Hijas Tara Cap1

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Las hijas de Tara Ediciones SM, 2002 © Laura Gallego García PRÓLOGO Kurt caminaba por un terreno yermo y baldío, envuelto en húmedas nieblas fantasmales que se cerraban sobre él y se adherían a su piel como si se tratase de manos espectrales que intentaran atraparlo con sus dedos ganchudos y pegajosos. Andaba encorvado, con dificultad, casi arrastrándose, con sus últimas fuerzas. Su respiración era pesada e irregular; tenía los pulmones ardiendo después de vagar durante tantos días por aquel erial envenenado. Sus ojos cansados y hundidos apenas veían más allá de lo que tenía delante. Llevaba horas dando vueltas sin rumbo fijo, esperando, simplemente, que le llegara la muerte. No se percató de que algo cambiaba en aquel horizonte gris. Más allá las nieblas parecían aclararse, y una difusa línea verde comenzaba a distinguirse detrás. Kurt no se dio cuenta de hacia dónde se dirigía hasta que se detuvo un momento a recuperar aliento y alzó la mirada. Entonces los vio. Sombras que se alzaban entre las nieblas. No serían más de una docena, pero se erguían orgullosas y altivas, y parecían estar aguardándolo. Sombras humanas. Kurt se estremeció y se miró las manos, unas manos llenas de bultos bajo una piel quemada por la radiación. No dudaba que el resto de su cuerpo presentaba el mismo aspecto, y tampoco dudaba que ningún ser humano podría vivir allí sin acabar como él. Se esforzó por ver mejor entre la niebla. Aquellas personas no parecían enfermas. ¿Estaría llegando a alguna duma, como aquélla de la que había escapado? Kurt estuvo a punto de dar media vuelta, pero las piernas le fallaron y cayó al suelo, de rodillas. Con un poco de suerte moriría antes de que lo llevasen a la duma. No, no quería volver a la duma, a ninguna duma. Por eso había huido, por eso había vagado día y noche por los Páramos, aquel desierto envenenado por la contaminación y la radiación, enfrentándose a una muerte dolorosa y horrible. Cualquier cosa antes de tener que soportar aquel enloquecedor dolor de cabeza. Cuando quiso darse cuenta, las siluetas que se recortaban entre las nieblas ya no eran simples sombras, sino hombres y mujeres de carne y hueso que lo rodeaban con gesto serio. Kurt hizo un esfuerzo y logró echarles un vistazo.

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Primer capitulo del libro de Laura Gallego

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  • Las hijas de Tara Ediciones SM, 2002

    Laura Gallego Garca

    PRLOGO

    Kurt caminaba por un terreno yermo y baldo, envuelto en hmedas nieblas fantasmales que se

    cerraban sobre l y se adheran a su piel como si se tratase de manos espectrales que intentaran atraparlo con

    sus dedos ganchudos y pegajosos. Andaba encorvado, con dificultad, casi arrastrndose, con sus ltimas

    fuerzas. Su respiracin era pesada e irregular; tena los pulmones ardiendo despus de vagar durante tantos

    das por aquel erial envenenado. Sus ojos cansados y hundidos apenas vean ms all de lo que tena delante.

    Llevaba horas dando vueltas sin rumbo fijo, esperando, simplemente, que le llegara la muerte.

    No se percat de que algo cambiaba en aquel horizonte gris. Ms all las nieblas parecan aclararse,

    y una difusa lnea verde comenzaba a distinguirse detrs.

    Kurt no se dio cuenta de hacia dnde se diriga hasta que se detuvo un momento a recuperar aliento y

    alz la mirada.

    Entonces los vio.

    Sombras que se alzaban entre las nieblas. No seran ms de una docena, pero se erguan orgullosas y

    altivas, y parecan estar aguardndolo. Sombras humanas.

    Kurt se estremeci y se mir las manos, unas manos llenas de bultos bajo una piel quemada por la

    radiacin. No dudaba que el resto de su cuerpo presentaba el mismo aspecto, y tampoco dudaba que ningn

    ser humano podra vivir all sin acabar como l.

    Se esforz por ver mejor entre la niebla. Aquellas personas no parecan enfermas. Estara llegando a

    alguna duma, como aqulla de la que haba escapado?

