Historia de la arqueología en Querétaro

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2 Héctor Martínez Ruiz

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4 Héctor Martínez Ruiz

DR© 2006 Gobierno del Estado de QuerétaroOficialía MayorArchivo HistóricoMadero 70C.P. 76000, Santiago de Querétaro, Qro.

DR© 2006 Universidad Autónoma de QuerétaroCentro Universitario, Cerro de las Campanas S/NC.P. 76010, Santiago de Querétaro, Qro

Versión digital ISBN-13: 978-968-845-346-9Primera edición, noviembre de 2007Impreso y hecho en México

Lic. Francisco Garrido PatrónGobernador del Estado de Querétaro

Arq. Luis Miguel Sánchez CanterburyOficial Mayor

Poder Ejecutivo Oficialía Mayor

Estado de Querétaro

M. en A. Raúl Iturralde OlveraRector

Dr. Guillermo Cabrera LópezSecretario Académico

Dra. Aurora Zamora MendozaSecretaria de Extensión Universitaria

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5Historia de la Arqueología en Querétaro

A todos aquellos que han contribuido al conocimientode la historia antigua del Estado…

In MemoriamAna María Crespo

(1938-2004)

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6 Héctor Martínez Ruiz

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7Historia de la Arqueología en Querétaro

ÍNDICE

Presentación 9

Introducción 17

Capítulo I. Antecedentes del trabajoarqueológico en Querétaro (1530-1821) 23

1.1. Los primeros testimonios 231.2. El Siglo de las Luces 281.2.1. Fray Francisco Palou 301.2.2. Fray Francisco de Ajofrín 311.2.3. Fray Juan Agustín de Morfi 32

Capítulo II. La arqueología en el proyectode nación (1821-1876) 41

2.1. John Phillips 472.2. Mariano Bárcena 482.3. Bartolomé Ballesteros 51

Capítulo III. Positivismo y arqueología:(1876-1910) 55

3.1. José María Reyes 623.2. Manuel Orozco y Berra 693.3. Hubert. H. Bancroft 703.4. Alfredo Chavero 723.5. Antonio García Cubas 743.6. Manuel Murillo 743.7 Ignacio Pedraza 74

Capítulo IV. El triunfo de la memoria (1910-2000) 794.1. El panorama arqueológico en Querétaro 884.2. Los años de ruptura. Encuentros y desencuentros en la arqueología de México (1960-2000) 98

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8 Héctor Martínez Ruiz

4.3. Los últimos años, nuestros días: La investigación arqueológica en Querétaro (1960-2000) 1084.3.1. La arqueología en los Valles Queretanos 1224.3.2. La investigación arqueológica en el Semidesierto de Querétaro 1384.3.3. La arqueología de la Sierra Gorda de Querétaro 147

Índice de figuras 164

Bibliografía 193

Fuentes y publicaciones consultadas 217

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PRESENTACIÓN

La investigación arqueológica profesional en Querétaro es relati-vamente joven. Data de cincuenta años a la fecha. No obstante laexistencia de importantes testimonios arqueológicos en lo que hoyconocemos como estado de Querétaro —mismos que quedaronregistrados por cronistas, religiosos o viajeros de la talla de Fran-cisco Javier Alegre, Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín,Hubert H. Bancroft o Alfredo Chavero, aclara Héctor MartínezRuiz en esta obra—, su estudio sistemático quedó relegado. Du-rante la primera mitad de la centuria del XX, los estudios que alrespecto se realizaron tuvieron como objetivo central el registro yprotección del patrimonio prehispánico, no su análisis y compren-sión.

Su carácter de frontera entre las áreas culturales deAridoamérica y Mesoamérica, hizo que la región fuera relegadadentro de las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en elpaís, pues se le dio prioridad al estudio de lo que conocemos comoel complejo cultural de Mesoamérica, área que concentraba evi-dencias monumentales. El resto quedó marginado. No fue sinohasta la década de los sesenta del siglo XX cuando investigadoresprofesionales se dedicaron a estudiar de manera sistemática losvestigios arqueológicos, dándole un impulso importante a la inves-tigación arqueológica en Querétaro.

Este libro recupera, organiza y analiza la diversidad de esfuer-zos personales e institucionales que a través del tiempo se hanhecho con relación a los registros y estudios arqueológicos enQuerétaro. Con esta investigación, Héctor Martínez Ruiz ha rea-lizado una importante contribución a la historia de la arqueologíaen Querétaro, pues se dedicó a la paciente labor de rastrear lostestimonios que, desde tiempos pretéritos, viajeros, cronistas yreligiosos fueron registrando de manera escrita, sobre las carac-terísticas e importancia de los vestigios existentes en la región.Gracias a esta meticulosa labor, los interesados en tener una vi-sión panorámica sobre el desarrollo de la arqueología en esta re-

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gión frontera, y tener una primera aproximación a su historia an-tigua, tienen en este libro su más importante sistematización.

Con testimonios dispersos, aislados y no de fácil consulta —pues algunos de ellos forman parte de colecciones privadas—,Héctor Martínez Ruiz fue tejiendo y organizando la información,ubicándola en su contexto histórico y en las particularidades quela investigación arqueológica tenía en la época en que fueron es-critos. En un ir y venir de lo nacional a lo regional y de ésta o lonacional, el autor nos presenta una visión retrospectiva de lo quedesde la época colonial han significado los materiales arqueológi-cos en Querétaro: épocas históricas con características definidasy su correspondiente concepto de la arqueología. Desde la simplecuriosidad por conocer a los pueblos antiguos a partir de los ves-tigios, hasta los resultados de investigaciones científicas, donde elobjetivo ya no sólo es describir o registrar, sino clasificar, analizary estudiar. Gracias a tales testimonios, y a las investigaciones queen fechas recientes se han llevado a cabo, hoy podemos conocerde la complejidad y dinamismo que caracterizaron a los habitantesde estas regiones.

De los primeros escritos novohispanos que hacen referencia alos sitios arqueológicos queretanos, el autor destaca un reporteadministrativo y las crónicas religiosas del Santuario de la Virgende El Pueblito, aunque como el mismo autor lo aclara, en talestestimonios no hubo siquiera una descripción, ni mucho me-nos se indicó el estado en que se encontraba el lugar. Así, lamención de El Cerrito es la referencia más específica en materiade testimonios antiguos de Querétaro durante los siglos XVI yXVII. Al respecto, Héctor Martínez señala: El grado de desinte-rés llegó a tal extremo que uno de los cronistas de la épocarelató que hasta los naturales ya no advertían la presenciade los edificios en ruinas, y mucho menos que se interesaranpor ellas. Con el paso del tiempo, quedaron sepultadas o seaprovecharon sus materiales para incorporarlos en la cons-trucción de edificios coloniales

Luego, viene un largo periodo de silencios y olvido, hasta lasegunda mitad del siglo XVIII, periodo en que aparece uno de los

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primeros testimonios sobre un objeto arqueológico, del misionerofranciscano Francisco Palou, compañero de fray Junípero Serra,en su Relación Histórica de la vida del venerable padre frayJunípero Serra, y la breve mención que hace el fraile capuchinoFrancisco de Ajofrín, quien en su Diario del viaje a la NuevaEspaña, dejó para la posteridad sus anotaciones sobre su visita alSantuario de Nuestra Señora de El Pueblito, haciendo mención delos vestigios arqueológicos. Luego tenemos, en 1777, el testimo-nio del fraile Juan Agustín de Morfi, quien realizó una visita deinspección a El Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicosprovenientes del lugar. Para Héctor Martínez Ruiz, este testimo-nio representa sin lugar a dudas, el suceso más importante delinterés por las antigüedades en Querétaro, pues constituye elprimer documento escrito en que se registró el interés quedespertó en un personaje del siglo XVIII la información refe-rente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaro.

Si bien los escasos testimonios novohispanos sobre la arqueolo-gía queretana hacen referencia de manera casi exclusiva a ElCerrito, para el siglo XIX este panorama se abre gracias a losdescubrimientos efectuados en la Sierra Gorda. Un primer testi-monio al respecto —del cual el autor sólo hace mención al mismo,pues no se recupera su contenido— es el reportaje publicado enun periódico capitalino, El Sol, cuyo contenido despertó el interésdel historiador Carlos María de Bustamante. Luego, la breve re-ferencia que el jesuita Francisco Javier Alegre hace en su Histo-ria de la Compañía de Jesús, sobre El Cerrito. No será hastamediados de la centuria decimonónica cuando se presenta lo queel autor considera el primer registro documental del sitio ar-queológico de Toluquilla: la litografía publicada en el libro deJohn Phillips, México Ilustrado, mismo que contiene, también,una breve descripción del sitio prehispánico.

Las agrupaciones científicas del siglo XIX renovaron el interéspor lo antiguo, realizándose exploraciones arqueológicas que mar-carán un nuevo rumbo a la investigación arqueológica en México.En dicho contexto, Barlotomé Ballesteros emprendió diversos re-corridos por los asentamientos ubicados en la Sierra Gorda. Gra-

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cias a sus artículos publicados en el Boletín de la Sociedad Mexi-cana de Geografía y Estadística, conocemos sus observacio-nes y registros, en particular sobre las ruinas existentes en el mi-neral de El Doctor: ciudad de Ranas y ciudad de Canoas. Ensus observaciones, anotó: Nadie absolutamente nadie se ha cui-dado de la exploración de estos monumentos, que deben con-tener tesoros para la ciencia y la historia. No se equivocó. Sinembargo, tuvieron que pasar muchas décadas más para que laciencia y la historia se ocuparan de dichos lugares.

El estado arruinado y de abandono del lugar también fue de-nunciado por Mariano Bárcena, quien visitó la región de El Doc-tor en 1872. Bárcena no sólo dejó interesantes observaciones so-bre las ruinas de Toluqilla, sino que abrió, aunque sin aportar mu-chos elementos, su espectro de registro a San Juan del Río. Larecuperación de estos testimonios, su análisis y ubicación en elcontexto político y cultural de la época en que se producen, sontrabajadas por el autor en lo que conforma el capítulo segundo deesta obra.

El capítulo tercero, denominado Positivismo y arqueología:1876-1910, es para el autor de gran importancia, pues fue eneste periodo cuando surge en México el estudio científico de laarqueología. El gobierno mexicano asumió la labor de coordinar lainvestigación de los vestigios localizados en territorio nacional, através de diversas dependencias federales. Gracias a laprofesionalización que tales estudios tuvieron, José María Reyes—quien recorrió en 1879 Ranas y Toluquilla—, no solo elaboródescripciones detalladas y completas, sino que también elaboróplanos y tomó fotografías de tales lugares. Al respecto, HéctorMartínez puntualiza: Su interpretación de Toluquilla fue la másinteresante de las que se habían hecho hasta ese momento;no obstante, después de su visita, inesperadamente se perdióel interés por este lugar y se suspendieron las investigacio-nes, al parecer sólo se reanudaron hasta la tercera décadadel siglo XX.

Si bien en el periodo porfirista destacan los trabajos de JoséMaría Reyes, no fue el único. Investigaciones arqueológicas y

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descripciones fueron hechas por Manuel Orozco y Berra, HubertH. Bancroft, Alfredo Chavero, Antonio García Cubas, ManuelMurillo e Ignacio Pedraza. Luego, vino el estallido violento de laRevolución Mexicana de 1910 y su secuela de inestabilidad y con-flictos. Superada la confrontación armada, el rostro de Méxicohabía cambiado. La investigación arqueológica también.

El contexto revolucionario imprimió a la época posrevolucionariauna exaltación de los valores del indio. Al respecto, Héctor Martínezseñala que se pretendió unir el pasado con el presente a partirde la búsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradiciónperdida y cobrar conciencia de un destino común. Estos es-fuerzos son analizados en lo que conforma el capítulo cuarto yúltimo de esta obra, con el título de El triunfo de la memoria(1910-2000). Para el caso específico que interesa al autor, estelargo periodo lo divide en dos momentos: en el primero analiza elpanorama arqueológico en Querétaro en el lapso de 1910 a 1960;en el segundo, el periodo comprendido entre 1960 y 2000. Éste asu vez quedó conformado en el análisis de tres subregiones: losvalles queretanos, el semidesierto y la Sierra Gorda.

Con relación al primer periodo, Héctor Martínez destaca lostrabajos de Ignacio Marquina Barredo, considerado por el autoruno de los más eminentes especialistas en arquitecturaprehispánica; de Emilio Cuevas y Eduardo Noguera, quienesdejaron puntual testimonio del grado de destrucción en que seencontraban los sitios arqueológicos de Ranas y Toluquilla; deJoaquín Meade; del canónigo Vicente Acosta; entre otros, desta-cando la importante labor realizada por Germán Patiño, creadoren 1936 del actual Museo Regional de Querétaro y la enormerelevancia que para la investigación arqueológica tuvo, a nivelnacional, la creación del Instituto Nacional de Antropología e His-toria. En la década de los cuarenta destacan los aportes de EduardoNoguera y Carlos Margaín. El primero, volvió a señalar el lasti-moso estado de ruina y abandono en que se encontraba los sitiosarqueológicos en la región.

La importancia del segundo periodo que conforma el últimocapítulo, el autor la define de entrada al sostener: Durante los

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últimos cuarenta años, la investigación arqueológica enQuerétaro se incrementó de manera notable. Un primer estu-dio al respecto es el emprendido por Cynthia Irwin Williams, de laUniversidad de Harvard, quien exploró la región aledaña aTequisquiapan en busca de vestigios que demostraran su tempra-na ocupación. Los hallazgos permitieron determinar que la regiónhabía sido poblada, por menos, desde hacía siete mil años y que enel lugar existieron sociedades agrícolas.

Nuevas aportaciones fueron realizadas por Pedro Armillas,quien analizó la región cultural de Mesoamérica dándole una fron-tera dinámica en el tiempo. La lista de estudiosos de la arqueolo-gía queretana se incrementa significativamente al finalizar la dé-cada de los sesenta y la siguiente: Manuel Septién y Septién, Bea-triz Braniff (quien promovió los estudios de frontera en lo que lainvestigadora denominó Mesoamérica marginal), Enrique Nalda,Rosa Brambila, Margarita Velasco, José Luis Franco, AdolphusLangenscheidt, Carlos Tang Lay, Arturo Romano, entre otros. Losaportes realizados en esta etapa, señala Héctor Martínez Ruiz,sentaron las bases para una nueva etapa de la arqueología enQuerétaro, pues los descubrimientos efectuados despertaron elinterés de la comunidad académica del país.

A la lista de profesionales de la arqueología en Querétaro sesumaron más investigadores en las décadas subsecuentes, activi-dad que se vio notablemente fortalecida con la creación del Cen-tro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia.Destacan para las últimas décadas los aportes de César ArmandoQuijada, Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Miguel Argüelles, AnaMaría Crespo, Luz María Flores, Dominique Michelet, AlbertoHerrera, Rosa Brambila, Carlos Castañeda, Alejandro Pastrana,Carlos Viramontes, Antonio Urdapilleta, Elizabeth Mejía, LuisBarba y Teresa Muñoz, entre otros.

Los hombres y las mujeres que han tenido que ver con el estu-dio de la historia antigua de lo que hoy conforma el estado deQuerétaro, sus aportes, análisis y descubrimientos, así como lascaracterísticas que sus estudios tuvieron en el contexto culturalde su época, están presentes en este libro de la autoría de Héctor

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Martínez Ruiz. Apretada síntesis que abarca más de dos centu-rias, este libro reúne y congrega en sus páginas a los más impor-tantes y destacados estudiosos de la arqueología en Querétaro.Su autor elaboró esta investigación como proyecto para obtenerel grado de maestro en Historia. Hoy que se presenta como libro,quienes en algún momento tuvimos la fortuna de tener como alum-no a Héctor Martínez, nos llena de gusto y satisfacción este nue-vo logro en su vida profesional. Es uno de nuestros egresados dela Maestría en Historia que mayor compromiso, profesionalismo ypasión han tenido con la investigación y difusión de la historia deQuerétaro.

Dra. Blanca Estela Gutiérrez GragedaFacultad de Filosofía

Universidad Autónoma de Querétaro, 2006.

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INTRODUCCIÓN

La génesis de la arqueología1 es incierta, históricamentetiene diversos orígenes. Algunos autores sostienen que ocu-rrió en Europa durante el Renacimiento.2 Desde el sigloXV se despertó un interés por los objetos de la Antigüedadque se encontraban por todo el continente. Al pasar de modalos estilos románico y gótico, que marcaban el medievo, secomenzaron a ver las ruinas más antiguas, entre ellas lasde griegos y romanos, como modelos estéticos para seguir.3

A partir de ese momento, fueron imitados en la arquitectu-ra y la escultura. Este hecho no sólo implicó la recupera-ción artística de la cultura clásica, sino que, además, reno-vó el interés por el pasado, constituyéndose en el eje im-pulsor del pensamiento humanista que posteriormente se-ría característico de Occidente.

Bajo este panorama, se estableció la creencia de que la educa-ción de un caballero de buena familia no estaba completa sin unaestancia en Italia, que lo acercara a ese pasado, tan importanteno sólo en el arte de aquel periodo, sino en las formas de conductapersonal. Con ese conocimiento de primera mano se extendió aotras regiones la afición por lo antiguo.4

1Entendida como la simple curiosidad por conocer, a partir de objetos, a los pueblosantiguos. Como disciplina científica que se encarga de dar a conocer, clasificar yestudiar los objetos fabricados por el hombre con el fin de reconstruir la forma devida de las civilizaciones pasadas, su origen es bastante reciente y se remonta al finaldel siglo XIX y las primeras décadas del XX.2Para el caso de nuestro país, es conveniente recordar que las sociedadesprehispánicas también sintieron una inmensa curiosidad por el pasado. Muchoantes del surgimiento de la arqueología como ciencia, los pueblos del Méxicoantiguo manifestaron una gran curiosidad y una profunda veneración por losvestigios de las civil izaciones desaparecidas; frecuentaron los centrosceremoniales en ruinas, escarbaron en ellos, exhumaron las reliquias e imitaronlos viejos estilos. Véase Leonardo López Luján, «Historia de la arqueologíaen México I»: Arqueología de la arqueología. De la época prehispánica alsiglo XVIII en Arqueología Mexicana, núm. 52, Raíces-INAH, México, 2001,p. 20.3 Jaime Litvak King, Todas las piedras tienen dos mil años, Trillas, México, 1986,p. 12.4 Ibídem, p. 13.

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Resulta claro reconocer que el final de la Edad Media significópara el Viejo Mundo la oportunidad de renovar sus vínculos cultura-les con la Antigüedad. Sin embargo, con el descubrimiento de Amé-rica, Europa entró en contacto con culturas muy diferentes de lasuya. Los nuevos territorios estaban poblados por hombres, que re-sultaban extraños, pues tenían costumbres y tradiciones diferentesde las del europeo. Como les parecieron salvajes, no sólo se conven-cieron de que deberían ser convertidos a la verdadera fe, sino queademás era lícito esclavizar a los que se opusieran a dicho proceso.

Fue también el momento en que algunos realizaron descrip-ciones idílicas sobre los nativos, lo que propició la formación delmito del buen salvaje.5 Esta idea del hombre bueno y sano porsí, en su estado real, vino aparejada con un interés en las cosas,generalmente por las expresiones de cultura material que esa par-te de la humanidad producía y usaba. Para ordenar y comprenderlo que se describía se utilizó como punto de comparación la propiaEuropa. De tal suerte que se comenzó a nombrar y organizar elmundo americano a partir de su experiencia.6

Este primer momento se caracterizó porque los trabajos efec-tuados tuvieron un marcado corte humanista; fueron realizadosprincipalmente por misioneros y buscando describir lo que se veíay vivía en ese momento, siempre tuvieron un fin práctico, ya que,evidentemente expresaban los propósitos de la conquista y su jus-tificación teológica y moral.7

5 El mito del noble o buen salvaje se inició con el informe que realizó Cristóbal Colónde las tierras a que arribó en 1492, que no pertenecían a Catay (China), Cipango(Japón) o la India; pero en la carta que escribió a la Corona para informar de su viaje,trató de disimular su fracaso recurriendo a los relatos exóticos de Marco Polo y a losmodelos literarios propios de la mitología griega. La descripción idílica que hizoColón de la mayor parte de los grupos humanos que descubrió fue la base de estemito. En efecto, no sólo creó la visión europea del Nuevo Mundo, sino que con ellose reanimó el debate medieval sobre la exacta ubicación del Paraíso Terrenal einspiró los humanistas –como Tomás Moro–, quienes mostraron su preocupaciónpor los problemas de orden religioso y moral en la sociedad. Más adelante, JuanJacobo Rousseau retomó esta idea de la pureza original de los grupos primitivos ensu Contrato Social, escrito en 1762. Véase Emir Rodríguez Monegal, Noticias públicasy secretas de América, Tusquets Editores, España, 1984, p. 32.6 María Ana Portal y Xóchitl Ramírez, Pensamiento Antropológico en México; unrecorrido histórico, UAM-Iztapalapa, México, 1995, p. 13.7 Ibídem, p. 13.

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El indio sin los defectos de la civilización occidental, puro, ino-cente y natural, preconcebido en Europa por ensayistas comoJuan Jacobo Rousseau y Michel Eyquem de Montaigne, fue usa-do para escribir la historia de América. Se empleó para idealizar alos conquistados y poco después, también, para justificar la inde-pendencia de las colonias americanas. Las mentes que habíanconcebido la conquista como el triunfo de la justicia, la civilizacióny la religión sobre la brutalidad, la barbarie y el paganismo, virarontotalmente convirtiendo el siglo XVI en la etapa en que la injusti-cia, la crueldad y la corrupción del mundo occidental se impusie-ron sobre lo justo, lo dulce y lo puro del mundo primitivo que ha-bían formado los nativos americanos. La mentalidad había cam-biado.

Esta situación estuvo reforzada por la evidencia que aportabael arte de la América precolombina, que con su fuerza y magnifi-cencia proveyó de una sólida base para sustentar la inclinaciónpor el estudio de la Antigüedad en las enciclopédicas mentes delsiglo XVIII y, por consecuencia, abanderar las causasindependentistas.8

No resulta extraño que para el caso de la Nueva España esteproceso ideológico comenzara a gestarse entre los intelectuales crio-llos, que los llevó a lo largo de casi dos siglos a conformar un proyec-to de nación independiente en el cual tomaron el pasado prehispánicocomo propio y se declararon herederos de la gran civilización ameri-cana, considerada como similar a la de Grecia o Roma. Un ejemploclaro de este nuevo enfoque lo constituyó Carlos de Sigüenza yGóngora,9 quien manifestó su criollismo a partir de la exaltación delpasado indígena como paradigma de la grandiosidad humana.10 Elinterés de los eruditos se enfocó sobre los sitios arqueológicos en elsiglo XVIII. Muchos de los estudiosos de la época los analizaron congran rigor académico. En nuestro país, Francisco Javier Clavijero se

8 Jaime Litvak; op. cit., p. 17.9 Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Geógrafo, matemático, poeta indiano,salvador de archivos, astrólogo e historiador, es uno de los eruditos novohispanosmás importantes del siglo XVII. Introdujo el método experimental en la arqueologíamesoamericanista. Ver López Luján, op. cit, 2001, p. 27.10 Portal y Ariosa, op. cit., p. 36.

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encargó de decirnos que entre las fuentes de estudio de la historiamexicana, desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, se encontrabanlos monumentos arqueológicos.11

Para el siglo XIX, el centro de interés por lo antiguo recayó enlo exótico, era lógico que esa inquietud se extendiera a la búsque-da de curiosidades de origen extraño. Fue la época de las gran-des aventuras, de la exploración de regiones desconocidas, de losaventureros extranjeros. El mito del noble salvaje obviamenteno había durado mucho. Los viajeros obtuvieron grandes ganan-cias al escribir libros sobre sus hazañas, al tiempo que hacían pre-sentaciones donde las narraban. Incluyendo espectaculares telo-nes de fondo y juegos de luces, llevaron consigo objetos que fue-ron considerados evidencias de la Antigüedad. Esas piezas fueronincluidas en las secciones especiales de etnografía de los mu-seos, no de arqueología, eso era para los testimonios de la culturagrecorromana que se reconocían como el antepasado de lo euro-peo, por eso fueron colocadas donde se pudiera mostrar su rare-za, junto con curiosidades de la más diversa índole, como testimo-nio de la otra humanidad.

De igual forma, en este periodo se siguió por los caminos queligaron la investigación arqueológica con los intereses políticos yeconómicos de los países donde se practicaba. Los aventurerosque hasta ese momento habían realizado las exploraciones, al pasode los años, se volvieron comerciantes establecidos, llevando unavida tranquila y acomodada, al tiempo que las sociedades científi-cas, fundadas al amparo de los gobiernos positivistas, cuandomenos en México, buscaron por todos los medios, ya fuera me-diante excavaciones o restauraciones de edificios, motivos deorgullo nacional.

En México, a principios del siglo XX, la historia antigua fuemateria de investigación primordial, negación de los valores his-panos y revaloración del pasado indígena, como parte del movi-miento nacionalista de fines del siglo XIX, fomentaron la investi-gación arqueológica.

11 Julio César Olivé Negrete, «Etnohistoria y Arqueología», en Memoria: CongresoConmemorativo del Departamento de Etnohistoria, INAH, México, 1988, p. 338.

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Los descubrimientos efectuados dieron un mensaje de la mag-nificencia de aquellas épocas. Leopoldo Batres trabajó en algu-nos sitios como Teotihuacan. A esta labor también se sumaronalgunos extranjeros que llegaron a México, contribuyendo a lafundación de la Escuela Internacional de Arqueología y EtnografíasAmericanas.12 Entre los alumnos que trabajaron en dicha escuelafiguró Manuel Gamio, quien propuso que la grandeza de la épocaprehispánica debía recuperarse, como si se tratase de una edadperdida. Con este personaje se inició un movimiento teórico im-portante que durante la década de los treinta y hasta los añossesenta se conoció como la Escuela Mexicana de Arqueolo-gía.13 A partir de ese momento, el trabajo arqueológico en nuestropaís determinó la directriz política que la legitimó durante más decincuenta años, tiempo en que permaneció vigente ese movimiento.

Ya sabemos que, en esos años, la necesidad de hacer arqueolo-gía estuvo ligada a la educación del mexicano en sus raíces nacio-nales. Con este fin se propició el interés y la identificación del paíscon su pasado, por eso, el estudio arqueológico y la difusión de losinformes de tales investigaciones se orientó a las zonas que con-taban únicamente con evidencias monumentales, las cuales, ensu mayoría, poco a poco se habilitaron para el turismo, mientrasque los sitios que carecían de esta jerarquía quedaban relegados.

Querétaro fue una de las entidades federativas cuyos testimo-nios arqueológicos, no obstante haber sido mencionados por cro-nistas, religiosos y viajeros de la talla de Francisco Javier Alegre,Juan Agustín de Morfi, Francisco de Ajofrín, Hubert H. Bancroft

12 Uno de los más importantes fue el antropólogo Franz Boas (1858-1942), precursordel Particularismo Histórico, corriente antropológica surgida en Estados Unidos queproponía el estudio de una sociedad como asunto único y particular, de modo que suhistoria social fuera apreciable nada más desde la perspectiva de sus propios valores.Ver Lizandra Torres y Lina Torres, Introducción a las ciencias sociales. Sociedad ycultura contemporánea, Thomson Editores, México, 1998, p. 101.13 Que en realidad, no hizo otra cosa más que continuar la tradición de hacer unaarqueología para fines gubernamentales. Como sabemos, en México lainstitucionalización de esta disciplina, ha dependido del sostén gubernamental parasu desarrollo.Véase Luis Vázquez León, «Historia y constitución profesional de la arqueologíamexicana (1884-1949)», en II Coloquio Pedro Bosch-Gumpera, UNAM-IIA,México, 1993, p. 37.

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y Alfredo Chavero, entre otros, no se les dio la debida importan-cia durante los primeros cincuenta años del siglo XX; producto deello, sólo se realizaron esporádicos estudios que buscaron princi-palmente su registro y protección. No fue sino hasta fines de losaños sesenta cuando se incrementaron las exploraciones descu-briéndose un mayor número de asentamientos prehispánicos, loscuales demostraron la importancia que tuvo en esa época el terri-torio que hoy ocupa nuestra entidad.

A pesar de los resultados obtenidos, no se hicieron mayoresinvestigaciones. No fue sino hasta la segunda mitad de la décadade los setenta cuando se iniciaron los trabajos a cargo de Marga-rita Velasco, Rosa Brambila y Enrique Nalda, y que han continua-do hasta nuestros días gracias a una gran cantidad de especialis-tas, entre los que han destacado Ana María Crespo, Juan CarlosSaint-Charles, Alberto Herrera, Elizabeth Mejía, Daniel Valencia,Carlos Viramontes, César Armando Quijada, Antonio Urdapilletay Miguel Argüelles. Este hecho dio un fuerte impulso al desarrollode la arqueología queretana incorporándola a la historiaprehispánica de la actual República Mexicana.

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CAPÍTULO I

ANTECEDENTES DEL TRABAJO ARQUEOLÓGICO ENQUERÉTARO (1530-1821)

1.1. Los primeros testimoniosEn los tres siglos que duró el dominio español en México se ad-vierten, desde el punto de vista del interés por las antigüedadesindígenas, tres etapas: la primera y más larga va de la caída deMéxico-Tenochtitlan a 1670; la segunda fase llegó hasta 1750,más o menos, y estuvo marcada por la notable figura de Carlos deSigüenza y Góngora; la tercera y última, en la que destacó Fran-cisco Javier Clavijero, correspondió al inicio del periodo de la Ilustra-ción y terminó con la Independencia.14

Por lo regular se ha establecido que el trabajo arqueológico enMéxico inició mucho después que en Europa, esto resulta claro sireconocemos que en esos momentos, la empresa de conquista ycolonización se encontraba en su primera fase, es decir, todos losesfuerzos se encontraban encaminados a la descripción de losindios vivos, testigos de ese acontecimiento. Al principio nohubo una preocupación por la historia de esos pueblos, los pensa-dores europeos se encontraron con un mundo novedoso, que es-tudiaron a partir de sus esquemas etnocéntricos, adecuando lodescubierto a su conocimiento y religión.15 Más adelante, algunosmisioneros, conquistadores, funcionarios, autores indígenas y via-jeros iniciaron los trabajos sobre el tema. Aunque fueron básica-mente de tipo etnohistórico, etnográfico y lingüístico, algunos in-cluyeron referencias materiales, pues en varias ocasiones hicie-ron uso de datos arqueológicos para demostrar la veracidad desus afirmaciones;16 otras veces, gracias a estas fuentes, se tuvonoticia de algunos sitios, los cuales la historia oral y las fuentesescritas no habían citado.14 Ignacio Bernal García y Pimentel, Historia de la Arqueología en México, Porrúa,México, 1979, p. 19.15 Graciela González Phillips, «Antecedentes coloniales», en la Antropología enMéxico, panorama histórico. Los hechos y los dichos (1521-1880), vol. 1, INAH,México, 1987, p. 216.16 Bernal, op. cit., p. 9.

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Es necesario señalar que aunque autores como FrayBernardino de Sahagún describieron edificios, esculturasu otros objetos, no lo hicieron por un interés especial en eltema.17 Incluso llegaron a declarar que todos los vestigiosdebían destruirse18 para acabar con las idolatrías y no darcabida a futuras resistencias o permanencia de la culturade los gentiles que, sobre, todo era perjudicial para la evan-gelización de los nativos.19 Para ellos, fue clara la necesi-dad de desaparecer las huellas visibles de un pasado quese deseaba borrar. Después de todo, ésa era la misión delos frailes:20

Destruid los ídolos, echadlos por tierra, quemad, confun-did y acabad todos los lugares donde estuviesen, ani-quilad los sitios, montes, y peñascos en que los pusie-ron, cubrid y cerrad a piedra y lodo las cuevas donde losocultaron para que no se os ocurra al pensamiento sumemoria; no hagáis sacrificios al demonio, ni pidáis con-sejos a los magos, encantadores, brujos maléficos, ni adi-vinos, no tengáis trato ni amistad con ellos, ni los ocul-téis, sino descubridlos y acusadlos; aunque sean vues-tros padres, madres, hijos, hermanos, maridos o mujerespropios; no oigáis ni creáis a los que os quieren engañar,aunque los veáis hacer cosas que os parezcan milagros,porque verdaderamente no lo son, sino embustes del de-monio para apartaros de la fe.21

Sin embargo, a pesar de este furor iconoclasta, los misionerosmostraron interés por el estudio de estos materiales, llegando en

17 Véase Fray Bernardino de Sahagún, «Confutación» del libro primero «Quehabla del principal dios que adoraban los naturales de esta tierra que es laNueva España», en Historia General de las Cosas de Nueva España, Porrúa,México, 1999, p. 64.18 No obstante que, desde 1575, la Corona española, a través de las Leyes deIndias, había establecido que las ruinas de los edificios prehispánicos, como lossantuarios, los adoratorios, las tumbas y los objetos que allí se encontrasen,pertenecerían a la Real Propiedad. Véase Julio César Olivé Negrete y AugustoUrteaga Castro-Pozo, INAH, una historia, INAH, México, 1988, p. 8.19 González, op. cit., p. 200.20 Véase a Bernal, op. cit., p. 38, y Castro, 1996, p. 75.21 Fernando Benítez, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, Era,México, 1997, p. 117.

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muchos casos más allá de las exigencias religiosas, pues descri-bieron, no sin cierta curiosidad, los templos y las tumbas, los mo-numentos del tiempo de la gentilidad.

En este contexto, se dio la primera mención de un sitio ar-queológico en Querétaro: El Cerrito,22 que apareció registradoen el Album de la Coronación Pontificia de Nuestra Seño-ra del Pueblito (1946); el documento contiene informaciónproveniente del primer tercio del siglo XVII, donde se men-ciona que:

Al sudoeste y a poco más de ocho kilómetros de las in-mediaciones de la Ciudad de Querétaro, se halla un pue-blecito de indios […] llamóse a este pueblo San Francis-co Galileo, ignórase la fecha de fundación, [pero] conta-ba ya un siglo la entonces villa, más los indígenas delPueblito y los alrededores […] aunque asistían al cate-cismo, al santo sacrificio de la misa y a otras prácticascristianas, subían por la noche a la pirámide llamada GranCué a adorar a sus antiguos ídolos y a entregarse a losritos de la gentilidad.23

El texto no hace mayor alusión al lugar, por lo que no setienen muchos datos sobre alguna toponimia anterior que hi-ciera referencia al sitio, sin embargo:

En la Relación de Querétaro,24 escrita a finales del siglo XVI[se] menciona, entre los pueblos sujetos a Querétaro, unoque podría asociarse a este asentamiento prehispánico: elde San Antonio Anbanica, que quiere decir Templo Alto, enotomí.25

22 Este asentamiento prehispánico ha recibido diversos nombres a lo largo de lahistoria, durante el siglo XVIII, se le conoció con los nombres de El Pueblito,Gran Cué, Cerro Pelón y Monte del Cascajo.23 Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Pueblito, tomo 1,Talleres Litográficos del Sagrado Corazón, México, 1948, p. 17.24 Pa ra Dav id Wr igh t , e l o t ro nombre con que se l e conoc ía a e s t edocumento: Descripción de Querétaro, era erróneo, debía ser RelaciónGeográfica de Querétaro, escrita en 1582 por el escribano Francisco Ramosde Cárdenas y no por el alcalde mayor Hernando de Vargas. Ver DavidWright. Querétaro en el siglo XVI, Documentos de Querétaro, núm. 13,Dirección de Patr imonio Cultural , Gobierno del Estado de Querétaro,Querétaro, 1989, p. 192.25 Daniel Valencia, «Exploraciones en El Cerrito» en Jar Ñgú, INAH, México,1999, p. 73.

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Como vemos, la mención de El Cerrito, la referencia más espe-cífica en materia de testimonios antiguos de Querétaro durantelos siglos XVI y XVII,26 estuvo en función de un reporte adminis-trativo y de las crónicas religiosas del Santuario de la Virgen de ElPueblito,27 no hubo siquiera una descripción, ni mucho menos seindicó el estado en que se encontraba el lugar. No resulta extrañopor lo tanto, que el interés por la arquitectura prehispánica de laregión central del país fuera mucho menor que por la del áreamaya;28 es posible que el estado de conservación, las crónicas ylos hallazgos hayan influido en este hecho, de ahí la ausencia detrabajos.

Por su parte, David Wright, en un análisis del CódiceMendocino, en la foja 31 recto, al observar lo que era la provin-cia de Jilotepec, abajo del glifo que representaba a esta comuni-dad, se percató de que se hacía referencia a los pueblos que letributaban y uno de ellos resultó ser Tlachco, representado es-quemáticamente por una cancha para el juego de pelota, asen-tamiento que algunos historiadores habían situado en Querétaro.Uno de los principales defensores de esta idea, Manuel Septién ySeptién (1967), sostuvo que ese pueblo de Tlachco, debió ser ElCerrito, ya que era la zona arqueológica de mayor importanciaque existía en toda la región. Fundamentaba su propuesta en una

26 A pesar de que las mercedes reales que se dieron durante el periodocolonial en Querétaro, son documentos que nos ofrecen información sobrela existencia de cées, cuisillos o terremotillos (sic), como se les conocíaen esta época a los edificios antiguos, en realidad, son pocos los casos enlos que se describe su carácter arquitectónico o su estado de conservación.Véase José Anton io Cruz Range l , «Queré ta ro en los umbra les de l aconquista», en Indios y franciscanos en la construcción de Santiago deQuerétaro (siglos XVI y XVII) , México, Archivo Histórico de Querétaro,1997; y Juan Ricardo Jiménez Gómez, Mercedes reales en Querétaro. Losorígenes de la propiedad privada 1531-1599 , Universidad Autónoma deQuerétaro, Querétaro, 1996.27 Informes de este tipo fueron hechos también durante los siglos XVIII, XIX eincluso XX. Algunos de los más conocidos son de Hermenegildo Vilaplana (1785),Joseph María Zelaá e Hidalgo (1803), Valentín F. Frías (1923), Vicente Acosta(1932 y 1962), Cesáreo Munguía (1946), Jesús García Gutiérrez (1946), José GuadalupeRamírez Álvarez (1949), Aurora Castillo y Genoveva Orvañados (1987), además deIgnacio Frías y Camacho (s.a.), entre otros.28 González, op. cit., p. 222.

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nota que Carlos de Sigüenza y Góngora escribió en Glorias deQuerétaro (1680), donde afirmaba que esa ciudad ya existía des-de antes de 1446, cuando el tlatoani mexica MotecuhzomaIlhuicamina la sometió ese año, junto con las provincias deXilotepec y Hueychapan. De ser cierta esta suposición, sería unade las primeras referencias de un sitio considerado ahora arqueo-lógico, que podría ser El Cerrito. Sin embargo, en su obra, el autordesechó esta posibilidad pues afirmó que el citado pictograma deljuego de pelota en el Códice de Mendoza y en la Matricula deTributos, se refería al pueblo llamado hoy Tasquillo, en Hidalgo.29

Fuera de esta anotación, la situación no cambió y durante estetiempo y hasta 1670, según Ignacio Bernal, en la Nueva España,no se tenían noticias sobre estudios llevados a cabo sobre los res-tos materiales, ni abundaron las exploraciones de los anticuarios,como las que se hacían en Europa. El grado de desinterés llegó atal extremo que uno de los cronistas de la época relató que hastalos naturales ya no advertían la presencia de los edificios en rui-nas, y mucho menos que se interesaran por ellas.30 Con el pasodel tiempo, quedaron sepultadas o se aprovecharon sus materia-les para incorporarlos en la construcción de edificios coloniales.31

Aunado a esta situación, el gobierno español, durante buenaparte del régimen virreinal, mantuvo una política rígida hacia lapresencia de extranjeros en sus colonias americanas. Por ello elreducido número de viajeros, particularmente en el periodo quenos ocupa. Algunos de los que llegaron, aunque ajenos al interésarqueológico, hicieron breves descripciones sobre sitios y mate-riales provenientes del área maya y del altiplano central, sin em-bargo no aportaron datos relativos al territorio queretano. Para1670, el mundo indígena y la conquista estaban muy atrás, elVirreinato se encerró en sí mismo desinteresándose en generaldel México antiguo.32

29 Véase David Wright, op. cit., 1989, p. 44.30 En este sentido, es probable que esto sólo haya sido en parte, pues es un hecho quelos indígenas mantuvieron ciertos ritos del pasado y siguieron congregándose en susantiguos lugares de culto. De esto dieron cuenta Jerónimo de Labra, Francisco deAjofrín y Agustín de Morfi, para el caso de Querétaro.31 González, op. cit., p. 238.32 Bernal, op. cit., p. 45.

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Así, el pasado indígena careció de relevancia para la sociedadnovohispana de la época, pero a finales del siglo XVII, la situacióncambió y se propuso que las antigüedades fueran consideradascomo evidencia histórica de los pueblos sometidos.33 En este pe-riodo, se dieron cambios importantes y aparecieron los primerossíntomas de lo que sería característico en la época siguiente. Conlas ideas de la Ilustración se retomaron los principios que habíansido abandonados durante los primeros años de ese siglo y quellevaron a la concepción de un nuevo tipo cultural: el criollo. Estopromovió la necesidad de estudiar la vieja historia con un apasio-nante deseo de conocerla.34

1.2. El Siglo de las LucesEl siglo de la Ilustración marcó el comienzo de la arqueologíaen México. En 1759, al asumir el trono, Carlos III mostró inte-rés en que se conocieran las antigüedades de las posesionesespañolas. Esto fue determinante para que en España se rea-lizara una colección con objetos provenientes de sus coloniasamericanas. Con este rey, ascendió la Ilustración al trono es-pañol y por primera vez la Corona promovió las exploracionesarqueológicas.35 José de Gálvez, entonces ministro del Conse-jo de Indias, giró instrucciones a Antonio de Ulloa36 para queiniciara la empresa, la cual en poco tiempo logró reunir variosobjetos provenientes de los sitios arqueológicos, entre los quedestacaban esculturas, armas y herramientas.37

33 Ver Joseph Joaquín Granados y Gálvez. Tardes americanas, CONDUMEX, México,1984.34 Bernal, op. cit., p. 46.35 Eduardo Matos Moctezuma, «Historia de la arqueología en México II: LaArqueología y la Ilustración (1750-1810)» en Arqueología Mexicana núm. 53,Raíces-INAH, México, 2003, p. 25.36 Antonio de Ulloa (1716-1795) fue un distinguido científico y marino español.Miembro de la Royal Society de Londres y de las Academias de Ciencias de París,Copenhague y Estocolmo, participó por encargo del ministro del Consejo de Indiasde España, José de Gálvez, en una de las más destacadas expediciones científicas quetuvieron lugar en el siglo XVIII. Ver Diccionario Porrúa de Historia, Biografía yGeografía de México (R-Z), Porrúa, México, 1995, p. 3612.37 González, op. cit., p. 240.

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Tal empresa, monumental desde su concepción, para el casode la Nueva España recayó en los criollos; como era de espe-rarse, disgustados con los peninsulares que detentaban el po-der y ante la necesidad de la defensa de lo americano, produ-jeron varias obras de corte histórico donde enunciaron loserrores de los escritores en torno a América; no vacilaron enrealizar estudios sobre el pasado prehispánico y ser los prime-ros en hacer exploraciones francamente arqueológicas, cuyafinalidad fue la de utilizar los vestigios como evidencia de unpasado glorioso, prueba irrefutable de una historia a la alturade la europea.38

La obra de Francisco Javier Clavijero39 se inscribe en estecontexto y representa la piedra angular de todo el pensamientocriollo a través de su libro Disertaciones e Historia antigua deMéxico. Clavijero fue uno de los eruditos que se preocupó porestudiar las culturas prehispánicas, en especial su arquitectura.Para él, un edificio manifestaba el carácter y la cultura de la gen-te. No se conformó con escribir de oídas, sino que visitó algunossitios. Levantando mapas y dibujos completó sus investigaciones;dejando atrás las meras descripciones superficiales, hizo un tra-bajo exclusivamente arqueológico.40

Con la resignificación del legado antiguo, la investigación retomóuna nueva modalidad, el trabajo se caracterizó también por elincesante afán de coleccionar todo tipo de manuscritos que inclu-yeran información histórica de objetos antiguos. Lógicamente, estepensamiento fue exclusivo de un grupo de criollos, pues reflejabasu deseo de glorificar el México Antiguo con el objetivo funda-mental de fomentar un sentimiento de nacionalidad,41 el cual no

38 Portal y Ramírez, op. cit., p. 41.39 Francisco Javier Clavijero (1731-1787). Ilustre erudito criollo, miembro de laCompañía de Jesús, que se alejó de los sistemas tradicionales de enseñanza novohispanae impulsó el nacionalismo criollo. A través de sus obras Disertaciones e Historiaantigua de México, buscó romper con las formas europeas de ver el mundo y lahistoria de América. Su primer biógrafo, el padre Maneiro, lo consideraba el creadorde la Historia de México. Véase Mariano Cuevas, «Prólogo», en Francisco JavierClavijero, Historia antigua de México, Porrúa, México, 1991.40 Bernal, op. cit., p. 73.41 Ibídem, p. 50.

