HIISSTTOORRIIAASS DDEE UUNN...

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1 H H I I S S T T O O R R I I A A S S D D E E U U N N C C O O N N T T E E N N E E D D O O R R De Patxo Telleria Estrenada el 16 de Enero de 2002 En el Teatro Social de Basauri Producción: Maskarada Reparto: Lionel: Mikel Martinez Theodor: Patxo Telleria Dirección: Aitor Mazo Ayudante de dirección: Jokin Oregi

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HHIISSTTOORRIIAASS

DDEE UUNN

CCOONNTTEENNEEDDOORR

De Patxo Telleria

Estrenada el 16 de Enero de 2002

En el Teatro Social de Basauri

Producción:

Maskarada

Reparto:

Lionel: Mikel Martinez

Theodor: Patxo Telleria

Dirección:

Aitor Mazo

Ayudante de dirección:

Jokin Oregi

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En el escenario, dos contenedores de basura en una esquina de una

calle cualquiera. De uno de ellos empieza a salir humo.

Theodor. (Off)

¡Lioneeeel! ¡Lionel Zaboooor! ¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!!

Desde el interior del otro contenedor una voz responde.

Lionel. (Off)

¿Qué pasa?

Theodor. (Off)

¡Ayúdame!

Lionel. (Off)

Ahora no puedo, me estoy pudriendo.

Theodor. (Off)

¡Por favor!

Lionel asoma su cabeza del contenedor.

Lionel.

¡Qué barbaridad! Si es que no le dejan a uno fermentar en paz. A ver, ¿qué

pasa?

Theodor. (Off)

¡¡Me estoy quemando!!

Lionel.

Ya veo. ¿Y qué?

Theodor. (Off)

¡No me quiero quemar!

Lionel.

¡No me quiero quemar!”, “¡No me quiero quemar!” ¡Ya me dirá el señorito

por qué razón no se quiere quemar!

Theodor. (Off)

No es el momento.

Lionel.

¿Qué tontería es esa? ¡Cualquier momento es bueno para quemarse!

Theodor. (Off)

¡¡¡Por favor!!!

Lionel.

Esta bieeeen... A ver si encuentro algo...

Theodor. (Off)

¡Date prisa!

Lionel.

¡Ya va!

Lionel rebusca entre la basura de su contenedor. Por fin encuentra un

tetrabrick de vino medio acabado.

Lionel.

Mira, a lo mejor has tenido suerte.

Theodor. (Off)

¡¡Rápido!!

Lionel arroja el vino en el contenedor de Theodor. El humo se apaga.

Theodor asoma la cabeza empapada y arroja un chorrito de vino por la

boca.

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Theodor.

¡¡Ummm!! (Con agrado) ¡Tenía su puntillo de vinagre!

Lionel.

Por supuesto, no lo acabo de descorchar, precisamente.

Theodor.

Pues muchas gracias.

Lionel.

De nada, todos somos basura, ¿no?

Theodor.

(Mirando a su alrededor, con rabia) ¡¡Esa manía de quemar contenedores!!

Qué pasa, ¿habéis bebido detergente? ¿Qué os hemos hecho? (A Lionel)

¿Qué les hemos hecho, Lionel?

Lionel.

¡Ah! ¿Quién entiende a la gente?

Theodor.

Son estúpidos, si mi opinión te interesa para algo.

Lionel.

Me interesa, Theodor, lo que no quiere decir que estés en lo cierto. Nosotros

no podemos opinar sobre la gente. No somos gente. Afortunadamente.

Theodor.

¡¡Afortunadamente!! ¡¡Vade retro!! De todas formas, nosotros no podemos

opinar sobre la gente, pero la gente puede “orinar” sobre nosotros. (...)

¡Pensar que he estado a punto de ser achicharrado por un mamarracho!

Lionel.

¡Qué exagerado! No eran más que cuatro papeles. ¿Por qué no has

reaccionado?

Theodor.

¿Eh?

Lionel.

Te has quedado paralizado, sin hacer nada. Parecías un guardia municipal.

Theodor.

Es cierto. Me he bloqueado. No quería acabar así.

Lionel.

Así vas a acabar, y dentro de muy poco, además.

Theodor.

(...) Ya lo sé.

Lionel.

Creía que estabas preparado.

Theodor.

Y lo estoy.

Lionel.

¿Entonces?

Theodor.

Una cosa es ser incinerado en una planta de residuos, como Dios manda,

rodeado de los tuyos, y otra acabar achicharrado en un contenedor, sin saber

por qué ni para qué... Es un final absurdo. Y uno, después de tanto tiempo

de honrada corrupción, en la hora final espera un poco de dignidad. Sobre

todo sabiendo que más allá del vertedero no hay nada.

Lionel.

Absolutamente nada.

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Theodor.

La nada absoluta.

Lionel.

A despecho de esos ingenuos que creen en otra vida. (Hablando hacia dentro

del contenedor) ¿Lo oyes? Después no hay nada, ¡cero patatero!

Theodor.

¿Con quién hablas, Lionel?

Lionel.

(Sacando una botella de leche de plástico) Con un reciclable.

Theodor.

¡Buah! ¡No quiero ni verlo! Esos petulantes se avergüenzan de su

condición. ¡“Eh, que nosotros no somos basura”!

Lionel.

“Somos “basura reciclable”.

Theodor.

Y una cáscara de plátano imagina que se va a reencarnar en ordenador

portátil.

Lionel.

Son una secta peligrosa.

Theodor.

Son el opio del basurero.

Lionel.

Hay que agarrar el rábano por las hojas. Nosotros somos basura.

Theodor.

¡Despojos!

Lionel.

¡¡¡Chatarra!!!

Theodor.

¡¡¡Escoria!!!

Los dos.

Y a mucha honra.

Tras la euforia llega el abatimiento.

Theodor.

Lo malo es cuando el final se acerca.

Lionel.

En nuestro caso, se precipita.

Theodor.

Entonces todo se tambalea. Y es duro.

Lionel.

Yo he compuesto una Oda para esta ocasión.

Theodor.

¡Lo sabía!

Lionel.

¿El qué?

Theodor.

Te estás poniendo sentimental.

Lionel.

No es cierto.

Theodor.

Estás flaqueando a última hora.

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Lionel.

¡No!

Theodor.

Te has ablandado como una naranja enmohecida...

Lionel.

¡Hablas sin saber!

Lionel se va metiendo en su contenedor.

Theodor.

Y pretendes montarme una escenita lacrimógena...

Lionel.

Déjame en paz.

Theodor.

No me esperaba semejante patetismo de ti. Estás... Estás...

Theodor mira pero no ve a Lionel. Se asusta.

Theodor.

¿Dónde estás? Lionel... (...) Lionel... ¿Qué haces?

Lionel. (Off)

(Seco y ofendido) Enmohecerme.

Theodor.

¿No vas a salir?

Lionel. (Off)

¿Para qué?

Theodor.

No sé... Para hacernos compañía.

Lionel. (Off)

¿Te estás poniendo sentimental?

Theodor.

Vale, no he dicho nada.

Theodor se ríe solo.

Theodor.

Me estoy imaginando tu oda. “Yo soy basura porque el mundo me ha hecho

así...”

Lionel se asoma.

Lionel.

No tiene ni maldita la gracia.

Theodor.

¿Cómo es?

Lionel.

¿A ti qué te importa?

Theodor.

Vamos...

Lionel.

No.

Saca una armónica.

Theodor.

Te acompaño con la armónica.

Lionel.

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Está rota.

Theodor.

¡Pero le saco chispas! (...) Por favor.

Lionel.

No.

Theodor.

Es mi última voluntad.

Ante semejante chantaje emocional, Lionel comienza a recitar, solemne,

acompañado por la armónica de Theodor.

Lionel.

Creo que un día me quemarán. Creo que mis cenizas subirán chimenea

arriba, que formarán una nube de dioxinas, que caerán en un prado. Creo

que de mis cenizas brotará una brizna de hierba contaminada, que una vaca

comerá ese brote emponzoñado, que de sus ubres manará una leche tóxica.

Creo que un papa comprará esa leche, y se la ofrecerá a su hijita en el

biberón. Creo que la tierna criatura sufrirá una tumultuosa descomposición y

que el cubo de la basura se llenará de pañales rebosantes de apestosas

caquitas. Y así, de la basura que ahora somos, nacerá la basura del mañana.

Theodor, tras un rato de emocionado silencio, rompe a aplaudir.

Theodor.

¡Bravo! ¡Asqueroso! ¡Piltrafa! ¡Escoria! ¡Detritus!

Lionel.

Bueno, tampoco es para tanto.

Theodor.

¡Se me ha puesto la costra de gallina!

Lionel.

Es una cosita de nada.

Theodor.

Es el Manifiesto Basurista.

Lionel.

Me sobreestimas.

Theodor.

¿Sabes Lionel? Es reconfortante saber que tu vida como escombro tiene

sentido. Saber que todo encaja perfectamente.

Lionel.

Consuela mucho.

Theodor.

En eso nos diferenciamos de la gente.

Lionel.

Deja en paz a la gente.

Theodor.

Son unos necios de siete suelas.

Lionel.

Y dale...

Theodor.

Sin ir más lejos, te parecerá normal que se queden mirando a dos

desperdicios de contenedor.

Lionel.

No provoques, que luego pasa lo que pasa.

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Theodor.

Qué me van a hacer, ¿echarme a la basura? (Se ríe de su ocurrencia)

Lionel.

Quizá te vuelvan a quemar el contenedor.

Theodor.

(Asustado) ¡No he dicho nada!

Lionel.

Eso es más sensato. Y ahora adentro. Ya debe faltar poco.

Theodor.

Sí.

Lionel.

Deberías estar contento.

Theodor.

¡Y lo estoy! ¿Y sabes por qué? Por la nube tóxica. Me ha gustado eso de las

dioxinas al viento. Siempre he soñado con volar, con ver la ciudad desde

arriba. ¡Por supuesto que estoy contento!

Lionel se mete en su contenedor. Theodor canta.

Theodor.

“Que alegría cuando me dijeron...”

Theodor canta cada vez con menos convicción.

Theodor.

Lionel... (...) Lioneeeeel...

Lionel. (Off)

¡Hummmm!

Theodor.

¿Qué haces?

Lionel. (Off)

Intento descomponerme, ¡si es posible!

Theodor.

Sal un momento...

Lionel sale.

Lionel.

¿Qué pasa?

Theodor.

Fíjate cómo nos miran, como pensando “qué par de pobres desgraciados”.

Lionel.

Puede.

Theodor.

