Gabriela Alejandra Peña

Historia de la

IglesiaVeinte siglos caminando en comunidad

Edición actualizada y aumentada

Editorial Claretiana

Diseño de Tapa: Equipo Editorial

Libro papel: 1ª edición, julio de 20112º edición, febrero de 2019

Libro digital: 1ª edición, enero 2021

Todos los derechos reservadosQueda hecho el depósito que ordena la ley 11.723

© Editorial Claretiana, 2019 ISBN: 978-987-762-081-8

EDITORIAL CLARETIANA Lima 1360 – C1138ACD – Buenos Aires República Argentina Tel: 4305-9510/9597 – Fax: 4305-6552 E-mail: contacto@claretiana.org www.claretiana.org

Peña, Gabriela AlejandraHistoria de la Iglesia : veinte siglos caminando en comunidad : edición corregida y aumentada / Gabriela Alejandra Peña. - 2a ed ampliada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Claretiana, 2020.

Libro digital, PDF - (El centinela)Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-762-081-8

1. Historia de la Iglesia. 2. Historia Universal. 3. Iglesia Cristiana. I. Título.CDD 264.02

Editorial Claretiana es miembro deClaret Publishing Group

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Introducción

Este libro intenta ser algo así como el diario o la crónica de un lar-go y apasionante viaje que comenzó con Jesús de Nazaret, en Galilea, cuando él invitó a algunos hombres y mujeres a seguirlo, a ponerse en marcha. Desde entonces ha ido incorporando a numerosos viaje-ros a lo largo del tiempo y del espacio. Es un viaje que comenzó, que sabe cuál es su meta y que hasta ahora no se ha detenido.

Creo que la metáfora del viaje se aplica perfectamente al conteni-do del que aquí nos ocupamos, que es la Historia de la Iglesia.

Como en todo viaje, y en especial uno tan extenso y que involucra a tantas personas, lugares y circunstancias, también hay mucho para contar. Muchísimo. Y nunca, por más minucioso que sea, ningún rela-to puede abarcarlo todo. Tampoco este. Es solo un primer intento de dar a conocer algunas de las vicisitudes y vivencias propias y ajenas: las que personalmente protagonizamos, las que nos contaron, aque-llas cuyos testimonios hemos visto, las que nadie nos contó pero se

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han conservado en la memoria colectiva, las que escuchamos contar que otros contaron…

Con esta salvedad hago mi primera aclaración para los lectores. Este texto no agota los hechos, procesos, personajes y estructuras del pasado. Ha sido necesario e imperioso seleccionar algunos; tal vez no siempre los más conocidos y de mayor repercusión, pero si los que hemos considerado que podían aportar algo significativo para quién quiera conocer más sobre este tema. En ese sentido, y siguiendo con la metáfora elegida, podemos pensar que en estos tiempos de tec-nología digital, aquellos que no tenemos cámara fotográfica propia, solemos recibir numerosos CD con las fotografías que han tomado muchos compañeros de viaje. Algunas están repetidas varias veces, pues nadie obvió la toma del monumento más clásico, el paisaje más bonito o el personaje más típico, pero otras aparecen solo una vez. Solamente a alguien se le ocurrió registrar algo que los demás viaje-ros tal vez ni siquiera tomaron en cuenta. Casi siempre esa elección tiene que ver con características propias.

En mi caso particular, a menudo he dedicado horas a tomar foto-grafías detalladas de documentos históricos que a los ojos de otras personas son, simplemente, papeles viejos. Lo que para un geólogo puede ser una maravilla de la naturaleza para la persona no enten-dida no es más que una piedra sin valor; muchos se aburren en los museos de arte mientras los expertos analizan pinturas o esculturas que a simple vista “son todas iguales”. Con todo esto quiero advertir al lector que en este libro no está toda la historia de la Iglesia. Y aque-llo que está, no siempre ha sido captado en su totalidad, sino solo en un aspecto, el que personalmente me ha atraído o he creído podía ser de interés para mayor cantidad de destinatarios.

Desde luego, la selección también aquí tiene que ver con mis pro-pias características. Soy mujer, laica y madre de familia. Profesional-

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mente, docente e historiadora. Adhiero a la persona y a la enseñanza de Jesús e intento vivir mi fe cristiana en el seno de la Iglesia católica. Nací, crecí, vivo y espero seguir viviendo en Córdoba, ciudad del inte-rior de Argentina. Y, aunque provengo de una familia de inmigrantes, me siento y me sé parte de la gran patria latinoamericana. Indudable-mente todo esto influyó a la hora de seleccionar aquello que quería compartir con los lectores. Es honrado decirles que es una mirada, pero no la única.

He intentado atenerme a los criterios científicos de mi disciplina y mantener una visión de conjunto, lo más objetiva e imparcial posi-ble. Pero tampoco he podido prescindir de algo de pasión, porque la historia es, antes que nada, vida, vida de hombres y mujeres como nosotros, y la vida siempre apasiona. Y, como soy creyente, para mi la historia de la Iglesia es, además, el lugar por excelencia para experi-mentar la vida y la acción de Dios en medio de su pueblo. En la vida humana, en la vida de las personas, de las comunidades, del mundo, Dios se revela, se nos hace cercano, nos habla, nos invita a vivir en él. Eso me fascina, me entusiasma y me conmueve; y puede hacer que, en algunos momentos, mi propia subjetividad se haya colado al texto.

