Higiene Pubica Peru Xviii.borbones

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En: Scarlett O’Phelan Godoy (Compiladora).En El Perú en el siglo XVIII. La Era Borbónica. pp. 325-344

HIGIENE PÚBLICA Y PIEDAD ILUSTRADA:

LA CULTURA DE LA MUERTE BAJO LOS BORBONES

1. Introducción Durante un largo período de casi mil años, que comprende desde la Edad Media hasta

los siglos XVI y XVII, el mundo occidental mantuvo la práctica de enterrar a los muertos en las Iglesias,1 conventos y capillas de los hospitales. Pero a mediados del siglo XVIII, con la difusión de las ideas de la Ilustración, esta costumbre comenzó a ser cuestionada. Empezó entonces a rescatarse la tradición funeraria de las antiguas grandes civilizaciones y a revalorarse la práctica de los primeros cristianos2 de sepultar a los muertos en lugares alejados de las ciudades. Respecto al rito cristiano, hay que mencionar, sin embargo, que cuando el poder eclesiástico fue consolidándose, se generalizó la modalidad de enterrar a los muertos dentro de las Iglesias. Es decir, el cuerpo quedó confinado al recinto sagrado, sin llegar a tener una “morada propia” ni perpetua.3 Es alrededor de 1760 que esta costumbre comenzó a convertirse en intolerable para los ilustrados:

1 Este patrón de enterramiento se inició cuando se comenzó a venerar los entierros de los mártires cristianos. Su presencia atrajo las sepulturas de las demás personas, pues querían “estar asociados a los mártires por la alianza del sepulcro”, consideraban que las cercanías de sus almas purificaba a todos los que yacían con ellos. Estos mártires “protegían a los muertos de los horrores del infierno”. Posteriormente, se construyeron basílicas sobre estos mártires que estaban al cuidado de monjes. A partir de allí se generalizó el deseo de enterrarse junto a ellos. Llegó el momento en que las ciudades comenzaron a crecer sobre los arrabales donde se encontraban estas basílicas y de pronto –para el siglo VI aproximadamente- estos espacios ya se encontraban incorporados a las ciudades. También en este siglo se iniciaron los entierros en los atrios de las catedrales. Phillipe Ariès. La muerte en occidente, Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1977, pp. 27-29. Ver también Mario Góngora, quien indica que la inhumación tenía el sentido de mantener íntegro el cuerpo, tal como se encontraba en el momento final, de esta manera se manifestaba simbólicamente la esperanza de participar de la resurrección de Cristo. Mario Góngora, “La cremación funeraria en Chile, 1965-1981”. En Historia Nº 17, Pontificia universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 1982, p. 202. Al considerarse en esta época (siglo XVII) que la muerte era el inicio de una cadena de sufrimientos para que el alma se purificara y pudiera salvarse, los funerales comenzaron a hacerse más complejos. También las misas por el difunto comenzaron a llevarse a cabo durante todo el año. Irma Barriga. “Aproximación a la idea de la muerte” (Lima siglo XVII). Un ensayo iconográfico”, Memoria para optar el grado de Bachiller en Historia, PUCP, 1991, p. 5 2 Los primeros cristianos asumían la muerte con alegría porque consideraban que su alma llegaría a la gloria, esta era la razón por la cual la muerte era un acto deseable. Barriga indica que los funerales eran ceremonias sencillas donde participaba toda la comunidad. Ayudaban al enfermo en su último trance, luego lo velaban y lo acompañaban al cementerio. El sentimiento por todo ello era pascual, Irma Barriga. “Aproximación a la idea de la muerte (Lima siglo XVII), op cit., p. 3. 3 La creciente población que debía ser enterrada en las Iglesias, comenzó a presionar para transformar estas edificaciones. A partir del Concilio de Trento la introducción de más modificaciones se hizo más evidente, las familias notables fundaron nuevas capillas, se ampliaron los cementerios contiguos a las Iglesias, se redujeron y trasladaron las tumbas, todas estas alteraciones se hacían sin un criterio claro. También se comenzaron a adquirir cementerios en sitios apartados, relajándose, de esta manera, la relación de Iglesia-Cementerio. Desde comienzos del siglo XVII se inició en Europa un movimiento de quejas contra los cementerios porque las fosas no eran suficientemente profundas y causaban malos olores y pestilencias. Mario Góngora: “La cremación funerarias en Chile…”. En Historia Nº 17, op. cit., pp. 202.

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“…Por una parte, la salud pública se veía comprometida por las emanaciones pestilentes y los hedores infectos procedentes de las fosas. Por otra, el suelo de las iglesias, la tierra saturada de cadáveres de los cementerios y la exhibición de osarios violaban constantemente la dignidad de los muertos. Se recriminaba a la Iglesia que hubiera hecho todo lo posible por el alma y nada por el cuerpo, y de cobrar el dinero de las misas sin preocuparse de las tumbas…”4

La idea que enarbolaban los ilustrados, se basaba en que los muertos debían de dejar de envenenar a los vivos. La existencia del cementerio y dentro de este espacio el entierro en los nichos, implicó el inicio de la individualización de los muertos: ya no formarían parte de los osarios anónimos. El recuerdo de los muertos ya no se hacía sólo a través de las mismas, sino que existía la posibilidad de ir a visitar los restos del difunto en el lugar que se le había destinado específicamente en el cementerio. Esta visita significaba una “inmortalización” del recuerdo del ser perdido.5

2. Los vivos y los muertos compartiendo el mismo espacio

En el “Plan de la vile de Lima Capitale du Perou”, aparecido en 17166 por el científico francés Amédée Frezier, y que es –según Juan Gunther- el más exacto de Lima publicado en el XVIII, se observa que los hospitales y las Iglesias y, por lo tanto los cadáveres, se encontraban enterrados al interior de la ciudad compartiendo el espacio con los vivos. En el área correspondiente a cada hospital, convento y parroquia se había dado sepultura a los muertos.

