Hex Hall Embrujo - Rachel Hawkins - El Final de la Historia

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Agradecimientos Muchas gracias a las personas que ayudaron a transcribir este proyecto y a

los lectores de diferentes partes del mundo por comentar y apoyarnos. A

las personas que a última hora ayudaron con la corrección y transcripción.

Y por último, a todos esos lectores que leyeron y leerán este libro, gracias.

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Sinopsis

Justo cuando Sophie Mercer empezaba a aceptar sus extraordinarios

poderes mágicos como demonio, el Concilio Prodigium se los arrebata.

Ahora se encuentra sola, indefensa y a la merced de sus enemigas, las

Brannick. O al menos así lo cree Sophie, hasta que hace un descubrimiento

inesperado: las Brannick saben que se avecina una guerra épica, y creen

que Sophie es la única con poder suficiente para impedir el fin del mundo.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Parte I

«Me pregunto si habré cambiado durante la noche. Veamos: ¿era yo la

misma al levantarme esta mañana? Me parece que puedo recordar que

me sentía un poco distinta. Pero, si no soy la misma, la siguiente pregunta

es: "¿Quién demonios soy?".¡Ah, éste es el gran enigma!»

Alicia en el País de las Maravillas

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 1

A veces la magia es un fastidio.

Está muy bien cuando puedes usar los poderes para cambiarte el color de

pelo, para volar o para transformar el día en noche. Pero la mayor parte

de las veces todo termina mal. O provocas una explosión, o terminas

llorando o, peor aún, acabas perdido en el medio de la nada y con un

terrible dolor de cabeza. Para que os hagáis una idea de lo que hablo:

como si tuvierais un enano excavando en vuestro cerebro para extraer

diamantes.

O tal vez estas cosas me sucedan sólo a mí.

Viajar en el Itineris (ya sabéis, el portal mágico que sirve para trasladarse de

un lugar a otro) es una experiencia bastante dura. En cada uno de mis

viajes anteriores, había sentido como si me dieran la vuelta como a un

calcetín. Aunque nada comparado con esta última vez. Toda la

adrenalina del momento hizo que se me subiera el corazón a la boca y

que empezara a temblar de la cabeza a los pies.

El Itineris me había transportado a… bueno, a alguna parte. Tomé aire y

traté de calmar el ritmo de mis pulsaciones. Como podía abrir los ojos, no

tenía ni idea de dónde estaba. A dondequiera que hubiera ido a parar,

era un lugar silencioso y hacía calor. Deslicé mis manos por el suelo: hierba,

piedras y ramas.

Intenté levantar la cabeza pero me resultó imposible. «Sí, claro, ya lo creo

que te vas a mover de donde estás», me dijeron mis nervios mediante una

oleada de dolor. A pesar de lo mal que me sentía, decidí que ése era un

buen momento para hacer inventario de todo lo que me había sucedido.

Hasta esa misma mañana yo era un demonio y mis poderes mágicos eran,

además de estupendos, terroríficos. Pero mi magia se había evaporado

por complemento a causa de un hechizo. Bueno, eso no era del todo

verdad. Todavía la sentía flotar dentro de mí como una mariposa sobre la

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hierba. Pero como no podía usarla, era como si realmente la hubiera

perdido.

¿Qué más? Mi mejor amiga, Jenna, mi padre, mi prometido Cal, y Archer,

el chico del que estaba enamorada, habían desaparecido. Sí, lo sé: mi

vida amorosa es un desastre. No hace falta que diga que el dolor de

cabeza que me había provocado el Itineris no era nada comparado con

mi preocupación.

Y tenía motivos de sobra para preocuparme.

Jenna era una vampira y era perfectamente capaz de cuidarse a sí

misma, es cierto. Pero yo había encontrado su Piedra de Sangre hecha

añicos sobre el suelo de Thorne Abbey y la Piedra de Sangre era lo único

que podían proteger a Jenna de todos los peligros que acechan a los

vampiros. Si le daba la luz del sol, mi amiga moriría.

Mi padre había sido sometido a una Extracción, de modo que tenía menos

poderes que yo. Por lo menos yo aún conservaba algo de mi magia,

aunque no me sirviera de nada. En cambio, él había perdido la suya para

siempre. La última vez que lo había visto, yacía en una celda, pálido e

inconsciente. Su cuerpo entero estaba cubierto por los tatuajes de color

púrpura de la extracción. Archer estaba con él. Hasta donde yo sabía,

ambos estaban encerrados en una celda de Thorne Abbey cuando nos

atacaron y el Concilio incendió la casa con la ayuda de Daisy, otro

demonio.

Cal había regresado a la mansión en llamas para tratar de salvar a mi

padre y a Archer. Antes de dejarme, me había pedido que usara el Itineris

para buscar a mi madre que, por alguna razón, estaba con Aislinn

Brannick, la líder de un grupo de cazadores de monstruos. Y teniendo en

cuenta que las Brannick me consideraban un monstruo, no conseguía

explicarme qué diablos hacía mi madre con ellas.

Y, en resumidas cuentas, éstos eran los acontecimientos que habían

precedido a mi situación actual: sola y abandonada en algún lugar del

mundo y con la única compañía de la espada de Archer y un terrible dolor

de cabeza. ¿Y ahora qué debía hacer? ¿Quedarme donde estaba y

esperar a que mi madre me encontrara? Eso sonaba razonable. Sí, era un

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buen plan, pensé, mientras el viento mecía las hojas de los árboles. Esperar

a que alguien viniera a por mí.

De repente, una luz brillante me cegó. Hice visera con la mano y traté de

abrir los ojos confiando en que iba a encontrarme con alguna de las

Brannick de pie junto a mí, con una antorcha o una linterna en la mano.

Pero no.

En lugar de una Brannick, ahí estaba Elodie Parris, cruzada de brazos y con

la mirada clavada en mí. Ésta es una larga historia. A grandes rasgos, os

contaré que mi abuela había asesinado a Elodie y que ésta, antes de

morir, me había pasado un poco de su magia, lo que hacía que Elodie y

yo estuviéramos unidas por una cadena mágica.

El resplandor de Elodie era tan intenso que tuve que entrecerrar los ojos.

—Oh, vaya —exclamé sentándome en el suelo—. Y yo que penaba que las

cosas ya no podían ir peor. Pues estaba equivocada.

Elodie puso los ojos en blanco. Por un segundo me pareció que el

resplandor que la envolvía se hacía más fuerte. Abrió la boca para hablar,

pero no salió ni un solo sonido de ella. Por el movimiento de sus labios, supe

que más me valía no oír lo que estaba diciendo.

—Está bien —dije—. No es momento para sarcasmos.

Me apoyé en la espada de Archer como si fuera una muleta y me puse en

pie. Esa noche no había luna, pero gracias al brillo que irradiaba Elodie

podía ver… bueno, en realidad no había gran cosa para ver. Sólo

montones de árboles y no mucho más.

—¿Tienes idea de dónde estamos? —le pregunté.

Elodie se encogió de hombros y articuló: «Bosque».

—¿En serio? —dije—. Bien, pues entonces eso de «no es momento para

sarcasmos» no ha sido un buen comienzo.

Suspiré, miré a mí alrededor y dije en voz alta:

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—Todavía es de noche, así que supongo que tenemos que estar en el

mismo huso horario. Eso significa que no hemos ido demasiado lejos. Pero

hace calor. Bastante más calor que el que hacía en Thorne, por lo tanto…

Elodie dijo algo. Tuvo que repetirlo varias veces antes de que yo lo

descifrara. Finalmente entendí que quería decirme: «¿Adónde querías ir?».

—A ver a las Brannick —le dije.

Elodie abrió los ojos como platos y empezó a hablar a toda velocidad.

Aunque no podía oírla, estoy segura de que me estaba diciendo que era

una completa estúpida.

—Lo sé —dije levantando una mano para interrumpirla—. Sé muy bien

quiénes son las Brannick: las cazadoras irlandesas de monstruos. No es el

mejor plan. Pero Cal me dijo que mi madre estaba con ellas.

Elodie abrió de nuevo su boca para decirme algo.

—No tengo ni idea de qué hace mi madre aquí. Sólo puedo decirte que el

Itineris es un fraude porque la única pelirroja aterradora que veo por aquí

eres tú —dije restregándome los ojos con las manos—, así que…

Un alarido rasgó el aire de la noche. Tragué saliva y mis dedos se cerraron

sobre la empuñadura de la espada.

—Sea lo que sea eso, espero que no venga hacia aquí —murmuré.

Oímos un segundo alarido, esta vez más cerca, y acto seguido, algo se

estrelló contra la espesura del bosque. Traté de correr, pero mis rodillas

parecían estar hechas de goma. A duras penas podía mantenerme en pie,

así que difícilmente iba a conseguir correr más rápido que un hombre lobo.

La única opción que me quedaba era luchar.

Eso o, ya sabéis, dejar que me mutilaran.

—Fantástico —dije, levantando la espada, completamente aterrada. A fin

de cuentas era sólo una chica de diecisiete años depuesta a defenderse

de un hombre lobo con la única ayuda de una espada enorme y un

fantasma.

Algo es algo.

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Eché un vistazo a Elodie. Tenía la mirada perdida en el bosque y una

expresión de aburrimiento en el rostro.

—¿Hola? —dije—. Perdón, pero estamos a punto de ser devoradas por un

hombre loco. ¿Tienes algo que decir al respecto?

Elodie sonrió y señaló su cuerpo resplandeciente.

—Yo estoy muerta —dijo.

—Cierto. Pues si me matan a mí, podríamos terminar siendo las mejores

amigas fantasmas.

Elodie me dio a entender con la mirada que no seríamos las mejores

amigas ni en esta vida ni en la otra.

Oí que el hombre lobo se aproximaba a toda velocidad. Levanté mi

espada al mismo tiempo que algo grande y peludo saltaba a través de los

árboles lanzando un gruñido. Grité y Elodie dio unos pasos hacia atrás

asustada. O para ser exactos: Elodie flotó hacia atrás.

Por un momento los tres permanecimos congelados en esa posición: Elodie

suspendida en el aire, yo sosteniendo la espada en alto como si fuera un

bate de béisbol y el hombre lobo en cuclillas delante de nosotras. No me

quedaba claro si era un hombre lobo o una mujer lobo. Lo único que sabía

era que era joven y que le goteaba espuma blanca por la boca. Los

hombres lobo suelen ser un tanto babosos.

Bajó la cabeza y yo me aferré con todas mis fuerzas a la espada,

esperando la embestida. Pero en vez de saltarme al cuello, el hombre lobo

hizo un sonido con la boca; una especie de gemido bajo y penetrante,

como si fuera a llorar.

Lo miré a los ojos. Eran inquietantemente humanos. No había lugar a

dudas: estaba llorando y se lo veía asustado. Sus jadeos indicaban que

llevaba un buen rato corriendo por el bosque. Algo había asustado a ese

hombre lobo y son muy pocas cosas las que realmente pueden asustar a

una criatura como ésa.

Entonces pensé: «¿Y si el Itineris ha funcionado? ¿Y si resulta que este

hombre lobo estaba huyendo de las Brannick?».

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—Elodie —empecé a decir, pero antes de que pudiera terminar la frase su

luz se apagó como una luciérnaga.

El hombre lobo y yo nos quedamos en tinieblas. Lancé una maldición y el

licántropo me imitó y gruñó. Durante un buen rato el bosque se quedó en

silencio, y cuando ya empezaba a pensar que tal vez sí me había

equivocado de sitio, sucedió lo peor.

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Capítulo 2

Oímos un grito y a continuación el fragor de una breve refriega

acompañada de otro grito. El hombre lobo gruñó y yo me quede inmóvil

donde estaba, escuchando el sonido de mi propia respiración agitada.

Con el rabillo del ojo capté un movimiento cerca de mí y me abalancé

con la espada en alto, pero un potente chorro de luz me obligó a cerrar los

ojos. Di un traspié al mismo tiempo que algo o alguien me propinaba un

golpe en la mano, obligándome a soltar la espada. Me golpearon otra vez

en la parte posterior de las piernas y caí al suelo. Sentí un peso arriba de mi

pecho y dos rodillas huesudas inmovilizaron mis brazos. Por si fuera poco, un

objeto rozó mi cuello, provocándome un intenso dolor.

Una voz aguda me preguntó:

—¿Qué eres?

Abrí los ojos con cautela y ahí estaba ella, la persona que acababa de

derrotarme, alumbrada por el chorro de luz que procedía de una linterna

tirada en el suelo.

Y esa persona era una niña de doce años.

No lo podía creer ¿Realmente me había ganado una niña de primero de

E.S.O.? Vaya vergüenza.

Y para empeorar las cosas, sentí el frío contacto del metal contra mi cuello

y no me quedó duda: esa niñita de primero de E.S.O. me estaba

amenazando con un cuchillo.

—Yo…yo no soy nada —contesté tratando de moverme lo menos posible.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la semioscuridad, pude apreciar que

el cabello de la niña era de un color rojo vibrante. Por extraño que pueda

parecer, y a pesar de tener un cuchillo contra la garganta, pensé: «oh,

gracias a Dios».

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Era un poco más joven de lo que había esperado, pero, aun así, esa niña

respondía a todo cuanto imaginaba de las Brannick, esa gran familia de

mujeres que descendían de una poderosísima bruja blanca llamada

Maeve Brannick (teniendo en cuenta que la familia llevaba en funciones

más de mil años, algún hombre debía de haber escondido por allí).

Durante años, la familia Brannick se había dedicado a luchar contra las

criaturas malignas.

Por desgracia para mí, una de las criaturas malignas que era necesario

combatir era yo.

La niña frunció el entrecejo y dijo:

—Pues claro que eres algo. —Se inclinó hacia mí y añadió con un susurro—:

Puedo sentirlo. Seas lo que seas, no eres humana. Una de dos: o me lo

dices tú misma o voy a abrirte en canal para descubrirlo por mí cuenta.

La miré fijamente y dije:

—Eres una chica dura, ¿eh?

No pareció gustarle el comentario.

—Estoy buscando a las Brannick —dije a toda prisa—. Y supongo que tú

eres una de ellas porque veo que tienes el pelo rojo y que te gusta

bastante la violencia.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Sophie Mercer—respondí apretando los dientes.

—No puede ser —dijo abriendo los ojos como platos. Por primera vez su voz

sonaba como la de una niña de su edad.

—Pues así es —insistí.

Por unos minutos pareció dudar de lo que hacía y aflojó un poco la presión

del cuchillo sobre mi garganta, separando la hoja un centímetro o dos. Era

todo lo que yo necesitaba. Me volví hacia un lado. Al hacerlo, sentí un

dolor en el hombro tan intenso que se me soltaron las lágrimas.

Afortunadamente, pese al dolor, conseguí lo que quería: la chica cayó al

suelo dando un grito.

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El cuchillo se clavó con un ruido sordo. Recé porque se hubiera clavado en

el suelo, y no en ninguna otra parte, pero no tuve tiempo de comprobarlo.

Me incorporé a toda prisa con la ayuda de mis manos y mis rodillas y cogí

la espada de Archer. Mis dedos se cerraron alrededor de la empuñadura.

Con la ventaja que me daba el arma, me puse de pie y me dirigí a la

chica, que estaba sentada sobre la hierba y respiraba con dificultad. No

quedaba ni rastro de la niña scout chuleta de hacía un momento; ahora

era simplemente una niña asustada.

No conseguía explicarme el porqué de esa cara de terror. Después de

todo, sólo me estaba apoyando en la espada, no la estaba usando contra

ella. Además me temblaban tanto las piernas, que cualquiera podía darse

cuenta de mi estado de debilidad. Por si fuera poco, mi cara estaba

bañada en sudor y lágrimas. Vamos, que mi aspecto no era ni mucho

menos amenazador.

Entonces recordé cómo le había cambiado la expresión al escuchar mi

nombre. Así que supuse que debía o que sabía algo sobre mí. O que por lo

menos estaba enterada de que yo era un demonio.

De modo que aproveché la situación y traté de poner mi expresión de

princesa demonio, lo que no fue muy difícil dado el modo en que mi

cabello caía sobre mi cara y por cómo me chorreaba la nariz.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Izzy —contestó sin quitarme los ojos de encima y tanteando el suelo con

las manos para encontrar el cuchillo que se le había caído.

Levanté las cejas. Izzy no era un nombre que infundiera demasiado miedo.

Al parecer ella me leyó el pensamiento porque enseguida se apresuró a

decir:

—Soy Isolda Brannick, hija de Aislinn, hija de Fiona, hija de…

—Está bien, está bien. Lo he entendido: hija de un montón de mujeres

temibles.

Me pasé una mano por la cara. Los ojos me ardían como su me hubiera

entrado arena. Jamás en mi vida me había sentido tan cansada. Parecía

que me habían rellenado la cabeza en una especie de letargo. Y eso sin

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contar con esa incómoda sensación, como cuando te olvidas de algo

importante.

—Estoy buscando a Grace Mercer —dije volviendo a prestar atención a

Izzy.

Al pronunciar el nombre de mi madre, sentí que se me hacia un nudo en la

garganta. Parpadeé y añadí:

—Me han dicho que esta con las Brannick. Necesito encontrarla y…

«Y abrazarla y llorar durante un centenar de años », pensé.

Izzy negó con la cabeza.

—Aquí no hay ninguna Grace Mercer.

Esas palabras cayeron sobre mí como una losa.

—Tiene que estar aquí —insistí través de un velo de lágrimas—. Cal dijo que

estaba con las Brannick.

—Bueno, quienquiera que sea Cal, está equivocado —dijo Izzy irguiendo la

espalda—.Aquí estamos sólo las Brannick.

Lo único que me importaba en ese momento era encontrar a mi madre.

Tenía la esperanza de que cuando eso sucediera las cosas empezarían a ir

mejor y también podría encontrar a los demás a mi padre, a Jenna, y a

Cal.

Me embargó una ola de dolor y de cansancio. Si mi madre no estaba ahí,

eso significa que yo estaba en territorio enemigo y sin nada a mi favor: ni

poderes, ni padres, ni amigos.

Tuve la tentación de dejar caer la espada y echarme sobre la hierba. Si lo

había perdido todo, ¿qué importaba lo que esa pequeña asesina

estuviera dispuesta a hacerme? Por suerte, deseché ese pensamiento

rápidamente. No había sobrevivido a los demonios, a los necrófagos y a las

explosiones provocadas por el Cristal del Demonio en vano. De ningún

modo iba a permitirme terminar en manos de esa muñequita pelirroja. Sin

importar dónde estuviera mi madre, yo iba a sobrevivir.

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Mis dedos se cerraron sobre la empuñadura de la espada con tanta fuerza

que me hice un corte en la mano. El dolor me hizo sentir bien. Por lo menos

iba a evitar que me desmayara y que Izzy me diseccionara, o que hiciera

conmigo lo que fuera que hicieran las Brannick con los demonios.

O con los ex demonios.

—Así que ésta es vuestra residencia —dije tratando de mantener mi

cerebro en funcionamiento—. Es genial. Apuesto a que las habéis

decorado con paredes de cero y alambres de púas.

—Buf —exclamó Izzy poniendo los ojos en blanco.

—Entonces ¿dónde estamos exactamente?

Me interrumpió un ligero temblor en la tierra. ¿O era yo la que temblaba?

¿Y por qué de repente estaba todo tan oscuro? ¿Se había pagado la

linterna o se me estaban cerrando los ojos sin que yo pudiera hacer nada

para impedirlo?

—No. No voy a desmayarme —dije sin ni siquiera darme cuenta.

—Lo que tú digas —replicó Izzy.

—¿Lo he dicho en voz alta?

—No tienes buena cara—observó poniéndose en pie lentamente.

Me hubiera gustado fulminarla con la mirada, pero estaba demasiado

ocupada tratando de mantener los ojos abiertos y evitando que me

castañearan los dientes.

Genial. Estaba en estado de shock, lo que añadía un inconveniente más a

la situación.

Por suerte, mis rodillas comenzaron reaccionar y pude ponerme en pie

apoyándome en la espada. «Ésta es la espada de Archer —me dije—. No

te puedes desmayar porque tienes que encontrarlo y ayudarlo.» Fue

completamente inútil. Caí de nuevo al suelo, situación que Izzy aprovechó

para ponerse a buscar su cuchillo. En ese mismo instante, se encendió una

luz.

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Volví la cabeza, convencida de que me encontraría frente a una horda de

Brannick en cacería de brujas. Y entonces sentí que me atravesaba un

poderoso zumbido eléctrico. Sabía que era esa sensación.

Era magia.

Me quedé quieta, completamente desorientada. Al principio creí que

había recuperado mis poderes. Luego me di cuenta de que fuera lo que

fuese lo que estaba pasando dentro de mí, ésa no era mi magia. Mis

poderes subían desde la tierra hasta mis pies. Esta magia, en cambio, era

fría, resplandeciente y flotaba encima de mi cabeza como copos de

nieve.

Ello me hizo recordar la magia de Elodie.

«Es que es mi magia, idiota», susurró la voz de Elodie en el interior de mi

cabeza.

Traté de preguntar qué estaba pasando, pero no pude abrir mi boca.

Levanté un brazo de forma involuntaria, como si alguien lo moviera por mí,

y un rayo dorado salió disparado hacia la espalda de Izzy, que cayó

gritando como una histérica.

Di unos pasos hacia delante con la espada en alto. Me sentía como una

marioneta. Notaba el frío contacto de la empuñadura de la espada

contra la palma de mi mano y un fuerte dolor de espalda, pero, por lo

demás, no tenía el menor control sobre mí cuerpo.

Izzy se puso de pie con dificultad, dio unos pasos tambaleantes hacia atrás

y se desplomó sobre el tronco de un árbol. Mi mano apoyó el filo de la

espalda contra su garganta. A medida que el poder y la magia de Elodie

fluían por mi cuerpo, yo iba perdiendo el control sobre mí misma.

«¡Fuera de aquí! —le ordené a Elodie mentalmente—. Contigo no

compartiría una habitación y mucho menos mi cuerpo.»

«Ni lo sueñes», dijo ella.

—Ya ves; hemos intercambiado papeles— me escuché diciéndole a Izzy—.

Así que elige: o me dices dónde está mi madre o te rebano como un

Kebab.

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Izzy respiraba con dificultad y tenía los ojos llenos de lágrimas.

«Sólo tiene doce años, Elodie», dije en el interior de mi cabeza.

«¿Crees que me importa?», respondió ella. Casi no podía verla poner los

ojos en blanco.

—Yo… —empezó Izzy al mismo tiempo que fijaba la mirada en algún punto

encima de mis hombros.

Quise volverme para ver qué era lo que estaba mirando, pero Elodie me

obligó a mantener la cabeza quieta.

—Oye —dije con una sonrisa de suficiencia en los labios—, ¿no te parece

deliciosamente paradójico que un demonio mate a una Brannick con una

de las espadas de L’Occhio di Dio? Hay algo maravilloso en tantas

coincidencias, ¿no crees?

Al mismo tiempo que hablaba con Izzy, trataba de advertir a Elodie:

«¡Hay alguien detrás de mí, estúpida! Deja de hacerte la mala de la

película y fíjate quién es».

Pero Elodie no me prestó atención.

Izzy cambió repentinamente la expresión de su cara. D e estar aterrorizada,

pasó a estar aliviada. Yo, por mi parte, estaba hecha un lío: por un lado

sentía miedo y por el otro, el desconcierto de Elodie.

Ambos sentimientos se retorcían y mezclaban en mi estómago. Eso hasta

que, de pronto, un fuerte dolor atravesó mi cabeza como si acabaran de

clavarme un tornillo y todas esas sensaciones se desvanecieron de un

plumazo.

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Capítulo 3

Estaba muerta.

¿De qué otro modo se explicaba que me hubiese despertado en una

cama cómoda, cubierta hasta la barbilla por unas sabanas que olían a

limpio? ¿Y qué decir de esa mano que me acariciaba suavemente el

pelo? ¿Realmente había una explicación distinta?

Si estar muerto significa dormir plácidamente para toda la eternidad, debo

reconocer que es algo muy agradable. Me acurruqué debajo de las

mantas, y la mano que me acariciaba pasó del pelo a la espalda. Junto a

mí canturreaba una voz que me sonaba familiar. Tan familiar, de hecho,

que consiguió que me doliera el corazón. Las canciones que cantaban los

ángeles del cielo tenían que ser como esa canción, terriblemente dolorosa

y…

«Trabajaba en un bar de copas cuando te conocí», cantaba la voz. Fruncí

el cejo. Era una estrofa muy poco apropiada para una canción

interpretada por las huestes celestiales. Entonces lo comprendí todo:

—¡Mamá! —grité sentándome sobre la cama, lo que fue una pésima idea

puesto que casi me estalló la cabeza de dolor.

Mi madre se inclinó hacia mí y me ayudó a recostarme nuevamente sobre

las almohadas. Aunque su cara reflejaba una honda preocupación,

estaba tan guapa que por poco me pongo a llorar.

—Esto es real, ¿verdad? —pregunté, echando un vistazo alrededor. Me

encontraba en una habitación pequeña y en penumbra que olía a

madera de cedro y en la que no había más mobiliario que una cama y

una silla de mimbre. Por la ventana entraba la luz dorada y rojiza del

atardecer.

—¿Estoy soñando o es que estoy sufriendo una alucinación a causa de

una conmoción cerebral? —pregunté.

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Mi madre me abrazó, puso los labios sobre mi sien y me susurró:

—Estoy aquí, cariño. Estoy de verdad aquí, contigo.

Me puse a llorar. Entre gemidos, traté de explicar sin demasiado éxito a mi

madre todo lo que había sucedido en Thorne. Me costó mucho hacerme

entender. Mi madre también lloraba; sus lágrimas me caían sobre el pelo.

Me costaba calmarme y frenar mi llanto.

—Vale —pude decir al fin—, pues ésa es la historia de mis vacaciones de

porquería. Te toca.

Mamá suspiró y me abrazó con más fuerza.

—Oh, Soph —se lamentó mi madre con un hilito de voz—. Ni tan siquiera sé

por dónde empezar.

—¿Qué tal si me cuentas dónde estamos? —pregunté—. Podría ser un

buen comienzo.

—En la residencia de Brannick.

El recuerdo de lo sucedido volvió a mí: Izzy, la espada y Elodie forzándome

a actuar como una marioneta asesina.

«¿Elodie? —dije para mis adentros—. ¿Estás todavía ahí?»

No hubo respuesta. Por el momento, la única voz que habitaba en mi

cabeza era la mía. Y hablando de eso…

—¿Quién me dio el golpe en la cabeza? —le pregunté a mi madre.

—Finley, la hermana mayor de Izzy. Izzy dice que la atacaste con tus

poderes. Creía que los habías perdido.

—Y es verdad —admití—. Pero te lo explicaré mejor en otro momento. Así

que Finley casi me parte la cabeza. ¿Y qué uso? ¿Un bate de beisbol? ¿Un

camión?

—Una linterna —contestó mamá, apartando delicadamente mis cabellos,

para dejar a la vista el chichón del tamaño de una pelota de baloncesto

que me había salido en la cabeza.

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Guardamos silencio por unos instantes. Mi madre sabía muy bien que

rondaba por mi cabeza: ¿cómo era posible que ella, que se pasaba la

vida huyendo de cualquier cosa que oliera a magia, estuviera disfrutando

de sus vacaciones de verano con un montón de cazadores de monstruos?

Algo me decía que, fuera cual fuese la respuesta, sería complicada. Y,

muy probablemente, desagradable. Por eso —y pese a que me moría de

ganas por saber cómo demonios había llegado mi madre allí— me parecía

preferible esperar un tiempo prudencial: al menos hasta que

desapareciera la sensación de que mi cerebro estaba a punto de salir

disparado.

—Hacía calor allí afuera —dije. La verdad es que hablar del tiempo

siempre es una alternativa para salir del paso. Por lo menos es un tema fácil

y poco complicado—. ¿Dónde estamos exactamente?

—En Tennessee —respondió mi madre.

—Oh, bien, esto justifica que… espera, ¿Tennessee?

Me senté en la cama y me quedé mirando a mi madre.

—Usé el Itineris para ir desde Inglaterra hasta aquí. Ya sabes, el portal

mágico.

Mamá asintió con la cabeza como queriendo decir que ya sabía de qué

estaba hablando.

—Cuando me fui de Thorne era de noche y llegué aquí de noche. Por lo

que no he podido haber ido tan lejos.

Mi madre clavó sus ojos en mí.

—Sophie —empezó a decir. Había algo en su voz que hacía que se me

helara la sangre—, el incendio en Thorne Abbey fue hace tres semanas.

La miré fijamente.

—Eso es imposible. Yo estuve allí. Yo estuve allí ayer por la noche.

Mi madre sacudió la cabeza.

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—Cariño, hace diecisiete días que nos enteramos de lo que había pasado

en Thorne. Desde ese día he pensado que… —Su voz se quebró—. Pensé

que habías sido capturada o que te habían asesinado. Cuando Finley te

trajo aquí ayer por la noche fue como si estuviera presenciando un

milagro.

Todo me daba vueltas.

De modo que habían pasado diecisiete días. Recordaba que había

entrado en Itineris. Recordaba la oscuridad y la sensación de

aplastamiento. En mi mente, desde entonces hasta el momento en que

aparecí tendida de espaldas en el bosque habían pasado sólo unos

segundos. ¿Cómo era posible que hubieran transcurrido diecisiete días en

el breve espacio de tiempo que ocupan dos latidos del corazón?

Se me ocurrió algo:

—Pues si ha pasado tanto tiempo desde el incendió de Thorne, debes de

saber algo de papá, de Cal o de las Casnoff o…

—Todos se han ido —dijo una voz al otro lado de la habitación.

Levanté la cabeza con un gesto de dolor. En el umbral de la puerta había

una mujer con una taza humeante en la mano. Llevaba unos tejanos

negros y una camiseta. El pelo, de un tono rojo bastante más oscuro que el

de Izzy, le caí sobre la espalda atado en una larga trenza.

—Todos han desaparecido de la faz de la Tierra —anunció mientras

avanzaba al centro de la habitación. Mi madre se puso tensa—. James

Atherton, los dos brujos jóvenes, las Casnoff y ese demonio que tenía como

mascota. De hecho pensábamos que tú también habías desaparecido,

hasta que trataste de matar a mi hija.

Supuse que esa mujer con pinta de chula era Aislinn Brannick. Tenerla

delante me revolvía las entrañas. Me aclaré la garganta.

—En mi defensa diré que ella sacó el cuchillo primero —repuse.

Para mi sorpresa, Aislinn hizo un ruido que parecía ser una risita y se acercó

para darme la taza.

—Bebe esto.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Gracias, pero no —dije mirando el interior del recipiente y su contenido

negruzco que olía a pino y a tierra. Teniendo en cuenta que esa mujer era

la madre de Izzy, lo más probable era que estuviese envenenado.

Aislinn se encogió de hombros.

—Pues no lo bebas. Pero luego no te quejes.

—Hazle caso —me aconsejó mi madre sin quitarle los ojos de encima de

Aislinn—. Si lo bebes, te vas a sentir mejor.

—¿Por qué? ¿Porque voy a estar muerta? —pregunté—. Quiero decir, estoy

convencida de que mi dolor de cabeza desaparecería por completo si me

tomara esto, pero sería sólo un efecto secundario.

—Sophie —murmuró mamá con un tono de advertencia en su voz.

Aislinn me miraba con sus ojos sagaces y una sonrisilla pegada en los

labios.

—Es evidente que esta chica no tiene pelos en la lengua —dijo. Sus ojos se

clavaron en los de mi madre—. Debe de haberlo heredado de su padre.

Tú siempre has sido callada.

Miré a mi madre confundida. Tenía puesta la mirada en Aislinn y estaba

pálida.

—Os esperamos abajo en diez minutos —anunció Aislinn caminando hacia

los pies de la cama—. Hay reunión familiar.

Tomé un sorbo de la taza. Sabía mucho peor de lo que olía, pero hizo que

se me pasara el dolor de la cabeza. Cerré los ojos y me recosté contra la

cabecera de la cama.

—¿Para que nos necesitáis? —pregunté—. ¿No os las podéis apañar sin

nosotras?

Un pesado silencio invadió la habitación. Cuando abrí los ojos, mi madre y

Aislinn estaban mirándose fijamente.

—¿No lo sabe? —preguntó finalmente ésta de un modo que hizo que una

mezcla de ira y temor me subiera por el pecho. No estaba preparada para

hacer frente a lo que sea que estuviera por venir. No todavía.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Lo adiviné por la manera en que mi madre me miró. Lo vi en la expresión

de tristeza que cubría su cara, en la forma en que sus manos estrujaban la

manta. Sabía que, quisiera oírlo o no, había una sola razón por la que mi

madre estaba ahí. Aun así dije:

—Mamá, ¿qué está pasando aquí?

Aislinn contestó por ella:

—Tu madre es una Brannick, Sophie, lo cual te convierte a ti en una de

nosotras.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 4

Cuando la puerta se cerró detrás de Aislinn, mamá se cubrió la cara

con las manos y suspiró. Me tomé el resto de la bebida de Aislinn. En

seguida me encontré mejor y bastante más animada, aunque tenía la

sensación de haber pasado la lengua por el tronco de un pino.

Por lo menos, ese sabor asqueroso en mi boca me distrajo un poco. Era un

buen medio para evitarme el tener que pensar en cosas desagradables.

Por ejemplo, que había vivido durante toda mi vida en una mentira. O qué

había pasado durante esos misteriosos diecisiete días, o en el fantasma

que habitaba mi cuerpo.

De repente eché mucho de menos a Jenna. Quería estrecharle la mano y

oírle uno de esos comentarios suyos que volvían divertida cualquier

situación, por muy penosa que fuera.

También echaba de menos a Archer. De haber estado a mi lado en ese

momento, probablemente habría levantado una ceja de ese modo tan

sexy y a la vez molesto que le era propio y habría hecho alguna broma

subida de tono sobre mis nuevos vínculos con Elodie.

Y Cal. Casi seguro que él no habría dicho nada, pero su sola presencia me

habría hecho sentir mejor.

Y papá...

—Sophie —dijo mamá sacándome de mi ensoñación—. Ni siquiera sé por

dónde empezar. —Me miró con los ojos enrojecidos—. Quise contártelo

muchas veces, pero todo era demasiado complicado. ¿Me odias?

Tomé aire antes de contestar:

—Claro que no. Aunque, vale, tampoco puede decirse que explote de

felicidad. Por el momento me reservo el derecho a enfadarme contigo

más tarde. Ahora estoy demasiado contenta de verte y me da lo mismo lo

que seas. Y sería igual incluso si me dijeras que eres una ninja secreta que

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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viene del futuro para borrar de la faz de la Tierra a todos los gatitos y hacer

añicos el arco iris.

Mama sonrió.

—Te he echado mucho de menos, Sophie.

Nos dimos un gran abrazo.

—Quiero que me cuentes toda la historia —dije—. Que pongamos todas las

cartas sobre la mesa.

Mamá asintió.

—Por supuesto, después de hablar con Aislinn.

Me deshice de su abrazo y la miré fijamente:

—¿Qué parentesco tienes exactamente con ella? Sois primas o...

—Somos hermanas.

Me le quedé mirando sin poder creer lo que estaba oyendo.

—Un segundo. Entonces eres de verdad una Brannick. Pero no tienes el

pelo rojo...

Mi madre se levantó de la cama y recogió su cabellera en un moño.

—A esto se lo llama teñirse, Sophie. Y ahora vamos. Aislinn no está en su

mejor día.

—Sí, lo he notado —dije apartando las mantas de la cama.

Mamá y yo salimos a un oscuro corredor que me trajo recuerdos de Thorne

Abbey y de sus numerosos pasillos y habitantes. Todavía me resultaba difícil

creer que un lugar tan grande hubiera desaparecido.

Bajamos por una escalera que terminaba en un arco, más allá del cual

reinaba una total oscuridad. ¿Es que esa gente estaba en contra de la luz

eléctrica?

A través de las penumbras vi una antigua nevera de color verde y una

mesa de madera bajo una ventana mugrienta. El aire olía a café y alguien

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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había dejado un bocadillo a medio comer sobre la barra. Por lo demás, la

cocina estaba vacía.

—Estarán en el Salón de la Guerra —supuso mamá hablando para sí

misma.

—Alto ahí —dije——. ¿Has dicho en el Salón de la Guerra?

Pero mi madre siguió de largo y desapareció detrás de un recodo. Yo fui

tras ella, tratando de ver al mismo tiempo cómo era la casa. La palabra

que me vino a la mente fue «espartana», En Thorne había montones de

cosas: cuadros, tapices, adornos, armaduras aterradoras... de hecho

estaba llena de tantos objetos, que no dabas abasto a mirarlos todos. En

cambio, en la residencia de las Brannick, había sólo lo estrictamente

necesario. Jolín, incluso algunas cosas que cualquiera consideraría de

primera necesidad parecían faltar. Como un cuarto de baño, por ejemplo.

No había ventanas. Tan sólo unos fluorescentes que colgaban del techo y

que esparcían una luz enfermiza sobre el mobiliario. Y cuando digo

mobiliario me refiero a un sofá bastante sucio de tela marrón, unas cuantas

sillas de metal, un par de estanterías rebosantes de libros, unas cajas de

cartón y una enorme mesa de madera cubierta de papeles.

Oh, y las armas, claro.

De punta a punta de la habitación, había una aterradora cantidad de

instrumentos mortales. Cerca del sofá, conté por lo menos tres ballestas.

Sobre una de las estanterías había un montón de lo que, a simple vista,

parecían estrellas ninja arrojadizas.

Izzy estaba sentada en el sofá, cruzada de piernas y absorta en la lectura

de un libro. Traté de imaginarme el título. Probablemente se titulara

Cacería de monstruos para principiantes, o algo por el estilo. Aisllnn y otra

chica de mi edad estaban inclinadas sobre la mesa, y parecían estar muy

concentradas estudiando algo de un libro. Cuando mi madre y yo

entramos en el Salón de la Guerra, las dos levantaron la cabeza para

mirarnos.

De la cintura de la chica colgaba una linterna enfundada. De modo que

ésa era Finley, la Guerrera de las Linternas.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Me froté la coronilla, en el lugar donde tenía el chichón, y Finley frunció el

cejo,

—Lo siento —le dije a mi madre, esa mujer tranquila y estudiosa que jamás

había matado una mosca—, pero es imposible que tú te hayas criado en

este lugar.

Mientras decía esto, algo cruzó el aire a toda velocidad y me rozó la cara.

Con el rabillo del ojo vi que mi madre levantaba la mano y que atrapaba

un cuchillo por la empuñadura. Todo pasó en cuestión de unos pocos

segundos.

Tragué saliva.

—Da igual——dije.

Mi madre no abrió la boca. Su mirada estaba clavada en Aislinn y en su

mano levantada en el aire.

—Grace siempre fue la más rápida —comentó Aislinn con una sonrisa en

los labios.

Una sonrisa dedicada a mí.

—Vale —dije al fin—. Pues por si quieres saberlo, no he heredado esta

cualidad. Ni tan siquiera puedo parar una pelota de fútbol.

Aislinn se rió entre dientes y Finley entrecerró los ojos y me miró con el cejo

fruncido.

—Así que aquí está la cría de demonio —observó Finley

—¡Finn! —gritó Aislinn.

Al parecer, había conseguido granjearme el odio de una de las Brannick.

Puede que os parezca extraño, pero lo cierto es que así me sentía mejor. Es

decir, tenía la sensación de que las cosas volvían a la normalidad. Si hay

algo que se me da bien es granjearme el odio de las Niñatas Malas.

—Cría de demonio, vaya. Los que me conocen me llaman Sophie.

Izzy soltó una risotada desde el sofá que trató de ocultar acto seguido

fingiendo una tos.

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Finley sacudió la cabeza y ordenó:

—Vete a tu habitación, Izz.

Ésta cerró el libro que estaba leyendo y lo dejó sobre su regazo. Para mi

sorpresa, estaba leyendo Matar a un ruiseñor.

—Finn —protestó Izzy—, no me estaba riendo con ella, ¿sabes? —Me miró

ruborizada—. Trató de matarme.

—Estás equivocada —repliqué.

Aislinn y Finley me lanzaron una mirada que hizo que se me helara la

sangre. Lo último que quería era ser responsable de las acciones de Elodie.

Especialmente ahora que formaba parte, técnicamente, de esa familia.

Así que solté una extensa parrafada:

—Yo ya no tengo poderes. Me lucieron algo parecido a una Extracción y

eso bloqueó mi magia. Pero hay una chica, una bruja en realidad, que se

llama Elodie y que me pasó una parte de sus poderes antes de morir, de

modo que estamos conectadas. Esto significa que vaya a donde vaya, su

fantasma va conmigo y posee mi cuerpo, algo que, por cierto, es una

sensación bastante nueva para mí, además de francamente aterradora.

Nunca antes me habían poseído. Así que la culpa de todo la tiene Elodie.

Ella fue quien te atacó, te amenazó con la espada y soltó toda esa

palabrería para asustarte. Yo no doy miedo. O al menos ésa no es mi

intención.

Las tres Brannick —las cuatro, si contaba a mi madre— se me quedaron

mirando con la boca abierta. Dios mío, ¿qué era eso que me había

tomado? ¿La versión Brannick del RedBulI?

—Y en resumidas cuentas, eso es todo —concluí.

Aislinn ya no sonreía. En esos momentos me miraba horrorizada.

—¿Qué quieres decir con eso de que ya no tienes tus poderes? —preguntó

Finley.

—Lo que acabo de decir —contesté resistiéndome a la tentación de poner

cara de: «¿Eres boba o qué?»—. Tenía poderes hasta que los del Concilio,

esto es, la gente que se encarga de hacer las reglas para los Prodigium...

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Finley puso los ojos en blanco

—Ya sabemos qué es el Concilio.

—Me alegro. Bueno, el caso es que el Concilio hizo conmigo ese ritual que

aunque no es tan fuerte como una Extracción, me sacó mi magia para

siempre.

En el fondo aún tenía la esperanza de estar equivocada, pero no se lo dije

a las Brannick.

Aislinn y Finley intercambiaron una mirada.

—Entonces, y para todos los efectos, eres humana —dijo Aislinn.

—Excepto cuando Elodie me posee.

Creí que la noticia las haría felices, pero Aislinn se cogió de la mesa con las

dos manos y dejó caer la cabeza con un suspiro. No lo entendía: ¿por qué

no las alegraba saber que ya no podía usar mis poderes? ¿No odiaban a

los Prodigium?

—Está bien, mamá. Ya veremos cómo lo solucionamos —habló Finley

poniendo una mano sobre el hombro de su madre.

—Oh, cariño. Lo siento mucho —lamentó mi madre acariciándome la

espalda.

Me dieron ganas de tirarme al suelo a gimotear, de modo que me encogí

de hombros y dije:

—Oíd, lo cierto es que viajé a Londres para que me quitaran los poderes y

lo conseguí. Las cosas no salieron como yo había planeado pero, al

menos, no me han quedado esos tatuajes.

Aislinn dio un golpe con el puño sobre la mesa. Al levantar la mirada, se

había convertido en la Temible Cazadora de Bestias.

—Estamos en guerra —explicó—. Los de tu especie están a punto de

desatar el infierno en la Tierra y tú te permites hacer bromas.

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Me quedé desconcertada ante este repentino cambio de humor. Aislinn

había pasado de sonreírme sin parar a mandarme al cuerno. La miré y le

solté:

—Mira, en las últimas horas he sido poseída, he estado a punto de perder

la cabeza y he descubierto que mi madre es una cazadora Prodigium

encubierta. Y, antes de eso, perdí a todos los que me importaban y

descubrí que una persona en quien yo confiaba estaba criando en secreto

su propio ejército de demonios. Ahora mismo mi vida es un desastre. Creo

que me he ganado el derecho a hacer todas las bromas que me

apetezca.

—Ya no nos sirves —sentenció Finley.

—Perdona, pero ¿de qué manera os servía antes? —pregunté aunque ya

conocía la respuesta.

Finley me miró y dijo:

—Ya has oído a mamá. Estamos en guerra. Se suponía que tú ibas a ser

nuestra arma.

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Capítulo 5

—¿Y cómo se os ocurrió pensar eso, si puede saberse? —inquirí.

—Torin dijo que tu lucharías por… —empezó a decir Izzy.

—Basta, Isolda —la interrumpió Aislinn—. Ya no tiene importancia.

—Pero para mí sí que la tiene —repuse—. ¿Quién diablos es Torin? ¿Y qué

pensabais hacer? ¿Usarme como si fuera una especie de bomba de

magia o algo por el estilo?

Mi madre me pasó un brazo por los hombros, pero yo la aparté y me

acerqué a la mesa donde estaba Aislinn.

—Las Casnoff querían hacer lo mismo —le informé.

Se me quebró un poco la voz al pensar en Nick y Daisy, dos demonios de

los que me había hecho amiga. Aunque «amiga» tal vez sea una palabra

demasiado grande. Mejor decir: los dos demonios que conocí en Thorne

Abbey. La última vez que vi a Daisy, trató de matarme con la ayuda de

Lara Casnoff. Lo mismo que Nick, que por poco asesina a Archer. Lara

tenía un poder absoluto sobre Nick y Daisy. Ella los había convertido a

ambos en demonios.

Sin embargo, por chiflados y homicidas que fueran, una parte de mí los

echaba de menos. Por eso, tal vez, levanté la voz para decir:

—Las Casnoff y otros miembros del Concilio tienen la intención de usar a los

demonios para luchar contra vosotras y el Ojo.

—¿Eso es lo que realmente piensas, Sophie? —preguntó Aislinn pasándose

una mano por el pelo. La expresión de su cara era la de una persona que

acaba de ser derrotada—. ¿Qué están reclutando demonios para

mantener su reino a salvo?

—Eh… pues sí, supongo que sí. No es de extrañar. Las Casnoff nos

advirtieron que vuestra intención es matarnos a todos.

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Aislinn puso una cara rara, como si de repente sintiera pena por mí. Finley

hizo un sonido de disgusto y dijo:

—Claro que sí. La única razón por la que las Casnoff quieren a los demonios

es para montar un servicio secreto. Podemos quedarnos tranquilas, que ni

se les pasa por la cabeza la posibilidad de formar un ejército con ellos.

—No lo entiendo —reconocí desplomándome sobre una silla plegable que

había cerca de mí.

Mi madre torció la boca en un gesto sombrío.

—Las Brannick nunca hemos creído que Lara y Anastasia Casnoff y su

padre Alexei usen a los demonios para proteger a los Prodigium. ¿Para qué

algo tan poderoso? Un demonio es casi como tener un arma nuclear en

tus manos.

Alexei, ayudado por otra bruja, había transformado a mi abuela Alice en

demonio. Antes de eso mi abuela había sido una chica normal, pero

después del ritual con magia negra, se volvió completamente loca. Mejor

dicho: se había convertido en un monstruo. Mi madre tenía razón: crear un

demonio es relativamente fácil, pero controlarlo es casi imposible.

—La primera noche en Hex Hall, la señora Casnoff nos hizo un pase de

diapositivas para mostrarnos las distintas maneras en que los humanos se

han dedicado a matar a los Prodigium a lo largo de los años. No me refiero

únicamente a las Brannick o al Ojo, también a la gente normal. La señora

Casnoff no explicó que ser un Prodigium significaba estar siempre en

peligro.

—Seguro —afirmó Finley—. Como si la gente normal pudiera defenderse de

los monstruos.

—¿Tienes idea de cuántas Brannick quedan, Sophie? —preguntó Aislinn

suavemente.

Negué con la cabeza y ella dijo:

—Las que estamos aquí.

Me la quedé mirando.

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—¿Sólo sois tres? Y ella ¿cuántos años tiene? —dije señalando a Izzy—.

¿Doce?

—Catorce —contestó Izzy.

—En realidad somos cuatro si contamos a tu madre —puntualizó Aislinn.

—Pero contáis con la ayuda del Ojo —señalé.

Unos meses atrás, las oficinas centrales del Concilio en Londres habían sido

incendiadas. Siete miembros del Concilio habían muerto. Según mi padre,

el incendio había sido obra del Ojo y de las Brannick.

—¿Qué el Ojo nos ayuda? —planteó Aislinn riéndose—. De ninguna

manera. Nuestra familia desciende de una bruja, ¿recuerdas? El Ojo no

tiene nada que ver con nosotras.

—¿De modo que el Ojo atacó las oficinas del Concilio sin ayuda?

—El Ojo no atacó al Concilio —respondió Finley—. Fueron las Casnoff.

De repente sentí como si acabara de entrar en el mundo al revés. Sacudí

la cabeza confiando que tal vez con ello mi cerebro funcionaría más

rápido.

—Pero ¿por qué las Casnoff…? —empecé a decir, pero entonces lo

comprendí todo—. Para eso era el pase de diapositivas. Querían que

tuviéramos miedo de las Brannick y del Ojo y que; de este modo, no nos

importara si convertían a niños en demonios mientras éstos nos puedan

mantener a salvo.

Aislinn asintió con la cabeza.

—Exacto. Ahora nos han adjudicado la destrucción de Thorne Abbey y la

muerte de tu padre.

Al escuchar estas últimas palabras, sentí un dolor en el pecho. Mi madre

me pasó una mano por el pelo.

—Ahora las Casnoff tienen carta blanca para reclutar a tantos demonios

como quieran y nadie las detendrá —dijo Finley.

—Yo lo haré —auguré automáticamente.

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—¿Cómo? —preguntó Finley—. Tú ya no tienes poderes y, en cambio, ellas

tienen las armas mágicas más poderosas del mundo.

—Somos personas —declaré sintiendo cómo la magia bullía dentro de mí y

tratando de contener las lágrimas. Lo último que deseaba era llorar

delante de Finley.

—Lo que quiero decir es que un demonio no es otra cosa que una persona

o un Prodigium que fue sometido a un ritual de magia negra. Nick, Daisy,

mi padre y yo no somos cosas que uno pueda usar o destruir. No somos

armas.

Mientras hablaba, me aferré al borde de la mesa con tanta fuerza que me

rompí una uña.

—Vamos a encontrar un modo de detener a las Casnoff sin usar a Sophie —

determinó mi madre cogiéndome del codo.

—No eres tú la que tiene que decidir esto, Grace —repuso Aislinn.