El lector comprenderá apenas comience a andar por las páginas que en este, como en todo viaje, se han producido cambios, contratiempos y auxilios. En algunas épocas se marchaba a pie, en otras a caballo, en automóvil, en barco o en avión y sabemos que todos esos medios son buenos y útiles, llevan felizmente a destino en el plazo estimado; pero también sabemos que a veces los pies se ampollan, las cabalgaduras se cansan, los automóviles recalientan, el mar se embravece y dificulta la navegación, las tormentas retrasan los vuelos. Todo eso ha sucedido a lo largo de esta travesía de más de dos mil años que es la historia de la Iglesia. Pero lo importante es que, aunque haya habido que demorar o cambiar el medio de transporte, el viaje continúa.

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El contenido de este libro tiene un carácter eminentemente des-criptivo. Voluntariamente hemos optado por esta modalidad, para permitir que los lectores se encuentren con el pasado de la comu-nidad eclesial, y luego elaboren sus propias interpretaciones, valo-raciones y posturas. Para aquellos que se interesen por profundizar algunos o todos los temas, les ofrecemos una bibliografía que, en los términos de metáfora, en algunos casos equivaldría a los folletos, mapas y guías del viaje con su propia selección de información e imá-genes; y en otros, a los álbumes con las fotografías que otros autores tomaron según sus propios intereses. La intención es ayudar a qué cada uno encuentre aquello que más le interesa y pueda profundizar-lo si así lo desea.

Un tema no menor que también deseo aclarar a los lectores es el relativo a los modelos o definiciones de Iglesia. Existen numero-sas maneras de explicar y de entender esta realidad a la vez humana y divina, y a lo largo del tiempo se han preferido unas u otras. Se han sumado algunas que resultaban más apropiadas a los lenguajes y mentalidades de cada época y se dejaron de usar las que ya no decían nada a los hombres de un tiempo determinado. Todas las metáforas y símbolos utilizados son valiosos e importantes porque reflejan algún aspecto de la vida y misión de la comunidad eclesial. En cuanto a las definiciones, ninguna agota el significado profundo de este misterio.

En este texto entendemos principalmente a la Iglesia como el pueblo de Dios, el conjunto de hombres y mujeres que a lo largo del tiempo procuraron vivir su fe en Jesús de Nazaret, recibir sus enseñanzas, ponerlas en práctica para la construcción de su Reino, y compartirlas con otros de diversas maneras. En otras palabras, es la comunidad de creyentes, el diverso y multiforme conjunto de perso-nas que comparten la fe, más allá de todas las diferencias que puedan tener en orden a la manera de entenderla y vivirla.

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Somos concientes también de la dimensión institucional de la Iglesia, que a lo largo del tiempo ha ido configurándose de una cierta forma en su interacción con el mundo, adoptando costumbres, len-guajes, ideas y prácticas propias de cada época y lugar, dejando su propia impronta en la vida y la cultura de los pueblos y las personas. Ambos aspectos, en tensión y complementariedad permanentes, han sido objeto de nuestra observación en este relato.

En todo viaje existen algunos puntos que no pueden dejar de visi-tarse o tenerse en cuenta. Son aquellos que son característicos y que constituyen lo esencial de la zona por la que se transita o se visita. Si vamos a una isla del Caribe no deberíamos dejar de ir a la playa; si via-jamos por París la torre Eiffel sería un punto del que no deberíamos prescindir. En el gran viaje de la historia de la Iglesia también existen algunos puntos clave, desde los que se debe mirar todo panorama. Por eso, en el primer capítulo sugerimos tres temas desde los cuales reflexionar cada capítulo o tramo de la historia: la palabra de Dios, la acción misionera y la opción por los pobres.

Por último, resta decir que este viaje que lleva ya más de dos mil años, admite variadas formas de integración y participación. Los via-jeros pueden sumarse en diferentes momentos y de maneras también distintas. Pueden limitarse a escuchar y compartir las experiencias de otras personas, pueden tomar parte en algunos tramos o pueden su-marse a él en forma definitiva. Los lugares que ocupen y las experien-cias que compartan también serán diversos. Pero algo es seguro: nunca viajarán solos y, unidos al resto de los pasajeros, no perderán fácilmen-te el rumbo o, en todo caso, siempre podrán volver al camino. Siempre habrá plazas disponibles; es cuestión de ponerse en marcha.

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1. La historia de la Iglesia y su problemática

A. Algunos presupuestos e indicaciones básicos antes de comenzar el camino

Es frecuente cuando se organiza un viaje, sobre todo si se realizará en grupo, hacer una reunión previa en la que se dan las indicaciones generales, se anticipan algunas cuestiones y se prepara a los viajeros para la experiencia que están por vivir. Algo similar intentamos al ofrecer ahora estos conceptos básicos de historia de la Iglesia.

Es común al presentar un texto de cualquier disciplina comenzar con una definición. Aunque sea muy elemental, es necesario ubicar a la persona que se dispone a adentrarse en este contexto de nuevos conceptos, ideas, relaciones e interpretaciones que constituyen cada área de conocimiento.

En el caso de la historia de la Iglesia podemos decir que se trata de una tarea relativamente sencilla; pues, es una materia en la que el vocabulario técnico específico no es muy abundante y los conceptos

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de uso frecuente son también de uso cotidiano. Sin embargo, a lo largo de los años no han cesado los debates entre los especialistas acerca de las siguientes cuestiones:

¿Se trata de una rama de la ciencia histórica o de la ciencia teológica? ¿Desde cuál perspectiva teórico-metodológica debe abordarse?