Y tiene gracia. Porque vamos a ver... ¿de dónde surge la vida?

Lionel.

Del estiércol.

Theodor.

¿Y en qué acaba?

Lionel.

En estiércol.

Theodor.

Exacto. La basura es el alfa y el omega de la vida. Es más, ¿por qué hay

gente en el mundo?

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Lionel.

Porque alguien tenía que producir basura.

Theodor.

Exacto.

Lionel.

Pero eso ya lo sabemos.

Theodor.

Ellos no.

Lionel.

¿Y?

Theodor.

Deberíamos explicárselo.

Lionel.

Estás loco.

Theodor.

Así se nos hará más corta la espera.

Lionel.

¿Se te está haciendo larga?

Theodor.

Un poco.

Lionel.

No estarás nervioso.

Theodor.

No. ¿Por qué iba a estarlo? Pero puede ser divertido... Además, ¿qué otra

cosa podemos hacer?

Lionel.

A mí me gustaría fermentar un poquito más.

Theodor.

Pero qué dices, Lionel, amigo, compañero, si estás asqueroso.

Lionel.

Bah...

Theodor.

Hueles a podrido a kilómetros.

Lionel.

(Halagado) ¿De verdad?

Theodor.

De verdad.

Lionel.

Eso lo dirás a todos.

Theodor.

Te encontraría en un vertedero con los ojos cerrados.

Lionel.

Lo cierto es que tengo un tufo especial, todos me lo dicen.

Theodor.

Nauseabundo...

Lionel.

Bah...

Theodor.

Asqueroso. Como para vomitar.

Lionel.

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Basta, que me estás sacando los colores.

Theodor ha convencido por fin a Lionel. Sale de su contenedor y se

dispone a prepararse para escenificar una historia. Para ello rebusca

en los contenedores en busca de elementos de atrezzo. Encuentra un

casco y gafas de soldador.

Theodor.

Pongamos por un lado un tipo normal, un trabajador con un sueldo decente;

por otro lado un comerciante con mucha labia. Juntémoslos, ¿y qué

tendremos?

Lionel.

Basura.

Theodor.

Yo seré el incauto trabajador.

Lionel.

Yo quería ser el trabajador.

Lionel.

No hay problema. Entonces haz de vendedor. A ver qué encuentras por ahí.

Lionel junta un montón de desperdicios y los introduce en un roñado

carrito de supermercado. Mientras, Theodor habla.

Theodor.

La gente tiene ordenadores. Nosotros contenedores. Partimos con ventaja.

Lionel.

Dime qué tiras a la basura y te diré cómo eres.

Theodor.

¿Estás preparado?

Lionel.

Sí.

Theodor.

“Homo basuriensis”.

Lionel.

O cómo la razón de ser de los humanos es producir basura.

Lionel “entra en escena” arrastrando el carrito lleno de basura.

Lionel.

¡Materiales de aventura! Puentin, Eskeitin, Treikin, Raftin... ¡Sumérgete en

aguas corrientes y nosotros nos sumergiremos en tu cuenta corriente!

Theodor pasa delante, corriendo, con su casco y sus gafas de soldador.

Lionel.

Eh, joven, ¿un chute de adrenalina?

Theodor.

No, gracias, ya estoy colocado. Soy soldador en los Astilleros de

Euskalduna. Y perdón pero tengo prisa. Voy a subir al monte Artxanda.

Lionel.

¿Por dónde, por la cara norte, por la cara sur?

Theodor.

Por la cara, a secas, voy en horas de trabajo. Tengo una aventurilla en un

discreto hotelito.

Lionel.

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¿Aventura? Entonces soy su hombre. Dígame, ¿de qué va el asunto?

Theodor.

Es asunto mío.

Lionel.

Y de la chica, y del taxista, y del conserje del discreto hotelito...

Theodor.

¡Es verdad, qué escándalo!

Lionel.

Olvide el hotel, usted necesita anonimato.

Le entrega una pequeña mochila rota de niño.

Lionel.

Le ofrezco el quit completo del aventurero: en la mochila tiene usted saco

de dormir, navaja mil usos, infiernillo, cacerola y una interina filipina.

Theodor.

Qué bueno.

Lionel.

Esto también le vendrá bien. (Le da un condón)

Theodor.

¿Un condón?

Lionel.

¡Un condón! No es usted muy aventurero, ¿eh? Esto es una cantimplora de

emergencia.

Theodor.

¡¡Oh!!

Lionel.

(Le da otro condón) Esto también le vendrá bien.

Theodor.

¿Otra “cantimplora de emergencia”?

Lionel.

¡Por favor!

Theodor.

¡No me lo diga! Es para guardar secas las cerillas... Para llevar las

medicinas... ¡Un tiragomas!

Lionel.

¿Pero usted no ha visto nunca un preservativo?

Theodor.

Es que yo soy más papista que el Papa.

Lionel.

Hablando de papás, ¿cómo está la niña?

Theodor.

Para quitar el aliento.

Lionel.

Entonces tenga una bombona de oxígeno.

Le ofrece un viejo fumigador.

Theodor.

Qué poco pesa.

Lionel.

Está vacía.

Theodor.

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¿Y para qué la quiero?

Lionel.

Para qué va a ser, para dejarla tirada en el monte.

Theodor.

¡Claro!

Lionel le entrega una bolsa de basura llena.

Lionel.

De paso tenga esta bolsa de basura y espárzala graciosamente por las

campas.

Theodor.

No sé si podré con todo...

Lionel.

Usted no tiene que llevar nada. Para eso están los serpas.

Theodor.

¿Vende serpas?

Le entrega un muñeco-robot desvencijado.

Lionel.

Mejor aún. Un “Serpamatic”. Está de oferta.

Theodor.

Pero esto no puede llevar mi mochila.

Lionel.

No, pero él en sí es muy fácil de llevar, y además es muy simpático. Con

decirle que sabe inglés...

Theodor.

¡Qué me dice!

Lionel.

Dígale algo.

Theodor.

Take my mochila, majete.

Se le enciende una lucecita en los ojos.

Lionel.

¿Lo ve? Eso significa que “yes”.

Theodor.

Qué cucada. Give me one, give me one. Y ya puestos, no tendrá una brújula.

Lionel.

Está usted perdidillo, ¿eh? Tenga

Le ofrece un viejo libro.

Theodor.

(Lee la portada) “De dónde venimos, a dónde vamos, estamos solos en la

galaxia o acompañados. Guía práctica para orientar tu vida.”

Lionel.

A mí me ayudó mucho. Yo antes era un yonki de mierda. Ahora, mire:

drogodependiente.

Theodor.

Yo no he caído en eso.

Lionel.

Nunca se sabe. Tome, para las caídas.

Le ofrece un casco.

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Theodor.

No, gracias, ya tengo un casco.

Lionel.

Por favor, ese no es un casco de aventurero. (Le cambia de casco)

Theodor.

Oiga... ¿Y cómo sabré que caigo?

Lionel.

Muy fácil. Verá cómo el suelo se eleva hacia usted.

Theodor.

Qué emocionante ¿Tiene videocámaras? Me gustaría grabarlo todo para el

filo de lo imposible.

Lionel.

Imposible.

Theodor.

Imposible ¿el qué?

Lionel.

El filo.

Theodor.

¿No tiene filo?

Lionel.

No.

Theodor.

¡Ahhh!

Lionel.

Pero tengo afilador. Tenga.

Le entrega una vieja piedra de afilar.

Theodor.

¡Menos mal! Pues no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

Lionel.

Me conformo con su sonrisa...

Theodor.

Tenga y quédese con las vueltas. (Le sonríe)

Lionel.

Pero tal vez es pedir demasiado, así que déme su tarjeta de crédito.

Theodor, cargado de bártulos, no puede acceder a su cartera, así que se

da la vuelta y ofrece su trasero al vendedor.

Theodor.

Sírvase usted mismo. (Mira la hora) ¡Maldita sea! Tengo que volver al

trabajo. La hora del bocata es la hora del bocata.

Lionel.

¿Y la chica?

Theodor.

Ya subiré otro día.

Lionel.

Muy bien. Cuando suba dé recuerdos a María de mi parte.

Theodor.

Bien... Un momento, un momento... ¿Cómo sabe su nombre?

Lionel.

Ah, ¿no se lo he dicho? Es mi mujer.

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Theodor.

Caramba, qué extravagante coincidencia.

Lionel.

¡Qué quiere, amigo! El mundo es un pasamontañas lleno de mocos. Adiós.

¡Materiales de aventura! Puentin, Eskeitin, Treikin, Raftin... ¡Zambúllase en

las aguas corrientes y nosotros nos zambulliremos en su cuenta corriente!

Theodor se queda en medio del escenario, cargado de basura.

Theodor.

Pues bien: esto es lo único bueno que puede hacer un ser humano. Todo lo

demás es pura necedad.

Lionel ha vuelto a su contenedor.

Lionel.

Hablas por boca de ganso. Nosotros somos basura de Bilbao, no conocemos

más mundo que éste.

Theodor.

¿Y qué? Todas las ciudades son iguales, el mundo es ya una gran ciudad.

Quien dice Bilbao, dice mundo.

Lionel.

Puede. Y ahora, te suplicaría un poco de silencio.

Theodor.

Silencio. No hay problema.

Lionel desparece en su contenedor. Mientras, Theodor se desembaraza

ruidosamente de la basura acumulada y entra en su contenedor

reflexionando.

Theodor.

Sería oportuno aprovechar este emotivo silencio para rendir homenaje a los

abnegados consumidores que como nuestro soldador dedican su tiempo a

producir basura. Son un ejemplo a meditar...

Lionel saca la cabeza y grita fuera de sus casillas.

Lionel.

¡¡¡Theodor!!!

Theodor se asusta.

Theodor.

¿Qué?

Lionel.

(Gritando) ¡¡¡Quiero silencio!!!

Theodor.

¡Pues no se nota! ¡¡Vaya forma de gritar!! El silencio bien entendido

empieza por uno mismo. (...) ¡¡Me has dejado el tímpano temblando!!

Escandaloso...

Theodor improvisa unos tapones de oídos con papel. Ambos

desaparecen en sus contenedores. En ese momento suena una radio a

todo volumen, una narración de fútbol. Lionel saca la cabeza como un

resorte, desesperado.

Lionel.

¡¡¡Theodor!!! ¡¡¡Theodor!!!

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Éste no sale.

Lionel.

¡¡¡Theodor!!!

Golpea con violencia el contenedor de Theodor. Theodor asoma la

cabeza.

Theodor.

¿Pero qué escándalo es éste?

Lionel.