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fue compartido por toda la sociedad novohispana, ya que el inte-rés de este grupo vino acompañado de fines políticos, por lo quelos españoles que tenían acomodo en el orden colonial vieron conmalos ojos esta nueva modalidad.

Lo trascendente para la arqueología fue que por vez primera serealizaron exploraciones arqueológicas y se procuró preservar lossitios y los objetos, incluso se pensó en establecer una academia enla Ciudad de México en 1746, cuya función sería la de investigar lasfuentes documentales y probablemente también los vestigios arqueo-lógicos de las culturas indígenas, en términos de una búsqueda de susignificación a la luz de una historia abierta y universal.42

En esos años, en Querétaro, se inició la pacificación y reduc-ción de los chichimecas jonaces de la Sierra Gorda (1740), y aun-que los Labra, responsables de la campaña, rindieron un informede esas actividades, sólo se limitaron a decir que los indígenascomo apostatas, se mantenían en sus viciosas costumbres y ociode su gentílica naturaleza.43

Además, se hizo un reporte del grado de destrucción que exis-tía en las ruinas que se localizaban cerca de Apapátaro, el cualhabía sido provocado por los dueños de la hacienda de Bejil alordenar la extracción de piedra para hacer cercas, lo que se de-mostraba por lo excavaciones que había en la zona.44

1.2.1. Fray Francisco PalouUno de los primeros testimonios sobre un objeto considerado aho-ra como arqueológico fue el que proporcionó fray FranciscoPalou.45 En su Relación Histórica de la vida del venerablepadre fray Junípero Serra, escrita en 1787, relató que:

42 Miguel León Portilla, op. cit., p. 57.43 Jerónimo de Labra, «Manifiesto de lo precedido en la conquista y reducción delos indios chichimecos jonaces de la Sierra Gorda, distante de México 35 leguas»,en Jaime Nieto, Los habitantes de la Sierra Gorda, UAQ-CEIA, Querétaro, 1984,pp. 46-87.44 AGN, tierras, v.2765, exp. 15, tomado de Cruz, op. cit., p. 30.45 Francisco Palou (1722?-1789). Misionero Franciscano. Nació en Mallorca.Compañero de fray Junípero Serra. Guardián del Colegio de San Fernando y presidentede las misiones de California. Encabezó, junto con aquél, el grupo de franciscanosque reemplazó a los jesuitas en Baja California (1768). Fundador de la misión de SanFrancisco (1776) en la Alta California. Ver Diccionario Porrúa (L-Q) 1995, p. 2621.

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[En 1759, después de efectuada la conquista espiritual] y dejan-do a los indios con la instrucción que se ha dicho, [el padreSerra] se llevó consigo, como despojo del victorioso triunfo quehabía conseguido contra el infierno, al principal ídolo que ado-raban como Dios aquellos infelices. Éste era una cara perfectade mujer fabricada de tecale, que tenían en lo más alto de unaencumbrada sierra, en una casa como adoratorio o capilla, a laque se subía por una escalera de piedra labrada, por cuyos la-dos y en el plan de arriba, había algunos sepulcros de indiosprincipales de aquella nación pame que antes de morir habíanpedido los enterrasen en aquel sitio.El nombre que daban al referido ídolo era el de Cachum, esto es,madre del Sol, que veneraban por su Dios [y que los] mismosindios ya convertidos, le entregaron [al padre Serra] el citadoídolo Cachum, que llevó a nuestro Colegio de San Fernando, yentregándolo al reverendo padre guardián, mandó éste se pu-siera en el cajón del archivo perteneciente a los documentos ypapeles de dichas misiones, para memoria de la espiritual con-quista.46

Como era de esperarse, la pieza fue entregada al fraile en unacto de evangelización, los pames conversos como prueba de sufe, le ofrecieron la escultura. Además, resulta interesante la des-cripción del templo donde se encontraba depositada la imagen.47

Palou no refiere el lugar exacto de la Sierra Gorda donde ocurrióel acontecimiento, en cambio, sí menciona que la pieza incautadafue remitida a la Ciudad de México.

1.2.2. Fray Francisco de AjofrínEn 1764, el fraile capuchino Francisco de Ajofrín,48 que venía co-misionado por el nuncio apostólico en España, monseñor Pallavicini,

46 Fray Francisco Palou, Relación histórica de la vida del venerable padre frayJunípero Serra, Porrúa, México, 1983, p. 24.47 Aunque el fraile refiere que había muchísimos idolillos que se dieron al fuego, enrealidad, sólo se limitó a describir la imagen de la deidad más importante de losindígenas. Véase Palou, op. cit., p. 23.48 Fray Francisco de Ajofrín (1719-1789). Fraile capuchino conocido por ser unviajero infatigable que se dedicó a indagar y escribir sobre los sitios que visitaba,desde su historia, la traza urbana, los edificios e instituciones, hasta el clima, geografía,las costumbres y devociones, así de como sus personalidades. «Francisco de Ajofrín»en Diccionario Porrúa (A-C) 1995, p. 77.

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para recabar limosnas,49 al efectuar un recorrido por algunas pro-vincias del Virreinato, llegó a Querétaro, entre marzo y abril deese año, donde permaneció casi un mes recogiendo datos y do-nes del ambiente conventual de la ciudad, a la que describió en suDiario del viaje a la Nueva España. Precisamente en una desus anotaciones sobre su visita al Santuario de Nuestra Señora deEl Pueblito, hizo una mención de los vestigios arqueológicos que,aunque fue breve, resulta interesante:

[Cerca del Templo de Nuestra Señora de El Pueblito, los natura-les veneran] a un famoso ídolo en el cerrito, fabricado a mano,que aún el día de hoy se conserva a corta distancia del Santua-rio…50

Es indudable que el montículo citado debió llamar la atencióndel fraile, a tal grado que lo incluyó en un dibujo que realizó dellugar.51 En él se observa el Santuario de Nuestra Señora delPueblito, el caserío de San Francisco Galileo y El Cerrito, comouna elevación sobre la que se aprecia una escalinata y los posiblescuerpos del basamento piramidal (Fig. 1).52

1.2.3. Fray Juan Agustín de MorfiEl siglo XVIII se inició con grandes transformaciones en Europa.En 1713, España sufrió un cambio dinástico, los Habsburgo fue-ron substituidos por la casa de Borbón, la cual a mediados delsiglo comenzó a implantar una serie de reformas que obedecían auna nueva concepción de Estado. En la Nueva España, los cam-bios se sintieron de inmediato, pero no se aplicaron formalmente,sino hasta que Carlos III (1759-1788) ascendió al trono, cuando,en 1765, se encargó al visitador José de Gálvez su imposición enla Colonia; sin embargo, se consolidaron durante el reinado deCarlos IV (1788-1808). A grandes rasgos, dichas reformas pre-tendían imponer los principios básicos del despotismo ilustrado, es

49 Heriberto Moreno, «Introducción», en Francisco de Ajofrín, Diario del Viaje a laNueva España, SEP-Cultura, México, 1986, p. 11.50 Francisco de Ajofrín, en Daniel Valencia Cruz, El Cerrito, santuario prehispánicode Querétaro, INAH-CONECULTA-Municipio de Corregidora, México, 2001, p. 9.51 Es muy posible que este sea el primer registro gráfico del sitio arqueológico.52 Valencia, op. cit., p. 8.

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decir, los intereses del monarca y del Estado sobre los de indivi-duos y corporaciones, el desarrollo de la industria, el comercio y laagricultura a partir de sistemas productivos más racionales, el cre-ciente interés por desarrollar el conocimiento científico y técnicoa través de la investigación, de publicaciones, de datos geográfi-cos e históricos, de expediciones científicas costeadas por la Co-rona etc., y la difusión de las artes.53

Con la aplicación de las reformas borbónicas se reafirmó el cre-ciente deseo de estudiar las antigüedades mexicanas;54 aumentó elinterés por los vestigios arqueológicos y la vieja situación todavíaprevaleciente hasta las primeras décadas de este siglo, de considerarque algunos sitios de los valles centrales y la zona maya eran losúnicos focos culturales se dejó a un lado, aunque la importancia deestudiar las áreas desconocidas y considerarlas igualmente impor-tantes, hubo de tardar mucho en reconocerse plenamente.55

Sin lugar a dudas, el suceso más importante del interés por lasantigüedades en Querétaro durante este periodo ocurrió en 1777.El fraile Juan Agustín de Morfi56 realizó una visita de inspección aEl Cerrito y escribió sobre los objetos arqueológicos provenientesdel lugar. El franciscano acompañaba al caballero Teodoro de Croixen su recorrido hacia las regiones internas del Virreinato.

Las causas de este viaje merecen un análisis detallado, pueslas circunstancias que lo propiciaron, se articularon a la visitade José de Gálvez57 a la Nueva España en 1765. Su llegada53 Portal y Ramírez, op. cit., p. 36.54 González, op. cit., p. 246.55 Bernal, op. cit., p. 74.56 Juan Agustín de Morfi (1735-1783). Religioso integrante de la Orden de SanFrancisco, perteneciente a la Provincia del Santo Evangelio de México y conocidocatedrático del Colegio de Santiago de Tlatelolco. Insigne orador y escritor, autor devarias obras sobre la empresa de evangelización en el norte de la Nueva España. VerErnesto de la Torre, Lecturas históricas mexicanas, tomo I, UNAM, México, 1994,p. 674.57 José de Gálvez (1720-1787). Marqués de la Sonora. Fue secretario del duqueJerónimo de Grimaldi y ministro del Consejo de Indias; se le nombró visitadorgeneral del Virreinato de Nueva España, cargo que desempeñó de 1765 a 1771, conplenos poderes y funciones de inspección. Como resultado de su gestión, se creó ladivisión administrativa de intendencias, se actualizó el sistema de tributación y secreó un ejército regular. Además, favoreció las misiones franciscanas en California yla colonización de Sonora. A su vuelta a España, fue ministro de Indias desde 1775hasta su muerte. «José de Gálvez», en Diccionario Porrúa (D-K) 1995, p. 1364.

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tuvo intereses políticos y en realidad su finalidad fue la dereorganizar la hacienda pública.58 Al observar que las regio-nes norteñas de la Colonia estaban demasiado alejadas de lacapital, propuso la creación de un gobierno en aquella región,buscando con esto hacer frente a los problemas de organiza-ción de este vasto y rico territorio. Este proyecto fue apoyadopor el entonces virrey Carlos Francisco, marqués de Croixdesde enero de 1768, pero al ser aprobado por el rey de Espa-ña, en 1769, se atrasó su ejecución algunos años, al parecer,con la finalidad de buscar al hombre apropiado para confiarleun cargo de tanta responsabilidad.

El 22 de agosto de 177659 se expidió un documento que expli-caba los motivos para la creación de la Comandancia de lasProvincias Internas; el hombre elegido para hacerse cargo deese puesto resultó ser Teodoro de Croix, quien era sobrino delvirrey.60 El caballero llegó a México en diciembre de 1776, e in-mediatamente se dedicó a la organización de cuerpos militarespara emprender el reconocimiento de los territorios que adminis-traría.

Una vez terminados los preparativos de la marcha, el caba-llero de Croix tuvo el acierto de solicitar por escrito en 25 dejulio de 1777 a fray Isidro Murillo, provincial de la provinciafranciscana del Santo Evangelio, que ordenara a fray JuanAgustín de Morfi lo acompañase en su viaje en virtud desanta obediencia para emplearlo oportunamente en serviciode Dios y del Rey.61

58 Vito Alessio Robles, «Noticia biobibliográfica y acotaciones», en Juan Agustín deMorfi, Viaje de indios y diario del Nuevo México, Porrúa, México, 1980, p. 21.59 Para Vito Alessio Robles, en esa fecha se habían creado las intendencias,lo que no pudo haber s ido, ya que tan sólo la real ordenanza para suestablecimiento llegó a la capital del Virreinato el 28 de abril de 1781 yaquellas se erigieron por ley el 4 de diciembre de 1786. Únicamente la deArizpe fue anterior. Véase Ricardo Rees Jones, «Introducción», en RealOrdenanza para el establecimiento e instrucción de intendencias de ejércitoy provincia en el reino de la Nueva España, 1786, México, UNAM, 1984:XI; y Edmundo O’ Gorman, Historia de las divisiones territoriales deMéxico, Porrúa, México, 1994, p. 16.60 O’ Gorman, ibídem, p. 16.61 Alessio, op. cit., p. 30.

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[…] En la selección del fraile, quizá intervino más que nada elconocimiento que éste poseía de la región norte del Virreinato,así como su reconocida fama de trabajador incansable, quetodo veía y anotaba durante todos sus viajes.62

Por este motivo, el religioso se involucró en el recorridodurante el cual registró en su Diario todos los lugares visitados.Es conveniente mencionar que, por esta razón, el padre colector,Francisco García Figueroa, escribió una nota aclaratoria al iniciode la obra, donde menciona que:

Aunque en la lista y también en la Real Orden se llama a estaobra: Viaje de Indios y Diario del Nuevo México, propiamentees el derrotero que llevó al Señor Comandante de Croix desdeMéxico hasta la provincia de Texas, en compañía del reverendopadre fray Juan Agustín de Morfi, quien detalló en este escritotodas las particularidades que se presentaron a su observacióncon aquel arreglo…63

En la parte relativa a su paso por la ciudad de Querétaro, ente-rado de que en la población de San Francisco Galileo se localiza-ban unas ruinas, decidió visitarlas. Morfi refiere que:

Habiendo tenido noticia de las excavaciones que se estabanhaciendo [en el sitio], resolvimos ir a excavarlas el Corregidorcon su escribano, el ingeniero D. Carlos Duparguet y Yo. […]Al sur de Querétaro y legua y media de distancia de esta ciudadestá la población llamada San Francisco Galileo. [Trasladándo-nos a esta localidad] nos dirigimos desde luego a la casa delseñor cura [que] vive inmediato a la nueva iglesia; [nos recibió],obsequió con sumo agrado e instruido de la causa de nuestroviaje se dispuso a enseñarnos sus descubrimientos, insinuán-donos el sentimiento que tenía de que no pudiésemos ver lospreciosos, por haberlos remitido ya al actual Ilmo. Sr. Arzobispode México por cuyo encargo aseguraba haber emprendido lasexcavaciones …64

El religioso describió algunos de los objetos arqueológicos queel cura conservaba en su parroquia:

62Ibídem, p. 34.63 Idem: 34.64 Juan Agustín de Morfi, «Parte relativa a la descripción de la zona arqueológicade El Cerrito» en Diario del viaje a la provincia de Texas. Ed. Tip. y Lib. delSagrado Corazón, Querétaro, 1913, p. 2.

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En el patio interior de su casa estaba una cabeza taladrada ver-ticalmente, que cuando entró al curato la encontró sirviendo depeana a una Santa Cruz, y de donde la quitó, temeroso de algunasuperstición e idolatría de los naturales. Había allí muchas figu-ras de una vara de alto y que según parece, sirvieron depedestales en algún edificio: dos de ellas eran de cuerpo entero;de otra se conserva el cuerpo entero; de otra se conserva lacabeza y las demás estaban hechas pedazos. Me regaló unospedernales para flechas y otra para lanza...65

Algunos dibujos del franciscano complementaron la descrip-ción de la escultura encontrada en El Cerrito: un atlante con losbrazos en alto, la cabeza de un personaje y un chac mool (fig.2).66

En una piedra como de tres cuartos en cuadro, se veían laspiernas de un hombre desde las orillas vestidas, y con los lazosen los calzados de modo de nuestros antiguos españoles. Fueradel cementerio estaba una estatua que representaba a un hom-bre de tamaño natural, pero en una posición violentísima, ellaestá acostada de espaldas, los codos apoyados en el suelo, lasmanos tendidas sobre el estómago con las palmas al cielo, yseparadas por una patena o adorno circular que tiene en el om-bligo; las rodillas unidas al vientre; y los talones pegados alcuerpo, el rostro al revés de lo natural mirando al horizonte ycon la barba sobre la espalda. Esta figura o ídolo es el máscompleto que se había encontrado, y por su pesadez no se en-vío a México…67

Morfi continuó con la descripción de los objetos arqueológicos,entre los cuales había:

Piedras de diferentes tamaños y figuras, que fueron al pareceradornos y remates del edificio, entre ellas se singularizaban al-gunas, que según manifestaban habían servido en las puertas ocornisas [de los edificios] cuyas labores formaban cruces deCaravaca muy perfectas…68

65 Idem, p. 3.66 Sobre las ilustraciones de Morfi, véase Héctor Martínez Ruiz «Fray Juan Agustínde Morfi y el Diario de Indios y Viaje del Nuevo México» en Los Cronistas, núms. 42y 43, México, Cronistas municipales del estado de Querétaro, 2003.67 Morfi, op. cit., p. 3.68 Idem, p. 3.

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37Historia de la Arqueología en Querétaro

En el lugar que ocupa el actual Santuario de la Virgen de ElPueblito, los vestigios que hasta hace unos años se observaban –hiladas de piedras, elevación del terreno y tiestos– confirmaron lainformación que había aportado la Relación de Querétaro, deque ya existía un asentamiento prehispánico en el territorio dondese fundó San Francisco Galileo.69 Esta noticia también fue con-firmada por el cura del lugar, que había excavado en unas habita-ciones antiguas y rescató algunas muestras de cerámica. La des-cripción de esas ruinas también fue hecha por Morfi.

Pasamos de aquí como a doscientos pasos de la habitación,donde vimos una pequeña ruina, y aunque el cura la tiene comoobra de la antigüedad, y asegura haber hallado en ella algunosmonumentos que lo acreditan y que remitió a México; sin em-bargo, Yo nada encontré allí que lo comprobase, pues advertílos miserables fragmentos de una fábrica mezquina de adobesdividida en dos pequeñísimas piezas…70

Más adelante, cuando los viajeros terminaron de revisar losobjetos que se encontraban en el Santuario, se dirigieron a lasruinas de El Cerrito:

Continuamos como a un cuarto de legua al mismo rumbo hastala lometa natural que tendría diez varas de elevación sobre elllano. Encima de ella hacia el sur, se descubre un edificio cuadri-longo de grande extensión, que por no ser la excavación profun-da sólo presenta una como cornisa. Los trabajadores desemba-razaron hasta ahora como media vara de la fábrica que ya por simisma se hacía ver sobre el terreno. Se advierte, sin embargo, ensu centro una puerta, que, por su pequeñez y por no haberseacabado de destruir, no se discierne si es la principal de la facha-da, o alguna otra de las interiores.71

Ya en el sitio, el padre Morfi se detuvo a describir las estructu-ras y sus materiales de construcción:

En la construcción de estas paredes o cornisas, no se usó de lacal y arena; las piedras están unidas con una especie de barro oargamaza que parece tepetate blanco y de competente solidez.

69 Francisco Ramos de Cárdenas, «Relación Geográfica de Querétaro», en Wright,op. cit., p. 176.70 Morfi, op. cit., p. 4.71 Idem, p. 4.

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En las proximidades de este cuadrilongo, a distancia de cin-cuenta pasos y al parecer independientes, se hallan ruinas depequeños edificios, uno al oriente con divisiones y otro al po-niente, donde sacaron los ídolos o figuras y unas piedras sóli-das, blancas pulidas, redondas y taladradas por su centro, comodestinadas a servir de adorno. En este último se ha descubiertoel pavimento que en lugar de ladrillo está formado por la propiaargamaza que une las piedras del edificio grande. Esta loma sir-ve de base a un cerrito que al norte de las excavaciones selevanta sobre ella un pan de azúcar y que tendrá unas treintavaras de elevación perpendicular. Subimos a su cima con grantrabajo por la mucha pendiente y poca solidez del terreno […]Examinamos con la mayor intención la estructura del cerrito, yno nos quedó duda de ser artificial y construido por la mano dehombres. Todo él se compone de capas alternadas de lodo ypiedra suelta, semejante a la que rueda en el llano, y todas deesta magnitud, que sin dificultad pudieron confundirse hasta lacumbre. Formaba ésta una pequeña mesa de doce varas de pro-fundidad y de diámetro tres, sin sacar otro fruto de su trabajo,que la demostración de su estructura en capas de piedra y delodo, como se advierte exteriormente desde la falda…72

El ingeniero Carlos Duparguet también registró el sitio arqueo-lógico y las muestras de escultura, el chac mool, el atlante y lacabeza de un personaje que el párroco de San Francisco Galileotenía en su poder (fig. 3).73

Por su parte, el franciscano dibujó el gran basamento y la plata-forma del recinto tal y como se encontraba en 1777 (fig. 3); lasanotaciones que realizó las integró en su diario, que más tarde fuepublicado con el nombre de Viaje de indios y diario del NuevoMéxico.74

Después de la visita al santuario y de la descripción del sitio,siguieron su camino con el caballero Teodoro de Croix rumbo alnorte; mientras tanto, el lugar fue olvidado, salvo quizá por loslugareños y gente de la ciudad de Querétaro.

72 Idem, p. 4.73 Acerca de estos dibujos es conveniente mencionar que más adelante fueronreproducidos en las obras de algunos autores, como Carlos Arvizu (1984), José FélixZavala (1990) y Rafael Roa Torres (1994).74 Cfr. Juan Agustín de Morfi, Viaje de indios y Diario del Nuevo México, Porrúa,México, 1980.

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39Historia de la Arqueología en Querétaro

El diario de Morfi es el primer documento escrito en que seregistró el interés que despertó en un personaje del siglo XVIII lainformación referente a un sitio arqueológico ubicado en Querétaroy, a la vez, es un testimonio sobre los trabajos de exploración queya se realizaban desde tiempo atrás, ambos eran ejemplos de lanueva postura ilustrada, en la que se hizo cada vez más evidenteque el estudio de la historia antigua de los nativos americanos erauna idea que el religioso compartía con el cura de la parroquia deSan Francisco Galileo, el arzobispo de la Ciudad de México y lasautoridades de España que ordenaron el proyecto de prepararuna historia de las Indias, con la visión científica propia del Siglode las Luces.

Tiempo después, el rey Carlos IV continuó con la tendencia desu padre y ordenó que prosiguieran los recorridos por la NuevaEspaña a fin de descubrir ruinas y objetos antiguos.75 El virreyJuan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo, dispuso que losmateriales recuperados se conservaran, en vez de ser destruidos,como había ocurrido años atrás. Este cambio reflejaba la influen-cia de las ideas de Carlos III –gran amante de la arqueología– yde algunos de sus consejeros.76

En 1786, el cronista mayor de Indias, Juan Bautista Muñoz,solicitó a José de Gálvez, recientemente nombrado marqués deSonora, que dispusiera de todo lo necesario para que se realizaranuna serie de indagaciones y que, en la medida de lo posible, seestableciera una distinción entre las características arquitectóni-cas estudiadas, que se examinara los materiales de construccióny que se conservaran los utensilios que fuesen localizados.

Como vemos, en este momento, hubo una exaltación de losánimos hacia los restos materiales del pasado. Como si esto anti-cipara un cambio de mentalidad en torno a la concepción del tes-timonio arqueológico como documento histórico;77 y aunque lasreferencias de este tipo para el caso de Querétaro fueron básica-mente sobre El Cerrito, para el siglo XIX, con los descubrimientosefectuados en la Sierra Gorda, aumentaron las exploraciones.

75 González, op. cit., p. 248.76 Bernal, op cit., p. 75.77 Ibídem, p. 61.

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Por último, vale la pena destacar la investigación realizada porAlejandro de Humboldt, viajero alemán que visitó la Nueva Espa-ña a principios del siglo XIX. Aunque no realizó estudios arqueo-lógicos en el territorio queretano, señaló las etapas por las quehabía pasado el interés de los eruditos por la historia precolombi-na. Afirmó que en un primer momento, después de la conquista yhasta mediados del siglo XVII, hubo el deseo de conocer la cultu-ra indígena pasada, por parte de misioneros y cronistas. Poste-riormente, esta tendencia decreció por la disposición de la Coronade no dejar entrar extranjeros a las colonias por el temor de volvera resucitar antiguas idolatrías y para evitar ataques al dominioespañol, y que no fue sino hasta fines de siglo, cuando resurgió lainvestigación de la historia antigua de México.78 Además, el ilus-tre barón dejó testimonios sobre la expectativa que causó en loscírculos académicos europeos la arqueología novohispana, aun-que fuera en términos muy vagos.79

Quedaba, pues, el legado intelectual de los sabios novohispanos,que con sus aportes dieron nueva presencia a los viejos monu-mentos cubiertos por el tiempo. Francisco Javier Clavijero, JoséAntonio Alzate, Antonio de León y Gama, entre otros, dejaron alMéxico independiente un legado en materia arqueológica que cons-tituyó, sin duda alguna, la base de lo que sería esta actividad en laetapa decimonónica.80

78 Alejandro de Humboldt, «Introducción», en Aportaciones a la AntropologíaMexicana, Estudio y traducción de Jaime Labastida, Katún, México, 1986, p. 3.79 Véase Alejandro de Humboldt, «Origen de las vistas de las cordilleras y monumentosde los pueblos indígenas de América», en op. cit., 1986.80 Matos, op. cit., p. 25.

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CAPÍTULO II

LA ARQUEOLOGÍA EN ELPROYECTO DE NACIÓN (1821-1876)

En 1821, con la consumación de la Independencia se esperabaque nuestro país tuviera entre otras cosas un gobierno popular,rápido crecimiento económico, igualdad social, regeneración cul-tural y grandeza nacional; sin embargo, durante los primeros años,fue escenario de las disputas entre los grupos liberales y conser-vadores, quienes de acuerdo con sus principios ideológicos pre-tendieron imponer su propio modelo de gobierno.

En este proceso, la urgente necesidad de desarrollar un pro-yecto de nación acorde a los intereses de estos grupos fue deter-minante para que orientaran sus esfuerzos a acciones políticasconcretas dentro del panorama social del nuevo país, el cual nosufrió cambios, pues los conservadores mantuvieron su posiciónprivilegiada de clase por mucho tiempo y no fue sino hasta elúltimo tercio del siglo XIX, con el liberalismo triunfante y la con-solidación de su idea de nación, cuando se quebrantó la estructurasocial y económica heredada de la Colonia y comenzó la edifica-ción de un Estado fuerte como entidad superior a todas las de-más.81

81 El nacionalismo mexicano tuvo sus orígenes históricos en la conciencia del seramericano que asumieron los grupos criollos de la Nueva España, que los llevó a lolargo de casi dos siglos a conformar un proyecto propio de nación independiente. Suspostulados –base del indigenismo histórico y del nacionalismo histórico– fueronretomados principalmente por fray Servando Teresa de Mier y Carlos María deBustamante; sin embargo, las ideas del nacionalismo mexicano fueron duramentecriticadas por liberales y conservadores. Para algunos liberales, el progreso erasinónimo de imitación. Educados según las ideas francesas, vieron en Estados Unidossu modelo. Con los ojos puestos en el futuro, un amplio sector de ellos despreció elpasado mexicano, colonial o indígena. Ideólogos como Mora y Zavala, sostuvieronque la historia de México empezaba con la Conquista. Por otro lado, Lucas Alamánrepresentante del grupo conservador, soslayó por completo la Antigüedad. Para él,el único pasado aceptable era el de la Colonia. Alamán y Mora coincidieron en lacondenación de la retórica del indigenismo histórico y del nacionalismo históricoque tanto pregonaba Bustamante. Como vemos, para esta época, el liberalismomexicano estaba muy lejano del patriotismo liberal. Ver Portal y Ramírez, op. cit.,p. 31, y David Brading, Los orígenes del nacionalismo criollo, Era, México, 1991,p. 117.

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La existencia de un gobierno con mayor control sobre la vidasocial y económica del país influyó notablemente en el contenidoy la aplicación del conocimiento científico a diferencia, del perio-do anterior.

Curiosamente, a pesar del abismo ideológico, que hay entreconservadores y liberales, en un primer momento, se observó ciertointerés por conformar una política de estudios sobre el pasado ysu rescate material: los monumentos arqueológicos.82

Resulta claro reconocer que la actividad intelectual y la inves-tigación científica en el periodo posterior a la consumación de laIndependencia estuvo a cargo de militantes de los grupos liberalesy conservadores, aunque también participaron personas sin filia-ción política aparente.83

Como toda empresa, el trabajo arqueológico estuvo mar-cado por las condiciones históricas en que se desenvolvió.Si bien mucho de la preocupación teórica expresada en laépoca tuvo relación directa e indirecta con la pugna entreestos grupos por imponer, también en el terreno de las ideas,su interpretación sobre los problemas del país y su histo-ria. El pensamiento que se estableció en aquel momento,en el plano de la actividad científica, fue decisivo para queunos años más tarde se consolidara la investigación arqueo-lógica en México.84

Los acontecimientos políticos y sociales ocurridos en la NuevaEspaña a inicios del siglo XIX, que a la postre habían desemboca-do en su independencia, no fueron propicios para la investigaciónarqueológica. Sin embargo, el interés por lo antiguo no decayó y labúsqueda de información se orientó más a las fuentes documen-tales coloniales y a los reportes de los viajeros que durante estaépoca recorrieron el territorio nacional. Más adelante, los miem-bros de las agrupaciones científicas, como la Sociedad Mexicana

83 Catalina Rodríguez Lazcano, «La interpretación nacional», en La antropologíaen México, panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), Vol. 1,INAH, México, 1987, p. 264.84 Tania Carrasco Vargas, «Hacia la formación de la antropología científica», en Laantropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1521-1880), Vol. 1, INAH, México, 1987, p. 397.

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de Geografía y Estadística, se ocuparon de realizar exploracionesy aportar información sobre estos sitios. Esta situación fue ha-ciéndose más común durante los últimos años de ese siglo.

Entre 1821 y 1876, a pesar de las circunstancias políticas yeconómicas poco propicias del país, se iniciaron los trabajos des-tinados a conocer y estudiar los diferentes testimonios. Ahora bien,ello fue posible gracias a dos razones: por un lado, a la necesidadde construir una conciencia nacionalista independiente, y por otro,al desarrollo de las preocupaciones propias del pensamientoantropológico, que se fue separando cada vez más de las explica-ciones teológicas. La Biblia y otros textos religiosos dejaron deser las fuentes básicas de referencia. El empleo de códices ycrónicas coloniales ocuparon su lugar en la observación directa y,más adelante, se inició la aplicación de teorías científicas importa-das de Europa y Estados Unidos. En efecto, tanto las técnicascomo los temas e incluso métodos de investigación, de los cualesse valían los estudiosos de la primera mitad del siglo XIX, fueronuna prolongación de los utilizados por los ilustrados desde media-dos del siglo XVIII, en términos generales, el contexto de la in-vestigación fue otro, la recién adquirida independencia política,modificó los fines de la investigación impulsándola a la búsquedade elementos que contribuyeran a crear una identidad nacional.

Desde este punto de vista, la justificación de las investigacio-nes no tuvo como fin conocer a los otros, como en el siglo XVI, nila construcción de una conciencia criolla novohispana, sino la bús-queda de una raíz histórica para todos los mexicanos que facilita-ra la integración del país. 85

Con este enfoque, las investigaciones sobre los vestigios ar-queológicos dominaron el campo de las inquietudespreantropológicas. Influidos por el creciente número de obrasextranjeras sobre el mismo asunto, algunos de los estudiosos mexi-canos se dedicaron a rescatar todos aquellos testimonios que pro-baran la grandeza de las culturas pasadas y, así, poder educar alpueblo según esa conciencia.86

85 Rodríguez, op. cit., 1987, p. 263.86 Ibídem, p. 287.

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No obstante, la mayor parte de los escritos arqueológicos seredujeron a los informes de hallazgos accidentales; las piezas ob-tenidas fueron integradas a la colección del Museo Nacional deMéxico87 y, en algunos casos, empezaron a ser analizadas paraconocer su composición, forma, tipo y material con que fueronelaboradas. Este trabajo poco a poco fue creciendo, hasta el gra-do de que en la década de 1840 su número se multiplicó reflejandomayor interés por esta actividad.

En este periodo surgieron instituciones oficiales y privadas,como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística88 y laAcademia de Medicina, que promovieron el trabajo científico, alpublicar los resultados de las investigaciones en gacetas y boleti-nes. Algunas de estas revistas eran comparables en calidad conlas europeas, tal fue el caso de El Ateneo Mexicano, la RevistaMexicana y el Boletín, de la SMGE.89

En esos años, el Estado reconoció la necesidad de llevar a caboinvestigaciones para conocer la población que iba a gobernar.Además, admitió la idea de cimentar las raíces de la identidadnacional en el pasado prehispánico. Se trataba de fincar una con-ciencia sobre las bases de las antiguas culturas indígenas, y deoscurecer la raíz hispánica para justificar el movimientoindependentista.90 En su momento, Vicente Guerrero y GuadalupeVictoria apoyaron desde 1822 la formación del Conservatorio deAntigüedades de la Universidad.

La justificación ideológica de esta empresa de preservación fuela de crear un medio de educación para el pueblo, una forma dedivulgar todo lo concerniente al propio pasado: la grandeza de la raízamericana y los logros alcanzados en arquitectura, ciencias, costum-bres y economía. Tal fue el objetivo del Conservatorio.91

87 En 1825, se fundó dicho museo, que antecedió a lo que más tarde sería el MuseoNacional de Antropología e Historia.En 1864, con Maximiliano en el poder, se le dio mayor importancia convirtiéndoloen un centro de la intelectualidad del momento. Allí se creó la Comisión Científicade México. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p. 59.88 Creada en 1833, por gestiones del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores,Bernardo González Angulo, originalmente se denominaba Instituto Nacional deGeografía y Estadística. Ver Catalina Rodríguez, op. cit., p. 278.89 Ibídem, p. 276.90 Ibídem, p. 277.91 Ibídem, p. 282.

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Los trabajos arqueológicos en México, durante esta etapa,carecían de bases científicas y académicas. No había enseñanzaen universidades y apenas se habían consolidado algunos centrosque se ocupaban de ella. Sin métodos establecidos para excavarni un fin más o menos claro de los conocimientos adquiridos y,sobre todo, sin ninguna disciplina, continuaron gracias a unos cuan-tos individuos, quienes en la mayoría de los casos especularonsobre la información que aportaban los documentos arqueológi-cos. Eso no importaba del todo, pues lo verdaderamente trascen-dente en ese momento era la localización de objetos y no la solu-ción de problemas o la contestación a preguntas con valor históri-co.92

Con todas estas lagunas y su atraso con relación al trabajorealizado en Europa, la arqueología mexicana subsistió gracias alinterés tan grande que tuvieron algunos eruditos en reunir docu-mentos y objetos que permitieran escribir la historia antigua.93 Parael mismo fin, también se recurrió a la información obtenida por losviajeros y se reafirmó la idea de considerar las antigüedades do-cumentos históricos.

Por otro lado, el deseo de estudiar el pasado prehispánico y larealidad contemporánea, desde el punto de vista científico, no fueprivativo de los eruditos mexicanos. Quizás antes que ellos, losextranjeros empezaron a interesarse por la historia y la realidadpresente de países como el nuestro.94 Dicho interés respondió alas propias necesidades del desarrollo de la ciencia, pero más con-cretamente a la expansión de sus respectivos países. Por todaspartes del mundo podían verse viajeros visitando los centros de

92 Bernal, op. cit., p. 117.93 Entre los que destacaron Carlos María de Bustamante, José Fernando Ramírez,Francisco del Paso y Troncoso, Joaquín García Icazbalceta, Alfredo Chavero yManuel Orozco y Berra.94 En este periodo, se dio una importante llegada de viajeros extranjeros: GuillaumeDupaix, Henry George Ward, William Bullock, Charles Etienne Brasseur de Bourbourg,Eward Kinsborough, Alexis Aubin, Petrovich Wrangel, John Llyd Stephens, HubertHowe Brancoft, Frederick Catherwood, John Phillips, John Herbert Caddy, PatrickWalker, Jean Frederic de Waldeck, Desiré Charnay y Alexander von Humboldt,entre otros. Véase José F. Alcina, «Historia de la arqueología en México III. Laetapa de los viajeros (1804-1880)», en Arqueología Mexicana, núm. 54, Raíces-INAH, México, 2002, p. 18.

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producción de riqueza, en previsión de posibles inversiones y, depaso, realizando reconocimientos y exploraciones en ruinas ar-queológicas.95 Por primera vez, franceses, ingleses y norteameri-canos, ante los dibujos y objetos desconocidos, se interesaron se-riamente en las antigüedades y empezaron a verlos en términosde un desarrollo cultural, comparándolas así con las de Egipto eIndia.96

Durante este periodo, en Querétaro, se informó sobre laexistencia de monumentos arqueológicos, principalmente loslocalizados en la Sierra Gorda. Se consigna, por ejemplo, queel historiador y político mexicano Carlos María deBustamante97 –que fomentó el nacionalismo mexicano a par-tir de la recuperación del pasado prehispánico– mostró interésen un reportaje aparecido en el diario capitalino El Sol98, quedaba a conocer la existencia de edificios en la zona; es proba-ble que se tratara de Ranas99 y Toluquilla. El erudito escribióuna carta a este diario con el propósito de obtener mayor in-formación sobre esos sitios para averiguar sobre el rey quelos había construido.100

96 Bernal, op. cit., p. 93.97 Car los Mar ía de Bus tamante (1774-1848) . Hi jo de un func ionar iopeninsular, educado hasta los veinte años en Oaxaca, Bustamante, de ideasconservadoras, se graduó en Derecho y fue el primer editor del Diario deMéxico, participó junto a Morelos en la guerra de Independencia. Fue elprincipal historiador de la insurgencia; exaltó el pasado indígena, el cultoa la guadalupana y los héroes de la patria. Además, gracias a iniciativasuya, se publicaron las obras de fray Bernardino de Sahagún, Antonio Leóny Gama y de Francisco Javier Alegre, entre otras. Ver David Brading, op.cit., p. 116.98 Periódico fundado por la logia masónica del rito escocés que se mantuvo encirculación de 1823 a 1832. Su contenido era muy variado: noticias de las cámarasde diputados y senadores, del extranjero, del interior, sobre deuda pública,observaciones atmosféricas, artículos sobre minería, etcétera. Véase CatalinaRodríguez, op. cit., p. 275.99 Sobre el patronímico de Ranas, es necesario mencionar que así se le denominaba aun paraje que partía de San Joaquín y llegaba a Bucareli, por lo tanto, todos los sitiosque se encontraban dentro de este territorio, durante el siglo XIX fueron referidoscon el nombre Ranas. Por tal motivo es difícil reconocer el sitio a que hacía menciónEl Sol, al igual que el de Toluquilla. Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de2004.100 Bernal, op. cit., p. 91.

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La referencia hecha en El Sol, al parecer, fue la primera yseguramente debió causar expectación en el ambiente intelectualde la época, al menos en los defensores del nacionalismo mexica-no, como lo fue en el caso de este autor. Curiosamente, gracias aél, aunque de manera indirecta, se difundió la noticia de que eljesuita Francisco Javier Alegre,101 durante la época colonial, ha-bía hecho mención de otro sitio ubicado en Querétaro. En efecto,al promover la publicación en México de la Historia de la Com-pañía de Jesús en 1841, se conoció que el religioso había realiza-do una breve descripción de El Cerrito:

Extramuros [de Querétaro] se venera la milagrosa imagen deNuestra Señora que llaman del Pueblito y cerca de allí se venunos pequeños montecillos que se dice ser fabricados a manoen tiempo de la gentilidad, a semejanza de otros que se ha-llan cerca de San Juan Teotihuacan a nueve leguas de Méxi-co, y que según las diversas interpretaciones servían deatalaya o de adoratorios en que subían a ofrecer sus bárba-ros sacrificios.102

2.1. John PhillipsEn 1848, John Phillips103 visitó la Sierra Gorda y presentó en ellibro México Ilustrado una litografía en la que se observaban lasmontañas de El Doctor104 y en la parte inferior derecha, un edifi-cio de Toluquilla. Este dibujo es considerado el primer registro

101 Francisco Javier Alegre (1729-1788) Insigne humanista, reformador de la enseñanzade la filosofía, traductor de los clásicos, teólogo, historiador jesuita novohispanoautor de la Historia de la Compañía de Jesús, entre otras obras. Fue expulsado juntocon sus compañeros de la Nueva España en 1767. Falleció en el destierro en Bolonia,Italia. Véase Ernesto de la Torre, op. cit., p. 684.102 Francisco Javier Alegre. Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús deNueva España, Tomo I, Libro VI, publicada por Carlos María de Bustamante,Imprenta de J.M. Lara, México, 1841, p. 164.103 Químico inglés, secretario del consejo directivo de las minas del Real del Monteque llegó a México en los inicios de 1840. El motivo de su visita era para realizar unainspección de las citadas minas. No sólo se dedicó a esta actividad, ya que susinformes contienen varias litografías que ilustran con detalle los monumentosarquitectónicos y del paisaje, así como los aspectos costumbristas de vestimenta ytipos étnicos característicos de la época. Ver Margarita Velasco, La Sierra Gorda.Documentos para su historia, tomo II, INAH, México, 1997, p. 187.104 Distrito minero localizado en el actual municipio de Cadereyta, Querétaro.

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documental del sitio arqueológico (Fig. 5). El reporte del químicoinglés, también incluyó, aunque de manera breve, una descripciónde la ciudad prehispánica:

Las casas están edificadas con piedras toscas cubiertas de ve-getación sacadas de las inmediaciones, y por cierto no demues-tran señales de aquella civilización notada en las antigüedadesdel sur de México. La estampa representa las vistas desde unade estas ciudades destruidas.105

Phillips, empleó el método comparativo para deducir que losmonumentos de la Sierra Gorda no se asemejaban en nada a losdel sureste de México, los más conocidos en esa época.

2.2. Bartolomé BallesterosDespués de la visita de Phillips, en 1872, Bartolomé Ballesteros106

emprendió un par de recorridos arqueológicos por la zona. Losresultados fueron publicados en el Boletín de la Sociedad Mexi-cana de Geografía y Estadística. Su crónica incluía datos de losasentamientos ubicados en la Sierra Gorda y, aunque era breve,se encargó de ampliarla en un segundo artículo.

En el titulado Ruinas de Chicomóstoc en la hacienda de LaQuemada, estado de Zacatecas, abordó la arquitectura de eseasentamiento, a la que comparó con dos sitios del lugar:

En el Mineral de El Doctor, en la Sierra Gorda, partido deCadereyta, existen dos grandes ruinas que llevan los nombresde Ciudad de Ranas y Ciudad de Canoas, tres leguas al nortede la cabecera. He visitado estos puntos en 1852 y recuerdo quesu construcción es igual a la de Chicomóstoc: lajas superpues-tas. […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortines aisla-dos, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas lascircunstancias que indican mejor inteligencia y civilización del

105 John Phillips, «México Ilustrado», en Velasco, op. cit., 1997, p. 187.106 El ingeniero Bartolomé Ballesteros, estudioso de la historia antigua, se interesópor los vestigios arqueológicos de La Quemada, Zacatecas. Buscando elementos dereferencia en cuanto al sistema de construcción, los comparó con los vestigiosencontrados a inicios del siglo XIX en la Sierra Gorda de Querétaro. Al destacaralgunas similitudes entre los sitios, estableció su construcción en la misma etapacronológica. Por otra parte, insistió en la necesidad de estudiar y conservar estepatrimonio histórico y cultural. Ver Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 239.