Las posturas son variadas, y los argumentos también. La realidad nos indica que los especialistas en historia de la Iglesia provienen tanto del campo de la historia como del de la teología, y hasta el momento los debates no han llegado a ninguna conclusión definitiva. ¿A qué se deberá esto? Veamos la idea clave que está en la raíz de la diferencia de opiniones.

Si el lector es creyente cristiano sabe, tanto por su propia experiencia de vida cuanto por haberlo aprendido en la formación cristiana básica, que la Iglesia posee un doble principio y es, a la vez, una institución huma-na y divina. En cuanto institución humana puede ser estudiada desde la perspectiva de diversas ciencias sociales: sociología, antropología, historia, psicología, etc. En cuanto institución divina, su conocimiento es propio de la teología; concretamente de la rama denominada eclesiología.

Teniendo en cuenta esta “dualidad” característica de la Iglesia pode-mos entender lo siguiente: la discusión obedece a que el objeto de estu-dio de la historia de la Iglesia, que es la Iglesia misma, proviene del cam-po de la teología. Es evidente también que la historia no estudia todos los aspectos de la vida de esta institución, sino solamente su pasado, es decir, el desarrollo sufrido a lo largo del tiempo desde sus inicios hasta el pre-sente. Este aspecto constituye el campo de estudio de la ciencia histórica. Según cuál sea la prioridad de los investigadores y hacia donde dirijan su mirada será incluida en uno u otro campo del conocimiento.

De todas maneras, este debate no debe necesariamente cerrarse en una respuesta única; por el contrario, debe llevar a enriquecer el estudio

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con las perspectivas de análisis de ambas disciplinas —y de otras más que hasta ahora han participado de la discusión en menor medida—.

Llegado a este punto podemos intentar una primera definición, que es de carácter elemental y podrá enriquecerse más adelante, con-forme avance la lectura de los próximos capítulos. La historia de la Iglesia es el conocimiento científico y sistemático del origen, expan-sión y desarrollo —esto es: del devenir en el tiempo— de la Iglesia, atendiendo tanto a la vida intraeclesial cuanto a sus relaciones con las sociedades y las culturas en las que se inserta y desarrolla.

Es preciso tener presente que al decir “Iglesia” nos referimos al Pueblo de Dios, a las comunidades de hombres y mujeres que a lo lar-go del tiempo procuraron vivir su fe en Jesús de Nazaret, acoger sus enseñanzas, ponerlas en práctica para la construcción de su Reino y compartirlas con otros de diversas maneras, llegando a constituir una institución de características complejas que subsiste hasta nuestros días aun con los cambios lógicos que se dieron a lo largo del tiempo.

Escapa a nuestras posibilidades estudiar la acción de Dios en me-dio de su pueblo, o las maneras cómo su gracia ha operado y opera en los corazones. Pero, si deseamos hacer una mirada creyente de la historia, podemos vislumbrarla a través de sus efectos o resultados en la vida de las comunidades cristianas. Solamente el aspecto “huma-no” de la Iglesia puede ser abordado desde esta disciplina. Serán ob-jeto de estudio de esta rama del conocimiento el surgimiento de las comunidades cristianas, sus formas de organización, las relaciones hacia adentro y hacia fuera de las mismas, su expansión, las formas en que las personas vivieron sus relaciones consigo mismos, con el mundo y con Dios, las manifestaciones de su vida espiritual, los mo-dos que adoptó la práctica del amor mutuo y de los valores del Reino expresados en el Evangelio, las dificultades, limitaciones y pecados que signaron la vida de los cristianos de las diferentes épocas.

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También hay que tener claro que al hablar de “historia” –tanto en el ámbito eclesial cuanto en el secular– se hace referencia a dos conceptos diferentes: por un lado a los acontecimientos, hechos y procesos que suceden en el tiempo; y por otro, a la ciencia que estudia dichos acon-tecimientos en forma sistemática y metódica. Ambos conceptos se usan, por lo general, apelando al contexto para su diferenciación. Esta práctica común en la enseñanza de la historia se aplicará también en este texto.

¿Cómo se obtienen los conocimientos propios de la historia de la Iglesia?

Como toda ciencia, la historia de la Iglesia obtiene sus conocimientos de manera metódica, los somete a verificación, establece relaciones entre ellos y los organiza para que puedan ser comprendidos y transmitidos.

Los pasos de la investigación serían aproximadamente los siguientes:- Detectar y formular problemas o interrogantes relativos a la vida de las

comunidades cristianas en un tiempo y lugar determinado.

- Elaborar tentativas de explicación (hipótesis).

- Buscar información en diversas fuentes (eclesiales o extraeclesiales) para comprobar la veracidad de la hipótesis planteada.

- Elaborar afirmaciones generales y objetivas que luego pueden analizarse e interpretarse desde la perspectiva de varias ciencias humanas y teológicas.

En algunos casos puede trabajarse sin elaborar hipótesis, cuando se trata de investigaciones interpretativas, etnográficas o se aplican modelos exploratorios.

¿Cuáles son las fuentes de la historia de la Iglesia?

Para obtener conocimiento acerca del pasado los historiadores analizan los testimonios, esto es, los indicios de las actividades hu-manas realizadas en el pasado y los convierten en fuentes, es decir, “sitios” de donde obtener la información.

