Historia Argentina

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Historia Argentina para trabajar en la escuela

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EL AGUA Y EL FUEGO

JORGE LANATA

Mariano Moreno no tenía tiempo. Cuando vio abrirse las puertas de la His-toria, el 25 de mayo de 1810, tenía 31 años. Nueve meses y ocho días despuéssu cadáver fue arrojado al mar. Sólo cumplió doscientos seis días como fun-cionario, y antes de terminar 1810 ya había salido de la Junta, víctima de losartilugios de Saavedra.

Mariano Moreno no tuvo, tampoco, ese cutis terso ni el rostro amable conque lo muestra, bajo la diagonal de luz de una lámpara, el cuadro del pintorchileno Subercaseaux; la viruela le marcó el rostro a los ocho años, y teníalos zarpazos de la enfermedad en sus facciones. Mariano Moreno se veía co-mo lo vio el cuzqueño Juan de Dios Rivera, que pudo pintar un retrato en supresencia: abundante pelo cubriéndole la frente, frondosas patillas, nariz afila-da, ojos vivos y grandes.

Al convocarse el Cabildo Abierto del 22 de Mayo, los días del Virrey Cis-neros estaban contados. Moreno asistió a la reunión aunque no intervino enlas discusiones previas a la votación y se le vio apartado, silencioso y hastamolesto. Darragueira, Echeverría, Rivadavia, Irigoyen votaron aquel día igualque Moreno: cese del Virrey y nombramiento de una Junta.

Al otro día el Cabildo efectuó el recuento de votos y nombró una juntapresidida por el ex Virrey Cisneros y cuatro personas que representaban lastendencias presentes. Según José María Rosa: Saavedra en nombre de las fuer-zas armadas y de los viejos linieristas, Castelli en nombre de los carlotistas ylos abogados, el cura Solá representando al clero y José Santos Incháurreguien nombre de los alzaguistas y el comercio. El 24 a las cuatro de la tarde laJunta juró y fue puesta en funciones. Muchos historiadores la han considera-do la verdadera Primera Junta de Gobierno, y lo fue, cronológicamente, aun-que sólo se mantuviera un día en el poder.

Al enterarse de los nombres de la Junta, el regimiento de Patricios estuvoal borde de la insurrección, muchos particulares empezaron a manifestar suoposición frente al Cabildo y a las pocas horas Castelli y Saavedra presenta-ron sus renuncias junto a la de Cisneros.

Al día siguiente, el 25, se publicó y aclamó la nueva Junta, presidida por Saa-vedra. Miguel Ángel Scenna reconoce, en ese día, un hecho increíble: “Nadie

Imagen de tapa: Buenos Aires, calle de la Catedral.Acuarela de Carlos Enrique Pellegrini, 1831“25 de Mayo, Edición Especial”Diseño y edición: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2004

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de Liniers, Saavedra, con su eterno adversario, Moreno, enemigos ambos entresí, pero unidos por el espanto de Liniers levantándose para fusilarlos a los dos.

La pluma de Moreno reflejó aquellos meses:“Sólo el terror del suplicio pue-de servir de escarmiento”,escribió.“No permita el cielo que algún día pueda serreconvenido el nuevo gobierno por lentitudes capaces de comprometer la se-guridad de su pueblo.Todo sacrificio es pequeño cuando ha de resultar en pro-vecho de la Patria. Los opositores aprenderán a su costa que nadie ofende im-punemente los derechos de la comunidad”.(…)

En su sordo litigio con Saavedra,Moreno cometió un primer error:dejar queenviaran al interior a Belgrano y Castelli, separándolos de la Junta.Ambos eranprestigiosos y lo apoyaban, y Moreno quedó aislado. Saavedra acentuó la debi-lidad de su rival incorporando a la Junta a los diputados del interior que ibanllegando a la capital.“La incorporación no era según derecho –reconoció Saa-vedra– pero accedía por conveniencia pública”. Con aquel argumento arrastrólos votos de Azcuénaga,Alberti, Matheu y Larrea. Moreno quedó sólo, acompa-ñado por Juan José Paso, y presentó la renuncia.

Señala Scenna que después de la polémica por el decreto de supresión dehonores, la tensión entre Moreno y Saavedra había llegado a extremos máxi-mos de desconfianza. Uno y otro temían ser asesinados por partidarios delenemigo.