    Kurt estuvo a punto de dar media vuelta, pero las piernas le fallaron y cay al suelo, de rodillas. Con

    un poco de suerte morira antes de que lo llevasen a la duma. No, no quera volver a la duma, a ninguna

    duma. Por eso haba huido, por eso haba vagado da y noche por los Pramos, aquel desierto envenenado

    por la contaminacin y la radiacin, enfrentndose a una muerte dolorosa y horrible. Cualquier cosa antes de

    tener que soportar aquel enloquecedor dolor de cabeza.

    Cuando quiso darse cuenta, las siluetas que se recortaban entre las nieblas ya no eran simples

    sombras, sino hombres y mujeres de carne y hueso que lo rodeaban con gesto serio. Kurt hizo un esfuerzo y

    logr echarles un vistazo.

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    Vestidos con pieles de animales, tocados con plumas, provistos de armas tan primitivas y

    elementales como lanzas, espadas, arcos y flechas, aquellos hombres y mujeres lo miraban con el orgullo

    dibujado en sus rostros morenos y angulosos, y el desprecio reflejado en sus ojos de aguilucho. Tras ellos

    aguardaban sus monturas, unos extraos animales bpedos de pelaje rojizo. A Kurt se le hel la poca sangre

    que le quedaba en las venas.

    Aquellas personas eran lo que los urbanitas, los habitantes de las dumas, llamaban salvajes.

    As pues, haba llegado a los lmites de Mannawinard.

    No haba sido aqulla su intencin al huir de la duma, loco de dolor. Entonces, hasta los

    emponzoados Pramos le habran parecido un destino mejor que el aterrador Mannawinard, la inmensa y

    despiadada selva donde slo haba dos opciones: aprender a vivir como animales, o morir.

    Kurt mir a los salvajes con cansancio. Saba que, despus de tanto tiempo errando por los Pramos,

    comiendo los pequeos animales mutantes que cazaba y bebiendo las aguas de estanques contaminados, l

    mismo estaba tan enfermo que no le sera ya posible iniciar una nueva vida en ningn otro lugar. Haba

    perdido el cabello, estaba casi ciego y su cuerpo se hallaba lleno de bultos que no eran otra cosa que tumores

    provocados por la radiacin. Se le caa la piel a pedazos, tena la sangre envenenada, los pulmones abrasados

    y el sistema digestivo casi destrozado.

    Matadme pidi a los salvajes, con el poco aliento que le restaba. Matadme, por favor.

    Ellos no dieron muestras de haber entendido sus palabras. Mientras mantenan una rpida

    conversacin en un idioma que Kurt no entenda, el urbanita sinti que llegaba al lmite de sus fuerzas. Se le

    nubl la vista y, con un apagado jadeo, cay de bruces al suelo agrietado y polvoriento.

    Cuando recobr la consciencia, el escenario haba cambiado notablemente. Se hallaba fuertemente

    amarrado a un poste, y haba algo fresco y suave a sus pies, algo inquietantemente vivo. La luz del sol se

    filtraba lentamente por una especie de tamiz que estaba justo sobre l, y se oan misteriosas melodas que

    Kurt no haba escuchado nunca. Lentamente, sus castigados ojos lograron ver algo de que lo que haba a su

    alrededor.

    Estaba en un bosque, atado a un rbol, sentado sobre la hierba, escuchando los cantos de los pjaros.

    Naturalmente, puesto que Kurt haba nacido en una duma, una de las enormes megaciudades que se

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    alzaban ms all de los Pramos, nunca haba visto nada semejante. Pero haba odo hablar de ello, le haban

    explicado todo aquello en las clases de historia del colegio, desde que era un nio. Se llamaba Naturaleza. Y

    era enemiga del hombre y su tecnologa.

    Kurt sinti que se le encoga el estmago de terror.

    Estaba en Mannawinard. Por qu no le haban matado los salvajes?

    No tengas miedo dijo de pronto una voz justo a su lado, una voz femenina.

    Kurt se volvi hacia all y, con dificultad, logr distinguir los rasgos de una muchacha. Era muy

    joven, pero, aun as, su largo cabello era del mismo color que sus ropas, blancas como la nieve.

    Hablas mi idioma pudo decir. Eres urbanita?

    La chica no contest. Le dio a beber algo, y Kurt acept casi sin darse cuenta. Un lquido fresco,

    pero que no saba a nada.

    Me llamo Hana dijo ella, y soy sacerdotisa de Tara.