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Las fuentes para conocer la historia de la Iglesia son de distinto tipo. Según el soporte o material pueden ser:

- Escritas: son tanto los documentos oficiales como los privados. Entre los pri-meros pueden citarse las actas judiciales, documentación oficial de origen ecle-siástico y civil, legislación, entre otras. Entre los segundos, las cartas, diarios íntimos, testimonios, etc. También se incluyen como fuentes escritas las obras literarias “de época”, que son las escritas durante el período estudiado1.

- Orales: estas fuentes están constituidas por las tradiciones que se han ido pasando de generación en generación acerca de diferentes aspectos de la vida de la comunidad cristiana, y, sobre todo, por testimonios o relatos de algunas personas. En parte también la liturgia es una fuente histórica oral.

- Materiales o arqueológicas: son aquellos objetos materiales antiguos que nos informan sobre algunos aspectos del pasado: objetos litúrgicos, ornamentos, muebles, etc. También se incluyen en este grupo los edificios con todo lo que está en ellos (placas recordatorias, estatuas, vitrales, etc.), por lo que algunos llaman a estas fuentes “monumentales”. Las fuentes audiovisuales o gráficas (cintas de video o de audio, fotografías, etc.) pueden incluirse en este grupo, aunque algunos autores las consideran como una clase distinta.2

Según su procedencia pueden ser fuentes eclesiales (las que se han producido dentro del mismo ámbito eclesial) o extraeclesiales (las que se han producido fuera del ámbito eclesial pero contienen información relevante sobre la vida de las personas y comunidades cristianas). Cada tipo de fuentes ofrece una clase diferente de información y, por lo ge-neral, se procura usarlas en forma complementaria. Según las épocas y lugares que se estudien se podrán priorizar unas u otras.

1. En el caso de la historia de la Iglesia Antigua se destacan como fuentes históricas escritas los textos neotestamentarios, aunque no hayan sido escritos con esa intención expresa. También se destaca como fuente para esta etapa la obra clásica de Eusebio de Cesarea “Historia Eclesiástica”, escrita a pedido del emperador Constantino el Grande en la primera mitad del siglo IV, que por mucho tiempo fue casi la única obra general específicamente dedicada a reconstruir el pasado del cristianismo y, por lo tanto, fue referencia y consulta casi obligatoria para los estudiosos del tema.

2. Como resulta obvio, las fuentes de tipo audiovisual y todas las que impliquen el uso de nuevas tecnologías son de uso casi exclusivo para el conocimiento de la historia de la Iglesia contemporánea.

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¿Cómo se divide la historia de la Iglesia?

La periodización es importante y muy útil para estudiar historia. Para facilitar la comprensión los historiadores han dividido la historia de la humanidad en períodos o ciclos. Existen cuatro grandes pe-ríodos llamados edades históricas: antigua, media, moderna y con-temporánea; delimitados por grandes acontecimientos que, en su momento, fueron de suma trascendencia.

Estos cortes o divisiones son solo convencionales, el tiempo posee un devenir permanente que no se detiene ni cambia bruscamente, y las transformaciones siempre se dan a lo largo de un lapso de tiempo más o menos prolongado. Es fácil suponer que la vida cotidiana de las personas comunes no habrá cambiado mucho en 1453 (una de las fechas que se consideran iniciales de la Edad Moderna) con respecto a 1452, aunque desde unos años antes y hasta algún tiempo después se produjeron una serie de acontecimientos políticos, científicos, económicos, culturales, sociales y religiosos que, a la larga, determi-naron cambios importantes. Pero este proceso duró alrededor de un siglo. Las fechas surgen de la necesidad de establecer los límites en alguna parte. Por otro lado, los acontecimientos que los historiado-res eligieron para marcar los límites temporales de cada etapa tienen que ver fundamentalmente con su propia cultura, la europea, y se re-fieren a acontecimientos significativos ocurridos en el Viejo Mundo, que, seguramente, nada significaron para los pueblos originarios de América, África u Oceanía.

Ahora bien, la historia de la Iglesia no puede nunca entenderse separada de la historia de la humanidad en general, sino que es parte de la misma. La Iglesia está formada por hombres que viven su vida en un tiempo determinado, con las características propias de su cul-tura y que procuran orientar según los valores del Reino el mundo al cual pertenecen. Por eso se acepta para la historia de la Iglesia la pe-

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riodización tradicional y se la utiliza como propia, aunque tampoco todos los hechos marcados como hitos son particularmente válidos en el ámbito eclesial.

Así es que hablamos también de historia de la Iglesia antigua, medieval, moderna y contemporánea, cuyos períodos coinciden con los de la histo-ria secular. No sucede así con la antigüedad, pues en la historia secular el límite inicial está marcado por la aparición de la escritura (aproximada-mente unos 6000 años antes del nacimiento de Cristo), en tanto que para la historia de la Iglesia corresponde al siglo I de la era cristiana, época de la predicación, muerte y resurrección de Jesús y de la formación de los pri-meros grupos de discípulos y organización de las primeras comunidades.

Hay que tener presente también que, tanto en la historia secular cuanto en la eclesiástica, los períodos pueden subdividirse en etapas menores para una mayor comprensión y facilidad en su estudio.

