primer momento, como resultado de la demanda militar, pero no cabe duda de que acaban trabajando al

21 Morillo, A.: «Producciones cerámicas militares en Hispania», en Bernal Casasola, D. y Ribera i Lacomba, A. (eds.), Cerámicas Hispanorromanas. Un estado de la cuestión, Cádiz, Univ. de Cádiz, 2009, pp. 275-296.

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20 MIGUEL GARCÍA-FIGUEROLA

unísono para la población civil, dados los contextos urbanos y rurales en que encon-tramos estos productos.

Uno de esos tipos de cerámica característica es la denominada «de paredes �-nas» que, dentro de sus variadas procedencias, comprende formas fabricadas en el cuadrante noroeste de la Península, siendo uno de los centros alfareros mejor cono-cido el de Melgar de Tera (Zamora), al que ha venido atribuyéndose una amplísima producción, si bien existe hoy la tendencia a considerar que estamos ante cerámicas fabricadas por múltiples talleres22. Se trata de una cerámica de escaso grosor –como su nombre indica–, con decoración a molde y a la barbotina, que aparece en relación al mundo militar, en los campamentos del Noroeste, probablemente como imita-ción de productos semejantes en otras zonas militarizadas del Imperio, habiéndose considerado su similitud con piezas fabricadas en el gran limes. El comienzo de su producción suele datarse en torno al reinado de Nerón, prolongándose durante dos siglos.

Excavado en los años ochenta, aquel centro productor se especializó exclusiva-mente en dos formas cerámicas: la primera de ellas es un cubilete ovoide de labio corto vuelto hacia el exterior que reposa sobre un pequeño pie y, la segunda, otro cubilete de similares características, esta vez con un marcado hombro abombado. Existen datos sobre una tercera forma no documentada en Melgar de Tera, algo más cilíndrica, sin que el hombro de la pieza, más curvado en estos ejemplares, presente un plano diferenciado respecto al cuerpo.

La difusión que alcanzaron las producciones de Melgar de Tera abarca, al menos, las actuales comunidades de Galicia, Asturias, Cantabria y las provincias León y Za-mora, llegando esporádicamente a la provincia de Salamanca. Desconocemos si esta dispersión, tanto en núcleos militares como civiles, se vio condicionada por la cerca-nía de la vía que unía Braccara Augusta con Asturica Augusta, notablemente cercana al centro alfarero de Melgar de Tera, o si tal vez obedece a las modas impuestas por un gusto militar especí�co que incluyese un determinado producto, sus características formales o el tipo de decoración. Probablemente se trate de una conjunción de todo ello. Como ya se ha apuntado, existe una similitud en la temática de las decoraciones plásticas de Melgar con algunas otras presentes en la cerámica de paredes �nas de la zona renana, donde quizás se encuentre su origen, ya que en la Península no existía tal tradición ornamental23.

Se desconoce la condición civil o militar del taller, así como la naturaleza de la clientela a que se destinaba esta producción, ya que sus piezas se encuentran pre-sentes en ambos ambientes. No obstante creemos que debe considerarse su área de dispersión en relación a la zona noroeste. Se conocen muy pocos fragmentos al sur

22 Martín Hernández, E.: «Cerámica romana de paredes �nas de época julioclaudia en el campa-mento de la legio VI victrix. Estudio preliminar de los materiales procedentes del polígono de La Palome-ra», en Morillo, A. (ed.): Arqueología Militar romana en Hispania. Producción y abastecimiento en el ámbito militar (2004), León, 2006, pp. 399-418.

23 Martín Hernández E. y Rodríguez Martín, G.: «Paredes �nas de Lusitania y del cuadrante noroccidental», en Bernal Casasola, D. y Ribera i Lacomba, A. (eds.): Cerámicas Hispanorromanas. Un estado de la cuestión, Cádiz, Univ. de Cádiz, 2009, pp. 386-406.

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 21

del Duero y el más meridional procede de Salamanca (Castañeda de Tormes, en Villagonzalo de Tormes)24.

4. La romanización civil

En este esquema metodológico que hemos trazado, hay una serie de aportes cul-turales, constatados por la arqueología, que consideramos más próximos a los ámbi-tos civiles que a los militares.

La adscripción de estos materiales no es tan evidente como en el caso de los pro-venientes del mundo legionario y por ello su origen desde el foco meridional de la vía de la Plata ha de considerarse más teórico que real. Muchos elementos relativos a la cultura romana que tratamos ahora pudieron llegar desde el norte, de la mano del modus vivendi del legionario o sus mandos. En cualquier caso los ejemplos más cercanos, de los que podrían derivar su presencia en la actual Salamanca, se encuen-tran en la provincia de Cáceres y no en la línea del Duero, como ocurre con la obra pública o algunos ejemplos provenientes del evergetismo local. Ello es lo que nos hace pensar que Emerita irradió la romanización también hacia el norte, pero que su órbita de in�uencia comercial y cultural a duras penas llegó a cruzar, en las décadas que enmarcan el cambio de era, el sistema Central.

En cualquier caso, insistimos en que lo más posible es que los aportes culturales vinieran también desde la zona septentrional. Y no sólo llegaron productos de pri-mera necesidad. También circuló, por la vía de la Plata, la religión, el modo de vida romano y modas de todo tipo.

Es lo que ocurriría con el consumo de nuevas mercancías y objetos suntuarios. Hablamos de productos consumidos por las élites municipales y los hispanorroma-nos acomodados. Para ellos serían los materiales arquitectónicos y decorativos que demandaban para sus viviendas urbanas o rústicas como el mármol o el mosaico, la pintura mural o la escultura. Aunque probablemente no se haya profundizado aún en el tema, parece lógico pensar que las nuevas fórmulas constructivas, los motivos decorativos de mosaicos y pintura mural, transmitidos por los talleres musivarios y pictóricos, se difundirían desde los ámbitos civiles antes que desde los militares.

También aquellos artículos de lujo como el perfume, la cerámica de calidad o la joyería de oro y plata. La moda en el vestido y sus complementos que se difundiría –en lo que se re�ere al vestido y el peinado– a través de las monedas y de los di-bujos y pinturas que se copiaban en las ciudades de Hispania después de visitar la metrópoli.

Algunas cuestiones referentes a la epigrafía

Algunos nombres que encontramos en la epigrafía nos remiten a zonas alejadas del Imperio y nos hablan de la movilidad de personas en la época: encontramos epígrafes con antropónimos griegos en la provincia de León y también en la capital

24 El fragmento permanece inédito. Aunque se haya considerado tradicionalmente una cronología para este tipo de piezas entre el periodo neroniano y el siglo ii, estamos ante una cronología en revisión, que parece hundir sus inicios en época tiberiana.

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lusitana. Existen incluso algunos ejemplos en Salamanca, pues han aparecido en Al-deagallega (Evtychi) y también en la capital25.

Aunque no necesariamente tienen que aludir a comerciantes, tampoco es descar-table que así fuera y, en cualquier caso, nos muestran la movilidad que existía en la época y que se produciría a través de las vías de comunicación existentes, como la vía de la Plata.

El estudio de la epigrafía abarca tanto el contenido como el soporte en que se produce la escritura. Durante mucho tiempo se habló de la especi�cidad de los so-portes epigrá�cos en el oeste peninsular, cuestión que ha sido muy debatida para concluirse en que estamos ante versiones indígenas de productos romanos, es decir, ante un intento de imitación de productos más clásicos26.

Durante la década de los ochenta se popularizó la idea de «arte plebeyo», como aquel que surge lejos de los centros de poder, donde se produciría el arte o�cial. En las pequeñas comunidades rurales o en los ámbitos campamentales asistimos a una copia de ese arte o�cial que, en muchas ocasiones, consiste en su simpli�cación hasta extremos irreconocibles.

La morfología y la decoración de los soportes epigrá�cos responden a una ins-piración clásica, de modo que sus formas remedan a menudo, con sus simpli�cadas arquitecturas, los esquemas de monumentos del tipo edícula u otros parecidos. Y el repertorio decorativo se comprende igualmente en el seno del simbolismo funerario romano, tal y como se mani�esta en todo el Imperio.

Mérida y Astorga, como centros de poder, transmitirían modas y arte en el entor-no. Su visualización implicaría un intento de emulación en las poblaciones cercanas y lejanas, construyendo así ese arte plebeyo del que hablamos. Un ejemplo puede extraerse a partir de la epigrafía funeraria. La visualización de los cementerios, ubi-cados a la orilla de los caminos, a la entrada y salida de las poblaciones, permitiría contemplar a los viajeros las formas y fórmulas escultóricas y monumentales ligadas al mundo de ultratumba.

Las necrópolis, más o menos extensas, eran espacios bien establecidos, como lugar de reposo eterno de los fallecidos. El ritual funerario incluía el recuerdo y la expresión de la identidad del fallecido, en la correspondiente inscripción con su nombre.

El mismo formulario epigrá�co funerario romano, tan tópico en los datos que re-coge, es otro ejemplo de transmisión cultural. Se invoca a los dioses Manes, que eran los espíritus de los antepasados. Esta sacralización supone que los epígrafes en su casi totalidad aparecen con las siglas DMS, que signi�can Diis Manibus Sacrum. La fórmula �nal suele referir en los epita�os latinos la alusión a la localización, el H(ic) S(itus/a) E(st), con mucha más frecuencia acompañado del deseo de que la tierra le sea leve al difunto S(it) T(ibi) T(erra) L(evis).

25 Evtychi se documenta como nomen y cognomen en Aldeagallega. Vid. H.A. Epigr. 1258. 26 La teoría fue expuesta por Bandinelli en la década de los sesenta. Bianchi Bandinelli, R.: Del He-

lenismo a la Edad Media, Madrid, Akal, 1981; A. Balil, alumno de Bandinelli, y J. A. Abasolo han mantenido la tesis a la hora de interpretar productos artísticos hispanorromanos.

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 23

Elementos del mundo religioso

La política religiosa del Estado romano para Hispania, lo mismo que para otras provincias de su vasto Imperio, estuvo marcada por la �exibilidad, por ello no se consideró necesaria la supresión de las creencias y cultos prerromanos o extranjeros. Dado que la religión romana debía ser la de sus ciudadanos, se fue implantando a medida que hubo más personas y ciudades con el estatuto de ciudadanos romanos o latinos.

De esta manera la difusión de la religión romana en Hispania fue el resultado de un largo proceso que afectó de modo desigual a las diversas comunidades. A su vez, su coexistencia con creencias religiosas indígenas condicionó la aparición de nume-rosos sincretismos entre ambos panteones.

Podemos suponer que los dioses romanos llegaran a esta zona por la vía de la Plata: Júpiter, Marte o Mercurio que, entre otros atributos, será honrado como dios del comercio, están presentes en la epigrafía votiva que encontramos en el entorno de aquella vía de comunicación. De aquellos y otros dioses del panteón imperial te-nemos también representaciones iconográ�cas: en cerámica, en monedas acuñadas en Hispania y en esculturas y relieves.

Un ejemplo notorio de la aceptación de la religión romana es el culto a las ninfas, que encontramos honradas en un punto intermedio del trayecto: el balneario de Ba-ños de Montemayor (Cáceres). Aquí aparecieron quince inscripciones dedicadas en su mayoría a las ninfas de Cáparra (nymphis caperenses)27. Se trata de una serie muy notable que caracteriza el culto a las ninfas en las provincias hispanas como entes protectores de los manantiales de aguas calientes. En la provincia de Salamanca te-nemos otra inscripción dedicada a una de estas deidades hallada en los Baños de Retortillo28.

En la península Ibérica el culto a las ninfas está muy bien representado con más de medio centenar de inscripciones diseminadas por todas las provincias, aunque con una fuerte concentración en los tres conventus del Noroeste de la Tarraconensis y en la Lusitania y con una mínima testi�cación en la Baetica.

Un caso al margen

Al margen del esquema trazado hay una cuestión que nos gustaría introducir en este discurso aunque escape a esa dicotomía con dirección norte-sur y romanización militar y civil que estamos tratando.

Al considerar la epigrafía que aparece en el entorno de la Vía de la Plata hay dos hechos que siempre nos han llamado la atención: uno es la distribución geográ�ca

27 Baños de Montemayor conserva el mayor conjunto de epigrafía votiva en contexto termal dedi-cada a las ninfas de la zona que estudiamos. Lo constituyen dos grupos de�nidos por dos grados en el estudio que hoy en día es posible realizar del material. Nueve son epígrafes que existen en la actualidad, ocho expuestos en el propio balneario (junto a dos aras dedicadas a Salus) y uno en el Museo Arqueológi-co Nacional. Siete están perdidos.

28 Flaccus / Albini · f(ilius) · / Aquis · Ele/tesibus / votum / · l(ibens) · a(nimo) · s(olvit) ·, Fita, F.: «Nuevas lápidas romanas de Retortillo (Salamanca)», BRAH, 52, 1913, pp. 529-545.

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de los dioses indígenas en dicho entorno29 y, otro, la abundante presencia al norte de Cáceres de epígrafes donde �guran personas originarias del conventus cluniensis.

Los pueblos prerromanos del oeste peninsular mantenían también una religión politeísta. Como es conocido, la presencia de deidades prerromanas durante la épo-ca romana sólo acaece en la Hispania indoeuropea o, lo que es lo mismo, en la zona noroccidental de la península Ibérica. No sabemos cuál pudiera ser la causa de este hecho, aunque quizás haya que pensar en que el menor grado de romanización fren-te al resto de Hispania ha sido crucial para la preservación del culto. Conocemos el nombre de estos antiguos dioses fundamentalmente por las fuentes epigrá�cas, sin embargo, ello no quiere decir que sepamos mucho sobre los pormenores de su culto.

Lo que queremos destacar aquí, en cualquier caso, es la diferente dispersión de teónimos que registra la epigrafía en esa propia zona indoeuropea, pues las ins-cripciones parecen ceñirse al norte (cuadrante noroeste) y al sur, en Extremadura, existiendo un gran vacío en las provincias de Zamora y Salamanca. Dudamos de que pueda explicase por el distinto grado de romanización, que entendemos que fue amplio en el norte de Cáceres a juzgar por los restos materiales conservados y que, en cualquier caso, no tuvo que ser inferior al que se produjera inmediatamente más al norte. ¿Por qué hay tan pocos teónimos indígenas en Salamanca y Zamora frente a lo que acaece en el cuadrante noroccidental y más al sur, en Extremadura?

La presencia de epígrafes de personas provenientes del conventus clunienses se ha intentado explicar a partir de procesos migratorios debido a la carestía en cier-tos momentos durante la época imperial. Corresponde a García Merino30 el haber desarrollado esta teoría que estuvo vigente durante la década de los ochenta del siglo xx, pero, en cualquier caso, nunca nos ha parecido muy verosímil y cabe preguntarse si estos movimientos migratorios no tendrán que ver con procesos de trashumancia, dado que, en el entorno de Cáparra, se veri�ca la unión de la gran ruta que más tarde se denomina la Cañada Occidental Soriana con la de La Quinea (vía de la Plata). A tal respecto debe recordarse que la ganadería será, junto a la minería, las dos riquezas fundamentales que las fuentes escritas citan al hablar de la economía de Hispania31.

Nos preguntamos también si la primera cuestión a la que aquí se aludía no podría también contestarse de similar manera, entendiendo que los teónimos indígenas se sitúan al �nal y al principio, en los extremos, de las rutas ganaderas que cruzaban de norte a sur esta zona de la Península.

29 Prósper, B. M.: Lenguas y religiones prerromanas del Occidente de la Península Ibérica, Salamanca, 2002.

30 García Merino, G.: Población y doblamiento en Hispania romana. El Conventus Clunienses, Studia Romana 1, Valladolid, 1975.

31 Vid. sobre el tema Gómez-Pantoja, J. (ed.): Los rebaños de Gerión. Pastores y trashumancia en Iberia Antigua y Medieval, (Collection de la Casa de Velázquez, 73), Madrid, Casa de Velázquez, 2001.

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 25

5. Salamanca en la periferia cultural

Las vías romanas fueron factor de romanización. Llevaron la cultura, la lengua y la escritura hasta las regiones más inhóspitas del Imperio, pero su introducción no fue un fenómeno homogéneo y afectó en diverso grado de intensidad a las poblacio-nes locales. Entre los motivos que propiciaron está diversidad están, como no podía ser de otro modo, los intereses económicos.

Desde esa perspectiva Salamanca no parece haber sido muy apetecible comer-cialmente, siendo muchos los investigadores que han llamado la atención sobre este hecho. Incluso en el interior de la provincia se pueden distinguir variaciones zona-les, donde el grado de intensidad de la romanización fue diferente, caso de la actual comarca de Las Arribes, donde la arqueología ha dibujado un panorama según el cual parece mantenerse el indigenismo cultural durante el Alto Imperio y, quizás, más allá del límite cronológico que representa. Ejemplo de su singularidad es el hábitat, pues es zona donde se mantienen los poblados amurallados que denomina-mos castros. También la epigrafía presenta rasgos muy concretos de�nidos ya por J. M. Navascués en los años sesenta del siglo xx.

La romanización desde el norte

A partir de esta exposición de datos podemos hablar de la propia singularidad de la zona central de la vía de la Plata, en un territorio que abarca desde el río Duero hasta el sistema Central y cuya característica fundamental sería su marginalidad con respecto a los polos de irradiación de la romanización. Esta marginalidad se especi-�ca en los siguientes puntos:

En lo que se re�ere a la romanización desde el norte, debemos considerar los escasísimos elementos militares recogidos en la provincia; de ese mundo militar que hemos repasado someramente como característico de la zona septentrional de la vía de la Plata poco llega a nuestra actual provincia. De hecho, son muy escasos los testi-monios arqueológicos que pueden vincularse con certeza a un ambiente legionario y su hallazgo en los yacimientos salmantinos ha de ser considerado como marginal.

Su presencia en Salmantica, aunque en escasa proporción, está atestiguada a par-tir de algunas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en la ciudad: en la calle Libreros, que debió ser una zona importante en la trama administrativa y social de la antigua Salamanca, han aparecido estratos con material (sigillatas) itálico (funda-mentalmente aretino) y gálico, que marcan el cambio de era asociado a otros objetos a�nes a ese ambiente de importación, como las lucernas. También aparecieron frag-mentos de esas características en la excavación del solar del antiguo colegio Trilin-güe y en el patio del claustro de la Universidad Ponti�cia32.

Aparte de estos conjuntos urbanos que marcan la transición entre las produc-ciones indígenas y las primeras importaciones itálicas, los hallazgos de productos y artículos característicos del mundo legionario se reducen a escasos ejemplos.

32 Vid. Alario García, C. y Macarro Alcalde, C.: «La ciudad hispano romana de Salmantica a par-tir de la secuencia estratigrá�ca del solar del Trilingüe», en Gillani, G. y Santonja, M. (eds.): Arqueología de la Vía de la Plata (Salamanca), Béjar, Ediciones de la Fundación Premysa, 2007, pp. 213-242; González Echegaray, J. et al.: El colegio de la Compañía de Jesús en Salamanca (Universidad Ponti�cia). Arqueología e Historia, Salamanca, Universidad Ponti�cia de Salamanca, 2000.

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El material arqueológico propiamente militar es prácticamente inexistente. No podía ser de otra manera, pues no hay atestiguadas unidades del ejército en Sala-manca. La presencia de algún epígrafe en el que �gura el nombre de algún legiona-rio, como es el caso de la inscripción de M. Ussius Silvanos, soldado de la Legio VII Gemina, encontrada en la ciudad, es irrelevante pues su carácter funerario parece acercarnos más a un veterano militar –quizás originario de la zona– que a un solda-do en activo33.

Además la inscripción nos sitúa cronológicamente fuera de los límites que es-tamos estudiando, al igual, probablemente, que la presunta phalera procedente del yacimiento de La Piñuela (Encinas de Abajo), que se ha datado en el siglo iii d. C.34

De igual forma, los materiales que consume el mundo militar existente al norte del Duero no parecen llegar hasta la provincia. Por lo que respecta a la cerámica, si exceptuamos los hallazgos en Salmantica ya citados, no encontramos sigillata itálica, ni morteros, ni lucernas, ni ánforas. Tan sólo un fragmento de vaso de cerámica de paredes �nas procedente de los alfares de Melgar de Tera parece acercar el consu-mismo del mundo castrense a esta provincia. Se trata de un pequeño fragmento con decoración aplicada de una cara, caracterizada en este alfar, pero que, al igual que ocurre con la pieza de Encinas de Abajo, nos sitúa en un contexto posterior a la época de Augusto y Tiberio.

Entre estos artículos que se vinculan al ámbito castrense hay que citar algunos que no son expresamente militares, pero que sí parecen difundirse desde ese mun-do. Son productos indicadores del estilo de vida romana, como lucernas o ánforas de tipología latina, y debieron fabricarse y comercializarse profusamente, primero para satisfacer las necesidades militares, más tarde, las de la población civil, al irse imponiendo el modo de vida romano.

Estos productos tampoco llegan hasta Salamanca. En efecto, salvo muy contadas excepciones, en los yacimientos salmantinos no es frecuente la presencia de lucernas de tipología romana. Cabe pensar, aunque no se hayan identi�cado entre los miles de fragmentos cerámicos que han proporcionado las excavaciones arqueológicas, que se contara con este sistema de iluminación desde época prerromana, sin que se llegaran a imponer sus formas en las zonas menos romanizadas.

Por lo que se re�ere a los recipientes de almacenamiento y transporte de produc-tos como el aceite y el vino, la escasez de ánforas permite pensar en la utilización de dolia, odres de cuero y cubas de madera como sistemas más comúnmente empleados para esas funciones, sobre todo en el caso del transporte de vino35.

33 Vid. Mangas, J.: «Nuevas inscripciones latinas de Salamanca y provincia», Archivo Español de Ar-queología, XLIV, 1971, p. 128, n.º 1: D.M.S./ M USSIO SILVAN…/ VET. LEG V…/ XIX:AN…/ VAL. A… Mangas la dató en el siglo ii.

34 Arias, L. et al.: «La phalera romana de Encinas de Abajo», Revista de Arqueología, 102, 1989, pp. 46-47. La pieza es de bronce y representa a Medusa. Mide 87, 5 mm de diámetro. Sobre el yacimiento vid. Jiménez, M. y Arias L.: «Dos nuevos yacimientos romanos imperiales en la provincia de Salamanca», Salamanca, Revista Provincial de Estudios, 8, abril-junio de 1983, pp. 81-103.

35 Sobre esta escasez de ánforas, en el caso del vino, y en zonas más romanizadas ya han llamado la atención algunos autores, vid., Pastor Muñoz, M.: «Vías de comunicación y relaciones comerciales entre Bética y Lusitania», en Gorges, J.-G., Cerrillo, E. y Nogales, T. (eds.): V Mesa Redonda Internacional sobre Lusitania Romana: Las comunicaciones, Cáceres, 7, 8 y 9 de nov. de 2002, Madrid, Ministerio de Cultura, 2004, pp. 195-222.

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 27

Hay, no obstante lo dicho, un singular tipo de cerámica cuyos hallazgos se extien-den desde León hasta la actual provincia de Salamanca. Presentan los fragmentos localizados una decoración en relieve, fabricada a molde, en el que el motivo más repetido es una pareja de felinos enfrentados, que parecen beber de una crátera. Este motivo puede relacionarse con el mundo báquico, siendo más evidentes otros temas que también encontramos, como vides y aves picoteando las uvas.

Junto a la decoración encontramos también el nombre de los alfareros: Severus Bovatis y Rufus. El mapa de dispersión de estos fragmentos nos lleva desde Lancia, (Villasabariego) en las proximidades de León y Asturica Augusta, hasta la provincia de Salamanca –donde se han recogidos tres fragmentos: uno procedente del yaci-miento de la dehesa de Morales, situado en Calvarrasa de Abajo, y otros dos de Alquería de Azán, pasando por la provincia de Zamora, donde se han localizado varios fragmentos, algunos en el campamento militar de Petauonium y otros en Vi-llalazán–. Esta cerámica vuelve a llevarnos a pensar en productos relacionados con ambientes militares36.

Más signi�cativa es la ausencia de una moneda campamental, como la que se ha de�nido más arriba. Las piezas contramarcadas que, como hemos visto, están ínti-mamente relacionadas con el ejército, son en Salamanca prácticamente inexistentes. Respecto a las monedas partidas podemos decir lo mismo: entre los escasos ejem-plos citamos un as de Obulco procedente de la excavación del colegio Trilingüe (Sa-lamanca) y, por lo que se re�ere a las imitaciones con anverso de Claudio I, tampoco son muy comunes en la provincia. Su presencia entendemos que es ya desvinculada del mundo militar y que se trata de piezas que poseen otras connotaciones distintas a las que hemos citado más arriba.

La romanización desde el sur

La romanización civil que pudo llegar desde la capital de la Lusitania parece haberse detenido aún, a principios de la era cristiana, en los bordes meridionales del sistema Central. Más allá de ese momento los materiales seguirán una cierta pobreza en comparación con otras zonas de la Península.

A ello apuntaría la escasez de objetos decorativos y constructivos que han sido encontrados en los yacimientos provinciales, siendo un ejemplo la ausencia de es-cultura. Y por lo que se re�ere al material latericio (tegulae e imbrices, lateres bipedales, pedales o bessales) que aparece sellado en los ámbitos más romanizados, es destacable la ausencia de este tipo de marcas en la provincia, habiendo recogido un único ejem-plar en La Armuña, sin ningún contexto cronológico37.

También corroboraría aquella a�rmación la falta de obras públicas relevantes en la provincia, excepción hecha del puente romano, y que sí encontramos al sur del sistema Central, en Cáceres.

36 Amaré Tafalla, M.ª T. et al.: «Una producción cerámica de época romana inédita», Lancia, 2, 1997, pp. 271 y ss.

37 La costumbre de sellar estas piezas en el ámbito militar se produce en torno a la segunda mitad del siglo i d. C. No es tan fácil determinar el momento en que se fraguaría el sello en los talleres civiles que trabajan para el ámbito civil. Por otro lado, quiero citar aquí la existencia de un sellado singular que se produce en el material latericio encontrado en la zona de Las Arribes.

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28 MIGUEL GARCÍA-FIGUEROLA

Por último, hay que hablar de la escasez de hallazgos monetarios, en compara-ción con el panorama que ofrecen otras zonas limítrofes. No son muy comunes los hallazgos de moneda que, probablemente, comenzará a ser de uso corriente en las transacciones cotidianas desde la segunda mitad del siglo i a. C.

Mientras en la zona sur, el entorno de Emerita Augusta presenta una circulación muy relacionada con la Bética, el tramo norte lo hará con las cecas del valle del Ebro. Según Blázquez Cerrato, la mayor concentración de hallazgos se produce en las provincias de Badajoz, Cáceres y León38. Más adelante añade que el numerario recogido en las provin-cias de Salamanca y Zamora de�nen a éstas como una zona intermedia39 en la que las mone-das de Emerita pierden protagonismo y tampoco están excesivamente representadas las cecas del Ebro, cuyo aporte es fundamental en la provincia de León.

Conclusiones

Aunque los caminos norte/sur y fundamentalmente sur/norte a través de los pasos del sistema Central relacionaran ambas mesetas desde época prehistórica y sirvieran con posterioridad para el avance de la conquista romana, no será hasta la época augustea cuando el camino romano tome la entidad de tal, respondiendo probablemente a las pautas de la organización administrativa de esta zona que se efectúa entonces.

Es en este momento cuando empiezan a constatarse arqueológicamente en el nor-te unos materiales importados que llegan profusamente a esta zona de la Península o que comienzan a fabricarse para satisfacer, en ambos casos, las necesidades del le-gionario romano. También desde el sur la romanización avanzará por Extremadura, como se constata en el registro arqueológico de sus yacimientos.

La situación periférica de la zona situada entre el sistema Central y el Duero, donde se marcará el límite administrativo entre la Tarraconense y la Lusitania, ten-drá como consecuencia un territorio escasamente romanizado en el cambio de era, en comparación con los ámbitos situados al norte del Duero y al sur de aquellos límites. Y la causa debe estar en la excesiva lejanía de los focos romanizadores, con-virtiéndose la actual provincia de Salamanca en una zona periférica, extrema en los desplazamientos desde el norte y en los desplazamientos desde el sur40.

Obviamente esta conclusión ha de ser debidamente matizada, incidiendo en el hecho de que existen varios grados de romanización, como se desprende de ejem-plos provinciales (Las Arribes). En este sentido Salmantica podría ser el lugar donde mayor impacto supuso la romanización en época augustea, a tenor con los hallazgos de cerámicas importadas que han aparecido en distintos puntos de la ciudad.

38 Blázquez Cerrato, C.: «Aproximación a la circulación monetaria en torno al Iter Ab Emerita Astu-ricam», Zephyrus, 51, 1998, p. 206.

39 Ibidem, p. 207.40 La explicación de los investigadores viene a considerar su carácter de «ciudad de paso» en la vía

de la Plata, lo cual no es incompatible con la teoría que aquí se expone. Vid. Roldán Hervás, J. M.: «La conquista romana», en Salinas, M. (coord.): Historia de Salamanca I, Prehistoria y Edad Antigua, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1997, pp. 179-236.

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EL COMERCIO EN LA VÍA DE LA PLATA DURANTE LA ÉPOCA ROMANA 29

A pesar de los años transcurridos podríamos rea�rmar las palabras de Manuel Salinas de Frías41: La evolución del poblamiento rural antiguo de la provincia de Salamanca, pues, muestra que para la romanización de la provincia el medio agrario ha jugado un papel tanto o más importante que el medio urbano. Frente a un concepto urbano de romanización que veía la culminación de dicho proceso en la creación de municipios y colonias, habríamos de tener en cuenta también una romanización rural, que ha dejado menos testimonios, pero que en las regiones donde la vida urbana nunca estuvo demasiado desarrollada debió tener una importancia fundamental.

Más tarde, cuando a mediados del siglo I los productos hispanos, como la sigi-llata fabricada en Tricio, recorran los caminos romanos llegando hasta los lugares más recónditos de la península, inundarán también los mercados en esta zona de la meseta, como atestigua su presencia en los yacimientos salmantinos42.

Quizás sea este momento en que una parte importante del territorio que con�gu-ra hoy en día la provincia comience a alcanzar un grado profundo de romanización, aunque la pobreza de los materiales que han llegado hasta nosotros siga hablando de su carácter excéntrico o, al menos, de su escaso vigor comercial.

1. Phalera romana encontrada en Encinas de Abajo (Salamanca)

41 Salinas de Frías, M.: «El poblamiento rural antiguo de la provincia de Salamanca: Modelos e im-plicaciones históricas», en Gorges, J.-G. y Salinas, M. (eds.): El medio rural en Lusitania Romana. Formas de hábitat y ocupación del suelo. Historia Antigua X-XI, Salamanca, 1992-93, p. 185; idem: «In �nibus Lusitaniae. Imagen y percepción del occidente ibérico en el Imperio Romano», en Cubas Martín, N., Hidalgo Rodrí-guez, D. y Salinas de Frías, M. (eds.): Arqueología, Patrimonio e Historia Antigua de los Pueblos «Sin Pasado». Ecos de la Lusitania en Arribes del Duero, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2010, pp. 139-160.

42 Vid. Angoso, L.: «El yacimiento rural romano de El Cenizal (60-70 d.C., �nes del siglo iv)», SRPE, 16-17, 1985, pp. 341-387. Con posterioridad Ariño, E. y Rodríguez, J.: «El poblamiento romano y visi-godo en el territorio de Salamanca: datos de una prospección intensiva», Zephyrus, 50, 1997, pp. 225-245. Ariño, E.: «Modelos de poblamiento rural en la provincia de Salamanca (España) entre la Antigüedad y la Alta Edad Media», Zephyrus, 59, 2006, pp. 317-337.

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30 MIGUEL GARCÍA-FIGUEROLA

2. Fragmento de cerámica decorada a molde procedente de Astorga (León)

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS

Ángel Vaca Lorenzo*

La actividad comercial en la Edad Media se expresaba a través de tres manifesta-ciones diferentes: la feria anual; el mercado semanal, que suele ser denominado con el término latino de mercatum, y el mercado permanente o diario, que se desarrollaba en las tiendas y boticas y que en Castilla recibió el nombre de azogue, derivado del suq o zoco de las ciudades hispanomusulmanas1. De estas tres manifestaciones de los intercambios comerciales medievales en la ciudad de Salamanca voy a centrar mi atención en las ferias, que se situaban en un rango superior al de los mercados, al tratarse de reuniones anuales de mercaderes en un lugar y en un tiempo determi-nado de una mayor escala, duración y variedad de productos, así como de mayor protección y franqueza garantizadas por las autoridades, al tiempo que de más largo radio de atracción que las otras dos. Aunque las frecuentasen gentes de la ciudad y su tierra y se realizasen intercambios de producciones locales y comarcales, por lo general en sus transacciones eran habituales los productos de origen lejano y entre comerciantes venidos de sitios remotos e, inevitablemente, las mercancías tenían un valor superior. Además, la presencia de mercaderes de lugares remotos, así como el atractivo que suponían las actividades lúdicas (acróbatas, juglares, trovadores) y de diversión (juegos de naipes, de dados) que acompañaban a las ferias, daban a la ciudad un ambiente festivo en los días feriados y rompían su ritmo vital cotidiano.

Intencionadamente he dejado de lado las cuestiones relativas a los aspectos ju-rídico-institucionales, pues la documentación utilizada, además de escasa, poco lo-cuaz y demasiado críptica, apenas aporta información distinta a la de otros estudios genéricos de esta temática ya publicados2.

1 Este último está documentado en la ciudad de Salamanca desde la segunda mitad del siglo xii con el término de Azogue Viejo, un microtopónimo referido al lugar donde tenía su ubicación y que no era otro que la zona del entorno de la catedral románica, vid. Martín Martín, J. L.: «El Azogue Viejo. La fundación del sistema urbano salmantino», en Antecedentes Medievales y Modernos de la Plaza, coords. Á. Vaca Lorenzo y M.ª N. Rupérez Almajano. Tomo I de La Plaza Mayor de Salamanca, dir. por Alberto Estella Goytre, Salamanca, Caja Duero, 2005, pp. 63-101.

2 En este caso y con todo merecimiento es obligada la cita del estudio, aún válido, a pesar del tiempo de su publicación, 1931, de García de Valdeavellano, L.: El mercado. Apuntes para su estudio en León y Castilla durante la Edad Media, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1975, 2.ª ed.

* Catedrático de Historia Medieval. Universidad de Salamanca.

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32 ÁNGEL VACA LORENZO

1. La primitiva feria de Salamanca concedida por Alfonso X a mediados del siglo xiii

Previa a la concesión de la actual feria de Septiembre a Salamanca por el rey En-rique IV en 14673, ya se celebraban en esta ciudad otras dos ferias medievales, según una sentencia dictada por su alcalde Juan Ramírez en 1397 a petición de Vicente Arias, arcediano de Toledo, quien había recibido de por vida de la reina doña Bea-triz, mujer de Juan I de Castilla, las dos terceras partes de las rentas generadas por el portazgo (vid. Fig. 1). En dicha sentencia, además de �jar por escrito lo que se debía pagar según el tipo y cantidad (carretada, carga de bestia mayor y carga de bestia menor) de mercancías que entraban en la ciudad y su tierra para su venta y por las que sólo se hallaban en tránsito, fallaba lo siguiente:

que siempre fue desdel dicho tiempo acá, en tanto que memoria de omnes non es en contrario, vsado e acostumbrado e jud gado e claramente prouado en la dicha forma, commo dicho es, que en la dicha çibdad de Salamanca son dos ferias de cada vn año: vna, que dizen de Don Guiral, que comiença primero domingo de Quaresma; e la otra, que se faze en el mes de junio; en las quales dichas ferias non se paga portadgo en la dicha çibdad, saluo de lo trauesío, que duran cada vna dellas quinze días e non más; e que cada vna dellas siempre començó e comiença en día domingo e que se acaba cada vna dellas en día domingo; los quales dichos días de domingo del comienço e de la �n de cada vna de las dichas ferias contiene solamente quinze días e non más de todo el año4.

He aquí, pues, las dos primeras ferias de Salamanca: la de Don Guiral y la de Junio, que más tarde también será conocida como del Teso o de San Juan de Junio. Sin embargo, es probable que ambas procedan de otra anterior, concedida por el rey Alfonso X a mediados del siglo xiii5 y cuya celebración tenía lugar despues de la Pas-cua de Pentecostés, festividad del calendario litúrgico que varía entre el 10 de mayo y el 13 de junio, según el extracto de una cédula que de dicho rey publicó en 1870 Sánchez Ruano en el Discurso Preliminar a su edición del Fuero de Salamanca, que se conservaba en el Archivo del Ayuntamiento de esta ciudad (28.ª, leg. 1.º, envol. 1.º) y que desde entonces al igual que de otras, al menos veintiséis, del mismo rey se desconoce su paradero6. El tenor de dicho extracto es el siguiente:

3 Cuyo estudio y transcripción de su carta de institución real tuve ocasión de realizar hace años, Vaca Lorenzo, Á.: «La concesión de la feria de Septiembre a Salamanca (a. 1467)», Salamanca. Revista Provincial de Estudios, 26, 1990, pp. 281-292. La carta real de merced se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Salamanca (AHMSA), R/262. Además, se acaba de dar a la imprenta, en el homenaje al profesor José María Mínguez, mi estudio sobre la feria del Teso en la Edad Media. De ambos haré amplia utilización.

4 Archivo de la Catedral de Salamanca (ACSA), caj. 16, leg. 3, núm. 3-1. Editado parcialmente por González García, M.: «El portazgo de Salamanca en la Baja Edad Media», Archivos Leoneses, 26, 1972, pp. 125-143.

5 Así lo cree también Ladero Quesada, M. Á.: Las ferias de Castilla. Siglos XII a XV, Madrid, Comité Español de Ciencias Históricas, 1994, p. 79, al señalar que «las creaciones [feriales] son poco abundantes en las tierras del viejo dominio cristiano, al N. del Tajo, aunque importa destacar que Alfonso X con�rmó la feria de Valladolid en 1255 y estableció la de Benavente un año más tarde. Por entonces, o algo después, estaban en funcionamiento las ferias de León, Salamanca y Alba de Tormes».

6 Los resúmenes de todas ellas en Sánchez Ruano, J.: Fuero de Salamanca, publicado ahora por vez primera con notas, apéndices y un discurso preliminar, Salamanca, S. Cerezo, 1870, pp. XX-XXV. Ya entonces denunciaba, a propósito de este archivo, que «se encuentra, por lo que se re�ere á documentos históricos

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 33

Otra [real cédula] en Toledo, 21 de Febrero, era de 1311, trasladando para quince días despues de Quincuagésima la feria que había concedido á Salamanca y que se veri�caba despues de la Pascua de Pentecostés, por ser al mismo tiempo la de Benavente7.

La fundación de esta primitiva feria de Salamanca por Alfonso X encajaba perfec-tamente en su política económica, que di�rió de la llevada a cabo por sus antecesores y, en concreto, por su padre, Fernando III, de quien no se conoce ninguna concesión. Sin embargo, el rey Sabio no sólo procuró elaborar una legislación ferial, recogida en las Partidas, sino que, como señala Gual López, «duplica el número de ferias con-cedidas comparado con sus antecesores y tal vez sea el primero que se dé cuenta de la importancia que tienen las concesiones para la reactivación económica de la vida comercial»8. En consecuencia, al igual que otras ciudades y villas, Salamanca recibió el otorgamiento real de esta primitiva feria; lo que no es de extrañar, si se tiene en cuenta que hacía aproximadamente medio siglo que su abuelo, el rey Alfonso IX de León, había fundado el Estudio universitario, al que él mismo luego potenció con la conce-sión el 8 de mayo de 1254 del primer estatuto, una de cuyas posturas o disposiciones abordaba el tema del avituallamiento de Salamanca, declarándola ciudad franca para los alimentos básicos (pan y vino)9, en una línea de actuación ya iniciada por su padre, Fernando III, cuando el 12 de marzo de 1252 otorgó que los Escolares que estudiaren en Salamanca que non den portadgo por quantas cosas aduxieren para sí mesmos, ellos o sos om-nes por ellos, nin de ida nin de uenida10. Pues, a raíz de la fundación de la Universidad, Salamanca se volvió abierta y cosmopolita, al acoger a multitud de estudiantes que ve-nían a ella de distintos lugares a «aprender los saberes», y la ciudad, que era pequeña antes de que hubiese Universidad, con su creación se hizo más grande, «ensanchando sus calles, y multiplicando edi�cios con el gran concurso de los que venían a la nueva

y tradicionales (de que abunda mucho), en una situación de abandono verdaderamente incomprensible», en p. XXVI, not. 16. Ninguno de estos veintisiete documentos se encuentran recogidos en el Libro Tumbo de dicho archivo, según me comunica su Directora, ya que en esta ocasión no me fue posible acceder a él al estar retirado de la consulta pública por su mal estado de conservación; tampoco forman parte de las veintidós unidades de la caja 291 que, procedentes de este mismo archivo, actualmente se hallan en el Archivo de la Academia de las Ciencias de San Petesburgo, según Sáez, E. y Sáez, C.: El fondo español del Archivo de la Academia de las Ciencias de San Petesburgo, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares, 1993.

7 En Sánchez Ruano, J.: Op. cit., p. XXIII. Es casi seguro que, sin citarlo, lo copiaron de él Araújo, F.: La reina del Tormes. Guía Histórico-Descriptiva de la Ciudad de Salamanca, Salamanca, 1888 [reimp. en Sala-manca, Caja de Ahorros de Salamanca, 1984, p. 56] y Villar y Macías, V.: Historia de Salamanca, Salaman-ca, 1887, I, p. 256 [reimp. en Salamanca, Gra�cesa, 1974, lib. III, p. 10]. Se citan por ambas reimpresiones.

8 Gual López, J. M.: «La política ferial alfonsí y el ordenamiento general de las ferias castellanas en su época», en Actas del Congreso Internacional: Alfonso X el Sabio, vida, obra y época I, Madrid, Sociedad Española de Estudios Medievales, 1989, p. 99. En efecto, aunque la política ferial que Alfonso X desarrolló al sur del Sistema Central tendió a reforzar los procesos repobladores, como bien señala Ladero, dicha política hay que incluirla dentro de un contexto más amplio, ya que «Alfonso X fue el monarca creador de un nuevo sistema �scal castellano, dentro del cual los impuestos sobre el trá�co de mercancías tomaron un signi�cado muy relevante», en Ladero Quesada, M. Á.: Op. cit., p. 81.

9 Otrosí, mando que todo omne que traxiere a Salamanca pan o vino o (espacio en blanco) otra [manera para vender], ondequier que la traya, que non sea enbargado de ninguno nin contrallado, mas tráyala e véndala commo meior pudiere, en Archivo de la Universidad de Salamanca (AUSA), C. 3,1.

10 Ibidem, C. 1,2.

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34 ÁNGEL VACA LORENZO

feria de los estudios, y letras»11. Este incremento de población estudiantil supuso la demanda de mayores cantidades de productos agrarios, materias primas, mercancías y manufacturas que cubrieran las necesidades crecientes de alimento, vestido y vi-vienda. Y la mejor forma de conseguirlo fue fomentar la actividad comercial a través de la celebración de una feria, pues constituía el momento adecuado para abastecerse no sólo de los productos inexistentes en otra época del año, sino también de aquellos otros más usuales al estar entonces exentos de impuestos12.

Así pues, la creación y desarrollo de la Universidad explica perfectamente la con-cesión de esta primitiva feria por el monarca Alfonso X antes de 1273. De todas formas, por su estratégico emplazamiento Salamanca relaciona desde tiempos anti-guos dos áreas ecológicas de distintas y complementarias posibilidades económicas, unidas por el discurrir meridiano de la vía de la Plata, al tiempo que separadas por el curso medio del río Tormes: a la izquierda y suroeste, el Campo Charro, una penilla-nura mesetaria, con sus a�oramientos de pizarras, cuarcitas, gneis y granito, cuyos suelos son más adecuados para el desarrollo de una economía forestal y ganadera extensiva; y a la derecha y noreste, la Armuña, las Villas y las Tierras de Peñaranda y Cantalapiedra, unas campiñas de la cuenca central castellanoleonesa, colmatadas por sedimentos de areniscas, arcillas, calizas y margas, más aptas para el laboreo y el cultivo agrícola de secano. De este modo se han explotado desde los vettones y vacceos, actuando la ciudad como lugar de encuentro y relación para el intercam-bio de los productos de ambos territorios13.