    Kurt logr esbozar una sonrisa con sus agrietados labios. Los salvajes eran tan primitivos que an

    crean en dioses. Cmo poda una parte de la humanidad haber dado un paso atrs tan gigantesco en su

    evolucin?

    Matadme dijo Kurt, sin plantearse por qu la muchacha poda comunicarse con l con tanta

    facilidad. Estoy enfermo, y no quiero vivir como vosotros. Matadme.

    Hana se sent junto a l, aparentemente sin dejarse impresionar por su aspecto, y le dirigi una

    mirada lmpida y profunda.

    Los Ruadh estaban a punto de ejecutarte le inform. Pero yo he hablado con el jefe Conall y

    le he pedido tu vida.

    Por qu has hecho eso? gru Kurt. Ya te he dicho que quiero morir. O es que puedes

    curarme con tus artes oscuras?

    Hana sonri.

    Yo no puedo curarte con mi magia dijo, aunque estoy segura de que en Mannawinard existen

    poderes que pueden lograr lo imposible. Pero, de todas formas, los Ruadh nunca te dejaran entrar en el

    bosque. No eres uno de nosotros.

    No quiero ser uno de vosotros replic rpidamente Kurt.

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    No podras. El brujo ha descubierto que algo en tu cabeza no es natural.

    Kurt tard un momento en entender lo que quera decir.

    El urbanita perteneca a una buena familia, pero, por alguna razn, algo haba salido mal en las

    planificaciones de los genetistas, y haba nacido con un defecto congnito: le faltaba parte del crneo. Eso no

    haba supuesto ningn problema para l, puesto que la ciencia en las dumas poda hacer cosas tales como

    dotarle de un crneo artificial mediante una sencilla operacin. Quiz la salvaje se refera a eso.

    Matadme de una vez gru de nuevo Kurt.

    Hace varios aos que no acude nadie a Mannawinard le explic ella, como si no le hubiera

    odo. T eres el primero. Por qu has venido?

    Kurt gru otra vez, pero haca rato que sus dolores haban disminuido, y en el fondo echaba de

    menos la conversacin con otro ser humano, aunque fuera una salvaje. De modo que le habl de sus dolores

    de cabeza.

    Haba pasado treinta aos viviendo con su crneo artificial sin tener un solo problema. Pero,

    transcurrido este tiempo, algo haba empezado a cambiar. Primero eran pequeos pinchazos en la sien,

    despus se convirtieron en jaquecas crnicas, luego en una migraa casi permanente. Lo haba probado todo,

    pero los mdicos no lograban remediar su mal. Le hicieron multitud de reconocimientos y todos concluyeron

    lo mismo: estaba sano, no haba ningn problema en su cabeza, su crneo no estaba deteriorado.

    Los dolores se hicieron casi insoportables. Kurt dej su trabajo en la gran empresa Protogen,

    abandon a su familia, dej de ver a sus amigos. Descubri que los dolores se hacan ms intensos cuando

    pasaba cerca de la alta torre que haban construido en el centro de la ciudad; se quej al Consejo, pero le

    dijeron que era imposible que la actividad de la torre provocara sus migraas, porque en ningn caso

    afectaba a los seres humanos.

    Sin embargo, Kurt saba que no era as. Se fue a vivir a otra duma, pero sus dolores no

    desaparecieron. Finalmente, loco de dolor, se atrevi a abandonar la ciudad y a internarse en los Pramos.

    Lejos de las dumas, las migraas cesaron, pero la contaminacin de aquel lugar maldito comenz a

    envenenar su cuerpo lentamente.

    Hana escuch su historia con atencin. Despus habl, con voz suave y serena:

    Cuando comenz la guerra entre Mannawinard y los urbanitas de las dumas, muchos de stos

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    huyeron para unirse a nosotros y regresar al seno de la Madre Tierra. Durante muchos siglos, sin embargo,

    los Pramos actuaron como una frontera infranqueable, porque nadie poda adentrarse en ellos sin morir

    instantneamente. Pero con el tiempo el aire limpio de Mannawinard logr purificar en parte la atmsfera

    contaminada de los Pramos, y de nuevo volvimos a recibir a prfugos de las dumas. No eran muchos, eso es

    cierto, pero acudan a nosotros. Y de pronto, un da dejaron de venir. Por eso nos interesa mucho saber por

    qu, despus de tanto tiempo, has aparecido t aqu hoy.

