Heroico Pueblo Michoacano

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Heroico Pueblo MichoacanoPor Humberto Murillo Diaz

© Editorial Pasa La Voz, 2014Patzcuaro, MichoacanM E X I C O

PROLOGO

En el pueblo las fiestas se celebraban religiosamente, año tras año. Se iniciaban con las ferias del 8 de Enero, fecha aniversaria de la primera fiesta civil de la población. Esa fecha memorable fue motivo de reconocimiento por parte de las autoridades del Estado.

Considerando la actuación heroica llevada a cabo por los defensores del pueblo, el gobierno decidió darle a la antigua tenencia la categoría de Municipio Libre, a cuyo cargo fue nombrado el señor Luís Núñez, como primer Presidente Municipal. De esta forma el 8 de Enero se declaró fiesta de mi patria chica, no del rango nacional de las que señala el calendario patrio, como el 5 de mayo o el 15 y 16 de septiembre, pero sí de orgullo particular en la tierra de mis mayores.

Todo empezó aquel día en que un bandolero de fama muy bien ganada, por las constantes tropelías cometidas a lo largo del Estado en la zona del Bajío y la tierra caliente, se atrevió a “tomar Huandacareo”.

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Se llamaba Inés Chávez García. De cuño revolucionario, alimentó su carácter militar al lado de las fuerzas de Francisco Villa, de quien aprendió el arte de la guerrilla, el asalto sin cuartel y el irrespeto a la vida humana. En el momento en que Villa se retiró del movimiento revolucionario, el bandolero de marras, como el mismo se hacia llamar, desconoció los méritos de los Dorados de Villa, y decepcionado se convirtió en el azote de pueblos y ciudades.

Mi pueblo, cuya vida transcurría en paz y tranquilidad, sin razón aparente fue visto como objeto de conquista. El bandolero, después de haber entrado a saco en Gante en dos poblaciones vecinas, Cuitzeo y Santa Ana Maya que no opusieron resistencia al saqueo del ex guerrillero, anunció a los cuatro vientos la hora y la fecha de su entrada a Huandacareo. La noticia llegó. La amenaza se esparció de casa en casa, de familia en familia, de hombre a hombre. Las reacciones no se hicieron esperar. Algunos jefes de familia, los menos, aconsejaron abandonar el pueblo. Otros sugirieron el pago de un impuesto de guerra. Es necesario, dijeron, salvar al pueblo de las vejaciones a que sujetaba aquel malvado cuanta población sometía. No faltó quien opinara lo contrario. Resistir el ataque con los pocos elementos materiales y humanos de que se disponía. Bien pocos por cierto. Un contingente de ochenta hombres, entre ellos mi padre, el güero Jesús Murillo, de escasos 17 años, y el más joven, que integraban la llamada "Defensa", comandada por un ex cadete del Colegio Militar, a quien a pesar de su corta edad llamaban respetuosamente Don Salvador Urrutia.

El bandolero que ya tenía conocimiento de la existencia del comandante de La Defensa le envió mensaje diciéndole:

Urrutia, rinde la plaza sin oponer resistencia,

Cien caballos, 10.000 pesosEntrega sin dilación.

Eso decía el mensaje. Leído en reunión militar por el comandante fue rechazado de inmediato. Don Salvador acompañado de Don Luís Núñez, que gozaba merecido respeto de toda la población, especialmente entre los aprendices de militar, nombraron los grupos que estarían a cargo de los distintos retenes colocados en los sitios de mayor estrategia, para oponer resistencia. Las mujeres, viejos y niños fueron llevados a lugares alejados y de difícil acceso para los guerrilleros.

Desde la torre de la iglesia el vigía, atento a la calzada que unía Cuitzeo y Huandacareo, desde muy temprana hora de la mañana, el vigilante anunciaba: ya se divisa la polvareda por el rancho de doña Concha, ya se acercan a Cuaro, ya llegaron y se instalaron en la Ladera. Ya se escucha la música de la banda que acompaña a esos tales por cuales.

Como a las dos de la tarde empezó el tiroteo. Los gritos de ambos lados enardecían el espíritu de los defensores. A pesar de la diferencia de los luchadores; ochenta defensores y dos mil guerrilleros, el sitio no avanzaba. Los minutos corrían. Las horas volaban. Los defensores animados por la presencia de los jefes gritaban vivas a Huandacareo y al Señor del Amparo, el Cristo que se venera en el pueblo. No se daban tregua. De este lado ni muertos ni heridos. Del otro el coraje y el acoso. Gritos llenando el ambiente. Maldiciones y amenazas en contra de Urrutia.

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Cinco horas de lucha no fueron suficientes para vencer la heroicidad de un pueblo valiente dispuesto a morir antes que caer en manos de aquella turba de desalmados. Ya para las últimas luces de la tarde el cerco se hacía más pequeño, el parque se cuidaba con detalle. Los disparos eran precisos. Los muros de las casas caían bajo el peso de los picos manejados por la guerrilla. No quedaba de las viviendas abandonadas por la defensa, piedra sobre piedra. Ya distaba una calle por el retén del norte. Los guerrilleros caían acribillados por las balas defensoras del retén de Don Luís, donde se encontraba el güero Jesús Murillo. Su sangre joven no desperdició ni una bala. Todas llegaron a su destino. “No te expongas, güero”, oyó la recomendación de Don Salvador, mientras pensaba en la novia que al lado de su madre, seguramente rezaba por su seguridad. A su lado Marcelo Campos gritaba.

Adentro HuandacareoQue ya Cuitzeo se rindió,

Si no se hallaba capazPa qué se comprometió.Viva Salvador Urrutia

Muera Inés Chávez García Su cuerda de roba bueyes

Violadores y ladrones.

A pesar del esfuerzo de la defensa el peligro era inminente. La lucha amenazaba convertirse en lucha cuerpo a cuerpo. No había muerto ningún defensor. Del otro lado se contaban a granel.

Mi vida pongo por precio Hoy tomo HuandacareoMañana al amanecer

Urrutia estará colgado.

Gritaba el ex dorado de Villa.

Ya cerca del amanecer aun el bandolero cuadraba su estraegia, cuando por el lado de Pueblo Viejo se oyeron disparos y tropel de caballería. Era el contingente a cargo del general Alvarado que a la sazón regresaba de un recorrido por los lados del Bajío. Cuenta la leyenda que en un momento en que su tropa descansaba se presentó “un hombre ya entrado en años” y le dijo “general, Inés Chávez García tiene sitiado a Huandacareo, vaya en su ayuda”. El militar, que conocía al bandolero, alertó a sus huestes y fue en apoyo de Salvador Urrutia y sus gloriosos soldados.

Cuando los bandoleros escucharon el clarín de combate militar fue la desbandada. No quedó sino el polvo de los caballos en los montes vecinos. Al día siguiente muy temprano la defensa paso lista de presente frente al General Alvarado. Huandacareo y su gente se cubrieron de gloria. Por vez primera el sanguinario salió despavorido huyendo por los llanos de chicho hacia Dios sabe donde.

Fin

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