A esta feria primitiva parece aludir el relato de la cantiga 116 de las Cantigas de Santa María del códice rico de El Escorial14, obra atribuida a Alfonso X, cuya narración versi�cada aparece bajo el título: Cómo Santa María fez acender dúas candeas na sa eigreja en Salamanca, por o mercador que as ý posera llas encomendara; y cuyos rótulos de las seis viñetas miniadas de la narración icónica que ayudan a describir su contenido son:

Cómo un mercadeyro ýa con un seu compañeyro a a feyra de Salamanca. Cómo o mercadeyro mandóu a un seo omne que lli trouxés as candeas a a igreia.Cómo omne do mercadeyro trouxe as candeas e llas deu.

11 González Dávila, G.: Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca. Estudio introductorio y notas de Baltasar Cuart Moner, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1994, p. 6.

12 Aunque referido a la feria de Septiembre, también puede ser imputado a cualquier otra lo expre-sado por Lucio Marineo Sículo: vacationes vero et immunitates legendi sunt omnibus quadraginta dierum, id est, a sexto idus septembris usque ad quintodecimo kalendas novembris, quo tempore in civitate sunt nundinae, hoc est feriae et emptiones et venditiones immunes. Tunc enim omnes totius anni necessaria sibi comparant. Sunt et aliae feriae sexto kalendas julias quae �unt in suburbano trans �umen, edit. por Beltrán de Heredia, V.: Cartulario de la Universidad de Salamanca: La Universidad en el Siglo de Oro. III, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1971, p. 147, doc. 851, y traducción en Fernández Vallina, E. y Vaca Lorenzo, Á.: «La Plaza Mayor de Salamanca según Lucio Marineo Sículo. Con la traducción de lo tocante a la ciudad en De Hispaniae laudi-bus (c. 1496)», Papeles del Novelty, 12, 2005, pp. 42-43: «Las vacaciones y ausencia de clase duran cuarenta días para todos, esto es, desde el ocho de septiembre hasta el diez y ocho de octubre, tiempo en que son las ferias en la ciudad, a saber, mercados y compras y ventas exentas de impuestos. Y es cuando, efecti-vamente, todo el mundo compra lo que necesita para el año. Hay también otras ferias el día veintiséis de junio, las cuales se celebran en el suburbio de la otra margen del río».

13 Vid. sobre estos aspectos Cabo Alonso, Á.: «Emplazamiento y primer desarrollo de la ciudad», en Salamanca. Geografía. Historia. Arte. Cultura, Salamanca, Ayuntamiento de Salamanca, 1986, p. 21.

14 El «Códice Rico» de las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Ms. T. I. 1 de la Biblioteca de El Escorial, Madrid, Edilán, 1979, reimp. facs.

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 35

Cómo o mercadeyro encendéu as candeas e as pose ant’o altar de Santa María.Cómo o mercadeyro mandóu a un seu omne que gardasse as candeas que se non matassen.Cómo as candeas do mercadero se morreron e Sancta María as fez ascender.

Se trata, pues, de la narración representada en seis viñetas pictóricas de cómo un mercader, muy devoto de la Virgen, acudió, junto a un compañero, a comprar a la fe-ria de Salamanca y ante el altar de Santa María hizo encender y cuidar dos candelas que traía de Toledo, pero, al apagarse, la Virgen realizó el pequeño milagro de que volvieran a prender (vid. Fig. 3).

Ahora bien, esta primitiva feria sufrió una importante alteración cuando, el 21 de febrero de 1273, Alfonso X mandó adelantar su fecha de celebración, trasladándola para quince dias despues de Quincuagésima, es decir, entre el 16 de febrero y el 18 de marzo, casi la misma en que se veri�caría la feria de Don Guiral, primer domingo de Cuaresma, entre el 8 de febrero y el 10 de marzo. La razón esgrimida fue la dañina coincidencia con la feria de Benavente, si bien no parece ajustarse del todo a la reali-dad por cuanto ésta, otorgada por el mismo rey el 22 de agosto de 1254, comenzaba «tres semanas despues de la Pascua de Resurrecion (entre el 12 de abril y el 15 de mayo), e que dure la feria quinze días»15. Por lo tanto, si en un principio la ciudad de Salamanca disfrutaba de una única feria que tenía lugar hacia el mes de junio (despues de la Pascua de Pentecostés), desde 1273, al ordenar el rey otorgante adelantar la fecha de su celebración a quince dias despues de Quincuagésima, es posible que lo que inicialmente fue un traslado de fechas se convirtiera, tal vez por la costumbre ya arraigada de realizarse en la fecha originaria, en un desdoblamiento de la primitiva feria en las dos que re�ere la sentencia del alcalde Juan Ramírez, la de Don Guiral y la de Junio, de ninguna de las cuales se conoce la carta fundacional.

2. La feria de Don Guiral de 1273, al final del invierno

Desde luego, parece que en 1275 la celebración de la primitiva feria ya se había trasladado para el �nal del invierno y da la sensación de que su inicio pudo tener lugar con más probabilidad en el primer domingo de Cuaresma (3 de marzo) que quince días después de Quincuagésima (10 de marzo), ya que ese año, a la termi-nación de la misma, el cabildo salmantino se quejó al infante don Fernando de la Cerda, primogénito del rey Alfonso X, de la actitud del concejo: que agrauiades a los clérigos e a los sus vassallos de la eglesia e les demandades que pechen con el concejo enna lauor de la ponte e de la feria et non les queredes dar parte a la eglesia de la rrenta que leva-des de la feria nin les queredes dar cuenta de aquello que metedes enna ponte; por lo que el infante don Fernando, el 2 de abril de dicho año, ordenó a los alcaldes de Salamanca que les non agrauiedes sus clérigos e sus vassallos demandándoles que pechen ennas lauores sobredichas e que les dedes su parte de la rrenta de la feria, segund que la deuen auer16.

15 Martínez Sopena, P., Aguado Seisdedos, V. y González Rodríguez, R.: Privilegios reales de la villa de Benavente (siglos XII-XIV), Salamanca, Centro de Estudios Benaventanos «Ledo del Pozo» y Círculo de Benavente, 1996, p. 23, doc. 3.

16 ACSA, caj. 39, leg. 1, núm. 126-1. Edit. por Guadalupe Beraza, M. L., Martín Martín, J. L., Vaca Lorenzo, Á. y Villar García, L. M.: Colección documental de la catedral de Salamanca. I (1098-1300), León, Centro de Estudios e Investigación «San Isidoro», Caja España de Inversiones y Archivo Histórico Diocesano, 2010, pp. 499-500, doc. 354.

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36 ÁNGEL VACA LORENZO

En consecuencia, es muy probable que la feria de Don Guiral tenga su origen en el desplazamiento de la fecha de celebración de la primitiva feria ordenado por el rey otorgante, Alfonso X, el 21 de febrero de 1273. Y su denominación supone Villar y Macías que proviene del nombre de un juez real salmantino, llamado Guiral Esté-banez, posible solicitante de su fundación o, tal vez mejor, del traslado de su fecha de celebración, y que por tal circunstancia la feria fuera nominada con su mismo nombre17. Efectivamente, este juez real se halla documentado en dos diplomas del siglo xiii: uno se conserva en el Archivo de la Catedral de Salamanca y el otro en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. En el primero, fechado el 4 de junio de 1272, el citado juez aparece como procurador del concejo en un cambio que éste efectuó con el cabildo de un corral y varias casas, sitas en la Puerta del Sol, por la delantera de otras casas y 350 maravedís, con el propósito de construir allí una plaza que sea plaza para todos, a pro ye a postura de toda la ciudade18. Y en el documento segundo, datado el 25 de septiembre del mismo año, 1272, Guiral Estébanez actúa como juez en el pleito que mantenían el concejo y el cabildo a propósito de una presa, pesquera fornariza que sal contra el fonsario de los judíos, que el cabildo trataba de recrecer en el vado de Santervás, entre las aceñas del Muradal y del Arenal19.

Esta feria salmantina de Don Guiral, al igual que otras muchas castellanas20, tenía lugar antes de �nalizar el invierno, exactamente, como señala la sentencia del alcal-de Juan Ramírez, el primer domingo de Cuaresma, es decir, entre el 8 de febrero y el 14 de marzo; y su duración era de dos semanas, o mejor de quince días, pues tanto su comienzo como su �nalización caían en domingo. Pero de ella se desconoce, a cien-cia cierta, todo lo demás: cuál era su régimen jurídico, sus condiciones materiales de organización, las unidades de peso y medida utilizados o, en �n, los mercaderes que a ella acudían o el tipo de mercancías que en ella se compraban y vendían, así como sus precios, volumen o medios de pago y de transporte; eso sí, se sabe que, como la de Junio, las mercancías estaban exentas del pago de portazgo, salvo de los derechos de tránsito (en las quales dichas ferias non se paga portadgo en la dicha çibdad, saluo de lo trauesío), al igual que el recinto ferial de celebración, que se acostumbra a hacer... en el

17 Al expresar que «Del nombre del juez que era de Salamanca y tal vez concedida á su instancia, se llamó esta feria de don Giral», en Villar y Macías, V.: Op. cit., lib. III, p. 10.

18 Conocida cosa sea a todos quantos esta carta uieren que nos, Guiral Estéuanez, juiz del rrey en Salamanca, e nos, Arnal Gabriel e Johán Pérez de Áuilla e Guiral del Carpio e Domingo Thomé, procuradores del conceyo de Salamanca en las cossas que asse mismo conceyo pertenezen, de mandado special e con uolluntade e consentimiento de todo el conceyo de Salamanca, facemos conuosco, dayán e cabildo de la eglesia de Salamanca, tal canbio, conuién a ssaber..., en ACSA, caj. 3, leg. 1, núm. 2. Edit. por Guadalupe Beraza, M. L. et al.: Op. cit., p. 475, doc. 336.

19 Conoçuda cosa sea a todos quantos esta carta uieren cómmo ante mí, Giralt Estéuanez, juiz del rrey en Sa-lamanca, venieron en juizo Arnal Gabriel e Domingo Thomé e Guiral del Carpio e Johán Pérez Dáuila, procuradores del conceyo de Salamanca, e don Yago de San Gil, por sí e por aquellos que an parte enas aceñas del Arenal, éstos de la una parte, et don Aparicio e Alfons Yanes, canóligos de Salamanca, procuradores de la cabildo, de la otra..., en AHN. Clero. Salamanca, carp. 1.884, núm. 12. Edit. por Guadalupe Beraza, M. L. et al.: Op. cit., p. 479, doc. 339.

20 Pues «hay muchas ferias medievales en tiempo de Cuaresma (meses de febrero y marzo), las de primavera se inician en Pascua de Resurrección y ocupan tanto o más el mes de abril que el de mayo, de modo que el primer tiempo ferial del año se extiende de mediados de febrero a mediados de mayo, y en él se venderían los posibles excedentes de cereales y vino del año anterior, a precios más elevados», según Ladero Quesada, M. Á.: Op. cit., p. 106.

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 37

tesso fuera desta dicha ciudad e alrrededor della21, pues es de suponer que sería el mismo sitio en que a lo largo del siglo xvi se celebró el mercado de Ramos en que acabó por transformarse esta feria.

Sin embargo, esta feria de Don Guiral no perduró toda la Edad Media, sino que acabó por perder su condición de tal en la primera mitad del siglo xv. De hecho, ya no consta que siguiera celebrándose en 1467, según la carta de otorgamiento de la feria de Septiembre22, tampoco en 1496, cuando Lucio Marineo Sículo publicó De Hispaniae laudibus, donde se alude a las otras dos ferias que poseía Salamanca, la de Septiembre y la de Junio23, así como tampoco en 1500, cuando el concejo, reunido en sesión ordinaria el 12 de julio de dicho año, aprobó la ordenanza undécima del «Tí-tulo sexto del libro quarto, que trata de los señores de vinos y vinateros, taverneros y bodegoneros de esta Çiudad y su Tierra y arravalles y lugar de Azurguén, y lo a ello tocante», en la que tratando de quitar los juegos de las tavernas de los arravales de la dicha ciudad, a causa de mucho desserviçio de Dios nuestro señor que en las dicha(s) tavernas por causa de los dichos juegos rresultan, mandaron que ninguna persona pueda jugar ni juegue a los naypes ni dados ni otros juegos algunos en ningunas de las dichas tavernas de los dichos arravales de allende e aquende de la puente desta ciudad, dinero ni fruta ni otra cosa alguna, aunque sea de comer, así como que no puedan vender en las dichas tavernas de los dichos arravales cosa alguna, salvo solamente bino e fruta, con la única excepción de los días de celebración de las ferias de San Juan de junio e feria franca de la dicha ciudad, es decir, la de Septiembre24, con la �nalidad de que no perdieran, como a�rma Ladero Quesada, esa dimensión lúdica que a menudo es la única que han conservado las actuales ferias25. Así pues, en la segunda mitad del siglo xv la feria de Don Guiral ya había perdido su condición de tal, para convertirse en un mercado franco de siete días de duración a celebrar en la semana de Ramos, tal como explícitamente se re�ere en la ordenanza que sobre los mercados francos aprobó el concejo salmantino el 24 de diciembre de 1528, y que textualmente dice:

Otrosí, por quanto en el mes de septiembre de cada año se acostumbra a hacer en esta ciudad una feria de veinte días, e por la semana de Rramos de cada año se acos-tumbra a hacer un mercado en el tesso fuera desta dicha ciudad e alrrededor della, e ansimesmo se haçe otra feria por San Juan que se llama feria de San Juan, que todo lo de suso dicho e declarado no sestienda ni entiende a cosa alguna de lo que se vendiere en la dicha feria de septiembre, en el dicho mercado de Rramos e feria del tesso, por ser

21 Vid. Martín, J. L.: Ordenanzas de Salamanca. Libro cuarto: abasto de la ciudad, Salamanca, Mercasa-lamanca, 1997, p. 151, concretamente el «Título xiii que trata de los mercados francos», aprobado el 24 de diciembre de 1528. No es, por tanto, del todo cierta la a�rmación de que «las ferias, de las que hay testimonios desde 1273, se celebrarían en estos espacios mercantiles: en general intramuros, en la plaza de San Martín, aunque hubo una, sobre todo de ganados, al otro lado del Tormes, en el S.; es la llamada “feria del Teso”, en el mes de junio», correspondiente a Ladero Quesada, M. Á.: «Economía mercantil y espacio urbano: ciudades de la Corona de Castilla en los siglos xii a xv», B.R.A.H., 191, 1994, p. 253. La única feria salmantina que se celebró en el interior de la ciudad, en la plaza de San Martín, fue, como se verá, la de Septiembre.

22 En ella únicamente se alude a la de Junio, entonces denominada del Teso: demás e allende de la feria del Teso que en ella se faze de cada año, edit. por Vaca Lorenzo, Á.: Op. cit., p. 287.

23 Vid. nota 12. 24 Edit. por Martín, J. L.: Op. cit., pp. 114-115.25 Ladero Quesada, M. Á.: Las ferias de Castilla, p. 103. En tal sentido, ahora vuelve a adquirir el sen-

tido conceptual original, ya que la palabra latina feria signi�ca �esta, al tiempo que estaba desvinculada de cualquier práctica mercantil.

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como es el dicho mercado de Rramos e feria del tesso fuera desta dicha ciudad, salvo que se faga como siempre se á fecho e acostumbrado26.

A principios del siglo xvii, año de 1619, en las ordenanzas recopiladas por el regidor salmantino, Antonio Vergas de Carvajal, aún aparece como el mercado de la semana de Ramos27, pero �nalmente, según Villar y Macías, esta, primero, feria de Don Guiral, luego, mercado de Ramos «hasta los últimos tiempos se denominó de Boti-gero; desde 1853 se celebra por Pascua de Resurreccion»28.

3. La feria de Junio, del Teso o de San Juan de Junio, al principio del verano

Si del traslado de la fecha de celebración de la primitiva feria ordenado por Al-fonso X en 1273 nació la que se conocería como feria de Don Guiral, creo que aquella otra, la que se faze en el mes de junio, no dejó de celebrarse del todo y que, incluso, ad-quirió pronto mayor relevancia a nivel local y regional, ya que en el siglo xiv servía de referencia para el pago de la renta de determinados contratos, como el arrenda-miento suscrito el 14 de octubre de 1317 entre el cabildo catedralicio y Domingo Pas-cual, herrador, del huerto cabe la tenería, allende la puente, por dos maravedís, a pagar cada año estos dos maravedís por la feria de Salamanca29, o el acordado el 6 de marzo de 1331 entre Juan Pérez Fremosino y Alfonso Yáñez, procuradores de fray Juan, monje del monasterio de Valparaíso, y el carnicero Juan Pérez Palombo, junto con su mujer doña María, de todo cuanto el monasterio de Moreruela poseía en Francés, aldea de Salamanca, a saber: casas, terras, heras, fazeras, prados, viñas e solares, por un perio-do de seis años y 260 maravedís anuales de renta a satisfacer cada año, segunt dicho es, enlla feria de Salamanca que cay en el mes de junio30.

Asimismo, es de suponer que también se re�era a esta feria de Junio el suceso acaecido el año 1340, cuando, durante el desarrollo de la misma, Sancho de Palacios, quien en otra manera es clamado Sancho Gonçáluez, mercader de Zaragoza, que había acudido a la feria de la ciudat de Salamanca del rregno de Castiella con panyos, dineros et otras mercaderías, valientes trenta mil morauedís castellanos, y con carta de seguridad real dada a él y a otros mercaderes, una vez en ella fue expoliado de todas las mercaderías et cosas sobredichas que tenía en su posada et en la dicha feria por Juan García por mandato del rey y de Simón González de Burgos, el qual se dezía alcayde de las sacas de los cauallos, al tiempo que conducido preso a Sevilla, donde permaneció no menos de cinco meses antes de comparecer ante el rey, acusado calupniosament de sacas de cauallos del reino castellano. Demostrada su inocencia y liberado, el rey aragonés, Pedro IV el Ceremonioso, escribió al rey castellano, Alfonso XI, para que las mercaderías

26 Edit. por Martín, J. L.: Op. cit., pp. 151-152.27 Todas las limitaciones de arriba no se entienden en la Feria de Setiembre, en el mercado de la semana de

Ramos, ni en la Feria de san Juan, edit. por Vergas de Caravajal, A.: Ordenanças desta civdad de Salamanca, Salamanca, 1619, p. 41.

28 Villar y Macías, M.: Ob. cit., lib. III, p. 10.29 En ACSA, Actas Capitulares, lib. 1, fol. 35, cit. por Vicente Baz, R.: Los libros de Actas Capitulares de

la catedral de Salamanca (1298-1489), Salamanca, Publicaciones del Archivo Catedral de Salamanca, 2008, p. 125, reg. 75.

30 En A.H.N. Clero. Moreruela, carp. 3.557, núm. 17, edit. por Alfonso Antón, I.: La colonización cisterciense en la Meseta del Duero. El dominio de Moreruela. (Siglos XII-XV), Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos «Florián de Ocampo», 1986, p. 564, doc. 224.

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 39

e cosas sobredichas, assí tomadas e [tollidas] contra toda razón et justicia, et los danyos et missiones sostenidos et fechas por aquesta razón al dicho Sancho Goncáluez, mediant justicia restituir et de liurar fagades31. Este tipo de acciones contra los mercadores, a pesar de estar amparados por el Fuero de Salamanca32 y por la fórmula «salvos e seguros» que desde las Partidas33 se reitera en las concesiones feriales de los monarcas medievales posteriores, así como en el Ordenamiento de Alcalá de 1348 y en las disposiciones de las Cortes de Santa María de Nieva de 1473, con imposición de penas a quienes no la acataran, fue bastante frecuente y no sólo durante el desarrollo de la feria, sino también y posiblemente en mayor medida en el viaje de ida o vuelta, tal como ejempli�ca el caso, documentado un siglo después, de Rodrigo Alonso, vecino de Cuenca de Campos: sobre el año 1466, yendo él del dicho logar de Cuenca a la feria de Salamanca, que se faze en el mes de junio de cada vn año, mientras posaba y dormía en el mesón de Villagarcía, junto a otras çiertas personas que hiban a la dicha feria, el señor del lugar, Gutierre Quijada, le tomó por la fuerza los treze mill maravedís que llevaba para conprar de carneros y otras cosas en la dicha feria de Salamanca, así como a los otros que con él venían, posaban, al amenazarles con que, por la mucha necesidad que tenía de dinero, en todas maneras, por fuerça o por grado, que vos avían de dar todos los dineros que traýan o que les faríades echar donde no viesen sol nin luna34.

Al contrario que la de Don Guiral que perdió su condición y se transformó en el mercado semanal de Ramos, esta feria de Junio no decayó y superó el �n de la Edad Media, que resulta el periodo que más información suministra.

En efecto, en el último siglo medieval esta feria de Junio cambió de denomina-ción y comenzó a ser designada con los nombres de feria del Teso y feria de San Juan o de San Juan de Junio. La denominación feria del Teso se halla documentada por prime-ra vez en 1467, en la carta de institución de la feria de Septiembre por el rey Enrique IV: tengo por bien e es mi merçed que, agora e de aquí adelante para sienpre jamás, aya en esa çibdat de Salamanca vna feria �anca, demás e allende de la feria del Teso que en ella se faze de cada año35. Es evidente que el cali�cativo obedecía al lugar de su celebración, en el Arrabal del Puente, al otro lado del río; así lo re�ere en 1496 Lucio Marineo Sículo36 y repetitivamente se halla en una pesquisa realizada por Diego Osorio, corregidor de Salamanca, entre el 26 de junio y el 5 de julio de 1505 por mandato de la reina Juana y a petición del platero Alonso de Lares sobre ciertos impuestos (rrenta de los suelos)

31 Además del expolio, Sancho González, con ocasión de su prisión en Sevilla, ouo a sostener danyos et messiones que monta cinquo mill morauedís et más. En Archivo de la Corona de Aragón. ACA, CANCILLE-RÍA, Cartas Reales, Pedro III [IV], 1275.

32 «241. Quien prendar mercador. Quien mercador prindar o su aver presier sin mandado de los alcal-des o de las iusticias peche LX sueldos», en Martín, J. L. y Coca, J. (eds.): Fuero de Salamanca, Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca, 1987, p. 98.

33 Dicho amparo y protección quedan explícitamente recogidos en la Partida 5, tít. VII, ley IIII, titula-da «Como los mercadores e sus cosas deuen ser guardados», edit. y glos. por López, G.: Las Siete Partidas del Sabio Rey don Alonso el nono, Salamanca, Andrea de Portonaris, 1555.

34 De todas formas, tuvo la «gentileza» de devolverle dozyentos maravedís porque no le quedaba dinero ninguno para el camino. Habiéndole reclamado en reiteradas ocasiones lo robado, al cabo de veinte años, Rodrigo Alonso acudió a los Reyes Católicos, y estos ordenaron a Gutierre Quijada restituirle los trece mil maravedís o, en caso contrario, presentarse ante ellos para explicar las razones del incumplimiento del mandato. En Archivo General de Simancas (AGS), RGS, LEG. 148606, 147.

35 Edit. Vaca Lorenzo, Á.: Op. cit., p. 287.36 Vid. nota 12.

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cobrados a los feriantes, como, por ejemplo, en la declaración del testigo Alonso Martínez, de unos 38 años de edad, quien, preguntado cómmo lo sabe, dixo que porque de veynte e çinco años a esta parte ha visto este testigo hazer en el Arrabal desta çibdat la dicha feria de Sant Juan37. Y más en concreto, dicha nominación hacía referencia al sitio preciso del Arrabal donde se instalaba el recinto ferial, el hoy llamado Teso de la Feria: asý arriba en el teso commo en baxo o arriba en el teso e ayuso se debían colocar todas las tiendas que se armaren en la dicha feria, según la ordenanza que sobre la renta de los suelos a pagar por los feriantes había aprobado el concejo antes del 31 de mayo de 149738.

Pero también, esta feria de verano, al celebrarse el 24 de junio, festividad de San Juan Bautista39, acabó por ser conocida indistintamente como feria de San Juan o de San Juan de Junio. Como feria de San Juan se encuentra documentada en la citada ordenanza de la renta de los suelos (la rrenta de los suelos de la feria de Sant Juan), así como en la protesta que antes del 21 de junio de 1505 presentó el platero Alonso de Lares ante los Reyes Católicos (en la dicha çibdad de Salamanca, en vna feria que se dize de Sant Juan)40 a propósito de dicha ordenanza y de manera reiterada en la correspon-diente pesquisa que la reina Juana mandó realizar al corregidor Diego Osorio (vna feria que se faze en esta dicha çibdad de Salamanca por el mes de junio en cada vn año, que llaman la feria de Sant Juan)41 o, en �n, en la ordenanza de los mercados francos de 1528 (ansimesmo se haçe otra feria por San Juan que se llama la feria de San Juan)42. Mientras que la denominación feria de San Juan de Junio, aunque aparece en menos ocasiones, también se halla documentada en 1500, en la ordenanza concejil que prohibía jugar en las tabernas de los arrabales, salvo en las ferias de San Juan de junio e feria franca de la dicha ciudad43, y en la respuesta dada por el zapatero Antón Conejero a la segunda pregunta que le hizo el corregidor Diego Osorio en la pesquisa de 1505: dixo que sabe la dicha feria de Sant Juan de Junio que se faze en esta dicha çibdad porque la ha visto fazer e vendido e conprado en ella44.

La duración de esta feria del Teso era la misma que la de Don Guiral, quince días, según la citada sentencia del portazgo de 1397 (que duran cada vna dellas quinze días

37 En AGS. Cámara de Castilla. Pueblos, leg. 16, doc. 295, fol. 9v. Otras referencias de esta fuente a la ubicación de la celebración de la feria de Junio: la feria de Sant Juan, que se haze lo más e mijor della en el Arrabal de la dicha çibdad (fol. 4v.); que sacan tiendas a la dicha feria de Sant Juan al Arrabal de allende la puente, donde es lo más della (fol. 12v.); al que sale al Arrabal de allende la puente desta dicha çibdad, donde se haze lo más de la dicha feria (fol. 13v.); los que sacan tienda al Arrabal allende de la puente, donde hazen lo más de la dicha feria (fol. 14v.); y se haze en esta çibdad de Salamanca la dicha feria de Sant Juan allende la puente, en el Arrabal de la dicha çibdad (fol. 15).

38 Ibidem.39 Una de las respuestas dada por el testigo Gabriel Sarmiento, platero de Salamanca, en la ya citada

pesquisa realizada por el corregidor Diego Osorio el 26 de junio de 1505 fue: que sabe que la dicha feria con-tenida en la dicha pregunta que se faze en esta dicha çibdad por el día de Sant Juan de Junio, e que lo sabe porque ha vendido e conprado en ella, en ibidem, fol. 11v.

40 En AGS. Cámara de Castilla. Pueblos, leg. 16, doc. 356.41 Numerosas son las referencias de este documento a la denominación feria de San Juan: e que en

esa çibdad es vna feria que se dyze de Sant Juan (fol. 1); las ferias de Sant Juan (fol. 2v.); la feria que se faze en esta çibdad por el mes de junio, que llaman la feria de Sant Juan (fol. 4v.); etc., en AGS. Cámara de Castilla. Pueblos, leg. 16, doc. 295.

42 Edit. por Martín, J. L.: Op. cit., pp. 151-152.43 Ibidem, p. 115.44 En AGS. Cámara de Castilla. Pueblos, leg. 16, doc. 295, fol. 14.

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e non más), con comienzo y �nalización en domingo (cada vna dellas siempre començó e comiença en día domingo e que se acaba cada vna dellas en día domingo; los quales dichos días de domingo del comienço e de la �n de cada vna de las dichas ferias contiene sólamente quinze días e non más de todo el año, ende qualquier parte dél) y su celebración se faze en el mes de junio, más bien en su segunda mitad, al incluir el día de la festividad de San Juan Bautista.

La información sobre la procedencia de los feriantes es muy escasa. Sólo se cono-ce a ciencia cierta la de tres mercaderes: el primero, junto a otras çiertas personas que hiban a la dicha feria, provenía de un lugar cercano de la corona de Castilla, se trata del referido Rodrigo Alonso, comprador de carneros, que vivía en Cuenca de Campos; el segundo venía de una ciudad castellana más alejada, Toledo, o, al menos, de allí eran las dúas grandes candeas, /as que de Toled’ aqui /trouxe, que non son feas45 y que co-locó ante el altar de la Virgen; y el tercero, Sancho González, comerciante de paños, era vecino de Zaragoza y natural de la corona de Aragón, lo que permite deducir que esta feria había superado el radio de atracción comarcal y que se insertaba en circui-tos comerciales de más largo alcance. De todas formas, de la lectura de la ordenanza sobre la renta de los suelos de la feria y de la pesquisa realizada a raíz de la protesta del platero Alonso de Lares se extrae la impresión de que muchos de los feriantes eran o�ciales artesanos salmantinos que aprovechaban la feria del Teso para vender sus producciones en tiendas instaladas en el recinto ferial o, incluso, en sus talleres permanentes del recinto urbano.

También resulta escueta la información sobre los tipos de mercaderes que a ella acudían y sobre las mercancías que mercadeaban y se carece de cualquier indicio so-bre el volumen de contratación; de hecho, casi toda ella procede de una única fuente documental: la citada ordenanza sobre la renta de los suelos de esta feria, de fecha no explícita, aunque anterior al 31 de mayo de 1497, y relativa a los feriantes que armaren tiendas en el recinto ferial. En ella se citan expresamente los siguientes tipos de mercaderes y de mercancías: cerrajeros, odreros, caldereros, silleros, silletas de madera, lienços, picoteros, carniçeros, taverneros (vino), rrateleros, çapateros, cortidores, barberos, colleras, bohoneros, çahoneros, palas, barro vidriado (platos, altamías), arineros, çedaçeros (çedaço, tanborete), canastillos, olleras (olla, cántaro), picheles de madera, corrioneros, lençe-ras, reholladores, corredores, tenderos, escodillas, tajadores de madera, plateros (sortija), can-biadores y cuchilleros. A los que hay que añadir los comerciantes y mercancías, no citados en la nómina anterior, que se explicitan en la pesquisa que por las protestas suscitadas por la aplicación de dicha ordenanza mandó realizar la reina doña Juana en 1505, como fruteros, herreros, hozes, rrieias, agujas, bolsas, traperos, calçeteros, lençere-ros y cabestreros.

El grado de exención de esta feria del Teso, lo mismo que en el caso de la de Don Guiral, se limitaba al portazgo de aquellas mercancías que eran objeto de transacción en la misma, no así de aquellas otras que estaban de paso, que tenían que pagar los correspondientes derechos de tránsito, tal como se contiene en la citada sentencia del portazgo de 1397: en las quales dichas ferias non se paga portadgo en la dicha çibdad, saluo de lo trauesío. Desde luego y al contrario que la feria de Septiembre de 1467, la del Teso nunca alcanzó ni obtuvo el privilegio de que sus transacciones fueran francas de alcabala, según se deduce de las declaraciones de ciertos testigos presentados por el

45 Versos 42-45 de la cantiga 116 del códice rico de El Escorial, en op. cit., p. 192.

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42 ÁNGEL VACA LORENZO

platero Alonso de Lares, cuando en 1505 recurrió ante la reina doña Juana la referida ordenanza municipal sobre la imposición de la renta de los suelos de la feria, tanto a los que llevasen sus mercancías a vender en las tiendas instaladas en el recinto ferial como a los que las vendiesen durante los días feriados en sus tiendas permanentes:

Alonso Martínez pensaba que «viene mucho daño a esta çibdad y a la dicha feria e a las alcavalas de la dicha feria, que muchos dexan de venir a la dicha feria a vender su mercadería por el dicho tributo».

De parecida forma opinaba el testigo Bartolomé de Alba, al testi�car que «ha visto quexar a muchos en la dicha feria de Sant Juan de Salamanca, asý vecinos de Salaman-ca commo de fuera, de la dicha ynpusyçión que les llevan de los dicho suelos, e que an-tes no vernían a la dicha feria que pagar el dicho tributo; e porquesto sabe que rresçibe mucho daño la dicha çibdad e vecinos della, e avn se pierden las alcavalas de la dicha feria por los dichos suelos que le lievan e piden, porque se quita mucho del trato».

Idéntica opinión poseía el zapatero Antón Conejero, cuando a�rmaba «que sabe que por llevar los dichos suelos viene grand daño e perjuyzio a los vecinos de la dicha çibdad e a la dicha feria porques asý muy notorio, porque ha visto quexar a muchos diziendo que los rroban en llevar los dichos suelos; e que cree que a esta cabsa dexarán muchos de venir a la dicha feria e por ella verná daños a las rrentas del rrey».

Y, por último, el agujetero Pascual Martín testi�có en el mismo sentido, «que sabe que por se llevar los dichos suelos en mucho daño de la dicha çibdad e vecinos della e de la dicha feria e alcavalas de sus Altezas, porque por llevar los dichos suelos vnos venden sus mercaderías escondidas e otros no vienen a la dicha feria»46.

Pero, aunque las mercancías estuvieran exentas de portazgo y sus transacciones hubieran estado francas de alcabala, eran muchos los bene�cios que se derivaban de la celebración de una feria y no siempre mediante una simple e inmediata relación de causa a efecto, sino a través de mecanismos más complejos y variados, como señala el profesor Ladero Quesada: incremento de la circulación de bienes y mercancías en periodos del año no feriados, atracción y asentamiento de nuevos pobladores, venta de productos no exentos o fuera del recinto ferial, comercialización de productos acumulados por los señores o los vecinos, y, «además, se cobraban derechos sobre el asentamiento de puestos en el suelo de la feria, otros para compensar la actividad de los aposentadores, alguaciles, corredores de comercio»47. Efectivamente, de esta feria del Teso, al decir de Lucio Marineo Sículo, «consigue la urbe pingües bene�cios e ingresos»48, sobre todo el concejo, más que otra institución urbana49, sería el principal

46 En AGS. Cámara de Castilla. Pueblos, leg. 16, doc. 295, fols. 10, 10v., 15 y 16, respectivamente.47 Ladero Quesada, M. Á.: Las ferias de Castilla, p. 85.48 Sunt et aliae feriae sexto kalendas julias quae �unt in suburbano trans �umen, ex quibus civitati magna

commoda emolumentaque proveniunt. Tunc enim cives et mercatores omnes emendis vendendisque rebus ac mer-cibus et sibi ipsi et aliis omnibus consulunt, edit. por Beltrán de Heredia, V.: Op. cit., p. 147, doc. 851, y traducción en Fernández Vallina, E. y Vaca Lorenzo, Á.: Op. cit., p. 43: «Hay también otras ferias el día veintiséis de junio, las cuales se celebran en el suburbio de la otra margen del río, y de ellas consigue la urbe pingües bene�cios e ingresos. Pues en ese día todos los ciudadanos y los mercaderes todos se ocupan en dar consejos, a sí mismos y a todos los demás, sobre lo que hay que comprar y vender y sobre los precios de las mercancías».

49 Sin duda alguna, el más perjudicado por la exención del portazgo era el cabildo que desde 1102 disfrutaba de una tercera parte de sus ingresos por donación del conde Raimundo de Borgoña y su esposa Urraca: Et adhuc damus uobis ex omni tertia parte Salamantine ciuitatis census, que in nostra parte euenerit, ut tertia inde pars in quocunque loco uel quolibet modo eam reperire poteritis, tam de portatico quam etiam de monta-tico, edit. por Guadalupe Beraza, M. L. et al.: Op. cit., p. 43, doc. 3.

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bene�ciario porque, entre otras cosas, durante su celebración se cobraban, al menos, dos tributos municipales: uno para compensar la actividad de los alguaciles y otro por el asentamiento de puestos y venta de mercancías en el recinto ferial.

Los alguaciles eran los responsables de la vigilancia de la feria y tenían como mi-sión principal tratar de evitar que se cometiesen robos, violencias u otras tropelías con-tra los mercaderes y sus mercancías; para compensar esta función, los de Salamanca, en tiempo de la feria que en dicha çibdad se faze por el mes de junio y, más en concreto, en el domingo general de la dicha feria, tenían por costumbre dar una bebida a todos los que la querían rresçebir, por la que cobraban muchos derechos, demasyados de más de los que avían de llevar de las mercancías y bienes que a la dicha feria venían, asý de los de la dicha çibdad commo de los de fuera della. Ello había originado muchas quejas y que algunos feriantes hubieran dejado de acudir, por lo que el concejo, reunido en el monesterio de señor Sant Esteuan de las Dueñas, en el Arrabal de Allende la Puente, el 11 de junio de 1490 aprobó una ordenanza que poco después, el 30 de julio de ese año, sería con�rmada por los Reyes Católicos desde Córdoba. En ella se reconocía que los dichos alguaziles están en huso e costumbre de dar el domingo general de la dicha feria vna beuida a todos los que la que-rían rresçebir y que por ello se había ordenado el cobro de ciertos derechos, pero, sin embargo, también se venía a reconocer que los citados alguaciles se habían extralimi-tado en el cobro de sus derechos y han tomado e toman osadía e atrevimiento de, so color de dar la dicha beuida e por ella, de llevar, commo lieuan, los dichos derechos e en gran suma de los que de levar auían, segund las ordenanças por el dicho conçejo antiguamente aprobadas. Por todo ello y queriendo prover al pro e bien de la dicha çibdad e su tierra e porque la dicha feria sea mijor proveýda de las dichas mercadorías e provisyones e bastimentos, se ordenó que los alguaciles dejaran de dar la dicha beuida que asý el dicho domingo general de la dicha feria acostumbrauan de dar e davan y que percibieran los mismos derechos y de las mismas cosas que durante el resto del año no feriado, salvo el derecho de las perdizes doblado de commo lo acostumbran leuar entrel año de las mugeres públicas de la mancebía50. Curiosa ex-cepción de permitir a los alguaciles de Salamanca cobrar el doble de lo acostumbrado en el «tributo de la putería» durante los quince días de duración de la feria del Teso que quizás obedecía a dos motivos: al incremento del negocio del sexo en el periodo ferial por la gran a�uencia de gente y posiblemente también de prostitutas de fuera y a que tal vez se ejerciera allí, en el Arrabal, de manera preferente esta actividad sexual. Desde luego, bien «se puede decir que el �sco feudal no carece de imaginación para encontrar ocasiones de engrosar sus arcas»51.

El llamado derecho de las perdizes ya se contemplaba en el fuero de Ledesma, al orde-nar a las moyieres de siegre que entregaran al juez senos pares de perdizes cada iueues por tenerlas aderecho52. Se trataba, pues, en origen de un impuesto semanal a pagar los jue-ves y en especie, sendos pares de perdices, al juez de la ciudad por las prostitutas para su amparo y protección legal, que, posteriormente, en unas posibles Cortes reunidas

50 AGS, RGS, LEG, 149007,45.51 Cuéllar, M. del C. y Parra, C.: «Las ferias medievales, origen de documentos de comercio», en

Real, E., Jiménez, D., Pujante, D. y Cortijo, A. (eds.): Écrire, traduire et représenter la fête, Valencia, Uni-versitat de València, 2001, p. 107.

52 «De juyz. Jviz tenga uoz de iudios e adugalos aderecho; e moyieres de siegre e sieruan aliuyz e el tengalas aderecho; e den ellas aliuyz senos pares de perdizes cada iueues», en Castro, A. y Onís, F. (eds.): Fueros Leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes. I Textos, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1916, p. 268.

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en Toro por el rey Enrique III en 1398, se legisló su abono en moneda, doce maravedís anuales para las putas públicas, las que ejercían su profesión en la mancebía concejil, y veinticuatro maravedís para las rameras o cantoneras, las que la practicaban libre y clandestinamente53, para �nalizar cuando los Reyes Católicos, intentando uni�car este derecho, promulgaron en las Cortes de Madrigal de 1476 que fuera cobrado por los alguaciles anualmente en todo el reino y en las cantidades ya ordenadas por Enrique III, a razón de doce maravedís a cada meretriz pública y veinticuatro a las prostitutas encubiertas54. De todas formas, esta última disposición debió caer pronto en el olvido y «los alguaciles siguieron cobrando en cada lugar los derechos que le permitía la legis-lación municipal con independencia del carácter de la mujer pública»55.

Por otra parte, el Arrabal Allende la Puente parece un sitio apropiado para el ejer-cicio de la prostitución por estar apartado del núcleo urbano y ser lugar de tránsito obligado para todos los que accedían o salían de la ciudad por la parte meridional a través del puente romano; además, allí radicaban varios mesones56 que solían ser, ade-más de las mancebías, lugares tradicionales de actividad prostibularia57. Es por tanto posible que en dicho arrabal radicara la primitiva mancebía de la ciudad que se cita en esta ordenanza de 1490. Desde luego, allí fue construida unos ocho años después la de�nitiva mancebía por el regidor Juan Arias Maldonado58, en el mismo lugar del

53 Incluida en una respuesta de los Reyes Católicos (26 de marzo de 1489. Medina del Campo) a una protesta de tres «mugeres del partido» de Medina del Campo (Catalina, María y Catalina) a las que la justicia y alguaciles habían exigido cargas superiores a las establecidas por «el señor rrey don Enrrique, mi auuelo, que santa gloria [aya, en l]as Cortes que �zo en [la] çibdad de Toro, entr[e otra]s leyes que él �zo e hordenó, vna ley que [çerca] de lo suso dicho habla; su thenor de la qual es este que se sygue: Otrosý, por quanto se halla que lievan de cada puta pública XII mrs. e de la rramera XXIIIJ mrs, e esto vna vez en el año; es mi merçed que lo ayan e lieven, seyendo primeramente juzgado por los mis alcaldes», en AGS, RGS, LEG, 148903,205. Vid., Mitre Fernández, E.: «Mujer, matrimonio y vida marital en las Cortes castellano-leonesas de la Baja Edad Media», en Segura Graíño, C. (ed.): Las mujeres medievales y su ámbito jurídico: Actas de las Segundas Jornadas de Investigación Interdisciplinaria, Madrid, Seminario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma, 1983, p. 83.

54 Así consta en la respuesta dada por los Reyes Católicos (1498, noviembre 7. Ocaña) a la reclama-ción presentada por Diego de Ribera, que poseía la mancebía de Madrid, donde los alguaciles cobraban a las mujeres del partido un real anual por perdices: «Otrosý, los dichos alguaziles lleven de cada puta de partido doze maravedís e de la rramera veynte e quatro maravedís vna vez en el año, seyendo vna vez judgado por los nuestros alcaldes», en AGS, RGS, LEG, 149812,304. En términos muy similares consta en Ordenanzas Reales de Castilla, Toledo, 1549, lib. II, tít. XIIII, ley XXXII: «Otrosí, los dichos nuestros algua-ziles lieuen de cada puta pública XII mrs. y de la ramera XXIIII mrs. vna vez en el año, seyendo primera-mente juzgado por los nuestros alcaldes». Vid. López Beltrán, M. T.: La prostitución en el reino de Granada a �nales de la Edad Media, Málaga, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2003, p. 61.

55 Ramos Vázquez, I.: «La represión de la prostitución en la Castilla del siglo xvii», en Historia Ins-tituciones Documentos, 32, 2005, p. 274, quien prosigue que «durante los siglos xvi y xvii, hasta que se prohibiera en el año 1623 el ejercicio de la prostitución, el derecho de perdices continuó devengándose en el reino de forma generalizada aunque no unitaria».

56 Entre otros, el de Gonzalo Flores, el de la Trinidad y el de la Portuguesa, en Vaca Lorenzo, Á.: «La Vía de la Plata a su paso por Salamanca», Salamanca, Revista de Estudios, 48, 2002, p. 30.

57 El 27 de agosto de 1485, el bachiller y racionero Martín de Treviño arrendó de por vida a Pedro Carpintero unas casas y mesón, que poseía fuera del recinto murado de Salamanca, cerca de la Puerta del Río, «con las condiçiones siguientes e con cada una dellas: la una, que non tenga tablero de juegos en que se juegue dinero seco, nin muger nin mugeres del partido nin rameras, o que sean de malbevir de tres días adelante», edit. en Vaca Lorenzo, Á.: Diplomatario del Archivo de la Universidad de Salamanca. La documentación privada de época medieval, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1996, doc. 71.