    Ya te lo he contado, ya te he dicho lo que s. Ahora, por favor, aydame a morir.

    Y qu vas a hacer despus?

    Despus?

    Cuando mueras, a dnde irs?

    Kurt dej escapar una amarga carcajada.

    Nadie va a ninguna parte despus de muerto, nia.

    Te equivocas. Todos vamos a donde queremos ir porque, tras la muerte del cuerpo, nuestro

    espritu por fin es capaz de volar libre. Si t crees que no irs a ninguna parte, puede que entonces tu espritu

    muera de verdad.

    Con las escasas fuerzas que le quedaban, Kurt trat de deshacerse de las cuerdas que lo mantenan

    atado. No lo consigui.

    Maldita sea, nia, cllate y djame morir de una vez!

    Ella no se inmut. Se inclin junto a l.

    Si pudieses elegir, a dnde iras?

    Kurt call un momento. Sus ojos se nublaron.

    Ira a un lugar donde existiera la paz. Un lugar donde mi cabeza pudiera por fin quedar en silencio.

    Entonces all es a donde irs, Kurt Kappler de Duma Kendas susurr la muchacha con dulzura.

    Kurt no se pregunt por qu conoca ella su nombre. Cerr los ojos y una maravillosa sensacin de

    bienestar lo recorri de arriba a abajo. Ser magia?, se dijo, absolutamente aterrado. Pero no tena fuerzas

    para resistirse.

    El dolor ces, y una inmensa paz se apoder de l. Finalmente, con una serena sonrisa en los labios,

    Kurt expir.

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    Hana se qued un momento inmvil bajo la sombra de la ltima fila de rboles, contemplando el

    horizonte envuelto en niebla, meditando las palabras del urbanita. Tras ella, silenciosas, las mujeres de su

    grupo esperaban su seal.

    Hana haba sido elegida por la diosa Tara para iniciar un acercamiento entre los urbanitas y los

    habitantes del bosque, la Sacerdotisa Kea se lo haba comunicado apenas unos meses antes. Ella y sus

    compaeras deban abandonar Mannawinard, quiz para siempre, e instalarse en aquel lugar desolado que

    haba destrozado con su veneno el cuerpo de Kurt Kappler. Su misin era fundar una comunidad que

    extendiese la voz de Tara ms all de los lindes de Mannawinard.

    Pero Hana no tena miedo, aunque saba que echara de menos Mannawinard y su vida sirviendo a

    Tara, la Diosa Madre, la divinidad de la Tierra, que haba resucitado para volver a tomar el control del

    planeta.

    Record la extraa historia de Kurt, y frunci el ceo. Sospechaba que aquella informacin era

    importante, muy importante, pero no saba en qu sentido.

    Algn da, lo averiguaremos, se dijo a s misma, llena de fe. Y te prometo, Kurt, que nadie ms

    sufrir como t. Saba que, para cumplir su promesa, haran falta aos, quiz siglos; pero alguien deba dar

    el primer paso.

    Hana se volvi hacia sus compaeras. Todas ellas estaban nerviosas, pero le devolvieron una mirada

    decidida.

    Una suave brisa las envolvi, como un clido aliento de despedida, y jug con los cabellos blancos

    de Hana. Ella sonri. As hablaba con los suyos la Diosa Madre.

    Pero Hana pudo percibir algo ms en aquella brisa, algo que ninguna de sus compaeras fue capaz de

    captar: el espritu de Kurt descansaba por fin, en un lugar lleno de paz y silencio.

    La muchacha sonri de nuevo. Carg con sus escasas pertenencias y dio un paso hacia adelante, y

    despus otro, y otro, hasta que las nieblas de los Pramos se la tragaron.

    Una tras otra, las mujeres elegidas la siguieron.

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    CAPTULO I: CIELOS DE ACERO.

    Kim se enfund los guantes negros, pensativa, y mir hacia arriba, tan arriba como podan alcanzar

    sus ojos. El enorme edificio de la sucursal de Probellum se alzaba hasta el infinito y se perda en el cielo

    nocturno.

    La muchacha suspir casi imperceptiblemente y flexion un brazo, sintiendo los msculos bajo la

    piel. Asinti, satisfecha, y procedi a doblar el otro brazo y a mover un poco las piernas, slo para asegurarse

    de que no estaba entumecida de tanto esperar. Necesitaba que todo su cuerpo estuviese en perfectas

    condiciones aquella noche.