En este libro de historia de la Iglesia adoptaremos la división cro-nológica basada en la periodización tradicional.

| Para recordar:Edad Antigua: desde la aparición de la escritura (6000 a.C. aproximada-mente) hasta la caída del Imperio Romano de Occidente ante la invasión de los pueblos germanos (476 d.C.).Edad Media: desde el fin de la Edad Antigua hasta la caída del imperio Ro-mano de Oriente (Constantinopla) en poder de los turcos (1453) o, según otros autores, hasta la llegada de los europeos a América (1492).Edad Moderna: desde el fin de la Edad Media hasta el comienzo de la Re-volución Francesa (1789).Edad Contemporánea: desde el fin de la Edad Moderna. La conclusión de la Edad Contemporánea está en discusión. Algunos afirman que aún conti-núa. La amplia mayoría de los estudiosos coincide en afirmar que estamos asistiendo a su fin y al comienzo de una etapa nueva, aunque no hay acuer-do sobre cuál sería el hecho más significativo para señalar su límite. En el

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ámbito específicamente eclesial, sería factible tomar como límite final la culminación del concilio Vaticano II en 1965, pero aún restaría resolver la cuestión relativa al nombre de la nueva época iniciada entonces.

¿Por qué conocer la historia de la Iglesia? ¿Es parte de la formación básica de un cristiano? ¿Qué puede aportarle a una persona no creyente?

Varias podrían ser las respuestas a estos interrogantes. He aquí algunas de ellas:

- Es especialmente importante hoy, dado que se nos invita, desde la celebra-ción del jubileo del año 2000, a reflexionar sobre el pasado, a fin de pedir perdón por las culpas asumiendo los errores cometidos, y glorificar a Dios por los aciertos y la santidad derramada sobre su pueblo en estos años.

- Nos permite mirarnos a nosotros mismos, conocer nuestra propia historia y comprender cómo hemos llegado hasta aquí, cómo ha llegado la Iglesia de hoy a ser lo que es.

- Por ella podremos reconocernos como herederos de un pasado común con sus glorias y sus pecados. También nos enseña a solidarizarnos con los hombres y mu-jeres de toda época y lugar en sus luchas por vivir con dignidad, por superar las adversidades, por construir un mundo mejor; más allá de sus creencias religiosas.

- Nos ayuda a experimentar que la comunión en el único Espíritu Santo es el “fun-damento también diacrónico de la comunión de los santos, en virtud del cual los bautizados de hoy se sienten vinculados a los bautizados de ayer y, así como se benefician de sus méritos y se nutren de su testimonio de santidad, igualmente se sienten en el deber de asumir el posible peso actual de sus culpas”.3

Hay que renunciar a la idea de que el estudio de la historia nos permite sacar lecciones para el presente en forma directa, como si se aplicara una fórmula matemática: “siempre que se hace tal cosa sucede tal otra”, pues estaríamos desconociendo un factor de suma

3. Memoria y Reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado, pág. 68.

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importancia a la hora de conocer cualquier actividad humana: “la li-bertad de elección”.

Aunque nadie puede ignorar que de las experiencias vividas por nosotros mismos o por otros muchas veces podemos extraer ense-ñanzas interesantes, aunque sea en forma indirecta, tanto si somos creyentes como si no lo somos.

¿Qué se requiere para adentrarse en la historia de la Iglesia?

Para leer y conocer más sobre esta disciplina se requiere capacidad de comprensión. Es decir, despojarnos de nuestros propios puntos de vista, actitudes, prejuicios y condicionamientos culturales, para ponernos en el lugar de personas que tuvieron mucho en común con nosotros, aunque también mucho de diferente.

Hay que procurar mirar desde la perspectiva de quienes vivían otros tiempos, otras culturas, otras realidades y evitar los juicios de valor sobre los hechos y personas del pasado.

A lo largo del estudio de esta disciplina será preciso tener pre-sente que en el ámbito de la historia de la Iglesia “la conexión entre pasado y presente no está motivada solamente por los intereses ac-tuales y por la común pertenencia de todo ser humano a la historia y a sus mediaciones expresivas, sino que se fundamenta también en la acción unificante del Espíritu de Dios y en la identidad per-manente del principio constitutivo de la comunión de los creyentes, que es la revelación”.4

Una vez planteadas estas cuestiones fundamentales estamos en condiciones de iniciar este proceso: adentrarnos en el conocimiento de los hechos y los procesos del pasado de la institución eclesial.

Te invito, lector, a iniciar juntos este camino.

4. Ibíd., pág. 67—68.

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s. I

s. II

s. III

s. IV s. VI s. VIII s. X s. XII s. XIV s. XVI s. XVIII s. XX

s. V s. VII s. IX s. XI s. XIII s. XV s. XVII s. XIX s. XXI

4760 1453 1789 1965

Caída de la ciudad de Roma en poder de los pueblos germanos.Fin del Imperio romano de Occidente

En términos generales se acepta que la Edad Antigua comenzó con la aparición de la escritura, aproximadamente en el año 6000 a. C. En la historia de la Iglesia este período es mucho más breve, pues empieza en el siglo I

Caída del Imperio romano de Oriente en poder de los turcos

Inicio de la Revolución francesa

Finalización del concilio Vaticano II

Edad AntiguaPrehistoria Edad Media Edad ModernaEdad Contemporánea

Nueva época

¿Cómo se divide la historia de la Iglesia?

s. I

s. II

s. III

s. IV s. VI s. VIII s. X s. XII s. XIV s. XVI s. XVIII s. XX

s. V s. VII s. IX s. XI s. XIII s. XV s. XVII s. XIX s. XXI

4760 1453 1789 1965

Caída de la ciudad de Roma en poder de los pueblos germanos.Fin del Imperio romano de Occidente

En términos generales se acepta que la Edad Antigua comenzó con la aparición de la escritura, aproximadamente en el año 6000 a. C. En la historia de la Iglesia este período es mucho más breve, pues empieza en el siglo I

Caída del Imperio romano de Oriente en poder de los turcos

Inicio de la Revolución francesa

Finalización del concilio Vaticano II

Edad AntiguaPrehistoria Edad Media Edad ModernaEdad Contemporánea

Nueva época

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b. Para mirar la historia de la Iglesia desde algunos puntos clave…

Este libro se propone dar a conocer algunos hechos y personas del pasado de la Iglesia hilvanados en un relato más o menos consistente. Pero más allá de ese objetivo, intenta favorecer que las personas, y sobre todo las comunidades, que intentan seguir a Jesús y compartir su mensa-je hoy, encuentren un espacio para reflexionar, preguntar, preguntarse, aprender y proyectar. A la manera y con las limitaciones y posibilidades de nuestro tiempo.