Apaga la radio.

Theodor.

(No oye por los tapones) ¿Qué?

Lionel.

¡¡Que apagues la radio!! (...) ¡¡¡Que apagues la dichosa radio de una maldita

vez!!!

Theodor se quita los tapones de los oídos.

Lionel.

¡¡¡Que quiero descansar!!!!

Theodor.

Mira, Theodor... Te voy a decir una cosa. Eres una buena basura y todas

esas cosas, pero francamente, no soporto esa manía que tienes de gritar.

¡Escandaloso! ¡Y apaga la radio, que así no hay quien se pudra!

Lionel.

(Conteniéndose) Yo no la he encendido.

Theodor.

Claro, se ha encendido sola, ¿no?

Theodor.

No sé pero yo no he sido, no me gusta el fútbol.

Lionel.

A mí tampoco. ¡Apaga eso!

Theodor.

¿Dónde está?

Lionel.

En tu maldito contenedor.

Theodor rebusca en su contenedor y asoma con una vieja radio en la

mano.

Theodor.

No se puede apagar. Tiene los botones rotos.

Lionel.

Pues quítale las pilas.

Theodor.

(Revisa la radio) No tiene pilas.

Lionel.

Rómpela.

Theodor va a tirarla, pero en ese momento hay una ocasión de gol. Se

paran a escuchar, embobados. El delantero falla por poco.

Los dos.

¡¡¡Aiiii!!!

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Se apaga la radio.

Theodor.

¿Ha expirado?

Lionel.

Se ha callado para siempre.

Theodor.

El último aliento. Pobrecilla. “La paz sea contigo.”

La tira.

Lionel.

A ver si nos aplicamos el cuento.

Lionel desaparece en su contenedor. Theodor continúa con sus

reflexiones.

Theodor.

El forofismo es una de las cosas más tontas que ha inventado el ser humano,

porque el forofo de acá odia al forofo de allá, y tiene gracia, porque un

forofo de acá sería un forofo de allá a nada que la cigüeña en vez de dejar su

carga acá la hubiese dejado caer allá. El forofo lo mismo podría ser hooligan

o tiffosi. Es decir, un forofo puede odiarse a sí mismo. Lionel... Vamos a

hacer el forofo...

Lionel ha arrojado una maleta desde su contenedor. A continuación

salta del mismo, coge la maleta y empieza a salir.

Theodor.

¿A dónde vas?

Lionel.

A otro contenedor. Eres más pesado que José María Pelman. Matarías a un

munipa a besos. Adiós. Me voy para siempre.

Theodor.

¿Tú solo?

La referencia a la soledad inmoviliza a Lionel, que escucha a Theodor

asustado.

Theodor.

Bueno, es una alternativa. Atender tú solo a la llegada del camión. En

soledad viajar a la incineradora. Esperar tu turno ante el horno sin nadie que

te acompañe. Abrasarte en soledad, mirar a tu lado y ver que no hay nadie.

Un final lleno de dignidad, sí señor. ¡Tú sí que los tienes bien puestos!

Lionel da la media vuelta.

Lionel.

Bueno... ¡No te imaginas cómo están los contenedores por ahí!

¡Overbooking...! Bueno, ¿en qué estábamos?

Theodor. (Off)

Tú no sé. Yo estaba intentando reflexionar, prepararme para el momento

final. Y me gustaría un poquito de tranquilidad, si no es mucho pedir.

Lionel.

Si quieres, hasta que llegue el camión, podemos hacer lo del forofo.

Theodor.

Avanti tuto presto. A ver qué encuentras por ahí.

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Lionel rebusca en su contenedor hasta encontrar un delantal blanco y

un trapo. Theodor una bufanda vieja.

Lionel

¿Qué tal de tabernero?

Theodor.

Perfecto. Una taberna cualquiera del casco viejo en un día cualquiera.

¿Cualquiera? No. Hoy se celebra en la Catedral la final del campeonato del

mundo de comer pollos.

Lionel.

¿Qué dices?

Theodor.

Tú a lo tuyo.

Lionel.

¡Oído cocina!

Theodor.

En la taberna, los chiquiteros apuran sus chiquitos mientras cantan en alegre

francachela. (Cantando) “Tenemos un defecto, que no nos gusta que no nos

gusta... tenemos un defecto que no nos gusta el chacolí...”

Lionel.

“... pero el vino tinto sí...” ¡¡Marchando dos de rabas y dos de champis!!

Theodor da saltos eufóricos.

Theodor.

¡¡¡Campeones, campeones, oe oe oe oeeeeee!!!

Lionel.

¿Qué ha pasado? ¿Hemos ganado?

Theodor.

Ha sido de infarto. La final era a cincuenta pollos en dos tiempos de media

hora. En la primera parte, bien. Masticando bien, digiriendo mejor. Pero en

la segunda parte...

Lionel.

¿Qué?

Theodor.

Lo de siempre... Flatulencia... Acidez... Almorranas...

Lionel.

¡Siempre pinchamos en las segundas partes!

Theodor.

Así y todo, le han echado testosterona y a falta de medio minuto sólo nos

quedaba un ala de pollo para la gloria. La coge Txutxi, pero no puede

tragarla, se la pasa a Txirri que lo intenta pero le da una arcada, entonces

Txiki pide el ala desde la otra banda, la recibe, controla, abre la boca, el

estadio ruge...

Lionel.

¡¡¡¡Aupa Txiki!!!!

Theodor.

Se la mete en la boca, quedan 10 segundos pero vemos que no puede, no

puede... 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1... Y entonces... ¡Oh, entonces...! El tiempo

se detiene, el estadio enmudece, Txiki cierra los ojos y ¡¡de-glu-te!!

Los dos.

¡Oe oe oe oe....!

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Hacen la ola.

Theodor.

En momentos como ese uno se siente orgulloso de ser de donde es. Y punto

redondo.

Lionel.

Y punto redondo.

Theodor.

Yo he saltado al campo y he untado mi bufanda en la grasa de la bandeja.

(Se la ofrece) Te la regalo.

Lionel.

No. No puedo...

Theodor.

Sí, de verdad. Yo es-tu-ve allí, no necesito más. Adiós, me voy a ver la

repetición de los mordiscos más interesantes.

Lionel.

Gracias... Yo... No sé qué decir.

Theodor.

No digas nada. Tan sólo... (Con la voz quebrada por la emoción) “We are

the champions...”

Se va alejando. Lionel se queda emocionado.

Lionel.

“We are the chanpions... we are the...” (No se sabe la letra y recurre a un

tema más conocido) “El Txiki, el Txiki, el Txiki es cojonudo...”

Theodor por su parte ha abandonado su papel de forofo y observa a su

fanatizado compañero con aire divertido. Lionel se da cuenta de que se

ha metido demasiado en el papel y repliega velas.

Theodor.

Estúpidos, ¿o no?

Lionel.

Pues no. Las apariencias engañan. El forofo descarga adrenalina en el

estadio, y al salir del campo está relajado, y es amable hasta con los

miembros de su propia familia... Créeme, ser forofo es un acto de lucidez.

Theodor.

Muy bien. Entonces, en tu opinión la ciudad es un perfecto mecanismo de

relojería.

Lionel.

Sí... Bueno, no. No. Hay misterios. Está el misterio “Guardia Municipal” .

Theodor se resigna a escuchar por enésima vez la misma cantinela. De

hecho, la recita en voz baja en perfecta sincronía.

Lionel.

Los munipas son una especie extraña, porque cuando hay un atasco o

cuando una viejecita se marea, ni se mueven. Ahora bien, aparcas el coche

en doble fila un momento para echar una carta en el buzón, y a la vuelta,

¡zas! multa. Miras a izquierda, miras a derecha y no ves a nadie. ¿Dónde se

ha metido el munipa? ¿Cómo ha sido capaz en diez segundos, de ver el

coche, acercarse, escribir la multa, cortarla, ponerla y desaparecer? Ah! El

“misterio munipa”.

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Theodor.

¿Lo ves?

Lionel.

Muy bien, para ti la perra gorda. Y ahora, ¿voy a poder roñarme en paz?

Theodor.

¡Claro! Si te he molestado, perdona, eh?

Lionel desaparece en su contenedor. Pronto emerge con un profundo

grito de dolor.

Lionel.

¡Ayyyy!

Theodor.

¿Otra vez metiendo ruido?

Lionel.

¡Ayúdame! ¡Por favor!

Theodor sale de su contenedor y mira en el interior del de Theodor.

Theodor.

¡Mi madre, qué avería! Tranquilo, Lionel, cuento tres y estiro.

Lionel.

¡Con cuidado!

Theodor.

Una, dos...

Theodor estira con fuerza y extrae del contenedor un patinete. Lionel se

duele amargamente de su trasero.

Lionel.

¡Este maldito cacharro!

Theodor se da una vuelta con el patinete.

Theodor.

¡Está casi nuevo!

Lionel.

Mira, precisamente eso me recuerda... No, déjalo.

Theodor.

¿El qué?

Lionel.

Nada.

Theodor.

Cuenta.

Lionel.

Hace poco vi a un tipo con uno de esos patinetes. Un ejecutivo.

Theodor.

¡Un ejecutivo! ¿Y qué hacen los ejecutivos?

Lionel.

Deberías saberlo... Bilbao está lleno de ejecutivos.

Theodor.

Pero no sé a qué se dedican.

Lionel.

A llevar maletines, cobrar dietas, vestir calcetines de ejecutivo...

Theodor.

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Bueno, como dijo John Waine, “alguien tenía que haser ese trabajo susio”.

¿Y qué melonada hacía ese mendrugo en patinete?

Lionel.

¡¡Bueno!! Para ti todo el mundo es estúpido.

Theodor.

Por supuesto.

Lionel.

¡Pues no! Debes saber que hay gente sensata, sensible, solidaria...

Theodor.

Lo que yo te diga.

Sale de su contenedor y agarra el patinete.

Lionel.

Yo haré de ejecutivo.

Forcejean por la posesión del patinete hasta que Theodor encuentra un

objeto más sugestivo.

Theodor.

Está bien. Haz de ejecutivo, si quieres. Yo seré un personaje típico de la

ciudad: el currela que hace zanjas.

Theodor coge una vieja pala de obra rota, el casco de antes y una

colilla en la comisura de los labios, y se sienta en un viejo bidón.

Theodor.

Cuando quieras. ¡Y cuidado con la zanja!

Lionel.

¿Qué zanja?

Lionel sale con su patinete fuera de escena y se oye un estruendo.

Vuelve a aparecer, trastabillado y alucinado.

Lionel.

¿Y esa zanja?

