Hispanofobia en Mexico

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El imaginario de la Revolución mexicana en torno a España, lo español y los españoles Tomás Pérez Vejo U na de las características de la Revolución mexicana comen- zada en 1910 fue su hispanofobia, resaltada por varios auto- res. Alan Knight, el conocido historiador de la revolución, escribe que aunque de manera general ésta no fue xenófoba sí se mos- tró marcadamente antichina y antiespañola. Una afirmación que parece bastante obvia para el caso chino –la matanza de origina- rios de este país perpetrada por las tropas villistas en Torreón de- ja pocas dudas al respecto–, pero también para el español. Tal como precisa este mismo autor, «la mayor parte de la xenofobia popular acarreada por la revolución mexicana era de hecho his- panofobia». Si tomamos el caso de sus dos caudillos más emblemáticos, Emiliano Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte, mientras en- tre los seguidores del primero el antigachupinismo (gachupín es el término habitual para referirse en México a los españoles, tiene un claro matiz ofensivo) es constante en proclamas y discursos, el se- [7]

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articulo academico sobre la hispanofobia en mexico contemporaneo

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  • El imaginario de la Revolucinmexicana en torno a Espaa,lo espaol y los espaoles

    Toms Prez Vejo

    Una de las caractersticas de la Revolucin mexicana comen-zada en 1910 fue su hispanofobia, resaltada por varios auto-res. Alan Knight, el conocido historiador de la revolucin, escribeque aunque de manera general sta no fue xenfoba s se mos-tr marcadamente antichina y antiespaola. Una afirmacin queparece bastante obvia para el caso chino la matanza de origina-rios de este pas perpetrada por las tropas villistas en Torren de-ja pocas dudas al respecto, pero tambin para el espaol. Talcomo precisa este mismo autor, la mayor parte de la xenofobiapopular acarreada por la revolucin mexicana era de hecho his-panofobia.

    Si tomamos el caso de sus dos caudillos ms emblemticos,Emiliano Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte, mientras en-tre los seguidores del primero el antigachupinismo (gachupn es eltrmino habitual para referirse en Mxico a los espaoles, tiene unclaro matiz ofensivo) es constante en proclamas y discursos, el se-

    [ 7 ]

  • gundo exhibe en algunas de sus declaraciones un antigachupinis-mo visceral y extremadamente virulento.

    Revolucin hispanfoba

    Los zapatistas, tal como muestra John Womack en Zapata y larevolucin mexicana, usaron de manera habitual el grito Mueranlos gachupines como arma de movilizacin poltica y la retricaantigachupina de sus proclamas y discursos fue extremadamenteviolenta. Manuel Palafox, uno de los principales idelogos del za-patismo, si no el principal, lleg a afirmar que bastaba con que lospropietarios de una hacienda o dueos de una fabrica fuesen es-paoles para que el Estado se incaute todo lo que les pertenecepues est resuelto a que no quede ni un solo espaol en esta rep-blica [...] No hay un solo espaol que no sea enemigo de nuestrosideales revolucionarios y su exterminio debe ser y ser completo.Una propuesta, la de la expulsin de todos los espaoles de M-xico, que el zapatismo llevara a la Convencin de Aguascalientescomo uno de sus puntos programticos. Todo ello en el contextode un Estado, el de Morelos, donde la presencia espaola era re-lativamente importante, tanto entre los dueos de haciendas azu-careras como, sobre todo, entre los capataces y administradoresde las mismas, y en el que los conflictos con los espaoles, inclui-dos varios asesinatos, haban sido constantes durante de todo el si-glo XIX.

    Por lo que se refiere a Pancho Villa, el periodista norteamerica-no John Reed pone en su boca, justificando el decreto de expul-sin de los espaoles de Chihuahua de diciembre de 1913, un dis-curso en el que a los tpicos del antigachupinismo tradicional(Nosotros los mexicanos hemos tenido trescientos aos de expe-riencia con los espaoles. No han cambiado en carcter desde los

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  • conquistadores. Destruyeron el imperio indio y esclavizaron alpueblo... Los hemos arrojado dos veces de Mxico y permitido vol-ver con los mismos derechos que los mexicanos; y han usado esosderechos para robarnos nuestras tierras, para hacer esclavo al pue-blo y para tomar las armas contra la libertad) se unen a otros denuevo cuo, no menos negativos: Apoyaron a Porfirio Daz...Fueron espaoles los que fraguaron el complot para llevar a Huer-ta al Palacio Nacional. Cuando Madero fue asesinado, los espao-les celebraron banquetes jubilosos en todos los Estados de la Re-pblica.