El Cuadro Nº 1 muestra la magnitud de los entierros en las parroquias de Lima a fines

del siglo XVIII. El autor del informe, publicado en el Mercurio Peruano, nos advierte que es muy probable que estas cifras no reflejen el número real de entierros, pues muchos de ellos –especialmente en el caso de los niños- no eran registrados.7

Cuadro Nº 1

4 Phillipe Ariès. La muerte en occidente, op., cit., p. 49. 5 Phillipe Ariès. op., cit., p. 50. 6 El Plano Amédée Frezier que mostramos a continuación ha sido tomado de la colección de Planos de Lima de Juan Gunther Doering. Dicho plano “Plan de la Ville de Lima Capitale du Pérou” es considerado por Gunther como el más exacto de Lima correspondiente al siglo XVIII. Juan Gunther Doering (Selección, introducción y notas). Planos de Lima (1613-1983). Municipalidad de Lima, Petroperú-Ediciones Copé, Lima, 1983. Plano 6. 7 “Sólo nos parece advertir que el número de bautizados y muertos debe mirarse como diminuto, por razón del uso generalmente recibido de bautizar a los párvulos privadamente y demorar no sin abuso hasta después de muchos meses el llevarlos a la pila para suplir las ceremonias del óleo y crisma. Todos los que mueren en este intermedio (y son muchos) quedan sin registrarse en los libros parroquiales en quanto al bautismo y por sepultar furtivamente a los más, aún en quanto al entierro. Hermágoras: “Enumeración de matrimonios, bautismo y entierros que ha habido en esta capital y sus dependencias suburbanas desde el 1-12-1789 hasta igual fecha de 1790 sacada originalmente de los liberos de las respectivas parroquias y rectificado por el Estado que se preentó a este superior gobierno”. En Mercurio Peruano, 6-1-1791, p. 16. Para los siguientes años: MercurioPeruano, op. cit., 19-02-1792, p. 122.

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Entierros en las parroquias de la ciudad de Lima (1789-1796)

Parroquia

1-12-1789 al

1-12-1790

1-12-1790 al

30-11-1791

1-12-1791 al

30-11-1792

1-12-1792 al

30-11-1793

1-12-1793 al

30-11-1794

1-12-1794 al

30-11-1795

1-12-1795 al

30-11-1796 Catedral 450 314 509 425 489 533 443 Santa Ana 305 350 611 332 360 391 380 San Marcelo 120 90 98 100 94 140 116 San Lázaro 188 215 210 80 297 151 111 San Sebastián 116 115 75 49 90 106 147 Santiago del Cercado

17 25 40 30 149 163 60

Fuente: Hermágoras. Enumeración de matrimonios, bautismos y entierros que ha habido en esta Capital y sus dependencias suburbanas desde el 1-12-1789 hasta igual fecha de 1790 sacada originalmente de los libros de las respectivas parroquias y rectificado por el Estado que se presentó a este superior gobierno. Mercurio Peruano, op. cit., 6-1-1791, p.16: Para los siguientes años: Mercurio Peruano, op. cit., 19-02-1792, p. 122. A partir de 1791: Hipólito Unanue: “Estado General de matrimonios, muertes y nacidos de esta capital desde 1º de diciembre 1791 hasta 30 de noviembre de 1792, presentado al supremo gobierno por el teniente de policía don Joseph María de Egaña”, Guía política, eclesiástica y militar del Virreynato del Perú para el año de 1793, 1794, 1795 y 1796, pp. 295, 353.

El Cuadro Nº 2 contiene información sobre los entierros en los hospitales. Se puede

apreciar que los hospitales de San Andrés, Caridad, Santa Ana y San Bartolomé tenían un registro bastante elevado.

En las Iglesias, los cadáveres eran enterrados de acuerdo a la relación que el individuo

había mantenido en vida, en calidad de parroquiano. La mayor o menor proximidad se reflejaba en la distancia en que el cuerpo era sepultado con respecto al atrio principal. Así, los miembros de la congregación tenían el lugar más importante, luego venían aquellos que habían hecho grandes donaciones, o pertenecían a alguna cofradía, después venía el resto de feligreses. Casi no había un lugar específico para cada cuerpo, sino que más bien eran osarios distribuidos de acuerdo a la clasificación ya señalada.

Las siguientes fotos pertenecen al convento de San Francisco y a la Parroquia de Santa

Ana y nos ilustran, justamente, dicho patrón de enterramiento. Debido a esta modalidad, los deudos al acudir a las misas de su parroquia rezaban simultáneamente por sus familiares y conocidos ya fallecidos.

Cuadro Nº 2

Entierros en los hospitales de la ciudad de Lima (1789-1796)

Parroquia

1-12-1789 al

1-12-1790

1-12-1790 al

30-11-1791

1-12-1791 al

30-11-1792

1-12-1792 al

30-11-1793

1-12-1793 al

30-11-1794

1-12-1794 al

30-11-1795

1-12-1795 al

30-11-1796 San Pedro de clérigos

5 5 6 7 3 12

San Andrés de blancos

211 288 289 295 399 285 261

Caridad de blancas

136 144 169 131 138 120 118

Espíritu Santo de marineros

67 71 102 84 71 102 66

Refugio de incurables

3 2 5 12 12 4

San Lázaro 5 6 4 3 3 2 2 Camilas de 23 18 24 18 22 26 27

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españolas Santa Ana de indios

396 7 455 421 392 541 286

San Bartolomé de negros

179 345 202 182 207 160 146

San Juan de Dios, convento

4

Fuente: Hermágoras. “Razón que han entrado, muerto y curado en los hospitales de esta capital desde el día 1-12-1789 hasta igual fecha de 1790 instruida sobre las noticias de los libros auténticos de los mismos y rectificada sobre el plan presentado al Excmo. Señor Virrey”. Mercurio Peruano, op. cit., 27-1-1791, p.63: Para los siguientes años: Mercurio Peruano, op. cit., 19-02-1792, p. 122. A partir de 1791: Hipólito Unanue: “Estado General de matrimonios, muertes y nacidos de esta capital desde 1º de diciembre 1791 hasta 30 de noviembre de 1792, presentado al supremo gobierno por el teniente de policía don Joseph María de Egaña”, Guía política, eclesiástica y militar del Virreynato del Perú para el año de 1793, 1794, 1795 y 1796, pp. 295, 353.