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fundador. Construida sobre la planicie del cerro de su nombre,da su frente al gran cerro de San Nicolás, hacia el sur, teniendode por medio una barranca profundísima, abierta por la naturale-za sin lugar alguno de paso. Una gran muralla circunda por laceja del cerro a la ciudad. Esta tiene plazas, calles tiradas a cor-del, anfiteatros con asientos, sin duda donde tenían sus juegosy ejercicios. Nadie absolutamente nadie se ha cuidado de laexploración de estos monumentos, que deben contener tesorospara la ciencia y la historia107

Ballesteros reclamó a la SMGE108 que le reconociera el méritode dar a conocer de forma más precisa aquellos sitios.

Como suplemento, escribió Monumentos Antiguos. Ciudadde Ranas. En éste, se ocupó más ampliamente de las construc-ciones antiguas de esta zona y de la Ciudad de Canoas.109 En sutrabajo supuso que las edificaciones eran baluartes defensivos:

He tenido […] la oportunidad de volver a ver los monumentosantiguos que se conocen allí con el nombre de Ciudad de Ra-nas y Ciudad de Canoas. […] Lo que todos han llamado hastahoy ciudades, no son sino puntos fortificados que guardabanla ciudad propiamente dicha, que se halla situada en medio delos dos, y en el punto llamado Ranas, donde estaba la residen-cia del monarca. […] Sobre todas las lomas que parten de allí, sedejan ver vestigios de sus monumentos, particularmente lo quellaman cuisillos, sembrados por todas partes, desde las caídasdel pueblo del Doctor, hasta los márgenes de los ríos del des-agüe, frente a Zimapán y hasta el Extorax.110

Con esta alusión, Ballesteros nos dio una idea de la gran can-tidad de vestigios que todavía podían observarse en el lugar enesa época. Por otra parte, la nueva visita aclaró algunas de lasconsideraciones que había hecho anteriormente sobre el sitio deRanas:

107 Bartolomé Ballesteros, «Ruinas de Chicomostoc en la hacienda de La Quemada,estado de Zacatecas», en Velasco, op. cit., 1997, p. 236.108 Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.109 Antonio Santoyo Torres, «Entre la gloria pretérita y los insoslayables problemaspresentes (1867-1880)», en La antropología en México. Panorama histórico: Loshechos y los dichos (1521-1880), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 553.110 Bartolomé Ballesteros, «Monumentos Antiguos. Ciudad de Ranas», en Velasco,op. cit., 1997, p. 239.

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En mi primer artículo no di a la fortificación de Ranas toda laimportancia que realmente tiene, porque cuando la visité losbosques eran espesos y no prestaban lugar a la fácil obser-vación; pero ahora que los naturales han rasado el bosque,tuve la satisfacción de recorrerla toda. […] El filo de la lomasobre la que está fundada, tiene de longitud algo más de uncuarto de legua, y entre muralla y muralla caben sinestorbarse tres mil hombres.[…] El terrible hundimiento de las montañas, tajó las pie-dras, y están perpendiculares en una elevación, por el norte,de más de cuatrocientas varas. Sobre la ceja de las peñas,fue construida la muralla de piedra sobrepuesta, pero de unespesor muy respetable y terraplenada la parte inferior, don-de se guarecían los guerreros.111

Resulta claro que en la obra de Ballesteros se puede apreciarla concepción de las ciudades antiguas imperante en la época,donde los basamentos piramidales y los juegos de pelota se consi-deraban elementos arquitectónicos militares.112

En la parte más elevada de la muralla existe una especiede torreón, cuya altura, desde el fondo de la barranca, nobajará de seiscientas varas. […] El cerro no tiene más queuna entrada, pero a la vez tiene tres puntos avanzadosque impedían al enemigo aproximarse en número suficien-te para dar un asalto. Por este mismo punto está el to-rreón que tal vez fuera la residencia del jefe de la fortale-za, cuya vista dominara los dos únicos caminos por don-de e l enemigo pudie ra acercarse . […] Las dosfortificaciones distan una de otra dos leguas, y en todaesa extensión se ven los restos de la población, que aúnhabitan los naturales. La de Canoas guarda la entrada deZimapán, por Santo Domingo y Maconí, y la de Ranasguarda la de Cadereyta y Pinal de Amoles.113

Para Ballesteros, los sitios tenían la función de defender unaciudad situada justo en medio de las dos:

111 Ibídem, p. 243.112 Alberto Herrera Muñoz y Jorge Quiroz Moreno, «Historiografía de la investigaciónarqueológica de la Sierra Gorda de Querétaro», en Querétaro Prehispánico, INAH,México, 1991, p. 289.113 Ballesteros, op. cit., p. 244.

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Aunque de antemano me había formado el juicio de que la capi-tal estaba situada en un punto céntrico de Ranas, era sin embar-go muy vaga esta idea; pero ahora creo poder asegurarlo porhaber hallado un lugar circuido de pequeñas prominencias, contodas las formas de una plaza circular, con bastantes restos demonumentos, que hayan sido ya destruidos por la ignorancia yla codicia…114

En el artículo, no sólo describió el estado de las edificacionesprehispánicas, también evidenció el grado de destrucción a queestaban siendo sometidas en esos momentos y abiertamente ma-nifestó un profundo deseo por despertar la conciencia pública, o almenos la del Estado y de las sociedades científicas para que sepreservaran esos sitios.

Ahora mismo y en mi presencia se destruían por un vecino losúltimos restos de un cuisillo para fundar su casa, sin que lehicieran poner término a su obra la presencia de los cadáveresde un hombre y una mujer, cuyos cráneos, que deseaba yo traerfueron reducidos a polvo al simple contacto con la mano.115

Ballesteros, sostuvo que los edificios localizados en este lugarpor la presencia de materiales asociados a rituales fúnebres:

No fueron otra cosa que monumentos mortuorios erigidos so-bre sepulcros de las personas de categoría, y según ésta, eranmás o menos grandiosos, según el poder del pueblo o de losadeudos del individuo.116

Por último, su empresa tuvo como objetivo central difundir lariqueza arqueológica de la Sierra Gorda para preservarla y lograrque fuera considerada parte de los símbolos de nuestra identidadnacional, además, su informe incluyó un mapa de Toluquilla querealizó el ingeniero Pawel Primer.

2.2. Mariano BárcenaPor su parte y en el mismo año que Ballesteros realizó sus estu-dios, Mariano Bárcena (1872), al dirigir una práctica de la Escue-la Especial de Ingenieros en la región de El Doctor, tuvo la opor-

114 Ibídem, p. 243.115 Ibídem, p. 240.116 Idem, p. 240.

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tunidad de realizar, a la par de tal suceso, interesantes observacio-nes sobre las ruinas de Toluquilla:

No obstante que nuestra misión se reducía al estudio y adquisi-ción de los datos mineralógicos y geológicos, nuestras obser-vaciones se extendieron en cuanto fue posible a otros ramoscientíficos [como la] arqueología, con el fin de que nuestrasobservaciones fueran de mayor provecho para el país.117

Inició su trabajo con la descripción de la zona, ubicada en elactual municipio de Cadereyta:

En la Sierra de Canoas, a cuatro leguas N. de El Doctor, hay unamontaña elevada de difícil acceso, que se conoce con el nombrede Cerro de la Ciudad (fig. 6). Su parte posterior está terminadapor una meseta espaciosa donde se ven las ruinas de una seriede baluartes y fortificaciones colocados con una habilidad ad-mirable, que revela la inteligencia guerrera de sus autores. Por ellado NE, como a doce metros de principio de la meseta, se en-cuentran las ruinas de la primera fortificación, que es de basecuadrada, y está seguida de otras tres colocadas en serie y adistancias muy cortas. A éstas se siguen otras que están en lamisma dirección y protegidas lateralmente por dos grandes for-tines, que ocupan una gran parte del perímetro de la meseta y seterminan en la dirección de un baluarte principal, que aunquemuy arruinado en la actualidad tiene cerca de 12 metros de altura(fig. 7).118

Bárcena, al igual que Ballesteros, estimó que los restos arqui-tectónicos correspondían a edificaciones de tipo militar y conside-ró que los muros, elevaciones y terrazas debieron ser murallas,torres y fortines:

Siguiendo la línea de la meseta hacia el SO, se presenta unagran plataforma rectangular de 500 metros cuadrados de su-perficie. Parece que este lugar era el que más se cuidaba dedefender, porque además de estar resguardado por dos gran-des fortines de 3 metros de altura, se notan a sus lados lasruinas de una serie de baluartes pequeños y muy aproxima-

117 Mariano Bárcena. Memoria presentada al Sr. D. Blas Balcarcel, director de laEscuela Especial de Ingenieros, por Mariano Bárcena, director sustituto de lapráctica de Mineralogía y Geología en el año de 1872, Imprenta del Gobierno,México, 1873, p. 2.118 Ibídem, p. 16.

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dos. Después de la plataforma siguen diversos grupos defortificaciones de diferentes alturas y situadas de tal mane-ra, que al mismo tiempo que protegen a los baluartes delcentro, se aproximan a los bordes de la meseta para defenderlos puntos más accesibles. Al entrar a la explanada del cerrodonde termina una rampa, está colocado oblicuamente ungran fortín que domina todo el camino. El número defortificaciones que pueden contarse asciende a cuarenta ycinco, y algunas de ellas conservan en parte su figura. Unode los baluartes, situado en el extremo SO, se compone deun zócalo de 2.50 metros cuadrados que sostiene un murode talud coronado por una saliente, sobre el cual se apoyaun torreón ya arruinado. Los demás baluartes, que estánmenos conservados, parecían tener formas semejantes a ladel interior. Todas las fortificaciones están construidas conlajas paralelepípedas unidas por cimientos calcáreos y arci-llosos.119

El estado de los sitios despertó la curiosidad y el deseo de em-prender investigaciones que se enfocaran únicamente a aspectosarqueológicos. De hecho en su trabajo no sólo hizo alusión deestos lugares en la Sierra Gorda, además incluyó la informaciónde que:

A inmediaciones de San Juan del Río, y principalmente en lasruinas de San Sebastián, [había también] muchos coesillos se-mejantes a los anteriores, y que contenían ídolos de esmaragdita[sic] y otros objetos curiosos.120

Consciente de la importancia que los vestigios arqueológicostenían para el conocimiento de la historia de nuestros antepasa-dos, propuso abiertamente su protección, ya fuera por el Estado opor las sociedades científicas de la época, en especial la de Geo-grafía, Estadística e Historia. Para él, era necesario que el Go-bierno sancionara a los individuos que participaran en su destruc-ción.

El trabajo arqueológico de Bartolomé Ballesteros y MarianoBárcena, contribuyó al conocimiento de los vestigios arqueológi-cos del Estado en esta época. Así, las investigaciones avanzaron

119 Ibídem, p. 17.120 Idem, p. 17.

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en la medida en que se hicieron más numerosas. El conocimientode las sociedades prehispánicas progresó en todo el país gracias ala ayuda de los viajeros mexicanos y extranjeros, aunque el desa-rrollo de la arqueología, como actividad científica, se encontrabaen su momento inicial.

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CAPÍTULO III

POSITIVISMO Y ARQUEOLOGÍA: 1876-1910

La llegada de Porfirio Díaz al Gobierno y la dictadura que ejerciódurante más de tres décadas tuvo consecuencias muy importan-tes para el desarrollo del país. Además de la consolidación eco-nómica, territorial y política de la nación, fortaleció también lasactividades culturales tanto artísticas como científicas y educati-vas.121

Las circunstancias en que el general Díaz accedió a la presi-dencia son ampliamente conocidas y más aún el tipo de políticaque ejerció. Al subir al poder, su primera labor fue borrar la ima-gen negativa que el país tenía, principalmente en Europa, y paralograrlo empleó un método probado de gran eficiencia: la fuer-za.122 Sabemos que la pacificación se llevó a cabo mediante laviolencia y la coerción en contra de los enemigos de la tranqui-lidad; las manifestaciones de descontento fueron reprimidas, erauna manera brutal de lograr la estabilidad política necesaria paraasegurar el desarrollo económico y la consolidación de la clase enel poder.123

Parte de estas transformaciones encontraron su justificaciónen la filosofía positiva, la cual legitimó la política de opresión inter-na necesaria para el desarrollo de la nación. Bajo la doctrina deorden y progreso, al asegurarse la paz social, la inversión ex-tranjera tuvo mayor presencia en el país. Con el liberalismo triun-fante, se consolidó también el capitalismo.124

Para alcanzar el progreso, según los principios positivistas, eranecesario apoyar la creación de una elite depositaria de los cono-cimientos científicos, en la que el resto de la población debía con-

121Portal y Ariosa, op. cit., p. 68.122Héctor Álvarez de la Cadena, «Participación Extranjera: transferencia detecnología e inversiones», Diana, México, 1983, p. 51.123Santoyo, op. cit., p. 494.124Blanca Estela Suárez Cortés, «Las interpretaciones positivas del pasado y presente(1880-1910)», en La antropología en México. Panorama histórico: Los hechos ylos dichos (1880-1985), vol. 2, INAH, México, 1987, p. 18.

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fiar de manera plena. Los grupos de poder que se vieron benefi-ciados no tardaron en asumir esta postura y los que se identifica-ron como científicos mexicanos se agruparon desde 1900 y hasta1914 en la Sociedad Positivista de México y editaron a partir de1901 la Revista Positiva, que se convirtió en un importante mediode difusión para sus ideas.125

Tal proyecto hacia necesario elevar el nivel de instrucción de lasociedad. El Estado impuso este modelo a través de la enseñan-za. En el orden social y cultural, se resolvió que era indispensableestablecer un sistema educativo con estos principios. Buscó conello fomentar el nacionalismo en las letras y las artes. Recibida debuena manera, no tardó mucho en triunfar la reforma educativaliberal basada en la filosofía positivista, la cual ya fue indiscutibledesde la apertura de la Escuela Nacional Preparatoria. El artíficede los cambios educativos y fundador de esta escuela, GabinoBarreda126, no tuvo muchos problemas para tal empresa; apoya-do por el Gobierno, el discípulo de Augusto Comte, aunque conligeras adecuaciones, vio puesto en práctica el modelo de su maes-tro.127

Con el proyecto positivista aplicado a la enseñanza, se impulsóla investigación científica en nuestro país y el grupo dominante, alreconocer su alcance, empleó los conocimientos obtenidos. Laconcentración del poder político y la unificación del bloque en tor-no de él no habían sido suficientes para consolidar de forma eco-nómica y administrativa el Estado, por eso, se valió de las herra-mientas que brindaba el modelo social y dispuso la realización deestadísticas generales, provinciales y de los sectores productivos;

125 Ibídem, p. 19.126 Gabino Barreda (1820-1881) Médico, filósofo y político mexicano. Fue alumnode Augusto Comte entre 1847 y 1851. Introdujo el positivismo en nuestro país. Sele considera el más grande exponente de esta corriente en México. Barreda creía quelo que no estaba en los límites de la experiencia, debía ser considerado como inaccesible.Redactó por encargo del Presidente Benito Juárez, la Ley de Instrucción Pública de1867. En su Oración Cívica, distinguió en la historia de México una etapa colonial,correspondiente al estado religioso; seguida a partir de la independencia por otra, elestado metafísico; que preconizaba el próximo comienzo de un periodo positivo.Ver Diccionario Porrúa (A-C), 1995, p. 380.127 Santoyo, op. cit., p. 477.

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además, se puso especial atención en el registro y cuantificaciónde los recursos naturales y humanos en los ámbitos local y nacio-nal, que fueron destinados a la producción de materias primas. Enestas labores tuvieron un papel muy importante los Ministerios deFomento, Colonización, Industria y Comercio, Hacienda y Gober-nación y, principalmente, la Sociedad Mexicana de Geografía yEstadística (SMGE).128

El número de instituciones y sociedades científicas que se fun-daron en el país durante el régimen de Díaz, y que también parti-ciparon en este proceso fue considerable, se crearon el Observa-torio Metereológico (1887), la Sociedad Científica Antonio Alzate(1884), la Sociedad Geológica de México (1886), la Academia deCiencias Exactas, Físicas y Naturales, la Academia Náhuatl (1888)y la Sociedad Agrícola Mexicana.129

Su presencia dentro del progreso intelectual nacional fue muyimportante, ya que las actividades educativas, científicas y cultu-rales fueron desarrollas en gran parte por estas instituciones. In-dependientemente de su origen civil o gubernamental, recibieroncasi siempre apoyo económico del Estado para poder funcionar.Entre éstas destacaron el Museo Nacional, que se había creadoen 1825 y, como siempre, la SMGE.130

La importancia del trabajo antropológico realizado por el Mu-seo Nacional y la SMGE ilustró el pensamiento de la época, yaque no estuvo desvinculado del clima ideológico predominante,tampoco de los centros educativos ni de los dedicados a las tareascientíficas y artísticas. Éstas y las otras instituciones, además deencargarse de las diversas tareas y preocupaciones políticas, pe-riodísticas y literarias, formaron parte del ámbito cotidiano en quese desenvolvieron los eruditos apasionados por el estudio delhombre.

En este periodo, ocurrieron cambios fundamentales en la in-vestigación arqueológica en México; hasta entonces, la reunión yel estudio de las antigüedades mexicanas se había hecho de ma-nera muy irregular y desorganizada. Fue a partir de 1880 cuando,

128 Ibídem, p. 475.129 Suárez, op. cit., p. 19.

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gracias a la estabilidad política, la sistematización de la investiga-ción se dio mediante dos áreas de trabajo impulsadas simultánea-mente: la arqueología de campo y la de gabinete.131 Aunque lasmayores aportaciones fueron resultado del trabajo en gabinete, alamparo del pensamiento positivista, surgió la idea de que sólomediante el análisis minucioso de los materiales, era posible llegara conclusiones verídicas. Con esta idea se inició en México elestudio científico de la arqueología.132

En esta labor, el Museo Nacional y el Departamento deInspección y Conservación de Monumentos Arqueológicos dela República –que perteneció a la Secretaria de InstrucciónPública y Bellas Artes– fueron las dependencias oficiales en-cargadas de coordinar la investigación de los vestigios que selocalizaban en el país.133 Merece reconocimiento la labor de laSociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Tuvo un papelfundamental en promover los estudios sobre la estadística, lasantigüedades, la población, la minería, la agricultura y el co-mercio de la República. De acuerdo con esto, la forma en quedivulgó los resultados de sus investigaciones, fue a través delBoletín, que estuvo dividido en diferentes secciones, las cua-les fueron estadística, industria, minería, antigüedades, histo-ria de México e historia general, geografía, física y meteorolo-gía, botánica, química, geología y paleontología, variedades ybibliografía.134

El trabajo efectuado por esta Sociedad repercutió en el ámbitointernacional. Además de ampliar sus relaciones con diversas or-ganizaciones extranjeras, como el Instituto Smithsoniano de Was-hington, la Academia de Historia de Francia y la Real SociedadBritánica, entre otras, la SMGE junto con el Museo Nacional fue-ron las únicas instituciones que participaron, en representación de

130 Santoyo, op. cit., p. 512.131 Luisa F. Rico Mansard, «Historia de la Arqueología en México IV: Proyección dela Arqueología Mexicana (1880-1910)», en Arqueología Mexicana, núm. 55,México, Raíces-INAH, 2002, p. 19.132 Bernal, op. cit., p. 135.133 Suárez, op. cit., p. 22.134 Santoyo, op. cit., p. 514.

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México, en los diversos Congresos Internacionales deAmericanistas, realizados desde 1875.135

La vida de la Sociedad no siempre fue desahogada. Entre 1874y 1877, debido a los problemas de inestabilidad que enfrentó elpaís, disminuyó su actividad y el número de sus publicaciones ysólo en los últimos meses de 1878 recuperó cierta regularidad lapublicación de su Boletín, al recibir suficiente subvención guber-namental, después de darle a Porfirio Díaz el nombramiento desocio honorario.136

Por otro lado, sabemos que el panorama antropológico de laépoca, al igual que el de las ciencias sociales en general, recibiófuerte influencia del evolucionismo unilineal. Dicho modelo, sir-vió para explicar el desarrollo de la humanidad; también retomó lavisión científica positivista, según la cual, la idea del progreso ocu-paba un sitio privilegiado. Como producto de ella, en la terceramitad del siglo XIX, se publicaron las grandes obras de esta co-rriente.137

La antropología, reconocida a partir de entonces como una nuevadisciplina científica, se orientó hacia la investigación social y cul-tural, entonces su campo de interés quedó en ese momento limita-do a las sociedades preindustriales no europeas. Al partir del su-puesto de que la evolución era un progreso, estableció un modelounilineal ascendente con diversas etapas evolutivas, representa-das fundamentalmente por la relación ellos-nosotros, en la queellos encarnaron las etapas atrasadas y nosotros, las más ade-lantadas.138

La consolidación del evolucionismo se debió en gran parte a lainstitucionalización de este nuevo tipo de conocimiento. En nues-tro país, nuevamente, intervinieron las sociedades científicas. Lacomunidad antropológica en particular apoyó con la clasificación

135 Ibídem, p. 516.136 Enrique de Olavarría y Ferrari, en Santoyo, op. cit., p. 516.137 Como las de Charles Darwin (1859), Edward Taylor (1871), J.J. Bachofen (1861)y Lewis Morgan (1877). Ver Ángel Palerm, Historia de la Etnología: Losevolucionistas, Alhambra, México, 1995.138 Santoyo, op. cit., p. 508.

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de las colecciones de objetos arqueológicos en la formación demuseos, así como con el desarrollo de redes de comunicaciónentre los investigadores (cartas, informes, publicaciones y reunio-nes interinstitucionales).139

Los estudiosos de la historia antigua de México, otra vez enfo-caron su interés hacia la búsqueda del pasado. Esta corriente ubi-có a la historia prehispánica dentro de la etapa de barbarie de laevolución de la humanidad. Para el evolucionismo unilineal, sureligión y sus costumbres fueron propias de ese estadio y desa-rrollo cultural.

Según estos juicios deterministas, las disciplinasantropológicas en nuestro país se consolidaron subordina-das a ese pasado indígena, que se convirtió en el principalcampo de estudio y acción del nacionalismo de Estado. Elpensamiento mexicano se diversificó por aquel entoncesen tres cuestiones particulares: el pasado prehispánico, yel indio contemporáneo como problema y como curiosi-dad.140

En cierta forma, se recuperó el indigenismo preteristareivindicador de las sociedades precolombinas que nació enlas postrimerías del siglo XVIII como una necesidad del sec-tor criollo, que requería de encontrar sus raíces, un origen a laexistencia de su ser americano.141

Ya sabemos que esta recuperación de lo indígena comoelemento propio de identidad nacional siempre encontrófuerte oposición en algunos sectores de la sociedad nacio-nal, tanto en el ideario hispanista que impulsó Lucas Alamánal ubicar las raíces de la nueva nación en la vertiente es-pañola del periodo colonial, como en la postura de los libe-rales más radicales, quienes deslumbrados por el modelo yel progreso estadounidense, rechazaron uno y otro pasa-do.142

139 Ibídem, p. 507.140 Arturo Warman, en Suárez, op. cit., p. 25.141 Santoyo, op. cit., p. 509.142 Ibídem, p. 510.

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La crítica de la revaloración del indígena como elemento deidentidad nacional, no sólo abarcó al trabajo etnológico, tam-bién tocó planos arqueológicos. Apoyada en el positivismo, unacorriente desarrollada en Estados Unidos, la rechazó. Morgan,en su obra The fabric of aztec romance is the most deadlyencumbrance upon American etnhology, cuestionó severa-mente que los mexicas hubieran alcanzado altos niveles cultu-rales. Para él, todo el desarrollo alcanzado por este pueblo fueun invento de los españoles, puesto de moda gracias al magní-fico estilo y la organización interna de la obra de WilliamPrescott, Historia de la conquista de México, aparecida en1844.143

Sin embargo, se continuó con la recuperación del pasadoprehispánico, que se empleó como elemento de identidad na-cional, mientras que al indio contemporáneo se le hizo otrotipo de análisis, se le consideró prototipo del hombre primiti-vo y un ser inferior que carecía de sentimientos patrióticos.Para los positivistas mexicanos, el mejor indio era el que esta-ba cuatro metros bajo tierra. La raza maldita que diría Jus-to Sierra O’ Reilly.144

A pesar de todo esto y en buena parte gracias a los es-fuerzos de difusión del conocimiento de la antigüedad indí-gena realizados por Carlos María de Bustamante duranteel primer tercio del siglo XIX, el indigenismo histórico so-brevivió para convertirse en parte de la identidad nacional,la cual adquirió su expresión más acabada en este periodocon autores como Alfredo Chavero y Manuel Orozco yBerra. Estos investigadores basaron sus estudios en códi-ces, relatos de los conquistadores y otros documentos his-tóricos; el pasado se explicó en función de la historia glo-bal de la humanidad, siempre con el progreso como objeti-vo, según la práctica de la ciencia positiva.145

143 Bernal, op. cit., p. 132.144 Gastón García Cantú, «El caracol y el sable», en Cuadernos Mexicanos, SEP,México, 1982, p. 30.145 Suárez, op. cit., p. 24

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Acorde al desarrollo de las técnicas científicas, surgió una nue-va orientación en la arqueología. Se procuró descartar las hipóte-sis generales y superar la discusión de teorías sin ninguna base, seinvestigó una gran cantidad de datos y se realizaron trabajos muyminuciosos para llegar a conclusiones más objetivas.146

Los estudios, que se efectuaron entre 1876 y 1910, dejaron aun lado el tema de los orígenes culturales extramericanos. Ade-más, se demostró la importancia del material hallado in situ y lanecesidad de interpretarlo, tanto en sí, como a partir de la rela-ción que guardaba con el contexto donde se localizaba.

3.1. José María ReyesSobre esta base, en 1879 José María Reyes147 recorrió Ranas yToluquilla. Además de describir los sitios de forma muy precisa,complementó su informe con planos y fotografías:

A tres leguas NE de la municipalidad del mineral de El Doc-tor, distrito de Cadereyta, jurisdicción del rancho de Canoas,en una altura como de 300 metros verticales, escogida conuna sola entrada, se halla la fortaleza […] Es una construc-ción que las gentes de la Sierra llaman la ciudad de Toluquilla[fig. 8], de 700 metros longitudinales, y su mayor anchura,donde el terreno casi cortado a pico lo permite, llega a 72metros.148

En su reporte usó por primera vez el término Toluquilla parareferirse a este sitio, conocido también como La Ciudad o Ca-noas. Anotó que al parecer ya se le nombraba así desde el sigloXVIII, aunque fue a partir de su visita que se popularizó. Al con-tinuar con la observación de la zona, anotó que:

146 Ibídem, p. 40.147 De profesión ingeniero, corresponsal de la Sociedad Mexicana de Geografía yEstadística, realizó una serie de exploraciones en las zonas arqueológicas de Ranas yToluquilla en la Sierra Gorda de Querétaro, durante 1879. Su interés por la historiaregional lo condujo a la búsqueda de información en archivos y bibliotecas, para darcuenta de los principales acontecimientos y personajes que intervinieron en laconquista y colonización de la Sierra Gorda. Véase Margarita Velasco, op. cit.; 1997,p. 245.148 José María Reyes, «Breve reseña histórica de la emigración de los pueblos en elContinente Americano», en Velasco, op. cit., 1997, p. 245.

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La figura del cerro es un óvalo con declives que parten delcentro a los extremos: tiene un pie, puede decirse 53 edifi-cios, y el fuerte del norte aun permanece con una altura de 8metros, con tres cuerpos sobre talud, dominando desde elatalaya hacia el centro de la ciudadela, protegida por cuatrofuertes ya en deterioro, porque algunos apenas tienen tresmetros de alto, y el mismo abandono se ve en las demáscasas, algunas de ellas en cimientos. Ese fuerte del nortetiene una plataforma mirando al NW de 1½ metros de anchopor 2½ de altura; en el centro y desde el piso inferior arrancauna escalera que ocupa la tercera parte de 10 metros, pocoinclinada, y lo estrecho de los treinta peldaños que tiene entodo, solo puede subir y bajarse andando de lado. Combina-do con el paralelo cuadrilongo de 37 por 10 ½ metros, en unprincipio seguramente no tuvo más entrada que la rampa delsur; hoy tiene varias. Esta doble muralla se hace rara bus-cándole las reglas de una defensa tal cual la haríamos hoy,colocándonos de manera que el parapeto nos llegara al pe-cho para manejar una arma, pues tiene el inconveniente deque un hombre sobre la terraza inferior, con dificultad loalcanza con la mano; y esto sugiere la explicación de estor-bar más y más, un ataque en terreno de ascenso tan pen-diente, con trincheras elevadas, que en su tiempo debierontener escalones por dentro, y si no los tuvo, la guarnición enun momento dado los pondría de prevista altura para sor-prender a su enemigo.149

El ingeniero Reyes sostuvo la idea de Bárcena y Ballesteros,pues consideró que las ciudades fueron construidas por una so-ciedad militar, debido a la magnitud de los muros y lo alto de lasedificaciones. Esta idea, de hecho continuó vigente hasta la se-gunda mitad del siglo XX:

Los cinco fuertes de esta ciudadela han sido terrapleneados; enuno de los últimos hacia el oriente, tuve la ocasión de verlo hacesiete años, con una excavación en el centro sin lastimar las pare-des; están llenos de piedra grande y tierra, no tenían otro desti-no que una defensa dominante sobre el todo, y debieron tenercortinas de que no quedan vestigios.150

149 Ibídem, p. 246.150 Idem, p. 246.

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El análisis arquitectónico realizado en esa ocasión tuvo ma-yor amplitud, no sólo se describió la arquitectura y el mediogeográfico, sino que planteó una mayor complejidad urbana, elorigen de los pobladores, su filiación y ubicación cronológica,variables que Bárcena no había considerado:

La arquitectura, en lo general, no pertenece a ningún estilo;sola y original como lo de los pueblos antiguos, empleó eltalud que aparenta cierta elegancia, como firmeza de susobras cuadrangulares: empleó también como ornamentaciónun delicado y aparente contrafuerte; ése es su único carác-ter; cuantas casas quedan, en ruina por supuesto, todastienen un metro o menos de altura en talud y la más, porregla fija, descansan sobre base. Las paredes, con excep-ción de las trincheras, tienen un espesor de 18 a 20 pulga-das, el material es de caliza compacta, laja uniforme, de 3 a 4pulgadas de grueso, que abunda en las inmediaciones: la-brada para darle rostro y ajuste sin ripio, presenta una vistaagradable. Sencillamente sentaron una piedra sobre arcilladelgada e hicieron el uso más práctico de la plomada y laescuadra [fig. 9]. En toda la ciudadela apenas se ven señalesclaras de cuatro o cinco puertas, teniendo algunas aparien-cia de ventanas. Hay huellas de haber blanqueado con calpor fuera. Debieron ser techadas las habitaciones, pero nohay indicio para asegurarlo.151

Interesado en las características urbanas, enseguida describiósu patrón de asentamiento:

Las calles son pasillos estrechos, apenas con 1½ metros decapacidad, presidiendo el programa de impedir grandes grupos.Al SE la montaña está más defendida todavía, por el vértice queforman las dos profundas barrancas que la circuyen; y sin em-bargo, en ese lado que creyeron accesible, escalonaron plata-formas o baluartes avanzados. Como arte de guerra de los pri-meros pueblos, la flecha y la lanza eran todo, la fortaleza esinexpugnable; pero juzgando con nuestras ideas de ahora, ellugar fue mal elegido; no era posible la resistencia de algúntiempo, con un sitio intencional tan sólo para rendirla; teníanagua al poniente, al pie de la montaña en el rancho del Zendo; la

151 Idem, p. 246.

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tenían igualmente hacia el oriente; en El Tejocote; en el abismoque le separa del Cerro de San Nicolás, pero les faltaban losrecursos de alimentación, que como pueblo cazador no era posi-ble que tuvieran provisiones abundantes para un ejército quecomo es de creer, debiera ser numeroso, y no siendo, agriculto-res, dependían de aquella diariamente, lo que era expuesto.152

Además, sostuvo que tales obras y otras localizadas por la re-gión debieron formar parte del baluarte defensivo construido porgentes provenientes del Altiplano Central, especialmente de Tula.

Mirando esta fortaleza, la de Ranas y la de los Moctezumas,colocadas de distancia en distancia, con desfiladeros inaccesi-bles de por medio, y en un trayecto de más de 10 leguas por elaire, de oriente a poniente, surge la idea, como un hallazgo detomarlas por una inmensa línea de defensa del reino de Tula […]Allí mismo, en las inmediaciones de Toluquilla, en el Deconí, ydesparramadas en todas las montañas, se encuentran otrasmuchas, pequeñas, como viviendas ya derruidas, y en ese amon-tonamiento que forman los escombros, a que se ha dado el nom-bre de coesillos, en forma de conos, que parecen hechosexprofeso en los bosques...153

Reyes compartió la idea de Ballesteros en el sentido de queexistió contacto entre las gentes que construyeron Chicomóstoc,en el actual Zacatecas, y las que edificaron las ciudades en laSierra Gorda:

Bartolomé Ballesteros decía en su discurso a la Sociedad deGeografía y Estadística, en junio de 1872, que creía a estos mo-numentos de la misma época [que los de] Chicomóstoc, La Que-mada, Zacatecas, por la semejanza de su construcción.154

Sin embargo, sobre la base de la cronología establecidapara estos pueblos que al parecer tuvieron más proximidadcon los grupos de la Sierra, contrapuso la prueba de lasfuentes escritas que citaban, para el caso de los aztecas ylos toltecas, una distancia considerable. Aunque su pensa-miento se acercaba al de ese autor, no obtuvo las mismasconclusiones que éste.

152 Idem, p. 247.153 Ibídem, p. 253.154 Idem: p. 253.

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Tengo la misma opin ión , d i f i r i endo só lo en queChicomóstoc es nombre que le dieron los aztecas en losnueve años que ahí quedaron; pero ellos no lo constru-yeron, ya lo encontraron […] y si los aztecas no edifica-ron a Chicomóstoc, los toltecas ni por allí pasaron; y siaquella fortaleza y éstas son contemporáneas, su origense remonta a lo desconocido.155

Su interpretación de Toluquilla fue la más interesante delas que se habían hecho hasta ese momento; no obstante,después de su visita, inesperadamente se perdió el interéspor este lugar y se suspendieron las investigaciones, alparecer sólo se reanudaron hasta la tercera década del si-glo XX.

Al continuar con su recorrido, el ingeniero Reyes se dirigióa Ranas, su conclusión sobre la función del lugar, fue que es-tuvo destinado a operaciones militares, principalmente a las detipo defensivo.

Partiendo de Toluquilla al NW por el camino delDerramadero, hay unas dos leguas a la Congregación deRanas [fig. 10]; pero a media legua vuelve a verse el mismopensamiento de defensa, en trincheras de la misma cons-trucción en un flanco de la cañada y en las alturas; se en-cuentran igualmente en el cerro de San Antonio, al sur einmediato a Ranas; y en el centro del pueblo hay un anfitea-tro de unos 12 metros de diámetro por 2 de alto, que hoyutilizan para guardar pasturas. La ciudad, como también lla-man a las ruinas de Ranas, queda a una media legua; formanun ángulo obtuso dos eminencias estrechas y prolongadasque corta el abismo de la barranca al norte, y en ellas aún secuentan treinta y seis ruinas de diversas dimensiones y pocaaltura. Hacia el SE, se notan extremos atrincheramientos, tam-bién sobre otra barranca en declives de acceso, y en todo notiene más de una entrada fácil.156

En este lugar, Reyes tuvo la oportunidad de presenciar el ha-llazgo de unas piezas, entre ellas se localizaron collares, brazale-

155 Idem: p. 253.156 Idem, p. 256.

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tes y la escultura de un personaje ricamente ataviado,157 al quedescribió minuciosamente:

En el cerro inmediato al NE de estas ruinas fue hallado, al hacerun acueducto, un retrato. [...] Es un relieve de basalto [fig. 11].La figura primitiva de toda la piedra debió ser un medio punto ouna U, para verse recostada u horizontal. Mutilada como está,mide del medio de la rotura al ángulo de la derecha 39½, por 11de ancho y 9 de grueso. [sic] Pesa 24½ libras. Los relieves delos tres lados no deben haber sido hechos por pura ornamenta-ción, pero su significado se escapa por falta de continuidad. Elrostro, con sus atavíos, es de un dios o de un rey guerrero; elperfil sin ser una severidad perfecta, por lo apagado del ojo y locorto de la nariz, disimulada con el pendiente que lleva, no tienesemejanza con el tipo griego o romano; carece de barba, y másparece un jefe de alta distinción en la casta guerrera de la India.[…] Lleva un blasón jerárquico de barras transversales y unrostro apenas delineado pero perceptible, descansando sobreuna decoración que hace de visera: la cabellera simulada y conuna barba recogida del medio en compartimientos; las orejeras,las carrileras enlazadas sirviendo de barboquejo, y la garganti-lla, mucho dicen del saber a que en el arte del grabado y de tratarlos metales había llegado el pueblo que habitó las soledades dela Sierra Gorda. […] Pudieran ser de conchas las carrileras y lagargantilla, pero la simetría de los cuadros y de las esferas, nosinclinan a creerlos de bronce.158

Al término de las investigaciones efectuadas en este lugar,prosiguió su recorrido y visitó las zonas que se ubicaban en laregión de Jalpan y Pinal de Amoles:

El 16 de abril, estábamos en Los Moctezumas, distantes deCadereyta veinte leguas. La ruina es allí más completa de lo quese ve en Toluquilla y Ranas. Difícilmente se reconocen los ci-mientos, ocultos por los escombros y el monte. Hacia el ponien-te, dominando la subida del rancho de Camargo, están los res-

157 En opinión de Elizabeth Mejía, el hallazgo de dichos materiales, no así laescultura del personaje, se realizó en otro de los sitios denominado Ranas, elcual, por la descripción que aportó Reyes y más tarde Chavero, debió ser el quese ubicaba en los terrenos que actualmente ocupa el poblado de San Joaquín.Elizabeth Mejía, comunicación personal, julio de 2004.158 Idem, p. 256.

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tos de una trinchera, cuya dimensión no puede saberse pordestruida, midiendo menos de un metro de altura en un solopunto, pero del mismo carácter de las anteriores, aplicado eltalud. De tiempo inmemorial ha sido allí el camino para el Pinal deAmoles, y últimamente dándole comodidad para llevarlo hastaXilitla, lo ensancharon por entre las mismas ruinas.159

En esa zona, también dio cuenta de la gran cantidad de elemen-tos constructivos:

Lo poco que queda llama la atención, es una pared aparente-mente comenzada con piedra labrada de cal común, no está sen-tada como decimos; colocaron de canto y con inclinación, laprimera carrera, que con la de arriba en sentido contrario forma-ría un zig-zag. Dieron betún a un piso con cal arcillosa de 2 a 3pulgadas de espesor. La piedra que en lo general emplearon entodas estas construcciones, no la labraron, solamente le busca-ron el rostro. El terreno ocupado por lo que se ve de coesillos,son unos 600 metros longitudinales de NE a SW, por 80 deancho, con tres alturas naturales y dominantes. Esta era unapoblación como las anteriores descritas, con el fin ulterior dehacerla plaza de guerra. Situada a la mitad de la larga cuesta quedesde el rancho del Pilón conduce a la sierra del Pinal, teníacomo las otras, condiciones ventajosas para una retirada endesbandamiento, a las quebradas de la Sierra, en todas direc-ciones. Al sur, a una y media leguas, hay otro lugar llamado laPlazuela, en que también abundan los coesillos, indicio de otropueblo auxiliar. El nombre de los Moctezumas debe su origenseguramente a fuerzas expedicionarias que en nombre de losemperadores recorrían todo el país en son de conquista; es po-sible que hubiera allí algún tiempo guarniciones aztecas, y talsuposición se presta también para fundar el mismo nombre dadoal río de Moctezuma…160

Según Reyes, los restos localizados en estas latitudes demos-traban que la Sierra Gorda había sido un territorio de alta densidadde población en la época prehispánica:

Siguiendo del Pinal a Escanelilla, se ven coesillos en el ranchode los Arquitos. Un poco más allá del rancho de las tres Cruces,en el agua del Cuervo, el camino nuevo para Jalpan pasó entre

159 Idem, p. 259.160 Ibídem, p. 260.

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restos de las mismas construcciones antiguas; un cuarto delegua más adelante, en el puerto de las Vigas, hay una ruinacuadrada de unos doce metros, con la altura de 5, todo mutilado,pero mirándole aún en dos cuerpos la arquitectura de Toluquilla,de laja sin labrar buscándole el rostro para dar frente. Los es-combros de este lugar rodean un cerro haciendo la figura de unaherradura. Cerca del Real de San Pedro, el rancho de Tonatico esotro extenso pueblo de la antigüedad, en que se ven los case-ríos destruidos como los anteriores. Los hay igualmente for-mando un grupo considerable y en el mismo estado en el Rodez-no, vertiente del río de Escanelilla y Ahuacatlán; lo mismo quemás allá de Jalpan, en la colonia, continuando, aunque en menorescala, hasta el Pánuco.161

El informe de José María Reyes incluyó ocho fotografías to-madas por Jacinto Moreno y las proyecciones de las zonas ar-queológicas levantados por Pawel Primer (Fig. 12 y 13) que ya en1872 había hecho un mapa de Toluquilla, lo que facilitó el estudiode las estructuras arquitectónicas, aunque la interpretación querealizó de los vestigios, estuvo condicionada por el pensamientode la época, ya que la terminología que empleó para su descrip-ción, se basó en la creencia de que se trataba de fortalezas, porello creyó ver en los juegos de pelota, baluartes defensivos.162

3.2 Manuel Orozco y BerraEn Historia Antigua y de la conquista de México (1880), Ma-nuel Orozco y Berra incluyó el reporte que había hecho con ante-rioridad Mariano Bárcena y de hecho compartió su idea, al afir-mar que esta ciudad al igual que Ranas, tal vez, habían sido remi-niscencias de La Quemada:

La Sierra Gorda de Querétaro confiere preciosas ruinas de ciu-dades fortificadas. Poco tiempo hace [que] fueron descubier-tas, y las primeras noticias descriptivas las debo manuscritas alSr. D. Mariano Bárcena…163

161 Idem, p. 260.162 Alberto Herrera Muñoz, «La historiografía», en Minería de cinabrio en la regiónde El Doctor, Querétaro, ENAH, México, 1994, p. 103.163 Manuel Orozco y Berra, Historia Antigua y de la Conquista de México, tomo 2,Porrúa, México, 1960, p. 287.

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3.3. Hubert H. BancroftHubert H. Bancroft164, en The Native Races, escrita en 1883,también abordó este tema en el que además de incluir los resulta-dos de los trabajos de la época, empleó documentos históricos queinformaban de la existencia de otros sitios arqueológicos en laregión.

De igual forma, hizo una referencia de El Cerrito, lugar que fuevisitado y dado a conocer durante el último cuarto del siglo XVIIIpor el franciscano Juan Agustín de Morfi, a quien le reconoció elmérito de ser el primero en describirlo:

En El Pueblito, a una legua y media del sur de la ciudad deQuerétaro […] en 1777 se encontraron los cimientos de unaenorme construcción rectangular sobre una elevación natural.Sus muros, construidos de piedra con mortero de lodo, que almomento de ser visitadas no se apreciaban sobre la superficiedel terreno, sólo por medio de excavaciones fueron expuestos ala luz de 30 a 60 metros. Al este y al oeste de la construcciónprincipal había dos más pequeñas, de las que se dice fueronextraídos muchos ídolos y otras reliquias, incluyendo piedrasredondas pulimentadas perforadas por el centro. También semenciona en conexión con estas ruinas un piso de barro. Sobrela misma elevación se erigía un montículo artificial en forma depiloncillo, construido de capas alternas de piedras sueltas ybarro, que tenía en su cima una meseta plana de unos diez me-tros de diámetro. Se dice que muchos ídolos, fragmentos escul-pidos, pedestales, decoraciones arquitectónicas y puntas deflecha de pedernal de El Pueblito, fueron enviadas a enriquecercolecciones de la Ciudad de México. El señor Morfi, único escri-tor sobre el tema, intenta la descripción de la escultura, perocomo es habitual en tales relatos exentos de cortes, no proveenidea alguna de los materiales tratados. Algunas ruinas de adobede antigüedad dudosa también fueron mostradas al autor men-cionado.165

164 Hubert Howe Bancroft (1832-1918). Librero y propietario de una editorial.Formó un enorme acervo especializado en la historia de la costa del Pacífico, desdeAlaska hasta Centroamérica, que se incrementó con la compra de bibliotecas comola de Alfredo Chavero. Véase Margarita Velasco, op. cit., 1997, p. 269.165 Hubert H. Bancroft, «The native races», en Velasco, op. cit.,1997, p. 269.