En aquellos días la Junta estaba por enviar a Londres a Hipólito Vieytes, paragestionar la ayuda del gobierno británico. Moreno entrevistó a Saavedra y le pi-dió el cargo. No había terminado de hablar cuando ya lo tenía concedido. El 24de enero de 1811 salió de Buenos Aires rumbo a Ensenada. El 25 llegó a la fraga-ta mercante Fama, donde lo esperaban su hermano Manuel y Tomás Guido, queserían secretarios de su misión.Esperaron allí dos días por un fuerte vendaval quecasi los lleva a naufragar. Para evitar un ataque de los realistas desde Montevideo,los escoltó la fragata Misletoe. Moreno, muy deprimido, comentó a su hermano:“No sé qué cosa funesta se me anuncia en mi viaje”. La navegación era muchomás lenta que de costumbre, y la salud de Moreno fue empeorando con el co-rrer de los días. Su hermano y Guido le pidieron al capitán que desviaran el rum-bo hacia Río de Janeiro o Ciudad del Cabo para tratarlo, ya que no había médi-co a bordo.El capitán se negó.Al otro día,sin conocimiento de sus acompañantes,le administró a Moreno un emético que no hizo más que agravarlo a las pocashoras.Tres días más tarde murió.

ha podido decir hasta ahora quién o quiénes dieron los nombres para la Pri-mera Junta, quiénes elaboraron la lista y repartieron los puestos. Indudable-mente no fueron los interesados –afirma– que estaban en ayunas de lo quepasaba”.

“Es curioso que los hechos de mayo de 1810, repetidos hasta el cansancio, es-tudiados minuciosamente por una legión de historiadores solventes, contenganaún tantos elementos misteriosos como ningún otro acontecimiento de nuestrahistoria, siendo en suma de muy difícil interpretación”, escribió Scenna. Su refe-rencia al desconcierto de los protagonistas es estrictamente cierta: Manuel Mo-reno recordó que su hermano llevaba horas de nombrado secretario, sin estarenterado del asunto. Lo mismo le pasó a Belgrano, que recuerda en sus Memo-rias:“Apareció una Junta,de la que yo era vocal, sin saber cómo ni por qué,en queno tuve poco sentimiento”. Hasta el mismo Saavedra que se resistió para acep-tar la presidencia por acabar de renunciar a la otra Junta y por temor a que seinterpretara como un manejo ambicioso de su parte. Moreno protestó ante laJunta por su nombramiento compulsivo y, como abogado, quiso cerciorarse de lavalidez legal del mismo.

Moreno ocupó en la Primera Junta el cargo de Secretario de Gobierno yGuerra. Hay decenas de interpretaciones enfrentadas respecto a su brevísi-ma obra de gobierno (recordemos que sólo estuvo en la función pública du-rante nueve meses). Antes de avanzar sobre cualquier contexto es impres-cindible entender que se trató de una "junta revolucionaria”, en la quecualquier error podía pagarse con la vida; si la Revolución fracasaba, los fusi-lados serían los miembros de la Junta: estaba todavía fresco el recuerdo delo sucedido con Tupac Amaru y sus seguidores, y aún estaba fresca tambiénla sangre derramada en el Alto Perú por Nieto y Sanz.

Domingo Matheu, miembro de la Junta, escribió:“el compromiso o la sen-tencia que entre los miembros de la junta se prestaron fue eliminar a todaslas cabezas que se les opusieran; porque el secreto de ellas era cortarles la ca-beza si vencían o caían en sus manos y que si no lo hubieran hecho así ya es-tarían debajo de tierra...”.

Por eso Liniers fue fusilado. Cuando Ortiz de Ocampo titubeó antes dematar a quien fuera ídolo de los porteños, Moreno no dudó un segundo enrelevarlo y mandar a Castelli diciéndole que si tampoco él lo hacía enviaría aLarrea y sino iría él personalmente. Aquella ejecución reunió al viejo amigo

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MAYO Y LA FILOSOFÍA

JOSÉ PABLO FEINMANN

En Facundo, gusta Sarmiento delinear una Buenos Aires sacudida por las no-vedades del Progreso, toda trémula de honda espiritualidad. No era así. Intelec-tualmente, distaba Buenos Aires de ubicarse a la cabeza del Virreinato. Hemosvisto ya a Moreno marchar hacia Chuquisaca en busca de libros y Universidad.

Hay, sin embargo, algo de cierto, no se entusiasmaba en vano Sarmiento(nunca lo hizo); porque si bien Buenos Aires carecía de una estructura culturalde antigüedad y prestigio (en este sentido, Córdoba la superaba con amplitud),había logrado generar algo decisivo para todo espíritu elitista: una minoría revo-lucionaria.Aclaremos, entonces, las cosas: no es Buenos Aires la sacudida por lasnovedades del Progreso, sino su minoría revolucionaria. Que, para Sarmiento,es lo mismo. Para Sarmiento y todos los que habrán de pensar como él.

La minoría ilustrada, así, define el rostro de la ciudad portuaria: si es inte-lectualmente activa, también Buenos Aires lo es; si busca la revolución, tambiénBuenos Aires la busca; si lee el Contrato Social, también Buenos Aires lo lee: enresumen antes que por su tradición y cultura, o por el estado de concienciasocial y política alcanzado por su pueblo, Buenos Aires se define a partir de losproyectos de su grupo ilustrado. Las cosas siempre ocurren así para quienespiensan que las minorías (o al menos solamente las minorías) hacen la historia.