    La retrica hispanfoba no fue exclusiva de villistas y zapatis-tas. En las filas del constitucionalismo carrancista el discurso an-tiespaol fue tambin de una gran intensidad, tal como pruebanlas palabras del periodista espaol Gonzlez Blanco, uno de losprincipales propagandistas del carrancismo, quien en 1915 pidiregresar a Europa, disgustado por la hostilidad contra los espao-les, no slo de las clases populares sino de la prensa del Gobier-no [...] que zahiere con frecuencia a Espaa y a los espaoles,aplaudiendo los constantes prejuicios que ellos sufren, lo que noacontece con los otros extranjeros. Apreciacin que una simplemirada a los peridicos mexicanos de esos aos confirma plena-mente. Estn plagados de acusaciones contra los espaoles, desdela concreta de acaparadores de alimentos a la genrica de verdu-gos del pueblo mexicano. Una hispanofobia que no se qued sloen las palabras sino que en muchos casos se tradujo en accionescontra los originarios de Espaa y sus intereses: expulsiones in-discriminadas, como la ya citada de Chihuahua, a las que se po-dran aadir las de Torren de 1914, del mismo Villa, o las de Sal-vatierra, decretada por el coronel revolucionario Gabriel Cerveraen 1914. O ejecuciones y asesinatos, un total de 209 espaolesmuertos de manera violenta durante la Revolucin, el grupo de ex-tranjeros ms numeroso despus de los norteamericanos, aunque

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  • en cifras relativas los ms afectados fueron los chinos; confisca-cin de bienes, prstamos forzosos, saqueos,... muy superiores, talcomo muestran el nmero de reclamaciones, en proporcin a losde cualquier otra comunidad extranjera; prohibiciones especficas,como la dictada por el general Francisco Coss en Puebla, sep-tiembre de 1914, de no admitir dependientes de nacionalidad es-paola en los establecimientos fabriles del estado; asaltos y sa-queos de negocios de espaoles, como los que tuvieron lugar entiendas y panaderas de la ciudad de Mxico en los primeros me-ses de 1915; castigos pblicos de carcter infamante, como el lle-vado a cabo en 1916 en la capital del pas, donde un grupo de co-merciantes fueron obligados por el gobierno a barrer las principa-les calles de la ciudad; o la frecuente admisin por parte de las au-toridades de denuncias contra espaoles para que fuesen expulsa-dos del pas, stas particularmente habituales a partir de la nor-malizacin de 1916.

    Acciones que se prolongaran ms all de los momentos de con-flicto blico (ataques contra comerciantes espaoles de Tampico,1920; lanzamiento de piedras contra la embajada espaola por losparticipantes en una manifestacin sindical, 1922; choques entretrabajadores textiles y empresarios espaoles de Puebla, con acu-saciones de muertos por ambas partes en 1924; etc.). Hasta culmi-nar con el Plan de Veladero, mayo de 1926, que propona enmen-dar el error del Plan de Iguala de 1821 despojando a los espao-les de sus bienes y negocios, robados a la nacin mexicana por lafuerza, y decretando su expulsin inmediata del pas el Plan deIguala, base de la independencia mexicana, reconoca la condicinde mexicanos a los espaoles establecidos en el pas a la vez que elrespeto de sus propiedades y empleos. Plan que no se qued en unasimple proclama sino que fue acompaado de ataques contra co-merciantes y hacendados espaoles en la regin de Guerrero, diri-gidos por los hermanos Vidales.

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  • Reflejo de la intensidad de estas acciones antiespaolas son lasreclamaciones recibidas por la Comisin Mixta de ReclamacionesMxico-Espaa, constituida en 1927, que en sus primeros dos aosde existencia recibi un total de 1.237 reclamaciones de espaoles,que en lo material suponan un monto de 600 millones de pesetas yen lo que respecta a los daos a las personas (fusilamientos, asesi-natos, etc.) inclua 200 casos. Cifras que hay que tomar con ciertacautela, eran slo denuncias, en muchos casos no probadas, posi-blemente ni son todos los que estn ni estn todos los que son, pe-ro que s dan una idea aproximada de los perjuicios causados porla Revolucin a los espaoles residentes en Mxico.