Podemos observar que los cuerpos eran depositados sin orden alguno y posteriormente

se les cubría con cal. Esto no quiere decir que no existieran espacios al interior de la cripta donde los cadáveres eran depositados de manera individual. Había en ésta, y en las demás parroquias, lugares exclusivos para determinados personajes –miembros del clero, autoridades públicas o benefactores-. Se accedía a dichos recintos por estrechas galerías.

Un ejemplo de entierro individual es el que tuvo don Pedro Bravo de Rivero

Montenegro Cabrera, quien detentó los siguientes cargos: “Consejo de su Magestad, Ministro Honorario en el Real Supremo de las Yndias, Oydor Decano de la Real Audiencia de esta. Su esposa Doña Petronila de Zavala Vazquez de Velasco Esquivel yace junto a él”. Murieron en 1786 y 1788, respectivamente.8 Hay que señalar, sin embargo, que estos entierros individuales no eran frecuentes. Las parroquias y los hospitales constituían el espacio donde comúnmente se depositaban los cuerpos –osarios- porque existía la creencia que de esta manera los difuntos quedaban al cuidado de la Iglesia. Los deudos asistían a dichas Iglesias para rezar por sus muertos y recordarlos; no buscaban los restos de sus seres queridos de manera específica.

En 1796, y a partir de la decisión de la Corona de abrir un expediente para la creación

del Cementerio General, se encargó estudiar la situación de los entierros en las Iglesias. El informe contenía un diagnóstico que señalaba el estado deplorable de estos lugares. Aparentemente el único hospital que se hallaba en condiciones aceptables era el de los Padres Bethlemitas. El que se encontraba en peor estado era el del Hospital de San Juan de Dios. El mencionado informe describió una patética realidad: “… y por la de vivir yo en la misma calle en que se halla, situado casi en el centro de la ciudad, he visto y presenciado con la mayor consternación, más de una vez, exhumados los cadáveres por los perros, y hechos pasto de su hambre…”.9

3. La campaña del cementerio extramuros ¿Cómo se aplicaron las ideas borbónicas sobre la muerte en el Virreinato peruano?

Aquí, al igual que en otros virreinatos, trasladar los entierros de las iglesias a cementerios ubicados en las afueras de la ciudad fue un largo y lento proceso. El mismo que se inició en

8 Lápida ubicada en el Convento de San Francisco. Lamentablemente está muy deteriorada. 9 Pedro Antonio Zernadas Bermudez.: “Carta y disertación sobre entierros eclesiásticos. Remitida”. En Mercurio Peruano Nº.42.26/05/1791. Edición fascimilar, Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 1964-1966.

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el siglo XVIII involucrando muchos años de reflexión, debate y aceptación.10 Se abre así un período que marca el inicio de cambios en las mentalidades, tanto en la Metrópoli como en la burocracia colonial del Virreinato peruano, el cual se plasma en el momento en que se acepta modificar el lugar de los entierros. Esta decisión se mantendrá durante la Independencia y se irá consolidando a la par que se constituye la República, llegando hasta nuestros días.

Esta determinación significó en la práctica una “alianza” entre el Estado y la Iglesia por

el bien de la salud pública. Se mantuvieron las misas de difuntos y toda la pompa fúnebre, pero se optó por destinar las “afueras” de la ciudad como el lugar indicado para los entierros. Creemos que los ideólogos de la “piedad ilustrada” fueron un buen enlace para que en el Perú no se produjera de manera radical -a diferencia de lo sucedido en otros países latinoamericanos- el proceso de laicisación del siglo XIX.

Así en las páginas del Mercurio Peruano se pueden encontrar los argumentos de los

ilustrados para convencer a la población de la necesidad de cambiar el lugar de los entierros y de la importancia de la higiene pública para garantizar el crecimiento de la población.

Además, el Mercurio Peruano encabezó esta campaña publicando diversos artículos

sobre este debate, explicando que los azotes de las epidemias tenían dos razones unidas entre sí como dos caras de una misma moneda, pues para ellos “las epidemias, las pestes, que en lo moral son castigos del cielo, en lo físico son casi siempre efectos de un ayre”.11 Este planteamiento, que formaba parte de una concepción de la salud a partir del paradigma miasmático12 imperante en los médicos y científicos de la época, permitió que el cambio del lugar del entierro fuera tomado como una medida necesaria para cuidar y proteger a los vivos.