Córdoba, por el contrario, gozaba de una tradición y una difusión culturalmás relevante que la de Buenos Aires. Es el mismo Sarmiento (en texto quetestimonia su enorme talento de escritor americano) quien dice: “el pueblode la ciudad, compuesto de artesanos, participaba del espíritu de las clases al-tas: el maestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería y os ende-rezaba un texto latino al tomaros gravemente la medida; el ergo andaba porlas cocinas y en boca de los mendigos y locos de la ciudad, y toda disputa en-tre ganapanes tomaba el tono y forma de las conclusiones”. (¿Quién ha vuel-to a escribir así en la Argentina?).

Pero el espíritu de Córdoba es el del pasado:“es monacal y escolástico; laconversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestasde los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepciónde las borlas del doctor”. Que nadie lo dude:“la ciudad es un claustro ence-rrado entre barrancas”.

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Desde entonces se sospechó que la muerte fue producida por envenena-miento con tártaro emético. La lentitud de la navegación, el hecho de que elcapitán nunca volviera a Buenos Aires aunque sí lo hizo el buque y la adminis-tración secreta del emético contribuyen ampliamente a esa sospecha.

Años más tarde Mariano Moreno hijo comentó a Adolfo Saldías que al díasiguiente de partir su padre, María Guadalupe Cuenca, su madre, recibió unpequeño cofre con un abanico negro y un pañuelo de luto, junto a una notaanónima que le advertía que pronto iba a tener que usarlos.

María Guadalupe Cuenca escribió durante meses cartas que se fueron api-lando en algún lugar de Londres, sin que nadie las abriera. En 1967, recopila-das por Enrique Williams Álzaga, fueron publicadas bajo el título de Cartas quenunca llegaron.

Le decía el 29 de julio de 1811:“Mi amado Moreno, dueño de mi corazón:me alegraré que estés bueno, gordo, buen mozo y divertido, pero no con nin-guna mujer, porque entonces ya no tendré yo el lugar que debo tener en tucorazón por tantos motivos... me parece que llevo con ésta escritas trece ocatorce cartas... en todas te aviso novedades... a Larrea le han embargado to-dos sus bienes, con que debía de derechos ciento y tantos mil pesos, han he-cho mil picardías, han querido que Campana sea depositario de todo, han lle-gado a tal extremo que han mandado orden a los pueblos de arriba para quelos apoderados de Larrea entreguen a las cajas todo cuando pertenezca a La-rrea, y el pobre sigue desterrado en San Juan...

“De tus amigos el que está libre está por caer, todo el empeño de estoshombres es sacarte reo, las prisiones del 6 de abril fueron con ese fin, todaslas declaraciones que han tomado han sido para eso... he enterrado los trein-ta y ocho pesos que he recibido de tres meses que hace que está alquilado elcuarto, los sesenta que me pagó Giménez, doce de las sillas de paja vieja, otrosdoce y lo demás que he ahorrado de mi mesada...

“Mi madre y Panchita te mandan memorias y me lloran mil pobrezas, queles han rematado la casa y es tal la pobreza en que están que ni cama en quédormir tienen, por todos lados tengo aflicciones, Dios me dé paciencia.”

Las cartas se apilaron en Londres. El tiempo de Mariano Moreno se termi-nó sin que llegara a leerlas.

(Fragmento extraido de Argentinos I, © Jorge Lanata, Ediciones B Argentina, 2001)

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formaron de ella el primer libro de sus estudios”. De este modo,“el triunfo delos talentos del autor no fue menos glorioso por ser oculto y en secreto”.

En Buenos Aires, también es secreto el triunfo de Rousseau: sólo la minoríarevolucionaria accede a sus verdades. Pero ya sabemos: no por ser secreto esmenos glorioso. ¿O quizá es glorioso porque es secreto? No es arriesgado su-poner que algo muy parecido a esto pensaban Moreno y sus amigos. ¿O acasono fue rigurosamente secreto el famoso plan de operaciones destinado a orien-tar el proceso revolucionario? No lo olvidemos: Moreno y sus amigos eran ilu-ministas, acababan de acceder a la revolución arrastrados por esta corriente fi-losófica. (Así habían ocurrido las cosas en Europa, ¿podía ocurrirles algodistinto a ellos?) Y la razón iluminista, por desconfiar de la historia y, por ende,de las mayorías, que siempre algo tienen que ver con ella, tuvo y tendrá unamarcada tendencia a generar minorías absolutistas y represivas.Así, los elegi-dos por la Razón para modelar la historia según sus reglas, saben que son jus-tamente eso, elegidos, destinados a ofrecerse mutuo reconocimiento y comu-nicarse secretamente sus planes revolucionarios, pues para llevarlos a cabobasta con que sólo ellos tengan acceso a los mismos. El iluminista, en suma, pe-se a sus constantes invocaciones al pueblo y su soberanía, padece una marca-da incapacidad para valorar la participación de las mayorías en la historia.