58 Aunque en un principio dicha merced fue otorgada a Juan García de Abarrategui, mozo de ba-llesta del rey Fernando, por su hijo, el malogrado príncipe don Juan, en agradecimiento a los servicios

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recinto ferial y, al igual que en Palencia59, cerca de la ermita de Rocamador, exacta-mente en el Arrabal Allende el Puente, a do dizen los Barreros, donde se açen las ferias, de la esquina del huerto del mesón de Gonzalo Flores, yendo todo derecho arriba azia el teso de la feria, en que auía 34 baras de fondo, diez baras de ancho, caue la dicha esquina, y que ttomadas las dichas 34 baras, siguiese todo por derecho por el dicho tesso asta dar en derecho del moxón del mesón de la yglessia a la Trinidad, que estaua caue las Botticas; y desde dicho moxón fuese siguiendo por derecho asta salir y dar en la fronttera de la dicha esquina del guerto de Gon-zalo de Flores, donde primero se comenzó60. Esta ubicación trastormesina de la mancebía salmantina daría origen a una �esta de gran arraigo popular hoy, el Lunes de Aguas, pues, como señala José Iglesias de la Casa, «el motivo que tubieron los Salmantinos para llamarle Lunes de las Aguas fue que en el Arrabal fuera del Puente habia una casa donde vivian muchas mugeres Rameras; estas nunca entraban en la Ciudad si no es el dia Lunes despues del Domingo de Albillo que venian à cumplir con el precepto anual a la Iglesia Mayor; y luego se bolbian à su posada y decían: Vamos a passar las aguas, y este dia tenían una gran merienda: y preguntándolos porque no entraban en la Ciudad, respondian, de año a año el Lunes pasamos las Aguas del Tormes. Y de aquí biene la corruptela del Lunes de Aguas. El año no he podido aberiguar»61.

Y en cuanto al cobro de tributos por el aposentamiento de los puestos en el recin-to ferial, el concejo también había aprobado otra ordenanza con anterioridad al 31 de mayo de 1497, pues en el consistorio de dicho día modi�có ciertos aspectos de la misma, en la que se especi�can los presçios e quantías de maravedís e de otras cosas que, en concepto de la rrenta de los suelos de la feria de Sant Juan, debían pagar al arrenda-dor del derecho de los suelos y de los otros bienes de propios todas las tiendas que se armaren en la dicha feria, asý arriba en el teso commo en baxo en toda la dicha feria62; dicho tributo, que podría ser considerado como «un alquiler del terreno perteneciente al concejo y que éste permitía utilizar»63, se arrendaba a pregón junto con los otros bienes de propios de la ciudad64. En la mayor parte de los casos se trataba de un impuesto en dinero, con cantidades que nada tenían que ver con el monto de lo vendido y que oscilaban entre los dieciocho maravedís que pagaban las veinticinco tiendas

prestados en la guerra de Granada. Su proceso de construcción y régimen normativo ha sido ya estu-diado por Lacarra, M. E.: «La evolución de la prostitución en la Castilla del siglo xv y la mancebía de Salamanca en tiempos de Fernando de Rojas», en Corfis, I. A. y Snow, J. T. (eds.): Fernando de Rojas and Celestina: Approaching to the Fifth Century, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1993, pp. 40 y ss. A la documentación utilizada en este estudio, habría que añadir dos documentos del AGS, RGS, LEG. 149803,435 y 149805,11.

59 «La mancebía palentina se encontraba situada en las afueras de la ciudad junto a la ermita de San-ta María de Rocamador y el popular barrio de la Puebla», en Esteban Recio, M. J. e Izquierdo García, M. J.: «Pecado y marginación. Mujeres públicas en Valladolid y Palencia durante los siglos xv y xvi», en Bonachía, J. A. (coord.): La ciudad medieval. Aspectos de la vida urbana en la Castilla bajomedieval, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1996, p. 145.

60 En AHMSA. Tumbo, libro 1.230, caja 3.380, fols. 233v.-235. Edit. González García, M.: Salamanca: la repoblación y la ciudad en la Baja Edad Media, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1988, pp. 147-148, doc. 8.

61 Iglesias de la Casa, J.: manuscrito sin título, fol. 576.62 En AGS. Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 16, doc. 295.63 Carlé, M. del C.: «Mercaderes en Castilla (1252-1512)», C.H.E., XXI-XXII, 1954, p. 158.64 El agujetero Pascual Martín, testigo presentado por el platero Alonso de Lares en la pesquisa que

la reina doña Juana mandó realizar a propósito del cobro de este tributo, tenía un concepto muy negativo de los que arrendaban esta renta: que sabe a los más çeviles ynfames de la dicha çibdad la dicha çibdad arrienda la dicha rrenta. En AGS. Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 16, doc. 295, fol. 15.

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colocadas a mano derecha de Nuestra Señora de Rocamador65, así como cada uno de los corrioneros, y los seis maravedís que satisfacían los que truxieren colleras bohoneros. De todas formas, la cantidad más usual era la de doce maravedís que tenían esta-blecidos para los silleros, picoteros, carniçeros, taverneros, rrateleros, çapateros, cortidores, çahoneros, arineros, reholladores, corredores, tenderos, canbiadores y cuchilleros, así como para las tiendas que están debaxo del portal de Redocamador; mientras que los barberos y las lençeras sólo pagaban nueve maravedís. Por su parte, los que truxieren lienços no abonaban una renta monetaria �ja por tienda, sino en función de la cantidad de género puesto a la venta: de treynta varas arriba, de cada vno quatro maravedís e medio, e dende ayuso, de cada pieça tres blancas. Había otros que liquidaban el impuesto con una parte del producto, generalmente una unidad de cada diez, como los que truxieren silletas de madera, canastillos y picheles de madera, lo que hace suponer que este tributo podría alcanzar hasta el diez por ciento del valor total de la mercancía. En otras ocasiones, sin embargo, se pagaba una unidad por carga, como los çedaçeros, olleras y los que truxieren escodillas e tajadores de madera. Un caso especial lo constituían los plateros, pues eran los únicos que podían saldar el derecho de los suelos de la feria bien en dinero metálico, vn rreal de plata, o en especie, vna sortija que lo valga.

Esta renta de los suelos concernía a todos los feriantes que, indistintamente de su procedencia de fuera o de la propia ciudad de Salamanca, armaren tiendas en el recinto ferial. El prototipo de tienda solía medir nueve pies, pues en caso de superar dicha medida, que pague vn maravedí de cada pie; pero, si una tienda era ocupada por dos o más feriantes, que cada vno pague su suelo. Ahora bien, los feriantes que vinieren de fuera parte a la dicha feria e no pusieren tiendas en ella, es decir, los humildes vendedo-res ambulantes, los quales lo traen a cuestas por la dicha feria e çibdad, syn poner mesa nin hazer asyento, así como los vezinos de la dicha çibdad de Salamanca que no touieren suelos e tiendas allende de la puente en la dicha feria, tenían tipos impositivos sensiblemente inferiores, se reducían a la mitad, que paguen senzillo.

La aplicación de esta ordenanza municipal sobre la renta de los suelos de la feria del Teso suscitó múltiples protestas por parte de los artesanos y comerciantes sal-mantinos, así como por los que venían de fuera. En concreto, el platero Alonso de Lares, vecino de la parroquia de San Isidro, envió un escrito a la reina doña Juana, en el que, en primer lugar, le informaba, entre otras cosas, de que, estando defendido por leyes de vuestros rreynos, que en ningunas çibdades nin villas nin lugares no se lleven suelos nin otros derechos ningunos, syn ser por Vuestra Alteza mandado, sin embargo, en la dicha çibdad de Salamanca, en vna feria que se dize de Sant Juan, llevan de todas las casas e tiendas que ponen en la dicha feria e de la dicha çibdad, de cada casa e de cada tienda, çiertos maravedís, al tiempo que le suplicaba provea en cómo se ayan devolver los maravedís asý

65 Una ermita, en cuyo hospital de peregrinos, en 1560, el hospitalero tenía explícitamente prohibido: «que no a de tener ni recibir ni acoger en tiempo de feria ni en otro tiempo otras personas, ni llevar nada por ello», en Hernández Jiménez, M.: «El hospital de peregrinos de Nuestra Señora Santa María de Ro-camador de Salamanca y su ermita», en Memoria Ecclesiae X: Bene�cencia y hospitalidad en los archivos de la Iglesia. Santoral hispano-mozárabe en las diócesis de España, Oviedo, 1997, p. 332. Dicho hospital y ermita eran regentados por una cofradía de la misma denominación, en idem: «La cofradía de caballeros de Nuestra Señora, Santa María de Rocamador de Salamanca», en Memoria Ecclesiae IX: Parroquia y arciprestazgo en los archivos de la Iglesia (II). Cantoral hispano-mozárabe en España, Oviedo/Salamanca, 1996, pp. 527-537. Vid. también Llamas Martínez, E.: Las ermitas de Salamanca, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1997, pp. 133-136, apénd. II.

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llevados o las prendas que por ellos se sacaron, o lo mande cometer en la dicha çibdad a la persona que Vuestra Alteza fuere seruida66.

La reina doña Juana, atendiendo al escrito del platero Alonso de Lares, el 21 de junio de 1505 envió una provisión real al corregidor de Salamanca, a la sazón Diego Osorio, en la que le ordenaba que en el plazo de veinte días le enviara información sobre lo relacionado por el referido platero, así como su parecer67.

Don Diego Osorio rápidamente mostró su disposición a obedecerla y, para ejecu-tar su cumplimiento, mandó noti�carlo a los procuradores e sesmeros de la dicha çibdad de Salamanca y, en concreto, a Juan de Moscosa, sexmero de la ciudad y de su con-cejo, quien el 26 de junio de 1505 presentó al corregidor vn escripto de ynterrogatorio por donde fuesen presentados (sic) los testigos que en esta cabsa entendía aprovechar. En días sucesivos fueron presentados al corregidor, además de la ordenanza municipal cuestionada, los testigos de parte de la ciudad: el 28 de junio, Alonso de Valladolid, procurador de la ciudad, propuso al corregidor por testigos a los andadores Antón del Paraíso, Alonso de Santa Clara, Pedro de Arapiles y Francisco Portugal, así como al citado Juan de Moscosa y a Francisco de Miranda y, por último, el 30 de dicho mes, presentó un nuevo andador, Alonso Gómez. De todos ellos tomó y recibió el corregi-dor juramento en forma debida.

De otro lado, el último día de junio, la otra parte, el platero Alonso de Lares, tam-bién presentó, primero, un escrito de interrogatorio y, luego, a los testigos siguientes: Pedro Álvarez, mercader, Gabriel Sarmiento, platero, Alonso Martín, Benito, rejero, Juan Vázquez, servillero, Fernando de Santa Clara, Esteban de Salamanca, Tristán Cabeza, pellejero, Antón Conejero, Juan de Lerma, platero, Marcos, cerrajero, Juan Criado, joyero, Paz Quelmiño, agujetero, y Bartolomé de Alba. Y, al igual que los de la otra parte, éstos también juraron ante el corregidor como era usual68.

Las respuestas de los testigos de las partes a las preguntas contenidas en los res-pectivos escritos de interrogatorio fueron lógicamente favorables a las tesis de la parte que los había propuesto. Así los testigos de la ciudad, interrogados por el co-rregidor Diego Osorio, mantuvieron, entre otras cosas: que la ciudad era propietaria de los suelos en que los feriantes ponían sus puestos69; que la ciudad de tanto tienpo que memoria de honbres no es en contrario había cobrado la renta de los suelos de la feria del Teso o de San Juan, pues pertenecían a sus bienes de propios70; que la ciu-dad era muy pobre y tenía pocos propios con que pagar los salarios hordinarios, así

66 En AGS. Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 16, doc. 356.67 En AGS. Cámara de Castilla, Pueblos, leg. 16, doc. 295, fol. 1-1v.68 Ibidem, fols. 2-6.69 En tal sentido, la respuesta de Alonso de Santa Clara resulta ciertamente contundente, al a�rmar

que sabe que tiene la çibdad suelos en la feria, asý de tyendas commo de casas commo de mesones, en que cada vno paga su tributo, segund lo que tiene cada suelo; y que lo sabía porque ha sydo arrendador de la dicha rrenta de los suelos tres vezes e pagado al mayordomo de la çibdad la dicha rrenta e llevado los derechos de los suelos a los vecinos de Salamanca, conforme a la hordenança de la çibdad, ibidem, fol. 6-6v.

70 En este caso la respuesta de Antón del Paraíso, curtidor y de más de cincuenta años de edad, parece signi�cativa, al testi�car que sabe que desde que se acuerda, de más de veynte e çinco años a esta parte, syenpre los vio cobrar por propios de la çibdad e los vio arrendar a la çibdad de Salamanca por propios de la dicha çibdad, syendo sesmero, ibidem, fol. 9.

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como el del corregidor71; y, �nalmente, que el derecho de la ciudad a cobrar la renta de los suelos de la feria, al considerarse bienes de propios, no contravenía ninguna pragmática real72.

Por su parte, los testigos presentados por el platero Alonso de Lares mantuvieron posturas bien distintas: que existían leyes y pragmáticas reales contrarias al cobro de rentas por suelos de plaça nin de ferias, por lo que era de nulo valor y efecto la ordenan-za de la renta de los suelos de la feria del Teso que imponía el concejo de Salamanca, tanto a los que salen a vender a la feria commo a los que no salen a vender a ella; incluso, el propio Alonso de Lares llegó a presentar al corregidor el 5 de julio vn capítulo questá ynserto e ynprimido en el aranzel de los escrivanos que en este caso fabla73; que la ciudad tenía alquiladas, así en el Arrabal como en el recinto intramuros, suelos y casas para tiendas u otros menesteres y que además de la renta anual del alquiler, los inquilinos estaban obligados a satisfacer la dicha ynposyçión ferial; que la imposición de la renta de los suelos de la feria era perjudicial para la ciudad, vecinos y alcabalas porque muchos feriantes de fuera dejaban de acudir a ella o vendían sus mercancías a escon-didas74; y, en �n, que la ciudad cobraba la renta de los suelos a muchos feriantes que vendían su escaso género, syn poner mesa nin hazer asyento, trayéndolo a cuestas, inclu-so a vn moço deste testigo (Benito, rrejero), porque traýa vnas hoçes a cuestas, le prendaron e tomaron por el dicho suelo e ynpusyçión, sin hazer asyento de tienda alguna75.

Vistas y examinadas las anteriores alegaciones de los testigos presentados por las dos partes, así como lo aportado por cada una de ellas, el corregidor Diego Osorio envió a la reina doña Juana su demandado parecer, que resultó bastante equilibrado, pues atendía, aunque sólo parcialmente, las reclamaciones de ambos litigantes:

Digo que, por quanto esta dicha çibdad de Salamanca tiene muy pocos propios y porquesto que se llevan de los suelos es cosa antigua, que se deven llevar de aquí adelante en esta guisa: de los que salen fuera a la feria, porque ocupan el exido de la çibdad; y en quanto a lo que lievan a los o�çiales que no salen a la dicha feria, syno que se están en sus casas, paréçeme muy ynjusto y que non se les deve de llevar,

71 Lo que queda rati�cado por el testimonio de Juan de Moscosa y más al decir que lo sabía porque ha estado a las quentas commo sesmero ques de la dicha çibdad e ha visto el gasto e la rrenta que tiene la çibdad e no se puede pagar, e para el salario del corregidor se haze rrepartimiento, e sy los dichos suelos se quitasen a la dicha çibdad, quedaría más pobre de lo ques, ibidem, fol. 7v.

72 Ya que, según lo declarado por el sesmero Juan de Moscosa, él en persona llevó el aranzel a dos letrados de la çibdad por mandado del consystorio, los quales dieron �rmado de sus nonbres quel aranzel non fablava synon con las justicias e non con los propios de Salamanca, ibidem, fol. 7v.

73 Su tenor es el siguiente: ¶ Otrosý, que no lleven derechos del vino ni de postura ni de medidas ni de los suelos de las plaças ni de las ferias ni de las tiendas, pero por esto no se quite que los que vendieren cosa alguna o pesaren o midieren commo no deven, no sean penados segund las hordenanças del lugar donde acaesçiere, e que la justiçia pueda aver la parte que segund las dichas hordenanças le pertenesçe de las dichas penas, syendo primera-mente juzgadas, en ibidem, fol. 16.

74 Lo cual, según el testigo Alonso Martínez, originaba mucho daño a esta çibdad y a la dicha feria e a las alcavalas de la dicha feria, que muchos dexan de venir a la dicha feria a vender su mercadería por el dicho tributo, espeçialmente de las cosas de poco valor, commo son olleros o de otros o�çios de poca sustançia. Y en este mismo sentido, otros testigos, como el agujetero Pascual Martín, opinaban que el daño a la ciudad, vecinos y alcabalas reales también provenía porque, al cobrar la renta de los suelos, algunos mercaderes venden sus mercaderías escondidas e otros no vienen a la dicha feria, ibidem, fols. 10 y 15v.

75 Ibidem, fol. 14.

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 49

porque non salen a la feria ni ocupan exido y en estos es ynpusyçión ynjusta. E este es mi pareçer76.

4. La feria de Septiembre otorgada por el rey Enrique IV en 1467

Poco antes de la institución de la feria de Septiembre pudo haber existido en Sa-lamanca una tercera, a celebrar en el mes de agosto; de hecho la carta de fundación fue redactada por Enrique IV, sin embargo, antes de ser concedida, el propio rey pro-cedió a su anulación y revocación77. Así pues, la cuarta feria medieval de Salamanca fue la otorgada por Enrique IV, desde Medina del Campo, el 27 de agosto de 1467 y es de la única que se conserva su carta fundacional en el Archivo Municipal de la ciudad (vid. Fig. 2). Se trata de una carta real de merced escrita en un pliego de papel, bastante deteriorado por sus dobleces, en letra cortesana y romance castellano, con suscripción autógrafa del rey y sello de placa al dorso. Su tenor documental posee los elementos propios de este tipo de diplomas bajomedievales:

Comienza con la titulación, en este caso, con la lista completa de los estados rea-les78. Sigue con la exposición de los motivos que impulsaron al rey otorgante a ex-pedir este documento; entre los cuales, hay unos de carácter general79 y otros más especí�cos y vinculados a circunstancias concretas80. Estos motivos especí�cos, sin duda, aluden al apoyo que los salmantinos le habían prestado en una comprometida coyuntura política: la rebelión de la Liga nobiliaria, encabezada, entre otros, por el marqués de Villena, Juan de Pacheco, por su hermano y maestre de Calatrava, Pedro Girón, y por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, y dirigida contra Enrique IV, a quien llegaron a deponer en la conocida «farsa de Ávila» el 5 de junio de 1465, pro-clamando rey al joven infante don Alfonso, su hermanastro, que pasó a titularse Al-fonso XII; básicamente le acusaban de simpatía con los musulmanes y, sobre todo, de ser homosexual (Enrique IV el Impotente) y por tanto de no haber podido engendrar a la princesa Juana, cuya paternidad se achacaba a Beltrán de las Cuevas, de ahí el cali�cativo de la Beltraneja y su ilegitimidad para ser reina, a la muerte de su padre. Una propaganda política decisiva para la victoria de los Reyes Católicos en la Gue-rra de Sucesión, que estalló tras la muerte de Enrique IV en 1474 y se prolongó hasta 1479. Si en esta coyuntura política tan comprometida para Enrique IV, cuando tenía en su contra a la mayor parte de la nobleza castellana, a los arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla, a los maestres de las tres Órdenes Militares de Santiago, Alcánta-ra y Calatrava y a las ciudades de Valladolid, Ávila, Burgos, Toledo, Sevilla, Córdoba

76 Ibidem, fol. 16v.77 E por quanto yo ove fecho merçed a la dicha çibdad de Salamanca de otra feria franca para que fuese en el

mes de agosto de cada año e porque la dicha carta por el presente non se puede aver, por la presente rrevoco e do por ninguna, edit. en Vaca Lorenzo, Á.: La feria de Septiembre, p. 290.

78 Don Enrrique, por la gracia de Dios rrey de Castilla, de León, de Toledo, de Gallizia, de Seuilla, de Córdoua, de Murçia, de Jahén, del Algarbe, de Algeziras e Gibraltar e señor de Vizcaya e de Molina, en ibidem, p. 287.

79 Por fazer bien e merçed a vos, el conçejo e justiçia e rregidores, caualleros e escuderos, o�çiales e sesmeros e omes buenos de la noble e leal çibdat de Salamanca, en ibidem, p. 287.

80 Por los muchos e buenos e leales serviçios que vosotros me avedes fecho e fazedes de cada día, espeçialmente después de los movimientos presentes que se començaron en mis rreynos, e en alguna hemienda e rremuneraçión dellos, en ibidem, p. 287.

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y Murcia, la mayoría de los salmantinos81 no dudaron en prestarle su apoyo, no es de extrañar que, una vez repuesto y supuestamente derrotada la Liga nobiliaria el 20 de agosto de 1467 en la batalla de Olmedo, el rey quisiera compensar los muchos e buenos e leales serviçios de los salmantinos con que, agora e de aquí adelante para sienpre jamás, aya en esa çibdat de Salamanca vna feria �anca, demás e allende de la feria del Teso, que en ella se faze de cada año.

Pero, ¿por qué compensar a los salmantinos con el otorgamiento de otra feria, cuando ya existía la del Teso, además del mercado semanal de Ramos? No parece que la ciudad de Salamanca, aun reconociendo su inserción en el marco del creci-miento general de la economía castellana en el siglo xv, tuviese el potencial económi-co y, sobre todo, la importancia y capacidad artesanal como para necesitar otra feria con que dar salida a sus excedentes de productos agrarios o manufacturados. Tam-poco parece que con esta merced Enrique IV tratara de desplazar hacia Salamanca el trá�co comercial, mercantil y de capitales que poseían las importantes ferias de Medina del Campo ni, incluso, incluirla en los circuitos comerciales establecidos. Claramente, era otra la motivación perseguida por el rey y que no di�ere de lo ya apuntado para el otorgamiento de la primitiva feria por Alfonso X a mediados del siglo xiii, como se mani�esta en la parte expositiva de la carta real:

porque mi voluntad es que esa çibdat, donde es el más noble e prinçipal Estudio de mis rregnos e avn fuera dellos, se pueble e noblesça más e sea más proueýda e abasta-da de los mantenimientos e cosas nesçesarias.

De nuevo, la concesión de esta otra feria de Septiembre a la ciudad de Salamanca perseguía la mejora y el aumento de su población, pero, sobre todo, asegurar su abastecimiento, facilitando la importación de los diversos productos relativos a la comida, calzado, vestido y vivienda y poder alejar así las temidas carestías, a las que esta ciudad estaba más expuesta que otras por la gran cantidad de estudiantes que a ella acudían y que Hieronimus Münzer, en un viaje que realizó por Alemania, Francia y España en los años 1494-95, re�ere, a propósito del alumnado del Estudio salmantino, que asistían a las clases unos cinco mil estudiantes82; mientras que Lucio Ma-rineo Sículo, un año después, eleva bastante más esa cifra al señalar que el número de todos los ciudadanos no �jos se cifra en casi siete mil y precisar que los residentes no propios que habitan en ella (son) por motivos de estudio83. Apreciaciones ambas que, aunque re-sultan excesivas para Beltrán de Heredia84 y Martín Martín85, aun así, las dadas por

81 Es de suponer el alineamiento del bando de San Benito a favor de los rebeldes y otro tanto sucede-ría con don Gonzalo de Vivero, pues «el obispo de Salamanca de necesidad seguía lo que aquella cibdad, aunque contra su voluntad», según re�ere el cronista Valera, D. de: Memorial de diversas hazañas: crónica de Enrique IV. Ed. y est. por J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1941, p. 103.

82 Beltrán de Heredia, V.: Cartulario de la Universidad de Salamanca: La Universidad en el Siglo de Oro. II, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1970, p. 160, doc. 229.

83 Fernández Vallina, E. y Vaca Lorenzo, Á.: Op. cit., p. 32.84 Según este autor, «suponiendo que nuestra Academia contase con unos 600 estudiantes a princi-

pios del siglo xv, que es lo que inducen a creer los rótulos generales de aquellos tiempos, a �nes del siglo sumarían como máximo cerca de los 3.000 o sea la mitad de lo que le hicieron creer a Müntzer nuestros “cicerones”, siempre prontos al encarecimiento, como puede suponerse», en Beltrán de Heredia, V.: Cartulario de la Universidad de Salamanca II, p. 40.

85 De acuerdo con un censo del año 1504, los doctores e maestros e o�çiales e estudiantes que forma-ban parte de la Universidad ascendían a un total de 2.694 personas, mientras que en ese año el censo

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 51

éstos suponían una importante población �otante de estudiantes y demás visitantes, pues superaban el 15% del censo ciudadano.

Por lo demás, la carta de fundación de esta feria de Septiembre no posee grandes novedades con relación a otras cartas similares:

Determina la fecha de celebración y duración de la feria: que comiençe primero día del mes de setienbre de cada un año e dure fasta veynte días andados del dicho mes de setien-bre. Una fecha, sin duda relacionada con la �nalización de las tareas agrícolas de la cosecha de cereales, y una duración de veinte días, sensiblemente mayor que las de las otras dos ferias medievales, las de Don Guiral y del Teso, que se prolongaban durante quince días.

Igual que sucedía con las dos anteriores, exime de �scalidad de entrada (portaz-go) a las mercancías que traían a la feria de Septiembre, si bien a ésta le concede un mayor grado de franqueza, al dispensar a las mercancías del pago del impuesto so-bre la compraventa (alcabala) e incluso del peso, especi�cando de manera detallada los productos exentos:

E que se non paguen nin lieuen alcauala, nin portadgo nin otro derecho alguno, durante el dicho tienpo, de las mercadurías e cosas que en la dicha feria se conpraren e vendieren, e tocantes a las rrentas e cosas siguientes: del pan nin del vino e leña e car-bón e ortaliza e aves e huevos e çapaterías e picotes e sayales e frenería e syllería e fruta e todas las otras mercadurías de comer e beuer e otras qualesquier, e de los paños de lana e de oro e de seda, e sal e de toda madera e joyas e aver de peso e lienços e bestias e de pescados a doze nas e cueros mayores e menores, vacunos e cordouanes e badanas adobadas e por adobar, e �erro e azero e otros metales por granado e pelletería e rropa vieja e ganados biuos e toda quatropea86.

Este mayor grado de franqueza �scal de esta feria, sin duda, serviría de estímulo para atraer a más mercaderes y para superar en importancia a la del Teso, al tiempo que sería el momento «cuando, efectivamente, todo el mundo compra lo que ne-cesita para el año»87. De todas formas, tan alto grado de franqueza y en especial la exención de alcabala, a pesar de ser explícitamente ordenada en la carta fundacional a qualesquier mis thesoreros e rrecabdadores e arrendadores e rreçebtores e �eles e cojedores e otras qualesquier personas que cojen e rrecabdan e han e ovieren de cojer e rrecabdar este año e de aquí adelante en cada vn año para syenpre jamás, por granado o por menudo, en rrenta o en �aldad o en otra qualquier manera las mis rrentas de las dichas mis alcaualas de la dicha çibdat de Salamanca, supuso, a la postre, un serio problema, pues esta libera-lidad �scal no sólo la aplicó Enrique IV a la feria salmantina, sino que la generalizó y extendió a la mayoría de las ferias y mercados castellanos, hasta el punto de que los procuradores asistentes a las Cortes de Ocaña de 1469, entre otras cosas, le ex-pusieron que desde el año 1464 acá vuestra sennoria ha dado sus cartas e preuillegios a

salmantino era de 18.479 habitantes, en Martín Martín, J. L.: «Estructura demográ�ca y profesional de Salamanca a �nales de la Edad Media», Provincia de Salamanca. Revista de Estudios, 1, 1982, p. 21. Por su parte, Lucio Marineo Sículo elevaba el número de habitantes de Salamanca a �nales del siglo xv a más de 50.000: «La cantidad de ciudadanos, propios y transeúntes, a los que normalmente esta ciudad proporcio-na alimento se estima que pasa de cincuenta mil personas», en Fernández Vallina, E. y Vaca Lorenzo, Á.: Op. cit., p. 32.

86 Edit. en Vaca Lorenzo, Á.: La feria de Septiembre, pp. 287-288.87 Vid. nota 12.

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algunas çibdades e villas e lugares, para que en cada vn anno para syenpre jamas e por çierto tienpo ayan o tengan feria o ferias francas de alcaualas e otros tributos en todo o en parte en que aya en ellos mercados francos en cada semana en todo o en parte, lo que consideraban que rredunda en gran des seruiçio vuestro e menguamiento delos tributos e pechos a vuestra sennoria deuidos, por lo que no dudaron en pedirle que mande rreuocar todas las cartas e preuillegios dadas aquales quier çibdades e villas e lugares para que tengan ferias e mercados francos. El rey accedió a la petición de los procuradores y mandó revocar de forma genérica todas las mercedes y exenciones que su forzada liberalidad le había llevado a otorgar desde el 15 de septiembre de 1464 y, en concreto, mando alos mis contadores mayores que por virtud desta ley e sin pedir ni esperar otra mi carta tiesten e quiten delos mis libros el asiento de todas e quales quier mis cartas e preuillegios e alualaes que yo aya dado desde el dicho tienpo acá a quales quier çibdades e villas e lugares para que ayan e tengan ferias e mercados francos88.

No debió ser muy e�caz esta resolución real, pues cuatro años después, en las Cortes de Santa María de Nieva de 1473 los procuradores volvieron a solicitarle lo que ya le habían pedido en las Cortes de Ocaña, revocar los privilegios que desde el 15 de septiembre de 1464 había otorgado a muchas çibdades e villas e logares para que tengan ferias francas de alcaualas en todo o en parte en cada vn anno, e otras que tengan mer-cados francos en todo o en parte en cada semana, con la signi�cativa excepción, en la que se incluía la feria de Salamanca, de las ferias e mercados francos dados e hotorgados fasta aqui alas çibdades e villas de vuestros rreynos que suelen enbiar procuradores alas cortes, e las cartas e preuillegios sobre ello dadas, quede �rme e valedero todo, e no se conprehenda en la rreuocaçion de ferias e mercados francos contenida enla dicha ley fecha en Ocanna. Enri-que IV de nuevo atendió la petición de los procuradores, pero syn la eçeptaçion por vos otros pedida, saluo sola mente lo que fue eçeptado e las dichas leyes enlas dichas cortes de Ocanna e los mercados francos dados por mi alas çibdades de Toledo e Segouia, por que son logares de acarreo89.

De todas formas y a pesar de esta segunda revocación, la feria salmantina de Sep-tiembre debió continuar siendo franca y aplicando la exención del pago de alcabala a las compraventas en ella realizadas, pues en 1486, los Reyes Católicos, a instancia y petición de los arrendadores y recaudadores mayores de la alcabala, llegaron a plantear de nuevo la revocación de la concesión de esta franqueza a la feria de Sala-manca, porque diz que es de la calidad de aquellas que por las leyes e condiçiones del quader-no de alcaualas, que nuevamente mandamos fazer, son rreuocadas; rápidamente el concejo en pleno recurrió a los Reyes Católicos, pidiendo por merced que les mandásemos dar nuestra carta para que la dicha feria se �ziese este dicho presente año, segund que otro[s] años se a fecho syn contradiçión alguna, porque en tanto ellos trayrían e monstrarýan los títulos e rrecabdos que tyenen de la dicha ferya, accediendo los Reyes a lo solicitado el 27 de agosto de 148690. Incluso, a pesar de ser considerada franca, en alguna ocasión, como en 1492, la propia ciudad, syn nuestra liçençia e facultad, saluo por su propia avtoridad, diz que puso sysa en la feria franca que en esa dicha çibdad se haze, de lo qual, diz que ha venido grand dapño a los vecinos e moradores de la dicha tierra91.

88 Cortes de Ocaña de 1469, en Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla, Madrid, Real Acade-mia de la Historia, 1866, t. III, pp. 782, 783 y 784.

89 Cortes de Santa María de Nieva de 1473, en ibidem, pp. 839-841.90 En AGS, RGS, LEG. 138608,1.91 AGS, RGS, LEG, 149302,115

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 53

De la anterior relación de los productos feriales exentos de pagar alcabala en esta feria salmantina de Septiembre se in�ere que, en su mayor parte, estaban destina-dos a satisfacer las necesidades más básicas, pudiendo agruparse en cuatro grandes apartados: los de origen animal, vegetal y mineral y los artículos manufacturados. Entre los primeros �guran: el pescado, imprescindible en la dieta alimenticia por la gran cantidad de días de abstinencia que marcaba la Iglesia las aves de corral y huevos, así como los animales mayores, bestias, ganados vivos y quatropea, bien destinados a fuerza de tiro (buey) o a la guerra (caballo), sin descartar otros como el cerdo o, en �n, la oveja. Destacan, entre los segundos: el pan, producto básico en la alimentación, y el vino, de consumo muy abundante y generalizado en la Edad Media, la fruta y hortalizas, así como la madera, necesaria para la construcción de gran cantidad de útiles y de las viviendas, y la leña y carbón para la lumbre y el ca-lentamiento en los meses fríos del invierno. Los metales son objeto de un comercio de relativa importancia tanto en estado natural, por granado (hierro, acero y otros), como en forma de artículos elaborados, en este caso sólo se citan los frenos para los caballos (frenería) y las joyas; dentro de este grupo de minerales hay que destacar la sal, un componente de primera necesidad para la salazón de la carne y del pescado. Y, entre los productos manufacturados, los más importantes son los tejidos de dis-tinto tipo (picotes, sayales, lienzos, paños, sedas e, incluso, ropa vieja) y los cueros en diferente tipo y estado (pieles, vacunos, cordobanes, badanas, zapatos o sillas de montar).

Asimismo, la carta fundacional de esta feria de Septiembre otorga una amplia y generalizada garantía de protección y seguridad a todos los que acudieran a ella para comprar o vender, que incluía no sólo a los comerciantes, sino también a los animales de transporte y a las mercancías. En dicha protección también estaban comprendidas las antiguas deudas, no así las contraídas durante la celebración de la feria ni los tributos reales.

Otrosý, que todos los que a la dicha feria fueren e vinieren vayan e vengan libre e seguramente e que non sean nin puedan ser presos nin detenidos nin enbargados, ellos nin sus ganados e bienes e mercadurías e vituallas e mante nimientos nin otras quales-quier cosas que a la dicha feria leuaren e truxieren, por debda nin debdas algunas que los tales devan o sean obligados a dar a qualquier persona o personas en qualquier ma-nera, nin por prendas nin rrepre sarias que de vnos conçejos a otros o de vnas personas syngulares a otras se ayan fecho o fagan en qualquier manera, eçebto los maravedís de mis rrentas e pechos e derechos e otrosý, eçebto las debdas que se �zieren en las dichas ferias o se obligaren a pagar en el tienpo dellas92.

Esta garantía de protección y seguridad se extendía a todos los mercaderes, ya fueran christianos, moros, judíos, omes, mugeres de qualquier estado o condiçión o prehemi-nençia o dignidad que sean, que a la dicha feria vinieren e en ella estuvieren93; y su duración no se limitaba a los veinte días de celebración de la feria en Salamanca, sino que, al ser la profesión mercantil de carácter en gran parte ambulante, también se extendía

92 Edit. en Vaca Lorenzo, Á.: La feria de Septiembre, p. 288.93 Este tipo de cláusula de tolerancia es muy frecuente en los documentos feriales del siglo xiii, no

en los posteriores, según Gual, J. M.: «Bases para el estudio de las ferias murcianas en la Edad Media», Miscelánea Medieval Murciana, IX, 1982, p. 15.

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al viaje de ida y vuelta, el llamado conductum, desde cualquier parte del reino caste-llano, al mandar el rey a todas las autoridades

de todas las çibdades e villas e lugares de los mis rreynos e señoríos, ... que dexen e consyentan, de aquí adelante, libremente yr e venyr a la dicha feria a todas e qua-lesquier personas de qualquier ley e estado e condiçión, preheminençia o dignidad que sean, e a cada vno dellos que a ella fueren e vinieren. E que los non prendan nin prenden nin tomen nin enbarguen sus ganados nin bienes e mercadurías que leuaren o truxieren, nin cosa alguna de lo suyo por debdas algunas que las tales personas de-van e sean obligados a dar, nin por rrepresarias nin prendas algunas, saluo e según de suso dicho es, nin les fagan nin consyentan fazer otro mal nin dapño nin desaguisado alguno94.

Sin embargo, a pesar de esta generalizada y amplia garantía de protección y se-guridad, al igual que en la feria del Teso, tampoco en ésta los feriantes estuvieron totalmente libres de robos y expolios, como el padecido en 1504 por Alonso García de Montero, vecino de Martín Muñoz de las Posadas, tierra de Segovia, a quien, estando en esta feria salmantina de Septiembre, le robaron un caballo (macho), de color castaño claro, de tres años de edad95, o por los vecinos de Gata y Robledillo de Gata (Valdarrago) que acostunbran a yr e van a las ferias de Medina e de Salamanca e a otros lugares, y al pasar por la ciudad y tierra de Ciudad Rodrigo sus guardas les quitaban el vino que para su beuer e mantenimiento portaban en botas e otras vasijas96.

Pero, sin duda, la mayor novedad de esta feria de Septiembre con relación a las de don Guiral y del Teso residía, además de la fecha de celebración, mayor duración y grado de exención, en el lugar de emplazamiento del recinto ferial, que, quizás con la intención de poder controlar y proteger mejor las transacciones, ordenó el rey que se faga en el cuerpo de la dicha çibdat, es decir, dentro del recinto murado, en de�nitiva en el mismo lugar en que ya se celebraba el mercado semanal de los jueves, en la céntrica plaza de San Martín, ecebto los ganados, que se vendan e estén en los lugares que vierdes que cunplen al bien de la dicha feria, y que seguramente se realizó bien a este lado del río Tormes, en la actual plaza del Mercado Viejo, o bien, al otro lado del río, junto al puente romano, o, incluso, en ambos sitios a la vez, dependiendo del tipo de ganado y dándose, por consiguiente, una dualidad de espacios feriales en razón del producto.

94 Edit. en Vaca Lorenzo, Á.: La feria de Septiembre, pp. 288-289.95 Por suerte, halló el animal en Arévalo, en poder de Juan de Simancas, criado de Juan Alonso del

Castillo, vecino de Sonseca, tierra de Toledo. Denunció el robo ante el alcalde de Arévalo, Bartolomé Beltrán, y, en desacuerdo con la desfavorable sentencia de éste, apeló a la Audiencia Real que, el 11 de di-ciembre de 1508, revocó dicha sentencia y falló en favor del citado Alonso García de Montero. En Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias, caja 230,20.

96 En AGS, RGS, LEG, 149505,360.

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COMPRAR Y VENDER EN LA SALAMANCA MEDIEVAL: LAS FERIAS 55

Fig. 1. Sentencia del alcalde de Salamanca, don Juan Ramírez, sobre el portazgo en 1397(Arch. Cat. Salamanca, caj. 16, leg. 3, núm. 3).

Fig. 2. Carta de concesión de la feria de septiembre a Salamanca por el rey Enrique IV (Arch. Mun. de Salamanca, R/262).

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Fig. 3. Cantiga 116: mercaderes acudiendo a la feria de Salamanca (Biblioteca de El Escorial, ms. T. I. 1).

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EL COMERCIO EN SALAMANCA DURANTE LA EDAD MODERNA

Francisco Javier Lorenzo Pinar*

El comercio salmantino entre los siglos xvi y xviii ha sido un tema objeto de una atención limitada por parte de los historiadores locales. Existen amplias lagunas no sólo en el ámbito cronológico o geográ�co sino incluso en el estudio de diferentes actividades comerciales en el marco de una provincia en la que predominó el sector agropecuario durante esta época. Para corroborar esta a�rmación basta con recordar algunas de las cifras ofrecidas por censos e historiadores. Eugenio Larruga señala que había en Salamanca en tiempos de Felipe III, durante el primer cuarto del siglo xvii, tan sólo 12 mercaderes1. Conforme al Censo de Floridablanca de 1787, la pro-vincia de Salamanca contaba con 188.233 habitantes de los cuales 14.370 estaban de-dicados a la labranza –el 28 por ciento–, había 14.554 jornaleros –29 por ciento–, 8.128 criados –16 por ciento–, y en cuarto lugar se situaban los artesanos y fabricantes con 6.295 personas –un 12 por ciento– reduciéndose el volumen de comerciantes a 1.238 individuos –poco más del 2 por ciento–. Pocos años después el «Censo de Frutos y Manufacturas de 1797» ofrece cifras similares. Según éste, el sector primario propor-cionaba el 89,54 por ciento de la renta provincial, representaba casi nueve veces más que el manufacturero –169,2 millones de reales frente a los 19,7 de las manufacturas– y ocupaba al 70,21 por ciento del total de la población activa –34.950 personas– fren-te al terciario que englobaba a 6.222 individuos –el 12,49 por ciento–2.

Varios autores –entre ellos Ángel Vaca o Javier Infante– citan el Catastro del Mar-qués de la Ensenada para señalar que Salamanca no tuvo un comercio boyante. En esta fuente histórica se indicaba para mediados del siglo xviii que no había «cambis-ta ni mercader alguno de por mayor». Se trataba de un hecho que ya habían cons-tatado siglos atrás viajeros extranjeros como Jerónimo Münzer, a�rmando que la ciudad vivía más de la bondad del campo que del comercio3. La misma impresión

1 Larruga, E.: Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio y fábricas y minas de España. [Ed. Facsímil], vol. XXXIV, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1996, p. 155.

2 García Figuerola, L. C.: La economía del Cabildo Salmantino del siglo XVIII, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989, p. 13; Mateos, M.ª D.: «Salamanca», en Artola, M.: La España del Antiguo Régimen, vol. 0, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1986, pp. 22 y 57.

3 Vaca Lorenzo, Á. y Rupérez Almajano, M.ª N. (coords.): La Plaza Mayor de Salamanca. I. An-tecedentes medievales y modernos, Salamanca, Caja Duero, 2005, p. 282 e Infante Miguel-Motta, J.: El municipio de Salamanca a �nales del Antiguo Régimen. Contribución al estudio de su organización institucional, Salamanca, Ayuntamiento de Salamanca, 1984, p. 24; Artola, M.: Salamanca. 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro del Ensenada, Madrid, Tabapress, 1991, p. 109.

* Profesor titular de Historia Moderna. Universidad de Salamanca.

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hallamos para otras zonas con cierta entidad poblacional, caso de Béjar o Ciudad Rodrigo, a�rmándose de esta última en el citado Catastro que todos los mercaderes eran al por menor4.

A �nales de la década de 1990, cuando Ángel Rodríguez Sánchez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad salmantina, re�exionaba en la Historia de Sala-manca sobre este aspecto se preguntaba sobre la existencia de burguesía en Salaman-ca subrayando que las publicaciones de ámbito nacional sobre los burgueses suelen pasar por alto a la ciudad. Incidía, además, en la escasez de estudios monográ�cos sobre el tema ya que los investigadores y el profesorado universitario se habían in-clinado por otros temas vinculados al terreno artístico o educativo relacionado con la institución académica. Sin embargo, a pesar de estas consideraciones subrayaba que los hombres de negocios seguían siendo numerosos en tierras de Salamanca y que mientras los de Ciudad Rodrigo y Ledesma fueron a menos a medida que avan-zó la Edad Moderna, otros, como los bejaranos, estaban empezando a desarrollarse. Hemos de decir, como apreciaremos en esta ponencia, que aunque quizás no encon-tremos comerciantes a gran escala, no faltó en la ciudad del Tormes y provincia una actividad comercial signi�cativa, no sólo a nivel local sino también nacional. Par-tiendo de estos postulados intentaremos acercarnos a las actividades para las cuales contamos con algún tipo de datos o estudios.