    La hispanofobia revolucionaria fue tan constante y persistenteque no se puede explicar slo a partir de hechos coyunturales,sean las necesidades econmicas de los revolucionarios, la ubica-cin de los espaoles en la vida econmica mexicana o la debilidadde la poltica exterior espaola. Es un asunto de mucho mayor ca-lado histrico que slo cobra sentido dentro del complejo proble-ma de las relaciones de Mxico con Espaa, lo espaol y los espa-oles a lo largo de sus dos siglos de vida independiente. Para en-tender la virulencia hispanfoba de la Revolucin mexicana hayque partir de que, a pesar de los cien aos transcurridos de la rup-tura con Espaa y de que el nmero de espaoles residentes en elmomento del estallido de la Revolucin era muy pequeo, menosde 30.000 (nada que ver por ejemplo con Argentina), en el Mxi-co de comienzos del siglo XX segua habiendo cuestin espaola.Un problema complejo, que se haba venido desarrollando a lo lar-go de todo el siglo XIX, que en el momento del estallido de la Re-volucin segua sin resolverse y que se articulaba en tres grandestemas: las caractersticas del proceso de construccin nacional me-xicano, las peculiaridades de la inmigracin espaola en Mxico yel intervencionismo espaol en la vida poltica mexicana.

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  • Los dilemas de la nacin mexicana: hijos de Cuauhtmoc o hijosde Corts

    Toda nacin es, en ltima instancia, un relato de origen, una na-rracin de identidad. El proceso de construccin nacional mexica-no se vio enfrentado, prcticamente desde sus inicios, a dos relatosde nacin alternativos e incompatibles. Para uno de ellos, la esen-cia de Mxico estara en las civilizaciones prehispnicas, lo que ha-ca de la conquista y el virreinato poco ms que un oprobioso y des-graciado parntesis al que la independencia habra puesto justo yvengativo final; para el otro, el origen de Mxico como nacin es-taba en la conquista y la colonia, la independencia habra sido sloel resultado de un proceso de crecimiento que llev a la emancipa-cin de la madre patria pero no a la ruptura con ella. En ambos re-latos la definicin frente a Espaa juega un papel determinante. Enel primero Espaa se configura como el enemigo, el otro absolutofrente al que definirse. Como programa poltico, la desespaoliza-cin: se fue de hecho el ttulo de un clebre artculo de IgnacioRamrez en su polmica con el espaol Emilio Castelar. En el se-gundo, por el contrario, Espaa representa la parte ms ntima yautntica de la nacionalidad mexicana, aquella que haba que cui-dar y proteger, la defensa de la herencia espaola como proyectonacional.

    Ambos proyectos de nacin tuvieron, desde su origen, un fuer-te componente ideolgico. Mientras el primero fue, a grandes ras-gos y con muy escasas excepciones, el proyecto de los liberales, elsegundo, tambin casi sin excepciones, fue el de los conservadores.A partir de la segunda mitad del siglo XIX el proyecto liberal triun-fa y la imagen de un Mxico nacido de las civilizaciones prehisp-nicas, muerto con la conquista y resucitado con la independenciase vuelve claramente hegemnica. Un relato que el Porfiriato va adulcificar y que para la celebracin del primer centenario de la in-

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  • dependencia, en 1910, pareca haber llegado a una especie de con-senso en el que Espaa y lo espaol volvan a formar parte de ple-no derecho de la nacin mexicana. Ni indios ni espaoles sino el re-sultado de la mezcla de ambos. Tal como se afirmar en el discur-so de inauguracin del monumento de la independencia en 1910,en nuestro corazn se estremecen fibras que ella misma [Espaa]forj, arrojando en este ardiente sol tropical su sangre y su almapara que fueran fundidas en el alma y la sangre que forjasen nues-tro ser.

    La Revolucin vino a modificar este estado de cosas. No cam-bi radicalmente las grandes lneas del relato de nacin hegemni-co a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero s intensific sucomponente hispanfobo. Asumi, por un lado, el relato tradicio-nal liberal en su versin ms radical, agudizando sus rasgos ms in-digenistas y antiespaoles, la conquista y la colonia como un pe-riodo de explotacin tnica y econmica por parte de unos invaso-res extranjeros, ajenos y extraos al ser Mxico. Por otro, esceni-fic una ruptura radical con el Porfiriato, tambin con esa reconci-liacin con Espaa y el pasado espaol que ste haba llevado a ca-bo en sus ltimos aos. La conjuncin de ambos factores hizo quepocas veces en la historia de Mxico el discurso oficial haya sidotan violentamente hispanfobo como en los aos posteriores a1910. La retrica del indigenismo, apenas oculta por el mito delmestizaje, hizo de Espaa, lo espaol y los espaoles los enemigosesenciales de la nacionalidad mexicana. Los trescientos aos debarbarie y explotacin colonial pasaron a formar parte central delimaginario popular mexicano sobre su pasado y del discurso na-cional de la Revolucin.