Y Moreno era iluminista. La historia constituía para él una materia indócil,arbitraria y profundamente poco confiable. Había que transformarla, perotransformarla en exterioridad, enfrentándola y obligándola a sujetarse a lasnormas revolucionarias de la razón. Lo racional, de este modo, no es algo quetenga que ver con la historia, nada pueden decirnos los hechos, ninguna se-ñal indicativa podemos recoger de ellos pues no son sino expresión de lo es-tablecido. Progreso e Historia, para el iluminista, se oponen. El Progreso tie-ne que ver con la Razón, no con la Historia, y sólo cuando la Razón se adueñade la Historia e introduce en ella una determinada teleología, la Historia sevuelve racional, progresiva, en fin, revolucionaria.

Mayo y la filosofía surgen, así, en íntimo maridaje. Nuestra minoría ilustra-da había leído los libros necesarios, había accedido a la certeza de poseer elpoder de la razón y deseaba ahora transformar la historia. Partiendo de la fi-losofía, iba a construirse la nación.

(Fragmento extraido de Filosofía y Nación, © José Pablo Feinmann, © Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S.A./ Ariel, 1996 )

Y ahora hagamos dos cosas: volvamos a Buenos Aires y dejemos a Sar-miento.Aquí, en Buenos Aires, está el grupo ilustrado. La mayoría son aboga-dos: Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Mariano Moreno, fu-turos integrantes de la Junta de Mayo, quienes, junto a los demás (Vieytes,Peña, Larrea, Matheu), se reúnen secretamente y entrelazan dos conceptosque los apasionan: el de revolución y el de filosofía. Han leído a Rousseau, co-nocen a Quesnay, Acondillac, y también a Say y Adam Smith. Sienten que hallegado el momento de actuar. Creen, como habrá de creer después José In-genieros (padre de toda la historiografía socialista argentina y responsable desus mayores descalabros teóricos), que: “La voluntad social, o capacidad derealizar ciertos progresos necesarios, suele ser (...) un privilegio de pequeñasminorías que se anticipan a su tiempo”.

¿Qué encuentra Moreno en Rousseau? ¿Qué ideas del ciudadano de Gine-bra, cuya obra fundamental traduce y prologa, consiguen clarificar y potenciarsu proyecto de poder? Ante todo: su espíritu insolente y cuestionador.Todorevolucionario, en efecto, lo es a partir de una actitud fundante: la desacrali-zación del orden establecido.Todo poder es cuestionable y, en cuanto tal, efí-mero.“Los tiranos (escribe Moreno) habían procurado prevenir diestramen-te este golpe, atribuyendo un origen divino a su autoridad; pero la impetuosaelocuencia de Rousseau, la profundidad de sus discursos, la naturalidad de susdemostraciones disiparon aquellos prestigios; y los pueblos aprendieron abuscar en el pacto social la raíz y único origen de la obediencia, no recono-ciendo a sus jefes como emisarios de la divinidad”. Pues éste ha sido el granmérito de la obra Roussoniana: “puso en clara luz los derechos de los pue-blos, y enseñándoles el verdadero origen de sus obligaciones, demostró lasque correlativamente contraían los depositarios del gobierno”.

Pero antes que los conceptos de soberanía popular o pacto social, es la ac-titud del texto de Rousseau lo que seduce a Moreno: todo gobierno es cues-tionable, finito, y, en última instancia, reemplazable. Sobre todo por otro quesea fiel expresión de la soberanía del pueblo a través del pacto social. Queera, justamente, el que pensaba implantar Moreno.

La profunda fe que nuestro abogado tiene en el poder de la teoría no dejade expresarse en este prólogo: la de Rousseau es, así, “una obra capaz por sisola de producir la ilustración de los pueblos”.Y si bien los tiranos han conse-guido sustraerla al conocimiento de las muchedumbres,“los hombres de letras

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Pese a las ilusiones del virrey de que todo transcurriera según su volun-tad, la misma noche del 18 de mayo, los partidarios del cambio se reunieronen la casa de Rodríguez Peña y decidieron exigirle a Cisneros la convocato-ria a un Cabildo Abierto (…)

El día 21 de mayo a las 9 de la mañana se reunió el cabildo como todoslos días, para tratar las cuestiones de la ciudad. Pero a los pocos minutos, loscabildantes tuvieron que interrumpir sus labores. La Plaza de la Victoria es-taba ocupada por unos 600 hombres con pistolas y puñales. Este grupo derevolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Berutti,se agrupaban bajo el nombre de “Legión infernal”, y desconfiando de la pa-labra empeñada por el virrey, pedía a gritos que se concretara la convocato-ria al Cabildo Abierto para el día siguiente. Los cabildantes accedieron al pe-dido de la multitud (…)

De los 450 sólo pudieron llegar 251. Los muchachos de la Legión Infernalusaron para la tarea, más que las míticas cintitas de color incierto, convin-centes cuchillos, trabucos y fusiles.

Cuenta un testigo de los hechos cómo los muchachos de la Legión Infer-nal, parapetados estratégicamente en las esquinas del cabildo, bajo la cerca-na supervisión de sus jefes, French y Berutti, ejercieron el “derecho de ad-misión” (…)

Decía Castelli aquél memorable 22 de mayo de 1810:“A mí me toca con-testar al señor Obispo y si se me impide hacerlo, acudiré al pueblo para quese respeten mis derechos”.