¿Cuáles fueron los argumentos que se expusieron para remover a los muertos de las

ciudades? El primer factor que se tomó en cuenta fue el “de la infectación del aire por los cadáveres enterrados en los templos”. Se argumentaba que los malos olores provenientes de los cuerpos en putrefacción infectaban el aire y ponían en peligro la salud de los feligreses. El segundo argumento fue, según Jean Pierre Clement, de carácter histórico-religioso. Se recurrió a la explicación de que los cristianos primitivos se enterraban en las afueras de las ciudades, pero que desde la Edad Media se fue generalizando el entierro dentro de las Iglesias. La tercera razón fue de tipo moral, pues se consideraba “indecente ensuciar los

10 Michel Vovelle nos advierte que no debemos dejar de “seguir las expresiones de la supervivencia individual del arte funerario de las iglesias al de los cementerios …cuando los muertos abandonan el lugar sagrado, entre 1770 y 1850, para reagruparse en otros lugares. Michel Vovelle. Ideologías y mentalidades, op. cit., p. 32 11 “Razones físicas que reprueban la costumbre de enterrar en las Iglesias”. Mercurio Peruano del 17 de febrero de 1791. Nº. 14. Edición fascimilar, Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 1964-1966, pp. 124-127. Sobre este tema se puede consultar a Gastón Zapata: “Notas para la historia de la muerte en el Perú. El debate sobre los cementerios en las páginas del Mercurio Peruano, 1792”. En Pretextos, Desco, Lima, 1991, pp. 97-102, que hace un seguimiento de los artículos publicados por Hesperyophillo. 12 Para conocer más sobre esta teoría se puede revisar varios trabajos, entre ellos tenemos el de Cipolla: Contra un enemigo mortal e invisible, que explica en detalle como pudo sobrevivir este paradigma durante tanto tiempo sin ser cuestionado. Carlo M. Cipolla. Contra un enemigo mortal e invisible. Editorial Crítica, Barcelona, 1993, pp. 19-21.

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recintos sagrados con cuerpos en putrefacción”.13 Este argumento está vinculado al cuarto factor: lo costoso que se había convertido para la ciudad mantener en buen estado las Iglesias. Por eso la guía del Cementerio indicaba lo siguiente:

“La idea de este edificio, su bella situación, solidez y buen gusto de su ornato; la celeridad de su erección, … las precauciones y decoro con que sirve á su intento, con notable economía del público … hacen singular su establecimiento … y acreditan que todo lo ha dirigido la Divina Providencia para conservar el aseo de sus templos, en cuya refacción y adorno ha consumido esta ciudad más de un millón de pesos en los últimos dos años”.14

¿Qué significaba devenir en costoso para la ciudad? Más allá de un aspecto meramente

económico, la permanencia de los entierros dentro del área urbana tenían un costo social muy alto, porque los templos y los hospitales se habían convertido en lugares lúgubres y potencialmente peligrosos. Se sostenía que la salud de los vivos estaba comprometida por “las emanaciones pestilentes que provenían de la multitud de cadáveres amontonados en los sótanos de las Iglesias”.15

4. Las ideas borbónicas: higiene pública y piedad ilustrada Es conocido que el pensamiento de la Ilustración y las medidas que se tomaron a partir

de su aplicación respondían, en el caso de España y sus colonias, más a necesidades concretas que a las nuevas ideas.16 Los líderes de estos planteamientos eran los representantes de lo que se denominó, en este período, la “piedad ilustrada”. Esta posición respetaba las costumbres sólidas y saludables aprobadas y admitidas por la Iglesia, pero combatía y reprobaba las prácticas “vanas y superficiales” que no iban de acuerdo al espíritu de una verdadera devoción.17 Por eso propusieron erradicar la costumbre de dar sepultura en los templos:

“En todas las ciudades grandes hay algunas Iglesias, que logran mayor concurso que … otras: en ellas son también más numerosos los entierros. Aunque tengan muchos sepulcros para este fin, casi todos se llenan al cabo del año. Las lápidas que las cubren están aseguradas con un poco de barro y nada más; los vapores metíficos de los cuerpos inhumados y corrompidos siempre encuentran respiradero y por donde salir á inficionar el ayre. Por esta causa, y por la de que á menudo se ofrece abrir aquella misma sepultura, que pocos días antes recibió otros cadáveres, el ambiente de estas iglesias en tiempo de verano tiene un mal

13 Veáse al respecto Jean Pierre Clement: “El nacimiento de la higiene urbana en la América española del siglo XVIII”, op. cit., p. 90 Mercurio Peruano Nº 14 (17-02-1791): “Razones físicas que reprueban la costumbre de enterrar en las Iglesias”, Edición fascimilar, Biblioteca Nacional del Perú, Vol. 1, Lima, 1964, p. 125, Antonio Zapata: “Notas para la historia de la muerte en el Perú. El debate sobre los cementerios en las páginas del Mercurio Peruano, 1792”. En Pretextos, Desco, Lima, febrero de 1991. 14 “Descripción del Cementerio General mandado erigir en la ciudad de Lima por el excmo. señor don José Fernando de Abascal y Sousa, Virrey y Capitán General del Perú”. 15 Antonio Zapata. “Notas para la historia de la muerte en el Perú….”, op. cit., p. 98. 16 John Lynch. El siglo XVIII. Historia de España, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 229. 17 Anónimo: “La mortaja o examen de la costumbre de sepultar los cadáveres con hábito religioso”. Imprenta de Matías, Lima, 1828, pp. 1-11.

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olor, que se percibe sensiblemente aún en medio de la fragancia del incienso que en ellos se quema. Este es el caso en que se verifica el mayor daño…”18

Los ilustrados difundieron la idea que todas las plagas y pestes, que periódicamente

asolaban a las poblaciones, eran consecuencia del aire enrarecido provocado por la descomposición de los cuerpos sepultados en la Iglesias. De esta manera, los decesos ocasionados por “… las fiebres malignas, las muertes repentinas, hidropesías, catarros sofocativos … garrotillos, sarampiones, tercianas…”,19 se debían al daño que provocaban los “ayres mal sanos” respirados por los vivos. Estos aires contaminados por el hedor de los cadáveres eran más perniciosos que los aires infestados a consecuencia de la basura y las acequias descuidadas que, dicho sea de paso, también se trataba de erradicar.20 Pueblos enteros habían desaparecido por no saber cerrar las sepulturas debidamente.21

Hipólito Unanue señalaba que los hermosos templos de la ciudad de Lima habían

quedado reducidos “a unos inmundos cementerios, mezclándose en aquellos el hedor de la podre con los inciensos”22 que se ofrecían al soberano Dios. Planteaba que en Europa se habían aunado esfuerzos entre la Iglesia y el Estado para poder favorecer a sus habitantes y evitarles esta situación de peligro.