La experiencia de tantos hombres y mujeres, y la acción perma-nente y amorosa del Espíritu en medio de su pueblo son una riqueza que heredamos y de la que podemos disponer como miembros de la misma familia.

Aunque no es válido juzgar las acciones de otras personas en otros tiempos y contextos ni usar de nuestros propios criterios para valorar el pasado, la Iglesia ha sido siempre una comunidad de fieles que es-cuchan la palabra de Dios, la reciben en su propia vida y la comparten con todos, en especial con los más pobres, oprimidos e ignorados. O por lo menos intentan hacerlo.

Estos parámetros pueden convertirse en criterios orientadores en un proceso de profundización y reflexión de la historia común del pueblo de Dios.

Las preguntas que presentamos a continuación apuntan en esa dirección. Algunas respuestas podrán encontrarse en las páginas subsiguientes, otras habrá que buscarlas en otras fuentes y algunas más provendrán del ejercicio de la autorreflexión. Lo importante es seguir planteando preguntas y buscando respuestas, seguir mirando el camino recorrido y, mientras vamos en marcha, contemplar el que queda por delante.

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La Palabra de Dios

A lo largo de cada una de las etapas de la historia de la Iglesia, la comunidad de discípulos de Jesús ha escuchado, meditado, alberga-do e intentado vivir esta palabra que Dios le ha dirigido. A veces se ha mostrado receptiva, creativa, abierta; en otras oportunidades ha sido más renuente, literal y estricta a la hora de interpretarla. Pero la Palabra ha acompañado a su Pueblo desde hace más de 2000 años, pues el que ama busca siempre los modos de comunicarse y de ha-cerse entender.

Una buena manera de mirar la historia de la Iglesia a la luz de la palabra de Dios consiste en preguntarse, al finalizar la lectura de cada capítulo:

- ¿Conocían los hombres y mujeres creyentes en esta época lo que Dios había enseñado al pueblo de Israel y lo que Jesús había enseñado a sus discípulos?

- ¿Cómo accedían los cristianos de esta época a la Palabra de Dios?

- Si no la leían directamente, ¿había otros medios por los cuales podían co-nocerla? (Pintura, escultura, música, tradición oral, etc.)

- ¿Qué papel tenía la Sagrada Escritura en la vida cotidiana y en las prácticas específicamente “religiosas” de las personas en este tiempo?

- ¿Qué contenidos de la Sagrada Escritura se enseñaban a los fieles? ¿Por qué medios?

- ¿Cómo se desarrollaron los estudios vinculados a la Sagrada Escritura en cada período histórico? ¿Quién los llevó a cabo? ¿Con qué objeto y desde qué perspectiva?

- ¿En qué situación nos encontramos hoy en todos estos aspectos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Referencias bíblicas: Is 55, 10-11; Jr 15, 16; Mt 4, 4; Mt 7, 24-27; Lc 11, 27-28; Heb 1, 1.

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Los pobres, oprimidos e ignorados

Desde hace ya varios años, la Iglesia, en particular en América Lati-na, habla de la “opción por los pobres”. En ocasión de la conferencia general del episcopado latinoamericano celebrada en el 2007 en Apa-recida (Brasil), los obispos, citando al papa Benedicto XVI, sostenían que esta opción tiene su raíz en la fe en Cristo “que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”. De modo que no es nada novedoso. El mismo Jesús, que vino para anunciar la Buena Noticia a todos, dejó claro el papel principal de los pobres. Esto sucedió cuando se adjudicó a sí mismo el texto del profeta Isaías en el cual dijo que había sido enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los cie-gos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19). En sus actitudes cotidianas se mostró siempre interesado por los enfermos, los niños, las mujeres, los extranjeros y todos los que quedaban al margen de la sociedad de su tiempo.

De modo que, desde siempre, los creyentes han sabido que estos tenían la atención preferencial de Jesús. Pero las maneras en que se ha asumido esta prioridad del evangelio a lo largo de los siglos han sido muy diversas.

Por eso invitamos a los lectores a preguntarse al terminar cada capítulo:

- ¿Quiénes eran los pobres en esta época en particular?

- ¿Qué clase de opresiones (raciales, culturales, de género, religiosas, econó-micas, otras) sufrían las personas en este tiempo?

- ¿Quiénes veían amenazada su libertad?

- ¿Qué mensaje tenía la Iglesia para ellos en ese contexto determinado? ¿Cómo lo anunció?

- ¿Para quiénes y hasta qué punto la enseñanza de la Iglesia significó encon-trar una buena noticia de libertad, como proclamaba Jesús? ¿Por qué?

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- ¿Qué papel tuvieron los pobres en la Iglesia en esa época (protagonistas o actores secundarios, miembros activos o pasivos, agentes o destinatarios del anuncio del Evangelio)?