Castelli fue interrumpido por el obispo: “Asombra que hombres nacidosen una colonia se crean con derecho a tratar asuntos privativos de los quehan nacido en España (…)”

Haciendo uso de una maravillosa ironía, (Castelli) señaló: “Si el derechode conquista pertenece, por origen, al país conquistador, justo sería que laEspaña comenzase por darle la razón al reverendo Obispo abandonando laresistencia que hace a los franceses y sometiéndose, por los mismos princi-pios con que se pretende que los americanos se sometan a las aldeas dePontevedra (…)”

El debate del 22 fue muy acalorado y despertó las pasiones de ambosbandos. El coronel Francisco Orduña, partidario del virrey, contará horrori-zado que mientras hablaba fue tratado de loco por no participar de las ideas

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LA REVOLUCIÓN DE MAYO

FELIPE PIGNA

Uno podría preguntarse con todo derecho: ¿la Revolución de Mayo fueun acto económico, un acto político, un acto militar? Y responderse: no, fueun acto escolar.

Así atraviesa nuestras vidas el hecho fundador de nuestra nacionalidad,como un recuerdo agridulce de pastelitos, corcho quemado y vendedoresambulantes (...)

Los hechos de Mayo son absolutamente inexplicables sin una compren-sión necesaria de la situación europea, porque son el resultado de unacompleja serie de causas entre las que la situación externa se torna deter-minante (…)

Estaba claro que la suerte de estas colonias dependía de las vicisitudesde la guerra europea y de la política de Napoleón y los ingleses. Los por-teños estaban en vilo esperando las noticias sobre la situación española,que llegaba por barco con dos o tres meses de retraso, y muchas veces laimaginación popular remplazaba la falta de información con rumores y fan-tasías, animando el clima tranquilo y aburrido del virreynato:“Fernando fueasesinado”;“Napoleón se rindió”; “Volvió Fernando”;“Cayó la junta de Se-villa”.

El 13 de mayo de 1810 llegó al puerto de Montevideo la fragata inglesaJohn Paris trayendo al Río de la Plata una noticia grave: el 13 de enero Sevi-lla había caído en manos de Napoleón. (…)

En un principio el virrey trató de ocultar las novedades incautándose detodos los periódicos que traía el barco. Pero, según cuenta Mario Belgrano,uno de ellos llegó a manos de Belgrano y Castelli, que se encargaron de di-fundir la noticia. Desde entonces, Cisneros no tuvo más remedio que dar aconocer la información (...)

La Semana de Mayo estuvo muy lejos de ser un apacible tránsito de ven-dedores ambulantes y damas antiguas, como se nos enseñó prolijamente ennuestras tiernas infancias. Estaban en juego muchos intereses, nacionales yextranjeros, y las pasiones, en algunos casos legítimas y en otras unidas di-rectamente a los bolsillos, se desataron.

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PLAZA VACÍA, GENTE COMO UNO

FELIX LUNA

Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuen-tes en el otoño porteño. Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto alrío, pescando. Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Sumujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El hombre le di-ce que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las toscas. Ese día podría ha-ber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese porteño pudo haber sido uno de lostantos que no se enteró de nada de lo que ocurrió en aquella jornada.

El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a menos de quinientos vecinosy Buenos Aires tenía, en ese momento casi 40.000 habitantes. Es decir quesólo el 1 por ciento de la población participó de aquella trascendental reu-nión en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que funda-mentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada –omás bien, asentida– por el pueblo. Es probable, entonces, que la asambleareunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en la mañana del25 de Mayo, no haya tenido un rating muy superior: 1000 o 1500 vecinos,como máximo. Nuestro pescador habría formado parte, pues, de la enor-me mayoría que nada tuvo que ver con la transición del sistema colonial aun régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia deestas tierras.

Naturalmente, la escasez de participación popular no resta al 25 de Mayola enorme importancia que tuvo, por varios motivos. En primer lugar, depo-ner a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado eraalgo insólito y atrevido aunque Cisneros no representara al monarca españolsino al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la cau-tividad de Fernando VII.Y aunque esta fuera, en realidad, la segunda oportu-nidad en que ocurría un hecho como este en Buenos Aires, pues cuatro añosatrás una pueblada había exigido la deposición de Sobremonte por su incom-petencia y cobardía frente a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdaderarevolución paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora, en1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un tranquilo y racionaldebate entre unos pocos vecinos, "la parte más sana y principal" de la capitaldel virreinato.

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revolucionarias “mientras que a los que no votaban contra el jefe (Cisneros)se les escupía, se les mofaba, se les insultaba y se les chiflaba”.

Mientras tanto Manuel Belgrano, apostado en una de las ventanas del ca-bildo, había montado con los chisperos instalados en la plaza, un sistema deseñales. Si la cosa se ponía muy complicada, debía agitar un pañuelo blancoy los muchachos irrumpirían en la sala capitular.