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Del mismo modo, recorrió Ranas y Toluquilla, describió su to-pografía y el sistema de construcción de los sitios apoyándose enlos datos que Bartolomé Ballesteros había proporcionado con an-terioridad.

En la sierra de Canoas, entre 50 y 65 kilómetros al noreste deQuerétaro, hay una cuesta empinada conocida como Cerro de laCiudad, cuya cumbre esta fuertemente fortificada, mostrandouna vista panorámica de la colina […] El cerro es elevado, y lacima está cubierta con recias fortificaciones de piedra. Otra pla-ca muestra simplemente la disposición de las piedras, que sonbloques en forma de ladrillos, cuyas dimensiones no se dan,incrustadas en una argamasa de barro rojo y cal. Hay en el cerroun total de cuarenta y cinco construcciones defensivas, inclu-yendo un muro de 12 metros de altura y una plataforma rectan-gular con un área de unos cuatrocientos sesenta metros cuadra-dos […] es muy desafortunado que no tengamos los planos detales fortificaciones.166

De Ranas, el autor destacó los hallazgos y la importante pre-sencia de restos de edificios:

A dos o tres leguas al noroeste de las ruinas recién menciona-das está la ranchería de Ranas, situada en un vallecito encerra-do por montes en la parte superior de los cuales todavía sepueden ver restos de una población muy antigua. […] Una cimaen el norte tiene una pirámide de algo más de seis metros cua-drados en la base, con cuatro escalinatas que conducen a loalto. Cerca de la pirámide hay un montículo de enterramiento, ocuicillo, en el cual junto con el esqueleto, fueron hallados con-chas marinas, cerámica y abalorios. Los cuicillos son numero-sos en toda la región, y las conchas marinas son frecuentes enellos. De un montículo en las cercanías de San Juan del Ríoigualmente se rescataron algunos ídolos.167

La última reseña de esta época fue, al parecer, la que realizóJosé María Reyes, pues el norteamericano se limitó a decir queaún se conservaban de acuerdo con las descripciones de estosautores.168

166 Idem, p. 270.167 Idem, p. 270.168 Herrera y Muñoz, op. cit., p. 290.

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3.4. Alfredo ChaveroAlfredo Chavero169, en la Historia Antigua y de la Conquista(1884), dedicó un apartado a los vestigios localizados en la SierraGorda, con la intención de mostrar la importancia que debierontener en la antigüedad los asentamientos:

En el cerro de Las Canoas, elevación de difícil acceso terminadapor una meseta espaciosa, se ven las ruinas de una serie de baluar-tes colocados admirablemente, y que revelan los conocimientosguerreros de sus autores. Por el lado nordeste del cerro lasfortificaciones van colocadas a diversas alturas, de modo que pro-ducen el efecto de la pirámide, y terminan en la dirección del ba-luarte principal, que todavía tiene unos doce metros de altura. Porel lado opuesto llega a una gran plataforma rectangular de quinien-tos metros cuadrados de superficie. Parece que se cuidaba muchode defenderla, porque además de estar resguardada por dos gran-des fortines de tres metros de altura, tenía en los flancos una seriede terraplenes paralelos. Después de la plataforma siguen diver-sas obras a diferentes alturas, situadas a modo que lo mismo pro-tegieran los baluartes del centro que los bordes de la meseta. Poruna rampa se llega a la explanada del cerro en el cual se levanta ungran fortín que domina todo el camino. Se cuentan cuarenta ycinco fortificaciones, siendo la más notable, un baluarte compues-to de un zócalo de dos metros y medio de altura, que sostiene unmuro en talud coronado por una saliente en la cual se apoya untorreón ya arruinado. Todas las fortificaciones son de lajas calizascortadas a escuadra unidas por cimientos calcáreos y arcillosos.

De igual forma, describió los vestigios que se encontraban en elvalle de Ranas:

En el valle de Ranas, que está a tres leguas, sobre una eminencia seven los restos de una pirámide cuadrada, cuya base mide veintemetros por lado, y que tenía cuatro escaleras perfectamente orien-tadas para subir a la plataforma superior. Cerca de ella existenvestigios de un gran túmulo que encerraba un solo cadáver yalgunos objetos como cuentas de espato, conchas marinas y uten-silios de barro.170

169 Alfredo Chavero (1841-1906). Amigo y colaborador de Benito Juárez; dirigió ElSiglo XIX, periódico de corte liberal. Su pasión consistió en estudiar la historiaindígena y las crónicas de la Conquista. Escribió el tomo I de México a través de lossiglos (1884). Véase Cuadernos mexicanos, SEP, México, 1982, p. 2B.170 Alfredo Chavero. «Historia Antigua y de la Conquista» Tomo I, en México através de los Siglos, Cumbre, México, 1987, p. 267.

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Además de la descripción de los edificios, de su ubicación yestado de conservación, hizo referencia a la enorme cantidad deobjetos localizados por José María Reyes, pero obtuvo conclusio-nes diferentes de las de este autor:

[Existe] una gran cantidad de túmulos, en donde es curioso elhallazgo frecuente de conchas marinas: llámanlos cuesillos yocupan una gran extensión. Bajan por el sur hasta San Juan delRío, abundando principalmente en las ruinas de San Sebastián;en éstos se han hallado algunos objetos curiosos, como idolillosde esmarydita [sic]. Por el norte penetran en Guanajuato; en losllanos del Bajío suelen encontrarse algunos, en que los esquele-tos tienen cubierto el cráneo con un cajete de barro.En un cerro inmediato a Ranas se encontró un yugo, que acredi-ta que en aquel ignorado pueblo el culto había llegado hasta lossacrificios. Esta circunstancia, la pirámide y los túmulos, biendemuestran que por ahí pasó la civilización del sur. Si fue avan-zada de Teotihuacán y Mamemhí o un descenso directo delTamoanchán no lo sabemos; pero si podemos decir, con mu-chas probabilidades de acertar, que los habitantes de esas ciu-dades fueron los vixtoli; y sin duda alguna, pueblos de la razadel sur. Y viene a confirmarlo un rostro de deidad esculpido en elyugo de que hemos hecho mención. […] La escultura pues,indica la civilización del sur, como el yugo en que está hecha ylas ruinas en que se ha encontrado.171

3.5. Antonio García CubasSeis años después de la aparición de la obra de Chavero, en 1890,se editó el Diccionario geográfico, histórico y biográfico delos Estados Unidos Mexicanos, de Antonio García Cubas.172

171 Idem, p. 267.172 Antonio García Cubas, reconocido geógrafo y escritor mexicano, nació en laCiudad de México en 1832. Fue director de la Escuela Nacional de Comercio ycatedrático en diversas instituciones educativas. Realizó estudios geográficos ygeodésicos que le dieron renombre internacional. Se le considera el fundador de laciencia geográfica en México. Fue autor del Atlas Geográfico, Estadístico, Históricoy Pintoresco de la República Mexicana (1885), El libro de mis recuerdos y elDiccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos,editado en cinco volúmenes en 1890. Murió en 1912. Ver Yolanda MercaderMartínez, «Antonio García Cubas», en La antropología en México. Panoramahistórico: Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.

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Para destacar la importancia de los sitios arqueológicos de laSierra Gorda retomó a Bartolomé Ballesteros:

Bartolomé Ballesteros, en un informe rendido a la Sociedad deGeografía, manifiesta que en dicha localidad existen dos gran-des ruinas que llevan los nombres de Ciudad de Ranas y Ciudadde Canoas. […] Su construcción es igual a la de Chicomostoc;lajas superpuestas. Aquí como allá, las paredes han desafiado alos siglos […] La ciudad de Ranas está compuesta de fortinesaislados, sin simetría ni orden; pero la de Canoas tiene todas lascircunstancias que indican mejor inteligencia y civilización delfundador. […] Construida sobre la planicie del cerro de su nom-bre, da su frente al gran cerro de San Nicolás, […] una granmuralla circunda por la caja del cerro a la ciudad. Esta tieneplazas, calles tiradas a cordel, anfiteatros con asientos, sin dudadonde tenían sus juegos y ejercicios.173

3.6 Manuel MurilloMás adelante, en 1891, Manuel Murillo, en compañía del se-ñor Carvajal, subprefecto de la municipalidad de El Doctor ydel párroco Agapito Malagón, visitó Toluquilla, donde pudoobservar la topografía del lugar y las características de losedificios:

Hay también varios departamentos, que aunque ya sin azoteas,destruidas por la mano del tiempo, se supone que fueron habi-taciones, formando éstas unas callecitas de un metro cincuentacentímetros de anchura, y que son, en su mayoría, rectas aun-que muy poco alineadas…174

3.7 Ignacio PedrazaEn 1899, el secretario del Ayuntamiento de Jalpan, Ignacio Pedraza,reunió información sobre los indígenas pames y el ídolo que ado-raban a la llegada de los españoles:

Eran adoradores de un ídolo a quien designaban con el nombrede la diosa Cachum que en castellano quiere decir madre del

173 Antonio García Cubas en Velasco, op. cit., 1997, p. 275.174 «Manuel Murillo», en José G. Montes de Oca, Retablos Queretanos, ImaginaDiseño, México, 1994, p. 88.

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sol. Iban en peregrinaciones a su templo, en lo más alto del cerrogrande de Tancamá, allí los recibía un indio viejo con carácter desacerdote, y se encargaba de presentar las ofrendas a la diosa yhacer las imploraciones.175

Al parecer, se trataba de la escultura que Francisco Palou refi-rió en la biografía de Junípero Serra, sólo que la versión del se-cretario del Ayuntamiento es diferente de la del franciscano.Pedraza menciona que Tancamá era el sitio donde se encontra-ban asentados los indígenas, que la imagen de la diosa incautadafue trasladada al museo de Barcelona en España y que la conver-sión de los nativos fue labor de fray Pedro de Amezcua, que llegóescoltado por militares al mando de José Escandón, en 1744. Juní-pero Serra arribó seis años después a la zona.

El M.R.P Fray Pedro de Amezqúa presidiendo a otros variosfrailes; escoltados por una regular columna de milicianos al man-do del Señor General Coronel Don José Escandón […] formaronuna enramada en esta plaza para que les sirviera de capilla pro-visional […] enseguida se encaminaron a Tancamá […] manda-ron destruir el mencionado templo que consistía en una grangalería de palos, techada de zacate, apoderándose del ídoloCachum que era una figura de piedra al estilo de las esculpidaspor los egipcios, con cara de mujer. Ese ídolo y otros varios quefueron hallados en las expediciones, los remitieron a Españapara el museo de Barcelona.176

Como vemos, existen discrepancias entre el relato de Palou yel de Pedraza. Puede ser que el fraile, en su afán de exagerar laobra de Junípero Serra, le haya atribuido acciones que no realizó;también, es posible que los pames sólo le hayan entregado aAmezcua una de las imágenes que tenían de su diosa y aparenta-ran su evangelización, para que, al retirarse los misioneros, volvie-ran a sus antiguas creencias, esto daría certeza al relato del fraile,pues cuando Serra llegó a la zona, quizá los indígenas ya habíanreconstruido su templo y colocado otra imagen de la diosa, quefue la que el religioso les incautó.

175 AHQ, Fondo Poder Ejecutivo, Exp. 11, sección 4, fomento, fol. 518 y 519.176 Ibídem, f. 518.

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Por otro lado, después del fructífero trabajo realizado en esteperiodo, las investigaciones en el Estado se suspendieron. Noobstante, los trabajos arqueológicos continuaron a gran escala enel resto del país. También en esos años se efectuaron varios in-tentos de legislar sobre la exploración arqueológica y, en 1896, sesentaron las bases para otorgar concesiones a particulares quetuvieran interés de realizar excavaciones, aunque se establecióque todo material encontrado en dichas exploraciones sería pro-piedad del Gobierno mexicano.177 Este decreto reconoció el de-recho de propiedad privada de los terrenos de particulares quecontaran con sitios arqueológicos y prohibió las investigaciones siel propietario no daba su consentimiento. Más adelante, en mayode 1897, se decretó una ley más concreta, que declaraba en suartículo primero que todos los monumentos existentes en el terri-torio eran propiedad de la nación y nadie podría explotarlos, remo-verlos ni restaurarlos, sin la autorización del Ejecutivo, motivo porel cual se comenzó a levantar la Carta Arqueológica de la Re-pública.178

Por vez primera, se consideraron monumentos arqueológicoslas ruinas de ciudades, casas grandes, cavernas con vestigios,palacios, templos, pirámides, rocas esculpidas o con inscripcionesy, en general, todos los edificios que, bajo cualquier aspecto fue-ran interesantes para el estudio de la civilización o la historia delos antiguos pobladores de México.179 Con esta medida se prote-gió los edificios y los objetos depositados en ellos, incluso se pro-pició que las exploraciones se hicieran integrando varias líneas deinvestigación, desde el origen de la población americana hasta losrestos arqueológicos de carácter arquitectónico. Y fue a partir deeste momento cuando por resolución gubernamental, se les consi-deró fuentes de información histórica de primera mano.180 En estanueva proyección, el Gobierno cooperó aportando fondos para laexcavación y reconstrucción de tales monumentos. El deseo de

177 Olivé y Urteaga; op. cit., p. 12.178 Ibídem, p. 13.179 Rubín de la Borbolla en Suárez, op. cit., p. 48.180 Santoyo, op. cit., p. 509.

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legitimarse a partir de la consolidación de la identidad nacional lellevó a incorporar elementos culturales prehispánicos a la orna-mentación arquitectónica y escultórica de las construcciones dela época, como en la estatua de Cuauhtémoc, del Paseo de laReforma, la de Juárez, en Oaxaca, y en el edificio realizado parala Exposición de París en 1890.181

Más adelante, entre los años de 1904 y 1908, se discutió el plangeneral para el establecimiento de la Escuela Internacional de Ar-queología y Etnología Americanas. Las pláticas fueron entre el di-rector de la Universidad Nacional de Columbia, Nicolás Murray Butler;el ministro de Instrucción Pública de México, Justo Sierra; y repre-sentantes de otras universidades extranjeras destacadas, como losde Francia y Prusia. El licenciado José Yves Limantuor, secretario deHacienda, demostró su interés por el establecimiento de tal escuelaen México. En 1910, Franz Boas llegó al país como delegado a lainauguración de la Universidad; en septiembre de 1910, la Secretariade Instrucción Pública celebró un contrato con el doctor Boas paraque trabajara como profesor de Antropología y Etnología de la Es-cuela Nacional de Altos Estudios.182 En ese mismo año, Franz Boas,Eduard Seller y el subsecretario de Instrucción Pública, se reunieronen México. Boas participó en las sesiones inaugurales de la Escuelade Altos Estudios y en el Congreso de la Sociedad Internacional deAmericanistas. Como ya se dijo, en ese tiempo, el Gobierno planeó lafundación de la Escuela Internacional en México. El proyecto seinició con la intención de que su inauguración coincidiera con el Con-greso de Americanistas. Después de la aprobación del plan de estu-dios, el 20 de enero de 1911, Porfirio Díaz la inauguró en presencia delos ministros del Estado, así como de los embajadores de los paísesque participaron en su establecimiento. La Universidad de Méxicoproporcionó aulas y prometió facilitar el acceso a bibliotecas, museosy otros institutos. El Gobierno también ayudó a la Escuela con unsubsidio anual de seis mil pesos.183

181 Suárez, op. cit., p. 46.182 Ibídem, p. 58.183 Véase Eduard Seller, en David Strug, «Manuel Gamio, la Escuela Internacionaly el origen de las excavaciones estratigráficas en las Américas», en Arqueología eindigenismo, Sep-Setentas, México, 1972.

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En materia arqueológica, para 1910, la mayoría de las investi-gaciones fueron realizadas por la Inspección General de Monu-mentos Arqueológicos. Esta dependencia estuvo a cargo deLeopoldo Batres184 y destinó gran parte de sus esfuerzos a laexploración metódica de Teotihuacan, con la intención de conse-guir que su rehabilitación y apertura para el turismo coincidierancon los festejos del primer centenario del inicio de la Independen-cia, organizados con gran pompa por el Gobierno de la Repúbli-ca;185 celebraciones, que por cierto, sirvieron para mostrar la gran-deza del pasado mexicano y para redefinir la arqueología comouna actividad científica subordinada a los intereses del Estado.

Los Gobiernos posteriores continuaron con la misma línea deimpulsar el descubrimiento, la investigación y la exhibición delpasado arqueológico, tanto en las zonas como en los museos, paramostrar su grandeza, para fomentar un sentido de orgullo e iden-tidad y para asumir una política cultural integradora, capaz de unirlos orígenes más remotos del país con las manifestaciones de lacultura nacional.186

184 Leopoldo Batres (1852-1926) nació en la Ciudad de México. Después de susprimeros estudios, completó su formación en Francia, donde cursó las materias deAntropología y Arqueología. En 1873, a su regreso al país, ingresó a una carreramilitar, en la que llegó al grado de capitán. A partir de 1884, cuando el Gobierno dePorfirio Díaz le nombró inspector de los monumentos arqueológicos mexicanos,comenzó su desempeño de cargos públicos relacionados con la arqueología. Fueconservador de los monumentos arqueológicos de la República de 1888 a 1911, yparticipó en varias excavaciones (Teotihuacán, Monte Albán y Mitla, entre lasmás destacadas). Se le apartó del cargo tras la renuncia de Díaz en 1911. Autor degran número de obras sobre la arqueología mexicana (por ejemplo, Cuadroarqueológico y etnográfico de la República Mexicana, aparecida en 1885),perteneció a varias sociedades científicas nacionales y extranjeras y obtuvodistinciones en Alemania y Francia. Falleció en 1926, en la Ciudad de México. Através de él, por primera vez, el Estado mexicano aportó fondos para la excavacióny reconstrucción de monumentos antiguos. Ver «Leopoldo Batres», en DiccionarioPorrúa (A-C), 1995: 376.185 Anales Hispanoamericanos, Número extraordinario, dedicado a los EstadosUnidos Mexicanos con motivo del primer Centenario de su Independencia,España, 1910, p. 8.186 Rico, op. cit., p. 25.

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CAPÍTULO IV

EL TRIUNFO DE LA MEMORIA (1910-2000)

El panorama nacional de los años que van de 1910 a 1920 secaracterizó por los movimientos armados denominados genérica-mente Revolución Mexicana.187 Lógicamente, este suceso in-fluyó notablemente en las actividades antropológicas del país y, dehecho, propició que los trabajos arqueológicos fueran limitados.188

Con el transcurrir del tiempo y pasados los momentos más difí-ciles del conflicto armado, la necesidad de emprender la recons-trucción nacional abrió una nueva etapa en la vida del Estadomexicano; con la caída de Porfirio Díaz y la consolidación de nue-vos grupos de poder, se sostuvo que el proyecto de nación reque-ría de planteamientos novedosos. Ante la situación y de frente aun futuro incierto, se intentó reorganizar las maltrechas relacionessociales, reconocer las condiciones sociales que existían y replan-tear las bases del sentido de pertenencia que definirían a loshabitantes del país.

187 La guerra civil que sacudió a nuestro país, resulta difícil de caracterizar, ya que fueun movimiento amplio que involucró diversos intereses que hallaron puntos comunesen torno al descontento generado durante más de treinta años de dictadura porfirista.Sin embargo, la unidad en contra de un enemigo común fraguó un sentido de identidadrelativo, que se debilitó a medida que desaparecía el poder contra el cual se enfrentaban.Por esta razón, resulta imposible hablar de un proyecto de Revolución Mexicana,como algo homogéneo y lineal. Por el contrario, actualmente se reconoce que elmovimiento de 1910 fue en realidad una gran conmoción social, en que se enfrentaronlas diversas ideas que representaban las diferentes propuestas de solución de losproblemas que afectaban el país. El resultado final de la lucha armada no fue sólo laderrota de las fuerzas conservadoras, sino de los otros proyectos que dentro dellevantamiento revolucionario se enfrentaron (la vertiente agrarista representadapor Francisco Villa y Emiliano Zapata), sobre los que triunfó militarmente el EjércitoConstitucionalista de Carranza y Obregón.En efecto, con la promulgación de la Constitución de 1917, la historia política delpaís se enfiló por la vía institucional, aunque desafortunadamente se distinguió porla desaparición del pluralismo político resultante de la lucha armada y por lapersecución política y militar de la oposición. Ver Portal y Ramírez, op. cit., p. 69.188 No obstante, fue la época en que la disciplina adquirió los perfiles de ciencia enMéxico y se hizo presente en nuevos escenarios, cada vez más variados entre sí.Véase Miguel León-Portilla, «Historia de la Arqueología en México V: La época dela Revolución», en Arqueología Mexicana, núm. 56, Raíces-INAH, México, 2002,p. 10.

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Tal empresa involucró a los más destacados intelectualesde la época, quienes fueron convocados para orientar las ta-reas de reconstrucción de la identidad a partir del análisis dela población que se tenía que incluir en dicho proceso. Poreso, las actividades académicas de este periodo se vieron in-fluidas por la ideología nacionalista propugnada por el Gobier-no.189

Una de esas medidas fue la exaltación de los valores delindio. Se pretendió unir el pasado con el presente a partir de labúsqueda de nuestros orígenes, recuperar la tradición perdiday cobrar conciencia de un destino común. No es extraño quede varias voces a la vez surgiera el mismo mito: el de la unidadfinal de razas y culturas en una sociedad nacida de la conjun-ción y la síntesis.190

Las investigaciones arqueológicas que se realizaron, como erade esperarse, se articularon a los acontecimientos políticos delmomento, además, su fundamentación teórica retomó el proble-ma de la etnogénesis: el indio de ahora era descendiente del deayer y la grandeza del pasado prehispánico podía y debía recupe-rarse. Con ella se diseñaron políticas de conservación patrimonialy de relación con los indígenas.191 Asimismo, tuvo que ver conciertos sentimientos de hermandad latinoamericana, por lo quesus seguidores, entre los que destacó Alfonso Caso, no vislum-braron conflicto entre su posición política y las actividades cientí-ficas que desarrollaban.

189 Portal y Ramírez, op. cit., p. 69.190 Esta fue la idea central del mestizaje étnico y cultural que surgió con AndrésMolina Enríquez (1868-1940) y que retomaron «Manuel Gamio (1883-1960) yJosé Vasconcelos (1881-1959). Véase Leticia Rivermar, En el marasmo de unarebelión cataclísmica (1911-1920)» en Historia de la antropología en México.Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México,1987:95.191 A esta orientación se le dio el nombre de Escuela Mexicana de Arqueología.Su iniciador fue Manuel Gamio y logró, entre otras, que se institucionalizara laarqueología en el país, que se fundaran centros de investigación y enseñanzapermanentes, que los Gobiernos aceptaran que gastar dinero en excavacionesera importante y que las zonas arqueológicas, cuando menos en cierta medida,debían ser respetadas. Este enfoque determinó una forma de ver y sentir laantigüedad que, transmitida por el sistema escolar desde la primaria, le dio aMéxico una de las bases para la recreación de su nacionalidad, a través delpasado indígena. Ver Jaime Litvak, op. cit, p. 149.

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Un ejemplo claro de este pensamiento se observó en la impor-tancia de la reconstrucción, puesto que la necesidad de hacer ar-queología estaba ligada a la educación del mexicano en sus raícesnacionales, los asentamientos prehispánicos fueron consideradoscomo salones de clases. Eran un ejemplo para los mexicanos delo que se podía hacer en el país y, como tales, no sólo eran unamuestra del talento de sus antiguos habitantes, sino también unobjeto didáctico para que aprendieran esta lección.192

En ese tiempo, las instituciones que desarrollaron la mayor par-te de este trabajo fueron el Museo Nacional de Arqueología, His-toria y Etnología, y la Escuela Internacional de Arqueología y Et-nología Americanas. Acerca del Museo Nacional, sabemos quefuncionó entre 1911 y 1915, se dedicó principalmente a la con-servación, difusión y docencia; para ello, contó con departamen-tos destinados al estudio de la lingüística, la etnología, la arqueolo-gía, la antropología física y la historia.193 En 1912, los catedráticosdel Museo acordaron clasificar la enseñanza antropológica en tresgrados y expedir para cada uno de ellos diferentes tipos de cons-tancia, en el tercero quedó la sección de arqueología.194

La influencia del antiguo inspector y conservador de monu-mentos Leopoldo Batres, en el trabajo del Departamento de His-toria y Arqueología del Museo Nacional durante esta etapa fueevidente; acorde con dos ejes centrales, se dedicó casi exclusiva-mente a la conservación de las grandes construcciones, que hastaentonces se encontraban en ruinas y, a hacer una arqueologíamonumentalista.

Por otro lado, los trabajos más importantes en materia de in-vestigación arqueológica fueron efectuados por los miembros dela Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas.A diferencia de lo que ocurría en el Museo Nacional, la Escuelatuvo el carácter de instituto orientado a la docencia y la investiga-ción.195 Entre los estudios más importantes que desarrolló desta-

192 Ibídem, p. 147.193 Rivermar, op. cit., p. 97.194 Claudio Guala Mayer, en Rivermar, ibídem, p. 98.195 Rivermar, op. cit., p. 104.

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caron, sin lugar a dudas, los de arqueología, ya que desde un prin-cipio se planteó la necesidad de organizar la búsqueda y recolec-ción de los materiales antiguos, su estudio y el aseguramientopara el Museo de la Nación.196

Pero la importancia de la Escuela Internacional fue más allá,pues facilitó la introducción de una nueva técnica de exploraciónarqueológica. En efecto, lo que se ha llamado revoluciónestratigráfica produjo un cambio inmenso, no sólo en las técni-cas empleadas en las exploraciones, sino también en los resulta-dos obtenidos y fue, en cierto modo, la clave para los estudios dela primera parte del periodo que nos ocupa, pues se convirtió en labase necesaria para establecer fechamientos más precisos. Gra-cias a ella se lanzaron los arqueólogos a establecer una cronolo-gía, que si bien no era la finalidad última de la ciencia, fue unrequisito indispensable para futuras investigaciones.197

De esta manera, en los trabajos desarrollados por la EscuelaInternacional se empleó la estratigrafía, que se alejó bastante delmétodo llamado tradicionalista, que se orientaba exclusivamentea la búsqueda de objetos de gran belleza o exotismo. A partir deese momento, se estudió con mayor cuidado todo lo que se en-contraba en las capas sucesivas, de manera que un fragmento detepalcate adquirió el mismo valor que un fósil, pues cada uno deellos era un dato determinativo, al que se le podía atribuir, por suscaracteres, un lugar relativo en el tiempo.198

No había lugar a dudas, en arqueología, el énfasis cambió gra-dualmente del valor de los hallazgos realizados a la importanciaque representaba su significado y, afortunadamente, los restos decultura material fueron considerados auténticos documentos degran valor histórico.199

196 El primer director de la Escuela Internacional de Arqueología y EtnologíaAmericanas fue el doctor Eduard Seller, quién al tomar posesión del cargo para elperiodo 1910-1911, planteó que la arqueología era uno los objetos de estudio másimportantes para la Escuela, por lo que debía fomentar la búsqueda y recolección delos restos de cultura material, así como su resguardo, pues ya era consideradopatrimonio de la nación. Véase Leticia Rivermar, íbidem, p. 104.197 Bernal, op. cit., p. 156.198 Jorge Engerrand, en Bernal, op. cit., p. 156.199 Bernal, ibídem, p. 168.

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Al término de la gestión de Seller, Franz Boas, catedráticode la Universidad de Columbia, se hizo cargo de la administra-ción de la Escuela para el periodo 1911-1912. A su llegada aMéxico, el norteamericano presentó varios proyectos de tra-bajo etnológico, lingüístico y de antropología física; sin em-bargo, su interés por la arqueología hizo que su atención secentrara fundamentalmente en ésta; siguió los mismos rumbosde Seller, consolidó a la estratigrafía como la técnica arqueo-lógica por excelencia y sostuvo que el trabajo de campo y losresultados obtenidos sólo podían ser descriptivos y nointerpretativos, ya que no había llegado el momento de tratarde explicarlos con teorías porque no se poseían todos los datosnecesarios.200

Así, gracias a esta técnica empleada por Manuel Gamio201 enlos trabajos arqueológicos de San Miguel Amantla Azcapotzalco,se pudo contar con los elementos necesarios para establecer laprimera secuencia cronológica sustentada en datos confiables parala Cuenca de México. Por tal motivo, puede decirse que, a partirde los trabajos de Gamio, la arqueología de nuestro país adquirióel carácter de disciplina científica.202 Con este método, la maneraestablecida para excavar y reconstruir grandes conjuntos obtuvoconsiderable información, no sólo a base de la lectura de las ins-cripciones, sino también de la estratigrafía de edificios y cerámi-

200 Rivermar, op. cit., p. 105.201 Manuel Gamio (1883-1960) fue la figura más prominente del ámbito culturalde la época. Ocupó diversos cargos directivos, entre ellos el de inspectorgeneral de Monumentos Arqueológicos de la Secretaría de Instrucción Pública,entre 1913 y 1916; y el de director de la Escuela Internacional, de 1916 a1920. Asimismo, encabezó, a partir de su fundación en 1917, la Dirección deAntropología, adscrita a la Secretaría de Agricultura y Fomento. Desde esasdependencias, impulsó la investigación de numerosas zonas arqueológicas ypugnó por la aplicación de un enfoque hasta entonces inédito, y de hechopocas veces planteado posteriormente con claridad como él lo hizo, en el quela investigación debía ser interdisciplinaria y abordar distintos aspectos de lacultura. Manuel Gamio fue el primer arqueólogo debidamente preparado paraello que produjo nuestro país. Ver Ignacio Bernal, p. 159, y Enrique Vela y Ma.del Carmen Solares, «Imágenes Históricas de la arqueología en México. SigloXX», en Especial Arqueología Mexicana, núm. 7, Raíces-INAH, México,2001, p. 24.202 Rivermar, op. cit., p. 195.

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ca. Para este momento, encontramos ya una arqueología plena-mente profesional, aunque sujeta a los lineamientos políticos demoda, mismos que el propio Gamio se encargó de fomentar.203

Incluso, ya dentro del ámbito de los estudios de gabinete, pre-ocupó el tema siempre presente y tan importante de la correlaciónentre los documentos históricos, los códices y las secuencias cul-turales obtenidas por los arqueólogos de campo. La necesidad deconocer las culturas pasadas a partir de todos los medios al alcan-ce posibilitó una vez más el encuentro entre la arqueología y lahistoria. El desciframiento de las culturas indígenas en códices, eninscripciones en piedra y el conocimiento de los calendarios queaparecían expuestos en documentos y estelas permitieron que,por primera vez, se iniciara la reconstrucción de la vida cotidianade estos pueblos.204

Más adelante, entre 1915 y 1918, las actividades educativasy académicas del país se vieron reducidas al mínimo, no obs-tante y a pesar de los momentos difíciles, se fundó el Departa-mento de Arqueología y Etnología en la Secretaría de Agricul-tura y Fomento en 1917, dependencia que en 1919 cambió sunombre por el de Dirección de Antropología y PoblacionesRegionales de la República, primera de su tipo establecida enAmérica y de la que Gamio estuvo al frente como directorentre 1917 y 1924.205

Lo que hasta ese momento se consideró la primera etapa de lainstitucionalización de nuestra disciplina, estuvo representada porla creación de la Dirección de Antropología. Su trabajo clarificó laforma en que se concebía por entonces esta labor científica, yaque conceptuaba su actuación en función de los estudios que apor-taban conocimientos integrales de la población del país, la búsque-da de los medios para superar el atraso y la formación de una

203 Véase Manuel Gamio, Forjando Patria, México, Porrúa, 1992, e Ignacio Bernal,op. cit., p. 171.204 Un ejemplo de este enfoque, que en la Escuela de los Anales recibió el nombre deantropología histórica, lo representó George Valliant, que intentó relacionar loshallazgos arqueológicos con las fuentes históricas, en otras palabras, hacer unahistoria en la que se aprovechara no sólo la arqueología; como en otros lugares dondeno había fuentes escritas, proponía usar los datos que aportaran los restos de culturamaterial. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 178.205 Ibídem, p. 111.

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verdadera nacionalidad, fundada en el acercamiento racial, la uni-ficación lingüística y el equilibrio económico de dichos grupos, comoya se ha descrito anteriormente.206

No cabe duda de que la antropología oficial surgió de la necesi-dad estatal de articular la diversidad social, a partir de un marcoen el cual lo perceptible fuera la totalidad. Esta idea continuó vi-gente durante los años veinte y principios de la siguiente década,manifestándose de diversas formas, como en los foros, los con-gresos internacionales de americanistas, así como también en lapublicación de revistas especializadas surgidas del quehacerantropológico.207

Fue la época en que se promovieron los estudios integrales ennuestro país.208 Los trabajos de investigadores nacionales y ex-tranjeros en gran parte, se debieron, cuando menos en México, ala cooperación promovida por la Escuela Internacional de Arqueo-logía y Etnología Americanas, a partir de los congresos deamericanistas, como el que se efectuó en México en 1910. Gra-cias a su labor, en la arqueología se hicieron más frecuentes losestudios de tipo físico y de restos osteológicos. La mayoría de

206 El pensamiento de Gamio, Sáenz y Vasconcelos coincide con el deseo de acabarcon lo indígena en tanto que transformarlo en mestizo. Su pensamiento es herederode las tesis liberales decimonónicas sostenidas por la mayoría de los intelectuales dela época. Por entonces, fue unánime el consenso de ver lo indígena como obstruccióndel progreso y al mestizaje como medio seguro de transformación, que en sí mismoentrañaba la mejoría económica y cultural de la población indígena. Véase JaimeNoyola, «La visión integral de la sociedad nacional (1920-1934)», en Historia dela antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 153.207 Algunas de estas publicaciones fueron: Revista de Revistas, El México Antiguo,Ethnos, la cuarta época de los Anales del Museo Nacional de México, Boletín delMuseo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Revista de Historia deAmérica, Boletín Bibliográfico del Instituto de Investigaciones Sociales, RevistaMexicana de Sociología y el Boletín del Archivo General de la Nación. Ver JaimeNoyola, op. cit., p. 158.208 Respecto de esto, no debemos olvidar la investigación que realizó Manuel Gamioen Teotihuacan, en la que aplicó su visión de la antropología con un aportefundamental: estudiar integralmente una zona, desde sus raíces prehispánicas, pasandopor la etapa colonial, hasta el presente, con la participación de especialistas dediversas ramas del conocimiento. Véase Manuel Gamio, La población del Valle deTeotihuacan, Secretaría de Agricultura y Fomento, México, 1922 (edición facsimilar,INI, 1979).

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ellos se ocuparon parcialmente de establecer comparaciones yello ocasionó una revisión en las técnicas y los procedimientospara obtener medidas significativas que se pudieran manejarestadísticamente. A partir de ese momento, la investigación ar-queológica fue reconocida como la disciplina que basaba sus ob-servaciones en el estudio de los materiales del pasado y en Méxi-co, se considera que se inició formalmente en 1915 con los traba-jos del propio Gamio, ya que la arqueología de principios de siglocarecía de ese parámetro y se limitaba a justificar la presencia denumerosos vestigios del pasado, que con los años había acumula-do el Museo Nacional, así como a realizar estudios que estabanmás cerca de la historia antigua y del desciframiento de los códi-ces que de la arqueología. Antes de ese año, prácticamente, nohubo proyectos institucionales de exploración arqueológica.

En ese tiempo, por iniciativa de la Dirección de Antropología,se planteó la necesidad de evaluar el estado guardado por losdiferentes sitios arqueológicos del país y de elaborar una regla-mentación sobre su cuidado y conservación. Dicho esfuerzo sehizo patente con la publicación del Estado actual de los princi-pales edificios arqueológicos del país. Con base en este reco-nocimiento arqueológico, se inició la discusión sobre los aspectosque debía contemplar la protección de los edificios, los cuales,reunidos en un dictamen fueron enviados al Congreso. La formu-lación fue aceptada y en 1934 se promulgó la Ley de Protección yConservación de Monumentos Arqueológicos e Históricos.209

Según este nuevo marco jurídico, se desarrollaron técnicas de re-construcción, restauración y consolidación de edificios prehispánicos,derivadas en gran parte de la evolución de los procedimientos derestauración. Se observó también un cambio en la mentalidad deestos especialistas, que se reflejó en la búsqueda de soluciones parapreservar las estructuras arquitectónicas, así como en el sentido deautocrítica profesional que se evidenció cuando, al proponer una ac-ción para evitar la destrucción de una estructura recién localizada,años después, con la reglamentación y la asimilación de nuevas téc-nicas, surgidas de su trabajo o aprendidas de sus colegas, las consi-deraba poco recomendables. No deja de ser interesante la209Loyola, op. cit., p. 197.

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autorreflexión a la que llegaron los arqueólogos de finales de la dé-cada de los veinte e inicios de los treinta.

Evidentemente, ya para este momento existía una crítica dirigi-da a la reconstrucción inmoderada, aunque se argüía que el desa-rrollo de sus técnicas no había alcanzado su madurez.210 Sin em-bargo, en este periodo, la restauración significaba desarrollo de laciencia, depuración de las técnicas; era una etapa en que, al tiem-po que se desarrollaba la ideología del nuevo Estado mexicanosurgido de la Revolución, la disciplina se consolidaba vinculada alas tareas estatales, pero con la diferencia de que el objetivo de lareconstrucción de los años veinte cambió en los cincuenta; en losprimeros, se desarrollaron las técnicas arqueológicas y se confi-guró el marco conceptual de la arqueología mesoamericana, ade-más, fue una etapa de búsqueda de patrones de reconstrucción,consolidación de edificios y reglamentación de estas prácticas,cuando en otros países sostenían proyectos similares; en los añoscincuenta, la restauración ya no obedeció propiamente a la inves-tigación, se volvió una arqueología escenográfica, en donde losparámetros dejaron de ser científicos, para convertirse en pro-yectos con objetivos principalmente turísticos.211 Por tal motivo,no es casual que los intereses de la arqueología, como disciplinaen sí, se confundieran con las necesidades del Gobierno, deseosode reforzar la ideología de la nacionalidad con la reconstruccióndel pasado, pues a pesar de conocer los límites de su objeto deestudio, pagaba su condición de estar subsidiada por el Estado.212

210 Algunos de los arqueólogos que participaron en la reconstrucción monumental de edificiosfueron José García Payón (1896-1977), Jorge R. Acosta (1908-1975) y Alfonso Caso(1890-1985). Véase Arturo España Caballero, «La práctica social y el populismo nacionalista(1935-1940)», en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Loshechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 269.211 Ibídem, p. 200.212 Esto implicaba que, normalmente, el parámetro de investigación se concentrara enlos centros ceremoniales, a expensas de otras áreas –como las habitacionales o las deabastecimiento de los poblados– que ante la imposibilidad de protegerlos y estudiarlosa todos, se había orientado a las zonas más espectaculares, con el beneficio de que sureconstrucción atraería el turismo y generaría divisas para el país, aunque en detrimentode las áreas menos «rentables,» que eran de manera casi irremisible condenadas a ladestrucción, al quedar incluso fuera de los linderos de protección legal. Véase ManuelGándara, «Historia de la Arqueología en México VII: La época moderna (1968-2002) 1ª Parte», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH, México, 2002,p. 12.

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4.1 El panorama arqueológico en Querétaro (1910-1960)En Querétaro, una vez superados los años difíciles de la guerracivil, en 1928, Ignacio Marquina,213 coordinador de los trabajos deregistro cronológico y cultural de los monumentos prehispánicosdel país, incluyó datos de Ranas y Toluquilla en una publicaciónespecial realizada para el XVIII Congreso Internacional deAmericanistas. Marquina preparó un estudio acerca de los estilosarquitectónicos prehispánicos, en donde hizo mención de la mayo-ría de los sitios que hasta ese momento eran conocidos.

En su trabajo, consignó, al igual que Orozco y Berra, quedichos centros fueron construidos durante el periodo arcaico,para ser destinados como baluartes defensivos y que al pasodel tiempo se usaron como santuarios religiosos; sostuvo quela distribución espacial de los edificios obedeció principalmen-te a la topografía del terreno y que en muchos casos fue apro-vechada para obtener ciertos patrones asimétricos de acuerdocon los ejes longitudinales de los cerros. En la descripción querealizó de estos asentamientos, incluyó por vez primera lasexpresiones de juego de pelota con paramentos, basamen-tos piramidales y edificios de planta rectangular; términosarquitectónicos, como talud, cornisa, escaleras remetidas yfachadas. También, reprodujo los planos de Pawel Primer queya se habían editado junto al trabajo de José María Reyes, en1881 (fig. 14).214

213 Ignacio Marquina Barredo fue uno de los más eminentes especialistas enarquitectura prehispánica. Nació en la ciudad de México en 1888; egresó de laAcademia de San Carlos en 1913. Su acercamiento a la arqueología se la debióa Manuel Gamio, y en 1922 realizó sus primeros trabajos de este tipo. Dirigióel Departamento de Monumentos Prehispánicos del Instituto Nacional deAntropología e Historia. De 1947 hasta 1956, ocupó la dirección de esteinstituto. Ejerció el cargo de secretario general del Instituto Panamericano deGeografía e Historia de 1956 a 1965. Basándose en los códices precolombinos,diseñó los planos y la maqueta del recinto del Templo Mayor de Tenochtitlán,que guarda notable semejanza con el recinto sagrado que años después, entre1978 y 1982, descubrieron los arqueólogos. Entre sus trabajos destacanArquitectura Prehispánica (1951) y El Templo Mayor de México (1960).Murió en 1981. Véase Román Piña Chan y Alejandro Villalobos Pérez, «IgnacioMarquina Barredo», en La antropología en México. Panorama histórico.Los protagonistas (Acosta-Dávila), Vol. 10, INAH, México, 1988.214 Ignacio Marquina, en Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 291.

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Más adelante, en 1931, el arquitecto Emilio Cuevas, comisiona-do por la Dirección de Monumentos Prehispánicos de la Secreta-ría de Educación Pública, realizó con Eduardo Noguera una visitade inspección por estas zonas arqueológicas y El Cerrito. El pro-pósito de su recorrido fue comprobar los datos que aportaban losmapas levantados por el ingeniero Primer; no obstante, su infor-me se orientó más a señalar grado de destrucción en que se en-contraban los edificios. Con respecto a Ranas y Toluquilla, anotó:

El objeto que pretendía era comprobar los planos que pre-senta Reyes en su relación, levantados por el ingeniero PawelPrimer.215

Ya me suponía que la acción del tiempo había producido susefectos y que los iba a encontrar más destruidos de los queél los vio. […] En efecto, la vegetación ha invadido las rui-nas […] los edificios que pudieron estar techados se hanllenado de tierra y hojas y en su interior la vegetación hahecho presión sobre los muros desplomándolos y derrum-bándolos.Por otra parte la creencia vulgar de que hay tesoros escon-didos, ha dado lugar a que los hombres, cooperando con loselementos naturales hayan maltratado estos edificios.216

Para Toluquilla, identificó un juego de pelota a partir de lacomparación entre las estructuras allí localizadas y las que se en-contraban en los sitios de Chichén Itzá y Xochicalco. En Ranas,reconoció que su deterioro era muy avanzado, sobre todo porquelas poblaciones de los alrededores demolían exprofeso las estruc-turas para aprovechar los materiales en la construcción de cercase incluso para sembrar entre ellas. Asimismo, complementó susnotas con varias fotografías que mostraban el material usado enlos edificios, su estado de conservación y los estilos arquitectóni-cos usados en los sitios. Sobre El Cerrito, afirmó que su inspec-ción era muy fácil, ya que existían medios de transporte que llega-ban al lugar. Además, incluyó once fotografías (figs. 15,16 y 17) y

215 Emilio Cuevas, «Informe sobre la expedición arqueológica a las ruinas deToluquilla, Ranas y Cerrito en el Estado de Querétaro», en Velasco, op. cit., 1997,p. 279.216 Ibídem, p. 280.