Mi madre miró a su hermana con una expresión de ferocidad en los ojos

que nunca antes le había visto.

—Es mi hija.

—No todos estamos obligados a seguir el camino que nos impone la

familia. ¿Recuerdas esas palabras? —replicó Aislinn sosteniéndole la

mirada a mi madre.

Una risa interrumpió la discusión. Izzy pegó un salto en el sofá, y Finley y

Aislinn miraron por encima del hombro en dirección al lugar de donde

procedía la risa. Entonces reparé en algo que colgaba en la pared y que

no había visto antes. Estaba cubierto por una pesada tela de color verde,

de modo que era difícil saber qué era, pero por su forma rectangular

supuse que se trataba de un cuadro.

—Ver a Grace y a Aislinn discutir es como volver a los viejos tiempos —

apuntó una voz masculina—. ¿Tendrías la amabilidad de quitarme de

encima esta maldita cosa para que pueda veros?

Mis poderes mágicos se agitaban enloquecidos dentro de mi pecho. No

había lugar a dudas: esa voz procedía de un ente no humano. Aislinn se

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dirigió hacia la pared y corrió la tela para descubrir lo que había tras ella.

No era una pintura, como había creído en un primer instante, sino un

espejo.

Contemplé el reflejo de la deprimente y sombría habitación en la superficie

del espejo y el extraño cuadro que componíamos todas nosotras: mamá

con su mano sobre mi hombro; Aislinn, que miraba con expresión de

disgusto; Izzy, que se había puesto más pálida de lo normal y Finley que

fruncía el cejo. Yo, por mi parte estaba conmocionada frente a mi propia

imagen: estaba más delgada que nunca y tenía la piel sucia y rastros de

lágrimas en las mejillas. ¡Y mi pelo! ¿Sabéis qué? Mejor no hablar de mi

pelo.

Pero no era mi aspecto de huerfanita lo que había enloquecido a mis

poderes. El verdadero motivo por el que mi magia estaba alterada era el

hombre que apareció en el centro del espejo, sentado a la mesa redonda

con las piernas cruzadas y una sonrisa de suficiencia en los labios. No pude

dejar de darme la vuelta en dirección al centro de la mesa, aunque sabía

bien que no estaba realmente allí. Sólo se veían los mapas y papeles que,

al otro lado del espejo, se amontonaban debajo de él. Pero allí estaban

alborotados y aquí, perfectamente ordenados. El hombre tenía el pelo de

color castaño oscuro y desordenado. De los puños de su camisa caían

unos lazos que rosaban los papeles como si fueran escobillas. Llevaba

también unas mallas ridículamente ceñidas y unas impresionantes botas de

caña alta. O bien al otro lado del espejo corrían los tiempos del

Renacimiento o bien el tipo aquel era condenadamente viejo. Una de dos.

—Así que ésta es la chica que ha causado tanto alboroto —dijo sin

quitarme los ojos de encima. Su voz era suave. Supongo que incluso me

habría resultado sensual de no haber sido por su actitud, que parecía

decir: «soy un supervillano. Sí, de verdad; no lo digo para seducirte».

En seguida me di cuenta que era un brujo. Los demonios irradiaban una

vibración oscura y aunque la presencia de ese tipo me hacía temer lo

peor, su magia no parecía demasiado oscura o poderosa.

Aislinn dio un golpe al marco del espejo. Al otro lado, la mesa tembló y

estuvo a punto de volcar. En cambio, la mesa que estaba de nuestro lado

no se movió ni un milímetro.

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El hombre del espejo se agarró de un extremo de la mesa y nos miró con el

cejo fruncido. Iba a decir algo cuando Aislinn se le adelantó:

—Estás equivocado, Torin. Ella ya no tiene poderes.

Éste se encogió de hombros.

—¿De verdad? Bueno, eso hace las cosas aún más interesantes —

manifestó sonriendo.

Tal vez a los ojos de algunas mujeres, Torin fuera encantador, pero a mí me

resultaba repugnante. Creo que él se dio cuenta de lo que estaba

pensando, porque la sonrisa se esfumé de sus labios y se volvió hacia Aislinn

para decirle:

—Ya sabes que yo nunca me equivoco. Adiviné lo del incendio en Thorne

Abbey y también predije que Sophie iba a venir.

Se acercó a nosotras y apuntó a Aislinn con un dedo. La superficie del

espejo se abombó alrededor de su dedo, como una burbuja elástica.

—Y te dije que perderíais a Grace por culpa de una de las bestias. Nadie

me creyó —y entonces añadió mirándome—: Pero ahora tú eres la prueba

viviente de que mis profecías eran verdaderas. Lo que te dije es cierto,

Aislinn. Ésta es la chica que va a vencer a las Casnoff.

Un silencio denso se apoderé de la habitación mientras yo trataba de

hacerme a la idea de que las Brannick, esas extraordinarias asesinas de

brujas, prestaban atención a un brujo profeta que, al parecer, me había

endilgado a mí la responsabilidad de acabar con la delirante guerra

mágica que se avecinaba.

Pero no me gustaba el modo en que se había referido a mi padre, así que

lo miré desdeñosa y dije:

—Vaya, vaya. De modo que tenéis un espejo mágico. Esto es mucho mejor

que las paredes con alambres de púas y el búnker.

—No es un espejo mágico —me contradijo Izzy mirando a Torin fijamente—.

Es nuestro prisionero.

—Invitado —corrigió Torin, pero nadie le prestó atención.

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—¿Y puede saberse cómo pudisteis atraparlo si se supone que no usáis

magia? —pregunté.

—No fuimos nosotras —comentó mamá—. Fue él quien se encerró.

De repente, Torin pareció muy interesado en sus puños de encaje y nos dio

la espalda.

—Trató de usar un hechizo para el cual no daba la talla —explicó Finley—.

Y término atrapado allí, en 1598.

—1587 —corrigió Torin—. Y no es cierto que yo no diera la talla para aquel

hechizo. Es sólo que resultó ser un poco más complicado de lo que

esperaba.

Finley soltó un bufido.

—Sí, claro. En todo caso, Avis Brannick lo encontró a él o a eso, como

gustes, unos años después, y devolvió el espejo a nuestra familia.

—Cuando Avis descubrió que Torin podía predecir el futuro —continuó

Aislinn—, se dio cuenta de que iba a sernos de gran ayuda. Desde ese

entonces nosotras hemos sido sus guardianes.

Mientras oía a Aislinn, a Finley y a Izzy contar toda la historia por turnos, me

acordé de las miradas sincronizadas que solían intercambiar Elodie,

Chaston y Anna. Su recuerdo hizo que se me revolviera el estómago.

Nunca me habían caído demasiado bien, pero ahora una de ellas estaba

muerta y las otras dos habían desaparecido y quién sabía qué les había

ocurrido.

—Las han corrompido —dijo Torin.

—¿Qué? —inquirí.

—Estabas pensando en tus dos amigas brujas y te preguntabas que había

sido de ellas —dijo mirándome con sus ojos marrón oscuro—. Sé que

sospechas que las Casnoff las han convertido en demonios. Pues eso es

exactamente lo que ha pasado.

—Un momento. Entonces no solo puedes predecir el futuro, sino que

puedes hacer otras cosas.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Torin asintió, satisfecho de sí mismo.

—Sé muchas cosas, Sophie Mercer. Y tú tienes muchas preguntas,

¿verdad? ¿Dónde estuviste esos diecisiete días? ¿Qué fue de tu amiga la

chupasangre y de tu padre?

Sin detenerme a pensar en lo que hacía, crucé la habitación y me quedé

a un palmo del espejo.

—¿Mi padre y Jenna están vivos?

Torin retrocedió dentro del espejo y me informó:

—No puedo revelar todos mis secretos.

Cada gramo de magia en mi interior pugnaba por salir y hacer añicos el

espejo.

—¡Dímelo! —grité, haciendo que Torin se cayera al suelo arrastrando

consigo la mesa llena de papeles.

Unas manos fuertes me agarraron por la espalda y me tiraron hacia atrás.

Me di la vuelta esperando encontrarme con Aislinn, pero era mamá.

—Cubrid esta maldita cosa otra vez —ordenó.

Aislinn volvió a poner la tela encima del espejo.

—Vamos a encontrar a tu padre y a Jenna —anunció mamá

apartándome el pelo de la cara—. Y te prometo que no vamos a necesitar

a Torin. —Mi madre miro a Aislinn y añadió—: Nunca debimos escucharle.

—No tenemos demasiadas opciones, Grace —reconoció Aislinn con voz

cansada.

El efecto de la bebida que me había dado Aislinn comenzaba a disiparse y

el cansancio volvía a embargarme. Estaba a punto de preguntarles si les

importaba que subiera a mi habitación, cuando Aislinn dijo:

—Podemos discutir todo esto más tarde. Es casi la puesta de sol. —Hizo una

seña a Izzy y Finley—. Vamos, chicas, tenéis que salir a patrullar.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Sin cruzar una sola palabra, Izzy y Finley se dirigieron a la puerta. Esperé a

que salieran para quedarme a solas y poder hablar con Torin, pero Aislinn

puso una mano en mi hombro y dijo:

—Tú también, Sophie

—¿Qué?

—Todas las Brannick menores de dieciocho años están obligadas a

patrullar en el turno de noche —me hizo saber poniendo algo en mis

manos.

Tardé unos instantes en darme cuenta de que era lo que estaba

sosteniendo: una estaca de plata.

Miré a Aislinn sin entender.

—Bienvenida a la familia —dijo con una sonrisa.

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Capítulo 6

─O sea, que ni las heridas en la cabeza, ni el haber descubierto hace

apenas media hora que soy parte de este delirio de familia ni el hecho de

tener una experiencia limitadísima en el manejo de armas harán que me

libre de mi turno de vigilancia ─me quejé a Finley y a Izzy en la puerta

trasera.

Mamá había tratado de interceder por mí alegando que era mejor que yo

no saliera esa noche, que necesitaba descansar. La verdad es que me

habían pasado muchas cosas en las últimas horas, eso sin contar con mi

reciente descubrimiento: que yo también era un Brannick. Pero Aislinn dijo

que me daba diez minutos para ducharme y vestirme con ropa de Finley.

Luego me dio una taza de ese líquido con sabor a pino.

La ducha hizo que me sintiera un poco mejor, aunque hubiera preferido

que saliera agua tibia del grifo. La ropa de Finley me quedaba un poco

larga y ajustada, pero, por lo menos, así podía quitarme de encima la ropa

sucia y polvorienta que llevaba desde que había salido de Thorne Abbey.

Colgué la estaca de uno de los agujeros de mi cinturón, rezando para no

seccionarme una arteria mientras maniobraba con ella. Después tomé

unos sorbos de líquido de color verde antes de bajar. Aunque tenía un

pésimo sabor, la verdad es que tenía un efecto maravilloso. Me llevé la

taza conmigo y bebí un poco más al encontrarme con Izzy y Finley.

Izzy soltó una risotada y comentó:

─Si te decapitan, podías librarte del próximo turno.

Sonreí, lo que me valió una mirada torva de parte de Finley.

─Sé que debe resultarte difícil, después de estar acostumbrada a que las

hadas te hagan el trabajo sucio, pero así es como hacemos las cosas por

aquí ─dijo, arrojándome una mochila negra.

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─Se ve que no conocéis muchas hadas si pensáis que son capaces de

hacer algo siquiera remotamente sucio ─señalé.

─Conocemos montones de hadas ─replicó Finley encogiéndose de

hombre.

Izzy la miró sorprendida. Qué me importaba a mí si eso era cierto o no. Ya

tenía yo suficiente con mis propios dramas familiares. Aunque, pensándolo

bien, Izzy y Finley eran también parte de mi familia. Demonios por parte de

mi padre y cazadora de Prodigium por parte de mi madre. No es extraño

que todo me saliera torcido.

Finley se dio la vuelta hacia la puerta, que tenía echados un sinfín de

cerrojos. Giró una ruedecilla y otra y, con una llave que llevaba colgada al

cuello, desenganchó un pestillo.

─Vaya, no quisiera ver tu taquilla de la escuela. Te debe llevar una

eternidad ─dije, bromeando, pero Izzy no le encontró la gracia.

─No vamos a la escuela ─repuso. Había algo tan triste y serio en su tono de

voz que no tuve el coraje de decirle que había sido una broma.

Finley empujó la puerta con la espalda y la abrió con un crujido siniestro.

Salimos a un espacio externo que parecía un patio de juegos diseñado por

ninjas. Había dos bancos de ejercicios de casi dos metros de altura, una

barra y una pesada jaula de hierro en el mismo borde del patio. No muy

lejos se elevaban dianas de distintos tipos. Una de ella tenía flechas

clavadas; otra tenía retorcidas hojas de cuchillo y una tercera, montones

de estrellas.

Alrededor del claro crecían unos árboles más allá de los cuales divisé otras

estructuras. Izzy señaló con la cabeza hacia el punto que estaba mirando.

─Son tiendas de campaña. Este lugar fue construido en los años treinta,

cuando las Brannick todavía éramos muchas. Este lugar se usaba para los

encuentros o la reunión de todas las Brannick.

─Cállate, Iz ─ordenó Finley─. Ello no es una de las nuestras, maldita sea. No

le cuentes nuestros rollos, ¿vale?

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He de confesar que en realidad, Finley no dijo ni «maldita sea» ni tampoco

«no le cuentes nuestros rollos», al menos no exactamente. Unos meses atrás

le habría respondido con un comentario airado, pero esa vez preferí

dejarlo pasar y dedicar mi atención a Izzy, con la esperanza de que me

contara más cosas sobre las Brannick.

Los rayos del sol poniente hicieron brillar la pequeña esmeralda que Izzy

llevaba colgada alrededor del cuello y ello me trajo a la mente la imagen

de la piedra de sangre de Jenna hecha añicos sobre el suelo de Thorne

Abbey. Traté de alejar ese recuerdo de mí.

─Normalmente Finley no actúa así. Quiero decir, es cierto que suele ser

antipática, pero las palabrotas son algo nuevo.

Me daban ganas de sacudirle el pelo, pero algo me decía que mi gesto

no le caería en gracia. Por eso, me encogí de hombros y dije:

─No es eso. Estaba pensando en… olvídalo. De todos modos, no me

extraña que Finley no esté de buen humor.

Finley cruzó airada el claro y se internó entre los árboles. Los últimos rayos

del sol le iluminaban su pelo cobrizo. Me eché la mochila al hombro y su

hermana y yo nos pusimos en marcha tras sus pasos.

─¿En qué consiste exactamente esto de patrullar? ─le pregunté a Izzy.

─Tenemos que asegurarnos de que no haya ningún Súper en el bosque.

─¿Por qué debería haber un Súper en el bosque? ¿Y qué significa Súper?

¿Viene de supernatural? ¿Es así como te refieres a nosotros?

Izzy ni tan siquiera se dignó a mirarme. Tal vez fuera debido a un efecto de

luz, pero me pareció que las puntas de sus orejas adquirían un tono rosado.

─Es una palabra que inventé ─explicó. Me alegré de que estuviera

dándome la espalda y que no viera mis esfuerzos para contener la risa.

─Me gusta.

Izzy se volvió para mirarme. Me aseguré de ofrecerle la expresión más seria

y reconcentrada posible.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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─Te lo digo de verdad ─le aseguré─. ¿Sabes cómo nos llamamos nosotros

mismos? Prodigium. ─Reí con sorna─. Lo único más cursi y pretencioso que

el latín es el latín inventado.

Izzy se me quedó mirando durante un rato, hasta que al parecer entendió

que no pretendía reírme de ella. Asintió, ligeramente, con la cabeza. Noté

por primera vez que un racimo de pecas le cubría la nariz, al igual que a

mí.

Mientras hablábamos, habíamos perdido de vista a Finley, aunque Izzy

parecía conocer bien el camino. Caminamos en silencio abriéndonos paso

entre los árboles y la maleza. Estaba anocheciendo y, aun así, me corrían

gruesas gotas de sudor por la frente.

─¿Y hay muchos Súper andando por aquí? ─pregunté mirándome la

camiseta negra que me había prestado Finley y que ahora estaba

empapada de sudor─. Porque, según mi experiencia, no suelen merodear

alrededor de lugares donde vive un montón de gente dispuesta a

matarlos.

De repente me acordé del hombre lobo al que estaba persiguiendo Izzy

cuando me encontraron. Mi mente había estado tan ocupada con el

asunto de las Brannick, que me había olvidado por completo de él.

─¿Qué pasó con el hombre lobo de la otra noche? ─pregunté.

Izzy me miró sonriente. Se parecía mucho a su madre.

─¿Qué crees que estamos buscando ahora? ─inquirió.

Tiré de mi mochila hasta que la tuve delante. La abrí. Dentro había estacas

de plata, botellas con agua bendita y… ¡oh, Dios mío! ¿Qué era eso?

¿Una pistola?

Me flaquearon las rodillas. Cerré la cremallera de la mochila y la dejé caer

sobre la hierba.

─¿Qué pasa? ─quiso saber Izzy.

─Pasa de todo. En serio, aquí no pasa nada bueno. Concretamente, me

molesta que tu gente les dé armas a un puñado de niñas.

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─No somos niñas ─objetó ella con dureza─. Somos Brannick.

─Mira, Izzy ─dije metiéndome las manos en el bolsillo con un suspiro─. Lo

siento mucho, pero no puedo matar a un hombre lobo. Los conozco

demasiado bien. He vivido con ellos y puedo decirte que son… bueno, son

babosos y dan bastante miedo, pero no me veo capaz de matar a

ninguno de ellos.

Pensaba que Izzy iba a dispararme con una ballesta o con un cañón o con

cualquiera de sus instrumentos para asesinar, pero, en lugar de ello, ladeó

la cabeza y me preguntó:

─¿En serio has vivido con hombres lobo?

Ya era casi de noche, de modo que no pude ver la cara que puso cuando

le respondí:

─Sí. En Hex Hall había algunos: una chica llamada Beth que era bastante

simpática y un chico llamado Justin, no mucho mayor que tú.

Me arrodillé para recoger la bolsa. Arremetió con sus preguntas:

─¿Qué otras clases de Súper viven en Hex Hall?

─De todas clases ─respondí─. Hadas, brujos y brujas. De hecho, mi

compañera era… ─Me interrumpí para tragar saliva. Se me había hecho

un nudo en la garganta─. Mi compañera de cuarto era un vampiro. Se

llama Jenna.

─¡No me digas! ─exclamó Izzy con su voz infantil─. Mamá y Finley hicieron

frente a una pareja de vampiros el año pasado. A mí no me dejaron ir

porque era muy peligros. ¿No tenías miedo de que te chupara la sangre

mientras dormías?

Mi impulso más inmediato fue defender a Jenna, pero entonces me

acordé de nuestra primera noche junas como compañera de cuarto y de

cómo me había asustado cuando la encontré bebiendo de una bolsa

llena de sangre.

─Antes de conocerla me asustaba un poco. Pero una vez que nos hicimos

amigas, ya nunca más tuve miedo. De hecho, ahora ella es mi mejor

amiga.

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Cogí la mochila y me puse en pie tratando de contener un irrefrenable

llanto y evitar de paso la muerte por deshidratación.

─De todo modos, no puede darte miedo un vampiro que a duras penas

llega al metro cincuenta y tiene el pelo de color rosa ─manifesté.

─¿De color rosa? ─preguntó Izzy

─Bueno, no tiene todo el pelo rosa. Sólo una parte ─dije, antes de

percatarme de que había algo raro en el modo en que Izzy me había

preguntado por el color de pelo de Jenna. Recordé todos los papeles, las

carpetas y las cajas de la Sala de la Guerra y pregunté con el corazón en

un puño─: ¿La conoces? ¿Has oído hablar de ella?

─No ─respondió una voz a nuestras espaldas.

Me di la vuelta y ahí estaba Finley, detrás de mí.

─No hemos oído hablar de ningún vampiro con el pelo rosa y, de ser así, lo

que haríamos sería buscarlo por toda Inglaterra para clavarle una estaca,

porque es a eso a lo que nos dedicamos. Ahora, en marcha.

─¡Estás mintiendo! ─la acusé, y mi voz reverberó por todo el bosque─. Y si

oigo otra vez la palabra «estaca» referida a mi amiga Jenna, yo…

─Tú ¿qué? ─preguntó Finley─. ¿Me vas a empujar? ¿Vas a tirarme del

pelo? Ya no tienes poderes. Eres una inútil y por tu culpa lo hemos perdido

todo.

─Mira, siento mucho que mi falta de poderes te suponga una desgracia. Y

una cosa, ¿qué quieres decir con eso de que lo habéis perdido todo?

Finley se me acercó. Sus ojos brillaban de furia bajo el suave resplandor de

la luna.

─Antes las Brannick no éramos tan pocas. De hecho, hace diecisiete años,

éramos casi cincuenta. No era mucho, pero era algo. ─Se detuvo y se frotó

la nariz─. Hasta que las otras descubrieron que tu madre andaba con un

demonio. Se suponía que mi madre sería la nueva jefa de la familia, pero

en lugar de nombrarla, la echaron a patadas y pusieron en su lugar a una

prima lejana que ni siquiera era descendiente directa de Maeve Brannick.

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─Pues siento mucho que tu madre no sea la jefa de las Brannick. No

obstante, todo esto pasó mucho antes de que naciéramos, así que no

entiendo…

─Tres meses después de que eligieran a esa mujer como la nueva líder de

las Brannick, la familia entera se vio involucrada en una cacería en el

mayor nido de vampiros de toda Norteamérica. ¿Quieres que entre en

detalles sobre lo que pasó allí?

Moví la cabeza de un lado a otro, con el estómago revuelto.

─Fue una acción estúpida y sin sentido que mi madre hubiera

desaconsejado ─denunció Finley, vomitando las palabras─. Si tu madre no

hubiera provocado la expulsión de la mía del seno de la familia Brannick, la

cacería nunca hubiera sucedido. ¿Y sabes qué? Cuando Torin nos dijo que

tú detendrías a las Casnoff me dije: «Vale, mira, tal vez el haber perdido a

toda nuestra familia haya tenido sentido. Tal vez este fenómeno nos sirva

de ayuda». Pero no puedes. Todas esas Brannick murieron en vano.

Me quedé sin palabras y todo cuanto pude decir fue:

─Lo siento mucho.

Finley soltó una risotada y estirando el brazo se puso a rebuscar a tientas en

su cintura.

─No importa. Ahora, vamos terminar de patrullar antes de que…

No pudo terminar la frase. En esta ocasión no hubo aullidos ni ruidos entre

los arbustos. Una sombra larga y oscura saltó desde la nada. El hombre

lobo cayó sobre Finley que no pudo hacer otra cosa que gritar.

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Capítulo 7

Y entonces se desató el caos.

Izzy se puso a gritar, el hombre lobo empezó a gruñir y yo me agaché a

buscar la mochila con las armas que, puesto que no estaba en mis manos,

seguramente se me había caído de nuevo al suelo. Aunque suene

estúpido, durante unos segundos tuve la esperanza de que mi magia se

manifestara. ¿Es que alguna vez me iba a acostumbrar a ser humana?

Finalmente di con la mochila. Pero entonces me di cuenta de que no tenía

ni idea de cómo se disparaba un arma: nunca antes había usado una.

Todavía resonaban dentro de mi cabeza las palabras de Finley y Aislinn:

«Inútil, inútil, inútil». Levanté la mirada. Izzy trataba de defenderse del

hombre lobo con el mismo cuchillo que había usado para amenazarme la

noche anterior. De pronto, ambos rodaron por el suelo enzarzados en una

refriega absolutamente confusa. Las probabilidades de disparar sin herir a

Finley eran muy pocas.

Busqué en mis bolsillos y saqué un puñado de frascos de agua bendita

para arrojárselos al hombre lobo. No tuve demasiada suerte. Sólo conseguí

que se rompiera una de las botellas; el resto rodaron intactas sobre la

hierba. Aun así, mi maniobra consiguió que el hombre lobo desviara la

atención. Dejando en paz a Izzy por un instante, dirigió hacia mí las fauces

abiertas y babeantes. Tragué saliva. La noche anterior había visto un brillo

de humanidad en sus ojos, pero en esos momentos no quedaba ni rastro

de eso. Sin embargo, en vez de atacarme, bajó la cabeza y olfateó el

terreno.

—Eso es —dije tratando de que no me temblara la voz—. Sabes quién soy.

Puede que no pudiera usar mi magia, pero, aun así, el hombre lobo intuía

que yo era algo más que un ser humano común.

—Ahora escúchame —ordené. Finley e Izzy me miraron atemorizadas,

pensando que me había vuelto loca—. Sé que estás asustado y sé que

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estas dos han querido cazarte. Pero si les haces daño, solamente les vas a

dar más razones para querer matarte. Así que, ¿por qué no te largas de

aquí?

El hombre lobo sopesó mis palabras y, durante unos instantes, tuve la

esperanza de que pudiéramos salir de aquello sin un rasguño. Pero

entonces enseñó los dientes, gruñó y supe que acababa de estropearlo

todo.

Con el rabillo del ojo vi que Finley cargaba la ballesta. Los hombres lobo se

mueven muy rápido, de modo que era difícil que la flecha de Finley lo

alcanzara antes de que me saltara encima.

Entonces vi un destello de luz. En un primer momento creí que Izzy había

disparado una de las armas, pero al instante me sentí inundada por esa

mezcla de rabia, orgullo y poder que me confería mi magia. Levanté las

manos, chasqueé los dedos y el hombre lobo quedó congelado,

enredado en una red de chispeante magia que le impedía moverse.

«Eso es», dijo la voz de Elodie en el interior de mi cabeza. Si hubiera podido

controlar mi cuerpo, habría apretado los dientes.

«Me alegra que me hayas salvado —confesé—. Pero, vamos, este asuntillo

de los ladrones de cuerpos se tiene que terminar.»

En vez de una respuesta, Elodie me dio otra descarga de magia. Sin poder

hacer otra cosa que atestiguarlo, vi que mis dedos se movían y que el

hechizo que mantenía al lobo empezaba a soltar chispas azules. Y,

entonces, con una ráfaga de aire, el licántropo se desvaneció.

«¿Adónde ha ido?» pregunté a Elodie.

«A otra dimensión», contestó. El tono de la respuesta hizo que me

preguntara cómo era posible que una voz dentro de mi cabeza sonara tan

frívola.

Iba a contestarle algo cuando Elodie me obligó a volverme hacia las

hermanas Brannick:

—Dejad de comportaros como zorras con Sophie —me oí a mí misma

decir.

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Finley e Izzy se miraron la una a la otra y luego me clavaron la mirada.

—¿Por qué hablas de ti misma en tercera persona? —planteó Izzy.

Finley sacudió la cabeza.

—¿No te acuerdas de lo que nos ha contado? Sólo puede usar la magia

cuando un fantasma la posee. Supongo que el que habla es el fantasma.

—Me llamo Elodie —me obligó a decir el fantasma de Elodie en mi

cuerpo—. Sophie no es mi persona favorita en el mundo, pero ha pasado

por cosas muy duras. No es su culpa que vuestro estúpido club haya

echado a patadas a Aislinn y luego se hayan hecho matar. Son cosas que

pasan. —Di un paso hacia delante y puse un dedo acusador encima del

pecho de Finley—. Así que idos con vuestros conflictos adolescentes a otro

lugar y dejad a la chica en paz.

Estaba sin palabras. ¿Elodie Parris estaba defendiéndome? Eso era el

mundo al revés.

Finley entrecerró los ojos.

—Te ha salvado la vida, Finn —afirmó Izzy—. Trató de vencer al hombre

lobo sin la ayuda de sus poderes antes de que el fantasma la poseyera.

Elodie parece un poco idiota, pero tal vez tenga razón....

«¿Ves? —dijo Elodie en el interior de mi cabeza—. Aprende cómo se trata a

estas niñatas.»

«No necesito que partas lanzas por mí», repliqué.

«Oh, por supuesto. Olvidé que el pobre hombre lobo estaba a tus pies.»

Estaba a punto de hacer un comentario sarcástico, pero antes de que

pudiera pronunciar palabra, Elodie se esfumó. La última vez que había

abandonado mi cuerpo, me había dejado inconsciente, lo cual, dicho sea

de paso, fue una bendición. Que se desvanezca el fantasma que te posee

es una experiencia bastante traumática. Caí de rodillas y traté de coger

aire. Tenía la sensación de que me habían arrancado del alma una tirita

de primeros auxilios. Pasé un rato respirando con dificultad y

preguntándome si alguna vez podría volver a ponerme en pie. De pronto,

una mano me cogió por debajo del brazo y me ayudó a incorporarme. Era

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Izzy. Finley me tomó del otro brazo. Entre las dos, me ayudaron a caminar

nuevamente.

—Gracias —murmuré.

—De nada —respondió Finley para mi sorpresa.

—Regresemos a casa —propuso Izzy.

Nos adentramos en la oscuridad de la noche.

—¿Tienes idea de adónde ha ido a parar el hombre lobo? —me preguntó

Izzy.

—Elodie ha dicho que está en otra dimensión —contesté—. Quién sabe

qué significa esto.

Cuando llegamos a la casa, nos encontramos a Aislinn y a mi madre

sentadas en la cocina, tomando café. La tensión flotaba en el aire.

Supongo que habían mantenido algún tipo de conversación intensa. Finley

buscó en el botiquín un antiséptico para los rasguños rojizos e irritados de su

brazo. Yo, mientras tanto, puse a Aislinn al corriente de lo sucedido.

—Es un hechizo muy poderoso —comentó Aislinn refiriéndose al hechizo

que había hecho desparecer al hombre lobo.

«Oh, ¿en serio? ¡No me digas!», tuve ganas de decirle, pero me contuve.

—Si puedes enviar seres a otra dimensión —continuó—, eso significa que...

—Yo no puedo. Elodie es la que puede hacerlo y no es de fiar.

Fue el modo más amable que hallé de decirles: «Dejaos de armas e

historias. No me vais a usar.»

Aislinn se hundió en la silla. Tenía la mirada apagada.

—Bien. Esto es algo que hay que tener en cuenta.

—Suficiente por esta noche —atajó mi madre—. Sophie necesita descansar

y estoy segura de que Izzy y Finley también. —Echó un vistazo alrededor—.

Por cierto, ¿dónde está Izzy?

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—Probablemente se haya ido a su habitación —sugirió Finley colocándose

el vendaje con una mueca de dolor.

Nos dimos las buenas noches y así llegaron a su fin las veinticuatro horas

más extrañas de mi vida (que es mucho decir). Aislinn me dijo que me

quedara con la habitación que había usado por la tarde. Después de

abrazar a mi madre (quien, al parecer, no había terminado aún su

discusión con Aislinn), me arrastré por la sombría escalera de la casa en

dirección a mi habitación.

Izzy estaba esperándome en la puerta de mi cuarto, con una carpeta en

la mano

—¡Hey! —exclamó algo avergonzada.

—Hola, Izzy. Estoy destrozada, de modo que cualquier cosa que quieras

hablar…

—Toma —dijo poniendo la carpeta en mis manos—. Quería darte las

gracias por tratar de salvar a Finley y... por ser más amable con nosotras de

lo que nosotras hemos sido contigo.

Le sonreí. Por un segundo creí que nos íbamos a abrazar, pues nos

acercamos torpemente con los brazos extendidos. Evidentemente, la

rareza era un rasgo familiar. Al final terminamos dándonos unas palmaditas

en la espalda. Después cada una se fue a su cuarto.

Me recosté sobre la puerta y abrí la carpeta que me había dado Izzy.

Inmediatamente se me aflojaron las rodillas y me dejé caer al suelo. Se me

llenaron los ojos de lágrimas y tuve que cubrirme la boca con la mano

para no hacer ruido.

Dentro de la carpeta había una fotografía que parecía haber sido tomada

de incógnito y un pedazo de papel donde alguien había garabateado

unas pocas líneas. En la fotografía aparecía Lord Byron (sí, me refiero al

poeta, que también había sido uno de mis profesores en Hex Hall. Después

de dejar la escuela, lo había visto una vez es club en Londres) exhibiendo

su cejo fruncido por las calles de Londres. No estaba solo: Jenna aparecía

junto a él. La reconocí enseguida por la franja rosa de su pelo. Se la veía

más pálida y delgada que nunca y miraba nerviosamente por encima del

hombro. Acaricié la fotografía con mis dedos.

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«Nuevos vampiros en el nido de Byron —decía la nota—. Hembra de edad

indeterminada, posible identificación como Jennifer Talbot.»

Habían escrito una fecha debajo de la imagen. Teniendo en cuenta las

tres semanas durante las cuales yo había estado perdida en alguna parte,

la fotografía había sido tomada hacía menos de una semana. Jenna

estaba viva. Se halla con Byron, que podía ser un completo idiota, pero la

cuidaría. Cerré mis ojos y apreté la fotografía contra mi pecho. Jenna

estaba viva. Era posible que papá, Cal y Archer estuvieran a salvo

también.

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Capítulo 8

A la mañana siguiente. Izzy organizó una visita guiada por la residencia

de las Brannick. Tal como había imaginado, había alambres de púas y

búnkers, pero lo que más me llamó la atención era la tranquilidad y el

carácter inhóspito del lugar.

—Nosotras siempre hemos vivido aquí. Las otras Brannick usan la casa

como centro de rehabilitación. Vienen aquí para entrenarse, para clases

de estrategia y esas cosas —me dijo Izzy mientras nos dirigíamos al sótano.

En él había un par de catres cubiertos por ásperas mantas azules. En el

techo, parpadeaba la luz de unos fluorescentes.

—¿Dónde está tu padre? —le pregunté a Izzy, sentándome de piernas

cruzadas en uno de los catres—. Quiero decir, obviamente tienes un padre,

¿verdad?

—Nuestro padre caza a los Súper por su cuenta —contestó Izzy

jugueteando con el pelo—. A los hombres no les está permitiendo vivir con

nosotras. Vienen sólo de visita y esas cosas. Por lo general, veo a mi padre

cada tres mees o algo así.

—Sois como las amazonas —declaré.

Izzy se sentó junto a mí y comenzó a tirar de la manta.

—Es un fastidio —murmuró.

Tuve la intención de tomarla de la mano, pero me arrepentí en el último

segundo.

—Gracias por darme la foto de Jenna —dije por cambiar de tema.

—De nada —me contestó Izzy ruborizándose y mirándose las uñas—.

Cuando dijiste que conocías a una vampira con una raya rosa en el pelo,

me acordé de la fotografía que había conseguido la última semana y

pensé que se trataba de la misma persona.

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—¿No tendrás por ahí alguna otra fotografía?

Me aliviaba saber que Jenna estaba bien, pero eso no aligeró la sensación

de malestar en mi estómago cada vez que pensaba en mi padre, en

Archer y en Cal.

Izzy negó con la cabeza.

—No. La conseguí gracias a un amigo de mi madre especialista en cazar

vam... quiero decir, en mantener a los vampiros a raya. —Izzy agachó la

cabeza y me miró por debajo del flequillo—. Te preocupa tu padre,

¿verdad?

—Sí —contesté con un hilillo de voz—. En realidad estoy preocupada por

un montón de gente. ¿Crees que ese tipo del espejo, Torin, sabe dónde

está mi padre?

Un pensamiento cruzó por la cara de Izzy.

—Tal vez —dijo echándose hacia atrás en el catre—. Pero siempre suele

hacerse el listillo antes de decirte algo que sea verdad.

—Creo que entre listillos nos entenderemos —auguré poniéndome en pie.

Corrí hacia la escalera, con la intención de mantener una conversación

con Torin. Hasta que no tuviera la certeza de que toda la gente que me

importaba estaba bien, no podría empezar a dedicar mis energías

mentales al problema con las Casnoff.

Mi madre estaba en el Salón de la Guerra, apoyada en las mesa con los

brazos cruzados, hablando con Torin. Los dos se callaron de repente

cuando entré. No me gustó la expresión de sus caras.

—¡Hola! —saludé golpeando con los nudillos la puerta—. De hecho, venía

a hablar contigo.

—Está bien —convino mi madre.

Yo negué con la cabeza.

—No me refería a ti. Es decir, es cierto que tenemos que hablar. Pero

primero quiero hablar contigo. —repuse apuntando con el dedo a Torin.

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—Por supuesto —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Me imagino que

vas a preguntarme lo mismo que tu madre. ¿Dónde está James? ¿Está

vivo? ¿Hay alguna forma de ponerse en contacto con él?

—¿Le has estado preguntado sobre papá?

—Sí —contestó mi madre lanzando una mira de odio a Torin—. Aun así, no

me ha servido de gran cosa. Había olvidado lo irritante que puedes llegar

a ser.

Sin dejar de sonreír, Torin apoyó la barbilla en su mano y dijo:

—¿Sabes? Si me liberas y me dejaras salir de este maldito espejo, podría ir

yo mismo a buscar a James. Suponiendo que no haya ardido hasta quedar

reducido a cenizas, claro está.

Apreté los puños y dije una palabra que nunca antes había pronunciado

delante de mi madre, pero a ella no pareció importarle.

—De acuerdo —convino mi madre y, con un movimiento de la muñeca,

cubrió de nuevo el espejo con la tela—. Torin casi nunca sirve de gran cosa

—añadió frotándose la nuca. Alrededor de su boca se formaron unas

arrugas de preocupación—. Aislinn debería haberse deshecho de él hace

años.

—¡Te he oído! —gritó Torin desde detrás de la tela.

Mi madre puso los ojos en blanco.

—¿Quieres salir un rato? —me preguntó.

Dudé. Lo que realmente quería era hablar con Torin, pero también mi

madre y yo nos debíamos una charla. Por otro lado, Torin no se iba a ir a

ningún lado.

—Sí, claro —respondí.

Fuimos las dos a dar un paseo. A la luz del día, el bosque que rodeaba la

residencia de las Brannick parecía menos amenazador y hasta bonito. No

hablamos durante un largo rato. Mi madre no lo hizo hasta que llegamos

junto a un enorme árbol que se arqueaba sobre un hilito de agua

demasiado minúsculo para ser llamado riachuelo.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Éste solía ser mi lugar favorito para pensar cuando tenía tu edad.

—Apuesto que tenías muchas cosas en que pensar.

Mi madre rió, pero en su risa no había ni un ápice de alegría. Nos sentamos

sobre el árbol caído. Las puntas de las botas de mamá tocaron el agua.

Las mías quedaban a centímetros del agua.

—Está bien, habla —la insté cuando nos sentamos—. Quiero toda la historia

de tu propia boca. Cómo pasaste de ser una niña Brannick a Grace. Oh,

espera —dije mirándola—. Mercer es un nombre inventado, ¿verdad? En

realidad no te llamas Grace Mercer.

Mi madre me miró un poco avergonzada.

—El choche que me recogió en la carretera la noche que huí de aquí era

un Mercedes. Cuando el conductor me preguntó cómo me llamaba,

improvisé.

Los nombres son sólo palabras. Lo sé. Pero saber que el apellido que había

usado toda mi vida era un fraude me hacía sentir...

—¿Cómo me llamo entonces? —pregunté—. ¿Sophie Atherton? ¿Sophie

Brannick?

Los dos me sonaban raros y me hacían sentir como si usara ropa que no

me quedaba bien. Mi madre sonrió y me apartó el pelo de la cara.

—Puedes llamarte como quieras.

—Vale. Desde ahora, me llamaré Sophie la Maravillosa Princesa de Fuego.

Mamá rió con ganas y enlazó sus dedos con los míos. Nos quedamos

sentadas en el árbol, con mi cabeza apoyada en su hombro. Entonces

empezó a contarme su historia. Mientras la escuchaba me acordé de

cuando era pequeña y me leía algo antes de ir a la cama. De hecho, su

historia no era muy distinta de los cuentos de hadas que me encantaban:

los muy oscuros, llenos de cosas que daban miedo.

—Crecer aquí fue...bueno, fue una experiencia bastante brutal. Ya has

visto a Finley y a Izzy. Quiero a mi familia, pero no saben hacer otra cosa

que entrenar, luchar, cazar y volver a entrenar. —Mamá suspiró y apretó su

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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mejilla contra mi cabeza—. Simplemente no me parecía una buena forma

de vivir, de modo que cuando cumplí veintiún años me fui. Salí a patrullar

una noche y sencillamente... seguí caminando.

Mamá me contó que se fue a Inglaterra para investigar la historia familiar

de las Brannick, con la esperanza de que existiera otra forma de vida para

ellos que no fuera cazar y matar.

—Entonces conociste a mi padre —dije suavemente. Otra vez me pregunté

dónde estaría papá, si es que realmente estaba en alguna parte.

—Sí —contestó ella.

—¿Sabías lo que era?

—No —negó mi madre al borde de las lágrimas—. Todo lo que te he

contado sobre el modo en que conocí a tu padre es verdad. Nos

conocimos en la Biblioteca Británica. Los dos buscábamos el mismo libro

sobre la historia de la brujería.

No pude reprimir una risa.

—Eso debería haberte dado una pista.

—Probablemente —reconoció mamá—. Me acerqué a su mesa para

preguntarle si me lo dejaba ojear. —Su voz se quebró con un suspiro—. El

resto es un cliché: me prestó el libro, nuestros dedos se rozaron y eso fue

todo. Estaba loca por él.

Recordé el primer día que vi a Archer apoyado contra el tronco de un

árbol, en los exteriores de Hécate Hall.

—Conozco este sentimiento —susurré.

—Estuvimos juntos casi un año. Luego un día al despertarme encontré a tu

padre conjurando el desayuno con un hechizo de aire.

Me asusté muchísimo.

—¿Cómo pudiste vivir con él un año sin enterarte de lo que era? Izzy se dio

cuenta de que yo no era humana al cabo de sólo unos segundos.

Mamá se apartó el pelo de la frente y declaró:

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—Izzy tiene esa habilidad, lo cual no significaba que la tengan todas las

Brannick. Yo no puedo sentir la presencia de un Prodigium con la misma

facilidad que ella. De todos modos, cuando me di cuenta de que estaba

viviendo con una de las criaturas que se suponía que debía combatir,

simplemente.....

—¿Flipaste en colores?

—Pues claro que sí. Entonces supe que estaba embarazada de ti y bueno,

ya conoces el resto. Todas las mudanzas, todos nuestros escondites.

—Pero no era de papá de quien te escondías. —Por primera vez las piezas

comenzaban a encajar—. Papá me dijo que tú tenías tus motivos para

mudarte constantemente.

También había dicho que todavía estaba enamorado de mamá. Quería

decírselo, pero algo me detuvo. Quizá porque confiaba que mi padre

tendría la oportunidad de decírselo en persona.

—No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar mi familia cuando se

enteraran de que iba a tener un hijo Prodigium, y no cualquier tipo de

Prodigium: un demonio. Aunque entendía que debía concederles el

beneficio de la duda, estaba asustada y era muy joven. Por Dios, sólo era

seis años mayor de lo que eres tú ahora. Estaba aterrorizada. —Mi madre

apartó mi cabeza que reposaba encima de sus hombros—. Por favor, no

me hagas abuela dentro de seis años ¿entendió?

—Confía en mí —le aconseje burlándome un poco de ella—; después de

ser la chica problemática del año, me estoy convirtiendo en una monja.

—Me alegra saberlo.

Nos quedamos todavía un rato sentadas, con los pies colgando sobre el

arroyo, charlando hasta que el sol estuvo bien alto. Cuando regresamos a

la casa, yo ya me sentía mucho mejor. Mi vida aún era un desastre, pero

por lo menos tenía algunas respuestas.

Al llegar, nos encontramos con Izzy y Finley haciendo las tareas domésticas.

O lo que fuere que las Brannick entendieran por tardes domésticas. Izzy

estaba reorganizando las dianas en el campo de entrenamiento (yo

todavía lo llamaba «el patio de los Ninja». Izzy se rió cuando se lo conté).

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Finley estaba en el granero convertido en vivienda, justo detrás del campo

de entrenamiento, afilando los cuchillos.

—La puedes ayudar —sugirió Aislinn, que estaba en el sótano cambiando

las sábanas de los catres. Me pregunté por qué se tomaba la molestia de

hacer tal cosa, pero decidí no preguntar.

—No soy muy buena con los cuchillos —admití—. ¿Hay alguna cosa más

que pueda hacer? ¿Algo menos mortífero?

—Puedes ir al Salón de la Guerra y revisar nuestros archivos de Hécate Hall

y de las Casnoff —me indicó sacudiendo una almohada— y comprobar si

la información que tenemos es correcta o si hay algo que puedas añadir.

Perfecto. Archivos. Libros. Nada con punta afilada.

—Lo haré, gracias.

Me dirigí hacia la escalera.

—Gracias por permitirme estar aquí —le dije cuando ya había llegado casi

a lo más alto de la escalera—. Quiero decir, después de todo, mi mera

existencia es un problema para vosotros.

Aislinn me miró y yo me apresuré a puntualizar:

—Finley me ha contado qué pasó con las otras Brannick. Dijo que nada de

eso habría sucedido si tú hubieras sido la líder.

Me quedé de pie, quieta, mientras Aislinn me estudiaba con la mirada.

Tenía los mismos ojos que mi madre, por lo que me resultaba doblemente

raro estar ahí, bajo su escrutinio.

—Somos familia —dijo al fin.

No tenía nada que añadir, de modo que asentí y me apresuré a terminar

de subir la escalera.

El Salón de la Guerra tenía el mismo aspecto deprimente y sucio que el día

anterior. Después de diez minutos de trajinar con papeles y cajas pesadas

del suelo a la mesa, todavía no había encontrado los archivos de Hécate

Hall. Di un hondo suspiro de frustración.

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—¿Algún problema? —preguntó una voz melosa.

Ignoré a Torin y devolví mi atención a la larga pila de cuadernos que había

cerca del sofá.

—Siento lo que dije sobre tu padre esta mañana —se disculpó Torin—. Es

indigno de mí.

Me quedé callada.

—Estar atrapado aquí me resultaba bastante frustrante y a veces hago

que lo paguen los demás. Ahora, si tú quieres, puedo ayudarte a encontrar

lo que estás buscando.

Consciente de que, muy probablemente, lo iba a lamentar, crucé la

habitación y tiré de la tela que cubría el espejo. Igual que siempre, Torin

estaba sentado a la mesa, sonriéndome.

—Muy bien, y ahora dime: tontito, tontito, ¿dónde están las carpetas de

Hécate Hall?

Torin soltó una sonora carcajada y pude ver que tenían los dientes un poco

torcidos. Siendo como era un hombre del siglo XVI, supongo que debía

considerarse afortunado por tener todos los dientes.

—Me gustas —confesó Torin—. Todas esas malditas mujeres de guerreras

son demasiado serias. Es agradable tener una persona ingeniosa en casa.

—Lo que tú digas. ¿Puedes revelarme ahora dónde están los archivos de

Hécate Hall, chico del espejo?

Se inclinó hacia delante y señalo bajo la mesa. Vi una caja escondida

entre las sombras. No me extrañaba que se me hubiera pasado por alto.

Mientras arrastraba la caja hacia mí, Torin se mofó:

—¿Ésa es toda la ayuda que necesitas, Sophie?

—Dejaste muy claro la otra noche que eres bastante difícil de seguir —dije

balanceándome sobre los talones—. No estoy de humor para tonterías.

Se quedó callado mientras yo daba un puntapié a la caja y sacaba del

interior dos grandes sobres de papel manila con la palabra «Casnoff»

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garabateada en ellos. Había tres carpetas separadas y etiquetadas como

«Hécate Hall». Las cogí.

—Estuviste atrapada en un espacio vacío.

Estaba tan ocupada hojeando la carpeta de las Casnoff que me tomó

unos instantes comprender lo que Torin estaba diciendo.

—¿Cómo? —pregunté sin comprender.

—Te hablaba de esas tres semanas que estuviste perdida. Te quedaste

atrapada en un vacío entre dimensiones. Así es como funciona el Itineris,

viaja a través de otras dimensiones. La mayor parte de las veces no hay

ningún problema, pero esa vez se atascó. Probablemente a causa de lo

que eres, o eras…

Me lo quedé mirando y Torin se apresuró a añadir:

—Ya no eres un demonio. O, por lo menos no del todo, pero tampoco eres

humana.

Torin apoyó la barbilla en su mano y vi que en uno de sus dedos brillaba un

anillo con un rubí.

—Eres un objeto demasiado confuso para que un Itineris lo digiera, de

manera que decidió mantenerte dentro durante un tiempo. Considérate

afortunada de que te haya vomitado.

Las palabras «digerir» y «vomitar» resultaban bastante perturbadoras.

—Está bien —admití al fin—. Digamos que no me hace muy feliz todo esto,

pero gracias por decírmelo.

—De nada —repuso Torin, encogiéndose de hombros.

Volví mi atención a la carpeta y a la fotografía de la señora Casnoff y de

su hermana Lara cuando eran jóvenes, quizá al final de su adolescencia,

cuando estaban a punto de cumplir veinte años. Había un hombre

sentado con ellas. Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás y un bigote

tan tieso como uno de esos moños que usaba la señora Casnoff. Supuse

que era Alexei, su padre.

—¿Sabes? —dijo Torin—. Puedo ver algo más que el futuro y el pasado.

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—¿De verdad? —le pregunté pasando las hojas de la carpeta—. ¿Puedes

ver el presente? Porque yo también puedo hacerlo. Por ejemplo, en este

momento sé que estoy en una habitación desordenada.

No lo miré, pero supe que tenía el cejo fruncido cuando respondió:

—No. Digamos que en determinadas ocasiones puedo ver futuros

alternativos.

—¿Qué quieres decir?

—El tiempo no es algo fijo, Sophie. Cada decisión nos lleva a un camino

diferente. Así que a veces puedo ver más de un resultado posible. Por

ejemplo, le dije a tu tía que tú serías la encargada de detener a las brujas

Casnoff y su ejército de demonios, y lo cierto es que eso es algo que vi.

Pero no fue el único de tus posibles futuros que pude ver.

Pese a que mi intención era ignorar a Torin, no pude evitar la pregunta:

—¿Y cuál era la otra alternativa?

—Es bastante contradictorio —respondió mostrándose ridículamente

satisfecho de sí mismo—. Porque por un lado te veía a ti derrotando a las

Casnoff y por el otro, uniéndote a ellas. Por supuesto que esto último no se

lo conté a Aislinn. Si lo hubiera hecho, no tengas duda que su bienvenida

no habría sido tan cordial. Tienes que estarme agradecida, de hecho.