    La hispanofobia, como ya haba ocurrido a lo largo de todo elsiglo XIX, no era tanto un problema con Espaa como un asunto depoltica interna mexicana. Lo espaol se identific con conserva-durismo y reaccin y, como consecuencia, como enemigo de la Re-

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  • volucin por partida doble: enemigo por ajeno a la nacionalidad yenemigo por reaccionario. El Mxico imaginado por la Revolucines indgena e indigenista, un Mxico en el que lo espaol se con-vierte, no en elemento constitutivo de la nacionalidad mexicana, si-no en el otro contra el que sta se construye. Un imaginario en elque la independencia y la revolucin son dos captulos de una mis-ma lucha contra los descendientes de Corts. La hispanofobia, des-de esta perspectiva, no es una eleccin sino una necesidad y se eri-ge en uno de los ncleos centrales del discurso de legitimidad delrgimen revolucionario que, de manera difusa, identifica la Revo-lucin con una especie de segunda independencia, el ltimo en-frentamiento, ste definitivo, entre los descendientes de los con-quistados y los de los conquistadores. El objetivo final, palabras deVenustiano Carranza, era hacer desaparecer los ltimos vestigiosde la poca colonial. Otra vez, lo mismo que en el liberalismo ra-dical del XIX, la desespaolizacin como proyecto nacional. Tal co-mo afirmara de manera explcita el manifiesto firmado por la LigaAntiespaola de Mxico en 1915 se trataba, ahora s, de desespa-olizar el pas.

    Ricos, blancos y conservadores: las consecuenciasde una inmigracin privilegiada

    La emigracin espaola a Mxico, que creci de manera signi-ficativa en las dcadas previas al estallido revolucionario, tiene unaserie de peculiaridades que la diferencian de otros procesos migra-torios y que explican la particular situacin de los espaoles frenteal proceso revolucionario mexicano.

    A comienzos del siglo XX los espaoles eran la comunidad ex-tranjera ms numerosa de entre todas las establecidas en Mxico(segn el censo de 1910 haba 29.541 espaoles, 21.334 guatemal-

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  • tecos, 20.639 norteamericanos y 13.203 chinos, seguidos ya de muylejos por britnicos, 5.264, y franceses, 4.604). Tenan, adems, apesar de representar un porcentaje nfimo sobre el conjunto de lapoblacin apenas llegaban al 0,2%, una gran visibilidad social.Aunque asentados mayoritariamente en el Distrito Federal, Vera-cruz, Puebla y Yucatn, estaban presentes en todo el pas. El ya ci-tado censo de 1911 muestra que haba espaoles en todos los Es-tados de la Repblica, lo que unido a su mayoritaria dedicacin aactividades comerciales el abarrotero gachupn era un estereotiposociolgico, hizo que formaran parte de la vida cotidiana de la ma-yora de los mexicanos. Una inmigracin, por lo tanto, de una cier-ta relevancia pblica, a la que aada pautas de integracin socialque apenas haban variado desde las ltimas dcadas del periodovirreinal. Los espaoles siguieron llegando a Mxico despus de laindependencia a travs de las mismas redes familiares, desde lasmismas regiones (Pas Vasco, Cantabria y oriente de Asturias) e in-corporndose, de manera generalizada, al mismo segmento medioy alto de la pirmide social al que lo haban hecho en el siglo XVIII.

    Los espaoles llegados a Mxico en las dcadas previas al esta-llido revolucionario se haban integrado no en la parte baja de la pi-rmide social, como es habitual en los procesos de inmigracin, si-no en los estratos medios y superiores. Algo bastante extrao perode explicacin relativamente sencilla. No exista una pirmide so-cial mexicana sino dos sobrepuestas. Una, indgena-mestiza, la msamplia y numerosa, que constitua la base de la pirmide social ge-neral; otra, blanca, mucho ms reducida, situada por encima de laindgena-mestiza y que constitua su cspide. Los blancos que lle-gaban a Mxico se integraban en la base de la pirmide social blan-ca, lo que inmediatamente los ubicaba como parte de los gruposprivilegiados y por encima de la mayor parte de la poblacin mexi-cana. Nada ms desembarcar en Veracruz pasaban a formar partede una elite tnica, integrados en ella por relaciones de parentes-