    Apoy la espalda en la pared y mir a su alrededor. Aquella amplia avenida del Centro de Duma

    Findias estaba casi vaca. Apenas unas horas antes bulla de actividad, repleta de jvenes que estaban de

    juerga. Ahora, despus de que los robots vigilantes hubiesen dado el toque de queda, apenas s quedaba

    algn rezagado borracho, arrastrndose hacia la zona residencial.

    Kim los haba observado gritar, rer, hacer ruido y divertirse entre las luces de nen. Saba que nunca

    sera como ellos, pero no los envidiaba. Llevaba aquella vida por eleccin propia. Una vez, tiempo atrs, ella

    tambin haba vivido en el Centro.

    Una jaula de oro murmur para s misma.

    De pronto se le puso la piel de gallina y sinti que alguien se deslizaba hacia ella, entre las sombras.

    Aguz el odo, un odo extraordinario, mejorado biotecnolgicamente para escuchar hasta el ms leve soplo

    de brisa, y percibi unos pasos que se acercaban.

    Fue visto y no visto. Con un movimiento de pantera se separ de la pared, sac su arma y apunt a la

    oscuridad.

    No des un paso ms advirti, con voz fra y acerada.

    Kim, soy yo.

    Kim no apart la pistola hasta que vio emerger de las sombras a un hombre fornido y musculoso, con

    el crneo rasurado, tambin vestido de negro.

    TanSim murmur ella entonces, de mal humor. Se puede saber por qu llegas tan tarde?

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    Hay un cambio de planes.

    Kim lo mir, intrigada y suspicaz. TanSim sonri.

    Olvdate de Probellum, pequea. Esta noche va a caer un pez ms gordo.

    Kim sinti inmediatamente en sus venas el veneno de la excitacin del peligro, el riesgo y la

    aventura. Probellum era la megacorporacin ms avanzada en armamento y sistemas de defensa, y su

    sucursal de Duma Findias era un autntico fortn. La muchacha llevaba semanas preparando aquel asalto,

    pero, si TanSim tena razn y sus superiores les haban encargado algo ms difcil

    Lade la cabeza y mir a su compaero, exigiendo una explicacin.

    Nemetech dijo l, con una amplia sonrisa.

    Kim respir hondo. Nemetech tena su sede central en Duma Findias, y era prcticamente la duea y

    seora de la ciudad. Nemetech no tena un edificio de ciento cincuenta plantas, como Probellum. Nemetech

    iba mucho ms all: sus instalaciones de Duma Findias estaban constituidas por todo un complejo de

    edificios enormes y altsimos, una ciudad dentro de la ciudad.

    Pese a ello, slo haba dos cosas interesantes que robar en Nemetech: prototipos e informacin.

    Kim sonri. La mejor forma de robar informacin era contar con los servicios de un hacker; y la

    chica slo conoca a uno lo suficientemente bueno como para poder entrar en los archivos virtuales de

    Nemetech. Ese uno no perteneca a la Hermandad, y Kim saba positivamente que no se molestara en

    escuchar a alguien como TanSim.

    Por tanto, slo quedaba una posibilidad: robar prototipos del LIBT, Laboratorio de Investigacin

    Biotecnolgica, de Nemetech.

    Kim alz la cabeza para mirar a su compaero.

    No voy a entrar ah contigo, TanSim le advirti.

    El mercenario le dedic una amplia sonrisa.

    Por qu no, pequea? Tienes miedo?

    Soy prudente replic ella. No es que dude de tu talento, amigo mo, pero reconoce que el

    LIBT de Nemetech es algo que excede tus capacidades.

    TanSim hizo una mueca de desprecio.

    Todava te acuerdas de aquello, eh? Admtelo, pequea, Duncan el Segador est muerto, y no va

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    a volver slo porque t le eches de menos.

    No le echo de menos replic Kim secamente. Pero era el mejor mercenario de la Hermandad,

    mejor que t y que yo, y que Donna, lo sabes. Era el mejor y cay all dentro. Es como para pensrselo, no

    crees?

    Depende de cunto paguen.

    Kim no respondi. Saba que algn da hara una incursin en el LIBT de Nemetech, saba que

    saldra con vida. Pero todava no estaba preparada. En el fondo, pese a lo que quisiera hacer creer a sus

    compaeros, an senta una punzada de dolor al evocar a Duncan, el mejor mercenario de todas las dumas,

    su maestro, su amigo.