- ¿Cómo podrían responderse todas estas preguntas en nuestra actual situa-ción social y eclesial?

Referencias bíblicas: Lc 4, 18-19; Mc 1, 29-39; Jn 8, 1-11; Mc 12, 41-44; Mt 19,13-15; Mc 5, 21-42;

Mc 7, 24-37.

La misión evangelizadora

Desde el inicio de su vida pública Jesús eligió a algunos de sus seguidores para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar. Vale decir que, desde el comienzo, ser discípulo de Jesús, compar-tir su vida y recibir su enseñanza implicaba también compartirla con otros. El mismo Jesús envió a sus discípulos en varias ocasiones a anunciar el Reino de Dios a los pueblos y ciudades donde él debía ir, y en su despedida les encargó ir por todo el mundo y hacer discí-pulos a todos los pueblos, enseñándoles todo lo que él les había en-señado. También los evangelios dan testimonio de que las personas que se encontraban con Jesús se sentía naturalmente impulsadas a compartir su experiencia con otros, y lo mismo sucedía con los cris-tianos de las primeras comunidades.

A lo largo del tiempo, los seguidores de Jesús han seguido dándo-lo a conocer y anunciando su Buena Noticia. Gracias a ellos nosotros hemos escuchado su invitación a sumarnos a esta tarea. No siempre todos en la Iglesia tuvieron presente la importancia de esta labor y su carácter universal y fundante. No en todas las épocas se llevó a cabo con el mismo entusiasmo y, por supuesto, los medios, los agentes y los destinatarios fueron cambiando también.

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Al finalizar cada capítulo de este libro, sería útil preguntarse:- ¿Cómo se entendía la misión en esa época?

- ¿Quiénes la llevaban a cabo y a quiénes se dirigía?

- ¿Cuál era el contenido y el objetivo del anuncio misionero?

- ¿Qué participación le cabía a los distintos grupos de fieles pertenecientes a la comunidad eclesial? ¿Y a la comunidad como tal?

- ¿Dónde y de qué manera se llevaba a cabo ese anuncio?

- ¿El anuncio misionero tenía consecuencias políticas, sociales, económicas, culturales o de algún otro tipo, además de las propiamente religiosas?

- ¿Cómo lleva a cabo la Iglesia de nuestro tiempo el mandato de anunciar la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres y a todos los pueblos?

- ¿Qué desafíos presenta hoy esa misión? ¿Cómo se disciernen y asumen en las comunidades cristianas?

Referencias bíblicas: Mc 3, 14; Mt 10, 5-15; Lc 10, 1-12; Mt 28, 16-20; Jn 1, 35-52; Jn 4, 1-42; Hch

9, 1-19; Hch 12, 24—13,5; Hch 18, 9-11; 1 Cor 9, 1-3.16-1

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2. La historia de la Iglesia Antigua (Primera parte)

El mundo conoce y acoge el cristianismo

A. Puntos de partida

Hechas las precisiones generales sobre esta disciplina estamos en condiciones de abordar el estudio del pasado, comenzando por las comunidades cristianas más antiguas.

Al hablar de la historia de la Iglesia Antigua nos referimos, bueno será recordarlo, al período que abarca desde el siglo I hasta aproxi-madamente el siglo V.

En este tiempo, los primeros discípulos de Jesús consolidaron la organización de sus comunidades e iniciaron un proceso de expan-sión del mensaje cristiano que llegó a estar presente en prácticamen-te todo el imperio romano, lo que significaba una buena parte del mundo conocido por entonces.

El ámbito geográfico en el que se desenvolvió la vida de la Iglesia en esta época es el del “mundo mediterráneo”, vale decir, las zonas

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de Europa, Asia y África que circundan ese mar y sus respectivas áreas de influencia.

En el aspecto político, el espacio corresponde al del imperio ro-mano. Esta entidad estatal permitía la subsistencia, dentro de su órbi-ta de influencia, de varias culturas, propias de muchos de los pueblos dominados. Desde este punto de vista el cristianismo se desarrolló en sus inicios en un entorno amplio y diverso, aunque con el claro pre-dominio de la cultura greco latina. Indudablemente no puede obviar-se la fuerte influencia de la tradición judía, origen directo de algunas comunidades cristianas primitivas, y menos directo pero igualmente digno de mención, en algunas otras.

Como dijimos en el capítulo anterior, la etapa histórica que nos ocupa ha sido subdividida para facilitar su estudio. Así es que la histo-ria de la Iglesia antigua incluye los siguientes sub-períodos:

- primero la época de la Iglesia Apostólica, que se extiende a lo largo del siglo I,

- un segundo sub-período que corresponde a los siglos II y III y primeros años del IV (hasta el año 313) y que denominamos de la Iglesia martirial o perseguida, aunque, a nuestro juicio, sería más acertada la expresión “incomprendida”.

- un tercer período que comienza en el año 313 (siglo IV ) y culmina aproxi-madamente en el 476, fecha convencionalmente aceptada de conclusión de la antigüedad, con la caída de la ciudad de Roma ante las invasiones germánicas, pero que varios autores extienden bastante tiempo más. Este último tramo se denomina de la Iglesia Imperial o constantiniana.

Los tres, aunque poseen características propias, constituyen la eta-pa fundacional de la institución eclesial, denominada Historia de la Iglesia Antigua.