La salida más adecuada para la ciudad de Lima, según los integrantes de la Sociedad de

Amantes del País, era la construcción de un cementerio fuera de los muros de la ciudad, ubicado en un paraje distante y ventilado. Manifestaban que varios países europeos, incluyendo España, ya habían iniciado estas medidas con la construcción de cementerios -Sann Idelfonso y el Pardo por orden de Rey Carlos III- y habían dejado de enterrar en las Iglesias.23 También se había dejado de cubrir con cal los cadáveres, porque se había

18 Hesperiophilo. “Razones físicas que reprueban la costumbre de enterrar en las iglesias”. Mercurio Peruano, 1117/02/1791, Nº 14, op. cit., p. 125. 19 Hesperiophilo, op. cit., p.126. 20 Al respecto la Sociedad de Amantes del País señalaba: “Esta hermosa Capital, digna de ocupar un lugar distinguido al lado de las más opulentas de Europa, tiene la fatalidad de no poder lograr un perfecto aseo ni en quanto a las calles, ni en quanto á la circulación de las azequias interiores. El agua estancada en algunas partes, rebalsada en otras, y en todas arrastrando las inmundicias domésticas y naturales, no puede menos de aumentar las exhalaciones metíficas y nocivas á la salud de los habitantes. Los muchos corrales contribuyen á hacer mas próximo el peligro de la insalubridad del ambiente… concurren a aumentar el daño físico de los entierros dentro del poblado. Con un Campo-Santo se minorarían las causas de la alteración del ayre, como que las sepulturas de los Templos son las más peligrosas …”. Mercurio Peruano, op. cit. 21 Para 1790 habían sido enterrados en las Iglesias un total de 1,196 muertos. En el año 1791 se enterraron 1,109.El lugar donde se enterraban más era en la Catedral, luego en la Parroquia de Santa Ana, en tercer lugar se prefería la Parroquia de San Lázaro. “Enumeración de los matrimonio, bautismos y entierros que ha habido en esta Capital y sus suburbios desde el día 1º de diciembre del año pasado de 1790 hasta fines de noviembre de 1791, extraída del Estado que se presentó al Superior Gobierno por el Juzgado de Policía”. En Mercurio Peruano Nº 118. 19/02/1792. En los hospitales los entierros habían sido para 1790 de 1,020 y para 1791 de 1,013. “Razón de los que han entrado, muerto y curádose en los hospitales de esta capital, desde el día 10 de diciembre de 1790 hasta el 30 de noviembre de 1791, extraída de los libros que se llevan en ellos y rectificada sobre el plan presentado por el teniente de policía al Excmo. Señor Virrey”. En Mercurio Peruano Nº. 133. 29/04/1792. 22 Hipólito Unanue. “Discurso sobre el Panteón que está construyendo en el Convento grande de San Francisco de esta Capital el R.P. Guardian Fray Antonio Dios”. Lima, Real Imprenta de Niños Expósitos. 23 Si bien es cierto que en España el Rey Carlos III había ordenado -cubriendo la corona dichos gastos- que El Pardo y el San Idelfonso sean cementerios extramuros. Estos eran lugares reales a donde no podían acceder

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comprobado que sólo disipaban la corrupción del cuerpo y que expulsaban al aire más rápidamente sus hedores.

5. La construcción del cementerio general como ciudad bendita ¿Cuándo y cómo se construye el Cementerio General? El expediente solicitando

autorización para su edificación fue iniciado por el Virrey Amat. El Cementerio General sería ubicado en las afueras de la ciudad, a pocas cuadras de la portada de Maravillas. Para Manuel Atanasio Fuentes este recinto fue uno de los mejores edificios que tenía Lima por su construcción, elegancia y conservación.24 El diseño de los cementerios del siglo XIX se caracterizó por la concepción de crear una ciudad para los muertos. Tenía calles, edificios –cuarteles- departamentos, jardines, entre otros detalles. En realidad, fue un espacio para el “uso de los vivos y sus rituales fúnebres”.25

La orden de creación del Cementerio General fue dada en 1786.26 No obstante, la

construcción recién se iniciaría en 1807, para lo cual se contó con los siguiente ingresos: 17,688 pesos obtenidos de cuatro corridas de toros escenificadas en la Plaza Mayor de la ciudad (fue una donación del Cabildo); 3,653 pesos de donativos remitidos desde el exterior; 68,500 pesos de varios capitales a censo impuestos sobre la misma obra; y 3,891 pesos resultantes de la venta de nichos a familias ilustres.27

La edificación quedó concluída en 1808, bajo la administración del virrey don José de

Abascal, contándose con el auspicio del Arzobispo de Lima, don Bartolomé María de las Heras. La inauguración fue un acto cargado de simbolismo: se exhumó el cadáver del