Todo lo que pude decir fue:

—Bien, tu visión estaba equivocada. Nunca seré uno de los demonios de

las Casnoff o lo que sea.

—Oh, pero no eras uno de ellos —aclaró Torin con una sonrisa—; eras su

líder.

Me di la vuelta con las manos temblorosas.

—Sólo estás diciéndome todo esto para volverme loca.

—Créelo así si eso te hace feliz, Sophie —se interrumpió de repente.

Giré la cabeza y vi a Izzy de pie en la puerta.

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—¡Isolda! —gritó Torin—. ¡Qué bien te veo!

—¿Por qué estás hablando con Torin? —preguntó ésta mordiéndose el

labio inferior.

—Necesitaba que me ayudara a encontrar una cosas —contesté

mostrándole la carpeta—. Me imaginé que, por lo menos, iba a servirme

de ayuda, ya que su poder para hacer profecías parece estar bastante

estropeado.

Torin hizo un sonido de indignación.

—¡Por supuesto que no! Yo nunca me equivoco. —Se apartó de la mesa y

clavó su mirada en Izzy—. ¡Nunca!

Entonces Izzy cruzó la habitación con un par de zancadas y tapó el espejo

con la tela.

—Puedes taparme todo lo que quieras, Isolda —dijo Torin con voz

apagada—. Eso no hará que las cosas cambien.

Un pensamiento cruzó por la cara de Izzy, no pude evitar preguntarle:

—¿De qué está hablando?

—De nada —contestó, sacudiendo la cabeza y arrodillándose junto a mí—.

Otra de las tonterías de Torin. ¿Has encontrado lo que estabas buscando?

—No estoy segura —admití volviendo a la primera página del archivo de

las Casnoff.

En la hoja estaba escrito: «Alexei Casnoff nació en 1916 en San Petersburgo

(o Petrogrado, según era llamada la ciudad en esa época). Hijo de Grigori

y Svetlana Casnoff y»>.

Antes de que pudiera seguir leyendo oímos unos golpes resonando por

toda la casa.

—¿Qué diablos es eso?

—No lo sé —confesó Izzy frunciendo el cejo—. Creo que han llamado a la

puerta principal, pero nadie viene de visita por aquí.

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Abandonamos a toda prisa el Salón de la Guerra y nos dirigimos al pasillo.

Aislinn tenía una mano en el pomo de la puerta y en la otra mano, una

daga. Mi madre estaba detrás de ella. Sentí cómo la magia se

arremolinaba y se agitaba en el interior de mi pecho. Fuera lo que fuese lo

que estaba al otro lado de la puerta, era muy poderoso.

Aislinn abrió la puerta lentamente.

Yo estaba en lo cierto.

De pie en el umbral, mucho más alto, viejo y cansado de lo que lo

recordaba, estaba Cal. Y apoyado en él, con las marcas púrpura sobre su

piel extremadamente pálida, estaba mi padre.

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Capítulo 9

—¡James! —exclamó mamá.

De repente todo el mundo empezó a hablar a la vez.

—¿Qué está haciendo él aquí? —quiso saber Aislinn.

Izzy puso la mano en mi brazo y preguntó:

—¿Quiénes son estos tipos?

—Este es mi padre —contesté con un hilito de voz al mismo tiempo que

apartaba a Aislinn de mi camino para abrazarlo.

—Sophie —dijo mi padre rodeándome con los brazos—. Sophie…

Era demasiado bueno para ser cierto. Que mi padre y Cal estuvieran ahí,

¡juntos!

Abracé fuerte a mi padre. Mis lágrimas resbalaban por el cuello de su

camisa.

—Estás bien —recalqué entre sollozos—. Estás bien.

—Más o menos —contestó mi padre con una sonrisita ronca—. Todo

gracias a Cal.

Me aparté. Mi padre tenía los ojos enrojecidos. Vi la muerte en ellos. Las

marcas púrpura de la Extracción danzando sobre su piel me parecieron

tan devastadoras como la primera noche.

Pero estaba ahí, y eso era lo más importante. Deslicé la mirada hacia Cal,

que estaba de pie junto a papá.

—Tú también estás bien —dije suavemente.

Cal sonrió o hizo ese gesto extraño con el labio inferior parecido una

sonrisa.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Sí —se limitó a decir. Aunque esa palabra estaba cargada de

significados.

Me sentía tan aliviada y feliz que quise abrazarle, pero en el último

momento me arrepentí, alargué la mano para estrechar la suya y declaré:

—Me alegro.

Sentí el contacto cálido y áspero de su mano y me ruboricé.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —pregunté a mi padre—. ¿Dónde

habéis estado?

—¿Podemos ir a un lugar menos transitorio para hablar de esto? —inquirió

mi padre echando un vistazo al pasillo.

Sentí que estaba a punto de echarme a llorar. Transitorio, por Dios, cómo lo

había echado de menos.

Estaba segura que Aislinn estaba a punto de decirle que ni hablar pero

mamá se adelantó y respondió:

—Claro que sí. Podemos hablar en el comedor.

Por un instante mis padres se miraron el uno al otro y aunque es lo más

normal del mundo que dos padres se miren, no pude evitar sonreír.

Como todas las habitaciones de la casa de las Brannick, el comedor

estaba prácticamente vacío. Había un sofá un poco menos monstruoso

que el del Salón de la Guerra. Mi padre y Cal se sentaron en él. Yo me

senté junto a mi padre. Aislinn e Izzy se quedaron de pie en el umbral y

mamá ocupó el borde de un asiento cercano.

—Ni tan siquiera soy capaz de expresar cómo me alegro de verte —

reconoció mi padre apretando mi mano con la suya, temblorosa.

Enlacé mis dedos con los suyos.

—Lo mismo digo. Quiero decir, no es que me alegre de verme a mí, sino

que me alegro de verte a ti.

—Sí, lo he entendido —observó papá con una sonrisa.

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—¿Cómo habéis encontrado este lugar? —preguntó Aislinn como para

matar cualquier esperanza de tener un momento de familia agradable—.

Está protegido contra los de vuestra especie.

—Hay un agujero en la esquina noroeste —contestó Cal—. Puedo

arreglarlo, si queréis.

Eso cogió por sorpresa a Aislinn, pero reaccionó en seguida.

—No necesitamos ayuda. Mañana por la mañana voy a enviar a Finley

para que lo solucione.

Las Brannick descendían de una bruja blanca. Al parecer Finley

conservaba todavía algunos poderes.

—Y tú podrás ir a ayudarla —le comentó Aislinn a Izzy—. Ya empieza a ser

el momento que aprendas a protegernos.

—No ha sido fácil encontraros —reconoció mi padre—. Cal me dijo que te

había mandado con las Brannick. Pero cuando trató de localizarte con su

magia...

—Era como si hubieras desaparecido —se lamentó Cal—. Ninguno de los

hechizos funcionó. Ni siquiera el hechizo de rastreo.

—Fue por culpa del Itineris —le expliqué—. No sabía qué hacer conmigo

ahora que estoy limpia de magia, por decirlo de algún modo.

—Lo sospeché —admitió papá—. De todas maneras, hemos pasado las

últimas semanas tratando de llegar hasta aquí. Cal no veía prudente que

usara el Itineris en mi estado. De modo que hemos tenido que viajar al viejo

estilo.

—¿Os ha llevado tres semanas llegar desde Inglaterra hasta Tennessee? —

preguntó Aislinn levantando una ceja.

—No vinimos directamente —explicó Cal cruzándose de brazos—. Antes

tuvimos que hacer un montón de otras cosas.

—¿Qué montón de otras cosas? —inquirí.

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—Después del ataque de las Brannick y de L'Occhio di Dio a los cuarteles

generales del Concilio en primavera —respondió papá poniéndose en pie

y paseándose por la habitación—, solo se salvaron cinco miembros.

—No fuimos nosotras —dijo Aislinn—. Ni tampoco el Ojo.

Papá se detuvo en seco.

—¿Qué? —preguntó.

Aislinn le contó a mi padre lo mismo que me había contado la noche

anterior, que las Casnoff habían prendido fuego a las oficinas del Concilio

para poder culpar a sus enemigos.

—Me gustaría poder decir que esto es absurdo —se quejó papá. De

repente parecía diez años más viejo—. Pero después de lo que he visto

que es capaz de hacer Lara Casnoff... De todos modos, los otros tres

miembros del Concilio murieron cuando Thorne Abbey fue destruido.

Yo había presenciado cómo mataban a uno de esos tres miembros:

Kristopher. Me entristeció muchísimo saber que Elizabeth y Roderick

también habían muerto.

—Lara y yo somos ahora los últimos supervivientes —continuó papá—. Y

debo decir que yo ya no soy demasiado útil —confesó señalando sus

tatuajes—. Estoy muerto.

—¿Qué?

—Unos días después de que Thorne Abbey fuese destruida, Lara Casnoff

convocó una reunión con algunos peces gordos —expuso Cal—. Yo hice

un hechizo de invisibilidad y asistí al encuentro. Había cientos de Prodigium.

Lara dijo delante de toda esa gente que tu padre había sido asesinado

por el Ojo —señaló con la cabeza a Aislinn— y que las Brannick lo habían

ayudado.

Aislinn hizo un juramento por lo bajo y mi madre inclinó la cabeza.

—Está bien —dije lentamente—. Ya sé que esto no pinta nada bien, pero

¿no podrías simplemente aparecer y decirles: «Aquí estoy vivito y

coleando»?

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—Podría —reconoció papá—, pero si el hecho de que esté muerto es

bueno para los propósitos de las Casnoff, algo me dice que mejor que no

me muestre «vivito y coleando» por un buen tiempo.

—¿Cuáles crees que son los propósitos de las Casnoff? —planteó mi

madre.

—Aterrorizar a los Prodigium hasta hacerles creer que su única alternativa

es recurrir a los demonios —expuso mi padre mirando intermitentemente a

mi madre y a mí—. Tienen a Daisy y es probable que hayan cogido a Nick.

No hubo otros ataques que se les puedan atribuir.

La misma noche que las Casnoff habían usado a Daisy para luchar contra

el Ojo, Nick arrasó con todo lo que encontró a su paso. El simple recuerdo

de esa noche me hacía estremecer.

—¿Dijeron algo sobre los demonios en esa reunión? —pregunté a Cal.

—No específicamente. Sólo dijeron que tenían un plan para librar al mundo

del Ojo y de las Brannick de una vez por todas.

—Hablando de eso —intervino papá—. ¿Habéis tenido noticias de Archer

Cross?

Todas las miradas de la habitación se clavaron en mí. Sentí el impulso de

cubrirme la cara, para que no pudieran ver lo que estaba sintiendo.

—No. Creo que tal vez... —Me volví para mirar a Cal—. ¿Tú no lo viste

cuando regresaste a Thorne Abbey para buscar a papá?

No esperaba que Cal me respondiese: «Sí, claro que lo vi, de hecho lo

traigo conmigo aquí, dentro de mi bolsillo». Pero menos aún esperaba lo

que escuché:

—Cuando llegué, tu padre estaba solo en la celda.

Esas palabras me dolieron.

«Eres afortunada —me dije—. Tu padre y Cal están aquí. Jenna está a

salvo. ¿Qué posibilidades había de que se salvaran todos?»

—Habían derribado la puerta de la celda —prosiguió Cal—. Supuse que se

lo había llevado el Ojo.

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—¿No recuerdas nada? —le pregunté a mi padre.

Éste puso cara triste y negó con la cabeza.

—Estaba inconsciente.

—Creo que tienes razón —admití metiendo las manos en los bolsillos—.

Probablemente esté con los hombres del Ojo.

Quienes tal vez lo conservaban como una especie de brujo mascota o

habían descubierto que trabajábamos juntos y lo habían matado. Sea

como fuere, Archer había desaparecido. Ese pensamiento resultaba tan

doloroso que me llevó un rato darme cuenta de que mi padre me estaba

hablando.

—Lo cierto es que no es el único que ha desaparecido —estaba

diciéndome cuando volví a prestarle atención.

Aislinn se recostó sobre la puerta con los brazos cruzados.

—Entonces Cross, las Casnoff y sus demonios han desaparecido —comenté

enumerando cada nombre con los dedos.

—Y también la isla de Graymalkin —agregó Cal, hablando tan bajito que

por un segundo pensé que no lo había oído bien.

—¿Cómo? —pregunté.

—Hécate Hall y la isla han desaparecido —confirmó mi padre.

—¿Cómo es posible? —cuestionó mi madre desde el sofá.

Mi padre la miró. Otra vez sentí una conexión especial entre ellos dos

cuando sus ojos se encontraron.

—Nadie lo sabe —manifestó mi padre—, pero pocos días después de que

Thorne Abbey fuese destruido, la isla entera se desvaneció en el aire. Un

instante estaba ahí y al otro no quedaba nada, salvo el océano. Creo que

no ha desaparecido de verdad, sino que las Casnoff la han escondido por

alguna razón.

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—¿Crees que es allí donde están? —pregunté, recordando el día en que

Cal, Jenna y yo dejamos Hécate Hall. Me estremecí al recordar mi

premonición de que jamás íbamos a volver allí.

—Podría ser —convino mi padre—. La isla de Graymalkin es el lugar donde

convocan a los demonios y ha sido el hogar de Anastasia durante años.

No puedo creer que lo haya abandonado y... —Se interrumpió. Avanzó

hacia el sofá restregándose los ojos y tropezó. Mi madre lo tomó del brazo

mientras Cal corría a ayudarlo. Entre los dos lo sentaron en el sofá.

—El viaje lo ha dejado fuera de combate —reveló Cal—. Le hice un

hechizo de protección, pero, aun así, se siente muy débil.

—Por favor, no habléis de mí como si no estuviera aquí —se quejó mi

padre. La fatiga de su voz disimulaba cualquier rasgo de autoridad.

—Es suficiente por esta noche —dijo mi madre. Me percaté de que durante

todo ese rato no había quitado la mano del brazo de papá.

Aislinn asintió.

—Tengo que decirle a Finley lo que está pasando —murmuró, tensando los

músculos de la mandíbula—. Y también tengo que hablar con Torin. —

Luego, dirigiéndose a papá y a Cal, añadió—: Vosotros dos podéis

quedaros esta noche. Mañana por la mañana decidiremos qué hacer.

Le costó mucho a Aislinn permitir que se quedaran; lo pude ver en sus

labios apretados. Creo que mi padre también se dio cuenta de ello, por lo

que hizo un gesto de respeto con la cabeza y dijo:

—Gracias, Aislinn.

—Pueden usar las tiendas de campaña —sugirió Aislinn.

Se refería a las extrañas estructuras de lona que usaban las Brannick

cuando eran un montón. Pensé en recordarle a Aislinn que en el sótano

había unos catres, pero luego entendí que no estaba dispuesta a alojar a

un par de Prodigium bajo su techo.

Aislinn abandonó la habitación e Izzy salió tras ella. Tan pronto como se

fueron, mi padre se dejó caer sobre el sofá y cerró los ojos.

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—Puedes quedarte aquí esta noche —dijo mi madre—. Esas tiendas de

campaña no están en condiciones y después de todo lo que has pasado...

—Se aclaró la garganta—. No hará falta que ninguno de los dos afronte

esta noche a la intemperie.

Papá asintió con la cabeza, sin abrir los ojos. Pero Cal se encogió de

hombros y declaró:

—Estoy acostumbrado a dormir afuera. Además me parece que necesitáis

pasar un tiempo en familia.

Se encaminó hacia la puerta, pero antes de que saliera, mi padre se dirigió

a mí:

—Sophie, ¿por qué no le muestras a Cal su alojamiento? Me gustaría

hablar en privado con tu madre.

—Oh —exclamé metiendo las manos en los bolsillos—. Está bien.

La última vez que me había quedado a solas con Cal él me había besado

al estilo: «Vamos a morir, así que éste es un modo de decirnos adiós».

Técnicamente, Cal era mi prometido (por si acaso los Prodigium no fueran

lo suficientemente raros, tienen la costumbre de acordar sus matrimonios).

El hecho de estar prometida con él añadía otro elemento de rareza a

nuestra relación.

Cal me echó una mirada fugaz. No estaba segura; lo cierto es que me

pareció que su mirada se posaba sobre mis labios por una fracción de

segundo. Traté de no tragar saliva cuando abandonamos juntos la

habitación.

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Capítulo 10

Cal y yo recorrimos en silencio el trecho que separaba la casa de las

tiendas de campaña. Antes de salir, pasé por la cocina y cogí una de esas

linternas que coleccionaban las Brannick. A pesar de que no

caminábamos muy cerca el uno del otro, mi sombra y la de Cal se

entrelazaban en el suelo. Yo estaba tan absorta pensando en Archer que

no vi las estructuras en semicírculo que rodeaban la residencia de las

Brannick hasta que estuvimos frente a ellas.

Lo que las Brannick llamaban tiendas de campaña eran en realidad

construcciones bastante sólidas. Tenían techos de lona pesada que, en vez

de descansar sobre el suelo, lo hacían sobre estructuras de madera. Para

entrar había que subir una escalera.

—Vaya —dije cuando llegamos—. Éstas no son tiendas comunes. Parece

más bien cabañas. O las hijas de una cabaña y una tienda.

Era un chiste malo. Ni siquiera sabía en realidad lo que estaba diciendo. Y,

sin embargo, Archer me habría reído la gracia. El dolor lacerante de mi

pecho casi me dejó sin aliento.

Cal permaneció en silencio, así que estiré un brazo señalando hacia las

tiendas.

—Elige la que quieras, están todas vacías.

Cal, sin siquiera mirarme, se dirigió hacia la tienda más cercana y descorrió

la puerta de lona. Lo seguí. Una vez dentro, supe que habría sido mucho

mejor darle la linterna y dejarlo solo, pero ya era demasiado tarde. Subí la

escalera y me metí con él en la tienda.

—No es exactamente como en Thorne, ¿eh?

Sobre la plataforma de madera había dos muebles: una mesa plegable y

un catre parecido a los del sótano. Con esos dos muebles, ya no quedaba

espacio para nada más. La tienda era tan pequeña que, de repente, me

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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sentí claustrofóbica. Dejé la linterna sobre la mesa, con la intención de que

el halo de luz creara la ilusión de un espacio más grande. Apenas se veía el

rostro de Cal en la penumbra. Puse las manos en los bolsillos traseros de mi

pantalón y di un hondo suspiro. Cal se sentó en el catre, que chirrió bajo su

peso. Apoyó los codos sobre las rodillas y dejó las manos cruzadas, sin

pronunciar una sola palabra.

—Hey —dije un poco demasiado alto—. Si tienes hambre puedo irte a

buscar algo a la cocina. Tratar de salvar tu vida y arrastrar por el mundo a

un demonio sin poderes seguro que son cosas que abren el apetito,

¿verdad?

En cuanto las palabras salieron de mi boca me morí de vergüenza.

—No tengo hambre —me hizo saber en voz baja.

—¡Fantástico! —exclamé—. Entonces voy a dejarte solo para que puedas

dormir.

Me dirigí hacia la puerta con la cara roja de vergüenza.

—He pensado en ti todos los días —confesó Cal a mis espaldas.

Me quedé helada en el umbral de la tienda.

La ronca voz de Cal no se detuvo allí.

—Pasaron tres semanas, demasiado tiempo sin saber de ti. Durante todo

ese tiempo me recriminé el haberte enviado con las Brannick.

Me volví para mirarlo. Quise hacer una broma o decir algo sarcástico: algo

que rompiera la tensión que se había creado entre nosotros. En vez de esto

admití:

—Yo también he pensado en ti.

Me miró directo a los ojos.

—Cal, has salvado a mi padre y trataste de salvar a Archer. —Sentí un dolor

en el pecho al pronunciar su nombre—. Eso es tan importante que ni tan

siquiera sé por dónde empezar a agradecértelo. Decirte simplemente

gracias no es suficiente. Y tampoco creo que una enorme cesta de fruta

sea bastante…

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Cal se puso en pie y me rodeó con los brazos. Desprendía un olor

agradable y familiar. Las lágrimas me inundaron los ojos. Lo abracé. Me

acarició el pelo.

—Archer está bien, Sophie. Seguramente el Ojo lo sacó de allí.

Apreté los párpados.

—Lo sé —susurré—. No es eso. Quiero decir, no solo se trata de eso. ¡Es que

todo está tan mal, Cal…!

—Lo sé —admitió, abrazándome con más fuerza—. Graymalkin ha

desaparecido, lo cual significa que…—suspiró profundamente y no dijo

nada más.

Yo ni tan siquiera había pensado el modo en que Cal amaba aquella isla.

Una vez, en Thorne, me dijo que consideraba Graymalkin como su hogar.

Yo siempre había sido un poco vagabunda, pero él había vivido en Hex

Hall desde que tenía trece años.

—Lo siento —dije mirándole a los ojos—. Siento todo esto.

Su cara expresaba sentimientos idénticos a los míos: confusión, impotencia

y soledad. Supongo que fue porque me sentía sola por lo que me puse de

puntillas y rocé sus labios con los míos. No tenía intención de que fuera un

beso real, sino un gesto de agradecimiento. Pero cuando quise apartarme,

Cal me cogió de la cara, inclinó su boca sobre la mía y me besó de

verdad. De verdad de la buena.

Yo lo cogí por los faldones de la camisa y lo besé también. Me sentí muy

bien durante unos instantes. Vale, fantásticamente bien, si he de decir la

verdad. A salvo, cómoda, feliz de sentir el contacto de sus brazos contra mi

cuerpo. Pero, entonces, de repente, separé mi cara de la suya, con las

mejillas ardiendo.

—Oh, Dios mío, perdóname —me excusé, dándole la espalda y

frotándome las mejillas con manos temblorosas.

Si antes el ambiente en la tienda era tenso, ahora podía cortarse con un

cuchillo.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Yo no lo siento —me espetó—. Todo lo que nos rodea es demasiado

extraño.

Me di la vuelta para mirarlo.

—En los dos sentidos: metafórico y literal —puntualicé, señalando a la

tienda.

Cal me dedicó una tímida sonrisa.

—Creo que deberías ir a ver a tu padre. Ya hablaremos mañana, cuando

las cosas…—No terminó la frase.

—Mañana —repetí, asintiendo con la cabeza.

Dejé la tienda. Sentí su mirada clavada en mi espalda. Todavía la sentía

ahí mientras corría hacia la casa.

Había besado a Cal por segunda vez. De verdad. No podía dejar de

pensar en eso mientras subía la escalera de la casa. Sentí en el estómago

una sensación rara que no sabía si era culpa o vértigo. Abrí la puerta de la

entrada con manos temblorosas. La casa estaba en silencio y me arrastré

hacia la sala de estar. Mi padre estaba todavía en el sofá con los ojos

cerrados y mi madre, sentada sobre el suelo a su lado, con una taza de

café humeante en la mano. Miraba a mi padre con una expresión extraña.

Parecía asustada y… algo más. Rozó con la punta del dedo las marcas

púrpura de mi padre. Salí antes de que pudiera verme.

Subí la escalera hacia mi habitación. Me temblaba el cuerpo y me sentía

vacía por dentro. Creo que las personas tenemos un límite en cuanto al

número de emociones que somos capaces de experimentar al mismo

tiempo. Había cruzado un límite. Demasiados acontecimientos juntos en

poco tiempo: el reencuentro con mi padre y Cal, y el beso de éste… Me

froté los ojos con las manos y suspiré. Eso era todo lo que podía soportar en

una noche.

Al abrir la puerta de mi habitación, me pareció ver el resplandor fantasmal

de Elodie meciéndose en el aire.

—Esta noche no, Elodie. No estoy de…

Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta.

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No era el fantasma de Elodie el que se encontraba en mi habitación.

Era el de Archer.

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Capítulo 11

—Menos mal que ha funcionado —comentó Archer con una expresión

de alivio en su rostro fantasmal. A diferencia de la de Elodie, su voz sonaba

alta y clara y tan familiar que me partió el alma en dos.

Me había quedado inmóvil, apoyada contra la puerta. A pesar de que su

presencia era muy débil, pude ver cómo sonreía.

—¿Mercer? Hace un mes que no te veo. La verdad es que esperaba otro

recibimiento. Algo tipo: «¡Oh, Archer, amor mío, fuego de mis entrañas,

cómo he anhelado…!».

—Estás muerto —dije llevándome una mano al estómago.

Todo el buen humor se esfumó de la cara de Archer.

—Un segundo —me pidió alzando las manos—. No estoy muerto. Te lo juro.

—¿Qué diablos es todo esto entonces? —pregunté con el corazón a punto

de salírseme por la boca.

Archer rebuscó dentro de su camiseta y sacó avergonzado una especie

de amuleto que colgaba de una cadena de plata.

—Es una piedra parlante. Te permite aparecer frente a las personas en

forma de holograma. Ya sabes: ayúdame Sophie—Wan Kenobi, eres mi

única esperanza.

—¿Robaste esa cosa de Hécate también?

Archer había recogido todo tipo de cachivaches de la bodega de Hécate

Hall mientras estábamos allí castigados.

—No —negó ofendido—. Lo encontré en… una tienda de cosas mágicas.

Vale, tienes razón. Lo robé.

Crucé la habitación en dos zancadas y le di un puñetazo en el pecho. Mi

mano lo atravesó sin tocarlo pero, aun así, fue toda una satisfacción.

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—¡Eres un imbécil! —grité, tratando de golpearlo en la cabeza—. Me has

dado un susto de muerte. Cal ha dicho que probablemente el Ojo te

había pillado y yo creí que habían descubierto que tú y yo habíamos

trabajado juntos y que te habían matado, arrogante pedazo de…

—Lo siento —se disculpó moviendo sus manos translúcidas—. Pensé que

podríamos hablar tranquilos. No he querido asustarte. Pero, ya que no

estoy muerto, ¿Por qué no dejas de golpearme?

Me detuve

—¿Puedes sentirlo?

—No, pero me resulta bastante incómodo ver cómo me das puñetazos.

Estábamos muy cerca el uno del otro. Dejé caer los brazos.

—No estás muerto.

—Ni un poquito —bromeó dedicándome una verdadera, genuina sonrisa.

Me ardían las mejillas. Le devolví la sonrisa.

—Entonces «holograma» significa… —empecé a decir.

—Significa «no corpóreo», lo cual es un fastidio porque hay un montón de

cosas corporales que me gustaría hacer ahora mismo contigo.

Me quedé mirándole los labios mientras sentía arder las mejillas. Entonces

me acordé de que hacía diez minutos había estado en los brazos de otro

chico, besándolo. Me aparté de él con la esperanza de que no notara

nada y me senté en la cama.

—Entonces, ¿dónde estás? —pregunté, llevándome las rodillas al pecho.

A pesar de su apariencia fantasmal, pude notar una expresión de culpa en

su cara.

—En Roma —contestó—. O si quieres que sea más específico, escondido

en un armario en una villa en Roma.

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No me molestó saber que estaba en Roma con el Ojo. Después de todo,

hasta hacía un rato, habría considerado dicha posibilidad como un

milagro.

—¿Por qué pones esa cara? —quiso saber Archer.

Me abracé las rodillas.

—¿Qué cara?

—Como si quisieras vomitar o ponerte a llorar o las dos cosas a la vez.

Vamos, y yo que tenía la intención de poner cara de póquer…

—Ha sido una noche dura. En realidad, las últimas semanas han sido muy

duras.

Dado que no sabía cuánto tiempo podría hablar con Archer, hice un

resumen de todo lo sucedido desde que me había ido de Thorne. Archer

se quedó de pie, escuchándome, y solamente se mostró sorprendido

cuando le comuniqué que mi madre era una Brannick.

—De modo que éste es el motivo por el que estamos aquí —expliqué—. De

visita familiar en casa de las Brannick. Y ahora ha aparecido mi padre, y,

eh, Cal. Y tú claro. Ya ves; ha sido una noche movidita.

—¿Cómo consiguieron encontrarte Cal y tu padre? He probado el GPS

mágico desde el mismo momento en que salí de Thorne y hasta ahora no

he podido dar contigo.

—Antes de irme de Thorne, Cal me dijo que buscara a la Brannick. Así que

supongo que esperaban encontrarme aquí. Es la primera vez que he

tenido algo de suerte desde el año 2002.

Archer sonrió. Su imagen empezó a titilar.

—Maldita sea —susurró, palpando la piedra que colgaba alrededor de su

cuello—. Parece que no nos queda demasiado tiempo, así que démonos

prisa. Lo único que sabe el Ojo es que las Casnoff han desaparecido. No

han tenido notificaciones de nuevos ataques perpetrados por demonios.

Sabemos que algo están tramando, aunque no tenemos ni idea de qué se

trata.

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—Lo mismo dijo mi padre.

—Estamos buscando a las Casnoff, pero hasta ahora no ha habido suerte.

Es como si estuviéramos en una lista de espera.

—Aquí tenemos la misma sensación —reconocí—. Y dime una cosa, Cross,

¿piensas quedarte en el Ojo?

Archer miró hacia un punto por encima de su hombro.

—No lo sé —contestó, mirándome de nuevo. Su voz sonaba más

calmada—. Por ahora no tengo otro lugar al que pueda ir.

—Puedes venir aquí.

Archer sonrió y extendió una mano fantasmal. Enlacé mis dedos con los

suyos, aunque no los sentí.

—Me encantaría —confesó—. Pero me están observando muy de cerca,

últimamente. Por ahora es más seguro que me quede donde estoy y me

ponga las pilas.

—¿Volveré a verte algunas vez? —le pregunté mirando nuestras manos

enlazadas.

—Ya lo creo —contestó—. ¿No te prometí que nos besaríamos en un

castillo?

—Lo hiciste. Y que me llevarías a sitios. A sitios donde no hagan falta las

espadas ni tengamos que lidiar con zombis —recordé, retirando mi mano

de entre las suyas.

—Bueno, me tengo que ir —dijo—. Tan pronto como hayamos salvado al

mundo de la invasión de demonios seremos felices y comeremos perdices.

—¡Oh, qué romántico!

La sonrisa de Archer se desvaneció lentamente.

—Te volveré a ver —me aseguró poniéndose serio—. Te lo prometo.

Se acercó hacia mí y, al hacerlo, sus piernas translúcidas se fundieron con

la cama.

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—Mercer, yo…

Pero antes de que pudiera terminar la frase, la imagen de Archer

desapareció.

—Oh, venga ya —dije y mi voz resonó por toda la habitación vacía. Con

un suspiro me dejé caer encima de las almohadas y cerré los ojos. Allí me

quedé por unos instantes, hasta que, de pronto, sentí que no estaba sola.

Los abrí y me encontré con Elodie, sentada a los pies de la cama,

mirándome con una expresión indescifrable.

—¿Lo quieres? —me espetó al fin.

Me tomó unos instantes contestar a esta pregunta:

—Sí. Creo que sí.

Asintió con la cabeza, como si ésa fuera la respuesta que había estado

esperando.

—Yo también lo creía.

De repente, comprendí que si realmente volvía a ver a Archer otra vez, el

nuevo hábito de Elodie de aparecerse en cualquier momento podía llegar

a ser un fastidio.

—Está muy arrepentido de haberte mentido —le expliqué—. Y lamenta que

hayas muerto y todo lo que tú ya sabes.

Elodie se encogió de hombros.

—No fue culpa suya que me asesinaran.

Ahora que se me daba mucho mejor leer labios, no hacía falta que Elodie

me repitiera las cosas.

—La culpable fue Alice. Y, si tenemos en cuenta que las Casnoff son

responsables directas de su demonización, podríamos decir que la culpa

de mi muerte recae sobre ellas.

—Vamos a detenerlas —afirmé—. No tengo ni idea cómo, pero lo haremos.

Elodie se me quedó mirando.

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—¿Lo harás? Sé lo de tus dos posibles futuros.

—Yo nunca ayudaría a las Casnoff —repliqué automáticamente, aunque

no pude evitar estremecerme al recordar las palabras de Torin.

Me pareció que Elodie suspiraba, aunque era difícil asegurarlo, puesto que

no respiraba.

—Bueno, aunque no te pases al lado oscuro, sigues teniéndolo difícil. Tu

padre ya no tiene poderes y tampoco se puede decir que tú los tengas,

porque no pienso andar poseyéndote cada vez que te mentas en

problemas. Izzy y Finley ni tan siquiera son capaces de matar a un hombre

lobo y Aislinn Brannick es sólo una mujer sin ningún poder mágico. A tu

madre se le dan mejor los libros que las armas y Torin es molesto e inútil.

Básicamente, la única persona que queda es Cal, pero lo único que va a

poder hacer es posponer tu inevitable muerte cuando las Casnoff y sus

mascotas demoníacas te hagan pedazos. Pero, en fin, te deseo buena

suerte.

Y con esas inspiradoras palabras, desapareció.

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Capítulo 12

A la mañana siguiente tuve el desayuno más raro de mi vida. Sentados

a mi alrededor estaban mi madre, mi padre, las tres Brannick y Cal. Ah, y

Torin. El menú no fue gran cosa: unas simples galletas con mantequilla en el

Salón de la Guerra y listo.

No podía dejar de darle vueltas a las palabras de Elodie. ¿Realmente creía

yo en mis posibilidades de derrotar a las Casnoff?

—Tú tienes que saber algo —le dijo Aislinn a Torin.

—Ya te lo dije —contestó éste—. Esas mujeres están escondidas en su

maldita isla.

—¿Y dónde está la isla? —preguntó Aislinn.

—En el maldito océano —respondió Torin, levantando las manos con

hastío—. No sé por qué no la podéis encontrar: está en el mismo lugar de

siempre.

—Cómo te he dicho, Aislinn —habló mi padre—, estoy convencido de que

han escondido la isla de Graymalkin.

Estaba apoyado en una silla plegable. A su lado estaban Cal y mi madre.

Cuando Cal y yo cruzamos nuestras miradas, afloró en mi mente el

recuerdo de la noche anterior: mis dedos aferrándose a su camiseta y mi

boca contra la suya.

Volví mi atención a Torin y dije:

—Así que las Casnoff están en Hex Hall, rodeadas probablemente por su

ejército del mal. ¿Qué creéis que están haciendo aquí? ¿Montando una

fiesta de mil demonios?

Como nadie más contestó, agregué:

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—No lo habéis pillado. He dicho una fiesta de mil demonios porque ellos

son... eh... nada, olvidadlo.

—Yo lo he pillado —señaló Izzy, en susurros.

Le agradecí el comentario con una sonrisa.

—No os puedo decir qué están planeando —dijo Torin, frunciendo el cejo—.

Únicamente sé dónde están. No sé todas las cosas. Sólo que esta chica —

me apuntó con un dedo— es la clave para vencer a las Casnoff y evitar

que su ejército de demonios elimine a las especie humana de la faz de la

Tierra.

«O bien para convertirme en la líder de esos demonios», pensé. La idea hizo

que se me revolviera el estómago. Torin me guiño el ojo. Me pregunté si se

trataba de un simple gesto o es que era capaz de leer mis pensamientos.

Tratando de hacer a un lado los pensamientos sombríos, manifesté:

—El Ojo tampoco sabe nada.

Todos se me quedaron mirando, atónitos.

—Anoche vi a Archer —agregué, con la misma naturalidad que si me lo

hubiera cruzado en un Starbucks—. Usó una piedrecilla de comunicación y

me buscó para... eh, decir: «Hola, aquí estoy».

—¿Y ahora nos lo dices? —me recriminó mi padre.

—Bueno, cuando he bajada a desayunar estabais hablando con Torin —

me excusé—. Es la primera ocasión que tengo de contároslo. Además,

Archer no sabe mucho más que nosotros. No pensé que fuera demasiado

importante. Sólo nos vimos durante unos minutos.

—¿En tu habitación? —preguntó mi madre levantando una ceja.

—Pero ¡fue un encuentro incorpóreo —me excusé de nuevo— y muy

fantasmal! Apto para todos los públicos, os lo juro.

—¿Tu novio es un miembro del Ojo? —preguntó Finley sin poder creer lo

que estaba escuchando.

Mi padre se aclaró la garganta y se apresuró a decir:

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—En cualquier caso, ésa es una información muy valiosa. Significa que

todos estamos igual en lo que a las Casnoff se refiere.

—Exacto —concedí—. Nadie sabe lo que va a pasar. Perdona, pero no

veo qué tiene eso de positivo, papá.

—Entonces, ¿qué hacemos? —planteó Finley—. ¿No sentamos aquí a

esperar que las Casnoff hagan algo?

—Podemos ir a Lough Bealach —propuso Aislinn.

—¿Es un sitio real o te has atragantado con una galleta? —pregunté. Me

gané una mirada asesina.

Mi padre hizo un ruido extraño. Estuvo a punto de echarse reír, pero lo

disimuló con una tos.

—Lough Bealach es un lago de Irlanda. Antes era el lugar sagrado de la

familia Brannick, según tengo entendido.

—Nuestro lugar más sagrado —aseveró Aislinn—. Éramos las encargadas

de protegerlo.

—¿Y por qué necesitaba protección?

—Porque es, supuestamente, una puerta al inframundo —contestó mi

madre.

—Si vamos a luchar contra un ejército de demonios, necesitamos una gran

cantidad de Cristales del Demonio —planteó Aislinn—, y el inframundo es el

único lugar donde podemos conseguirlos.

—Cuando habláis del inframundo ¿os referís literalmente al Infierno —

pregunté.

Todos me ignoraron.

—No podremos entrar —declaró Finley—. Ninguna de nosotras sobreviviría

a un viaje al inframundo. Se necesita una magia negra muy poderosa para

lograrlo. Si Sophie conservara sus poderes, tal vez lo conseguiríamos, pero

sin ellos...

Finley meneó la cabeza decepcionada.

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—Sophie todavía tiene sus poderes —dijo mi padre.

—Bueno, sí —admití—. No me hicieron una Extracción, pero están

atrapados aquí. —Me toqué el pecho—. Sea lo que sea lo que el Concilio

dijo durante mi sentencia, lo cierto es que mi magia está sellada.

Mi padre se me acercó y me dijo:

—¿Te acuerdas de cuando estudiamos el grimorio de Thorne Abbey? Te

hice entrar en contacto con un hechizo especial.

Me acordaba perfectamente de aquello. No podía decir qué clase de

hechizo era aquél, pero lo sentí como un golpe en medio del esternón. Y

ahora que me daba cuenta, ése era el lugar donde sentía girar como un

torbellino mis poderes.

—Era un hechizo de protección —aclaró mi padre—. Para asegurarme de

que nunca perdieras tus poderes. Basta con tocarlo y recuperarás toda tu

magia.

Le apreté la mano con tanta fuerza que le hice daño.

—¡Oh, Dios! —suspiré emocionada y aliviada.

Así que tenía otra vez mis poderes. Por fin se había acabado ese

sentimiento de impotencia. Ya no iba a necesitar a Elodie y tendría la

oportunidad de vencer a las Casnoff. Pero entonces me acordé de lo que

Torin me había dicho la noche anterior: que iba a liderar el ejército de

demonios de las Casnoff. Fue como un jarrón de agua fría en la cara. ¿Mis

poderes iban a servirme para eso? No, no podía ser. Torin me había

mentido. Nunca iba a ayudar a las Casnoff en algo tan terrible.

Y entonces se me ocurrió otra cosa:

—Tengo que tocar ese hechizo, pero ¿dónde está exactamente el

grimorio?

—Seguramente con las Casnoff —contestó papá, mirando al suelo

avergonzado.

De repente se esfumó todo mi entusiasmo.

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—Que están escondidas en una isla que no podemos encontrar. Juro por

Dios que éste es el lío más grande del mundo entero.

—Quizá haya otra alternativa —apuntó Finley—. ¿Nadie conoce a algún

brujo o bruja que pueda devolverle los poderes a Sophie?

—Tal vez —dijo papá, aunque yo sabía que cuando papá decía «tal vez»

significaba «de ningún modo».

—¿Y si alguien recitara el hechizo? —pregunté consciente de que me

estaba aferrando a un clavo ardiendo. Pero quería agotar hasta la última

posibilidad de recuperar mis poderes.

Mi padre sacudió la cabeza.

—No. Ese hechizo en particular está tejido en papel con sangre mágica.

Tiene que ser tocado. Las palabras en sí mismas no tienen ningún poder.

—Mi magia no es negra —expuso Cal—, pero mis poderes son bastante

fuertes. Si vamos a Irlanda, ¿hay alguna posibilidad de que yo vaya al

inframundo?

—Podría ser, supongo —dijo papá acariciándose la nuca—, pero el riesgo

potencial…

—Tenemos que hacer algo —determinó Cal—. Prefiero agotar todas

nuestras posibilidades en Lough Bealach que esperar aquí.

—El chico tiene razón —habló Torin. Era raro escuchar a Torin llamar a Cal

«Chico» cuando tenían probablemente la misma edad (con más o menos

quinientos años de diferencia)—. Y cuanto antes lo hagáis, mejor. Ahora

mismo la situación está estancada, pero se avecina algo, siento una…

—¿«Una gran perturbación en la fuerza»? —lo interrumpí, sin poder evitarlo.

—Sospecho que te estás burlando de mí —me acusó Torin frunciendo el

cejo—, pero no puedo entender tu referencia. En todo caso, se están

agitando unas fuerzas oscuras. Mientras más preparados estéis, mejor será.

—Vamos —dije.

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—Tal vez deberíamos considerar otras opciones antes de correr a Irlanda —

propuso mi padre poniéndose las gafas—. Después de todo, Sophie, has

pasado por un trance terrible.

—Dormiré una siesta en el avión —anuncié—. Estamos hablando de un

ejército de demonios. Yo no sé que pensáis, pero a mí estas palabras me

aterran tanto como «tratamiento de conducto» o «escuela dominical». Y

ya hemos perdido tres semanas. No tenemos tiempo de sentarnos aquí a

pensar en otras opciones o leer libros o escuchar más profecías de este

imbécil. —Apunté con el dedo a Torin, que me contestó con un gesto que

era, seguramente, la versión antigua de «vete al demonio»—. En fin —

proseguí—, quizá esta sea una acción totalmente estúpida, pero si

tenemos aunque sea una oportunidad de bajar al inframundo, debemos

aprovecharla.

—Vale, me gustas —admitió Finley, regalándome una sonrisa. Se dirigió a

mi padre y dijo—: Sophie tiene razón. Ya que no tenemos idea de cómo

detener a las Casnoff, por lo menos tenemos que pertrecharnos para

defendernos. No veo otro modo de lograrlo como no sea ir a Lough

Bealach y conseguir montones de Cristales del Demonio.

—Es una locura —comentó papá dejándose caer en una de las sillas.

—¿Tienes otra idea mejor? —preguntó Aislinn.

Mi padre echó la cabeza hacia atrás como si estuviera buscando la

respuesta adecuada en el techo. Entonces me miró.

—Dime la verdad, ¿esto es lo que quieres hacer?

—Tal vez Cal lo logre, tal vez no. De todos modos no vamos a conseguir

nada si nos seguimos quedando sentados en este cuchitril. Lo de «cuchitril»

ha sido sin ánimos de ofender —me disculpé ante Aislinn.

Mi padre me miró largamente. Luego asintió cansado y reconoció:

—Tenéis razón. Pero ¿cómo iremos hasta ahí? El Itineris es demasiado

peligroso para Sophie, y en cuanto a ti —dijo señalando a mi madre—,

podría matarte. Los humanos no pueden viajar en él.

—Yo me encargaré del tema de los billetes de avión —anunció Cal.

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Finley y Aislinn se lo quedaron mirando con expresión interrogativa.

—Cal conjuró billetes de avión y falsificó pasaportes para que pudiéramos

salir de Inglaterra —aclaró papá—. Es un modo poco elegante de usar la

magia, pero es útil.

—Muy bien —convino Aislinn—. En ese caso, chicas, id a preparar vuestras

cosas, Finley llena el depósito del camión. Tenemos un largo viaje hasta el

aeropuerto.

Miré emocionada a las personas que estaban en esa habitación (mi

familia). Lo que estaba a punto de hacer puede que pasase a la historia

como el acto más estúpido de mi vida. Acaso no fuera el mejor de los

planes pero, por lo menos, era un plan. Al ver las caras de todos los allí

presentes, me di cuenta de que todos pensábamos lo mismo. Todos

excepto Torin, que nos miraba con cara de aburrimiento.

Seguí a Izzy y a Finley hasta la escalera. Empecé a subir los peldaños

cuando una luz potente me deslumbró. Al principio pensé que se trataba

del reflejo del sol contra un cristal y traté de protegerme los ojos haciendo

visera con la mano. Entonces caí en la cuenta de que la luz procedía

justamente de mi mano. Empezó como un resplandor dorado en mi brazo

y luego se extendió por mi torso. Izzy se dio la vuelta y me miró con la boca

abierta. Trató de cogerme de la manga, pero sus dedos pasaron a través

de mi brazo sin tocarme. Los zarcillos de luz dorada envolvían mi cuerpo de

arriba abajo con gran rapidez, como si fueran serpientes. Vi como mis

piernas se volvían traslucidas y, acto seguido, desaparecían. Todo pasó tan

rápido que ni siquiera tuve tiempo de asústame. Lo único que pude hacer

fue mirar a mi madre, que en ese momento corría hacia la escalera a toda

velocidad. Mis labios se movieron sin pronunciar palabra.

—¡Mamá!

Oí los pasos de alguien más corriendo en dirección al vestíbulo. Supuse que

se trataba de mi padre, aunque no llegué a saberlo porque el resplandor

me cegó. Tuve la demencial sensación de estar siendo tironeada y

doblada, como si alguien tratara de hacer origami con mi cuerpo. Me

movía tan rápido que me retumbaban los huesos. Era como estar en el ojo

de un tornado.

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Y entonces, de repente, todo se detuvo y me quedé de pie, lo cual era

todo un milagro considerando que todo mi cuerpo temblaba como una

hoja.

Me miré los pies y traté de recordar como se hacía para respirar sin parecer

una morsa o punto de colapso. Gradualmente, los pitidos de mi pecho se

transformaban en gemidos. Sin embargo, mi vista estaba borrosa. Hasta

hacía un momento iba calzada con unas zapatillas de deporte blancas,

pero ahora llevaba unos calcetines negros, altos hasta la rodilla. Parpadeé.

También mis tejanos azules habían sido sustituidos por una falda escocesa

azul, gris y negra.

Entonces levanté la mirada y me quedé sin aliento.

Me encontraba en un lugar que conocía de sobra, aunque su apariencia

fuera bastante más decrépita de lo que recordaba. Los helechos de la

puerta estaban muertos y, aunque estábamos en agosto, en los robles que

alguna vez habían dado sombra a la casa no quedaba ni una hoja.

No tenía ni idea de cómo o por qué, lo cierto es que, sin que hubiera

posibilidad de negarlo, estaba de regreso allí.

En Hex Hall

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Parte II

«—Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca —protestó Alicia.

«—Oh, eso no lo puedes evitar —repuso el Gato—. Aquí todos estamos

locos.»

Alicia en el País de las Maravillas

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

93

Capítulo 13

No era la única persona en Hécate Hall. Centenares de niños pululaban

por ahí y parecían estar igual de sorprendidos que yo. Entre ellos estaba

Taylor, una de los metamorfos de los que me había hecho amiga.

—¿Sophie? —dijo cuando nuestras miradas se encontraron—. ¿Qué haces

aquí?

Taylor miró hacia abajo y se dio cuenta de que llevaba el uniforme de

Hécate Hall.

—¿Qué hago yo aquí? —agregó entonces para sí misma.

—No lo sé —contesté negando con la cabeza.

A medida que el pánico iba apoderándose de todos los presentes, se

extendía un murmullo de confusión. Nausicaa y otra hada se fundieron en

un abrazo. Unas lágrimas de colores goteaban de sus alas.

Avancé abriéndome paso entre la multitud. Al pasar junto a mis

compañeros, iba juntando fragmentos de conversaciones que decían

cosas como: «luz dorada» o «empecé a flotar en el aire». Al parecer, a

todos nos había sucedido lo mismo. Nada de lo ocurrido en los últimos

meses podía compararse con esto: ahí estaba yo, caminando sobre la

hierba de Hécate Hall, con el uniforme de la escuela, rodeada de mis

antiguos compañeros y sin una mínima idea de lo que estaba pasando.

Hasta hacía cosa de un momento yo tenía un plan: viajar a Irlanda con las

Brannick, llegar a Lough Bealach y recoger una buena cantidad de Cristal

del Demonio. Lo que no tenía previsto era que me teletransportaran a la

isla de Graymalkin, un lugar que supuestamente se había borrado del

mapa.

Busqué rostros familiares entre la gente, pero todo el lugar estaba cubierto

por una espesa niebla y no podía ver más allá de la línea de robles. En el

cielo, el sol era un disco caliente escondido detrás de las nubes grises.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Confundida, comencé a caminar hacia la casa cuando oí que alguien me

llamaba. Me volví para ver de quién se trataba. Era Jenna.

—Estás aquí —dijo como si sólo hubiéramos estado separadas durante

cinco minutos y no durante semanas.

Fue un milagro que no termináramos las dos en el suelo cuando corrí a

abrazarla. Sus lágrimas rodaron por mi cuello y yo tuve que hacer esfuerzos

para no llenarla de mocos. Nos miramos sonrientes.

—¡Oh, mi pequeña Jenna! —exclamé medio riendo, medio llorando—.

Nunca en mi vida me había hecho tan feliz ver un vampiro.

—Nunca en mi vida había sido tan feliz de ser aplastada por un demonio

—bromeó abrazándome fuerte.

Por un momento dejó de importarme cómo había llegado a Hécate Hall o

si había llegado arrastrada por alguna clase de terrorífica magia negra o si

iba o no a morir. Jenna estaba ahí, viva. Estábamos de nuevo juntas. Todo

lo demás se podía arreglar.

Cuando nos separamos, me percaté de que llevaba una nueva piedra de

sangre alrededor de su cuello, más grande y recargada que la anterior.

—Me he modernizado —señaló Jenna con una sonrisa—. Me la dio Byron.

Jura que es cien por cien a prueba de roturas.

Levanté una ceja y examiné la cadena de plata y la fina piedra de

amatista.

—También es cien por cien de mal gusto, pero si te mantiene a salvo no

me opongo.

—Puedo conseguirte una, si quieres. Podríamos grabarles nuestros nombres

o algo por el estilo.

Me reí más de lo que la broma merecía, pero estaba tan contenta de ver

a Jenna que me sentía hasta mareada.