Para lograr una comprensión más acabada de esta etapa, será ne-cesario dedicar un espacio a conocer algo sobre el entorno en que nacieron las primitivas comunidades cristianas.

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b. El contexto originario del cristianismo antiguo

El mundo romano

El cristianismo primitivo se desarrolló en el marco socio-político y cultural del imperio romano. En este espacio se arraigó la Iglesia naciente, y este fue también su primer ámbito de evangelización. De hecho, los primeros misioneros usaron en su tarea de anuncio los recursos materiales y humanos, los medios de expresión y las formas de pensamiento corrientes en ese mundo.

Corresponde, por lo tanto, que digamos algunas palabras sobre Roma y su historia, a fin de alcanzar una mayor comprensión de este gran escenario en el que se desarrollaron los primeros actos de la bimilenaria historia eclesial.

La ciudad de Roma fue fundada en el año 753 antes de Cristo. Su evolución política pasó por gobiernos monárquicos, republicanos y finalmente en el año 27 a.C. el joven Octavio asumió como el primer emperador con el título de Augusto. Esto lo convertía en el “impe-rator”, aquel que detentaba el máximo poder militar. Con él advino la llamada “pax romana”, pues el proceso de conquista estaba finali-zado, las guerras a tal fin habían terminado y se había logrado cierta unidad del mundo mediterráneo bajo la órbita romana.

El imperio tuvo su período de auge hasta fines del siglo II de la era cristiana, luego siguió una etapa de decadencia, un nuevo período de auge desde la segunda mitad del siglo III con los llamados empera-dores ilirios, y a partir del año 395 la división definitiva y la crisis final del imperio de Occidente.

En el año 285, las fronteras del estado se habían vuelto muy peli-grosas por la presión permanente de los pueblos de origen germano.

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El emperador Diocleciano, en un intento de facilitar la gobernabili-dad, lo dividió en dos y nombró a dos emperadores y a dos príncipes que serían los herederos del trono. Con esto procuraba también re-solver los eternos problemas de sucesión. No obstante, el sistema no fue totalmente eficaz y en el reinado de Constantino se unificó nue-vamente. En el 395, a la muerte del emperador Teodosio el imperio se dividió por segunda vez. Constantinopla y Roma eran las ciudades de referencia de los sectores oriental y occidental. Ambos tuvieron a partir de allí evoluciones diferentes en todos los aspectos.

Desde el punto de vista político el imperio se dividió en provin-cias regidas por un funcionario romano. En algunos casos se permi-tió que los antiguos reyes ejercieran las funciones de gobierno, pero siempre que ellos y sus pueblos se mostraran dóciles y trabajaran al servicio de los intereses imperiales.

La seguridad en cada provincia se mantenía mediante la presencia permanente de guarniciones militares, en particular en las zonas más rebeldes.

Las relaciones de dominación del imperio respecto de los pueblos sojuzgados eran diversas según las reacciones de estos y su capacidad de adaptación. A todos se les exigía pagar impuestos, respetar el de-recho romano y servir en el ejército cuando fueran convocados. Por lo demás, si no causaban disturbios, podían conservar su cultura y su estilo de vida casi sin alteraciones. Con esto los romanos procuraban que el sojuzgamiento de los pueblos vencidos se hiciera más llevade-ro y así mantener la paz en los límites de un territorio casi imposible de controlar por completo debido a su extensión.

Entre las características de la vida cotidiana en esa sociedad se destaca su carácter predominantemente urbano. La importancia de las ciudades, que poseían cierta autonomía a la hora de su organi-zación y gobierno por cuenta propia, era mucha. De ahí que el cris-

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tianismo antiguo haya sido también una religión que se asentaba en las ciudades y se vivía en comunidades identificadas por su lugar de residencia. Esta característica urbana del cristianismo se mantiene en gran parte hasta nuestros días. La organización territorial en diócesis y arquidiócesis es un ejemplo: las sedes y nombres de los obispados y arzobispados corresponden a los de las ciudades en que se asientan.

El mundo romano se caracterizaba además por la importancia que tenían en él las vías de comunicación. Una red de caminos permitía que mercaderías y personas circularan por el imperio, y con ellos, las ideas y doctrinas se desplazaban también. Las comunicaciones maríti-mas eran no menos importantes, y, de hecho, los puertos fueron los primeros lugares donde el evangelio fue anunciado fuera de Palesti-na. Los relatos de los viajes de san Pablo dan cuenta de ello.

Desde la perspectiva cultural el imperio reunía a una gran cantidad de pueblos que conservaban sus costumbres, lenguas y culturas, aun-que en toda la extensión del mismo se imponían dos idiomas: el griego y el latín. El primero fue la lengua de la filosofía y de la cultura, pero también la del comercio internacional y la primera lengua utilizada por la Iglesia. El latín, originario de Roma, fue el idioma del derecho y de la administración. En la Iglesia se expandió su uso entre los siglos II y III.

Junto a las lenguas propias de la antigüedad los cristianos, como todos los hombres y mujeres de su tiempo, usaban todo un modo de pensar y de ver el mundo expresado en sus idiomas. A partir del siglo IV estos lenguajes delimitarán sus áreas geográficas de influencia (el griego será la lengua de Oriente y el latín la de Occidente) y con ello se marcarán dos campos culturales que tendrán una evolución dife-rente tanto en el aspecto político cuanto social y religioso.

En referencia a este último tópico la situación en el imperio roma-no era compleja pues convivían sistemas religiosos diversos. Algunos adherían a las religiones tradicionales, tanto las de tipo rural, vincu-