    No sufras, pequea aadi TanSim. No vamos a entrar en el LIBT, o, al menos, no esta

    noche.

    Kim lo mir, intrigada. TanSim sonri de nuevo.

    El pequeo robot rastreador se detuvo junto al muro de seguridad. Una luz roja parpade en la parte

    superior de su armazn; bip-bip, hizo el robot suavemente. Sus sensores haban detectado algo extrao en un

    rincn en sombras, as que procedi a iniciar el activado del mecanismo que dara el aviso a los guardias de

    seguridad.

    Nunca lleg a hacerlo. Un pequeo rayo lser sali de las sombras y fundi sus circuitos de

    orientacin en apenas unas centsimas de segundo.

    El robot emiti un agudo pitido y sali rodando a toda velocidad, humeando, alejndose de all y

    perdindose en la oscuridad.

    Sobrevino un silencio. Entonces, lentamente, una sombra se desliz junto a la pared, una sombra

    gil, rpida, silenciosa y letal.

    El intruso mir a su alrededor. No se vea al robot rastreador por ningn lado, y los vigilantes, segn

    sus informes, no tenan que aparecer por aquel sector hasta dos minutos despus.

    Dos minutos. Eso bastara.

    Alz la cabeza para mirar a lo alto del enorme edificio que tena frente a s. Como la mayora de

    rascacielos del Centro, sus ltimos pisos rozaban las oscuras nubes, del color del acero, que siempre cubran

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    Duma Findias. El incursor sonri para s mismo bajo el pasamontaas negro, y activ con slo desearlo su

    mecanismo de visin nocturna. Apenas se oy un leve zumbido: bzzzzzzz, y alrededor de sus ojos azules

    aparecieron dos cercos metlicos que, a la manera de unos anteojos, crecieron directamente desde su piel

    para formar unos prismticos. Cuando la lente se cerr ante sus pupilas, el intruso volvi a mirar hacia arriba.

    Otro zumbido, bzzzzzz, y el zoom de los pequeos prismticos enfoc a una de las ventanas.

    El intruso estudi la ventana con atencin, calibrando todas las posibilidades. Una voz metlica son

    desde el intercomunicador colocado cerca de su odo.

    Lo tienes, Cua?

    Lo tengo, Trueno respondi el intruso en un susurro; su voz qued ligeramente ahogada por la

    tela del pasamontaas. Piso cuarenta y ocho. Doble cristal de seguridad. Pan comido.

    He desactivado la alarma, Cua. El resto es cosa tuya. Podrs alcanzarlo?

    Es un juego de nios.

    El incursor cort la comunicacin y mir a su alrededor. Se oan pasos un poco ms all, de modo

    que decidi apresurarse. Volvi a centrar su mirada en la ventana del piso treinta y ocho. Bzzzz, volvi a

    zumbar el aparato.

    Objetivo centrado son una voz ciberntica, tan leve que slo el intruso pudo orla.

    Coordenadas fijadas.

    Sistema de propulsin murmur l, en respuesta.

    Sinti enseguida que las suelas de sus botas se recalentaban.

    Sistema de propulsin activado replic la voz ciberntica.

    El intruso hizo que sus pequeos prismticos volvieran a retraerse hasta quedar ocultos de nuevo

    bajo la piel, como si jams hubiesen estado all. Volvi la cabeza hacia una esquina y oy perfectamente

    cmo los pasos se acercaban.

    Bien, all vamos murmur.

    Las suelas de sus botas emitan un tenue resplandor azulado. Se oy un leve sonido, zziiiiipp, y,

    sbitamente, el incursor sali impulsado hacia arriba, como un cohete, pero sin hacer el menor ruido

    Se detuvo frente a la ventana que haba estado estudiando momentos antes. Se qued un momento

    as, flotando en el aire, mientras dos guardias de seguridad pasaban justo por el lugar donde haba estado,

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    cuarenta y ocho pisos ms abajo. Coloc entonces las palmas de las manos, cubiertas por guantes negros,

    contra el cristal, y qued inmediatamente fijado a l. El resplandor de las suelas de las botas desapareci. El

    desconocido adelant entonces los pies, y las puntas de sus botas se adhirieron tambin a la ventana. Se

    qued un instante inmvil, como una enorme araa negra, y entonces, lentamente, separ una de las manos y

    extendi el dedo ndice hacia el cristal.