—¿De verdad has estado con Byron todo este tiempo? —pregunté.

Asintió con la cabeza.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Sí. Esa noche, después de que te fuiste con Cal y Archer, los otros

miembros del Concilio vinieron a mi habitación y me llevaron a un lugar

verdaderamente terrible.

Jenna se estremeció. Yo sabía muy bien que ella había terminado en las

mazmorras de Thorne, donde estaban instaladas las cortes mágicas del

Concilio.

—Lara Casnoff quería clavarme una estaca —explicó Jenna. Al oírla

instintivamente apreté sus manos—. Dijo que era una mala idea permitir

que los vampiros convivieran con los Prodigium, de modo que tenía que ser

ejecutada. La señora Casnoff pidió que le cedieran el honor de

ejecutarme.

Al oír esto volví a estrujarle las manos, tan fuerte que le hice daño. Me

imaginé a Jenna aterrorizada y temblando al ver que alguien en quien

había confiado la conducía a la muerte. Tenía ganas de matar a la señora

Casnoff y arremeter contra su estúpido peinado con mis poderes, en caso

de que pudiera recuperarlos.

—Gracias a Dios se lo permitieron —dijo Jenna.

Yo parpadeé, incrédula.

—¿Cómo?

—Fue la señora Casnoff quien llamó a Byron. Me quitó la piedra porque,

según dijo, necesitaría una prueba de que yo había muerto. Parece que

cuando matas a un vampiro, su Piedra de Sangre se hace añicos. Luego

me hizo salir por un corredor secreto que estaba detrás...

—Detrás de un cuadro —agregué yo. Lo conocía muy bien. Yo me había

escapado de Thorne Abbey de la misma manera.

—Exacto —exclamó Jenna asintiendo con la cabeza—. Me encontré con

Byron en las afueras de Thorne y me dio esto. —Jenna levantó el colgante

que llevaba alrededor del cuello—. Y luego me llevó a su nido de Londres

que, créeme, es un sitio para volverse chiflado. Pero, en fin, allí me

encontré con Vix —reveló. Vix era la novia de Jenna y también era una

vampira.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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De repente la sonrisa se borró de su rostro y comentó:

—Me enteré de lo que pasó en Thorne Abbey. Byron me dijo que nunca

encontraron tu cuerpo. No tuvimos más noticias durante un mes y creí

que...

La abracé de nuevo.

—Lo sé —admití—. Yo también pensé lo mismo de ti.

Jenna se limpió la nariz con el dorso de la mano.

—Luego empecé a escuchar rumores extraños que decían que estabas

con las Brannick.

—Y lo estaba —dije. Jenna me miró desconcertada y yo me apresuré a

añadir—: Es una larga historia. Prometo contártela más tarde. Por el

momento te doy la versión condensada: mi madre es una Brannick y yo, la

hija de una Brannick y de un demonio. Si antes me parecía que la mía era

una familia disfuncional, imagínate ahora.

Jenna sabía cuándo ser discreta, así que se limitó a decir:

—Está bien.

—Pero ahora tenemos que descubrir por qué estamos en Hex Hall —

planteé.

Jenna miró a su alrededor: esa extraña niebla, el ruinoso estado de la

casa...

—Algo me dice que no es para una reunión de alumnos.

—¿También has llegado hasta aquí arrastrada por una especie de

tornado? —le pregunté.

—No. He venido hacia aquí volando como un vampiro. Me lo ha enseñado

a hacer Lord Byron.

—¡Ja, ja! —me reí, dándole un golpe en el brazo.

—Sí, creo que he llegado hasta aquí igual que tú —admitió Jenna

devolviéndome la sonrisa—. Como si me hubieran metido en una corriente

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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de aire de nueve mil millones de kilómetros por hora. —Se puso seria de

repente—. ¿Qué clase de magia puede hacer eso? Mira a tu alrededor,

Sophie. Aquí hay por lo menos un centenar de Prodigium. Y todos hemos

llegado hasta aquí al mismo tiempo. Eso no es sólo extraño. Es...

—Terrorífico —apunté.

El resto del grupo había empezado a reunirse en la parte delantera de la

casa, esperando a que saliera alguien o pasara algo. Daba la sensación

de que, de un momento a otro, iba a aparecer la señora Casnoff, como

cualquier otro año escolar. Jenna y yo nos quedamos una junto a la otra,

detrás de la multitud.

Alguien a mi lado me dio un codazo en la espalda y me apreté contra

Jenna para hacerle espacio. Sentí que me agarraban la mano. Antes de

girar la cabeza ya sabía de quién se trataba.

—Mercer —dijo Archer sonriéndome—. ¡Qué casualidad encontrarte aquí!

Por mucho que lo deseara, no podía echarle los brazos al cuello y

comérmelo a besos, así que tuve que conformarme con enlazar mis dedos

con los suyos y empujarlo hacia mí. Lo verdaderamente importante era

que Archer y Jenna estaban conmigo y a salvo. Él me cogía de la mano y

ella estaba a mi lado. Estaba tan contenta que hasta me costaba respirar.

—Típico. Apareces tú y el mundo se va al infierno —comenté.

Traté de sonar despreocupada, pero no pude evitar que se me

entrecortara la voz.

Archer se encogió de hombros, pero en sus ojos ardía la misma emoción

que corría por mis venas.

—Empezaba a aburrirme de Italia y pensé en venir a ver qué hacíais

vosotras dos, señoritas —explicó.

Jenna se puso tensa. El Ojo había matado a su novia, la misma que la

había convertido en vampira. Huelga decir que Jenna no era la fan

número uno de Archer. Aun así, lo saludó con un movimiento de cabeza y

dijo:

—Hola, Archer.

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—¿También te ha traído aquí el vórtex de luz dorada? —le pregunté a

Archer, tratando de concentrarme en estas palabras, cosa que se hacía

difícil pues éste no dejaba de juguetear con sus dedos sobre mi mano.

—¿Cómo? Oh, sí, hubo una luz dorada y luego sentí que alguien usaba mi

cuerpo para hacer una figurita de origami y de repente ¡pum!, de regreso

a Hex Hall. ¿Tenéis alguna idea sobre qué está pasando aquí?

—No —respondió Jenna—. ¿Te has encontrado con algún conocido?

—Me he tropezado con Evan, el brujo con el que compartía habitación,

mientras os buscaba. No estaba muy contento de verme.

Archer se tocó un moretón que tenía en la mejilla.

—Bueno —dije, acordándome de los rumores que corrían entre los alumnos

acerca de Archer desde que había dejado la escuela—. La gente cree

que mataste a Elodie y que también trataste de matarme a mí. Tal vez

deberías soltarme la mano.

—¿Por qué? —inquirió Archer soltándome la mano y con una mezcla de

confusión y enfado en la cara—. ¿Por qué debería?

Fuera lo que fuese lo que iba a decir, se vio interrumpido cuando la puerta

de Hécate Hall se abrió lentamente. Todas las cabezas se volvieron para

ver qué estaba pasando. Juro que pude oír unos pasos acercándose

desde el interior de la casa. Contuve la respiración. Lamenté haberle

soltado la mano a Archer.

La señora Casnoff apareció entre las penumbras. Llevaba el mismo vestido

que el primer día que la vi. Todo el resto era distinto. Parecía diez años más

vieja y le temblaron las manos cuando las levantó para saludarnos. La

falda y chaqueta azules le colgaban sobre su cuerpo huesudo y tenía una

mancha en su camisa de seda. Pero lo más extraño era su pelo: antes

siempre llevaba su cabello de color rubio oscuro peinado en un moño que

era objeto de burlas por parte de todos los alumnos. Ahora lo tenía

completamente blanco y le caía suelto por la espalda, revoloteando

alrededor de la cara como telas de araña.

—Estudiantes de Hécate Hall —dijo. Su voz parecía la de una persona

mayor—. Bienvenidos a un nuevo semestre.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 14

—¡Oh, Dios mío! —musitó Jenna.

—¡Mecachis en el mar! —exclamé yo en voz baja.

Archer dijo algo peor que no voy a repetir.

Alguien entre la multitud (creo que fue Taylor) gritó:

—Pero ¡si la escuela está cerrada! Todo el mundo dice que…

La interrumpió una de las hadas que se elevó por encima de las cabezas

de los presentes y dijo en voz alta y clara:

—Usted no tiene ningún derecho a traernos aquí. Las hadas ya no

pertenecen a la alianza Prodigium. En nombre de las Cortes Seelie, le exijo

que nos envíe de regreso a casa.

La que hablaba era Nausicaa. Siempre lo hacía como si estuviera

ensayando una obra de teatro.

—¿Las hadas han roto la alianza? —me preguntó Jenna al oído—. ¿Sabías

esto?

Negué con la cabeza. La señora Casnoff envolvió a Nausicaa con su

mirada. No importaba que pareciera vieja y decrépita, todavía era capaz

de dar miedo con la mirada.

—Las alianzas y los tratados no tienen ningún tipo de valor en Hécate Hall.

Los alumnos solamente deben lealtad a la escuela—afirmó la señora

Casnoff con una sonrisa parecida a una mueca—. Así está escrito en el

código que firmasteis cuando os sentenciaron aquí.

Recordaba ese código: un grueso panfleto que apenas leí antes de

garabatear mi nombre en él. De repente deseé poder volver el tiempo

hacia atrás y encontrarme con la Sophie de ese momento para decirle

que tenía que leer las cosas antes de firmarlas.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Estoy segura de que todos tendréis muchas preguntas —comentó la

señora Casnoff de manera eufemística—, pero por ahora iréis a vuestras

habitaciones. Tendréis que esperar hasta la asamblea de esta noche para

recibir más explicaciones.

—¡Esto es una estupidez! —vociferó alguien. Me puse de puntillas y vi a un

chico de pelo rojizo.

—Evan —murmuró Archer.

La multitud se alejó de él.

—¿Cómo dice, señor Butler? —preguntó la señora Casnoff, con un tono de

voz más parecido a su tono de voz anterior y menos al de una anciana

frágil.

—El Ojo y las Brannick nos han estado exterminando a todos y la escuela

ha desaparecido, ¿y ahora empieza un nuevo año escolar?

No se oía ni una mosca. Todo el mundo permanecía mudo y quieto. El

viento había cesado y no era perceptible el canto de los pájaros ni el

lejano rumor del océano. Parecía como si toda la isla estuviera

conteniendo la respiración.

—¡Basta! —atajó la señora Casnoff—. Como he dicho, todas las preguntas

serán respondidas en la asamblea de esta noche.

—¡No! —chilló Evan—. No pienso moverme de aquí hasta que alguien me

explique qué está pasando. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué

estamos en Hécate Hall?

Evan levantó un dedo en dirección a Archer, y casi todo el mundo se nos

quedó mirando. Archer parecía muerto de aburrimiento, pero de repente

el hematoma en su mejilla se volvió más oscuro, en contraste con su piel

blanca.

—Señor Butler —recalcó la señora Casnoff irguiendo la espalda—. He dicho

basta.

—¡Váyase al diablo! —espetó Evan resoplando.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Una chica que estaba junto a Evan (una bruja que creo que se llamaba

Michaela) le puso una mano en el brazo y le dijo algo, pero él se la quitó

de encima.

—De ninguna manera voy a malgastar otro año en esta mansión ruinosa,

escondido de todo el mundo. Mucho menos ahora que la guerra se

acerca.

Evan se abrió paso entre la multitud. Sus pisadas levantaron el polvo del

camino de grava.

—Señor Butler —llamó la señora Casnoff a modo de advertencia.

Esta vez su voz sonaba francamente irritada.

Evan no se volvió.

—¿Qué diablos piensa hacer? ¿Nadar hasta tierra firme? —susurré.

Evan había llegado a la gruesa pared de niebla que rodeaba la casa.

Levantó los hombros, apretó los puños a ambos lados del cuerpo y tiró con

sus dedos un par de chispas que murieron casi en el acto con un sonido de

explosión leve, como si hubieran salido de un petardo mojado.

A mi lado, Archer movió los dedos para hacer magia y le pasó

exactamente lo mismo.

—Al parecer los poderes no están permitidos aquí —murmuró.

Miré a Evan a la espera de que regresara hacia nosotros. En vez de eso, se

metió entre la niebla. Por un momento se quedó allí, congelado en medio

de la neblina gris.

—¿Qué está pasando? —pregunté al mismo tiempo que Archer me cogía

de la mano.

Entonces Evan comenzó a gritar. De la niebla emergieron unos tentáculos

que rodearon el cuerpo del brujo. Un tentáculo le tiró del brazo y otro lo

rodeó el torso. Un tercer tentáculo le cogió de la cabeza. Y, de pronto,

Evan desapareció.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Nadie se movió. Creo que esto fue lo más raro. ¿Cómo era posible que no

hubiera allí gritos y desmayos? ¡Eso había sido real! Evan estaba…bueno, si

no estaba muerto, por lo menos había desaparecido.

Casi al unísono, todos los rostros se volvieron hacia la señora Casnoff. No sé

qué esperábamos que hiciera o dijera. Tal vez que se pusiera a reír a

carcajadas o que nos mirara por encima del hombro y nos dijera: «Se los

advertí».

Pero en lugar de eso, la señora Casnoff se apoyó en la baranda de la

galería, desde la cual no nos miró con expresión de profunda satisfacción,

sino cansada y triste.

—Entrad —nos indicó con desgana—. Vuestras habitaciones son las mismas

que el semestre anterior.

Al principio nadie se movió pero, poco a poco, todos los estudiantes fueron

entrando en la casa.

—¿Qué hacemos? —quiso saber Jenna.

—Supongo que entrar —respondí—. Es esto o que nos devore la niebla.

Creo que prefiero correr el riesgo de entrar y ver qué pasa.

Seguimos a la multitud hacia el porche. Al pasar junto a la señora Casnoff

me detuve. No estaba segura de qué quería decirle o de qué quería que

ella me dijera. Sentí, simplemente, que era bueno que nos viéramos frente

a frente. Pero la señora Casnoff ni tan siquiera me miró. Se quedó de pie

junto a la barandilla, respirando agitadamente y con la mirada clavada en

el lugar donde Evan había desaparecido.

Decidí dar madia vuelta y entrar.

En el interior de la casa se oían suspiros y sollozos apagados. Supuse que su

interior tendría el mismo aspecto desastroso que el resto de la isla. Así que

traté de prepararme para lo peor.

Pero no fue suficiente.

En mi primer día como estudiante en Hex Hall, la escuela me había

parecido un sitio tosco y mugriento debido a un hechizo que me hacía

verla de esa manera. Ahora, el sitio era un desastre, y ni podía atribuirse a

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la magia. Lo primero que me sorprendió fue el calor. La isla de Graymalkin

estaba situada en la costa de Georgia y además estábamos a mediados

de agosto, por lo que había una humedad de mil demonios. Sin embargo,

la casa siempre había sido fresca y confortable. Ahora el aire era

sofocante e irrespirable. Olía a moho y humedad, y el papel pintado que

cubría las paredes se estaba pelando en algunas partes. Oh, y por si fuera

poco, el vestíbulo principal, que antes solía estar bien iluminado, ahora se

encontraba sumido en la más absoluta penumbra.

Di un paso al frente y algo crujió debajo de mi pie. Al mirar hacia abajo vi

que se trataba de un pedazo de cristal de colores. Y entonces me di

cuenta de por qué todo se veía tan distinto: la enorme vidriera que hasta

entonces había presidido el vestíbulo estaba rota. La vidriera representaba

el origen de los Prodigium. En ella, un ángel inmenso que sostenía una

espada se enfrentaba a los ángeles que crearían a las brujas, a los

metamórficos y a las hadas. Pero ahora el ángel había perdido la cabeza y

la mayor parte de la espada, y había un enorme agujero dentado en

medio de las otras tres figuras. Parecía que unas garras gigantes lo

hubieran partido en dos mitades.

Por alguna razón, me puse triste al ver el estado lamentable de la vidriera.

Y al parecer, mi sentimiento era compartido. A mi lado, un grupo formado

por cuatro brujas miraban el ángel sin cabeza.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó una de ellas, lamentándose.

Nadie pudo contestarle.

Archer, Jenna y yo no nos abrazamos llorando sin poder creer lo que

veíamos.

—Está bien —concedí—. ¿Estamos todos de acuerdo con que ésta es la

peor situación de nuestras vidas?

—Estamos de acuerdo —admitieron Jenna y Archer al unísono.

—¡Fantástico! —clamé—. ¿Y alguien tiene una idea sobre qué vamos a

hacer al respecto?

—Bueno, no podemos usar la magia —replicó Archer.

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—Y si tratamos de escapar, se nos va a comer el monstruo de la niebla —

añadió Jenna.

—Exacto. Entonces, ¿no hay ningún plan?

—¿Balancearnos en posición fetal durante un buen rato? —propuso Jenna

frunciendo el cejo.

—Eso mismo. Estaba pensando en ponerme a llorar vestido debajo de una

ducha —reveló Archer.

—¡Magnífico! —exclamé sin poder contener la risa—. Entonces, vayamos

primero a llorar por ahí y cuando terminemos ya tendremos tiempo de

pensar en cómo salir de ésta.

—Creo que lo mejor que podemos hacer es tratar de pasar

desapercibidos por un tiempo —opinó Archer—. Dejar que la señora

Casnoff crea que estamos demasiado conmocionados como para tratar

de hacer algo. Quizá la asamblea de esta noche nos dé algunas

respuestas.

—Respuestas —repetí—. ¡Vaya si necesitamos una respuesta…!

—Sophie, ¿estás sonriendo? —se preguntó Jenna mirándome divertida.

Sentí el dolor de mis mejillas. De modo que sí, estaba sonriendo.

—Bien. Si queremos saber que traman las Casnoff, debemos admitir que

estamos en el lugar indicado.

—Mi chica tiene razón —declaró Archer sonriéndome. Ahora mis mejillas no

me dolían, me ardían.

—Bien. Vayámonos a nuestras habitaciones y después de la asamblea de

esta noche nos reuniremos y decidiremos qué vamos a hacer a

continuación —propuso Jenna, aclarándose la garganta.

—Trato hecho —accedí.

Archer asintió.

—¿Chocamos nuestros cinco? —preguntó Jenna.

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—No, pero podemos inventarnos un apretón de manos secreto, si quieres

—planteo Archer y, por un segundo, él y Jenna se sonrieron mutuamente.

Jenna, en seguida, borró la sonrisa de su rostro y ordenó:

—Vamos. Quiero ver si nuestra habitación se ha vuelto tan aterradora

como el resto de la casa.

—Buena idea —comenté. Archer me apretó la mano.

—¿Te veo luego? —preguntó tratando de sonar despreocupado.

Sentí que me ardía la piel bajo el contacto de su mano.

—Claro que sí —contesté. Al fin y al cabo una chica cuya misión era

impedir que unas brujas malvadas se apoderaran del mundo también

tenía derecho a darse unos besos por ahí.

Archer se dio la vuelta y se fue hacia su habitación. Mientras lo veía

alejarse, noté que Jenna me miraba.

—Vale —dijo, afirmando sus palabras con unos ojos en blanco—. Es un

chico de ensueño.

—Gracias —solté, dándole un suave codazo.

—¿Vienes conmigo? —me planteó Jenna empezando a subir la escalera.

—Voy en un minuto, antes quiero echar un vistazo por aquí.

—¿Por qué? ¿Todavía quieres deprimirte un poco más?

En realidad quería quedarme para ver si veía alguna otra cara conocida.

Había visto a casi todo el mundo que recordaba del año anterior. Lo que

me preguntaba ahora era si Cal había sido arrastrado también a Hex Hall

como todos nosotros. Técnicamente no era un estudiante, pero la señora

Casnoff se había servido mucho de sus poderes. ¿Podría prescindir de él?

—Sí, ya me conoces —le contesté a Jenna—; me encanta meter el dedo

en la llaga.

—Vale, Señora Detective.

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Jenna se fue escaleras arriba y yo esperé durante unos quince minutos en

el vestíbulo. No había señales de Cal ni de las Casnoff. Movida por la

curiosidad, me dirigí hacia el sótano. Para llegar hasta ahí, había que

avanzar por un estrecho corredor que ahora estaba sumido en la más

completa negrura. Apenas veía la puerta de madera y una vez que la

encontré tuve que palparla para poder dar con el pomo de hierro. Tiré de

él, pero la puerta estaba cerrada.

—Ya lo he intentado —se oyó la voz de Archer detrás de mis espaldas.

Por suerte estaba tan oscuro que no notó la forma en que me ruboricé.

—Te lo he advertido, Cross. Desde ahora sólo quiero castillos y comer

perdices. —Me di la vuelta, con la espalda contra la puerta.

Se me acercó.

—Pero es que, prácticamente, esto es un castillo —murmuró,

arrastrándome hacia él.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 15

Cuando los labios de Archer rozaron los míos, fue una suerte que

estuviera recostada contra la puerta porque me flaquearon las rodillas.

Archer me abrazó por la cintura y me atrajo hacia sí al mismo tiempo que

yo me aferraba a su camisa y volcaba todo lo que había estado sintiendo

las últimas tres semanas en un beso: la desesperación de creer que él

estaba muerto y el alivio que sentía en ese momento entre sus brazos.

Cuando finalmente nos separamos, apoyé la frente en su cuello y respiré

hondo. Me tomó unos instantes recuperar el habla.

—Pensé que habías dicho que haríamos esto más tarde.

Archer me besó en la sien.

—Han pasado veinte minutos. Esto cuenta como más tarde.

Me reí y lo miré a los ojos.

—Te he echado de menos.

A pesar de la oscuridad que nos envolvía pude ver que Archer sonreía.

—Yo también te he echado de menos.

—Deberíamos volver arriba.

—Deberíamos —repitió acercando de nuevo su boca a la mía.

Cuando finalmente conseguí llegar a la puerta de mi habitación, estaba

prácticamente saltando de alegría, pero toda mi felicidad se evaporó en

cuanto entré en el cuarto.

—¡Oh, vaya! —exclamé—. ¿Por qué me sigue sorprendiendo cuando las

cosas se ponen todavía peores de lo que estaban?

Jenna estaba sentada en medio de su cama.

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—Pensé que lo de la ventana era lo peor —comenté—. O lo de Evan, pero

ahora siento realmente ganas de llorar.

Nuestra habitación nunca había sido lujosa, pero gracias a la obsesión de

Jenna por el color rosa se había transformado en un sitio… bueno, iba a

decir «confortable», pero tal vez «alegre» o «un poco loco» sean

descripciones más acertadas. Nunca hasta ese momento me había dado

cuenta de hasta qué punto las luces, los pañuelos y el edredón rosa

eléctrico de Jenna habían convertido nuestro cuarto en una casa.

Ahora no había rastro de todo aquello. Solamente quedaban dos camas

puestas contra la pared, una mesa maltrecha y una cómoda arrinconada

en un ángulo de la habitación. El espejo roto del tocador nos devolvía un

reflejo distorsionado. Tal vez fuera por la luz grisácea de la niebla, pero el

caso era que esa estancia, como el resto de la casa, parecía haber

perdido todo su color. Nuestro dormitorio ya no parecía una casa. Ahora

tenía todo el aspecto de una celda.

Iba a decirle a Jenna lo que pensaba cuando la puerta se cerró a mis

espaldas con un fuerte golpe. Acto seguido, oímos otros portazos y unos

cuantos gritos amortiguados.

—¿Nos han encerrado? —aventuró Jenna.

—Pues parece que sí —contesté tratando de abrir la puerta.

—¿Crees que Archer tiene razón y que nos han quitado la magia?

—Apostaría a que ninguno de nosotros tiene poderes —aventuré

caminando hacia el armario.

Lo abrí. Tal como suponía, en el interior había dos uniformes de Hécate Hall.

—O por lo menos yo hace días que perdí los míos —le dije a Jenna por

encima del hombro—. Aunque creo que deberíamos dejar de

preocuparnos pero eso ahora mismo.

—¿Cómo? —inquirió ésta irguiendo la espalda.

—Ya sabes, cuando insistes mucho en algo…

—Sophie —dijo Jenna con una inclinación de cabeza.

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Me senté en la cama suspirando.

—Gracias al Concilio, ahora no tengo poderes.

La expresión de Jenna se suavizó.

—Oh, Sophie, lo siento mucho.

—No es tan malo como parece —señalé—. Mis poderes no se han ido del

todo. Todavía los tengo, pero no los puedo usar a menos que… ¡un

segundo!

—¿Qué?

Me levanté y me acerqué a la cama de Jenna.

—Hay un hechizo en el grimorio de la familia Thorne. Si lo toco, mis poderes

serán restaurados. Mi padre está convencido de que las Casnoff tienen ese

grimorio. Debe de estar aquí, Jenna. —Me palpé el pecho. Mi magia latía

dentro de mí—. Si lo encontramos, podría acabar con todo esto para la

hora de la cena.

O tal vez terminase usando los poderes en beneficio de las Casnoff. El terror

se apoderó de mí. De pronto, sentí náuseas.

—Puede que esté en manos de Lara —aventuró Jenna.

—¿Cómo? —pregunté—. Oh, Lara, maldita sea. No había pensado en ella.

Sentí que mi magia se desinflaba como un globo. Estaba decepcionada.

—Todavía podemos salir a buscarlo —se apresuró a decir Jenna—. O tal

vez Lara esté por aquí. Encontraremos el modo de devolverte tus poderes,

Sophie.

—Jenna y su poder de sorprenderme —le dije sonriendo.

—Es una habilidad que tengo —reveló ella, asintiendo con la cabeza

sombríamente.

Le lancé una almohada a la cara y nos pusimos a reír. Por un momento fue

como si nada hubiera cambiado. Éramos sólo Sophie y Jenna haciendo el

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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tonto en la habitación, a punto de ir a Métodos Mágicos de Ejecución o

alguna otra clase igual de aburrida.

Nos quedamos durante una hora sentadas cada una en su cama,

explicándonos todo lo que había sucedido el último mes. Me contó cosas

sobre la vida de Byron (desde luego, había en el nido mucho terciopelo y

se bebía sangre en cráneos, y a Byron, para espanto de Jenna, le gustaba

ofrecer espectáculos personales).

—Me pregunto qué pensará Vix —se planteó Jenna—. Estaba con ella

cuando me arrastraron aquí.

—Volverás a verla, Jenna. Te lo prometo.

No sé si me creyó, pero asintió con la cabeza.

—Está bien. Ahora cuéntamelo todo sobre las Brannick.

Hice lo que me pedía. Le hablé de Izzy y de Finley, del reencuentro con mi

padre y Cal. Incluso le conté que Cal y yo estábamos comprometidos y

que nos habíamos besado y todo lo que había pasado con Archer.

Mientras le explicaba todo eso, fui consciente de cuántas cosas le había

escondido a Jenna.

—Vaya, este verano has estado mucho más ocupada de lo que creía —se

lamentó Jenna levantando una ceja.

—¿Estás enfadada?

Lo pensó. Luego me dijo:

—No. Debería estarlo, pero —suspiró— entiendo que no hayas podido

contarme lo de Archer. Además, me pasé un mes creyéndote muerta, así

que me cuesta enfadarme, ¿sabes?

Me sentí aliviada.

—Perfecto, porque si quiero llegar al fondo del asunto voy a necesitar a mi

compinche vampira.

Jenna se rió y se apartó el pelo de la cara.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Oye, que aquí la compinche eres tú. Tus sarcasmos y tu pelo no dan para

que seas la protagonista de esta historia.

—Hummm —hice, fingiendo prestarle atención—. Desde luego, tu historia

es mucho más triste.

Jenna me hizo un gesto de displicencia con la mano.

—Exacto. Los vampiros ganan por uno a cero.

Nos pusimos a reír. Miré por la ventana. Estaba oscureciendo y la niebla gris

que rodeaba la casa parecía deslizarse como una serpiente.

—¿Qué crees que va a pasar con nosotras? —preguntó Jenna.

La primera cosa que me vino a la cabeza fue decirle: «Nada bueno», pero

me contuve, la rodeé con mi brazo y le aseguré:

—Todo va a ir bien. Piensa en todas las cosas que hemos vivido. ¿De

verdad tienes miedo de una niebla asesina? Anda ya.

Jenna me miró no muy convencida pero, aún así, comentó:

—No sé si realmente crees lo que estás diciendo o deliras. Pero gracias de

todos modos.

Había anochecido cuando se abrió la puerta de nuestra habitación y la

voz fina y aflautada de la señora Casnoff dijo: «Pido a los estudiantes que

se presenten de inmediato en el salón de baile».

Jenna y yo nos reunimos con los demás estudiantes y nos dirigimos hacia la

escalera. Ahora ya nadie lloraba, eso era un avance. Alguien me llamó por

mi nombre. Me di la vuelta. Era Tylor.

—¿De qué va todo esto? —preguntó.

—¿Cómo voy a saberlo? Estoy tan perdida como todos los demás.

Taylor frunció el cejo y mostró sus incisivos. Hacía mucho tiempo que no

veía un metamorfo. Había olvidado cuán inquietantes podían ser,

especialmente cuando no parecían ni humanos ni animales.

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—Pero tu padre en el jefe del Concilio —repuso—. Y tú has estado con el

Concilio durante todo el verano. Tienes que saber algo.

—¿Y qué hacer Archer Cross aquí? —preguntó una voz a mis espaldas—. Es

un Ojo.

Era Justin, que al parecer había cambiado la voz durante el verano. Ahora

ya no graznaba, sino que hablaba como un ser humano.

—¿No ha tratado de matarte? —me interrogó Nausicaa clavando sus ojos

en los míos—. Y si es así, ¿por qué estabais cogidos de las manos antes?

Esta clase de conversaciones solían acabar bastante mal, así que extendí

las manos en señal de: «Vamos a calmarnos todos un poco».

—Sophie no sabe nada —explicó Jenna—. Y sea cual sea el motivo por el

que estamos aquí, el Concilio no tiene nada que ver.

Jenna se cuidó muy bien de ocultar que todos los miembros del Concilio (a

excepción de mi padre y Lara Caanoff) estaban muertos.

—Sophie está tan asustada como todos nosotros, así que dejadla en paz.

Por las expresiones de las caras de los demás, supuse que Jenna había

sacado los colmillos y que tenía ese brillo rojizo en los ojos.

—¿Qué está pasando aquí? —bramó una voz familiar.

Excelente. Cuando parecía que nada podía ir peor, apareció la Vandy

abriéndose paso entre la multitud. Respiraba con dificultad y tenía la cara

tan roja que, en comparación, las marcas de su Extracción parecían

negras. La Vandy era una mezcla de matrona y carcelera.

—Id abajo ahora mismo.

El grupo comenzó a moverse. La Vandy se nos quedó mirando a Jenna y a

mí.

—Señorita Talbot, si muestra otra vez sus colmillos —la amenazó—, se los

voy a sacar y los voy a usar de pendientes. ¿Queda claro?

—Sí, señora —murmuró Jenna en un tono de voz no muy cortés.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Bajamos la escalera y nos reunimos con los demás estudiantes que hacían

cola para entrar en el salón de baile.

—Por lo menos algo en Hex Hall no ha cambiado —observó Jenna.

—Al parecer el poder de la Vandy para comportarse como una bruja

maldita es indestructible. Esto me reconforta.

No pude decir lo mismo del aspecto que ofrecía Hex Hall por la noche. Si

durante el día me había parecido un sitio deprimente, ahora era

sencillamente siniestro. El agradable resplandor de las lámparas antiguas

del salón había sido sustituido por una luz verde que chisporroteaba dentro

de un cristal lechoso creando a su alrededor todo tipo de sombras

extrañas.

Avanzamos por el vestíbulo en dirección al salón y me detuve en una de

las salas. La enorme ventana que daba al estanque y a la cabaña de Cal

estaba rota, y la terrorífica niebla se derramaba a través del marco de la

ventana y se arremolinaba al llegar al suelo. También me di cuenta de que

muchas de las fotografías que antes colgaban de las paredes, estaban

tiradas sobre la alfombra.

—Sé que lo que voy a decir no es nada nuevo —señaló Jenna—, pero, en

serio, ¿qué está pasando aquí? —Jenna miró la niebla y sacudió la

cabeza—. Es como si la casa y la isla estuvieran enfermas o envenenadas.

—Puede ser. Quiero decir, las Casnoff tienen un hoyo gigante que usan

para crear sus demonios. ¿Crees que es posible que esa magia negra y

diabólica haya infectado este lugar?

Archer y yo habíamos dado con el hoyo durante el verano. Yo todavía

tenía pesadillas con los necrófagos que custodiaban el lugar.

—No me extrañaría —murmuró Jenna con preocupación.

—¿Todas estas ventanas rotas serán un nuevo estilo de decoración? —

planteó Archer acercándose hasta donde estábamos Jenna y yo.

—Eso parece —contesté.

Miré hacia afuera y vi un tenue resplandor que procedía de la cabaña de

Cal. ¿Había alguien ahí? ¿Estaba Cal en Hex Hall? Pero la luz desapareció

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tan pronto como había aparecido, así que cogí del brazo a Archer y nos

encaminamos hacia la sala. Pero entonces recordé lo que me había dicho

Nausicaa un rato antes. No era el mejor momento para mostrarnos

cariñosos.

Entramos en el salón de baile. Aquí las cosas parecían más o menos las

mismas. Aunque, por otra parte, el salón de baile era uno de los lugares

más raros de Hex Hall, así que el hecho de que todo estuviera como antes

tampoco significaba demasiado. A pesar de eso, me sentí aliviada al ver

las mismas sillas y las mismas mesas, parecidas a troncos de árboles. Pero

entonces reparé en algo que hizo que se evaporara de repente cualquier

atisbo de alivio. La señora Casnoff estaba sentada en su silla de siempre.

Más que sentada parecía haberse desplomado sobre el asiento y tenía la

mirada perdida. Se había peinado pero, pese a ello, su pelo era un

completo desastre. La Vandy también estaba sentada a la mesa. No

había rastro de los otros tres profesores: la señora East, el señor Ferguson y

Lord Byron.

Y sentada al otro extremo de la mesa, vestida con un traje azul brillante y

sonriendo como si eso fuera una simple reunión para tomar el té, estaba

Lara Casnoff.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 16

Todavía no condigo explicarme cómo conseguí cenar. O por lo menos

echarme comida al plato. Y lo mismo puedo decir sobre Jenna y Archer.

Tal vez fuese debido al nerviosismo y al miedo (en mi casa era una mezcla

de rabia y euforia), pero todo el mundo tenía su plan lleno y estaba

concentrado en la comida.

Lara Casnoff me había quitado demasiadas cosas. Al verla, mis poderes

pujaban por salir. Pero, por otra parte, el hecho de que ella estuviera allí

significaba que el grimorio no podía estar muy lejos. Me dediqué un largo

rato a pensar dónde buscarlo hasta que, de repente. Lara se puso de pie y

nos hizo callar con un aplauso.

—Si ya habéis terminado de comer, podemos empezar con la

presentación.

—¿Crees que va a hacer un número de baile? —murmuró Jenna mientras

movíamos nuestras sillas. Me gustaban las bromas de Jenna, pero se me

hacía difícil sonreír cuando delante de mí tenía a la mujer que había

tratado de matarme más de una vez. Esperaba que Lara Casnoff me

mirara a los ojos y diera muestras de reconocer lo que había sucedido en

el verano, pero no lo hizo.

Sentí una abrumadora sensación de estar reviviendo algo. ¿Había pasado

solamente un año desde la noche en que Archer y yo estábamos sentados

en esta misma habitación y éramos todavía dos extraños? ¿De la noche en

que creía que era una bruja normal y corriente? ¿De la misma noche en

que Hex Hall era una escuela y no una prisión?

Lara levantó las manos a modo de saludo de bienvenida.

—Estoy segura de que todos os preguntáis por qué estáis aquí —dijo con

voz clara.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Nadie habló. No quedaba ni rastro de la rabia y el desconcierto de esa

tarde. Quizá fuera porque todo el mundo estaba a la expectativa de una

respuesta. O quizá teníamos miedo de que nos comiera la niebla.

—Antes que nada os dedo una disculpa por el alojamiento —continuó

Lara caminando hacia el frente. Los tacones de sus zapatos altos sonaron

como disparos—. Estamos canalizando una gran cantidad de magia para

proteger Hécate Hall y me temo que ello está afectando al aspecto de la

casa. Pero de todos modos, esta escuela nunca fue un hotel de cinco

estrellas ¿verdad? —Lara sonrió, pero su mirada era fría como el hielo—. En

cualquier caso, yo soy Lara Casnoff y voy a trabajar con Anastasia como

directora de esta escuela durante este año. Estoy segura de que tenéis

muchas preguntas, pero antes creo que es el momento de contaros la

verdad sobre lo que ha sucedido este verano.

De repente apareció flotando en el aire un punto luminoso. Sabía lo que

venía después: el pequeño resplandor iba a convertirse en una pantalla. Y

efectivamente eso fue lo que sucedió.

—Éstos son los cuarteles generales del Concilio en Londres —expuso su voz

de Lara elevándose por encima del crepitar de las llamas—. Unos meses

atrás fue atacado por L’Occhio di Dio y por un grupo de la familia

Brannick. Casi todos los miembros del Concilio fueron asesinados. Éste es el

resultado de lo sucedido. —Lara señaló el edificio reducido a cenizas—. Y

luego, unos meses después, el Ojo atacó Thorne Abbey.

En la pantalla apareció la casa, tan impresionante e inmensa como lo

recordaba. Una ola de tristeza se apodero de mí. Me había sentido muy

feliz en Thorne Abbey, a pesar de que también había pasado miedo y

estuve a punto de morir más de una vez. Además, ese era el lugar donde

yo había conocido gran parte de mi historia y me había reencontrado con

mi padre. La luz anaranjada de las llamas consumiendo Thorne Abey me

cegó.

—Thorne Abbey también fue destruida. Anastasia y yo tuvimos mucha

suerte de poder escapar con vida. Desafortunadamente, el jefe del

Concilio, James Atherton, no tuvo tanta suerte.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Algunas cabezas se volvieron en mi dirección y yo traté de mostrarme

impasible. Cuando alcé mis ojos hacia la pantalla vi que Lara Casnoff me

estaba mirando.

—No hay duda de que estamos en guerra con nuestros enemigos—

comento Lara—. El Ojo y las Brannick no descansarán hasta que los

Prodigium hayamos sido borrados de la faz de la Tierra. —Lara aplaudía y

la pantalla desapareció—. Es por eso por lo que todos vosotros estáis aquí.

Me di cuenta de que estaba sentada al borde de la silla.

—¿Por qué os enviaron a Hécate la primera vez? —inquirió Lara.

Al principio pensé que se trataba de una pregunta retórica, pero luego

Lara hizo un gesto con la cabeza a un grupo de brujas. Una de las chicas

miró a su alrededor antes de contestar.

—Porque hicimos algo que estaba mal. Mostramos nuestros poderes a los

humanos.

Lara sacudió la cabeza.

—Pero no debéis echarles la culpa a vuestros poderes mágicos —replicó—.

Vuestra magia es fuerte y poderosa, y no hay nada de que avergonzarse.

No deberías haber sido castigados por eso. Todos vosotros sois las personas

más valiosas de la sociedad Prodigium. Tal vez sintáis que vuestros poderes

están fuera de control, pero no es cierto. Simplemente a veces son

demasiado fuertes para que los podáis controlar.

Alguna vez, Cal me había dicho que mis hechizos no eran destructivos, sino

demasiados fuertes.

—Entonces, ¿nos vais a enseñar a controlar nuestros poderes? —preguntó

alguien.

La cara de Lara Casnoff se iluminó con una sonrisa aterradora.

—Haremos algo mucho mejor que eso. Os hemos traído aquí con un

propósito especial.

—No puede salir nada bueno de esto —sentenció Jenna.

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—¿El propósito especial consiste en que nos comamos a las duendes de la

casa? —sugerí—. ¿O que nos convirtamos en pastores de unicornios? Eso

podríamos hacerlo.

—Realmente estás alterada —observó Jenna.

Y era cierto. Lo estaba y con razón, pues lo siguiente que dijo Lara fue:

—Durante cientos de años los Prodigium han buscado la manera de

hacerse más fuertes, más poderosos e invencibles. —De nuevo Lara me

miró directo a los ojos—. Y ahora hemos encontrado el modo de

conseguirlo. ¿Clarice?

La Vandy se puso de pie. Tenía una pequeña bolsa de terciopelo en la

mano. Metió una mano dentro y sacó una hoja de papel arrugada que

sostuvo sobre su cabeza para que todo el mundo pudiera verla. Sentí que

mis poderes se revolvían dentro de mi pecho

—¿Qué es esto? —preguntó Archer.

No me dio tiempo de responderle.

—Este pedazo de papel es la clave de nuestra salvación. Aquí está escrito

el hechizo más poderoso jamás creado. Puede imbuiros a todos vosotros

con la magia más poderosa del universo. No sólo nos mantendrá a salvo

de nuestros enemigos, sino que también nos permitirá borrarlos de la faz de

la Tierra de una vez por todas.

De repente las manos de Archer y Jenna se cerraron sobre mis muñecas.

—¿Qué? —susurré.

—Has estado a punto de levantarte —me informó Archer con los dientes

apretados y sin quitarle los ojos de encima a Lara.

—Y lo siguiente iba a ser que denunciaras a gritos que piensan convertirnos

a todos nosotros en demonios —prosiguió Jenna, tan bajo que apenas

podía oír lo que me estaba diciendo—. Estábamos fingiendo, ¿recuerdas?

Jenna y Archer tenían razón. Por si fuera poco, Lara me estaba mirando

con una aterradora sonrisa en los labios. Estaba deseando que yo saltara

de mi silla y empezara a gritar cosas sobre los demonios y el control mental.

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De ese modo, todo el mundo me vería como una loca de cuidado, y ese

sería el fin de todo. Por eso, aunque me moría de ganas de decirle a la

cara la verdad, me quedé quieta en mi sitio.

La sonrisa de Lara, al ver que yo no reaccionaba, se apagó un poco.

—Es por esto por lo que todos vosotros estáis aquí —explicó volviendo su

atención a los demás estudiantes—. Para ser entrenados y preparados, y

participar en un ritual que os hará todavía más poderosos de lo que jamás

habría pensado llegar a ser.

—Si somos tan valiosos, ¿por qué estamos recluidos aquí en contra de

nuestra voluntad? —preguntó Siobhan, una de las hadas.

—La isla está protegida con hechizos para vuestra seguridad —ladró la

Vandy. Esa respuesta no contestaba a la pregunta de Siobhan, cosa que a

Lara no pareció importarle.

—Exacto —afirmó, con un gesto de cabeza—. Ahora vamos a prepararnos

para el ritual que tendrá lugar mañana por la mañana a primera hora. Os

sugiero que volváis a vuestras habitaciones y descanséis.

Más que como una sugerencia, aquello sonaba como una amenaza.

Poco a poco todos nosotros fuimos dejando la sala. Hubo susurros pero

ninguna protesta, y menos aún otra pregunta. Tal vez todo el mundo había

terminado dándose por vencido.

En cuanto a mí, la verdad es que nada me importa gran cosa.

Jenna silbó para que regresara, pero no le hice caso y me acerqué a Lara

Casnoff, la mujer que había intentado matarme. La misma mujer que

había tratado de hacer lo mismo con Archer y Jenna y que había

sometido a mi padre a un ritual que casi lo mata.

—¿Piensa convertirnos en demonios? —la interrogué—. ¿Se ha olvidado de

lo que pasó con su último demonio? ¿El que enloqueció y se volvió un

asesino?

No me contestó.

—Sophie, definitivamente eres una jovencita muy resistente.

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—Y usted es malvada y exageradamente condescendiente.

—¿Ésta es la parte donde me dices que piensas detenerme? ¿Qué no me

voy a salir con la mía? —preguntó levantando una ceja—. Porque si es así,

déjame decirte algo: es mejor que madures.

Lara se dio la vuelta para pasarle el hechizo a la Vandy, quien lo guardó

en la bosa. Se fueron las dos juntas, seguidas por la señora Casnoff. Archer

y Jenna se acercaron.

—Vale, pues ya conocemos sus planes —planteó Jenna—. ¿Alguien tiene

una propuesta para contraatacar?

—Impedir que las Casnoff reúnan un ejército de demonios, salvar a todo el

mundo y escapar de esta isla. Tal vez también hacer una fiesta o algo así.

Ya sabes para celebrar lo maravilloso que somos.

—Suena bastante bien—comentó Archer dándome un codazo—. ¿Tienes

alguna idea sobre cómo vamos a hacer todo esto?

Las luces verdes del salón parpadearon y se apagaron.

—No —respondí

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Capítulo 17

A la mañana siguiente me despertó esa especie de aullido que en Hex

Hall usaban de despertador. La habitación estaba todavía a oscuras y al

mirar por la ventana pude ver la maldita niebla. Jenna estaba de pie

delante del armario, sacando el uniforme de la escuela. La noche anterior,

habíamos descubierto que en el armario había montones de camisetas y

de pijamas azules. Eran todos del mismo tamaño y cuando te los ponías, se

estiraban o ajustaban hasta quedar de tu talla. Con los uniformes pasaba

lo mismo; si bien Jenna se puso la falda, cuyo dobladillo le llegaba a las

espinillas, subió hasta quedar apenas debajo de las rodillas.

—No sé si sentirme encantada o asustada —confesó Jenna mirándose las

piernas.

Aparté las mantas y salté fuera de la cama para coger mi uniforme.

—Asustada, definitivamente.

Jenna se puso la chaqueta mordisqueándose el labio inferior. Era una señal

de que estaba pensando en algo más.

—¿Sabes una cosa? Ésa es una mala costumbre para un vampiro —dije

señalándole el labio mordisqueado.

—¿Qué? ¡Oh, tienes razón! —reconoció—. Estaba pensando… si el plan de

las Casnoff es convertirnos a todos en demonios, ¿para qué te ha traído a

ti? ¿Por qué estoy yo aquí? Hace unos meses Lara quería matarme. ¿Qué

le habrá hecho cambiar de opinión?

Yo había estado haciéndome la misma pregunta la noche anterior. En el

interior de mi cabeza no dejaba de repetir las palabras de Torin: yo iba a

capitanear al ejército de demonios de las Casnoff. ¿Sería por ello que

estaba ahí?

—Las Casnoff son unas mujeres diabólicas y retorcidas, ¿quién sabe lo que

se traen entre manos? —le planteé a Jenna.

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Pero ella no se dio por satisfecha con mi respuesta, así que añadí:

—De todos modos, ya encontraremos respuestas a todas tus preguntas,

¿vale? La Operación Señorita Detective comienza hoy.

Jenna abrió la boca con la intención de decir algo, pero entonces un

destello de luz irrumpió en la habitación. Jenna dio un alarido. Yo me puse

la mano en los ojos para protegerme del resplandor. La luz se transformó en

un globo brillante que se transformó, a su vez, en una imagen

tridimensional del invernadero donde tenían lugar las clases de técnicas de

defensa. La imagen giraba lentamente, al ritmo de la voz de Lara.

—Todos los estudiantes deben presentarse en el invernadero.

Fruncí el cejo e hice a un lado la imagen que se fue disolviendo en volutas

de humo.

—¿Hacía falta el golpe de efecto? —musité—. Qué les hubiera costado

decírnoslo ayer por la noche o anunciarlo por megafonía.

Jenna seguía con la mirada clavada en el lugar donde había aparecido el

hechizo.

—¿Qué crees que van a hacer con nosotras?

—Yo…

Antes de que pudiera terminar la frase, apareció otro destello de luz y de

repente me oí a mí misma decir:

—Mira, nadie os va a asesinar. Podríais relajaros un poco.

—¿Qué? —preguntó Jenna sacudiendo la cabeza como si acabaran de

abofetearla.

«Dile que no soy yo la que hablo o que eres tú, no importa», insté

mentalmente a Elodie.

No esperaba que Elodie me hiciera caso, pues solía ignorar todas mis

demandas mentales. Pero esta vez, afortunadamente, lo hizo.

—Soy Elodie —le dijo a Jenna y le explicó rápidamente que me usaba

como su títere personal.

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Jenna parpadeó incrédula.

—Si no hubiera usado mi magia a través de su cuerpo —resumió Elodie—,

Sophie estaría por lo menos diez veces muerta.

«Sólo me salvaste un par de veces», repliqué en mi interior.

Elodie me ignoró.

—Y antes de que me lo preguntes —dijo levantando una mano para

interrumpir la siguiente pregunta de Jenna—, no puedo poseer a nadie

más. Créeme, ya he tratado de meterme dentro de Lara Casnoff desde

que he llegado aquí… La verdad es que esto suena fatal. En fin; estabas a

punto de tragarte ese labio que tienes, cosa completamente

desagradable, así que me dije, tengo que hacerles una visita y tranquilizar

a estas dos. Anoche, mientras trataba de poseer a alguien más, escuché

una conversación entre Lara y la señora Casnoff. Parece que convertir a

un vampiro en demonio es algo superguay. Así que es por esto lo que

estás aquí. No tienen previsto clavarte ninguna estaca, puedes estar

tranquila.

Nunca se me hubiera ocurrido usar a Elodie como espía.

—¡Oh Dios mío, esto es perfecto! —le dije a Elodie—. Nadie puede verte a

menos que tú quieras y puedes ir a cualquier lugar de la escuela y…

«No grites tanto —me recriminó Elodie—. Estoy dentro de tu cabeza, así

que utiliza tu voz interior. »

Elodie me quitó el pelo de los ojos.

«Dios, ¿cómo puedes vivir así? », preguntó.

«Si me prometes que dejarás de poseerme cada vez que te apetezca,

prometo hacerme un tratamiento capilar», contesté.

Elodie se rió.

—¿Vas a ayudarnos entonces? —me planteó Jenna cruzando los brazos

sobre el pecho.

—Claro que voy a ayudaros, tía —contestó Elodie, haciéndome poner los

ojos en blanco—. No creerás que estoy de parte de las que piensan

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conquistar el mundo con un ejército de demonios. Además, cuando esto

termine, espero que Sophie pueda volver a ocuparse de sus cosas y

podamos desvincularnos.

—Ya que puedes hacer magia a través de Sophie, ¿por qué no haces un

poco ahora? Algo sencillo —sugirió Jenna asintiendo distraídamente con la

cabeza.