los demás miembros de la sociedad –especialmente los burgueses-. La construcción de cementerios en las afueras de las ciudades de España y reabrir los existentes, fue un problema lo suficientemente complejo como para demorar veintiún años en hacerse realidad. José Luis Galán explica que los cementerios que existían en España habían sufrido un profundo desprestigio social, especialmente a partir del siglo XI, todas las personas que tenían recursos económicos pugnaron por ser enterradas en las Iglesias y los cementerios quedaron para el entierro de los pobres. Por otro lado, y por razones opuestas, con el surgimiento de la Ilustración, la Corona intentó prohibir que se mantengan los entierros en las Iglesias de manera generalizada y se restablecieron y precisaron las excepciones para ello. Así, los conventos comenzarán a ser el lugar donde la élite comenzó a enterrarse. ¿Qué sucedió? Que si bien las Cortes estaban dispuestas a aceptar que en virtud a la salud pública se construyeran nuevos cementerios en las afueras de la ciudad, no estaban dispuestas a sufragar los gastos que ello acarreaba. Por otro lado, la Iglesia tampoco quería invertir en un proyecto de esta naturaleza porque temía perder los ingresos que regularmente había recibido por este concepto. Sólo los religiosos ilustrados estuvieron dispuestos a ello, José Galán Cabilla: “Madrid y los cementerios en el siglo XVIII: el fracaso de una reforma”. En Carlos III, Madrid y la Ilustración, Siglo XXI Editores, Madrid, 1988, pp. 255-295. 24 Ibid., p. 86. 25 Alfonso Castrilllón Vizcarra: “Escultura monumental y funeraria en Lima”. En Juan Antonio Lavalle. Escultura en el Perú, Banco de Crédito, Lima, 1992, p. 368. 26 Nótese que esta orden sólo se ejecutó un año después que el Rey Carlos III emitiera una Real Cédula para Madrid estableciendo varias medidas relacionadas a los entierros, entre las principales estuvieron: prohibir el entierro en las Iglesias, ordenar el restablecimiento de los cementerios –solamente se había continuado el entierro de los pobres en estos lugares, los que podían pagar los derechos correspondientes, habían optado por el entierro en las Iglesias- ordenar la creación de un cementerio en las afueras de la ciudad; el mismo que comenzó a funcionar en 1809, un año después del Cementerio General construido en Lima. Ver al respecto el trabajo de José Luis Galán Cabilla. “Madrid y los cementerios en el siglo XVIII: El fracaso de una reforma”. En Equipo Madrid de Estudios Históricos. Carlos III Madrid y la Ilustración. Contradicciones de un proyecto reformista. Siglo XXI editores, Madrid, 1988, pp. 255-256. 27 “Guía del Cementerio General de Lima de 1890”.

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arzobispo Juan Domingo Gonzáles de la Requena –enterrado en el Panteón de la Catedral- quien había impulsado el proyecto del Cementerio. Con esta ceremonia los ilustrados trataron de ganar para su causa a quienes se habían opuesto al cambio de la costumbre de realizar los entierros en las iglesias.

Por otro lado, la construcción de edificios especiales para los entierros como alternativa

a sepultar en los templos, significaba que la Iglesia se sometía a las medidas estatales.28 No obstante, en muchos lugares, incluido Madrid, estos dispositivos no fueron llevados a cabo con rapidez, porque la población no estaba totalmente convencida de la necesidad de este cambio en las costumbres funerarias.

El arzobispo Bartolomé de las Heras, en el discurso inaugural del Cementerio General,

puso de manifiesto su conformidad con estas medidas: “ los Templos y la salud pública van a lograr un inestimable beneficio, cuyas ventajas descubrirá cavalmente el tiempo y calculará con ecsactitud la posteridad”.29 También indicó el interés que tenía la Iglesia de que el público acogiera y aceptara el Cementerio. Exhortó a todos los párrocos, prelados y capellanes para que se encargaran de difundir el sentimiento de aprobación de esta edificación. Luego de explicar cómo desde los inicios de la civilización se acostumbraba sepultar fuera de las ciudades. Sólo después se pasó a la práctica de enterrar en las Iglesias, para acercar los difuntos a los santos. Asimismo afirmaba que era necesario, por el bienestar de los vivos, volver a los cementerios en las afueras de las ciudades. Para ello otorgó la garantía que estos edificios –los cementerios- eran también lugares benditos y consagrados y por lo tanto, más adecuados que los templos parta los enterramientos.

A partir de 1808, después de la apertura del Cementerio General,30 se ordenó que todas

las Iglesias clausuraran sus bóvedas, sepulturas, osarios y demás lugares de entierro, para lo cual tuvieron quince días de plazo. Sólo quedaban habilitados los entierros a santidades los cuáles debían ser comunicados convenientemente. La multa para las infracciones a esta norma era de 50 pesos.31

El documento sobre la inauguración del Cementerio General, efectuada por el Virrey

Abascal, señala que las explicaciones dadas por el Arzobispo de Lima lograron aplacar las inquietudes de la población sobre la necesidad de cambiar el lugar para los entierros:

28 Ver al respecto el trabajo de M.A. León: “De la capilla a la fosa común: el cementerio católico parroquial de Santiago 1878-1932”. En: Historia Nº 27, op. cit., p. 336. 29 “Discurso que dirige a su grey el Illmo. señor doctor don Bartolomé María de las Heras, dignísimo Arzobispo de esta Metrópoli con motivo de la apertura y bendición solemne del Cementerio General erigido en esta capital”. Impreso en la Casa Real de Niños Expósitos. Lima, 1808. 30 Trece años después, el 9 de diciembre de 1821 se inauguró en Santiago de Chile el Cementerio General con gran pompa y esplendor. Asistieron autoridades del gobierno y la Iglesia: el Director Supremo Bernardo O’Higgins y el Obispo de Santiago, José Santiago Rodríguez Zorrilla, se festejó con marcha de tropas, sonido de cañones, marchas militares, salvas y repiques de campanas. Marco Antonio León. “Un simple tributo de amorosa fe: la celebración de la fiesta de difuntos en Santiago de Chile, 1821-1930”. En Historia Nº 29, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile, 1995, pp. 160-162. 31 “Reglamento provisional acordado por el excmo. señor D. J.F. de Abascal y Souza, Virrey y Capitán del Perú con el Illmo señor Doctor Bartolomé de las Heras, dignísimo Arzobispo de esta santa Iglesia, para la apertura del Cementerio General de esta ciudad, conforme a lo ordenado por Su Majestad en Reales cédulas de 9 de diciembre de 1786 y 3 de abril de 1787”. Imprenta de la Real Casa de Niños Expósitos, Lima, 1808.