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una acuarela de Toluquilla (fig. 18), en la que se aprecia la re-construcción de una de las canchas del juego de pelota y el basa-mento piramidal que hipotéticamente lo remataba.217

Eduardo Noguera también elaboró un informe de la explo-ración de Ranas y Toluquilla que luego publicó. En él, fue másallá que su colega al afirmar que a pesar de que los primerosinformes provenían del año de 1872, en realidad, ofrecían in-formación poco confiable para un estudio serio de las civiliza-ciones precortesianas. De igual forma, sus conclusiones sealejaron de las de Emilio Cuevas, pues mientras éste se pre-ocupó más por el estado de conservación, Noguera trató dedefinir la cronología y la cultura a la que pertenecieron dichosasentamientos a partir del análisis de la cerámica y de los ele-mentos arquitectónicos:218

El punto más importante que se ha podido aclarar durante elviaje […] es el referente a la clase de cultura a que estosmonumentos pertenecen. Antes de su exploración consti-tuía un verdadero enigma su origen. No se sabía si fueran dela civilización arcaica, es decir, la más antigua de que setiene noticias en México, o bien si pertenecían a la civiliza-ción tarasca o si, por el contrario, considerando su relativaproximidad, podría asignársele una relación con lostotonacas. Ahora, gracias a la exploración emprendida y alos estudios que se están efectuando, junto con algunasexcavaciones practicadas en las citadas ruinas en busca decerámica, que es primordial factor para el reconocimiento delas reliquias arqueológicas, puede decirse, en forma provi-sional, que será rectificada cuando esos estudios hayan sidoterminados, que las ruinas que describimos ofrecen relacióncon la cultura teotihuacana.219

Noguera distinguió la presencia de Teotihuacán y de la culturatotonaca a partir de los materiales recolectados y de sus observa-ciones sobre la arquitectura de la zona:

217 Ibídem, p. 277.218 Eduardo Noguera, «Viaje de exploración a las ruinas arqueológicas deToluquilla y San Joaquín Ranas, estado de Querétaro», en Velasco, op. cit.,1997, p. 289.219 Ibídem, p. 290.

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Las razones en que se funda esta afirmación es principalmenteen el tipo arquitectónico. En Toluquilla aun se pueden observardos juegos de pelota y cinco en el caso de San Joaquín Ranas,edificios que, como se sabe, son características de esa cultura yexisten en todo su esplendor en Chichén Itzá y otras ciudadesmayas que sufrieron influencias toltecas.[…] Por otra parte, el mismo carácter de la construcción muestracierta analogía con monumentos de la costa de Veracruz, endonde floreció la civilización totonaca, y si a esta se agrega eldescubrimiento, en las ruinas de Querétaro, de un yugo bella-mente esculpido, que son productos natos de los totonacos,puede establecerse una transición entre las civilizaciones de lacosta con las del centro…220

Sin embargo mantuvo la idea de que Toluquilla y Ranas debie-ron ser baluartes defensivos:

No queda lugar a duda que las ruinas son verdaderas forta-lezas […] en parte defendidos naturalmente por altos acanti-lados, cuya ascensión es imposible y la parte de fácil accesoera defendida por doble y aun triple muralla de gran espe-sor.221

Su crónica, junto a la de Emilio Cuevas, se publicó en la revistaAnales del Museo Nacional, Historia y Etnografía en 1945,dirigida por el propio Noguera.

Por otra parte, en 1935, durante un viaje de investigación por laSierra Gorda que tenía como objetivo el estudio de las pautas cul-turales de los grupos otopames, Jacques Soustelle incluyó una notaen la que dio fe de su visita a Ranas y Toluquilla, donde se detuvoa examinar material arqueológico, cuyas características describióbrevemente:

Este material está constituido en particular por dos clases deobjetos: 1. Piedras esculpidas que son indudablemente frag-mentos de yugos totonacas.222

220 Idem, p. 290.221 Ibídem, p. 290.222 Soustelle incluyó en su obra la imagen de uno de estos fragmentos; se trata de lamisma pieza que apareció en el informe de José María Reyes en 1880 (Fig. 10) y enel tomo 1 de México a Través de los Siglos de Alfredo Chavero (1884). Dichaescultura se encontraba depositaba, según el autor, en la Academia Antonio Alzate dela Ciudad de México.

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[…] Objetos de barro y en especial candeleros, pequeños va-sos dobles, característicos de la cerámica de Teotihuacan; piesde trípodes que son igualmente muy parecidos a los de algunosvasos de Teotihuacan.223

Con el trabajo realizado, llegó a la conclusión de que en la zonase había desarrollado una civilización olmeco-teotihuacana, queprobablemente se colapsó al mismo tiempo que la de Tula.224

Durante esta época, Joaquín Meade exploró la Huasteca ydibujó mapas y fotografió los sitios y objetos localizados en lazona, que informaban de la existencia de importantes ruinasarqueológicas en el territorio queretano, principalmente enJalpan.225 Años más tarde, Meade visitó nuevamente la regióny recorrió los sitios arqueológicos de San Juan, Tancamá,Tangojó, Neblinas, El Lobo, La Purísima y San Rafael, que seencontraban en los municipios de Arroyo Seco, Jalpan y Lan-da de Matamoros.226

Dentro de la Reseña Histórica de la Virgen de El Pueblitoque hizo el canónigo Vicente Acosta227, en el opúsculo Recuerdodel Tercer Centenario del Culto de Nuestra Señora delPueblito: 1632-1932, incluyó una breve anotación sobre ElCerrito:

A la parte norte y muy cerca de la Pequeña Población, se yergueuna pirámide monumental construida a mano por los idólatrasaborígenes a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultarsus oráculos; este cerrillo artificial [era] llamado Cerro Pelón.228

223 Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México Central, Centro de EstudiosMexicanos y Centroamericanos, FCE, México, 1993, p. 145.224 Idem, p. 145.225Joaquín Meade. La Huasteca. Época antigua, Editorial Cossio, México, 1942, p.309.226 Herrera, op. cit., 1994, p. 111.227 Este relato fue retomado más tarde por el mismo Vicente Acosta y otros autoresque, al hacer alusión de los antecedentes históricos del culto a la Virgen de ElPueblito, citaban el lugar. El Álbum de la Coronación Pontificia de Nuestra Señoradel Pueblito de Cesáreo Munguía (1946), La Milagrosa Imagen de Nuestra Señorade El Pueblito, de Vicente Acosta y Cesáreo Munguía (1962), y Ecos de la Coronaciónde Santa María del Pueblito, de José Guadalupe Ramírez Álvarez (1949), sonalgunos ejemplos.228 Vicente Acosta, en José G. Montes de Oca, op. cit., p. 184.

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En la Reseña Histórica se describieron los objetos arqueológi-cos que, en gran cantidad, todavía se localizaban en los alrededo-res del lugar:

[…]Los muchos fustes de columnas que hasta hace unospocos años se hallaban esparcidos por la falda del monteci-llo, cariátides como de ochenta centímetros en durísima roca,estatuitas bien acabadas adornadas de prendas simbólicas;varios objetos de cerámica, como pipas, tecomates, ollas,perfumeros ornamentados; todo esto encontrado en las in-mediaciones del gran cúe, atestiguan el grado de adelantoque en estas artes alcanzaron los moradores del Pueblitoantes de la conquista.229

Por otro lado, independientemente de los trabajos que ya seefectuaban en la Sierra Gorda, derivado de la gestión de GermánPatiño, en 1936 se estableció en el antiguo convento de San Fran-cisco, el actual Museo Regional de Querétaro.230 A esta Galeríallegó una importante colección de objetos arqueológicos. Dichoacervo se había formado con material integrado a las primerascolecciones que se tenían desde fines del siglo XIX, como lo eraun chac mool mutilado proveniente de El Cerrito, un fragmentode atlante y una estela de basalto, fragmentos de relieves,columnillas, losas del revestimiento y objetos cerámicos de la mis-ma zona; más adelante, alumnos y profesores de la secundaria deEl Pueblito donaron otros materiales del mismo tipo.231

Mientras esto ocurría en nuestra entidad, en la Ciudad de Méxi-co, el 3 de febrero de 1939, durante el Gobierno de Lázaro Cárde-nas, se publicó en el Diario Oficial de la Federación la leyorgánica de una nueva institución gubernamental dependiente dela Secretaría de Educación Pública: el Instituto Nacional de An-tropología e Historia, cuyas funciones fueron a partir de ese mo-mento: la exploración arqueológica, la custodia, la conservación yla restauración del patrimonio histórico y artístico de México. AlINAH se incorporaron las dependencias relacionadas con la pro-tección del patrimonio cultural, entre las que destacaban el Museo

229 Idem: 184.230 Guadalupe Zárate. Los trabajos y los días, 60 años del Museo Regional: Homenajea Germán Patiño, INAH-Querétaro, Querétaro, 1996, p. 13.231 Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito», en QuerétaroPrehispánico, op. cit., 1991, p. 193.

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Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía y las direccionesde Monumentos Prehispánicos y de Monumentos Coloniales de laSEP, derivadas a su vez de la Comisión General de Monumentos,creada en 1895. Se formó, además, un Consejo Académico yTécnico del Instituto de carácter consultivo, del cual derivaron losconsejos de Arqueología, el de Monumentos Históricos y el Na-cional de Paleontología.232

Es importante mencionar que antes de la creación del INAHya existía la necesidad de preparar especialistas para el nivel de laeducación superior en los diversos campos de la antropología.Anteriormente, para estudiar arqueología era necesario trasladar-se a otro país. Esta situación se resolvió a partir de 1937, cuandoen el seno de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Ins-tituto Politécnico Nacional, se estableció un campo de estudios enantropología, que poco después se constituiría en un organismo deeducación superior: la Escuela Nacional de Antropología e Histo-ria (ENAH), la cual se integró al INAH en 1942.233

Al mismo tiempo, se estableció un acuerdo académico entre laENAH y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),por el que la primera se ocupó a partir de ese momento de laeducación superior en el campo de las diversas especialidades dela antropología –incluida la arqueología– mientras que la segundase orientó a la formación de los historiadores.

El 1939, la Dirección de Monumentos Prehispánicos, queentonces coordinaba Ignacio Marquina, se dio a la tarea delocalizar y clasificar los sitios arqueológicos del país. Tal em-presa no sólo implicó visitas de inspección por el territorionacional, sino que además recurrió a la búsqueda de archivo;al final, el número de asentamientos registrados alcanzó el to-tal de 2 106, los cuales fueron integrados en un informe queincluyó una ficha con su nombre, ubicación (distrito y munici-palidad), descripción arquitectónica, ruta de acceso y refe-

232 Joaquín García Bárcena, «Historia de la Arqueología en México VI: La etapa dela posrevolución (1939-1968)», en Arqueología Mexicana, núm. 57, Raíces-INAH,México, 2002, p. 9.233 Ibidem, p. 9.

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rencia, que se publicó con el nombre de Atlas Arqueológicopara la República Mexicana.

El primer intento de elaborar una carta arqueológica de la Re-pública Mexicana, se debió a Leopoldo Batres, quien había funda-do en 1894 la Inspección de Monumentos Arqueológicos. En 1916,la dirección de Antropología a cargo de Manuel Gamio se dedicóa la integración de la Carta y el Catálogo Arqueológico delpaís. Dicha información, se complementó con el Archivo Técnicode la Dirección de Monumentos Prehispánicos del INAH, lo quedio como resultado el Atlas Arqueológico de 1939; en él apare-ció lo que reportaron los viajeros durante el siglo XIX para elEstado de Querétaro, veintisiete sitios, de los cuales veintitrés,estaban localizados en la Sierra Gorda, tres en los Valles y uno enla parte sur del Estado: Puerto de las Vigas, Tonatico, Toluquilla,Tilaco, Cerro del Sapo, El Sabino, Rodesno, Ranas, Pueblo Viejo,El Pueblito, La Plazuela, Neblinas, La Muralla, Los Moctezumas,El Lobo, Landa de Matamoros, La Laja, San Juan del Río, SanJuan, Ecatitlán, Deconí, Concá, La Colonia, Sierra de Canoas,Campana, Los Arquitos y Agua del Cuervo (fig. 19).234

Más adelante, durante la década de 1940, el arqueólogo CarlosMargaín, en su artículo Zonas Arqueológicas de Querétaro,Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas (1944), llegó a la con-clusión de que en la arquitectura y la cerámica de El Cerrito, seapreciaban relaciones con Tula.235

Por esos años, concretamente en 1943, Paul Kirchhoff236 pro-puso el concepto de Mesoamérica,237 apoyado en una serie de

234 «Atlas Arqueológico de la República Mexicana», en Velasco, op. cit., 1997, p.295.235 Carlos Margaín, en Margarita Velasco, «La arqueología en Querétaro», en Laantropología en México. Panorama histórico, vol. 13, INAH, México, 1988, p. 236.236 Paul Kirchhoff (1900-1972). Antropólogo mexicano de origen alemán, miembrofundador de la Sociedad Mexicana de Antropología y de la Escuela Nacional deAntropología e Historia. Ver Javier Téllez Ortega, La época de oro (1940-1964),en Historia de la antropología en México. Panorama histórico: Los hechos y losdichos (1880-1986), Vol. 2, INAH, México, 1987, p. 313.237 Este concepto, aunque clarificado después, bien pudo ser elaborado por EduardSeller. En efecto, fue el primero en demostrar la unidad esencial de lo que Kirchhoffllamó Mesoamérica, razón por la cual se ocupó de esas áreas y de aspectos relativosa ellas, tanto arqueológicos como etnográficos. Véase Ignacio Bernal, op. cit., p. 142.

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datos culturales tomados de fuentes documentales del siglo XVIacerca de la población de México en la época prehispánica, paraidentificar una región cultural del territorio que había ocupado to-tal o parcialmente los actuales Estados de Sinaloa, Durango,Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas, Nayarit, Jalisco, Veracruz,Guanajuato, Querétaro, Michoacán, Hidalgo, México, Guerrero,Morelos, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Tabasco, Chiapas, Campeche,Yucatan y Quintana Roo, y que se extendía más allá de la fronterasur en el momento de la Conquista.238

Como resultado de su trabajo, los estudios se concentraron enlas poblaciones mesoamericanas y fueron realizados de acuerdocon los conceptos de la Escuela Mexicana de Arqueología.239 Entreun gran número de ellos y a pesar de que la parte norte del Estadoquedó fuera de los límites señalados por Kirchhoff, destacan losefectuados por Eduardo Noguera, que en 1945 retomó la infor-mación que había obtenido durante su recorrido por la Sierra Gor-da en 1931, acompañado por Emilio Cuevas, para continuar consu trabajo que pretendía identificar el origen cultural de Ranas yToluquilla, fundamentado en el análisis de la arquitectura y la ce-rámica; no obstante, en esta ocasión se detuvo a describir conmayor amplitud la arquitectura del lugar, su estado de conserva-ción y los objetos localizados en los sitios:

El estado que guardan los monumentos de Toluquilla y Ranases bastante lastimoso si se considera que allí no se han efectua-do reparaciones de ninguna especie desde su descubrimiento.[…] En rasgos generales, el estudio de la arquitectura de estosmonumentos, al que se anexará el de la cerámica encontrada enesos mismos lugares, tiende a ilustrarnos acerca de la culturaque dio origen a esos monumentos.240

En efecto, sobre la base de los materiales localizados, mantuvofirme la idea de que la influencia cultural totonaca y teotihuacanallegó a aquellos lejanos lugares:

238 VéasePaul Kirchhoff, «Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnicay caracteres culturales» en Suplemento de la revista Tlatoani, núm. 3, INAH,México, 1960.239 Joaquín García-Bárcena, op. cit., 2002, p. 14.240 Eduardo Noguera, «Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro», en Velasco,op. cit., 1997, p. 319.

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La importancia de estos monumentos no puede ocultarse, puestoque señala cierta relación con los monumentos de los teotihuacanos,por no decir que es producto de los mismos y, por otra parte, acusatambién analogía con las civilizaciones de la costa, como pode-mos ver por medio de la arquitectura y sus artes menores.241

Sin embargo, debido a la confusión de la época, interpretó quelos estilos teotihuacanos no eran más que pautas culturales queevidenciaban la presencia tolteca en la Sierra Gorda. Antes de1941 se pensaba que Teotihuacan era la capital de los toltecas, lamítica Tula de las fuentes históricas, por lo que propuso que Ra-nas y Toluquilla debieron ser construidas por este grupo en sutrayectoria del Pánuco al centro del país y como prueba de supaso por esta región, dejaron estructuras de juego de pelota yobjetos cerámicos que por su decoración tendrían esa misma filia-ción. Pese a la confusión cronológica, Noguera distinguió clara-mente las influencias culturales provenientes de la Ciudad del Al-tiplano Central, así como de la Costa del Golfo.242

Posteriormente, en los años cincuenta, Ignacio Marquina en suArquitectura Prehispánica, incluyó los sitios de Ranas y Toluquillaen el capítulo III, dedicado a la arquitectura del norte, occidente ynoroeste de México. La información que contenía en su mayorparte era la misma que había obtenido durante su recorrido decampo en 1928, aunque la complementó con los datos recogidospor Eduardo Noguera y Emilio Cuevas en 1931 y los planos dePawel Primer:

Conocemos algo de estas ciudades arqueológicas, gracias a losinformes de Bartolomé Ballesteros, de José María Reyes [y a losdatos y fotografías] del profesor Eduardo Noguera y del arqui-tecto Emilio Cuevas…243

El mérito de Marquina radica en el hecho de que incluyó Ranasy Toluquilla en el esquema general de la arquitectura prehispánica,lo que fue un importante avance para Querétaro, pues colocó es-tos monumentos dentro del panorama arqueológico nacional,244

241 Ibídem, p. 323.242 Velasco, 1988, op. cit., p. 237.243 Ignacio Marquina, «El norte, el occidente y el noroeste de México», en Velasco,op. cit., 1997, p. 334.244 Velasco, op. cit.; 1988, p. 236.

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aunque no deja de causar sorpresa que a pesar de hacer unabreve mención de El Cerrito, y de conocer la importancia del lu-gar, lo haya omitido de su magna obra; es probable que esto dieralugar a que este centro no fuera considerado en estudios posterio-res sobre el centro-norte de México.245

Aún quedaba mucho por hacer en las áreas que no fueron in-cluidas en Mesoamérica, ya se ha dicho que el norte y el occiden-te de la República quedaron bastante descuidados, quizá debido ala situación peculiar de la arqueología de esa región. Salvo algu-nos centros como Ranas y Toluquilla, en Querétaro, este territo-rio no presentaba, o al menos eso se creía, sitios concretos dondepudieran hacerse exploraciones. Por esta razón, la atención alámbito no mesoamericano fue reducida y aunque Paul Kirchhoff,en 1954, propuso las superáreas culturales de Oasisamérica yAridoamérica, puede decirse que las intervenciones fueron muylimitadas.246

4.2. Los años de ruptura. Encuentros y desencuentros de laarqueología en México: 1960-2000Durante la década de los sesenta, ocurrieron grandes cambios enla vida social y cultural de la nación.247 Los dramáticos sucesos

245 Crespo, op. cit.; 1991, p. 163.246 Este hecho no fue del todo negativo para las investigaciones, pues el arqueólogotuvo que recurrir a la búsqueda de las huellas del pasado en otros espacios comocuevas, montes y acantilados. Además, a pesar de ser reducidas las exploraciones, selograron importantes hallazgos principalmente en el norte de México, en el occidentey en la región de la Huasteca. Ver Ignacio Bernal, op. cit., p. 177.247 Fue una época que se caracterizó por la aplicación de una serie de medidas tendientesa aliviar la frágil economía nacional, mismas que fueron rechazadas por los sectorespopulares, lo que provocó una crisis en 1968 que fue controlada a través de dos vías:la tendencia al endeudamiento externo para financiar el desarrollo, y su consolidación–como productor – en el mercado petrolero, gracias a lo cual se tuvo el aval paracontinuar con esta política, cuyo eje era el desarrollo industrial. Desafortunadamente,ello no evitó la abrupta caída de la economía, pero si propició la reflexión de algunossectores de la población –intelectuales, estudiantes, profesionistas, etcétera. – queadoptaron las posiciones marxistas y socialistas, y criticaron el papel del Estado comoportador del modelo cultural nacionalista y populista emanado de la RevoluciónMexicana, que, en la práctica, dejaba en manos del capital extranjero, los sectoresclaves y más dinámicos de su aparato productivo. Contra este sistema político deexclusión económica y social, se alzaron las voces de protesta, que tomaron comobandera la democratización de la vida nacional. Véase Portal y Ramírez, op. cit., p.138.

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de esos años influyeron notablemente en la arqueología y las cien-cias sociales en general. Fue el momento en que se cuestionó elproyecto de la antropología oficial fundada por Manuel Gamioque había asumido el Estado mexicano desde el periodoposrevolucionario a fin de proponer una plataforma conceptual asu política social.248

En México, el ambiente de crítica y controversia respecto delas instituciones oficiales y sus formas de ejercer su autoridad semanifestó al amparo de las ideas y principios marxistas. Tal pos-tura era comprensible, se requería de una propuesta innovadora,tanto en el ámbito académico como en el político y el materialismohistórico parecía capaz de explicarlo todo: la economía, la cultura,la religión, los grupos indígenas, etcétera. Se trataba de una teoríaque explicaba lo que ocurría y que también proveía de un proyec-to a futuro, la utopía que se requería para salir adelante.249

De manera similar, otros acontecimientos –como la emergen-cia del pensamiento y la conciencia latinoamericanas, las vocesde lucha de los países africanos por su independencia y la guerrade Vietman– afectaron terriblemente la imagen que se tenía deOccidente, la cual, entre otras cosas, fue cuestionada por los inte-lectuales de todo el mundo, quienes repudiaron la ideología bur-guesa, considerada decadente en cuanto a su papel histórico y susvalores.250

En nuestro país, la discusión que se desató sobre las institu-ciones y sus formas de ejercer la autoridad se dio principal-mente en el medio académico e intelectual. Resultado de ellofue la activa participación de maestros y estudiantes de laEscuela Nacional de Antropología e Historia en el movimientode 1968; sin embargo, fueron víctimas de represalias de lasautoridades de su propia institución. Este acto, lejos de calmarlos ánimos, acrecentó la discordia y propició que un grupo deprofesores disidentes de la ENAH publicaran la obra Eso quellaman antropología mexicana en 1970, cuyo polémico con-248Guadalupe Méndez Lavielle, «La Quiebra Política (1965-1976)», en Laantropología en México, panorama histórico (1880-1986), Vol. 2, INAH, México,1987, p. 343.249 Portal y Ramírez, op. cit., p. 130.250 Méndez, op. cit., p. 355.

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tenido se tomó como el manifiesto de una nueva tendenciadentro de esta disciplina en México. A partir de ese momentoy como consecuencia de tales sucesos, la discusiónantropológica se orientó al análisis de su propio devenir histó-rico y llegó el momento de reconocer que en muchas de suspolíticas –principalmente las indigenistas–, había tenido uncarácter eminentemente colonialista.251 El siguiente paso, ade-más de la introducción de la concepción marxista de la histo-ria, fue la adopción del materialismo cultural252 para el trabajopropio de la etnohistoria y la arqueología.

En 1972, en ese ambiente de renovación, Guillermo Bonfil Ba-talla, director del INAH, propició su renovación a gran escala;dividió a la institución en cuatro áreas: la de Monumentos Históri-cos, la de Museos, la de Centros Regionales y la de Administra-ción, así mismo, determinó que la Dirección de Antropología setransformara en el Departamento de Etnología y AntropologíaSocial (DEAS) y que se crearan los Centros Regionales, con elobjeto de promover la investigación en todo el territorio nacional.

En mayo del mismo año, fue publicada en el Diario Oficial dela Federación la Ley Federal sobre Monumentos, Zonas Arqueo-

251 Ibídem, p. 350.252 Enfoque teórico de la antropología cultural desarrollado en buena medidapor el norteamericano Marvin Harris. Surgió entre los decenios de 1950 y1970. Representa una especie de síntesis teórica del materialismo históricomarxista, la antropología ecológica y el evolucionismo social . Para elmaterialismo cultural, todas las sociedades están divididas en tres nivelespr imar ios de o rgan izac ión : in f raes t ruc tu ra (p roducc ión de b ienes yservicios), estructura (las relaciones políticas y locales de cada sociedad) yla superestructura (que consiste en las ideas, valores, creencias, arte yreligión de las sociedades). Además, propone que los cambios o innovacionesque se dan en una cultura se originan en la infraestructura, luego se reflejanen la estructura y después en la superestructura. Por eso concluye que elestudio de la actividad económica de una sociedad es el punto medular paraexplicar su comportamiento y desarrollo social. Véase Thomas Barfield,«Materialismo Cultural», en Diccionario de Antropología, México, SigloXXI, 2000, p. 136.En el campo de la arqueología, esta corriente estuvo marcada por su acercamiento alas ciencias naturales; y con datos provenientes de dichas ciencias, intentó legitimarsu cientificidad, aunque la supuesta carencia de un marco teórico definido, la colocóen un lugar cercano al neopositivismo y al empirismo. Ver Enrique Vela y María delCarmen Solares, op. cit., p. 64.

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lógicas, Artísticos e Históricos, 253 y en septiembre, se creó elCentro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional deAntropología e Historia (CIS-INAH).254 Su finalidad era estimu-lar la formación de investigadores en las áreas de antropología ehistoria.255

Por otro lado, el trabajo arqueológico de este periodo tam-bién experimentó cambios importantes que ayudaron a definiren forma más precisa su campo de estudio y sus objetivos. Enparte, tales innovaciones se originaron fuera del país; la llama-da nueva arqueología256 o arqueología procesual causórevuelo en Estados Unidos e Inglaterra. A grandes rasgos,sostenía la idea de que el trabajo exclusivamente orientado alos grandes sitios y centros ceremoniales no era la mejormanera de recuperar y reconstruir el pasado. Sus seguidoresafirmaban que el material arqueológico debía interpretarse deacuerdo con los procesos que lo generaban y lo modificabancuando finalmente se descubría. En suma, se trataba de pasarde la descripción histórico-cultural, de ¿qué paso? al ¿porqué pasó?, es decir, a la explicación de los cambios en losgrupos humanos y los factores sociales y ecológicos que losmotivaban. Implicaba dejar de representar únicamente en unatabla geográfico-cronológica las culturas, para preguntarse porqué cambiaban, por qué algunas sociedades eran sencillas yotras complejas, y qué las había llevado de un punto a otro.257

253 Cfr. Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas,INAH, México, 1984.254 Unos años más tarde, el CIS-INAH fue objeto de una renovación y cambió sunombre por el de Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en AntropologíaSocial (CIESAS).255 Méndez, op. cit., p. 351.256 Uno de sus postulados era que el arqueólogo debía plantearse una problemáticapor resolver antes de explorar un sitio y desde ella poder diseñar la metodologíamás adecuada para resolverlo. A este estudio, seguía otro en el que se buscabaque el planteamiento previo incluyera una hipótesis de trabajo articulada, porlo que la función del trabajo de campo no era primariamente encontrar datos,sino verificar la validez de la hipótesis. En definitiva, lo que planteaba era lanecesidad de una explicación científica para la arqueología. Ver Jaime Litvak,op cit., p. 152.257 Gándara, op. cit., 2002, p. 11.

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Si bien este enfoque era innovador, la nueva arqueología notuvo el impacto deseado en México, quizá porque, todavía a me-diados de los sesenta, se efectuaba un trabajo arqueológico simi-lar al que se hacía desde los años treinta. Como ya sabemos, estapolítica, que estuvo orientada por el Estado, buscaba la recreaciónde una historia mexicana mediante el estudio de sus vestigiosmonumentales, por lo que encontraba su justificación en la idea demostrar al pueblo un pasado glorioso y, al mismo tiempo, promo-ver los sitios como atractivo para el turismo extranjero.

Sin embargo, los cuestionamientos de esta corriente afectarondirectamente la labor de la Escuela Mexicana. La gran concen-tración en los aspectos monumentales, la poca atención a los da-tos de la vida diaria, la romantización del pasado y, desde luego, eluso político de los resultados fueron cuestionados; algunos denun-ciaron el poco rigor académico al que se sometían las fuentesdocumentales históricas en la interpretación del dato arqueológicoy otros se opusieron al hecho de que las autoridades únicamentefinanciaran las exploraciones en las grandes zonas, sin propiciarinvestigaciones serias que las legitimaran.258

Esta polémica creó una ruptura entre las nuevas generacionesy los arqueólogos más prominentes de la anterior generación,situación que fue especialmente determinante para que se convo-cara a una Primera Reunión Técnica Consultiva sobre Restau-ración, en 1974. En dicho encuentro, se elaboró un reglamento deadministración para las zonas arqueológicas, se propuso la elimi-nación de la restauración monumental y se otorgó a los arqueólogosla posibilidad de convertirse en autoridades morales e intelectua-les para delimitar su campo de acción y, según fuera el caso, su-gerir políticas de investigación. Pero no obstante que se limitó lareconstrucción, el Estado continuó con su política de favorecerlos proyectos de la arqueología de consolidación de sitios, los cua-

258 Aunque esta práctica se mantuvo vigente, dejó de impulsarse desde los añossesenta; dos proyectos de investigación evidenciaron su crisis: los magros resultadosdel Proyecto Teotihuacan y la cancelación del Proyecto Cholula. Véase ManuelGándara, op. cit., 2002, p. 12.Asimismo, fue motivo de crítica la construcción del Museo Nacional de Antropología,por considerarse que se manipuló arbitrariamente la información antropológica convistas a promover el turismo. Ver Guadalupe Méndez, op cit., p. 414.

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les en apariencia eran similares, en el método, a los de la prácticacuestionada.259

A pesar de ello, la Escuela Mexicana poco a poco perdió rele-vancia, sin técnicas innovadoras y sin la costumbre de un trabajoeficiente en gran escala, no pudo ni siquiera concebir el cambio desu función, que de escasa investigación se orientó al manteni-miento de los sitios para fines turísticos.260

Por otra parte, la tendencia que se consolidó en el trabajo ar-queológico de esos años, fue la de los estudios que describían losasentamientos registrados y los materiales cerámicos localizados,en consecuencia, se perfeccionaron las tipologías, con lo que seposibilitó la identificación de algunos elementos culturales consti-tutivos de las primeras sociedades mesoamericanas.261 Además,en este momento se definieron en forma más o menos clara doscorrientes: una académica particularista, carente de un aparatocrítico explícito y otra que si partía de un enfoque teórico propiode la antropología, definido en gran medida por la importancia queotorgaba al medio físico.

En México, uno de los precursores de ésta última fue José LuisLorenzo262, que condensó en su obra el ideal de un quehacer ar-

259 A esta «nueva» forma de hacer arqueología se la denominó extraacadémica, paradiferenciarla de la que conocemos como académica, cuyos propósitos eranexclusivamente científicos. Ver Guadalupe Méndez, Ibídem, p. 416.260 Litvak, op cit., p. 150.261 Este enfoque permitió reflexionar sobre el periodo conocido como Formativo oPreclásico. El mayor acopio de información sobre el Clásico –tal vez resultado de sumonumentalidad arquitectónica – había desplazado el estudio del Formativo, del cualse poseían datos confusos y en general insuficientes, de ahí que el Clásico aparecíasin el respaldo de un precedente cultural sólido. Debido a ello, se hizo necesaria laobtención –por medio del registro arqueológico– de un antecedente cultural coherentecon una profundidad temporal que alcanzara los niveles del Pleistoceno comoplataforma de salida. Ver Guadalupe Méndez, op. cit., p. 397.262 En este sentido, habría que reconocerle el papel central que desempeñó en elconocimiento del paleoambiente de las sociedades más antiguas que se establecieronen el territorio que más tarde Kirchhoff denominó Mesoamérica. Sobre este aspectoopinaba: No es posible hacer el estudio de la sociedad humana sin el del mediofísico en el que se asentó y al que modificó, a la vez que su propia visión delmundo era modificada por el mismo ambiente. Otras de sus aportaciones fueron:haber organizado el departamento de Prehistoria del INAH, de proveer a lainvestigación arqueológica de un equipo de especialistas, laboratorios y toda unainfraestructura, al mismo tiempo que definió una política clara para realizarla.Véase Guadalupe Méndez, op. cit., p. 418.

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queológico que brindara una evaluación más precisa y cuidadosade las características de las sociedades pretéritas mediante elexamen estricto y controlado de sus materiales, para que en lamedida de lo posible se incluyeran todos los datos necesarios a finde poder estudiarlas con relación a sus entornos naturales.263

A partir de este momento, la investigación arqueológica se cons-tituyó en un importante campo de reflexión teórica y de aporta-ción de datos concretos que enriquecieron el conocimiento de lasculturas prehispánicas. Por lo mismo, creció el interés en el desa-rrollo de un marco de referencia que permitiera interpretar elmaterial arqueológico para recrear su forma de vida. Desafortu-nadamente, esta nueva perspectiva enfrentó varias limitacionesdebido a que los recursos financieros se dirigieron casi en su tota-lidad a la arqueología de salvamento,264 es decir, a los trabajos derecuperación de material en peligro de ser destruido por la cons-trucción de obras civiles como presas o carreteras, tarea que porcierto fue producto de intereses ajenos al desarrollo de la discipli-na. De esta manera, la urgencia de rescatar no permitió el estudiode los objetos en relación con el lugar donde eran encontrados,aunque eso no impidió su aprovechamiento en estudios posterio-res.265

263 Ibídem, p. 396264 En parte, ésta fue la causa por la que el crecimiento de la disciplina se detuvomomentáneamente. El cambio de estrategia del Instituto limitó en buena medidala dinámica de expansión natural de la arqueología mexicana en la década de 1980.Véase Manuel Gándara, «Historia de la arqueología en México VIII: La épocamoderna (1968-2003)», en Arqueología Mexicana, núm. 59, Raíces-INAH,México, 2003, p. 9.265 Los estudios específicos sobre cerámica, costumbres funerarias, etcétera, fueronla norma del trabajo arqueológico. A partir de ese momento, se incrementaron lasinvestigaciones que partían de un reconocimiento previo de la superficie con ayudade fotografía aérea, lo que permitía la delimitación de su extensión y la elaboraciónde un plano, que a su vez servía como base para la detección y recolección delmaterial que era sistematizado a partir de cuadriculados que se elaboraban previamente.Con ello se desarrollaba una descripción general de la zona, que consideraba enprimer lugar el plano general, montículos, caminos, orientación, distribución de losrestos; de los tipos de edificios y materiales de construcción, y por último de lacerámica y los objetos líticos encontrados». Véase Gabriela Coronado Suzán, «Elfinal de una historia inconclusa (1976-1986) en Historia de la antropología enMéxico. Panorama histórico: Los hechos y los dichos (1880-1986), Vol. 2, INAH,México, 1987, p. 485.

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En cuanto a las técnicas de investigación, a partir de 1970, laarqueología mexicana aumentó notablemente su instrumental deapoyo especializado. La llamada arqueología de superficie usóla fotografía aérea para la delimitación de asentamientos y el re-gistro de piezas que eran encontradas in situ; además, se retomóel uso de la estadística. De igual forma, en los años ochenta, segeneralizaron las técnicas de prospección, que facilitaron el tra-bajo de superficie, ya que se pudo reconocer el subsuelo sin tenerque excavarlo. Otras técnicas emplearon los fenómenos físicoscomo el magnetismo o la resistencia al paso de la corriente eléc-trica.266

Más adelante, en las postrimerías del siglo XX, un grupo deinvestigadores amplió el interés por el uso de técnicas cuantitati-vas y cualitativas de prospección y análisis en una nueva discipli-na llamada arqueometría y no fue raro encontrar arqueólogosque trabajaran en estudios que involucraban las propiedadesradiactivas de los elementos; investigadores como Joaquín García-Bárcena mostraron desde los setenta cómo éstas podían aplicar-se a otro problema característico de la arqueología: elfechamiento.267

En ese tiempo se usó la computadora por vez primera, graciasen parte a Roberto García Moll y Jaime Litvak King, que la intro-dujeron en el Museo Nacional de Antropología en la década de lossesenta. La ENAH fue una de las primeras instituciones en em-plear este instrumento para la museografía y en la propia forma-ción de arqueólogos, al incluir proyectos que utilizaban ciertos pro-gramas para enseñar metodología o bien para realizar catálogosde museos que incluyeran imágenes digitalizadas.268

De igual forma, la arqueología mexicana creció también por elinflujo de los proyectos extranjeros que bajo la Ley Federal tuvie-ron que cumplir una serie de requisitos para asegurar, tanto suseriedad, como la permanencia de los materiales en el país al tér-mino de sus investigaciones. Aunque sin duda aportaban datos de

266 Litvak; op. cit., p. 72.267 Gándara, op. cit., 2002, p. 16.268 Gándara, op. cit., 2003, p. 16.

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gran valor, dejaban a los especialistas mexicanos las tareas me-nos atractivas, como atender denuncias de saqueo, manejar pro-yectos de salvamento u ocuparse de restaurar y evitar la destruc-ción de monumentos y artefactos descubiertos por ellos. Por esose creó el Consejo de Arqueología, que en los años setenta intentóponer orden en este asunto.269

Asimismo, también se desarrollaron otros tipos de trabajoen la arqueología institucional. Se reconocieron viejos camposde operación, como la arqueología histórica270 y laetnoarqueología. Se recuperó así un estilo de trabajo iniciadoaños atrás por autores como Carlos Navarrete, para los quelas fronteras entre la arqueología, etnología e historia nuncafueron de importancia.271

Por otro lado, la caída del muro de Berlín en 1989 fue paramuchos el pretexto perfecto para aceptar que hacer arqueologíasocial o incluso nueva arqueología resultaba muy complicado, cos-toso y tardado, y que, además, requería de un trabajo más amplioen comparación con las exigencias propias del enfoque tradicio-nal. Así, en la década de los noventa, aunque con algunas modifi-caciones hubo casos en que se regresó a las viejas prácticas.Puede decirse que lo que ocurrió en ese momento fue una espe-cie de síntesis de la arqueología tradicional con algunos de losnuevos elementos revisados con anterioridad. Incluso, la recons-trucción monumental, supuestamente derrotada dos décadas atrás,

269 Un hecho parece indicar el estado de la arqueología de la época. En general,destacó el gran número de trabajos realizados por investigadores estadounidenses,mientras que los elaborados por arqueólogos mexicanos se mantenían en el anonimato,guardados en los archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en laforma de informes inéditos de las investigaciones realizadas. Ver Gabriela Coronado,op. cit., p. 491.270 Este enfoque que tiene sus raíces en diversas tradiciones sociohistóricas quesurgieron en Inglaterra y Norteamérica durante el siglo XX, explicaba el trabajoarqueológico como el análisis de un proceso, de una continuidad, más que como unaespecialidad técnica al servicio de la historia y la conservación. Ver Gabriela Coronado,op. cit., p. 487.271 Otra corriente que se consolidó fue la denominada Arqueología SocialLatinoamericana, heredera de la visión impulsada por Pedro Armillas y José LuísLorenzo desde los años sesenta, que insistía en la importancia de la congruenciaentre el ejercicio profesional y la práctica política. Véase Manuel Gándara, op. cit.,2003, p. 13.

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volvió a hacer su aparición en el contexto de los macroproyectosespeciales.272

Este aparente retroceso o mezcla ecléctica fue un claro indiciode lo que años atrás había sucedido particularmente en Europa,con la arqueología posprocesual, que hizo un llamado a retomarlos aspectos históricos, críticos y humanistas de la arqueologíacientífica, ya fuera desde la nueva arqueología o desde el mar-xismo. Este enfoque, vinculado a la corriente posmoderna de laépoca, pronto tuvo oportunidad de mostrar sus propios excesos,con pronunciamientos tales como el que era realmente imposiblereconstruir la historia y que a lo que más se podía aspirar era ainventar una que conviniera a ciertos intereses, sin olvidar queésta no sería más que una de sus múltiples versiones posibles.

Por último, pasado el momento más dogmático y radical de ladiscusión, durante los últimos veinte años, se volvieron a integrarlas investigaciones académicas y el trabajo arqueológico para elturismo. Para entonces, ya se había hecho evidente que buenaparte de esta polémica se había quedado en el plano retórico yque en la práctica, la forma tradicional de hacer arqueología siem-pre estuvo presente.273

Lo ocurrido en realidad no era extraño, si reconocemos que laarqueología mexicana, desde el inicio de su vida institucional, siem-pre mantuvo como nexo con el aparato de poder la recreación deuna identidad nacional, cuyo peso político se sustentó también enla capacidad de generar atractivos turísticos capaces de captardivisas y promover el desarrollo nacional. Quizá por eso, ha sidola disciplina antropológica que más provecho ha dejado a las de-

272 Ver Joaquín García Bárcena, «Proyectos Especiales de Arqueología», enArqueología Mexicana, núm. 10, México, Raíces-INAH, 1994.273 Para Carlos Viramontes, la reconstrucción que operaba en la Escuela Mexicana novolvió, debido en parte a que existen convenios internacionales que lo prohíben;quizá lo que regresó de manera abrumadora fue la idea de hacer arqueología al serviciode las exigencias políticas y económicas de los grupos de poder. Sin embargo, habríaque tomar en cuenta a los arqueólogos que realizan investigaciones serias y que no sesujetan a intereses ajenos a la disciplina. La arqueología, es ante todo, investigacióny si un especialista sólo se dedica a la restauración (con fines de promoción turísticao no), entonces, no es arqueólogo, es restaurador. (Carlos Viramontes, comunicaciónpersonal, agosto de 2005).

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pendencias de Gobierno de todos los niveles, sin importar que, enúltima instancia, las entidades federativas que carecían de restosmonumentales quedaran relegadas.

No obstante, gracias a algunos especialistas como Isabel Kelly,Charles Corradino Di Peso, Beatriz Braniff, Pedro Armillas yArturo Oliveros, entre otros, esta disciplina finalmente abarcó todoel país. Se investigaron de manera sistemática áreas del territorionormalmente soslayadas. Lo cierto es que, ante una concepciónlimitada de lo que podía ofrecerle al país, en más de una ocasiónse regresó al monumentalismo, lo que retrasó el ritmo con que laarqueología mexicana pudo dejar de centrarse únicamente enMesoamérica, para finalmente cumplir con su misión de serauténticamente nacional.274

4.3. Los últimos años, nuestros días:La investigación arqueológica en Querétaro (1960-2000)Durante los últimos cuarenta años, la investigación arqueológicaen Querétaro se incrementó de manera notable. El primer estudioque se efectuó en los inicios de la década de los sesenta, y quepor cierto estuvo articulado al enfoque propuesto por José LuísLorenzo, fue el de Cynthia Irwin Williams, de la Universidad deHarvard, que, con el apoyo del Departamento de Prehistoria delINAH, exploró las cercanías de Tequisquiapan con la intenciónde localizar vestigios que demostraran su ocupación desde unaépoca temprana.275

En esa zona, en abril de 1960, en la Cueva de San Nicolás,ubicada en Centro de los Bolillos, valle de San Juan, las explora-ciones dieron como resultado el hallazgo de tres entierros quecontaban con implementos líticos y restos de fauna propia de laregión. Con estos materiales se elaboró una secuencia culturalque abarcaba desde una fase precerámica hasta etapas propiasdel Formativo, el Clásico y el Posclásico, lo que demostraba queel lugar fue utilizado en distintas etapas históricas, al menos desdehacía siete mil años.