    Zzzzzz inmediatamente, de la punta del dedo emergi un pequeo rayo lser de color rojo.

    El intruso no tuvo que esperar mucho tiempo. Apenas unos minutos despus, el lser haba fundido

    parte del cristal, haciendo un agujero lo bastante grande como para que pudiera entrar por l.

    As lo hizo. Su cuerpo era gil, esbelto y elstico. En cuanto puso los pies dentro del edificio se

    ocult en un rincn en sombras en la pared y escuch.

    Nada. Ni un solo ruido.

    Trueno, estoy dentro susurr por el intercomunicador. Esto parece estar desierto.

    No deberas encontrar ningn problema le respondi la voz cerca de su odo. Es slo un

    edificio de almacenamiento. Lo que buscamos est un poco ms all, en el ala tres

    El incursor cort sbitamente la comunicacin al or un pequeo zumbido que vena del fondo del

    pasillo. Contuvo el aliento mientras un robot achatado y lleno de luces azules pasaba ante l moviendo en el

    aire un montn de pinzas. Se detuvo un momento en el pasillo, emiti un leve pitido, extendi un apndice

    hacia el rincn donde se ocultaba el extrao

    Se oy otro zumbido. El robot se limit a aspirar el polvo y sigui su camino.

    Cua, qu pasa?

    No es nada respondi el intruso por el intercomunicador. Los de la limpieza. Y ahora, qu?

    El almacn est a tu derecha. La cuarta puerta despus de la segunda interseccin.

    Odo, Trueno. Voy para all.

    El incursor volvi a cerrar la comunicacin y se desliz, sigiloso como la noche, en la direccin

    indicada.

    No tard mucho en llegar. Una gruesa puerta metlica le cerraba el paso, y se inclin para examinar

    el panel de control.

    Trueno, ya tienes los cdigos? susurr por el intercomunicador.

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    Dame un minuto, quieres? Si slo

    El intruso se apart un poco y extendi el dedo hacia el panel, con un suspiro exasperado. En apenas

    unas dcimas de segundo su rayo lser haba fundido los circuitos, y la puerta se abra sin ruido ante l.

    Eh! protest la voz del intercomunicador. Te dije que

    Aprende a ser ms rpido, pequeo replic el otro con sorna.

    Entr en el almacn con precaucin, pero enseguida se dio cuenta de que no haba nadie all. Ni

    siquiera haba detectores de calor o sensores de movimiento, y daba por sentado que su compaero habra

    desactivado las cmaras de seguridad.

    El incursor se quit el pasamontaas, dejando al descubierto una corta melena rubia y un rostro

    femenino y juvenil, pero duro como el acero.

    Basura gru Kim, decepcionada. Qu es lo que buscamos aqu? No puede ser nada

    importante.

    Te lo repito otra vez, Cua? La voz de TanSim sonaba burlona por el intercomunicador. Un

    biobot, pequea. Un simple y vulgar biobot.

    Kim movi la cabeza con un suspiro.

    Absurdo dijo. Bueno, veamos qu hay por aqu.

    Encendi la linterna y pase la luz por el almacn.

    Aquella visin la sobrecogi. Estantes y estantes recubran las paredes desde el suelo hasta el techo;

    en ellos se alineaban cientos y cientos de bustos con forma humana, todos iguales, todos fros, rgidos y sin

    vida.

    Androides binicos.

    Trueno, hay miles susurr Kim, irritada. No sirve uno cualquiera?

    Ya sabes que no replic la voz de TanSim por el intercomunicador. El cliente manda. Y el

    cliente ha dicho: androide binico marca Nova, nmero de serie AD-23674-M. Y no otro.

    Kim suspir de nuevo y se acerc a las estanteras, para ir revisando, uno por uno, el nmero de

    serie, sin terminar de comprender muy bien qu estaban haciendo all.