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“Esta instrucción fervorosa –el discurso del Arzobispo de las Heras-32 penetró sensiblemente el corazón de todos: desvaneció la preocupación de los ignorantes, desterró la opinión fomentada por una piedad mal entendida, destruyó las falsas ideas, que había sugerido el parcial interés de la práctica anterior, para desacreditar al Cementerio General; y por último todo el pueblo se conmovió, adoptó en su corazón las nuevas luces, que disiparon las tinieblas, y conoció el inestimable bien que se preparaba: todos en general bendicen al Dios”.33

De esta forma el Cementerio General, si bien estaba ubicado afuera de la muralla, pasó

a ser aceptado como el edificio idóneo para el entierro de los muertos y por lo tanto, a formar parte del complejo urbano. La presencia del cementerio, al igual que lo ocurrido en otras partes del mundo occidental, se convirtió entonces en necesaria para la ciudad.34

Luego de la ceremonia de inauguración del Cementerio General, una real cédula del 20

de agosto de 1807 inhabilitó a todos los osarios- cementerios ubicados en las iglesias, especialmente el de San Francisco.

El Cementerio General estaba situado a la salida de la Puerta de Maravillas, que era el

punto más elevado de la ciudad:

“En el sitio más elevado, a sotavento de la ciudad, en que la nueva portada de Maravillas da salida para la provincia de Huarochirí, á distancia de 690 varas a la izquierda, se ha dexado un camino de a pie paralelo al común, que se extiende 375 varas sobre 10 de ancho…”35

32 En México el Arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, también acogió con agrado las ideas de la Ilustración sobre el tema de los entierros. El 1784 adquirió y construyó un cementerio en las afueras de la parte norte de la ciudad. En este lugar se enterrarían los fallecidos en el hospital de San Andrés. María Dolores Morales: “Cambios en las prácticas funerarias. Los lugares de sepultura en la ciudad de México, 1784-1857”. En Historias 27, Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México D.F., oct. 1991 – marzo 1992. p. 98. 33 “Relación de la apertura y solemne bendición del nuevo Campo Santa de esta ciudad de Lima, que se verificó el día 31 de mayo de 1808”. Impresa con la licencia necesaria, en la Casa Real de niños expósitos, Lima, 1808. 34 Phillipe Ariès. La muerte en occidente, op. cit., p. 51. En la ciudad de México no se pudo construir un Cementerio General en la primera mitad del siglo XIX. Muchos proyectos se presentaron, tanto en el período borbónico, como en el gobierno independiente, pero ninguno concluyó en un Cementerio General. Aunque se fueron abriendo varios cementerios en las afueras de la ciudad. Sin embargo, María Dolores Morales indica que sí se consiguió cambiar el lugar de los entierros y ya no se siguió enterrando en las Iglesias. El caso de México es especial porque la Iglesia contribuyó para lograr este objetivo. En casos de epidemia se dispuso el entierro en el panteón del Hospital de San Andrés, que como vimos en una nota anterior, fue inaugurado en 1786. Para las élites se permitió los entierros en los conventos de San Cosme y San Hipólito, también ubicados en las afueras de la ciudad. María Dolores Morales: “Cambios en las prácticas funerarias. Los lugares de sepultura en la ciudad de México. 1784-1857”. En Historias 27, op. cit., pp. 98-100. 35 “Descripción del Cementerio General mandado erigir en la ciudad de Lima por el excmo. señor don José Fernando de Abascal y Sousa, Virrey y Capitán General del Perú”. Nótese que las condiciones establecidas para el Cementerio General como “fuera del poblado, en el punto más alto y bien ventilado, lejos de caminos, de recorridos de aguas que alimentaban la ciudad”, también fueron tomadas en cuenta en México, cuando en 1847 se proyectó abrir un cementerio general. Concepción Lugo y Elsa Malvido. “Las epidemias en la ciudad

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El ingreso era a través de una amplia calle de cipreses que iba hasta el atrio de la

capilla. La capilla, a su vez, guardaba el estilo de un templo antiguo –neoclásico- con columnas jónicas de mármol blanco; la cúpula estaba revestida con cornisa y tenía ocho ventanas adornadas. En torno a ella se ubicaban los lugares destinados a los entierros privilegiados.

“los del lado de la epístola dedicados a Santo Toribio, tienen a la izquierda una urna del mejor gusto en su perfil y a largo, que ha de contener las cenizas del excelentísimo e ilustrísimo señor la Requena, último Arzobispo … y primero que debe honrar el Cementerio: para que sigan la línea sus dignos sucesores. Al lado derecho se halla una división de 60 nichos en tres filas para las dignidades eclesiásticas y clero; sigue otra de 98 para religiosos, por clases y abre al frente por su medio a un quadro de 54 nichos, para las religiosas y beaticas; ácia el fondo del cementerio hay 144 nichos por cada lado para religiosos, legos, cofradías y hermandades, todo bien distribuido y adornado; de forma que los medios, y ángulos de todas las divisiones quedan cerradas de rejas con mucha armonía y uniformidad. La puerta del lado del Evangelio, ó de Santa Rosa, dirige en el mismo órden á la división de personas distinguidas: á la mano derecha irán sepulcros de los señores Virreyes, y á la izquierda están los tramos de nichos de Real Audiencia, Excmo. Cabildo y títulos de Castilla”.36

La sección que estaba dedicada a los nichos, tenía el doble de las dimensiones

reservadas a las sepulturas ya descritas. Se dividía en tres calles y contenía más de mil nichos en 16 divisiones.