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  • co, paisanaje y solidaridad racial. Las redes de parentesco y paisa-naje, debido al focalizado origen geogrfico de los emigrantes es-paoles a Mxico durante los dos siglos previos a la Revolucin,remontaban muchas veces su origen al periodo virreinal. Se podradecir que aunque la sociedad mexicana previa al estallido de la Re-volucin no era una sociedad colonial desde el punto de vista de lasrelaciones internacionales estamos ante una nacin soberana cu-yo gobierno es independiente y no el representante de una poten-cia extranjera, s lo era desde el punto de vista interno, con es-tructuras socio-econmicas y polticas, lo mismo que ocurre conotras sociedades coloniales contemporneas, condicionadas por laraza. No estamos ante una nacin fenotpicamente homognea, enla que las diferencias son de clase o de estatus, sino ante una a cu-ya estratificacin de base tnica se sobreponen las socioeconmi-cas, en lneas generales determinadas por aqulla.

    Esta peculiar forma de integracin de los espaoles en la doblepirmide social mexicana los convirti en el punto de contacto, yde friccin, entre dos sociedades paralelas que se comunicaban engran parte a travs de ellos. Estos blancos recin llegados eran lacara, no precisamente amable, del mundo de los blancos frente alde los mestizos e indgenas. Los abarroteros, dependientes de pul-queras, prestamistas, capataces de haciendas, etc., con los que lasclases populares mexicanas convivan y trabajaban, casi siempre enuna relacin de subordinacin social y econmica.

    Esta situacin potencialmente explosiva se agrav durante elperiodo revolucionario. Ser comerciante de alimentos en momen-tos de escasez, prestamista en una situacin de crisis econmica ge-neralizada y capataz de hacienda en medio de una revuelta agrariano eran las mejores ubicaciones para generar simpatas, ms si sellevaba la marca de la diferenciacin tnica en la cara. Esto expli-cara la violencia hispanfoba de las clases bajas mexicanas duran-te la Revolucin. Para ellas el gachupn se convirti en sinnimo de

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  • blanco y explotador, pero con la ventaja, a diferencia de los blan-cos mexicanos, de que poda tambin ser acusado de extranjero.Aunque habra que ver si desde la perspectiva de indgenas y mes-tizos la definicin tnica no era ms importante que la nacional yblanco y gachupn no fueron en muchos momentos trminos sin-nimos, por ejemplo entre los seguidores de Zapata en el sureoMorelos. Hay que recordar que una de las familias identificada porlos zapatistas como ms inequvocamente gachupina, la de loshacendados azucareros Alonso Pagaza, llevaba establecida en laTierra Caliente de Cuernavaca ya ms de un siglo. Una situacinagravada porque en esta estructura socioeconmica colonial nofueron pocos los espaoles que, utilizando antiguas redes familia-res y de paisanaje, lograron ascender a lo alto de la pirmide social,de manera que una parte de la elite econmica del Porfiriato (in-dustriales, grandes comerciantes, hacendados y banqueros) estabaformada en 1910 por nacidos en la Pennsula. Obviamente la eliteeconmica porfirista era mayoritariamente mexicana, pero el n-mero de espaoles que formaban parte de ella era suficientementealto como para que en el imaginario popular gachupn y magnateeconmico pasasen a ser prcticamente sinnimos.

    Las tensiones sociales acumuladas contra los espaoles estalla-rn con gran violencia en el momento de la Revolucin y explican,en gran parte, la virulencia tanto del discurso antigachupn comolas persecuciones y exacciones contra los espaoles y sus intereses.Los espaoles aparecan, desde todas las perspectivas, ubicados dellado de la contrarrevolucin. En el conflicto econmico formabanparte de las clases explotadoras, el paradigma del capitalista sin es-crpulos que chupaba la sangre de los honrados trabajadores me-xicanos; en el ideolgico, como casi genticamente conservadores,la imagen de la reaccin y el oscurantismo que se prolongaba des-de los tiempos de la colonia; en el tnico como blancos, los mismosblancos intemporales que llevaban explotando a los indios desde

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  • los lejanos das de la conquista; y en el identitario como represen-tantes de la nacin enemiga de Mxico, aquella que por siglos ha-ba impedido la realizacin de su autntico ser indgena.