—Este lugar tiene algún tipo de hechizo que bloquea la magia —afirmó

Elodie. Yo había pensando lo mismo—. Los hechizos no están permitidos.

—Sí, pero las Casnoff no saben que tú estás aquí —repuso Jenna. Una

sonrisa le iluminó la cara—. ¿Un fantasma usando a un demonio para

hacer magia? Apuesto a que nadie había pensado en esto.

«Merece la pena intentarlo», le comenté a Elodie, quien aparentemente

estuvo de acuerdo porque mis dedos se levantaron y mis venas se llenaron

de poder. Volaron unas chispas y, unos segundos después, el mechón

rosado de Jenna se había vuelto tan blanco como el resto de su cabello.

—¡Jolín! —soltó Jenna—. ¡Ha funcionado!

Sentí una oleada de alivio que no sabía si procedía de mí o de Elodie.

De pronto llamaron a nuestra puerta. Jenna dio un salto asustada y Elodie

me hizo mover una mano en dirección a ella. El mechón rosa brillante

volvió a la cabeza de Jenna, tras lo cual sentí otra vez el mismo vacío que

había sentido la noche que me enfrenté al hombre lobo. Elodie se había

ido.

Me senté en la cama tratando de calmar mi respiración y Jenna abrió la

puerta. En el umbral apareció la Vandy. Se nos quedó mirando y yo sentí

que se me paralizaba el corazón. Se habían enterado.

Habían sentido la magia y ahora venían a por nosotras.

—Se os ha ordenado ir al invernadero —nos indicó—. Moved ya vuestros

culitos huesudos.

¿Tenéis idea de qué se siente al reaccionar de un modo completamente

inadecuado en la peor de las situaciones posibles? Pues eso fue lo que me

pasó a mí. Estaba tan contenta al ver que la Vandy no había venido hasta

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allí para matarnos, que me eché a reír. Jenna me lanzó una mirada de

pánico.

—¿Qué es tan gracioso, señorita Mercer? —preguntó la Vandy

envolviéndome en una turbia mirada.

Me puse en pie. Me temblaban las rodillas.

—Lo siento, es sólo que…

—Usted ha dicho…

—Exacto —proseguí, cogiéndome a un clavo ardiente—. Ha dicho

«culitos». ¡Ja ja!

Por un momento creí que la Vandy iba a asesinarme, pero en lugar de ello,

señaló con un dedo hacia la escalera y dijo:

—Andando.

Salimos de la habitación. Fuera el cielo estaba tan triste y gris como el día

anterior. La niebla parecía haber despejado un poco, lo cual me permitió

llegar al invernadero sin temor de que me absorbiera. Al andar, el suelo se

hundía bajo mis pies y la hierba, en vez de su habitual color esmeralda,

ahora tenía un enfermizo color marrón parecido al de la parte inferior de

una seta. Al pasar por debajo de un roble crujió una de sus ramas. Mal

agüero.

Una vez que nos aseguramos de que la Vandy estuviera lo suficiente lejos

para oírnos, bajé la cabeza y murmuré al oído de Jenna:

—Genial. Tenemos un fantasma espía.

—Un fantasma espía que hace magia —añadió Jenna.

—Mucho mejor —opiné, asintiendo con la cabeza—. Eso significa que tal

vez no estemos en inferioridad de condiciones respecto a las Casnoff.

Jenna me apretó la mano. Cuando llegamos al invernadero, me sentía

mucho más optimista. Aunque tampoco iba a ponerme a saltar de alegría,

sobre todo porque tenía miedo de que al hacerlo terminase resbalando

sobre el barro. Sin embargo, las palabras de Jenna me hicieron sentir

mejor.

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A través de los ventanales acristalados del invernadero vi que los

estudiantes estaban de pie formando un círculo. Me sentía de suficiente

buen humor como para hacer una broma a Jenna:

—Oh, me pregunto si jugaremos al pilla-pilla versión demonio.

Jenna rió pero pronto su risa se desvaneció. La multitud en el invernadero

hizo un hueco y pudimos ver que en el interior del círculo, sujeto por unas

brillantes cadenas mágicas, estaba Archer.

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Capítulo 18

Jenna y yo entramos en el invernadero discretamente. Mi corazón latía

con fuerza. Quería correr hacia Archer, pero Lara estaba junto a él,

sonriente.

—Empiezo a estar cansada de disimular —le susurré a Jenna.

Ésta me lanzó una mirada de comprensión.

—Estudiantes —habló Lara—. Como muchos de vosotros sabéis, el señor

Cross aquí presente es un miembro de L´Occhio di Dio. —Lara dio un paso

en dirección a Archer y le desabotonó la camisa, mostrándonos a todos el

tatuaje de color negro y dorado que llevaba sobre el corazón. La multitud

estalló en exclamaciones de asombro. Desde luego, todos sabían quién

era en realidad Archer, pero verlo con sus propios ojos era otra cosa.

—Y el Ojo es nuestro enemigo —continuó Lara.

Archer me miró a los ojos y trató de sonreír. Pero me di cuenta de que, en

realidad, estaba temblando.

Apreté los puños con tal fuerza que me clavé las uñas. Mi magia se resolvía

como un tsunami haciendo presión sobre un dique invisible.

—Pero el señor Cross es el peor miembro de L´Occhio di Dio. ¿Alguien

puede decirme por qué? —Los ojos de Lara se clavaron en los míos—.

¿Señorita Mercer? Puesto que usted es una de las personas que Archer

trató de asesinar el año pasado, ¿por qué no informa a sus compañeros

del peligro que representa el señor Cross¿

—Archer no trató de asesinarme.

Probablemente mis palabras habrían sonado más convincentes si no

hubiera encontrado dificultades para pronunciar la palabra «asesinarme».

Me aclaré la garganta y continué:

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

128

—Estaba aquí para vigilarme, y nada más.

—¿Y también estaba aquí para vigilar a Elodie Parris? ¿Por qué tendría el

Ojo tanto interés en usted, señorita Mercer?

Me había metido en un terreno peligroso y Lara lo sabía tan bien como lo

sabía yo. Estaba atrapada y esta vez no a causa de la magia, sino de las

palabras. No quería declararme demonio delante de todos los estudiantes,

que todavía creían que yo era un bruja corriente. Por otra parte, temía que

cualquier cosa que dijera incriminara más a Archer. Así que bajé la cabeza

y me mordí los labios.

—Yo puedo decir qué quiere el Ojo de ti, Sophie —reveló Archer. Trataba

de sonar alegre, aunque su tono de voz era tenso a causa del dolor—. Nos

enteramos de que era una experta en parchís, y como el Ojo organiza

todos los veranos un campeonato de parchís, se nos ocurrió que...

Lara chasqueó los dedos y los hilos de magia que flotaban a su alrededor

ardieron al rojo vivo. La voz de Archer se quebró de dolor. Tuve que

morderme el interior de la mejilla para no ponerme a gritar.

—Archer Cross no es sólo un miembro del Ojo, también es un traidor a su

gente —declaró Lara—. Representa la mayor amenaza para todos

nosotros, razón por la cual va a sernos de gran utilidad.

Jenna me cogió de la mano y me apretó los dedos.

—Hoy usaremos a Archer Cross para nuestra práctica. El ritual del que os

hablé anoche aumentará vuestros poderes, pero antes quiero ver con qué

contamos. —Luego, como si estuviera organizando un juego de

acampada, dio dos palmadas y dijo—: Bien, todo el mundo en fila. Cada

uno de vosotros tendrá la oportunidad de utilizar su hechizo de ataque en

contra del señor Cross. Os pido que tratéis de no matarlo. El señor Callahan

puede curarlo cuantas veces sea necesario, pero sus poderes tienen un

límite.

Levanté la mirada y se me secó la boca. Estaba tan concentrada en

Archer que ni tan siquiera me había dado cuenta de que Cal estaba

también en el invernadero, apoyado contra la horca. Tenía los brazos

cruzados y me miraba con una mezcla de alivio, ira y tensión. Le hice un

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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saludo con la mano y él me correspondió con la cabeza. Jenna me apretó

la mano más fuerte.

—Cal —murmuró—. Otra cosa a nuestro favor.

Y así era. Lástima que era imposible que me sintiera feliz viendo lo que mis

compañeros le hacían a Archer. Como yo no tenía poderes, me tuve que

sentar y limitarme a mirar. Y Lara se aseguró de que mirara. La primera vez

que traté de cerrar los ojos, me los congeló, obligándome a mantenerlos

abiertos. Tampoco podía mover el cuello ni volver la cabeza para desviar

la mirada.

Michaela fue la primera de las brujas que practicó con Archer. Dudó antes

de poner en práctica su hechizo, por lo que éste no le salió muy bien:

rebotó en el pecho de Archer y apenas lo hizo estremecer. Pensé que, tal

vez, con un poco de suerte, les pasaría lo mismo a todos. De acuerdo que

Archer era nuestro enemigo, pero mis compañeros tampoco eran asesinos.

Y si Lara no los hubiera azuzado, quizá se lo habrían tomado con más

calma. Pero cuando Michaela volvió a su sitio entre los demás, Lara envió

una descarga de magia sobre la espalda de Archer que lo hizo doblar

sobre las rodillas.

—El próximo tendrá que hacerlo mucho mejor —exigió Lara haciendo que

me preguntara cómo había llegado a considerarla agradable. O cuerda.

Y no pude hacer otra cosa que quedarme ahí sentada, con las lágrimas

resbalando por mis mejillas, viendo cómo los brujos y las brujas, unos tras

otros, lanzaban hechizos de ataque contra Archer. Las hadas lo

congelaron con hielo y lo quemaron con el calor. Una conjuró una

enredadera que se le cerró alrededor del cuello haciéndole imposible

respirar. Ni tan siquiera me atrevo a mencionar lo que le hicieron los

metamorfos. Después de cada ataque, Cal ponía las manos sobre el

cuerpo de Archer y le hacía recuperar la conciencia o detenía una

hemorragia. Cada vez que Archer volvía a ponerse en pie se veía un poco

más pálido y débil. Cuando le tocó el turno a Jenna mi estómago se

retorció. La perspectiva de ver a mi mejor amiga bebiendo la sangre del

chico que yo quería era más de lo que no podía soportar. Por suerte, no

tuve que verlo. El ataque anterior al de ella fue tan fuerte que, cuando Cal

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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ser arrodilló junto a Archer para curarlo, Lara tuvo que suspender la

actividad.

—Es suficiente por hoy. Un poco más y corremos el riesgo de perderlo.

Tendrá su oportunidad mañana, señorita Talbot.

Lara volvió su atención al resto del grupo. Todos parecían… ni tan siquiera

tengo una palabra para describirlo. Destrozados, agotados. No hay nada

peor para un brujo o bruja que ser obligado a usar sus poderes contra

alguien.

—Buen trabajo —nos felicitó Lara como si acabáramos de terminar un

examen de matemáticas y no de torturar a un compañero—. Ahora tengo

una idea mejor sobre vuestras fuerzas y el modo de perfeccionar vuestros

poderes. Ya podéis volver a la casa.

Nadie dijo ni media palabra. Jenna vino a sentarse junto a mí. Yo no pude

moverme hasta que Lara salió del invernadero. Cuando por fin me vi

liberada del hechizo que me tenía inmovilizada corrí en busca de Archer,

que estaba tumbado sobre una de las gruesas colchonetas que usábamos

para clase de defensa. Tenía los codos apoyados en las rodillas y la

cabeza hundida entre las manos. Me arrodillé a su lado y lo abracé

torpemente. Se estiró hacia mí y me abrazó. Y permanecimos abrazados

durante mucho rato: yo acariciándole el pelo y él acariciándome la

espalda.

—Estoy bien —habló al fin—. Ya sé que es difícil de creer, pero no me ha

dolido ni un poco. No me han hacho ningún daño. Quiero decir, excepto

en el alma y la cabeza, ninguna de las dos cosas me han resultado jamás

demasiado útiles.

Nos soltamos sin ganas y nos pusimos de pie.

—Tu magia es increíble —le comentó Archer a Cal, que estaba de pie al

borde de la colchoneta, junto a Jenna—. Aunque déjame decirte, ahora

que me has hecho regresar de entre los muertos por centésima vez, que

nuestra relación está un poco desequilibrada.

—Me puedes comprar una hamburguesa cuando salga de aquí —ironizó

Cal. Como no era propenso a hacer bromas, no supe si lo decía en serio o

no.

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Me aparté de Archer para darle a Cal un incómodo abrazo de lado.

—Me alegro de verte —le dije—. Y no sólo por esto… —Señalé con la

cabeza a Archer, quien me correspondió levantando una ceja. Entonces,

haciendo un esfuerzo por no ponerme roja, pregunté—: ¿Llegaste ayer,

como todos nosotros?

—Sí —contestó Cal lanzando un suspiro y metiendo las manos en los

bolsillos—. Iba de camino a coger unas cosas en la tienda de campaña y

de repente me encontré aquí, en la casa del estanque.

— ¿Y cómo es que no te hemos visto hasta ahora? —inquirió Jenna.

—Mi casa estaba cerrada —respondió—. Las ventanas estaban

completamente selladas. Esta mañana me ordenaron presentarme aquí.

Lara dijo que necesitaba mis habilidades especiales. Debo admitir que no

me había esperado una actividad tan intensa.

Cal se veía agotado. La magia de la curación es difícil y un solo hechizo

requiere mucha energía. Y curar a un sujeto al borde de la muerte, en

repetidas ocasiones, era devastador. No me extrañaba que tuviera ese

aspecto de perro apaleado.

Sin embargo, Cal era fuerte. Por eso, se sacudió el cansancio de encima y

preguntó:

—¿Así que quieren convertirnos a todos en demonios?

—Éste parece ser el plan —admití, y lo puse al corriente brevemente de

todo lo que Lara había dicho en la reunión de la noche anterior,

añadiendo—: Y por lo que Elodie me contó, quieren hacer un experimento

para ver qué pasa cuando convierte un vampiro en demonio o…

—¿Cómo que te lo dijo Elodie? —preguntó Archer.

—Oh, Elodie. Ah, sí, claro, es que Elodie me tiene poseída. De vez en

cuando se mete en mi cuerpo y, ya sabes. De hecho —me apresuré a

decir, ya que la expresión de Archer se había vuelto peligrosamente

oscura—… de hecho, es muy positivo, porque puede hacer magia a través

de mí.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Me quedé en silencio unos segundos para que los chicos pudieran asimilar

la información.

—Está bien —convino Archer, muy despacio—. Esto es realmente

inquietante, pero estoy a favor de cualquier cosa que pueda ayudarnos.

Especialmente si piensan usarme como conejillo de Indias para probar

distintos tipos de tortura.

Al igual que antes, su voz bromeaba pero sus ojos sufrían. Me acerqué y lo

abracé por la cintura, tratando de convencerme de que a Cal no iba a

importarle.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Jenna.

—¿Honestamente? —pregunté suspirando—. Os diría que nos dedicáramos

a buscar un hechizo que nos permitiera atravesar la niebla asesina y otro

para construir un bote mágico.

Cal hizo un sonido que podría haber sido una risa y Jenna me dedicó una

sonrisa. Archer me abrazó más fuerte.

—¿Pero…? —empezó a hablar.

—Pero —añadí— eso sería como tratar de ponerle una tirita a María

Antonieta. Lo mejor que podemos hacer es hablar con la señora Casnoff.

—¿Cómo? —quiso saber Archer.

—No lo sé… Sólo sé que podría haberle clavado una estaca a Jenna y sin

embargo no lo hizo.

—Porque quiere convertirla en demonio —dedujo Cal.

Negué con la cabeza.

—Tal vez. Pero no estoy segura. Escuchad, Lara es malvada pero la señora

Casnoff era… bueno, no puede decirse que fuera agradable, pero, chicos,

ya habéis visto qué mal aspecto tiene. Algo la preocupa. Creo que vale la

pena el intento.

—Quizá sepa dónde está el grimorio —aventuró Jenna agarrándome del

brazo.

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—Puede ser —convine tratando de mostrarme entusiasta y menos aterrada

de lo que estaba en realidad. Ciertamente quería recuperar mis poderes,

per la profecía de Torin pesaba sobre mi pecho como una lápida. De sólo

pensarlo, me dolía el corazón.

Me volví hacia Archer, y le pasé los dedos por la camisa, que todavía

estaba manchada de sangre.

—Vamos a tratar de hablar con la señora Casnoff, pero antes hay otra

cosa de la que tenemos que hablar —planteé.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 19

—No me gusta —dijo Archer esa misma tarde, sentados en el suelo de

mi habitación.

—A mi tampoco, pero tienes que admitir que es mejor que dejar que te

torturen cada día.

—No estoy tan seguro de eso —murmuró para sus adentros.

En Thorne Abbey había sido capaz de invocar al espíritu de Elodie. Vale, a

decir verdad, nunca supe a ciencia cierta si la convocaba yo o era ella

quien aparecía cuando le daba la gana. De modo que me sentí un poco

estúpida cuando dije: «¿Elodie? ¿Estás por aquí? Necesito hablar contigo».

Capté un movimiento con el rabillo del ojo y, al instante siguiente, Elodie se

presentó a mi lado. Abrió la boca para decir algo, pero se interrumpió al

ver a Archer. Durante unos segundos se miraron el uno al otro hasta que yo

dije, tan amablemente como pude:

—Mira, Elodie, sé que él y tú tenéis asuntos pendientes, pero necesito tu

ayuda. Las Casnoff lo están usando para hacer prácticas de tiro y, si esto

sigue así, muy probablemente morirá.

Elodie hizo un gesto que fue muy fácil de interpretar.

—Te dije que esto no tenía sentido —replicó Archer poniéndose en pie. Lo

cogí de la manga y lo obligué a sentarse de nuevo.

—Espera. Elodie, por favor.

Elodie flotó hacia nosotros con una expresión indescifrable en el rostro.

—¿Qué queréis que haga?

Aliviada, solté la manga de Archer y contesté:

—Todo lo que puedas. Alguna clase de hechizo de protección o

invisibilidad. Lo que sea.

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Elodie se cruzó de brazos y clavó su mirada en Archer. Luego hizo un gesto

con la mana y dijo:

—Oh, está bien — y se zambulló dentro de mí.

Por extraño que pueda parecer, Archer se me quedó mirando. O se nos

quedó mirando, debería decir, Tenía una expresión en la cara que nunca

antes le había visto: pétrea, fría… Pero más extraño que nada era el hecho

de verlo con Elodie dentro de mi cabeza. Elodie estaba enfadada. Su

rabia fluía por mis venas y se concentraba en mi estómago. Y no sólo

estaba furiosa, también triste y herida.

—Dame tus manos — le ordenó Elodie a través de mí.

Archer dudó por un momento, pero luego puso sus manos entre las mías.

Recordé que no mucho tiempo atrás esas mismas manos acariciaban mi

cara mientras él me besaba.

No.

No me acariciaban a mí, sino a Elodie.

«Basta de pensar en estas cosas», le dije a ella mentalmente.

«¿Crees que yo no tengo recuerdos?», repuso.

—Está bien —prosiguió Elodie en voz alta, dirigiéndose a Archer—. No

puedo hacer que te vuelvas invisible, pero este hechizo te mantendrá a

salvo del dolor y limitará los daños que puedan hacerte. No va a durar

para siempre, por lo que os sugiero que encontréis pronto la manera de

salir de aquí lo antes posible.

—Gracias por el consejo. No se nos había ocurrido antes.

—¿Quieres el hechizo o no?

Archer frunció el cejo y asintió con la cabeza, cogiéndome las manos con

fuerza. Al cabo de unos instantes la magia de Elodie se deslizó como una

lluvia desde mi cabeza hasta la punta de los dedos y, de allí, a Archer. Tan

pronto como el efecto de la magia se desvaneció, Elodie dejó caer mis

manos.

—Ahí lo tienes — señaló.

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—Gracias — dijo Archer moviendo sus dedos.

—Como tú digas —convino Elodie.

Se fue y me dejó tendida en el suelo. En esta postura no debía de quedar

muy sexy.

Unas manos firmes me cogieron de los hombros y, de pronto, estaba

apoyada sobre el pecho de Archer.

—Esto ha sido mucho más raro de lo que podía llegar a imaginar —confesó

él.

—No me digas. ¿Cómo te sientes?

—Mejor —contestó—. Pero si este hechizo de protección va a durar poco

tiempo, es mejor que hablemos con la señora Casnoff cuanto antes.

Por desgracia, era más fácil decirlo que hacerlo. Durante los siguientes

días, sólo vi a la señora Casnoff a la hora de la cena. Se pasaba todo el

rato sentada en su silla mirando fijamente a la pared. No tenía ni idea de

cómo hacer para encontrarme a solas con ella.

Ésa no fue la única cosa que resultó difícil. Jenna y yo estábamos

decididas a encontrar el grimorio, pero entre las sesiones de entrenamiento

(que todavía me resultaban insoportables de presenciar, pese a que sabía

que ahora Archer fingía el dolor) y el hecho de que todas la puertas de la

escuela se cerraran en cuanto se ponía el sol, no encontramos la

oportunidad de ponernos manos a la obra. Traté de invocar a Elodie otra

vez, pero después del hechizo que había hecho con Archer parecía

mantenerse a cierta distancia.

Hacia el quinto día en Hécate Hall empecé a volverme loca.

—Tenemos que hacer algo —le propuse a Jenna esa mañana mientras

caminábamos hacia el invernadero—. Hace casi una semana que

estamos aquí y todavía no encontramos el grimorio, no sabemos cómo

impedir que las Casnoff nos conviertan en demonios y no he podido hablar

con la señora Casnoff desde que…

No terminé la frase. Jenna se había detenido y señalaba hacia la orilla del

estanque.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Está sola ahora.

La señora Casnoff estaba sentada en un banco de piedra, con el pelo

blanco revoloteándole alrededor de los hombros

—¡Vaya! —exclamé en voz baja—. Después de tantos días, no puedo creer

que finalmente podamos hablar con ella.

—Ve —me instó Jenna dándome un codazo en la espalda—. Háblale.

Luego nos vemos.

Tenía tantas cosas que decirle que no sabía por dónde empezar. Cuando

me senté a su lado, ni tan siquiera volvió la cara para mirarme.

—Hola, Sophie —me saludó sin quitar los ojos del estanque.

—Hola —contesté.

—Hay tanto silencio…—comentó la señora Casnoff

La miré sin entender a qué se refería.

—Cuando éramos pequeñas, mi padre tenía miedo de que ella no pudiera

hablar —continuó la señora Casnoff. Me tomó unos instantes saber que se

refería a Lara—. Pero yo sabía que su mente nunca se quedaba quieta.

Ella se parece más a nuestro padre que yo. «El fin justifica los medios», solía

decir mi padre.

Impulsivamente, tomé sus manos entre las mías. Su piel estaba fría como el

hielo y parecía frágil como el papel.

—Pero usted no piensa así —repuse—. Mire, Hex Hall no es mi lugar favorito

en el mundo, pero debo reconocer que no es un mal sitio. Y esto… —

señalé la niebla, la escuela, la isla envenenada—… esto no es lo que usted

quiere.

La señora Casnoff no me miró. Movió la cabeza y musitó:

—Es lo que él quería. Es lo que buscó toda su vida.

—¿Quién? ¿Su padre? —pregunté con un nudo en la garganta. Ésa tal vez

fuera la única oportunidad que tendría de hablar a solas con ella y

necesitaba concentrarme—. ¿Por qué nos ha traído hasta aquí?

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La señora Casnoff me miró. Su rostro estaba bañado en lágrimas y exhibía

un profundo cansancio.

—Eres un demonio de cuarta generación. Todos los demás son demasiado

frescos, demasiado impredecibles. Pero tú…—la señora Casnoff agarró mi

cara entre sus manos frías y yo traté de soltarme —. Tú eres nuestra mayor

esperanza.

— ¿Mayor esperanza para qué? —pregunté.

—Está en la sangre —contesto ella—. En tu sangre, en la mía, en la de mi

padre, en la de Alice…

La voz de la señora Casnoff se apagó. Me miraba sin verme.

—¿Qué significa esto? —inquirí, pero ella parecía estar muy lejos de mí. Sus

ojos estaban envueltos en una nebulosa—. ¿Señora Casnoff?

La zarandeé cogiéndola de los hombros, pero ella ni tan siquiera pareció

notarlo. Estaba desesperada. Quería sacudirla hasta que le temblaran los

dientes. ¿Qué había en la sangre? ¿Por qué yo era su mayor esperanza? Oí

que alguien me llamaba por mi nombre. Me di la vuelta y ahí estaba Cal.

—Vamos —me indicó, extendiéndome la mano.

Miré a la señora Casnoff una vez más, su pelo blanco y su rostro devastado,

y entonces dejé que Cal me cogiera de la mano y me alejara de ahí.

—Pensaba que ella nos podría ayudar —le conté—. Sé que suena

estúpido, pero solía preocuparse por nosotros y por este lugar.

Él me soltó la mano.

—Está enferma, Sophie —dijo mientras nos acercábamos a su cabaña. Hex

Hall se levantaba delante de nosotros y se veía más triste y desamparado

que nunca—. Al igual que el resto de las cosas de aquí —añadió con un

suspiro.

Pensé en cuánto amaba Cal ese lugar y lo orgulloso que estaba de él.

—Lo siento —me disculpé. Sus ojos color avellana se encontraron con los

míos. Noté en ellos una pizca de humor.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Dices «lo siento» muy a menudo.

—Sí —reconocí tirando del uniforme de algodón azul de la clase de

defensa, que era más feo de lo que recordaba—. Es que a veces me

siento muy culpable.

«Especialmente con todo lo que tiene que ver contigo», me habría

gustado agregar.

Cal no dijo nada y continuó andando hacia la casa. Yo lo seguí. Había

tantas cosas que quería decirle que no supe ni por dónde empezar. Cosas

como: «Cal, creo que te amo, pero no estoy enamorada de ti, a pesar de

que tus besos son maravillosos». O bien: «Cal, en realidad quiero a Archer,

pero mis sentimientos hacia ti son confusos, ya que eres fantástico y sexy y,

además, estamos comprometidos, lo cual no es de gran ayuda para este

hervidero de emociones y hormonas en que me he convertido». Aunque,

vale, tal vez debía guardarme lo de «hervidero de hormonas» para mí.

— ¿Estás bien?

—¿Cómo? —contesté sorprendida. Estaba tan sumida en mis

pensamientos que no me había dado cuenta de que ya habíamos llegado

a la casa. Cal estaba con un pie en el primer escalón, mirándome.

—Tienes una cara rara —observó—. Como si estuvieras tratando de resolver

mentalmente un ejercicio de matemáticas.

No pude reprimir una risa.

—Era precisamente lo que estaba haciendo.

Mientras subíamos la escalera decidí que de ahí en adelante iba a tratar

de hablar con Cal como una persona madura. O, por lo menos, iba a

intentarlo de vez en cuando. Pero por esa vez lo saludé con la mano y salí

disparada hacia mi habitación.

Entré en la habitación vibrando de emoción. Jenna estaba sentada en la

cama.

—¿Y bien?

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—Ha sido un desastre. La señora Casnoff está muy mal —le informé,

sacudiendo la cabeza.

Para mi sorpresa, Jenna no pareció tomarse esa noticia demasiado mal. Se

inclino hacia delante y dijo:

—La verdad es que esto apesta. Pero, Sophie, no sabes lo que he visto hoy.

Me dejé caer en la cama y me quité los zapatos.

—Estamos en una isla maldita gobernada por dos brujas locas y rodeados

por una niebla asesina. La verdad es que me cuesta imaginarme qué otra

cosa puede pasar —confesé.

—Pues he visto a Lara salir del sótano con actitud sospechosa —comentó

Jenna apartándose su flequillo rosa—. Quiero decir, con una actitud más

sospechosa que de costumbre.

El sótano era un lugar bastante aterrador lleno de objetos mágicos que se

movían de un lado a otro por sí solos. Archer y yo habíamos pasado un

montón de tiempo ahí abajo el año anterior.

—Se lo he contado a Taylor y me ha dicho que ha visto entrar y salir a Lara

del sótano todos los días desde que estamos aquí, lo que me hace

pensar…

—Que hay algo importante ahí abajo, algo como un grimorio —continué,

sintiendo que mi magia se revolvía en mi pecho de pura excitación.

Jenna asintió con la cabeza y antes de que pudiera añadir otra cosa sentí

en la habitación una presencia familiar.

—Iba a decirte lo mismo —habló Elodie a través de mí —. Estoy convencida

de que Lara oculta algo ahí abajo, esa puerta tiene más magia que todo

el resto de la casa.

—Cuánto tiempo sin verte —me quejé.

—He estado muy ocupada.

Jenna parpadeó asombrada. Si para mí era raro convertirme de repente

en Elodie, no podía ni imaginarme como debía de resultar para los demás.

Pero Jenna podía con ello.

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— ¿Puedes abrir la puerta con tu magia? —preguntó.

—Claro que sí — respondió Elodie con un tono de burla. Intentó tirar de mi

cabello, pero mis dedos se le quedaron irremediablemente enterrados.

»¡Oh, por el amor de Dios! —se lamentó, tratando de desenganchar un

mechón de pelo de un anillo.

Entonces oímos un golpe en la puerta. Era Archer. Elodie desapareció.

—¿Mercer? ¿Estás ahí?

«Venga ya», la insté mentalmente, pero no obtuve respuesta. Por suerte,

Jenna abrió la puerta y anunció inmediatamente:

—Sophie está aquí, pero Elodie la está poseyendo en este momento.

—En este caso voy a esperar afuera.

Sentí una especie de emoción que provenía de Elodie. Aunque no tuve

tiempo de descifrar qué tipo de sentimiento era ése exactamente.

Cuando volví en mí, Archer estaba sentado en la cama a mi lado,

sosteniéndome. Jenna lo puso al corriente de mi conversación con la

señora Casnoff y de lo que había oído acerca de lo que ocurría en el

sótano.

—Elodie cree que puede hechizar la puerta para que Sophie pueda entrar

—comentó Jenna.

—Iré contigo —se ofreció Archer.

—Cross, eres el conejillo de indias de las Casnoff —dije levantando una

ceja—. Es un milagro que te permitan quedarte en tu habitación y no

encerrado en un calabozo. Si te atrapan merodeando por el sótano…

—Si las Casnoff hubieran querido encerrarme, ya lo habrían hecho.

—¿Y por qué no lo han hecho? —quiso saber Jenna.

Archer se encogió de hombros.

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—Tal vez porque saben que no puedo escapar. O tal vez porque quieren

torturar al resto de los estudiantes con mi presencia. Sea como sea, me

parece bien.

Archer me miró, me dedicó una de sus sonrisas y me animó:

—Venga, Mercer. Vamos los dos al sótano. ¿Qué puede salir mal?

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 20

Unos días más tarde nos encontrábamos en el sótano y esta vez

estábamos haciendo algo más divertido que catalogar objetos mágicos.

—¿Qué pasó con la promesa de los castillos? —le pregunté a Archer

empujándolo para tomar un respiro. Estaba apoyada contra una de las

estanterías y lo cogía por la cintura. Encima de su hombro había un frasco

con ojos que me miraban.

Miré hacia el frasco.

—¿Lo ves? Cosas como ésta hacen que se me vayan las ganas.

Archer miró el frasco y luego se volvió hacia mí, arqueando las cejas.

—¿De verdad? A mí me causan el efecto contrario.

Le di un codazo en el estómago. Y me reí.

—Estás enfermo.

Archer sonrió y agachó la cabeza para besarme de nuevo, pero lo

esquivé.

—Vamos, Cross, estamos aquí por una razón y no para jugar.

Él me dedicó una sonrisa burlona y se cruzó de brazos.

—Vale, puede que estar conmigo no sea razón suficiente, pero…

—No me distraigas con tus conversaciones provocadoras —lo interrumpí—.

Tenemos que registrar este lugar y el hechizo no va a durar mucho rato.

Elodie se había zambullido dentro de mí en la puerta del sótano y, con un

rápido hechizo, había abierto la cerradura. No se molestó en mirar a

Archer, ni siquiera. Se había esfumado en cuanto se abrió el segundo

cerrojo.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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De pronto, noté que la sonrisa burlona había dejado la cara de Archer. De

hecho, se veía bastante abatido.

—¿Tanto te afecta que no quiera seguir besándome contigo? —pregunté.

—No es eso —contestó Archer muy serio—. Se trata de Elodie.

—¿Qué sucede?

—No lo sé, Mercer —respondió poniendo los ojos en blanco—. ¿No te

parece suficiente que el fantasma de mi ex novia se apodere de vez en

cuando del cuerpo de mi novia?

—¿Ahora soy tu novia? —dije, dando un paso atrás y tropezándome con

un escalón.

—Hemos tratado de matarnos, hemos luchado contra los necrófagos y nos

hemos besado. Estoy seguro de que, a estas alturas, en muchas culturas ya

estaríamos casados.

—Como tú digas. El caso es que yo no tengo poderes y Elodie sí. Si dejo

que de vez en cuando me use como una marioneta, a la larga podré

volver a hacer magia. No tengo ningún problema en permitírselo. Y tú

tampoco deberías tener problemas ni con mi cuerpo, ni con mi fantasma.

Era obvio que Archer tenía muchas cosas que decir al respecto, pero se

limitó a contestar:

—Vale. De acuerdo.

Algo en su tono de voz hizo que me irritara, pero lo dejé pasar.

—¿Por dónde empezamos? —inquirí.

Archer se desabotonó los puños de la camisa y se arremangó.

—Bueno, Jenna ha dicho que ha visto a Lara merodeando por el sótano

por lo menos tres veces esta semana, ¿verdad?

Asentí con la cabeza.

—Y jamás entra ni sale con nada —añadí.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Está bien —dijo dando un suspiro—. Sea lo que sea lo que hace aquí,

debe de estar utilizando alguno de los objetos del sótano.

Eché un vistazo alrededor. Los estantes estaban abarrotados de cacharros.

—Déjame que te lo diga: Lara hace algo con alguna cosa que está en

alguna parte.

—Tú lo has dicho —repuso Archer.

—¡Que viva la precisión! —murmuré.

Me quité la americana y la tiré sobre uno de los estantes. Al caer levantó

una desagradable capa de polvo y mugre.

—¡Qué asco! ¿Qué les costará a las Casnoff hacer un hechicillo de

limpieza de vez en cuando? ¡Estas estanterías tienen casi dos centímetros

de polvo!

De repente se me ocurrió algo. A juzgar por la sonrisa de Archer, él había

tenido la misma idea.

—Si ha estado usando un objeto tres veces por semana significa que debe

estar limpio de polvo —dedujo Archer.

—Por lo tanto debemos buscar en el estante de aspecto menos

repugnante. Es muy fácil.

O al menos eso creí. Durante los siguientes veinte minutos, Archer y yo

registramos cada ranura de las estanterías. Reconocí algunos objetos de la

época de mi castigo en el sótano (un trozo de tela roja, unos colmillos de

vampiro en un frasco) y vi algunas cosas que sólo podía imaginar en una

pesadilla. Lo único que no vi fue un estante limpio. Todos los artefactos

estaban sucios, lo cual era extraño, teniendo en cuenta que eran mágicos

y nunca se quedaban en el mismo sitio por mucho tiempo, lo que no

dejaba tiempo para que juntaran polvo.

Y, de pronto se me ocurrió una cosa.

Me puse de puntillas.

—Cross —dije.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Su cabeza asomó unos estantes más allá.

—¿Qué?

—Echa un vistazo a esta basura mágica.

—¿No se supone que eso es lo que estamos haciendo? Por cierto, he

estado dibujando corazones en el polvo.

—¡Qué divertido! —exclamé—. Lo que quiero decir es: ¿por qué todos los

frascos y cajas están cubiertos de polvo si están en constante movimiento?

Nunca se quedan en el mismo lugar el tiempo suficiente como para

llenarse de polvo.

—Muy buena observación —opinó Archer mirando las estanterías y luego,

sacando un frasco, me ordenó—: Mira esto.

Dentro había un par de guantes blancos. Los recordaba muy bien: eran

unos guantes voladores. Archer y yo habíamos invertido media hora de

nuestro tiempo tratando de atraparlos. Archer destapó el frasco y dejó

unos guantes sobre un estante. Allí se quedaron, completamente quietos,

como muertos.

Archer hurgó en otra estantería y sacó un viejo y enmohecido tambor.

—Tampoco le queda magia a éste —anunció, levantando el tambor para

que yo pudiera verlo.

Uno a uno, fuimos revisando los artefactos mágicos. Todos estaban quietos.

—Ninguno de estos objetos tiene magia —le dije Archer—. ¿Puede ser que

la magia se haya evaporado?

—Nunca había oído nada semejante, pero quién sabe. Lo que está claro

es que esto es rarísimo.

—En Hex Hall pasan cosas muy raras, ¿se te ocurre alguna explicación para

esto? —pregunté. Estaba decepcionada. Había albergado esperanzas de

encontrar algo que me ayudara a detener a las Casnoff. Ahora me daba

cuenta de que no iba a ser tan fácil.

Archer me pasó un brazo por el cuello y me atrajo hacia sí para besarme.

Yo le correspondí apoyando la cabeza sobre su hombro.

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—Vamos a averiguarlo, Mercer —murmuró.

Permanecimos abrazados unos instantes, hasta que él habló:

—¿Sabes una cosa? Todavía tenemos media hora de tiempo, sería una

lástima desperdiciarla.

Le di un codazo en las costillas y Archer fingió una mueca de dolor.

—De ningún modo, colega. Mis días de besos en sótanos, molinos o

mazmorras se han acabado. O un castillo, o nada.

—Me parece justo —admitió, entrelazando los dedos y encaminándonos a

la escalera—. Pero ¿tiene que ser un castillo de verdad, o puede ser uno

de esos castillos inflables?

Me reí.

—Los castillos inflables están completamente fuera de la discusión.

Me detuve en seco en el primer escalón, Archer chocó conmigo.

—¿Qué demonios es eso? —pregunté, señalando una mancha negra en

una esquina.

—Ésa es precisamente la clase de preguntas que nunca se debe hacer en

un sótano tan terrorífico como éste.

Bajé la escalera sin hacerle caso. La mancha manaba de alguna parte

bajo la pared de piedra y cubría unos treinta centímetros del suelo. Era

negra y ligeramente pegajosa. Muerta de asco, me puse de rodillas y llevé

uno de mis dedos a ella.

Archer se arrodilló junto a mí y sacó un encendedor de su bolsillo. Después

de varios intentos, surgió una llama vacilante.

Miramos mi dedo.

—Eso parece…

—Sí. Son restos de sangre —afirmé sin quitar los ojos de mi mano.

—Esto es aterrador.

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—Iba a decir asqueroso, pero aterrador no está mal.

Archer hurgó en sus bolsillos otra vez y sacó un pañuelo de papel. Me

limpié las manos de un modo que hasta lady Macbeth hubiera envidiado.

Había algo que me molestaba. Es decir, además del hecho de haber

metido el dedo en un charco de sangre.

—Revisa las otras esquinas —le indiqué a Archer.

Se puso en pie y cruzó la habitación. Me quedé donde estaba, tratando

de hacer memoria sobre la tarde que mi padre y yo habíamos pasado en

la biblioteca junto al grimorio. Habíamos leído docenas de hechizos, pero

uno de ellos había sido…

—Hay restos de sangre en cada rincón —observó Archer—. O por lo menos

eso parece. A diferencia de otras personas, no tengo la menor intención

de meter los dedos para comprobarlo.

—Ya sé de qué se trata —anuncié bajando la cabeza—. Una vez leí sobre

un hechizo para el cual se necesita verter sangre en las cuatro esquinas de

una habitación. —Traté de visualizar el grimorio—. Era un hechizo de

espera. La sangre transforma una habitación en una jaula. Pero requiere

una tremenda cantidad de magia. Es imposible que una bruja lo haga

sola, si no quiere quedarse seca. —Miré a Archer y dije—: A menos que

consiga otra fuente de magia.

Él recorrió el sótano con la mirada.

—O muchas otras fuentes.

—Bien, hemos resuelto un misterio —expuse, poniéndome en pie—. La

pregunta es: ¿qué guarda la señora Casnoff aquí?

—¿Y dónde lo guarda, exactamente? —agregó Archer.

—Yo sé dónde —le contesté—. Al menos creo que lo sé. El hechizo

funciona como una red mágica. La sangre sirve de soporte.

Levantamos la cabeza, esperando encontrarnos con hilos brillantes de

magia en el techo. Pero sólo vimos las mismas vigas polvorientas de

siempre.

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—El hechizo es más fuerte en el centro de la sala —agregué—. Lo que sea

que esconda, tiene que estar muy cerca de ahí.

—Debes de haber sido genial para los juegos de memoria —supuso Archer.

Me encogí de hombros.

—Cuando te pones a estudiar un libro que contiene magia muy peligrosa,

tienes que prestar atención.

Nuestras miradas se cruzaron en el polvoriento estante central de la

habitación. Uniendo nuestras fuerzas, conseguimos empujarlo y moverlo

unos cuantos centímetros. Debajo de nosotros descubrimos una puerta

trampa.

—Sea lo que sea que hay allí abajo —dedujo—, tiene que ser importante,

viendo las molestias que se han tomado las Casnoff para ocultarlo. ¿Estás

segura de que quieres hacer esto, Mercer?

—Claro que no —respondí tirando del anillo de hierro para abrir la puerta

trampa—, pero voy a hacerlo de todos modos.

La puerta se abrió fácilmente dejando escapar una ráfaga de aire frío, que

olía levemente a humedad y polvo. A un lado había una escalera de

metal. Después de diez escalones, parecía desaparecer en la oscuridad.

Archer hizo un intento de bajar, pero yo lo detuve.

—Yo voy primero. Si bajo detrás de ti, seguro que te quedarás mirándome

las bragas.

—Sophie…

Pero ya era demasiado tarde. Tratando de dejar a un lado la sensación de

que estaba metiéndome en una tumba, empecé a bajar.

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Capítulo 21

Seguramente debe de haber cosas en el mundo más terribles que

meterse por un agujero perforado en un sótano aterrador, pero en ese

momento no se me ocurrió ninguna.

Tras bajar dos o tres escalones, me envolvió la más completa oscuridad. La

pálida luz del sótano no conseguía penetrar las tinieblas. El túnel se

estrechaba a medida que descendía y, a duras penas, podía pasar mi

cuerpo a través de él. Estaba muerta de miedo.

—¿Mercer? —oí la voz de Archer encima de mí—. ¿Estás bien?

—Por supuesto —respondí, apoyando la frente en mis manos y tratando de

sonar lo más tranquila posible—. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque parece que te falta el aire.

Archer tenía razón. Respiraba con dificultad.

—¿Es por la oscuridad o...? —empezó a preguntar Archer.

Me cayó un poco de tierra encima y cerré los ojos.

—Por las dos cosas —contesté—. Al parecer, ahora tengo claustrofobia.

Probablemente es un efecto secundario tras la experiencia de huir de un

edificio en llamas a través de un túnel subterráneo. Si esto no te crea un

trauma, no sé qué otra cosa puede hacerlo.

—Volvamos —decidió Archer. Y aunque no estaba dispuesta a hacerle

caso, tengo que confesar que me encantó que lo dijera.

—Ni hablar. Estamos a punto de salvar el mundo. No hay tiempo para

ataques de pánico.

Reanudamos nuestra marcha, peldaño a peldaño. No sé cuánto tiempo

tardamos en llegar abajo. Me dio la sensación de que fueron horas. La

tierra parecía haberse cerrado sobre nuestras cabezas.

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Finalmente el túnel comenzó a ensancharse y un breve resplandor atenuó

la oscuridad. Cuando mis pies tocaron el suelo de tierra, me encontré con

otro túnel más corto, de dos metros de largo por un metro de ancho. La luz

provenía del final de ese túnel.

—La experiencia me dice que las cosas buenas no suelen brillar de ese

modo —comentó Archer, señalando hacia el resplandor con una

expresión rara en el rostro.

—Eso no es cierto —repliqué al mismo tiempo que empezaba a caminar

hacia la luz—. Hay muchas cosas fantásticas que brillan en la oscuridad:

por ejemplo, esas camisetas que se ven en los clubes nocturnos, y los

chalecos que se usan para andar en bicicleta por la noche.

Archer rió y me cogió de la mano. Mientras avanzábamos sentí que un

líquido frío goteaba sobre mi cuello. Me estremecí, pero traté de no darle

importancia. La luz se hizo más brillante. Doblamos una esquina y un grito

rasgó el aire. Me tomó unos instantes darme cuenta de que era yo la que

había gritado.

Nos encontrábamos en una gran habitación de paredes de ladrillo. La luz

procedía de una bombilla que colgaba del techo. Delante de nuestros

ojos había una docena de niños. O mejor dicho: criaturas que alguna vez

habían sido niños.

Sus ojos miraban sin ver y sus brazos colgaban rígidos a ambos lados del

cuerpo, como si fueran muñecos mecánicos esperando a que alguien les

diera cuerda. Archer murmuró algo a mis espaldas, pero no lo entendí.

Tuve que hacer esfuerzos para no vomitar. Vi a Nick y a Daisy. Ella con el

pelo desordenado y los labios entreabiertos, como si la hubieran

congelado cuando estaba a punto de decir algo. Y detrás de ellos

estaban Anna y Chaston. El glamour que habían utilizado para verse tan

guapas como Elodie ya era historia. Parecían más jóvenes de lo que las

recordaba. La tristeza me golpeó el corazón.

Me acordé del día que había bromeado con Nick en el jardín de Thorne.

De cómo él miraba a Daisy y cómo ella se acurrucaba sobre él cada vez

que se sentaban juntos.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Los tienen almacenados como si fueran cosas —advertí—. Sabía que no

encontraríamos nada bueno aquí. Nadie usa un hechizo de protección

para guardar la receta secreta de sus galletas preferidas. Pero esto me

parece demasiado.

—Estoy de acuerdo —convino Archer en un susurro—. Esto es una pesadilla.

—Señaló con la cabeza a Nick—. Este es el chico que me atacó en el

molino, ¿verdad?

—Sí. No sé qué habrán hecho para atraparlo.

Toqué la mano de Nick. Su piel estaba fría y parecía estar hecha de cera.

—¿Qué les habrán hecho? —pregunté.

—No lo sé.

Una magia oscura emanaba de esa docena de chicos. No había lugar a

dudas: eran demonios, todos ellos. Su magia sumada a la mía volvía esa

habitación irrespirable.

—Nunca pensé que iba a ser capaz de sentir lástima por alguien que trató

de destriparme —confesó Archer con un suspiro.

—No fue él. Quiero decir, lo fue y no lo fue. Las Casnoff lo convirtieron en

un monstruo. A él y a todos ellos —dije, señalando a todos los niños—. Y lo

mismo harán con nosotros si se salen con la suya.

—Pues no vamos a dejar que eso suceda —repuso Archer pegándose a

mí.

—¿Y cómo lo vamos a conseguir? —inquirí—. Mira a lo que nos

enfrentamos, Cross. No podemos usar la magia, tampoco podemos

escaparnos. Todo cuanto podemos hacer es jugar a Scooby-Doo en el

sótano.

—Eso no es todo lo que podemos hacer, Sophie.

Cada vez que Archer me llamaba por mi nombre, sabía que estaba a

punto de decir algo importante.

—¿Qué quieres decir?

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—No eres la única que quiere detener a las Casnoff y salvar a estos chicos,

o al menos aclarar este misterio para que nadie vuelva a crear monstruos.

—Por favor, dime que no estamos hablando del Ojo.

—Sólo quiero decir que tanto tú como el Ojo tenéis un objetivo en común

—puntualizó metiendo las mano en los bolsillos.

No sabía si sentirme estupefacta o enfadada o disgustada o las tres cosas

a la vez.

—¿Es que hay una fuga de gas por aquí abajo o te has golpeado la

cabeza? Es la única explicación que encuentro a un comentario tan

estúpido.

—Oh, tienes razón, Mercer —admitió—.Mi idea es ridícula. ¿Cómo se me

ocurre proponerte combatir un ejército de demonios con un ejército de

hombres bien entrenados? Tal vez podamos consultarlo con Nausicaa, a

ver si nos da un poco de polvo de hadas para hacer desaparecer el

problema.

—No seas estúpido.

—Pues tú no seas ingenua. Esto nos queda grande, Sophie. Esto es

demasiado grande para cualquier Prodigium. Pero si pudiéramos trabajar

juntos, entonces tendríamos una oportunidad.

—¿Qué quieres decir, Cross? ¿Quieres que le pida ayuda al Ojo? ¿Y qué

crees que va a decirme? ¿Crees que después de terminar con los

demonios no va a ir a por mí?

—Unos meses atrás también creías que las Brannick eran unas asesinas,

pero por lo visto ahora no te opondrías a que te ayudaran.

—Eso es distinto. Ellas son...

—¿Tu familia? —preguntó—. El Ojo es mi familia.

—Pero tú no eres uno de ellos.

—Sí lo soy, Mercer —contestó—. Y si no puedes hacerte a la idea, pues... —

levantó las cejas y se frotó la nuca—, pues tú misma.

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Archer se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la salida. Yo me quedé

mirándolo mientras se alejaba. Era difícil de creer que hacía sólo unos

minutos habíamos estado besándonos y haciendo bromas. Sentí unas

ganas irrefrenables de ponerme a llorar. ¿Es que no podíamos estar

tranquilos y felices durante más de dos horas?

Regresamos a la superficie y esta vez me sentía demasiado triste y

miserable como para permitirme sufrir claustrofobia. Cuando llegamos a lo

alto, él me ofreció la mano para ayudarme a salir, pero yo la rechacé.

Cerré la puerta trampa detrás de mí. Luego pusimos el estante en su sitio sin

decir una palabra. Pasé por delante de él, camino a los escalones. No

había llegado al primero cuando sus dedos aferraron mi muñeca.

—No quiero pelear contigo, Sophie —reconoció.

Iba a decirle que yo tampoco quería pelear cuando vi con el rabillo del

ojo que algo se movía cerca de mí. Acto seguido, mi brazo hizo fuerza por

soltarse.

—Si realmente no quisieras pelear con ella tal vez deberías reconsiderar tu

sugerencia. ¿Cómo va a aliarse Sophie con la gente que quiere matarla?

—dijo mi voz.

Archer se volvió con tanta brusquedad que casi se tropieza. Nunca lo

había visto tan asustado.