274 Gándara, op. cit., 2003, p. 12.275 Velasco, op. cit., 1988, p. 237.

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Con este descubrimiento y otros más efectuados en esos añosen las diferentes regiones del centro-norte del país, se comprobóque existieron sociedades agrícolas en el norte de Mesoamérica yque, por lo mismo, su frontera septentrional tuvo fluctuaciones através del tiempo. En efecto, sobre la base de un criterio másamplio, Pedro Armillas276 planteó que el confín de Mesoaméricadebió sufrir varios cambios a través del tiempo, específicamenteentre los siglos VI y XI D.C., resultado de las condiciones am-bientales y los constantes movimientos migratorios de los pueblosahí asentados.277

Sostuvo que una amplia franja del territorio norte, en el quese incluía Querétaro, fue colonizado por gruposmesoamericanos, de esto daba testimonio el buen número desitios arqueológicos localizados en toda la comarca del Bajío,en las sierras del norte de Guanajuato, Querétaro y sur de SanLuís Potosí, aunque desconocía el origen de este movimientoy la naturaleza de los procesos culturales que lo habían gene-rado (fig. 20).278

Para Armillas, Ranas y Toluquilla eran algunos de los sitios querevelaban la expansión de los huastecos al oeste, como parte desu difusión hacia nuevos territorios, misma que consolidaban me-

276 Pedro Armillas (1914-1984). Arqueólogo mexicano de origen hispano. A mediadosde los años sesenta presentó una hipótesis en la que proponía que, entre los siglos VIy XI D.C., los límites de la frontera norte de Mesoamérica no eran los que habíapropuesto Kirchhoff para el momento de la Conquista. Sostuvo que hacia finales delClásico (550 D.C.), y en condiciones climáticas favorables, algunos pueblos de lacuenca de México iniciaron un proceso de expansión hacia el norte, llevando lafrontera de la cultura mesoamericana hasta lugares tan distantes como La Quemada,en Zacatecas. Fluctuaciones climáticas posteriores habrían producido desajustes enel movimiento migratorio; con la entrada de sequías prolongadas, algunos centros,los más norteños, pudieron haber sido abandonados por periodos, lo cual explicaríalas interrupciones en la secuencia ocupacional mostrada en algunos sitios, y los quesufrieron con menor intensidad las oscilaciones en el patrón e intensidad de laslluvias, mantuvieron una ocupación continua. Alrededor del año 1050 D.C., el climade la región sufrió un cambio hacia condiciones mucho más secas. En respuesta aldeterioro ambiental, todos los sitios de la avanzada mesoamericana fueronabandonados de manera definitiva. Ver Enrique Nalda, «Pedro Armillas y el norte deMéxico», en Arqueología Mexicana, núm. 6, Raíces-INAH, México, 1994, p. 36.277 Pedro Armillas. «Condiciones ambientales y movimientos de los pueblos en lafrontera septentrional de Mesoamérica», en Velasco; op. cit., 1997, p. 339.278 Armillas; 1991, p. 213.

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diante la fundación de núcleos de población.279 Asimismo, sostu-vo que el avance y retroceso de la frontera de Mesoamérica en lazona del altiplano se podía explicar, principalmente, en función deciertos cambios ambientales que habían provocado su contrac-ción, cerca de doscientos cincuenta kilómetros al sur, entre ochentay noventa mil kilómetros cuadrados aproximadamente.280

Por otro lado, en 1967, Manuel Septién y Septién, apoyado enuna nota de Carlos de Sigüenza y Góngora escrita en 1680, afirmóque El Cerrito era el pueblo llamado por los aztecas Tlachco281 yque de ninguna manera se trataba del asentamiento purhépechaque se mencionaba en la Relación de Michoacán, como lo sos-tenían algunos historiadores.282 Además, publicó por vez primeralos dibujos que fray Agustín de Morfi realizó sobre el basamento ylas esculturas que el párroco de San Francisco Galileo había loca-lizado en dicho asentamiento.

De igual forma dio fe de los sitios arqueológicos que se locali-zaban en la Sierra Gorda y de las conclusiones a que llegaronalgunos de los personajes que visitaron la Sierra Gorda durante elsiglo XIX y la primera mitad del XX, como José María Reyes,Eduardo Noguera y Jacques Soustelle.283

Por esos años, los alumnos de la licenciatura de Arqueología dela Escuela Nacional de Antropología e Historia, dirigidos por Jai-

279 Armillas; op. cit., 1997, p. 345.280 Ibídem, p. 350.281 Sobre esta discusión, recientemente, Lourdes Somohano planteó que este antiguoasentamiento, contrario a lo que David Wright (1989) afirmaba, si se encontraba enterritorio queretano, al menos así lo demostraban algunos documentos coloniales dela primera mitad del siglo XVI; sin embargo, no se trata de El Cerrito, pues este lugar,según la evidencia arqueológica, decayó durante el siglo XI; mientras que Tlachco, adecir de Somohano, se encontraba vigente a la llegada de los españoles en 1531.Véase Lourdes Somohoano, La versión histórica de la conquista y la organizaciónpolítica del pueblo de indios de Querétaro, ITESM-CQ, Querétaro, 2003, p. 40.282 José Guadalupe Ramírez Álvarez (1981) y Gabriel Rincón Frías (1986) son algunosde los autores que sostenían la idea de que los purhépechas eran los constructores delgran basamento piramidal de El Cerrito. Dicha afirmación fue, sobre la base de losdatos aportados por investigaciones arqueológicas posteriores, descartada.283 Por cierto, esta información se incluyó en una edición conmemorativa de lasObras de Manuel Septién que publicó el Gobierno del Estado. Véase Manuel Septiény Septién, Historia de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, Querétaro,1999.

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me Litvak King, realizaron una temporada de prácticas profesio-nales en El Cerrito, pero dicho trabajo no tuvo mayor continui-dad.284

Una década después, Beatriz Braniff (1974) retomó los estu-dios de Pedro Armillas y denominó a la zona de fluctuaciónMesoamérica Marginal285 o Periferia Norte, la cual dividió endos regiones, de acuerdo con sus características físicas y cultura-les:286

Hemos propuesto el término de Mesoamérica Marginal para lla-mar a los grupos agricultores mesoamericanos que se estable-cieron más al norte de la frontera [antes] del siglo XVI. […]También hemos propuesto que esa frontera cultural coincidecon una frontera climática y de vegetación. [A su vez] estaMesoamérica Marginal o Periferia Norteña puede dividirse endos regiones culturales que a su vez coinciden con los ámbitosecológicos:

1. La región nororiental que incluye a la Sierra de Tamaulipasy el suroeste –Sierra Madre– de ese mismo estado; la cuenca delrío Verde, San Luis Potosí y la Sierra Gorda de Querétaro. […]

2. El Altiplano […] región arqueológica que incluyeGuanajuato, el altiplano potosino, Querétaro, Altos y norte deJalisco, Aguascalientes, Zacatecas y Durango.287

En la primera región incluyó el noroeste de Querétaro. Sobre laSierra Gorda, Braniff reconoció que las investigaciones habíansido escasas, a pesar de que se conocía su importancia arqueoló-gica desde el siglo XIX. Consciente de esta situación, efectuó unadescripción física de la zona y del asentamiento de Toluquilla, enla que destacó las influencias culturales que se podían apreciar en

284 De igual forma, Román Piña Chan (1960) escribió una breve nota donde informabaque El Cerrito y algunos asentamientos ubicados en San Juan del Río fueronasentamientos que estuvieron vinculados a Tula. Ver Luz María Flores y Ana MaríaCrespo, «Elementos cerámicos de asentamientos toltecas en Guanajuato yQuerétaro», en Homenaje a Eduardo Noguera Auza, UNAM, México, 1988: 206.285 Concepto que cambió desde hace quince años por el de Mesoamérica septentrional,en vista de las confusiones a que se prestaba el vocablo marginal. (Carlos Viramontes,comunicación personal, agosto de 2004).286 Beatriz Braniff. «Arqueología del norte de México», en Velasco, op. cit., 1997, p.359.287 Ibídem, p. 364.

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los objetos localizados y en algunas estructuras arquitectónicasque le recordaban lugares como El Tajín y Xochicalco. Más ade-lante, destacó la existencia de otros sitios como Ranas yMoctezuma.288

En total, fueron ocho los emplazamientos arqueológicos delEstado registrados en su trabajo: Moctezumas,289 Deconí, PuebloViejo, Toluquilla y Ranas, San Juan del Río (La Estancia), ElPueblito (El Cerrito), Jalpan y Concá.290

A partir de los estudios de frontera impulsados por BeatrizBraniff,291 Enrique Nalda inició una serie de estudios en San Juandel Río. Nalda cuestionaba la idea de que un cambio climáticohubiera sido determinante para el retroceso de la frontera. En suopinión, tal fenómeno más bien fue producto de una amplia gamade circunstancias que actuaron conjuntamente y con diferente

288 Ibídem, p. 373.289 Acerca de este sitio, probablemente sea el mismo que José María Reyes ubicabaentre el camino de la hacienda del Extorax, y Pinal de Amoles, cuyo nombre alparecer se debió a las migraciones en masa que se daban para huir del poder de losMoctezumas quizá el mote con que se conocía a los gobernantes mexicas o a sushuestes. Véase José María Reyes, Relato histórico de Querétaro, Biblioteca deAportación Histórica, México, 1946, p. 10.290 Beatriz Braniff, op. cit., p. 390, Cuadro I.291 Este enfoque surgió a partir de planteamientos que intentaron ser generales,como el propuesto por F. J. Turner denominado Escuela de la Frontera, que influyónotablemente en la historiografía norteamericana. A grandes rasgos, sostuvo que lafrontera era una zona geográfica de migración, región de expansión de un imperio oválvula de escape que permitía aliviar las presiones demográficas del centro, en fin,una especie de tierra prometida creada por movimientos de población.En cambio, la teoría de sistemas desarrollada por Bertalanffy, al imponer un paradigmasistemático a las sociedades humanas, planteaba que un requisito previo debía ser elconocimiento de los contornos de los sistemas estudiados, ya fuera que se consideraraa las ciudades como entes cerrados o abiertos, los límites o fronteras iban a tenerfunciones diferentes, pero siempre como parte integral del todo. Véase Rosa Brambila,«La delimitación del territorio en el México Prehispánico y el concepto de frontera»,en Tiempo y territorio en arqueología. El centro norte de México, INAH, México,1996, p. 15.Por otro lado, una de las investigaciones más importantes sobre el problema de lafrontera de Querétaro, ha sido la de Rosa Brambila, quien propuso no hablar de unalínea de separación, sino de una zona de confluencia entre agricultores, cazadores yrecolectores, como sucedió en la región suroeste del Estado durante el siglo XVI,donde confluían pames, otomíes, mexicas y purhépechas. Ver Margarita Velasco,op. cit., 1988, p. 241.

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grado de intensidad, como cambios de los modos de producción,nuevos desarrollos tecnológicos, reacomodos de la fuerza de tra-bajo, etcétera, que influyeron para su contracción.292

Para demostrar su hipótesis, dividió la zona de San Juan enunidades de análisis (UA),293 y sobre la base de los resultadosobtenidos en el estudio de los patrones de asentamiento de laslocalidades identificadas, concluyó que en la zona se presentó unefecto de nucleación para el momento en que supuestamente ha-bía ocurrido la contracción de la frontera, así como el abandonototal del modelo agricultura-sedentarismo pleno y que en el mo-mento del retroceso, las sociedades se inclinaron por los sitiosinaccesibles y por la construcción de obras de defensa. Además,mantuvo su postura de rechazo a la tesis de Armillas de que huboun cambio climático alrededor del 1200 D.C., a pesar de que yase habían realizado estudios paleobotánicos en el área.294

El trabajo de Nalda fue muy importante porque aportó nuevosdatos sobre la fluctuación de la frontera, sin embargo, no ofreciólos elementos que permitieran hacer una comparación interna enla unidad de análisis o fuera de ella.295

En la misma década, en el ejido de La Negreta, municipio deCorregidora, en 1974, se descubrió de manera fortuita materialarqueológico. Rosa Brambila y Margarita Velasco fueron las res-ponsables de acudir al sitio y rescatar dichos objetos.296 En el

292 Enrique Nalda, «La contracción de la frontera mesoamericana» en NuevaAntropología, Boletín de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México,S/A, p. 2.293 Nalda sostuvo que cualquier investigación de este tipo debía realizarse sobre la basede unidades de extensión suficientemente grandes como para dar cuenta de lasposibles relaciones que se establecían, por lo que propuso unidades de análisis de1000 Km.² cada una, en forma relativamente regular dentro de la zona de contracción.Véase Enrique Nalda. UA Análisis San Juan del Río, ENAH, México, 1975.294 Los estudios paleobotánicos no fueron concluyentes y en realidad no demostraronni rechazaron la hipótesis. Por otro lado, las evidencias de todo el mundo indican queel cambio climático podría ser más que una hipótesis (Carlos Viramontes,comunicación personal, agosto de 2005).295 Velasco, op. cit.; 1988, p. 241.296 Rosa Brambila y Margarita Velasco, «Materiales de La Negreta y la expansión deTeotihuacan al norte», en 1ª Reunión de las Sociedades Prehispánicas en el CentroOccidente de México (Memoria), Centro Regional de Querétaro (Cuaderno deTrabajo), INAH, México, 1988, p. 287.

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lugar, también pudieron observar pisos de estuco y restos de anti-guas construcciones. Por las características de los enseres, sesupuso que eran del Clásico y Epiclásico (200-900), al menos asílo demostraban los elementos localizados –líticos, cerámicos, deconcha y hueso, provenientes de regiones tan lejanas como laCosta del Golfo, Occidente o el Altiplano Central–, época en queLa Negreta debió ser parte de la inmensa y compleja red econó-mica que administraba Teotihuacan.297

Los trabajos en La Negreta, desarrollados con el enfoque delos estudios de frontera, demostraron una vez más la expansiónde Mesoamérica al norte durante el Clásico y contribuyeron engran medida para que se incrementara el estudio de la historiaantigua del Estado, sin embargo no fueron los únicos. En efecto,en ese tiempo, surgió otra línea de investigación arqueológica: laminería prehispánica. Con el descubrimiento de esta actividad enla Sierra Gorda, se abrió un nuevo capítulo en la arqueología deQuerétaro.

Acerca del tema, sabemos que a finales de los años sesenta,cuando se realizaban exploraciones geológicas, para extender lasáreas de explotación de mercurio, plomo y antimonio en los distri-tos de Pinal de Amoles, Camargo y Soyatal, se detectaron variasminas de origen prehispánico. Ante la novedad del asunto, el INAHenvió a José Luis Franco para realizar el rescate de los materialesremovidos, al tiempo que la Secretaría de Patrimonio Nacional yel Consejo de Recursos Naturales no Renovables designaba alingeniero Adolphus Langenscheidt responsable de la publicaciónde los resultados obtenidos.298

Las conclusiones de dicha investigación se editaron en 1970con el título Minería Prehispánica en la Sierra de Querétaro.En esa obra, por vez primera, se aportaron datos de gran interéspara saber cómo había operado esta actividad en la región, quetuvo como objetivo central la extracción del sulfuro de mercurio ocinabrio:

297 Ibídem, p. 297.298 Langenscheidt, en Herrera y Quiroz, op. cit.; 1991, p. 293.

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Las explotaciones mineras prehispánicas en Sierra de Querétarotuvieron como objetivo fundamental la obtención de cinabrio,que pródigamente distribuido en toda la zona era utilizado parausos decorativos y para fines rituales.[Además] existen indicios que hacen pensar que en la sierrahay, otras minas prehispánicas, en las que no se explotó ci-nabrio sino otros materiales como la calcita verde, la fluorita yaparentemente minerales de plata y plomo.[…] Tanto las dimensiones de estas minas como los hallazgosque se mencionan en este volumen permiten pensar que lasminas estuvieron sujetas a una intensa y prolongada explota-ción que, iniciada en el Horizonte Preclásico (siglo IV A.C), seprolongó hasta principios del Horizonte Posclásico (siglo VIIID.C.).299

Según Langenscheidt, la explotación minera en la Sierra deQuerétaro fue de grandes proporciones gracias a una estricta di-visión del trabajo. Para él, era evidente que hubo gente especiali-zada para cada una de las tareas de extracción del mineral, comopersonal dedicado al suministro de las herramientas, de su admi-nistración, de defensa y desde luego, comerciantes y sacerdotes.Consideró que los restos de alimentos, los hallazgos de entierros yotras evidencias, hacían pensar que el trabajador vivía y moría enla mina, probablemente en un régimen de esclavitud y en preca-rias condiciones de vida.300

José Luis Franco también rindió un informe de su trabajo. En éldescribió las características geológicas de la Sierra Gorda y losresultados de las excavaciones que realizó en varias de las minas,además, incluyó un catálogo de los objetos recuperados que de-mostraban el vínculo cultural de esta zona con la Costa del Golfoy el Altiplano Central:

Para la búsqueda de restos arqueológicos y localización de otrasminas prehispánicas, se hicieron reconocimientos a pie por unaregión más extensa de la sierra. […] El mapa recogido de la re-gión, pone de manifiesto que la parte de la Sierra de Querétaroen la que se localizan las minas prehispánicas es sumamente

299 Adolphus Langenscheidt, «Las minas y la minería prehispánica», en Velasco, op.cit., 1997, p. 409.300 Ibídem, p. 413.

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grande, pues corresponde a un rectángulo de 50 por 60 km. consu eje mayor en dirección noroeste. […] En forma simultánea seprocedió a la recolección superficial, tanto en el interior como enel exterior de las minas, de fragmentos cerámicos y otros restosy se recolectó y examinó asimismo material recogido por losmineros que actualmente laboran en la región, quienes, como secomprobó más tarde, han encontrado en sus trabajos dereexplotación, sobre todo cerca de las bocaminas, una gran can-tidad de entierros humanos.301

Franco sostuvo que la explotación minera en la Sierra Gordadurante la época prehispánica fue promovida por pueblos de tra-dición olmeca que se valieron de la población local, desde el sigloX A.C., para aprovechar principalmente el azogue y que, poste-riormente, las minas quedaron bajo la influencia teotihuacana yluego tolteca, aunque dicha actividad vino a menos, hasta desapa-recer en el siglo XII D.C.302

Como hemos visto, dichos autores, al dar a conocer la granriqueza arqueológica de la región, descubrir material y proponertécnicas de explotación minera, facilitaron considerablemente elconocimiento de esta actividad durante la época prehispánica.

Después de la labor realizada por Langenscheidt y Franco enla cañada del Soyatal, en 1974, se inició el Proyecto Arqueológi-co Minero de la Sierra Gorda, a cargo de Margarita Velasco,que tenía como objetivo estudiar el desarrollo cultural que tuvo laregión durante la época prehispánica. Para tal fin, contó con elapoyo del Gobierno del Estado, el Instituto de InvestigacionesAntropológicas de la UNAM y del INAH, concretamente, de laSección de Arqueología del Museo Nacional de Antropología.303

La investigación, en sus primeras etapas (1975 y 1976), consis-tió en hacer un recorrido de superficie en la parte central de laSierra Gorda, donde además de detectarse otros sitios, fue nece-sario un nuevo levantamiento topográfico de Ranas y Toluquilla,que ofrecieron un patrón de asentamiento diferente del propuestopor Pawel Primer en 1879.

301 José Luis Franco, «Trabajos y excavaciones arqueológicos y material recuperado»,en Velasco, op. cit., 1997, p. 417.302 Ibídem, p. 583.303 Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 294.

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En tal ocasión, quedó demostrado que esos sitios carecían debaluartes, por lo que no se podían considerar como fortalezas,aunque eran sitios con una ubicación estratégica dentro de la zona.Del mismo modo, la excavación de pozos de sondeo aportó datossobre los sistemas constructivos y, por los objetos ahí localizados,se demostró el contacto que mantuvieron sus pobladores con otrasáreas de Mesoamérica, entre las que destacaba Río Verde, LaHuasteca y, en cierta forma, el Altiplano Central.304

Más adelante, en 1978, se llevó a cabo el simposio Problemasdel Desarrollo Histórico de Querétaro en la capital del Estado,que reunió a varios especialistas.305 En este foro, Margarita Velascopresentó algunas de las líneas de estudio para la Sierra Gorda, quetenían que ver con la existencia de zonas monumentales, las labo-res mineras y la presencia de influencias culturales del Golfo y elAltiplano.306

Consideró que dentro del patrón de asentamiento de la regiónse podían distinguir tres tipos: los de tamaño grande y medio, aso-ciados a labores mineras, que por lo regular estaban en las eleva-ciones que presentaban planos o mesetas y que mostraban acu-mulación de construcciones; y los pequeños, dedicados a la pro-ducción agrícola.307

Para Velasco, la actividad económica de los antiguos poblado-res de Ranas y Toluquilla se basó principalmente en la agricultura,aunque también explotaron las minas; dichos centros se dedica-ron a la concentración y distribución comercial del cinabrio y dealgunos otros minerales abundantes en la región.308

La ponencia de Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Layhacía énfasis en la riqueza arqueológica, los materiales y las téc-nicas de explotación minera de la zona.309 Apoyados en estos da-

304 Velasco, op. cit., 1988, p. 242.305 Cfr. Problemas del Desarrollo Histórico de Querétaro, Gobierno del Estado deQuerétaro, Querétaro, 1981.306 Margarita Velasco, «Algunos asentamientos prehispánicos en la Sierra Gorda»,en ibídem, p. 48.307 Ibídem, p. 50.308 Ibídem, p. 51.309 Adolphus Langenscheidt y Carlos Tang Lay, «Minería prehispánica», en op. cit.;1981, p. 55.

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tos, estimaron el origen de la actividad minera en la Sierra Gorda,que debió surgir de igual forma en todas las zonas de explotaciónque había en Mesoamérica, ocupación que según ellos fue pro-movida inicialmente por los olmecas310 en el siglo IV a.C., luego,por pueblos de filiación teotihuacana y de la Costa del Golfo, y alfinal de esta época, por grupos huastecos y toltecas, aunque dichalabor podría haber terminado en el siglo X D.C.311

Arturo Romano, antropólogo físico del INAH, también tuvo unadestacada participación en el congreso de Querétaro, donde ex-puso los resultados obtenidos del estudio que efectuó a lasosamentas procedentes de la cueva de San Nicolás y de la zonaarqueológica de Ranas:

Efectivamente, lo que hoy se presenta corresponde a observa-ciones realizadas en tres esqueletos incompletos, procedentesde la Cueva de San Nicolás No. 8, cercana a San Juan del Río,obtenidos en exploración que efectuara Cynthia Irwin en abrilde 1960. Se trató de 3 enterramientos: el marcado con la letramayúscula A, precerámico; y los otros dos –B y C– cerámicos.No existen más datos.El resto de los materiales –la colección más abundante que porahora se conoce– procede del sitio arqueológico de Ranas, ho-rizonte Clásico en su fase tardía, excavado recientemente porMargarita Velasco. De esta localidad sólo ha sido posible apro-vechar 12 casos –1 infantil y 11 adultos–, de éstos 7, son mascu-linos y 4 femeninos.312

Con los materiales óseos disponibles de la Cueva de SanNicolás, Romano planteó que podían ser por su condicióndolicoide (cráneo alargado), descendientes de los más anti-guos pobladores del continente americano llegados por el es-

310 Dichos autores habían estimado la antigüedad de la explotación minera a partir delas dimensiones y profundidad de los pozos y lo rudimentario de la tecnología, quedebió requerir de mucho tiempo para realizar los trabajos. Sin embargo, en 1984,Alberto Herrera planteó un argumento alternativo: que una mina podía ser explotadacon un número mayor de personas, con mejor organización y dentro de un mismonivel tecnológico, y que sería factible desarrollar obras de dimensiones similares enun tiempo menor. Ver Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 296.311 Langenscheidt y Tang, op. cit., 1981, p. 66.312 Arturo Romano Pacheco, «La población prehispánica de Querétaro», en op.cit., 1981, p. 68.

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trecho de Bering. En cambio, opinaba que los deformadosintencionales que exhibían los materiales óseos obtenidos enRanas, eran similares a los de La Huasteca y de la Costa delGolfo, por lo que no dudaba de la influencia cultural de estasregiones en la Sierra Gorda.313

La sesión de Arqueología terminó con la intervención de Bea-triz Braniff, quien planteó la necesidad de reflexionar sobre laimportancia del territorio queretano en lo que había denominadoMesoamérica Marginal. De igual forma, tomó con reserva lapropuesta de Langenscheidt y Tang Lay sobre la presencia deintereses olmecas en la minería de la Sierra,314 y se mostró afavor de la idea de Margarita Velasco sobre una explotación mi-nera en la región a partir del Clásico, que se dio a la par de otraszonas como en California y Zacatecas.315

Por otro lado, la década de los ochenta marcó el inicio de unanueva etapa para la arqueología de Querétaro; los descubrimien-tos realizados durante los últimos diez años habían llamado la aten-ción y el interés de la comunidad académica del país. Por tal mo-tivo, se crearon nuevos centros de investigación y se intensifica-ron los proyectos de exploración.

En 1981, se reanudaron los estudios de campo en Ranas. Estavez, fueron trabajos de consolidación y mantenimiento que apor-taron nuevos datos acerca de la estructura interna del sitio, de suscomponentes arquitectónicos y sistemas constructivos, que per-mitieron definir la traza, no sólo del lugar, sino de gran parte de losasentamientos serranos. También, en el mismo año, Alfredo Cuellarpublicó el dibujo de Morfi sobre el chac mool localizado en lasinmediaciones de El Cerrito por el cura de la parroquia de SanFrancisco Galileo, en el siglo XVIII, y la fotografía de otra escul-

313 Ibídem, p. 70.314 Es importante mencionar que el trabajo de Langenscheidt y Tang Lay se volvióa publicar, con mínimas adiciones de sus autores, en el volumen 6 de la revistaAnthopology de la Universidad Estatal de Nueva York en 1982, en una edicióntemática de la minería prehispánica que estuvo a cargo de Phill Wiegand, quien en suintroducción planteó que la Sierra Gorda era un enclave minero importante para laetapa del Clásico mesoamericano y que su esfera de comercio estuvo ligada aTeotihuacan. Véase Alberto Herrera y Jorge Quiroz, op. cit., 1991, p. 297.315 Beatriz Braniff, «Comentarios a la Sesión de Arqueología», en op. cit., 1981, p.73.

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tura de este tipo, proveniente del mismo lugar, que se había depo-sitado durante la década de 1930 en el Museo Regional.316

En 1982, Margarita Velasco propuso que la zona arqueológicade Ranas fuera delimitada con el fin de promover la legalizaciónde los predios, para evitar el saqueo que hacían los lugareños, queconsideraban las ruinas banco de material de construcción.317

Además, publicó un artículo sobre la Sierra Gorda, en que reco-nocía que no se había podido determinar con exactitud desde cuándola zona fue ocupada por el ser humano, aunque, para ella, debióser habitada por grupos de cazadores-recolectores desde hace9000 ó 7000 años.318

A pesar de que desconocía la localización de los primerosasentamientos habitacionales permanentes, sostuvo que estos gru-pos de población provenían de la región del sur de Veracruz, cen-tro de la cultura olmeca, o al menos mantuvieron una estrecharelación con ella:

Se infiere que fueron grupos aldeanos, con una economía basa-da en la agricultura, complementada con la caza y la recolección[los que] produjeron objetos de cerámica con formas y motivosdecorativos semejantes a los estilos olmecas.319

Y aunque admitía que no sabía con certeza si existía una rela-ción de este tipo entre los habitantes de la Sierra Gorda y losgrupos olmecas para el control de producción de cinabrio, eraevidente, dado el gran número de bocaminas existentes, que elmaterial extraído tenía como finalidad cubrir la demanda de loscentros ceremoniales de aquella época, en especial, los del áreade Veracruz.

[Por eso] al decaer la cultura olmeca y desintegrarse su red decomercio, los grupos de la sierra, no se vieron afectados y con-tinuaron explotando el cinabrio así como otros materiales, perosu producción era enviada hacia otros centros que la reque-rían.320

316 Alfredo Cuellar, Tezcatzóncatl escultórico, el dios mesoamericano del vino,Avangráfica, México, 1981, p. 96.317 Herrera, op. cit., 1994, 125.318 Margarita Velasco, «La Sierra Gorda de Querétaro», en Universidad, núms. 13 y14, UAQ, Querétaro, 1982, p. 14.319 Ibídem, p. 16.320 Idem, p. 16.

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Otro aspecto interesante de su trabajo fue la idea de que alincrementarse notablemente la población en el área, también au-mentó el número de asentamientos, especialmente, en el Epiclásicoy principios del Posclásico, cuando hubo un incipiente desarrollode la actividad minera, periodo en que surgieron algunos sitioscomo Deconí y Quirambal y se inició la construcción de Toluquillay, tiempo después, la de Ranas.321

Posteriormente, en 1983, durante la XVIII Mesa Redonda de laSociedad Mexicana de Antropología, se organizó un foro sobre elEstado de Querétaro, donde se presentaron varios trabajos, entre losque destacaron los realizados en 1983 por Reyes-Mazzoni sobre elárea de captación de los sitios de Ranas y San Joaquín en la SierraGorda; por César Armando Quijada, acerca de la localización desitios arqueológicos, y por Margarita Velasco, un estudio comparati-vo del patrón de asentamiento de los sitios de Ranas y Toluquilla.322

En 1984, Juan Carlos Saint-Charles Zetina realizó trabajo ar-queológico de rescate en la zona de las misiones fundadas en elsiglo XVIII por Junípero Serra, en la Sierra Gorda. Los materialeslocalizados demostraron que hubo grupos agrícolas asentados enesta región desde el siglo VI hasta el XI d.C., que mantuvieronuna estrecha relación con Río Verde.323

Por otra parte, en agosto de ese año, se estableció el CentroRegional del Instituto Nacional de Antropología e Historia enQuerétaro con el fin de promover la investigación, el cuidado, larestauración y la difusión del acervo histórico y cultural del Esta-do. El gobernador Rafael Camacho Guzmán alentó su fundacióny a pesar de las dificultades iniciales que se presentaron, apoyó sulabor en el ámbito de la investigación arqueológica, la defensa yconservación del patrimonio estatal.324

321 Idem, p. 16.322 Herrera y Quiroz, op. cit., 1991, p. 298.323 Juan Carlos Saint-Charles, Excavaciones en las Misiones de la Sierra Gorda deQuerétaro, informe general del trabajo de campo, Querétaro, CEIA-UAQ, 1985,p. 3.324 En octubre de ese año, gracias a la intervención de Rafael Camacho Guzmán,también se logró la donación de una parte importante de la zona arqueológica de ElCerrito, consistente al menos en ocho hectáreas, hecho que contribuyó decisivamentea la conservación de este centro cívico ceremonial mesoamericano. Ver DiegoPrieto, «La presencia del INAH en Querétaro», en Jar Ngú Conmemorativo. 20años de labor del INAH, INAH, México, 2000, p. 5.

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Acorde con este nuevo marco institucional, los expertos delCentro INAH elaboraron un plan de trabajo con un enfoqueinterdisciplinario, que denominaron Proyecto Regiones Geográfi-co-Culturales de Querétaro, en el que por primera vez se conside-raron los aspectos geográficos y culturales el punto de enlace deldesarrollo social en un tiempo y espacio determinados. En dichoproyecto, se plantearon tres regiones de estudio: la Sierra Gordacon la subárea de la Huasteca queretana, el Semidesierto y losValles y la Sierra de Querétaro (Amealco-Huimilpan). A partir deentonces, la investigación arqueológica se fue orientando a estadistribución geográfica, enfocada a las regiones que presentabanmenor información o a la evaluación de la ya existente.325

4.3.1. Arqueología en los valles queretanos (1984-2000)Después de su creación, una de las primeras tareas del CentroRegional INAH fue apoyar el Proyecto Arqueológico de ElCerrito, de Ana María Crespo, para la zona de los Valles deQuerétaro:326

Las premisas de este proyecto fueron considerar el sitio un cen-tro de importancia regional; este reunió una población numero-sa que se asentó en diversos puntos del valle; que el inicio deeste centro fue a principios de la era cristiana; que su época demayor esplendor debió presentarse después del fin deTeotihuacan; que posteriormente, los elementos toltecas indi-can que mantuvo un estrecho vínculo con Tula; y que despuésde esta etapa, El Cerrito, lo mismo que otros poblados, quedóabandonado.327

El trabajo fue dirigido por Crespo de 1984 a 1989. En 1985,se llevó a cabo un reconocimiento del área por los estudiantesde arqueología de la Universidad Veracruzana, dirigidos por

325 Velasco, op. cit., 1988, p. 243.326 Margarita Velasco (1988) informó que la zona fue dividida en dos: los Valles y laSierra de Querétaro (Huimilpan-Amealco); mientras que Ana María Crespo (1991)y Elizabeth Mejía (2002) hablaban de una: los Valles Queretanos, que a su vezintegraba la región de San Juan y la de Querétaro. Comprende los municipios de SanJuan del Río, Tequisquiapan, Amealco, Pedro Escobedo, Huimilpan, Querétaro yCorregidora327 Ana María Crespo, «El recinto ceremonial de El Cerrito» en op. cit., 1991, p.165.

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Carlos Castañeda y como parte de su práctica de campo, conla supervisión de Gladis Casimir, los alumnos realizaron unestudio de las estructuras que se encontraban sepultadas; sinembargo, la información obtenida solo sirvió para delimitar losedificios y para confirmar los datos alcanzados en exploracio-nes previas. En efecto, se identificaron plenamente dos eta-pas de ocupación: la primera, caracterizada por la arquitectu-ra monumental del sitio hacia el año 400 D.C., justo en el mo-mento de mayor influencia teotihuacana, y la segunda, ya enel posclásico, asociada a Tula, por el año 900 D.C.328

Entre los materiales que mostraban estilos toltecas, se en-contraron esculturas tipo chac mool, atlantes o cariátides, es-telas, coronamientos y frisos. Con tales evidencias y con lasresguardadas en el Museo Regional, Crespo propuso un parde explicaciones sobre el carácter de El Cerrito en el contextoregional:

En el primer caso hipotético, el sitio pudo ser la sede de unsantuario al que acudían diversos pueblos, los cuales apor-taban mano de obra para su construcción y mantenimiento.El papel de este santuario sería de equilibrio entre los pue-blos de la región, organizados en diferentes unidades políti-co-territoriales. A este centro acudirían los jóvenes para suinstrucción religiosa y, posiblemente, también para la legiti-mación de los linajes gobernantes en cada lugar. En lo inter-no, El Cerrito tendría un territorio propio para suautoabastecimiento, controlado por una casta sacerdotal.Su relación con Estados hegemónicos, como en el caso deTula, sería en el mismo sentido, se le reconocería su carácterde santuario, independientemente de la acción política deTula en este territorio.La otra posibilidad también hipotética, sería que El Cerritose hubiera erigido como cabecera de un centro de poderregional que tuvo dominados a los diversos pueblos circun-dantes, los cuales conservaron su autonomía y sólo se obli-garon al tributo; en este caso, también podría mantener su

328 Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito» (1995-2000),en op. cit., 2000, p. 73.

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carácter de dominio religioso. Esta situación se observó cuan-do estuvo sometido al control político de Tula, de cuya or-ganización política llegó a formar parte, y manteniendo sucondición de centro ritual.329

En cuanto al registro de los asentamientos prehispánicosde la entidad, en ese año se inició el Atlas Arqueológicode Querétaro como parte de un proyecto nacional a cargode la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zo-nas Arqueológicas del INAH. Dicho plan tenía como fina-lidad la localización, registro, elaboración de banco de da-tos, investigación y difusión del patrimonio arqueológico dela entidad.330

Un año más tarde, en 1986, en las inmediaciones del Cerrode las Campanas, específicamente en el campus de la Univer-sidad Autónoma de Querétaro, unos trabajadores queexcavaban en terrenos de la Facultad de Informática pusieronal descubierto de forma accidental los restos óseos de un indi-viduo que fue inhumado con algunos objetos a manera de ofren-da:

[Se trataba del] entierro de un individuo adulto joven,cuyos restos, habían sido removidos por los trabajado-res y sólo había in situ, los huesos de los pies y de lapelvis, por lo que se infirió que el individuo fue puestocon las extremidades inferiores flexionadas y la ofrenda,consistente en dos vasijas o cajetes, fue depositada a laaltura de los pies.Acerca de los materiales cerámicos recuperados, por el esti-lo, se pudo establecer una posición cronológica temporalasociada con la fase Tollan, entre el 900 y el 1200 D.C., pro-pia de la cultura tolteca.331

329 Parte de los informes de las temporadas de campo de 1984 a 1986 fueronpublicados en 1991, en Querétaro Prehispánico; en él, además, describió las muestrasde escultura y cerámica que se habían localizado en el lugar. Ver Ana María Crespo,op. cit., 1991, p. 218.330 Velasco, op cit.; 1988, p. 244.331 Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Informe del rescate de una osamenta en elCentro Universitario de la UAQ, Querétaro. (mecanoescrito), INAH, México, 2004,p. 1.

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Esa época, el Cerro de la Cruz, en San Juan del Río, fueobjeto de una investigacion por parte de Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. Ambos efectuaron un recorri-do por el asentamiento, que había sido dado a conocer porEnrique Nalda en 1975,332 con la finalidad de iniciar traba-jos de consolidación de estructuras, principalmente en ladel basamento piramidal.333

Sobre la cima del cerro encontramos un conjunto arqui-tectónico prehispánico compuesto por un basamentopiramidal con una plaza al oeste y un montículo en laesquina sureste de la plaza, al sur de estos tres elemen-tos, se extiende una gran plataforma que llega hasta elborde sur de la Barranca. […] En la primera visita al lugar,la impresión era la de un sitio en mal estado […] su apa-riencia era la de que había sido arrasado, inclusive el ba-samento piramidal se nos mostraba como si se tratara delnúcleo de piedra y tierra, sin aparentes revestimientos y,menos aún, indicios de su planta.334

Con los resultados obtenidos durante la primera temporada detrabajo, establecieron tres etapas de ocupación que correspon-dían al Formativo, Clásico y Epiclásico,335 y dada la importanciade los materiales localizados, llegaron a la conclusión de que el

332 En realidad, Enrique Nalda sólo difundió su existencia en el planonacional, pues los lugareños ya conocían además de este lugar, otras zonascomo La Estancia, La Magdalena y Las Peñitas. Cuauhtémoc Chávez yRafael Ayala ya habían dado cuenta de tales vestigios, que situaron en elPreclásico, Clásico y Postclásico, respectivamente. Ver Cuauhtémoc ChávezTrejo, Vestigios arqueológicos de las culturas indígenas en San Juan delRío, Escuela Preparatoria de San Juan del Río, Querétaro, 1976, y RafaelAyala Echávarri, San Juan del Río. Geografía e Historia, México, ImprentaAldina, 1981.333 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Cerro de la Cruz, un asentamientoprehispánico en San Juan del Río, Querétaro», en Investigación, núm. 18, UAQ,Querétaro, 1986, p. 43.334 Ibídem, p. 43.335 Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionalesde Mesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entreel 800 y 900 D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, estazona alcanzó el mayor grado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles yMiguel Argüelles, «Los primeros asentamientos agrícolas en el Valle deSan Juan de l R ío , Qro . (500 A .C)» , en Inves t igac ión , núm. 25-26 ,Querétaro, UAQ, 1988: 6.

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Cerro de la Cruz debió tener el carácter de centro político yceremonial, al menos durante las primeras etapas de su ocupa-ción.336

Por otra parte, en 1986, se conoció un estudio de Ana MaríaCrespo sobre el diseño constructivo de El Cerrito y consideró queel volumen y extensión arquitectónica de dicho asentamiento de-mostraba que fue un centro cívico-religioso de gran importanciadurante el Clásico, Epiclásico y Posclásico:

Por los datos recabados recientemente [El Cerrito] comprendíaun área aproximada de 36 km², considerando 3 km de radio apartir del recinto ceremonial, aunque sin duda un área mayor deinfluencia era cubierta por este centro.[Puede] considerarse este centro como síntesis de manifesta-ciones locales, desarrolladas por la numerosa población regio-nal y las que provienen de grupos de elite vinculados con luga-res del Centro de México.337

Por otro lado, en 1987, apareció el primer tomo de la notablecolección La Antropología en México: Panorama histórico,en el que se incluyó información de las investigaciones arqueoló-gicas en Querétaro. En el primer volumen, se hizo mención de losviajeros que recorrieron la Sierra Gorda durante el siglo XIX, mien-tras que, al cabo de un año, en el tomo 13 de la citada colección,Margarita Velasco escribió un artículo sobre los estudios arqueo-lógicos que se habían desarrollado en la entidad hasta ese mo-mento.

336 Dos años después, plantearon la necesidad de identificar los primeros asentamientosagrícolas que se desarrollaron en el Valle de San Juan del Río. Para tal fin, sobre labase de sus observaciones en la región estimaron que los primeros grupos sedentariosse habían establecido desde hacía dos mil quinientos años, aproximadamente, y quepodían distinguirse tres grandes momentos de desarrollo histórico. En el primero,debió darse la forma de vida aldeana, en la que el Cerro de la Cruz, que mantuvo unarelación muy cercana con Chupícuaro, se consolidó como centro rector.Más adelante, cuando el valle formó parte de los linderos septentrionales deMesoamérica, se dio un incremento en la población. Por último, entre el 800 y 900D.C., integrada totalmente al ámbito mesoaméricano, esta zona alcanzó el mayorgrado de desarrollo. Ver Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Los primerosasentamientos agrícolas en el Valle de San Juan del Río, Qro. (500 A.C)», enInvestigación, núm. 25-26, Querétaro, UAQ, 1988: 6.337 Ana María Crespo. «Un planteamiento sobre el Proyecto constructivo del recintoceremonial de El Cerrito», en El Heraldo de Navidad, Patronato de las Fiestas deQuerétaro, Querétaro, 1986, p. 34.

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En ese tiempo, Luz María Flores y Ana María Crespo, partici-paron en el Homenaje a Eduardo Noguera con un trabajo sobre lapresencia tolteca en Guanajuato y Querétaro. Para el caso denuestra entidad, a partir del análisis comparativo de losasentamientos y de materiales cerámicos, fue posible identificaruna vez más, en El Cerrito y La Griega, la influencia de Tula. 338

Más adelante, en 1989339, a partir de los trabajos arqueoló-gicos efectuados en Guanajuato, San Luis Potosí y Querétaro,sobre la fluctuación de la frontera septentrional deMesoamérica, un grupo de especialistas supusieron siete fa-ses sucesivas de poblamiento de este territorio por grupos se-dentarios en un periodo que se iniciaba desde el 350 A.C, has-ta 1520 D.C., con la intención de señalar las variaciones queoperaron en los límites de los asentamientos agrícolas. A gran-des rasgos y a partir de correlaciones cerámicas, se estable-cieron tres de poblamiento, tres más de despoblamiento y unade repoblamiento.340 Dicha afirmación implicaba un análisismás profundo para conocer con amplitud el proceso de entra-da y salida de grupos humanos de esta franja territorial, lo quehacía inevitable definir el grado de integración político-territo-rial de las formaciones locales y regionales, así como el nivelde dependencia, en algunas etapas, de los centros políticoshegemónicos, para finalmente tratar de definir las diferentesrelaciones que se fueron dando entre los grupos encolindancia.341

En 1990, derivado del hallazgo de una gran cantidad de objetosde barro, enseres de piedra y restos óseos durante las obras deinstalación del drenaje público, se realizaron trabajos de rescate

338 Ver Luz María Flores y Ana María Crespo; op. cit., 1988, p. 218.339 En este año, algunos autores, como David Wright y Héctor Samperio (1989),hicieron algunas anotaciones sobre la población prehispánica de Querétaro en susrespectivas obras.340 Las etapas de poblamiento corresponderían del 350 A.C. al siglo I de nuestra era,del siglo I al 400 D.C., y del 400 al 850-900 D.C.; los periodos de despoblamiento sedieron entre el 850 y 900-950 D.C., 950 y 1100-1150 D.C. y del 1150 a 1350 D.C;mientras que el repoblamiento ocurrió entre 1350 y 1500 D.C. Véase a CarlosCastañeda, et al. «Poblamiento prehispánico en el Centro-Norte de la fronteramesoamericana» en Antropología, núm. 28, INAH, México, 1989, p. 37.341 Ibídem, p. 43.

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arqueológico en el barrio de La Cruz, San Juan del Río. Los estu-dios, en su primera etapa, fueron efectuados por Carlos Viramontesy más adelante los continuaron Ana María Crespo y Juan CarlosSaint-Charles342, en colaboración con Alberto Herrera, RosaBrambila y Carlos Castañeda, entre otros.

Más de cien objetos se recuperaron, la mayoría eran vasijas debarro cocido que fueron restauradas en el laboratorio del MuseoRegional. Además se localizaron tres entierros, de dos individuosadultos sin ofrenda y otro más de un adulto que contenía trescráneos de infantes, 18 vasijas de barro, un despulpador de basal-to y una punta de proyectil de obsidiana. También, asociado a esteentierro, se encontró un pectoral de piedra verde con un persona-je en bajorrelieve de estilo zapoteca, que estaba a la altura delpecho de dicho individuo.343

Por otro lado, en 1991 se publicó Querétaro Prehispánico,que incluyó algunos artículos sobre la investigación arqueológicaefectuada durante esos años en la entidad. Uno de ellos, el deEnrique Nalda, retomaba la secuencia cerámica que había pro-puesto para el sur de Querétaro unos años atrás, con el fin derenovarla para poder fijar una cronología que permitiera hacer unmejor análisis espacial.344

Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, en un trabajosobre el cerro de La Cruz, dieron a conocer su interpretaciónsobre la función que tuvo el sitio y las actividades de la sociedadque lo habitó. De acuerdo con los datos proporcionados por estosautores, dicho asentamiento fue uno de los primeros que hubo enterritorio queretano y, por su importancia y desarrollo urbano, sedistinguió de los demás centros de la época. En el sitio podían

342 De igual forma, Crespo y Saint-Charles, empezaron a escribir sobre las sociedadesque habitaron los valles queretanos, tema de gran interés para la arqueología por sucondición de pueblos de frontera. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles. Panorama de la población antigua en los valles Queretanos,(mecanoescrito), Querétaro, Centro INAH Querétaro y UAQ, 1990.343 Daniel Valencia y Juan Carlos Saint-Charles «Identificación, conservación yprotección arqueológica en el sur de Querétaro. 1990-1999» en op. cit., 2000, p.58.344 Enrique Nalda. «Secuencia Cerámica del Sur de Querétaro» en Crespo, op. cit.,1991, p. 31.