    Por si todo lo anterior fuera poco, desde los primeros momen-tos de la Revolucin los espaoles mexicanos, una de cuyas carac-tersticas fue su continua participacin en la vida poltica del pas,mostraron, con palabras y con hechos, su oposicin a Francisco I.Madero. Posicionamiento poltico que se explica por su ubicacinsocial y perfil ideolgico pero tambin porque algunas de las pri-meras propuestas maderistas, como las del Plan de San Luis, afec-taban directamente a los intereses de los grandes hacendados es-paoles, con un importante papel de liderazgo en el resto de la co-lonia espaola. Ya en abril de 1911, cuando todava el triunfo de losmaderistas era slo una hiptesis, los espaoles de una pequea lo-calidad del sur del pas, Tlapa, ofrecieron al gobierno su apoyo per-sonal y pecuniario para mantener el orden. Una vez Madero en elpoder, la participacin espaola en los diferentes intentos de golpede estado en su contra fue continua: el espaol Luis Alfonso Prezapoy abiertamente el abortado intento de golpe de estado de Ber-nardo Reyes; Federico Sisniega, tambin espaol y uno de losgrandes capitalistas mexicanos de la poca, apoy la rebelin dePascual Orozco; y la rebelin de Flix Daz en Veracruz no slocont con la participacin directa de varios espaoles sino, si he-mos de creer al propio embajador espaol, con la abierta simpatade la gran mayora de los espaoles que vivan en aquella ciudadportuaria. Fueron, finalmente, muchos los espaoles que celebra-ron de manera pblica y ostensible la muerte de Madero y la lle-gada de Victoriano Huerta al poder, incluido el Casino Espaol dela ciudad de Mxico, el ms representativo de la colonia, que en-galan sus ventanas con colgaduras para celebrarlo. Todo ello hizoque, al margen de posicionamientos individuales, los espaoles fue-ran identificados en su conjunto como enemigos de la Revolucin

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  • y que sta fuera acompaada de discursos y actos antigachupinesen todo el pas. El posicionamiento antimaderista de las principa-les organizaciones espaolas de Mxico haba sido claro y, comoconsecuencia, la identificacin de los espaoles como enemigos dela Revolucin tambin. Poco import que hubiera espaoles del la-do revolucionario, por ejemplo, ngel de Caso, primero cercano aMadero y despus miembro del crculo de consejeros de Villa. Losespaoles eran, por definicin, antirrevolucionarios. El enfrenta-miento del Estado nacido de la Revolucin con la Iglesia, que lle-vara posteriormente a la guerra cristera, no hizo sino agravar elproblema ya que la mayor parte de los curas y religiosos extranje-ros establecidos en el pas eran tambin espaoles.

    La identificacin de los espaoles como enemigos de la Revolu-cin pas a ser tan evidente que ya en pleno proceso de institucio-nalizacin revolucionaria el general lvaro Obregn los incluirhabitualmente en sus discursos como parte de una triloga contra-rrevolucionaria formada por cientficos, curas y gachupines (loscientficos es el nombre con el que se conoci a los seguidores delpositivismo que disearon las polticas porfiristas).

    El gobierno espaol y la Revolucin mexicana: causasy consecuencias de una diplomacia equivocada

    Las relaciones de los sucesivos gobiernos espaoles con Mxi-co fueron, durante todo el siglo XIX, especialmente complicadas.Por una serie de factores, que iran desde el problema de la llama-da deuda espaola a los intereses geoestratgicos en torno a Cu-ba, el intervencionismo espaol en Mxico fue continuo, con fre-cuentes roces y conflictos. La prdida de Cuba y las nuevas polti-cas espaolas hacia Amrica modificaron esta situacin dando ori-gen a unas relaciones mucho ms fluidas. Mxico dej de ser el

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  • centro de la diplomacia espaola en Amrica, lugar que pas a serocupado por Argentina, pero para 1910 las relaciones diplomticasentre ambos pases estaban pasando por uno de sus mejores mo-mentos.

    El estallido de la Revolucin, sin embargo, llev a la diploma-cia espaola a tomar una serie de medidas de consecuencias bas-tante catastrficas. El embajador de Espaa en Mxico, Bernardode Clogan y Clogan, cometi un primer error de apreciacin alconsiderar que el levantamiento de Madero no tena posibilidadesde xito y que iba a ser rpidamente reducido. La evolucin poste-rior, que poco o nada tena que ver con sus optimistas previsiones,le llev a un intervencionismo cada vez menos disimulado, siemprecon un marcado sesgo antimaderista, postura avalada, como ya seha dicho, por la mayora de la colonia espaola de Mxico y por ungobierno espaol que nunca pareci entender demasiado bien loque realmente estaba ocurriendo en el pas.