El comercio de la capital salmantina actuó a lo largo de las tres centurias como un centro neurálgico en la comercialización de productos agrarios gracias a su pobla-ción y a su carácter urbano. El hecho de que la urbe no se encontrase relacionada con la agricultura y la ganadería hacía necesaria la demanda de géneros derivados de tales actividades5. Como en el Medievo el suministro de artículos de gran consumo –carne cruda, pescado fresco, velas, nieve y vino, entre otros– estuvo monopoliza-do por el Ayuntamiento que va a llevar a cabo una política mercantilista, interven-cionista u ordenancista mediante gravámenes o exenciones �scales a determinadas mercancías; vigilando los pesos, estableciendo medidas sanitarias, �jando precios y facilitando el abasto de la población. Sus ordenanzas regularon las actividades propias de los mercados urbanos de manera minuciosa lo que evidentemente de-bió repercutir en los niveles de �uidez del trá�co mercantil y di�cultó el juego de la oferta y la demanda. En estas normativas municipales se prohibía, por ejemplo, la utilización de pesos y medidas ajenos a los del Concejo; se castigaban prácticas frau-dulentas como la mezcla de arena con la cebada o con la sal para incrementar el peso del producto; la venta de carne mortecina o «goga» –pasada–; se estipulaba que se repartiese la «maula» de la carne y se hiciese con igualdad; trataban de evitar que el producto cárnico se hinchase; que se diesen remojados arti�ciales al pescado o se pesase en básculas no agujereadas; que las empanadas estuviesen cerradas ya que abiertas permitían examinar los ingredientes o que se vendiese vino más caro en los

4 García Martín, P. (Introd.): Béjar. 1753 según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, Ma-drid, Tabapress, 1990, p. 101 y Cabo Alonso, Á.: Ciudad Rodrigo. 1750. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, Madrid, Tabapress, 1990, pp. 17 y 82.

5 Según Javier Infante la ciudad tenía unos 20.000 habitantes en 1517, agrupados en 24 barrios; su población ascendió a unos 25.000 en 1591 manteniéndose en esta cifra hasta �nales de siglo y a mediados de la siguiente centuria contaba sólo con 12.000 habitantes. Aunque el volumen poblacional descendió, estas cifras garantizaban al menos ese mercado agropecuario. Infante Miguel-Motta, J.: Op. cit., p. 23.

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arrabales que en el centro de la ciudad, entre otras muchas prescripciones6. Además, esta legislación, entre otras muchas normas que no podemos recoger, reglamentaba que el vino de los «herederos de viñas», es decir, de los propietarios salmantinos de 5 leguas alrededor de la ciudad –un colectivo de 12 o 13 individuos en el siglo xvii y 89 en la siguiente centuria–, que residían fundamentalmente en Villamayor, Cas-tellanos de Moriscos, Francos, Moriscos, Babilafuente y Aldeanueva de Figueroa, pagasen al arrendador de la renta, que no engrosasen el volumen de su producción con vinos de otras zonas, que no metiesen vino clandestinamente en las tabernas y que registrasen ante el escribano del Ayuntamiento hasta el día de San Andrés si elaboraran vino blanco de su cosecha7. Nada menos que dos de los siete libros de las ordenanzas de 1776 –estudiadas por Javier Infante– regularon aspectos relacionados con el ámbito de las transacciones comerciales a los que venimos aludiendo.

El Ayuntamiento salmantino, como solía ser habitual en otras partes de Espa-ña, solía poner a renta diferentes establecimientos monopolísticos de comercio y los medios para la inspección y la �scalización de los productos. Entre ellos estaban el peso, las medidas y pesillas, la tabernilla para el vino blanco –subastada el día de San Sebastián (20 de enero), la alhóndiga de vino tinto; el vareaje –para medir los pa-ños– o la red de pescado fresco –rematada por San Miguel de septiembre–. También se arrendaba en el siglo xviii el suministro de aguardiente y licores, sin una periodi-cidad uniforme, abarcando la concesión uno o varios años, según los casos.

Si atendemos a esta �scalización municipal, el peso del Concejo registraba la en-trada de diferentes mercancías destinadas al consumo urbano –aceite, cera, sebo, algodón, azúcar, conservas, lana, especias, etc.–8 llevando como derechos un 5 por ciento del valor, la mitad a pagar por el comprador y la otra por el vendedor. Había que hacer una declaración jurada del precio y se depositaba durante 24 horas –has-ta el año de 1557 cuando se redujo a 16 horas–, para que los ciudadanos pudieran ejercer un derecho de retracto, es decir, quedarse con parte o la totalidad del produc-to por el precio indicado o por el que lo hubiesen ofrecido los recatones. Algunos géneros –pescado cecial, fresco, plomo, cobre, latón, lana por lavar, papel, queso o miel, entre otros– aunque no pasaban por el peso tenían que abonar el jueves, día de mercado, igualmente ciertos derechos.

Existían además tres casas y pesos de la harina, una en la puerta del Río, otra en Santo Tomás y otra en Villamayor. Todo el pan que se molía en las aceñas de la ciudad se debía pesar en ellas. Según las ordenanzas los �eles y sobre�eles del Ayun-tamiento no deberían centrar su preocupación tanto en los precios o en las horas de venta sino en el hecho de que se pesase adecuadamente.

El arrendador de la tabernilla estaba encargado de garantizar el vino blanco para el consumo casero durante todo el año. El producto debía proceder de Madrigal, Alaejos, Medina del Campo, Robledillo, San Martín o Descarga-María, a gusto de la justicia y sobre�eles. Ni los vecinos, ni los habitantes de seis leguas alrededor de la ciudad po-dían traerlo de fuera ni venderlo en la urbe. Había de llevarse a este establecimiento

6 Vid. Martín, J. L.: Ordenanzas del comercio y de los artesanos salmantinos, Salamanca, Centro de Estu-dios Salmantinos, 1992, p. 15; Llopis, S.: Ensayo de una historia del comercio salmantino, Salamanca, Grá�cas Cervantes, 1965, pp. 15-16.

7 Infante Miguel-Motta, J.: Op. Cit., p. 137.8 Para una relación más completa vid. Llopis, S.: Op. cit., p. 20.

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salvo el destinado al consumo propio9. El arrendatario del pescado –sardinas, pulpo, cecial, etc.– que se llevaba a la red percibía un derecho de medio real por cada carga. Había unas instalaciones en la Plaza que conformaban una «red» de pescadería, así como una «casa del pescado», de ubicación desconocida, para su almacenaje. Los pes-cados remojados y los del río sólo podían ser vendidos en la pescadería mientras que los secos podían hacerlo también en las mesas de la plaza. En el caso del arrendador del vareaje, medía toda la lencería y llevaba igualmente un porcentaje –un maravedí cada cien varas según Llopis y un 1 por ciento según Larruga–. También se arrenda-ban, como hemos indicado, las medidas y pesillos. Las primeras proporcionaban al arrendador unos emolumentos por la apertura de cubas, tinajas, odres y cueros de vino y mosto así como del vinagre. En el caso del de los pesillos, éste disponía de 30 útiles con sus juegos de pesas y cobraba por su alquiler diario. Los jueves debía ins-talar otro peso en la plaza para los que viniesen al mercado. Quien arrendaba la mesa de tocino –puesta a subasta el 20 de enero– percibía 25 maravedíes por día y por cada tocino que pesase de media arroba abajo un maravedí y de media arroba arriba dos.

El precio �nal de los productos se veía incrementado no sólo por estas tasas, sino también por los impuestos municipales –como la sisa–10, por los reales (alcabala –10%–, cientos y millones que gravaban el vino, vinagre, aceite, carne, jabón y ve-las de sebo) y por los señoriales como pontazgos o montazgos –pasos por montes y puentes–11. Javier Infante ha calculado el impacto de tales gravámenes en el vino para el siglo xvii a�rmando que suponía un incremento del 22 por ciento en su precio �nal12. Alguna de estas cargas impositivas surgió para �nanciar parcialmente una determinada actividad. Es el caso del denominado maravedí de la torería que gravaba con un maravedí la libra de vaca y carnero consumido por el pueblo y que estaba destinado a pagar las corridas de toros de junio, Santiago y Nuestra Seño-ra de Agosto. De él estaban exentos clérigos y universitarios que adquirían la carne en sus propias carnicerías las cuales no contaban con este impuesto. Este hecho fue recriminado por el Ayuntamiento en algunas de sus reuniones, especialmente du-rante los momentos de crisis en el siglo xvii, ya que Cabildo y Universidad asistían al espectáculo taurino sin asumir esta carga13.

El arrendamiento de los abastos para la ciudad de cara a encontrar proveedores u obligados a precios moderados se publicaba tanto en la urbe como en Alba de Tor-mes, Ciudad Rodrigo, Peñaranda, Medina del Campo, Tordesillas, Ledesma, Vitigu-dino, Toro y Zamora –salvo el de las velas que se hacía sólo en Salamanca durante el

9 El vino de «fuera aparte» debía recabar en la alhóndiga –situada en el centro del casco urbano– para poder controlar su calidad –evitando que se le añadiese agua o que se mezclasen diferentes tipos (bueno con malo o añejo con joven) y los fraudes (la venta de vinagre por vino)–. El arrendador de la alhóndiga de vino llevaría de derecho un maravedí por cuero de vino y día que estuviese allí depositado. Se podía también degustar en tabernas y bodegones junto a la comida –aunque no fue así en principio–, pero no se podía servir a los clérigos, casados de la ciudad, a los estudiantes, ni tampoco a los esclavos. Vid. Martín, J. L.: Op. cit., p. 12.

10 En 1638 se permitió, para reconstruir las Casas Consistoriales quemadas en 1622, una sisa sobre la leña, fruta, cabrito, barquillos, garbanzos y jabón.

11 Es el caso de la Marquesa de Cerralbo, en Araúzo, que tenía el derecho de 4 maravedíes por caba-llería en concepto de portazgo sobre trajineros y comerciantes que transitaban por dicha villa, despoblado y su término. Vid. Mateos, M.ª D.: Art. cit., p. 50.

12 Infante Miguel-Motta, J.: Op. Cit., p. 146.13 Lorenzo Pinar, F. J.: Fiesta religiosa y ocio en Salamanca en el siglo XVII (1600-1650), Salamanca, Uni-

versidad de Salamanca, 2010, p. 146.

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mes de julio, rematándose el 25, día de Santiago–14. La asignación del suministro de vaca se efectuaba el 15 de mayo y si el Ayuntamiento no encontraba concesionario se encargaba de buscar provisiones en las ferias de Ciudad Rodrigo, Trujillo, Cáceres o Alba de Tormes, entre otros lugares. A los obligados se les exigían �anzas, tener un número determinado de tablas y no vender en otra tienda aparte de la municipal, y en el caso de la carne repartirla con igualdad y exponerla públicamente. A cambio, nadie podía vender el mismo tipo de género ni en la ciudad ni en los arrabales sin el permiso del Consistorio.

La Plaza de San Martín, precedente de la Mayor, constituyó la zona mercantil por excelencia durante la Edad Moderna llamándosele Plaza del Mercado, un centro co-mercial, por otra parte, de carácter mayorista. Hacia esta plaza y calles adyacentes ya se había ido desplazando buena parte de la actividad comercial diaria y de la manu-factura artesanal (sastres, zapateros, cinteros, encuadernadores, odreros, jubeteros, calceteros, cordoneros, etc.) durante la Baja Edad Media. En los bajos del edi�cio de las Casas Consistoriales estaban instaladas tiendecillas –probablemente en sus inicios desmontables y luego �jas– que el pueblo denominó covachuelas –también conocidas como Islas de las Consistoriales y de la Cabestrería– porque no tenían más ventilación que la puerta de entrada. Se alquilaban a los artesanos por espacio de dos o tres vidas y a �nales del siglo xvi el tiempo de disfrute se redujo a periodos más breves, de tres años. Los vendedores que tenían sitio en la plaza debían colocar-se en el lugar que el Consistorio les hubiere señalado, dejando en medio calle su�-cientemente ancha para transitar libremente el público, y trasladarse cada 15 días de manera rotatoria de forma que se redistribuyesen los puestos. Hubo una tendencia al agrupamiento y concentración de estos puestos de venta según los géneros de mercancías, circunstancia que cristalizaría en el surgimiento de redes y estructuras estables. El primer intento de regularizar la plaza se puede �jar a �nales del siglo xvii con la creación de la isla de cajones �rmes que la dividió en dos mitades, el lado oriental se llamaría Plaza del Caño, por la fuente situada en ella –o con más frecuen-cia Plaza del Carbón–, y la parte occidental o Plaza Mayor propiamente dicha.

Alrededor de la iglesia de San Martín igualmente se fueron levantando tiendas y la fábrica parroquial puso como condición que éstas no se arrendasen a odreros, zapateros, herreros, herradores, carpinteros, caldereros, pasteleros, ni otros o�cios considerados bajos y sucios, que podían interrumpir los o�cios eclesiásticos y man-chaban la zona. Alrededor de la iglesia se asentarían diferentes profesionales como lenceros, cereros, vidrieros y alcalleres, así como vendedores de peces y ajos. El in-cremento de estas tiendas hizo que se fueran creando varias islas en esta zona (del Aceite, de La Yerba, etc.). El nombre asignado a ellas no implicaba que se redujesen a comercializar exclusivamente el producto al cual aludían; así, por ejemplo, en la del aceite había fruteros, algún tapicero, cerrajeros y sombrereros. Con esta con�gu-ración a la que hemos aludido, la plaza salmantina en el siglo xvi dejaría de ser un espacio unitario constituyendo un conjunto de plazuelas y corrillos especializados en productos alimenticios y artesanales en el que se compaginaban las actividades comerciales con las lúdico-festivas15.

Aledaños a la gran plaza de San Martín nacieron una serie de corrillos o portales (del pan, del trigo, del vino), pequeñas placitas que actuaron como rami�caciones

14 En el siglo xviii la producción de velas debía ser espectacular por la renta que producía. Ibidem, p. 22.15 Vaca Lorenzo, Á. y Rupérez Almajano, M.ª N. (coords.): Op. cit., p. 297.

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del gran mercado y que servían para descongestionarlo donde vendían recatones o pequeños mercaderes16. Otro centro de compra venta radicaba en la asadería. Quie-nes poseían mesas aquí podían comprar carnes y pescados para volverlos a vender cocidos, fritos o guisados, pero no crudos. Las Reales Carnicerías Mayores, erigidas en tiempo de Felipe II (1590), escapaban a ese núcleo comercial situado en la Plaza de San Martín aunque estaban cercanas a ella. En este establecimiento se expen-día carne de vaca y carnero. Su anualidad comenzaba por San Juan, lo mismo que las carnicerías menores donde se vendía carne de macho cabrío, cabra y oveja17. El abastecedor de carne debía proporcionarla a lo largo de todo el día, ajustarse a unos precios o�ciales –solía haber colgada una tabla con ellos en la Plaza de San Mar-tín aunque en épocas de crisis no se respetaban–, no mezclar carnes, tener siempre limpios los tajones y conservar la mercancía con paños limpios y apropiados. Estos obligados solían recibir frecuentemente préstamos del Cabildo Catedralicio y los de los restantes ramos percibían depósitos dinerarios del Ayuntamiento para ser devueltos antes de la �nalización del periodo de la concesión. Estos últimos eran de mucha menor cuantía que los concedidos por la institución eclesiástica. Universidad y clerecía contaban con sus propias carnicerías. Por una provisión del príncipe Juan de 1497 se establecieron junto al monasterio de Santa Clara y el de San Francisco, los dos costados más degradados socialmente de la ciudad. Cada una de ellas debía contar con dos pesos de vaca y uno de carnero18. La de la institución académica no se mantuvo siempre abierta a pesar de la perpetuidad pactada. También contaba con una ubicación al margen de la Plaza de San Martín parte del abasto de nieve que se vendía en principio en la casa de la ciudad y a partir del siglo xviii en la Plaza de la Nevería. Había pozos y casas de nieve en el interior de los jesuitas, Santa María de los Ángeles, Santo Domingo o San Andrés y fuera de la muralla, en Rector Espera-bé, al otro lado del Puente (propiedad del Colegio de la Concepción) y en la Ribera de Curtidores19. La nieve se recogía en invierno y se mantenía en estado de conser-vación con paja de trigo. Podría traerse desde Béjar, Cantalapiedra o Ledesma por arrieros especializados llamados neveros, protegida por helechos o sacos de esparto. Se utilizaba como agua fría, mezclada con el chocolate, en granizados o para aloja (agua, miel y especias). Se subastaba su servicio a principios de mayo y se surtía el producto de junio a septiembre en un horario que iba desde las ocho a las once de la mañana y de cinco a ocho de la tarde. La hacienda real también se llevaba dos mara-vedíes por libra y a partir del siglo xvii un quinto de sus bene�cios iba destinado a la familia de Pablo Xarquías por concesión real para todo el reino.

16 Según E. Larruga podían vender desde las diez de la mañana entre San Miguel y Pascua de Flores y desde las nueve de la mañana el resto del año. Larruga, E.: Op. cit., vol. XXXIV, p. 250.

17 En 1547 se autorizó a los bodegoneros de los arrabales a vender carne de vaca, oveja, cabra, tocino, cordero y pescado, todo cocido o asado sin que el cliente pudiese sacarlo fuera del establecimiento.

18 Según Ángel Vaca el control monopolístico del abasto y venta de la carne se llevó a cabo desde las carnicerías concejiles de la Plaza de San Martín. Vaca Lorenzo, Á. y Rupérez Almajano, M.ª N. (coords.): Op. cit., pp. 224-225.

19 Las casas de nieve estaban fabricadas de ladrillo o mampostería de forma circular o cuadrada con gruesos muros y una ventana orientada hacia el norte. Existieron por toda la provincia, como en Alba de Tormes o en Cantalapiedra, regentadas por cofradías de Ánimas que utilizaban sus ingresos con �nes religiosos; o la de Ledesma, cuyos fondos se destinaban al hospital. Lorenzo López, R. M.ª: «La cultura de la Nieve en Salamanca: Arquitectura, conservación, abastecimiento y consumo», Revista de Salamanca, 53, 2006, pp. 265-281.

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La Puerta del Sol continuó igualmente constituyendo un foco comercial, papel que ya venía ejerciendo desde la Edad Media. De hecho, cuando se intentó construir el edi�cio de los jesuitas –Universidad Ponti�cia– en tiempos de Felipe III algunos vecinos se opusieron argumentando que estorbaría esta función20. Sólo cuando se necesitó un espacio más amplio para la comercialización, esta zona perdió importan-cia en favor de la Plaza de San Martín –se ignora la fecha exacta de esta pérdida de preponderancia–. Al margen de estos núcleos de comercialización también existie-ron tiendas de frutería, panadería, pastelería y botillería para el consumo popular21. A los fruteros se les prohibía salir a comprar fruta a los caminos –salvo quienes la vendían en la Plaza del Corrillo junto al peso del Concejo– o pesar sus mercancías con el peso en la mano –debían hacerlo con él colgado–. La panadería se ubicaba junto a la plaza del Consistorio y la venta del pan en grano en este establecimiento generaba una renta al Concejo denominada cuchar –recipiente o�cial con el que se medía el grano–. A la izquierda de la lonja de la cárcel estaba la plazuela o Corrillo de las Sardinas, y cerca de ésta, según se va a San Martín, la «Plazuela de los Molletes». En la Plaza de la Yerba se distinguían a su vez varios corrillos –de los huevos, de las verduras, etc.– sin que sea fácil determinar su ubicación exacta.

Al margen de estas regulaciones y lugares de venta, cabe destacar la celebración del mercado semanal de los jueves en la Plaza de San Martín de manera simultánea al que diariamente tenía lugar en la Puerta del Sol. Estaba dedicado a productos agrícolas y ganaderos. Permitía a los vendedores la exención de los derechos de la alcabala y haber del peso, pero estos privilegios –otorgados por Carlos V en 1525– sólo alcanzaban a los agricultores de un contorno de doce leguas a la redonda que venían a vender productos menores de alimentación como fruta, leña, caza, huevos, espárragos, leche y alcacer. No se les aplicaban dichas exenciones si en la ciudad o en un contorno de cinco leguas antes de llegar al mercado vendían sus productos a mercaderes, tratantes o recatones. Si se trataba de recatones que hubiesen comprado de cosecha o crianza de dos leguas alrededor tampoco abonarían la alcabala. No go-zaban de dichas franquicias los vecinos de la ciudad y los vendedores de productos que podríamos considerar suntuarios (hilo de plata, seda, oro, tapices, madera por labrar o labrada, paño o grana de más de 200 maravedíes la vara, corales, etc.), así como los de bienes raíces. El Ayuntamiento se reunía los miércoles y, previo infor-me de los �eles acerca de la situación del mercado –oferta y la demanda–, �jaba los precios máximos –denominados tasas– que podían alcanzar los productos –para los granos se derogaron en 1765–22; tasas que, a tenor de la información que nos pro-porciona García-Figuerola, no siempre fueron respetadas, incrementándose los pre-cios en función de los gastos de transporte y costes de medición23. Además los precios se veían sometidos a prácticas especulativas, como las llevadas a cabo por el Cabildo Catedralicio, uno de los principales receptores del excedente agrario a través de los

20 Vaca Lorenzo, Á. y Rupérez Almajano, M.ª N. (coords.): Op. cit., p. 136.21 La botillería, de gran popularidad en el siglo xviii, podemos contemplarla como el precedente del

bar. En ella se vendía agua de limón, helado, azúcar con agua de nieve, barquillos, bizcochos o bollos, entre otros productos. M. Artola indica, conforme a su estudio del Castastro de Ensenada, que había 142 tiendas y tenderos predominando las de los gremios de paños, joyería y lencería. Artola, M.: Op. cit., p. 137.

22 José Luis Martín, en su estudio sobre las ordenanzas del comercio y artesanos salmantinos de 1585 subraya la amplia legislación sobre algunos productos como el pan para que tuviese «precios conveni-bles» y se evitara la falta de abastecimiento y el malestar popular. Martín, J. L.: Ordenanzas del comercio y de los artesanos salmantinos, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1992.

23 La tasa de granos fue derogada en 1765 por una pragmática de Carlos III.

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diezmos. Javier Infante ha subrayado que esta intervención en los precios no favore-ció el juego de la oferta y la demanda y constituyó un obstáculo al trá�co mercantil. El problema de este mercado es que la justicia aprovechaba la ocasión para ejecutar deudas y los deudores no se atrevían a asistir a él. Debido a esta circunstancia Felipe III emitió (en 1619) disposiciones para que no se apresase a los labradores durante el día de mercado ni se les embargasen sus bienes por deudas24.

Dentro del ámbito comercial debemos igualmente señalar la celebración de di-ferentes ferias que provenían de tiempos medievales: la de San Juan de junio con-cedida por Alfonso X, llamada del Teso por celebrarse a las afueras de la ciudad, en el teso, al otro lado del río; y la del mercado de Ramos –anteriormente llamada de Don Guiral– también sita extramuros. Hasta estos arenales del río llegaban las piaras de cerdos extremeños y se importaban de Portugal burros, mulos, yeguas, caballos, carneros, ovejas, cabras, bueyes y cerdos. La de San Juan duraba quince días y aun-que no había exención de alcabala sí de portazgo, salvo para las mercancías que iban de paso25. Junto a ellas a partir de 1467 la ciudad contó con otra en septiembre concedida por Enrique IV para compensar la ayuda de la urbe ante la rebelión de la liga nobiliaria –encabezada por Juan Pacheco–. A diferencia de las dos anteriores se ubicaba en la Plaza de San Martín y duraba los veinte primeros días del citado mes26. Se trataba de eventos establecidos en función más de la actividad agropecuaria que del comercio, adecuados para el intercambio de ganado (las de primavera), o relacio-nados con la recolección del cereal y de la vendimia. Existía en ellas un mayor interés por los productos de consumo masivo –carne, pan y vino– soslayando un comercio de objetos de lujo, menos voluminoso y de mayor valor.

Si atendemos a los comerciantes, no existió en la ciudad una especie de junta, cuerpo o gremio obligatorio de estos profesionales que aunase a todos cuantos ejer-cían este o�cio, a diferencia de lo que sucedía con algunas ramas de la artesanía27. Las únicas agrupaciones que encontramos son, en su mayoría, modestas compañías de negocios de las cuales no siempre ha quedado huella escrita ya que sus socios a veces llegaban a acuerdos de cooperación de manera verbal, sin plasmarlo ante los escribanos. Así sucedió en los primeros años con los mercaderes de libros Junta y Cánova, o Liarcari y Terranova quienes importaban libros de Francia, de Venecia y de Portugal y exportaban a América, especialmente los primeros28. Otras veces no se explicita en las fuentes notariales en qué consistió la actividad de estas sociedades indicando uno de los socios que le entregaba el dinero al otro para que tratase «en lo que quisiere y le pareciere», siempre que fuese en «tratos líçitos y honestos». Se denominaban compañías a «pérdida y ganancia», ya que generalmente repartían los bene�cios o pérdidas a partes iguales. Los socios podían poner determinada canti-dad de dinero o simplemente uno el capital y otro u otros el trabajo. La aportación

24 Villar y Macías, M.: Historia de Salamanca, VI, Salamanca, 1974, p. 17.25 El nombre de este mercado proviene de un juez real, se celebraba desde 1273 y duraba quince días.

Vaca Lorenzo, Á. y Rupérez Almajano, M.ª N. (coords.): Op. cit., p. 85. 26 Según Villar y Macías las primeras ferias se extendían de Ramos hasta pascuilla, las seguían las que

comenzaban el día de San Pedro (29 de junio), que duraban hasta �nales de agosto, y el tercer periodo se extendía desde San Miguel (29 de septiembre) hasta la �nalización de la vendimia. Ángel Vaca señala que durante la feria de septiembre había una exención del pago de alcabala y portazgo para diferentes mercan-cías comestibles y de beber, así como paños de lana, sal, madera, joyas, pescado o cueros, entre otras.

27 Así lo certi�ca E. Larruga para �nales del siglo xviii, vid. Larruga, E.: Op. cit., vol. XXXV, p. 34.28 Archivo Histórico Provincial de Salamanca (en adelante A.H.P.Sa). Protocolos Notariales (en ade-

lante P.N). Legajo (en adelante Leg.) 3189. 20-VIII-1576, fols. 461-464.

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monetaria de estos «compañeros» osciló entre 300 y 12.000 reales en el siglo xvi. Las que menos inversión requerían eran las destinadas a comerciar con ganado o las de sastres y calceteros. Las más onerosas eran las relacionadas con la adquisición de hierro en Vizcaya, las de los libreros o las de carácter textil cuando implicaban la comercialización de seda. Predominaron, por el número de contratos �rmados, las de carácter pecuario destinadas a la venta de ganado (ovejas, carneros, borregos, corderos, bueyes, puercos, lechones, etc.). Generalmente se entregaba dinero a una persona del ámbito rural, fundamentalmente de zonas cercanas a la ciudad, para que negociase con determinados animales en un corto plazo de tiempo29.

En segundo lugar estaban las textiles (de pañeros, merceros, calceteros, cordone-ros, sederos, etc.); en tercera posición las relacionadas con el mundo del libro y en cuarto con la alimentación (pescado, aceite, frutas, cebada, etc.). Constituían algo excepcional las dedicadas al zumaque –colorante– o al hierro. Su duración en prin-cipio solía ser corta, habitualmente por un año, aunque algunas llegaron a superar una década de colaboración; las hubo incluso vitalicias –de fruteras–. Falta todavía un estudio de las mismas en el que estamos actualmente trabajando.

Dentro de las compañías la que más atención ha recibido hasta el momento ha sido la dedicada a la comercialización de libros creada en la década de 1530 por los más importantes libreros de la ciudad, a la cabeza de la cual estuvieron el �orentino Juan de Junta y el borgoñés Alejandro de Cánova. Se instituyó a semejanza de la de Lyon –La Grande Compagnie de Libraires– con el objeto de proveer del material necesario a la población universitaria y monopolizar la distribución y venta de las codiciadas ediciones internacionales30. No era la primera dedicada a esta actividad, de hecho estos dos libreros ya habían formado previamente otra, pero sí fue la más signi�cativa. Habían actuado como factores de Lucas Antonio de Junta, hijo de un rico comerciante de lana �orentino con factoría en Venecia, quien contempló en la urbe tormesina, sede de la más importante universidad española, y que por consiguiente aseguraba una clientela productora y consumidora, el lugar idóneo para situar estratégicamente su factoría ante la falta de competencia de otras. Esta nueva compañía contaba con una docena de libreros entre los que predominaban los extranjeros y participaban dos mujeres –Juana Maldonado, viuda de Jusquin Lecaron, y Úrsula Martínez–. Suponía aunar esfuerzos y capitales que permitiesen la compra al por mayor de mercancías en los lugares donde se producían salvando los trámites y costes de los minoristas delegados por las grandes casas editoriales31. Buscaba entre sus objetivos un abastecimiento �uido y estable del material impreso, liberado del marco espacio-temporal impuesto por las ferias. Tendría como factores al francés Gaspar Trechsel en Lyon, uno de los principales centros productores del momento, a quien se le asignó un salario; y al alemán Lorenzo Anticena, en Medina del Campo, quien trabajaría a comisión. Cada socio aportaba el dinero que pudiese

29 Procedían de Cabrerizos, Salvatierra, Villares, San Pedro de Rozados, Tamames, Monterrubio de La Armuña, Castellanos de Villiquera, Carbajosa de la Sagrada, Pelabravo o Forfoleda, entre otros.

30 Formaban parte de la compañía, además de los citados: el francés Gaspar Trechsel (lionés), el maestro alemán Lorenzo Anticeno, Lorenzo de Liondedey, Martín Lecaron, Gasparo de Ruiseñolis, Ber-nardino de Castronovo, Blas de Vergara, Juana Maldonado (viuda de Jusquin Lecaron), Alonso de Ribas y Cristóbal de Pascua.

31 No fue infrecuente que las mujeres de los libreros continuaran con el negocio al morir sus mari-dos o sus padres, caso de Ana Rodríguez, de Isabel de Robles, e incluso de Beatriz Maldonado, mujer de Andrea Portonaris. En el siglo xvii encontramos a Antonia Ramírez o a Susana Muñoz, viuda de Artus Taberniel, entre otras.

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y los bene�cios se distribuirían al prorrateo. El capital inicial fue destinado en su mayor parte a la compra de libros en Europa, especialmente en Francia. Una vez enviados a España los ejemplares se ubicarían en dos tiendas, una en Medina del Campo y otra en Salamanca, cada una con un factor o empleado de la compañía. La tienda salmantina estaba destinada a la distribución de los libros entre los miembros de la compañía salmantina que los adquirirían al precio que Trechsel los hubiera comprado en Lyon –procedentes fundamentalmente de Francia y Alemania–, mientras que los que vinieran desde Medina deberían llevar un recargo del 5 por ciento, comisión destinada al factor allí asentado. El establecimiento de Salamanca estuvo inicialmente situado en un lugar de la Plaza de San Isidro, zona universitaria, para luego trasladarse a la zona enfrente de las Escuelas Mayores, aunque parece que durante nueve meses tuvo dos tiendas.

Los socios se comprometían a no realizar ninguna compra de libros fuera de la compañía y a entregar a ésta los ejemplares franceses que tuviesen en ese momento para ponerlos a disposición de todos. Esta práctica casi monopolística suscitó la pro-testa de algunos profesores universitarios –caso del doctor Salaya– quienes alegaban que este hecho había encarecido los precios. La compañía fracasaría apenas cuatro años después de su fundación porque Trechsel cometió varias irregularidades entre las cuales estaba la elevación del costo de los libros –entre un 20 por ciento y un 30 por ciento–, obtuvo ventajas al utilizar la moneda española frente a la del país originario; no informaba puntualmente a sus compañeros, no llevaba un «libro de razón» o conta-bilidad, enviaba libros estropeados, realizaba ventas a personas ajenas a la compañía y tuvo importantes pérdidas de capital como consecuencia de con�scaciones de la auto-ridad española al tratar de introducir en el país objetos de contrabando como moneda o seda, actuaciones contrarias a las cláusulas fundacionales que le obligaban a dedi-carse de manera exclusiva al mercado del libro. La ruptura acabaría en un con�icto judicial entre Trechsel y los libreros que recabó en la Chancillería vallisoletana. A tenor de algunas opiniones de gente de la época, emitidas más de tres décadas después, las consecuencias para los libreros implicados habrían sido nefastas «pues estaban todos pobres y perdidos». Al margen de la actividad comercial de esta compañía, desde las imprentas salmantinas se editarían libros como misales, breviarios o manuales –de escaso coste y difusión rápida– para diócesis lejanas como la de Braga realizadas por Juan de Porras32; obras para Coímbra –desde la imprenta de Porres–, o cuadernos de leyes –las de la Santa Hermandad o las Leyes de Toro– de difusión nacional33.

Durante el siglo xvii los extranjeros también iban a realizar una intensa actividad en el comercio salmantino34. Los portugueses actuaron fundamentalmente a través de pequeñas empresas familiares en las que participaban hermanos y sobrinos, a diferencia de los franceses, quienes optaron por la creación de pequeñas compañías generalmente sin vínculos consanguíneos entre sus componentes. Los lusos se de-dicaron a transportar ámbar y almisque –almizcle– desde Lisboa para otros merca-deres de la misma nacionalidad o para algún italiano asentado en Salamanca. De la capital lisboeta también procedían otros productos cali�cados genéricamente en los

32 Ruiz Fidalgo, L.: La imprenta en Salamanca (1501-1600), Madrid, Arcolibros, 1994, p. 127.33 Para estos aspectos del mundo del libro vid. De la Mano González, M.: Mercaderes e impresores de

libros en la Salamanca del siglo XVI, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1998.34 Lorenzo Pinar, F. J.: «La presencia de extranjeros en Salamanca en la primera mitad del siglo

xvii», en Blanco Rodríguez, J. A. (ed.): La emigración castellana y leonesa en el marco de las migraciones espa-ñolas, Zamora, UNED, 2011, pp. 85-124.

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documentos de drogas. Eran adquiridos por los boticarios salmantinos quienes ha-cían su compra de manera colectiva –entre dos o tres–, probablemente para afrontar pagos que podrían resultar demasiado gravosos de ser realizados individualmente, o para lograr precios más ventajosos. Estas mercancías no eran necesariamente en-tregadas de forma directa a los compradores por el mercader a favor de quien se realizaba la obligación; a veces éste contaba en la ciudad del Tormes con sus propios agentes y apoderados quienes se encargaban de distribuirla.

Más intenso fue el trá�co de azúcar y azafrán desde el país vecino el cual aparece con mayor regularidad en la documentación a lo largo de toda la primera mitad de esta centuria. El azúcar en polvo blanco, procedente de Brasil, era requerido por un amplio sector profesional de la ciudad, caso de los mercaderes de especiería, paste-leros, con�teros, boticarios, tenderos e incluso algún carnicero, agujetero, bodegone-ro, zapatero o canónigo. Como sucedió con otros productos, a veces la compra era realizada por dos o tres individuos, aunque este fenómeno se dio en menor medida que en el caso del azafrán. Los principales proveedores portugueses procedieron de Oporto y en menor medida de Melo y Miranda de Duero. La mercancía habitualmen-te era entregada en el peso del Concejo de Salamanca. Algún mercader de especiería salmantino, caso de Tomás Crespo, comisionó a portugueses, a los que entregó gran-des sumas de dinero, para que comprasen en su nombre el azúcar de la mencionada ciudad del Puerto –Oporto– desde donde llegaba el producto destinado a Salamanca.

En cuanto al azafrán en hebra, éste era transportado por mercaderes portugueses desde una mayor variedad de lugares –Marialba, Escotomos, Trancoso, Almeida, Trebos y La Guarda–. Recababa igualmente en el peso mayor del Concejo. Exigía una gran inversión dado su elevado precio lo que obligaba en ocasiones, al igual que sucedió con otras mercancías, a que la compra se efectuase por varios indivi-duos conjuntamente. Fue objeto de demanda no sólo por parte de los mercaderes de especiería, sino también por tenderos –no dedicados de manera exclusiva a la venta de productos comestibles, caso de los agujeteros y tapiceros– e incluso por mercaderes de tocas. A veces el azafrán llegado a la ciudad no quedaba en ella, sino que iba destinado a otros lugares –como a Medina del Campo–. En este mercado de especias entraron también otros productos de Portugal como el clavo aunque las adquisiciones en cantidades signi�cativas por parte de los tenderos de la ciudad fueron esporádicas.

En el ámbito textil se constata la importación de hilo portugués por mercade-res de Oporto y de la Torre de Moncorvo; no obstante, no constituyó uno de los productos que generase más volumen de negocio en las diferentes transacciones o, al menos, no dejó apenas huellas documentales al tratarse de ventas de pequeña entidad. No sucedió lo mismo con los paños pardos de La Iniesta y de La Parrilla de gran demanda por parte de los pañeros, roperos, tenderos y calceteros salmantinos. Eran traídos por individuos procedentes de Castilmendo –Castelo Mendo– y Melo. A diferencia de éstos, los portugueses asentados en la península solían dedicarse a negociar con otros tipos de géneros textiles (grana colorada, seda ordinaria –tanto de color como negra, seda joyante, lienzos, holandas, bofetanes, simianas, gasa y paño de rey, así como piezas de caniquines para los escarpineros de la urbe–).

Los productos tintóreos también fueron importados por portugueses para surtir a los mercaderes de paños y a los tintoreros salmantinos y, en menor medida, a los zurradores de colorado, tapiceros y manteros. Se trataba de añil en tableta transpor-tado por individuos procedentes de la villa de Almeida y de Trancoso; y de palo de

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Brasil importado desde Oporto. Este último era demandado por los zurradores ubi-cados en la Ribera de los Curtidores de la ciudad salmantina. Mercaderes de Tran-coso también suministraron cera a los salmantinos a través de socios de la misma nacionalidad avecindados en la ciudad; igualmente, comerciaron con aceite, aunque en este caso en las zonas rurales.

De cualquier modo, la dinámica de los negocios que hemos plasmado a través de las cartas de obligación no es sino una parte de las actividades comerciales de esta época, tal vez la más voluminosa o la de mayor capital requerido por lo que se hacía necesario el aplazamiento de los pagos a través del escribano. El comercio de tienda, a pequeña escala, así como el ambulante, no precisó de la actuación de los profesionales de la pluma y, por consiguiente, no dejó apenas huellas documentales. Bastaba en ocasiones un simple apunte en el libro de memorias del mercader para rati�car la operación o la posible deuda a favor de éste. Esta circunstancia explicaría por qué algunos mercaderes –especialmente los franceses– no aparecen registrados en la documentación salvo cuando actuaron como testigos. A veces, sólo contamos con referencias sobre ese comercio al por menor a través de los testamentos, caso del de la portuguesa Bárbola González, buhonera, dedicada a la venta de hilo. Tampoco los documentos re�ejan el contrabando efectuado con Portugal del que poseemos noticias indirectas a través de las penas de cámara. Quienes conculcaban la legisla-ción al respecto recibían fuertes multas o el embargo de las mercancías y de las mu-las cuando entraban sin aduanar o registrar, descaminadas y sin guía o sin haber pagado los derechos de alcabalas.

Respecto a los mercaderes franceses resulta difícil establecer la naturaleza concreta de sus negocios ya que no se alude a sus productos sino bajo el cali�cativo genérico de mercadurías. Algunos actuaron a través de pequeñas compañías compuestas por dos o tres socios las cuales tuvieron una mayor presencia durante la primera década del siglo xvii. Predominaron las establecidas para el trato de mercería –cajeros–, lencería –cintas, cordones, encajes, puntas, etc.–, bonería –buhonería o bisutería– y joyería, pro-ductos de bajo precio y que no solían estar sometidos al control de los gremios. A tenor de las escrituras de disolución algunas de estas compañías gozaron de escasa fortuna. Sus socios procedían fundamentalmente de la zona de Ubernia. Los mercaderes de joyas salmantinos –Diego Gómez o Antonio Donzel, entre otros– adquirieron igual-mente de los franceses, así como de los italianos, parte de sus productos.

Los franceses, al menos durante el primer tercio del siglo xvii, siguieron teniendo una presencia notable en el mundo del libro, caso de Jacques y Guillermo Pesnot. El primero mantuvo relaciones con sus paisanos de la misma profesión a�ncados en Madrid –caso de Jerónimo Courbes–. El segundo se encargó de la distribución en Salamanca de los libros del Nuevo Rezado35. Algunos mercaderes –caso de Francisco Peynote– redujeron su negocio en este ámbito a la provisión de estampas para los libreros salmantinos y algunos extranjeros36. Otros, por el contrario, diversi�caron sus actividades, caso de Dudon Laurel, casado con Bárbola Núñez, viuda del tam-bién mercader de libros Juan Comán, quien así mismo se dedicó a transacciones con productos del agro y préstamos.

35 Otros estuvieron en la urbe sólo temporalmente, como Juan Padillaque, natural de Cans. Los libre-ros salmantinos también establecieron transacciones con los franceses. Alonso Figueroa las mantuvo con Jacques Prost, mercader de libros lionés, a través de Guillermo Pulyo.

36 A.H.P.Sa. P.N. Leg. 3386. Año 30-XII-1603. Obligaciones para el pago de unas estampas adquiridas por Bartolomé Rodríguez y Guillermo Bruño.

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Respecto a los italianos, al igual que el resto de los colectivos extranjeros, se aden-traron en el mundo del comercio dedicándose a la joyería, a la venta de productos textiles –camisas de Flandes traídas por sus compatriotas desde Valladolid–, de mer-cería, seda, ámbar, buxerías y almisque –importados desde Lisboa– o estampas. Quien manifestó una mayor actividad fue Xacomé Carboni, mercader de joyería. Tras su fallecimiento en 1607 el negocio fue continuado por su esposa Ángela Veneciana.

En lo que concierne al siglo xviii y al margen de la intervención de mercaderes extranjeros a la que venimos aludiendo, se formó una Compañía de Comercio, con el título de Paños y Joyas de Salamanca, y se entraba en ella de manera voluntaria37. Sus miembros alquilaron en la Plaza Mayor una casa que servía de registro y estaba regentada por dos o�ciales. Los directores debían encargarse de surtir el almacén de los «géneros más útiles» y venderse a todos los comerciantes al mismo precio. Éstos debían comprar en él pena de un 5 por ciento de multa que era el porcentaje de bene�cio que la compañía aplicaba a sus productos para pagar el sueldo de los direc-tores y demás empleados. Esta corporación elevó un memorial al monarca Carlos IV donde se subrayaban algunas causas de la decadencia del comercio: la situación de la ciudad, distante de los «puertos» del reino; el hecho de tener que comprar a través de varios intermediarios –«segundas o terceras manos»–; y el que los mercaderes no iban a los centros de producción –caso del textil, a Segovia o a Béjar– a adquirir los productos38.

A través de los denominados «ordinarios» o arrieros dedicados al transporte de estudiantes, de sus hatos y de su dinero podemos también conocer parcialmente las personas y los núcleos de relación con los que Salamanca tuvo contacto aunque falta todavía un estudio de cuáles fueron las mercancías que transportaron. Recorrían prác-ticamente toda la península aunque con menor intensidad por la zona del noreste39.

Los transportistas procedían en gran parte de la zona sur salmantina: Hergui-juela de la Sierra, Fuentes de Béjar, Cepeda, La Alberca o Los Santos. Cobraban un porcentaje por llevar el dinero –hasta un seis por ciento aunque lo habitual eran porcentajes menores, pero que desde el siglo xvi sobrepasaban el 2 por ciento–, una cantidad �ja por arroba de carga o por caballería que trasladase a estudiantes y gozaban de la concesión en exclusiva de manera que los universitarios no podían proveerse por otro profesional. Además del traslado de la ropa estudiantil, según la zona podían acarrear otros productos. Durante el Quinientos traían de Extrema-dura y Maestrazgo de Santiago «escritorios, camas, bufetes y otras maderas» así como «jarros, vidrios o cañas»40. A la alfarería de Badajoz se le aplicaba una tasa más elevada que para otros productos «por ser cosa de más embarazo», probablemente por su mayor fragilidad o volumen41. Traían igualmente «alimentos» –tal y como lo

37 Comerciaba también con canela, clavo y pimienta. Abría de ocho de la mañana a dos de la tarde desde primero de noviembre hasta �n de febrero y el resto del año de siete de la mañana a tres de la tarde. Cerraba a las 12 del mediodía al toque de oraciones.

38 Larruga, E.: Op. cit., vol. XXXV, pp. 36-37.39 En las dos primeras centurias modernistas hubo carreteros destinados a Madrid, Guadalajara, Sevi-

lla, Granada, Soria, Coria, Cáceres, Partido de Campos, Plasencia, Béjar, Trujillo, Vizcaya, Navarra, La Rioja, Burgos, Cuenca, Valencia, Zarza, Llerena, Mérida, Villanueva de la Serena, Medellín, Jerez, León, Rioseco, Galicia, Motril, Lorca, Ceclavín, Garrovillas, Piedrahíta, Peñaranda, Aragón, Alburquerque, Medina, Tole-do, Oviedo, Alcaraz, Córdoba, entre las localidades españolas y Lisboa, Braga, Oporto, Évora, Lamego y Alentejo entre las portuguesas. En la década de 1660 el número de arrieros disminuyó hasta siete.