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advertirse dos tradiciones cerámicas alfareras, una representadapor los materiales Chupícuaro, lugar con el que mantuvo una es-trecha relación y otra propia de un desarrollo local.345

En cambio, Ana María Crespo identificó tres tipos de asenta-miento para el sur del valle, los caracterizó a partir de su arquitec-tura, nucleación y localización topográfica.346 Para ella, era evi-dente que dicho patrón demostraba la estabilidad de la poblaciónen este periodo que, al parecer, desde una época temprana habitóeste territorio y mantuvo los modelos arquitectónicos establecidosdesde entonces, salvo en el caso de las estructuras de planta cir-cular, introducidas durante la segunda mitad del milenio. En cuan-to a la diversidad de las formas del asentamiento, afirmó que elterritorio exigía pautas diferentes, tanto para el uso agrícola delsuelo como para la organización del grupo básico social.347

De igual forma, Rosa Brambila y Carlos Castañeda expusie-ron los resultados de su recorrido de exploración por la zona delrío Huimilpan. En el trabajo que presentaron, informaron de laexistencia de dos asentamientos prehispánicos denominados Uni-dad Huimilpan y Unidad Tepozán que, para su sorpresa, mostra-ban características culturales diferentes entre sí.348 Por los testi-monios arqueológicos de la primera unidad, se supo que el lugarmantuvo una reducida población, además de que encontraron muypocos elementos reportados como característicos para los vallesqueretanos. En cambio, la segunda unidad albergó el mayor gru-po de población de la región, al menos así lo demostraban lasplataformas y terrazas de nivelación que sobre ambos márgenes

345 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles, «Cerro de la Cruz. Persistencia de uncentro ceremonial», en op. cit., 1991, p. 91.346 Con base en estos elementos, estableció tres variantes: plataformas de más de 20metros de longitud, construidas con núcleos de piedra y lodo, de uso habitacional,distribuidas en la vega del río, a distancias variables de una y otra, asociadas a parcelasagrícolas; cuartos sobre plataformas bajas construidos alrededor de patios contiguosformando un recinto cuadrangular, con estructuras en cada una de las esquinas, construidasen las cimas de cerros, en posición de resguardo, y pequeños centros con arquitecturaceremonial que compartían un territorio común, alrededor de los cuales se distribuíanlas habitaciones. Ver Ana María Crespo, op. cit., 1991, p. 134.347 Idem, p. 134.348 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Arqueología del Río Huimilpan», en op.cit.; 1991, p. 138.

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del río y pendientes se construyeron para levantar estructurasmonumentales y casas habitación.349

Para 1992350, Ana María Crespo planteó la necesidad decrear un concepto que fuera más allá del simple hecho de pro-poner centros rectores de desarrollo regional dentro del pro-yecto Historia del poblamiento indígena de Guanajuato yQuerétaro, pues aunque éste contemplaba el estudio de lasformaciones sociales particulares, no tomaba en cuenta el con-junto de las relaciones de dominio establecidas por los pueblosque habitaban dentro y fuera de Mesoamérica, como los pro-cesos de integración y desintegración de las formaciones so-ciales en un contexto histórico y regional más amplio.351 Porese motivo, no sólo organizó las áreas de estudio en unidadespolítico-territoriales (UPT), sino que además las conformó yreordenó aplicando el enfoque arqueológico del estudio de fron-teras. Para integrar la UPT, usó para el caso de la zona deanálisis central, a Chupícuaro, y para el caso de Querétaro, alCerro de La Cruz; en este lugar se identificaron elementosculturales asociados a Chupícuaro, lo que demostraba su niveljerárquico más elevado que los de otros asentamientos de lazona. No podía ser de otra forma, pues Chupícuaro, como centrorector hegemónico, debió marcar las pautas de la planifica-ción del espacio ceremonial de los diversos centros de regularimportancia de la región centro-norte.352

En el mismo sentido, junto a Juan Carlos Saint-Charles,escribió un artículo sobre los centros de población en los va-lles de Querétaro durante la época prehispánica; dado su ca-rácter de territorio de frontera, los grupos asentados lograron

349 Ibídem, p. 139.350 También, en ese año, apareció un folleto conmemorativo por el V centenariodel descubrimiento de América, que contenía información general sobre losgrupos humanos que habitaron el territorio actual de nuestro Estado durante laépoca prehispánica. Véase Ana María Crespo et al., Arqueología e historiaantigua de Querétaro, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, México,INAH, 1992, p. 3.351 Ana María Crespo «Unidades Pol í t ico Terr i tor iales» , en Origen ydesarro l lo en e l Occ iden te de México , Michoacán , E l Co leg io deMichoacán, 1992, p. 157.352 Ibídem, p. 172.

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desarrollar una cultura con rasgos propios, que los distinguióde sus vecinos, aun cuando estuvieron sujetos a presiones dediferentes tipos por estar instalados en una región de tránsitoentre el centro y norte de México.353

En 1993, Saint-Charles publicó en la revista Cuadernosde Arquitectura Mesoamericana un trabajo sobre los si-tios que existían en las márgenes del río San Juan: SantaLucía, Santa Rita, San Sebastián de las Barrancas y laMuralla Vieja.354 A su parecer, el tipo de asentamiento eramuy peculiar, pues aunque se ubicaban en una zona de di-fícil acceso, esto no implicaba que necesariamente respon-dieran a un carácter defensivo. Agregaba que el limitadoespacio no fue obstáculo para la construcción de recintosceremoniales y administrativos, áreas habitacionales y deproducción de alimentos.355

Por otro lado, el autor colaboró con Ana María Crespoen un estudio sobre las características arquitectónicas quese desarrollaron durante el clásico y el preclásico. Basa-ron su análisis en la idea de que la concepción del cosmosinfluyó notablemente para que los primeros conjuntos ar-qui tec tónicos de l Baj ío tuv ie ran una es t ruc turacuatripartita.356 Según dichos autores, el Cerro de la Cruzy El Cerrito poseían una configuración de este tipo; enambos casos, se trataba de asentamientos donde se cons-truyó una plataforma que tuvo la doble función de delimi-tar el espacio ceremonial y de nivelar el terreno, sobre lacual se distribuyeron por cuadrantes los edificios, plazas ypatios hundidos que conformaban el recinto.357

353 Juan Carlos Saint-Charles y Ana María Crespo, «Los antiguos centros depoblación en los Valles Queretanos», en Historia y actualidad de los gruposindígenas de Querétaro, Querétaro, INAH-Gobierno del Estado de Querétaro,1992, p. 32.354 Juan Carlos Saint-Charles, «Asentamientos sobre barrancas. Río San Juan», enCuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 25, UNAM, México, 1993, p.17.355 Ibídem, p. 21.356 Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Formas arquitectónicasdel Bajío. La división en cuadrantes del Espacio Ceremonial», en op. cit:,1993, p. 59.357 Ibídem, p. 62.

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Al mismo tiempo, Carlos Castañeda y Rosa Brambila escribie-ron sobre las estructuras que contaban con patios hundidos,358

elemento arquitectónico que, según ellos, diferenciaba las estruc-turas cívicas y religiosas de las unidades habitacionales meno-res.359

Para Querétaro, identificaron un edificio de este tipo en LasAlmenas, Unidad Tepozán, Humilpan, el cual estaba asociado aotros vestigios monumentales, todos con espacios interiores.360

Por su parte Ana María Crespo efectuó el análisis de las es-tructuras de tipo circular reportadas para el Bajío y planteó seisdiferentes tipos que, de acuerdo, con un criterio formal, teníanforma circular. Así, pudo identificar en el Cerro de la Cruz, es-tructuras con cimientos de planta circular, y en La Joya y Tlacote,plataformas circulares adosadas a patios cerrados rectangulares,elementos propios de un estilo arquitectónico que fue común en-tre los pueblos del segundo milenio, especialmente durante la épo-ca tolteca.361

358 Un estudio sobre la presencia de este tipo arquitectónico en el Bajío fuedesarrollado de una manera más amplia por Efraín Cárdenas a fines de la décadade los noventa. Para este autor, la etapa de mayor poblamiento y de mayorcomplejidad constructiva en esta zona –entre 300 y 650 D.C. – se caracterizópor el uso del patio hundido. Para el caso de Querétaro, los asentamientos queincorporaban este elemento constructivo se ubicaban en la porción quepertenecía al Bajío, y correspondían a una tradición cultural propia de esaregión, aunque con elementos propios de una tradición local, con excepción delos identificados en la Sierra Gorda, donde las evidencias arqueológicas, ofrecíanuna explicación distinta.Según Cárdenas García, la presencia de este tipo de estructuras en algunosasentamientos indicaba su nivel jerárquico y su importancia como núcleosadministrativos. Asimismo, y como resultado de un análisis espacial sobre elárea, propuso seis regiones políticas dentro de la citada zona; las que fueroncontrolados por estos centros de poder, uno de los cuales, El Tepozán, ubicadoen Querétaro, fue el que menos sitios tuvo en su área de control, pues solamentese reconocieron 5 (Santa Bárbara, Cimantaro [sic], Jurica y El Puertecillo) alos que se le anexarían los cuatro que ubicaba Crespo (1991) en el valle deQuerétaro y que Cárdenas no incluyó en su trabajo, por falta de mayorinformación. Ver Efraín Cárdenas, El Bajío en el Clásico, Michoacán, El Colegiode Michoacán, 1999.359 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Estructuras con espacios hundidos», en op.cit., 1993, p. 73.360 Ibídem, p. 77.361 Ana María Crespo, «Estructuras de Planta Circular en el Bajío», en op. cit.,1993: 79.

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Rosa Brambila incluyó un trabajo sobre los juegos de pelotaque se tenían registrados para esta región. En el caso del Querétaro,informó de la presencia de dos canchas, en Los Cerritos y LaTrinidad, localizados en el municipio de Tequisquiapan, y sugirió laexistencia de otro al lado de la Plaza Sureste del Gran Basamentode El Cerrito el cual, según Crespo, fue desmantelado cuando setrató de construir una capilla para la Virgen de El Pueblito, pocodespués de que finalizara la rebelión cristera.362

Dos años después, en 1995, el Centro INAH formuló un pro-yecto de conservación integral del sitio arqueológico de El Cerrito.Los trabajos se iniciaron con la posesión legal del sitio y sereelaboró el expediente técnico que fue el sustento de su declara-ción como zona arqueológica. En forma paralela, se realizarontrabajos de conservación física de las estructuras del sitio y obrasde rehabilitación de la malla perimetral y la caseta de vigilancia.Más adelante, en 1998, se iniciaron las exploraciones en las cons-trucciones del recinto y se tomaron algunas muestras de los mate-riales usados en el lugar. Los trabajos dieron como resultado laliberación y consolidación de algunas estructuras y el hallazgo deotros elementos arquitectónicos, como una banqueta.363

Asimismo, en diciembre de ese año, se efectuaron trabajos deprotección en El Rosario, San Juan del Río, debido a la exposiciónde un fragmento de pintura mural policromada de estiloteotihuacano que se encontraba al final de una excavación hechapor saqueadores en una ladera del montículo principal del sitio.

Las actividades consistieron en asegurar la pintura en el sopor-te del mural para protegerlo por medio de la construcción de unaestructura que permitiera consolidar el piso de estuco que se loca-lizaba en la parte superior del mural a manera de techo; después,se rellenó con tierra y piedra la cavidad.364

Más tarde, en 1996, se realizó un rescate arqueológico en elfraccionamiento Valle Dorado 2000, justo en un montículo que fue

362 Rosa Brambila, et al., «Juegos de pelota en el Bajío», en op. cit., 1993, p. 91.363 Daniel Valencia, «Exploraciones y conservaciones en El Cerrito (1995-2000)»,en op. cit., 2000, p. 76.364 Juan Carlos Saint-Charles y Daniel Valencia, «Identificación y ConservaciónArqueológica en el sur de Querétaro», en op. cit., 2000, p. 59.

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removido con maquinaria pesada. En ese lugar, se hicieron doscalas de inspección en las caras norte y poniente de la parte de laplataforma que no fue arrasada. Gracias a esto, se identificaronlas características arquitectónicas de la estructura, la cual poseíaun patio hundido delimitado al sur y norte por plataformas conmuros de talud, al oriente. Los materiales y el sistema constructi-vo eran similares a los que se habían usado en la segunda etapade construcción en El Cerrito, esto es, una estructura hecha pormedio de cajones de piedra laja rellenados con piedra y tierra, ysus recubrimientos, de piedra laja, formaban taludes. Los pisos yaplanados exteriores eran de estuco, y en el piso del patio hundidose pudieron observar restos de pintura negra y roja.365

En aquel año, Ana María Crespo realizó el análisis de la cerá-mica denominada blanco levantado,366 que había sido localizadaen El Cerrito, La Negreta y el Cerro de la Cruz. El estudio demos-tró que dichos objetos podían usarse como marcadores tempora-les del Clásico y Epiclásico en el centro norte de México. Porúltimo, agregaba que aunque este tipo de vasija tenía un fin prác-tico propio de las necesidades domésticas de los grupos que lamanufacturaban, con el paso del tiempo formó parte del ajuardestinado al culto de los antepasados en algunas poblaciones.367

También, y con la colaboración de Saint-Charles, Crespo seocupó del estudio de los sistemas rituales de entierro en el Cerrode La Cruz, con la finalidad de identificar las expresiones mortuoriaspropias de los grupos de elite que vivieron en el lugar, en su opi-nión, prácticas exclusivas a las que miembros de los estratos infe-riores de estas sociedades se les prohibía. Para ellos fue evidenteque las inhumaciones de las clases dirigentes de la Cuenca delRío San Juan, se caracterizaron por la inclusión de objetos valio-sos a los que sólo ellos tenían acceso, como el empleo de las365 Ibídem, p. 60.366 La cerámica conocida como blanco levantado presenta una técnica decorativapeculiar que la hace distinta de otros grupos cerámicos. Las vasijas están decoradascon una serie de líneas encontradas, horizontales, verticales y diagonales, a vecessuperpuestas, que forman un enrejado y que se delinean al retirar con un instrumentosuave, semejante a un peine, una parte de la capa blanca o crema de baño previo,para dar el aspecto de un diseño a manera de tejido de canasta. Ver Ana María Crespo,«La tradición cerámica del blanco levantado» en op. cit., 1996, p. 77.367Ibídem, p. 88.

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vasijas tipo Xajay368 cuyo uso ritual con el paso del tiempo, seextendió a otros centros ceremoniales del Valle de Querétaro yde la Sierra Gorda.

Juan Carlos Saint-Charles, por cuenta propia, también abordóel tema de la presencia, en el Bajío, de Teotihuacan. Para el casode los asentamientos localizados en el valle de Querétaro, propu-so que La Negreta bien pudo ser un sitio que formó parte de unacadena de rutas de comercio, o que simplemente fue un barrio deEl Cerrito, ocupado por gentes provenientes de esa ciudad. Encambio, la presencia de elementos propios de la gran urbe delClásico para el caso de San Juan del Río, tanto en el valle, comoen el Cerro de la Cruz, se debió a la llegada de algunos grupos allugar. A estos dos planteamientos agregaba que existía también laposibilidad de que se tratara de miembros de la elite que estabancumpliendo funciones administrativas a favor de su Estado, queen todo caso, se desplazarían en busca de un mayor control de lasrutas comerciales o de recursos de los que carecía su ciudad.369

En 1998, Daniel Valencia denunció la destrucción de los vesti-gios arqueológicos localizados en la meseta de Santa Bárbara,sitio que había sido estudiado sólo de forma esporádica durante ladécada de 1980.

En el año de 1987, todavía se alcanzaba a ver una plataformaalargada de poca altura, la cual ya no existe debido a la grancantidad de pozos de saqueo realizados sobre ella. […] históri-camente, las relaciones del sitio, con otros asentamientos regio-nales son observables en El Cerrito y Tlacote, Querétaro, y SanBartolo Aguacaliente, en Guanajuato.370

368 Es un tipo cerámico que cuenta con cajetes de paredes rectas divergentes, a vecescon una ligera curvatura, fondo plano y soportes generalmente rectangulares. Algunasvariantes exhiben soportes almenados, los hay también cilíndricos huecos y de doblecilindro sólido. Los bordes son redondeados, algunos cuentan con engrosamiento enla parte terminal y otros tienen corte rectangular. La pasta es de textura mediana,con partículas blanca y café opacas. Común en estas vasijas es un baño de pinturaroja de tono oscuro, que puede ser desde una ligera capa hasta un baño gruesopulimentado. Véase Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, «Ritos funerariosy ofrendas de elite». Las vasijas Xajay, en op. cit., 1996, p. 116.369 Juan Carlos Saint-Charles, «El reflejo del poder teotihuacano en el sur deGuanajuato y Querétaro», en op. cit., 1996, p. 156.370 Daniel Valencia Cruz, «Meseta de Santa Barbara», en Jar Ngú, núm. 5, Boletínmensual del Centro INAH Querétaro, Querétaro, 1998, p. 7.

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En mayo de ese año, el INAH emitió un comunicado en queanunció el Proyecto de Rescate de la Pirámide de El Cerrito.Dicho plan abordó, entre otras cosas la necesidad de hacer traba-jos para delimitar y cercar en forma más precisa el lugar, la libera-ción, consolidación y mantenimiento del basamento piramidal, al-tares, patios y plataformas, así como la señalización y difusiónturística, la creación de un museo de sitio y de un patronato quepromoviera el rescate y preservación de esta zona arqueológica.

Dentro de este evento, se presentó una exposición sobre laslabores de mantenimiento y conservación que se realizaban desde1995, asimismo, se mostraron los trabajos de restauración de unaescalinata y de un fragmento de muro en talud.371

Como se ha visto, la investigación de esta región durante losaños noventa se caracterizó por la enorme cantidad de trabajosde arqueología de rescate, que se efectuaron, en la mayoría de loscasos, ante avisos inesperados de quienes realizaban los hallaz-gos. Así, al final de la década, entre 1998 y 1999 ocurrieron másintervenciones, como la que se llevó a cabo en terrenos del par-que industrial Bernardo Quintana Arrioja. En aquella ocasión, du-rante la construcción de la vialidad perimetral del lote correspon-diente a los almacenes de la Comisión Nacional de Libros de Tex-to Gratuito (CONALITEG), se localizó una osamenta humanajunto a materiales cerámicos y líticos propios de la épocaprehispánica.

Durante esta intervención, se hizo un reconocimiento de super-ficie sobre los terrenos no construidos, además de pozos de son-deo en dos montículos ubicados dentro del área, uno de ellos en elperímetro del lote de la CONALITEG y el otro, a poco más de unkilómetro al oeste. De acuerdo con la información recabada, seestableció que en dicho lugar hubo un asentamiento semidispersodel Epíclásico (700-900 D.C.). Acerca de sus construcciones, seidentificaron tres tipos: las de carácter ceremonial conformadospor cuatro plataformas que daban lugar a un patio central cua-drangular cerrado, que era utilizado como lugar de enterramiento;

371 Daniel Valencia y Alicia Bocanegra, «Firma del Convenio para El Cerrito», enop. cit., 1998, p. 4.

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algunas habitaciones, cuyas paredes fueron quizá de bajareque; y,por último, edificios circulares, cuyo uso parece haber estado des-tinado a mausoleos.372

A la par de los hallazgos materiales, se localizaron restos óseos,en total fueron once entierros humanos y uno animal –de un pe-rro-. La mayoría aparecieron en las estructuras circulares men-cionadas. Todos los entierros presentaban una posición de decú-bito dorsal flexionado. Las extremidades inferiores se encontra-ron flexionadas, hasta el extremo de estar paralelas al eje del cuer-po, entrecruzadas con las superiores. Los entierros 7,8,9, y 10fueron colocados en una fosa ligeramente cóncava y de poca pro-fundidad.373

Por otra parte, Rosa Brambila y Carlos Castañeda elaboraronun informe detallado de los petroglifos que se encontraron en lascercanías del río Huimilpan, al sur de Querétaro. En él, plantearonque dichas expresiones rupestres fueron empleadas como mar-cas por sus creadores, para otorgarles un significado simbólico alterritorio.374

En este sentido, se puede decir que los petroglifos hacen unadistinción territorial. La importancia está en la intencionalidadpuesta en la selección tanto del lugar como de los símbolos: esuna expresión [de su percepción] territorial y noamontonamientos fortuitos, ya que introducen la noción de com-posición e integración del espacio, lo jerarquizan. De esta mane-ra podría parecer que son una muestra de la unidad histórica deesta región.375

En octubre de 1999, cuando se trabajaba en la construcciónde una reja para reintegrar el atrio del templo de San Francis-co en la ciudad de Querétaro, le fue reportado al INAH el

372Juan Carlos Saint-Charles, «Arqueología en el Parque Industrial BernardoQuintana», en Gaceta Legislativa, núm. 1, LII Legislatura del Estado de Querétaro,Querétaro, 1999, p. 23.373Jaime García y Daniel Valencia, «Arqueología y Antropología física en Querétaro»,en op. cit.; 2000, p. 68.374 Rosa Brambila y Carlos Castañeda, «Petroglifos de la cuenca media del Lerma»en Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades delnorte de México, INAH, México, 1999, p. 109.375 Ibídem, p. 128.

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hallazgo de una pieza arqueológica,376 la cual tenía gran pare-cido con uno de los dibujos que realizaron Morfi y Dupargueten el siglo XVIII; se trataba de una escultura antropomorfa depiedra, que representaba a un individuo de pie, con los brazosen alto, las palmas de las manos hacia arriba y la mirada alfrente. La pieza formaba parte del sistema constructivo deuna plantilla de mampostería al lado norte del templo, frente ala puerta de éste.377

Por el contexto en que se localizó, se planteó que procedería deEl Cerrito.

4.3.2. La investigación arqueológica del Semidesierto deQuerétaro (1960-2000)La exploración arqueológica del Semidesierto de Querétaro378

es reciente; hasta hace unos años, se consideraba que efec-tuar trabajos de investigación en regiones como ésta era pocotrascendente debido principalmente a que en el proyecto polí-tico-cultural del Estado mexicano se había privilegiado el aná-lisis de las sociedades agrícolas mesoamericanas asentadasen el Altiplano Central, la Costa del Golfo, Oaxaca y la Zona

376 Durante los años noventa, el INAH realizó una labor permanente de atención adenuncias y rescate de piezas prehispánicas, pero también efectuó estudios en sitioscoloniales, como lo fue el caso de Santa Rosa de Viterbo; el exconvento de ElCarmen; la Plaza Damián Carmona (antiguo Rastro); el estacionamiento de la plazaConstitución (Exconvento de San Francisco); así como las obras del cableadosubterráneo, en las que se pudieron encontrar importantes vestigios de los sistemashidráulicos de Querétaro; y finalmente en el edificio de la Facultad de Filosofía de laUAQ en el año 2006. Ver Prieto, 2000, p. 8, y Valencia y Saint-Charles, 1998, pp.64-77.377 Alberto Herrera y Daniel Valencia, «Atlante tolteca en San Francisco», en GacetaLegislativa, núm. 15, LII Legislatura del Estado de Querétaro, Querétaro, 1999, p.23.378 La región denominada semidesierto queretano comprende alrededor de 25 % de lasuperficie del Estado y abarca en su totalidad los municipios de Tolimán, Colón yPeñamiller, así como parte de los de Tequisquiapan, Ezequiel Montes, El Marqués,Querétaro y Cadereyta. Véase Carlos Viramontes, «La pintura rupestre comoindicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronteriza del río SanJuan, Querétaro», en Expresión y memoria. Pintura rupestre en las sociedadesdel norte de México, INAH, México, 1999d, p. 90.

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Maya.379 Sabemos que, durante décadas, la arqueología, alservir para justificar el ideario nacional, dejó a un lado el estu-dio del Occidente y de las culturas nómadas del centro-nortede México.380

Fue así como los grupos de recolectores-cazadores se mantu-vieron siempre relegados a un segundo plano hasta que, en ladécada de los sesenta, el interés arqueológico se orientó a dichassociedades, consideradas culturalmente inferiores.381

En Querétaro, esta zona, todavía a fines de la década de 1980,no había sido objeto de investigaciones sistemáticas. La únicaexcepción la había constituido el trabajo que Cynthia Irwin efec-tuó en Tequisquiapan en 1960, aunque su estudio se enfocó a as-pectos que poco o nada tenían que ver con los grupos derecolectores-cazadores en forma específica. Además, basta re-cordar que a pesar de los resultados obtenidos por la norteameri-cana, no hubo más exploraciones en el área, sino hasta el año de1985, en que se emprendió una inspección por el lugar, esta vez acargo de trabajadores del Departamento de Registro Público deMonumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, cuya finalidadfue realizar el Atlas Arqueológico del Estado de Querétaro.

Desafortunadamente, en aquella ocasión, se favoreció el pro-cedimiento de la arqueología de superficie por sobre la prospec-ción intensiva y sistemática, lo que impidió ubicar los vestigios deocupación humana que se encontraban entre abrigos rocosos ocavernas.

Más adelante, en 1988, Alejandro Pastrana reportó la presen-cia de yacimientos de obsidiana en las localidades de Navajas, ElParaíso, Fuentezuelas y Urecho.382 No obstante que dicho infor-

379 Esta situación propició que a las sociedades ajenas a este ámbito cultural se lesconcediera poca importancia; un ejemplo claro de ello lo fue la propia distribuciónde los arqueólogos del INAH dentro del marco geográfico del país, en la cual losEstados del norte fueron poco favorecidos. Ver Carlos Viramontes, «La investigaciónarqueológica en el Semidesierto Queretano», en op. cit., 2000f, p. 44.380 Viramontes, op. cit., 1999d, p. 87.381 Carlos Viramontes Anzures, op. cit., 2000f, p. 44.382 Alejandro Pastrana, «Los yacimientos de obsidiana del Estado de Querétaro», enLa validez teórica de Mesoamérica. Memorias de la XIX Mesa Redonda de laSociedad Mexicana de antropología, SMA-UAQ, México, 1988, p. 222.

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me fue ampliado por el mismo autor en 1991, su enfoque estuvodirigido principalmente al análisis de los medios de extracción uti-lizados por los grupos sedentarios mesoamericanos.383

Como se ha visto, fue una época difícil para la investigaciónarqueológica en la zona; pese a ello, para agosto de 1989384,la situación cambió, pues se iniciaron los trabajos dedicados alconocimiento de los grupos chichimecas.385 Para tal fin, lo pri-mero que se propuso fue el Proyecto Arqueológico delSemidesierto Queretano que tuvo como finalidad entenderla forma de vida de quienes habitaron esta región; por tal mo-tivo, se centró en la reconstrucción de su vida, la explotacióndel medio, su dinámica de movimiento, su organización social,su interacción con otros grupos y su permanencia en este te-rritorio.386

Este fue el primer estudio sistemático sobre las sociedadesnómadas y seminómadas de Querétaro. Acerca de él, sabe-mos que originalmente fue planteado como un proyecto demediano plazo, que se inició con el reconocimiento de la zona,así como con el registro de los asentamientos ubicados al aire

383 Acerca de los yacimientos de obsidiana, Pastrana planteó que presentabancaracterísticas de explotación relacionadas con el grado de desarrollo cultural de laspoblaciones. Para él, las vetas de este material en el Estado de Querétaro, eranadecuadas para estudiar procesos de explotación y distribución local, con un altogrado de reutilización de la obsidiana en las comunidades sedentarias y unaprovechamiento selectivo por parte de los grupos nómadas, junto con otras materiasprimas locales como calcedonia y riolita. Ver Alejandro Pastrana, «Los yacimientosde obsidiana del oriente de Querétaro», en op. cit., 1991, p. 29.384 Según Carlos Viramontes, en el momento que inició su trabajo arqueológico enQuerétaro (1989), sólo se tenía el registro de una pintura rupestre localizada cerca dela población de El Durazno (San Joaquín), aunque se tenía noticia de la existencia deotras en la amplia región semidesértica, pero no se conocían sus características,puesto que nunca se habían realizado levantamientos completos de los motivospictóricos ni se conocían las particularidades de los lugares donde se encontraban;por tal razón, hacia 1994, efectuó un primer planteamiento para la recuperación deese patrimonio arqueológico que, por falta de presupuesto, no prosperó. Ver CarlosViramontes, «La pintura rupestre en la cosmovisión de los Chichimecas, Pamesy Jonaces», en Gaceta Legislativa, núm. 5, LII Legislatura del Estado de Querétaro,Querétaro, 1999a, p. 23.385 Carlos Viramontes Anzures. De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-cazadores del semidesierto de Querétaro, INAH, 2000e, p. 13.386 Viramontes, op. cit., 1999a: 23.

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libre, cuevas y abrigos rocosos, yacimientos de materias pri-mas y áreas de trabajo lítico, pero poco a poco se centró en elanálisis, por un lado, de la integración territorial a partir de laexplotación de los recursos y por el otro en la producción deherramientas de piedra.387

En este programa de actividades, también, se contempló unrecorrido sistemático por una superficie de 25 km², que se efec-tuó entre noviembre y diciembre de 1989 en el extremo orientalde Cadereyta, en la confluencia de los ríos San Juan y Tula, dondemás tarde sería construida la presa hidroeléctrica de Zimapán,trabajo que, por cierto, continuó la Dirección de Salvamento Ar-queológico del INAH, entre 1990 y 1992.

Dentro de las actividades planteadas en dicho plan, llevadas acabo por la DSA y como parte del Proyecto Arqueológico Zimapán,se efectuaron trabajos de prospección, tanto en la zona de embal-se como en las partes donde habían realizado obras conexas –caminos, bancos de material, reubicación de poblados, etc.–, quedieron como resultado la localización de 119 sitios con vestigiosprehispánicos correspondientes a cuevas, abrigos rocosos, cam-pamentos al aire libre, así como concentraciones cerámicas y ta-lleres de producción.388

Por los materiales obtenidos, en forma preliminar se consi-deró que los habitantes de esta zona mantuvieron relacionesinterregionales y posibles niveles de integración económica conpueblos de vida sedentaria y nómada, al menos así lo indicabala presencia de elementos cerámicos de tradición Chupícuaro,de manufactura propia de San Juan del Río, así como rudi-mentos asociados con Ticomán, para el Formativo, y conTeotihuacan para el Clásico; además de la presencia de obje-tos de barro, cuyo diseño y decoración eran propios de lazona de Río Verde, San Luís Potosí, y de la Sierra Gorda deQuerétaro.389

387 Viramontes, en op. cit.; 2000f, p. 50.388 Sergio A. Sánchez et al., «Investigaciones arqueológicas en los límites de Querétaroe Hidalgo (presa hidroeléctrica de Zimapán)», en Arqueología del Occidente yNorte de México, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1995, p. 140.389 Ibídem, p. 142.

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Gracias a este trabajo y a los anteriores, fue posible identificarlas sociedades que habitaron el semidesierto queretano, de lascuales la más representativa, sin duda, había sido la de losrecolectores-cazadores, que ocupó la zona durante la épocaprehispánica, ya fuera en situación de frontera o en convivenciacon los agricultores mesoamericanos que durante el primer mileniode la era colonizaron gran parte del norte de México.390

En 1992, Carlos Viramontes escribió un artículo acerca del tra-bajo arqueológico realizado hasta ese año en la zona y sobre losdatos obtenidos:

Existen evidencias de que en el semidesierto queretano pervivierongrupos apropiadores de alimentos, probablemente con cierto ni-vel de sedentarización en algunas regiones [aunque] los materia-les arqueológicos encontrados en los municipios que conforman[esta región] nos muestran una importante presencia de grupos derecolectores-cazadores de filiación chichimeca.391

Pese a ello, las actividades de exploración fueron suspendidastemporalmente,392 si bien se reanudaron tres años más tarde conuna nueva línea de investigación: el estudio de las manifestacio-nes gráficas rupestres que, por falta de apoyo económico, al pocotiempo se suspendió.393

390 Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50.391 Carlos Viramontes. «Los recolectores-cazadores del Semidesierto de Querétaro»en Historia y actualidad de los grupos indígenas de Querétaro, Gobierno del Estadode Querétaro, Centro Regional INAH, Querétaro, 1992: 17.392 No obstante, algunos personajes queretanos difundieron información sobre lariqueza del patrimonio arqueológico del Estado, como Guillermo Hernández que dioa conocer un petroglifo que había sido localizado en Agua de Coyote, El Marqués;mientras que Jesús Mendoza Muñoz escribió sobre las pinturas rupestres que seubicaban en los alrededores de la delegación de El Palmar, en Cadereyta. VéaseGuillermo Hernández Requenes, «El pasado prehistórico de La Cañada», enQuerétaro. Tiempo nuevo, núm. 89, 1993:15; y Jesús Mendoza Muñoz, «Pinturasrupestres en Cadereyta» en Querétaro. Tiempo nuevo, núm. 107; 1994: 58, publicadaspor el Gobierno del Estado de Querétaro.393 En ese mismo año, en las proximidades de la población de Vizarrón, Cadereyta, seencontraron algunas puntas de proyectil manufacturadas de obsidiana procedente dediversos yacimientos localizados fuera del territorio queretano. Esto podría explicarla existencia de un asentamiento dedicado al control y distribución de este preciadorecurso. El sitio no parece haber tenido una densidad poblacional significativa, pueses sumamente pequeño pero, en cambio, presentó ocupación permanente que ibadesde el Formativo, hasta el Posclásico temprano. Ver Carlos Viramontes Anzures,De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-cazadores del semidesierto deQuerétaro, INAH, México, 2000e, p. 29.

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Tiempo después, en 1993, el destacado investigador publicó untrabajo sobre la distribución de los nómadas y seminómadas eneste territorio. En él, consideró que su integración ocurría despuésde que instalaban un campamento base, de donde iniciaban susrecorridos de aprovisionamiento, los cuales a partir de la distan-cia de acceso a los recursos, de su calidad y abundancia, debieronser de tipo local (un kilómetro a la redonda), vecinal (cinco kiló-metros a la redonda) e incluso regional (quince kilómetros a laredonda).394

Así, sobre la base de los resultados del trabajo de campo y delanálisis del material recolectado, se hizo evidente que la integra-ción al espacio por parte de los habitantes del semidesierto fuevariada, de suerte que hubo unidades para la habitación y consu-mo, unidades de industrias extractivas, de transformación y laspropias para las manifestaciones de tipo ideológico.395

Más adelante, en 1996, se presentó al Consejo de Arqueologíadel INAH el programa de trabajo Los Pames en la Arqueologíadel Semidesierto Queretano, cuyo planteamiento fue el estudiode la cosmovisión de los recolectores cazadores nómadas yseminómadas, toda vez que la base económica de la región yahabía sido objeto de investigaciones anteriores.

Al mismo tiempo, el doctor Viramontes prosiguió su estudiosobre la conformación del límite de la frontera mesoamericanaa lo largo del río San Juan, durante el siglo XV, era claro queesta división no fue estática sino que, por el contrario, estuvodotada de cierta dinámica, determinada, en gran parte, por eltipo de relaciones que se llevaron a cabo entre las sociedadesque habitaron ese territorio, el cual fue compartido por gruposde recolectores-cazadores de filiación pame, establecidos enel norte, mientras que al sur del citado río vivieron gruposotomianos del señorío de Jilopetec, con los que compartieronciertos rasgos culturales.396

394 Carlos Viramontes, «La integración del espacio entre grupos de recolectores-cazadores en Querétaro», en op. cit., 1993, p. 12.395 Ibídem, p. 15.396 Carlos Viramontes, «La conformación de la frontera chichimeca en la marca delrío San Juan», en op. cit., 1996, p. 16.

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Los grupos chichimecas de vida nómada y seminómada[…] tienen claras afinidades con el resto de gruposchichimecas del Centro norte de México [y] a pesar deello, ostentan ciertos rasgos comunes a [las sociedadesagrícolas que habitaron al sur del río San Juan] como eluso de cerámica doméstica, enterramientos y pictografíascon elementos mesoamericanos, lo que evidencia queexistió algún tipo de contacto o interrelación entre am-bos grupos.397

Tiempo después, en 1998, se dieron a conocer algunos de losavances de la investigación Los Pames en la Arqueología delSemidesierto Queretano, que para entonces había registrado másde setenta asentamientos arqueológicos con manifestaciones grá-ficas rupestres (Fig. 21), en su gran mayoría de pintura y sóloalgunos de grabado en piedra.

Otro de los aportes del citado programa fue que por vezprimera se hizo un catálogo de estos sitios, el cual integró losdatos relativos a la ubicación, características particulares ygenerales, además del dibujo pormenorizado de las pinturasrupestres y petrograbados, los croquis de las cuevas o abrigosen que se encontraron, quedando almacenados en una base dedatos.398

En el mismo orden de ideas y dentro del citado proyecto, sellevó a cabo un reconocimiento arqueológico en Peñamiller, quehasta ese momento sólo tenía registrado un paraje de esta natura-leza en la comunidad de Rancho Quemado. Durante el recorridose registraron ocho localidades arqueológicas con pintura rupes-tre cerca de las poblaciones de Río Blanco y Las Adjuntas, ade-más de estructuras arquitectónicas y minas prehispánicas.399 Eneste municipio, fueron encontrados los primeros petrograbados desociedades nómadas y seminómadas chichimecas, de todo el

397 Ibídem, p. 26.398 Carlos Viramontes, «Los pames en la arqueología del semidesierto», en JarNgú, núm. 5, boletín mensual del Centro INAH-Querétaro, Querétaro, 1998,p. 9.399 Carlos Viramontes, «El arte rupestre de los antiguos habitantes de Peñamiller,Querétaro», en Gaceta Legislativa, núm. 12, LII Legislativa del Estado de Querétaro,México, 1999b, p. 21.

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semidesierto400, en los parajes denominados La Puerta, Cañón dela Guayaba y El Chorro, ubicados entre las poblaciones de PeñaBlanca y Las Adjuntas:

Existen grandes bloques grabados que parecen integrar unamisma unidad en lo que se refiere al estilo y la técnica; el graba-do se realizó mediante el picoteo, creando un contraste entre elcolor blanco de la roca sedimentaria y el gris obscuro de lasuperficie.401

Más tarde, entre 1999 y el 2000, se dio un importante avanceen el estudio de las manifestaciones gráficas rupestres de loschichimecas del semidesierto queretano, al registrarse más deochenta sitios arqueológicos, los cuales, en la mayoría de los ca-sos, quedaron ubicados en Cadereyta, Colón y Peñamiller.402

De igual forma, en esos años, también se iniciaron los trabajosdel proyecto Los paisajes rituales de los grupos recolectores ycazadores. Un estudio de la pintura rupestre de QuerétaroPrehispánico, con el apoyo de la ENAH y del CONACYT, queintegró los datos arqueológicos generados desde 1989 sobre lospobladores de esta zona, bajo la perspectiva de la cosmovisiónpropia de los grupos chichimecas.403

Por su parte, Carlos Viramontes (1999) sostuvo una interesan-te reflexión sobre la interpretación metodológica de las manifes-taciones gráficas rupestres que se había hecho desde fines delsiglo XIX hasta la actualidad. Carlos Viramontes presentó un tra-bajo sobre el análisis gráfico de las expresiones de la Cueva de la

400 Aunque para otras partes del Estado ya existían reportes de la existencia depetrograbados en Querétaro, que se habían dado desde la década de 1980 y durante losaños noventa. Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta (1985), Guillermo Hernández(1993), Rosa Brambila y Carlos Castañeda (1999), en su momento, informaron detales testimonios.401 Carlos Viramontes, op. cit., 1999b, p. 22.402 Carlos Viramontes, op. cit., 2000f, p. 50.403 En este sentido, el arqueólogo opinaba que para llegar a conclusiones definitivasacerca del significado de sus símbolos rupestres, era necesario identificar la sociedadque los creó, ya que cada una de ellas elaboraba sus propios códigos de comunicacióny sólo podían ser reconocidos por los integrantes de la misma. Para él, la pinturarupestre era en sí un proceso comunicativo en el que subyacía un sistema designificación susceptible de interpretación. Ver Carlos Viramontes, «La pinturarupestre como indicador territorial. Nómadas y sedentarios en la marca fronterizadel río San Juan, Querétaro», en op. cit., 1999d, p. 92.

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Nopalera, Cadereyta, en el que concluyó que sus autores fuerontanto grupos agrícolas sedentarios como bandas de recolectores-cazadores, circunstancia nada extraña si se considera que el lugarse encontraba dentro de la franja de interacción fronteriza en laque coexistieron ambos tipos de manifestaciones pictóricas y, porende, de grupos humanos.404

Finalmente, en el año 2000, Carlos Viramontes publicó Dechichimecas, pames y jonaces, donde expone el proceso de apro-piación de la naturaleza por parte de los grupos que habitaron estazona, principalmente en lo relativo a aprovechamiento de la lítica,su transformación en instrumentos y la relación espacial con lasdiversas unidades de transformación y consumo.405

Esto [implicó] identificar los yacimientos o fuentes de abasteci-miento de materias primas líticas empleadas por estos grupos;establecer la forma en que las mismas fueron explotadas paramanufacturar determinados instrumentos; definir los diferentesprocesos del trabajo de transformación de materias primasinferibles a partir del desecho de talla en los diversos lugares enque se llevó a cabo dicho trabajo; finalmente, establecer la rela-ción espacial existente entre las diversas unidades de talla, dehabitación y fuentes de abastecimiento de materias primas.406

Para ello, tomó como punto de partida el vínculo existente en-tre los recursos líticos disponibles en el territorio y su transforma-ción en instrumentos empleados para la subsistencia del grupo.Sugirió que era factible reconstruir los procesos de trabajo me-diante el análisis tecnológico de los desechos de la manufacturade herramientas; así, al identificarlos, propuso la existencia de unarelación espacial entre las distintas unidades arqueológicas reco-

404 Ibídem, p. 102.405 En esta obra, también incluyó un análisis de las sociedades que se establecieron enla periferia del semidesierto; o sea, la sección central y sur de Querétaro, el orientede Guanajuato y el altiplano de San Luis Potosí, que, durante el primer milenio denuestra era, estuvo incluida dentro de lo que Beatriz Braniff había denominadoMesoamérica Marginal. Además, dedicó un apartado al estudio de estas sociedadesdesde el punto de vista etnohistórico, donde puso en claro algunos de los problemasque conllevaba la interpretación de tales fuentes, escritas principalmente durante elsiglo XVI. Ver Carlos Viramontes, De chichimecas, pames y jonaces. Los recolectores-cazadores del semidesierto de Querétaro, México, INAH, 2000e. p. 20.406 Ibídem, p. 49.

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nocidas –yacimientos de materias primas, lugares de habitación,campamentos estacionales y unidades de talla lítica–, en las quelos nómadas y seminómadas contaron con los elementos básicospara facilitar sus actividades de recolección y caza, las cuales nofueron modificadas substancialmente en el transcurso del tiem-po.407

De esta manera, los grupos chichimecas, al contar con un am-plio espectro de materias primas disponibles que les permitían cubrirprácticamente cualquier situación de producción tecnológica, pu-dieron disponer de recursos suficientes para satisfacer su formade vida, situación que los llevó a poblar todo el territorio delsemidesierto por un largo periodo, que abarcó la mayor parte de laépoca prehispánica; no obstante, lo anterior no excluía que, enciertos momentos y en algunas zonas, hubiera existido la presen-cia de sociedades agricultoras y mineras.408

4.3.3. La arqueología en la Sierra Gorda de Querétaro(1960-2000)Como se ha visto a lo largo del presente trabajo, de las regionespropuestas para el estudio arqueológico en el Estado de Querétaro,la Sierra Gorda409, sin duda alguna, es el área donde más investi-gaciones se han realizado desde el siglo XIX. Esta situación nocambió en mucho con la delimitación de regiones geográfico-cul-turales, al contrario, incluso la favoreció en cierta medida.