    El intervencionismo del embajador espaol tendra su puntoculminante en el golpe de estado contra Madero. Sangriento epi-sodio en el que su participacin fue, si no relevante, s bastante vi-sible. En medio del caos generado por el intento de golpe de esta-do de Bernardo Reyes y Flix Daz, la conocida como decena tr-gica, Clogan y Clogan no slo apoy la propuesta del embaja-dor norteamericano de que la nica solucin era la renuncia deMadero a la presidencia, apoyada tambin por los embajadores deFrancia, Inglaterra y Alemania, sino que fue el encargado de trans-mitirla al presidente mexicano. Frente al lgico rechazo de ste,con el argumento de que los representantes extranjeros no tenanningn derecho a inmiscuirse en los asuntos internos de Mxico, elrepresentante espaol pas a respaldar las negociaciones secretas,llevadas a cabo en la embajada norteamericana, entre Flix Daz yel jefe de las tropas maderistas, Victoriano Huerta. Negociacionesque terminaron con el asesinato a sangre fra del presidente Fran-

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  • cisco Madero y el vicepresidente Pino Surez mientras eran tras-ladados del Palacio Nacional a la crcel de Lecumberri.

    Para la opinin pblica mexicana la participacin espaola enel sangriento golpe de Estado era evidente. Pero si quedaba algu-na duda qued disipada con el casi inmediato reconocimiento delgolpista Huerta por parte del gobierno espaol, adelantndose aEstados Unidos y al resto de las potencias europeas. El apresura-do reconocimiento y las muestras de satisfaccin de la colonia es-paola por la cada de Madero llevaron a muchos mexicanos alconvencimiento de que Espaa estaba implicada en el asesinato delque se convertira en el mrtir de la Revolucin. Convencimientoque gener una autntica explosin de hispanofobia, especialmen-te virulenta entre 1913 y 1915, y que exacerb el discurso hispa-nfobo revolucionario.

    La equivocada apuesta diplomtica situ definitivamente a Es-paa en el campo de los enemigos de la Revolucin. La posteriorcada de Huerta dej al gobierno espaol sin ninguna capacidad denegociacin con el nuevo gobierno revolucionario, en un pas en elque los intereses de Espaa, una vez perdida Cuba, eran relativa-mente menores, pero no los de los espaoles. Clogan dej Mxi-co y el gobierno espaol opt por dejar vacante el puesto de em-bajador, recurriendo al nombramiento de agentes confidencialesque intentaron, con mayor o menor xito, defender los intereses delos espaoles en Mxico, negociar entre los diferentes lderes de laRevolucin, Carranza y Villa (la diplomacia espaola nunca seplante ningn tipo de relacin con el grupo de los zapatistas, elms radicalmente antigachupn), e intentar paliar, en la medida delo posible, las desastrosas consecuencias que para la imagen de Es-paa y los espaoles haba tenido entre los lderes revolucionariosla toma de partido a favor de Huerta.

    La diplomacia espaola volvi a equivocarse, nuevamente, alapostar por el triunfo de Villa. La entrada de los carrancistas en la

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  • ciudad de Mxico, a comienzos de 1915, fue seguida de la casi in-mediata orden de expulsin del representante espaol, Jos Caro,que se encontraba en una especie de limbo diplomtico. Haba si-do nombrado embajador pero no haba presentado cartas creden-ciales, sin duda una forma de no comprometerse con ninguno delos grupos en lucha.

    La llegada de Victoriano Carranza al poder dulcific relativa-mente la situacin. A pesar de la dureza que haba mostrado en laexpulsin de Caro, a quien no se le ahorr ninguna humillacin,pronto se lleg a un acuerdo yMadrid envi a un nuevo agente con-fidencial. Se evitaba as el reconocimiento oficial pero se mantenaabierta la comunicacin con el Primer Jefe, quien, adems, mostruna clara voluntad de acabar con las exacciones contra los extran-jeros, al margen de su nacionalidad. A pesar de ello, los asesinatosde espaoles y confiscaciones espontneas de sus bienes se pro-longaron todava durante varios aos. El reconocimiento por partedel gobierno espaol del gobierno de Carranza, noviembre de 1915,llev al pleno restablecimiento de relaciones diplomticas con elnombramiento de un nuevo embajador espaol en Mxico, Alejan-dro Padilla, a mediados de 1916. En esta ocasin la diplomacia es-paola s acert en su apuesta. El espaol fue el primero de los em-bajadores europeos en presentar sus credenciales ante el nuevo r-gimen. Sin embargo, esta temprana normalizacin diplomtica ape-nas cambi las relaciones de la Revolucin con Espaa. La hispa-nofobia se haba convertido ya en una de sus marcas de identidad.