40 A.H.P.Sa. P.N. Leg. 4646. 24-XI-1589. Fols. 2877-2880 y Leg. 3212. 22-VIII-1590. Fols. 227-230.41 A.H.P.Sa. P.N. Leg. 3880. 18-VIII-1595. Fol. 736.

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especi�ca de una manera genérica alguno de los documentos–42, entre ellos tocino caso del de Navarra y la Rioja. Mencionan así mismo medias camitas, colchones y almohadas, entre otros enseres43. Igualmente transportaban libros, aceite, cueros, te-las, conservas, joyas y correspondencia de particulares44. Varios libreros salmantinos llegaron a acuerdos con los recueros valencianos y sevillanos quienes les compraban libros y se comprometían a pagar su valor en determinados plazos que oscilaban entre cuarenta y ochenta días, es decir, la duración de uno o dos viajes, lo que habla de la fácil salida que este producto tenía en el mercado levantino45.

Para calibrar el peso de las mercancías algunos contratos exigieron a los arrieros la posesión de una balanza «con la qual [se] pese lo que trajere y llevare por peque-ña cantidad que sea, permitiéndosele que pueda pesar con romana lo que pesare de una arroba arriba»46. Según Florencio Marcos, quien ha estudiado este colectivo para el siglo xvii, señala que a través de estos transportistas entraba una cantidad no despreciable de alimentos, pero no indica cuáles, ni los géneros que salían47. Lo mismo sucedía con quienes trasladaban a las compañías teatrales que actuaron en la ciudad. Probablemente sus arrieros hicieron su viaje de vuelta con mercancías. En el siglo xviii el Catastro de la Ensenada habla tan solo de cinco arrieros ordinarios vecinos de la ciudad, uno destinado a Peñaranda, tres a Madrid y otro para el correo. Continuaban también los de Galicia o Sevilla, pero no eran autóctonos48.

42 Luis Enrique Rodríguez-San Pedro menciona entre los alimentos traídos por los arrieros en el siglo xvii los derivados fundamentalmente del cerdo como la manteca, torreznos, longanizas y lomo. Rodríguez-San Pedro Bezares, L. E.: La Universidad salmantina del Barroco, período 1598-1625, tomo III, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1986, p. 448 y «Vida estudiantil cotidiana en la Salamanca de la Edad Moderna», en Miscelánea Alfonso IX, 2001, 2008.

43 Algo más explícito se muestra un contrato de 1544 de Sevilla que alude a los siguientes objetos: «… paños e sedas e brocados, paños �nos de Holanda, holandas, lienços e de otra cualquiera calidad…». A.H.P.Sa. P.N. Leg. 3717. 4-III-1544. Fols. 102-108.

44 A las monjas salmantinas y vallisoletanas trajeron «piedras bez[o]ares» –a las cuales se les asigna-ban poderes curativos contra el veneno–, cucharas y dedales de plata, entre otros objetos. También nego-ciaron con animales de carga, probablemente de sus recuas cuando ya no les eran de utilidad o criaban. Las cartas de obligación nos ofrecen los precios de algunos de los animales. Un potro estaba valorado en 15 ducados, un macho con su albarda y aparejos en 26 ducados, y las yeguas entre 10.000 y 19.500 maravedíes. A.H.P.Sa. P.N. Leg. 3208. 22-II-1589. Fol. 215; Leg. 4632. 12-VI-1584. Fol. 273, 13-VI-1584. Fol. 274 y 25-VI-1584. Fol. 286; Leg. 3882. 7-XI-1598. Fols. 495-496; Leg. 3388. 20-X-1583. Fol. 4445 y Leg. 5258. 25-I-1585. Fol. 317.

45 Durante la década de 1570 se encuentran en el archivo numerosas cartas de pago de Lope Maroto, vecino de Ávila y arriero de Valencia, con el librero Luis Méndez y de los recueros Pedro Ruiz y Francisco Castañón con el mercader de libros Diego Méndez. En el contrato de 1583 de los estudiantes con Lope Maroto, se insertaba una cláusula relativa al librero por la cual se obligaba a que todos los libros y mer-caderías que le diere o �are Diego Méndez, mercader de libros, «constando por obligación ante escribano y cédula �rmada de su nombre, ser[í]a obligado a pagarlo[s] de llano en llano». A.H.P.Sa. P.N. Leg. 5255. 22-VI-1583. Fols. 1194-1203. Sobre las cartas de pago ver Leg. 3657. Año 1570; Leg. 3658. Año 1571 y Leg. 3659. Año 1574.

46 A.H.P.Sa. P.N. Leg. 4646. 10-XI-1589. Fols. 2849-2853. Lorenzo Pinar, F. J.: «El transporte estu-diantil concertado en Salamanca en el siglo xvi», en Miscelánea Alfonso IX, 2011 (en prensa).

47 Marcos Rodríguez, F.: «Arrieros y estudiantes de la Universidad de Salamanca», Revista de Archi-vos, Bibliotecas y Museos, LXXV, 1968-1972, 1-2, pp. 149-181.

48 Al margen de estos recueros debieron igualmente de actuar otros de otras zonas de España, al menos para dar salida al más de medio millón de fanegas de excedente de trigo con el que contaba la provincia a �nales del siglo xviii y que se destinaba hacia el Norte, ciudades próximas al Sistema Central y Madrid. Lo mismo sucedía con la producción de lino que excedía la demanda local. García Figuerola, L. C.: Op. cit., p. 91; Sanfeliciano, M.ª L.: «El lino y su manufactura en la provincia de Salamanca a �nales

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Sobre los lugares de donde procedían las mercancías que nutrían la urbe sal-mantina no poseemos noticias de ellos siempre de manera directa. A través de las ordenanzas de 1585 sabemos que a Salamanca se venía a vender ollas, cántaros, ti-najas, platos y escudillas blancas y amarillas de vidrio tosco o barro desde Talavera. La reglamentación prohibiría desde entonces la presencia de recatones talaveranos dedicados a estos productos para promocionar la loza de la ciudad indicando que debería ser vendida por quienes la fabricaban en la Plaza. Los paños provenían de Segovia, El Barco, Piedrahíta, Garrovillas, Astudillo, Ávila, Béjar y Guadalajara. De Portugal, según Larruga y para el siglo xviii, procedía el azúcar, dulces, cacao, queso, bacalao, merluza, congrio, salmón, sardinas, huevos, fresones, arroz, tocino, aceite, almendras, altramuces, pimienta, nueces, aceitunas, clavo, café, drogas para medici-nas, tinte, alumbre, palo de Brasil, estopa, caña, lino, cordobán, entre otros49. Según este autor, y analizando la aduana de la provincia de Salamanca, este comercio con el país vecino era favorable a Salamanca, pues a �nales del siglo xviii vendía por 3,6 millones de reales y compraba por 1,2 millones. De Madrid y Valencia se traían en el siglo xviii los materiales necesarios para la fabricación de cintas y galones de los pasamaneros. De la Sierra de Gata se llevaban a la capital provincial vinos, legum-bres y loza. Según Larruga, al menos en el siglo xviii muchas personas de Béjar y Candelario comercializaban chorizos y perniles.

Uno de los principales productos de compraventa, dado el carácter universitario de la ciudad, fue el de los libros50. Durante el siglo xvi estuvieron presentes en Sala-manca, como ya hemos señalado, las más relevantes dinastías de libreros extranjeros –Junta, Portonaris, Gast (de Amberes), Bonart, Liarcari, Cánova (borgoñés), Terrano-va (italiano), etc.–, lo que hacía intuir la importancia que la ciudad tenía en el circuito internacional del libro. Mantenía relaciones con poderosas urbes extranjeras –Lyon, Venecia, Florencia o Génova, entre otras– y españolas que contaban con sucursales de sus casas matrices51. Debido a que las prensas salmantinas solían limitarse a satis-facer la demanda local, generada principalmente por la clientela universitaria, esto obligaba a los mercaderes de libros instalados en la ciudad a buscar otras fuentes de abastecimiento del material impreso. Generalmente lo hacían en las cercanas ferias de Medina del Campo –de mayo a octubre– donde se daban cita los factores y repre-sentantes de las principales casas editoriales europeas. Esa circunstancia repercutía en un incremento de los precios, gravados por las comisiones de los intermediarios y los intereses derivados de los pagos aplazados. A través de las fuentes documen-tales conocemos que los Portonaris compraban libros en Medina del Campo, Toledo, Valladolid, Zaragoza, Sevilla y Madrid. En el siglo xvii los libreros se quejaron de la disminución y ruina de este sector debido a los elevados costes �scales de la im-presión y trá�co de libros, al escaso afán por la lectura, la longevidad con la que se

del siglo xviii», en Cavero Diéguez, V. et al.: El medio rural español. Cultura, paisaje y naturaleza. Homenaje a don Ángel Cabo Alonso, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1992, p. 550.

49 Para una relación completa de los productos intercambiados vid. ibidem, pp. 53-56.50 A la hora de tratar este ámbito profesional, como ya señalara Luisa Cuesta, resulta difícil separar

las categorías de impresores, libreros y editores, existiendo una gran confusión entre unas y otras funcio-nes ya que la mayor parte de los impresores fueron a la vez libreros. Algunos de ellos tuvieron también editoriales en Valladolid, Medina del Campo o en Burgos. Cuesta Gutiérrez, L.: La imprenta en Salaman-ca. Avance al estudio de la tipografía salmantina (1480-1944), Salamanca, 1960.

51 Ibidem, p. 22.

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agotaba un libro, lo cual hacía de su impresión una empresa poco rentable, al inter-cambio mediante trueque de las obras impresas y a la censura52.

Al margen de estas mercadurías, durante el siglo xvi y parte del siglo xvii, encon-tramos en la ciudad lo que podríamos cali�car de «comercio humano», de compra y venta de esclavos, generalmente negros y menores de 35 años de edad. Procedían de Portugal –Lisboa–, dada la proximidad de Salamanca con la frontera portugue-sa y debido a que era la zona que contaba con su monopolio desde el Tratado de Tordesillas; igualmente provenían de Andalucía, Valladolid y Extremadura –Zafra–. Los solían comprar fundamentalmente los nobles y también algunos eclesiásticos, estudiantes y comerciantes para emplearlos en labores domésticas.

En lo que respecta al ámbito provincial, los estudios al respecto subrayan la mala situación de los caminos principales y la precariedad de los ramales vecinales que di�cultaron el transporte y, por tanto, la �uidez del comercio53. En los núcleos rurales al igual que en la urbe se aprecia la intervención de las autoridades encaminada a garantizar el abastecimiento, calidad y cantidad de lo que hoy en día consideramos como productos de primera necesidad. Su comercialización contaba con diferentes mercados semanales generalmente concedidos por los reyes y que otorgaban deter-minados privilegios �scales, como la exención de la alcabala, además de suavizar las numerosas prohibiciones que impedían la libre circulación de artículos. En el caso de Ledesma, que como Salamanca celebraba su mercado franco en jueves –con-cesión otorgada por Enrique IV en 1465–, el rey Felipe II ordenó que las mercancías destinadas al abastecimiento de la ciudad salmantina– que procedían fundamental-mente de Vilvestre y Portugal– tuvieran el paso libre por esta villa sin que concejos o señores impusieran ningún ordenamiento sobre ellas ni se descargasen en otras plazas. Se trababa de un marco comercial fundamentalmente agropecuario (granos, garbanzos, legumbres, vino, ganado, lana, queso, pieles), textil (paños) y de calzado. El sitio del mercado se subdividía en dos partes, una de ellas denominada «Mercado del pan» y la otra «Mercado de los bueyes», nomenclaturas que vienen a corroborar el carácter al que venimos aludiendo.

El mercado servía además como marco para pregonar arrendamientos, los autos del corregidor, las subastas de obras u otros hechos de interés, dada la a�uencia de público a este evento comercial. Estaban controlados por los �eles, unos o�ciales nombrados por el Ayuntamiento que se encargaban de vigilar el desenvolvimiento de la vida comercial con funciones policiales, castigando las infracciones de provee-dores y vendedores, además de custodiar las medidas maestras del concejo y vigilar las perfectas condiciones de los artículos de consumo. Éstos podían ser a su vez vigi-lados por unos sobre�eles, ediles o regidores del Ayuntamiento. Al igual que el de la ciudad de Salamanca, el de Ledesma no eximía a los propios vecinos de la alcabala, obligaba a exponer dos horas antes los productos permitiendo durante la primera a los vecinos el derecho de tanteo y durante la segunda la compra a los recatones. En los días de mercado todas las existencias de pan debían ser puestas a la venta y los vecinos no podían salir a los caminos ni calles de la villa a comprarlo para no encarecer su precio. Sólo si el mercado no les ofrecía lo su�ciente lo podían adquirir en la reventa. Este producto básico tenía que servirse bien cocido, sazonado y con el

52 De la Mano González, M.: Op. cit., p. 16.53 García Martín, P. (Introd.).: Op. cit., p. 12.

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EL COMERCIO EN SALAMANCA DURANTE LA EDAD MODERNA 73

peso exacto54. El resto de los días las compras se hacían a los recatones o mercaderes al por menor.

También contaban con un mercado franco semanal –libre de impuestos de com-praventa– durante los jueves las villas de Peñaranda, autorizado por Juan II (1406-1454), y Béjar –al menos desde 1462– donde se daba el regateo y comercio al por me-nor. Sobre la importancia del comercio en Peñaranda basta citar las cifras del Censo de Floridablanca –1787– que nos habla de casi un centenar de comerciantes para una población de 5.000 personas. Perdería relevancia por los altos gravámenes que el duque impuso a los productos que allí se vendían. El de Ciudad Rodrigo tenía lugar los martes. En esta localidad el comercio constituía una actividad destacada con 29 tiendas de minoristas y 7 recatones o vendedores ambulantes de fruta. El número de mercados se vería incrementado en el ámbito rural salmantino en la segunda mitad del siglo xviii con las concesiones de éstos a las localidades de Barruecopardo, Mi-randa del Castañar, Cantalapiedra y Saelices55.

Como sucedía con la capital, en algunos municipios –caso de Peñaranda de Bra-camonte o de Ledesma– determinados productos monopolizados –como el vino– estaban en manos de obligados que anualmente pujaban en una subasta pudiendo concurrir cualquier persona de la villa o de fuera. En la citada villa de Ledesma se exigía a su arrendatario no sólo tener el abasto su�ciente, sino dedicarse a esta actividad de manera exclusiva. Estaba prohibido mezclar clases de vino o echarle más agua de la permitida. Los tintos eran traídos en el siglo xvi fundamentalmente de los lugares de la Ribera, de Villarino, Pereña o tierra de Zamora, y si eran blancos de Madrigal o de Medina. El pescado –pregonado en Pascua de Resurrección en Ledes-ma– y la cera constituían otros de los productos sometidos a este tipo de régimen de control y cesión56. En el caso de la cera algunas villas –como Ledesma– obligaban a que el abastecedor fuese natural de ella y la fabricase con buen sebo de vaca, carnero o cabra con un color uniforme y sin mezclarla con agua.

La celebración de ferias no fue tampoco un evento exclusivamente de la capi-tal, estaban igualmente extendidas por la provincia. En la de Ledesma –dedicada a los aperos de labranza, granos y sobre todo ganado– acudían gentes de Zamora, Salamanca y Medina del Campo, entre otros lugares. Concurrían a ella muchos fa-bricantes de Béjar y tratantes a comprar lanas, los primeros para sus propias fábricas y los segundos para revenderlas. La de Béjar, celebrada entre los días 26 al 28 de septiembre, como las anteriores tenía un acentuado carácter pecuario siendo muy común el chalaneo de vacuno y yeguar así como la compra de cerdo. La mayor par-te de las transacciones textiles bejaranas se realizaban al margen de la jurisdicción de los duques, probablemente en Madrid, Portugal, Alta Extremadura, Salamanca, Valladolid y diversas ferias castellanas, entre otros lugares57. Ciudad Rodrigo conta-ba con la de Botigas –denominación que aludía a quienes regentaban una tienda o

54 Martín Martín, J. L. y Martín Puente, S.: Historia de Ledesma, Salamanca, Diputación de Sala-manca, 2008, p. 227.

55 García Figuerola, L. C.: Op. cit., p. 95.56 Por algunos contratos sabemos que se traían sardinas y sábalo de la zona de Bayona (Galicia) y sus

contornos. A.H.P.Sa. P. N. Leg. 3143. 4-VIII-1539. Fols. 106-107.57 Ros Massana, R.: La industria textil lanera de Béjar (1680-1850). La formación de un enlace industrial,

Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999, pp. 144 y 178.

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botiga– en la segunda semana de cuaresma y la de mayo, en la semana siguiente al día de la Ascensión58.

En el caso de las compañías comerciales del ámbito provincial falta todavía un estudio al respecto. Hay noticias de que se establecieron algunas de carácter gremial en Béjar para la venta de paños en el último tercio del siglo xviii –1770–. Obligaban a los fabricantes a vender sus productos a través de ellas pero a los pocos años –en 1789– tuvieron que abandonar sus pretensiones59. En la zona de la Sierra de Béjar y de la Sierra de Francia– los arrieros, que no eran profesionales sino que se dedicaban al labrado de la tierra y cuidado del ganado durante la mayor parte del año, jugaron igualmente un papel activo en el comercio. En sus paréntesis laborales traían el co-rreo, nieve de la sierra, barro para los edi�cios o comercializaban los derivados del porcino. En la Sierra de Francia se vendían fuera de la comarca el carbón vegetal, madera, cal, aceite de la vertiente de Sierra de Gata, queso, vino, frutos y verduras y se traían trigo, pescado y sal. En algunos pueblos, sobre todo los de Hervás y Can-delario, la mayoría eran a su vez tratantes de cecina y chorizos procedentes de las dos matanzas –una en noviembre y otra en febrero– que conducían a Madrid, junto con los paños de los fabricantes60. En la capital española establecieron a �nales de siglo almacenes propios y estables para la venta del embutido. Los recueros de La Solana transportaban a Plasencia lino y traían aceite, el cual a su vez distribuían por Castilla. En la Sierra de Béjar se comercializaba con el lino en rama, ganado, castañas y frutos que conducían a Salamanca, Peñaranda y Plasencia para volver con trigo. A �nales del Setecientos los arrieros de El Puerto y Cantalgallo se especializaron en intercambios con Galicia llevando paños a cambio de lienzos, géneros coloniales y tinturas, llegando incluso al contrabando –de cochinilla– con Portugal.

María Dolores Mateos habla para �nales del siglo xviii del comercio del carbón de brezo producido en el sur provincial y del vino que se transportaba de los lugares productores a los más cercanos y a los mayores núcleos de población existiendo ade-más un corto comercio con los términos fronterizos con Portugal61. Rosa Ros indica que el comercio que practicaban muchos de estos arrieros consistía en una actividad de cortos vuelos, adherida a la economía familiar campesina y caracterizada por el predominio de los desplazamientos a corta distancia. En algunos lugares –caso de Fuentes de Béjar– trabajaban en esta actividad únicamente la mitad del año dedican-do el resto del tiempo a las labores de su hacienda y viñas. Su intervención se expli-caba por la limitada oferta local de algunos productos básicos, sobre todo el trigo, que se intercambiaba por otros productos agrarios ganaderos y forestales62. Hemos de contemplar, por tanto, la arriería de estas zonas como una labor a pequeña escala complementaria de la agricultura. En síntesis su actividad venía a con�rmar la a�r-mación con la que iniciábamos nuestra ponencia: la ausencia de un comercio a gran escala caracterizó la vida mercantil tanto de la ciudad como del mundo rural.

58 En la Alberca destacaron los chalanes que compraban y vendían ganado en diversas regiones.59 En 1720 los fabricantes de Béjar habían conseguido que pudiesen llevar a vender sus productos a

la corte y vender sus tejidos al por mayor y al por menor en una lonja abierta pagando un 8 por ciento del valor del producto en concepto de aduana. Larruga, E.: Op. cit., vol. XXXV, p. 99.

60 Ros Massana, R.: La industria lanera de Béjar a mediados del siglo XVIII, Salamanca, Centro de Estu-dios Salmantinos, 1993, p. 47 y La industria textil lanera de Béjar…, op. cit., p. 93.

61 Mateos, M.ª D.: Art. cit., p. 62.62 Ros Massana, R.: La industria lanera…, op. cit., p. 46.

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COMERCIO Y NEGOCIOS EN SALAMANCA DURANTE LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Joaquín Maldonado Aparicio*

He estructurado la conferencia en cuatro apartados a los que he venido a titular: el 1.º Para un estado de la cuestión; el 2.º El Antiguo Régimen y su crisis; el 3.º La coyuntura económica a través de la evolución de los precios. El caso del trigo, y el 4.º y último Aproximación a la actividad comercial en Salamanca. (Una sucesión de postales). El resultado obtenido es un texto en ciertos aspectos farragoso y sobre todo largo, por lo que ya de entrada les pido su benevolencia.

1. Para un estado de la cuestión

De este primer apartado sólo quiero subrayar que el comercio mejor conocido es el comercio exterior y en particular el comercio colonial. Considero que ello es debi-do a que se cuenta para su estudio con las adecuadas fuentes centralizadas y suscep-tibles de ser tratadas de forma seriada que posibilitan un mejor conocimiento de las tendencias de su evolución, mientras que el comercio interior resulta peor conocido y quizás por ello menos estudiado, dado que el comercio interior normalmente se ha abordado desde un enfoque sectorial bien estudiando la evolución de una compañía en particular o bien de un sector en concreto como puede ser el abasto de un produc-to o del conjunto de una ciudad determinada.

El resultado es que el comercio es una de las actividades económicas menos cono-cidas; y desde luego una de las cuestiones menos tratada en el conjunto de la histo-riografía. Ello resulta particularmente cierto para el caso de nuestra provincia y más en concreto para el periodo que me propongo abordar. En este sentido no puedo por menos que destacar el valor que adquiere esta iniciativa de celebrar estas Segundas Jornadas sobre la Historia del Comercio en Salamanca, por cuanto constituye el pri-mer intento, que yo conozca, en el que se trata de abordar de forma sistemática tal problemática en tan largo plazo desde el punto de vista temporal.

Resulta conocido que no existe a nivel provincial una obra que aborde explícitamente esta cuestión del comercio pese a la existencia de diversos estudios que abordan más o menos directamente otras cuestiones relacionadas con la economía de la provincia, y en particular con la agricultura. El que ello sea así no

* Licenciado en Historia.

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debe extrañarnos si tenemos en cuenta que hasta muy recientemente la historia de las gentes y la economía de Salamanca ha estado profundamente ligada a la historia agraria, por el inmenso peso que hasta ayer mismo, en términos históricos, han mantenido la agricultura y la ganadería en el conjunto de la economía salmantina.

Pero si se eleva la mirada hacia el ámbito regional o nacional nos damos cuenta de que la situación no resulta mucho mejor. Me re�ero en el ámbito de la región a los ya clásicos trabajos de García Sanz1 sobre Segovia o de Alberto Marcos2 sobre Pa-lencia en las que la actividad comercial parece no existir, por no requerir en dichos trabajos un mínimo tratamiento de tal problemática. Si bien en otros, como en los de Rubio Pérez3 sobre la Bañeza o de Yun Casalilla4 sobre Tierra de Campos es posible encontrar ciertas notas sobre el comercio y más en concreto de las ferias en sus res-pectivos ámbitos de estudio.

Pero ciertamente el comercio interior, que es el que ahora nos concita el interés, ha resultado menos estudiado, y es por ello peor conocido. El clásico estudio de Pere Molas5 sobre «la burguesía mercantil» se reduce en gran parte a establecer una cierta de�nición funcional de la misma y una cierta tipología de las distintas burguesías mercantiles haciendo hincapié en ciertas peculiaridades regionales en cuanto a las instituciones especí�camente mercantiles como los Consulados o las Juntas de Co-mercio que se constituyeron durante la segunda mitad del siglo xviii, así como a poner de mani�esto los elementos de segmentación interna que inducían una cierta jerarquización dentro de las propias burguesías mercantiles regionales.

Por lo demás, no se puede dejar de señalar que estos estudios, especialmente los referidos al comercio madrileño6, están basados en datos de consumo emanados de fuentes de naturaleza �scal como las sisas, o los derivados de las adquisiciones del Pó-sito madrileño, que nos dan cuenta del volumen comercializado de distintos produc-tos que permiten aproximarnos al conocimiento de los consumos «per cápita», pero escasa o nula información sobre la estructura del propio comercio y la red comercial. De aquí precisamente que productos comercializados como el trigo, el vino, el aceite, la carne o el carbón mantengan distinto grado de correlación con las variables de po-blación, precios y poder adquisitivo de determinados segmentos de la sociedad.

No es sino hasta más recientemente que se ha iniciado el estudio y conocimiento de ciertos aspectos referidos a algunas cuestiones colaterales del comercio interior tales como las vías de comunicación7, las redes comerciales8 o los niveles de consumo

1 García Sanz, Á.: Desarrollo y crisis del Antiguo Régimen en Castilla la Vieja. Economía y sociedad en tierras de Segovia de 1500 a 1814, Madrid, Akal, 1997.

2 Marcos Martín, A.: Economía, Sociedad, Pobreza en Castilla: Palencia, 1500-1814, 2 vols., Palencia, Diputación Provincial, 1985.

3 Rubio Pérez, L. M.: La Bañeza y su tierra, 1650-1850. Un modelo de sociedad rural leonesa, León, Junta de Castilla y León, 1987.

4 Yun Casalilla, B.: Sobre la transición al capitalismo en Castilla. Economía y sociedad en Tierra de Cam-pos (1500-1830), Salamanca, Junta de Castilla y León, 1987.

5 Molas Ribalta, P.: La burguesía mercantil en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Cátedra, 1985.6 Ringrose, D. R.: «España en el siglo xix: Transportes, mercado interior e industrialización», Hacienda

Pública Española, 27. Y también de este autor, Madrid y la economía española, 1560-1850, Madrid, Alianza, 1985.7 Madrazo, S.: El sistema de comunicaciones de España, 1750-1850, 2 vols., Madrid, Colegio de Inge-

nieros de Caminos, Canales y Puertos, 1984.8 Bernardos Sanz, J. U.: Trigo castellano y abasto madrileño. Los arrieros y comerciantes segovianos en la

Edad Moderna, Junta de Castilla y León, 2003.

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«per cápita»; cuestión ésta que en el Reino Unido suscitó en su momento un vivo y enriquecedor debate circunscrito a la época de la «revolución industrial»9; esto es, en una cronología que en parte viene a coincidir con la aquí propuesta si tenemos en cuenta que la revolución industrial se ha venido acotando en el intervalo de los cin-cuenta años que separan 1780 de 1830.

La razón que puede explicar esta situación sobre el estado de los estudios de las estructuras y los �ujos comerciales parece deberse a la ausencia de las adecuadas fuentes documentales, y no tanto porque la actividad comercial no haya dejado los necesarios registros documentales que posibiliten abordar un estudio seriado de este tipo de actividades, como sobre todo por la gran dispersión documental en la que se pueden encontrar aspectos referidos a dicha actividad. Quizás por ello al disponer de un gran cúmulo de fuentes de forma centralizada bien en la casa de Contratación de Sevilla o bien en los diversos Consulados marítimos de distintas ciudades-puerto españolas el comercio más estudiado y, por tanto, también mejor conocido, dentro de la acotación cronológica que pretendo abordar, es el comercio internacional, y dentro de él el comercio colonial10.

En de�nitiva la existencia y adecuada disposición de fuentes determina la misma posibilidad de estudiar el comercio y las prácticas comerciales; y ante esta situación me temo, por lo que a mí respecta, que deje más cuestiones por aclarar que ofrecer claras respuestas referidas a la evolución del comercio en Salamanca durante el pe-riodo que pretendo abordar, ya que por mi parte me he centrado en aquellas fuentes que me resultan más familiares tales como los censos y recuentos de población en la medida que clasi�can a la población según su «profesión» o actividad económica y nos pueden dar cuenta del número y localización de los comerciantes.

Dado pues el estado de nuestros conocimientos y ante la ausencia de un míni-mo estudio sobre el particular para el caso de nuestra provincia, creo que lo que procede es tratar de poner de mani�esto el contexto económico que caracteriza este periodo y sobre tal caracterización tratar de ofrecer algunos «�ashes» sobre algunas cuestiones globales referentes a la actividad comercial. Debe quedar por tanto claro que la exposición que sigue no es sino una primera aproximación, o más bien una simple descripción antes que una verdadera explicación de la actividad comercial, sin pretensión alguna, por lo demás, de dejar la cuestión acabada, y menos aún com-pletamente cerrada.

2. El Antiguo Régimen y su crisis

Quizás a la primera pregunta que debemos dar respuesta es: ¿qué es eso del Antiguo Régimen?, y la respuesta no resulta difícil. El Antiguo Régimen, en una

9 Taylor, A. J. (Compilación e introducción de): El nivel de vida en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986. Por lo que respecta a nuestras tierras, Torras, J. y Yun, B.: Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Ávila, Junta de Castilla y León, 1999.

10 García-Baquero González, A.: Comercio y burguesía mercantil en el Cádiz de la Carrera de Indias, Cádiz, Diputación Provincial, 1991, y también de este mismo autor Andalucía y la Carrera de Indias (1452-1824), Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1986. Y para otra área geográ�ca: Martínez Barreiro, E.: La Coruña y el comercio colonial gallego en el siglo XVII, A Coruña, Edicios do Castro, 1981.

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primera aproximación, es la expresión con la que los revolucionarios franceses de 1789 designaron la sociedad contra la que se levantaron. Es en el contexto de la propia revolución cuando aparece la expresión de Antiguo Régimen como sinónimo de Feudalismo, que después a través de la obra de Alexis de Tocqueville11 pasó al vocabulario político e historiográ�co.

De modo que el Antiguo Régimen acaba haciendo referencia a una sociedad es-tamental segmentada socialmente y basada en el privilegio, que estuvo vigente en gran parte de Europa durante los siglos de la Edad Moderna; esto es, los siglos xvi, xvii y xviii.

El proceso de cambio que en Francia adoptó la forma revolucionaria12, esto es, un cambio más o menos rápido que dejó el «icono» de la guillotina, en España fue un proceso más dilatado en el tiempo, pero el resultado, con más o menos matices, fue a la postre el mismo: poner en pie una nueva sociedad.

La primera idea que quiero trasmitirles, y que desearía les quedara su�ciente-mente clara, es que este periodo que acota los márgenes cronológicos de esta confe-rencia es en España un periodo más o menos convulso de grandes transformaciones en todos los órdenes de la vida y también de mani�estas resistencias a esos mismos cambios.

Y es que hay que tener en cuenta que durante ese periodo cambió el sistema político: de la monarquía absoluta a una monarquía parlamentaria. Cambió, y de forma radical, el mismo concepto de propiedad de una propiedad amortizada a la propiedad libre y sin trabas (del derecho dominical a la plena propiedad). Cambió la sociedad: de una sociedad en la que la jerarquía y el privilegio conformaba la orga-nización social a una sociedad basada sobre la igualdad jurídica de los individuos en cuanto sujetos de derechos. Se abolió el régimen señorial y con él la capacidad de los señores para designar alcaldes y justicias en sus pueblos de señorío. Se universalizó la justicia bajo el principio jurídico de igualdad para todos. Cambió y se modi�có la propia organización administrativa del territorio y en base a ella se organizó ju-dicialmente el espacio provincial mediante los partidos judiciales. Cambiaron un sinfín de prácticas consuetudinarias que no dejaron de afectar a multitud de aspec-tos referidos a la vida cotidiana de los individuos

En de�nitiva, la llamada Revolución Liberal creó un nuevo mundo en las relacio-nes económicas, sociales, jurídicas y políticas dando origen a lo que hoy llamamos sociedad burguesa o contemporánea y, por tanto, dio origen a una nueva era histó-rica, la Edad Contemporánea.

11 Tocqueville, A.: El Antiguo Régimen y la Revolución, Madrid, Alianza, 1993.12 Entre la amplísima bibliografía sobre la Revolución francesa y el apasionado debate historiográ�-

co me limito a señalar los siguientes autores y obras, Soboul, A.: Compendio de la Historia de la Revolución Francesa, Madrid, Tecnos, 2003. Las obras clásicas de Lefebre, G.: 1789: Revolución Francesa, Barcelona, Laia, 1973; El gran pánico de 1789. La Revolución Francesa y los campesinos, Barcelona, Paidós, 1986; La Re-volución francesa y el Imperio, México, Fondo de Cultura Económica, 1980; Vovelle, M.: Introducción a la historia de la Revolución Francesa, Barcelona, Crítica, 1989; Schmitt, E.: Introducción a la historia de la Revolu-ción Francesa, Madrid, Cátedra, 1985; Bois, J.-P.: La Revolución Francesa, Madrid, Historia 16, 1989. Moral Sandoval, E. (coord.): España y la Revolución Francesa, Madrid, Pablo Iglesias, 1989. Aymes, J-R. (ed.): España y la Revolución Francesa, Barcelona, 1989. Y en cuanto a textos de contemporáneos Sieyes, E. J.: El Tercer Estado y otros escritos de 1789, Madrid, Colección Austral, 1991.

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Bien es cierto que en España, en contraposición a otros países de Europa, fue un cambio dilatado en el tiempo, y a medida que se avanzaba en ellos se fue estruc-turando una clara oposición que trató de limitar los efectos más negativos sobre algunos de los estamentos privilegiados de la vieja sociedad; por lo que en parte pudieron salir más o menos intactos a lo largo del proceso, pero no por ello dejaron de verse afectados; a su vez no es menos cierto que el resultado �nal fue el de un nuevo estado de cosas, pues no se había dejado, como dice nuestro dicho, «títere con cabeza».

En España el agente fundamental del cambio fue la acción legislativa de las Cor-tes gaditanas cuyo segundo centenario se ha de celebrar precisamente el próximo año, que acabó en la redacción de la Constitución de 1812 o «la Pepa» situando así a España en la vanguardia de las naciones soberanas democráticas y constitucionales, con todo lo que ello supone. En �n, allí en las tierras gaditanas de San Fernando se abrió un proceso que terminó estableciendo elementos y valores tan modernos y tan propios de la contemporaneidad como la abolición de la censura política a través de la libertad de opinión y la consiguiente libertad de cátedra; la abolición de la Inquisición y con ella el férreo control que ejercía sobre las conciencias de los indivi-duos. La justicia pasó a ser una: la de la nación, no la de los distintos señores e igual para todos. Esa igualdad y universalidad se estableció igualmente en la �scalidad. Las Cortes que abrieron sus sesiones aquel 24 de septiembre de 1810 enseguida se dedicaron a dejar establecidos los grandes cambios: proclamándose soberanas, esta-bleciendo la universalización del voto para la elección de las próximas y mediante el decreto del 4 de agosto de 1811 con la abolición del régimen señorial emplazando a los señores a tener que presentar los títulos por los que decían ser propietarios de los llamados señoríos territoriales.

El resultado de tales cambios se puede sintetizar señalando que en 1868 el pa-norama español había cambiado por completo tanto en el ámbito económico, como social y político: la población había crecido en tasas como nunca lo había hecho13, el mercado de la tierra, como el resto de los factores de producción, era libre14, se uni�có el sistema monetario15, habían desaparecido las aduanas interiores, comen-zaban a desarrollarse nuevas industrias16, se había legislado sobre las sociedades por acciones, se habían creado los primeros bancos modernos17, la burguesía como clase hegemónica cuya base de poder se asienta en el control de la riqueza agraria, indus-trial y �nanciera gobierna el país, el campesinado seguía viviendo en el umbral de

13 Pérez Moreda, V.: «La modernización demográ�ca, 1800-1930. Sus limitaciones y cronología», en Sánchez-Albornoz, N.: La modernización económica de España 1830-1930, Madrid, Alianza, 1985.

14 García Sanz, Á. y Garrabou, R. (eds.): Historia agraria de la España contemporánea. I. Cambio social y nuevas formas de propiedad (1800-1850), Barcelona, Crítica, 1985.

15 Fernández Pulgar, C. y Anes Álvarez, R.: «La creación de la peseta en la evolución del sistema monetario de 1847 a 1868», en Servicios de Estudios del Banco de España. Ensayos sobre la economía española a mediados del siglo XIX, Madrid, Ariel, 1970. Jiménez Jiménez, J. C.: «El nacimiento de una moneda», en Del real al euro. Una historia de la peseta, Barcelona, Servicio de Estudios de la Caixa, 2000.

16 Nadal, J.: El fracaso de la Revolución Industrial en España, 1814-1913, Barcelona, Ariel, 1975. Y de este mismo autor «Industria sin industrialización», en Anes, G.: Historia Económica de España. Siglos XIX y XX, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999. Carreras, A.: Industrialización española: estudios de historia cuantitati-va, Madrid, Espasa Calpe, 1999.

17 Tortella Casares, G.: «El Banco de España entre 1829-1929. La formación de un banco central», en El Banco de España, una Historia Económica, Banco de España, Madrid, 1970, pp. 261-313.

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la pobreza18, se inicia la generalización y extensión de la enseñanza; la ley era única y universal, se crea la Guardia Civil para sostener el nuevo orden social19, la soberanía reside en el pueblo, el poder de la corona se encuentra limitado por la Constitución20. En de�nitiva, la sociedad estamental, propia del Antiguo Régimen, había periclitado completamente.

Visto así, como el tránsito de una sociedad a otra: del llamado Antiguo Régimen o «feudalismo tardío» a la sociedad burguesa o capitalista actual, podemos entender los grandes cambios y profundas transformaciones que se desarrollaron en España y también en Salamanca durante ese periodo.

Una primera aproximación al contenido y signi�cado de esos cambios nos la puede ofrecer el hecho de que el ámbito geográ�co al que nos referimos al hablar de Salamanca entre las fechas propuestas de 1760 y 1860 no es el mismo; esto es, la realidad geográ�ca y administrativa de Salamanca sufrió a lo largo del periodo pro-puesto una clara mutación.

Salamanca, tal y como nos la describe el Nomenclátor de Floridablanca de 1787 y que dibujó el cartógrafo Tomás López21, era una realidad geográ�ca más amplia terri-torialmente al comprender lo que con el tiempo llegaron a ser los partidos judiciales de Piedrahíta, que incluía el antiguo partido del Mirón, y Barco de Ávila incluyendo éste parte de las tierras del antiguo ducado de Béjar y, que hoy reconvertidos los dos en ya sólo uno, forman parte de la provincia de Ávila; así como antiguas tierras del viejo alfoz de Ciudad Rodrigo (Trevejo, San Martín de Trevejo, Villamiel, Descarga-maría y Robledillo) que pasaron a la por entonces naciente provincia de Cáceres, provincia en la que terminaron además Hervás y Garganta la Hoya desde el ducado de Béjar, y Baños desde el condado de Montemayor.

Ahora bien, en ese proceso de demarcación territorial y también administrativo no todo fueron pérdidas ya que otras entidades de población pasaron a formar parte de la actual provincia de Salamanca, son los casos de Peñaranda, Rágama, Cantara-cillo, Bóveda del Río Almar, Paradinas de San Juan, Armenteros con sus anejos: Íñi-go Blasco, Navahombela, Pedro Fuertes, Revalvos y Revilla de Codes, Navamorales, El Tejado con sus barrios, El Puente del Congosto con su hoy anejo de Bercimuelle, Cespedosa, Guijo de Ávila y al sur de la provincia: Sotoserrano, La Alberca y Navas-frías que se incorporaron aquellos desde el poniente de la provincia de Ávila, y estos meridionales desde la antigua Intendencia de Extremadura.

Desde el punto de vista jurídico-administrativo, aquella Salamanca de �nales del siglo xviii, como también nos la presenta el mismo Nomenclátor de 1787, era un conjunto de distintas y superpuestas jurisdicciones que generaban graves interferen-cias sobre el territorio y sus gentes, jurisdicciones emanadas de los distintos poderes, en gran parte autónomos y con dinámicas propias y especí�cas, como el poder real, el poder señorial en los territorios de señorío, bien secular o eclesiástico, el poder

18 Pérez Touriño, E.: Agricultura y capitalismo. Análisis de la pequeña producción campesina, Madrid, MAPA, 1983.

19 López Garrido, D.: La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista, Barcelona, Crítica,1982.20 De Esteban, J.: Constituciones españolas y extranjeras, tomo I, Madrid, Taurus, 1979. Y Solé-Tura, J.

y Aja, E.: Constituciones y periodos constituyentes en España (1808-1936), Madrid, Siglo xxi, 1977. 21 Hernando, A.: El Atlas Geográ�co de España (1804) producido por Tomás López, Madrid, Centro Na-

cional de Información Geográ�ca, Ministerio de Fomento, 2005.

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episcopal, y aún el de grupos de poder como el de la MESTA con su propio aparato judicial, a los que hay que añadir el propio de algunas villas sueltas conocidas en la documentación de la época como villas eximidas o exentas. Por tanto, una Salaman-ca que, a diferencia de la actual desde el punto de vista jurídico-administrativo, ca-recía de la precisa unidad, lo que no dejaba de tener sus consecuencias en el terreno económico y de los negocios.

Si estos cambios someramente indicados fueron consecuencia directa del proceso constituyente del que surgió nuestra primera Constitución cabe, entonces, plantearse ¿por qué remontarnos hasta 1760-65, algo así como generación y media antes de que se plasmara en negro sobre blanco el articulado de nuestra primera Constitución?

La respuesta creo que es bien simple: si en algún momento, desde el ámbito de la economía pueden rastrearse los orígenes de tales cambios creo que hay que bus-carlos en la Real Pragmática de 11 de Julio de 1765 por la que se establece la libertad de comercio de granos y se abole la tasa y en el conjunto de disposiciones normativas que impulsadas por los ilustrados se adoptaron bajo el reinado de Carlos III.

La tasa sobre los granos se venía aplicando desde los años iniciales del siglo xvi, bajo el reinado de los Reyes Católicos, y tenía por �nalidad impedir al menos legal-mente la venta de granos (especialmente trigo, centeno y cebada) por encima del precio marcado con el propósito de proteger los intereses de los consumidores, no así el de los productores, y por ello había sido duramente criticada por algunos de nuestros mejores arbitristas de pensamiento agrarista como López de Deza22 quien en su causa novena de su obra De diez causas de la carestía y falta de labradores en Es-paña señala expresamente que la novena causa de las carestías de España y de la ruina y asolamiento de los labradores, es haber en los frutos tasas perpetuas, y mayormente en el pan que es la causa más común y general de nuestro sustento y en uso de los pósitos y alholíes comunes en el modo que se practica. Y ello porque la tasa venía a amortiguar el alza de los precios del grano en años de mala cosecha, precisamente cuando el labrador podía obtener algunos bene�cios.

En de�nitiva, la pragmática de 1765 venía a establecer las condiciones legales mínimas para conformar la existencia de un incipiente marco institucional que po-sibilitaba la presencia de un auténtico mercado con su respectiva oferta y demanda para la determinación de los precios de los granos, dando un claro impulso al proce-so de formación de un mercado primero regional y con posterioridad de un mercado nacional integrado con todo lo que ello supone23.

Por otro lado, la pragmática de abolición de la tasa de granos vino a disipar los obstáculos que contenía la evolución de los precios del trigo dentro de ciertos y limi-tados márgenes, especialmente en los años de malas cosechas y, por tanto, a acelerar el proceso alcista de los precios agrarios que se había iniciado al �nal de la tercera década del siglo xviii. De tal modo que el estudio de la evolución de los precios agrícolas se constituye en un inmejorable termómetro para medir la coyuntura eco-nómica general y su dispar incidencia en los diferentes estratos sociales.

22 López de Deza: Gobierno político de Agricultura (1618), Edición y estudio preliminar de García Sanz, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1991.

23 Fontana, J.: «Formación del mercado nacional y toma de conciencia de la burguesía», en Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX, Barcelona, Ariel, 1973.

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3. La coyuntura económica a través de la evolución de los precios. El caso del trigo

El siglo xviii fue en Salamanca, como en el resto de Castilla, una centuria de cre-cimiento demográ�co y económico. El crecimiento de la población de Salamanca del Setecientos no fue inferior al de otras áreas de la geografía española.