No hizo falta, porque aquél 22 de mayo casi todos los asistentes aproba-ron la destitución del virrey, aunque no se ponían de acuerdo sobre quiéndebía asumir el poder y por qué medios.(…)

La mañana del 25, grupos de vecinos –algunos con paraguas y otros sinparaguas, porque si bien los había, eran un artículo de lujo–, se congrega-ron en la plaza con el apoyo de los milicianos encabezados por French yBerutti (…)

Cuando las sesiones parecían demorarse demasiado, irrumpió en la salael jefe de los chisperos Antonio Luis Berutti, que dijo en tono amenazante:“Señores del Cabildo, esto ya pasa de juguete, no estamos en circunstanciasde que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemosprocedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre.El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y unagran parte del vecindario espera en otras partes para venir aquí (…)”

Los cabildantes tomaron muy en serio las amenazas y anunciaron la for-mación de la Primera Junta de Gobierno (…)

Días después del 25 de mayo, el cura párroco de Soriano, en la BandaOriental, que seguía en manos españolas, asentaba en el libro de defuncio-nes la siguiente partida: “El día 25 de mayo de este mes de mayo, expiró enesta provincia del Río de la Plata, la tiránica jurisdicción de los virreyes, ladominación déspota de la península española y el escandaloso influjo de to-dos los españoles (…)” A los pocos días, el cura Gomensoro fue separadode su parroquia (…)

La revolución estaba en marcha. Quedaba ver qué caminos tomaría.

(Fragmento extraido de Los mitos de la historia argentina, © Felipe Pigna, 2004,

© Grupo Editorial Norma, 2004)

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LA REVOLUCIÓN Y SUS TAREAS

TULIO HALPERÍN DONGHI

Desde el 22, el orden colonial ya no existe, pero su sucesión no está re-suelta. El Cabildo, urgido por los comandantes, asume el 23 el poder vacan-te, para crear al día siguiente una Junta, que presidirá el ex virrey e integrandos de los promotores de la crisis (Saavedra y Castelli) y dos representantesde la tendencia intermedia puesta en evidencia el 22 (Incháurregui y Solá). Pe-ro los dos revolucionarios, que comienzan por aceptar sus cargos, comunicanen la noche del 24 que se retiran de la apenas constituida Junta: nuevamenteSaavedra frustra las esperanzas de Cisneros, y la Junta entera renuncia, invo-cando la resistencia encontrada en una parte del pueblo. Al día siguiente elCabildo comienza por rechazar esa renuncia e invitar a la Junta a contener ala parte descontenta,“teniendo V.E. las fuerzas a su disposición”. Pero esta hi-pótesis está lejos de cumplirse; hay nuevamente agitación en la plaza, y los ca-pitulares creen oportuno “explorar nuevamente el ánimo” de los comandan-tes, no sin recordar “que el día de ayer se comprometieron a sostener laresolución y la autoridad de donde emanaba”. Esas evocaciones no impresio-nan a los comandantes: a las nueve y media de la mañana éstos comparecenante el Cabildo y se afirman incapaces de frenar la agitación del pueblo y lastropas. El tumulto crece y los capitulares creen oportuno aminorar la intran-sigencia: es necesario que el ex virrey deje la presidencia de la Junta. Del cer-cano fuerte llega en efecto la solicitada disminución, o más bien, un curiososustituto de ella: los miembros de la Junta declaran que Cisneros,“con la ma-yor generosidad y franqueza” acaba de comunicarles su decisión de renun-ciar, y sugieren que el Cabildo le designe de inmediato un reemplazante.

Eso no es lo que quieren los que se agolpan en la plaza, y ahora tambiénen el recinto capitular; en su nombre un perentorio documento hace sabera los capitulares que el pueblo ha reasumido las facultades delegadas el 22 enel Cabildo, que “revoca y da por de ningún valor la Junta erigida y anunciadaen el bando de ayer... y quiere que V.E. proceda a manifestar por otro bandopúblico la elección de vocales que hace”. Las tergiversaciones terminan cuan-do los voceros del pueblo amenazan que “mandarían... que se abriesen loscuarteles; en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces había procu-rado evitar”. Sin duda el acta capitular, fuente principal sobre los hechos del

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En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo fue muy importante por-que de algún modo significó la presencia activa de los militares criollos en elproceso político. Las milicias populares que se habían levantado en BuenosAires desde 1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididosen regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años se ha-bían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos peninsulares y en loscriollos.Aquéllos estaban integrados por comerciantes y artesanos, para quie-nes el oficio de las armas era una molestia; los criollos, en cambio, por ser po-bres, se habían tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vi-vían de sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los ejercicios. Enpoco tiempo adquirieron una capacidad de fuego temible y esta superioridadse vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, elconato de golpe organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810,fueron los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando entrar alos adictos y rechazando suavemente a los adversarios. Los "fierros" los te-nían los regimientos criollos y esta circunstancia fue decisiva para apurar elderrocamiento del virrey Cisneros.

Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 co-mo en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de laJunta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los represen-tantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homolo-garan lo decidido por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizoera por razones de urgencia, como "hermana mayor" –según dijo Paso_. Pe-ro se reconocía la necesidad de que un paso tan trascendente quedara ava-lado por el pueblo del virreinato.Y en este reconocimiento venía implícita laidea de federalismo y también la noción de la integridad del virreinato.

De nada de esto, claro está, pudo enterarse el vecino que en la tarde deesa jornada regresó a su casa con un par de pescados colgando de su hom-bro... Pero seguramente tardó muy poco tiempo en advertir que lo sucedidoese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan trivia-les como el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir conse-cuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de una nueva Nación.Nada más ni nada menos.

(Nota aparecida en Página/3, revista aniversario de Página/12, junio de 1990.)

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parte de la presa”. Junto con el aprendizaje de la libertad, Buenos Aires co-mienza el de la discordia; y los nuevos gobernantes, al exigir el aval de aquel aquien han derrocado, hacen algo más que ceder a los escrupulosos de unossúbditos que no se deciden a dejar de serlo; preparan nuevas armas para unalucha que saben dura e incierta.

(Fragmento extraido de Historia Argentina. De la Revolución

de Independencia a la Confederación Rosista, © Tulio Halperín Donghi, © Paidós, 1972)

SOBRE LAS FIESTAS PATRIAS

ARTURO JAURETCHE

Desde la salida del sol hasta el fin del Tedéum el “batallón infantil”, muertode frío y cansancio, se aguantaba seis horas largas. Recién después del Tedéum,el Himno Nacional y los discursos que los seguían, la gente se marchaba a la In-tendencia Municipal a los compases de la marcha “San Lorenzo”, para presen-ciar el desfile escolar que el batallón infantil encabezaba. Creo que la distinciónque este lugar significaba, influía para que hubiera mantenido su marcial forma-ción durante tantas horas; pero también debe tenerse en cuenta el hecho deque el desfile terminaba ante las bandejas de la confitería de Pontiroli en los co-rredores de la Municipalidad, con el reparto de las masas; la preeminencia mi-litar nos aseguraba elegir de las masitas preferidas y no de los rezagos que que-daban para los últimos. Con dos en la mano y otra en la boca –y mejor si decrema– quedaban compensados todos los trabajos de la mañana.

Por la tarde, la fiesta patria continuaba en la cancha de carreras a la orilladel pueblo. Se corrían las de sortijas y algunas pollas con premios y tambiénsolía haber domas de potros. Después empezaban las cuadreras con largas einterminables partidas en las que los corredores ponían a la par sus pareje-ros y se iban convidando, tratando de ventajearse mutuamente en el pique.Generalmente terminaban por largar con bandera. Más de una vez, vi en laraya un fallo discutido y solían salir los cuchillos y sonar algún revólver.

Recuerdo algo que mi impresionó pero que, ahora, se me hace grato.Vi unentrevero de esos en que participaron más de quince paisanos y del que resul-taron diez o doce heridos pero ninguno grave: punta y hacha y planazos, lujo

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25, está lejos de ofrecer un testimonio desinteresado; muy evidentemente hasido redactada teniendo cuidado de desvincular al Cabildo de toda responsa-bilidad en una iniciativa que podía costar muy caro a sus autores. Pero no hayduda de que la amenaza de usar la fuerza de las milicias fue el elemento de-cisivo. ¿Basta esto para negar, como gusta de hacerlo más de un historiador,el carácter popular de la revolución que comenzaba y asimilarla entonces alas revoluciones militares que no iban a escasear en el futuro?.

La conclusión no parece demasiado evidente: la transformación de las mi-licias en un ejército regular, con oficialidad profesionalizada, es un procesoque está apenas comenzando, y por el momento los cuerpos milicianos son,más bien que un elemento autónomo en el conflicto, la expresión armada decierto sector urbano que sin duda los excede. ¿Este sector puede ser llama-do popular?. He aquí una pregunta que quienes han negado tajantemente elcarácter popular de la Revolución de Mayo han omitido formularse, y acasosea necesario imitar su prudencia. No es dudoso en todo caso que ese sec-tor hallaba más fácil que su rival encontrar eco en la población urbana en suconjunto; que su consolidación y su emergencia como aspirante al poder ha-bía aislado de ella a los grupos más limitados que tenían su destino ligado alviejo orden. Señalado esto, no se ha resuelto por cierto el problema del ca-rácter de la revolución, que no es idéntico al del porcentaje de la poblaciónde Buenos Aires que participó en la jornada del 25; es la concreta política delpoder revolucionario la que puede dar la clave para resolverlo.