Theodor.

¿Tú qué crees, que yo me toco las narices a dos manos?

Lionel.

Pero...

Theodor.

Claro, irías dándole al móvil... (...) ¿Todavía sigues queriendo hacer de

ejecutivo?

Lionel.

Por supuesto.

Theodor.

Pues nada, a ver qué me haces, que no me fío un pelo...

Lionel se pone unas viejas gafas de sol y una corbata al cuello y llega a

la altura de Theodor, que permanece sentado, pala en ristre, inmóvil.

Lionel.

Hola. Yo era un ejecutivo del BBVA. Tenía casa en la Gran Vía, chalet en

Pedernales y apartamento en Menorca. No me faltaba de nada... Pero por

dentro me sentía vacío... Así que lo dejé todo y me lancé a recorrer el

mundo en patinete repartiendo mi mensaje de paz. Toma.

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Entrega una tarjeta de presentación a Theodor.

Lionel.

¡Léelo!

Theodor.

“Amaos”.

Lionel.

Eso es. “Amaos”

Theodor.

¿“Amaos”?

Lionel.

Sí. ¿Quizá es demasiado farragoso para ti? ¿Poco claro? ¿Largo?

¿Confuso?

Theodor.

No, no es eso, es que se le han adelantado. Recibí uno igualito hace poco

por correo electrónico. No lo abrí porque tenía toda la pinta de ser un virus.

Lionel.

¿Correo electrónico?

Theodor.

Tiene gracia la cosa. Mientras usted se dejaba las suelas recorriendo el

mundo en patinete, ¡el típico listillo de las pelotas le hacía la competencia

apretando un botoncillo de ordenador! (...)

Lionel.

¡La competencia!

Theodor.

Una pregunta: ¿Si tuviera que contratar a un mensajero, usted a quién

cogería, al internauta, o al tontolaba del patinete?

Lionel.

(...) ¡¡Internet!! ¿Pero cómo no se me ocurrió antes?

Theodor.

Y seguro que vendió usted el ordenador para comprarse el patinete. ¿Eh?

Lionel.

¡He fracasado! ¡¡Soy un fracasado!!

Theodor.

No se ponga melodramático, hay que encontrar la parte positiva al trabajo.

Fíjese en mí: ahora estoy abriendo una zanja en esta calle para meter el gas.

Lionel.

¡He fracasa...!

Theodor.

(Interrumpiéndole) La semana pasada la cerré, porque hace dos semanas la

había abierto para meter la electricidad.

Lionel.

¡He fraca...!

Theodor.

(Interrumpiéndole) Hace tres semanas la cerré porque hace cuatro semanas

la había abierto para meter el teléfono.

Lionel.

¡He fra...!

Theodor.

(Interrumpiéndole) Hace cinco semanas la cerré, porque hace seis semanas

la había abierto para meter la fibra óptica...

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Lionel se resigna a no poder seguir con su historia.

Theodor.

Llevo toda mi vida en esta zanja. Y sé que la semana que viene, el mes que

viene y el año que viene seguiré en esta zanja. Y créame, un ayuntamiento

capaz de ofrecer semejante seguridad laboral a un trabajador, es un

ayuntamiento del que uno puede sentirse orgulloso. ¡Y punto pelota!

Lionel le asesina con la mirada. Theodor se da cuenta.

Theodor.

¿Qué pasa?

Lionel.

Nada, sigue, sigue abriendo y cerrando zanjas, es muy interesante... (...)

¡Esta era mi historia, y bastante me la has chafado ya, así que déjame por lo

menos ahorcarme en paz!

Theodor.

Vale, perdona, continúa. Ya me pongo a trabajar.

Lionel.

¡¡He fracasa...!!

Theodor comienza a “cavar” con su pala pero sufre un ataque de

lumbago.

Theodor.

¡¡¡Ah!!!

Lionel.

¡Mierda!

Theodor.

Ya lo creo que sí, ¡mierda de lumbago! Lo que más me fastidia es que no

voy a poder seguir haciendo zanjas. Sigue, sigue...

Lionel.

(Definitivamente quemado.) ¡No! Ya he acabado.

Theodor.

¿Ah, sí? Oye, si ese ejecutivo no era un necio de capirote yo soy la papelera

del papa.

Lionel.

Errare humanum est. Así somos las personas: aprendemos de nuestras

propias equivocaciones y avanzamos.

Theodor.

¿Así somos las personas?

Lionel.

¡No! Así “son” las personas.

Theodor.

Has dicho “somos”.

Lionel.

No, he dicho “son”. Yo no me he incluido, obviamente, porque yo no soy...

Theodor.

Te has incluido.

Lionel.

No.

Theodor.

Sí.

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Lionel.

No.

Theodor.

Sí.

Lionel.

Habrá sido un lapsus linguae.

Lionel desaparece en su contenedor.

Theodor.

Por cierto, Lionel... ¡¡¡Lionel!!!

Theodor se dirige al contenedor de Lionel y lo aporrea con violencia.

Theodor.

¡¡¡Lioneeeeeeel!!!

Lionel.

(Gritando) ¿¿Qué??

Theodor.

Mira que eres escandaloso... (...) ¿Qué fue de él?

Lionel.

¿De quién?

Theodor.

Del ejecutivo. ¿Volvió al banco?

Lionel.

Oh, no. Se fue a trabajar a Gernika.

Theodor.

Ah, Gernika, “La ciudad de la Paz”. Muy apropiado.

Lionel.

De gerente en la fábrica de armas.

Theodor.

¡Ja!

Lionel.

Pero siguió viajando por todo el mundo.

Theodor.

¿Repartiendo mensajes de paz?

Lionel.

No, vendiendo pistolas.

Theodor.

¿En patinete?

Lionel.

En avión. Gerente en una fábrica de armas vendiendo pistolas en avión,

¿Estás contento?

Theodor.

¡Mssmmm!

Lionel.

Y ahora si no te importa, me gustaría sumergirme en mi propia herrumbre.

Theodor.

Hola, ¡vaya humos! Ni que fueras basura radioactiva... Oye, si no nos

vemos, suerte.

Lionel.

La suerte está ya echada.

Theodor.

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Claro. La chimenea, la nube tóxica. ¿De qué color será?

Lionel.

No lo sé.

Theodor.

¿Será grande? Seguro que sí, cubrirá la ciudad entera. Mañana saldremos

en los periódicos, en “notas de sociedad”: “Los simpáticos desperdicios

Lionel Zabor y Theodor Zakar fueron vistos anoche en el cielo de Bilbao.

Llamó especialmente la atención el majestuoso vuelo de Theodor Zakar.”

Theodor se tumba sobre el carrito de supermarcado, se da impulso y

con los brazos en cruz atraviesa “volando” el escenario. Luego se

queda mirando el carrito.

Theodor.

Ese carrito... Me recuerda a Madriles. ¿Sabes quién digo, no? Ese borrachín,

que andaba por el Casco Viejo, arrastrando en un carrito de éste todas sus

cosas. Tenía muy malas pulgas, pero siempre encontraba a algún chiquitero

que le invitara a un trago... Hace tiempo le perdí la pista.

Lionel sale de su contenedor y recuerda, con mucho sentimiento.

Lionel.

Dormía en la trastienda de un bar. En Agosto del 83 cayeron chuzos de

punta en Bilbao. El nivel de la ría subió cinco metros, inundando el Casco

Viejo. Cuando las aguas volvieron a su cauce encontraron a Madriles en su

trastienda. Se había quedado dormido y... no le dio tiempo a salir. (Saca una

petaca) Va por ti, Madriles.

Bebe. Silencio. Theodor está muy incómodo.

Theodor.

¿Y?

Lionel

¿Qué?

Theodor.

¿Ha qué viene eso?

Lionel.

Has empezado tú.

A Lionel tiene un escalofrío.

Theodor.

Bueno, bueno... Mira que eres triste... Encima estás temblando.... ¿Tienes

frío?

Lionel.

No.

Theodor.

¿No será por lo de Madriles? Nada de sentimentalismos. ¡Tenemos un trato!

Lionel.

Tengo frío.

Theodor.

¡Ah, bueno! Voy a ver si encuentro algo por ahí.

Lionel.

No hace falta.

Theodor.

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Hace. Hoy es el gran día, no querrás entrar en el horno moquiqueando, ¿no?

Dignidad, Lionel, dignidad en la última hora.

Rebusca entre la basura y encuentra una plancha metálica.

Theodor.

Toma. Tápate con esto.

Lionel.

Gracias.

Theodor.

Las que tú tienes. (Moviendo el contenedor de Lionel como si fuera una

cuna) ¿Quién es el rey del contenedor? ¿Quién se va a podrir como un chico

grande hasta que llegue el camión? (Cantando) “Duerme, duerme

basuuuura”

Lionel.

Oye... ¿tú sabes lo que me has dado?

Theodor.

Ya sé que es un poco duro, pero no he encontrado nada mejor.

Lionel.

¿No sabes qué es?

Theodor.

Un trozo de chapa.

Lionel.

Una placa de titanio del Gughenheim.

Theodor.

¡Adiós! ¿La devolvemos?

Lionel.

¿Qué dices? Que la devuelvan los munipas, que para eso les pagan.

Theodor.

¿Qué van a decir los turistas, cuando vean el agujero?

Lionel.

A lo mejor lo han hecho adrede. ¡A saber! El arte es laxo.

Theodor.

Y los artistas estrechos. Han liado las cosas de tal manera que uno ya no

sabe si la basura es arte o si el arte es basura. (...) Si este contenedor

estuviese en el Gughenheim, sería una obra de arte.

Lionel.

Y puede que lo sea. Nosotros no entendemos.

Theodor.

¿Y quién entiende?

Lionel.

Pocos.

Theodor.

¿Cuántos es pocos?

Lionel.

Suficientes como para llenar este contenedor.

Theodor.

Pues a mí no me quitas de la cabeza que el arte es una gran tocada de

pelotas.

Lionel.

No estoy de acuerdo.

Theodor.

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Caguen...

Lionel y Theodor entran en sus contenedores, con aire retador y

comienzan a buscar elementos adecuados. Theodor emerge con una

caja de zapatos en la cabeza. Lionel una cartuchera con revólveres de

juguete.

Lionel.

Adivina qué soy.

Theodor.

Munipa.

Lionel.

¡Munipa ni harto de grifa! Segurata. Empresa privada. Un oficio en

expansión.

Theodor.

Bien, tú segurata. Yo un artista contemporáneo que va a exponer en el

Gughenheim. Cuando quieras.

Lionel sale de su contenedor.

Lionel.