    Como mercenaria de la Hermandad Ojo de la Noche, la asociacin de ladrones y asesinos ms

    poderosa de todas las dumas, Kim estaba considerada parte de la lite de aquel oficio. A sus diecisiete aos

  • Las hijas de Tara Ediciones SM, 2002

    Laura Gallego Garca

    era una de los mejores, y lo saba. No en vano haba dedicado parte de su vida a entrenarse, a aprender a

    moverse por toda clase de ambientes, a colarse en cualquier lugar, por vigilado que estuviera. No en vano

    haba gastado tiempo y dinero mejorando su cuerpo con implantes subcutneos que la hacan ms rpida,

    ms gil y, sobre todo, ms fuerte. Aquello era una prctica habitual entre los mercenarios, y Kim poda

    enorgullecerse de tener un cuerpo casi de acero, altamente preparado para el combate. En el Ojo de la Noche

    eran perfectamente conscientes de sus capacidades y, por ello, slo le encargaban las misiones ms

    importantes o ms difciles.

    Y aquella situacin no encajaba muy bien con el perfil de los trabajos a los que ella estaba

    acostumbrada.

    Androides binicos. Biobots, como se los conoca familiarmente. La joya de Nemetech.

    Mientras recorra el almacn en busca del androide AD-23674-M, Kim sigui pensando en

    Nemetech, una gigantesca empresa dedicada a la investigacin en las tecnologas ms avanzadas. Al

    principio se haba limitado a la fabricacin de robots pero, como sola suceder en un mundo en que la

    poltica de empresa consista en crecer hasta aplastar a la corporacin de al lado, Nemetech pronto

    haba extendido sus tentculos hacia otros campos, y haba empezado a realizar experimentos

    genticos y biotecnolgicos en sus laboratorios secretos. Esto le haba permitido lanzar al mercado

    los biobots, los androides binicos, que al salir de la fbrica no eran ms que un busto humanoide,

    cabeza, cuello y hombros, pero que tenan la capacidad de asimilar y procesar materiales para

    construirse sus propios cuerpos adaptndose a las circunstancias. Los biobots fueron pronto muy

    populares, y Nemetech desbanc a casi toda la competencia en inteligencia artificial. Actualmente,

    Nemetech fabricaba la mayora de los modelos de las dumas, y sus biobots estaban por todas partes.

    Por todas partes. En las calles, en las casas, en los establecimientos, incluso se haban hecho

    imprescindibles para las empresas de la competencia. Eran abundantes y baratos.

    Por qu querra alguien robar uno del mismo almacn de Nemetech?

    Kim se encogi de hombros y decidi no pensar ms en el asunto. Le pagaban para que

    realizara un trabajo, no para que hiciera preguntas.

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    Laura Gallego Garca

    Finalmente encontr la estantera de las unidades de serie AD, y respir hondo, satisfecha. No

    terminaba de encontrarse cmoda en aquel lugar, con tantos biobots aguardando, silenciosos, en

    interminables filas contra la pared. Slo a Nemetech se le ocurra fabricar robots con forma humanoide. Kim,

    personalmente, lo encontraba de muy mal gusto.

    Cua? La voz de TanSim por el transmisor casi logr sobresaltarla. Lo tienes ya?

    Kim esboz una sonrisa. Tampoco a l pareca gustarle aquella misin tan extraa, y eso que no

    haba tenido que entrar en el edificio; su papel en la incursin se limitaba a desbaratar los circuitos de

    cmaras y alarmas desde fuera.

    El haz de su linterna sigui recorriendo la fila de biobots nuevos, relucientes, con la memoria todava

    vaca de datos, con el aspecto de muecos fros y muertos. AD-23670-M, AD-23671-M, AD-23672-M, AD-

    23673-M

    Kim se detuvo. Enfoc a la unidad que tena ante ella, y ley el nmero de serie grabado en el

    hombro de aquel biobot: AD-23674-M.

    Te encontr, amiguito murmur.

    Sbitamente, el biobot abri los ojos y la mir.

    Kim se sobresalt, y casi dej caer la linterna. Con el corazn latindole con fuerza, furiosa ante

    aquel incidente, alarg la mano hacia el cable de alimentacin para desconectarlo. Tir del cable, que cedi

    sin necesidad de presin. Kim se qued con el enchufe en la mano, consternada, sin terminar de comprender

    qu estaba pasando all. El androide segua mirndola, y no haba estado conectado en ningn momento.

    Cua, qu es lo que pasa? pregunt TanSim por el intercomunicador.

    Kim no contest. Sus ojos estaban fijos en los ojos de aquel biobot, que se haban iluminado con un

    leve resplandor azulado que parpadeaba misteriosamente en la oscuridad. De pronto apareci en su frente

    una marca luminosa muy extraa, un smbolo que Kim no haba visto nunca...