En 1984, Dominique Michelet publicó un trabajo sobre la zonade Río Verde en el que incluyó información sobre los sitios que selocalizaban en el noroeste de la Sierra Gorda. Los resultados desu recorrido le permitieron identificar, en el patrón de asentamien-

407 Ibídem: p. 118.408 Ibídem: p. 133.409 Según Margarita Velasco (1988), en 1984, se delimitó esta zona,reconociéndose como subárea cultural la Huasteca Queretana; más adelante,Alberto Herrera (1994), propuso que dadas sus características físicas y culturales,debía dividirse en tres: Huasteca, Río Verde y Serrana. Dicha propuesta fueapoyada, entre otros especialistas, por Elizabeth Mejía (1995 y 2002).Actualmente comprende los municipios de Arroyo Seco, Pinal de Amoles,Jalpan de Serra, Landa de Matamoros, San Joaquín, y parte de Cadereyta yPeñamiller.

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to de esta zona, algunas diferencias con respecto a la arquitecturadel centro oriente, donde la preferencia por el valle hacía innece-saria la construcción de terrazas.410

El mismo año se continuaron los trabajos de exploración en lazona arqueológica de Ranas, mientras que Antonio Urdapilletarealizaba recorridos de inspección en la región del Deconí y Al-berto Herrera hacía lo mismo en la zona de El Doctor. Comoresultado del estudio efectuado en esta parte de la Sierra Gorda,Alberto Herrera estimó que el sitio arqueológico de El Doctor –aligual que Ranas y Toluquilla– debió ser una ciudad minera, dedi-cada principalmente a la explotación del cinabrio.411

De igual forma, en 1985, dentro de la XIX Mesa Redonda de laSociedad Mexicana de Antropología, Margarita Velasco y Anto-nio Urdapilleta presentaron un trabajo sobre petroglifos y pinturasrupestres que habían sido localizados durante los trabajos de lacuarta temporada de campo del Proyecto Arqueológico Minerode la Sierra Gorda, llevada a cabo de 1984 a 1985.412 Por tratarsede sólo dos casos, el estudio se vio limitado a la descripción delmedio donde fueron localizados, los aspectos culturales a los quese encontraban asociados y los elementos que los conformaban.Aseguraron que por ser un estudio inicial, era necesario localizarotros sitios para poder obtener muestras más representativas detales expresiones que permitieran elaborar hipótesis mejor sus-tentadas de la función que cumplieron en la sociedad o socieda-des que las produjeron.413

En ese foro, Alberto Herrera participó con una ponencia sobrela zona arqueológica de El Doctor, donde expuso los resultados dela inspección y las muestras de materiales obtenidos en la super-ficie y en los pozos de saqueo que tenían las estructuras del asen-

410 Cfr. Dominique Michelet, Río Verde, San Luis Potosí (Mexique), CollectiónEtudes Mesoamericaines, vol. IX, Centro d’ Études Mexicaines et Centramericaines,México, 1984.411 Véase Alberto Herrera Muñoz Alberto, Minería de cinabrio en la región ElDoctor, Querétaro, ENAH, México, 1994.412 Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta, «Petroglifos y pinturas rupestres en laSierra Gorda de Querétaro», en op. cit., 1989, p. 231.413 Ibídem, p. 236.

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tamiento.414 Es preciso hacer notar que tales datos fueron obteni-dos durante la temporada de campo de febrero a mayo de eseaño, dentro del Proyecto Minería de Cinabrio al Norte del RíoMoctezuma, anexo al Proyecto Minero Arqueológico de la SierraGorda, que coordinaba Margarita Velasco:

El sitio se encuentra en una ladera […] en donde se han acondi-cionado cuatro grandes plataformas que albergan a 14 estructu-ras de planta rectangular y cada una de ellas con un hoyo desaqueo; de éstas, una se encuentra prácticamente arrasada porla actividad de sacar materiales de construcción para casas, mien-tras que otras tres se encuentran en el mismo proceso.El sistema constructivo de las estructuras consiste en un nú-cleo de piedras planas acomodadas y con muros de piedras conun lado plano, cubriendo el núcleo y, a su vez, revestidos conpiedras cuadrangulares bien trabajadas; con caras bien delinea-das, talladas y con cierto grado de pulimiento, que son visiblesen pequeños sectores.415

Para Herrera, la importancia de este asentamiento consistió enque al ser el de mayores dimensiones para esta parte de la sierra,bien pudo funcionar como un lugar de control de paso haciaasentamientos más grandes, como el de Toluquilla, al que quizáestuvo subordinado, o como un centro de control administrativodedicado a regular la extracción del sulfuro de mercurio o ci-nabrio.416

En la misma Mesa, Cesar Quijada presentó un informe sobre elsitio arqueológico de La Paleta, ubicado en San Joaquín:417

El asentamiento tiene de largo 250 metros aproximadamente, unancho máximo de 50 metros y un mínimo de 5 metros, su ejemayor está orientado en dirección sureste noroeste ygeográficamente el sitio está dividido en dos secciones que sedenominaron A y B.

414 Alberto Herrera Moreno, «Primeros apuntes sobre el sitio El Doctor, Cadereyta,Querétaro: en torno a su ubicación y relación con los asentamientos aledaños», enop. cit., 1989, p. 242.415 Idem, p. 243.416 Ibídem, p. 246.417 César Armando Quijada López, «El sitio arqueológico de La Paleta, municipiode San Joaquín Querétaro», en op. cit., 1989, p. 250.

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La sección A consta de una serie de terrazas artificiales y naturalesque fueron aprovechadas para la construcción de varias habita-ciones que aún se conservan en superficie, pues existen todavíavestigios de algunos de los muros de ellas, que van desde unoscuantos centímetros hasta dos metros de altura aproximadamente,cuyo sistema constructivo es a base de grandes lajas más o menoscuadrapeadas para reforzar las esquinas de los cuartos. […]La sección B tiene forma alargada siguiendo la topografía delterreno y en cuya entrada tiene un ancho de apenas 5 metros yen donde aún se ven los restos de un muro, probablemente deun corral moderno que divide dos propiedades; más adelantecomo a ocho metros se localizan los restos de una pequeñahabitación de forma rectangular, pues se aprecia en superficie laesquina noroeste de dicho cuarto, más adelante se ven los ci-mientos de una estructura circular de un diámetro de 4 metros,después hacia el noroeste y en la porción más ancha existe unmontículo que aprovecha la forma del terreno par adquirir mayorvolumen…418

De forma paralela se iniciaron los trabajos por parte del Depar-tamento de Registro de Monumentos y Zonas Arqueológicas delINAH, para elaborar un atlas arqueológico del estado, de acuerdoal planteamiento general que se había establecido para toda laRepública con recursos aportados por el Gobierno de Querétaro.419

En 1986, el espeleólogo Carlos Lascano Sahagún realizó unaserie de exploraciones en los sótanos naturales de la Sierra Gor-da. En su reporte, incluyó un apartado sobre los hallazgos arqueo-lógicos que se habían efectuado en las cuevas de la zona.

Hasta la fecha, los mejores hallazgos prehispánicos efectuados encavidades de la Sierra Gorda, se han efectuado en las áreas dePinal de Amoles, en los alrededores de La Ciénega y en el área deLa Florida. […] Por su número y buen estado de conservación, losmejores descubrimientos se han hecho en las cuevas al oeste deLa Ciénega, municipio de Pinal de Amoles, en ellas los miembrosde la AMCS, reportan varias vasijas y otros vestigios como tron-cos muy antiguos, escaleras muy primitivas labradas en eltravertino, pedazos de carbón, y de obsidiana trabajada.

418 Ibídem, p. 257.419 Herrera y Quiroz, op. cit., p. 298.

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[…] De las cavidades de La Ciénega, es de donde mejoresconclusiones se pueden obtener en cuanto al uso que se lesdaba. Por la posición en que se han encontrado muchas va-sijas y el sitio dentro de la cavidad, se infieren dos posiblesutilizaciones, una era con el fin de obtener agua, […] y laotra, probablemente sería un uso ritual. […] En algunas ca-vidades se excavaron escalinatas con el fin de hacer másfácil su acceso, y en otras se utilizaron troncos para descen-der algunas verticales.En toda la Sierra se encuentran construcciones de pe-queño a mediano tamaño, llamadas localmente cuicillos,su origen es, sin lugar a dudas prehispánico, y en algu-nas partes parecen estar relacionados con la presenciade las cavernas, como en el caso de La Ciénega. Desta-can los cuicillos que se encuentran en las cercanías deSan Juan Buenaventura (área de San Juan), El Durazno(área de La Florida), en el Cerro Alto, y en muchos otrossitios de la región.420

También en ese año, se aprobó el Proyecto Patrón de asenta-miento en el área de Jalpan, Querétaro, que estuvo a cargo deCesar Quijada. En él, colaboraron Alberto Herrera y Jorge Quiroz,así como algunos estudiantes de arqueología de la Escuela Nacio-nal de Antropología e Historia.421 El citado programa tuvo comoobjetivo el registro de los asentamientos prehispánicos de esa área,con el fin de ver si era posible establecer una tipología cerámicade tradición local, que pudiera ser mejorada con nuevos estudios.422

Durante los recorridos de superficie en su primera temporada,clasificaron un total de 42 zonas; también, detectaronasentamientos en la parte baja de los valles y se descubrió que

420 Carlos Lazcano Sahagún, Las cavernas de la Sierra Gorda, UAQ-SEDUE-SMEB,Querétaro, 1986, p. 40.421 En aquella ocasión se planteó un proyecto adjunto para el análisis de la cerámicaobtenida durante la primera fase de la investigación en los 42 sitios que fueronlocalizados entre los municipios de Jalpan, Landa de Matamoros, Arroyo Seco yPinal de Amoles. Los resultados fueron publicados por Teresa Muñoz en 1989 y1994. Véase Ma. Teresa Muñoz Espinosa. Material cerámico del norte del estado deQuerétaro, México, ENAH, 1989, y Material cerámico de la Sierra Gorda, enHomenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994.422 César Armando Quijada López «Localización de sitios arqueológicos en la regiónde Jalpan» en op cit., 1991, p. 269.

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poseían un patrón de construcción diferente. Del mismo modo, lacerámica y el diseño arquitectónico demostraron de forma clarala influencia de Río Verde y la Huasteca.

Respecto de la conservación de los sitios, Quijada Lópezopinaba que la mayoría habían sido saqueadossistemáticamente, debido a la creencia popular de la existen-cia de tesoros, o que otras veces eran destruidos por las labo-res agrícolas, pero que en algunos de ellos todavía era posiblerealizar trabajos de investigación para obtener mayor infor-mación y poder conservarlos.423

Después, Cesar Quijada efectuó dos nuevas temporadas decampo –entre 1988 y 1989– que le llevaron a recorrer la zona dePinal de Amoles, al tiempo que trabajaba también dentro del Pro-yecto Nacional de Atlas Arqueológico de México, con el cual selogró el inventario de 500 sitios para la Sierra Gorda; sin embargo,dicho programa se canceló y sus resultados fueron parcialmentepublicados.424

Al margen de este suceso, durante los meses de octubre de1987 a enero de 1988, Elizabeth Mejía y Luis Barba efectuaronun estudio de los pisos y sedimentos de Ranas y Toluquilla pormétodos químicos, con la intención de conocer la función quetuvieron algunas de sus estructuras:

En dichos asentamientos se realizaron tres experimentos;uno de la parte nuclear y posiblemente ceremonial; el segun-do, en un juego de pelota, que aun cuando fue excavado en1972 y está muy alterado, se pretendió ver las posibilidadesde obtener información; y finalmente, en una terraza que porsu ubicación, se plantearía como habitacional o de culti-vo.425

Con posterioridad al análisis de los datos obtenidos en losdos sitios, llegaron a la conclusión de que el edificio III deRanas fue usado como lugar de preparación y consumo de

423 Ibídem, p. 282.424 Elizabeth Mejía Pérez-Campos, «Arqueología de la Sierra Gorda desde el CentroRegional» INAH, en op. cit., 2000, p. 54.425 Elizabeth Mejía Pérez-Campos y Luís Barba Pingarrón, «Estudio de áreas deactividad por medio químicos en Ranas y Toluquilla», en op. cit., 1991, p. 227.

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alimentos; en cambio, la estructura 31 de Toluquilla funcionócomo adoratorio, no así el edificio 32, que pudo ser un centrode reunión.426

Al mismo tiempo y vinculado al Proyecto ArqueológicoMinero de la Sierra Gorda, en 1987, Margarita Velascopresentó un informe sobre los trabajos de exploración yrehabilitación efectuados en esos sitios. Las exploracioneshechas en esa temporada dieron como resultado la locali-zación de un elemento constructivo poco frecuente en laarquitectura mesoamericana: escaleras semicirculares,que fueron adoptadas por los pobladores de la zona por seralgo novedoso propio de la época. Este hecho demostróuna vez más los lazos de integración cultural que la SierraGorda tuvo con la Cuenca de México, el Centro deVeracruz, la Huasteca y la zona de Río Verde, entre el 500y 1200 D.C.427

Posteriormente, en 1988, la misma autora publicó un ar-tículo sobre Toluquilla, donde insistía en que al asentamientono se le podía considerar como una fortaleza, pues carecíade los elementos constructivos propios de los sitios desti-nados para ese fin.428 De igual forma, planteó que el lugarhabía sido un asentamiento más tardío que Ranas y que suconstrucción pudo deberse a la saturación de ese sitio o alas necesidades de control por parte de la sociedad serra-na; dichas afirmaciones se alejaron bastante de lo que ha-bía propuesto en 1982, cuando, al referirse a los dos com-plejos, opinaba que primero se inició la construcción deToluquilla y luego la de Ranas.429

426 Ibídem, p. 247.427 Margarita Velasco, «Escaleras semicirculares en la Sierra Gorda», en op. cit.,1991, p. 268.428 Margarita Velasco, «Zona arqueológica de Toluquilla», en El Heraldo de Navidad,Querétaro, Patronato de las Fistas de Querétaro, 1988, p. 25.429 Para Elizabeth Mejía, era poco probable que Toluquilla fuera una ciudad satélitede Ranas y que se hubiera fundado por la saturación de este sitio; más bien debió seruna ciudad paralela a ella, que surgió por la necesidad de controlar esa región. VerElizabeth Mejía-Pérez Campos, Toluquilla, una provincia minera (mecanoscrito),INAH- Querétaro, México, 1995, p. 20.

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Mientras tanto, Adolphus Langenscheidt, en su Historia mí-nima de la minería en la Sierra Gorda (1988), hizo un recuentocronológico de las diferentes etapas por las que pasó, según él,esta actividad, desde el siglo X A.C., hasta la segunda mitad delsiglo XX.430

Un año después, en 1989, Cesar Quijada participó en el libroHomenaje a Julio Cesar Olivé Negrete con un trabajo históricosobre Toluquilla, desde que lo recorrió Mariano Bárcena, en 1872,hasta el año 1967, cuando lo mencionó, en su obra Historia deQuerétaro, Manuel Septién y Septién.431

En cambio, Saint-Charles y Miguel Argüelles escribieronsobre los vestigios arqueológicos de San Joaquín en la revistaAvances, donde, además de mencionar los asentamientos pro-pios de la cultura serrana, dieron fe de las pinturas rupestres ylos petroglifos localizados al noroeste de Ranas y norte deToluquilla:

Las pinturas están sobre la cadena de Agua de León en unasuperficie de roca caliza. Se trata de motivos antropomorfos ygeométricos […] y no todos corresponden a la misma época.Respecto a los petroglifos, se localizan en la ladera sur del cerroBordo Grande, en afloramientos rocosos, en posición horizon-tal. Se trata principalmente de motivos geométricos […] sólo enun caso es naturista.432

Más adelante, en 1990, se llevó a cabo el Seminario de Ar-queología Wigberto Jiménez Moreno con el tema Mesoaméricay el Norte de México. En dicho encuentro, Margarita Velascoparticipó con una ponencia sobre el análisis de los patrones de

430 De la época que nos ocupa, retomó la idea que ya había expuesto con anterioridad,de que en un principio la extracción de minerales fue promovida por grupos detradición olmeca valiéndose de la población local y que, posteriormente, las minasquedaron bajo la influencia de Teotihuacan y de El Tajín, para recibir después unadébil influencia tolteca, con la cual, esta actividad decayó en el siglo XII D.C. VéaseAdolphus Langenscheidt, «Historia mínima de la Sierra Gorda», en op. cit., 1997,p. 583.431 César Quijada López, «Estudio histórico de un sitio en la Sierra Gorda deQuerétaro: Toluquilla (1872-1967)», en Homenaje a Julio Cesar Olivé Negrete,México, UNAM, CNCA-INAH- Colegio Mexicano de Antropólogos, 1991, p. 325.432 Juan Carlos Saint-Charles y Miguel Argüelles. «Vestigios arqueológicos en elmunicipio de San Joaquín, Qro.», en Avances, núm. 4, Querétaro, UAQ, 1990, p. 17.

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asentamiento para la Sierra Gorda a partir del Modelo Diacróni-co-sincrónico desarrollado por Juan Yadeun.433

Asimismo y sobre la base del análisis aplicado al patrón deasentamiento serrano, llegó a la conclusión de que las particulari-dades culturales de la Sierra no concordaban con el esquema ge-neral propuesto por dicho modelo:

Yadeun en su modelo plantea una escala de cuatro estadiospara la evolución de la estructura urbana, que es un reflejo delEstado. La Sierra Gorda se encuadra dentro del primer estadio aligual que gran parte del norte de Mesoamérica, es decir: el Esta-do Mesoamericano Antiguo (800 A.C - 100 D.C.), aunque conuna cronología desfasada, es decir que este estadio estaría vi-gente hasta los siglos VI-XI D.C. para el caso de la Sierra Gor-da.434

De este trabajo vale la pena mencionar que su aporte más im-portante quizá haya sido el de problematizar el tipo de organiza-ción política y religiosa que tuvieron los antiguos pobladores deesta región, así como el de reconocer que la Sierra Gorda mantu-vo una unidad cultural con el Noreste de Mesoamérica desde 300A.C. hasta 1000 D.C.435

Avanzando en el tiempo, en 1991, Teresa Muñoz participó enHomenaje a Lino Gómez Canedo con un artículo sobre los re-sultados preliminares del estudio de los materiales cerámicos ob-tenidos durante la primera temporada de campo del proyecto Pa-trón de Asentamiento prehispánico en el área de Jalpan, Querétaro.

Uno de los principales propósitos de este trabajo de investiga-ción fue integrar una clasificación de la cerámica de [esta zona]que hasta ese momento no existía, y establecer una cronologíatentativa con base en la cerámica, la cual permitió la identifica-ción de tipos por analogía y los rasgos generales de los princi-pales periodos de ocupación, las características y su área deextensión.436

433 Margarita Velasco, «El norte de Mesoamérica: La Sierra Gorda», en Seminariode Arqueología Wigberto Jiménez Moreno: Mesoamérica y Norte de México,siglos IX-XII, INAH, México, 1990, p. 459.434 Ibídem, p. 463.435 Ibídem, p. 464.436 María Teresa Muñoz Espinosa, «Material cerámico de la Sierra Gorda» enHomenaje a Lino Gómez Canedo, Querétaro, Fondo Editorial de Querétaro, 1994,p. 14.

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El material cerámico analizado, en la mayoría de los casos, pre-sentaba uniformidad con los elementos culturales afines en la zona,pero también y al mismo tiempo, el contacto con las áreas de RíoVerde, la Huasteca, la Costa del Golfo y el Altiplano Central.

Podemos sugerir además que la relación que estos materialescerámicos muestran con la planicie y costa del Golfo y el altipla-no potosino, también existe, aunque en menor escala, cierta pre-sencia de la cultura teotihuacana. […] lo que confirma el fuertecontacto o intercambio que hubo entre grupos que habitaron laregión norte de Querétaro, con las altas culturasmesoamericanas.437

En cambio, Alberto Herrera, en Minería Prehispánica en laSierra Gorda, relató que durante su visita a esta zona, unos añosatrás, había detectado varias minas prehispánicas, en las que seexplotó fundamentalmente cinabrio, pero también otros mineralescomo óxido de hierro, calcita verde, galena, fluorita y mercurionativo en estado líquido.438 De igual forma, sostuvo que los gruposque habitaron la zona en esta época presentaban rasgos similaresa los de las sociedades vecinas, por lo que propuso una divisiónde la Sierra Gorda, para su estudio, en tres subáreas de acuerdocon sus características físicas y culturales.

En primer lugar se encuentra una región que denominaremoscomo Sierra. Dado que en ella, se encuentran los asentamientosmás característicos de la Sierra Gorda como son Ranas,Toluquilla, Mesa de San Juan o Quirambal, Epazotes Grandes,Canoas, Los Moctezumas, El Doctor, El Durazno, El Rodezno,etc. Se localiza en la porción centro-sur de la sierra queretana,colindando por el sur y sureste con la región del semidesierto.[…] La segunda región que denominaremos Río Verde, se ubicaal centro y noroeste del estado y corresponde a los valles ycañones de los ríos Ayutla, Concá y Santa María Acapulco,asimismo [...] se puede incluir al río Extoraz dentro de esta re-gión.Esta región cuenta con pocos estudios, pero se detectaronasentamientos con características arquitectónicas y de distri-bución interna de los edificios diferentes. Los sitios se confor-

437 Ibídem, p. 25438 Alberto Herrera, «Minería prehispánica en la Sierra Gorda», en op. cit., 1994,p. 38.

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man a base de estructuras piramidales y alargadas formandoplazas con accesos bien delimitados al oriente y poniente de lasmismas. Cuando presentan juegos de pelota uno de los para-mentos es por lo menos un metro más bajo y no necesariamenteestá rematado por una estructura piramidal.Los ejemplos más importantes son Concá, Purísima, ArroyoSeco, El Carrizal y Mesa de Agua Fría.[…] La tercera región es la considerada como Huasteca, quecoincide en términos generales con la zona conocida comohuasteca queretana en el noroeste de la entidad. Susasentamientos más importantes son San Antonio Tancoyol,Tancoyol, Reforma, Cerro del Sapo, La campana, Agua Zarca,Neblinas, Tangojó, La Camarona, El Lobo, etc.Los rasgos más destacados de sus asentamientos son: la pre-sencia de grandes plataformas sobre las que descansan edifi-cios de plantas rectangulares y circulares, así como basamentospiramidales con varios cuerpos que llegan a tener alturas hastade quince metros; juegos de pelota cuya cancha se encuentrabien delimitada por banquetas incluyendo uno de los cabezales,éstas presentan una traza planeada para la distribución de lasedificaciones, dejando claros y zonas de circulación.439

En sus conclusiones, hizo notar que esta diversidad cultural habíapropiciado el surgimiento de una amplia variedad de técnicas deexplotación minera: a cielo abierto, en rebajes y tajos abiertos, encanteras, obras subterráneas, túneles y tiros o galerías.440

En ese mismo foro, Margarita Velasco presentó los descubri-mientos efectuados durante los trabajos de exploración y consoli-dación en las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla. Se trata-ba de tres estructuras arquitectónicas que no correspondían alineamientos constructivos hasta ese momento registrados paraestos sitios.441 Dichas estructuras presentaban un patrón seme-jante, en el que al parecer se manejó la misma idea: dos cuerposrectangulares, separados por un pasillo y unidos en uno de susextremos por un muro vertical. En cada caso, el contexto urbano

439 Ibídem, p. 40.440 Ibídem, p. 46.441 Margarita Velasco Mireles, «Ranas y Toluquilla, exponentes de la cultura clásicade la Sierra Gorda. Estructuras dobles», en op. cit., 1994, p. 47.

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en que se localizaron era distinto, sin embargo, opinaba que lastres debieron funcionar como recintos ceremoniales, especialmentela de Toluquilla –identificada con el número 31– asociada al juegode pelota, cuya abundancia –cuatro en total– podría significar quela vida de la ciudad, en buena medida estuvo ligada a ese ritual.442

Dos años después, en 1993, Alberto Herrera443 y Elizabeth Mejíainiciaron un programa permanente de mantenimiento en Toluquilla,que duró seis años y, en 1994, al proponerse el Proyecto Toluquilla,que se desarrolló en cuatro temporadas de investigación, de 1996a 1999, fue declarada zona de monumentos.444

En aquel tiempo, Jorge Quiroz propuso el Proyecto Arqueológi-co Valles de la Sierra Gorda; durante 1995 y 1996, de acuerdo conel programa de certificación agraria de predios ejidales en estazona, se clasificaron sitios que nunca se habían visitado, esto trajocomo consecuencia que el inventario se elevara a 530 sitios, delos cuales, sólo 15 estaban protegidos legalmente.445

En 1995, Elizabeth Mejía, al escribir un artículo sobre Toluquilla,retomó la tesis de Alberto Herrera de dividir la región en tressubáreas culturales: Río Verde, Huasteca y zona Serrana o Sie-rra, pese a que reconoció que esta demarcación aún estaba enestudio ya que se sabía poco de sus límites, además de que habíalugares donde aún no se efectuaban recorridos de inspección, porlo que no se conocía el total de asentamientos prehispánicos queexistían en la región.446

A pesar de esa limitante, sostuvo que en cada una de lassubáreas operó al menos una comunidad rectora que fungió como

442 Para Dominique Michelet, la marcada importancia del Juego de Pelota en algunasregiones como Río Verde y la Sierra Gorda –en sitios como Ranas y Toluquilla –, eraevidencia del contacto con la Costa del Golfo. Ver Dominique Michelet, «¿Gente delGolfo tierra adentro?» en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 8,UNAM, México, 1986, p. 83.443 Aunque, también y de manera previa (1992), escribió un artículo sobre losasentamientos prehispánicos que se localizaban en la Sierra de Querétaro; trabajoque por cierto, integró parte de la historiografía que existía para esta zona, así comola descripción de Ranas y un apartado sobre la minería de la región. Ver AlbertoHerrera, «Los antiguos asentamientos de la Sierra Gorda», en op. cit., 1992, p. 55.444 Elizabeth Mejía, op cit., 2000, p. 54.445 Ibídem, p. 55.446 Elizabeth Mejía Pérez-Campos, op. cit., 1995, p. 2.

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cabecera de provincia. Así, en cada jurisdicción, se mantuvo unestricto control de los medios productivos y la red de comercio, loque facilitó su acercamiento con la Huasteca, Costa del Golfo y elAltiplano Central.

Sobre la base de esta idea, estimó que Toluquilla pudo ser lacabecera de una de tales provincias y que su crecimiento se debióa la actividad minera, que no sólo involucraba su extracción, sinotambién su control y comercio.447

Al poco tiempo, en 1996, Elizabeth Mejía dirigió una nueva fasede investigación en Toluquilla. En esta nueva etapa se realizaronlabores de mantenimiento de los edificios, en los que colaboraronespecialistas de la Facultad de Medicina y del Instituto de Inves-tigaciones Antropológicas de la UNAM, la Escuela Nacional deAntropología e Historia, la Universidad de McGill de Montreal yel INAH.

Una vertiente del proyecto fue el estudio de la arquitectura,que entre otras cosas atendió al patrón de construcción de lashabitaciones y los templos, un análisis sobre los materiales usadospara la edificación de habitaciones, el estilo que usaron y la pre-sencia de estilos propios de otras regiones.

Otro de los objetivos que Elizabeth Mejía se propuso como par-te de la investigación multidisciplinaria que se estaba desarrollan-do, fue averiguar sobre el funcionamiento de la ciudad, la localiza-ción del sistema de drenaje y almacenamientos de agua, así comoacerca de las etapas de construcción de la ciudad y susremodelaciones, para ver si podía definir su patrón de asenta-miento y, en última instancia, conocer las causas de su abandono(fig. 22).448

Vale la pena mencionar que a este proyecto también se inte-graron dos estudiantes de arquitectura del Instituto Tecnológicode Querétaro, quienes consideraron que el crecimiento de la ciu-dad se presentó, esencialmente, en un sentido norte-sur, para pro-

447 Ibídem, p. 44.448 Elizabeth Mejía, «Toluquilla: una ciudad minera», en Gaceta Legislativa, núm.10, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 1999, p. 23.

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teger los espacios construidos del viento, y que además, el asenta-miento tuvo un doble sistema de circulación: de tipos central yperiférico.449

Más adelante, Elizabeth Mejía presentó un resumen de las pri-meras conclusiones a que se había llegado a partir del trabajo deinvestigación efectuado desde los ochenta en esta región, dondeinsistió en que la Sierra Gorda, por sus rasgos culturales, debíadividirse en tres zonas: Serrana, Huasteca y Río Verde.450

Dos años después, en 1997, Margarita Velasco publicó La Sie-rra Gorda: documentos para su historia, que tuvo como propósitoel integrar los documentos de historia, etnohistoria, lingüística yarqueología que se ocupaban de aquella región. La obra se pre-sentó en dos tomos, en el segundo volumen se reprodujeron losinformes arqueológicos hechos en el siglo XIX. También, se inclu-yeron los trabajos de Paul Kirchhoff, Pedro Armillas y BeatrizBraniff sobre la fluctuación de la frontera norte de Mesoamérica,región en la cual había estado inmerso el territorio actual del Esta-do de Querétaro, así como los reportes de las investigaciones dela actividad minera en el área, descubrimiento que fue de granimportancia, ya que modificó varios de los conceptos que se te-nían sobre esta ocupación y su impacto en el desarrollo cultural delos pueblos prehispánicos de la zona.451

Al poco tiempo, en 1999, Alberto Herrera y Elizabeth Mejíadieron a conocer un trabajo sobre los distritos mineros de la SierraGorda. Como un intento de conocer más de cerca los métodos deextracción del sulfuro de mercurio, surgió el proyecto Minería deCinabrio en la Sierra Gorda, que buscaba aportar elementos parala interpretación contextual de este material, cuyo uso estabaampliamente difundido en los rituales funerarios de Mesoamérica.

Dicho proyecto tuvo como finalidad ubicar los sitios de extrac-ción del mineral. Reconocieron que desde 1995 se había realizado

449 Véase Angélica Álvarez y Enrique Toscano. Análisis del espacio urbano.Toluquilla, Querétaro, Querétaro, Instituto Tecnológico de Querétaro, 1997.450 Elizabeth Mejía, «La arqueología de la Sierra Gorda», en Gaceta Legislativa,núm. 19, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000, p. 18.451 Margarita Velasco Mireles, La Sierra Gorda: documentos para su historia, Vol.1, INAH, México, 1997, p. 18.

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un estudio geológico para identificar los yacimientos, en el que seidentificaron dos zonas de trabajo, una de ellas, en la región detierra caliente y la otra, en plena Sierra Gorda. Más adelante,para constatar los datos, se efectuó un recorrido de campo paraobservar si los yacimientos mostraban indicios de explotación. Fi-nalmente, se clasificó la información disponible para documentarlos sitios que hasta ese momento eran poco conocidos.452

Además, presentaron un bosquejo histórico sobre el poblamientode la región durante el primer milenio de nuestra era, con la inten-ción de definir, por un lado, el contexto cultural en que se desarro-lló esta actividad económica, y por el otro, para saber quiéneshabían explotado este recurso mineral.453 Fue así como conside-raron que en la subregión de Río Verde, existieron dos distritosmineros: Río Blanco-Atarjea y Peñamiller; y en la Huasteca, sólouno: Soyatal-Bucareli, aunque con la posibilidad de distinguir otropara la zona de Escanela, y en la región Serrana, tres, cuyos cen-tros administrativos debieron ser Ranas (fig. 23), Toluquilla y Mesade Ramírez.454

Es importante hacer notar que a partir de esta investiga-ción se propuso que los partidos huastecos y serranos controlaronlos yacimientos más ricos, quizás por tener un origen común y unatrayectoria temporal más amplia, cosa que no ocurrió en la subáreade Río Verde, pues sus centros, al parecer, rivalizaron en tamañoe importancia:

Así, los patrones de colonización y/o conquista prehispánicaadquieren un sentido diferente, ya que en el caso de la SierraGorda no es sólo por la exacción de tributo, sino también por elcontrol de los yacimientos de materiales que son los símbolosde la vida y riqueza para el pensamiento mesoamericano. Esto

452 Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:sus distritos mineros 1ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 6, Querétaro, Legislaturadel Estado de Querétaro, 1999, p. 21.453 Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:sus distritos mineros 2ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 7, Querétaro, Legislaturadel Estado de Querétaro, 1999, p. 23.454Alberto Herrera y Elizabeth Mejía, «La minería prehispánica en la Sierra Gorda:sus distritos mineros 3ª parte», en Gaceta Legislativa, núm. 8, Querétaro, Legislaturadel Estado de Querétaro, 1999, p. 22.

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permitió que en un mismo marco geográfico coexistieran en apa-rente paz las tres entidades políticas de la sierra, además degrupos de recolectores-cazadores. La pregunta que surge es:¿por qué no se dio el dominio total en la región por alguna deestas entidades políticas desplazando o conquistando a lasotras? En un plano hipotético podemos sugerir que la falta decontrol generalizada pudo ser el resultado de una demanda limi-tada en este recurso y no fue tan importante para promover elcontrol total de un solo grupo, o quizás, se debe a que estos trespoderes se encontraban emparentados por alianzas y no rivali-zaron entre ellas.455

Al mismo tiempo, en la sección de Las Madrileñas, del sitio deSan Francisco Concá, se realizó el hallazgo de algunos materialesarqueológicos, entre los que destacaba un entierro que conteníaconchas marinas, dientes humanos, minerales de color verde y losrestos de dos personajes, uno de los cuales, al parecer, era demayor rango; a pesar de ello y como característica en común, nopresentaban columna vertebral ni hueso iliaco.456

Un par de años después, en 1999, los arqueólogos Martz de laVega, Miguel Pérez Negrete, Jorge A. Quiroz y Alberto Herrerainformaron del hallazgo de una punta acanalada en el norte delEstado:

En el mes de julio de 1999 durante las actividades realizadas alinterior del Proyecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda, senos mostró una punta de proyectil que fue encontrada en elMunicipio de Jalpan de Serra en el paraje conocido como Puer-to de Ánimas. […] El material por sus características morfológicasfue clasificado de manera preliminar como una punta acanalada[…] clovis de lados cóncavos.457

Este sorpresivo descubrimiento vino a replantear lo propuestoacerca del poblamiento de esta región durante la épocaprehispánica, pues aunque sostuvo que su procedencia no era lo-

455 Ibídem, p. 23.456 Cfr. Mónica Isabel Suárez Diez, Análisis e interpretación de materialesarqueológicos recuperados de un entierro en la Sierra Gorda Queretana, México,ENAH, 1999.457 Hans Martz de la Vega, et al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», enGaceta Legislativa, núm. 20, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000,p.19.

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cal, si evidenciaba que grupos humanos se habían asentado en laSierra Gorda mucho tiempo atrás de lo propuesto hasta ese en-tonces:458

Hemos de indicar que para la Sierra Gorda no se conocía unaocupación tan temprana, estimada ahora con el hallazgo de laclovis, en alrededor del año 7 000 A.C. Esto indica que loscazadores recolectores estuvieron adaptados a un patrón dereconocimiento en estas tierras.459

Aunque no existían suficientes testimonios para comprobarlo,opinaba que la ruta de acceso para los grupos clovis que llegarona la región de Jalpan debió ser principalmente por el actual Estadode Hidalgo, a través el semidesierto queretano vía Cadereyta odesde el norte por la altiplanicie rioverdense.460

Finalmente, durante los trabajos hechos en el marco del Pro-yecto Arqueológico Valles de la Sierra Gorda (1999-2000), se efec-tuó la consolidación de dos estructuras arquitectónicas localiza-das en el sitio de Tancamá, ubicado a doce kilómetros de la cabe-cera municipal de Jalpan de Serra.

Durante las exploraciones, en la esquina noroeste de una de lasconstrucciones, se localizó una olla antropomorfa, que al parecerformaba parte del ajuar funerario de un personaje sepultado enese lugar. El objeto mide aproximadamente unos 19 centímetrosde largo por 18,2 cm de ancho y 18 cm de altura. Representa unrostro con los ojos cerrados y los dientes mutilados; en las orejas,tiene dos perforaciones de diferente tamaño. En la parte superiorde la cabeza tiene un asa tipo estribo y en la parte posterior sepodía apreciar una vertedera incompleta (fig. 24).461

458 A pesar de lo dicho por estos autores, Elizabeth Mejía planteó que por ser materialarqueológico obtenido de un saqueo, no se podía considerar un referente válido paraestablecer fechamientos confiables. Elizabeth Mejía, comunicación personal, juliode 2004.459 Hans Martz de la Vega, et.al., «Una punta acanalada en Jalpan de Serra», enGaceta Legislativa núm. 21, Querétaro, Legislatura del Estado de Querétaro, 2000,p. 24.460 El lugar donde se ubicó el proyectil no concordaba con la ruta propuesta conanterioridad, es decir, de norte a sur, por lo que su presencia es aquél territorio,evidenció otra posible ruta, adentrada en la Sierra Madre Oriental, en la parteseptentrional de la Sierra Gorda. Véase Hanz Marz de la Vega, et al.,ibídem, p. 23.461 Alberto Quiroz Moreno, «Tancamá, Querétaro. Hallazgos en la Estructura 6»,en Arqueología Mexicana, núm. 52, México, Raíces-INAH, 2001, p. 14.

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Figura 2. Dibujos realizados por Fray Juan Agustín de Morfi, que ilustran algunosejemplos de escultura mesoamericana procedentes de El Cerrito (1777).

Figura 1. El Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito.(Francisco de Ajofrín, 1764).

ÍNDICE DE FIGURAS

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Figura 4. El sitio arqueológico de El Cerrito, Qro. (Juan Agustín de Morfi, 1777).

Figura 3. El Cerrito y objetos arqueológicos que conservaba el cura deSan Francisco Galileo (Carlos Duparguet, 1777).

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Figura 6. Ruinas de Canoas. Vista O. del Cerro de la Ciudad.(Mariano Bárcena, 1872).

Figura 5. Montañas de El Doctor y zona arqueológica de Toluquilla.(John Phillips, 1848).

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Figura 7. Ruinas de Canoas. Vista de una fortificación. (Mariano Bárcena 1872).

Figura 8. Ruinas de Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879).

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Fig. 9. Ruinas de Toluquilla (Jacinto Moreno, 1879).

Fig. 10. Ruinas de Ranas (Jacinto Moreno, 1879).

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Figura 11. Bajorrelieve localizado en Toluquilla. (Jacinto Moreno, 1879).

Figura 12. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Ranas, cerca delpueblo del mismo nombre (Pawel Primer, 1879).

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171Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 13. Plano topográfico de la antigua ciudad y fortaleza de Toluquilla, en laSierra Gorda a 3½ leguas al E. de la municipalidad de El Doctor, distrito

de Cadereyta, estado de Querétaro, levantado y dibujado por PawelPrimer, ingeniero y catedrático, julio, 1879.

Figura 14. Plano de las ruinas de Ranas (en la parte alta de la lámina), y deToluquilla (en la parte baja), construidas en las mesetas de las

escarpadas serranías de Querétaro.(Planos de Pawel Primer y dibujos de J. A. Gómez R.).

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Figura 15. Pozo de saqueo, Toluquilla, Querétaro. (Emilio Cuevas, 1931).

Figura 16. Esquina de un edificio, Toluquilla, Qro. (Emilio Cuevas, 1931)

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173Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 17. Entrada a un Juego de Pelota, Toluquilla, Querétaro.(Emilio Cuevas, 1931).

Figura 18. Reconstrucción de las ruinas de Toluquilla, Qro.(Emilio Cuevas, 1931).

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Figura 19. Mapa arqueológico de Querétaro.(Atlas arqueológico de la República Mexicana, 1939).

Figura 20. Frontera septentrional de Mesoamérica (Pedro Armillas, 1964).

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175Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 21. Detalle de pintura rupestre. (Carlos Viramontes Anzures, 2000).

Figura 22. Zona arqueológica de Toluquilla (Héctor Martínez Ruiz, 2004).

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Figura 23. Zona arqueológica de Ranas (Héctor Martínez Ruiz, 1994).

Fig. 24. Olla antropomorfa, Estructura 6. Tancamá, Jalpan, Querétaro.Revista Arqueología Mexicana (Jorge Alberto Quiroz, 2000).

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177Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 25. Cerámica teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra de Querétaro(José Luis Franco,1970).

Figura 26. Yugos procedentes de Mina de Yugos, en la zona de San Joaquín,Querétaro (José Luís Franco,1970).

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Figura 27. Yugo procedente de Mina de Yugos, en la zona zona de San Joaquín,Querétaro (José Luís Franco,1970).

Figura 28. Cerámica negra teotihuacana localizada en el Soyatal, sierra deQuerétaro (José Luis Franco,1970).

Page 179: Historia de la arqueología en Querétaro

179Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 29. Croquis de la zona arqueológica de El Doctor, Cadereyta(Alberto Herrera, 1988).

Figura 30. Pintura rupestre del semidesierto queretano(Carlos Viramontes Anzures, 2000).

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180 Héctor Martínez Ruiz

Figura 31. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

Figura 32. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

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181Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 34. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

Figura 33. Zona arqueológica de Balvanera (Héctor Martínez Ruiz, 1997).

Page 182: Historia de la arqueología en Querétaro

182 Héctor Martínez Ruiz

Figura 35. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 1998).

Figura 36. Reconstrucción del recinto ceremonial de El Cerrito(Centro INAH Querétaro, 1984).

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183Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 37. Chac mol procedente de El Cerrito, trasladado alMuseo Regional en la década de 1930.

Figura 38. Vista de un basamento en ruinas en el sitio de Ranas,San Joaquín, Querétaro (Eduardo Noguera, 1931).

Page 184: Historia de la arqueología en Querétaro

184 Héctor Martínez Ruiz

Figura 40. Ruinas de Ranas, San Joaquín, Querétaro (Emilio Cuevas, 1931).

Figura 39. Vista de un edificio de Ranas, San Joaquín, Querétaro(Eduardo Noguera, 1931).

Page 185: Historia de la arqueología en Querétaro

185Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 41. Vestigios de cultura teotihuacana en Querétaro(Eduardo Noguera, 1945).

Figura 42. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988).

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186 Héctor Martínez Ruiz

Figura 43. Zona arqueológica de La Paleta (César Quijada López, 1988).

Figura 44. Eduardo Noguera en Toluquilla (Emilio Cuevas, 1931).

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187Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 46. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 1998).

Fig. 45. Plano de Toluquilla (Pawel Primer, 1872).

Page 188: Historia de la arqueología en Querétaro

188 Héctor Martínez Ruiz

Figura 47. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Figura 48. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Page 189: Historia de la arqueología en Querétaro

189Historia de la Arqueología en Querétaro

Figura 49. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Figura 50. Zona arqueológica de Toluquilla, Cadereyta, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Page 190: Historia de la arqueología en Querétaro

190 Héctor Martínez Ruiz

Figura 52. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Figura 51. Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro(Acuarela de Alejandro Rodríguez).

Page 191: Historia de la arqueología en Querétaro

191Historia de la Arqueología en Querétaro

Fig. 53. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Fig. 54. Zona arqueológica de Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro(Héctor Martínez Ruiz, 2004).

Page 192: Historia de la arqueología en Querétaro

192 Héctor Martínez Ruiz

Figura 55. Figurilla femenina tipo Chupícuaro localizada enel Cerro de la Cruz en 1990.

Figura 56. Figurilla masculina tipo Chupícuaro localizada enel Cerro de la Cruz en 1990.

Page 193: Historia de la arqueología en Querétaro

193Historia de la Arqueología en Querétaro

Fig. 57. Zona arqueológica de El Cerrito, Querétaro (1998)Centro INAH-Querétaro.

Fig. 58. Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, QuerétaroCentro INAH-Querétaro. (Héctor Martínez Ruiz, 2007).

Page 194: Historia de la arqueología en Querétaro

194 Héctor Martínez Ruiz

Fig. 59. Recinto ceremonial de El Cerrito (dibujo reconstructivo, 2006)Zona arqueológica de El Cerrito, Corregidora, Qro., INAH-Querétaro.

Fig. 60. Escultura tipo «atlante» localizada en una mampostería al lado nortedel templo de San Francisco, Querétaro. Museo Regional,

INAH-Querétaro (Héctor Martínez Ruiz, 2007).

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