También se había previsto nichos parta los niños: era el área denominada “Angelorio”

ubicada al centro del Cementerio. Su construcción, dicho sea de paso, había merecido muy buenas críticas: “… Esta es una de las piezas más armoniosas, cuya vista enriquece todo el edificio: su formación consiste en 4 frentes de á 48 nichos pequeños, en 4 órdenes y 4 rejas que cierran sus esquinas…”.37

La siguiente imagen es una fotografía del cuartel de la Resurrección, lugar donde se

ubica el primer nicho perpetuo. Podemos apreciar que este cuartel solamente tiene cuatro niveles de nichos:

Scanear Imagen p. 341 Cementerio General: Cuartel de la Resurrección Esta otra imagen corresponde a los cuarteles San Estanislao y San Gil:

de México, 1822-1850”. En Regina Hernández (Comp.). La ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX, op., cit., p. 343. 36 “Descripción del Cementerio General …” op. cit. 37 “Descripción del Cementerio General …” op. cit

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Scanear Imagen p. 341. El osario, por otro lado, constaba de ocho varas de diámetro y se descendía a él por dos

rampas que contaban, a ambos lados, con jardines de medianas dimensiones. Allí también se levantaba una portada toscana, del mismo estilo que las de la fachada principal. Esta zona seguía las mismas líneas de los nichos y terminaba en 14 rejas de ventilación.

La construcción del Cementerio fue vista, desde sus inicios, como una contribución de

la administración colonial al mantenimiento de las iglesias. A la vez, se decía que restituía el decoro a la ciudad y dignificaba a los propios muertos, pues estos podían disponer de sepulturas. Por todas estas razones no fue extraño encontrar observaciones como éstas:

“Ilustre Abascal, acelera la conclusión de este suntuoso cementerio, que la religión, la humanidad, y el amor al dulce pueblo que riges te han obligado, á emprender. No sean más nuestros templos y hospitales los palacios de la muerte. En el Santuario de Dios Vivo solo se sientan el olor agradable del incienso; y el del bálsamo salutífero en las cosas de piedad…”38

6. El cementerio como réplica de la estratificación social de la ciudad

El diseño del Cementerio General fue similar al de los cementerios europeos. Se buscó una edificación que a la vez fuera armónica y bella, “donde se observe orden y la vista se recree en los árboles y estatuas fúnebres. Cada sector de la sociedad tenía un lugar, era la representación simbólica de la estratificación de la sociedad”.39

Es decir, el lugar que los difuntos ocupaban en el Cementerio General estaba

estrechamente ligado a la ubicación económica y social que habían detentado en la ciudad: el “común” o camposanto; los nichos temporales; los nichos perpetuos; las sepulturas destinadas para los miembros del clero y la alta burocracia civil y finalmente, los mausoleos.

La administración y uso del Cementerio se regía bajo el Reglamento puesto en vigencia

por el Virrey Amat. La sección destinada para las cofradías tenía los siguientes precios: 12 pesos por nicho, 2 pesos por conducción del cadáver y 10 pesos por colocación en el lugar respectivo.

Las personas ilustres como los Virreyes, miembros de la Real Audiencia y otros

integrantes de la alta burocracia, tenían reservada la sección denominada El Apostolado. Para poder ser enterrados en esta área exclusiva, se distribuían con antelación los boletos con el nicho asignado, donde se indicaba el nombre del destinatario.

38 “Descripción del Cementerio General…” op. cit. 39 Phillipe Ariès. El hombre ante la muerte, op. cit., p. 417.

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Para el clero y las comunidades religiosas los nichos eran gratuitos, sólo debían pagar 2 pesos por conducción. Sin embargo, los eclesiásticos seculares con recursos económicos podían contribuir con 10 pesos por derecho de nicho.40

El reglamento establecía que las personas que no tenían acceso a los sepulcros de

privilegio y querían ser enterrados en dicha área, debían cancelar 10 pesos para ser anotados anticipadamente en el boleto parroquial. Podían ser enterrados siguiendo el número correlativo al último nicho ocupado.41

Para enterrar a los párvulos en el Angelorio se debía pagar 5 pesos por nicho y dos por

la conducción. Si el niño pertenecía a las familias privilegiadas con acceso a la sección de El Apostolado, podía ser sepultado junto a ellos, pero se debía pagar el derecho correspondiente al nicho de adulto.

Solamente se podía trasladar a los difuntos en las carrozas de la Beneficencia, pues

estaba terminantemente prohibido hacerlo en otro tipo de transporte. También estaba prohibido adornar el nicho con trofeos, epitafios, y toda singularidad que excediera el escudo y el título de pertenencia.

Finalmente, otro aspecto que nos interesa destacar, a propósito del Cementerio General,

es la diferenciación social frente a la muerte. La idea de que al final todos morimos sin llevar nuestras riquezas materiales, nos da la imagen equívoca de que la muerte es igual para todos o se da en las mismas condiciones. El punto que queremos resaltar es que el ritual de la muerte y el lugar donde se efectuaba el entierro estaban directamente determinados en función al estatus y los recursos económicos del difunto.42 Ello está claramente definido en la distribución del Cementerio: zanja, nicho temporal o perpetuo, mausoleo, etc. También se observan contrastes en la calidad del material y el nivel del trabajo artístico de las lápidas, en los gastos que ocasionaba la pompa fúnebre, en el número de personas que asistía al funeral, entre otros. La última morada no era idéntica para todos.

40 “Reglamento provisional acordado por el excmo. señor D. José Fernando de Abascal y Sousa…” op. cit., pp. 1-2. 41 “Reglamento provisional…” op. cit. Capítulo VII. 42 En Chile este tema fue motivo de preocupación entre los contemporáneos. Se señalaba que la desigualdad de las clases sociales ante la muerte era profunda. René Salinas: “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830-1950”. En: Cuadernos de Historia Nº 3, Universidad de Chile, Depto. De Ciencias Históricas, Santiago de Chile, 1983, p. 107.