Hay que señalar, no obstante, que este crecimiento demográ�co del siglo xviii salmantino tuvo sus raíces y se manifestó con mayor intensidad en el mundo rural que en el urbano. Aquí también la pauta de la evolución salmantina sigue de cerca la del conjunto de la población española y en particular la de Castilla y León. Por otro lado, durante el siglo xviii se registró igualmente un cierto crecimiento de la pro-ducción agraria basada principalmente en la ampliación de la super�cie cultivada al roturarse tierras que bien se habían dejado de cultivar durante la centuria anterior, o bien tierras que nunca habían sido puestas en cultivo. Un crecimiento más extensivo que intensivo y, por tanto, sin ganancias signi�cativas en la productividad de los factores de producción (tierra, trabajo y capital). De esta manera el crecimiento de la población indujo un incremento de la demanda de productos agrarios que se saldó, especialmente a partir de la década de 1730 en un incremento de los precios que se aceleró desde el momento en que se suprimió la tasa de granos.

La expansión agraria y el crecimiento demográ�co facilitaron una mayor profun-dización y apertura de las economías campesinas al mercado, aunque sólo fuera por la ampliación del número de explotaciones agrarias de�citarias y por el consiguiente endeudamiento campesino. La caída de los salarios reales, el incremento de la renta de la tierra y la incapacidad de muchas pequeñas explotaciones de generar exceden-tes junto a las bruscas oscilaciones de los precios determinaran que muchos campe-sinos ante la perspectiva de un creciente endeudamiento, especialmente severo en los años de escasez, se vieran obligados a realizar actividades complementarias para ampliar y diversi�car sus ingresos con el propósito de sostener su ya deteriorado nivel de vida24.

A esta ya deteriorada situación, especialmente de los pequeños campesinos sin posesión del dominio directo sobre las tierras de su explotación, hay que añadir las limitaciones implícitas en las formas del reparto del producto agrario propias del Antiguo Régimen, ya que una parte importante del producto agrario bruto iba a pa-rar a instituciones y/o particulares nada propicios a introducir cambios agrarios que supusiesen inversiones susceptibles de aumentar la productividad de las explotacio-nes agrarias y en particular del factor trabajo. La relación, por tanto, de las pequeñas explotaciones con el mercado, bien por la vía de la oferta en cuanto ofertantes de re-ducidos, cuando no minúsculos, excedentes agrarios, bien por la vía de demandante de crédito, o bien por la vía de ofertante de trabajo, parece incuestionable.

Semejante modelo de crecimiento con sus consiguientes secuelas sociales comen-zó pronto a manifestar signos de agotamiento. El primero de ellos se registra ya en la década de 1760, en el momento en que las di�cultades generadas por la escasez del periodo 1763-1766 se manifestaron abiertamente en problemas de orden público tanto en Salamanca en 1764 como en el conjunto del país en 1766, en el llamado «mo-

24 García Figuerola, C.: «Notas sobre el censo consignativo en la provincia de Salamanca durante el siglo xviii», Salamanca. Revista Provincial de Estudios, n.º 13, julio-septiembre, 1984, pp. 91-107.

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tín de Esquilache» que afectó también a Béjar25. Y desde 1780 el crecimiento extensivo y de férreo control social parece alcanzar sus límites, y la mejor expresión de ello la tenemos en las crisis de subsistencias de �nales del xviii y principios del xix.

Creo que merece la pena detenerse en esta etapa en la que comienzan a mani-festarse de forma agregada y acumulada los signos de agotamiento de tal modelo del crecimiento extensivo y en particular de la dinámica económica y social que se genera a partir de la abolición de la tasa en 1765.

No es el momento de relatar pormenorizadamente este proceso de escalada de los precios, pero sí, al menos, de retener la cronología en los que se acelera el ritmo de su tendencia ascendente; por ello nos debemos quedar por lo que se re�ere es-trictamente a la segunda mitad del siglo xviii con lo acaecido durante la década de 1760-69, cuando los precios experimentaron un alza muy importante. Durante el primer quinquenio de aquella década los precios del trigo mostraban una subida su-perior al 50% respecto al precio medio de la década de 1750-59; pero es que durante el segundo quinquenio, 1765-69, los precios se situaron por encima del 86% respecto a los precios de 1750-59; y en algunas de mis series como la de Alaraz26 se situaron por encima del doble respecto a los precios medios de aquella década de 1750-59, en concreto del 104,48%.

Otro momento particularmente intenso en la senda al alza de los precios del trigo es el que se data durante el quinquenio de 1785-89, cuando se registra una elevación superior al 70% sobre los precios medios del quinquenio precedente; durante 1790-94 los precios �exionaron ligeramente a la baja con una reducción del orden del 10%, pero es durante la década siguiente, al inicio de la Guerra de la Convención, cuando comienzan a manifestarse en toda su amplitud e intensidad los elementos determi-nantes de la crisis del Antiguo Régimen, el precio del trigo retoma la senda alcista hasta llegar en 1804 al paroxismo de entre los 80 y 100 reales por fanega, cota que aún se vería superada en 1811 cuando en algunas series de las que tengo construidas llegó a los 140 reales/fanega.

Sobre tal deslizamiento al alza de los precios agrarios se asentaba igualmente una elevación de la renta de la tierra, al menos hasta 1780.

Tan espasmódicas y repentinas alzas de los precios no eran el resultado de un crecimiento desmedido de la demanda, sino que expresaban por un lado el atraso técnico de la agricultura, incapaz de escapar a las férreas exigencias que imponía la naturaleza y por tanto de aumentar la productividad, lo que hubiese exigido una tasa de inversión que la forma de cesión del uso de la tierra, con contratos de arren-damiento de corta duración, no propiciaba; y, por otro lado, no dejaba de expresar las limitaciones y rigideces del mismo sistema social, por su grado de bipolarización, que hacía que en esos años de malas cosechas muchos agricultores se viesen obliga-dos a acudir por vía de endeudamiento al mercado de cereales en busca del grano necesario para asegurar la próxima sementera.

25 Por lo que hace referencia a Salamanca, García Figuerola, C.: «Crisis de subsistencias y tensio-nes sociales en Salamanca: El motín de 1764», Salamanca. Revista Provincial de Estudios, 15, enero-marzo, 1985, pp. 127-158. Y en cuanto a Béjar Anes, G.: «Crisis de subsistencias y agitación campesina en la España de la Ilustración», en García Delgado, J. L. (ed.): La cuestión agraria en la España Contemporánea, Madrid, EDICUSA, 1976, nota 7, pp. 25-26.

26 Construida a partir de los libros parroquiales de Fábrica, A.D.S.

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En de�nitiva la política liberalizadora de los precios de los granos puesta en mar-cha por los ilustrados a partir de 1765, dejando intactas las vigentes relaciones de producción agrarias, sólo podía desembocar en alimentar un proceso in�acionista que favoreció exclusivamente a las llamadas manos muertas (clero y mayorazgos de la nobleza); sectores acomodados del campesinado (no necesariamente propietarios de la tierra), grandes arrendatarios que generasen excedentes susceptibles de ser comercializados; perceptores de renta feudal como diezmos o aquellos otros secto-res que ubicados en algún eslabón de la cadena de comercialización pudiesen hacer girar a su favor las oportunidades del mismo mercado, succionando en su favor parte de los �ujos monetarios que generaba el proceso in�acionista. Por el contrario, amplios sectores de la comunidad rural vieron a lo largo de este proceso in�acionista cómo se deterioraban sus respectivas posiciones económicas y sociales.

Los efectos de semejante proceso in�acionista así como tal estructura productiva sobre el conjunto de los negocios y en particular sobre la demanda de productos manufacturados y el ingreso de los artesanos podemos deducirlo perfectamente, y es que aunque los precios de estos bienes manufacturados y artesanales registraron también un alza en sus precios no llegaron a alcanzar la cota de los granos, y en particular el del trigo, de modo que como consecuencia de ello vieron reducir su demanda al tener que dedicarse una mayor masa monetaria para la adquisición del trigo, de modo que estos sectores productivos quedaron rezagados por vía de la demanda y vía precios respecto a los ingresos derivados de la tierra, especialmente de aquella que tuviese excedentes susceptibles de comercialización. De aquí emana-ba el avivado interés de amplios sectores sociales por la tierra como posibilidad de inversión y negocio.

Uno de los aspectos donde más claramente se pone de mani�esto las limitaciones e insu�ciencias de la política reformista de los ilustrados españoles es en lo referente a la política �scal, los problemas de la Hacienda y su corolario el dé�cit o deuda pública.

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La operación catastral puesta en marcha por el Marqués de Ensenada27 con el pro-pósito de implantar en función de la riqueza personal una única contribución nunca se llevó a cabo y a ello contribuyó de manera determinante la oposición de los esta-mentos privilegiados, los llamados exentos, que nunca aceptaron la pérdida de sus privilegios �scales. De manera que ante las crecientes necesidades de �nanciación para la realización de la propia política reformista (renovación de la marina, mante-nimiento del ejército, mejora de las comunicaciones interiores en su doble vertiente de mejorar los caminos y dar navegabilidad a ciertos tramos de los ríos –canal de Castilla y Aragón–, etc.) exigía aumentar los ingresos, lo que en parte se consiguió incrementando los conceptos impositivos pero cerrando la puerta a la viabilidad de la reforma �scal.

La solución a tal contradicción trató de encontrarse en diferentes frentes: desde la creación de una lotería nacional que ha llegado hasta nuestros días, en el emprés-tito interior y exterior, en la cesión papal de ciertos derechos sobre la cuarta casa diezmera y la recaudación del noveno real en las arcas del Estado hasta la de vales reales. Esto es, las necesidades �nancieras de la monarquía absoluta abrían ciertas posibilidades de inversión, bien es cierto que no a todos, pero ciertamente ensan-chaban las posibilidades de inversión especialmente a quienes estaban obteniendo importantes bene�cios en la comercialización de sus excedentes agrarios y se venían bene�ciando de los incrementos de la renta de la tierra, a quienes en de�nitiva les podría resultar más lucrativa o al menos interesante esta nueva fuente de incremen-to de su renta que invertir en la mejora de la productividad de la tierra y aumentar así el producto agrario.

La puesta en circulación del papel moneda que venían a representar los vales reales, ya que era obligatorio su aceptación como medio de pago en las transacciones entre particulares así como en los cobros de los salarios de los funcionarios públi-cos, dio lugar a la fundación a partir de 1782 del primer banco español, el Banco de San Carlos, cuya función principal era captar numerario, dar movilidad a los �ujos monetarios, asegurar el nominal de los vales reales y pagar sobre ellos los intereses devengados, tareas todas ellas que en gran parte se consiguieron hasta la entrada del reino de España en la llamada Guerra de la Convención contra la Francia revo-lucionaria que vino a incrementar a mayor ritmo aún las exigencias �nancieras de la monarquía.

Las sucesivas y crecientes emisiones de vales reales se constituyeron, vía incre-mento de la oferta monetaria, en un factor claramente in�acionista ya que la produc-ción no crecía al mismo ritmo que las emisiones con la consiguiente devaluación en términos de poder adquisitivo. Para hacer frente a esta situación se crearon a partir de 1799 las Cajas de Amortización, un intento de retirar vales de la circulación dismi-nuyendo con ello el conjunto de la masa monetaria y el montante del importe de los intereses a pagar por los mismos, un intento diríamos hoy de plan de estabilización monetaria que obtuvo cierto pero limitado éxito inicial, pero que dado el volumen global de la deuda y al tener que recurrir de nuevo al papel moneda para respaldar los vales que se querían retirar y a las propias exigencias del circulante no hizo más

27 Camarero Bullón, C.: Burgos y el Catastro de Ensenada, Burgos, Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1989. Y de la misma autora: El debate de la Única Contribución: Catastrar las Castillas 1749, Madrid, Tabapress, 1993.

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que depreciar el nominal de los vales reales con mayor intensidad. La única vía que quedaba expedita a partir de ahora sería la desamortización de ciertos bienes vin-culados en manos fundamentalmente de la Iglesia: Hospitales, Hospicios, Casas de Misericordia, de Reclusión y de Expósitos, Cofradías, Memorias, Obras Pías y Pa-tronatos de legos poniéndose los productos de estas ventas así como los capitales de censos que se redimiesen pertenecientes a estos establecimientos y fundaciones en mi Real Caxa de Amortización bojo el interés anual del tres por ciento, rezaba la orden que debieron co-nocer los salmantinos en los días �nales de la feria de San Mateo de 1798 (fecha de la orden: 19-IX-1798).

La desamortización en España no es pues el resultado de la aplicación de ningún programa revolucionario como de hecho lo fue en otros países europeos, sino el resultado de las exigencias �nancieras de una monarquía absoluta en quiebra. Se iniciaba así lo que se ha conocido como primera desamortización o desamortización de Godoy. La verdad sin embargo es que antes de iniciarse la Guerra de la Inde-pendencia, tal y como puede comprobarse en un importante número de libros de cuentas de Fábrica de distintas parroquias tanto de la diócesis de Salamanca como de Ciudad Rodrigo, se habían dejado de pagar los intereses derivados de los bienes desamortizados.

A esta situación ya difícil vinieron a añadirse los negativos efectos de la Guerra de la Independencia con el continuo trajín de tropas por la geografía de la provincia, las permanentes imposiciones �scales, los correspondientes e inexcusables avitualla-mientos de tropas y animales, con el saqueo de pósitos y cillas locales, cuando no el pillaje de edi�cios y almacenes, con formas organizadas de bandolerismo social am-parado desde las propias instituciones encargadas de perseguirlo y reprimirlo hizo que durante esos años en no pocos casos los vecinos de pueblos enteros se vieran obligados a vivir de forma clandestina en los montes próximos durante largas tempo-radas como sucedió, tal y como nos lo cuenta su párroco, en el caso de Retortillo28.

Cierto que la guerra supuso pérdidas y di�cultades además de paralizar y des-articular claramente el mercado, pero la guerra ofrecía también oportunidades de negocio y empleo, especialmente, en el terreno de los transportes. En este contexto conocemos el ascenso económico y social basado en los grandes bene�cios generados por la venta de recuas de animales y en el servicio de transporte a todo tipo de tropas de algunos tratantes de caballerías como es el caso del mirandés Antonio Soriano29.

Queda por evaluar lo que la guerra llegó a suponer, pero una vez concluida la contienda se reinicia el crecimiento demográ�co. El crecimiento de la población tras la grave crisis de mortalidad de 1811-12 hasta los primeros años de la década de 1830 es intenso, y después continuó también a buen ritmo, lo que supuso, sin duda, un crecimiento potencial de la demanda global. En el terreno de los precios se registra una in�exión claramente a la baja lo que evidencia, dejando por el momento aparte los posibles problemas monetarios, que la oferta se amplió, como por lo demás po-nen de mani�esto algunas series diezmales, en el contexto de una creciente y mani-�esta resistencia al pago del diezmo.

28 A.D.C-R. Libro de Bautismos de Retortillo.29 Infante Miguel-Motta, J.: «Mulas, dehesas y otros negocios: Los Soriano (1824-1928)», Salaman-

ca. Revista de Estudios, 33-34, 1994, pp. 203-230.

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No obstante, conviene poner de mani�esto al menos tres aspectos que durante el desarrollo de la guerra tuvieron clara incidencia económica y aun en las estruc-turas de las mismas relaciones sociales. Por un lado la pérdida de capital �jo y en la fuerza de trabajo animal y semoviente que la guerra supuso, difícil de evaluar en su cuantía pero de incidencia incuestionable.

En segundo lugar, el asalto a los bienes comunales de los pueblos, lo que no quie-re decir que no contase en algunos supuestos con la necesaria cobertura legal y no se llevasen a cabo ciertas formalidades establecidas por la práctica social emanada de la misma desamortización tal como la pública subasta y que se desarrolló de manera bastante generalizada al calor de la contienda y el endeudamiento municipal.

Y en tercer lugar, lo que generalmente vino a suponer el abastecimiento de los ejércitos regulares e irregulares de la contienda, en algunos casos por la vía expedi-tiva de los asaltos y saqueos de los bienes almacenados en cillas y/o pósitos de los pueblos, y en otros casos mediante la expedición de los correspondientes vales en los que se hacían constar las viandas y avituallamiento entregados a unos u otros con-tendientes y que vinieron a signi�car en algunos casos, en la medida que terminaron siendo aceptados en el pago de los impuestos cuando no directamente rescatados, magní�cos negocios y siempre tendieron a incrementar la deuda cuando no la ruina de los pueblos. Ejemplos de estos vales se pueden encontrar en los archivos munici-pales de Béjar o La Alberca30.

Por otro lado, a partir de 1820 se cierra legalmente la posibilidad de importar trigo reservándose el mercado interior para la producción nacional, lo que ha sido considerado como una medida fundamental para la con�guración de un mercado nacional integrado, que tendió a la postre a nivelar e igualar el nivel de los precios entre las distintas áreas o zonas del territorio. Hay que tener en cuenta que el nivel de los precios en las zonas de la periferia peninsular era superior a los del interior, pero aquellos no sufrían las bruscas oscilaciones que experimentaban estos en momentos de escasez, de modo que la nivelación se produjo al alza generando así importantes bene�cios en las explotaciones cerealistas a la vez que se reducían las variaciones estacionales. Salamanca, en parte, quedó marginada por su situación geográ�ca y el nivel técnico de los transportes de esta primera fase de altos bene�cios (el Canal de Castilla seguía quedando lejos y el ferrocarril no llegó hasta la década de 1870), no generando por ello efectos de arrastre importantes en la industria harinera de la provincia hasta 1850.

No cabe duda de que durante esos años de 1814 a 1840 el autoconsumo de las explotaciones campesinas creció a la vez que se vieron forzadas a insertarse más activamente en el mercado con el �n de obtener el numerario preciso para el pago de los impuestos. Fue, por tanto, un crecimiento que hundía sus raíces una vez más en el mundo rural que apenas tuvo repercusión en el mundo urbano. La ciudad de Salamanca, como también le ocurría a Ciudad Rodrigo, ambas con grandes destro-zos causados por la guerra, apenas registraban en 1857-1860 la misma población que en 1787. De manera que la demanda estrictamente urbana, más elástica y también más desestacionalizada, no parece haber crecido. De esta situación hay que excluir el caso de Béjar que conoció un importante aumento de la población, la tasa de cre-

30 Respectivos A.M. de Béjar y la Alberca.

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cimiento acumulado de la población bejarana durante el periodo de 1787 a 1860 era casi seis veces superior a la de Ciudad Rodrigo o la de Alba de Tormes. Sin duda en este crecimiento tan importante de la población de Béjar se encontraba el creci-miento experimentado por la producción textil durante esos años. En Béjar se dio un proceso de inversión en la industria en lo que ha dado en llamarse primer proceso de modernización que situó a las empresas textiles y a la misma producción industrial textil bejarana a niveles semejantes a Tarrasa y Sabadell31.

También a partir de 1820, durante el trienio liberal, se abrió la posibilidad de in-vertir en bienes raíces con la puesta en marcha del segundo proceso desamortizador del clero regular y a partir de 1836 del clero seglar.

Esta cuestión de la desamortización exige por sí sola toda una conferencia e in-cluso algo más. Pues bien, no quiero concluir este apartado sin añadir que considero que en la historiografía salmantina ha de atemperarse, en el sentido de matizarse, el axioma bastante asumido de que con la desamortización sólo se bene�ciaron la pudiente burguesía y los avaros especuladores. Cierto que la desamortización no modi�có la estructura de la propiedad territorial, pero creo que falta por hacer la his-toria de un pequeño y mediano campesinado que constituía un sector muy amplio, y sin duda mayoritario, de quienes obtenían sus ingresos de la agricultura, y que ter-minaron constituyendo, ya a principios del siglo xx, la base social del sindicalismo agrario católico. Hubo, desde luego, un proceso de proletarización al que los propios campesinos pequeños y medianos no pudieron escapar, y que incluso componían una mano de obra subsidiaria y subordinada de las explotaciones latifundistas; pero en todo caso está por aclarar, y por consiguiente explicar, la pervivencia de la peque-ña explotación agrícola y el propio crecimiento demográ�co que se registró en Sa-lamanca durante este periodo. Germán Rueda32, que estudió la desamortización en Valladolid en la zona de Olmedo, ya llamó la atención a este respecto. Por los datos de Eugenia Torijano Pérez33, que ha estudiado los distintos procesos desamortizado-res en la tierra de Ledesma, se constata que, además de la burguesía local, provincial y nacional, los lugareños, esto es, los ledesminos en cuanto comarcanos en el sentido amplio de la palabra, tuvieron una participación muy activa en las distintas fases del proceso desamortizador formando el sector mayoritario, en cuanto numerosos, de los adquirientes. Así mismo creo deben interpretarse los datos del estudio de Richard Herr, y en sus propias palabras referidas a Mata de la Armuña se desprende que si en la época del Catastro, mediados del siglo xviii, «los vecinos, contando al cura, poseían sólo el 3,2% de las tierras del pueblo» (…) a �nales del XIX, tenían un 71% de la tierra del pueblo en propiedad, y casi había desaparecido como práctica el arrendar campos de personas no residentes34.

31 Ross Massana, R.: La industria textil lanera de Béjar (1680-1850). La formación de un enclave industrial, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993.

32 Rueda Hernanz, G.: «Los bene�ciarios del proceso de desamortización en una zona de Castilla la Vieja (1821-1891)», Moneda y Crédito, 137, 1976, pp. 45-101. De este mismo autor: La desamortización de Mendizábal y Espartero en España, Madrid, Cátedra, 1986; La desamortización en la Península Ibérica, Madrid, Marcial Pons, 1993, y La desamortización en España, un balance (1766-1924), Madrid, Arco, 1997.

33 Torijano Pérez, E.: Los Nuevos Propietarios de Ledesma, 1752-1900. De la propiedad territorial feudal a la propiedad territorial capitalista, Salamanca, Diputación Provincial de Salamanca, 2000.

34 Herr, R.: La Hacienda Real y los cambios rurales en la España de �nales del Antiguo Régimen, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1991, pp. 228 y 287 respectivamente.

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Cierto que para invertir en tierras, sobre las que se concentró una demanda muy importante, y de ello da cuenta el que los remates superasen con creces las tasacio-nes, además de abrirse tal posibilidad de inversión había que disponer del nume-rario necesario para poder realizarla; y no cabe duda de que muchos campesinos, con evidente sacri�cio y acogiéndose a los largos plazos que les daba la legislación para completar el pago, lo hicieron; aprovechando tanto el fraude en el pago del diezmo como su posterior desaparición, sacri�cando la productividad marginal de su propia mano de obra en muchos casos, y desde luego aprovechando la propia co-yuntura, cuyos efectos bené�cos supieron plasmar en el dicho popular por entonces de agua, sol y guerra en Sebastopol.

4. Aproximación a la actividad comercial en Salamanca. (Una sucesión de postales)

Sobre ese proceso cíclico de expansión y contracción para girar de nuevo al cre-cimiento económico, y en el contexto de las severas di�cultades hacendísticas que estuvieron presentes de forma continuada a lo largo del mismo, podemos intercalar algunas pocas descripciones o fotografías referidas al comercio, o más propiamente a la actividad comercial en Salamanca.

Una primera fotografía es la que emana de la documentación eclesiástica que utilicé en su día para obtener la serie de precios de los productos agrarios en el caso de Arcediano. Arcediano es hoy, como hacia la década de 1750, un pueblecito que entonces tenía según el Catastro de Ensenada 60 vecinos, unos 215 habitantes, de la denominada Armuña alta distante de Salamanca unos 16 km, algo menos de tres leguas, sito entre la calzada de Toro y la de Valladolid, con una alta especialización agraria en la producción de trigo. Pues bien, en unas fechas tan avanzadas del siglo xviii como los años de 1760 a 1763, 1767 y 1768, nos encontramos que para abastecer de aceite para la lámpara del Santísimo el mayordomo de la fábrica de la iglesia parroquial practicaba el puro y simple intercambio de trueque de fanegas de trigo por los correspondientes cántaros de aceite. En 1760 se intercambiaron 11 fanegas de trigo por 3,5 cántaros de aceite, en 1761 fueron 8 fanegas por 4 cántaros, en 1763 5 fanegas y media por 3 cántaros, en 1767 algo más de 5 fanegas y media (5 fanegas, 7 celemines y 2 cuartillos) por 4,5 cántaros y en 1768 once fanegas y cuarto (3 celemi-nes) también por 4 cántaros y medio35. Es cierto que esta situación de puro trueque es una situación no generalizada en el conjunto de la provincia; y llama la atención el papel activo que en el comercio desarrollaban los arrieros que bien desde el norte de Extremadura, la vertiente sur de la Sierra de Gata, o en su caso desde los lugares del abadengo mirobrigense o las arribes del Duero desarrollaban para, se les ha de suponer, la obtención de un bene�cio que podía materializarlo en forma monetaria en su lugar de residencia o en la satisfacción de sus propias necesidades.

Creo que lo que hay que retener de esta primera fotografía o estampa, más allá del hecho de la anécdota del mismo trueque, es la importancia del comercio para el intercambio de los excedentes rurales y, por tanto, que difícilmente pueden en-contrarse pueblos con economías completamente autárquicas, y ello desde el más

35 A.D.S. Libro de Fábrica de la parroquia de Arcediano.

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remoto pasado. Otro aspecto que merece la pena retenerse es el papel de los propios arrieros en cuanto agentes comerciales, en cuanto vectores de la extensión del merca-do. De modo que para hablar de comercio en Salamanca, y en general en el interior peninsular para esta etapa de la segunda mitad del siglo xviii, no se puede prescin-dir del papel desarrollado por la arriería, ya que su función no quedaba limitada al simple transporte de productos, sino que su comportamiento era el de auténticos agentes comerciales cuya cota de ganancia la podían realizar tanto en sus viajes de salida como en los de vuelta. La arriería era una actividad de las que podemos hoy denominar a tiempo parcial o un trabajo �jo discontinuo a la que se dedicaban un considerable número de personas y caballerías mayores y menores en los tiempos muertos que dejaban las actividades agrarias y que por su volumen en cuanto hom-bres, ganado y el volumen de rentas generadas no se puede ignorar.

Esta situación de falta de monetización en las transacciones económicas no se re-gistraba exclusivamente en los intercambios comerciales. Conocemos que en el pago de algunos otros bienes o servicios también estaba instalada esa práctica de ausencia de monetización, como ocurría, por ejemplo, en el caso de algunos maestros de pri-meras letras a los que el Concejo pagaba sus servicios mediante la entrega de alguna cantidad estipulada de grano. Lo mismo ocurría en aquellos otros casos en los que el servicio se atendía mediante igualas, como ocurría con boticarios, albéitares, he-rreros, barberos o médicos, que venían a cobrar sus servicios mediante una cierta cantidad de cereal, especialmente trigo. Esta situación no es propia exclusivamente del siglo xviii, sino que en algunos lugares ha estado vigente durante el siglo xix y aún en buena parte del xx. Ahora bien, la falta de monetización no se constituyó en un dique insalvable en la profundización de la división del trabajo en comunidades de reducido tamaño.

La segunda estampa es en realidad la primera desde el punto de vista cronológico y se trata de varias instantáneas referidas a otras tantas localidades de la provincia, realizada con un enfoque más panorámico destinada a ofrecer una aproximación a la signi�cación económica del comercio en la provincia hacia la mitad del siglo xviii.

El Catastro evalúa la renta provincial en algo menos de 34 millones de reales (33.141.134 reales). Ahora bien, ¿eso es mucho o es poco? Si establecemos una com-paración para que nos podamos dar una idea del peso relativo de la economía sal-mantina hacia esas fechas, venía a signi�car respecto a Sevilla, por ejemplo, algo menos de la mitad de la riqueza de la provincia bética cuyo montante superaba los 84 millones de reales. Como era de esperar el sector económico que generaba la mayor proporción de la renta provincial era la agricultura y la ganadería por lo que el sector primario determinaba la evolución global de la economía provincial, también por tanto del comercio, lo que en realidad ha venido sucediendo hasta muy recientemente.

Por su lado, el conjunto de las actividades que pueden considerarse propiamente mercantiles ascendía a algo más de 4 millones de reales de vellón (4.053.725 reales), lo que viene a representar una octava parte de la renta total provincial; esto es, un porcentaje nada despreciable del 12,25%. Ahora bien, no puede pasarse por alto que nada menos que el 42,97% de esa renta comercial la generaban los arrieros, porcenta-je ligeramente inferior a la de los propios mercaderes y revendedores o regatones ya

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que estos sumaban el 47,56% de las rentas totales del sector comercial, dejando para los panaderos y demás agentes englobados en este sector un 9,47%.

Estas cifras y porcentajes ya nos permiten vislumbrar una primera característica del sector comercial de la provincia hacia mediados del siglo xviii como es el grado de dispersión de la actividad comercial sobre el conjunto de la provincia a causa del alto peso relativo que sobre ella mantiene la arriería.

Para estas fechas de mediados del siglo xviii conocemos que el número de arrie-ros ascendía a 287. Por su número Salamanca se venía a situar por detrás de Burgos, León y Ávila, pero doblaba en más de 2,68 veces a los existentes en Segovia y más que triplicaba a los de Valladolid. En términos porcentuales el número de arrieros venía a representar en el conjunto de los antiguos territorios de Castilla y León un nada despreciable 10,64%. No obstante, el hecho más signi�cativo es que el número medio de animales de tiro por arriero en Salamanca presentaba la menor proporción al quedar limitado a tan sólo 1,85 animales.

Pues bien, si tomamos ahora en consideración los mismos datos del Catastro pero referidos exclusivamente a las entidades de población que a partir de 1834 terminaron alzándose como cabeceras de los respectivos partidos judiciales, nos encontramos en-tonces con unas estructuras comerciales que no dejan de presentar jugosos matices.

La renta total imputada a esas ocho localidades ascendía a más de 8,5 millones de reales (8.607.344 reales), lo que viene a signi�car la cuarta parte de la renta total de la provincia. De entre ellas la ciudad de Salamanca representaba por sí sola casi el 60% de la renta total de esas ocho localidades.

Fijándonos exclusivamente en la actividad comercial de estos ocho núcleos su-maban algo más de 2 millones de reales (2.059.185 reales) por lo que algo menos de la cuarta parte del total de la renta de esos ocho lugares tenía origen comercial. Y por otro lado ellos sólo representaban algo más de la mitad de la renta comercial de la provincia (concretamente el 50,80% del total de la renta comercial de la provincia), y ello pese a que en una de esas localidades, como sucedía en el caso de Sequeros, no se contabilizaba para esa fecha de mediados del siglo xviii renta alguna generada por su actividad comercial.

En el caso de estas ocho localidades la arriería representaba tan sólo el 15,16% de la renta comercial cuando para el conjunto de la provincia representaba el 42,97%; esto es, casi tres veces menos. El subsector comercial mayoritario en estas ocho loca-lidades lo constituía la renta generada por los mercaderes.

Las diferencias más signi�cativas que se observan en la estructura del comer-cio entre el conjunto de la provincia y esas 8 localidades no dejan de manifestar la dicotomía entre la ciudad y el campo, entre el mundo urbano y el rural puesto que quedaban reducidas a los dos subsectores que generaban más renta comercial en el total provincial: el de los arrieros, actividad propiamente rural, y el de los mercade-res, más especí�camente urbana.

Ahora bien, tan importante como este aspecto resulta otro no menos interesante al analizar la estructura comercial de cada una de esas ocho localidades. Comen-zando por el distinto grado de signi�cación del comercio en el conjunto de la renta en cada una de esas 8 localidades nos encontramos que en tres de ellas la actividad comercial no llegaba a representar el 10% de la renta total respectiva, son los casos de

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Sequeros donde –como se ha señalado– el comercio no añadía renta alguna a su to-tal; le sigue, en orden creciente, Béjar con el 4,62%, y la última, de este primer tramo, Vitigudino, donde el comercio representaba para esas fechas el 6,26% de su renta total. Por otro lado tenemos los casos de Alba y Ciudad Rodrigo con un aporte del 10,45% y un 13,69% a sus respectivas rentas totales. Le sigue a continuación el caso de Salamanca donde las rentas del comercio representaban el 28,12% de la renta total de la ciudad. Peñaranda con el 30,57% y encumbrándose por encima de todas ellas se situaba Ledesma en la que la actividad comercial superaba un tercio de su renta total (35,84%). Que la villa de Ledesma se situase por encima de todas ellas es una imagen difícil de identi�car desde la perspectiva actual y desde luego una imagen a retener para poder interpretar el conjunto de relaciones económicas y especí�ca-mente comerciales que mantenía la villa con su extenso alfoz.

Esta asimétrica y desde luego heterogénea situación expresa a su vez la existencia de estructuras comerciales bien diferentes en cada una de esas localidades. Por un lado tenemos tres de ellas: Alba, Ledesma y Vitigudino en las que se mani�esta una cierta preponderancia o especialización a favor de los revendedores (en realidad vendedores al por menor, o simples regatones) al alcanzar porcentajes superiores a las tres cuartas partes de sus respectivas rentas comerciales totales (el 78% en el caso de Alba, el 90,75% en Ledesma y en Vitigudino el 100% al realizarse toda la acti-vidad comercial de esta villa a través de estos regatones). En los casos de Ciudad Rodrigo y Peñaranda la categoría de los mercaderes se alzaba por encima del 50% del total de la renta comercial de sus respectivos núcleos de población, sobresalien-do el caso de Peñaranda donde los mercaderes llegan a alcanzar el 92,58% del total

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de la renta comercial. En los casos de Béjar y Salamanca la estructura de la renta del sector comercial aparece más equilibrada, salvando el hecho de que en Béjar los panaderos no parecen existir o en todo caso no se les imputa renta alguna en las res-puestas generales. Los elementos comunes en estas dos localidades se encuentran en que los mercaderes representaban en ambas ciudades porcentajes superiores al 40% y en que las rentas generadas por la arriería se situaban por encima del 15%. Y es que lo que aparece con cierta nitidez a partir tanto de los datos de Ciudad Rodrigo, Ledesma y Salamanca es la existencia de una importante diferenciación económica e incluso una mani�esta bipolarización entre los propios comerciantes que aparece más aguda en el caso de Ciudad Rodrigo pero que resulta igualmente visible en Ledesma donde el 60% de los comerciantes sólo disponían de algo más del 20% de la renta comercial mientras en el otro extremo el 11,63% de los comerciantes acapa-raban el 42,45% de la renta. En Salamanca esta situación de concentración de la renta generada por el comercio resultaba aún mayor ya que al 90% del número total de comerciantes sólo se le asignaba el 50% de la renta comercial quedando para el 10% restante de comerciantes el otro 50%.

En de�nitiva varias son las conclusiones que se pueden extraer de esta larga y farragosa postal referida al comercio salmantino hacia mediados del siglo xviii. Las que ahora quiero resaltar quedan reducidas a que en esa sociedad salmantina pro-fundamente segmentada y polarizada económica, social y jurídicamente el comercio era una actividad económica que reproducía esa misma segmentación y polariza-ción tanto si nos referimos al conjunto de la provincia como si lo hacemos a nivel más micro de los núcleos de población que acabaron alzándose en cabeceras de los partidos judiciales. Una actividad mercantil muy determinada y sujeta a los vaive-nes propios de la evolución económica de la agricultura, en la medida que quienes se dedicaban a la agricultura constituían el grueso de sus potenciales demandantes. Demanda, que dado por un lado el escaso volumen demográ�co de las poblaciones en que se centraba la oferta comercial y por otro el reducido poder adquisitivo de la mayoría de sus vecinos, tendía a concentrarse temporalmente en los momentos de feria y los días de mercado local que le daba, por tanto, un alto componente estacio-nal; estacionalidad que igualmente se registraba en la arriería, actividad que no hay que olvidar constituía el subsector comercial que generaba un alto porcentaje de la renta comercial.

Los mayores comerciantes de cada una de estas localidades hacia mediados del siglo xviii eran los siguientes: de Salamanca José Narciso Albarez (sic) dueño de ta-hona a quien se le asigna una renta de 22.000 reales, José Gamote joyero a quien se le asigna la misma cantidad, M.ª Ana de Vegas con comercio de conservas y chocolate a quien la fuente le asigna una renta de 25.000 reales, José Melón con comercio de joyas, paños, lienzos y mercería y una renta estimada de 30.000 reales, y el mayor de todos Mateo González de Castro con comercio de paños y joyería y una renta de 45.000 reales.

Los mayores comerciantes de Ciudad Rodrigo son según las mismas respuestas Manuel de Orozco a quien se le asigna una renta de 4.400 reales, Juan Madruga cuya actividad comercial le venía a rentar 6.500 reales, Manuela Montero a quien le asig-nan 23.800 reales y Esteban Rus, del que nada se nos dice pero no hay que descartar se tratara de un agente catalán a quien se le asigna una renta de 24.000 reales.

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En Béjar los mayores comerciantes eran Francisco Herrera a quien se le asigna una renta de 3.000 reales, la sociedad constituida por Manuel Callejo y Manuel del Río, hay que advertir que es el único caso en que se da esta asociación de comercian-tes, con una renta de 4.000 reales, y Bernardo Muñoz de la Peña a quien se le asignan 5.000 reales de renta.

En Ledesma los comerciantes con más caudal eran Francis Julián con 15.773 rea-les, Francisco Isidro con 15.869 reales de renta, María Antonia Miranda con 16.312 reales y Josefa Vicente con 31.347 reales36.

De todos estos apellidos de los grandes comerciantes de estas ciudades, tan sólo dos parecen haber tenido un cierto grado de continuidad en los negocios ya del xix. Son los casos de Josefa Vicente, la mayor comerciante de Ledesma, y de quien no hay que desechar que tuviese algún tipo de relación familiar con los distintos De Vicente que acabaron comprando tierras en los distintos procesos de la desamorti-zación. Y el otro es el del mayor comerciante de Béjar: Bernardo Muñoz de la Peña, de quien no hay que desechar que por línea materna tuviese algún tipo de relación parental con Francisco Peña Rico dedicado a la chacinería en Candelario, y ya en los años 40 de la centuria del ochocientos, invirtió en la fábrica de papel continuo tam-bién en Candelario, pero esto también no deja de ser una mera conjetura que emana de cruzar unos y otros apellidos en fechas bien distantes.

Para 1763 tenemos un breve «�ash», para seguir hablando en términos fotográ-�cos, sobre el consumo de aquellos productos sujetos a arbitrios de la ciudad y que eran objeto del abasto municipal37. Los arbitrios eran en realidad un impuesto muni-cipal que recaía sobre determinados productos de consumo y constituía una de las vías para la �nanciación de las haciendas municipales. Si bien ninguna población podía establecer arbitrio alguno sin previa autorización, la situación de las hacien-das municipales era tal que pocas ciudades se salvaban de hacer uso de ellos bien para cubrir los dé�cits �nancieros de sus haciendas o bien para hacer frente a la im-posición tributaria de la propia corona que por tal motivo venía a autorizarlos.

En Salamanca los productos objeto de esta imposición eran el vino, en una pro-porción de algo más de real y medio por cántaro (54 maravedís por cántaro); el azú-car en medio real por arroba; la fruta verde, seca y de hueso en dos reales y cuartillo si la carga era mayor y en algo más de real y medio si la carga era menor; los higos secos, verdes y brevas en dos reales; los frutos secos: piñones, avellanas y nueces, que pagaban también los dos primeros productos dos reales por carga y la nueces algo menos de dos reales (64 mrvs.); la leña que contribuía con 18 mrvs. por carro; la fruta rica en vitamina C tal como el limón, naranja, limas, cidra, toronja y granada, que pagaban 12 maravedís; las castañas que pagaban ocho reales por carro; el jabón que pagaba un real por arroba y la aloja, nieve y barquillos que lo hacían los abaste-cedores de tales productos en una cantidad �ja alzada.

En total 12 productos si bien muchos de ellos no de estricta necesidad e incluso alguno de ellos como la nieve de cierto lujo aunque parece que de amplio consumo en estratos sociales de alto poder adquisitivo. De todos ellos el vino era el producto

36 Para estos datos Catastro de Ensenada Respuestas Generales de las respectivas localidades, Tabapress.37 Infante, J.: El municipio de Salamanca a �nales del Antiguo Régimen. (Contribución al estudio de su

organización institucional), Salamanca, Ayuntamiento de Salamanca, 1984.

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de consumo más popular y masivo hasta el punto de que no pocas de las calorías ingeridas diariamente tenían ese origen si se tiene en cuenta que el consumo, según los ingresos percibidos por tal impuesto en 1772, ascendía en la ciudad de Salamanca a más de 39.724 cántaros o, lo que es lo mismo, 640.871,32 litros. A esa cantidad de cántaros de vino sujeto al arbitrio habría que añadir el vino introducido en la ciudad por el gremio de los herederos de viña que sabemos ascendía en 1787 a otros 24.157 cántaros introducidos por 13 de los agremiados que eran, habían sido o serían regi-dores en el Ayuntamiento de la ciudad. En total se puede estimar un consumo anual superior al millón de litros (1.030.596,2 litros) que viene a dar una media diaria de más de 2.823,5 litros diarios. A la vista de estas cifras pocos debían ser los que no consumieran en su dieta diaria al menos un cuartillo de vino.

Por lo que hace referencia a los obligados en varios ramos de los abastos cons-tatamos la existencia de lo que me atrevo a nominar alianzas comerciales entre los distintos individuos que iban sucediéndose en el abasto de los mismos productos de forma más o menos rotativa, apareciendo las mismas personas unas veces como pro-piamente obligados; esto es, responsables directos del abasto, y en los años sucesivos como avalistas o �adores para después volver de nuevo a ejercer de obligados.

Lo que se descubre al cruzar la relación nominal de los obligados y sus �adores en los diferentes abastos de la ciudad con la relación de comerciantes que aporta el Catastro es no sólo la persistencia de algunos nombres y apellidos que nos habla de ciertas sagas de comerciantes, sino así mismo de cómo los comerciantes pujaban y se hacían con el abasto de ciertos productos de consumo. Un ejemplo de ello lo puede representar Pedro Hernández, que en el Catastro aparece como batidor de oro y durante el periodo de 1760 a 1773 aparece ligado al abastecimiento del aguardiente y licores. En este mismo sentido nos encontramos con el caso de Domingo Martín de Ayuso, que en el Catastro aparece como comerciante de hierro y que unos años después aparece ligado al abasto del tocino. Lo que en de�nitiva viene a con�rmar la porosidad entre unas y otras profesiones.

La siguiente panorámica nos la ofrecen los datos del Censo de Floridablanca de 1786-1787. Pues bien, el Censo de 1787 nos da cuenta de la existencia de un total de 1.238 comerciantes, 812 fabricantes y 5.483 artesanos. En términos porcentuales los comerciantes vienen a signi�car el 2,51% sobre el total de la «población clasi�cada por ocupaciones» (un punto porcentual menos que el clero secular); los fabricantes el 1,64% y el 11,10% los artesanos.

Ahora bien, si de entre los núcleos de población seleccionamos aquellos que según criterio de clasi�cación del propio censo cuentan con dos o más comerciantes nos en-contramos con un total de 53 localidades que cumplen tal condición y sumaban una población total que venía a signi�car algo más de un tercio de la población total de la provincia, concretamente el 33,64%; pues bien, en ese tercio de la población total se concentraba nada menos que el 98,71% de quienes el censo clasi�ca como comercian-tes, el 53,82% de los fabricantes y más de los dos tercios (el 66,84%) de los artesanos. Esas 53 localidades eran a todos los efectos las que desde el punto de vista económico generaban la mayor parte del P. I. B. salmantino de origen no agrario.

Bien es cierto que sobre tales cifras creo debe desarrollarse una previa re�exión para llenar de contenido concreto las propias categorías de clasi�cación que establece y emplea el propio Censo, porque ¿hasta qué punto, bajo esa categoría de comerciante,

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no se agrupa en muchas de las 53 localidades que registran al menos dos de ellos, a los arrieros?

Resulta difícil comprender que en localidades como Valdelacasa con una pobla-ción total de 560 habitantes, pero de ellos sólo 319 mayores de 16 años y tan sólo 156 varones dentro de ese grupo de edad de mayores de 16 años, pudieran existir un total de 35 comerciantes, uno por algo más de cuatro habitantes varones en ese grupo de edad, si con ello no se está haciendo referencia a quienes se dedicaban a la arriería.

Esta re�exión se puede extender a un amplio grupo de esas 53 localidades que registran al menos dos comerciantes como pueden ser: La Tala, que según el Censo tiene 25 comerciantes sobre una población total de varones mayores de 16 años de 137, el 18,25% de ellos; o en Mata de Armuña, donde el censo registra 39 comerciantes sobre una población de tan sólo 107 varones mayores de 16 años; esto es, un comer-ciante por algo menos de 2,75 habitantes mayores de 16 años, cuando en este caso sí conocemos por los estudios de Cabo Alonso38 y Richard Herd la existencia de un am-plio contingente de arrieros y para el caso de la Tala no puedo dejar de citar, aunque referido a los años cincuenta del siglo pasado, el artículo de Virgilio Sánchez Marcos aparecido en el n.º 14 de Papeles del Novelty.