    Conclusin

    El resultado de todos los elementos anteriores fue que las rela-ciones de la Revolucin con Espaa, lo espaol y los espaoles fue-ron necesariamente difciles y conflictivas. La refundacin nacio-

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  • nal llevada a cabo por los revolucionarios agudiz los aspectos msindigenistas y antihispnicos del relato de nacin mexicano, los es-paoles residentes en Mxico fueron visualizados como enemigosde la revolucin y las acciones tomadas por la diplomacia espao-la hicieron lo mismo con el gobierno espaol. Parece necesario, sinembargo, matizar estas conclusiones.

    Por lo que se refiere al discurso de nacin, es obvio que en l-neas generales fue as, tal como se expresa, por ejemplo, en los mu-rales pintados por Rivera en el Palacio Nacional, donde la violen-ta oposicin entre el luminoso e idlico mundo de las civilizacionesprehispnicas con el violento y sanguinario de los sifilticos con-quistadores deja pocas dudas al respecto. Un discurso que estpresente, con mayor o menor intensidad, en todo el muralismo re-volucionario, que tiene en la visin negativa de la conquista una desus seas de identidad: el gobierno espaol lleg a presentar unaprotesta formal ante el de Estados Unidos por el patrocinio del em-bajador norteamericano a los murales pintados por Rivera en elPalacio de Corts en Cuernavaca, que consideraba una ofensa aEspaa. Y que est tambin presente, de manera general, en elconjunto de la historiografa revolucionaria. Sin embargo, aspectoscomo la declarada hispanofilia de Jos Vasconcelos, uno de losprincipales lderes intelectuales de la Revolucin y, hasta su defe-nestracin, personaje central en la institucionalizacin revolucio-naria, o la pervivencia de discursos hispanfilos entre las elites delos aos diez y veinte, permite pensar que la refundacin indige-nista fue menos absoluta y radical de lo que los discursos del go-bierno pudieran hacer pensar. Es como si el discurso de la sociedadcivil fuese mucho menos monoltico y radical que el emanado de lasinstituciones del Estado. Incluso en stas el discurso no es tan uni-direccional como una primera aproximacin podra hacer pensar.Los diputados mexicanos, por ejemplo, aprobaron en 1928 la de-claracin del 12 de octubre como da de la raza, lo que en el con-

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  • texto de la poca era tanto como asumir el centro de la retrica his-panista. La hispanofobia y la hispanofilia seguan, aparentemente,atravesando el interior de la sociedad mexicana despus de la Re-volucin, como antes de la Revolucin.

    El antigachupinismo revolucionario no impidi que los espao-les siguieran llegando a Mxico, utilizando las habituales redes fa-miliares, ni que la colonia espaola en Mxico siguiera mostrndo-se en peridicos, misas y romeras, especialmente la de la Cova-donga, como una elite social, rica, poderosa e integrada en la so-ciedad mexicana. Reflejo, posiblemente, de que el discurso antiga-chupn, hegemnico en las clases bajas desde, al menos, el sigloXIX, apenas tuvo eco en las clases medias-altas donde la hispanofi-lia sigui siendo casi una marca de clase, quizs en no menor me-dida de raza. El antigachupinismo y la hispanofobia de las clasesbajas se hizo ms visible y la hispanofilia de las clases altas y me-dias menos, pero es posible que en el fondo no cambiasen dema-siado ni el uno ni la otra.

    Los errores posiblemente inevitables de la diplomacia espaolaencontraron tambin una salida aos despus con la proclamacinde la Segunda Repblica en Espaa, retricamente al menos mu-cho ms cercana al rgimen revolucionario mexicano, que pareciencauzar unas relaciones mucho ms fciles y fluidas. Hasta las re-clamaciones de los espaoles por los perjuicios a bienes y personasdurante el periodo revolucionario parecieron encontrar una va desolucin. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil en 1936 y elposterior triunfo franquista llevaron nuevamente las relaciones delrgimen postrevolucionario mexicano con Espaa a un callejn sinsalida que se prolongara durante varias dcadas. Pero sa es, ob-viamente, otra historia.

    T. P. V.

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