Buenas, ¿es usted el artista?

Theodor.

Desconcertante “llamémosle” pregunta, porque ¿dónde “de alguna manera”

empieza el arte y acaba la “digamos” achicoria?

Lionel.

A mí qué... ¿Dónde están los cuadros? Me han dicho en la agencia que

venga a vigilar una exposición y...

Theodor.

No hay cuadros....

Lionel.

Entonces qué... ¿esculturas o así?

Theodor.

Instalaciones.

Lionel.

(Instintivamente se lleva la mano a la pistola) ¿Instalaciones?

Theodor.

¿No me ha oído?

Lionel.

Sí, instalaciones.

Theodor.

En una “llamémosle” instalación el artista se “por qué no” expresa, con

absoluta de “de alguna manera” libertad de formato y “en cierto modo”

temática.

Lionel.

Dabuten. ¿Y dónde está?

Theodor.

¿Donde está qué?

Lionel.

La instalación.

Theodor.

No está.

Lionel.

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¿No está?

Theodor.

No.

Lionel.

¿Se está usted quedando conmigo?

Theodor.

Mi “de un modo u otro” instalación consiste “de modo definitivo” en que

no está, es decir, es la “en fin” ausencia, la “digamos” negación de

instalación lo que constituye la “en última instancia” instalación en sí. En

mi “pongamos” universo creativo, no existen “en suma” espectadores; el

“por qué no” público crea la “de alguna manera” obra de arte en su

“llamémosle” imaginación.

Lionel.

¿Y quién cobra?

Theodor.

Mi mujer. Estoy divorciado.

Lionel.

¡Vaya chollo! ¿Dónde tiene uno que apuntarse para artista?

Theodor se ríe.

Lionel.

¿Cree que porque llevo una pipa al cinto no sé hacer arte? Sepa usted que

tengo talento como para llenar este museo hasta las cartolas.

Theodor.

Demuéstremelo...

Silencio.

Lionel.

¡Ala por ahí!

Theodor.

Sabía que se iba a “en cierto modo” achantar.

Lionel.

¡Me cago en Calatrava!

Suena una música caótica y Lionel “manipula” los contenedores y la

basura circundante configurando una instalación móvil, al dictado de

su efervescente imaginación.

Lionel.

En el principio fue el culo. Un culo grande, blanco, fofo, lleno de granos. Y

en el medio un gran agujero negro, que simboliza la nada, el vacío. Y del

agujero surgió un excremento gordo y tibio, con dolores de parto. Y dijo el

culo al excremento: hijo mío, tú eres el alfa y el omega, principio y fin de

todas las cosas, crece y multiplícate. Y de la mierda surgió el protozoo, del

protozoo el paramecio, del paramecio la larva, de la larva la mosca. Y la

mosca besó al excremento y éste se convirtió en el profeta de la basura.

Theodor.

¡¡Tomad y comed todos de ella!!

Al terminar la instalación, Theodor, con estopa blanca a modo de barba

de Santa Claus y subido en un contenedor, tira de las riendas de

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Lionel, caracterizado de mosca, que arrastra el contenedor. Theodor

arroja basura a diestro y siniestro. Al acabar, Theodor está aturdido.

Theodor.

¿Esto es una instalación?

Lionel.

Sí. ¿No es genial?

Theodor.

¿Genial? ¿Tú no tienes sentido de la vergüenza? ¿Has bebido detergente o

qué te pasa?

Lionel.

¿No lo has entendido?

Theodor.

¿Qué tengo que entender? ¿Que los enanitos de Blancanieves reparten

paquetes en sus ratos libres?

Lionel.

Tú no eras un enanito de Blancanieves, eras Santa Claus.

Theodor.

¿En un contenedor?

Lionel.

Era un trineo.

Theodor.

¿Y dónde están los renos?

Lionel.

¡¡¡No hay renos!!!

Theodor.

Ah, era una motonieve.

Lionel.

¡¡¡No!!! ¡¡¡Lo llevaba una mosca!!!

Theodor.

Recapitulando: Una mosca tiraba de un contenedor con Papa Noel dentro.

Lionel.

¡Exacto! ¿No es genial?

Theodor.

Sin comentarios.

Lionel.

¡Ignorante! Para ti todo lo que no sea Walt Disney ya es arte y ensayo.

Se enciende la radio. Es el parte meteorológico.

Theodor.

¡¡El tiempo!!

Lionel.

Theodor...

Theodor.

¡¡¡Calla !!! ¡¡¡Déjame oír!!!

Lionel.

Theodor, ¿para qué...?

Theodor.

¡Calla! Quiero saber qué dicen de nosotros.

Theodor entra en su contenedor, coge la vieja radio y escucha el parte

meteorológico.

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Lionel.

¿De nosotros?

Theodor.

La nube tóxica. Es la primera vez que van a hablar de mí en la radio.

Acaba el parte y la radio vuelve a silenciarse. Han anunciado buen

tiempo. Cielos despejados. Silencio.

Theodor.

No han dicho nada de nuestra nube. Ni mencionar. (Rabioso) ¿Pero qué

pasa, que no existimos?

Silencio.

Lionel.

Tranquilo, Theodor. Ya sabes cómo son lo meteorólogos, que no dan ni una.

Además los meteorólogos no son quienes para hablar de nosotros, en todo

caso los contaminólogos. Pero claro, en la radio no dan partes

contaminológicos. ¿Y sabes por qué? Porque al sistema no le interesa,

porque somos peligrosos, porque saben que somos más fuertes que ellos y

tratan de callarnos...

Theodor.

¿Y a esta radio qué le pasa? ¿Por qué se enciende? (A la radio) ¡Estás rota, a

ver si se te mete en la cabeza! Apéate del burro, y deja de dar la chapa. ¡Un

poco de dignidad!

Lionel.

(Quiere consolar a Theodor) Venga, anímate. ¿Seguimos jugando?

Theodor.

Ya no tengo ganas.

Lionel.

Vamos...

Lionel hace cosquillas a Theodor.

Theodor.

Que no.

Lionel.

Que sí.

Theodor.

Que no.

Lionel.

Que sí....

Theodor, rendido por las cosquillas, accede.

Theodor.

Está bien.

Lionel.

Venga, busca algo por ahí, a ver de qué nos reímos.

Desaparecen en sus contenedores. Al cabo, sale Theodor con un papel.

Theodor.

¿Qué tal el amor?

Lionel.

(Sale Lionel) Perfecto. “Cuando el amor entra en casa la inteligencia hace

las maletas.”

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Theodor.

¡He encontrado una carta de amor! La leo.

Lionel.

¡No!

Theodor.

Sí.

Lionel.

No.

Theodor.

Sí.

Theodor intenta devolverle a Lionel el juego de las cosquillas, sin éxito.

Lionel.

¡Que no! Nada de sentimentalismos aquí.

Theodor.

(Sin hacer caso, comienza a leer) “Amor mío...”. Ja, ¡muy original!

Lionel.

¿Y cómo quieres que empiece?

Theodor.

“...eres un globo pinchado que se me va de las manos. Tu dolor es mi dolor.

Es demasiado amargo. Pero recuerda que siempre te querré” Ja, ja, ja. “Un

globo pinchado” ¿Pero se puede decir algo más estúpido?

Lionel.

(Dolido) ¿Para qué hablas sin saber? ¿Te sabes toda la historia? ¿Puedes

imaginarte qué es ver desaparecer a quien amas? ¿Sabes lo que es sentirse

solo? Qué va, qué vas a saber tú del amor.

Theodor.

Que cuando entra en una casa la inteligencia hace las maletas.

Lionel.

Puede que los amantes pierdan la cabeza, pero al menos están vivos, que no

es poco. Había en Bilbao una mujer... en la plaza de Arriquíbar...

Theodor.

¿La loca de Arriquíbar?

Lionel.

Sí. De joven, un carnicero la sedujo para arrancarle un beso y olvidarla

después, pero ella se enamoró perdidamente. El carnicero se casó con otra,

tuvo hijos... Tenía el puesto en la Plaza de Arriquíbar, y todos los días,

invierno y verano, aquella mujer se sentaba en un banco frente a la

carnicería. Vestía unos trajes muy estrafalarios, antiguos, con enormes

sombreros y kilos de maquillaje, y sonreía siempre mientras esperaba en

vano a su hombre. Nunca volvió a hablar con él y jamás entró en la

carnicería.

Theodor.

Sería vegetariana.

Lionel.

Allí estuvo aquella mujer, día tras día, hasta que el carnicero se jubiló. La

gente se reía de ella, pero ya me gustaría a mí tener un ápice de su dignidad.

Theodor.

¿Y qué pasó después?

Lionel.

Cerraron la tienda y no se supo más de ella.

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Lionel saca la petaca.

Lionel.

¡¡Va por ti!!

Theodor.

Pero tú qué quieres, ¿que nos pongamos a llorar? Mira que eres triste...

Se enciende la radio.

Lionel.

¡Lo que faltaba!

En la radio suena el bolero “Basura me volví”. Sus rostros se iluminan,

con un toque de melancolía. Venciendo pudores, bailan a lo agarrado.

Pero la radio vuelve a apagarse y se deshace el hechizo. Lionel y

Theodor se sienten ridículos, abrazados, y se separan con vergüenza.

Theodor.

No sé qué tiene esta canción pero qué bonita es, ¿no?

Lionel.

La letra, que es buena. “Basura me volví”.

Theodor.

Sí, y no la melonada que ha escrito el soso ése: “eres un globo pinchado...”

Lionel.

Y qué crees, escribir bien no es fácil.

Theodor.

Ya veo, ya...

Lionel.

Hacer poesía es caro y se vende muy barato. (Recordando) “Mi poesía es

muy barata. La tomo de balde de la boca del pueblo y de balde la devuelvo

al oído del pueblo.” Gabriel Aresti.

Theodor.

¿Aresti?

Lionel.

Un poeta maldito de Bilbao.

Theodor.

¿Dónde he leído yo algo de Aresti?

Lionel.

¿Tú, leer?

Theodor rebusca en su contenedor y saca un rótulo de calle: “Calle

Gabriel Aresti”.

Theodor.

Mira: “Calle Gabriel Aresti ”

Lionel.

Esto tiene gracia. Porque una vez escribió: “Quiera dios que no pongan mi

nombre a una calle de Bilbao”.

Theodor.

Está claro que el concejal de turno nunca leyó esa poesía.

Lionel.

O la leyó pero le traía al pairo la opinión del poeta. De todas formas qué se

puede esperar de los políticos...

Theodor.