—Elodie, si quisiera hablar contigo —replicó recuperando la compostura—,

iría a una sesión de espiritismo o a un episodio de Cazafantasmas. Pero

ahora quiero hablar con Sophie.

Elodie no tenía ninguna intención de callarse.

—Nunca fuiste gran cosa como novio —se sinceró ella—. Cuando me

dejaste, me quedó claro que yo no te gustaba. Pero sé que Sophie te

gusta. De hecho, por mucho que me cueste aceptarlo, creo que la amas.

«¡Cállate!», le ordené mentalmente.

—Vosotros dos os pasáis el tiempo haciendo bromas estúpidas y tratando

de haceros los ingeniosos. Necesitáis un poco de realidad —nos aconsejó

ella.

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—¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué quieres decir? —preguntó Archer

mirándome. O mirando a Elodie. Por Dios, qué lío.

—Cal está enamorado de ella, ¿sabías? Y hasta donde yo sé, él no es

parte de ningún culto de asesinos de monstruos. Lo que digo es que si

cada uno de vosotros presta lealtad a cosas tan distintas, tal vez os haya

llegado el momento de separaros.

No puede decirse que Elodie no supiera hacer una salida de escena

espectacular. Lo siguiente que recuerdo es que caí en brazos de Archer.

Éste me cogió por la cintura y me levantó hasta la altura de su hombro.

—¿Sophie? —dijo mirándome a los ojos.

—Sí —afirmé con voz temblorosa—. Estoy aquí.

Archer me acarició.

—O sea, que no controlas los momentos en que Elodie te posee. ¿Cómo

es? ¿Entra y sale de ti a voluntad?

—No creo que nadie sea capaz de controlarla.

—Bueno, de todas formas es impresionante —comentó él soltándome y

metiéndose las manos en los bolsillos.

—Archer, lo que ella ha dicho… —empecé a decir, apoyándome en la

barandilla para no perder el equilibrio.

Se encogió de hombros.

—El mayor poder de Elodie consiste en decir cosas odiosas y

desagradables, no te preocupes. Probablemente deberíamos contarle a

Jenna lo que hemos encontrado.

Ah, cierto. Acabábamos de encontrar un puñado de demonios. Eso,

probablemente, era más importante que nuestros problemas de pareja.

Nos quedamos en silencio unos segundos antes de que Archer dijera:

—Vamos, Mercer. —Me tendió la mano.

Esta vez la cogí.

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Capítulo 22

—¿Ves? Esto está mucho mejor —comentó Elodie contemplando mi

reflejo en el espejo de mi tocador. A pesar de que la imagen estaba

distorsionada y deformada, debo admitir que me veía bien. Elodie deslizó

una mano por mi pelo y me lo peinó en suaves ondas que caían por mi

espalda.

—Esto es fantástico —le dije—, pero ten en cuenta que te voy a dejar usar

mi cuerpo para que entres en la oficina de Lara, no para que me hagas un

cambio de imagen. Además, si voy por ahí con esta pinta, todo el mundo

sospechará que he hecho magia. O se preguntarán cómo me las ingenié

para traer una plancha a Hex Hall.

Era extraño eso de fruncirme el cejo a mí misma.

—Eres tan irritante cuando tienes razón… —se quejó Elodie, agitando la

mano y devolviendo mi pelo a su forma natural.

Archer y yo les contamos a Jenna y a Cal lo que habíamos descubierto en

el sótano y entre todos decidimos que la mejor opción era colarnos en la

oficina de Lara.

—Seguro que allí encontraremos algo —planteó Jenna—. Tal vez el hechizo

que los ha convertido a todos en demonios. O el grimorio.

—O tal vez una carpeta que diga «Mi plan diabólico» —sugerí—. Eso sería

genial.

Dedicamos tres días a pensar una estrategia para entrar en la oficina. Al

final decidimos que Cal iba a distraer a Lara con preguntas acerca de sus

poderes y de cómo podían ser útiles a la causa, mientras que Jenna y

Archer iban a ocuparse de vigilar a la señora Casnoff. Y puesto que la

única actividad de nuestra ex directora era dar vueltas en círculo

alrededor del estanque, no puede decirse que lo tuviera muy difícil. Elodie

y yo estábamos encargadas de la parte más complicada: ella iba a usar la

magia para entrar en la oficina y buscar cualquier pista que pudiera

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ayudarnos a vencer a las Casnoff. No era exactamente el desembarco en

Normandía, pero era un buen plan.

—Me siento rara mirándome al espejo y viéndote a ti —confesó Elodie.

—Vale, ya nos hemos dicho mil veces que es horrible para ambas.

¿Podemos irnos ya? No nos sobra el tiempo.

Suspiró y se apartó del tocador. En ese momento me pareció que el espejo

se ondulaba.

—¿Has visto eso en el espejo?

—Lo único que veo es a mí o, bueno, a ti —contestó Elodie agitando la

mano—. Tú ya me entiendes.

Miré el espejo con atención. Elodie tenía razón. No había nada raro.

—Habrá sido un efecto de la luz —sugerí—. Perdón.

—A lo mejor —convino Elodie abriendo la puerta.

Salimos al corredor. Había un grupo de brujas acurrucadas en un sofá, con

las cabezas muy juntas. No era la primera vez que las veía. Me dije que

quizá no éramos los únicos que tramaban algo.

—No me hagas mover las caderas cuando camino —le pedí a Elodie—.

Basta ya.

Ella no dio muestras de oírme.

La casa estaba muy silenciosa. Habíamos terminado de cenar hacía una

hora y era la puesta de sol. Todo el mundo debía estar encerrado en su

habitación después de la puesta de sol, lo que significaba que teníamos

que darnos prisa.

Cuando entramos en el vestíbulo principal mi corazón comenzó a latir con

fuerza. De la enorme ventana se habían desprendido más trozos de cristal.

Ahora al ángel que había creado a las brujas y a los brujos le faltaba la

cara. Al pasar junto al cristal me estremecí.

Cuando llegamos a la oficina de Lara, Elodie puso mi mano sobre el pomo

de la puerta. Pude sentir cómo la magia corría a través de mi brazo.

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—¿Por qué a Lara Casnoff la llamamos Lara y a la señora Casnoff la

llamamos señora Casnoff? —me preguntó Elodie entre susurros mientras

desactivaba la magia que mantenía la puerta cerrada—. Su apellido

también es Casnoff.

—De todas las preocupaciones que tenemos ahora, ¿tienes que hacerte

preguntas sobre su apellido?

—Sólo digo que es extraño —se justificó.

—Para tu información te diré que puedes hablarme mentalmente. Hazlo,

por favor. Si sigues hablando en voz alta la gente va a pensar que estoy

loca.

—Sólo puedo hablar cuando estoy en el interior de tu cuerpo. Es mi única

oportunidad. Si te molesta, denúnciame.

Antes de que nos enzarzáramos en una nueva discusión, la puerta se abrió.

Elodie entró a toda prisa y cerró la puerta a sus espaldas. La oficina de Lara

era completamente diferente a la de la señora Casnoff.

—¿Tienes alguna idea de por dónde debemos empezar? —preguntó

Elodie.

—Por los cajones de la mesa —contesté—. Seguro que estarán cerrados. Si

es como el escritorio de la señora Casnoff, puedo asegurarte que tu magia

no servirá de nada. Tengo una ganzúa en el bolsillo. Cógela, que ya te

explicaré cómo usarla.

—¿Es que eres una ladrona en el mundo real o qué? —me planteó Elodie

con desprecio mientras trataba de abrir la cerradura con la ganzúa.

—No. Una vez mi madre y yo vivimos en un apartamento donde la

cerradura no funcionaba bien y siempre teníamos que forzarla. Si tengo

que decirte la verdad, nunca me imaginé que esta habilidad iba a volver

a serme útil.

Elodie se rió.

—¿Y para qué registraste el escritorio de la señora Casnoff?

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—Fue cuando Archer dejó la escuela. Buscaba información sobre su

paradero.

—Ah. No me lo has agradecido, por cierto.

—¿Qué tengo que agradecerte?

—Poner a Archer en su lugar la otra noche. Trabajar con el Ojo —se burló

ella—, ¡menudo plan!

—Sólo trataba de darme una idea —me justifiqué automáticamente, sin

saber por qué lo estaba defendiendo cuando yo también pensaba que

era la idea más estúpida que jamás había escuchado. Pero no me

gustaba el tono de desprecio con el que Elodie había hablado de Archer.

—¿Cuándo te vas a dar cuenta que Archer Cross no es una buena

persona? —inquirió, dejando por un momento de lado lo que estaba

haciendo—. Es un Ojo, un mentiroso y un imbécil. Y ni tan siquiera es tan

divertido como él cree que es. Además, estás comprometida con Cal. Los

chicos que curan heridas y encima son tan atractivos como Cal no

abundan, cariño.

—Yo no veo a Cal de este modo.

—Estoy dentro de tu cabeza —me recordó Elodie haciendo fuerza con la

ganzúa para abrir la cerradura—. Sé exactamente cómo ves a Cal.

—Por favor, esto no es una fiesta de pijamas. ¿Por qué no te dedicas a tu

trabajo?

—Como quieras —murmuró—. Lo que quiero decirte es que Cal es tu mejor

opción. Diablos, si yo tuviera cuerpo te digo que no me importaría…

—Basta ya —dije.

Estaba segura de que Elodie no iba a hacerme caso, pero antes de que

pudiera añadir algo más el cajón se abrió.

—¡Ajá! —exclamó—. ¡Ha funcionado!

Y allí estaba el grimorio.

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La verdad es que no esperaba encontrarlo. En su lugar, esperaba que en

el cajón hubiera un par de anotaciones crípticas o algún estúpido acertijo

escrito en pergamino que hubiera que descifrar.

De modo que cuando vi el libro encima de un montón de papeles, me

costó creerlo.

—¿Éste es el grimorio del que hablabas? —quiso saber Elodie.

Miré las tapas forradas de piel de color negro y sentí el poder que

emanaba de él. Sí. Definitivamente lo era.

—Bueno, esto ha sido muy fácil.

Alargó la mano para tocarlo, pero la detuve con un grito:

—¡No!

Elodie se tapó los oídos.

—Te lo he dicho un millón de veces: háblame más bajo.

—No puede ser tan fácil —le dije, acordándome de las palabras de Torin—.

Tiene que ser una trampa.

—O tal vez sea que finalmente algo sale bien —replicó ella—. Vamos,

Sophie. Caballo. Regalado. Dientes.

Elodie alargó la mano para coger el libro cuando la detuvo el sonido de la

puerta al abrirse.

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Capítulo 23

Antes de que la puerta se abriera del todo, Elodie cogió el grimorio y lo

escondió detrás de la espalda. Cuando el libro tocó mi piel, ambas dimos

un respingo. La magia que emanaba del libro se sentía como una

pequeña descarga eléctrica. Tenía la piel de gallina.

Dejé la situación en sus manos. De haber tenido que ser yo la que hiciera

frente a ese imprevisto, seguro que habría tumbado un montón de cosas y

habría hecho un ruido infernal. Sin embargo, ella cerró suavemente el

cajón sin hacer ruido y se recostó en la silla de Lara como si fuera de su

propiedad. Yo ya empezaba a inventarme una excusa cuando Cal asomó

la cabeza por la puerta. Ambas respiramos aliviadas.

—Oh, eres tú —exclamó Elodie.

—He entretenido a Lara todo lo que he podido —informó él frunciendo el

cejo—. Me ha dicho que se iba al invernadero. He venido a echaros una

mano.

Elodie se puso en pie.

—Está bien —convino—. Ya he encontrado lo que estaba buscando.

«¿Cómo? —le pregunté a Elodie—. Nosotras dos lo hemos encontrado.»

Esta no me respondió.

—Gracias por venir a avisarnos —le dijo a Cal con una sonrisa.

Él me miró con una de sus expresiones inescrutables. Me pregunté si la

tendría patentada.

—¿Eres Sophie o Elodie?

—Soy yo —contestó Elodie encogiéndose de hombros—. Ella se ha

esfumado en cuanto has abierto la puerta.

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«¡¿Qué estás haciendo?», le grité todo lo fuerte que pude. Ella irguió un

poco la espalda y cogió el brazo de Cal.

—Vamos, salgamos de aquí.

Subimos la escalera arriba. El grimorio vibraba contra mi espalda. Mis

dedos se aferraron al brazo de Cal. Traté de impedir que Elodie siguiera

adelante.

«Basta ya, Elodie. Dile que eres tú o sal inmediatamente de mi cuerpo.»

Llegamos a la tercera planta, que estaba vacía. Ella llevó a Cal mi

habitación.

«Confía en mí —dijo ella al fin—. Te estoy haciendo un favor.»

Elodie abrió la puerta de mi habitación y le hizo un gesto a Cal para que

entrara con ella. Él dudó unos instantes. Por un momento creí que se había

dado cuenta de que yo no era yo. Pero al final entró con ella. Jenna no

estaba y Elodie se sentó sobre la cama, con las piernas cruzadas. Cal cerró

la puerta suavemente detrás de él.

—¿Has encontrado algo? —preguntó en voz baja.

—Claro que sí. He encontrado el grimorio.

—¿El grimorio? —repitió él parpadeando incrédulo—. ¿Cómo?

—Estaba dentro de un cajón del escritorio de Lara. Oye, ¿alguna vez te has

preguntado por qué a la señora Casnoff la llamamos señora Casnoff? Es

decir, si Casnoff era el nombre de su padre, deberíamos llamarla señorita,

¿no?

«No puedo creer lo que estás diciendo», dije.

—Oh, es que se casó hace mucho tiempo, pero los Casnoff mantienen su

apellido. Es una tradición o algo así —explicó Cal frotándose la nuca—,

pero hablemos del grimorio.

—¿Crees que su matrimonio fue concertado, como el nuestro? —preguntó

Elodie acercándose tanto a él que pude verme reflejada en sus ojos. Y por

estúpido que pueda sonar, me sorprendió verme a mí misma. Estaba

segura de que iba a ver a Elodie. Pero me equivocaba.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Ella se acercó un poco más a él y Cal la miró extrañado.

«Vamos —rogué en el interior de mi cabeza—. Tienes que darte cuenta de

que no soy yo.»

Pero el momento pasó.

—Sí, supongo que también fue concertado, Sophie —convino Cal,

asintiendo a su vez con la cabeza—. ¿Has encontrado el hechizo que

puede devolverte tus poderes?

A Elodie la respuesta la dejó pasmada. Mi mano se acercó al libro, que me

hacía presión sobre la espalda.

—Ah, eso. Pues, de hecho, estaba a punto de buscarlo.

«¡No!», grité.

Por suerte Cal pensó lo mismo.

—No lo hagas. —Me detuvo cogiéndome de la muñeca y de la cintura

para apartar mi mano del grimorio. Sentí su cálido aliento en la cara y a

Elodie regocijándose dentro de mí.

—Si ha sido tan fácil de encontrar, tal vez sea una trampa. Cuando

recuperes tus poderes, volverás a ser un demonio. Tal vez sea lo que quiere

Casnoff.

Se me revolvió el estómago al recordar las palabras de Torin. Por primera

vez, consideré la aterradora posibilidad de que estuviera en lo cierto.

—No había pensando en esto —reconoció Elodie. Mi voz nunca había

sonado tan ronca y sexy.

—No creo que debas tocar ese hechizo —advirtió Cal mostrándose

vacilante ante mí por primera vez.

—No lo haré.

—Bien.

—Entonces, ¿por qué sigues abrazándome?

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Me sentí como si estuviera viendo un accidente automovilístico en cámara

lenta. Sólo que yo estaba en el coche.

«Basta —le rogué esta vez—. No lo hagas por mí. Hazlo por Cal. Le estás

haciendo daño y no se lo merece.»

«Es verdad —admitió Elodie poniendo mis dedos en el cuello de Cal—. Pero

Archer sí que se lo merece.»

Cal trató de besarme.

Por un momento me pareció que él sospechaba algo. Pero entonces

Elodie tiró de él hacia mí con toda su fuerza y sus sospechas, si las tenía,

pasaron a un segundo plano. El beso en la tienda había sido intenso, pero

éste... éste fue increíble. Tal vez debido a que Elodie prácticamente tenía

enroscado mi cuerpo alrededor del cuerpo de Cal y lo besaba con un

fervor que yo nunca le había mostrado. Sentía tantas cosas al mismo

tiempo que era difícil adivinar qué sentimientos eran míos y cuáles eran de

ella: rabia, lujuria, tristeza, triunfo... todo corría por mi piel al mismo tiempo.

Y entre aquello, la magia que latía en mi pecho como un segundo corazón

y las descargas eléctricas del grimorio, pensé que estallaría en mil pedazos

de un momento a otro.

Pero antes de que eso sucediera, se abrió la puerta de mi dormitorio. Le

pedí a Elodie que soltara a Cal, pero era demasiado tarde. A mis espaldas

oí un grito de sorpresa de Jenna y la voz de Archer diciendo:

—¿Qué es esto?

Archer y Jenna estaban de pie en el umbral. Jenna me miraba sin

entender y Archer... Si tenía alguna duda de lo que sentía Archer hacia mí,

ésta se evaporó al ver la expresión de su rostro. Nunca me habían roto el

corazón. No obstante, de haber sido así, habría puesto la misma cara que

él.

Mis labios se torcieron en una sonrisa. Dentro de mi cabeza, Elodie bailaba

de felicidad.

—¿Cómo te sientes al ver a la persona que quieres besándose con alguien

más? —le preguntó a Archer.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Cal, que todavía estaba abrazándome por la cintura, dio un paso hacia

atrás.

—Elodie.

«Nunca voy a perdonarte —le espeté a Elodie—. No me importa si no

puedo volver a hacer magia en mi vida. Nunca más entrarás en mi

cuerpo.»

«Tú no tienes nada que ver con esto», repuso Elodie antes de abandonar

mi cuerpo.

Caí al suelo y me raspé una rodilla. Jenna y Cal se abalanzaron sobre mí

para ayudarme. En cuanto me recuperé, Cal me soltó la mano y se alejó

de mí. Jenna me cogía del hombro. Levanté la mirada y vi que Archer se

había ido.

—Lo siento mucho. Un poco más y… yo nunca… —me excusé ante Cal

sintiéndome la persona más miserable del mundo.

—No has sido tú —repuso interrumpiéndome. Su voz sonaba ronca. Ni tan

siquiera era capaz de mirarme.

Sin saber qué otra cosa decir, busqué a tientas el grimorio y se lo entregué

a Jenna.

—Encontramos esto en la mesa del despacho de Lara. Cal piensa que

puede tratarse de una trampa. ¿Por qué si no iba a guardarlo en un lugar

tan a la vista?

Me acordé de las palabras de la señora Casnoff: que yo era su mejor

esperanza y que había algo en mi sangre. Estaba segura de que las

Casnoff querían que yo recuperara mis poderes por algún propósito

oscuro. Jenna cogió el grimorio pero no lo abrió.

—Está bien —concedió—. Ve a buscar a Archer.

—Ya sé que está molesto conmigo, pero esto es más importante —dije

señalando el grimorio con la cabeza. Tenía la esperanza de que Cal y

Jenna me vieran como una persona abnegada capaz de sacrificarse y no

como una cobarde que no se atrevía a ir a buscar a Archer para hablarle.

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Además, ¿qué podía decirle: «Lo siento, pero el fantasma de tu ex novia

me ha usado para besarme con mi prometido»?

—Sophie, ve a hablar con él ahora —me ordenó Jenna.

—¿Sabes una cosa? —dije suspirando—. El autoritarismo es uno de los

rasgos menos atractivos de tu personalidad. Casi tanto como tu habilidad

para tener siempre razón.

—Gracias. Ya sé que me quieres —se mofó ella sonriendo.

Antes de salir de la habitación, me di cuenta de que Cal estaba hecho

polvo. Habría dado cualquier cosa por saber lo que estaba pensando en

ese momento.

No me costó demasiado encontrar a Archer. Estaba en el salón verde, el

mismo lugar donde había conocido a Elodie, a Chaston y a Anna, sentado

en el suelo y con la espalda recostada contra el sofá, con sus largas

piernas estiradas. Estudiaba una foto de la pared. Me senté junto a él. De

la alfombra emanaba un desagradable olor a humedad de la alfombra.

La habitación estaba prácticamente en penumbras. La única luz procedía

de una lámpara, y la cara de Archer estaba casi envuelta en sombras.

—¡Vaya palo! —me lamenté, tratando de sonar despreocupada—. Ya

conoces los efectos colaterales de tener un novio en el mundo mágico.

Archer soltó una risita pero no me miró.

—¿Crees que esas personas tenían nuestros mismos problemas? —me

planteó señalando con la cabeza la fotografía del primer grupo de

alumnos de Hecate Hall en 1903. Ese año la escuela tenía muy pocos

estudiantes. En aquel entonces la escuela no era el lugar adonde iban a

parar los Prodigium que habían sido castigados, sino una especie de

centro de seguridad.

—Probablemente —respondí—. Esa chica del sombrero de paja tiene pinta

de ser un poco ligera de cascos.

Archer rió de buena gana y por fin se dignó a mirarme.

—Sabía que había sido ella —confesó, cogiéndome de la mano—. Pero,

aun así, el ver a mi chica... el verte a ti con Cal ha sido...

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—Ha sido horrible —dije suavemente—. Lo sé. Es lo que me pasaba cuando

te veía con Elodie.

—Odiaba besarla —reveló, arrastrando la mirada una vez más hacia la

fotografía—. Pero no fue sólo una cuestión de celos. El hecho es que ella

tiene razón. Cal se preocupa por ti y es un buen chico. Y a pesar de que

me gustaría odiarlo por estar comprometido contigo —Archer se encogió

de hombros con un gesto de impotencia—, la verdad es que no puedo.

Cal es un chico muy especial.

—Basta —le acallé cogiéndolo de las de manos—. Cal es mi amigo. Tú eres

el chico que...

«Que yo quiero» quise decir, pero las palabras se me quedaron

atragantadas, y terminé diciendo:

—Que me chifla. Que me gusta. Lo que sea.

—Tal vez no debería ser así —sugirió sosteniéndome la mirada.

—¿Qué quieres decir? —pregunté sorprendida.

—Quiero decir que si estuvieras con él serías feliz y todo estaría mejor.

—No eres tú quien tiene que decidir esto —repuse enfadada—. Y si es lo

que piensas, tal vez deberías atreverte y decirme eso de: «No eres tú, soy

yo».

—El hecho —dijo él con una sonrisa— es que no puedo. Podría soportar

que tú me dejaras, pero soy incapaz de dejarte.

—Tienes un problema.

—Es precisamente lo que trato de decirte.

Le cogí de la nuca y lo acerqué a mí.

—Resulta que me gustan los problemas —le susurré al oído—. No quiero

oírte decir más tonterías, ¿de acuerdo?

Parecía que Archer iba a objetar algo más, sin embargo se avino:

—Vale.

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—Qué momento tan encantador —comentó una voz.

Levanté la cabeza y ahí estaba Lara, de pie delante de nosotros

sonriéndonos de manera beatífica.

—Me alegro de encontrarla, señorita Mercer —me dijo—. Creo que es hora

de que las dos charlemos un poco.

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Capítulo 24

Era la segunda vez en el día que terminaba en la oficina de Lara

Casnoff. Los ventanales daban a la parte trasera de la casa. Centré mi

atención en la niebla al otro lado de los cristales envolviendo los troncos

ennegrecidos de los árboles, para no tener que mirar a la señora Casnoff,

que estaba sentada en una pequeña chaise longue con las manos sobre

el regazo y una expresión vacía en la cara.

Lara se hundió en la silla de piel. Me estudió con interés. No parecía estar

enfadada conmigo, sino mas bien curiosa, divertida incluso.

—Espero no haber interrumpido nada importante entre usted y el señor

Cross —se disculpó.

—Nada fuera de lo común —dije apretando los dedos para que ella no

viera como me temblaban las manos—. Tratábamos de averiguar cómo

podíamos estropearle sus planes, salvar a nuestros compañeros y escapar

de esta maldita isla.

Lara soltó una carcajada.

—Incluso en estas circunstancias no te abandona el sentido del humor. Si

no fueras tan listilla, hasta te respetaría. —Apoyó las palmas de sus manos

en la mesa. Algo en ella me recordaba a los consejeros escolares que

había conocido (y creedme que fueron muchos)—. ¿Es por eso por lo que

has tratado de hablar con mi hermana y has allanado mi oficina?

Me estremecí, con lo cual Lara sonrió satisfecha.

—¿Creíste que no me enteraría?

Me habría gustado hacerle una broma o decirle algo que le hiciera ver

que no me daba nada de miedo. Sin embargo, no lo conseguí. Si Lara

sabía que yo había estado en su oficina entonces, ¿sabría que había

cogido el grimorio?

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Por lo menos todavía me quedaba mi sarcasmo.

—La verdad, menuda decepción es para mí saber que se ha enterado —le

confesé mirándola a los ojos—. Aunque viendo lo bruja malvada que es, no

me sorprende en absoluto.

—Para ti esto es un juego, ¿verdad? El trabajo que mi padre realizó

durante toda su vida, la salvación de los de tu especie…

—¿Su padre trabajo toda la vida para esclavizar a un montón de

adolescentes? No me extraña que ustedes dos sean como son —reconocí,

estirando el cuello en dirección a la señora Casnoff, que no dio señales de

haber oído.

Por lo menos conseguí hacer enfadar a Lara, que irguió la espalda en la

silla y replicó:

—¿Sabes cuánto se sacrificó mi padre para crearos a ti y a los tuyos? –

Apuntó con un dedo a la señora Casnoff—. ¿Para manteneros a salvo?

¿Para proteger a tu especie de todos los que la quieren erradicar?

—Están convirtiendo a personas inocentes en monstruos —respondí—. Lo

único que hizo su padre fue arruinar la vida de Alice y la vida de la hija de

Alice, cosa que ustedes dos habrían hecho conmigo y mi padre de haber

tenido la oportunidad.

—El fin… —empezó a hablar Lara

—Justifica los medios —la interrumpí—. Es lo mismo que me dijo su

hermana. ¿Es el lema de la familia?

—¿Te gustaría conocer más cosas sobre mi familia, Sophie? —preguntó

Lara, haciendo sonar los nudillos de sus manos.

—Creo que ya sé demasiadas, gracias —dije, recostándome sobre el

respaldo de la silla.

—No sabes nada —repuso Lara sacudiendo los dedos en mi dirección.

Al principio no pasó nada, pero al cabo de unos segundos la habitación se

quedo a oscuras. Traté de cogerme a los brazos de la silla pero ésta ya no

estaba allí. A mi alrededor sólo había oscuridad; la misma oscuridad del

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Itineris. Me embargó una terrible claustrofobia. Entonces, como en mi

primera noche en Hex Hall durante la reunión de estudiantes, brilló una

chispa en la oscuridad. Una chispa que, poco a poco, fue

transformándose en una imagen. Delante de mis ojos se desplegó una

pintura que mostraba un pueblo nevado. La pintura comenzó a cobrar

vida. Hombres y mujeres caminaban por el sendero nevado con la cabeza

gacha para protegerse del viento y el frío. Aunque Lara no me dijo que era

lo que estaba viendo, me lo imaginé. Ése era el pueblo natal de Alexei

Casnoff y la pequeña casa en el centro de la imagen, su casa.

Entonces lo vi: un chico de pelo oscuro con la cara aplastada contra la

ventana. Estaba esperando a su padre. Podía leer en él la impaciencia y la

preocupación. Detrás de él una bella mujer de pelo rubio oscuro le

acariciaba la cabeza y le murmuraba palabras en ruso. Aunque no

hablaba ni una palabra de ese idioma, entendí lo que le estaba diciendo:

«Todo va a salir bien, Alexei. Tu padre y los demás nos mantendrán a salvo».

Comprendí que todo el pueblo estaba habitado por Prodigium y que ese

día iba a decidirse algo importante. Algo sobre mudase a otro lugar, sobre

la forma de mantenerse a salvo, sobre esconderse. Pero antes de que

pudiera adivinar algo más la pintura desapareció para dar lugar a otra. En

ella ya no quedaba rastro del pueblo nevado ni de las casitas pintorescas.

Ahora reinaba el caos y había humo y fuego por todas partes. Las llamas

eran tan brillantes que traté de cubrirme los ojos con las manos. Sólo que

ya no tenía mano. Ni ojos, para ser precisos. Vi a Alexei corriendo por la

calle, huyendo de los aldeanos.

«Saben lo que somos —pensaba Alexei—. Nos han encontrado, nos han

encontrado, nos han encontrado.»

Detrás de él vi dos figuras de pie en medio de la calle. Eran sus padres. Vi el

cabello rubio de su padre, revuelto sobre el pavimento. Y una silueta

pequeña; su hermana. Él estaba muy asustado. Su terror me atravesó de

un modo casi insoportable. La imagen se volvió borrosa y dio un paso a

otra escena. Ahora Alexei tenía unos veinte años. Era un chico atractivo y

bastante menos serio de lo que parecía en las fotos que había visto de él.

Alexei viajaba en la parte trasera de un vehículo que se deslizaba por unas

praderas verdes que me resultaban muy familiares. Se lo veía excitado y

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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sus dedos tamborileaban nerviosos sobre la cubierta del libro que llevaba

en su regazo.

Era el grimorio.

El coche traqueteó por un puente de piedra. Thorne Abbey apareció

delante de mi vista. Las estudiantes (todas ellas mujeres, procedentes de

un internado en Londres) estaban dispersas en el jardín delantero. Habían

sido transferidas ahí porque ya no estaban a salvo en la ciudad. Alexei las

miró y una sonrisa cruzó su cara.

«Al fin», dijo para sus adentros.

Entonces todo se volvió negro de repente y acto seguido me encontré de

nuevo en la oficina de Lara, jadeando en mi silla, temblando

conmocionada, tratando de recordar que no era mi familia la que había

sido asesinada en las calles.

—Creo que con esto puedes hacerte una idea… —dijo Lara revisando

unos papeles.

—Entiendo. Los humanos mataron a su familia. Él estaba asustado y quiso

encontrar el modo de proteger a los Prodigium y vengarse de los que le

habían hecho daño. Pero todo esto no justifica lo que él hizo.

Alexei se había deleitado con la vista de aquel grupo de jovencitas

inocentes. Alice era una de ellas.

Pensar en lo que había sucedido después me causaba repulsión.

—Además, ya sabemos que no tratan de proteger a nadie. Tal vez haya

sido así como empezó, pero no como siguió. Basta con pensar en el modo

en que su padre usó a Alice. ¿Sabe lo que creo? Creo que no hay nada

como un puñado de demonios domésticos para someter a todos los

Prodigium del mundo.

Lara ni tan siquiera se esforzó en negar lo que estaba diciendo.

—Probablemente. Aunque mejor que un puñado de demonios domésticos

es un ejército de ellos.

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Hizo a un lado un montón de papeles y abrió un cajón. Mis ojos no podían

creer lo que veían: el grimorio.

—Oh, la señorita Talbot nos lo dio enseguida. Si lo que querías era el libro, lo

único que tenía que hacer era pedirlo.

La miré sin entender.

—¿Qué?

—Te lo íbamos a dar tarde o temprano. Sin tus poderes, no nos eres de

mucha utilidad.

Lara pasó las páginas del grimorio hasta dar con el hechizo que podía

devolverme los poderes. Sólo con ver las palabras impresas, sentí que

perdía el control sobre mí.

—Adelante. Tócalo —me instó Lara, acercándome el libro y poniéndose a

reír—. Oh sí, ya sé que tu padre te hizo tocar este hechizo. Sé que los dos os

pasasteis horas estudiando el grimorio.

La posibilidad de recuperar mi magia estaba a tan sólo unos centímetros

de mí. Cada parte de mi cuerpo me pedía que tocara el hechizo, pero

algo me hizo preguntar:

—¿Por qué quiere que recupere mis poderes? En cuanto los recupere me

iré bien lejos de aquí.

—Sophie, cuando tu padre te habló sobre los demonios, ¿no te contó

nada sobre cómo controlarlos? —preguntó Lara con una sonrisa en los

labios.

—Es el brujo o la bruja que lo ha creado quien controla al demonio. Pero,

puesto que a mí nadie me creó, nadie me controla.

—Eso es lo que creíamos —reconoció Lara, con un movimiento de

cabeza—. Luego investigué el asunto. La colección de libros que tenía tu

padre en Thorne me resultó muy útil, ¿sabes? Imagina mi sorpresa cuando

supe que la capacidad para controlar a los demonios se transmite por

sangre.

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Recordé las palabras de la señora Casnoff: que había algo en mi sangre y

la suya, en la de mi padre y en la e Alice.

Y de repente comprendí lo que quería decir.

—Nuestro padre realizó el ritual que convirtió a tu abuela en demonio —

explicó Lara—. Nuestra sangre creó la vuestra. Eso significa que una vez

que recuperes tus poderes estarás bajo nuestro control.

—Es imposible —repuse temblando y sin poder quitar la mirada del hechizo

—. Si realmente me pudiera controlar, lo habría hecho antes.

—No sabíamos que podíamos hacerlo, razón por la cual nunca lo

intentamos —se justificó la señora Casnoff, abriendo la boca por primera

vez.

—Pero ¿por qué quieren tener control sobre mí cuando pueden crear

tantos demonios como quieran?

—Los demonios de nueva creación son imprevisibles —reveló Lara—. En

cambio, tú eres un demonio de cuarta generación. Es casi imposible que

pierdas el control. Eso te hace perfecta para convertirte en una líder. —

Lara me sonrió. Había un brillo de locura en sus ojos—. Todo ejército

necesita un líder.

Al escuchar esa palabras, se me revolvió el estomago. Me alejé de la mesa

diciendo:

—No. Prefiero quedarme sin poderes por el resto de mi vida antes de estar

bajo su control.

Lara lanzó el grimorio abierto sobre el escritorio.

—Tú dices eso —dijo echándose hacia atrás de su silla—. Pero tu magia

clama por ser liberada. Eres un demonio y ahora que has visto este

hechizo, la magia que hay en tu interior no te dejará descansar hasta que

lo toques.

Era cierto. Sentía un irrefrenable deseo de tocar esa página. Mi magia

aullaba de desesperación.

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—Y si tanto desea que toque ese hechizo, ¿por qué no me obliga? —le

pregunté a Lara. Si lo único que hacía falta era tocar la pagina, podía

cogerme y obligarme. Presa del terror, me di cuenta de que deseaba que

lo hiciera. Retrocedí.

—Esta clase de hechizo es delicado —admitió Lara—. De modo que eres tú

la que tiene que tomar la decisión. El grimorio estará aquí —explicó,

mientras yo retrocedía buscando el pomo de la puerta —esperándote.

Puedes darte por vencida y ahorrarte un montón de dolor.

A tientas, busqué el pomo de la puerta. Me sentía empapada en un sudor

frío. Conseguí, finalmente, abrir la puerta y salir corriendo. Mi magia gritaba

tan fuerte en el interior de mi cabeza que tuve que cubrirme los oídos.

Jenna me esperaba en la habitación. Al verme, se levantó de la cama de

un salto.

—¡Oh, Dios mío, ¿estás bien?! —clamó Jenna—. Cuando Lara vino a

pedirme el grimorio casi me muero del susto.

Había conseguido escapar del flujo del grimorio, pero aun así, todavía

seguía temblando. Jenna me ayudó a acostarme en mi cama y se tumbó

junto a mí.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber

Le conté toda la historia y cuando terminé me puse a llorar.

—Quiero recuperar mis poderes, pero no quiero arriesgarme a convertirme

en una esclava de ellos. Jenna, esto es lo peor que me podía pasar en la

vida.

Ella me dio una comprensivas palmaditas en la cabeza.

—Me lo imagino —murmuró con voz vacilante—. Me lo imagino.

Al final ambas nos quedamos dormidas en mi cama como dos niñas

pequeñas.

Me despertó un fuerte estruendo parecido a un trueno y me incorporé en

el lecho parpadeando. Un murmullo invadió la casa. Cuando puse los pies

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en el suelo pude sentir una ligera vibración que hizo temblar los cristales de

las ventanas.

—¿Qué ha sido eso? —musitó Jenna, adormecida.

Me acerqué a la ventana. Unas luces danzaban en la niebla. Al principio

eran pálidas y vacilantes, pero poco a poco fueron haciéndose cada vez

más brillantes y alumbraron las negras siluetas de los árboles normalmente

ocultas tras el velo de la niebla. Oí que se abrían las puertas de las

habitaciones y un rumor de pies descalzos en el pasillo.

Hubo otro resplandor, seguido de un estruendo tan fuerte que me hizo

castañear los dientes. Jenna saltó de la cama y abrió la puerta. Las otras

chicas estaban en el rellano y miraban a través de la ventana. Todavía

podía sentir el poder del grimorio sobre mí. Me clavé las uñas en la palma

de la mano para distraerme con el dolor y evitar así correr escaleras abajo

a su encuentro. Las luces seguían parpadeando en la niebla y el ruido era

cada vez más insoportable. Algunas de las chicas se cubrieron las orejas.

Alguien me dio un codazo. Me di vuelta y ahí estaba Nausicaa. Aleteando

suavemente.

—Lara ha entrado en nuestra habitación esta noche y se llevó a Taylor.

¿Crees que han hecho algo con ella?

Las vibraciones se hicieron más intensas. Sentí que mi magia estaba a

punto de ahogarme. Los vidrios de las ventanas del pasillo se astillaron.

Antes de apagarse, la luz brilló tan intensamente que tuvimos que cerrar los

ojos.

Y luego todo quedó en silencio.

Permanecimos inmóviles durante unos instantes, temblando hasta que un

viento frío sopló a través de la ventana y oímos un grito inhumano.

—Sí —contesté—. Creo que le han hecho algo.

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Capítulo 25

Al despertarme al día siguiente, me dolían todos los huesos a causa del

influjo del grimorio. No pude levantarme de la cama hasta pasado el

mediodía. El mero hecho de ponerme en pie me supuso una agonía, pero

tenía que ver qué había pasado.

Me había preparado para lo peor, pero los estragos de la noche anterior

eran mucho pero mucho más terribles de lo que había imaginado.

La vidriera del vestíbulo principal estaba completamente hecha añicos.

Sólo quedaban unos pocos fragmentos de cristal aún aferrados a la

estructura de madera. Durante la noche, se había puesto a llover y el agua

empapaba la alfombra.

—¿Crees que sólo llevaron a Taylor? —preguntó Jenna.

Estaba tan desesperada por escaparme corriendo a buscar el grimorio que

tardé un siglo en contestar.

—No lo sé. No sé si pueden hacer el ritual con más de una persona. Pero

no tiene mucha importancia, el caso es que ya han empezado —dije, al

mismo tiempo que un escalofrío sacudía mi cuerpo y mis poderes se

agitaban gritando su libertad.

—¿Qué es lo que estáis haciendo aquí? —gritó una voz a nuestras

espaldas.

Nos dimos la vuelta y vimos a la Vandy, con las manos en las caderas.

Parecía cansada.

—Nosotras solamente… —empezó a decir Jenna, pero la Vandy levantó

una mano para interrumpirla.

—No me importa lo que estéis haciendo. Volved ahora mismo a vuestra

habitación.

Jenna se dirigió hacia la escalera, pero yo no me moví.

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—¿Tú también quieres que nos conviertan en demonios? —le pregunté a la

Vandy—. Me queda claro que eres bastante idiota, pero no puedo creer

que seas tan mala persona.

—¡Cállate! —me ordenó la Vandy frunciendo el cejo—. ¡Vete a tu

habitación!

Tuve que apoyarme en Jenna para llegar a nuestro cuarto. Al entrar, la

puerta se cerró detrás de nosotras y oímos el clic de la cerradura. Me

desplomé sobre la cama, temblando.

—Vendrán a por nosotras. Cada noche viviremos la misma pesadilla, y nos

preguntaremos quién será el próximo —auguró Jenna. Luego, sentándose

sobre su cama, añadió—: ¿Qué vamos a hacer, Sophie?

«¡Conseguir el grimorio y recuperar mis poderes!», gritó una voz en mi

interior tan alto que tuve que taparme las orejas con las manos.

—No lo sé —contesté, al borde del llanto. ¿Hay alguna sensación en el

mundo peor que la desesperación?

Me acurruqué sobre la cama. Me sentía tan abatida por el sufrimiento que

cuando vi que algo se movía dentro de nuestro espejo creí que eran

alucinaciones.

—¿Qué diablos es eso? —inquirió Jenna.

Haciendo un esfuerzo, me incorporé para mirar hacia donde señalaba

Jenna y vi que una sombra se movía dentro del espejo. Y luego apareció

una imagen: Torin. Estuvo dentro del espejo durante unos segundos y acto

seguido desapareció. Salté del lecho temblando de pies a cabeza.

—¿Has visto eso? —le pregunté a Jenna.

—Sí. Había un tipo en el espejo —respondió, con los ojos muy abiertos.

Puse las manos contra el cristal.

—¿Torin? ¿Estás todavía allí?

No tenía ni idea de cómo se las había ingeniado Torin para pasar del

espejo de la casa de las Brannick al espejo de nuestra habitación. Su

imagen vaciló delante de mis ojos, casi como si fuera un viejo aparato de

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televisión y, sin embargo, me pareció ver cierto gesto de irritación en el

rostro de Torin antes de que su imagen se desvaneciera. «Tus padres», dijo

Torin antes de esfumarse.

—¡¿Qué?! —chillé golpeando el espejo con las manos—. ¿Qué pasa con

mis padres?

Pero Torin no volvió a aparecer. Tuve ganas de ponerme a gritar de

frustración.

—Llama a Elodie —me indicó Jenna—. Tal vez ella pueda hacerlo

reaparecer con su magia.

Después de lo que Elodie me había hecho no quería volver a tenerla

cerca. Pero los momentos desesperados llevan a…

Y antes de que hubiera terminado de invocarla, Elodie ya se había

zambullido dentro de mí.

—Haz que vuelva —le pedí.

Elodie no me contestó, pero pude sentir cómo su magia caía sobre mí y se

extendía hasta la punta de mis dedos. Lo intenté una y otra vez, pero Torin

no volvió a aparecer. Finalmente dejé caer las manos a los costados y

Elodie confesó:

—No puedo hacerlo. No tengo fuerzas suficientes para ayudarlo.

Suspirando, se dio la vuelta y se apoyó sobre el tocador.

—Con la magia de Sophie sí que sería posible —le comentó Elodie a

Jenna.

Jenna se me acercó. Supe que buscaba los ojos de Elodie.

—Sophie no puede recuperar sus poderes. Si lo hace las Casnoff…

—Van a tener control sobre ella —concluyó Elodie—. Lo sé. Pero ¿no te

parece que vale la pena el riesgo?

«Pues no, no lo vale», pensé. Pero Jenna se quedó reflexionando,

mordiéndose el labio.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Lo que quiero decir —puntualizó Elodie— es que en un duelo entre Lara

Casnoff y Sophie, yo apostaría por Sophie. Tal vez se hagan con el control

de su mente, pero también es posible que no puedan con ella.

—No puedo correr un riesgo tan grande —le dije a Elodie—. ¿Qué será de

Jenna si acepto que Lara me controle?

—¿Y qué será de ella si no lo haces? —contestó Elodie—. No descansarás

hasta que no toques ese hechizo, Sophie. Puedo sentirlo. Así que yo te

recomiendo que vayas, lo toques y veamos qué pasa.

Jenna levantó las manos para acariciarme la cara.

—Sophie —dijo—, nunca pensé que fuera a decir algo así, pero creo que

ella tiene razón. Es verdad que corres el riesgo de caer en poder de las

Casnoff. Pero sin tu magia no hay modo de que salgamos de esta.

Elodie abrió el armario. Allí, entre un montón de ropa, estaba el grimorio.

—¿Cómo llegó eso aquí? —pregunté.

—Lo he traído aquí para ti.

Mi mano cogió el libro y pasó las páginas hasta dar con el hechizo.

Entonces Elodie puso la palma de mi mano sobre la página.

—¡No! —vociferé y Elodie se detuvo.

—Tienes que hacerlo —aseveró con voz firme—. Espera, será mucho más

fácil si yo lo hago por ti.

—No —negué otra vez, pero mi voz sonó muy débil.

—Hazlo. Termina de una vez con esto.

Elodie abandonó mi cuerpo y me derrumbé sobre la cómoda. Cuando

recuperé el resuello, Jenna estaba junto a mí.

—Puedes hacerlo —dijo cogiéndome de la mano—. Sé que puedes. Tú

eres mucho más fuerte que ellas.

No estaba segura de eso. Pero sabía que tenía que hacerlo.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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No lo pensé más. Levanté el grimorio del suelo. Mis dedos, desesperados,

buscaron el hechizo que me llamaba a gritos. Y entonces, suspiré

profundamente y apreté la mano sobre la página.

Fue como si algo explotara en mi pecho. Me quedé quieta. Mis poderes se

expandieron por mi cuerpo y fluyeron por mis venas. El suelo de madera de

la habitación crujió y Jenna se echó hacia atrás, gritando.

Respiré muy lentamente, tiré el grimorio al suelo y golpeé el espejo con

ambas manos. «Torin», pensé.

Éste apareció tan de repente que retrocedí asustada.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —gritó. Cuando sus ojos se encontraron

con los míos, sonrió y admitió—: Bien hecho, Sophie.

No nos quedaba demasiado tiempo. Una ligera picazón en la nuca decía

que Lara, estuviera en el lugar que estuviese de la isla de Graymalkin,

pronto se iba a dar cuenta de lo que había sucedido.

—¿Por qué has venido hasta aquí? ¿Dónde están mis padres?

—Oh, es cierto. Mi gloriosa misión. Cuando te fuiste…

—Ahórrate los detalles —lo interrumpí—. ¿Qué haces aquí y dónde están

ellos?

—Vale, vale —convino Torin—. Están en Irlanda, en Lough Bealach. Me

pidieron que viniera para ver si te habían hecho daño, pero veo que…

No lo escuché. Cogí el grimorio y lo guardé bajo mi ropa.

No me costó demasiado trabajo abrir la cerradura y mucho menos llamar

a Archer y a Cal. Éste estaba en su cabaña y Archer en su dormitorio. Les

hablé en sus cabezas a los dos al mismo tiempo.

«Encontraos con Jenna afuera —les indiqué casi gritando—. Preparaos

para correr. Oh, y perdón por los gritos.»

Jenna me siguió hasta el rellano de la escalera. Habíamos bajado tres

escalones cuando sucedió.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Un tirón invisible me hizo detener. No podía dejar la isla. Qué tonta había

sido. Lo que tenía que hacer era ir a encontrarme con Lara. Me

necesitaba.

—Sophie —me llamó Jenna cogiéndome por el codo.

Me volví para mirarla. Como siempre, interponiéndose en mi camino. Sin

duda, iba a tratar por todos sus medios apartarme de Lara y de impedirme

cumplir con mi destino.

Sólo podía hacer una cosa.

Matarla.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 26

Cogí a Jenna con una mano y la arrastré hacia mí sin sentir ni un poco

de pena ni de remordimiento. Tal vez un poco de asco, como si estuviera

matando un bicho. Esa cosa estaba en mi camino y tenía que

deshacerme de ella.

La magia subió desde mis pies y me mareé un poco.

Jenna se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Vi cómo la invadía el

miedo y, sin embargo, me mantuve imperturbable. Lo único que quería era

que desapareciera de mi vista para poder ir a buscar a Lara. Pero antes de

que le lanzara un hechizo, Jenna me cogió de la cara.

—Sophie —dijo en voz baja y con tono de urgencia—. Mírame. Eres mejor

que ellas. Puedes luchar contra ellas. Por favor.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Sentí una punzada en el pecho.

—Eres mi mejor amiga —continuó—. Yo sé que me quieres. Sé que puedes

luchar contra esto.

Cerré los ojos. Algo dentro de mí me decía que tenía que matarla.

Destruirla. Destruirlo todo. Me cogí del pasamanos. La madera se dobló y

crujió.

—Sophie —dijo Jenna otra vez. Entonces tuve una visón: Jenna sentada en

la cama el día que nos conocimos. Riéndose. Y recordé que sus brazos me

habían abrazado consoladoramente la noche anterior, cuando estuve a

punto de volverme loca por la necesidad de tocar el grimorio.

Y entonces pensé: «No puedo hacerle daño a Jenna».

Algo se despertó dentro de mí. Al mismo tiempo, oí el furioso aullido de

Lara dentro de mi cabeza. Cuando recuperé la consciencia, estaba

abrazada a Jenna llorando.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé—, lo siento mucho.

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—Te dije que eras mejor que ellas —me recordó Jenna, riéndose.

Oímos un estruendo a lo lejos. Dejé a Jenna y miré hacia la ventana. El día

se había vuelto más desolador aún, y los tentáculos de la niebla

empezaron a curvarse sobre el marco de la ventana.

—Espero que tengas razón —dije.

Archer me llamó desde lo alto de la escalera:

—¡Mercer!

En ese mismo instante Cal entró por la puerta principal.

Los miré y les aseguré:

—Vale, cuando estemos a salvo prometo contároslo todo. Lo cierto es que

he recuperado mis poderes, sé dónde están mis padres y nos vamos a

largar todos por el Itineris. ¡Vamos!

No sé si fue por el tono de mi voz o por los ruidos amenazadores que iban

acercándose, pero ambos se pusieron en acción inmediatamente.

Los cuatro salimos corriendo de Hex Hall. Afuera llovía y un velo de niebla

cubría el paisaje. Levanté la mano. De la punta de mis dedos saltaron

chispas que mantuvieron a raya la niebla. La magia subía desde mis pies y

me llenaba de paz. Apunté a la niebla con mi otra mano, y ésta retrocedió

completamente.

—Vale —reconoció Jenna—. Has vuelto a ser la chica dura de siempre.

¡Ahora corramos!

A nuestras espaldas, oí que se abría la puerta de la casa, pero me resistí a

mirar hacia atrás. Los cuatro corrimos a través de la hierba, en dirección al

bosque. Sólo me di la vuelta un instante, para mirar por encima de mi

hombro. Había alguien en el umbral de la puerta. Por su altura, supuse que

era Nick. Entonces la figura saltó al porche y empezó a perseguirnos. No

había lugar a dudas: era Nick. Nadie más podía correr tan rápido, ni

siquiera los metamorfos. Cuando se acercó vi su cara pálida y sus

aterradores ojos inyectados en sangre. Puede que yo estuviera libre del

influjo de Lara, pero Nick era todavía su juguete. Le arrojé un hechizo de

ataque, pero lo repelió con un simple movimiento de la mano.