No obstante, esta situación no debe generalizarse y extenderse a aquellas otras localidades, especialmente las más pobladas de la provincia, en las que los comer-ciantes quedan claramente diferenciados de cualesquiera otras profesiones como es el caso de la propia ciudad de Salamanca en la que se registran 101 comerciantes, es el caso también de Ciudad Rodrigo con 35 comerciantes, sorprendentemente el mismo número que en Valdelacasa, de Béjar con 23, Peñaranda con 66, Alba con 19, Vitigudino con 13 o Ledesma con 43. Pero junto a estas localidades nos encontramos con otras también con un cierto volumen de población como Cantalapiedra que con-taba con tan sólo dos comerciantes, Villarino y Aldeadávila de la Ribera tenían tres.

Parece, pues, que en base a los propios datos del recuento o Censo de 1787 re-sulta posible distinguir, al menos, dos tipos o clases de comerciantes, como por lo demás nos puso ya de mani�esto el Catastro de Ensenada: por un lado, aquellos establecidos en las cabeceras de los grandes concejos, con casas comerciales abier-tas, y, por otro lado, los que podríamos denominar comerciantes arrieros o arrieros-comerciantes dedicados no exclusivamente al transporte, sino también a la venta de mercancías tales como hierro, bacalao, pescado salado, lencería �na, o especies como chocolate, azúcar, canela, etc., y destinados a satisfacer una demanda de mayor po-der adquisitivo y elástica con determinados niveles de renta.

Por lo que hace referencia a los arrieros, en función de los propios datos de este Censo de 1787, se pueden diferenciar distintas zonas dentro de la provincia en las que aparece una cierta especialización en este tipo de comercio: por un lado, tenemos la comarca de la Armuña con localidades como la ya señalada de Mata de Armuña, Monterrubio, Palencia de Negrilla, Negrilla de Palencia, Pedrosillo el Ralo, Arcedia-no, Carbajosa de Armuña y La Vellés que agrupaban a 128 comerciantes arrieros.

38 Cabo Alonso, Á.: «La Armuña y su evolución económica», Estudios Geográ�cos, año XVI, números 58 y 59, edición facsímil, Salamanca, 1993.

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Otra zona su�cientemente delimitada y con un montante nada despreciable se ubica en los alrededores de Béjar con localidades como: Valdelacasa, Valverde de Valdelacasa, Candelario, Puerto de Béjar, El Cerro, Ledrada, Fuentes de Béjar, Santi-bañez de Béjar, Nava de Béjar, Calzada y La Cabeza de Béjar, que sumaban la nada despreciable cifra de 336 trajineros.

El área de Peñaranda-Alba abarcando localidades como Campo de Peñaranda, Villaverde de Guareña, Aldeavieja de Tormes, Guijuelo, Campillo de Salvatierra, La Tala y Fuenterroble de Salvatierra, con un total de 115 arrieros o comerciantes-arrieros.

La zona de la Sierra, donde nos encontramos con las localidades de La Alberca, Tamames, Monforte y Mogarraz donde quedan registrados un total de 145 comer-ciantes. En estos dos últimos casos se puede suponer la existencia de un cierto grado de correspondencia entre la actividad de la arriería-comercial y la manufactura del lino ya que entre Herguijuela, Mogarraz, Monforte y Madroñal sabemos de la exis-tencia de un total de 74 telares de lino.

El área oeste o más propiamente los Arribes y el Abadengo con las localidades de Sobradillo, San Felices de los Gallegos, Yecla de Yeltes, Aldeadávila y Villarino con 93 posibles arrieros.

La zona de Ciudad Rodrigo, en la que considero que este tipo de actividad co-mercial puede estar infrarrepresentada en este censo pues tan sólo registra la pre-sencia de al menos tres comerciantes en las localidades de Robleda, La Encina y Retortillo con un total de 36.

Por último en tres localidades cercanas a la ciudad de Salamanca se constata la existencia de al menos tres comerciantes que son: Cabrerizos, Pelabravo y Tejares, con un total de 22 arrieros-comerciantes.

Atendiendo, pues, a la importancia numérica de quienes se dedicaban a esta ac-tividad de la arriería, se encuentra la zona de Béjar. No puede resultarnos difícil imaginarse a estos comerciantes-arrieros de la zona bejarana dedicados a dar salida a la producción de paños de las fábricas bejaranas o de la chacinería de Candelario tal y como ha puesto de mani�esto Rosa Ros con retornos como tintes para la propia industria textil o especias para la industria cárnica de Candelario.

La siguiente fotografía se distancia cronológicamente de la precedente en muy poco ya que se data en 1789 y está realizada gracias a la información que facilita Larruga en sus memorias económicas.

Está referida al intento, felizmente fracasado, de constituir una Compañía del Gremio de Paños y Joyas en la ciudad de Salamanca. Nos informa Larruga39 que los comerciantes de Salamanca no constituían una asociación gremial con ordenanzas especí�cas que regularan su actividad mercantil, si bien para hacer frente a las exi-gencias �scales, especialmente de aquellas cargas �scales que estaban encabezadas, solían ponerse de acuerdo a efectos de redistribuir entre ellos la cuota asignada a cada uno y proceder a su cobro. Estos comerciantes agrupados voluntariamente han establecido y alquilado en la Plaza Mayor de la ciudad –nos informa Larruga– una casa

39 Larruga, E.: Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España, Edición de Ruperez Almajano, M. N. y Lorenzo López, R. M., Diputación de Salamanca, 1994.

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que sirve de registro, con dos o�ciales que despachan, registran y ajustan los géneros que se introducen...

Existía por tanto una práctica mancomunada de cara al menos al cumplimiento de sus deberes �scales. Lo nuevo en esta coyuntura de �nales de la década de los 80 del siglo xviii es la decisión, por parte de un grupo de 13 comerciantes, entre ellos varios hermanos, de llevar esa práctica mancomunada al centro de la actividad mercantil, con la iniciativa de constituir la Compañía del Gremio de Paños y Joyas cuya �nalidad consistía en centralizar y monopolizar la oferta para la adquisición de los géneros intentando mantener un férreo control sobre la propia actividad mer-cantil. Para ello proponen dotarse de una estructura organiza con vistas a realizar los pedidos a las distintas fábricas, comercios y comisiones nacionales y extranjeras a efectos de tener surtido el almacén de los géneros más útiles y de mejor salida; una vez los géneros en la ciudad serán avisados los individuos de la Compañía para que se provean de lo que necesiten con preferencia a los extraños, en lo que se les distinguirá pero no en el precio que debe ser –se nos dice– igual para todos, ahora, eso sí, por iniciativa particular de cualquier comerciante no se podrá acapararlos ni comprarlo por sí –se nos sigue informando– y de contravenir se hará cargo el transgresor cargándosele a bene�cio de la Compañía el tanto por ciento que le hubiere quedado, si hubiesen venido los géneros por su dirección. En realidad la propuesta de crear tal Compañía no era otra cosa, como el mismo Larruga denuncia, de crear una centralización en las compras y un mono-polio en la oferta.

Si lo que la compañía se proponía era centralizar la solicitud de suministros, su recepción y almacenamiento, y así monopolizar la oferta comercial de la ciudad, estandarizando calidades y universalizando entre sus asociados los márgenes co-merciales, más parece entonces un intento de poner freno a la competencia entre los propios comerciantes para así controlar el proceso de diferenciación económica y social entre ellos. Un intento de poner en pie el mundo idílico de todo comer-ciante: reducir los costes, disminuir los riesgos, evitar las quiebras y asegurar las ganancias.

Por otro lado, tal compañía de los comerciantes salmantinos parece una réplica si no mimética bastante semejante a la compañía de fabricantes que desde 1770 ha-bían constituido los fabricantes de Béjar para impulsar la comercialización de los paños, sólo que en este caso sí que tiene una clara �nalidad: la de abrir mercados para una producción en crecimiento homogeneizando calidades. Desde luego tales compañías sí que pretendían encuadrar a todos los de sus respectivas profesiones agremiándolos. El resultado acabó siendo el mismo, pues la de fabricantes a partir de 1780, cuando se manifestaron los primeros síntomas de una crisis, conoció la segregación de los principales fabricantes, pero en la de comerciantes sabemos que los auténticos emprendedores comerciales como Puyol40 ni siquiera llegó a formar parte de ella.

La siguiente postal que quiero presentar emana de otro censo demográ�co, el de 1797 conocido también como de Godoy, ateniéndonos a los datos que ofrece se con-

40 García-Figuerola, M. y Ruperez Almajano, M.ª N.: Doblones, escudos, durillos… Un tesoro encon-trado en la Plaza Mayor de Salamanca, Salamanca, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2005.

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�rma el hecho ya conocido de que Salamanca era fundamentalmente una provincia agrícola en la que entre los dos tercios y tres cuartos de la población activa eran población agraria.

Nos informa igualmente que el número total de comerciantes ascendía a 374, una cifra que se encuentra muy lejos de los 1.238 que nos proporcionaba el Censo de Floridablanca, en este caso porque no parece englobar entre los comerciantes a los arrieros, y así se explica esa reducción cercana al 70% (el 69,79%).

Pero debe quedar igualmente claro que esos 374 comerciantes de 1797 o los 1.238 de 1787 no monopolizaban ni agotaban el conjunto de la actividad comercial. Co-nocemos que en las cabeceras de los grandes concejos tenían establecida, en ocasio-nes desde el inicio mismo del proceso repoblador, y como consecuencia de distintos privilegios reales varias veces rati�cados por distintos monarcas, la existencia de distintas ferias y a veces más de una en el transcurso del año así como la existencia de mercados semanales, que en gran parte y con las debidas modi�caciones han llegado hasta la actualidad.

Estas ferias y mercados locales tenían una clara funcionalidad: ofertar de forma centralizada y con una periodicidad semanal, en el caso de los mercados, parte del excedente agrario generado por los campesinos locales, normalmente hortelanos y comarcanos de productos generalmente no sujetos al pago del diezmo como pudie-ran ser huevos y hortalizas aunque también los había de granos y legumbres aunque estos sí que debían pagar su correspondiente tasa diezmal.

Podría a�rmarse que el volumen de las transacciones comerciales de estos merca-dos locales estaría en relación directa al volumen de su respectiva población. Por eso no está de más conocer que a la altura de 1787 el volumen de la población urbana, entendiendo por tal los mismos ocho núcleos que con el tiempo llegaron a constituir las cabeceras de partidos judiciales alcanzaba tan sólo algo menos de 34.900 habitan-tes (concretamente 34.895), lo que venía a representar, en aquella fecha, el 18,54% del total de la población provincial en su actual con�guración geográ�ca.

Las ferias, por su distinto contenido, por su amplia aunque acotada duración y sobre todo por el volumen de las transacciones económicas que se cerraban en su transcurso, tenían mayor importancia comercial, en particular la de Salamanca ubi-cada en el calendario agrícola inmediatamente después de la recogida de la cosecha y antes de iniciarse las operaciones propias del próximo año agrícola se convertía por ello en auténtico termostato de la coyuntura económica del año. En Salamanca hemos conocido, y mejor que nadie los propios comerciantes, hasta muy reciente-mente, esto es, aún en el siglo xx cómo la propia duración de los periodos invernales y estivales de rebajas venía determinada no tanto por un calendario especí�co y ahora legalmente reglado, sino por la bonanza o no de la cosecha agrícola, ya que la agricultura era por entonces la actividad económica que por su importancia y peso relativo en el conjunto de la economía provincial imponía el volumen y el ritmo de la actividad comercial. Ni que decir tiene que en el siglo xviii y primera mitad del xix, cuando aún el peso de la agricultura y ganadería era mayor, esta estacionalidad se dejaría sentir de forma más aguda e intensa.

Salamanca, ubicada geográ�camente en la intersección de dos zonas su�ciente-mente bien de�nidas dentro de su espacio provincial como son una con alta espe-cialización agraria (los sexmos de la Armuña y Valdevilloria) y otra de no menor

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especialización ganadera (los sexmos de Baños y Peña del Rey) se convertía en su época de feria, desde Nuestra Señora de la Peña a San Mateo, en lugar adecuado para dar complementariedad entre los excedentes de las economías campesinas y ganaderas en el momento previo al inicio del nuevo año agrícola. Terminada la feria de Salamanca se iniciaba y se inicia en el mismo mes de septiembre durante los días 26, 27 y 28 la de Béjar, cuya función comercial venía a ser la misma, pero en este caso como momento especí�co ante la particularidad de una economía más vinícola que cerealista, y una ganadería más mular y asnal, que aportase la adecuada fuerza de trabajo animal a las explotaciones agrícolas campesinas, que bovina.

Ciudad Rodrigo contaba con dos ferias a lo largo del año pero no a fecha �ja, una en la segunda semana de cuaresma, en el inicio mismo de los llamados meses mayo-res cuando el valor de los cereales iniciaban su escalada alcista estacional, y la otra en el martes después de la Ascensión cuando comenzaba a tenerse una adecuada perspectiva del volumen y valor de la próxima cosecha venidera.

En el caso de Ledesma venía a coincidir su día de feria con el de la Ascensión, a las puertas, al igual que en Ciudad Rodrigo, de una nueva cosecha y por tanto cuando podía materializarse la adquisición, en función de los excedentes moneta-rios sobrantes del año agrícola precedente y conociendo en parte ya el estado de la próxima, del ganado, aperos, loza, quincalla y ropa necesarios pues estos solían ser los artículos que los trajineros después de Ledesma hacían llegar a Ciudad Rodrigo por el camino que unía Zamora con la ciudad del Águeda.

En Alba de Tormes la feria, con tres días de duración, se celebraba el domingo posterior al de Pentecostés; esto es, también a la vista y evaluación de la nueva co-secha por lo que las posibles adquisiciones a realizar por los campesinos durante la misma debían tenerlo en cuenta así como las disponibilidades de mobiliario líquido que de existir les hubiese dejado la cosecha precedente.

Se nos dibuja así un ciclo ferial en el que la actividad agro-pastoril constituye el centro del mismo y puede hacernos entender la importancia económica y comercial de la feria de Salamanca.

En esos mercados y ferias, como ha puesto de mani�esto Muset i Pons41, cons-tituían auténticas plataformas para consumar las aspiraciones de los negociantes catalanes asegurando el acceso a un gran número de compradores y vendedores facilitando el establecimiento de relaciones mutuas de con�anza, fundamental este aspecto en las relaciones comerciales, y por eso constituyéndose en el medio idó-neo para que muchos vendedores ambulantes catalanes, y habría que añadir que también no catalanes, consiguieran hacerse un hueco dentro del modesto mercado castellano. Este podría haber sido el origen de la presencia de Puyol en Salamanca y desde luego ese había sido el de Diego Forcada y el de Joan Porta, comerciantes de origen catalán y residentes ambos en Ciudad Rodrigo. Del primero de ellos conoce-mos también su presencia a �nales del siglo xviii en la feria de León.

Otra estampa que hoy les presento tiene su origen también en una fuente de-mográ�ca, en este caso en los datos que encierra un padrón municipal de la ciudad

41 Muset i Pons A.: Catalunya i el mercat espanyol al segle XVIII. Els traginers i els negociants de Calaf i Copons, Barcelona, Ajuntament de Igualada, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997.

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de Salamanca fechado en 1820 y 183642. Esta serie de padrones municipales ofrecen la particularidad de dejar re�ejada no sólo la relación nominal de las personas censadas cabezas de familia, sino también indica la edad de cada una de ellas y la profesión o actividad económica que realizaban. Tan sólo escapa a este esquema la parroquia de San Martín en la que se oculta la profesión, pero aun así y pese a la importancia de tal parroquia para el tema que ahora nos ocupa, considero que se puede realizar una cierta aproximación al conocimiento de la estructura sociopro-fesional de la ciudad.

Lo que nos muestran los datos de estos vecindarios parroquiales cuando los to-mamos en su conjunto es una clara jerarquización y segmentación social del espacio urbano.

En el centro de la ciudad, formada por la parroquia de San Martín y San Justo, esto es, la plaza mayor y sus aledaños se ubicaba la vivienda de las clases más ha-cendadas, por utilizar el lenguaje de la propia fuente, y allí se situaban las principa-les actividades comerciales. Allí también se recogían la mayoría de los estudiantes foráneos en régimen de pupilaje al que se dedicaban un buen número de viudas. Así nos encontramos, por poner un ejemplo, con dos estudiantes de Tornavacas, uno de Cáceres y otro de La Tala que estaban acogidos a pupilaje en la casa de Manuela Martín, viuda y con residencia en la Plaza.

Es en la Plaza y sus aledaños donde se concentraban el mayor número de los abigarrados y nada especializados comercios. Abigarrados por cuanto se podían encontrar desde todo tipo de tejidos de lana, algodón y seda en sus variadas calida-des, formas y colores, junto a cintas, hilo, pañuelos, pero también coloniales: azúcar blanco y moreno, azafrán, frutos secos, cacao, velas y velones o botones forrados o para forrar, etc.

De igual manera que el centro era la zona comercial por antonomasia de la ciu-dad, las áreas periféricas seguían manteniendo una estructura funcional y social que venía desde antiguo y nos da cuenta de las escasas modi�caciones a la altura del pri-mer tercio del xix. La parroquia de San Marcos en el límite norte de la ciudad seguía manteniendo en 1836 un reducido número de vecinos entre los que predominaban los labradores y hortelanos llegando a representar tales profesiones el 50% del total de sus vecinos.

En el otro extremo de la ciudad, en su límite meridional, la parroquia de Santiago Apóstol seguía siendo el barrio de tenerías, en el que predominaban los artesanos y fabricantes curtidores, que conjuntamente llegaban a representar nada menos que el 46,39% de sus 97 vecinos censados en el padrón de 1836, y si les añadimos los cinco zapateros que tenían su residencia en esa parroquia entonces el porcentaje de quie-nes trabajaban el cuero superaban la mitad del vecindario.

Otro barrio en el que resulta perceptible una cierta especialización funcional de sus moradores es el caso de la parroquia de San Román, entre cuyo vecindario pre-dominaban después de los jornaleros que constituían el estrato social más nume-roso, los panaderos/as (23) y 2 horneros. En la vecina parroquia de Sancti Spiritus los panaderos/as tenían también una signi�cativa representación (11) de forma que

42 A.M.S.

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conjuntamente formarían seguramente el grueso de los comerciantes ambulantes. En la de Santa María de los Caballeros se agrupaban los arrieros (8) y los carbone-ros (9). Las incipientes clases medias que serían las que terminaron impulsando el consumo de bienes duraderos tenían una presencia bastante difusa por el conjunto de la ciudad especialmente en San Isidro, San Pelayo, la misma Santa María de los Caballeros y Santa Eulalia.

Considero que uno de los aspectos más signi�cativos que ponen de mani�esto estos padrones a partir de la propia terminología es la posibilidad que nos ofrecen de establecer una cierta tipología de quienes se dedicaban al comercio. Esta termi-nología parece diferenciar claramente los tratantes, los tenderos y los comerciantes. El tratante es sin duda el gran comerciante que se dedicaba a la compraventa de productos tanto agrarios como ganaderos, el tendero parece hacer referencia al pe-queño comerciante, bien con comercio �jo como a quien tenía un puesto de venta no permanente cuando no de ambulante. El comerciante sería, por último, la categoría que acabaría imponiéndose y englobando a las demás, y que hacia esas fechas de 1836 de estos padrones mantenía tienda abierta �ja normalmente en la misma casa de su residencia con un sinfín de mercancías.

Para terminar dos pequeñas consideraciones y ambas a partir de los datos que aporta el Diccionario de Madoz43. Una es la referente al comercio exterior y en con-creto con Portugal. Los datos nos los aporta Madoz en su Diccionario para los años 1836-1840 y a partir de 1844 con los datos recopilados por M.ª do Carmen Espido44. Lo más destacado y como aspecto a retener, por cuanto con posterioridad se sus-citará un vivo debate sobre el trazado de las diferentes líneas de ferrocarril, es el hecho de que la localidad de La Fregeneda concentraba el grueso de la exportación con Portugal, o más propiamente vía Portugal ya que el destino �nal no era sólo Portugal. De aquí que por esos años se suscitase el interés por la navegabilidad del Duero para dar salida por vía �uvial a parte de los excedentes de la producción agraria de amplias zonas de Castilla y León y desde luego de Salamanca frente a la opción de Santander pues pese al Canal de Castilla seguía quedando lejano de estas tierras.

Para estas tierras el Duero era la opción que posibilitaba una mayor reducción de los costes del transporte y por tanto de generar ganancias signi�cativas, vía precios �nales, en la competitividad. El grueso de las mercancías que encontraban salida por La Fregeneda hacia el levante español, y en concreto a Cataluña, y las Islas Británicas eran los granos y con posterioridad el aguardiente. El volumen de las exportaciones llegó a ser para ciertos años importante: en 1846, cuando en Irlanda se empezó a sentir el efecto del hambre a causa de la enfermedad de la patata, salieron más de 3 millones de kilos de cereal y en 1855 a causa de la Guerra de Crimea las salidas superaron los 6,5 millones, cantidades desde luego nada despreciables aunque no todos ellos fueran de la producción provincial.

43 Madoz, P.: Diccionario Geográ�co-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Valla-dolid, Ámbito, 1984.

44 En Robledo, R.: «El desarrollo del mercado interior: carros, barcas y trenes» en Historia de Salaman-ca IV. Siglo Diecinueve, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 2001.

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El último aspecto con el que quiero terminar y que en parte nos puede servir para realizar un primer balance global de la importancia económica del comercio durante este largo periodo nos lo ofrece también el Diccionario de Madoz.

Entre las múltiples informaciones que facilita el Diccionario se encuentra la co-rrespondiente a la población y renta de la provincia formada por la Junta provincial para 1841 y 1842. No me detendré en evaluar el grado de �abilidad de las cifras ni para 1841 ni para 1842, en todo caso sí quiero dejar señalado que estimo muy razonables los elementos de crítica que desarrolló la redacción del Diccionario a la evaluación de las cifras para 1841 en las que se ponen de mani�esto ciertos aspectos que hoy nos son conocidos por otras vías. Creo en de�nitiva que la lectura de tal artículo podría constituir una lectura de casi obligado cumplimiento para quienes a partir de los contemporáneos quieran tener una viva impresión de las modi�cacio-nes operadas en la economía salmantina especialmente en la agricultura, o en otro orden de cosas la vehemencia con que defendían el régimen liberal frente al Antiguo Régimen.

Lo que quiero señalar, con independencia de unas u otras cifras, es el peso pro-porcional del comercio en la riqueza provincial en estimación de los propios con-temporáneos, esto es, establecer un orden de magnitud más allá de unas cifras que difícilmente pueden tener visos de plena exactitud. Pues bien, para 1841, cuando el nivel de ocultación de la riqueza provincial parece alcanzar un montante importan-te, la renta asignada al comercio venía a representar algo más del 5% de la riqueza provincial.

Para 1842 las cifras globales y de cada uno de los sectores se ven muy ampliadas respecto a las de 1841. En este caso el comercio en la estructura de la riqueza pro-vincial no llega a alcanzar el 5%. Esto es, según ambas estimaciones se le asigna al comercio por los propios contemporáneos una ponderación cercana al 5% del con-junto de la riqueza provincial. No hay que descartar que tanto en uno como en otro caso tal porcentaje fuese ligeramente superior, pero sólo eso, ligeramente superior. Lo que quiero señalar es que la estimación de la renta comercial a partir de los datos del Catastro de Ensenada en el conjunto de la renta provincial, al sustraerse lo apor-tado por la arriería, representaba el 6,02%: esto es, los contemporáneos de la quinta década del siglo xix venían a situar la renta comercial al mismo nivel o en semejante orden de magnitud que hacia mediados del xviii.

Lo que nos dibujan esos porcentajes separados temporalmente por casi un siglo es que el comercio apenas ganó peso porcentual, si es que al �nal acabó ganándolo, en el conjunto de la riqueza provincial; lo que no quiere decir que durante ese perio-do no se registrasen cambios en el desarrollo de las actividades comerciales. En todo caso lo que tales porcentajes nos están diciendo es que las modi�caciones fueron de menor intensidad en el comercio que en otras actividades económicas y en par-ticular que en la agricultura. Pero sin duda lo que podríamos considerar el comer-cio como espacio estándar de exposición de mercancías, con mobiliario especí�co y lugar de transacciones económicas estaba en vías de signi�cativas modi�caciones. El mostrador de madera con su correspondiente faldón también de madera como limitador del propio espacio del comercio acotando claramente los espacios de com-pradores y vendedores empieza a sustituir a la mesa en ocasiones camilla en torno a la cual se desarrollaba el regateo en precio y calidades de los distintos productos.

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Las hileras de cajones en ocasiones cubiertos de cristal como lugar de exposición de mercancías cuyo almacenaje se hace en las trastiendas, los anaqueles, aparadores y estanterías que cubren hasta el techo las paredes de los mismos empiezan a consti-tuir el mobiliario de unos comercios que por entonces inician claramente una cierta especialización que alcanza hasta en la propia denominación de los mismos, empie-zan a aparecer las droguerías y ferreterías en ocasiones como espacios si no distintos sí diferenciados, los coloniales como comercios exclusivamente de comestibles, las pañerías como comercio propia y exclusivamente de textiles y diferenciado a los de venta de ropa vieja o usada, las joyerías como lugares especí�cos de venta de objetos de lujo, y los comercios de venta de objetos de consumo duraderos como los de ven-ta de muebles entre los que la casa Huebra en Salamanca es un primer y duradero exponente. Pero la consumación de tales cambios ya pertenece a otra época posterior a la que he tratado de abordar.

Salamanca noviembre de 2011

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INDUSTRIA Y COMERCIO EN LA PROVINCIA DE SALAMANCA (1986-2011).

UNA INTERPRETACIÓN DESDE LA GEOGRAFÍA ECONÓMICA

José Luis Sánchez Hernández*

1. Haciendo memoria

Durante los últimos veinticinco años, el paisaje industrial y comercial de Sala-manca y su provincia no ha permanecido ajeno a las transformaciones que estas acti-vidades económicas han registrado en otras provincias españolas, tanto en su estruc-tura interna como en sus pautas de localización. Tales cambios no han modi�cado, en lo esencial, las líneas maestras de lo que podríamos denominar mapa económico de Salamanca, pero sí es cierto que esa estabilidad provincial en el largo plazo no puede ocultar algunas novedades locales que, en su mayoría, se concentran en la capital y su alfoz, viejo término medieval felizmente recuperado para designar la orla, corona o cinturón de localidades que rodean Salamanca, y cuya vitalidad demográ�ca y económica constituye uno de los hechos recientes de mayor relevancia geográ�ca en el ámbito provincial debido a la velocidad de su crecimiento y, por qué no decirlo, a las dudas que suscita la capacidad de algunos de estos municipios para superar el derrumbe de un modelo de expansión fundamentado, casi exclusivamente, en la construcción de viviendas.

En efecto, en el año 1986 el centro de la capital salmantina todavía no estaba pea-tonalizado y se podía circular en coche por la calle Zamora, por la calle Toro o por la Rúa. El actual polígono industrial y comercial de Villares de la Reina presentaba por entonces una ín�ma calidad arquitectónica y un de�citario acondicionamiento viario, tanto interno como externo, por no hablar del precario tratamiento de sus residuos sólidos y líquidos. Mejor equipado desde su construcción, el polígono de El Montalvo no necesitaba, sin embargo, la compañía de ningún número romano distintivo, porque sólo había uno, a caballo entre los términos municipales de Sala-manca y Carbajosa de la Sagrada. Santa Marta de Tormes, con sus 4.632 habitantes, era la única localidad que despuntaba en la periferia de la capital porque combina-

* Profesor Titular de Geografía Humana. Universidad de Salamanca.

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ba la oferta residencial de calidad, en urbanizaciones como Valdelagua, con las pro-mociones de pisos de precio asequible en el casco urbano, todo ello favorecido por la accesibilidad que proporcionaba la carretera de Madrid (N-501). Y es que la red de transportes era entonces mucho más precaria que la actual, sin kilómetro alguno de autovía, quedando, por tanto, el medio rural salmantino mucho peor comunicado con el conjunto del sistema urbano español.

En 2011, este panorama muestra una complejidad algo mayor, fruto de una pau-latina evolución que puede pasar desapercibida por su pausado ritmo, pero que cobra mayor sentido cuando se la contempla desde una perspectiva integrada en el tiempo y en el espacio. Así, las citadas calles comerciales de Salamanca, alrededor de la Plaza Mayor, conforman hoy un área peatonal propicia al disfrute de esa mo-dalidad postmoderna de ocio que consiste en salir de compras o en ir de tiendas. No poco ha contribuido a esta mutación la de�nitiva consolidación de Salamanca como destino turístico privilegiado: la capital ocupa el noveno puesto por número de per-noctaciones (10.827.304 en 2010) entre todas las capitales provinciales españolas, por detrás de ciudades del tamaño de Madrid, Barcelona, Palma, Sevilla, Valencia, Za-ragoza y Valladolid. La celebración en el año 1993 de la exposición Las Edades del Hombre en las catedrales salmantinas situó a la ciudad en el mapa turístico nacional y representa el punto de partida de un notable esfuerzo institucional por capitalizar la Declaración de Patrimonio de la Humanidad obtenida en 1988 y programar nuevos eventos (Capitalidad Cultural Europea en 2002, XV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en 2005, reconocimiento de la Semana Santa como Fiesta de Interés Turístico Internacional en 2003) que refuercen la reputación de la ciudad y alimenten el �ujo de visitantes. Además, no sólo la capital se está bene�ciando de esta nueva condición de centro turístico, sino que las políticas de desarrollo rural diseñadas y aplicadas en el resto de la provincia tienen entre sus prioridades la cap-tación de una parte, mayor o menor, de ese copioso caudal de personas e ingresos.

La mejora evidente de las infraestructuras viarias ha facilitado tanto la llegada de turistas como su difusión por el territorio provincial: las tres carreteras nacionales que atraviesan la provincia (N-501 hacia Madrid, N-620 hacia Valladolid y Portugal y N-630 hacia Cáceres y Zamora) son hoy autovías (A-50, A-62 y A-66, respectiva-mente) que han reducido notablemente la distancia-tiempo con el resto del territorio nacional. Cierto es que no puede decirse lo mismo de la comunicación por ferrocarril, pese a ciertas inversiones de mantenimiento, y que la remodelación del aeropuerto de Matacán no ha venido acompañada de una oferta atractiva de conexiones aéreas, seguramente porque el umbral local de demanda es insu�ciente para sostenerlas en condiciones razonables de rentabilidad. Pero no es menos cierto que el avance global ha sido notable y que el conjunto del territorio provincial es hoy día mucho más accesible que hace un cuarto de siglo, y lo es además en condiciones de mayor seguridad, si además se tiene en cuenta la acción sostenida de la Junta de Castilla y León y de la Diputación Provincial en la red viaria de segundo y tercer orden.

Estos procesos han repercutido de manera desigual en la organización del es-pacio industrial y comercial de la provincia de Salamanca. El alfoz de la capital re-gistra, como ya se ha dicho, una notable expansión urbanística vinculada a la re-distribución interna de los efectivos demográ�cos (estancamiento de la población en la ciudad central y rápido crecimiento de los municipios circundantes), puesto que en su conjunto el crecimiento total de la población en esta nueva ciudad más

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difusa es muy pequeño. Salamanca, Doñinos de Salamanca, Aldeatejada, Carbajosa de la Sagrada, Santa Marta de Tormes, Cabrerizos, Villares de la Reina y Villamayor sumaban 163.729 habitantes en 1986 y 196.284 en 2010, de los que correspondían a la capital 152.833 y 154.462, respectivamente. Por tanto, los municipios colindantes han pasado de 10.896 a 41.822 habitantes, aproximadamente un 21,3 por ciento del total del área urbana.

Si hace veinticinco años mirábamos con alguna sorpresa a quienes se marchaban a vivir a Santa Marta, hoy nos faltan los dedos de ambas manos para contar los ami-gos y familiares que residen en los municipios citados. Esta cuantiosa producción de nuevo espacio residencial ha venido acompañada de una apreciable ampliación de la oferta de suelo industrial y comercial que ha roto el tradicional monopolio de los dos polígonos antes citados y del centro de Salamanca como puntos de referencia en ambos terrenos, per�lándose ahora un paisaje más heterogéneo y fragmentado don-de conviven los nuevos formatos minoristas (hipermercados, franquicias, cadenas especializadas, parques comerciales) y los nuevos espacios monofuncionales dedi-cados al transporte, la logística o, incluso, la investigación cientí�co-aplicada. En el resto de la provincia, por el contrario, no se aprecian novedades de esta magnitud más allá de la persistencia de las trayectorias favorables en los núcleos y comarcas más dinámicos (Guijuelo, la Sierra de Francia, quizá los Arribes) y de las negativas en lugares como Béjar y la práctica totalidad de los pueblos pequeños, que pierden población y actividad económica: entre 1999 y 2009, sólo 59 de los 362 municipios de la provincia mantuvieron o aumentaron sus efectivos demográ�cos.

Este bosquejo inicial de los cambios y las permanencias en la articulación del espacio industrial y comercial de Salamanca permite trazar el itinerario para el resto de este capítulo. El segundo apartado analiza la crisis del comercio familiar inde-pendiente, la expansión de las cadenas comerciales de diverso tamaño y estructura y la subsiguiente remodelación, ampliación y fragmentación del espacio comercial salmantino. El tercer apartado se centra en el sector industrial para poner de relieve que el contrastado comportamiento de sus distintas ramas productivas no ha sido capaz de alterar de forma sustancial sus pautas de localización. El cuarto y último apartado supera el tono descriptivo de los dos anteriores para esbozar un intento de explicación de estos procesos que se apoya en algunas aportaciones teóricas re-cientes de la Geografía Económica y propone un mapa económico esquemático de la provincia de Salamanca y de sus vínculos con su contexto geográ�co.

2. El comercio: nuevos formatos, nuevos espacios

La larga tradición universitaria, la capitalidad administrativa, la debilidad de la in-dustria y la primacía de Salamanca en el subsistema urbano del sudoeste de Castilla y León explican la indiscutible trascendencia del comercio en la estructura productiva de la ciudad: los datos �ables disponibles y detallados más recientes corresponden al Censo de Población en 2001 y apuntaban por entonces a un 16 por ciento de los ocupados trabajando en esta actividad, por delante de cualquier otra perteneciente al sector privado. Aunque, a grandes rasgos, este hecho no haya cambiado en las úl-timas dos décadas y Salamanca continúe ejerciendo su atracción comercial sobre un extenso territorio que incluso desborda los límites de la provincia para adentrarse en el oeste de Ávila, el sur de Zamora y el norte de Cáceres, lo cierto es que la estructura

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de esta oferta comercial es hoy muy distinta, lo que se traduce también en nuevas pautas de localización de los establecimientos.

El comercio familiar independiente dominaba casi por completo la escena a �-nales de la década de 1980. En líneas generales, se trataba de establecimientos re-gentados, y casi siempre atendidos, por comerciantes de procedencia local que, con frecuencia, transmitían el negocio entre miembros de la misma familia. No es preciso citar aquí nombres, apellidos ni razones comerciales que están en la mente, y mu-chos de ellos en el recuerdo, de los lectores de cierta edad. Y, como se detalla más adelante, ese mismo carácter familiar y tradicional es la causa de las di�cultades que ha atravesado, y continúa padeciendo, el comercio de toda la vida para hacer frente al enorme desafío de las cadenas de distribución, nacionales y extranjeras, que han ganado presencia icónica y cuota de mercado a gran velocidad. Según el Anuario Económico de España 2011 publicado por La Caixa, entre 1996 y 2010 la super�cie de venta bajo el formato de grandes instalaciones se ha multiplicado por 5,68 en la pro-vincia de Salamanca (de 15.209 a 86.509 m2), frente a un coe�ciente de 3,27 en Castilla y León y de 3,21 en España.

El desembarco en Salamanca de las grandes super�cies comerciales, instaladas en otras regiones españolas desde 1973, tuvo que esperar a 1990, con la llegada de PRYCA, actual Carrefour, a la carretera de Zamora, en los entonces con�nes del espa-cio residencial de la ciudad. Se inicia así un proceso de cambio estructural y geográ-�co cuyo hito más reciente cabe situar en la apertura de El Corte Inglés, en septiembre de 2009, en el solar que ocupó el cuartel de Caballería Julián Sánchez el Charro, entre la avenida de Federico Anaya y la calle Alfonso de Castro. Durante estas dos décadas, otras grandes compañías de distribución como E. Leclerc, Media Markt, Decathlon, Forum, Darty o Leroy Merlin se han integrado perfectamente en los hábitos de com-pra de buena parte de los salmantinos, al menos entre los que disponen de vehículo propio, dada su localización en la capital y su periferia inmediata. A estas operacio-nes de mayor envergadura económica y urbanística hay que sumar las numerosas cadenas de supermercados (El Árbol, Eroski, Día, Lidl y, más recientemente, pero con una enorme vitalidad, Mercadona) de capital regional, nacional o extranjero, que dis-tribuyen casi todos sus establecimientos por los barrios de la ciudad.

El núcleo comercial tradicional, el triángulo Plaza Mayor-Puerta de Zamora-Pla-za de España, más algunas calles aledañas, tampoco es ajeno a la expansión de los nuevos formatos minoristas, representados en esta zona por las franquicias y por las tiendas de marcas de indudable prestigio o popularidad; para percatarse de la rapidez y difusión de este fenómeno, basta reparar en la concentración de enseñas propiedad del grupo Inditex en la calle Toro, jalonada por Pull & Bear, Uterqüe, Bershka, Oysho, Massimo Dutti, Stradivarius y dos locales de Zara, uno de ellos en la merito-ria rehabilitación de una parte del antiguo convento franciscano de San Antonio el Real.

Se trata, en el fondo, de tres facetas de un mismo proceso de concentración de capital en el comercio minorista, dirigidas cada una de ellas a rentabilizar mercados distintos, pero complementarios, mediante estrategias especí�cas. Los hipermerca-dos tradicionales o genéricos, basados en la oferta de alimentos a precios muy ase-quibles y en una gama complementaria de artículos para el hogar, el entretenimiento y el consumo personal, fueron la punta de lanza de dicho proceso. Una o dos visitas

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mensuales, en coche particular, aseguran el abastecimiento de buena parte del con-sumo doméstico en un único acto de compra. Los supermercados de barrio, en com-binación con el comercio especializado (fruterías, pescaderías, carnicerías), cubren la demanda de proximidad y frecuentación, lo que justi�ca su difusión por toda la ciudad y su popularidad entre los ciudadanos que no emplean el coche para sus compras: la integración en cadenas comerciales asegura casi siempre precios muy competitivos, aunque su surtido es menor y se especializan en los segmentos de pre-cio y calidad menos exigentes. Ambas fórmulas, pues, se dirigen al gran público y tratan de captarlo con argumentos semejantes (volumen y precio), si bien el tamaño de las instalaciones condiciona su emplazamiento físico y el per�l del comprador habitual. En este sentido, el éxito reciente de la valenciana Mercadona se explicaría por su capacidad para combinar ambas opciones: localización y surtido de super a precios de hiper.

La llegada de los category killers, grandes super�cies especializadas en muebles, bricolaje, electrodomésticos, electrónica o ropa deportiva, es más reciente. Su lógica empresarial y locacional los asemeja a los hipermercados, pero su especialización en líneas de producto muy concretas les convierte en rivales competitivos no sólo por los atractivos precios, sino, sobre todo, por la gran variedad de sus catálogos, que comprenden artículos de todas las calidades, acompañados de un servicio postventa más o menos e�caz cuando así lo requiere el artículo adquirido.

Las pequeñas tiendas que han proliferado en el centro de la ciudad son sólo pe-queñas en apariencia, porque detrás de los locales a pie de calle existe una red de fabricación, distribución y mercadotecnia sumamente e�caz que coloca ante los ojos y los bolsillos del consumidor artículos de moda, de diseño, de prestigio… cuya imagen de modernidad y calidad puede compensar, en algunos casos, unos precios superiores. Si la experiencia de compra en súper e hipermercados resulta, con fre-cuencia, impersonal y fatigosa, no sucede lo mismo en estos nuevos establecimien-tos cuya accesible ubicación trata de explotar la vertiente más lúdica del consumo no sólo entre el público local, sino también entre los turistas que visitan Salaman-ca. Como se ha indicado, pueden distinguirse aquí los establecimientos regentados directamente por las marcas propietarias y las franquicias donde un emprendedor aporta el local y la inversión inicial, mientras la compañía franquiciadora contribuye con la reputación, la marca, la mercancía y el diseño del punto de venta a cambio de un porcentaje de los ingresos. Dejando a un lado las jugosas oportunidades de negocio inmobiliario derivadas de la apertura de estas tiendas (traspasos, alquileres y compraventas), debe subrayarse que la primera modalidad ha facilitado la reco-locación de parte del personal otrora empleado en el comercio tradicional, mientras la segunda ha abierto nuevas expectativas de negocio para los propietarios de los establecimientos familiares en situación �nanciera más favorable.

Además, los centros comerciales Los Cipreses, en la avenida del mismo nombre, El Tormes (2000), en Santa Marta, y Vialia (2001), en la estación de ferrocarril, y los grandes almacenes El Corte Inglés combinan en diversa proporción los ingredientes de las tres variantes descritas. Los tres primeros comparten una estructura básica con tres pilares: un supermercado que actúa como reclamo principal, un cierto nú-mero de tiendas de franquicias y marcas y una oferta complementaria de ocio con cines, cafeterías y restaurantes, muchos de ellos también franquiciados. Los centros comerciales aspiran a reproducir, en un entorno arti�cial y controlado, la dimensión

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lúdico-mercantil de la ciudad, con sus calles, tiendas y cafés, eliminando a cam-bio los inconvenientes derivados del tiempo, el trá�co y la inseguridad al objeto de construir un ambiente propicio para el ocio consumista. Los requerimientos míni-mos de super�cie para estas instalaciones (y para sus indispensables aparcamientos) explican, lógicamente, una ubicación periférica, pero siempre en puntos dotados de buenas conexiones viarias. Y no deja de llamar la atención el hecho de que empresas públicas como ADIF (promotora de Vialia a través de Rio�sa) y MERCASA (gestora de Los Cipreses) compartan esta misma fórmula para rentabilizar sus activos en suelo e inmuebles.

El Corte Inglés alberga también supermercado y aparcamiento, además de una enorme variedad de artículos y de algunos servicios especializados (viajes, seguros, crédito, instalaciones domésticas). Pero se distingue por su modelo de negocio, el gran almacén, completamente integrado bajo una gestión única donde las marcas propias conviven con las ajenas para cubrir tanto los segmentos del mercado más sensibles al precio como quienes buscan una calidad diferenciada. Con la periferia urbana ya ocupada por los centros comerciales multi-tienda y dada su atención a la clientela de cierto poder adquisitivo, parece razonable la elección de su actual emplazamiento, habida cuenta de que la super�cie que ocupan sus instalaciones hace inviable cualquier localización más próxima al núcleo comercial tradicional de Salamanca. Al hilo de las polémicas suscitadas en su día por la tramitación legal de esta operación comercial, debe consignarse aquí su efecto favorable sobre el tejido urbano contiguo, al convertir la actual Plaza de la Concordia y el Centro Municipal Integrado Julián Sánchez el Charro, construido de nueva planta, en punto de encuen-tro y lugar de convivencia social para una zona muy densi�cada de la ciudad. Otro ejemplo más de la estrecha relación entre el espacio comercial, el espacio social y el espacio público sobre la que se volverá en breve.

Estos formatos comerciales, sean puros o híbridos, se apoyan en distintas innova-ciones organizativas como los horarios ininterrumpidos, las aperturas en días festi-vos, el reparto a domicilio, los pagos aplazados, las tarjetas de cliente, los cupones de descuento, la venta electrónica o las devoluciones con reintegro del efectivo. Estas y otras prácticas, como el uso de tarjetas de débito y crédito, se dan ya por descontadas en cualquier concepción moderna del comercio minorista y pretenden, desde distin-tos �ancos, atender y �delizar una clientela cada vez más segmentada en virtud de sus hábitos de consumo, su capacidad adquisitiva, su lugar de residencia, su grado de movilidad y sus criterios de asignación del tiempo.