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Bueno, los políticos tienen una cosa buena: son corruptos. Hablando de

estupidez, me estoy imaginando una historia...

Theodor se queda quieto, la mirada perdida, ensoñador. Lionel,

intrigado sale de su contenedor y se acerca a su compañero, expectante.

Tras un rato de silencio...

Lionel.

¿Y bien? ¿Esa historia... es buena? Es decir, ¿es sucia?

Theodor.

(Con misterio) “Érase una vez, en una vieja ciudad de Centroeuropa, un

pobre poeta al que nadie hacía caso. Trabajaba en una oscura y estrecha

oficina, y allí, a escondidas, escribía sus poesías. Ayer, por causas

desconocidas, el poeta murió.”

Lionel llora desconsolado.

Theodor.

Es ficción, Lionel, ficción. Hay que saber distinguir realidad de ficción a

partir de determinada edad.

Lionel.

Ya sabes que yo me implico mucho en las historias.

Theodor.

Bueno... (...) Yo seré el político que llega a la oficina del difunto poeta al

día siguiente.

Theodor.

¿Y yo?

Theodor.

A ver qué encontramos...

Saca un bote de detergente con difuminados y se lo da a Lionel.

Theodor.

Tú haz de limpiata de la oficina.

Lionel.

¿Limpiata? Ni hablar. Es una cuestión de principios. ¡Soy basura!

Theodor.

Es un papel muy bonito. Los personajes malos, los personajes perversos son

los más agradecidos. Recuerda a Anthony Perquins, el de Psicosis, la fama

que le dio la escena de la bañera.

Lionel.

Es verdad...

Coge el detergente y “dispara a discreción”.

Theodor.

¡Espera! Será mejor que no usemos detergente de verdad.

Lionel.

¿Por qué?

Theodor.

Porque tú te metes demasiado en el personaje, y puede que en el fragor de la

escena, sin darte cuenta, me dispares y...

Lionel.

¿Pero qué dices? ¡Controlo perfectamente!

Theodor.

Está bien. Como quieras. ¿Preparado? Vamos allá.

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Lionel limpia en la oficina. Theodor entra en escena.

Theodor

¿Dónde están los manuscritos del poeta?

Lionel.

Esta mañana vino un señor rubio con un gran bigote y se los llevó todos,

para hacer una exposición.

Theodor.

¡Sánchez, el de la diputación! Se me ha adelantado. (...) Es igual, tendría

fotos en la mesa de despacho, de su mujer, de sus hijos, de su suegra. ¡Déme

todas las fotos que haya!

Lionel.

Se las acaba de llevar un señor gordito con patillas.

Theodor.

¡Etxabe, el del gobierno! Maldita sea, yo monto un homenaje al difunto

poeta, aunque sea con las mondaduras de patata de su última porrusalda. A

ver, ¿qué es eso?

Lionel.

Su papelera.

Theodor.

¡Requisada!

Vuelca el contenido en el suelo y revisa los papeles.

Theodor.

“Manuel, no volveré hasta las tres, no toques los papeles.”

Lionel.

Manuel soy yo. No le gustaba que...

Theodor.

¡Calle! (Contando sílabas con los dedos)

“No-vol-ve-réas-ta-las-trés

No-to-ques-los-pa-pe-lés.”

Son octosílabos perfectos. Qué cadencia, qué ritmo. ¡Oh, por qué tuvo que

morir tan pronto!

Lionel.

Se le complicó lo de la próstata con...

Theodor.

Era una pregunta retórica. (Con otro papel) “Comprar tipex”. ¡Grandioso!

Lionel.

¿Eso es poesía?

Theodor.

Sin comentarios. Veamos qué más. “Pedir préstamo banco”. Escueto,

lacónico. Un ejercicio de estilo.

Lionel.

El pobre no le llegaba ni para pagar la casa. Pidió préstamos a todos los

bancos, pero nada, como no tenía aval...

Theodor.

¿No será usted de esos que creen ver en su poesía un tono de denuncia

social, no?

Lionel.

No, yo no entiendo...

Theodor.

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Ya veo, ya... (Sigue buscando) ¡¡Ohhhh!!! ¡Ohhhh!: (Lee arrobado)

“Estropajo

amoníaco

scoch brite

papel pal vater

lejía conejo.”

¡Pero cómo se puede escribir algo tan prosaico y tan tierno a la vez!

Lionel.

¿Eso es bueno?

Theodor.

Y ese detalle trasgresor de “Conejo”. No es casualidad que aparezca al final,

haciendo estallar el discurso en mil pedazos. ¡Qué talento!

Lionel.

(Ilusionado) Lo escribí yo.

Theodor.

(Lo fulmina con la mirada) ¿¿Y por qué no lo ha dicho antes?? ¿Pretendía

hacerse pasar por artista? (Lo tira) Recoja el resto y llévelo al

ayuntamiento.

Lionel.

¿Es usted del ayuntamiento? El difunto poeta decía que a ustedes les

importaba un ardite su trabajo.

Theodor.

¿Dejó eso escrito en algún sitio? (...) Entonces no existe. Estamos hablando

de un “escritor”. La literatura “oral” es otra cosa. Además debería usted

saber que un poeta es tanto mejor poeta cuanto más muerto está. Un poeta

muerto ya no habla. Es más, el mejor favor que podrían hacernos los poetas

es morir todos de una maldita vez. Adiós.

Theodor sale. Lionel abre el tapón del detergente.

Lionel.

¡Por los poetas muertos!

Lionel bebe. Theodor se da cuenta, pero es demasiado tarde.

Theodor.

¡Lionel!

Lionel sufre convulsiones ante la mirada asustada de Theodor.

Lionel.

Limpiar, limpiar... Desinfectar, desratizar, desintoxicar... ¡¡Hay que ver

cómo han dejado esto!! ¡Serán guarros! Tengo que limpiar, la ciudad ha

puesto su confianza en mí y yo voy no le voy a defraudar, ¡no señor! (A

Theodor) A ver, tú, basura, a tu contenedor, ahora mismo.

Theodor.

Pero qué...

Lionel.

¡Vamos, que te limpio el forro!

Lionel amenaza a Theodor con la escoba.

Theodor.

Vale, vale, ya me meto, ¡pero cuidado con eso que las carga el diablo!

Lionel.

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¿A dónde vas? En ese contenedor va el plástico. Y en ese otro el papel. El

plástico con el plástico, el papel con el papel, el cristal con el cristal, las

pilas con las pilas... Y tú... Tú eres basura orgánica, así que ¡vete a tu

contenedor ya!

Theodor.

Cuando bebes te pones biodesagradable.

Lionel.

Por favor. Me vas a meter en un marrón. Es mi segundo día de trabajo, estoy

a prueba, y ayer ya metí la pata hasta el zancarrón. Me tocó la manguera; me

explicaron cómo abrir el grifo, pero no cómo cerrarlo, y me pasé cuatro

horas dando vueltas como una peonza, hasta convertir la Plaza Nueva en

piscina olímpica. Hoy no puedo fallar. Se acabaron las contemplaciones.

¡Sal de ese contenedor ahora mismo!

Theodor le arroja una bolsa.

Lionel.

No lo tomaré en cuenta, porque es la primera, si no... (Otra bolsa) ¡Muy

bien, tú lo has querido! (Llamando por “radio”) “Detergente 007 a base,

detergente 007 a base. Basura rebelde. Espero instrucciones, cambio. Sí,

claro señor, me las arreglaré yo solo... (...) ¡Escuche atentamente! ¡Deponga

su actitud!

Theodor, harto de contemplaciones, sale de su contenedor.

Theodor.

Muy bien, si quieres guerra, tendrás guerra. (Saltando) ¡¡Alirote, alirote,

basurero el que no bote!!

Lionel.

Le garantizamos que si se entrega podrá elegir vertedero...

Theodor.

¡Cállate, Mr Proper!

Lionel.

¡Ocupa!

Theodor.

¡¡Skotch brite!!

Lionel.

¡¡Piojoso!!

Theodor.

¡Garbineitor!

Lionel.

¡¡Basura!!

Se lanzan al ataque en el interior de los contenedores, es una pelea

violenta, sin reglas ni piedad. Terminan los dos dentro de un

contenedor. Tras un momento de silencio tenso se escucha una sonora

bofetada. Sale Lionel, la mano en la cara, de nuevo en sus cabales, pero

desconcertado y desorientado.

Lionel.

¡¡Pero a qué ha venido ese tortazo!! ¿Estás loco?

Theodor.

¡Lo sabia! ¡Te implicas demasiado en el personaje!

Lionel.

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¿Qué haces en mi contenedor? ¿Y qué hago yo en mi contenedor? ¿Y quién

ha traído los contenedores aquí?

Theodor.

(Agotado y muy quemado) No pienso hablar contigo. Aún estás bajo los

efectos del detergente.

Lionel.

¿Yo? ¿Detergente? ¿Pero qué dices?

Theodor.

Muy bien. No has bebido detergente, no has limpiado, no has pasado la

escoba.

Lionel.

Por supuesto que no. ¿Pero quién te has creído que soy?

Theodor.

Que sí, que muy bien. Y ahora déjame en paz.

Lionel.

¡Yo no pierdo el control!

Theodor.

Vale, vale...

Lionel.

¡Me meto en el personaje, pero controlo!

Theodor.

¡¡No existo!!!

Theodor se cubre la cabeza con lo primero que encuentra: una ikurrina.

A Lionel le llama la atención.

Lionel.

¡Mira! Sorpresas te da la vida. ¡Una ikurrina en la basura! De todas formas

no es de extrañar, con tanto parabellum desquiciado, no corren buenos

tiempos para la lírica. Hoy en día el único aldeanismo bien visto es el de la

aldea global.

Theodor.

No te callarás, no.

Lionel.

Ah, muy bien, cuando estabas de marcha, todos a bailar, que si la gente es

estúpida, que cuánta insensatez... Pero ahora el señor no existe, ahora tocan

a maitines, ¡a callar! ¡Pues ahora no me da la gana! Ahora voy a contar una

historia. Y te voy a decir más: ¡es mi último deseo!

Theodor no tiene más remedio que aceptar el chantaje emocional de

Lionel. Saca un viejo volante roto de su contenedor, que ahora es un

coche. Theodor coge un viejo limpiaparabrisas de mano y un cubo y

detiene a Lionel.

Theodor.

¡Alto! ¿No ha visto el semáforo?

Lionel.

¡Ahhh mísero de mí! ¡Infelice!

Theodor.

¿Le limpio el parabrisas?

Lionel.

No, aléjese de mí.

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Theodor.

Es un segundo. (Empieza a “enjabonar el parabrisas”)

Lionel.