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Me detuve. Entonces me percate de que no venía a por mí, sino a por

Jenna.

—¡No! —chillé.

Y todo pasó de repente. Jenna se detuvo para ver que pasaba, Nick gritó,

y Archer se interpuso entre los dos, cogió a Nick del brazo y lo separó de

Jenna. La otra garra de Nick se clavó en el pecho de Archer. Ambos se

retorcieron de dolor. Le arrojé a Nick una descarga de magia, lo

suficientemente fuerte para obligarlo a soltar a Archer.

La sangre de éste se esparció por la hierba. Cal fue hacia él, pero Archer

se lo quitó de encima.

—Vamos, no nos queda tiempo.

Me acerqué a Jenna. Temblaba de pies a cabeza pero, por suerte, no

estaba herida.

—Gracias —dijo a Archer.

—No tenemos tiempo —repitió él.

Y tenía razón. Algo se movía detrás de nosotros. Podía sentir la magia

oscura de otro demonio. Nos metimos en el bosque.

Me detuve el tiempo suficiente para hablar con Archer.

—Llévalos al Itineris —le indiqué.

Archer ya había usado antes el Itineris de Graymalkin.

—Yo me quedaré en la retaguardia.

No me contestó. Les hizo un gesto con el brazo a Jenna y a Cal, que

corrieron detrás de él.

Yo me quedé detrás, preparada para repeler cualquier hechizo de

ataque. Oí que alguien gritaba y lloraba, pero nada más. Seguí a Archer, a

Cal y a Jenna a través del bosque y terminamos en la playa.

Entonces recordé algo. Vaya, había pasado tanto tiempo sin mi magia

que se me había olvidado uno de mis hechizos estrella.

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—¡Alto! —grité.

Archer, Cal y Jenna frenaron en seco. Les hice un gesto con las manos

para que se acercaran.

—Cogeos todos de las manos —les ordené.

Archer se me quedó mirando mientras trataba de restañar la hemorragia

de la herida que tenía en el hombro.

—Sophie, este no es un momento para confraternizar —me advirtió.

—No se trata eso, sino de esto —repuse.

Cerré los ojos y me concentré en mi hechizo de transporte. Sentimos una

ráfaga de aire helado y aparecimos en el monte de árboles donde se

encontraba el Itineris de Hex Hall.

—¡Vaya! —exclamó Jenna cogiendo aire—. Me alegro de tenerte de

regreso.

Yo estaba henchida de magia y de satisfacción.

—Tú lo has dicho —dije—. Ahora, vamos.

Y, así, entramos los cuatro en el Itineris.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Parte III

«Nació así el País de las Maravillas: Y así, uno a uno fueron surgiendo los

raros sucesos.

Y ahora que el cuento acabó la barca a casa nos devuelve, felices bajo el

sol.»

Alicia en el País de las Maravillas

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Capítulo 27

¿Sabéis lo que sería fantástico? Recordar algún viaje mágico que no me

haya dejado como si alguien hubiese intentado sacarme la columna

vertebral por la nariz.

Antes de que pudiera darme cuenta de nada, me encontré echada sobre

el suelo frío y pedregoso, con los órganos internos tratando de volver a su

sitio. Junto a mí, oí unos jadeos y arcadas, y una voz familiar diciendo:

—Está bien, date unos minutos.

Mamá.

Giré la cabeza hacia un lado y la vi arrodillarse junto a Jenna, que estaba

encogida a su lado, temblando. Los viajes con el Itineris eran

especialmente duros para los vampiros. Me apoyé sobre las manos y

rodillas, mirando a mi alrededor. Era de noche y estábamos junto a una

gran masa de agua. Podía oír su vaivén contra la orilla. Sentía la humedad

en el aire. Detrás de mí había una gran roca con un nicho no muy

profundo tallado en el centro. Supuse que aquello era el Itineris. Un poco

más lejos de donde estaban mamá y Jenna, Archer se incorporaba,

mirando a su alrededor, confundido. Cal estaba de pie junto a… Entorné

los ojos intentando ver mejor. Junto a Finley. La reconocí por su larga trenza

pelirroja.

Presa del pánico, recordé de pronto el grimorio y me eché las manos a los

riñones. Para mi alivio el libro seguía allí, bien sujeto y apretado contra mi

piel.

Me puse en pie, pero mis rodillas flaquearon y de pronto el suelo se

tambaleó ante mí.

Una mano me tomó el codo.

—Tranquila —dijo papá sonriéndome. Las marcas oscuras de su cara se

veían negras a la luz de la luna.

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Con un grito de alivio, le rodeé el cuello con los brazos, hundiendo mi cara

en su chaqueta. Cuando por fin me sentí capaz de hablar, me separé y le

pregunté con voz quebrada:

—¿Cómo conseguiste enviar a Torin a Hex Hall?

Papá parpadeó repetidamente y al principio creí que mi pregunta le había

pillado por sorpresa. Entonces comprendí que no; intentaba contener las

lágrimas. Ver a mi padre, prácticamente Doctorado en Contener las

Emociones, a punto de llorar de alegría al verme, hizo que me ardiesen los

ojos. Se aclaró la voz, se puso bien derecho y dijo:

—Ha sido extremadamente difícil.

Me reí entre lágrimas.

—Apuesto a que sí.

—Fue idea de Torin —dijo alguien detrás de mí y al volverme vi que se

trataba de Izzy. Igual que mis padres y su hermana, también iba vestida

con tejanos y chaqueta negra, aunque ella llevaba además una gorra

negra sobre el pelo brillante—. Teníamos toneladas de libros de hechizos

antiguos, y cuando tú y Cal desaparecisteis, él empezó a hojearlos.

Encontró un hechizo con el que podía pasar de un espejo a otro.

—Y por supuesto, el problema fue encontrar vuestro espejo —dijo Aislinn

saliendo de la oscuridad.

—¿No te da miedo que se pase todo el tiempo saliendo de su espejo y

empiece a rondar los vestuarios de las chicas o cosas así?

Los ojos de Aislinn se deslizaron hacia Izzy.

—Torin tiene razones para querer quedarse con nosotros —dijo. Incluso con

aquella tenue luz pude ver cómo Izzy se ruborizaba discretamente. Quizá

algún día llegase al fondo de lo que fuese que estaba ocurriendo allí.

Aunque más me valía llegar antes al fondo de los otros cien asuntos

pendientes en mi agenda.

Jenna había vuelto a respirar con normalidad. Sus dedos aferraban con

fuerza su piedra de sangre. Satisfecha, mamá le dio unas palmaditas en la

espalda y le dijo:

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—Quédate tumbada un poco. Descansa.

Cerrando los ojos, Jenna asintió. Sólo entonces mamá se acercó a mí y me

abrazó.

—Creo que hemos agotado nuestro cupo de reencuentros emotivos —dijo

riendo entre dientes.

—Cuando esto haya terminado, prometo no salir de casa nunca más. Nos

quedaremos allí, encargaremos pizza y veremos telebasura.

Mamá se echó hacia atrás y miró por encima de mi hombro.

—Creo que vas a querer salir de vez en cuando.

Sentí el peso de la cálida mano de Archer en la cintura.

—¡Eh! A mí me gusta la pizza y la telebasura.

Me volví hacia él, sorprendida.

—Tu hombro…

—Cal —dijo a modo de explicación—. Le debo una montaña de

hamburguesas. Está empezando a resultar embarazoso.

Mamá sonrió fugazmente antes de decir:

—¿Sabes? No es así como imaginaba conocer al primer novio real de

Sophie.

—Mamá…

Archer me pellizcó.

—¿Quieres decir que soy el primer chico al que tus padres han rescatado

de una isla encantada usando un espejo mágico? Qué especial me siento.

Miré a mi alrededor y dije:

—Supongo que esto es Lough Bealach.

—Así es —afirmó Aislinn—. Hemos estado muy ocupados desde que os

esfumasteis.

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Finley e Izzy estaban justo detrás de ella. Mamá dio un paso atrás,

quedando junto a su hermana.

—Nosotros también —dijo Cal, y de repente me di cuenta de que estaba a

mi lado.

—Vamos, cariño —me dijo mamá—, entremos.

—Entremos, ¿adónde? —pregunté.

—Por aquí —indicó Finley señalando una pequeña construcción de piedra

cubierta de musgo. Seguí a todos hacia el interior de la casucha. Puede

que en el pasado hubiese resultado un sitio acogedor. Y bien mirado, quizá

la ausencia de ventanas era una estupenda manera de mantener la casa

caliente a pesar del frío viento que soplaba desde el lago.

Pero con nueve personas allí embutidas y una estufa humeando en el

centro, el calor y la falta de espacio resultaban muy incómodos. Tampoco

ayudaba descubrir que Cal y Archer se apretaban junto a mí, cada uno a

un lado.

Una mesa plegable de aspecto antiguo, cubierta de mapas y libros,

ocupaba el centro de la habitación (dadles a las Brannick un poco de

espacio y lo convertirán en una sala de operaciones).

Aislinn adoptó su postura habitual a un lado de la mesa.

—Está bien —dijo—, explícanos todo lo que ha ocurrido.

Cal, Archer, Jenna y yo logramos algo realmente impactante: la mirada a

cuatro bandas.

—Es realmente complicado —dijo Jenna al fin.

—Usamos a un brujo del siglo dieciséis atrapado en un espejo para decirte

dónde estábamos —dijo papá secamente—. Creo que llegados a este

punto puedo afirmar que nos hemos convertido en especialistas de lo

complicado.

Archer soltó una risita.

—Me gusta tu padre —me susurró al oído.

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—Haces bien —contesté entre dientes.

—Las Casnoff están usando la escuela como un criadero de demonios —

dijo Cal, yendo al grano como siempre. Por primera vez vi su boca y

hombros cargados de tensión. Cal se guardaba tanto para sí mismo que a

veces se me olvidaba que lo que los Casnoff estaban haciendo era una

pesadilla para él, y en consecuencia para mí. Quise darle la mano, pero

tan pronto mis dedos rozaron su manga, cambié de opinión. Después de lo

que le había hecho Elodie, tocar a Cal estaba fuera de lugar.

Aclarándome la voz, volví a dirigir mi atención a papá.

—Es como Cal dice y más aún.

Tendí mi brazo hacia papá y, aunque técnicamente estaba en la otra

punta de la habitación le resultó fácil agarrar mis dedos. Una vez de la

mano, le envié un impulso de magia. Sus ojos se abrieron como platos.

—Tus poderes —dijo.

Asentí y dije:

—Totalmente operativos. —Saqué el grimorio y lo lancé sobre la mesa—.

Gracias a esto.

Muy resumidamente, les expliqué a todos cómo había recuperado mis

poderes y cómo en principio las Casnoff, debido a la línea de sangre que

nos emparentaba, podrían haber conseguido el control sobre mi voluntad.

—Lara lanzó un conjuro que me mostró la historia de su familia —

continué—. Una historia siniestra. Los humanos barrieron prácticamente

todo el pueblo de Alexei Casnoff. Por extraño que suene, todo empezó

con un niño que intentaba sentirse seguro. Estaba convencido de que los

demonios mantendrían a todo Prodigium a salvo y traspasó esa creencia a

sus hijos. —Eché un vistazo alrededor de la pequeña habitación, cargada

de humo—. Eso es lo que quizá no habéis entendido, chicos. No estamos

tratando con gente del tipo Somos-el-Mal-en-Persona. Los Casnoff piensan

que tienen la razón.

—Y eso es lo que los hace tan terroríficos —asintió papá—. Nadie suele

considerarse a sí mismo el malo de la película.

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Pensé en la señora Casnoff y mascullé:

—El fin justifica los medios. —Estas palabras me hicieron estremecer, pese a

que la habitación estaba muy caliente.

—De acuerdo, así que ésos son sus planes —suspiró Archer—. ¿Cuál es el

vuestro?

—Vamos a bajar al Infierno —contestó Izzy. Dio un pequeño brinco mientras

lo decía, con los ojos brillantes y un tono que dejaba «el Infierno» al nivel de

«el País de las Maravillas».

—Calma, Iz —dijo Finley posando una mano sobre el hombro de su

hermana—. No es tan sencillo.

—Qué sorpresa —susurró Jenna.

—Para empezar, Sophie irá sola —dijo Finley.

Aislinn interrumpió para añadir:

—Es la única que puede ir.

—Un momento —dije, sacando mi mano de entre Archer y yo para

limpiarme una gota de sudor de la frente—. Pero hasta hace un rato no

sabíais que yo hubiera recuperado mis poderes, así que ¿cómo estabais

tan seguros de que yo era la única que podía entrar en el Infierno?

—No lo sabíamos —contestó mamá, apoyando la cadera en la mesa de

trabajo—. Pensábamos enviar a tu padre con la esperanza de que su ADN

fuera suficiente para entrar. —Suspiró y se frotó los ojos. Parecía cansada y

mayor de lo que era en realidad—. Teníamos que intentarlo de alguna

manera.

—Pero ahora que tienes tus poderes deberías ser capaz de acceder al

Infierno sin problemas —afirmó papá—. Bajarás allí tú sola para recoger

tanto Cristal del Demonio como puedas.

—¿Por qué habláis todos como si se tratara de dar un paseo por el

parque? —preguntó Archer, levantando una mano y pasándosela por el

pelo—. ¡Sophie bajará dando saltitos al Infierno y traerá un poco de Cristal

del Demonio en su cesta!

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—Nadie se toma la seguridad de Sophie tan en serio como su padre y yo

—dijo mamá. Hablaba en voz baja y pausada, pero su mirada era de

acero. No podría asegurar si era la Brannick que llevaba dentro, o

sencillamente mamá.

—Lo sé —dijo Archer suavizando su tono de voz—. Y sé que Sophie es un

demonio. Podría limpiar el suelo con cualquiera de nosotros, mágicamente

hablando. Pero, ¿qué supone bajar al Infierno? Quiero decir, ¿hay más

demonios allí abajo? ¿Monstruos? ¿Qué podría pasarle?

Mis padres se miraron, y Aislinn se aclaró la voz para decir:

—En realidad no lo sabemos. Nadie ha intentado hacer esto antes.

—¿Y entonces? —preguntó Archer, ahora visiblemente enfadado—.

¿Sencillamente la enviáis deseándole lo mejor? ¡Es de locos! Tiene que

haber otro modo de luchar contra las Casnoff.

Temiendo que Archer mencionase el Ojo otra vez, tiré de la manga de su

camisa.

—Eh —le dije suavemente. Me hubiera gustado que aquella conversación

no tuviese lugar delante de toda mi familia—. Nadie me está obligando a

hacer nada que yo no quiera hacer. —Entonces miré a Aislinn y le

pregunté—: ¿El Cristal del Demonio es lo único que nos puede proteger de

los demonios que han creado las Casnoff?

—Así es.

Me detuve un momento para tomar aire, esperando que no me temblase

la voz al decir:

—Entonces bajaré al Infierno.

—Gracias, Sophie —dijo papá.

Aislinn asintió con energía:

—Entonces está decidido. Mañana al amanecer Sophie irá hasta la isla del

centro del lago. Y desde allí atravesará el portal.

Con el estómago en un puño, miré a las personas que más me importaban

en el mundo y asentí:

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—Mañana.

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Capítulo 28

A la mañana siguiente, caminé a lo largo de la orilla rocosa de Lough

Bealach y traté de imaginar la mejor manera de cruzar el lago.

Un pequeño atisbo de gris rosáceo empezaba a asomar en el horizonte.

No tenía ni idea de qué hora era, pero mi cuerpo me decía que eran más

o menos las Uf-Es-Demasiado-Temprano. Sólo había podido dormir un par

de horas. Después de que papá anunciase que ese día iba a entrar en el

temible Infierno, a nadie le apetecía dormir. Aislinn, Finley, Izzy y mamá

extendieron sus sacos de dormir en la casucha, mientras que yo conjuraba

tiendas de campaña para papá, Archer, Cal, Jenna y yo. Las tiendas no

eran nada fuera de lo común (incluso la que compartíamos las chicas

estaba un poco caída en el centro), pero era lo primero que conjuraba

desde hacía tiempo. Cuando acabé, papá dijo:

—Has creado algo de la nada. Te das cuenta, ¿no?

Traté de asimilarlo. Crear algo de la nada era casi imposible para las brujas

y los magos corrientes. Alice nos lo enseñó a hacer a Elodie y a mí. Elodie

casi había llegado a dominarlo, a mí en cambio siempre me había

resultado difícil. Y papá tenía razón; acababa de hacerlo casi sin pensar.

—Es estupendo verte usar tus poderes de nuevo—dijo en voz baja. Miré las

marcas violeta de su cara y le rodeé con los brazos a modo de respuesta.

Ahora, de pie junto al agua, sentía mis poderes fluyendo tranquilamente en

mi interior. Cuando quise someterme a la Extracción, papá me dijo que

deshacerme de la magia era comparable a arrancar el color de mis ojos.

Tenía razón. Sin los poderes, había sentido que me faltaba una enorme

parte de mí misma.

Me froté los brazos por el frío. Había usado la magia para convertir mi

uniforme de Hex Hall en un grueso jersey negro y unos tejanos, pero en

Irlanda hacía mucho más frío que en Georgia. Claro que el frío no era la

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única causa de mis temblores. Del agua emergía un enorme y extraño

escollo.

Me froté los brazos con más energía y me senté junto a Aislinn en una de

las rocas que rodeaban la orilla. Me había despertado antes del amanecer

con la esperanza de evitar más despedidas tristes, pero Aislinn ya se había

levantado y me esperaba al borde del lago.

—Le he pedido a Grace que me dejara decirte adiós —me dijo—. Tenía

miedo de que os enfadarais mucho si lo hacía ella por mí. Lo mismo

respecto a tu padre, y tú ahora mismo necesitas concentrarte.

Su voz sonaba áspera, pero aun así agradecí tener a Aislinn allí conmigo.

—Entonces, ¿simplemente conjuro un bote? —le pregunté.

Ella se encogió de hombros y dijo:

—No soy yo quien hace magia. Haz lo que creas mejor.

—Podría nadar —sugerí—. O quizá conjurar algo como… ¿una moto

acuática?

Alcé las manos frente a mí como si agarrase el manillar de dicha moto.

Aislinn me observó un momento antes de decir:

—¿Esto es lo que sueles hacer cuando estás nerviosa?

Volví a bajar las manos.

—Más o menos. —Me volví al agua y dije—: Mira, la cosa es que estoy casi

segura de que podría crear un bote. Pero si lo consigo, ¿le pongo un

motor? ¿O una vela? ¿O se supone que tengo que remar yo misma todo el

camino?

—Por favor, intenta estar tranquila hasta que se te ocurra algo.

La frase en sí misma no sonaba especialmente amenazadora, pero Aislinn

tenía una manera de mirarte que te hacía como si estuviera a un segundo

de darte un puntapié en el trasero.

Sólo se oía el vaivén de las olas contra la orilla y el castañeteo de mis

dientes. Eché un vistazo por encima del hombro al círculo de tiendas.

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Jenna dormía profundamente cuando salí reptando justo antes del

amanecer. No la desperté, en parte porque pensé que le vendría bien

descansar. Pero el motivo principal era que despertarla significaría tener

que despedirme de ella, y despedirte de alguien cuando planeas

adentrarte en el averno podría sonar a algo parecido al fin de tus días.

Era la misma razón por la que no había ido a la casucha a ver a mamá, y

por la que bordeé la tienda de Archer. Casi había llegado a la orilla

cuando le oí llamarme en voz baja:

—Mercer.

Al verlo de rodillas en la entrada de su tienda, con el pelo revuelto y su

uniforme de Hex Hall ridículamente arrugado, casi se me rompe el corazón.

Y cuando corrí hacia él intentando hacer el menor ruido posible y

prácticamente me lancé sobre él, me dije a mí misma que nuestro beso

sería el típico beso de un novio y una novia dándose los buenos días.

Incluso cuando me arrastró hacia el interior de la tienda, cálida,

acogedora e impregnada de su olor, no me permití pensar que quizá ésa

fuera la última vez que le vería.

—Mercer, te quie…—susurró Archer a mis oídos.

Le tapé la boca con la mano.

—No lo digas. No ahora. Dilo cuando no haya ningún atisbo de muerte a la

vista, ¿vale?

Balbuceó algo contra la palma de mi mano, yo puse lo ojos en blanco y la

quité. Archer me besó la punta de la nariz.

—Sólo te iba a decir que te quiero dar las gracias por haber conjurado esta

fantástica tienda para mí. Pero supongo que te lo puedo decir más tarde.

Cuando vuelvas.

Posando mi mano en su nuca lo atraje hacia mí.

—Más te vale.

Sintiendo aún un rubor estremeciéndome el cuello al recordar aquello,

alcé la vista de su tienda y volví hacia el lago. Iba a regresar. Todo iba a

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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salir bien, y bajar al Infierno a recoger Cristal del Demonio no iba a ser tan

duro. Quizá para el almuerzo ya estuviese de vuelta.

Claro que no podría volver si no iba.

Y así fue como se me ocurrió la manera más simple de cruzar el lago.

De pie, apunté hacia el agua con el dedo. La superficie del lago empezó

a rizarse y entonces, con un fuerte estruendo, al agua retrocedió, abriendo

un estrecho sendero de barro plateado a lo largo del fondo del lago. El

camino serpenteaba hasta llegar a la base de la isla rocosa.

—No es el colmo del estilo, pero es práctico—dije, con la esperanza de

que Aislinn no notase lo aterrorizada que estaba.

—Estarás bien —dijo poniéndome una mano sobre el hombro. Era la

primera vez que me tocaba—. Si algo he aprendido sobre ti Sophie

Brannick, es que eres una luchadora.

Casi se me escapa decir «Sophie Mercer». Pero en su lugar, sólo dije:

—Gracias, esto… tía Aislinn.

Quitó la mano y dijo:

—No nos entusiasmemos.

—Tienes razón. Lo siento.

Volví al camino del agua y traté de recordarme a mi misma que había

hecho todo tipo de cosas aterradoras. Escapar de un edificio en llamas.

Enfrentarme un hombre lobo. Luchar contra el control mental de un

horripilante espíritu. Caminar a través de un poco de agua no debería

asustarme tanto. Pero aun así, mis pies se negaban a avanzar.

—¿Estás lista? —dijo una voz detrás de mí.

Cal.

Se detuvo junto al borde del lago con las manos en los bolsillos. Le miré

confundida.

—Tú no puedes venir.

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—No puedo entrar en el Infierno contigo, pero la norma no dice que nadie

pueda acompañarte hasta allí.

Aislinn nos miró a uno y a otro varias veces y finalmente dijo:

—Podéis intentarlo.

Cal probó a poner un pie en el sendero. Yo me puse tensa pensando que

el agua iba a precipitarse rápidamente sobre él. Al ver que esto no

sucedía, solté el aire que había estado conteniendo.

—Parece bastante seguro —dijo él.

Aislinn se encogió de hombros y dijo:

—Bien, adelante.

Y sin nada parecido a un: «Eh, procurad que no os maten», se volvió en

dirección a la casucha. Me forcé a mí misma a no seguir con la mirada a

Aislinn mientras se alejaba. Temía que si miraba hacia atrás, saldría

corriendo tras ella.

Me acerqué a Cal. Bajo nuestros pies, la superficie cedía un poco.

Avanzamos cautelosamente por el camino abierto entre las aguas.

—Menuda combinación—bromeé—: Brannick, magia e Infierno; ¡Dios mío!

Cal dio un resoplido que bien podría haber sido una risa.

Llegamos a un tramo especialmente resbaladizo, y me tambaleé un

segundo antes de que él me agarrase por el codo. No quería crear una

situación incómoda y por supuesto no quería ponerme toda colorada,

pero eso fue exactamente lo que pasó. Miré hacia arriba. Nuestros ojos se

encontraron y Cal apartó la mano tan rápidamente que perdió el

equilibrio. Al ver que se caía quise agarrarlo, y lo siguiente que supe fue

que ambos acabamos en el suelo. Yo me di contra la pared de agua de la

derecha y él contra la de la izquierda. Me sumergí en el agua, y ésta me

escupió de vuelta al camino.

Me senté en el suelo, con el pelo goteando sobre mis ojos. Cal se sentó

frente a mí, empapado de arriba abajo. Parecía totalmente

desconcertado. De nuevo nuestras miradas coincidieron.

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Y esta vez los dos explotamos de risa.

—Dios mío —balbuceé—. ¡Tu cara!

—¿Mi cara? —contestó. Sus carcajadas disminuyeron hasta convertirse en

una risita ahogada—. Deberías ver tu pelo.

Se levantó inclinándose para tenderme una mano. La tomé, agradecida.

Una vez en pie, pasé la mano por delante de mi cuerpo, haciendo que la

magia revolotease desde mis dedos para secarme el pelo y la ropa. Cal

hizo lo mismo y entonces nos estudiamos mutuamente.

—Está bien, ahora que sentirnos incómodos el uno con el otro ha llegado

incluso a causarnos daños físicos, creo que es hora de que hablemos, ¿no

te parece? —Me lanzó media sonrisa y se volvió hacia el camino—. No

tenemos que comportarnos como si fuésemos extraños. Estos últimos días,

desde que pasó lo de Elodie, he estado pensando. —Respiró hondo y supe

que ésta iba a ser una de esas raras ocasiones en que Cal iba a decir

muchas palabras de una sola vez—. Me gustas, Sophie. Mucho. Y durante

un tiempo he llegado a pensar que lo nuestro iría en serio. Pero tú amas a

Cross.

Lo dijo como si lo tuviera totalmente asumido, pero pude ver cómo se le

enrojecían las orejas.

—Sé que he dicho cosas bastantes desagradables sobre él —continuó—;

pero estaba equivocado. Es un buen tipo. Así que supongo que lo que

quiero decir, como prometido tuyo, es que me gustaría que fuésemos algo

más que simples amigos. —Se dio la vuelta para mirarme—. Pero como

amigo tuyo, quiero que seas feliz. Y si es a Cross a quien quieres, no me voy

a interponer.

—Soy la peor prometida del mundo, ¿verdad?

Cal se encogió de hombros.

—Qué va. Una vez conocí a una bruja que había quemado a su

prometido.

Riendo por no llorar, levanté los brazos con la intención de abrazarle. Él me

apretó contra su pecho. Ya no había tensión entre nosotros y supe que la

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calidez que sentía en el estómago era amor. Sólo que de otro tipo.

Moqueando un poco, me aparté y me froté la nariz.

—Vale, ahora que hemos acabado con la parte más dura, vamos a por el

Infierno.

—¿Hay sitio para dos más?

Me volví sobresaltada y vi a Jenna y a Archer de pie en el camino. La

mano de Jenna agarraba la manga de Archer intentando tenerse en pie.

La única palabra que pude articular fue:

—¿Qué?

Archer avanzó unos cuantos pasos.

—Hasta ahora esto ha sido un trabajo en equipo. No veo por qué debería

cambiar ahora.

—Pero vosotros no podéis entrar en el Infierno conmigo —les recordé—. Ya

oísteis a mi padre, soy la única con suficientes…

—Con suficientes poderes. Sí, eso lo entendimos —dijo Jenna—. Pero

¿cómo se supone que vas a llevarte todo ese montón de Cristal del

Demonio? Te quemará. Hemos pensado que quizá tengas suficientes

poderes para que podamos entrar todos. —Hizo un gesto para sí misma y

los chicos—. Además, tampoco es que nosotros no tengamos ningún

poder.

Sabía que debía decirles que volviesen. Pero tener a los tres allí me hacía

sentir mucho mejor, y mucho menos aterrorizada. Así que al final, suspiré

exageradamente y dije:

—Vale, de acuerdo. Pero sabed que acompañarme hasta el Infierno os

convierte en los compinches definitivos.

—Maldita sea, yo esperaba tener el papel del elegante y encantador

objetivo amoroso —dijo Archer, cogiendo mi mano.

—Cal, ¿andabas detrás de algún papel en concreto? —le pregunté, y él

miró con pesar hacia la roca escarpada que se cernía amenazante sobre

nosotros. Acto seguido, se oyó un chirrido de piedra contra piedra. Todos

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miramos hacia la obertura que acababa de aparecer frente a nuestros

ojos.

—Sólo espero no ser el Chico-que-se-Muere —murmuró Cal.

Nos paramos ante la entrada.

—Entre nosotros cuatro hemos derrotado espíritus malignos y hemos

sobrevivido a ataques de demonios y a L’Occhio di Dio. Prácticamente

hemos resucitado muertos —dije—. Podemos con esto.

—¿Ves? Discursos inspiradores como ése son los que te convierten en la

líder —dijo Archer apretándome la mano.

Y así, avanzando como si fuésemos uno, nos adentramos en la roca.

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Capítulo 29

Tan pronto como estuvimos dentro, la entrada se cerró detrás de

nosotros.

—Cómo no —escuché a Archer decir para sí. Levanté los dedos y de ellos

surgió una esfera luminosa. No es que fuese de mucha ayuda. Todo lo que

alcancé a ver fue un montón de oscuridad, granito pulido y poco más.

—Así que esto es el Infierno —dijo Jenna—. Para ser sincera, me lo

imaginaba más caliente.

Eché un vistazo en la penumbra.

—No tengo ni idea —acabé confesando—. ¿Alguien ve algún cartel que

diga: «Infierno, por aquí»? ¿A ser posible con una flecha?

—Desgraciadamente no —contestó Archer—. Pero siento algo extraño.

¿Me pasa sólo a mí?

Ahora que lo mencionaba, yo también sentía algo. Era como si la caverna

contuviese una energía casi imperceptible. Al bajar la vista, comprobé que

el vello de mis brazos estaba totalmente erizado. En mi interior sentía la

magia revolverse y latir con fuerza.

—No, estoy segura de que estamos en el lugar correcto. Lo que significa

que probablemente debería hacer esto. —Me puse de cara a los tres y me

concentré tanto como pude—. Manteneos a salvo —dije entonces.

Eso fue todo lo que se me ocurrió como hechizo de protección, pero

inmediatamente sentí que mi magia empezaba a crecer y luego a fluir

suavemente desde mis manos. El hechizo, de un blanco lechoso, formó

volutas alrededor de Archer, Jenna y Cal antes de asentarse sobre ellos.

—De acuerdo, chicos, ¿os sentís protegidos?

—Yo sí —dijo Archer—. También me siento como si alguien se hubiese

propasado conmigo, pero eso no tiene nada que ver.

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Puse los ojos en blanco.

—¿Y vosotros dos?

—Sí —contestó Cal—. Lo que quiera que hayas hecho, creo que ha

funcionado.

—Lo mismo digo —añadió Jenna.

—Formidable.

Comencé a avanzar y los demás me siguieron.

—Archer —dije—, ¿quieres compartir con nosotros algún dato sobre el

Cristal del Demonio que nos pueda ser de ayuda?

—Hum, vale. Bien, después de la guerra en el Cielo, los ángeles que habían

luchado en el bando equivocado fueron relegados al nivel más básico.

—Correcto —asentí—. Papá me lo contó. Los demonios no son más que

pura magia negra. Hasta que se les adjudica un cuerpo, claro.

—No lo sé, a veces cuando pareces pura magia negra... ¡au!

Archer se detuvo cuando le di un codazo en el costado.

—Comoquiera que sea —continuó—, los demonios fueron llevados a la

fuerza a otra dimensión. Lo que la gente llama el Inframundo, o el Infierno,

o como queráis. Supuestamente, allí es donde se encuentra el Cristal del

Demonio, que no es más que piedra impregnada de toda esa magia

negra. Básicamente, kriptonita demoníaca.

—Entonces ¿vamos a viajar a otra dimensión? —titubeó Jenna—. ¿Cómo

con el Itineris?

—Ésa es la idea —contestó Archer.

Teniendo en cuenta que el Itineris dejaba a Jenna al borde del colapso,

comprendí que pareciese un poco asustada.

—Pues esto no parece otra dimensión —dije—. Simplemente parece...

—Una cueva —sentenció Cal.

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—Sí, una cueva.

Tan pronto como lo dije, mi corazón empezó a palpitar. La claustrofobia

comenzaba a causarme problemas.

—Aparte de la sensación de que hay algo extraño en el aire, no siento

nada que me haga pensar que estamos en el verdadero Infierno.

Apenas salieron las palabras de mi boca cuando la esfera de luz se esfumó

con un zumbido. Junto a mí, Jenna dio un grito de asombro. Intenté traer la

luz de vuelta. Cuando de pronto pude verlos a todos de nuevo, pensé que

lo había conseguido. Pero entonces noté que la luz de la caverna no era la

luz tenue y azul que yo había creado. Aquélla era de un amarillo naranja

chillón, casi como el de una farola.

Parpadeé. Era una farola. Y ya no estaba en una cueva. Estaba en una

habitación. La habitación de un motel, a decir por la alfombra barata y las

camas de matrimonio idénticas. En una de las camas había dos figuras y

por el sonido de su respiración, suave y constante, supe que estaban

durmiendo.

—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó Archer al mismo tiempo que un

débil gemido alcanzaba mis oídos. Era Jenna. Estaba de pie junto a mí con

los ojos muy abiertos y tapándose la boca con la mano.

La agarré del brazo.

—¿Qué te pasa? —pregunté.

Un crujido de madera retumbó en la habitación y tres hombres vestidos de

negro entraron corriendo. Uno de ellos me rozó y su presencia era tan real

y sólida como la de Cal a mi lado. Las figuras de la cama se sentaron

gritando. Fue entonces cuando pude ver el mechón rosa. No había

ninguna duda: una de esas dos personas era Jenna. Mi amiga saltó de la

cama enseñando los colmillos, mientras los hombres de negro (que no eran

otra cosa que miembros de L'Occhio di Dio) levantaban estacas de

madera por encima de sus cabezas. Oímos un espantoso sonido de

alguien que chupaba sangre cuando una de las estacas alcanzó su

objetivo: Amanda, la primera novia de Jenna. La chica que la convirtió en

vampira.

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Las dos Jennas, la de la habitación del motel y la que estaba junto a mí,

gritaron a la vez. Repentinamente, todo se oscureció. Sólo se oía nuestra

respiración agitada y el llanto tembloroso de Jenna.

—Está bien —murmuré abrazándola—. No era real.

—Sí lo era —contestó llorando—. Así fue exactamente como pasó.

No había nada que pudiese contestarle. Sentí que alguien se aproximaba

a nosotras y luego la voz de Archer, muy bajita, diciendo:

—Jenna, lo siento mucho.

Su única respuesta fue un sollozo desgarrado.

—Venga —dijo Cal—. Sigamos adelante.

Por lo menos ahora no cabía duda de que estábamos en el Infierno. Me

habían preparado contra cosas como el fuego y el azufre. Pero no para

entrar en un lugar que hacía revivir las pesadillas de tu propio pasado.

Tragando saliva, apreté aún más a Jenna contra mí, volví a encender la

esfera y continuamos la marcha.

Puede que avanzásemos unos diez metros antes de que mi luz volviera a

apagarse. Esta vez aparecimos en una sala de estar luminosa y alegre.

Nada de aquello me resultaba familiar. Miré hacia Cal y Archer.

—¿Alguno de los dos reconoce esto?

—No —dijeron al unísono.

El eco de un grito atravesó la habitación, que sonaba como si llegase de

algún lugar por encima de nuestras cabezas. Un hombre de pelo oscuro se

lanzó escaleras abajo hacia la sala de estar. Su camiseta estaba cubierta

de sangre y miraba de un lado a otro como un loco. «¡Elise!», gritó. A una

velocidad sobrenatural, otro hombre bajó la escalera saltando por encima

de la barandilla. Vislumbré el brillo de unas garras y cerré los ojos de golpe.

Cuando los volví a abrir, el hombre que había llamado a Elise yacía boca

abajo sobre la alfombra. El otro estaba de pie sobre él, jadeante, con las

manos, ahora humanas, goteando sangre. A su lado había una mujer, con

los ojos del color de la sangre y una expresión en la cara tan inhumana

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como la del hombre. Estaba embarazada, lo que de alguna manera hacia

que todo resultase diez veces más inquietante.

En algún lugar de la casa un niño pequeño empezó a llorar y el hombre

levantó la nariz para olfatear el aire. Sacudí la cabeza, confundida ante

aquella escena.

—Son demonios —murmuré. Sabía que no podían oírme, pero no pude

evitar susurrarlo—. Pero no los había visto nunca. Y si ella es un demonio y

está embarazada, su bebé...

Y entonces observé al hombre. Tenía el pelo oscuro y rizado. La forma de

sus ojos y nariz me resultaban familiares.

—Dios mío —exhalé—. Nick. Éstos son los padres de Nick. Él nació demonio.

Jenna había dejado de llorar.

—Entonces ¿qué es lo que nos está mostrando esto?

Cuando los demonios salieron volando por la puerta de delante, un niño

pequeño, quizá de dos o tres años, entró deambulando en la habitación.

Tenía una mancha de sangre en el moflete y los ojos le brillaban, llorosos.

Miré a Archer. Estaba tan pálido que casi parecía gris.

—Ésta era mi familia —dijo antes de que la escena se fundiese en negro—.

Esto es lo que les pasó. Siempre me lo había preguntado, pero... Dios. —La

voz se le ahogó en la garganta.

—Ya basta —dije—. Nos vamos de aquí.

La luz azul brilló de nuevo en mi mano.

—El Cristal del Demonio —consiguió articular Archer, recuperando el color

poco a poco.

—Al diablo —dije—. Buscaremos otra forma de volver, pero no podemos

quedarnos aquí. No quiero ver nada más.

Demasiado tarde. Antes de que pudiera dar media vuelta, pude sentir el

aire fresco resbalando sobre mi piel. Me inundó una esencia de lavanda y

el alma se me cayó a los pies. Estábamos en Thorne Abbey. Y frente a

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nosotros, acurrucada en el suelo, vi a Alice sollozando. Parecía tan joven,

tan aterrada y tan distinta de la poderosa criatura que yo había conocido.

Frente a ella, Alexei Casnoff sostenía el grimorio en sus manos. Había una

mujer rubia junto a él, con las manos tras la espalda. Era Virginia Thorne, la

bruja negra que había ayudado a Alexei a practicar el ritual de magia

negra. Alexei estaba recitando el hechizo. La luz centelleaba en el cielo

oscuro. Oí a alguien gritar y miré rápidamente a mi alrededor. Un tipo joven

corrió hacia Alexei con la intención de quitarle el libro de las manos. El

viento soplaba tan fuerte que no pude oír lo que el tipo decía. Escuché a

Alice gritar: «¡Henry!». Nada más decirlo, cubrió su vientre para protegerlo y

entonces supe que debía de ser Henry Thorne, el hermano de Virginia.

Alice estaba embarazada cuando la transformaron y papá sospechaba

que Henry era el padre. Por la cara de terror de Alice supe que era cierto.

Y entonces vi como Alexei Casnoff levantaba su mano, como si espantase

un bicho, y lanzaba un rayo de magia a la frente de Henry Thorne, que

cayó muerto al instante.

«¡No!», gimió Alice a la vez que Virginia Thorne daba un grito. Con el mismo

gesto despreocupado con que acababa de matar a su hermano, Alexei

mató también a Virginia. La luz se intensificó hasta tal punto que tuve que

apartar la vista. Justo antes de hacerlo, Alice me miró fijamente. Sé que en

realidad no me estaba mirando a mí. Sólo miraba en mi dirección. Pero

aun así, sus enormes ojos llenos de lágrimas del mismo azul que los míos se

me clavaron en el alma.

Luego la escena se evaporó.

—Por favor —dijo Jenna gimoteando—. Por favor, vámonos.

Tropezando en la oscuridad, asentí.

—Secundo la propuesta —dije, estirando el brazo para mantener el

equilibrio. Tan pronto como mis dedos encontraron la pared de la caverna,

los aparté con un grito de dolor.

—¡Sophie! —gritaron Cal y Archer al mismo tiempo.

—Estoy bien —dije, con la mano contra el pecho—. Es sólo que la pared

me ha quemado.

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Convoqué otra esfera de luz y ascendieron unos ribetes rosados desde mis

dedos. Miré de nuevo a la pared. Hasta ese momento había atribuido el

brillo de la pared rocosa a la humedad, pero ahora no cabía duda.

—Es Cristal del Demonio —dije—. Todo este espeluznante lugar está hecho

de Cristal del Demonio.

No dudé un segundo. Levantando mi mano herida, añadí:

—Chicos, vosotros preparaos para coger el máximo posible de esta cosa, y

luego nos lo llevamos. ¿Entendido?

—Entendido —repitieron todos a la vez.

Respiré hondo y cerré los ojos.

—Romper —dije.

Docenas de trozos cayeron al suelo sin causarnos daño alguno. Jenna,

Archer y Cal se abalanzaron para recogerlos y luego corrimos en la

dirección por la que habíamos llegado. La luz se encendió otra vez,

seguida de ruidos demasiado débiles para distinguirlos.

Mientras corríamos, pude oír la escena que se reproducía a mi espalda.

Hubo gritos, uno de los cuales sonó extrañamente familiar. De hecho,

sonaba parecido a mi voz.

Paré en seco. Cal seguía mirando por encima de su hombro, pero antes de

que pudiese ver lo que estaba mirando, me empujó hacia delante.

—No te detengas —gruñó.

Más adelante, la abertura había vuelto a aparecer y nos lanzamos hacia

ella. Al poner los pies en el sendero embarrado patiné, me resbalé e hice

cuanto pude por mantenerme en pie. Cuanto antes pudiera salir de aquel

sitio, mejor. Sólo cuando oímos el chirrido de piedra contra piedra, nos

detuvimos y miramos atrás. La entrada en la roca había desparecido; sentí

tanto alivio que casi me desplomé.

Entonces miré los fragmentos de cristal que los demás sostenían.

—Maldita sea —dije sin aliento—, lo hemos logrado.

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Había imaginado que si conseguíamos sacar el Cristal del Demonio de allí,

prácticamente de un salto estaríamos de vuelta en la orilla. Pero el precio

que habíamos pagado por obtener aquellas armas había sido

espantosamente alto y, mientras caminábamos con dificultad por aquel

sendero de limo, supe que todos estábamos pensando en lo que el Infierno

nos había mostrado.

Como si leyera mi mente, Jenna dijo:

—¿Así que eso es lo que hace el Infierno? ¿Te muestra las cosas más

horribles que te han sucedido a ti o a tu familia? —Jenna nos miró a Archer

y a mí—. ¿Como una especie de circo de los horrores?

—A mí me ha parecido bastante infernal —dijo Archer, todavía un poco

perturbado.

—No creo que sean únicamente cosas que han pasado —dijo Cal—. Quizá

también sean historias que sucederán.

Me detuve, apartándome el pelo de la cara.

—¿Qué es lo que has visto allí dentro, Cal?

Sacudió la cabeza,

—No importa —contestó. Pero mientras pasaba por donde estaba yo, su

mirada se entretuvo un momento en Archer. Recordé el grito. El que había

sonado parecido a mi voz.

Y mientras hacíamos el camino para volver con mis padres y las Brannick,

no pude evitar sentir que, aunque la caverna había sido una verdadera

pesadilla, lo peor aún estaba por venir.

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Capítulo 30

De vuelta en la casucha usé mi magia para preparar té caliente y una

sopa de tomate. Les conté a mamá y a papá lo que había ocurrido,

minimizando cuanto pude lo horrible que había sido. Mientras lo hacía,

mamá daba vueltas alrededor de la mesa, arropándonos con mantas.

—No estamos en estado de shock —le dije enrollándome la manta hasta el

cuello.

—Pues tenéis un aspecto horrible —contestó.

—El infierno causa estragos en la piel —dijo Archer en broma, aunque diría

que su corazón no bromeaba en absoluto. Bajo la mesa, apoyé mi mano

en su rodilla y él, su mano sobre mis dedos.

—Decís que la caverna os mostraba escenas —dijo papá mientras atizaba

el fuego aunque la habitación ya estaba caliente—. Jenna, a ti te enseñó

la muerte de la vampira que te convirtió.

Jenna sopló la sopa y echó una mirada a papá.

—Yo la llamaba mi novia, o Amanda, pero sí.

Papá inclinó la cabeza.

—Por supuesto. Te pido disculpas. Sophie, tú viste la trasformación de Alice.

Asentí.

—Y el asesinato de mi bisabuelo. Es extraño que se me mostrara esto

cuando hay muchas otras cosas horribles que me han sucedido

directamente a mí —dije, empezando a contar con los dedos—. Presenciar

el asesinato Elodie, tener que matar a Alice, escapar de un edificio en

llamas con la ayuda de un fantasma…

Al mirar a mis padres y verlos tan deprimidos añadí:

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—Ah, y aquel atroz corte de pelo estilo paje cuando estaba en sexto

grado.

Hubo unas pocas sonrisas tristes, pero creo que sólo pretendían seguirme la

corriente.

—Sí, pero aquel hecho fue directamente responsable de todos los demás

—dijo papá—. Bueno, excepto el corte de pelo. Sospecho que eso podrías

cargarlo en la cuenta de mamá.

—¡James! —protestó mamá, fingiendo molestarse. Tampoco me convenció

el gesto serio de papá, que pareció sonreír fugazmente. Su expresión se

agravó cuando se volvió hacia Archer y dijo—: Y tú viste cómo los

demonios asesinaban a tus padres.

La cuchara de Archer sonó al tocar el fondo del plato.

—Sólo a mi padre. Pero cuando ese día entré en la habitación, tenía en la

cara sangre que no era mía, así que supongo que mi madre ya estaba

muerta.

Papá frunció el cejo, sumido en sus pensamientos.

—La mujer demonio estaba embarazada —le dije—. Y el tipo se parecía

mucho a Nick. Yo creo que eran sus padres.

—Claro —exclamó papá con los ojos como platos—. Los hermanos

Anderson. Ambos desaparecieron junto con sus mujeres, unos quince años

atrás. Todo el mundo creyó que habían pasado a la clandestinidad, por así

decirlo. Lara tenía una estrecha amistad con la esposa más joven. Una

amistad muy estrecha.

—Espera, entonces el demonio hombre y el padre de Archer, ¿eran

hermanos? —pregunté—. Esto convertiría a Archer y a Nick en…

—Primos —remató Archer, aún removiendo la sopa—. Supongo que

deberían darnos la medalla a la familia disfuncional, ¿no creéis?

Se hizo un silencio incómodo. La cuchara de Archer sonó de nuevo contra

el plato, mientras revolvía la sopa una y otra vez. Finalmente, dijo:

—¿Así que me llamo Anderson de apellido?

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Sus ojos se encontraron con los de papá.

—Sí. Si estoy en lo cierto, tu padre era el mayor, Martin. El nombre de tu

madre era Elise.

Archer pareció atragantarse.

—Ése fue el nombre que mi padre pronunció en la visión o lo que quiera

que fuese aquello.

Papá sonrió con tristeza.

—No conocí a tus padres personalmente pero, según lo que oí acerca de

ellos, eran buenas personas. Y se desvivían por su único hijo: tú.

El silencio ahora resultaba pesado y tangible. Bajo la mesa, los dedos de

Archer se enroscaban con fuerza en los míos.

—¿Sabes…?

—Daniel —dijo papá con voz suave—. Tu nombre era Daniel Anderson.

Archer dejó caer la cabeza hacia delante y pude ver dos lágrimas

silenciosas resbalando por sus mejillas hasta caer en la sopa. Luego arrastró

su silla hacia atrás y salió por la puerta. Me levanté para seguirlo, pero

papá puso la mano en mi brazo.

—Dale un minuto.

Me mordí la mejilla por dentro pero asentí.

—Está bien.

Me senté de nuevo mientras olía el té y tomaba la taza entre las manos.

—Y ahora ¿qué?

—Bueno, ahora por lo menos contamos con una forma de defendernos de

los demonios de los Casnoff —dijo Aislinn hablando por primera vez. Ella,

Izzy y Finley se habían reunido con nosotros en la orilla, y ahora las tres

estaban envolviendo el Cristal del Demonio con ropas y metiéndolo en un

saco de lona—. Creo que entre las tres podríamos llevarlos a todos de

paseo.

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Me estremecí.

—Quieres decir matarlos.

—No, llevarlos a comprar helados —se mofó Finley.

Su madre dijo con voz suave y peligrosa:

—Finley, hoy Sophie se ha adentrado en el infierno por nosotras. Ella es tan

Brannick como tú y vas a tratarla con respeto.

Avergonzada, Finley me miró con la cabeza gacha y murmuró:

—Lo siento.

—No te preocupes —respondí—. Pero hablo en serio. ¿Matarlos es la única

opción?

—Es la más sencilla—dijo mamá, sentándose en la silla vacía de Archer—.

Cariño, sé que alguno de aquellos chicos eran tus amigos, pero nada los

hará volver.

—¿Es eso cierto? —le pregunté a papá—. ¿Se han ido para siempre?

Papá se movió incomodó en su silla.

—No necesariamente. Pero Sophie, el riesgo que conlleva traerlos de

vuelta es tan alto que cuesta de imaginar.

—Puedo imaginar todo tipo de cosas —le dije—. Ponme a prueba.

Me pareció detectar orgullo en sus ojos. O quizá fuese sólo un brillo de:

«¿por qué mi hija está tan loca?». Aún así, me respondió:

—Si destruyes tanto el ritual como al brujo que lo utilizó, el hechizo puede

revocarse.

Me encogí en hombros.

—No suena tan difícil.

—Aún no he terminado. Tienen que destruirse simultáneamente.

Tragué saliva e intenté parecer alegre.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—De nuevo, no parece tan difícil. Hacemos que Lara sostenga el papelito,

los liquidamos con… fuego o algo así. Y ¡Zas! Revocación de demonios al

instante.

—Deben ser destruidos en el foso donde se invocó a los demonios —

continuó papá como si yo no hubiera dicho nada—. Y por si fuera poco,

deberás hacer un conjuro que cierre el foso con el ritual y el brujo dentro. Y

es un ritual tan intenso que cualquiera que estuviera cerca del foso podría

acabar dentro.

—Como la persona que hizo el conjuro.

—Como toda la maldita isla en la que se encuentra el foso.