Por el momento, esa política encierra un fuerte elemento de prudencia: elprimer objetivo de la nueva autoridad es obtener un triple certificado de le-gitimidad, otorgado por el Cabildo, la Audiencia y el virrey; con esos impresio-nantes avales se presentará ante las autoridades subordinadas a las cuales vaa reemplazar, exigiéndoles disciplinado acatamiento. El primero en inclinarse aesa exigencia es el virrey; en ese 26 en que pone su firma a la comunicaciónque le es exigida, Buenos Aires presenta un espectáculo en verdad nuevo.“To-do está en silencio –observa un testigo realista– ellos mismos son los que an-dan arriba y abajo por las calles con los sables arrastrando metiendo ruido ynadie se mete con ellos.” Han comenzado los tiempos en que la calle es delos vencedores y tras las ventanas cerradas los vencidos atesoran sus renco-res y esperan en el futuro: “tenemos que ver muchas novedades entre ellos-...muchos han de estar descontentos entre ellos por lo que no les ha tocado

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de cuchilleros. La gente de aquellos pagos era, en general, de buena índole y pe-leaba más bien por jactancia de destreza o prueba de hombría, y no mataba sinnecesidad. Más bien, se floreaba con el arma en la mano: era un gusto de varón.

Los fuegos artificiales culminaban en la noche la fiesta patria y se renovabatodos los años el prestigio de las bengalas, de la estrellas voladoras, de los so-les crepitantes y los fuegos rojos, verdes, amarillos y azules sobre el telón ne-gro del cielo, con las estrellas oscurecidas por los resplandores de los castillosincendiados y los combates navales, el giro velocísimo de las ruedas gigantes ylas enloquecidas que se desprendían rotando y terminaban por extinguirse enestallidos luminosos, allá arriba. Pero me parece que lo que causaba más impre-sión eran las proyecciones cinematográficas en la calle, seguramente reserva-das para los 25 de Mayo, porque los 9 de Julio eran muy fríos. Recuerdo vaga-mente la comicidad de Toribio y Sánchez; llegó también Max Linder. Eran “lasvistas” –entonces se decía así, como ahora es “bien” y también biógrafo– al ci-nematógrafo que terminó en cine, según protestaba el tartamudo, que había te-nido mucho trabajo para aprender los primeros nombres. Pero lo inolvidableno son las “vistas” sino los comentarios de la multitud venida del fondo de loscampos, en aquella “platea” de gente a caballo, en sulkies, en charrets, en carrosy hasta en los vagones de las estancias.

Aquella avenida Massey, con el telón delante en el medio de la calle –conel proyector en el balcón ochava de la Municipalidad– cubierta por toda cla-se de vehículos ocupados y jinetes, pudiera dar el modelo, sin necesidad detraerlo de afuera, pero lo que no se podrá reproducir es la espontaneidad co-municativa de las risotadas, de punta a punta de la móvil platea y de la parti-cipación de espectadores, que vivían intensamente lo que ocurría en la pan-talla. Eran como niños, mis paisanos de entonces en el pueblo; pero niñosgigantes que hacían los más duros trabajos durante todo el año y sólo teníanpara reír ese momento de la fiesta patria.

Pero terminemos con las fiestas patrias.A la hora misma en que finalizaban en la calle las “vistas” o estallaban los

fuegos artificiales para el “pópulo minuto”, especialmente rural, empezaba elbaile de gala, en la Municipalidad –si la situación política era fluida– o en el ClubSocial, si era tensa. Pero éste es tema que irá en otro lugar más adelante.

(Fragmento extraido de “de memoria” pantalones cortos,

Arturo Jauretche, © A. Peña Libro Editor S.A., 1972)

25 de mayo, Edición Especial

Nuestra identidad colectiva se encuentra en permanente construcción y esel pueblo quien aporta desde su historia, proyectos y desde su diversidadcultural la principal materia para edificarla.Para fortalecerla es necesario crecer sobre raíces sólidas, rescatando lamemoria y reconociendo en la propia historia aquello que nos identifica.Es por ello que la conmemoración del 25 de mayo es una excelente oca-sión para reflexionar sobre nuestro pasado, sobre la lucha por la emanci-pación, y también sobre los desafíos que implica ser coherentes hoy conesa voluntad de libertad y soberanía.

Tulio Halperin Donghi, historiador, investigador, profesor y doctor honoriscausa en la UNL; José Pablo Feinmann, filósofo, periodista, escritor y guio-nista de cine; Arturo Jaureche, político y escritor; Jorge Lanata, periodista,escritor y editor; Felix Luna, historiador,escritor, abogado y diplomático y Fe-lipe Pigna historiador, escritor, columnista radial y docente de la UBA, nostraen un 25 de mayo con odios y traiciones, con pasiones y secretos, paraque con sus diferentes miradas, podamos imaginar esa revolución desdenuestra propia perspectiva.

El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, a partir de las Campañasde Lectura que está llevando adelante, espera que estos textos se convier-tan en un humilde homenaje a esa gesta patriótica.También aspiramos a que estos textos lleguen a las manos de muchos ar-gentinos que se entusiasmen por leer más historias de estos y otros gran-des autores argentinos.Estamos convencidos que comprender nuestro pasado se puede transfor-mar en una poderosa herramienta para construir un país mejor.