No. Aléjese de mí. Soy repugnante.

Theodor.

Hombre, sucio sí que lo tiene.

Lionel.

¿No me nota nada?

Theodor.

Que no ha limpiado los cristales en un año. Pero para eso estoy aquí.

Lionel.

Me he vuelto... oh... ...nacionalista.

Theodor.

¿Es mejor que robar, no?

Lionel.

Todo ha empezado esta mañana... Me he despertado, me he asomado a la

ventana, como todos los días... y lo que he visto no era el descampado con

cuatro hierbajos de siempre, eran ¡las verdes campiñas de mi terruño natal!

y... se me ha nublado la vista de la emoción.

Theodor.

No, es por la espuma, esto se arregla enseguida. (Comienza a limpiar el

jabón con el limpiaparabrisas)

Lionel.

¡Ya! Eso he pensado yo. Pero luego he puesto la radio. Sonaba una de esas

músicas folclóricas que yo tanto aborrezco. E inopinadamente, mis pies se

han empezado a mover al ritmo de la música, sin que yo fuera capaz de

negarme.

Theodor.

Es que por mucho que se niegue se los voy a limpiar igual, pues bueno soy

cuando me pongo.

Lionel.

Ahí estaba yo, que odio ese tipo de alardes lacrimógenos, en mi cocina,

(Lionel baila mecánicamente) “punta tacón, punta tacón, media vuelta y del

revés, punta tacón punta tacón, media vuelta y a empezar”.

Theodor.

¿Empezar? Si estoy casi acabando.

Lionel.

Luego he salido al balcón y me he puesto gritar ¡¡“viva la idiosincrasia”!!.

Después he salido a la calle, he visto a unos turistas y me he sentido...

diferente... (Solloza)

Theodor.

Claro que queda diferente.

Lionel.

Superior.

Theodor.

Gracias, hombre, es que uno es un profesional.

Lionel.

¿Por qué a mí? ¿Por qué?

Theodor.

Porque se ha parado en mi semáforo.

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Lionel.

Pero no es justo. Yo.... Yo era centralista, yo era de un jacobino que te rilas.

Yo era de la aldea global. Yo estudiaba Esperanto. ¡¡Yo era un ciudadano

del mundo!!

Theodor.

Diga usted que sí.

Llora amargamente.

Lionel.

Tengo que viajar, viajar mucho. Han abierto una agencia de viajes para

curar a gente como yo: en el primer viaje pierdes el acento, en el segundo se

te olvida la lengua madre y en el tercero acabas aborreciendo los hechos

diferenciales.

Theodor.

¿Diferenciales? Lo siento, yo de mecánica no...

Lionel.

¿Qué va a decir la gente?

Theodor.

Que le ha quedado como nuevo.

Lionel.

Oh... Dios, cuando lo sepa mi mujer...

Theodor.

Ella seguro que le saca algún defectillo.

Lionel.

Aunque ahora que lo pienso... ¡Si mi mujer es de fuera! ¿Y usted? ¿Usted no

es de aquí, no?

Theodor.

Hombre, de aquí de aquí exactamente... ¿Por qué lo dice?

Lionel.

No, si es muy fácil venir de fuera y ponerse a criticar. Desde fuera se ve

todo muy fácil, pero hay que estar aquí, vivir aquí día a día para entender lo

que... (De nuevo se echa a llorar) ¿Lo ve? ¡¡Soy un monstruo!! Aléjese de

mí. Es mejor para usted. (Sale de su contenedor y sin poderlo evitar sus pies

comienzan a bailar) “Punta tacón, punta tacón, media vuelta...”

Se va, bailando. Cae en la zanja de antes.

Theodor.

¡¡Cuidado con la zanja!!! Merecido lo tiene, por irse sin pagar. (A alguien

fuera del escenario) ¡¡Eh, ese coche es mío, lo he visto antes!!

Theodor sale de escena. Lionel entra.

Lionel.

Vas a tener razón, me implico demasiado... (...) ¿Theodor?

Se oye un ruido de camión.

Theodor.

¡¡Theodor!! ¡¡El camión!! ¡Está en la calle de arriba! ¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡Te lo

vas a perder!!! ¡¡¡Theodor!!!

Lionel se mete en su contenedor y se prepara para ver el espectáculo.

De la maleta saca una muñeca hinchable desinflada, a la que trata con

suma delicadeza. Agarrados los dos, observan los movimientos del

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camión a lo lejos. El ruido de la basura estrujándose en la máquina se

torna cada vez más tenebroso, hasta acabar acoquinando a Lionel, que

esconde, protector, la cabeza de la muñeca en su pecho para que no vea

el salvaje espectáculo.

Entra Theodor.

Theodor.

Lionel, acabo de ver el camión, es espanto...

Theodor ve a Lionel con su muñeca hinchable. Lionel se siente

descubierto y esconde la muñeca en el contenedor.

Theodor saca la carta de amor del bolsillo, la vuelve a leer y cae en la

cuenta de que su amigo es el autor. Lamentando su torpeza, devuelve la

carta a Lionel, que la guarda avergonzado.

Por fin, Lionel rompe el tenso silencio.

Lionel.

El camión ha pasado por la calle de arriba.

Theodor.

Lo sé, ha sido horrible. ¿No deberíamos...?

Lionel.

No hay tiempo para rectificar. Vendrá de un momento a otro. No sé si

estoy suficientemente fermentado... Con tanta cháchara...

Theodor.

Déjame que te mire. Estás asqueroso. ¿Y yo?

Lionel.

Bastante desmejorado.

Theodor.

Bastante es poco. (Se mira, pero ha perdido su vieja chaqueta) Dónde estará

mi chaqueta... Tengo frío.

Se tapa con un cartel de hombre anuncio.

Theodor.

Mira, como Viñaspre... ¿te acuerdas? Ese tipo tan raro...

Lionel.

En 1982 hubo una larga huelga en Ferrocarriles Vascos. (Los trabajadores

fueron dejando la huelga en un lento goteo). Al cabo de un tiempo los

trabajadores empezaron a ceder y volvieron al trabajo en un lento goteo.

Viñaspre no. Siguió él solo. Poco después lo echaron a la calle. A partir de

entonces se encartelaba delante de la Diputación, de los bancos... Si alguien

le preguntaba qué hacía, le soltaba una buena chapa.

Theodor.

Estaba como una cabra.

Lionel.

Para algunos estaba loco; según otros era un luchador. En el fondo no era

más que un hombre mayor al que habían dejado en la calle y que ya no

servía para nada. Se había convertido en basura.

Theodor.

¿Y cómo le fue?

Lionel.

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Subió... a lo alto del Puente de La Salve, y desde allí... se arrojó.

Lionel bebe de su petaca.

Lionel.

¡A tu salud, Viñaspre!

Theodor.

¿Y?

Lionel.

¿Qué?

Theodor.

¿En qué habíamos quedado?

Lionel.

Has empezado tú...

Theodor.

Mira que eres triste, ¿eh?

Theodor se quita el cartel y se pone una chaqueta que encuentra.

Theodor.

¡Mira qué suerte!

Lionel.

¿De dónde has sacado eso?

Theodor.

De ahí.

Lionel.

Dámela.

Theodor.

¡Ni hablar! Me la he encontrado yo.

Lionel.

Dámela, es mía.

Theodor.

¿Tuya? ¿Por qué tuya?

Lionel.

No lo sé, pero es mía.

Lionel le quita la chaqueta y se la pone.

Theodor.

(Chamuscado) Creía que la propiedad privada estaba abolida en el basurero.

Bien que se te llenaba la boca diciendo eso de “un fantasma recorre todos

los basureros de Europa...” ¡¡Palabras!!

Lionel.

Buenas. Que vengo a pedir trabajo.

Theodor.

¿Qué dices? (Por fin entiende que va a contar una historia y le sigue el

juego) Ah, ese es mi Lionel. (Se pone una visera de oficinista) Sí, ¿dígame?

Lionel.

Estoy parado.

Theodor.

¿De verdad? ¡Pringado!

Lionel.

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Últimamente tocaba la flauta en el Puente de Calatrava, pero esta semana se

ha instalado allí toda una orquesta sinfónica polaca, y con esa competencia

yo no puedo.

Theodor.

No se preocupe. Ha venido usted a la oficina adecuada en el momento

adecuado. Esta es una ciudad en expansión. Sin ir más lejos, ¿qué le parece

hacer de turista? Le vestimos con sandalias, pantalones cortos y camisa

floreada y le ponemos delante de algún edificio emblemático con un mapa

en la mano y cara de interesado. Turismo llama a turismo.

Lionel.

Parece fácil. Acepto.

Theodor.

Excelente. ¿Cuántos idiomas sabe?

Lionel.

Pocos.

Theodor.

En es caso... Pero no se abata. Trabajo hay como para exportar. Por ejemplo,

bailarín folclórico espontáneo. Se viste usted de poxpolina, se esconde tras

una esquina, y cuando pase el forastero, ¡zas! se lanza a bailar un aurresku

delante de él, que parezca que la ciudad es una permanente romería.

(Cantando) “Ene maitia zer dozu, kolore txarra dekosu, kolore txarra

kentzeko nirekin loin behar dosu”

Lionel baila con torpeza.

Theodor.

¿Eso es un baile o un ataque de epilepsia? Déjelo, déjelo. (...) Ehhhh, ¿a

qué viene esa cara mustia? Hay cientos de ofertas. Mire, buscan maniquíes

maduros para pasarela. Camine, por favor.

Lionel camina en plan pasarela.

Theodor.

Déjelo, con esa nariz, como no sea para el túnel del terror... Eh, la nariz,

necesitamos un levantador de piedras para un parque temático, a ver qué

tal... Déjelo, ¡demasiado flaco! Ya está, necesitamos figurantes delgados

para un anuncio contra la anorexia... (Lionel se acerca ilusionado) ¡pero

está usted demasiado gordo!

Lionel.

¡Caramba! ¿No hay nada para una persona normal?

Theodor.

Sí, acaban de salir mil plazas nuevecitas.

Lionel.

¿De qué?

Theodor.

De nada.

Lionel.

¿Qué quiere decir?

Theodor.

Que no hay que hacer nada.

Lionel.

¿Quién contrata, papa Noel?

Theodor.

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No, la Fundación Bilbao Jauja 2000.

Lionel.

¿Está de coña?

Theodor.

En absoluto.

Lionel.

¿No hay que tener ningún título? ¿No hay que ser guapo, ni alto, ni rubio, ni

joven, ni nada?

Theodor.

No. Está pensado para admitir al más tonto...