—Ah, vale. Bien, eso es un autentico reto. Pero no es imposible. Y tenemos

el grimorio. Eso es un punto a favor, ¿verdad? Aunque el ritual para invocar

demonios no se encuentre en él.

—Sophie Alice Mercer—dijo mamá advirtiéndome.

Papá dijo:

—Atherton.

Y Aislinn:

—Brannick.

Levanté las manos.

—Mirad no me importa cómo me llaméis. Seré todas las Sophies a la vez,

¿qué os parece? Pero escuchadme: tengo que intentarlo, ¿vale? Por Nick,

Por Daisy, por Anna y por todos esos niños convertidos en armas durante

años. Por favor…

—Sophie tiene razón —dijo Cal, Inclinándose hacia adelante—. Si podemos

detener a los Casnoff y traer de vuelta a esos niños, ¿no es eso mejor que

tener que matarlos?

—Coincido totalmente —dijo Jenna.

Mis padres se miraron unos instantes, luego mamá se volvió hacia su

hermana.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

217

—¿Puedes ganar algo de tiempo para ella? ¿Mantenerla a salvo hasta

que pueda encontrar el ritual, y, con suerte, destruirlo?

—Podemos —se adelanto Finley.

Izzy asintió y dijo:

—Estaremos a su lado. Incluso si no lograra destruir a la bruja, el hechizo y el

foso, por lo menos conseguirá a alguno de los tres, ¿no es cierto? Eso tiene

que servir de algo.

Papá dio un largo bufido, frotándose la cara con las manos.

—Sí. Puede que sirva para algo —dijo finalmente sonriendo con tristeza—.

Sería mejor que llegásemos de noche, ¿no creéis? Gracias a la diferencia

horaria, en la isla de Graymalkin aún es temprano. Así que, ¿nos vamos al

atardecer?

Uno a uno, todo el mundo asintió. Al atardecer tomaríamos el Itineris de

vuelta a Hex Hall y acabaríamos con aquello.

—Deja que se lo cuente a Archer—dije, quitándome la manta de los

hombros al levantarme. Fuera, se había levantado el viento. Con el pelo en

la cara escudriñe la orilla buscando a Archer. Al no verlo, asomé la cabeza

dentro de su tienda. Tampoco estaba allí. Rodeé la casa, entornando los

ojos para protegerlos del sol, en busca de una sombra familiar entre las

rocas y el verdor.

Vi algo moverse con el rabillo del ojo y me volví en aquella dirección,

aliviada.

Pero no era Archer. Era Elodie ondeando en la brisa. A la luz del día, era

aún más translucida, y su pelo rojo flotaba como si estuviera bajo el agua.

—Se ha ido —leí en sus labios—. Ha tomado el Itineris.

Hundida, pregunté:

—¿Adónde?

Pero ya conocía la respuesta y ella confirmo mis sospechas:

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Se ha ido con los del Ojo. Me pidió que te dijese que lo siente, pero que

debía hacerlo.

—¿Lo has visto? —pregunté llorando.

—He estado deambulando por aquí desde que llegasteis, pero no me

había hecho visible hasta ahora. Pero él debía saber que yo estaba aquí

porque me ha llamado. Me ha dicho que yo no le debía nada, pero que a

ti sí te debo algo.

Su imagen era tan tenue que costaba discernirla, pero creí ver un fugaz

gesto de arrepentimiento en su cara.

—Él tenía razón. Lamento lo que paso con Cal. No estuvo bien heriros a

vosotros dos sólo para hacer daño a Archer.

—Disculpas aceptadas —le dije, y para mi sorpresa, estaba siendo sincera

al hacerlo—. ¿Qué te ha dicho?

—Sólo eso. Que se iba con los del Ojo y que lo siente.

Elodie frunció el cejo.

—Ah, y algo extraño sobre contarte que sigue sintiendo lo mismo por

aquella tienda de campaña y que promete decírtelo en persona cuando

vuelva a verte.

Mi risa sonó entre la carcajada y el sollozo.

—Menudo cabeza hueca… —balbuceé.

Elodie asintió, de acuerdo conmigo:

—Un auténtico cabeza hueca.

Cuando deje Thorne Abbey con la espada de Archer en mis manos, tuve

la sensación de que, de alguna manera, todo saldría bien.

«Por favor —pensé—. El resto de mi magia ha vuelto, espero que el resto de

las cosas salgan igual de bien.»

Pero no hubo más respuesta que el sonido del viento silbando.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

219

Capítulo 31

La mañana siguiente, nos reunimos junto a la gran roca que protegía al

Itineris. Yo llevaba mi uniforme de Hex Hall, imaginando que sería lo menos

llamativo que podía vestir para colarme de nuevo en el colegio. Jenna se

había puesto lo mismo, y también la menor de los Brannick. Ninguna de las

dos parecía muy contenta, a juzgar por la manera en que tiraban de sus

faldas.

—¿Llevabais calcetines hasta las rodillas todos los días? —preguntó Izzy

arqueando la ceja—. Es motivo suficiente para demoler este lugar.

Aunque estaba preocupada y asustada, me reí entre dientes.

—Pues espera a que lleguemos y veas lo que se siente al vestir un uniforme

de lana en clima húmedo. Querrás hundir la isla entera.

—No está tan mal —dijo Cal.

Jenna soltó una risotada.

—Lo dice el chico que lleva franela en agosto...

—Está bien —dijo Aislinn, ajustándose la funda de la pistola en la cintura.

Tres hojas de Cristal del Demonio pendían de la correa. Izzy Y Finley

llevaban algo parecido amarrado bajo sus chaquetas, igual que Jenna y

Cal. Yo no llevaba armas por motivos evidentes. Me eché un vistazo a la

punta de los dedos, todavía de color rosa por las quemaduras. Por lo

menos hacían juego con mi otra cicatriz de Cristal del Demonio, el corte

profundo y violeta que surcaba la palma de mi mano.

Ese tipo de pensamientos me ayudaban a controlar el miedo a lo que

estaba a punto de pasar. Cuando volví a prestar atención Aislinn estaba

diciendo:

—... y que Sophie consiga el ritual.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Sacudí la cabeza; no era momento para soñar despierta. Claro que ya

habíamos repasado el plan una docena de veces. Primero iríamos al

colegio. Luego Aislinn y Finley harían salir a los Casnoff mientras Izzy, Jenna,

Cal y yo nos colábamos en el edificio y buscábamos el ritual. Aislinn y Finley

conducirían a Lara y los demonios que había liberado (fueran cuantos

fuesen) en dirección al foso. Allí los alcanzaría yo con el ritual y entonces,

usando el hechizo del grimorio, destruiría a las Casnoff, el ritual y el mismo

foso con una explosión de destrucción masiva.

Sonaba realmente sencillo. Incluso fácil. Pero si algo había aprendido el

pasado año era que nada resulta fácil cuando se trata de magia.

—¿Todo el mundo lo tiene claro? —preguntó Aislinn.

—Como el agua —suspiré.

—De acuerdo; Finley y yo iremos primero. Esperad unos minutos y luego id

Sophie, Jenna, Izzy y Cal.

—Y nosotros esperaremos aquí —añadió papá, afirmando con la cabeza

hacia mamá. La noche pasada, todos habíamos acordado que era

demasiado peligroso para papá venir con nosotros a Graymalkin. Sin

poderes no tendría forma de defenderse y yo me distraería demasiado

preocupándome por él.

Me puse frente a mis padres y los rodeé, estrechándolos en un abrazo

colectivo.

—Estaré bien —dije, aunque el temblor en mi voz me delataba—. Lloverán

golpes sobre las Casnoff. Quizá hasta consiga una nueva cicatriz para mi

colección.

Los dos me abrazaron aún más fuerte.

—Te queremos, Soph —dijo mamá.

—Bastante —dijo papá haciéndome reír.

Me aparté antes de que las lágrimas volvieran a avergonzarme y cogí la

mano de Jenna. Aislinn y Finley ya se habían ido.

—¿Preparados? —pregunte.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Preparados —respondieron todos en voz baja. Miré a mamá y a papá

por encima de mi hombro. Estaban abrazados por la cintura.

Di un paso al frente. La oscuridad creció y sentí aquella horrible calma en

mi interior. Y entonces, de repente, me encontré de vuelta en la arboleda

de la isla de Graymalkin. No podía decir si fue gracias a mi magia (que se

había vuelto más fuerte) o a la adrenalina que recorría mis venas, pero el

aterrizaje no me pareció tan duro esta vez. Para Jenna no fue tan fácil, y

Cal tuvo que ayudarla a recuperarse poniendo una mano en su frente. Su

respiración se tranquilizo al momento, y sus mejillas recuperaron algo de

color.

—Gracias —suspiró.

Desde algún lugar en la distancia me pareció oír un búho.

—De acuerdo, chicos, ¿listos para la masacre? —les pregunté.

Izzy aún parecía un poco débil, pero tomó mi mano con decisión. Jenna

me cogió la otra y Cal se acercó por detrás y me rodeó la cintura.

Cerré los ojos y me concentré. Tras un golpe de aire frio, nos encontramos

en el césped de Hex Hall. Y justo en medio de lo que parecía ser la

segunda guerra mundial.

Tan pronto como abrí los ojos vi un rayo de magia volar hacia mí. Lo desvié

con la mano justo a tiempo, pero venía otro detrás. Éste alcanzó a Izzy en

el hombro izquierdo. Gritó. En unos segundos Cal llegó junto a ella y la

arrastró hacia los árboles. Hice un esfuerzo por entender la pesadilla que se

estaba librando a mí alrededor. Había demonios por todas partes. O mejor

dicho: hombres lobo convertidos en demonios que iban y venían con los

ojos inyectados en sangre disparando destellos de color púrpura con sus

garras. Hadas convertidas en demonios que flotaban resplandecientes,

con aquella luz sobrenatural, agitando el aire con sus alas negras. Estaban

luchando contra algo y, al principio, busqué con los ojos a Finley y a Aislinn,

pensando que estarían en medio de aquello. Pero no, estaban luchando

entre ellos.

Sacudí la cabeza sin querer creer lo que estaba viendo. En el sótano había

visto sólo unos quince demonios. Pero en el césped los había a docenas y

ni rastro de Finley y de Aislinn.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Intenté ordenar mis ideas. Debía entrar en la casa y encontrar el ritual. Pero

al divisar a una hada demonio merodeando en la entrada, me pareció

imposible.

Así pues, seguí a Izzy y a Cal hacia los árboles. Jenna me siguió los pasos.

Los cuatro nos agachamos, asimilando la escena infernal que se

desarrollaba frente a nosotros.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Cal.

Observé que los demonios gruñían, daban bufidos y se arañaban entre

ellos.

—Están luchando —murmuré—. Es lo que pasa con los demonios. No son

los seres más controlables del universo. Dios, seguro que Lara ni siquiera es

consciente de lo que ha desatado.

Con un gesto de dolor, vi que una hada demonio atacaba a una figura

que me era familiar: Daisy. El hada podía haber sido Nausicaa, pero era

difícil de decir. Las alas que un día fueron verdes, ahora eran azul marino

oscuro y sus bordes parecían afilados como navajas.

Me sacudí el miedo de encima y dije:

—Pero no importa. Lo importante es encontrar el ritual y a las Casnoff y...

Terminé la frase con un grito al notar algo que arremetía contra mí. No, no

contra mí. Dentro de mí.

Elodie.

Esta vez mi magia le devolvió la embestida y su fantasma revoloteó a unos

centímetros de mí, equilibrándose con las manos.

—Lo siento, lo siento —dijo moviendo los labios—. Iba con prisa. El ritual no

está en la casa. Lo tiene Lara.

—¿Qué?

—Supo que veníais. No sé cómo pero se enteró. Sophie, todos son

demonios. Cada uno de los alumnos de Hex Hall. Los ha convertido a

todos.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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El colegio tenía unos cien alumnos.

—¿Dónde está Lara?

—Está en el foso. Está trabajando en los pocos alumnos que quedan.

La expresión «trabajando en» me hizo temblar.

—Izzy, ¿Cómo estás?

Aunque Izzy se apoyaba en Cal, metió la mano bajo su chaqueta,

completamente seria y sacó su hoja de Cristal del Demonio.

—Estoy bien.

No estaba segura de creerle. Sin embargo, le ofrecí mi mano.

—Voy a usar el hechizo de transportación. Nos llevara directos al foso. Pero

cuando lleguemos… —miré a todos a los ojos—. Va a ser terrible.

Seguramente peor que terrible.

—Nos las apañaremos —dijo Cal.

—Sí —dijo Jenna sonriendo débilmente—. Somos unos tipos peligrosos por

méritos propios.

Apreté su mano.

—Has dado en el clavo.

Nos apiñamos los cuatro y aunque estaba exhausta después de hacer

tanta magia, me invadió el frescor de una ráfaga de aire.

Nada más aterrizar supe que estábamos en el lugar correcto. Había tanta

magia latiendo allí que me dolían los dientes y la piel. Abrí bien los ojos

para observar el profundo foso que Archer y yo habíamos visitado el

verano anterior. Entonces no era más que un agujero enorme en el suelo.

Ahora resplandecía con una luz verde e intensa. Lara estaba de pie junto

al borde del agujero, con el pedazo de pergamino arrugado en sus manos.

Mi corazón dio un brinco al verlo. El ritual.

Me levanté. Detrás de mí, a lo lejos, se oían aullidos. Probablemente, en

pocos minutos tendríamos a los demonios de Lara sobre nosotros.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Lara me diviso desde el otro lado del foso. La luz verde escalofriante

iluminaba su cara, haciendo que su sonrisa resultase siniestra al decirme:

—Sophie. Presentí que volveríamos a verte.

Si creía que yo iba a tener la típica «charla con el villano» de las películas,

estaba muy equivocada. Alcé una mano mientras la otra sacaba el

grimorio de la cintura de mi falda.

El poder comenzó a acumularse alrededor de la planta de mis pies,

ascendiendo por los tobillos, inundándome las piernas, el torso, hasta correr

brazos abajo y chisporrotear en la punta de mis dedos.

—Ah, sí —dijo Lara, apretando firmemente el ritual contra su pecho—.

Mátame. Destruye el hechizo. Cierra el foso. Y entonces todos estos

demonios volverán a ser normales.

Concentré mis poderes. Tenía que ser perfecto. No habría una segunda

oportunidad.

—Lástima de tu familia, claro.

Abrí los ojos, confundida, y seguí la mirada de Lara hacia el foso. Sentí

como si toda la magia y la sangre que corría por mis venas abandonasen

mi cuerpo gota a gota.

Allí, en el fondo, inconscientes, estaban Finley y Aislinn.

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Capítulo 32

Oí a Izzy llorando detrás de mí. Cuando me volví, Jenna la estaba

abrazando y le murmuraba algo. Los ojos de Jenna se encontraron con los

míos y supe lo que estaba pensando: ésta era mi única oportunidad para

acabar con aquello. Para matar a Lara y destruir el ritual. Para sellar aquel

horripilante foso y para que nadie fuera convertirlo en monstruo nunca

más. Eso es lo que Finley y Aislinn hubieran querido.

El fin justifica los medios.

Al verme dudar, Lara se rió.

—¿Ves?, ésa es la razón por la que tu familia no está hecha para mandar.

Siempre anteponéis el bien de los demás al vuestro.

—Eso es de lo que se trata en realidad, ¿verdad? —Contemplé con gusto

que su cara ya no parecía divertida cuando dije—: Estás enfada porque tu

padre decidió que prefería a sus espíritus amigos antes que a sus propios

hijos. Sigues hablando sobre lo mucho que sacrificó, todo lo que

entregasteis por la causa. ¿A qué te refieres con eso, Lara? ¿A tu madre?

Nunca he oído nada acerca de mamá Casnoff.

—Cierra la boca —masculló, apuntándome con los dedos. Bloqueé el

hechizo sin dificultad.

—Tu hermana estaba casada. ¿Qué le ocurrió a su marido? Admítelo. Tu

padre os lo arrebató todo a las dos, y entonces nombró a mi padre Jefe

del Concilio. —Sacudí la cabeza—. Esto no es más que una tremenda

rabieta con daños colaterales y voy a finiquitarla. Nadie más va a morir por

esto.

Así que apunté con el dedo al foso, concentrando toda mi magia en Finley

y en Aislinn. Al hacerlo, un rayo de poder voló a mis espaldas. Sin duda

alguna, era de Cal. Pero la especialidad de Cal era la magia curativa, sus

hechizos de ataque eran flojos. Su rayo rebotó en Lara sin causarle daño

alguno.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Ella levantó ambas manos en dirección a Cal, a Izzy y a Jenna. Les envió

un golpe de magia que los lanzó varios metros atrás. Oí sus quejas de dolor

al aterrizar contra el suelo. Entonces Lara disparó algo parecido a una

bengala hacia el cielo y de pronto desapareció. Apreté los dientes pero no

me permití perder la concentración. La magia que llegaba desde el

exterior era tan fuerte y tan oscura que tuve que poner todo lo que llevaba

dentro para combatirla. No sé si era el foso mismo el que las retenía dentro,

o si era algún hechizo de Lara.

Poco a poco, Aislinn y Finley empezaron a moverse para salir del foso.

Cuando estuvieron a pocos metros del borde, usé mis poderes para

elevarlas suavemente.

Izzy y Cal acudieron a su encuentro cuando cayeron desvanecidas. Izzy las

abrazó mientras que Cal intentó que recuperasen la conciencia. Contuve

el aliento hasta que finalmente las pestañas de Aislinn revolotearon y los

dedos de Finley empezaron a moverse.

Jenna vino junto a mí y puso su mano en mi brazo.

—Has hecho lo correcto —me dijo. Al ver a Izzy abrazando a su hermana y

a su madre, supe que era cierto. Pero a medida que el estrépito, los

aullidos y gruñidos se iban acercando, empecé a cambiar de opinión.

—Jenna, ¿has estado alguna vez en una pelea de demonios? —pregunté.

Negó con la cabeza, blandiendo su daga de Cristal del Demonio.

—Pues no. Pero tengo el presentimiento de que va a ser ultra-violenta.

—Quizá podríamos hablar con ellos —dije frotándome la nariz con el dorso

de la mano—. Sentarnos y charlar un poco.

—Y tomar el té.

—Sí… con la porcelana buena y esos sándwiches que no tienen corteza.

Cal se paró junto a nosotras. Aislinn y Finley se estaban poniendo en pie,

pero se podría decir que estaban muy lejos de recuperar toda la fuerza

característica de las Brannick.

—No quiero matar a esos chicos —dijo Cal.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—No creo que lo que nosotros queramos importe demasiado —añadió

Jenna. Clavé la mirada entre los árboles, mientras oía cómo mi destino se

acercaba.

La cuestión era ésta: se suponía que yo debía ser valiente, debía usar mi

magia el mayor tiempo posible y hacerlo a lo Braveheart. Pero no quería.

Quería llorar. Quería volver a abrazar a papá y a mamá. Quería ver a

Archer. Y quería saber que había hecho algo más que retrasar la muerte

de Aislinn y de Finley unos pocos minutos.

Así que no era ninguna chica estoica y peligrosa haciendo frente a las

hordas de demonios. No era más que una adolescente hecha un mar de

lágrimas que, acompañada de sus mejores amigos, debía hacer frente a

todo tipo de criaturas infernales que avanzaban de prisa.

Pude ver la silueta de una de las hadas demonio corriendo en nuestra

dirección. Recordé el borde afilado de sus alas y los cortes que hicieron en

los brazos de Daisy. Esta imagen hizo que mi brazo temblara mientras lo

levantaba. La magia que había usado para sacar a Aislinn y a Finley del

foso me había dejado sin demasiadas fuerzas y mis poderes ya no se

arremolinaban, sino que fluían con pereza bajo mis pies. Sin embargo, aún

me servirían un rato más.

Podía oír el batir de las alas del hada acercándose. Mis dedos lanzaron un

hechizo de ataque. Pero antes de impactar, algo serpenteó hasta el tobillo

del hada y lo aprisionó… Era un látigo plateado. Con un crujido, el hada

cayó al suelo y mi corazón se aceleró.

—Dios mío —dijo Jenna. No hacía falta que dijera nada más. Ya habíamos

visto era arma antes, cuando el Ojo asaltó el club Prodigium en Londres.

—Es el Ojo —dije incrédulamente.

Y entonces, puede que por primera vez en la historia de Prodigium, vi

como un demonio, un brujo y una vampira se sonrieron cuando repetí:

—¡Es el Ojo!

Y efectivamente, de entre los árboles, en la dirección del Itineris, salieron en

tropel varios individuos de negro.

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—¿Cómo? —preguntó Cal.

Y entonces uno de los tipos de negro empezó a correr hacia nosotros.

Supongo que es posible que fuera otro Ojo larguirucho, de pelo rizado y

oscuro, pero igualmente salté hacia él.

Archer y yo chocamos con tanta fuerza que me quedé sin respiración,

pero no me importó. Ya respiraría más tarde.

—Pensé que vendría bien algo de ayuda —me dijo—. Sólo somos unos

veinte. Los únicos a los que he logrado convencer. Pero algo es algo,

¿verdad?

Le estreché todavía más.

—Es más que algo.

Pero por mucho que me hubiese encantado quedarme allí abrazándole

para siempre, no era el momento. Lo aparté y le dije:

—Intenta no matarlos, ¿vale?

Arqueó una ceja e inmediatamente levantó una mano.

—No. No hay tiempo para bromas —proseguí—. Sólo… intenta retenerlos,

¿de acuerdo? Todavía tenemos la posibilidad de salvarlos.

Por primera vez en su vida, Archer no hizo ninguna broma. De hecho, no

dijo nada de nada. Sólo salió corriendo en dirección de la pelea. Yo me

puse a dar vueltas, pensando en salir disparada en busca de Lara.

Pero no fue necesario.

Lara estaba de nuevo en el borde del foso, pero esta vez sin aquel aire de

superioridad o diversión. Y no estaba sola. La señora Casnoff estaba frente

a ella, con su pelo blanco nuclear recogido elaboradamente. Llevaba uno

de los trajes azules de Hécate Hall y no había expresión alguna en su rostro.

Tenía una mano alzada y me di cuenta de que Lara estaba paralizada,

retenida por algún tipo de hechizo.

—¡Este colegio era un refugio para los nuestros! —gritó la señora Casnoff.

Tenía la voz ronca y desgarrada, pero pude oír el eco de la mujer que un

día conocí—. Y los has convertido en un infierno, Lara.

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—¡Lo hice por nosotras! —le contestó su hermana—. Esto es lo que papá

quería.

Pero la señora Casnoff, al igual que yo, ya no se creía aquella historia.

—Esto tiene que acabar —dijo, con décadas de tristeza en su voz. Lo

repitió—: Esto tiene que acabar.

La señora Casnoff me lanzó una mirada desde el otro lado del foso, y supe

lo que tenía que hacer.

Con las manos temblorosas, saqué el grimorio de la cintura de mi falda y lo

abrí por la página del ritual que sellaría aquel foso para siempre. Leí las

palabras en voz baja. Me ardía la boca por dentro al decirlas. En el interior

del foso, la luz verde empezó a apagarse.

—No —dijo Lara, más confundida que enfadada. Seguía congelada en el

borde con los brazos inmovilizados junto al cuerpo.

La señora Casnoff la rodeó con los brazos.

—Lo siento —leí en sus labios. Me miró de nuevo—. Lo siento.

Puso la mano en la espalda de su hermana. Hubo un único destello de luz

violeta y las dos cayeron al foso, muertas.

Para entonces yo estaba gritando a plena voz, pronunciando las palabras

del hechizo cada vez más de prisa mientras el suelo a nuestros alrededor

empezaba a temblar.

—¡Sophie! —oí gritar a Jenna, pero yo no podía moverme hasta que

aquello hubiese acabado. El ritual que había convertido a mi familia en

monstruos, que había matado a más gente de la que podía contar,

estaba acabando. Yo estaba acabando con él.

Estaba tan concentrada en aquello que ni siquiera noté que la tierra bajo

mis pies estaba cediendo.

Alguien más gritó mi nombre, quizá fuera Izzy. Y entonces caí dentro del

foso.

Al caer, me torcí el tobillo. Una ráfaga de dolor y calor me atravesó como

una bala. Grité y el grimorio se me escurrió de las manos. La tierra dio

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sacudidas, se revolvió y un montón de tierra me llovió encima. Intenté

lanzar una pequeña descarga de magia para salir flotando, pero el poder

que emanaba del foso era demasiado fuerte. No podía superarlo.

Bajé la cabeza, sacudida por el miedo y el dolor, intentando convencerme

de que todo estaba bien. Después de todo, estaba muriendo por una

causa mayor. Nick, Daisy, tal vez Anna y Chaston, podrían volver a ser

chicos normales (bueno, podrían volver a ser brujos y brujas). Nadie los

transformaría en demonios nunca más.

Me tendí en el suelo tratando de no mirar los ojos sin vida de la señora

Casnoff.

—El fin justifica los medios —murmuré, mientras los muros del foso

empezaban a derrumbarse hacia dentro.

Una mano me tocó el tobillo herido. Grité y encogí la pierna al sentir como

si me atravesaran bolas de fuego. Esperaba ver a Lara agarrándome o a

alguna de las criaturas que habían custodiado el foso. Pero no.

Era Cal.

Cuando su magia curativa me recorrió y los huesos del tobillo se soldaron

solos, me senté.

—¡¿Qué estás haciendo?! —grité por encima del ruido.

Negó con la cabeza y me arrastró de los pies. Después de aquello, todo

pasó tan rápido y yo estaba tan confundida que no entendía lo que Cal

pretendía hacer, hasta que sentí sus manos bajo mis pies levantándome en

el aire y otras manos tirando de mí hacia arriba.

—¡No! —grité, mientras Aislinn y Finley me ponían a salvo.

El foso se derrumbaba cada vez más de prisa. Le tendí una mano a Cal al

mismo tiempo que trataba de juntar toda la magia que había dentro de

mí.

—¡Sacadlo! —dije a voces— ¡Sacadlo fuera!

Demasiado tarde. La tierra dio una última sacudida, muy fuerte, y una gran

grieta se abrió en la entrada del foso. Cal se tambaleó hacia atrás,

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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cayendo contra el muro del fondo. En aquel momento nuestras miradas se

encontraron. Me quedé allí, tendida boca abajo, con el brazo aún

estirado. Jadeando.

—Está bien, Sophie —dijo Cal—. Está bien.

Hubo un destello de luz cegador y un ruido parecido al que haría una

montaña al hundirse. Jenna me apartó justo cuando el foso se

desplomaba. Me dio la sensación de que un escalofrío recorría toda la isla

y me pregunté, aturdida, si era de asco o de alivio.

Luego todo quedó en silencio.

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Capítulo 33

Alguien me sacudía.

—Sophie —me dijo una voz al oído—. Despierta.

Me volví desorientada. Tenía mechones de pelo pegados a la cara

humedecida por las lágrimas. Había estado llorando. Otra vez. Me senté y

por un momento me fue fácil creer que las últimas semanas no habían

existido. Estaba de nuevo en mi habitación, en la residencia de las

Brannick. El sol de la mañana se filtraba por la ventana estrecha. Puede

que nunca hubiese salido de allí. Puede que lo hubiese soñado todo.

Pero no. Jenna estaba sentada al borde de mi cama, con aire

preocupado, y Archer rondaba por la entrada. Y en la planta de abajo

estaban mamá y papá, las Brannick, Nick y Daisy…

Pero no Cal.

—¿El mismo sueño? —preguntó Archer y asentí, frotándome la cara con las

manos. Desde la noche en que usamos Itineris para escapar de Hex Hall,

con la isla entera sacudiéndose como fuera a hundirse en el océano,

había tenido pesadillas.

Papá decía que era de esperar con todo lo que había pasado. Pero hacía

un mes de aquello. ¿Cuánto iba a dejar de soñar?

—¿Estaba gritando otra vez? —pregunté apartando las mantas.

—Sólo llorabas —contestó Jenna comprensiva—. Mucho.

Intenté recordar el sueño, pero ya se estaba desvaneciendo. Cal aparecía

de nuevo, en el foso, y la tierra le caía encima. Y Lara, con el blanco de sus

ojos sin vida. Me estremecí.

Jenna fue a coger mi mano, pero me levanté y puse mi mejor sonrisa

tratando de hacerle entender que estaba bien.

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—Sólo ha sido un mal sueño —le dije.

Archer abrió la boca para decir algo per alcé la mano.

—Nada, más que un sueño —repetí—. ¿Los demás están ya abajo? Porque

no sé vosotros, pero yo estoy muerta de hambre.

En realidad no lo estaba. La idea de comer me revolvió el estómago, y

había perdido tanto peso que tuve que hacer magia para estrechar mi

ropa. Al pasar junto a Archer, me puso una mano en el hombro.

—Todo saldrá bien, Mercer —me dijo al oído, y por un instante, me apoyé

en él, empapándome de su calor y su presencia.

Me erguí y dije:

—Venga, vamos abajo. Nick y Daisy siempre acaban con todo el bacon.

Cuando llegamos a la cocina sólo quedaban dos lonchas. Nick y Daisy

estaban sentados a la mesa de fórmica con los platos casi vacíos, y Aislinn

hacía huevos revueltos en la cocina que había detrás de ellos. Me quedé

de pie en la entrada, asimilando la escena: una Brannick preparando el

desayuno para dos demonios. ¿Quién podía haber imaginado aquello?

Nick sonrió al verme. O más bien lo intentó. Al igual que todos nosotros,

Nick todavía tenía aquella mirada angustiada que hacía que una

expresión amistosa pareciera triste.

—Eh, buenos días, Sophie. Te he guardado una loncha de bacon. Y a ti

otra, Jenna —dijo, mirando por encima de mi hombro—. Lo siento, primito,

tú no has tenido suerte.

Archer se rió por la nariz, aunque se le notaba tenso. Se sentó en la silla más

alejada de Nick. No creía que Archer y Nick pudiesen llegar a tener una

relación más o menos normal. Después de todo, los padres de Nick habían

asesinado a los de Archer, y Nick había intentado matar a Archer, no una

vez sino dos.

Definitivamente, eso iba a complicar las futuras reuniones familiares.

Tampoco ayudaba el hecho de que aquellos a los que Archer

consideraba su familia, ahora tenía también la intención de matarle.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—¿Quieres huevos, Soph? —preguntó Aislinn, sacándome de mis

pensamientos.

—Mmm…No, gracias, comeré algo más tarde.

Todos fruncieron el cejo al oír aquello, así que, para contentarlos, cogí la

loncha de bacon y la partí por la mitad. Me senté junto a Daisy y empecé

a masticar.

—¿Alguna novedad?

Era la misma pregunta que todos habíamos formulado cada mañana que

nos fuimos de Hex Hall. Los primeros días había habido respuestas del tipo:

«Sí, la isla sigue allí», «Sí, el Ojo ha puesto a la cabeza a Archer un precio

con el que se podría comprar una isla».

A Archer no le hizo ninguna gracia saber que los miembros de su pequeño

escuadrón de Ojos, una vez de regreso en su cuartel general, se excusaron

ante su jefa alegando que Archer los había obligado a luchar por los

Prodigium hechizándolos con algún tipo de artefacto mágico.

—¿Es eso cierto? —le pregunté. Me apartó la mirada y se encogió de

hombros exageradamente.

Lo interpreté como un sí.

Pero después de aquello no había pasado nada más. Nada acerca de la

reacción del resto de los Prodigium ante lo ocurrido en Hex Hall. Nada

sobre qué había pasado con los demás chicos que liberamos.

Así que una mañana más, Aislinn suspiró y dijo:

—No. Nada.

—Quizá sea buena señal —dijo Daisy, untando mantequilla en su tostada—.

Quizá simplemente se hayan ido.

Después de todo, Daisy era una chica normal a la que las Casnoff habían

convertido en demonio. No me extrañaba que quisiera dejar atrás el

mundo mágico.

Daisy se apoyó en Nick, descansando la cabeza sobre su hombro.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Vale, quizá no iba a dejar atrás todo lo concerniente al mundo mágico.

Nick había atravesado muchas dificultades y la necesitaba. Al ver la

angustia reflejada en los ojos de Nick, me pregunté si él iba a recuperarse

alguna vez del influjo maligno de las Casnoff.

Escuché a lo lejos el sonido de metal contra metal que significaba que Izzy

y Finley estaban ya en pie y entrenando, y pensé en reunirme con ellas. No

para empuñar una espada ni nada parecido, pero quizá pudiesen

bloquear alguno de mis hechizos. Les iría bien para practicar y yo tendría

algo que hacer además de sentarme en mi habitación y rememorar una y

otra vez la última noche en Hex Hall.

Estaba a punto de levantarme cuando papá entró rápidamente en la

cocina. Iba en pijama, cosa bastante extraña en él. Papá nunca bajaba a

desayunar hasta estar completamente vestido. Claro que sus pijamas

tenían bolsillito con pañuelo, así que quizá él se sintiera vestido.

Tenía una hoja de papel en las manos y la miraba con los ojos como

platos.

—James —saludó Aislinn—. Hoy te has levantado tarde. ¿Grace sigue

durmiendo?

Papá levantó la vista y juraría que se ruborizó.

—¿Hum? Oh, sí. Bueno. En cualquier caso, estará a punto de bajar.

—Deja a papá tranquilo —le dije a Aislinn—. Es discreto hasta la mandíbula.

Me sentía extrañamente feliz ante la idea de mis padres haciendo…lo que

fuera que estuviesen haciendo. Aunque, bueno, su aparente

reconciliación era quizá lo único positivo en todo ese embrollo. Bueno, eso

y haber salvado el mundo, evidentemente.

Papá movió la cabeza y dejó a un lado el papel.

—No he venido aquí a hablar sobre mis relaciones personales. He venido

porque esta mañana me ha llegado esto del Concilio.

Volví a sentarme en la silla.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—¿El Concilio? ¿Cómo? Pero si ya no existe. Puede que estés equivocado.

Puede que sea del Concilio de Qué-Cereales-Quieres-Para…

—Sophie —dijo papá, haciéndome callar con la mirada.

—Perdona. Es que he alucinado.

Esbozó una leve sonrisa.

—Lo sé, cariño. Y para ser totalmente sincero, quizá haces bien en alucinar.

Me tendió el papel y vi que era algún tipo de carta oficial. Iba dirigida a

papá, pero mi nombre aparecía en el primer párrafo. La dejé en la mesa

para que nadie viese que me temblaban las manos.

—¿Ha llegado con un búho? —balbuceé—. Por favor, dime que ha

llegado…

—¡Sophie! —gritaron todos.

Hasta Archer soltó un exasperado.

—¡Vamos, Mercer!

Respiré hondo y empecé a leer.

Cuando llevaba media página me detuve con los ojos abiertos de par en

par y el corazón bombeando a toda prisa. Miré de nuevo a papá.

—¿Va en serio?

—Creo que sí.

Volví a leer la frase.

Por todos los demonios.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Capítulo 34

Al salir del coche, el camino de grava y conchas crujió bajo mis pies.

Observé la casa que se alzaba frente a mí.

—¿Bien? —preguntó papá mientras salía por la puerta del copiloto.

Después salieron Archer y Jenna del asiento trasero y se pararon a mi lado.

Poniéndome las gafas de sol, a modo de diadema, dije:

—Se ve mucho mejor ahora. Quiero decir, sigue siendo espeluznante, pero

no superespeluznante.

Hex Hall brillaba bajo una capa fresca de pintura. Las ventanas estaban

reparadas. Los helechos que enmarcaban la puerta principal volvían a

estar exuberantes y alguien había reparado el porche. Sin embargo, los

árboles de alrededor estaban negros, y el césped, gris.

—Probablemente nunca volverá a ser igual —dijo mamá mientras rodeaba

el coche hasta quedarse junto a mí.

Suspiré:

—Quizá sea mejor así.

—¿Qué crees que harán con la casa? —preguntó Jenna.

—Si por mí fuera, que la quemen —dijo Archer—. Y de paso que se hunda

también la isla.

Una brisa marina me ondeó el pelo cuando volvíamos al coche. Por dentro

ya no tenía aquel aire desértico y decadente, pero pensé que la casa

siempre parecería un poco triste. O puede que sólo me lo pareciera a mí.

Pasamos bajo las ventanas de cristal tintado y miré hacia arriba, contenta

al ver todo en su sitio otra vez. Los colores brillaban a la luz del otoño. Ya

casi podía oír el murmullo de voces mientras nos acercábamos al salón de

baile. Mamá me cogió de la mano.

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—¿Nerviosa?

—Nah —respondí, pero mi voz sonó como el balido de una oveja; dudo

que la convenciera.

Las mesas desiguales que usábamos para comer habían desparecido. En

su lugar había un mar de sillas negras, pero todas estaban vacías. En la

tarima donde los profesores solían sentarse había doce sillas que bien

podrían llamarse tronos. Estaban todas ocupadas, menos una.

El Concilio recién constituido se puso en pie cuando entré en la sala, pero

alcé las manos inmediatamente.

—Oh Dios, por favor, no lo hagáis. Ya estoy bastante acobardada así.

Una de las hadas (un hombre enorme con alas verde esmeralda) dijo con

el ceño fruncido:

—Como candidata al cargo de Jefa del Concilio, mereces un cierto

respeto.

—Honestamente, me siento respetada aunque estéis sentados.

Pensé que iban a seguir discutiéndolo, pero finalmente se sentaron.

—¿Has considerado nuestra oferta? —preguntó una mujer. Me pareció

que era una bruja, pero no lo podía asegurar.

En lugar de responder, tomé asiento en una de las sillas negras.

—Chicos, ¿puedo preguntaros algo?

Nadie asintió, así que continué igualmente:

—¿Por qué me habéis elegido? Quiero decir, soy un demonio, está claro,

pero Nick también lo es. ¿Por qué no se lo habéis pedido a él? ¿Por todo

aquello de haberse vuelto loco y haber matado a un montón de gente?

El hada de alas verdes me miró fijamente.

—En gran parte, sí.

—Pero no es la única razón —dijo la mujer. Cruzó las manos sobre su regazo

y vi pequeñas chispas violeta en sus dedos. Era una bruja—. El valor, la

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fortaleza y la iniciativa que mostraste para detener a Lara Casnoff fue

impresionante. Especialmente en alguien tan joven. No dejaste que el

miedo te impidiese ver lo que era necesario hacer. —Echó un vistazo a sus

colegas—. Algo que probablemente deberíamos aprender los demás.

—Bien —dijo un hombre alto de pelo blanco—, ¿has tomado una decisión?

—¿Por qué habéis arreglado Hex Hall?

Un suspiro recorrió todo el Concilio.

—Porque Hécate Hall ha sido siempre una institución muy útil para nosotros

y no tenemos la intención de dejar que estos desafortunados incidentes

acaben con más de cien años de tradición —respondió una bruja—. El

próximo mes, todos los estudiantes que fueron destinados a este colegio

volverán y la vida aquí retomará su normalidad.

Quise reír al oír al oír aquello. Normalidad. La vida aquí nunca había sido

normal.

De cualquier modo, ella había respondido a mi pregunta.

Inspiré profundamente, me puse de pie y dije:

—Está bien. Sí. Acepto vuestra oferta de ser Jefa del Concilio.

Aparecieron algunas sonrisas de alivio. Levanté una mano:

—Con dos condiciones.

Las sonrisas se esfumaron.

—Seré Jefa del Concilio cuando haya acabado mis estudios.

—Desde luego —dijo la bruja—. Podemos arreglar tu traslado a Prentiss

inmediatamente.

Prentiss era el internado de lujo al que los brujos adinerados enviaban a sus

hijos. Supuestamente, era lo contrario a Hex Hall en todos los aspectos.

Negué con la cabeza.

—No, no me refiero a estudios para Prodigium. Quiero decir estudios reales.

La universidad. Una universidad normal, para humanos.

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El hada de alas verdes arrugó la frente.

—Pero aún te falta un año para ir a la universidad, ¿verdad? ¡No es así

como funciona? Y si no vas a Prentiss, ¿adónde irás? Un instituto humano

parece inviable y…

Volví a inspirar.

—Lo sé. Ésa es mi otra condición. Quiero que volváis a abrir Hex Hall. Un

colegio para todos los Prodigium que quieran venir. Aunque debo admitir

que después del último año quizá no sean muchos. Pero podemos

intentarlo. Ésas son mis condiciones.

Me quedé allí de pie con los brazos cruzados. De nuevo, vi a Cal diciendo:

«Está bien, está bien», mientras el foso se desplomaba sobre él. Dio su vida

por la mía. Debía servir para algo. Y él amaba Hex Hall. Creía en ello, lo

cuidaba. Lo llamaba su hogar. Lo menos que podía hacer era recuperarlo.

Por Cal.

Así que cuando la bruja me miró fijamente y dijo:

—Aceptamos —sentí una profunda satisfacción.

Cuando salí del salón de baile, mamá, papá, Jenna y Archer me estaban

esperando. Antes de que ninguno de ellos pudiese decir nada, cogí las

manos de mis padres y dije:

—Podemos hablar todo durante el camino de vuelta a casa, lo prometo.

Pero ahora necesito estar sola un momento, ¿de acuerdo?

Papá me estrechó la mano, cogiendo a mamá de la cintura con el otro

brazo.

—Completamente.

—Claro —dijo Jenna.

Archer asintió.

—Haz lo que tengas que hacer.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Pasé junto a ellos y salí al porche, dejando atrás los enormes helechos de la

entrada principal. El suelo crujió bajo mis pies mientras caminaba hacia el

césped. Me dirigí hacia uno de los robles gigantes y, apoyada en él,

contemplé el colegio.

Sentí una presencia junto a mi codo. Elodie flotaba a mi lado, con su pelo

rojo ondeando alrededor de la cara.

—Hola —dije suavemente.

—Así que vas a ser la Jefaza.

Abrí la boca para hacer algún comentario chistoso, pero no se me ocurrió

nada. Tan sólo dije:

—Sí, lo seré.

Asintió brevemente.

—Lo vas a hacer muy bien. Pero si le dices a alguien que lo he dicho, te

mato.

Me reí entre dientes.

—Trato hecho.

Durante un buen rato, la observé contemplando la casa. Y entonces, con

mucha calma, dije:

—Si estás preparada para que te libere o algo así, ahora puedo hacerlo. Al

menos creo que puedo.

Elodie se volvió hacia mí, con los pies flotando a poca distancia del suelo.

—¿Y adónde iría?

—No lo sé.

—Tú me harías…

Su voz se fue apagando. Me pareció ver cierto nerviosismo en su cara.

Entonces movió sus labios tan rápido que no pude entender ni una sola

palabra.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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—Eh, poco a poco. Soy buena leyendo labios pero no tan buena.

Levitó hasta mí.

—Digo, que si tú te quedas en Hex Hall, yo también quiero quedarme.

Parpadeé.

—¿De verdad? ¿Quieres estar vinculada a mí por toda la eternidad?

Porque si por un segundo has pensado que voy a dejar que entres en mi

cuerpo otra vez…

—No quiero entrar más en tu cuerpo —dijo arrugando la nariz—. Eso ha

sonado feo. De todas formas, quiero quedarme aquí. Por ahora.

—¿Por qué?

Levantó las manos.

—Porque eres mi amiga, ¿vale? Porque ayudaros a ti y a tu pandilla de

perdedores estas últimas semanas ha sido… No sé, divertido. Muy divertido

teniendo en cuenta que podía haber muerto.

De alguna manera me emocionó. Así que le dije en tono amable:

—Elodie, lo comprendo. Y para serte sincera, la idea de que desaparezcas

de mi vida me… —Se me cerró la garganta, pero lo disimulé tosiendo—.

Pero no puedo atarte a mí para siempre. No sería bueno para ninguna de

las dos.

—¿Existe alguna manera de transferir el vínculo? —preguntó—. Los otros

fantasmas que hay por aquí están vinculados a la isla. ¿Podrías hacer eso

por mí?

Pensé en ello y los poderes murmuraron en mis venas.

—Sí, podría hacerlo. Pero, Elodie, eso significa que estarás anclada en la

isla de Graymalkin para siempre. Estarás sola con los fantasmas que

queden vagando por aquí.

Elodie se desvaneció. Puse los ojos en blanco:

—Pero ¿qué…?

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Antes de que acabara la frase, reapareció varios metros más allá, en lo

alto de la colina que llevaba al estanque. Me hizo un gesto con el brazo

para que la siguiera y flotó hasta que la perdí de vista.

Suspiré y subí la colina. Al llegar a la cima tuve que protegerme los ojos del

reflejo del sol.

—Guau —dije al detenerme mientras Elodie levitaba junto a mí—. Nunca

había visto el estanque tan bonito. Y mira, la hierba no parece tan muerta

en…

Lo que fuera que estaba punto de decir se ahogó en mi garganta. Me

tapé la boca con la mano.

Cal caminaba por el borde del estanque. Bueno, su fantasma por lo

menos. Estaba tan difuso que apenas podía reconocerlo, pero su manera

de andar, con pasos largos y tranquilos, era inconfundible. Se arrodilló y

pasó una mano por un pedazo de hierba, que al momento pasó de negro

a un intenso verde esmeralda. Recorrió con los ojos la colina donde yo

estaba y entonces levantó la mano para saludarme. Le devolví el saludo,

con la cara llena de lágrimas.

—¿Puede verme? —pregunté a Elodie—. ¿O sólo te ve a ti?

—Te ve —respondió. Y añadió con cierto pesar—: No creo que esa sonrisa

tan especial fuese para mí. —Sus labios se torcieron dibujando una sonrisa

maliciosa—. Al menos de momento. Tengo toda la eternidad para

conseguir que Cal cambie de opinión.

Sabía que bromeaba, pero hablé en serio cuando le dije:

—Cuida de él, ¿de acuerdo?

Y su gesto fue sorprendentemente suave cuando respondió:

—Lo haré.

Al final, bastó un poco de magia para liberarla de mí y vincularla a la isla.

Reconozco que cuando sentí que aquella pequeña cadena de poder

desaparecía, me sentí algo más que triste.

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Cuando Archer y Jenna me encontraron, Elodie se había desvanecido de

nuevo. También Cal, aunque la hierba que rodeaba el estanque se había

vuelto verde.

—Estás aquí —dijo Jenna cuando apareció junto a Archer en la cima de la

colina.

—Sí, lo siento —dije, caminando hacia ellos—. Tenía muchas cosas en la

cabeza.

—Apuesto que sí —dijo Archer, rodeándome la cintura—. Así que les dijiste

que lo harías.

—Lo hice. ¿Crees que ha sido estúpido?

—Creo que es peligroso —contestó, volviéndome de cara a él—. Creo que

estás loca. Pero loca y peligrosa son dos de las cosas que más me gustan

de ti. Así que no, no es estúpido. Aunque estoy algo decepcionado. Creía

que tu condición para aceptar el trabajo sería unas vacaciones en el

Caribe con tu novio y no reabrir Hex Hall.

Inclinó la cabeza para besarme y Jenna se aclaró la voz:

—Me parece que la compinche vampira debería tener también algún

beneficio.

Archer le dio un ligero codazo en el hombro.

—Te diré lo que haremos: cuando volvamos del Caribe, te la llevas a

Transylvania o algo así. ¿Qué te parece?

Ella le devolvió un puñetazo afectuoso en el brazo. De repente tuve ganas

de llorar otra vez. Me aparté de Archer y le dije:

—Las vacaciones tendrán que esperar a que acabe el curso.

Cuando los dos se volvieron para mirarme, seguí:

—Sí, ésa es la otra parte. Cuando reabran Hex Hall voy a quedarme aquí.

No para el resto de mi vida, sino sólo lo que queda del curso. Y luego voy a

ir a la universidad. Pero vamos a seguir en contacto. Existen toda clase de

hechizos para eso.

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Jenna y Archer se miraron.

—¿Por qué vamos a necesitar estar en contacto? —preguntó Jenna.

—Mirad, chicos, no puedo pediros que paséis otro año entero en Hex Hall.

Jenna, tú tienes a Vix, y Archer, tú tienes… De hecho, ¿qué es lo que

tienes?

—A ti —dijo con firmeza—. Y a un montón de caballeros sagrados

dispuestos a matarme.

—Vix puede venir de visita —dijo Jenna—. Y el colegio va a estar bien

ahora, así que un año más aquí no será ninguna tortura. Aunque tengo

que admitir que el lugar hace daño a los ojos. No sé si vamos a poder

arreglar eso.

Me volví hacia el estanque. Al contemplar aquella hierba tan verde, me reí

emocionada.

—No creo que tengamos que preocuparnos por la isla —dije limpiándome

alguna que otra lágrima con el dorso de la mano—. La están curando.

—Entonces ya está —dijo Archer—. Vix puede venir a visitar a Jenna, la isla

dejará de ser deprimente y yo no voy a separarme de ti nunca más.

—Sí, y aún tenemos que lidiar con el Ojo… y sus obsesiones, y yo aprender

a ser Jefe del Concilio, lo que implicará leer una montaña de libros

aburridos y…

La boca de Archer se apretó contra la mía, haciéndome callar con un

beso de esos que quitan el hipo. Cuando se apartó dijo con una sonrisa:

—Y a una vampira miedica que iría hasta el Infierno contigo. De hecho, ya

ha ido al Infierno contigo —añadió Jenna, poniéndome a mi otro lado.

—Y unos padres que te quieren y que deben de estar haciendo manitas en

el asiento trasero del coche —dijo Archer, haciéndome reír.

—En serio —dijo Jenna cogiéndome del brazo—. ¿Qué más puedes pedir?

Miré repetidas veces a aquellas dos personas a las que quería tanto. La

brisa hizo ondear la hierba alta que rodeaba el estanque y me pareció oír

la risa de Elodie.

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—Nada —les dije, apretando sus manos—. Nada.

Fin

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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Acerca de la Autora Rachel Hawkins nació en Virginia,

Alabama, en 1980.

Antes de decidirse a escribir libros

Rachel enseñaba en la escuela de

inglés a niños de 3 años.

Cuando no está escribiendo libros,

Raquel disfruta de la lectura, viajar y

hacer punto,

Es conocida por sus novelas para

jóvenes adultos con un gran componente sobrenatural y romántico

ambientados en el Sur de los Estados Unidos.

Su serie de libros más conocida es la de la escuela para brujas, Hex Hall.

Saga Hex Hall

Hex Hall: Condena

Hex Hall: Desafío

Hex Hall: Embrujo

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Hex Hall: Embrujo Rachel Hawkins

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