Frente a este despliegue de recursos, de una u otra forma ligados al tamaño de las �rmas comerciales emergentes, el viejo comercio familiar adolece de tres �aquezas principales: su pequeño volumen de negocio, su insu�ciente grado de especializa-ción y su escasa propensión al cambio. Las dos primeras di�cultan, o impiden en muchos casos, la competencia vía precios, lo que explica el cierre de muchos nego-cios de alimentación, confección, muebles, electrodomésticos y equipos electrónicos que no pudieron igualar las condiciones impuestas por los nuevos protagonistas.

Sobreviven, en cambio, quienes han adoptado soluciones más o menos inspiradas en las prácticas de la distribución organizada o quienes explotan algunas de sus debi-lidades. La autoexplotación mediante horarios interminables permite que los quios-cos de pan, prensa y golosinas, las tiendas de las gasolineras, los bazares orientales y

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demás comercio étnico (locutorios, colmados, textil, restauración) se hayan labrado un hueco en la oferta comercial de la ciudad, sobre todo en los barrios más popu-losos, donde estos establecimientos ayudan a la preservación, siquiera parcial, del tejido comercial. En el extremo opuesto, el aumento de su escala de operaciones para reducir costes medios y completar la gama de artículos ha llevado a concesionarios de automóviles, tiendas de muebles y otros proveedores para el hogar (sanitarios, revestimientos, carpintería, ferretería, iluminación) a los polígonos periféricos donde han abierto amplias instalaciones que siguen la estela de los citados category killers. Abren una tercera vía quienes han apostado por la diferenciación, bien con negocios franquiciados, bien con ideas propias que coinciden en la identi�cación de nichos de especialización tan concretos como los alimentos de calidad (jamones, vinos, acei-tes, quesos, chocolates, productos orgánicos), los libros infantiles, las camisetas de diseño, la ropa alternativa, los complementos de moda, los juguetes educativos o los artículos de decoración, por citar sólo los más comunes en el nuevo paisaje comercial salmantino. La orientación hacia artículos muy conectados con las nuevas tenden-cias y valores sociales, la calidad intrínseca de muchos de ellos, la atención persona-lizada, la oferta de servicios añadidos y la proximidad geográ�ca con la clientela son los valores distintivos de esta clase de iniciativas. Es muy posible que la razonable salud de los tres Mercados de Abastos se pueda explicar, en el fondo, porque la venta de alimentos frescos y variados en un único punto de distribución reúne casi todos estos argumentos favorables.

Estas tres grandes opciones (autoexplotación, crecimiento y especialización) re-quieren visión e inversión, pero son, ante todo, el resultado de la voluntad indivi-dual y colectiva de reaccionar ante la brusca transformación del marco competitivo registrada desde mediados de los años 1980. Las actitudes hostiles, por ejemplo, a la ampliación de los horarios comerciales y a la apertura en la tarde de los sábados, con protestas en la calle frente a los pioneros en este terreno, fueron un síntoma de las reticencias culturales que tanto han entorpecido la adaptación de una fracción no desdeñable del pequeño comercio salmantino a las nuevas pautas de consumo propiciadas por las estrategias corporativas de la distribución organizada.

Las repercusiones espaciales de todo este proceso de reestructuración cuantitati-va y cualitativa de la oferta comercial han quedado per�ladas en las páginas prece-dentes, pero conviene prestarles alguna atención especí�ca. En conjunto, cabe hablar de la ampliación y de la fragmentación del espacio comercial en este entorno urbano. Ampliación, porque la super�cie comercial minorista ha crecido notablemente en este período, desde los 622.383 m2 de 2000 hasta los 753.333 de 2010: este 20 por cien-to de diferencia sería mayor de disponer de datos anteriores. Fragmentación, porque esta expansión no ha derivado del desarrollo orgánico de los focos preexistentes, sino de iniciativas urbanístico-empresariales inconexas entre sí debido a la ausencia de un planeamiento urbano supramunicipal, lo que deriva en problemas de acce-sibilidad y en desequilibrios en la ubicación de estas nuevas áreas de centralidad comercial y funcional que han proliferado en torno a la capital.

En 2000, Salamanca absorbía el 46 por ciento de la super�cie comercial y el alfoz el 8,4 por ciento. En 2011, la mitad correspondía ya a la capital, la quinta parte al alfoz y el otro tercio al resto de la provincia. Ello signi�ca que la ciudad principal conserva su funcionalidad comercial, si bien la composición del tejido minorista es ya muy diferente y, paradójicamente, ha perdido casi toda su identidad local para

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reproducir las marcas, logotipos y diseños que pueblan la totalidad de las ciudades españolas. La banalización del paisaje comercial urbano, incluyendo aquí la restau-ración organizada, es una de las manifestaciones más visibles del proceso de globa-lización y Salamanca, sobre todo en el triángulo central, no es ajena a este fenóme-no. Pese a sus intentos por articular una oferta más o menos homogénea (caso del Centro Comercial Abierto), este sector de la ciudad ha perdido el monopolio que antaño disfrutó como coto cerrado del comercio de calidad. Los centros multimarca (Los Cipreses, Vialia y El Tormes), con sus matices distintivos y su desigual grado de ocupación, más El Corte Inglés, con�guran una primera corona comercial semiperifé-rica ya que su composición interna requiere de un acceso mixto, peatonal y rodado. El emplazamiento más alejado de El Tormes responde a su objetivo de erigirse en referencia del comercio marquista y del ocio de �n de semana entre los habitantes de Santa Marta, Carbajosa de la Sagrada y la Salamanca transtormesina.

Los parques comerciales (Capuchinos, con Darty, Media Markt y Leroy Merlin como motores principales) y los hipermercados (Carrefour, E. Leclerc) exigen super-�cies extensas y precios del suelo más asequibles, luego se sitúan en una segunda corona, más alejada del espacio residencial y por tanto más dependiente del trans-porte público y privado para la atracción de los clientes. Se entiende así que el ta-maño medio del establecimiento minorista en Salamanca sea de 96 m2 (73 m2 si se descuenta El Corte Inglés), frente a los 252 m2 de los establecimientos de su periferia urbana. A la vez, el 67 por ciento de la super�cie de venta en centros comerciales co-rrespondía en 2010 a las localidades del alfoz, frente al 33 por ciento de la capital. En efecto, sólo Carrefour es accesible a pie, pero ello se debe a su capacidad para inducir nuevo tejido urbano (el barrio de Capuchinos) y propiciar la regeneración, al menos parcial, del entorno de la actual avenida de Salamanca. Los demás núcleos no se ubican en el término municipal de la capital, sino en las parcelas y sectores clasi�ca-dos al efecto por el planeamiento local, actuando la carretera de Madrid y la actual circunvalación meridional como vías de acceso que sólo a posteriori han adquirido capacidad su�ciente para evacuar el trá�co ligero y pesado que generan estos esta-blecimientos que, dicho sea de paso, también encarnan el ingreso de Salamanca en la (post)modernidad paisajística por cuanto que se repiten aquí los patrones clásicos del urbanismo comercial anglosajón que han hecho fortuna en la Europa meridional durante las décadas más recientes.

Por último, los polígonos de Los Villares y El Montalvo, más algunas agrupacio-nes espontáneas de naves comerciales a lo largo de las antiguas carreteras nacionales en Tejares o La Serna albergan la práctica totalidad del comercio mayorista y algunos tipos concretos, ya mencionados de establecimientos minoristas. La convivencia con otros usos y negocios, incluidos los industriales, la inferior calidad urbanística de estos polígonos y la menor frecuencia de compra en sus establecimientos los relegan a una ubicación marginal dentro del mapa comercial y mental del consumidor me-dio, pero no debe nunca ignorarse el volumen de actividad económica que radica en ellos.

Existe, por tanto, una relación dinámica entre el crecimiento urbanístico y demo-grá�co de las localidades del alfoz de Salamanca y la conformación de un espacio co-mercial polinuclear. La secuencia cronológica sugiere que el crecimiento de la pobla-ción desencadena la ulterior inversión comercial: Santa Marta, primero, y Carbajosa de la Sagrada, después, fueron localidades pioneras en este proceso y concentran

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hoy lo más granado del espacio comercial de nuevo cuño. Un segundo factor discri-minante en la distribución del suelo comercial parece ser la calidad de la red viaria y de la conexión rodada con Salamanca, toda vez que el automóvil es pieza impres-cindible de este modelo: las localidades tradicionalmente peor comunicadas, como Cabrerizos, Villamayor o Doñinos de Salamanca, quedan al margen de las tenden-cias aquí descritas. No obstante, ya se ha visto que la instalación comercial también puede condicionar el devenir urbanístico posterior en áreas más asentadas, caso de Carrefour, El Corte Inglés y, en menor medida, Los Cipreses: lo que fueron implanta-ciones un tanto desconectadas del entorno inmediato han terminado articulando nuevos sectores urbanos con equipamientos y viviendas de distinta morfología que ensanchan los límites de la ciudad. El binomio consumo-ocio, por consiguiente, ya no es privativo del centro de Salamanca, sino que la progresiva formación de una nueva modalidad de ciudad, más extensa y difusa, con una población más móvil, se corresponde en el tiempo con la consolidación de nuevos formatos comerciales capaces de crear ámbitos público-privados de encuentro fundamentados en el acto de comprar. En términos cuantitativos, y contra lo que pudiera pensarse, el número de puntos de venta al público ha crecido desde los 3.679 de 1996 hasta los 4.470 de 2010, con un máximo de 5.286 en 2005: esta tendencia favorable es común a la ciudad central y la orla periférica, pero su ritmo es mayor en ésta, cuyo peso relativo en el conjunto crece desde el 8,4 al 13,7 por ciento.

El resto del territorio provincial apenas se ha visto afectado de forma directa por esta reestructuración de la oferta comercial. Salvo la llegada de supermercados a las principales cabeceras comarcales, que continúan desempeñando un papel capital en la articulación funcional de la Salamanca rural (donde Béjar, Ciudad Rodrigo, Gui-juelo, Peñaranda, Vitigudino, Alba de Tormes o Cantalapiedra son referentes princi-pales), el comercio familiar independiente sigue dominando el panorama minorista: el tamaño medio de sus establecimientos, 85 m2, es el menor de los tres subconjuntos geográ�cos aquí considerados. El envejecimiento de la población, la menor propen-sión al consumo, el pequeño tamaño de los núcleos de población y su dispersión geográ�ca impiden la acumulación de un potencial de mercado que garantice la rentabilidad de los nuevos tipos de establecimientos. Además, la mejora evidente de la red viaria ha reducido el tiempo de desplazamiento a Salamanca, cuya centrali-dad comercial no se alimenta sólo de su propia población, sino también del �ujo de clientes residentes en el resto de la provincia, de otras limítrofes e incluso de Portu-gal. El resultado es una reducción absoluta del número de puntos de venta, que cae desde los 2.995 de 1996 hasta los 2.677 de 2010, en abierto contraste con la tendencia expansiva observada en la ciudad. Por tanto, el comercio rural se ve limitado por los condicionantes estructurales locales y por la competencia creciente de la capital y su alfoz, quedando su composición limitada a los formatos convencionales y los más simples de entre los modernos, es decir, a todos los que atienden necesidades coti-dianas de�nidas por el bajo umbral de demanda y el corto alcance del consumo.

3. Más que cierres: nuevas iniciativas en el sector industrial

Quejarse de la falta de industria en Salamanca rebasó hace tiempo la categoría de lugar común para convertirse prácticamente en atributo consustancial al carác-ter salmantino. Esto demuestra que el dicho periodístico según el cual las buenas

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noticias no son noticias tiene bastante de cierto. Muchos habitantes de la provincia podrían citar de corrido varias fábricas que han cerrado sus puertas tras años de ac-tividad productiva, mientras se ignora casi todo sobre iniciativas de menor tamaño e impacto mediático, pero de indudable interés, surgidas en los últimos años.

Un factor oculto, pero quizá in�uyente en esta mentalidad, es la distribución geográ�ca de la natalidad y la mortalidad industrial: señalar que los cierres se han concentrado allí donde había manufactura no alcanza siquiera la categoría de pero-grullada; pero no está de más subrayar que las nuevas compañías también se han instalado en las localidades y comarcas con cierta densidad fabril, demostrando así la inercia locacional de la industria y su querencia por la aglomeración con otras in-dustrias y servicios complementarios que, en Salamanca, muy pocos lugares pueden ofrecer. Como ha sucedido con el comercio minorista, el mapa industrial salmantino es muy estable en el medio plazo (véase el apartado 4) y esa estabilidad alimenta la percepción pública de una industria estancada e incapaz de impulsar el crecimiento y la prosperidad en la mayor parte de la provincia, cuando lo cierto es que la capi-tal y sus aledaños sólo concentran el 36 por ciento de las instalaciones industriales y, por tanto, hay una cierta difusión geográ�ca del sector secundario que conviene tener en cuenta.

En el período que comprende este capítulo han desaparecido buena parte de las factorías industriales de mayor tamaño ubicadas en Salamanca y provincia: INPASA (Santa Marta de Tormes), LEDESA, Nachi Industrial y Azucarera Ebro en Salamanca y los depósitos de REPSOL en Valdunciel eran instalaciones singulares en el sentido de que no tenían vínculos funcionales estrechos con otras ramas de la economía provincial y fueron víctimas de las decisiones estratégicas de las compañías matrices que las fundaron o las adquirieron poco antes de cerrarlas bajo el argumento genéri-co de su escasa contribución a la rentabilidad de la corporación.

Pero también otras industrias organizadas en concentraciones geográ�cas de pe-queñas y medianas empresas familiares o cooperativas, caso del calzado de Peña-randa de Bracamonte y del textil lanero en Béjar, han registrado continuos cierres de establecimientos y cuantiosas pérdidas de puestos de trabajo. Estos sistemas pro-ductivos locales estaban compuestos por algunas fábricas verticalmente integradas que desarrollan en sus instalaciones la totalidad del proceso productivo, y por otras de menor tamaño especializadas en fases concretas del mismo que abastecen a los productores �nales, cuyo papel en la división técnica del trabajo a escala local es la de colocar el calzado y los paños en el mercado nacional de almacenistas, minoris-tas y confeccionistas. Como los mismos empresarios reconocen, Peñaranda estaba demasiado volcada en el mercado del calzado barato (alpargatas, zapatillas), sin marca reconocida y con diseños apenas atractivos, justo el segmento más sensible a la competencia de los productores asiáticos, capaces de ofrecer género en enormes cantidades a precios muy bajos. Solamente las compañías que han introducido in-novaciones técnicas para ofrecer zapatos de moda y tiempo libre con mayor calidad y diseño a precios asequibles y que además ejercen un mayor control sobre la fase de distribución, continúan operativas. La liberalización del comercio internacional de ropa y tejidos desde 1993 también afectó con severidad al textil bejarano, aque-jado además por otros factores limitantes como su dependencia excesiva de la con-tratación pública (pañería para uniformes), la popularidad de �bras y prendas de abrigo más asequibles que la lana, los desequilibrios en el nivel tecnológico entre

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las empresas del sistema, las carencias en materia de diseño y mercadotecnia y la práctica ausencia de un subsector confeccionista local que pusiera en valor los te-jidos de lana. El resultado ha sido la desaparición total de las empresas verticales y de algunas fases críticas del proceso textil, como el tinte, el apresto y el acabado, mientras algunas empresas de claseo, lavado, hilado y tejido mantienen su actividad en medio de notables di�cultades.

En el lado del haber también aparecen iniciativas que pueden cali�carse como corporativas, protagonizadas por empresas de cierto signi�cado, junto a otras de índole territorial donde un conjunto de pequeñas �rmas, más o menos interdepen-dientes y próximas entre sí, capitalizan los recursos locales, sean tangibles o intan-gibles, y generan un modelo de desarrollo más autocentrado y menos dependiente de decisiones exógenas. Las razones profundas que pueden explicar el declive de unas experiencias y la expansión de otras se discuten desde una perspectiva teórica integrada en el cuarto y último apartado de este capítulo.

La elaboración de alimentos y bebidas es, sin duda, la rama industrial más diná-mica de la provincia de Salamanca. A sus producciones más genéricas (pani�cación, repostería, con�tería, aguas minerales, bebidas carbonatadas, sacri�cio de gana-do…) se ha sumado en este período la consolidación de un subconjunto de alimen-tos respaldados por menciones geográ�cas de calidad como las Denominaciones de Origen Guijuelo (jamones y paletas), Arribes y Tierra del Vino de Zamora (vinos), la Denominación de Origen Protegida Sierra de Salamanca (también de vinos), las Indicaciones Geográ�cas Protegidas (IGP) Lenteja de la Armuña, Carne de Salaman-ca y Carne de Ávila, y las especialidades tradicionales avaladas por las Marcas de Garantía (MG) Farinato de Ciudad Rodrigo, Quesos Arribes de Salamanca, Hornazo de Salamanca, Cereza de la Sierra de Francia, Garbanzo de Pedrosillo, Aceite de Oliva del Noroeste e Ibéricos de Salamanca. Además, la provincia, o algunos de sus municipios, están incluidos en la delimitación geográ�ca de otras producciones ali-mentarias de calidad (lechazo, setas, quesos, jamón serrano, agricultura ecológica…) de ámbito nacional, regional y pluriprovincial.

La producción chacinera en Guijuelo y toda la zona amparada por su D.O., que se extiende hasta las sierras de Béjar y Francia, constituye el mayor éxito industrial reciente de la provincia de Salamanca. El reconocimiento de la Denominación de Origen en 1986 vino a dar visibilidad pública a una tradición elaboradora que se apoyaba en una red de distribución bien asentada en las regiones más ricas de Es-paña, sobre todo Madrid y la costa cantábrica. Un sostenido esfuerzo en publicidad, el renovado aprecio del público por los alimentos tradicionales, la garantía legal emanada de la Denominación y la calidad intrínseca del producto estrella, el jamón de bellota, han colocado a Guijuelo en el mapa de las exquisiteces gastronómicas españolas, primero, y, poco a poco, internacionales. Todo ello habría sido imposible sin una callada remodelación de la estructura interna del sector. Las empresas, con notable apoyo �nanciero de la Administración regional y nacional, han moderniza-do sus instalaciones para satisfacer una normativa sanitaria muy exigente, se han especializado en funciones especí�cas de la cadena de valor (mataderos frigorí�cos, salas de despiece, secaderos, tratamiento de subproductos, servicios técnicos espe-cializados) y ejercen un control riguroso sobre la procedencia de la materia prima, hasta el punto de que algunas de ellas han invertido en �ncas ganaderas para ase-gurarse un suministro regular y homogéneo de cabezas porcinas. La mayor parte

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de este �ujo de inversiones procede del capital local, pero el dinamismo del sector y la reputación de la Denominación de Origen han atraído también capital de otras regiones españolas y de otras actividades económicas.

El epicentro geográ�co del sector sigue anclado en Guijuelo y su pedanía de Cam-pillo de Salvatierra, donde radican unas 200 empresas, muy por delante de Ledra-da (29 establecimientos). El crecimiento del número de compañías y las exigencias técnicas han transformado el paisaje de Guijuelo: bastantes fábricas han abandona-do el casco urbano, dejando tiendas especializadas en sus antiguas dependencias y construyendo amplias instalaciones en los extensos polígonos industriales de nueva planta y promoción pública y privada localizados al Norte y Sur de la villa. Pero, y este es un hecho relevante, las inversiones chacineras inducidas por la constitución de la Denominación de Origen se han extendido también por otros municipios y comarcas, caso de Frades de la Sierra, Sorihuela, Béjar, Puerto de Béjar, Sotoserrano, Tamames o La Alberca, entre otros. En ningún caso se alcanza la densidad del foco principal, por supuesto, pero esta tímida difusión industrial da buena cuenta de la capacidad de arrastre que generan los procesos de crecimiento económico localizado cimentados sobre fundamentos consistentes. Tanto es así que muchas �rmas, ajenas a la disciplina del Consejo Regulador, resaltan el topónimo Guijuelo en sus etiquetas para aprovecharse de la imagen de marca que ha generado esta Denominación de Origen. Por otra parte, sería injusto ignorar a tantas empresas, casi todas pequeñas o familiares que, fuera y dentro del territorio delimitado por esta Denominación de Origen, sostienen la tradición de los embutidos y salazones de Salamanca y, con ella, una de las señas de identidad de la economía provincial hasta lograr, en algún caso, autorización para vender jamón ibérico en el complicado y disputado mercado estadounidense.

El éxito rotundo de Guijuelo ha animado a otras comarcas productoras de ali-mentos con cierto potencial de asentamiento en el mercado de calidad a adoptar el modelo organizativo e institucional de la Denominación de Origen o similares. Los vinos de los Arribes y la Sierra de Francia están aún lejos del reconocimiento público alcanzado por otras comarcas de Castilla y León, pero sus especi�cidades geográ�cas (suelo, clima, altitud) y vitícolas (variedades locales como la Rufete y la Juan García) no han pasado inadvertidas para los inversores locales y foráneos, que han remodelado bodegas ya existentes para adecuarlas a las nuevas exigencias téc-nicas y comerciales que acarrea la pertenencia a una Denominación de Origen o han abierto nuevas instalaciones cuyos caldos comienzan a abrirse paso en un mercado muy concurrido.

Las IGP y MG, por último, vienen a respaldar algunas de las producciones agro-pecuarias y alimentarias más señeras de la provincia, con el valor añadido de exten-der su ámbito geográ�co de protección por buena parte del territorio provincial. A la vista de los buenos resultados de las zonas pioneras, hecho generalizable al con-junto de España, las menciones geográ�cas de calidad alimentaria se han convertido en una de las herramientas preferidas por las Administraciones autonómicas para estimular el desarrollo rural. En el caso de Salamanca, los estudios recientes sobre Guijuelo demuestran que la industria chacinera ha generado crecimiento económi-co, cohesión social y una red de actores locales y supralocales involucrados en la re-gulación compartida del sistema productivo. Con la perspectiva última de propiciar la reproducción, al menos parcial, de estos resultados en otras comarcas rurales, la

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Junta de Castilla y León ha concedido las menciones ya citadas para dotar de visi-bilidad pública a tales producciones, facilitar la captación de mayor valor añadido, preservar las bases ambientales, agrícolas, ganaderas, artesanales y manufactureras que las sostienen y a la población rural dependiente de ellas, construir una imagen diferenciada de la región como bastión de la alimentación natural, tradicional y sa-ludable y, con ella, dotar de más argumentos al medio rural para distinguirse en el disputado mercado del turismo de interior.

En efecto, la vitalidad de la producción agroalimentaria y el auge turístico se re-troalimentan en la provincia de Salamanca. Los elaboradores de esas especialidades gastronómicas no sólo confían sus ingresos a la venta de su género mediante mino-ristas y mayoristas. Una parte creciente de las ventas tiene lugar de forma directa, en sus propios establecimientos, a turistas y viajeros que, en proporción no desprecia-ble, tienen entre sus inquietudes principales la adquisición de alimentos singulares en su lugar mismo de procedencia. El enoturismo es el ejemplo más conocido de esta tendencia. Y entre las novedades en el panorama comercial de Salamanca se men-cionaban más arriba las tiendas gourmet que, ubicadas en sus calles más céntricas y transitadas, ofrecen a los turistas un amplio surtido de todos los alimentos típicos de la provincia. Es decir, que la elaboración de alimentos de calidad, mejor si están avalados por un sello distintivo, termina por generar más gasto entre los turistas, sea en la ciudad o en el campo, y también facilita a los productores originales el acceso a puntos de venta y canales de distribución más selectos y capaces de generar más rentabilidad.

Ahora bien, las ventajas de la proximidad geográ�ca y del aprovechamiento de recursos especí�cos radicados en la provincia no se agotan en un sector de corte tradicional como el agroalimentario. Las industrias avanzadas e intensivas en cono-cimiento (y no en tamaño ni en personal) también pueden desarrollarse en ciuda-des medias como Salamanca si se fomentan las condiciones adecuadas, básicamente instalaciones, �nanciación, tecnología y personal cuali�cado. Es el caso del Parque Cientí�co de la Universidad de Salamanca, emplazado en la vecina localidad de Vi-llamayor y donde operan ya unas veinticinco pequeñas empresas dedicadas a la bio-tecnología y las especialidades sanitarias, las aplicaciones y contenidos multimedia, la producción de software, la ingeniería medioambiental, la consultoría empresarial o la formación lingüística.

Como es bien sabido, los parques cientí�cos y tecnológicos pretenden reprodu-cir de manera intencionada y dirigida los éxitos empresariales y económicos regis-trados en el entorno geográ�co de determinadas universidades estadounidenses (Stanford, MIT) y británicas (Oxford, Cambridge). Son espacios plani�cados para el ejercicio de tareas de investigación aplicada, susceptibles de transmisión directa al sector productivo: el Parque de Villamayor acoge ya algunos centros de referencia de la Universidad de Salamanca en campos como las ciencias agrarias o la tecnología láser. También se promueve en ellos la instalación de empresas fundadas por perso-nal docente y por antiguos estudiantes, por lo general vinculados a las disciplinas cientí�cas más sólidamente implantadas en la Universidad matriz (biosanitarias y culturales, en este caso) o que mejor pueden conectar con las demandas del entorno económico local y regional. Desde el punto de vista urbanístico, estos espacios se proyectan y construyen con elevados niveles de calidad arquitectónica y paisajís-tica, conforme a su condición de áreas de concentración del talento donde sólo se

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admiten tareas intelectuales intensivas en conocimiento o ciertos procesos de fabri-cación ligera sin afección ambiental digna de mención: las modernas instalaciones de Villamayor, junto a la ribera del Tormes y rodeadas de un entorno residencial, terciario y de ocio de baja densidad y extensas zonas verdes, cumplen también con estos estándares.

Aunque se trata de un proyecto que todavía se encuentra en su fase inicial, pue-den constatarse ya algunos de sus efectos positivos: generación de puestos de traba-jo de base cientí�co-técnica y alta cuali�cación, captación de fondos públicos para la �nanciación parcial de las infraestructuras y los proyectos de investigación en curso, retroalimentación con algunas de las señas de identidad económica de la provincia (recursos agropecuarios e industria del español) y diversi�cación de los usos del suelo en el alfoz de la capital, hasta la fecha ocupados en exclusiva por las activida-des residenciales, comerciales e industriales más convencionales.

En este último punto, una mirada geográ�ca integrada no puede dejar de valorar la contribución del Parque Cientí�co al reequilibrio interno del alfoz: las nuevas áreas industriales y comerciales que se han citado hasta ahora se localizan al Norte, Sur y Este de la ciudad central, Salamanca, bien sustituyendo usos antiguos, bien ampliando super�cies ya consolidadas. El Parque extiende los usos no residenciales hacia el oeste mediante un modelo que combina la calidad urbanística con la singu-laridad funcional. En este proceso de recuali�cación del sector occidental del alfoz, el último en incorporarse al ciclo expansivo reciente, participa también la Ciudad del Transporte (CETRAMESA), integrada en la red CYLOG que racionaliza los �ujos de mercancías que atraviesan la Comunidad Autónoma. Este espacio logístico ha pres-tado especial atención a la captación de trá�co con origen y destino en los puertos portugueses de Aveiro y Oporto-Leixões, aprovechando la ruta internacional E-80 de la que forma parte la Autovía de Castilla (A-62). La remodelación, en su día, de las instalaciones de la Feria de Ganados y el muy reciente traslado de Mercasa-lamanca a este sector del alfoz, muy accesible tras el cierre de la ronda occidental, han terminado por integrarlo, de manera silenciosa pero imprescindible, en el tejido funcional de la ciudad.

El Parque Cientí�co congrega la mayor parte de la modesta nueva economía del conocimiento en Salamanca, pero la reserva de personal cuali�cado también está detrás de otras iniciativas que han cuajado al margen de este espacio de excelencia. Así, cerca del setenta por ciento de los algo más de 300 empleados del Centro de Inno-vación Tecnológica gestionado por INSA, �lial de IBM, en Aldeatejada, son licenciados en Matemáticas, Física, Ingeniería Química e Ingeniería Informática procedentes de las dos universidades de Salamanca. Esta factoría de software, que presta servicios tecnológicos a distintos clientes, muy en especial a Iberdrola y sus �liales internacio-nales, comenzó su andadura con setenta trabajadores a mediados de 2008 y tiene capacidad para ocupar unas 550 personas, cifra que sus responsables ven factible alcanzar en un futuro próximo a la vista de la favorable trayectoria de los contratos y la facturación.

En Béjar –recuérdese lo dicho sobre la localización de las altas y bajas en el censo industrial– la empresa madrileña de conducciones industriales CT3, con una veinte-na de ingenieros en su plantilla, mantiene desde 2009 una estrecha colaboración for-mativa y técnica con la Escuela Superior de Ingeniería Industrial de la Universidad

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de Salamanca, mientras UNISOLAR-SOLIKER, fabricante de paneles fotovoltaicos fundada por un empresario de origen local conocedor de su tradición industrial, ha crecido a la vez que el mercado de energía solar hasta alcanzar los 75 trabajadores y dedica una parte notable de sus recursos a la investigación y el desarrollo de nue-vas células fotovoltaicas en colaboración con otras empresas españolas del sector. En esta línea de las energías renovables, la planta de bioetanol de Abengoa, con un centenar de personas en plantilla, también ocupa a ingenieros químicos formados en la Universidad, si bien su localización en Babilafuente se explica por factores como la disponibilidad de cereal, agua y gas en abundancia y el acceso directo a la vía férrea para abastecerse de materia prima y distribuir el combustible a los puertos españo-les para su ulterior exportación.

Estas nuevas industrias, ni tan pocas ni tan insigni�cantes como se suele pensar, se suman a otras de relieve que continúan activas tras muchos años de presencia en Salamanca: sin ánimo de exhaustividad, cabe recordar aquí a Mirat, Laboratorios Intervet, Alcántara Cosmética o Plásticos Durex en la capital, ENUSA en Juzbado, Kim-berly-Clark (antigua Scott) en Doñinos de Salamanca y las distintas instalaciones de generación y distribución de Iberdrola. A diferencia de las que cerraron, estas facto-rías han sido capaces de continuar aportando valor a sus compañías matrices, como se detalla más adelante.

El espacio industrial en la provincia de Salamanca continúa restringido, por lo tanto, al alfoz de Salamanca, los focos tradicionales de Béjar y Guijuelo, algunas ca-beceras comarcales como Peñaranda, Vitigudino y Ciudad Rodrigo y ciertas excep-ciones en el medio rural vinculadas al aprovechamiento in situ de recursos naturales localizados e inmóviles: el granito en Los Santos y Sorihuela, la piedra arenisca en Villamayor, las viñas en la Sierra de Francia y en los Arribes, el castaño en la Sierra de Béjar, el alcornoque en Valdelosa, el mimbre en Las Villas o los encajamientos del Duero y el Tormes donde se construyeron los embalses que han convertido a Salamanca en una potencia nacional de la generación de energía hidroeléctrica. La ordenación interna de casi todos estos polos industriales ha registrado una mejoría urbanística evidente, porque los antiguos asentamientos espontáneos han dejado paso, en la mayoría de municipios, a los polígonos industriales como emplazamien-to más habitual para las manufacturas y para muchos de los servicios relacionados con el almacenamiento, la distribución y la asistencia técnica. Esta oferta de suelo industrial ha crecido de la mano de promotores privados (Guijuelo, Peñaranda, Ciu-dad Rodrigo), pero sobre todo bajo el impulso de las administraciones públicas, sean municipales, autonómicas (GESTURCAL) y nacionales (Sociedad Estatal de Promoción y Equipamiento de Suelo-SEPES, en Salamanca, Béjar o Sancti-Spíritus), hasta totalizar unos 8,4 millones de metros cuadrados, según los datos disponibles en la página web de ADEuropa, empresa pública de la Junta de Castilla y León dedicada a la pro-moción económica regional.

4. De la descripción a la interpretación: una síntesis geográfica

¿Qué lógica subyacente explica los procesos y fenómenos que se han expuesto en los dos apartados anteriores? ¿Se trata de hechos inconexos o guardan alguna rela-ción entre sí? ¿Sucede lo mismo en otros territorios o hay una excepción salmantina? ¿Cuáles son sus efectos geográ�cos agregados?

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En cuanto al comercio, hay que decir que su comportamiento (básicamente, la crisis del comercio familiar independiente, la expansión de las cadenas y franquicias y la ampliación y fragmentación del espacio comercial) responde a un proceso de modernización estructural del sector común a toda España y que los países europeos más desarrollados han experimentado también con cierta antelación. Las nuevas tipologías del comercio minorista ponen una amplísima gama de artículos y de ser-vicios a disposición de una clientela que, al menos hasta la grave crisis económica que arrancó en 2007, sostenía un umbral de demanda razonablemente sólido gracias a la estabilidad de los ingresos que perciben los numerosos pensionistas y empleados de la Administración Pública que residen en la provincia. El crecimiento del parque de viviendas, además de generar rentas en el sector de la construcción y de condicionar el despliegue geográ�co de la oferta comercial, también ha alimentado la demanda de bienes de consumo duradero (automóviles, mobiliario, electrodomésticos, elec-trónica, textil para el hogar).

La trayectoria de la industria sigue dos ejes bien de�nidos. En primer término, los cierres registrados, tanto de factorías importantes como de otras menores inte-gradas en los sistemas productivos locales de Peñaranda y Béjar, se concentran en las ramas donde es preciso obtener economías de escala para abaratar costes y competir en mercados homogéneos donde el precio es un argumento de primer orden en la conquista de clientes y contratos. La concentración empresarial a escala nacional en la producción de leche y azúcar se tradujo en una potenciación de las factorías de mayor tamaño y más próximas a los mercados de abastecimiento o de consumo �nal que condenó a plantas pequeñas como las salmantinas, periféricas y sin base agro-pecuaria su�ciente. Las nuevas estrategias de aprovisionamiento justo a tiempo y reducción de costes aplicadas por la industria metalmecánica y automovilística tam-bién colocaron a Nachi en una posición cada vez más comprometida que desembocó en el traslado de la producción de rodamientos de bola a la República Checa; otros proveedores de la automoción, como Plásticos Durex, han sobrevivido apostando por la diversi�cación de sus procesos técnicos, de su gama de productos y de su cartera de clientes. INPASA, por su parte, fue víctima de la inde�nición de su posición de mercado, pues no supo adaptarse a la eclosión de las tahonas y hornos de pan arte-sanos y de calidad que han proliferado en la ciudad ni tampoco a la elaboración de productos industriales capaces de surtir a las cadenas de supermercados con marcas propias o de distribuidor.

Estas empresas, además, carecían de un entorno industrial complementario, es decir, operaban de manera aislada o débilmente integrada en la economía provincial, caso de las alimentarias. Tampoco tenían en el mercado de proximidad su bastión principal, sobre todo tras ser adquiridas por grupos nacionales de mayor enverga-dura que podían abastecer con comodidad y costes inferiores el consumo de Sala-manca desde otras bases productoras. Esa soledad también ayuda a entender mejor los problemas de Béjar y Peñaranda, dos enclaves manufactureros alejados de las zonas productoras españolas de paños y calzados y carentes, también, de un tama-ño colectivo su�ciente para adaptarse a los cambios estructurales en los mercados. La Administración regional �nanció la integración de empresas verticales de cierta dimensión en Béjar (Hispano-Textil), pero una gestión ine�caz malogró el proyecto y sus impagados colocaron en graves apuros �nancieros a otras �rmas de la ciudad.

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En segundo lugar, los sectores que parecen fortalecerse (producción energética, alimentación de calidad, economía del conocimiento) comparten dos rasgos deter-minantes. Uno, capitalizan recursos humanos o materiales arraigados en el territorio provincial y cuya reproducción a medio plazo está garantizada por el propio sistema productivo o por el sector público, encarnado en regulaciones especí�cas o en insti-tuciones cruciales como la Universidad. Dos, están constituidos por �rmas integra-das en alguna clase de red productiva, sea de escala local o de amplio alcance, que les proporciona capital, tecnología, producto, tamaño, reputación, marca y clientes.

En cuanto a los recursos especí�cos, la tradición chacinera, las variedades vitíco-las, las razas vacunas, los yacimientos minerales, los cursos �uviales, la formación adquirida por los estudiantes universitarios, la labor investigadora de cientí�cos y académicos, el propio carácter rural de la provincia… constituyen activos especí-�cos localizados que, a diferencia de los activos genéricos y ubicuos que no basta-ron para retener a las industrias en declive, permiten a las empresas concurrir en los mercados con una oferta diferenciada por su calidad (jamón, vinos, legumbres, quesos, carnes frescas), su singularidad (avances técnico-cientí�cos, personal cuali-�cado), su escasez (uranio, wolframio), su signi�cado estratégico (hidroelectricidad, energías renovables) o su integración con la economía local (abonos, fármacos para animales).

En cuanto a las redes como fórmula para ganar tamaño y aprovechar estos recur-sos, las pequeñas empresas alimentarias integradas en las Denominaciones de Ori-gen y otras �guras de calidad cuentan con el apoyo de sus Consejos Reguladores y la red de centros técnicos especializados que gestiona la Junta de Castilla y León, ade-más del respaldo institucional a los sellos y etiquetas distintivos dentro de su estra-tegia de promoción del desarrollo rural. Las start-ups del sector tecnológico reciben asesoramiento y servicios técnicos durante los primeros años de su andadura desde diversas instancias públicas. Las empresas de mayor tamaño suelen depender menos del entorno institucional y más de los recursos que aportan otros establecimientos y centros de su misma sociedad matriz: estas compañías-red dividen las tareas (o el mercado) entre sus �liales procurando que cada una aporte el máximo valor posible a los resultados del grupo, para lo cual se tiende a especializar los centros de trabajo en funciones especí�cas relacionadas con la capitalización de los recursos disponibles en cada localización. Esta integración en redes productivas distingue a las nuevas industrias salmantinas (INSA, CT3, UNISOLAR, Abengoa) y también a las que han superado coyunturas complicadas y continúan activas porque se dedican a tareas y líneas de producción muy especializadas, difíciles de trasladar a otras localizaciones por motivos como la base natural que las sustenta (centrales y embalses de Iberdrola, yacimientos de ENUSA, explotados en cooperación con la australiana Berkeley Re-sources), sus lazos con el sector agropecuario local (abonos de Mirat, zoosanitarios de Intervet) o su ubicación favorable para el abastecimiento al mercado ibérico (deriva-dos de celulosa de Kimberly-Clark). Incluso las actuaciones públicas singulares en el terreno de los equipamientos, caso de la Ciudad del Transporte, siguen esta lógica de red y nacen integradas en marcos de cooperación regional (CYLOG, promovida por la Junta de Castilla y León) e internacional (merced a los acuerdos para operar como puerto seco de Oporto y Aveiro).

Debe añadirse en este punto que las transformaciones de fondo en la estructura del comercio minorista responden a esta misma lógica: las di�cultades del negocio

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independiente se contraponen a la expansión de las cadenas de distribución, de las marcas y de las franquicias, que generan economías de escala y de gama imposibles de replicar por los pequeños establecimientos, que deben recurrir a la autoexplota-ción, el crecimiento o la superespecialización para aprovechar los resquicios tempo-rales, espaciales y cualitativos que dejan sus bien pertrechados rivales.

Por tanto, es posible encontrar un argumento común para comprender la evolu-ción reciente del comercio y la industria en Salamanca durante el último cuarto de siglo. Un argumento, además, en absoluto privativo de la provincia, sino común al conjunto del capitalismo contemporáneo. La competencia a escala global exige ta-maño y recursos de toda índole, pero también capacidad de adaptación a las particu-laridades económicas, sociales, culturales, políticas y geográ�cas de cada territorio. Las pequeñas empresas deben articular marcos de cooperación, entre ellas y con el entorno institucional próximo, para paliar su falta de tamaño individual y acceder a los recursos externos, conocimiento incluido, imprescindibles para su funcionamien-to y viabilidad. De ahí el papel crucial que las líneas más modernas de pensamiento en Geografía Económica atribuyen al marco institucional como factor de estímulo para el desarrollo local y regional: la Cámara de Comercio e Industria, CONFAES, el Organismo Autónomo de Empleo y Desarrollo Rural de la Diputación, el propio Ayuntamiento, la Junta de Castilla y León, las Universidades o las centrales sindi-cales pueden y deben efectuar aportaciones decisivas, desde sus ámbitos competen-ciales especí�cos, al desarrollo económico de la provincia. A su vez, y sin perjuicio de sus vínculos con el entorno próximo, las grandes �rmas se organizan en redes

Figura 1: Esquema de la organización del espacio económico de Salamanca

Arribes

N

VitigudinoAlfoz de Salamanca

Redes y �ujos de ámbito supra-local

Salamanca

Ciudad Rodrigo

Fuente elaboración propia.

Sierra de Francia

Área de in�uencia de Guijuelo

Peñaranda de Bracamonte

Béjar

Nodos principales

Nodos secundarios

Áreas complementarias

Ejes de articulación

0 10 20 30 40 km

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corporativas para movilizar y distribuir sus productos, sus servicios y sus activos, captados gracias a su capacidad para aunar volumen y gama, para aprovechar los recursos especí�cos disponibles en sus múltiples localizaciones y para acomodarlos a las demandas de una clientela plural y diversa. En otras palabras, la participación en una red bien articulada, sea de base territorial o corporativa, se per�la como un elemento decisivo para el éxito de cualquier iniciativa empresarial.

La naturaleza espacial de las redes, con sus nodos y sus vínculos entre ellos, convierte a dichas formas organizativas en objeto de interés para la Geografía Eco-nómica. Desde este punto de vista, y como se ha anticipado a lo largo de todo este trabajo, se hace evidente la inercia en la localización de los nodos y ejes que articulan las redes económicas de la provincia de Salamanca (ver Figura 1). El trazado de las tres autovías (A-62, A-66 y A-50), complementado con las carreteras autonómicas CL-517 Salamanca-La Fregeneda y CL-515 Béjar-Ciudad Rodrigo, conecta todos los focos económicos relevantes: Salamanca y su alfoz, Guijuelo, Béjar, Ciudad Rodrigo, Peñaranda de Bracamonte, Vitigudino y las áreas dinámicas, aunque algo más difu-sas, de los Arribes del Duero y la Sierra de Francia.

Tanto Salamanca como Guijuelo han reforzado su posición en los últimos años por el crecimiento del alfoz y de la industria chacinera, respectivamente. En conse-cuencia, se dibuja un nodo bicéfalo Béjar-Guijuelo en el sur de la provincia, mientras que el estancamiento de Ciudad Rodrigo sólo se ve aliviado por su proximidad a la frontera hispano-lusa en Fuentes de Oñoro/Vilar Formoso, que le permite participar en algunas iniciativas de promoción turística y desarrollo económico coordinadas con Portugal. Este fenómeno, una manifestación más de esta nueva lógica de las redes, se repite en los Arribes del Duero, donde la Agrupación Europea de Coopera-ción Territorial Duero-Douro y el Parque Natural del Duero Internacional estimulan la cooperación internacional entre actores públicos y privados como herramienta para construir un modelo de desarrollo endógeno y sostenible. Naturalmente, Salamanca y su alfoz, donde con�uyen todas las vías principales y se concentran la población y las actividades económicas más avanzadas o cuyas pautas de localización no de-penden de la extracción o transformación in situ de recursos naturales, se distingue como nodo articulador del espacio económico provincial y también como principal punto de conexión con el resto del territorio nacional y europeo. Esta conexión no es sólo física, a través de carreteras, ferrocarriles o aeropuertos por donde se desplazan las personas y las mercancías, sino también, y sobre todo, funcional, plasmada en �ujos de ideas, proyectos y capitales que mantienen a la capital y su área tributaria en contacto, más o menos ágil, con las innovaciones económicas, sociales, técnicas, cientí�cas e institucionales que se difunden a través del sistema urbano de mane-ra jerárquica, desde las metrópolis globales hasta las ciudades medias y pequeñas como Salamanca.

Agradecimientos

Las observaciones y sugerencias de mis compañeros Valeriano Rodero, Javier Aparicio y José Luis Alonso han contribuido a precisar y argumentar mejor varios de los pasajes de este texto. Gracias a los tres.

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126 JOSÉ LUIS SÁNCHEZ HERNÁNDEZ

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

HISTORIA DEL COMERCIO Y LA INDUSTRIA

DE SALAMANCA Y PROVINCIA

(Actas de las Jornadas celebradas en el Museo del Comercio)

Salamanca, octubre-noviembre de 2011

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