Lionel.

¡¡Apúnteme a eso!!

Theodor.

¡¡...siempre que tenga carné del partido, claro!!

Lionel.

¡Maldita sea! Con lo fácil que es hoy en día encontrar trabajo, ¿por qué me

cuesta a mí tanto?

Theodor.

Bah... Una mala racha.

Lionel.

Ya... Una mala racha que dura ya diez años.

Theodor.

Pero vamos a ver... ¿Cuántos años tiene usted?

Lionel.

Cincuenta.

Theodor.

Entonces, ¿a qué viene aquí?

Lionel.

A buscar trabajo.

Theodor.

¡Pero hombre de Dios! Usted ya no está en edad de trabajar.

Lionel.

¿En edad de qué estoy?

Theodor.

De descansar.

Lionel.

Si no estoy cansado.

Theodor.

¡No me extraña! ¡No ha dado usted ni golpe!

Lionel.

Oiga, un respeto, que yo he trabajado, todo lo que he podido. Mi taberna

estaba siempre llena. “¡¡Marchando dos de champis!! ¡¡Que sean tres!!”

Pero los vecinos se quejaron del ruido, y los munipas, esos vagos de siete

suelas, decidieron trabajar por un día, para variar, y me cerraron el bar.

Luego estuve de vigilante nocturno, pero yo de noche me duermo... Luego

de limpiata. No aguanté más de dos días. Al tercero me echaron por

cargarme una instalación callejera. ¡Una instalación! ¿Cómo iba yo a saber

que ese montón de mierda era una escultura?

Theodor.

Eh... No te pongas estupendo... No es más que una historia...

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Lionel.

No, Theodor, es la verdad.

Theodor.

Te estás metiendo en camisa de once varas. Mira que tenemos un trato...

Lionel.

La verdad, Theodor.

Saca una cartera de la chaqueta que antes ha arrebatado a Theodor y

se la tira a Theodor. Éste la coge y mira dentro y saca un carné de

identidad.

Theodor.

Mira qué tipo más curioso... Tiene la nariz torcida y...

Lionel le mira. La descripción coincide con él.

Theodor.

(...) Está bien... Yo fui soldador en los astilleros de Euskalduna.

Lionel.

¿Quién es yo?

Theodor.

Luego cerraron y me coloqué haciendo zanjas, pero me liaba, donde había

que poner Euskotel ponía hispatel, donde eurotel vascotel... ¡yo qué sé!

Luego estuve de limpiaparabrisas, en los semáforos... En fin... Ya se ha

acabado el juego... En el fondo me alegro, yo eso de acabar achicharrado no

lo tenía nada claro. (...) Vámonos, alguien nos estará echando de menos...

Supongo. Qué vamos a decir... “¡Jodé, cómo estaba el tráfico...!” No

funcionará, no conoces a mi mujer... (Se queda pensando) Andá, yo

tampoco... (...) En fin, es lo mismo, vamos a casa.

Lionel.

¿Dónde está tu casa?

Lionel.

No lo sé. Pero vamos, ¿no?

Lionel.

¿Qué crees, que nos van a recibir con los brazos abiertos en la ciudad, con

pancartas? “Bien venidos a casa”. Créeme, allí no hay sitio para nosotros.

Theodor.

Qué dices, hay cientos de cosas que se pueden hacer.

Lionel.

Y miles de personas para hacerlas. Yo cobraba un subsidio. Una miseria,

pero suficiente para sobrevivir. Tenía que ir cada mes en persona a cobrar.

En la ventanilla trabajaba una mujer que siempre me miraba fijamente a los

ojos. A lo mejor era una mirada cómplice, pero yo entendía: “Aquí viene el

parásito de todos los meses a beber su ración de sopa boba” Un día rompí

los papeles delante de sus narices. Hacía años que no sentía tanto orgullo.

Me fui sin cobrar. Ahora estoy aquí. Aquí soy alguien. Y nadie me dice qué

debo de hacer ni cuándo. He estado bien, y no me arrepiento de nada. Que

les den.

Theodor.

Pero viene el camión.

Lionel.

Nada es perfecto.

Theodor.

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¡Vamos!

Lionel.

Perdona, pero no encuentro ninguna razón.

Theodor.

¡Jodé!

Lionel.

Vete.

Theodor.

Estás de farol.

Lionel.

No, de verdad, vete.

Theodor.

Pues claro que me voy. Y ahora mismo, además. Y te voy a decir una cosa.

Tú eres un cabrón, a un amigo no se le hace esto, jode. ¿Que si me voy? Por

supuesto, en qué cabeza entra dejarse freír como si fuésemos croquetas de

bacalao. A un loco. O a un cobarde, eso, un gallina que no tiene agallas para

agarrar la vida por los cuernos.

Se va haciendo la gallina, pero antes de salir se lo piensa y, resignado,

entra en su contenedor.

Lionel.

¿No te ibas?

Theodor.

¡Pero cómo me voy a ir, dejándote solo, con la cabeza que tú tienes! Tu

capaz de meterte en el horno de plásticos, o en el de cristal. Si no se te

puede dejar solo... Ala, que venga el dichoso camión y nos fría los huevos

de una maldita vez.

Lionel.

Con dignidad.

Theodor.

Con dignidad o con queroseno, a mí ya me da igual. (En el contenedor

reencuentra su chaqueta. Recupera su ilusión) ¡Mi chaqueta!

Lionel.

Bueno, adiós. Ha sido estupendo conocerte.

Theodor.

Asqueroso, querrás decir, ¿no?

Se despiden y Lionel se mete en el contenedor. Theodor está asustado y

se siente solo.

Theodor.

Entonces... ¿no hay otra salida? (...) Bueno, si se te ocurre algo, no dudes en

decírmelo.

Theodor se mete resignadamente en su contenedor. Lionel sale.

Lionel.

Theodor...

Theodor.

(Sale de su contenedor como un resorte) ¿Sí?

Lionel.

No... no se me ocurre nada.

Theodor.

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¡¡Jode!!

Lionel.

Es que se me queda una espina clavada, porque nosotros recordamos a

Madriles, a la loca de Arriquíbar, a Viñaspre... ¿Quién contará nuestra

historia cuando estemos achicharrados?

Theodor.

A ver si he entendido... ¿Me has llamado para decirme esto? Mira... métete

ahí dentro y no vuelvas a asomar el morro, eh? Dios, ¡que tío más triste!

Se meten los dos. Al cabo de un segundo, Theodor vuelve a salir.

Theodor.

¡¡Nosotros!! ¡Qué gran idea, Lionel! Nosotros contaremos nuestra historia.

Lionel.

¿Que podemos contar nosotros?

Theodor.

Miles de cosas. El vertedero es la atalaya de la ciudad. Mostraremos a la

gente su propia basura.

Lionel.

A la gente no le interesa la basura, le interesan las historias de amor, las

aventuras.

Theodor.

Por favor, nadie se acuesta con Escarlata O’ Hara o con Superman... ¡Pero

todo el mundo tiene un cubo de basura debajo del fregadero! La gente

quiere basura, y nosotros le vamos a dar basura.

Lionel.

No sé... el tema no parece muy comercial.

Theodor.

Bueno, si quieres podemos meter alguna historia picante, no sé... un rollo

sado-maso con una muñeca hinchable.

Lionel.

¡No te pases!

Theodor.

Ya estoy viendo nuestros nombres en luces de neón: “Lionel Zabor and

Theodor Zakar in...” ¿Cómo se dice “jugando con basura” en inglés?

Lionel.

“Basuring”.

Theodor.

Cóppola querrá llevar nuestra historia al celuloide.

Lionel.

Me gustaría que mi papel lo hiciera Woody Alen.

Theodor.

Robert de Niro me pedirá de rodillas hacer el mío. ¡Vamos a hacer Cine-

basura, teatro-basura, tele-basura!

Lionel.

¡¡Tele-basura!! Eso es nuevo, ¿no?

Theodor.

¡Pues claro! ¿A quién se le ocurriría semejante estupidez sino a nosotros?

¡Nos vamos a forrar!

Lionel.

Bien, pero sin olvidar nuestros orígenes.

Theodor.

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Sí. Financiaremos una Fundación benéfica para poner aire acondicionado en

todos los contenedores.

Lionel.

Y antena parabólica.

Theodor.

Y en los vertederos, hilo musical.

Lionel.

Bien, pero cuidado, no se nos rompa el cántaro antes de llegar a la fuente.

Lo fundamental es tener una buena historia.

Theodor.

El comienzo lo veo claro: cada uno está en su contenedor, ¿no? Entonces

alguien prende fuego al mío.

Lionel.

¿Quién? ¿Por qué?

Theodor.

No se ve. Que cada uno piense lo que quiera. Entonces yo pido ayuda.

Lionel.

¡Y yo te salvo poniendo mi vida en peligro!

Theodor.

En realidad yo había pensado...

Lionel.

Yo te salvo la vida o no cuentes conmigo.

Theodor.

Vale, vale...

Lionel.

¡Ese es un buen comienzo! ¿Pero el final?

Theodor.

¿El final? Pues... No lo sé.

Lionel.

¡Theodor! Una buena historia necesita un buen final.

Theodor.

Es que no se me ocurre...

En ese momento vuelve a sonar la radio. Es la misma canción del

principio.

Theodor.

¡Lo tengo! Lionel y Theodor se miran sin saber qué hacer. Inesperadamente,

una radio empieza a sonar. Es una máquina veja y roñada, que no tiene ni

pilas, pero que así y todo se empeña en seguir dando la chapa, no quiere

dejar de existir. La canción les trae viejos recuerdos de tiempos mejores, y

sienten una extraña alegría. Esa música les devuelve una fuerza que creían

haber perdido.

Lionel hace ademán de poner alguna objeción, pero Theodor le corta.

Theodor.

Lionel está a punto de decir que le parece un final un poco cursi, pero se lo

piensa mejor, y decide que no está tan mal. Es más, decide que no está pero

que nada mal.

Lionel acepta.

Theodor

Page 46: HIISSTTOORRIIAASS DDEE UUNN CCOONNTTEENNEEDDOORRpatxotel-cp191.wordpresstemporal.com/wp-content/... · tetrabrick de vino medio acabado. Lionel. Mira, a lo mejor has tenido suerte.

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Ya no tienen que decirse nada, la decisión está tomada. Y se van.

Lionel y Theodor empiezan a salir.

Lionel.

¡Espera!

Lionel vuelve corriendo, coge su muñeca hinchable del contenedor y

vuelve con Theodor. Desaparecen de escena, rumbo a la ciudad.

FIN